martes, 7 de mayo de 2024

Con la espalda descubierta.

¡Hola, flor! De nuevo tienes un mensaje antes de empezar el cap, pero este es particularmente especial. Verás, quería avisarte de que la semana que viene y la siguiente no habrá capítulo, así que volveremos a vernos el día 23. Como sabes, ando un poco pillada de tiempo últimamente, y este mes lo tengo particularmente abarrotado de compromisos ineludibles durante los findes, así que me va a ser muy difícil sacar tiempo para escribir. Pero, ¡no te preocupes! Te prometo que te compensaré la espera, como siempre
Dicho lo cual… ¡disfruta del cap!


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-¿Te lo estás pasando bien?-preguntó Mimi, apartándose el pelo del hombro y aprovechando ese momento de intimidad que teníamos mientras los chicos estaban en la cola, con Alec marcando territorio con Trey de una forma que me daba lástima y risa a la vez. Se le veía tan bien, tan cómodo, tan relajado… hacía tiempo que no le veía bromeando tanto ni tan cómodo en su piel; la última vez que lo había tenido así, sin ningún tipo de preocupación, había sido en nuestro viaje a Barcelona, el último momento de perfección antes de su accidente y de que la sombra de nuestra propia mortalidad nublara nuestros días.
               Deslicé la vista hacia Mimi y asentí despacio con la cabeza, detestando la manera en que mis mejillas se tiñeron de un rubor que no podía ser más que una enfermedad contagiosa si teníamos en cuenta lo mucho que se había sonrojado esa tarde Mimi. Me forcé a esbozar una sonrisa mientras jugueteaba con las cuentas del rosario que Eleanor me había dado para que fustigara a Mimi con él en cuanto pudiera; a poder ser, en privado, pero Eleanor había dicho que aquello no era una condición insalvable.
               -Sí, claro.
               Me dolía reconocer que estaba mintiendo en ese momento, aunque en general había tenido instantes de tranquilidad en los que la presencia de Alec me había influido lo suficiente como para olvidarme de todo y de todos. Pero el incidente con la fan de One Direction que habíamos vivido esa misma tarde había vuelto a colocar en mi vientre esas piedras de las que Alec, Mimi y Eleanor se habían ocupado a lo largo de la mañana. Me había prometido a mí misma que m lo pasaría bien y que disfrutaría del cumpleaños de Mimi, y que por encima de todo no se me notaría si en algún momento fracasaba y me caía de cabeza de nuevo en esa espiral de autocompasión en la que mi mente se ponía de nuevo a repasar la lista de errores que había cometido a lo largo de los últimos meses, semanas, y horas.
               Particularmente, horas.
               Quizá fuera por lo reciente, como un corte que aún sangraba o una herida que supuraba con la carne a la intemperie, pero no podía encontrar comparación con nada de lo que hubiera hecho antes con lo que había pasado la noche anterior. El museo me había relajado gracias a los recuerdos que me había evocado de Mykonos y de lo muchísimo que habíamos disfrutado en sus orillas de oro blanco y zafiro, pero la chica de la tote con la ranita me había hecho recordar todo lo que nos esperaba después de que se acabara el cumpleaños de Mimi, y que, para colmo, era algo con lo que Alec estaba claro que ya no contaba.
               Viendo lo bien que estaba, no podía dejar de preguntarme si no era egoísta el querer hablarlo con él y aclarar mis ideas y mi conciencia asegurándome de que el que se quedara era algo que ambos queríamos y que habíamos consensuado; después de todo, yo le había quitado la paz necesaria para disfrutar de Etiopía en todo su esplendor en el último mes y medio, así que lo menos que podía hacer era tragarme mi orgullo y dejarle la libertad de ser feliz por estar viviendo lo que te venía dado.
               No era tan estúpida como para pensar que él estaba contento porque por fin habíamos aclarado nuestro futuro más reciente, y volvía a ser el Alec de siempre porque le había quitado el peso de tener que elegir de encima, pero tampoco era capaz de quitarme de la cabeza la idea de que esto terminaría afectándonos. Lo mejor de estar juntos era que era una decisión mutua de ambos, y por encima de todo, libre; habíamos luchado contra viento y marea contra todos nuestros obstáculos, y habíamos salvado juntos los problemas que los demás o nosotros mismos nos habíamos provocado… hasta hoy.
               Le quería porque me parecía la mejor persona del mundo, y estaba a su lado porque estaba convencida de que no había otro igual. Él me había abierto las puertas de su casa, su vida y su corazón; yo no tenía ningún derecho a encerrarme dentro y pedirle que así fuera nuestra vida a partir de ahora.
               El Alec de Barcelona me encantaba, y quizá incluso fuera mi favorito porque era el más feliz que había disfrutado nunca; pero también estaba enamorada del Alec que me había mirado con los ojos llorosos, ojeras púrpuras enmarcando su mirada y una palidez alarmante y me había dicho que lo del voluntariado seguía en pie si lo aceptaban. No tenía ningún derecho a quedarme con uno cuando el otro era más libre, o al menos, así lo llevaba rumiando desde que la chica había abierto la compuerta y nos había asolado de nuevo la inundación.
               Pero es que estaba tan feliz…
               Pero es que esa felicidad era mi culpa, y no algo en lo que yo me había limitado a intervenir…
               Pero es que lo habíamos pasado tan mal los últimos meses, también por mi culpa…
               Pero es que no podía quitarle algo que podía estar disfrutando simplemente porque las consecuencias de mis actos me desbordaban…
               -¿Y tú?-le pregunté a Mimi, porque me di cuenta de que llevaba demasiado tiempo embebida en mis pensamientos. Mimi había inclinado la cabeza y me observaba como el estudiante de arte que analiza un cuadro extraño, sobre el que le han encargado que haga una tesis doctoral, y al que ni siquiera sabe encasillar en un movimiento pictórico concreto.
               -Lo estoy-asintió y cerró los ojos despacio, con la sabiduría de una esfinge, mientras su pelo se deslizaba por sus hombros como un río de arena roja-. El día está siendo casi perfecto.
               -¿Casi?-pregunté, incorporándome inconscientemente. Si Alec se estaba pasando de intimidante y Trey estaba incómodo, me ocuparía de hablar con él. Era lo menos que podía hacer para que Mimi disfrutara al cien por cien de su cumpleaños-. ¿Trey y tú estáis bien?
               -Ajá-asintió, cogiendo el expendedor de servilletas y jugueteando con él. Le dio un par de golpecitos a la mesa con él y levantó la vista y me miró, atravesándome con esos ojos marrones que tanto se parecían a los de Alec de una forma también muy similar a como lo hacía él-. ¿Y tú y mi hermano?
               -Claro-respondí, apartándome un mechón de pelo de la cara y colocándomelo tras la oreja. Le quité el expendedor, saqué una y la pase por la mesa, borrando una manchita invisible que estaba más bien en mi alma y mi conciencia. Arrastré el expendedor por la mesa y me mordí  la cara interna de la mejilla, y mis ojos no pudieron mantenerse en la línea de contacto con los de Mimi: inconscientemente busqué mi lugar seguro en el mundo, el único refugio que aún sentía que conservaba intacto, y entre la gente busqué a Alec.
               Gracias a Dios que era alto, porque la cafetería estaba abarrotada de gente y no habría podido verlo si tuviera una complexión normal como, por ejemplo, la de Trey. Como si notara mis ojos puestos sobre él, se giró y entabló contacto visual conmigo, y fue como si me hubiera colocado bajo el chorro cálido de la ducha después de una fría y lluviosa tarde de invierno que me había calado hasta los huesos. El alivio fue instantáneo, y me descubrí sonriéndole con una timidez más propia de una novia abnegada que había sido toda la vida que de la pirata de sueños en la que me había convertido.
               Mimi también se giró y miró a su hermano, y entreabrió ligeramente los labios al mirar a Trey, como si pudiera saborear en el aire el miedo que su cita le había ido cogiendo a la mía.
               Alec me sonrió y yo sentí que me deshacía por dentro. No podía quitarme las manos de encima, y a mí me costaba mucho quitárselas a él. Que no me hubiera pedido en serio que hiciéramos nada aún me parecía un milagro, además de otra prueba que añadir al montón de las de que no me lo merecía.
               Me relamí los labios, mordisqueándome la sonrisa como así pudiera tragarme la felicidad que me embargaba cada vez que él me miraba, plantarla en mi interior y dejar que floreciera en mí, y me tiré de las mangas del jersey para ocultarme las manos. Mimi se volvió y observó ese gesto.
               Y, como Tímida Certificada que era, supo reconocer de inmediato lo que significaba: ocultaba algo. Y estaba decidida a saber qué era.
               -¿Qué te pasa, Saab? Te noto rara.
               Tragué saliva y me miré las manos. Me sentía una traidora por simplemente pensar en aliviar el peso de mi conciencia hablando con Mimi y arruinándole el cumpleaños, sobre todo por si se hacía la ilusión de que yo fuera a dejarlo estar así, pero a la vez la carga era tan grande que sentía que terminaría aplastándome más pronto que tarde.
               -¿Es por lo de la chica de antes?-me animó Mimi, volviéndose completamente hacia mí y acercando una mano para ponerla sobre la mía.
               La verdad es que la chica  no había ayudado, pero no podía seguir evadiendo mi responsabilidad de todo lo que había pasado. Lo peor de estar encerrada en un callejón sin salida era saber sin ningún género de dudas que no había nadie más a quien culpar que yo misma, que nadie me había empujado hacia allí ni me había engañado para que escogiera las esquinas equivocadas en las que girar.
               Además, Mimi se había convertido en una muy buena amiga. Ya sabía que era buena persona antes de que nuestros caminos se cruzaran definitivamente gracias a Alec, pero desde que él se había ido nuestra relación había pasado al siguiente nivel. Éramos consuelo en nuestro dolor y compañía en nuestra soledad; nadie entendía lo que suponía echar a Alec como lo hacía la otra. Ni siquiera Shasha o Momo podían entenderme en ese aspecto como lo hacía Mimi, porque aunque Momo era mi mejor amiga y tenía una lectura completa de cómo funcionaba mi cerebro y Shasha le había cogido un cariño inmenso a Alec, sumado al agradecimiento de que la hubiera sacado del cascarón en el que ella misma se había encerrado, Mimi era la que quería a Alec de una forma más parecida a como lo hacía yo, y con una intensidad también similar. Además, la convivencia con él había hecho que yo experimentara lo más parecido que podía tener nadie a la vida de ella, porque lo había incorporado a mi rutina, y él a la mía, como si toda la vida hubiéramos amanecido compartiendo cama.
               No veía justo ocultarle esto a Mimi, y viendo lo bien que se había portado conmigo, también albergaba una esperanza secreta de que me dijera que no era para tanto lo que había hecho, y que Alec estaba encantado de quedarse. Por descontado, esto último yo ya lo sabía, pero nunca estaba de más que te lo recordaran.
               Así que negué con la cabeza y entrelacé los dedos entre varias de las cuentas del rosario sin atender a lo irónico del gesto. Donde el cristiano era mucho más elaborado y permitía adornos que honrarían a su dios, las cuentas con las que se contaban las oraciones en el islam eran sencillas, modestas, sin posibilidad de que te distrajeran de lo que estabas haciendo. Yo no debería poder hacer esto si tuviera el equivalente islámico al rosario, la misbaha.
               -Le he pedido a tu hermano que se quede-confesé, y decirlo en voz alta me produjo un alivio que, desde luego, no me merecía. ¿Era así como se sentían los asesinos cuando confesaban sus crímenes?
               Mimi se cuidó muy mucho de no reaccionar. Se quedo completamente quieta, como si un leopardo acabara de hacer su entrada en la cafetería y estuviera escaneando la estancia en busca de su próxima merienda.
               Morir el mismo día que cumplía dieciséis no entraba en sus planes.
               -¿Cuándo?-preguntó al fin, de una forma que me recordó mucho a cómo mamá les preguntaba a sus clientes las preguntas más incómodas, y con las que decidía si iba a llevar o no sus casos. De la verdad que le dijeran dependía que confiara en ellos y en su causa y se pusiera a su servicio.
               -Esta noche.
               Mimi parpadeó despacio, preguntándose seguramente cómo habíamos hecho para hablar sin que ella se enterara, o…
               Cuando la recorrió un escalofrío supe exactamente qué posibilidad se le pasó por la cabeza y sacudí rápidamente la mía.
               -No fue en su habitación, tranquila-dije, extendiendo las manos sobre la mesa, y se relajó visiblemente. Asintió con la cabeza y entrecerró los ojos, mirando por encima del hombro hacia su hermano y su cita. Me encantaba cuánto le estaba brillando el pelo esta tarde; me parecía que estaba particularmente guapa, lo cual contrastaba con lo sucia que me sentía yo-. Fue en el comedor, de madrugada-expliqué, y se volvió para mirarme y dejar que supiera que tenía toda su atención-. No estaba durmiendo muy bien, y yo… bueno, tampoco es que esta noche haya sido en la que más he descansado de mi vida, y… no sé qué me ha pasado, Mimi.
               -Le echas de menos-respondió ella, encogiéndose de hombros y tocando una bola del rosario con la punta del dedo. No estaba equivocada, pero que lo dijera como si aquello justificaba lo que había hecho me escandalizó: ¿cómo podía justificarme así, sin más? Vale que habíamos hecho equipo a lo largo de los últimos meses y éramos la mejor aliada de la otra cuando queríamos tomarle el pelo a Alec o sacarlo de sus casillas, pero eso no me convertía en una santa ni hacía que tuviera que justificar todos mis errores, sobre todo los que concernían a alguien a quien las dos queríamos tanto.
               -Tú también le echas de menos y no le has pedido que se quede como sí que he hecho yo.
               -Porque no se me ha presentado la ocasión-soltó, encogiéndose de hombros, y levantó la mirada-, no porque no me muera de ganas de que lo haga.
               Me quedé callada y con la boca abierta, incapaz de cerrarla y de articular sonido alguno. Mimi se pasó una mano por el pelo, echándoselo hacia atrás, en un gesto tan típico de Alec que me sorprendió no haberme fijado en que ella también lo hacía, aunque las consecuencias eran completamente diferentes por lo diferentes que eran ambos.
               -A ver, has dicho lo que todos pensamos y le has pedido lo que todos queremos, ¿qué tiene eso de malo?
               -¿Que he obviado los deseos de tu hermano, quizá?-sugerí, cruzándome de brazos. Defender que era una mala persona por lo que había pasado anoche no entraba entre las posibilidades que había manejado, y sin embargo aquí estábamos. Por descontado, una parte de mí sabía que existía la posibilidad de que Mimi me perdonara incluso antes de que yo se lo pidiera, pero no pensé que fuera a hacerlo tan rápido.
               Dios, estaba hecha un lío. No sabía cómo iba a salir de esta, ni tampoco a volver a sentirme tan a gusto como lo había hecho antes en presencia de Alec, de Mimi, o de cualquier otra persona que me quisiera. Pasara lo que pasaba, no paraba de juzgarme a mí misma porque no paraba de tener la sensación de que la estaba cagando.
               Odiaba sentirme una extraña en mi piel y no estar conforme con nada de lo que me sucedía, pero creo que no iba a ser capaz de parar en un periodo de tiempo corto. Al final, la opinión que mis padres tenían de mí iba a terminar siendo cierta y calando en mi interior más de lo que ningún influjo externo debía hacerlo.
               De lo único que estaba segura ahora mismo era de que no estábamos haciendo lo que debíamos hacer: Mimi tenía que reñirme, llamarme egoísta, decirme que no tenía ningún derecho a pedirle a Alec que se quedara sin hablar antes con él y saber cómo estaba en Etiopía, saber si la situación se había enderezado por improbable que pareciera, y pedirle que se hiciera de nuevo a la mar cuando había un temporal que hundiría hasta al más potente de los barcos. Pedirle a su hermano que se quedara a mi lado sería arrastrarlo de vuelta al ojo del huracán, y Alec más que nadie se merecía el descanso que había justo después de la tormenta. Era yo quien tenía que campear este temporal porque había sido yo la que se había metido en este lío, convirtiendo a mi familia en un bastión enemigo y a Alec, en una bandera a defender a toda costa, incluso con mi propia vida.
               Mis problemas radicaban en que yo no había confiado en mis padres, no en que Alec no se mereciera los sacrificios que estaba dispuesta a hacer por él. Por supuesto que lo hacía, pero una cosa era que el destino nos lanzara piedras, y otra que fuera yo la que las iba a buscar. 
               -Por favor, Sabrae-Mimi puso los ojos en blanco e hizo una mueca-, mi hermano está encantado de que le hayas pedido que se quede. ¿No ves lo feliz que está?
               -¿Está encantado de quedarse o está encantado de que le haya quitado la responsabilidad de elegir?-pregunté.
               -¿Qué importa eso?-respondió haciendo un mohín-. Lo que importa es que está más feliz de lo que le he visto nunca.
               -A mí sí me importa, y a ti también debería. Si no es por lo que supone para tu hermano, porque puede estar renunciando a una oportunidad genial para tenerme a mí contenta; por lo menos, por lo que supone para mí. O, más bien, lo que dice de mí. ¿De verdad te gusta que Alec esté con una chica que no se preocupa de preguntarle cómo se siente con respecto a algo en lo que es él quien más se está sacrificando, simplemente porque no puede más con la situación que tiene en casa?
               -A mí lo único que me preocupa es que la gente que me importa pida ayuda cuando la necesita, y esté dispuesta a recibirla-respondió Mimi, tajante-. Ya me he pasado demasiado tiempo viendo con impotencia cómo Alec se empeñaba en hacerse siempre de menos, en valorarse lo justo y necesario para seguir regresando a casa cada noche en lugar de perderse por ahí y no volver, como para juzgar que le hayas pedido que se quede como lo que no es.
               -¿Y qué se supone que es, sino un síntoma de mi egoísmo?
               -Un grito de ayuda-contestó Mimi, cruzándose de brazos, y me quedé completamente descolocada. Por supuesto que sabía que había acertado de pleno, pero, de nuevo, saber algo en lo más profundo de tu interior no implica que deje de ser chocante cuando te lo dicen a la cara-. No hay nada de malo en reconocer que no puedes con algo tú sola, Saab.
               Me quedé en silencio, con la vista clavada en un punto de la mesa entre nosotras. ¿Estaba… cayendo en lo mismo en lo que se había sumido Alec durante diecisiete años de su vida? ¿Estaba negándome a recibir la ayuda que claramente necesitaba?
               ¿Estaba Mimi en lo cierto y yo me equivocaba?
               No. No podía ser. Mimi me quería, y siempre era benevolente con las personas a las que quería. Puede que incluso pecara de excesiva magnanimidad cuando se trataba de quienes más le importaban, y ahora yo estaba en ese selecto club simplemente porque hacía feliz a su hermano. La cuestión era: ¿me merecía siquiera pertenecer a ese club cuando estaba dispuesta a tratar a su hermano como una tirita para mis heridas?
               -Estamos de acuerdo en eso-respondí, porque tenía razón, y no pretendía quitársela-. Pero también tienes que reconocerme que yo no puedo imponerle a nadie mis necesidades por encima de las suyas.
               -A Alec sí-contestó con suavidad, estirando una mano y colocándola sobre las mías-, porque tú haces lo mismo por él.
               -Hasta ahora-repliqué.
               -No has parado-negó con la cabeza con paciencia-. Piénsalo. ¿Cómo puedes haberle hecho nada malo a mi hermano si él está tan feliz después de que hubierais hablado? Sé que no tengo la experiencia que tenéis vosotros, pero tampoco soy tonta, Sabrae. Y conozco a Alec. Me he dado cuenta perfectamente del cambio que ha tenido desde que se lo pediste, porque ayer os tratabais con tanta…-se estremeció-. No sé cómo decirlo. Era como si os tuvierais miedo. Jamás os había visto hablaros y trataros con tanto cuidado como ayer por la noche. En cambio, ahora estáis como cuando empezasteis-sonrió, tirándose de las mangas del jersey y apoyando la mejilla en sus manos entrelazadas-. Es como si a Alec le hubieran quitado dos años de encima. Y a ti te veo bien cuando estás con él. Quiero decir, cuando estás realmente con él, de mente y cuerpo. Sí que te noto más distraída, pero…-se encogió de hombros y se mordió los labios, sonriendo-, no puedes decirme que has hecho algo malo si os sienta tan bien a ambos.
               -Que siente bien no quiere decir que sea lo mejor, o lo sensato.
               -En el amor no hay sensatez que valga-respondió, soñadora-. Y, a decir verdad, no podrías haberme hecho un mejor regalo de cumpleaños que conseguir que mi hermano vuelva a casa.
               Sentí que algo entre mis piernas se aflojaba, como si mi alma se me fuera a caer al suelo, y se me debió notar en la cara, porque Mimi puso gesto de determinación y apoyó las manos junto a sus codos, más seria.
               -Saab, en serio, no te preocupes. Has hecho lo que había que hacer. Ha supuesto un sacrificio, sí, pero ¡piensa en a cuánta gente vas a hacer feliz con lo que le has pedido a Alec!
               Iba a responderle que no se trataba de a cuánta gente haría feliz en nuestro entorno, sino del sacrificio que podía estar pidiéndole a él sin tan siquiera saber su envergadura o dejar que me hiciera replanteármelo, pero justo en ese momento llegaron los chicos.
               -Disculpad el retraso-canturreó Alec, colocando el rollo de pistacho que traía sobre un plato frente a Mimi y a mí-, es que Trey y yo nos hemos tenido que pelear por el último rollo con cinco maromos que nos sacaban media cabeza cada uno.
               -¿Por qué tienes que hacer que todo suene siempre a que te has jugado la vida por hacerme un favor?-inquirió Mimi, cogiendo el plato y el cuchillo mientras se disponía a cortar el rollo en dos. Trey se sentó a su lado, cuidando de que la chaqueta de ella no se cayera al suelo cuando Mimi se movió para hacerle espacio.
               -Porque no aprecias lo suficiente el hermano tan fantástico que tienes si no hago que te pese la conciencia, Mary Elizabeth-contestó Alec, rodeando mi silla y acariciándome la espalda en el proceso para colocarse en la que yo había estado ocupando hasta hacía un instante. Al sentarse a mi lado y tocar mi rodilla con la suya, puede que de forma inconsciente, sentí un torrente de calidez que nacía de lo más profundo de mi alma y se expandía por todos los rincones de mi ser. Así de dulce y tranquilizadora me resultaba su presencia. ¿Cómo no iba a ser egoísta y mezquina pidiéndole que se quedara cuando él era el único que podía tranquilizarme lo suficiente para que no mirara las ruinas en que se había convertido mi mundo?
               -¿Qué te debo?-le preguntó Mimi a Trey, dedicándole una sonrisa que habría desarmado hasta al más experimentado rompecorazones. Al menos tenía el consuelo de la pureza que desprendían los sentimientos de ambos. Sólo esperaba que fueran suficientes para cambiar el sentido de mi tarde.
               -Yo invito, tranquila.
               -En realidad, he pagado yo-dijo Alec, dando un sorbo de su taza y arqueando las cejas.
               -¿Tienes dinero?-pregunté. Le había pagado yo el billete del metro y el del autobús, así que sabía de sobra cómo era su situación financiera: inexistente. No obstante, yo no me quejaba. Bastante me había dado ya como para encima pedirle que me devolviera diez cochinas libras.
               -Soy rico en otras cosas-contestó, pasándome una mano por detrás del respaldo de la silla, reclinándose en la suya y guiñándome un ojo.
               A pesar del tono de la conversación que había mantenido con Mimi hacía apenas medio minuto, me reí. Alec tenía ese efecto sanador en mí, y yo no podía tratar siquiera de escapar de él.
               -¿Quién ha sacado la cartera?-insistió Mimi, ahora con los ojos llenos de determinación puestos en Trey.
               -¿Acaso importa?-replicó Trey, encogiéndose de hombros.
               -Mi hermano tiene que invitarme, pero tú no estás obligado.
              
               -¡Hostia, esa que es buena! ¿Y eso por qué, Mary?-preguntó Alec, reclinándose en el asiento y pasándose una mano por el pelo. Madre mía, eran la misma persona.
               -Porque eres mi hermano y es tu obligación.
               -Mm-respondió él, tomando un sorbo de su taza de nuevo. Me incliné a oler su contenido, pero negué con la cabeza cuando me ofreció dar un sorbo. Se había cogido un café con leche y, aunque a mí no me desagradaba, necesitaba algo más dulce. Cuando le empujé suavemente mi tazón de chocolate en su dirección, Alec sonrió y hundió la cuchara de su café en un costado de mi nube de nata.
               -Además, es…-continuó Mimi.
               -Tu cumpleaños. Estoy al corriente. Me he hecho siete mil kilómetros en avión por eso, ¿recuerdas?-preguntó, alzando una ceja mientras chupaba la cuchara. Se me secó la boca al notar cómo le subía la nuez de su garganta, pero nada comparado con el nudo del estómago que se me formó al escucharle hablar de la distancia que nos había separado hasta hacía apenas veinticuatro horas.
               Guau, veinticuatro horas. Sentía como si hubiera llegado hacía dos meses, más bien.
               -Hablando de eso…-sonrió Mimi, y por la mirada tan luminosa que le lanzó a su hermano supe que venía una conversación todavía peor que la que debíamos mantener él y yo, porque en esta se iban a dar muchas cosas por sentado. Tampoco es que pudiera culpar a Mimi: después de todo, ella era una de las principales afectadas por la petición que le había hecho a mi chico. No era lo mismo compartir su habitación conmigo, acurrucarse en su cama en busca de su olor, o revolver en su armario hasta encontrar la prenda que más lo conservara, que escucharlo de nuevo al otro lado de la pared, reírse de sus chorradas o pelearse con él por el control del mando de la tele.
               La vida de Mimi también había cambiado mucho a raíz de las decisiones de Alec, y si ahora él regresaba, el cambio sería notable. Y notablemente a mejor.
               -Perdona, ¿eres Sabrae?-preguntó una voz a mi costado, y yo me volví.
               Me avergüenza decir que me sentí un poco aliviada por tener aquella escapatoria.
               Ante mí había un trío de chicas con las melenas teñidas de colores chillones que me sonreían con nerviosismo. Una incluso me sacó una foto sin ni siquiera pedirme permiso, extasiada, y sentí que Alec se ponía tenso a mi lado, listo para saltar. La verdad es que tenía al guardaespaldas más guapo de la historia, que hacía que eso de haberme convertido en un animal de feria al que ya sólo le consideran una persona (y bastante horrible) en sus momentos más bajos mucho más soportable. Agradable, incluso.
               Asentí con la cabeza y levanté un poco la mano de la mesa a modo de saludo, sin llegar a separar la muñeca.
               -Fans de Chasing the Stars, imagino-respondí, al ver que una de ellas tenía una foto de Scott y Tommy morreándose en la final metida en la funda transparente del móvil. Asintieron con la cabeza.
               -Nos encanta tu hermano-dijo la primera que había hablado.
               -Y Tommy-añadió la otra, mientras la tercera sostenía el móvil de una forma que sólo podía indicar que me estaban grabando.
               -Chad, Layla y Diana también son geniales, ¿eh?-les dije, tratando de mantenerme calmada y tranquila. Después de todo, no las conocía, y viendo cómo estaba mi reputación en internet, lo mejor era mostrarme lo más humilde y accesible posible. Lo último que me faltaba era tener que dejar otra vez las redes porque la chica con la que habíamos estado antes contara su experiencia en Twitter; estaba segura de que había un ejército de chicas ansiosas por creerla y por pintarme de nuevo como la mala de la película.
               Si tan siquiera alguien se molestara en conocer mi versión de la historia…
               -Sí, pero, ¡tampoco tan geniales como Tommy y Scott! Los dos son guapísimos.
               Alec se removió en el asiento y me tocó de nuevo con su rodilla en el proceso, en un gesto que le salió natural pero que yo sabía calculado. Quería recordarme que estaba ahí aunque yo no pudiera verlo. Si supiera que sólo me veía con fuerzas de sonreírles a estas chicas porque le tenía al lado…
               Ay, Dios, ¿cómo no iba a pedirle que se quedara? ¿Y si hablábamos, y me confesaba que todo en Etiopía había mejorad y que prefería marcharse? ¿Cómo se suponía que iba a sobrevivir yo?
               -¿Son novios?-preguntó la chica del móvil, y yo la miré. Traté de no hacer contacto visual con su cámara, lo cual era bastante difícil si no estabas entrenado; por suerte, yo lo estaba.
               No había nada que denotara más que no estabas siendo sincero que el que miraras directamente a la cámara. Si querías ser natural y que la gente te creyera, debías comportarte como si no supieras que estás en el punto de mira.
               -¿Qué?-se rió Alec, y me puso una mano en la cintura. Sentí ganas de llorar de puro alivio al notarlo tan cerca de mí.
               -No, chicas. Siento decepcionaros, pero Scott y Tommy están los dos en relaciones que los hacen muy felices.
               -Bueno, pero, ¿se gustan, no? Quiero decir, cuando el río suena…-comentó la segunda, que tenía el pelo rosa y profundas raíces negras ya asomando. Las otras dos lo tenían verde y azul.
               Sacudí la cabeza para decepción de las Supernenas, aunque debo decir que no se lo creían del todo.
               -Lo siento, pero no. Es decir, se quieren un montonazo porque las familias llevan siendo amigas… bueno, toda la vida. Pero no tiene ninguna de las connotaciones que le dais desde fuera-me encogí de hombros.
               -Mm, pero, ¿no te parece un poco raro que se morreen así, sin más?
               -¿Por?-intervino Alec-. ¿Vosotras no os morreáis entre vosotras? Vaya, qué raro-comentó, cogiendo su taza y encogiéndose de hombros-. En mi grupo de amigos incluso organizamos orgías.
               -Está de broma-me apresuré a decir al ver la cara que ponían las chicas, pero no porque creyera que iban a ponerse bravas con él (en cuyo caso yo me volvería loca), sino porque las veía capaces de ponerse a buscar en todos los sitios porno habidos y por haber algún vídeo de esa índole. Y, si no lo encontraban, seguro que se lo inventaban.
               -Tengo una amiga que es súper fan tuya, ¿podrías saludarla?
               -¿Cómo se llama?
               -Camilla.
               -Puf, otra-escupió Alec por lo bajo, y yo le di un codazo.
               -Hola, Camilla-dije, sonriendo a la cámara con mi mejor sonrisa de Hija De Un Famoso™ que está agradecida de todo lo que se puede comprar gracias a las fans dedicadísimas de su padre-, ¡gracias por seguirme! Espero que te lo pases bien con lo que hago.
               -Jo, gracias. Se va a poner contentísima-dijo la del móvil.
               -Si has acabado de grabar, podemos tener un momentito para charlar-probé, y, gracias a Dios, bajó la cámara de su móvil antes de bloquearlo-. ¿Por qué es fan mía Camilla? Tampoco es que haga mucho comparado con otros miembros de mi familia.
               -¿Bromeas? ¡A todas nos encantan tus historias! Y lo que hiciste en los dos programas a lo que fuiste para ayudar a Eleanor… ¡guau! Fue una pasada. Se nota que eres una buena amiga.
               Quizá sea mejor amiga de lo que soy novia, pensé, forzando una sonrisa diplomática.
               -Bueno, vosotras habríais hecho lo mismo por una amiga.
               -¿Te llevas bien con todas las chicas de CTS?
               -Claro. Aunque Eleanor no es técnicamente una chica de CTS-me encogí de hombros, y escuché a Mimi reír por lo bajo. A Eleanor le encantaría saber que defendía su independencia a sus espaldas aunque a la cara la chinchara diciendo que ella era el sexto miembro de CTS.
               -¿Con Diana también?
               -¿Por qué no iba a llevarme bien con Diana?
               -No sé. Dicen que cuando te enfadaste tanto a orillas del Támesis fue porque te pincharon diciendo que Diana se merecía más que Scott su debut en solitario.
               Se me congeló la sonrisa en la cara, y sentí que Alec se inclinaba hacia adelante para abrazarme la cintura. Me besó disimuladamente en el omóplato cuando notó que me echaba a temblar, pero, por suerte, yo me di cuenta de que lo estaba haciendo bastante rápido, así que escondí las manos debajo de la mesa.
               Me dieron ganas de llorar cuando me di cuenta de que estaba dándome espacio para que yo manejara la situación como quisiera, pues había aprendido de la conversación que habíamos tenido con respecto a la chica de la tote de la ranita. Por desgracia, yo estaba lejos de rectificar tan rápido como él.
               De todos modos, aquel no era el momento ni el lugar para montar la escenita que aquel trío de imbéciles se merecían.
               -Por supuesto que me alegro muchísimo de que Diana vaya a debutar en solitario. Somos amigas. Yo me alegro por el éxito de todas mis amigas.
               -Bueno, pero, entre tú y nosotras, ¿no crees que Scott se lo merece más? Después de todo, quedaron segundos por él.
               Tragué saliva. Ahora me tocaba ir con mucho, mucho cuidado. Si no me comportaba como yo había sido antes en interacciones con fans, se darían cuenta de que algo pasaba y se lanzarían hacia mí como hienas. Pero si me ponía excesivamente chulita, podría salirme el tiro por la culata y que empezaran a criticarme de nuevo por todo internet por su culpa, y de nuevo nadie se interesaría en mi versión de los hechos.
               -Chasing the Stars es una banda con cinco miembros llenos de talento, todos ellos. Creo que el éxito que tienen es un esfuerzo grupal. Y, la verdad… chicas, sinceramente, me parece bastante sexista por vuestra parte achacar el éxito de una banda mixta a uno de sus componentes masculinos. Sobre todo cuando una de las miembros femeninas de la banda ya tenía una carrera muy afianzada antes incluso de que decidieran presentarse al cásting.
               Me aparté el pelo del hombro y me las quedé mirando; incluso me atreví a cruzar las piernas y entrelazar las manos sobre mis rodillas. Noté la sonrisa de Alec en mi espalda sobre mis ganas de vomitar.
               -Zakonchit’ ikh-me susurró en voz baja en ruso. Acaba con ellas.
               Se miraron entre sí, y al menos tuvieron la decencia de sonrojarse.
               -Tienes razón-les dediqué una sonrisa calmada y asentí con la cabeza con gesto agradecido, ocultando mi alivio. Podría haber salido muy, pero que muy mal. Había tenido suerte, pero, ¿cómo no tenerla, si estaba conmigo mi mayor amuleto? Abrieron la boca para hablar algo más, pero Alec las interrumpió.
               -Chicas, si no os importa… ya sé que no todos los días se está en presencia de esta increíble señorita, pero… estábamos disfrutando de una tarde de chill.
               Me dieron ganas de comérmelo a besos por haberles pedido que se fueran y haberlo hecho de una forma tan educada. Definitivamente no me lo merecía.
               -Claro, perdonad. Nosotras… eh… bueno, nos pareció verte de lejos y… nuestra amiga Camilla es muy fan, por eso nos hemos arriesgado. Pero eres muy maja. No es cierto lo que dicen de ti.
               Nos hemos arriesgado.
               Eres muy maja.
               No es cierto lo que dicen de ti.
               -¿Qué dicen de ella?-inquirió Alec, que bastante se había controlado ya.
               -¿Y quién?-añadió Trey, en una actitud protectora que no sólo le agradecí por mí, sino también porque así cambiaría a ojos de Alec.
               Las chicas los miraron a ambos alternativamente sin saber qué contestar, y entre balbuceos, excusas y agradecimientos, se fueron pitando de la cafetería. Intenté no mirar de reojo cuando rodearon la cafetería y se marcharon por una puerta que quedaba sospechosamente frente a nuestra mesa, desde la que podrían seguir grabándonos si quisieran.
               -Qué estúpidas-dijo Mimi, negando con la cabeza y fulminándolas con la mirada como si todavía pudiéramos verlas.
               -¿Siempre es así?-preguntó Trey con inocencia y un deje de preocupación que me hundió el estómago todavía más porque, vale. La situación puede que fuera tensa de mi parte, pero ellos tampoco estaban disfrutándola. Por toda respuesta, y porque temía el sonido de mi voz si hablaba ahora que tenía un nudo en la garganta, cogí mi tazón y di un sorbo de mi chocolate con avellanas, esperando que me endulzara un poco el mal trago.
               -No. Debe de haber una convención de gilipollas cerca del museo-respondió Alec por mí, apartándome el pelo del hombro que tenía más cerca y pasándome una mano por la espalda, el hombro y el cuello-. ¿Estás bien, bombón?
               -Claro. No te preocupes-contesté, dejando la taza sobre su platito y apoyando la otra mano en mi hombro. Extendí los dedos para tocar la mano de Alec, que la estiró en mi dirección, ofreciéndome un confort del que me costaría mucho impregnarme. Tomé aire y lo solté lentamente-. Bueno, ¿qué sala queréis ir a ver ahora?
               Intenté involucrarme en la conversación mientras Trey, Alec y Mimi trataban de hacer como si no hubiera pasado nada y debatían sobre qué sala podíamos visitar ahora, de qué civilización empaparnos. Di un respingo cuando otra chica, esta vez entrada en la veintena, se acercó a mí con timidez, me tocó el hombro y me pidió hacernos una foto.
               Fue increíblemente amable y respetuosa; alabó tanto el trabajo de mi hermano como de la banda y de Eleanor; me dijo que le habían encantado mis intervenciones en The Talented Generation  y que tenía muchas ganas de verme actuar en el concurso el año que viene, si decidía presentarme. Me trató con la misma reverencia con la que muchas fans trataban a papá, y algunas, las que más conseguían contener los nervios, a Scott.
               O con la que los visitantes de una reserva natural tratan a un tigre que se cruza en su camino.
               Le di las gracias a la chica por su interés y su apoyo, y observé cómo se marchaba con una sonrisa en los labios que sentía congelada, como si me hubieran puesto una máscara de cera.
               -Qué maja-comentó Trey mientras se iba, y Alec asintió con la cabeza.
               -Normalmente son así-contestó mi novio, besándome el hombro y tratando de calmarme.
               Pero yo tenía la cabeza a mil por hora. No dejaba de repasar todo lo que le había dicho a la chica, las interpretaciones que se podrían dar a mis palabras, si habría quedado de egocéntrica por darle las gracias por un apoyo para el que no había hecho apenas nada por merecerme.
               Empecé a sentir que todo el mundo me miraba cuando creían no tener mi atención centrada en ellos, y a cada risa que escuchaba en la cafetería, me encontraba como justificación. Seguro que estaban leyendo cosas horribles de mí en internet, o seguro que se extrañaban de que estuviera tan tranquila cuando era más bien de tener arrebatos. Dejé de participar en las conversaciones para gran pesar mío, y me centré en beber a pequeños sorbitos mi chocolate, reposando despacio su contenido bajo mi lengua antes de tragármelo, pues temía que si daba sorbos más grandes o bebía demasiado rápido, acabaría vomitando.
                Alec me puso una mano en los riñones, mirándome de vez en cuando en busca de alguna señal de que quería irme, pero yo me cuidé mucho de no hacerla. No quería arruinarles la tarde a Mimi y Trey, y que se tuvieran que ir antes de tiempo porque yo no estaba cómoda.  Aun así, lo único que me apetecía era encerrarme en un sitio oscuro y silencioso y llorar para aliviarme.
               Dios, ¿por qué había tenido que tener aquel encontronazo con aquellas chicas? ¿Por qué habían tenido que verme en mi peor momento y dejar que fuera ése, y no otro, el que me definiera?
               -Pensándolo bien…-dijo Trey, estirándose frente a mí y mirando en dirección al vestíbulo del museo-. Quizá sea buena idea ir a los iglús ahora, antes de que a todo el mundo se le ocurra ir y nos toque esperar bajo una tormenta de nieve. ¿Cómo lo veis?
               -A mí me parece bien-contestó Mimi, asintiendo con la cabeza y apoyándose una mano en el cuello-. ¿A vosotros, chicos?
               -El museo no se va a ir a ningún lado, ¿no?-contestó Alec, acariciándome la cintura y poniéndose en pie. Me tendió la mano para asegurarse de que no trastabillaba al bajarme de las sillas altas que estábamos ocupando y me cogió el abrigo. Me agarró la mano con firmeza con la que tenía libre y me condujo entre la gente, dándome la excusa perfecta para no detenerme a hablar con otro par de personas que me abordaron mientras salíamos de la cafetería primero, y mientras cruzábamos el vestíbulo después. Cuando llegamos a la zona de salidas me abrió el abrigo para que metiera los brazos dentro, y cuando lo hube hecho, me ayudó a sacarme los rizos del cuello.
               Me di cuenta entonces de que nos habíamos alejado tanto de Mimi y Trey que ni siquiera estaban a la vista.
               -¿Mejor?-preguntó, abotonándome los botones con una dedicación que me hizo sentir ganas de llorar. Asentí, notando que se me humedecían los ojos, y no solamente por el cambio de temperatura, sino también por la sensación de gratitud que me embargaba.
               Alec bajó un escalón.
               -¿No esperamos a Mimi y Trey?-pregunté, y él se volvió.
               -Saben el camino.
               -Me sabe mal que te separes de tu hermana el día de su cumpleaños.
               -Sobreviviremos-respondió, inclinándose hacia mí y dándome un beso en los labios. Era raro estar besándonos sin la diferencia de su estatura marcando una diferencia, sin tener que ponerme de puntillas para recorrer su boca con mis labios o sin que él se inclinara para probar mi lengua.
               Era raro, sí, pero también agradable. Aunque disfrutaba de lo incómodo que podían resultar a veces los besos si nos manteníamos demasiado tiempo de pie cuando nos enrollábamos porque sabía que a Alec le gustaba (bueno, más bien le encantaba) ser alto, de vez en cuando un pequeño cambio en el que estuviéramos al mismo nivel no venía nada mal.
               Incluso cuando yo no le llegaría ni a la suela de los zapatos aun subida a unos zancos de kilómetros de altura. Pero… me hizo sentir bien. Era justo lo que necesitaba en esos momentos.
               Alec sonrió en mi boca, seguramente notando el cambio que había obrado en mi estado de ánimo por simplemente besarme, y me cogió de la mano. Caminamos juntos en dirección al parque que albergaba los iglús, yo agarrada a su brazo como un perezoso de cuya vida dependía lo firme de su agarre, y él me había pasado un brazo por la cintura que se sentía como el único anclaje que necesitaba para sobrevivir.
               No podía contaminar la pureza de ese anclaje, ni quería despertarme un día preguntándome si él lamentaba haber perdido su libertad. Sabía que estaba feliz porque le gustaba ceder el control, soltar las manos del volante y dejarse llevar, y nosotros funcionábamos muy bien porque yo era el complemento perfecto para él, siempre controlando hasta el más mínimo detalle, siempre pensando en las múltiples posibilidades que encerraba cada plan, y siempre calculándolo todo al milímetro. Como decían en Modern Family, lo normal era pensar que los soñadores se juntaran con los soñadores, y los realistas con los realistas; pero muchas veces pasa lo contrario, porque los soñadores necesitaban a los realistas para impedirles volar demasiado cerca del sol, y los realistas… pues, sin los soñadores, podrían no despegar jamás.
               Él era el yin de mi yang, el día de mi noche, el sol de mi luna, el fuego de mi agua y el viento de mi tierra. No se merecía que lo convirtiera en algo que no era, que dejara de ser él mismo para convertirse en mi apéndice más preciado y que le cerrara las ventanas por las que podía salir y echar a volar siempre que quisiera. No se merecía mirar al cielo desde una ventana con barrotes y tratar de ignorar la canción del viento, y yo no tenía ningún derecho a ponerle esos barrotes para que su belleza y su música siempre estuvieran conmigo.
               Alec estaba bien ahora, era feliz ahora, porque le gustaba ceder el control. Y le gustaba ceder el control, en parte, porque sentía que era la única manera que tenía de garantizarse que a quienes quería no le abandonaran, ya que no les ponía ninguna complicación en sus vidas. Pero conmigo no debería tener ese miedo. Conmigo debería estar seguro de que, hiciera lo que hiciera, yo no iba a dejar su lado.
               Podía ser él mismo, con sus deseos, sus preocupaciones, sus miedos y sus inseguridades. Podía causarme todos los problemas que quisiera sin miedo a que yo me alejara de él. Podía causarme todos los problemas que quisiera siempre y cuando siguiera allí.
               Y Alec causando problemas era cuando más feliz era. Y se merecía ser feliz.
               Le apreté el brazo con más fuerza cuando atravesamos la verja que daba al parque y vimos la cola formada por las personas que esperaban a que les tocara el turno para pasar a los iglús, sintiendo que mi cuerpo se tensaba con la anticipación de lo que sabes que va a hacértelo pasar mal pero es necesario para que luego vuelvas a estar bien, como sacarte una bala que tienes alojada en el hombro o embarcarte a un avión al destino de tus sueños cuando está anunciada una tormenta.
               No tendría un mejor momento para hablarlo con él hasta dentro de muchas horas, y me estaba comiendo viva la posibilidad de que la idea, mi idea, le asentara en la cabeza y ya no hubiera nada más que hacer si la absorbía como suya. Así que sería allí, bajo las auroras boreales digitales, el suelo térmico calentándome el alma y caldeando el ambiente, y ese pequeño confesionario hecho de metal y placas LED donde podríamos dejar las cosas claras.
               No era tan tonta como para pensar que lo solucionaríamos en la sesión que escogieran Mimi y Trey para estar a solas, pero era bueno para empezar.
 
 
 -Parece que Trey y tú habéis hecho buenas migas en la cola de la cafetería del Museo Británico-comentó Saab, enroscada en mi brazo como un precioso koala más veloz que el resto de su especie, y yo alcé una ceja.
               La temperatura se había desplomado varios grados y estaba temblando ligeramente; supongo que tener novio no es el mejor estado civil para una chica en noviembre, si eso supone que se ponga tan mona que incluso renuncia a su calidez corporal, pero pronto solucionaríamos eso. Al menos ya no temblaba como lo había hecho en la cafetería, cuando las chicas con el pelo teñido de los mismos colores que las Supernenas se habían acercado a nosotros, y luego cuando lo había hecho la otra chavala mucho más respetuosa y, con diferencia, la más sensata de todas, pues era la única que había sabido apreciar a Sabrae por lo que había logrado en el concurso y la que la había animado a presentarse a él. Me pregunté cómo haríamos si ella decidía recoger el guante que le habían tendido la edición pasada, después de ayudar a Eleanor, si entraba interna en el programa. ¿Me dejarían entrar con ella, ya que no tendría nada que hacer? Todavía no había leído las respuestas de las universidades a las que había echado la instancia para que me aceptaran, pero si no había tenido muchas esperanzas de entrar cuando lo hice antes de marcharme al voluntariado, menos aún las tenía ahora después de haberme perdido más de medio trimestre.
               Además, tampoco es que fuera a hacer las maletas de nuevo y pirarme a Oxford con Bey o Tam y dejar a Sabrae sola en casa. Me había pedido que me quedara, lo cual indicaba necesariamente que estuviera cerca de ella, pues si lo que deseaba era que estuviera por ahí, pero no demasiado cerca, me habría pedido que no me fuera. No era lo mismo.
               Joder, debería ser catedrático de Lengua Inglesa, o algo así.
               El caso es que notaba que ella se había ido tranquilizando a medida que pasaba el tiempo, y todo gracias a que no tenía que preocuparse de cómo reaccionar ante las personas que venían a molestarnos. Detestaba que tuviera que contenerse, pero tampoco le había querido preguntar por si acaso sentía que la estaba juzgando. Me daba la sensación de que creía que lo estaba haciendo todo mal, pero, si quería, pronto le recordaría que había ciertas cosas con las que nunca podía equivocarse.
               No me importa admitir que me apetecía quedarme a solas con ella y perder un poco de vista a Mary y Trey, aunque eso significara estar menos tiempo con mi hermana; pero, antes de que digas que soy un cerdo que piensa con la polla, permíteme que te diga que la notaba receptiva. Sentía sus ganas de mí igual que a mí me picaban mis ganas de ella por todo el cuerpo, pero particularmente en zonas concretas que a los dos nos gustaban mucho. Además, ahora estaba relajada. Me sonreía con sinceridad, se pegaba más a mí y suspiraba con satisfacción cuando me besaba.
               Vamos, que yo le apetecía igual que ella me apetecía a mí. Éramos dos personas libres y más que dispuestas a unirse a la lista de personas que habían tenido sexo en los iglús de Russell Square, todo un hito entre las parejas de Londres.
               Me reí entre dientes, sacudiendo la cabeza.
               -¿Soy, o no soy obediente?-ronroneé-. Me dijiste que le dejara tranquilo y le he dejado tranquilo. Además, después de hablarlo con él, creo que nos debes una disculpa a ambos, bombón. Ni yo estaba siendo tan malo ni él era tan blando como pensabas.
               -¿Que yo pensaba que era blando? Por favor-puso los ojos en blanco-. Deberías haber visto cómo te miraba cuando creía que no le veías.
               -Créeme, yo le veía siempre-me reí, encogiéndome de hombros y quitándome una pelusilla del hombro de un manotazo.
               -¿Has podido interrogarle como querías?-preguntó, y se giró al escuchar unos pasos que avanzaban con decisión hacia nosotros, pero se trataba de una pareja de chicas que iba en dirección a sus amigas con una bolsas de comida basura en los brazos. No sería mala idea hacernos con algo para picar después de entrar en el iglú, por lo menos para aguantar hasta la cena con las amigas de Mimi. Ya me habían avisado de que no iba a poder escaquearme, aunque me apeteciera ver a los chicos, pero después de todo lo que habíamos hablado Sabrae y yo de los planes que teníamos, no me importaba renunciar a verlos un poco antes de salir de fiesta. Hasta donde habían podido informarme, Bey y Karlie ya habían terminado sus clases y se estaban preparando para salir esa noche; recogerían a Tam de camino y se reunirían con los demás en casa de Max. Luego irían juntos al bar de los padres de Jordan, donde celebraríamos el cumple de Mimi por todo lo alto poniéndole la música que a ella le gustaba y sólo la que a ella le gustaba.
               Para que luego se quejara de que tenerme como hermano era un suplicio, el piojo éste.
               -Oh, he hecho más que eso-sonreí, pasándole un brazo por los hombros y riéndome mientras le daba un beso en la cabeza. Sabrae alzó una ceja y me miró desde debajo de sus pestañas, inquisitiva, y yo no pude aguantarme más la anticipación-. Le he dejado clarito lo que pasará si le hace daño a Mimi, así que no tenemos que preocuparnos por él. La tratará bien.
               -¿Qué le has dicho?
               -Le he amenazado.
               -¿¡Qué!? ¡¡Alec!! ¿Qué le has dicho?-preguntó, escandalizada, y cuando le conté lo que le había dicho a Trey, una amenaza de la que estaba particularmente orgulloso y que había sido sentida como muy pocas en mi vida, Sabrae torció la boca con expresión preocupada-. ¿Cómo se te ocurre decirle eso?
               -Se merece un aplauso, no que me riñas. ¿Has oído lo del Big Mac?-inquirí, y ella bufó.
               -Perfectamente, y no es para estar orgulloso. Trey es muy bueno con Mimi; se preocupa mucho por ella y la ha hecho muy feliz. De hecho, mi opinión de él no ha hecho más que mejorar esta tarde, teniendo en cuenta que te has puesto demasiado chulo con él sin motivo. Ni siquiera le conoces-puse los ojos en blanco-. No-puso los ojos en blanco, imitándome-, no, Alec. ¿Qué harías si, cuando empezamos a salir, mi hermano te hubiera dicho lo que tú le has dicho a Trey?
               -Reírme.
               -No puedes decirlo en serio-puso los ojos en blanco esta vez.
               -No-la imité, con el mismo tono y todo, pero sonriendo por lo cómico de la situación-, no, Sabrae. Para empezar, Scott sabe de sobra que basta con que me diga que no haga algo para que me entren todavía más ganas, así que si no quisiera que estuviéramos juntos, lo mejor que podía hacer sería decirme que adelante, que está encantado de ser mi cuñado. Lo cual me lleva a mi segundo punto, y es que es verdad. Adora que seamos familia-me chuleé-. Lleva deseándolo desde que nos conocemos; por eso es tan cercano a Tommy, porque trataba de despertar en mí algún tipo de reacción que no se ha producido ni iba a producirse. Además, tú misma dices que tu hermano no es nadie para decir con quién andas y con quién no.
               -¿Y por qué te crees que eso se aplica a mi hermano pero no al de Mimi?
               -Porque tu hermano es el subnormal de Scott y el hermano de Mimi soy yo-sentencié, sonriéndole, y ella volvió a poner los ojos en blanco. Dios, me encantaba sacarla de quicio-. Y eso me lleva al último punto.
               -Ilumíname.
               -Scott no se atrevería a amenazarme porque sabe que lleva las de perder-comenté, tomándola de la mandíbula y levantándole la cara para que me mirara, y me pusiera esos deliciosos labios a tiro-. Y más cuando se trata de ti.
               Sabrae se relamió los labios, mirándome los míos sin disimulo en una clara invitación y petición que yo acepté y concedí sin dudar. Me incliné hacia ella, a probar su boca, su sabor a hogar, la libertad de tenerla conmigo y de no tener que seguir buscando fuera una plata que no podía compararse con el oro que tenía en casa.
               El beso primero fue casto, comedido, propio más de dos personas que no se conocen muy bien pero que se están gustando que de una pareja que ya lleva su añito de andadura y de sexo genial, pero enseguida tomé cartas en el asunto para que cambiara. Entreabrí la boca y le lamí los labios, disfrutando de su respiración entrando en el hueco que se abrió y calentándome en lo más profundo de mi interior. Joder, como no nos dieran un iglú rápido, creo que terminaría pidiéndole que fuéramos a desfogarnos detrás de un arbusto. No podía con las ganas que tenía de ella, y sentía que ella estaba exactamente igual que yo. Casi podía oler su excitación como cuando estábamos en mi cama y yo la estaba tocando, bien por encima de los pantalones o, si tenía suerte, directamente de la ropa interior; el recuerdo de su sabor ya chispeaba en mi garganta y me hacía la boca agua, y las promesas de lo que pasaría la siguiente vez que nos acostáramos flotaban a nuestro alrededor como farolillos tiñendo el cielo de luces y color en un festival asiático.
               Apenas quedaba ya hueco para ese ápice de pena que me daba el dejar a Luca y Perséfone en la estacada, o el poder contar con los dedos de las manos los amaneceres que había visto en la libertad de la sabana. Incluso estando con mi persona favorita en el mundo, en el único hogar que había conocido realmente, con la única libertad e inmortalidad que había experimentado nunca, había una parte de mí (pequeña, pero la había) que desearía que las cosas fueran un poco mejor para Saab. No ya sólo por ella, sino también, egoístamente, por lo que implicarían para mí, para nosotros.
               Me gustaba nuestra correspondencia, me gustaba tener pruebas de que había alguien que me quería lo bastante como para esperarme un año y sufrir miles de kilómetros de añoranza. Me gustaba que mis rutinas despertaran tanto interés y contar los días para que llegara una nueva carta. Me gustaba la añoranza, y me gustaba la fantasía, y me gustaba desgranar hasta el último ápice de lo que el mundo me concedía de Sabrae cuando nos llamábamos por teléfono y yo escuchaba con más atención que nunca su respiración. Había supuesto un subidón de confianza para mí el marcharme porque me había enseñado lo mucho que la conocía.
               Le puse las manos en la cintura y la atraje hacia mí, deleitándome en que no tenía que imaginarme cómo se sentían sus curvas sobre mis ángulos, sino que podía gozarlas. ¿Qué hacía lamentando no poder soñarla cuando la tenía frente a mí? Como si el néctar que manaba de entre sus muslos no fuera siempre más dulce cuando estaba en mi lengua en lugar de mi imaginación.
               Sabrae jadeó contra mi boca y acarició mi lengua con la suya, despertando una bestia dormida que rugió desde lo más profundo de mi ser, liberada y disfrutando.
                Entonces, mi puñetera hermana carraspeó a nuestro lado.
               -Ejem. Ya veo que estabais aprovechando el tiempo; y yo preocupada por si os hacían entrar antes de que llegáramos.
               Mimi tenía una mirada de falso reproche en los ojos, e incluso se había puesto los brazos en jarras. No obstante, había diversión en su boca, al igual que en la de Trey, que seguramente pensaba que, si me enrollaba con Sabrae, estaría de mejor humor y no me metería más con él.
               Se equivocaba. No iba a meterme más con él porque había sabido ver que mi chica no estaba bien, y había sido lo bastante generoso como para renunciar a otra hora cogiéndole la mano a Mimi mientras la escuchaba hablar de esos monumentos que a mi hermana tanto le gustaban cuando se había fijado en el nerviosismo que se estaba apoderando de Sabrae.
               Odiaba que sus padres la hubieran cambiado hasta el punto de que ya no se fiara de la gente que se acercaba a ella, y odiaba que ese miedo fuera totalmente fundado. La tarde había arrojado una estadística aterradora: sólo un tercio de quienes se acercaban a Saab eran totalmente educados y amables con ella; donde antes una minoría había sido maleducada y demasiado cotilla, ahora se habían convertido en una mayoría aplastante.
               Tendría que pedirle a Shasha que me enseñara el vídeo que había hecho que la opinión que el mundo tenía sobre Sabrae cambiara tanto para poder entender un poco mejor a quién se esperaban encontrarse esa manada de imbéciles, pero estaba seguro que, viera lo que viera, los cambios no me parecerían justificados.
               Un error no te define. Y menos aún lo hace el defenderte de quien te está haciendo daño, como le había pasado a Saab.
               Pero yo mejor que nadie sabía que, cuando una persona se hace una imagen de ti y decide cómo va a entender tu historia antes incluso de que tú se la cuentes, ya hay poco que puedas hacer para que te escuche.
               La diferencia estaba en que yo lo había sufrido con Sherezade y Zayn, y Sabrae lo estaba sufriendo con el mundo entero. No era justo.
               -¿Quieres que lo retomemos por si acaso aprendes algo?-pregunté, desafiante, y Mimi frunció el ceño y entrecerró los ojos, como decidiendo si se ofendía por mi pulla o no. Finalmente decidió que no merecía la pena, pues esbozó una sonrisa maligna y dijo:
               -Todo te está saliendo demasiado bien hoy, Al. Estoy bastante dolida con cómo has salido corriendo del museo sin tan siquiera preocuparte por tu pobre hermanita desvalida, así que, ¿cómo piensas recompensármelo?
               -Deja que lo piense: no me voy a comer a Trufas cuando lleguemos mañana por la mañana de fiesta, y yo tenga un hambre voraz.
               -Acompáñame a por chuches-ordenó-. Trey y Saab seguirán haciendo cola mientras tú cargas con las bolsas.
               -¿Por qué tengo que ir yo?-me quejé. No me apetecía una mierda separarme de Sabrae en condiciones normales, así que imagínate ahora que había descubierto que el mundo había cambiado su opinión respecto a ella, y que, en consecuencia, su opinión de sí misma tampoco era igual que antes. 
               No es que no disfrutara de la compañía de Mimi, ni mucho menos, o que no quisiera pasar más tiempo con ella para compensarle lo poco que habíamos estado juntos cuando vine para el cumpleaños de Tommy, y aunque normalmente le daba a mi hermanita todo lo que quería sin rechistar en sus cumpleaños, tenía que concederme que aquella no era una ocasión normal. Para empezar, porque era el primer cumpleaños que yo me pasaba en pareja, y porque mi presencia parecía tranquilizar a mi chica de un modo en que no lo hacía nada más.
               -Tú eres más fuerte y puedes llevar más bolsas-replicó Mimi, con la confianza de quien sabe que tiene el argumento ganador, como si de eso se tratara todo en la vida: de quién era más fuerte y quién podía llevar más cosas de un sitio a otro. Como si yo no hubiera aprendido por las malas, a lo largo de un calvario de diecisiete años, que la fuerza no nacía de arrastrar unas mochilas pesadísimas a tus espaldas, sino de, precisamente, soltarlas y dejar que el mundo te viera tal y como eras.
               Como si la fuerza no consistiera, más bien, en ir por la vida con la espalda descubierta.
               Suspiré sonoramente, poniendo los ojos en blanco. No podía decirle a Mimi que me preocupaba el estado emocional de Sabrae con Trey delante por la sencilla razón de que yo no querría que Sabrae mostrara preocupación por mí delante de una persona a la que apenas conocía si la situación fuera al revés. Además, Mimi tenía que haberse dado cuenta, igual que lo había hecho Trey, de que Saab no estaba en su mejor momento, así que el que me pidiera esto no dejaba de resultarme especialmente egoísta viniendo de mi hermana.
               No me tenía acostumbrado a este tipo de comportamiento, ya que normalmente se mantenía al margen si notaba que había algo que no iba bien con Sabrae o conmigo.
               Miré a Sabrae, que me dedicó una sonrisa calmada y se separó ligeramente de mí, dándome el espacio que mi hermana necesitaba para aprovecharse y engancharme del brazo. No me costó demasiado ignorar el brazo de Mimi en el mío mientras me hundía en los ojos de Sabrae y analizaba las luces y sombras que había en su mirada.
               Saab se relamió los labios y me dedicó una sonrisa calmada, más propia de una sacerdotisa a la que uno de sus fieles le confiesa un pecado menor que le tiene la conciencia totalmente absorbida que de una chica que parecía a punto de llorar hacía media hora.
               -¿Te fías de dejarme con Trey?-preguntó Sabrae, sonriéndose mientras daba un paso atrás y se colocaba al lado de él, que le sonrió de una forma sincera que me hizo ver que había confianza entre ellos. Evidentemente no tenían la misma que mi chica y yo, pero sí la suficiente como para quedarse solos un ratito.
               -Sólo de momento-contestó Mimi-, mientras te robo a mi hermano un ratito para que me ayude a coger chuches.
               -Bueno-contestó Saab, asintiendo con la cabeza y sonriéndole sin mostrar los dientes.
               -Estaremos bien-respondió Trey, metiéndose las manos en los bolsillos e intercambiando una mirada con Sabrae. No se me escapó la inocencia de aquel gesto, manteniendo las manos lejos de mi chica por sí a mí se me ocurría que él podía suponer una amenaza para nosotros. Pobrecito. Incluso me daba lástima.
               No podría con ninguno de los dos por separado, ya no digamos juntos.
               -Vamos, id tranquilos. Trey y yo tenemos que estrechar lazos-sonrió Sabrae, entrelazando su brazo con el de Trey y sonriendo abiertamente. Sonriéndome a mí, demostrándome que estaba bien, o que lo estaría pronto. Suspiré y miré a mi hermana.
               -Siempre tienes que salirte con la tuya, ¿eh?
               Mimi esbozó la misma sonrisa radiante que Sabrae y me arrastró lejos de la cola en dirección a los puestos de golosinas. Se detuvo frente a uno de manzanas caramelizadas en el que no había tanta gente como en los demás, pero después de analizar su género mientras tamborileaba con sus dedos sobre la barbilla, finalmente continuó su camino.
               Prácticamente brincó en dirección a una tienda de gominolas con bolsitas de chucherías de todos los colores, tamaños, y formas, y cuando se giró con ojos ilusionados, supe que era una de aquellas ocasiones en las que a mí me tocaba abrir la cartera sin mirar lo que estaba pagando.
               Excepto, claro, que yo no llevaba dinero esta vez. Mimi cogió una bolsita de palomitas, y sólo cuando yo me hube acercado hasta ponerme a su lado vi que se había detenido frente a los regalices.
               -Sabes que no tengo pasta, ¿verdad?-pregunté, y ella se encogió de hombros.
               -Tranqui. Hoy pago yo-la miré con las cejas arqueadas y cogí un brazado de bolsas de regalices, lo que le arrancó una carcajada despreocupada. A diferencia de otras veces, en las que se mostraba más contenida, esta vez no le preocupó que nadie la mirara, sino que se limitó a ser feliz.
               Si Trey había obrado este cambio, debía decir que no me disgustaba.
               Fui tras Mimi mientras buscaba más chucherías de las que más le gustaban, y cuando por fin nos pusimos a la cola, cada uno con dos paquetes para él y su respectiva pareja, Mimi se giró y me dedicó una sonrisa radiante.
               -Estoy tan feliz de que estés aquí-soltó sin pudor alguno, completamente eufórica, y yo la miré sorprendido. ¿Había querido separarme de Saab para decírmelo? Porque podía hacerlo perfectamente en presencia de ella.
               Aun así… me enterneció que quisiera tenerme para ella sola para decirme que se alegraba de que hubiera venido a verla por su cumpleaños, como si no fuera algo tan típico de mí como el que me gustara el boxeo o querer a Sabrae.
               ­-¿Entiendo que te ha gustado la sorpresa?-pregunté, dándole un toquecito en la cintura con mi cadera, y ella asintió, mordiéndose la sonrisa.
               -¿No hay nada que quieras decirme?
               -Ya te he cantado el cumpleaños feliz, Mimi. Tendrás que esperar al año que viene para volver a oír mis florituras vocales.
                Mimi me puso ojitos igual que una gatita callejera que quisiera vivir la buena vida en mi casa. La última vez que me había puesto esa cara yo había terminado comprándole un conejo sin siquiera consultárselo a mamá, todo porque se había enamorado de él mientras esperaba a que yo terminara de hacer mis compras navideñas cuando todavía éramos críos.
               -¿No tienes nada que contarme?-inquirió, aleteando con las pestañas. Estaba perdidísimo, ¿a qué coño se refería?
               Ay, coño. ¿No habría hablado con Perséfone y se habría enterado de que me iba por ahí a hacerme el héroe en la sabana, verdad?
               -Mm, a ver. ¿Sabes de dónde vienen los niños?
               -Sí.
               -¿Y que los reyes son los padres?
               -Sí.
               -¿Qué Bush hizo el 11S?
               -Ajá-sonrió Mimi, y yo me encogí de hombros. Bueno, sólo podía lanzarme a la piscina ahora, y si sabía lo que había pasado en Etiopía de labios de otra persona que no fuera yo, por lo menos me quedaría con saber de quién podía fiarme y de quién no.
               -Entonces todo listo por mi parte. ¿Qué se me olvida?
               Casi se hace pies del gusto y todo cuando me lo pudo decir al fin.
               -Sé que vas a quedarte-anunció como quien dice que por fin se ha quedado embarazada del hombre de su vida después de cientos de intentos sin éxito de fecundación in vitro, y lo mejor de todo es que se ha quedado embarazada por el método tradicional (con diferencia, mi preferido).
               -¡Ah!-exhalé, sorprendido. No me esperaba que Sabrae se lo hubiera dicho sin más cuando estaban solas; creía que era la típica cosa que las parejas cuentan en conjunto, como cuando te vas a comprar una casa, te ha tocado la lotería, vas a casarte o piensas invertir en alguna inmobiliaria que te ofrece una rentabilidad escandalosamente alta.
               No es que me enfadara con Sabrae, ni me molestara, pero… me parecía raro. Y, bueno, puede que estuviera un poco decepcionado por haberme perdido la cara que habría puesto Mimi cuando se enterara de la noticia, pero tampoco podía culpar a mi chica: sabía que mi hermana podía ser muy perspicaz y persuasiva (véase un par de párrafos arriba, cuando hablé de que le compré a Trufas sin preguntarle nada a mamá) cuando se lo proponía, así que no iba a enfadarme con Saab por no ser capaz de resistirse a sus encantos. Créeme, yo llevaba dieciséis años tratando de conseguirlo, y no había manera.
               Supongo que le hacía mucha ilusión que yo me quedara; tanta, que no podía guardarse el secreto para sí. Eso me producía un profundo alivio, porque suponía que pronto se le pasaría el nerviosismo de estar sola y enfrentarse a un mundo que sentía que la detestaba y empezaría a centrarse en que había empezado al fin nuestra vida en común. Quizá le ilusionara tanto que ni siquiera me preguntaría por Etiopía, sino que estaría tan entusiasmada por nuestro futuro que se le olvidaría mi pasado.
               Sólo esperaba que, al menos, esperara para poder decírselo yo a mis amigos. Ya que me había perdido la reacción de mi hermana, al menos quería ver la de ellos. Fijo que se sorprendían un montón, y yo no era de los que les daba alegrías todos los días, así que lo saborearía todavía más.
               -¿Te alegras?-pregunté, sonriendo, y Mimi asintió con la cabeza y se abrazó a mi cintura.
               -¡Muchísimo! Me alegro tantísimo. Creo que es la mejor decisión que has tomado en tu vida, Al. Todos te echábamos muchísimo de menos.
               -Vaya, y yo a vosotros, peque.
               -¿Cómo fue el momento en que decidiste quedarte? ¿Te lo pensaste mucho? Debes de haber hecho buenos amigos en Etiopía. Espero que no perdieras mucho de lo que tenías allí-comentó, y yo me aparté el escozor del alma, de todo lo que podría haber sido y no sería jamás. De las navidades con mis compañeros, el fin de año en casi un equinoccio, un verano cálido y húmedo incluso en diciembre, las migraciones, las fiestas, las risas hasta las tantas con Luca cuando llegaran los monzones y no existiera la posibilidad ni de salir de la cabaña.
               Podría haber sido muy feliz en Etiopía, pero sabía que, aunque en Inglaterra me tocara esforzarme, mi auténtica felicidad estaba aquí. Lo de Nechisar habían sido unas vacaciones con más trabajo de lo común, pero unas vacaciones, al fin y al cabo. No habían llegado a ser mi realidad. Inglaterra lo era.
               Inglaterra era mi hogar, con sus goteras y su jardín a repasar cada fin de semana, con las sesiones de limpieza intensas en cada cambio de estación y sus horarios férreos de hacer la compra o hacer otras tareas. Etiopía había sido un sueño, con su cielos cuajados de estrellas, sus alarmas hechas de rayos de sol, las madrugadas pulverizadas por la Vía Láctea y las confesiones en el embarcadero, antes de que todo se fuera a la mierda y luego mucho después, mientras se reconstruía.
               Era hora de despertar.
               -Naaaaaaa. Lo de aquí también está genial.
               Mimi me dedicó una sonrisa amplia como el horizonte de la sabana y luminosa como un amanecer recortándose entre la jungla, y mentiría si dijera que, aunque yo también le sonreí y me alegraba de hacerla tan feliz (y precisamente el día de su cumpleaños), no sentí una punzada en el corazón al pensar en todas las posibilidades a las que le había dado la espalda. A todas mis chicas les habría encantado la sabana y les habría sentado genial la luz dorada del sol, y a todos mis chicos les habría encantado la labor que había estado haciendo en el santuario de las mujeres. Se habrían sentido orgullosos de mí como nunca en mi vida, y puede que, al fin, yo me sintiera lo suficiente realizado con ellos como para dejar de compararme y disfrutar de nuestras diferencias, de nuestros ritmos distintos y de las bifurcaciones en nuestros caminos.
                Sentía que, renunciando a Etiopía y renunciando a la versión de mí mismo en la que me iba a convertir en aquel país, irremediablemente también estaba renunciando a las versiones de mis amigos en que ellos iban a convertirse cuando me visitaran allí.
               Pagamos, y regresamos con Trey y Sabrae como los hijos pródigos que regresan a casa después de una larguísima travesía. Mimi le sonrió a Trey con tanta sinceridad cuando nos reunimos con ellos que, por un momento, creí que incluso iban a empezar a enrollarse frente a nosotros. O, por lo menos, nos pedirían que nos fuéramos con ellos al iglú.
               No obstante, yo tenía mis propios planes, e incluso aunque aquello me habría brindado una posibilidad genial de controlar lo que hacía mi hermana y asustar todavía más a Trey, lo cierto es que me apetecía celebrarlo… y también que me consolaran por todas aquellas posibilidades e ilusiones a las que había dicho adiós. No me dolía, ni mucho menos; o no exactamente.
               Pero, ahora que ya lo teníamos todo aclarado, quería pensar que por fin pasaría lo que llevaba tanto tiempo anticipando, por lo que sentía la piel tan sensible y cada movimiento de Sabrae producía un terremoto dentro de mí, como las pisadas de una diosa.
               Sé que habíamos decidido que no haríamos nada mientras no habláramos de lo nuestro ni tampoco durante el cumpleaños de Mimi, pero yo pensaba tomarme este momento de descanso de mi hermana como el regalo que  era para poder disfrutar de mi chica al máximo.
               Por eso cuando entramos en el iglú que nos habían asignado, a tres de distancia del que ocupaban Trey y Mimi para que no pudiéramos oírlos, ni ellos a nosotros, yo lo hacía con una anticipación similar a la que había tenido cuando fui tras Sabrae en la fiesta de mi graduación. Sabía que se venía algo gordo si los dos queríamos; siempre me había puesto muchísimo hacerlo en un sitio en el que se suponía que no debíamos hacerlo, como un lugar público o un ascensor, y los iglús, aunque más íntimos que los lugares que protagonizaban mis más oscuras pesadillas, tenían el aliciente de que podían escucharnos y entrar para interrumpirnos porque, supuestamente, mantener relaciones sexuales iba contra las normas de etiqueta del servicio.
               ¡Que le jodieran al servicio! Yo iba a follarme a mi novia allí. Llevaba demasiado tiempo sin escucharla gemir, sin saborear cómo se deshacía entre mis labios, sin romperme mientras ella se aferraba a mí con todos sus músculos, incluso los que no controlaba (especialmente con los que no controlaba). Había una tensión entre nosotros que chisporroteaba como una tormenta eléctrica, y yo tenía pensado agarrarme a todos los objetos metálicos que tuviera a mi alcance con la esperanza de que me alcanzara alguno de sus rayos.
               Sabrae seleccionó un manto de estrellas sin auroras boreales que me recordó al cielo despejado bajo el que habíamos hecho el amor en Mykonos, y a mí se me disparó la temperatura corporal cuando se giró para mirarme. Salvó la distancia que nos separaba de un par de pasos, me tomó de la mano y la giró para mirarme la palma. Le dio un beso, y luego un mordisquito.
               -Estoy muy orgullosa de cómo has aguantado el tipo hoy-me dijo, y yo tomé aire y lo solté lentamente-. Y quería darte las gracias por cómo has respetado mi espacio y siempre has sabido dar un paso atrás para que mi dolor no se interponga entre nosotros.
               ¿Su dolor? Su dolor no era ningún problema para mí. Todo lo contrario: me gustaba su dolor igual que me gustaban las pecas sobre su nariz, sus rizos o sus estrías, pues formaban parte de ella. Por supuesto, preferiría que no sintiera ningún dolor, pero sabía que, ahora mismo, Sabrae era esa persona que tenía delante de mí, preocupada y en busca de un refugio que estaba encantado de construirle entre mis brazos.
               Sabrae se relamió los labios y entreabrió la boca. Pronunció una palabra, una sola palabra, y ya me tuvo rendido a sus pies.
               ¿Adivinas cuál es?
               Seguro que sí.
               Te daré una pista: mi punto débil.
               -Alec…
               Exactamente.
               Dijo mi nombre y ya me tuvo frente a ella, con mi boca sobre la suya, mis manos en su rostro, mi pecho pegado al suyo.
               -Alec-repitió en un jadeo cuando le puse las manos en la cintura y la conduje al suelo. No se quejó; todo lo contrario, separó las piernas y me dejó meterme entre ellas, doblando las rodillas y recorriéndome los costados con ellas. Joder, esto iba a pasar. Iba a pasar de verdad.
               Llevaba tanto tiempo esperando esto, tantas noches en vela, despertándome sudoroso después de soñar que ella estaba a punto de correrse, con la polla dura como una piedra y ansiosa de su contacto, conformándose a duras penas con el mío; tantas tardes en la ducha haciéndome pajas y pensando en cómo sonaba su boca cuando gemía mi nombre, cómo me acariciaba su aliento cuando jadeaba contra mi oreja…
               -Has sido tan bueno conmigo… todo un caballero…-gimoteó mientras yo la besaba en los labios, en el cuello, en la clavícula.
               -Déjame verte-le pedí, y ella se separó de mí y se relamió los labios. Sus ojos estaban encendidos por la lujuria, y cuando sus dientes asomaron por entre sus labios, me lancé de nuevo hacia ella, famélico.
               Llevé las manos a la cintura de su jersey y tiré de él para quitárselo, quedándome así con la vista de la blusa beige que se había puesto por debajo y que le transparentaba el sujetador. Empecé a pelearme con los botones de su blusa y ella jadeó. Cerró las piernas en torno a mí, atrayéndome más contra su centro, y se frotó instintivamente contra mí, buscando fricción, buscando consuelo, buscando una satisfacción que sólo toda mi envergadura, y nada más, podía darle.
                -No vayas tan rápido-me pidió.
               -Te echo muchísimo de menos-respondí, mordisqueándole el cuello. Sabrae emitió un gemido sensual y femenino desde lo más profundo de su garganta que aterrizó directamente en mi polla, y me estremecí de pies a cabeza.
               Sabedor de que no iba a ser lo bastante paciente como para desnudarla del todo, sino que mis ansias de ella podrían más que yo hasta el punto de que puede que ni tan siquiera pudiera descalzarla, le subí la falda y metí la mano entre sus piernas. Sabrae se mordió el labio y cerró los muslos, gozando de mi contacto y arqueando la espalda, ofreciéndome sus pechos todavía cubiertos de una forma obscena por la blusa y su sujetador.
               Le masajeé el clítoris por encima de la ropa y se me hizo la boca agua al notar lo sensible y mojada que estaba.
               -Déjame probarte. Quiero cada puta gota que salga de ti, Sabrae-gruñí, desquiciado. Me llevé las manos a los pantalones y me desabroché el botón de la bragueta, bajándome la cremallera y aliviando así un poco la presión que sentía sobre mi polla, aunque alivio, precisamente, era lo que yo no necesitaba-. Quiero que gimas mi nombre y que te subas a mi polla y me montes como a un jodido animal. Quiero que te corras gritando mi nombre y que se entere toda esta ciudad de quién es el más afortunado del país.
               Sabrae clavó las uñas en el suelo a mi lado, y sacudió despacio la cabeza.
               -No se suponía que fuera a ser así.
               Me incliné sobre ella y planeé sobre su boca.
               -Tú y yo nunca hemos hecho lo que se suponía de nosotros.
               Negó de nuevo con la cabeza y se mordió los labios.
               -Necesito que vayamos más despacio.
               -Tú mandas, nena-ronroneé, besándole la palma de la mano e ignorando las protestas de mi polla. Puede que aún estuviera nerviosa por lo que había pasado en el museo, y no quería que tuviera la cabeza en otra parte mientras lo hacíamos. Quería que disfrutara de mí sin nada más que placer ocupándole la mente.
               Sabrae se incorporó hasta quedar sentada, y me miró la entrepierna con gesto pensativo. Me senté a su lado y la besé lenta y profundamente, haciéndole saber lo mucho que la quería, que la deseaba y que, por encima de todo, la respetaba con aquel beso.
               Sin embargo, ella no se dejaba llevar del todo. Simplemente respondía a mis besos, pero lo hacía con cautela y jamás tomaba la iniciativa.
               Empecé a preocuparme, y a preocuparme en serio. ¿Había hecho algo que le hubiera molestado?
               -¿He hecho algo?-pregunté al fin, y ella se separó de mí y me miró. Negó despacio con la cabeza-. ¿Estás segura?-asintió-. Sabrae, háblame.
               -No has hecho nada-me confirmó.
               -Vale. Pero… ¿te apetece hacerlo? Es que... no sé muy bien si esto es lo máximo a lo que quieres llegar, lo cual está bien, o si necesitas más tiempo. No sé si has cambiado de idea respecto a que hagamos algo ahora, pero… quiero saber en qué punto estamos. Quiero saber cuándo quieres que pare para no presionarte para ir más allá.
               -No quiero que pares-contestó, mirándome con intensidad, y yo me relamí los labios. Vale. Puede que fueran imaginaciones mías, entonces. Puede que estuviera tan lleno de emociones que no había sabido identificar las suyas correctamente.
               -Vale. Entonces, aunque anoche decidimos que no haríamos nada, ¿podemos ir más allá de lo que hemos hecho hasta ahora? Quiero decir… después de todo lo que ha pasado… y teniendo en cuenta que ya sabemos que me voy a quedar…
               Algo cambió en su mirada, y yo me di cuenta de que había abierto la caja de Pandora sin saberlo.
               -Sobre eso… creo que, antes de que pase nada entre nosotros, deberíamos hablar de lo de anoche.
               -¿Hablar sobre qué?
               -Sobre lo de anoche.
               Fruncí el ceño, sin entender adónde quería llegar a parar. ¿Qué más había que hablar? Me había pedido que me quedara y yo iba a hacerlo; haría todo lo que ella me pidiera.
               -¿Qué pasó anoche?
               -Ya sabes, cuando… te dije eso. Cuando te pedí que te quedaras.
               -No tenemos nada que hablar, Saab. Está decidido.
               -No tiene por qué. Yo lo he decidido, y… quiero pedirte perdón por habértelo pedido. No es justo para ti. Tenemos que decidirlo entre los dos, no sólo yo.
               -Pero yo estoy cómodo con tu decisión-respondí, inclinándome hacia atrás y poniendo un poco de espacio entre nosotros. No sé por qué, pero la cercanía ahora mismo me parecía una mala idea; no quería que se sintiera coaccionada a pensar que había cometido un error conmigo, o que estaba pasando por el aro que ella me ponía simplemente porque estaba cachondo. Sí, de acuerdo, no había meditado sobre la decisión como un monje budista que dedica toda su vida a reflexionar sobre lo que iba a hacer, pero, ¿qué más daba? Sabía de sobra dónde descansaban mis lealtades y cuál era mi prioridad: Sabrae.
               No iba a renunciar a ella. No iba a ponerla en peligro. No iba a dejar de cuidarla. Si me necesitaba con ella, con ella me tendría.
                -Ya, bueno, pues yo no lo estoy-se encogió de hombros y se apartó el pelo de la cara-. No es justo-repitió-. Es una decisión que es mía, pero te afecta también a ti. Diría que incluso te afecta más a ti que a mí, y… quiero que estemos seguros de lo que hacemos, y para eso…
               -Estoy seguro de lo que hago-sentencié, sintiendo que se me bajaba la libido y que un fuego muy diferente prendía en mi interior.
               -… necesito tener toda la información posible-continuó como si yo no hubiera hablado, y, joder, no podía creerme que hacía unos minutos tuviera su clítoris entre mis dedos corazón e índice, y ahora fuéramos a ponernos el corazón en el puño y a hablar libremente de nuestros sentimientos y de lo que nos había hecho mi puto voluntariado a ambos.
               Quería follar, no revisitar el pasado una y otra y otra vez hasta que Sabrae encontrara el único resquicio que soportara la teoría de que estábamos mejor separados, porque no era así.
               -¿Y quieres que lo hablemos ahora?
               -No-respondió-. Ahora no es buen momento, y todavía es el cumpleaños de Mimi, pero… decidimos que hablaríamos cuando volvieras y que te quedarías si las cosas iban mal para ambos, y no lo hemos hecho. Y no puedo pedirte que te quedes sin hablarlo primero.
               -Ya, bueno, supongo que tampoco puedes impedirme que me quede, ¿no? ¿Y qué pasa si es lo que yo quiero?
               -Entonces respetaré tu decisión, y créeme si te digo que la aplaudiría porque nada me haría más feliz que tenerte conmigo si tú quisieras, pero la cuestión no es cómo reaccionaría yo, Al. La cuestión es, ¿quieres tú?
               -Claro que quiero estar contigo. Siempre voy a querer estar contigo.
               -Estar conmigo no es incompatible con estar en Etiopía.
               -¿Podemos no hacer esto ahora?-pregunté, acariciándole los muslos-. Sólo quiero pasármelo bien con mi novia en un ratito de intimidad que hemos conseguido robarle al cumpleaños de mi hermana. No me importa hasta dónde estés dispuesta a llegar, sólo…-suspiré-. No quiero que nos convirtamos en la típica pareja que no deja de entrar en el mismo bucle una, y otra, y otra vez. A veces siento que mi voluntariado se está convirtiendo en los celos que Megan le daba a Tommy simplemente porque podía. ¿No podemos estar juntos y ya está? Sólo nosotros, como antes. Cuando no te preocupabas por tus padres, ni por lo que opinaban de mí, ni por cómo me lo estaría pasando en Etiopía. Antes estar conmigo era fácil como respirar, Saab. ¿Por qué se ha vuelto ahora tan complicado?
               -Sigue siendo fácil como respirar. Lo que no es fácil es pensar en ti tanto como lo hacía antes, y por eso te pido perdón.
               -No tienes que disculparte por medirme con tus circunstancias. Te aseguro que a mí no me ha parecido mal que me pidieras que me quede. ¿Tienes idea de la cantidad de tíos que sueñan con que sus novias les pidan lo que me acabas de pedir tú?
               -También sé lo afortunada que soy porque no todos estarían dispuestos a hacerlo.
               -Yo sí-contesté, cogiéndole la cara entre las manos-. Yo sí, Saab. Yo sí.
               -Ya lo sé-replicó, apartándome el rostro para que se lo soltara-. Pero que estés dispuesto a hacerlo no me da a mí ningún derecho a reclamártelo.
               ¿Qué coño estaba diciendo esta chavala? ¿De verdad estábamos dándole vueltas a lo mismo una, y otra vez?
               -No tiene importancia, de verdad. Sólo tiene la que nosotros queramos darle, y te aseguro que para mí no la tiene.
               -Dijimos que hablaríamos y decidiríamos juntos lo que haríamos cuando regresaras por el cumple de tu hermana, y no lo hemos hecho.      
               -Ni lo haremos ahora, te lo puedo asegurar-sabía que nuestra estabilidad emocional saltaría por los aires cuando tocáramos los temas de sus sesiones de terapia, así que prefería tener todo el tiempo del mundo para consolarla, y no lo que marcara un puñetero cronómetro digital en una esquina del caparazón de una tortuga hecho de televisiones.
               -No. Nos va a llevar bastante ponernos al día. Pero no he dejado de pensar en todo el día que yo te he pedido que te quedes cuando… ni siquiera sé cómo estás.
               -¿Qué importa cómo esté?-pregunté-. Lo que importa es que tú estás mal, y me necesitas. No te pregunté cómo estabas cuando tuve el accidente, ni cuando te quedaste a mi lado una semana entera mientras yo estaba en coma, intentando despertarme; ni tampoco cuando estuviste ahí día sí, día también durante mi convalecencia, Sabrae. Tú estuviste ahí siempre y yo jamás te pregunté cómo estabas.
               -Sí que me lo preguntaste. Volviste de entre los muertos por mí; eso es pregunta suficiente. Quiero hacer lo mismo por ti-dijo, inclinándose y cogiéndome la mano, mirándome con una intensidad que me asustó.
               -Como se te ocurra estamparte contra una cabina de teléfono con una moto y hacer que te pase una furgoneta por encima juro por Dios que corto contigo, Sabrae-le aseguré.
               -Tú no elegiste lo que te pasó, y yo lo hice porque quería. Me quedé a tu lado porque me mataba no estar contigo. No estaría mejor en ningún lado más que a tu lado.
               -¿Y yo sí estaré mejor lejos de ti?-inquirí.
               -No lo sé. Ése es el problema, Alec. Que te lo pedí cuando realmente no lo sé.
               -Ya te respondo yo: no.
               Sabrae clavó los ojos en mí, desafiante pero serena.
               Y entonces me hizo la única pregunta que podía hacer que me derrumbara.
               -¿Eres feliz en Etiopía?
               Sabrae me miraba fijamente, pero yo noté que me cambiaba la cara. De todo lo que podía decirme, de todas las preguntas que podía hacerme… y decidía hacerme justo ésa. La más difícil de todas. La única que abriría el suelo a mis pies y me haría elegir.
               Tenía dos opciones: podía ponérnoslo fácil a ambos, decirle que no, cerrar el capítulo del voluntariado y que ya estuviera todo, pasar página de una maldita vez y cumplir con mi propósito como pareja de acompañarla en su momento más jodido.
               O podía decirle la verdad y jodernos la vida a ambos. Podía reconocer ante mí mismo que no había pensado en la respuesta que iba a darle a Saab porque no quería considerar siquiera la posibilidad de ser feliz lejos de ella, lo cual me parecía un sacrilegio… pero también se había vuelto mi verdad.
               Podía mentirle y salvarla, o podía decirle la verdad y salvarme a mí.
               Podía mentirle y romper la promesa más importante que le había hecho nunca, porque siendo sincero era como nos había metido a ambos en este lío. ¿Acaso no estaba justificado el romper una promesa por cuidar a quien quieres? Porque está claro que ella necesitaba que le dijera que yo lo estaba pasando mal también para poder retirarnos a lamernos las heridas mutuamente.
               O podía seguir luchando por nosotros con la verdad por delante, elegir el camino que habíamos seguido siempre y confiar en que sabríamos orientarnos incluso cuando cruzáramos la última línea dibujada en el mapa.
               Quería lucharlo. Quería merecérmela.
               Quería que los dos no tuviéramos la más mínima duda de que nos habíamos elegido, que no estábamos juntos por inercia ni por costumbre.
               Pero también quería que ella dejara de sufrir. Llevaba luchando por mí un año entero; primero, convirtiéndome en la mejor persona que yo podía ser; después, salvándome la vida con su paciencia infinita y su insistencia en que fuera a terapia. Había hecho que me graduara y había recogido ella sola los pedacitos minúsculos en que le había roto el corazón cuando me subí al avión a Etiopía por primera vez, y no había rechistado cuando tuvo que despedirse una segunda, y una tercera.
               Sabrae no se merecía una cuarta. No se merecía que yo le dijera que estaba de puta madre en Etiopía, o que yo siquiera estuviera bien allí cuando ella estaba mal en casa. No se lo merecía, joder.
               Pero tampoco se merecía que yo terminara mirando al sur con melancolía, preguntándome a qué versión mejor de mí mismo había renunciado por hacerle la vida un poco más sencilla. No se merecía que la tratara como si fuera débil, como la muñequita que me había dicho que no era hacía un par de horas.
               Se merecía que estuviera con ella, y también se merecía no tener dudas de que su novio había permanecido a su lado porque lo deseaba y no por pena. Aun así, sabía que, como le dijera que sí que estaba feliz en Etiopía, o que soñaba con verla allí, o que me había acostumbrado a dosificármela y ahora corría peligro de morirme de la sobredosis más dulce… me haría volver.
               Y yo no sé si quería quedarme. No sé tampoco si sería capaz de marcharme.
               Lo único que tenía claro era una cosa: amaba a esa mujer con toda mi alma, mi cuerpo y mi mente. Estaba loco por ella y haría lo que fuera con tal de que fuera feliz.
               Incluso tomar aire y prepararme para cometer uno de los mayores errores de toda mi vida dándole una respuesta a aquella pregunta.
 

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1 comentario:

  1. Este capítulo me ha vuelto a dar un poquito de angustia. Entre otra vez las fans al acecho y diciendo esas gilipolleces, Mimi ya envalentonandose y Alec que entiendo que va a decirle que ahora si que es feliz en Etiopia por primera vez no se si quiero que llegue el próximo capítulo porque me muero de la pena. Me resulta gracioso porque a grandes rasgos se lo que va a pasar y no debería preocuparme nada en exceso pero de verdad que sufro por Sabrae capítulo a capítulo. Que se resuelva todo ya y vuelva ser feliz por favor 😭😭😭😭

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