¡Hola de nuevo,
flor! ᵔᵕᵔSé que probablemente estarás cansada de estos mensajes que no suelen
traer nada bueno, y que tendrás mono de capítulo después de todo el tiempo que
te he hecho esperar, pero si eres usuaria de la lista de capítulos de Sabrae
que hay en el blog, sabrás que éste no es un capítulo cualquiera. Estamos ante
el capítulo trescientos (¡300!) de
la novela. No tengo palabras para describir lo afortunada que me siento por
poder haber llegado hasta aquí y por lo agradecida que estoy de que me hayas
acompañado, ya sea en la totalidad o en una parte del viaje. Sin ti, esta
odisea no habría sido posible.
Muchísimas gracias por tu apoyo constante, por tu atención, por las oportunidades que les das a Alec y Sabrae de existir de nuevo cuando les abres tu mente cada domingo o cada día 23. Gracias, gracias, gracias por prestarnos tu tiempo y crear conmigo este mundo tan perfecto al que tantísimo cariño le he cogido.
Simplemente, gracias. De corazón. Espero contar contigo muchos capítulos más. ❤
Preferiría que me hubiera abofeteado.
Aunque llevaba toda la tarde anticipándolo, toda la mañana temiéndolo y un día entero, desde que me había plantado ante mi padre con un pequeño nudo en el estómago que no había hecho más que crecer y apretarse con el paso de las horas al plantearme la posibilidad de escuchar esa palabra… creo que preferiría que me hubiese abofeteado.
Le había cambiado totalmente la cara cuando le hice la pregunta que llevaba tratando de ignorar durante horas, a pesar de que no hacía más que morder cada rinconcito de mi ser. Por la cara que puso, cómo se había borrado la sonrisa que le decoraba esa deliciosa boca suya, el único canal de oxígeno que yo había tenido en los últimos meses, supe que él también llevaba preocupado por mi temeridad desde que se había bajado del avión, por si acaso terminaba superándome y no era capaz de resistir la tentación de convertirme en la chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina.
La temperatura del iglú parecía haber descendido varios grados, y a pesar de que veía los reflejos de las estrellas tintándole la piel bronceada de tonos azules, blancos y dorados que lo hacían parecer salido directamente de la cúpula de una de las pirámides de Egipto, me sentía en la completa oscuridad.
Estaba viviendo en primera persona y en exclusiva el primer eclipse de un sol muerto. Un eclipse que había roto todas las reglas de la física: la Luna no era más fuerte ni más poderosa que el Sol, y sin embargo había conseguido apagarlo. La Tierra no podía seguir existiendo si el Sol desaparecía, y sin embargo seguía girando.
En el espacio no se escuchaba ningún sonido, y sin embargo en ese agujero negro de nada en el que estábamos los dos orbitando, no dejaba de sonar el eco de su respuesta:
-Sí.
Muchísimas gracias por tu apoyo constante, por tu atención, por las oportunidades que les das a Alec y Sabrae de existir de nuevo cuando les abres tu mente cada domingo o cada día 23. Gracias, gracias, gracias por prestarnos tu tiempo y crear conmigo este mundo tan perfecto al que tantísimo cariño le he cogido.
Simplemente, gracias. De corazón. Espero contar contigo muchos capítulos más. ❤
Aunque llevaba toda la tarde anticipándolo, toda la mañana temiéndolo y un día entero, desde que me había plantado ante mi padre con un pequeño nudo en el estómago que no había hecho más que crecer y apretarse con el paso de las horas al plantearme la posibilidad de escuchar esa palabra… creo que preferiría que me hubiese abofeteado.
Le había cambiado totalmente la cara cuando le hice la pregunta que llevaba tratando de ignorar durante horas, a pesar de que no hacía más que morder cada rinconcito de mi ser. Por la cara que puso, cómo se había borrado la sonrisa que le decoraba esa deliciosa boca suya, el único canal de oxígeno que yo había tenido en los últimos meses, supe que él también llevaba preocupado por mi temeridad desde que se había bajado del avión, por si acaso terminaba superándome y no era capaz de resistir la tentación de convertirme en la chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina.
La temperatura del iglú parecía haber descendido varios grados, y a pesar de que veía los reflejos de las estrellas tintándole la piel bronceada de tonos azules, blancos y dorados que lo hacían parecer salido directamente de la cúpula de una de las pirámides de Egipto, me sentía en la completa oscuridad.
Estaba viviendo en primera persona y en exclusiva el primer eclipse de un sol muerto. Un eclipse que había roto todas las reglas de la física: la Luna no era más fuerte ni más poderosa que el Sol, y sin embargo había conseguido apagarlo. La Tierra no podía seguir existiendo si el Sol desaparecía, y sin embargo seguía girando.
En el espacio no se escuchaba ningún sonido, y sin embargo en ese agujero negro de nada en el que estábamos los dos orbitando, no dejaba de sonar el eco de su respuesta:
-Sí.