miércoles, 1 de mayo de 2024

Villano del año.


¡Hola, flor! De nuevo otro mensaje antes del cap, porque me he vuelto un poco adicta al toque de color que aportan los corazones . Espero que hayas pasado un fantástico Día del Libro; muchas gracias por tu paciencia esperando por este cap, ¡se me olvidó avisarte de que no subiría el domingo pasado porque… hoy celebramos el cuarto aniversario de la adopción de Sabrae!
Y las que nos quedan… 😉 ¡Disfruta del cap!

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Tenía que reconocerlo: me gustaba este chaval. Los tenía bien puestos, viendo cómo se quedaba al lado de Mimi sin importar la hostilidad que manaba de mí, y que me salía demasiado natural como para que no resultara un pelín preocupante.
               No me malinterpretes: como buen entusiasta del amor que soy (y en que Sabrae me ha convertido), me alegraba mucho de que Mimi estuviera empezando a descubrir las delicias de lo que es estar enamorado, el querer a alguien y ser correspondido, pero… supongo que en todo amor hay algo irracional contra lo que no puedes combatir, no importa lo que te esfuerces; igual que Sabrae me atraía como una polilla a la luz, imaginarme bajando un escalón en la pirámide de figuras masculinas en la vida de Mimi no era algo que me hiciera particular gracia. Ella era mi niñita y siempre lo sería; me daba lo mismo que hoy justo cumpliera dieciséis años, pues una parte de mí siempre iba a ver ese precioso y perfecto bebé que me había hecho descubrir el amor sin fronteras, sin preocupaciones, y el que había despertado ese instinto de protección del que tanto me enorgullecía de haber pulido, hoy hacía exactamente dieciséis años.
               Pero, sí, me gustaba este chaval. La trataba como yo quería que la trataran, y la trataría si no fuera… bueno, mi hermana. Veía bastante de mí en él, en la forma en que se abría hueco entre la gente sujetando firmemente la mano de Mimi, y cómo no la soltaba incluso cuando yo los miraba con una ceja arqueada. Notaba que le ponía nervioso (como para no; después de todo, le sacaba una cabeza y diría que unos veinte kilos de músculo que pulverizarían su cuerpo fibroso), pero, aunque le suponía un esfuerzo en algunos momentos, no se alejaba de Mimi.
               Me venía bien alguien valiente a su lado, sobre todo teniendo en cuenta que yo estaría demasiado ocupado cuidando de Sabrae como para preocuparme también por mi hermana.
               Aun así… era divertido meterle el miedo en el cuerpo.
               Y tampoco es que el chaval fuera gilipollas: había evitado muy hábilmente y en todo momento el quedarse a mi lado durante mucho tiempo, lo cual me indicaba dos cosas: la primera, que mi estrategia de avasallarlo para descubrir su límite (y de paso pasármelo bien) estaba funcionando; y la segunda, que me respetaba lo suficiente como para tenerme miedo. Lo cual, si llevas tanto tiempo fuera del ring, sin ningún contrincante que te haga demostrar lo que vales, es más que de agradecer.
               No había bajado la guardia ni un momento; ni cuando nos habíamos despedido de Eleanor, acompañándola hasta casa y dejando un poco de espacio a las chicas para que se abrazaran como procedía (El tenía la agenda bastante apretada, y su efervescente fama nos haría muy complicado pasear por Londres tranquilamente, que era lo que Mimi pretendía hacer con Trey, así que nos reuniríamos con ella más tarde); ni mientras pasábamos por los tornos para bajar al metro, después de que ambos dejáramos pasar a las chicas primero (porque puede que yo sea un sinvergüenza y el Fuckboy Original, pero mi madre ha criado a un caballero –y, vale, así tenía la excusa perfecta para mirarle a Sabrae su espectacular culo-) y yo hiciera un gesto con la mano indicándole que pasara delante de mí, a lo cual obedeció; ni siquiera cuando los dos dejamos un asiento libre en el metro junto a las chicas, por si acaso venía alguna ancianita desvalida o alguna embarazada, y nos agarramos a la misma barra sólo para que él siguiera charlando con Mimi mientras Sabrae los miraba como si ellos dos hubieran inventado el amor. La verdad es que la admiración de mi novia era lo que más celoso me ponía de todo este asunto; yo, no me causa rubor admitirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer que vive con envidia los momentos en los que ella no me está mirando fijamente.
               -¿Quieres que te coja el bolso?-le preguntó Trey a mi hermana mientras ésta se peleaba con la caja de bombones que le había regalado para abrirla y probar otro mientras esperábamos para entrar. La verdad es que estaban de vicio, y me aliviaba ver que Mimi se estaba dando todos los caprichos que le apetecían ese día.
               Mimi lo miró y asintió, agradecida, entregándole el bolso con una sonrisa en los labios.
               -Tú ya nunca me coges el bolso-me pinchó Sabrae, sonriendo y besándome el costado. Si no me había puesto a bramar que como Trey no quitara sus manos de encima de Mimi yo se las cortaría sólo para ver cómo reaccionaba él (y, bueno, porque sí, vale, me estaba poniendo un poco celoso de ambos), era precisamente por lo cariñosa que se estaba poniendo Sabrae viéndolos a ellos dos. Igual que el dinero llama al dinero, el amor llama al amor.
               Mi chica tenía mi brazo alrededor de sus hombros, sus dedos entrelazados con esa mano, y la otra me rodeaba la espalda por debajo del abrigo, y no miento si digo que las únicas partes de mi cuerpo que me importaban ese momento eran aquellas que estaban en contacto directo con Saab.
               -Eso es porque calaron bien hondo tus charlas de feminazi. Bien hecho-le dije, mirándola desde arriba, y Sabrae se echó a reír y me pegó un manotazo en el costado.
               -Eres un machirulo imbécil e insoportable-acusó, poniendo los ojos en blanco, pero esa sonrisa que había esbozado no engañaba a nadie, y menos aún a mí, que se la había visto de tantas maneras diferentes que incluso sabría decir en qué postura estaba en función de ver cómo se le curvaban los labios.
               -Menos mal que follo bien, ¿eh?-la pinché, inclinándome a probar su gloss de frutas. Normalmente no me gustaba que Saab se pusiera nada con sabores, porque no había nada mejor que sus besos naturales, pero hoy la veía especialmente hermosa. No sabía si se debía a saber que podría disfrutarla hasta el infinito a partir de ahora, incluso cuando sus padres trataran de interponerse entre nosotros, o porque ella misma se había esmerado en arreglarse para celebrar que estábamos ante el inicio de nuestra propia eternidad.
               Tanto Mimi como Trey se pusieron rígidos al escucharme, lo cual no se me escapó ni con el beso que me dio Sabrae o con su preciosa y luminosa sonrisa. Debo confesar que eso también me hizo sentir un poco mejor, porque sí, vale, me alegraba de que Mimi hubiera encontrado el amor… pero no había prisa por que encontrara lo más físico del amor.
               Habían empezado a marcar un poco las distancias con Sabrae y conmigo cuando entramos en el vestíbulo acristalado, que conectaba con las alas más importantes en las que luego se iban repartiendo las culturas venidas de todos los rincones del mundo. No me sorprendió cuando Mimi le señaló su zona preferida en el mapa y, con un vistazo por encima del hombro como única comprobación de que les seguíamos, pusieron rumbo a las exposiciones de la Grecia antigua.
               -Esto me suena de algo-ronroneó Saab, cogiéndome de la mano y paseando entre las estatuas, deteniéndose a tratar de leer las inscripciones de miles de años al pie de las mismas. Se relamió los labios e inclinó la cabeza a un lado, rodeando una estatua mientras Mimi y Trey se perdían entre la multitud y yo luchaba con el impulso de ir tras ellos-. No te creas que no sé lo que estás haciendo-añadió, todavía sin apartar los ojos de la estatua, y yo me giré hacia ella como un resorte y alcé una ceja.
               -¿Qué estoy haciendo?
               -Estás tratando de asustarlo-por fin puso sus ojos sobre mí y sonrió.
               -No estoy tratando de asustarlo. Lo estoy consiguiendo-me burlé, mirando en dirección a mi hermana y su cita de nuevo. Por mucho que viera en él las actitudes que yo tenía con Sabrae, quizá con un poco más de inocencia (ya que él no se aprovechaba de esa caballerosidad que las hacía pasar por delante para mirarles el culo como yo hacía con todo el descaro del mundo), no estaba tan relajado como yo lo estaba con mi chica. Que no tuviera experiencia no era una opción: me sonaba que Mimi se había lamentado alguna vez sobre que había rechazado hacer planes con sus amigas con la esperanza de que él la invitara a algo, y al final se había terminado quedando en casa mientras él se iba por ahí de parranda. Debía de haber cambiado mucho, si se había vuelto tan formal y tímido en presencia de mi hermana, la cosa más inofensiva que podías echarte a la cara.
               Trey se giró para mirar a Mimi mientras ella le hablaba con gesto distraído, señalando la estatua sin verla realmente, y se mordió el labio.
               -¿Crees que se van a besar?-preguntó Sabrae conteniendo el aliento, y yo me volví de nuevo.
               -Ew. Sabrae, por favor, que estamos hablando de mi hermana.
               -¿No crees que hacen buena pareja?-preguntó, rodeando la estatua y regresando junto a mí. Me cogió la mano y me entreabrió los dedos, acariciándome la V que formó entre mi anular y el corazón con la yema de los suyos.
               Intenté no pensar en lo que ese gesto representaba cuando se lo hacía yo, en todo lo que evocaba entre nosotros por la similitud de su figura, pero fracasé de forma estrepitosa. No podía tenerla tan cerca, tan guapa, en un sitio con tanta historia para nosotros, y que mi cuerpo no reaccionara. Me dolía físicamente mi necesidad de ella, y cada minuto que pasaba en su presencia después de estas semanas de abstinencia notaba cómo la tensión se iba acumulando más y más bajo mi piel. Era una bomba a punto de estallar, con el contador cada vez más y más bajo; con un montículo de pólvora al lado que se iba haciendo más y más grande.
               Joder, el polvo de reunión que íbamos a echar iba a ser apoteósico. Pensar en él ya me llevaba al borde del orgasmo.
               Quizá mi hermana y Trey no necesitaran supervisión, después de todo. Puede que debiera simplemente elegir entre pasármelo bien haciendo sufrir al chaval y pasármelo bien haciendo gozar a mi chica, arrastrar a Sabrae a los baños de la primera planta y follármela tan fuerte que terminara echando abajo el techo.
               -¿Estás intentando distraerme para que lo deje en paz?
               -Tal vez-ronroneó Sabrae, levantando los ojos desde debajo de unas pestañas densísimas  sonriendo con una maldad que me hizo entender que yo nunca había marcado los tiempos. Siempre había sido ella, desde el mismísimo primer momento en que nos habíamos dado aquel beso que lo había cambiado todo hacía… ¡joder! ¡Ya llevábamos un año!-. ¿Está funcionando?-coqueteó, mordiéndose el labio al sonreírme. Dios, qué sed tenía.
               Y qué saciante resultaría su boca cuando la besara.
               Me incliné hacia ella y posé mis labios sobre los suyos, entreabriéndolos para poder saborear su aliento, acariciar su lengua por dentro de su boca. Le puse una mano en el rostro, extendiendo los dedos en torno a su mejilla, mientras Sabrae se relajaba y se dejaba llevar por el beso. Capturó mi labio entre sus dientes y suspiró cuando mi beso se volvió más urgente, más emocionante aún si cabía. Le estaba demostrando todo lo que la necesitaba, todo lo que me importaba, y cómo siempre iba a ser mi prioridad.
               Mi lengua se estaba encargando de decirle sin sonido lo mucho que me alegraba que le hubiera puesto punto y final, al fin, a mi absurda aventura con el voluntariado. Sí, había terminado descubriendo que habría podido disfrutarlo, y que era capaz de sentirme realizado a miles de kilómetros de casa, construyendo una personalidad que bien podría acabar siendo la mía si me esforzaba lo suficiente, pero… era aquí donde tenía que estar.
               Podía echar mucho de menos a Perséfone, a Luca, al resto de mis amigos de Etiopía, pero tenía claras mis prioridades cuando los ponía al lado de Sabrae. Ella hacía que todo fuera tan fácil… que no hubiera elecciones, sino simplemente el fluir de la corriente.
               -¿Qué te parece si vamos a algún sitio un poco más apartado?-le sugerí a su oreja, y ella se echó un poco hacia atrás para mirarme con esos ojazos suyos por los que me arrastraría sobre brasas ardientes.
               -¿A la cafetería? Creía que querías seguir asustando a Trey.
               ­-Así que admites que lo estaba asustando-me burlé, tomándola de la cintura y atrayéndola hacia mí. Sabrae se inclinó ligeramente hacia atrás para poder besarme mejor, y su pelo me acarició el brazo con el que la rodeaba, las puntas de sus rizos balanceándose ligeramente sobre mi piel-. Y estaba pensando, más bien, en el baño.
               Se separó un poco más de mí, pero con los ojos llenos de dulzura y de un amor que, la verdad, me encantaría que todos mis seres queridos pudieran experimentar. Si Trey mirara a Mimi con la décima parte de amor del que había en los ojos de Sabrae cuando se posaban sobre mí, yo me daría con un canto en los dientes y les pagaría personalmente la boda.
               Saab me acarició los brazos cuando bajó las manos hasta mis antebrazos.
               -Creía que íbamos a tener algo más especial cuando volviéramos a acostarnos después de todas estas semanas.
               -Puede ser todo lo especial que queramos incluso si lo hacemos en el baño. Y podemos hacer más cosas especiales las próximas semanas-ronroneé, inclinándome de nuevo a su boca y rozándole los labios con los míos. Sabrae se relamió, tragó saliva y respiró el aroma que desprendí mi piel, que tanto relacionaba con su hogar.
               -Al, sobre eso…
               -Perdona, ¿eres Sabrae?-preguntó una voz a nuestro lado, y Sabrae se giró hacia ella un segundo antes de que lo hiciera yo. Fue como si tuviera la esperanza de que pudiéramos permanecer en nuestra burbuja un poco más si ignorábamos a la gente a nuestro alrededor, pero yo sabía por experiencia, gracias a todas las tardes tocándoles las narices a mis amigos cuando ellos se echaban novia y a los demás del grupo nos apetecía molestarlos, que ignorar las interrupciones sólo las alargaba.
               No es que tuviéramos prisa, ni mucho menos, pero llevaba tanto tiempo sin estar con Saab, sin nada remotamente parecido a una cita (o lo que fuera que estábamos teniendo mientras les hacíamos de carabinas sin pretenderlo a Mimi y Trey), que pelearía hasta por el último segundo. Todo contaba cuando estaba con mi chica.
               Así que ella, a regañadientes, después de ver que había perdido mi atención por aquella distracción, también se volvió a la dueña de la voz. Se trataba de una chica con una bolsa tote de tela de color crema en la que tenía pintada una ranita con una seta por gorro, y que ya tenía su móvil en la mano como si fueran las llaves de un deportivo que acababa de ganar en la tómbola.
               -¿Sabrae, la hermana de Scott?-continuó, como si hubiera más Sabraes famosas en el mundo. Mi chica asintió con la cabeza con cierta timidez, y yo detesté todavía más a Sherezade y Zayn por haberla empujado tan dentro de su cascarón hasta el punto de hacer que dejara de disfrutar de la atención de los demás. Antes mi chica era como una flor cuyos pétalos resplandecían todavía más bajo los rayos del sol que eran los momentos en los que alguien la reconocía entre la multitud, y prosperaba en la atención y el amor que recibía. Ahora era un poco como Mimi, que sólo disfrutaba de los aplausos cuando estaba sobre el escenario de algún teatro, el sudor perlándole la piel después de una complicadísima coreografía que había ejecutado a la perfección-. ¡Qué guay! Sabía que eras tú. En mi casa somos súper fans de tu familia, ¿nos podríamos hacer una foto?-preguntó la chica, extendiendo el móvil hacia ella. Sabrae no me miró cuando le dio las gracias y le susurró un cansado “claro” a la chica, un “claro” que sonó más bien a un suspiro cansado propio de un artista harto de que su talento le haya traído tanta fama que no puede disfrutar del exterior que de la hija extrovertida de uno de los cantantes más relevantes de la historia reciente.
               La fan no paró de parlotear mientras Sabrae y ella se colocaban para hacerse una foto; alabó su vestuario y también la gira de conciertos que habían estado haciendo Scott y el resto de Chasing the Stars, y le confesó que se había pasado diez horas sentada frente al ordenador, tratando de conseguir entradas para la gira de conciertos de conmemoración por su veinticinco aniversario que iban a hacer One Direction antes de darse por vencida y aceptar que se habían agotado todos los estadios en cosa de media hora.
               -Es todo un récord; debéis de estar muy orgullosos-comentó, y Sabrae asintió con la cabeza de nuevo, susurró un moderado “así es” y le dedicó una sonrisa educada pero no demasiado sincera-. ¿Sabes si van a añadir más conciertos?-insistió la chica.
               Sabrae tragó saliva y se mojó los labios con la lengua. Vi que Trey y Mimi nos miraban desde el otro extremo de la sala, y que Mimi le soltaba la mano a Trey, dando un paso en nuestra dirección.
               -Sé tanto como vosotras, a decir verdad.
               -¡Ah! Claro, lo entiendo. No podéis revelar secretos. ¿Ni una pistita, siquiera?-preguntó la chica, inclinándose hacia ella y poniéndole ojitos, y Sabrae negó con la cabeza-. Jo, bueno, tenía que intentarlo. Si tienes información privilegiada que quieras que “se te escape”… soy buena guardando secretos. Te prometo que no diré nada. Simplemente quiero saber si tendré una oportunidad de llevarme a mi madre a ver a su grupo preferido como regalo de cumpleaños, o algo así. ¿Nada?
               Sabrae se limitó a negar con la cabeza y torcer la boca, abriendo las manos para mostrarle a la chica las palmas en un claro gesto de impotencia. La fan se limitó a asentir con la cabeza, ajustándose las asas de la bolsa sobre el hombro y sacándose el pelo que le había quedado enganchado entre ellas.
               -Vaya. Bueno, no te preocupes. Con la demanda que tienen, seguro que pueden hacer más conciertos y tendremos más oportunidades. Sólo… me da rabia ver que hay gente por Twitter que va a varios conciertos y otros que no hemos conseguido absolutamente nada. ¿Sabes si se puede hacer algo contra eso? Claro que, bueno, a vosotros os beneficia. Bueno, estoy divagando. Gracias por atenderme, ¡has sido súper maja! Perdona que te haya molestado-le puso una mano en el brazo a Sabrae y Sabrae sacudió con la cabeza.
               -Sin problema.
               -Que tengas un buen día. Disfruta de… ¡oh!-exhaló, y sus ojos se iluminaron cuando se posaron sobre los míos-. ¡Eres Alec!
               -Soy Alec-asentí con la cabeza. Llevaba ya muchos meses paseándome con Sabrae por ahí, pero todavía se me hacía raro que la gente me reconociera a mí. No había mes en que a mis amigos y a mí no nos pasara al menos un fin de semana cuando salíamos de fiesta con Tommy y Scott, y aunque nos habíamos aprovechado a muerte de aquello (es mucho más fácil entrarle a una chavala que ha crecido escuchando las canciones de One Direction o que ha follado con la música de Zayn de fondo), todavía se me hacía raro cuando me llamaban por mi nombre, y todo gracias a Sabrae. No me malinterpretes: me encantaba que me reconocieran porque eso significaba que estaba con Sabrae, y que ella me presumía tanto en redes que me había ganado un poco de fama, pero no dejaba de chocarme que la gente fuera de los círculos del boxeo me llamara por mi nombre.
               -¡Hala! Hacía muchísimo que no se te veía por las historias de Sabrae, ¿estabais peleados?-preguntó, y Sabrae se puso tensa, lo cual me puso a mí en estado de máxima alerta porque a) no, no estábamos peleados, aunque habíamos pasado una época de mierda; b) Sabrae sí que estaba mal, y no necesitaba que se lo recordaran, c) la había dejado sola en el peor momento de su vida (se podría decir, incluso, que yo había provocado ese momento, aunque lo que había hecho yo fuera como un guijarro que terminaba desencadenando un alud) y…
               d), ¿qué cojones le importaba a esta tía si Sabrae o yo nos peleábamos o no?
               -Bueno, no es que sea de tu incumbencia, pero no. Estamos de puta madre, y siempre hemos estado de puta madre-espeté, y justo en ese momento vi por el rabillo del ojo cómo Mimi se abría paso entre la multitud. Sabrae tomó aire y lo soltó despacio-. Pero gracias por tu interés, supongo.
               -Ah, bueno, eh… es que… como antes salías tanto y ahora… nada… pensé que… o sea, los rumores…
               -He estado ocupado-sentencié, y la chica frunció ligeramente el ceño.
               -Antes erais inseparables.
               Tomé aire, hinchando tanto el pecho que incluso se me resintieron las costillas; si me concentraba en la sensación de quemazón, sería capaz de señalar los puntos en que se me habían roto solas por culpa del accidente y los puntos en los que los médicos las habían serrado para extraerme las esquirlas de cristal de los pulmones y así poder salvarme la vida.
               Todo para acabar con la de esta payasa que no dejaba de incomodar a mi chica.
               -Antes, y ahora también-zanjé, y ella se puso colorada-. Siempre. Pase lo que pase y le pese a quien le pese.
               Sabrae levantó la vista y me miró por debajo del brazo que yo no me había dado cuenta que le había pasado por los hombros, en un gesto protector que me salía más natural incluso que el respirar.
                -Claro. Claro, lo siento, yo… no pretendía…
               -Pues…
               -Alec ha estado de voluntariado-borbotó Sabrae, y la vista de la chica volvió hacia ella-, por eso no salía en mis historias. En Etiopía-especificó, y se agarró instintivamente a mi jersey por la parte baja de mi espalda-, en una reserva de la WWF. Por eso no ha salido en mis historias los últimos meses.
               La chica parpadeó una, dos, tres veces. Se estaba poniendo del mismo color que el pelo de mi hermana, que nos observaba a todos como un partido de tenis abominable.
               -Claro-repitió-. Sí, eso tiene más sentido que los… rumores de… bueno, eso, que se os veía tan bien que… me extrañaba mucho… pero las señales estaban ahí y…
               -Estamos bien-le aseguró Sabrae-. Alec está ocupado, eso es todo, pero agradezco que me digáis que lo echáis de menos. Así me siento un poco más acompañada-le dedicó una sonrisa forzada que me cabreó todavía más, porque ¿qué hacía tendiéndole una rama de olivo a esa tía que había venido a molestarnos, ponerla nerviosa y a recordarle lo diferente que era su vida ahora que había tenido un brote con unas chavalas que definitivamente se lo merecían y el público había decidido que era una niñata malcriada y consentida? El mundo debería pedirle perdón a Sabrae, no Sabrae al mundo.
               Quizá esta tía estuviera siendo maja dentro de lo que cabe, y no se mereciera que explotáramos con ella y volcáramos sobre ella toda la rabia que nos habían hecho acumular los demás, pero si no marcábamos límites con los más razonables, quienes estuvieran más dispuestos a atravesarlos serían un reto mucho mayor. No se puede empezar a hacer ejercicio el día de una maratón, ni probar unos guantes de boxeo por primera vez en tu vida justo en una final internacional. Las cosas no funcionaban así.
               -Sí, eso es. Es que… hacéis muy buena pareja, y sería una lástima…
               -Estamos bien-repitió Sabrae-. Simplemente estamos un poco más lejos, pero gracias por tu interés.
               Notando que me tensaba a su lado y que me costaba horrores morderme la lengua, Sabrae me hundió las uñas en la parte baja de la espalda, como diciendo “por favor”. Simplemente “por favor”.
               Por suerte, a ella le bastaba con un simple “por favor” para apaciguarme.
               La chica asintió con la cabeza, se mordisqueó los labios, me echó una mirada furtiva y rápida antes de pedirnos perdón por habernos interrumpido, y se marchó zumbando en dirección al ala de la China imperial, que casualmente era la que estaba más lejos de aquella en la que nos encontrábamos. Yo observé fijamente cómo se perdía entre la multitud, subía corriendo las escaleras y aprovechaba el rellano para mirarnos una última vez antes de que se la tragara la arquitectura.
               -¿Estás bien, Saab?-le preguntó Mimi a mi novia, y yo volví la atención a ésta. Saab estaba temblando como una hoja.
               -Sí, tranquila-mintió, esbozando una sonrisa que pareció más bien una mueca. Eso encendió todas mis alarmas.
               -¿Quieres que nos vayamos a casa?-pregunté. Lo sentía mucho por mi hermana, pero ella, al menos, se lo estaba pasando bien. Tenía que priorizar la salud mental de mi chica ahora que teníamos claro que era la que la tenía más resentida.
               La rodeé con un brazo, atrayéndola hacia mí y pegándola a mi cuerpo, y no se me escapó la manera en que tomó como referencia mi respiración, un poco más acelerada de lo normal pero no tanto como la suya, para tratar de normalizar la suya. Sabrae me rodeó la cintura con los brazos, mimosa, y negó con la cabeza, volviendo a forzar una sonrisa que, esta vez, le salió un poco mejor. No estaba del todo bien, y todos lo sabíamos, pero se estaba esforzando, y eso ya contaba.
               -No hace falta.
               -¿Seguro?-preguntó Mimi. Trey permanecía acusadoramente callado, y me dieron ganas de arrancarle la cabeza sólo por eso. Todos los puntos que había ganado tratando a Mimi como la princesa que era los estaba perdiendo por no postrarse ante los deseos de la diosa de Sabrae ni mostrar un mínimo de empatía con ella. Lo siento, pero sus ojos de corderito a mí no me bastaban.
               -Claro. Estoy bien, de verdad.
               -Pero si estás como un flan-dije, y Sabrae levantó la vista para mirarme desde abajo. Parecía tan pequeña…
               -Debo de estar perdiendo facultades, porque antes tú decías que estaba más buena que un menú de tres platos-comentó, quitándole hierro al asunto. Me reí para tranquilizarla, aunque sabía de sobra que esta recuperada confianza era todo fachada, de momento.
               -Que sea más bien un menú de cinco platos, como los de Navidad.
               -Uf, estás muy coladito, ¿eh?-se rió, aunque le temblaba la voz. Sin embargo, había un agradecimiento infinito en su mirada, como si tuviera que darme las gracias por darle un clavo al que agarrarse-. Y eso que he cogido unos kilitos los últimos meses.
               -Eso son los aperitivos, como los turrones y los mazapanes-ronroneé, dándole una palmada y luego agarrándola del culo. Se echó a reír, y su risa fue sincera esta vez, así que me anoté un tanto.
               -¿Queréis que nos vayamos a otra sala?-preguntó Mimi, mirando en derredor con disimulo, notando todas las personas que habían escuchado nuestra conversación con la chica de la bolsa. Sabrae negó con la cabeza-. ¿Segura?
               -Hay un montón de cosas para ver si os apetece cambiar de aires. Tienen cosas de Etiopía…-empezó Trey, pero yo lo fulminé con la mirada y tuvo la decencia de cerrar el pico. No quería tener nada que ver con Etiopía ahora mismo; ni ahora, ni nunca. Por mucho que hubiera disfrutado de las últimas semanas en el voluntariado, y por mucho que supiera que tarde o temprano empezaría a preguntarme lo que habría supuesto volver, mi sitio estaba en Inglaterra. Mi sitio estaba con Sabrae.
               Y, si no me hubiera marchado a Etiopía, nunca habríamos tenido esta conversación con aquella chica.
               -Me gusta mucho el ala de Grecia-respondió Sabrae, y me miró de nuevo con los ojos chispeantes-. Han salido cosas preciosas de ese país.
               Sonreí y le di un beso en la punta de la nariz. Con ella enroscada en mi cintura y mi brazo sobre sus hombros, una mano jugueteando sobre su brazo, continuamos la visita sin salir de aquella ala. Trey y Mimi se perdieron de nuevo entre la gente, asomando de vez en cuando al acercarse a los monumentos más significativos mientras Sabrae y yo paseábamos perezosamente, mirando todo desde la distancia.
               Fui sintiendo cómo Sabrae se relajaba a mi lado cada vez más y más como si sus sentimientos también fueran los míos. Pegó la cara a mi costado e inhaló mi aroma mientras el sol dibujaba tableros de ajedrez en el suelo de mármol corrompido por las pisadas de los visitantes, y yo me distraje lo suficiente como para no mirar a Trey con odio todas las veces que se arrimaba demasiado a mi hermana.
               Bueno, vale, todavía lo miraba unas cuantas.
               Está bien, bastantes.
               ¡Vale, vale, casi todas! Nueve…
               … y medio…
               … tirando a nueve con ocho…
               … sobre diez. ¿De acuerdo?
               -Deja de hacer eso-me pidió Sabrae, y yo volví la vita hacia ella.
               -¿Que deje de hacer qué?
               -Eso que estás haciendo.
               -¿Comportarme como el típico protagonista masculino de una novela romántica que va de sinvergüenza pero que en el fondo es un cacho de pan romántico a más no poder, enamoradísimo de su novia, y que va a provocar que todas las lectoras de su novela acaben solteras porque no van a bajar sus estándares para conformarse con los pringados misóginos con los que se relacionan? No puedo-me excusé-, lo tengo en mi código genético.
               Sabrae sonrió, frotando su cara contra mi costado como una gatita cariñosa.
               -Deja de mirar a Trey como si quisieras asesinarlo.
               -“Asesinarlo” es una palabra muy fuerte.
               -Acertada-puntualizó ella-, pero fuerte-me dio un apretón en la mano que tenía entrelazada con la suya-. Llevamos más de dos horas con ellos y tú no has dejado de juzgarlo, cuando yo creo que es muy bueno con Mimi. De hecho, me recuerda un poco a ti.
               -¿En qué? ¿En el pelo castaño? ¿En el metro ochenta y siete de estatura? ¿En los veinticuatro cen…?
               -Cada vez que hablas de lo que te mide le añades un centímetro; ¿eres consciente de que llegará un punto en el que te llegará a los cuarenta y siete?
               -De todas las cifras que me sueltas, ¿y vas y me dices esa? Dime que Shasha no te ha enseñado la novela de K-pop que me enseñó a mí un día, porque aquello fue en mayo y todavía estoy traumatizado-Sabrae me dio un pellizco cariñoso en el costado y me reí-. Ahora en serio, ¿tú te has visto, bombón? Deberías sentirte orgullosa de todo lo que me crece cuando estoy contigo. Me vas a hacer alcanzar un nuevo récord Guinness-ronroneé, besándole el hombro y mordisqueándole el cuello, pero ella se mantuvo estoica.
               -No vas a ser capaz de distraerme.
               Mierda.
               -¿Que no? Dame tres minutos contigo en el baño y ya veremos si sigues centrada en cumplir tu misión, preciosa.
               -Vas a ponerlo nervioso y vas a alejarlo de Mimi, y le terminarás chafando el cumpleaños-sentenció, ceñuda, y yo me reñí con un gruñido por la nariz.
               -Si yo soy capaz de espantarlo de Mimi, es que para empezar no se merecía estar con ella.
               -Creo que subestimas lo amenazante que puedes resultar si te lo propones, Alec.
               -¿A ti te he resultado amenazante alguna vez?
               -No, pero porque yo te resulto más amenazante a ti.
               -¡Esta que es buena! A ver, Doña Levanto Dos Palmos del Suelo, ¿qué tienes tú para resultarme amenazante?
               -Si me cierro de piernas se te acaba el chollo-comentó como si nada, engarzando su brazo en el mío y encogiéndose de hombros como una marquesa que habla de la dote a la que va a renunciar el Príncipe de Gales para poder casarse con ella.
               -Ah, sí, cómo olvidarme de mi chuchería preferida: tu clítoris-solté, y una pareja de ancianos que habían estado hablando en un idioma extranjero frente a una estatua junto a la que estábamos pasando se giraron y nos miraron escandalizados. Yo les dediqué una sonrisa radiante mientras Sabrae se reía por lo bajo.
                -Quiero que pares de avasallar a Trey.
               -Y yo que adoptes mi apellido cuando nos casemos, pero eres terca como una mula, así que me voy a tener que joder.
               -Depende de cómo te portes hoy, puede que hasta me lo piense.
               Me detuve en seco y ella me miró con una media sonrisa, una ceja alzada.
               -Ahora mismo voy a darle dinero para que le compre más flores a mi hermana.
               Sabrae se rió de nuevo y  tiró suavemente de mí para que continuáramos caminando; llegamos a una de las salas mayores, en las que el museo tenía en exhibición las estatuas más imponentes. El lugar estaba más concurrido de lo habitual, seguramente por la calefacción y el techo firme que ofrecía frente a las inclemencias del otoño londinense.
               -Desde lo de esa chica ha cambiado tu actitud hacia él-observó-. ¿Por qué?
               Puse los ojos en blanco y la pegué un poco más a mí cuando vi un grupo de turistas asiáticos armados con cámaras réflex; no había criatura más peligrosa en todo el planeta que un turista asiático armado con una cámara réflex. Salvo, supongo, yo defendiendo a quienes me importan.
               -¿Tenemos que hablar de eso ahora?-pregunté, porque soy tonto. Como si no la conociera de sobra.
               -Sí-sentenció, tajante, y yo apreté la mandíbula y me pasé la lengua por las muelas.
               -¿No puede ser más tarde? Está todo demasiado reciente y no quiero que te disgustes-no era mentira, realmente, aunque sí bastante paternalista, precisamente lo que ella más detestaba y lo que la había metido en este problema con su familia. Le gustaba que la protegiera y sentirse a gusto a mi lado sabiendo que había muy pocas cosas que pudieran hacerle daño cuando estábamos juntos, pero tenía que compatibilizar mi propio instinto de protección con su independencia.
               No me había resultado especialmente fácil en otras ocasiones, pero hoy era todavía peor: porque lo había vivido en primera plana, porque acababa de suceder, porque acababa de volver de Etiopía y porque ella llevaba unos meses horribles en los que yo no había logrado hacer demasiado para enmendar la situación. Mi ausencia había sido tanto un regalo como un castigo, y tenía que apechugar con lo que había pasado.
               Era muy difícil apechugar cuando las consecuencias las pagaba ella.
               Sabrae se separó un poco de mí y me miró con una determinación que me habría gustado que hubiera exhibido con la chica de antes, pero juzgarla por sus reacciones y por tratar de evitarse todavía más dolor no era para lo que me había pedido que me quedara ni para lo que yo iba a cumplir sus deseos. Éramos un equipo, y los equipos no se juzgan entre sí. Tal vez discutan diversas estrategias, pero, ¿juzgarse? Nunca.
               -No soy una muñeca de porcelana que tengas que proteger a toda costa, Alec-dijo, férrea, y nunca se había parecido tanto a la Sabrae que había sido antes de que yo me marchara como en ese mismo momento. Nunca había estado tan cerca de tener de nuevo frente a mí a aquella valiente Sabrae que no había dudado en ponerse entre mis demonios y yo aun cuando yo llevaba años y años luchando con ellos y fracasando estrepitosamente-. Soy una persona y tengo derecho a cometer errores, y tú debes permitírmelo incluso aunque sepas que van a hacerme daño, porque aprenderé de mis cicatrices exactamente igual que lo has hecho tú de las tuyas.
               Un grupo de chicas con jerséis a juego, medias negras y botas de plataforma pasó a nuestro lado, y por la forma en que nos miraron supe que nos habían reconocido y que decidieron que no era buen momento para interrumpir lo que fuera que estuviera pasando entre nosotros. Mejor, porque a mí se me había acabado la paciencia.
               El semblante de mi chica se suavizó, como si se hubiera dado cuenta de que era conmigo con quien estaba hablando, en lugar de con sus padres o sus hermanos. Esbozó una sonrisa invertida y me dio un suave apretón en la mano, dando un paso de nuevo hacia mí, de manera que su pecho estuvo a centímetros del mío. Si los dos tomábamos aire a la vez incluso se tocarían.
               E inhalamos a la vez un par de veces antes de que yo finalmente accediera a entrar en ese terreno, a pesar de que sabía que podía chafarnos la tarde.
               -No me ha gustado que sugiriera que nos teníamos que ir de aquí como si tú hubieras hecho algo mal.
               -Eso no es lo que ha pasado y tú lo sabes, Al.
               -¿A qué ha venido lo de que nos vayamos al área en la que tienen cosas de Etiopía como si lo del voluntariado fuera una especie de excursión, entonces?
                -Porque para él lo es. Él sólo está dando una vuelta con la chica que te gusta, y está dejando que su hermano y la novia de éste les sigan desde la distancia a pesar de que se muere de ganas por quedarse a solas con ella. Ha sido amable ofreciéndose a cambiar de sitio a pesar de que aquí lo están pasando bien.
               -Si tú lo dices…-respondí, poniendo los ojos en blanco y girando la cabeza para mirar al rincón en el que Mimi y Trey continuaban mirando las esculturas. Como si hubiera notado mis ojos sobre ella, mi hermana se volvió, y al poco él también estaba girándose. La orbitaba igual que un satélite a su planeta, con la diferencia de que ahora era más cobarde que antes y mantenía las distancias conmigo.
               -Sí-respondió Sabrae, tomándome de la mandíbula y obligándome a mirarla de nuevo-, yo lo digo. Es un buen chico con Mimi y también lo ha sido conmigo.
               -¡Vamos! Si se notaba a leguas que no le apetecía una mierda irse de aquí. Le das igual-acusé, y Sabrae frunció los labios.
               -¿Y qué si es así? Yo ya tengo un novio que se preocupa por mí; no necesito otro-dijo, dando un paso más hasta que estuvo totalmente contra mi pecho, y me puso una mano justo sobre la cicatriz más grande-. No puedes enfadarte con él y decidir que lo detestas porque no me priorice sobre absolutamente todo como haces tú, Al, porque tú estás enamorado de mí y Trey no lo está.
               -Ha sido un egoísta.
               -Ha sido un chico en una cita con la chica que le gusta y viéndola interrumpida por la novia del hermano de ésta. Ha sido amable-insistió.
               -¿Y a qué ha venido lo de Etiopía, entonces?-pregunté, y ella hizo una mueca.
               -Puede que también haya sido un poco torpe si te ha molestado, pero… no creo que sea para crucificarlo. Ha buscado algo que pensó que podría gustarnos por nuestra vinculación con el país.
               -Ah, déjame adivinar,  ¿también piensa que tú le debes algo a Etiopía porque creemos que procedes de allí?-pregunté, y me arrepentí nada más hacerlo. No era mi intención, ni mucho menos, recordarle a Sabrae que estaba hablando de su adopción en casa y tratándolo como un tema dolorosísimo en su familia (cuando a mí me parecía totalmente natural, habiendo sido yo mismo adoptado por Dylan), pero en algún punto entre mi pecho y mi lengua, el mensaje se había retorcido y se había convertido en algo afilado para Saab, cuya expresión mudó completamente.
               Detesté el dolor que le infligí en cuanto vi cómo afloraba en la superficie de su mirada, cómo la encendió con el brillo nacarado de unos ojos acuosos y cómo hizo que su cuerpo se volviera un poco más pesado cuando perdió durante medio segundo su punto de gravedad.
               -Lo siento. Lo siento, lo siento. No pretendía que sonara así-me disculpé, tomándola por los codos y pegándola a mí, sacándola de la marea de gente y llevándola hasta un rinconcito apartado en una esquina de la estancia, en la que lo más interesante era la silla de uno de los vigilantes del museo. Sabrae sorbió por la nariz y negó con la cabeza.
               -No pasa nada.
               -No quiero que sientas que lo estás haciendo mal hablando de tu adopción con quien a ti te dé la gana, ¿vale, Saab? Porque yo lo apoyo muchísimo. Dios, sabes que ni siquiera me parecía del todo bien que no pudieras mencionarlo en casa, incluso cuando estaba encantado de que conmigo sí lo hablaras porque significaba que confiabas en mí.
               -Lo sé. Y lo siento. Estoy… muy sensible últimamente-suspiró, llevándose un dedo a la comisura del ojo y recogiendo una lágrima con la yema. La miró un instante y luego sacudió la mano, arrojándola al suelo como si no fuera algo precioso por proceder de ella, y repugnante por su naturaleza.
               -Tienes mucho encima y yo no te estoy ayudando una mierda.
               -Haces más de lo que crees. Muchísimo más-murmuró mientras se apoyaba en la pared y tiraba suavemente de mi jersey para llevarme con ella. Inhaló profundamente y luego suspiró por la nariz.
               -Lo siento-repetí, sintiendo su respiración descender por mi pecho.
               -No tienes por qué disculparte, mi amor, de verdad. Tú estás siendo tan bueno conmigo que…-sacudió la cabeza y sonrió despacio-, supongo que no estoy acostumbrada a que todo sea así de fácil y me dejo llevar por lo que me apetece hacer en lugar de lo que se espera de mí.
               -Ya sabes que yo no espero nada de ti-respondí, apoyando una mano en la pared junto a su cabeza y acercándome hasta apoyar mi frente en la suya-. Nada. Todo lo que tú hagas estará bien para mí.
               -¿Todo?-inquirió, abriendo los ojos y mirándome con una montañita en su ceño, y yo me reí.
               -Bueno, casi todo-ronroneé, acariciándole la parte baja del jersey y metiendo los dedos por el hueco que había entre éste y su falda, y tocando el cuero que se adhería tan bien a su piel. Tan como a mí me gustaría estar adherido ahora mismo-. ¿Puedo hacerte una pregunta?
               Sabrae pegó la cabeza a la pared y asintió con una pequeña bajada de su mandíbula, los ojos fijos en los míos. Seguí las líneas de los músculos de su cuello con los dedos para terminar apoyando la mano sobre su mandíbula.
                -Cuéntame.
               -¿Por qué…?-carraspeé-. ¿Por qué le has dicho a esa tía que estaba de voluntariado? No tienes que justificar mi ausencia ante nadie. No les perteneces a esa gente-dije, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la sala, en la que los visitantes continuaban con sus paseos perezosos y sus paradas para fotografiar sus obras de arte preferidas.
               Sabrae se relamió los labios y se encogió de hombros.
               -Odiaba que existiera la posibilidad de que pensara que te habías desentendido de mí.
               -¿Qué más da lo que piensen los demás?
               -A mí me importa lo que piensen de ti.
               -A mí no.
               -Ya, pero a mí sí, Al. A mí sí. Y sé que es algo en lo que debería trabajar y que me hace esclava de ellos porque no dejo de estar a su merced si vivo tratando de demostrarles que deben tener una buena opinión de ti, pero… creo que lo que estás haciendo es bueno, y que, después de todo lo que has sacrificado y de lo mucho que has sufrido lejos de casa, no te mereces que te juzguen por algo de lo que yo me siento muy orgullosa. Te parecerá una chorrada…
               -A mí nunca me parece una chorrada nada que te preocupe, Saab-respondí, acariciándole el mentón y colocándole un mechón de pelo tras la oreja. Seguí la línea de sus labios con el pulgar y dejé mi huella dactilar sobre su mandíbula cuando volví a su mentón.
               -… pero es que llevo dos meses y medio escuchando cómo a mi novio, la persona a la que más quiero y que más me importa, lo destrozan para justificar mis errores. Y sé que debería importarme una mierda y que no tiene más relevancia que la que yo quiera darle la opinión de una tía que ni siquiera sé cómo se llama, pero… ya no puedo más, Alec. Con mis padres la gota ha colmado el vaso, y te defenderé a muerte de quien sea, incluso de las personas más irrelevantes. Sé que es un gasto de energía inútil y que estaría mejor dedicando mi tiempo y mi atención a disfrutarte, pero es que no soporto que alguien intente darte papeletas para que te toque ser el Villano del Año. Y aguantar cómo todo Internet decía que habíamos roto porque a mí no me apetecía subir nada estando todo como estaba en casa, pues… ha sido una jodida pesadilla de la que estoy ansiosa por despertarme, así que lo siento de corazón si te parece que estoy siendo una cría defendiéndote, pero no puedo parar; literalmente no me sale hacer otra cosa más que…
               A mí tampoco me salía hacer otra cosa cuando lo que quería era defenderla y cuidarla, porque yo no entendía el amor como algo separado o distinto de la disposición a morir por el honor de otra persona.
               Así que por eso la besé: porque no aguantaba más escuchar cómo se destrozaba a sí misma, juzgándose desde el mismo pedestal al que se habían subido sus padres.
               Sabrae tomó aire sonoramente, sorprendida por mi impulso, pero enseguida se entregó a ese beso, dispuesta a recogerlo exactamente donde lo habíamos dejado. Abrió la boca y me dejó entrar, y me acarició la mejilla con la yema de los dedos mientras inclinaba a un lado la cabeza para poder saborearme mejor.
               -Joder, te quiero un montón-gruñí contra su boca cuando nos separamos, mucho antes de lo que nos gustaría a ambos. Sabrae sonrió, feliz, joven y libre, y de no haber escuchado el carraspeo de mi hermana a mi espalda, juro que me habría puesto de rodillas frente a ella allí mismo.
               -¿Habéis terminado?-preguntó Mimi con los brazos en jarras, y yo hice de limpiarme el gloss de Sabrae de los labios todo un espectáculo.
               -A muchos les encantaría, pero no-sentencié, y Sabrae se rió por lo bajo y entrelazó sus dedos con los míos-. ¿Por? ¿Ya os habéis cansado de esta ala?
               -Hemos pensado que estaría guay salir a los jardines un momento antes de irnos. ¿Os parece bien?
               -Fuera hace como dos grados bajo cero, Mimi-se quejó Sabrae, y mi hermana hizo un mohín.
               -Me parece la excusa perfecta para pasar por la cafetería y pedirnos unos chocolates.
               -¡Si no tienes manos libres!
               -¿Tengo que recordarte que es mi cumpleaños y, por lo tanto, tenéis que hacer todo lo que yo diga?-inquirió, enganchando a Sabrae del brazo que tenía libre y tirando de ella para separarla de la pared. Por lo que fuera, Sabrae decidió que ése era un buen momento para soltarme a mí, lo cual no me hizo ninguna gracia. Trey las estaba mirando a ambas, bastante decidido a no cruzar la vista conmigo, pero yo no se lo iba a poner fácil. Me dediqué a fulminarlo con la mirada mientras cruzábamos los pasillos en dirección al vestíbulo, pero bajando las escaleras, al pasar junto a una ventana, vimos algo que nos hizo cambiar los planes.
               -¡ESTÁ NEVANDO!-bramó Mimi con todo el entusiasmo del mundo, asomando la cabeza por entre las cámaras de fotos y los móviles que pretendían inmortalizar el momento. Por descontado, aunque hiciera frío fuera, no era el suficiente para que la nieve cuajara o formara un buen manto que hiciera a la ciudad todavía más bonita, sino que era más bien un goteo perezoso a cámara lenta. Aun así, era bastante para que estuviera descartado el paseo por el jardín.
               -¿Qué hacemos? Porque ahora me apetece el chocolate-Sabrae hizo un puchero, y yo le rodeé los hombros y le di un beso en la cabeza.
               -Podemos ir a la cafetería de todos modos. Venga, os invito al chocolate-me ofrecí.
               -¿Has traído dinero?
               -¿Tengo cara de cajero automático, Mary Elizabeth? Creía que mamá te había dado algo.
               -Y a ti también, no tengas morro.
               Pusimos rumbo a la cafetería, que estaba llena hasta las topes, pero tuvimos la buena suerte de que, justo cuando entrábamos, un grupo de jubilados estaba recogiendo sus cosas para marcharse. Nos abrimos paso entre los cuerpos apelotonados en la cola y decidimos que Mimi y Sabrae nos esperarían cuidando de la mesa; Sabrae, porque era mi princesa consentida, y Mary Elizabeth, porque era una dictadora que quería tener su momento de intimidad con Sabrae para intercambiar opiniones sobre su novio, estoy seguro.
               -¿Qué os traemos?-preguntó Trey, mirando por encima de las cabezas el menú con los distintos aperitivos y bebidas del local.
               -A mí un chocolate espeso, sin azúcar y sin nata, por favor. Saab, ¿compartimos un rollo de pistacho?
               -Hay dos cosas que Sabrae no comparte, Mary Elizabeth: mi polla, y los postres.
               -Compartí tu polla con medio Londres y no me salió tan mal la jugada-respondió, apoyando la mandíbula sobre la mano del brazo cuyo codo tenía apoyado sobre la mesa, sacándome la lengua mordiéndosela mientras me sonreía como una estrella de cine y, guiñándome un ojo como una supermodelo-. El rollo de pistacho suena bien, Mím.
               -Maaaaaaaaarchando-tamborileé con las manos sobre la mesa y me giré para ir tras Trey.
               -¿No vas a preguntarme qué quiero yo?
               -Oh, sé de sobra lo que quieres: a un inglés con ascendencia griega y rusa que tiene tres idiomas maternos, un aprobado raspado en Bachiller, cantidad de medallas de boxeo y una lengua que te vuelve loca, tanto por lo que dice como por lo que hace.
               -¡Alec!-rió Sabrae.
               -Ya sé que el cóctel se llama así, bombón, pero tengo que especificárselo a las camareras porque no conocen nuestra jerga.
               -Chocolate con…
               -… avellana, sin azúcar, una espiral de nata y un chorrito de leche condensada. Lo sé, Sabrae. He estado en Etiopía, no en una clínica de inducción a la amnesia.
               -Ése es mi chico-ronroneó Sabrae, satisfecha, acariciándose el cuello y sonriéndome con orgullo.
               Uf. Entendía a la perfección por qué las volvía locas que las llamáramos así.
               -Sé bueno con Trey-me pidió Mimi, estirando la mano para coger la mía, y yo alcé una ceja.
               -Pero si yo siempre soy bueno con todo el mundo-respondí, llevándome una mano al pecho mientras el chaval continuaba en dirección a la cola, abriéndose paso con una gracilidad envidiable. Apenas tocaba a nadie mientras caminaba, lo cual era de admirar teniendo en cuenta la cantidad de gente que había en la cafetería, la verdad.
               No es que fuera a hacerle más piropos en toda la tarde, pero me parecía curioso lo distintos que éramos, cómo él se escabullía hasta por el más mínimo hueco y yo me abría paso a codazos si hacía falta.
               -Va en serio, Alec. Él me gusta de verdad, y no haces más que asustarlo con esa actitud tuya-espetó, pasándose una mano por el pelo y colocándose un mechón detrás de la oreja con una chulería infinita. A veces se me olvidaba que compartíamos la misma sangre, pero cuando Mimi decidía sacar a la chunga que llevaba dentro la realidad me daba una hostia en toda la cara, recordándome que nos parecíamos más de lo que éramos conscientes.
               Y a mí me causaba un orgullo infinito que ella se pareciera a mí, o que yo me pareciera a ella.
               -Quiero que las cosas con él funcionen-puntualizó, arqueando una ceja-, y no me lo vas a chafar.
               -Si las cosas tienen que funcionar, lo harán con independencia de los actos de los demás. O si no míranos a Sabrae y a mí: estuvo catorce años resistiéndose a mis encantos.
               -O tú fuiste un gilipollas durante catorce años-replicó mi chica, sonriendo mientras jugueteaba con un rizo entrelazado en dos dedos, enroscándolo sobre ellos y luego liberándolo.
               -Supongo que en toda historia hay dos versiones: la verdadera, y la inventada.
               -¿Y cuál se supone que es la nuestra?
               -Es mi cumpleaños-Mimi decidió jugar su as, aquel contra el que yo no tenía nada que hacer. Puse los ojos en blanco.
               -Ya, pero también es la primera vez que me presentas a un chico que te gusta. Soy tu hermano mayor, así que tengo que ponerme protector contigo.
               -¿“Tienes”?-se burló Sabrae.
               -Sí, tengo. Lo creas o no, en lo más profundo de mi interior no dejo de ser un animal, Sabrae.
               -En lo más profundo de un charco, querrás decir-se rió Sabrae, observándose las puntas del mechón de pelo con el que estaba jugueteando y sonriendo al verlo como si tuviera escrito el chiste verde más gracioso del mundo.
               -Además-continué, mirando de nuevo a mi hermana como si no hubiera escuchado lo que decía la chulita de mi novia (la cual se lo estaba pasando en bomba)-, para colmo, tú eres tímida, Mary Elizabeth. Eso hace que todavía tenga que esforzarme más en cuidar de que no se te acerque ningún mamarracho impresentable y faltón que sólo quiera aprovecharse de ti.
               -Te agradezco tu preocupación, Alec, pero sé cuidarme solita.
               -¿Segura?-pregunté, arqueando las cejas e impregnando mi voz del mayor tono de incredulidad jamás escuchado en este país.
               -Mm, ahí tengo que darle la razón a tu hermano, Mimi: no te vendría mal que te echaran una mano.
               -Tampoco lo estoy haciendo tan mal-protestó Mimi, pero luego se sonrojó-. ¿O sí?
               -Has venido sin condones-respondió Sabrae, y Mimi se puso roja como un tomate.
               -¡Eso es porque no va a pasar nada!
               -No, has venido sin condones porque eres más inocente que un canto gregoriano-solté-, y porque realmente no sabes cómo somos los hombres.
               -Soy hermana del Fuckboy Original, ¿recuerdas? Creo que tengo un poco de noción de cómo sois los hombres.
               -Eres hermana del Fuckboy Original, ¿y no llevas preservativos encima cuando quedas con un chico?
               -Es que yo no soy una obsesa del sexo como lo eres tú-se quejó Mimi-. Además, tú has salido de casa muchas veces con menos preservativos que relaciones sexuales has tenido.
               -Ay, amiga, eso es porque tengo la mejor cara del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte-contesté, apoyándome en la mesa alta y guiñándole un ojo a mi hermana, esbozando mi mejor Sonrisa de Fuckboy® que, sorprendentemente, no tenía absolutamente ningún efecto en ella. Es curioso. Era como si fuera totalmente inmune a mis encantos, más incluso que mi madre. ¿Sería como algunas familias de víboras que no se envenenaban ni aunque se mordieran la lengua?-. Todas las de tu sexo parecen accionistas de Durex hasta que yo entro en escena; te sorprendería la cantidad de chicas que han insistido en que toman la píldora y que no les preocupa mi promiscuidad.
               -¿Muchas?-preguntó Sabrae, con una chispa de preocupación, y la miré.
               -Sí, pero tranquila, bombón; ya sabes que estoy limpio.
               -Sí, pero me preocupa que te la hayas estado jugando mucho tiempo. Podría haberte salido muy mal.
               -Siempre he sido de los que caen de pie; mira con el pibonazo con el que he acabado-ronroneé, y Sabrae sonrió, muy a su pesar.
               -Ugh, dejad de tiraros los tejos delante de mí. Y tú-me señaló con un dedo acusador, que apartó cuando yo hice amago de mordérselo-, para lo que sea lo que estés intentando con Trey.
               -Sólo quiero ver si está dispuesto a dejarte.
               -¡Lo estará si no dejas de avasallarlo! Me da la sensación de que no entiendes lo intimidante que puedes resultar, Alec.
               -Créeme, ya lo hemos hablado, y es incapaz de pillarlo.
               -Lo entiendo de sobra-contesté, incorporándome y quitándome una povisa del jersey con gesto distraído-, después de todo, he mandado a más tíos al hospital de los que tú vas a follarte en toda tu vida con lo mojigata que eres, Mary Elizabeth. Simplemente estoy poniendo todo lo que he aprendido como boxeador para que no le hagan daño a mi hermanita.
               -¿Y no crees que a tu hermanita le hará daño que el chico que le gusta se aleje de ella si te coge miedo?
               -El puto Zayn Malik y la puñetera Sherezade Malik me quieren con una orden de alejamiento de mínimo diez kilómetros de su hija, y si te piensas que me van a sacar de su habitación de cualquier otro modo que no sea con los pies por delante es que no me conoces una mierda, Mary Elizabeth. Y es eso exactamente lo que quiero que tú tengas. Créeme, yo soy un osito de peluche al lado de a lo que me estoy enfrentando, así que Trey puede dar gracias de tener que lidiar solamente conmigo.
               -Es que esto no es una competición-sentenció Mimi,  tozuda-. Y no puedes ser quien decida a quién quiero y a quién no, o con quién estoy y con quién no. Alec, mira, lo entiendo de veras: entiendo que me quieres, y entiendo también que una parte de ti lo hace más bien por tu ego de machito que quiere que las hembras de su alrededor vivan una vida casta y pura sin corromperse por el sexo, pero esto no funciona así, ¿vale? Trey me gusta. Con eso debería bastarte.
               Bufé y miré a Sabrae.
               -¿Le has estado leyendo a Simone de Beauvoir en mi ausencia?
               -Mimi ya tenía unas nociones de feminismo básico, y hasta Duna te diría esto si se lo preguntaras. Bueno… Duna, justo, no; pero eso es más bien porque piensa que no te has equivocado en toda tu vida.
               -Pues es evidente que nos equivocamos ambos, porque escogí a la hermana que no debía-contesté, pero Mimi me clavó las uñas en el antebrazo y me miró con la misma determinación con la que se miraba en el espejo del salón de baile de casa antes de ponerse a dar más vueltas que una peonza y más rápido que una lavadora centrifugando.
               -Haz el favor de parar, Alec. Esto no es un juego para mí.
               -Tu corazón tampoco es un juego para mí, Mary.
               -De eso se trata, Al: de que es mío. Es mío para decidir quién me lo rompe. Y creo que quiero que sea Trey.
               Tomé aire sonoramente y miré a Sabrae, que me dedicó una sonrisa en la que no me mostró los dientes.
               -Aunque tiene la esperanza de que le rompa antes otras cosas-soltó, y Mimi se volvió hacia ella con cara de espanto.
               -¡TÍA! ¿Cómo eres tan bruta?
               -Bueno-suspiré-, al menos es bailarín. Se supone que lo hará bien.
               -Ah, no. Ni de broma. No. No voy a debatir las dotes de Trey como amante con vosotros dos.
               -¿Es que hay algo que debatir?-sonrió Sabrae con malevolencia, inclinándose hacia mi hermana igual que un buitre. Mimi se sonrojó todavía más.
               -No.
               -… de momento-puntualizó Sabrae, satisfecha consigo misma, y luego me hizo un gesto con la mano-. Ve con él, anda, antes de que le toque pedir y le dé un aneurisma porque se ha dado cuenta de que no sabe qué quieres tomar tú.
               -No sin antes prometerme…-empezó Mimi, y yo puse los ojos en blanco.
               -Que sí, pesada. Voy a dejar de aterrorizar a tu novio. Pero, antes, déjame que le interrogue un poco para saber si se merece siquiera que le des la oportunidad de que te rompa el corazón.
               -Ni en sueños. Para empezar, él no es mi novio, y si crees que…
               -Déjalo, Mimi; sabes que es terco como una mula y que cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no hay manera de sacárselo de la cabeza, así que toma…-dijo Sabrae, poniendo su bolso sobre la mesa, abriéndolo y sacando una especie de cadena gorda y elaborada de su interior, que le tendió a Mimi-. Lo mejor que puedes hacer es rezar para que Trey aguante esta tarde.
               -¿¡Qué coño haces tú con un rosario en el bolso si eres musulmana, Sabrae!?-salté, estupefacto. No podía creerme que se hubiera paseado por medio Londres con un puñetero Cristo en miniatura junto al móvil y las llaves. Me había follado a novicias a punto de tomar los hábitos definitivamente en sus respectivos conventos que no habían llegado a tanto.
               -Me lo ha dado Eleanor por si me confesaba que ya había perdido la virginidad; se suponía que tenía que flagelarla con él mientras la insultaba.
               -Estáis fatal de la cabeza-dijo Mimi, dejando el rosario encima de la mesa.
               -¿Y sabes qué tienen en común? Exactamente: a Scott. El tío es más tóxico que Chernobyl.
               -Una vez más me asombra lo mucho que mi hermano vive en tu cabeza sin pagar el alquiler.
               -Él está igual de obsesionado conmigo, créeme; la diferencia es que dice tantas gilipolleces que tú ya has dejado de escucharme, pero me menciona mínimo cada dos frases.
               -Si yo fuera Eleanor, me preocuparía.
               -Pero como eres tú, sabes que yo no voy a renunciar a ese espectacular par de tetas que tienes por el fantasma de tu hermano.
               -Siempre podría operarse.
               -Fijo que incluso así sería incapaz de superar a Eleanor en ventas.
               Mimi suspiró y negó con la cabeza. Me dio un manotazo en el brazo y me dijo que me largara a ayudar a Trey, que estaba a la mitad de una cola que avanzaba tan lentamente que habría perdido hasta una carrera de caracoles.
               Lo pesqué mirando el móvil, y dio un respingo cuando me puse al lado de él.
               -¿Qué?-pregunté-. ¿Poniéndonos al día con los emails?-inquirí. No le había prometido a Mimi que lo dejaría tranquilo, técnicamente, así que podía avasallarlo si me apetecía, pero la verdad era que había calado en mí lo de que su vida era de ella y de nadie más para elegir quién le hacía daño y no. Y si le había elegido a él, tendría que aguantarme.
               No obstante, tampoco estaba de más sacarle un poco de información, sólo por si acaso. Seguro que le había contado un montón de trolas para que una chica como ella se fijara en alguien como él, que iba de flor en flor según me había dicho Mimi en otras ocasiones. El truquito de las flores y los bombones estaba muy bien, pero a mí no me la daba.
               No me sorprendería encontrármelo mirando alguna página de Instagram en la que se filtrara el contenido de Only Fans de las chavalas con el contenido más subido de tono, y quería estar alerta para cuando Mimi se enterara y partirle la cara. Por descontado, no podía evitarle a mi hermana el que se diera la hostia.
               Pero sí podía ir calentando para darle muchas más yo.
               -¿Eh? Eh… no, no. Estaba…-carraspeó-, estaba mirando el pronóstico del tiempo para ver si va a ir a más la nevada.
               -¿Planeando una batalla de bolas de nieve?
               -Había pensado que luego podíamos ir a los iglús de Russell Square-explicó, guardándose el móvil en el bolsillo del pantalón con una mano temblorosa, sacándola, y luego metiéndosela de nuevo. Intenté que no se me notara que se me habían encendido todas las alarmas porque…
               … vale, me encanta eso de que las tías estén liberadas, que mis amigas practiquen sexo seguro y que disfruten de su cuerpo, solas o acompañadas.
               Resulta que el que lo haga mi hermana, sin embargo… pues como que no me molaba tanto.
               Definitivamente era mi niñita, e imaginármela en esa situación… uf. Me daba escalofríos.
               Que sé que es hipócrita por mi parte porque yo me follaba con asiduidad a la hermana pequeña de uno de mis mejores amigos, pero… es que no es lo mismo. Sabrae es la hermana pequeña de Scott, pero Mimi es mi hermana pequeña. Además, no podrían ser más distintas aunque ahora fueran amigas. Mimi siempre había tenido un aura de inocencia de la que Sabrae se había desprendido rápidamente la noche en que nos acostamos por primera vez, y ahora allí estaba: comiendo de la palma de su mano y disfrutando de las vistas que había desde allí.
               -Mimi lleva tiempo con ganas de ir-explicó, y en su tez de color café se intuyó un sonrojo, como si se hubiera dado cuenta de que yo me había dado cuenta de lo que pensaba hacer en los iglús.
               Decidí hacerme el tonto. Evidentemente, no iba a ser nada creíble, pero, ¿qué iba a hacer este tío? Si lo tenía panza arriba, mostrándome el vientre con sumisión. Al menos sabía cuál de los dos mandaba (pista: no era él).
                -Ah, ¿los cuatro?-pregunté, dando un paso mientras avanzaba la cola. Trey se relamió los labios y tragó saliva.
               -Sí. Algo así. Quizá, con un poco de suerte, haya iglús contiguos…
               No pude evitar sonreír. Si por él fuera, Sabrae y yo nos iríamos a unos iglús en Escocia.
               -Vamos, que quieres quedarte a solas con ella en el iglú, ¿eh?
               -Bueno, pues…-tartamudeó, carraspeó, y volvió a tartamudear-. La… la verdad que… que estaría bien. Quiero decir… estaríamos bastante apretados, porque… bueno, tú eres muy alto, y…
               -Ajá. Uno ochenta y siete, para ser exactos-que se entere este tío.
               -¿De-de verdad? Vaya. Habría jurado que… que pasas del metro noventa.
               -Es por los músculos-expliqué, encogiéndome de hombros y abriendo las palmas de las manos, haciendo un poco de fuerza para que se me contrajeran los bíceps y se me marcaran todavía más los músculos de los brazos-. Hago mucho ejercicio de fuerza. ¿Te ha contado Mary Elizabeth que yo era boxeador?
               Asintió con la cabeza, mirándome desde abajo con gesto de sumisión. Qué divertido era esto.
               -Me ha dicho que… que ganaste un montón de campeonatos.
               Asentí con la cabeza con gesto distraído, porque no había nada como presumir de tu currículum en un deporte de contacto que restarle importancia a tus éxitos.
               -Sí, pero perdí la final del último. Me descalificaron. Supuestamente le di una patada en los huevos a mi contrincante-puse los ojos en blanco y negué con la cabeza-. Uno ya no puede ni tener calambres.
               -Ah-jadeó Trey, que se había puesto un poco pálido y todo.
               -¿Tú haces algún deporte, Trey? Aparte de la danza, quiero decir. Sé que es un deporte muy exigente, también, aunque por razones completamente distintas al boxeo.
               -No-suspiró-. Hacemos entrenamientos y demás, pero nada tan… tan en serio como tú.
               -Ya veo. Mary Elizabeth está bastante ocupada; supongo que es normal que no hagáis nada más que bailar.
               -Mimi tiene mucha disciplina. Será una gran bailarina.
               Sonreí.
               -Mira, en eso coincidimos. ¿Y tú?-inquirí, mirándome las uñas.
               -¿Yo qué?-jadeó. Podía sentir las miradas de Sabrae y Mimi clavadas en mí, pero no podían hacer nada, pobrecitas mías. Como se les ocurriera levantarse de la mesa, una jauría de hienas nos la quitaría, y si trataban de colarse para llegar a nosotros dos, se las comerían vivas.
               Tenía a Trey completamente a mi merced.
               -¿Tienes disciplina?
               Trey se relamió los labios y se pensó un par de segundos su respuesta.
               -Sí. Quiero decir… creo que sí. Aunque no tanta como tiene Mimi, creo.
               -¿Y te gusta eso de ella?
               -Claro. Sabe lo que quiere y trabaja duro para conseguirlo. No se achanta ante las adversidades ni se escuda en excusas.
               Bueno, al menos tenía una imagen bastante acertada de cómo era Mimi fuera de casa. Dentro se comportaba como una marquesa, pero en gran medida la culpa era de todos los demás, que se lo consentíamos todo. Pero al menos este chaval le hacía caso.
               -Y tú, ¿qué es lo que quieres?-pregunté, apoyándome en un pilar junto al cual se encontraba él. Trey tragó saliva, tratando de mirarme a los ojos en lugar de al brazo que tenía junto a su cabeza.
               -¿Del baile?
               -Podría decirse. ¿Cuáles son tus aspiraciones?
               -Me gustaría entrar en la Royal, igual que ella. ¿Te ha dicho que somos pareja?
               -Sí, algo he oído. Si no, no estarías aquí, ¿no?
               -Pues… bueno, no sé. Hemos estado quedando más y más a menudo, y… no siempre ha sido para ensayar.
               -Ah-sonreí-, ¿que habéis hecho otras cosas?
               -Sí. ¡Quiero decir, no! No, eh… eso no-tartamudeó-. Hemos hecho otras cosas, pero eso no.
               -De momento, ¿no?-sonreí, guiñándole el ojo, y él se puso más rojo aún.
               -Pues…
               -Terminará pasando, digo yo. Ya que salís tanto, y tal…
               -Ems… bueno, intento no pensar en ello.
               -¿De verdad? Vaya. Debes de ser el único tío en Inglaterra. Eso, o es que eres gay.
               -No soy gay-dijo rápidamente.
               -No hay nada de malo en ser gay.
               -Totalmente de acuerdo.
               -Uno de mis mejores amigos es gay-y lo estaba pasando bomba en la universidad, según me habían contado, pero las aventuras sexuales de Logan daban para un libro aparte-, y todos le queremos un montón.
               -Me alegro. Pero yo no lo soy.
               -¿Fijo? Porque, a ver, el porcentaje de gays en tu disciplina es bastante… significativo, al menos comparado con el de otras áreas.
               -Supongo que en eso también soy una excepción-murmuró, bajando la mirada, y luego, como si se diera cuenta de que se estaba sometiendo demasiado conmigo, la levantó-. Pero no soy gay. Me gustan las mujeres.
               -Las mujeres son la hostia. A mí me apasionan. Seguro que has oído algo sobre mi entusiasmo por las mujeres, ¿eh?
               -Mimi dice que quieres muchísimo a Sabrae.
               Era listo, tenía que reconocérselo. No podía cabrearme cuando sacaban a relucir mi amor por mi chica.
               -La verdad es que he tenido una suerte que no me la creo, sí-sonreí, pasándome una mano por el pelo y mirando en su dirección. Cruzarme con sus ojos lanzó una descarga eléctrica a través de mi cuerpo directamente a mi entrepierna.
               Pero ahora tenía cosas más importantes que hacer.
               -¿Cuáles son tus intenciones con mi hermana, Trey?
               -¿Perdón?
               -¿Qué quieres hacer con ella?-pregunté, y me miró como un besugo a un tiburón que sabe a ciencia cierta que se lo va a comer.
               -En plan, ¿ahora, o cómo?
               -Digamos a medio plazo. ¿Qué esperas conseguir de mi hermana? ¿Una amiga? ¿Una novia? ¿Un par de polvos? Sólo intento saber en qué punto estáis. He estado mucho tiempo fuera y le he perdido un poco la pista a la agenda social de mi hermana.
               -Mimi me gusta mucho-dijo. Premio.
               -O sea, que quieres follártela.
               -¡No!
               -¿No? ¿Por? ¿Crees que no es guapa?
               -Digo… sí. O sea… sí, Mimi es preciosa. Tiene un cuerpo increíble, y…-Trey se la quedó mirando en la distancia y le dedicó una sonrisa tímida y asustada que claramente quería decir “¡POR FAVOR, VEN A SALVARME!” en grandes letras rojas y llameantes.
               -Así que sí que te la quieres follar en algún momento.
               -Supongo que es una posibilidad. Si ella quiere.
               -Ya. ¿Y quieres tú?-pregunté, como si estuviera hablando del tiempo con un colega y estuviéramos eligiendo entre irnos a esquiar o pasear por el pueblo si al final caía una nevada. Cogí una bandeja y coloqué un mantelito de papel reciclado sobre ella.
               -Eh… pues sí. Sí que quiero, sí. Aunque no es una prioridad ahora mismo. Nos estamos conociendo.
               -Y os vais a conocer más en los iglús, ¿no? Déjame adivinar: le vas a poner música relajante, activarás una animación de estrellas fugaces o algo así, le dirás que se relaje y empezarás a quitarle la ropa. Le dirás que es preciosa cuando la tengas desnuda y le prometerás que serás cuidadoso y que no le vas a hacer daño si decide confiar en ti y separar las piernas. Y le dirás que le va a gustar mucho. ¿Me he dejado algo?
               -A decir verdad has descrito una situación bastante bonita.
               -Ya, salvo por el detalle de que serás tú el de la iniciativa y no ella. Y son ellas las que tienen que marcar el ritmo, ¿sabes? Si vas más rápido de lo que quieren, les haces daño; y si vas más despacio, no disfrutan. Y no quiero que le hagan daño a mi hermana, ni tampoco que no lo disfrute.
               -Captado-asintió Trey, levantando el pulgar y luego bajando la mano-. De todas formas, eh… no tienes que preocuparte por eso.
               -¿Ah, no?
               -Hoy dudo que pase nada. Quiero decir… ni siquiera estamos saliendo oficialmente.
               -Ah, bueno, entonces genial, ¿no? Puedes desfogarte por ahí mientras mi hermana ensaya-comenté como si nada, cogiendo un rollito de pistacho para las chicas y colocándolo sobre la bandeja.
               -No estoy viendo a nadie.
               -¿Porque no quieres o porque no se ha presentado la ocasión?
               -No me apetece. Me gusta Mimi y… no quiero cagarla con ella. Estamos un poco expectantes ambos. A ver qué pasa. Si sale bien, puede ser genial; pero si sale mal… puede salir de pena. Sería complicado seguir bailando juntos y hacerlo bien. Se perdería nuestra complicidad.
               -¿Y si sólo folláis?-cogí un par de tazas grandes, una mediana para mí, y una jarra de zumo para él.
               -Creo que ninguno de los dos quiere… follar nada más.
               -¿Habéis hablado de eso?
               -Un par de veces.
               -Mm.
               Vaya. No me imaginaba a Mimi cogiendo la suficiente confianza con alguien como para hablar de sexo con esa persona, con la excepción de Eleanor y Sabrae, por supuesto.
               -¿Y qué pasa si no entras en la Royal?
               -¿Cómo?
               -¿Tienes un Plan B?
               -La verdad es que no.
               -¿Y eso?
               -Creo que no es muy buena idea tener un Plan B cuando tu Plan A es algo muy complicado y exigente. Puede condicionarte para que no te esfuerces tanto y termines acomodándote-explicó, cogiendo unas servilletas, y yo me reí para mis adentros. Era exactamente lo que pensaba Mimi también.
               Recordé una vez en la que mamá le había preguntado qué haría si no conseguía superar las pruebas de la Royal y, por lo tanto, no accedía a esa educación que le abriría las puertas al mundo del baile profesional, y mi hermana, ni corta ni perezosa, hundiendo la cuchara en su yogur con avena y frutos rojos, había contestado:
               -Suicidarme.
                Asentí con la cabeza.
               -Así que, recapitulando: mi hermana y tú habéis estado quedando, os gustáis, puede que lleguéis a más, y los dos queréis lo mismo. De momento todo suena de lujo, ¿no te parece?-él asintió-. A mí me gusta lo que oigo. La cuestión es, Trey: ¿tienes pensado cagarla en algún punto?
               -¿Cagarla en qué sentido?
               -¿Te vas a interponer entre ella y sus sueños, o le vas a poner los cuernos, o le vas a dar sexo mediocre?
               -Pues… no, no, e intentaré que no sea así.
               -Vale. ¿Qué tal estás pasando la tarde, chaval?-pregunté, dándole una palmada en la espalda, y él tosió.
               -Bien. Bien, sí.
               -En una escala del uno al diez, ¿cómo la calificarías?
               -Esto… ¿nueve?
               -¿El punto que te falta es porque no te has metido en las bragas de mi hermana, o…?
               -Bueno, creo que todo se puede mejorar. O casi todo.
               -Ajá. Por curiosidad… ¿tú y yo estamos bien?
               -Por mi parte… ssssí-siseó, y me miró desde abajo-. ¿Por la tuya?
               -Por la mía, ya veremos. Pero me imagino que te has dado cuenta de lo que llevo haciendo toda la tarde, ¿no?
               -¿Hacer que me cague de miedo?-preguntó, y yo me reí y recité el pedido de las chicas antes de decir el mío y dejar que él cerrara con el suyo.
               -Supongo que no he sido muy sutil.
               -Supongo que para ti será complicado volver y ver que las cosas han cambiado tanto. Se nota que quieres a Mimi mucho, pero… Alec, te prometo que no voy a hacerle daño. O al menos, no conscientemente.
               -¿Ves? Es precisamente eso que me acabas de decir lo que no acaba de molarme de ti, Trey: que eres sincero y sabes que igual le haces daño a mi hermana aunque tú no quieras. Y yo… pues… entiéndeme. Me encanta ser el hermano mayor y tengo un papel con el que cumplir.
               -Lo entiendo perfectamente.
               -De momento  te vamos a dar un votito de confianza, ¿vale, campeón?-le sonreí, y él sonrió, aliviado. Le puse una mano en el hombro y le di una palmadita en la mejilla para que me mirara-. Ahora, bien: como le hagas daño a mi hermana, te buscaré, te encontraré, te arrancaré la cabeza, te la meteré por el culo, te picaré en pedacitos, te enterraré en un sitio en el que nadie pueda encontrarte, plantaré lechugas sobre tu tumba, y usaré esas lechugas para hacerme un puto Big Mac casero, ¿estamos? Ah… voy a necesitar que me adelantes la pasta. Me he dejado la cartera en casa.
               Trey le tendió a la chica de la caja un billete de cincuenta libras.
               -Te lo devolveré, te lo prometo. Siempre pago mis deudas.
               Él me miró, pálido como un muerto y también verde como las lechugas que plantaría sobre su tumba totalmente en serio.
               -Te creo.
               Chico listo.


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1 comentario:

  1. Bueno empezar diciendo que te amo y que eres jodidamente iconica metiendo la frase que ya ha pasado a la posteridad de Perro Sanchez. El berrido que he pegado al leerla me meo.
    Por otro lado decir que he sentido la violencia correrme por mis venas con el momento de la tipeja esta interpelando a Sabrae y es que de verdad lo peor de la situación es que existe gente asi de desubicada en la vida. Yo la hubiese mandado a la mierda. Decirme también que me he meado con Alec aterrorizando a Trey y que a mi el chavalin me cae bien. Me encanta volver a ver a Alec y Saab relajados y disfrutones ains.

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