lunes, 11 de noviembre de 2024

Trescientos sesenta y cinco San Valentines.

¡Toca para ir a la lista de caps!

Siempre me había gustado su expresión confusa.
               Incluso cuando no le soportaba, incluso cuando estar en la misma habitación que él era un castigo en lugar de una bendición, incluso cuando el que Scott lo invitara a venir a casa me ofendiera sobremanera… una parte de mí siempre había disfrutado con su expresión confusa, la manera en que entrecerraba ligeramente los ojos y fruncía el ceño mientras una sonrisa se le empezaba a formar en la boca. La verdad es que en el pasado no me había permitido pensar mucho en Alec por los sentimientos fundamentalmente negativos que él me despertaba, pero en las pocas ocasiones en que me detenía en él más de lo que a mí me gustaría, me decía que me gustaba la cara que ponía porque solía suponer que yo había dominado la interacción, algo que era bastante complicado con alguien cuya agilidad mental era legendaria, y una de las razones por las que tenía el éxito y la fama que tenía.
               La realidad, ahora que me permitía aceptarla, era que se volvía incluso más atractivo cuando esa sonrisa le iba poco a poco curvando los labios, sus ojos se encendían mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad para encajar las piezas que tenía ante él… y era más hombre que nunca. Sorprendentemente, su expresión de niño emocionado en la mañana de Navidad era la más cercana a ese hombre en el que iba a convertirse algún día, el que me pasaría la mano por la cintura y me atraería hacia sí y me haría sentir orgullosa de que me llamara suya y de yo poder llamarlo mío.
               En la intimidad de mi habitación y en la discreción de mi mente me lo imaginaba con esa misma expresión encontrando a la chica con la que pasaría la noche; una chica que yo había creído desafortunada cuando mis conversaciones con Alec era algo que yo quería terminar pronto, pero que ahora sabía que era la más suertuda de su grupo de amigas o, incluso, del local en el que se encontraba. Hasta hacía un año decía que no entendía cómo Alec podía tener tanto éxito entre las chicas como para volverse tan creído y chulo si era así de cretino, pero ahora sabía que era incluso humilde para todo lo que nos hacía y lo especial que era.
               Y ahora, en la euforia de mis recuerdos y mi presente, podía disfrutar abiertamente de esa expresión que, en el fondo, aunque no quisiera admitirlo, siempre me había gustado, y siempre disfrutaría. Especialmente porque era tan bueno que todavía se la reservaba para cuando me ponía ropa más bonita…
               … o cuando me la quitaba.
               Era el entrante perfecto para lo que sabía que sería una cena increíble, literal y metafóricamente.
               -Estás loca-dijo por fin, después de analizar las puertas de los Jardines de Kew encima de mí, una sonrisa completa finalmente formándose en sus labios. Una sonrisa que me moría de ganas por comerme. Se pasó una mano por la mandíbula y negó con la cabeza, una suave risa pendiendo de sus labios como mi vida pendía de sus manos.
                -¿Te gusta la sorpresa?-pregunté, pasándole de nuevo un dedo por los labios y sonriéndole. Por supuesto ya sabía la respuesta, pero de todos modos quería que me lo dijera; nunca estaba de más escuchar que habías hecho las cosas bien, especialmente cuando lo habías  organizado todo a contrarreloj.
               -¿Bromeas? Me encanta. Sólo a ti se te podría ocurrir algo así, bombón-sonrió, dándome un beso en la mejilla e incorporándose en el coche hasta volver a quedar sentado junto a mí. Un inmenso alivio me inundó al escucharlo.
               Todo había salido bien, o todo iba a salir bien. Las horas previas a llegar a casa de Karlie habían sido una verdadera pesadilla, cruzando emails tanto con la dirección de los Jardines, que en principio se había negado educadamente a concederme el capricho de ir con Alec en un día en que no había eventos organizados, como con las representantes de papá, a las que había tenido que acudir para que hicieran mi presión y también mis promesas más creíbles y útiles; haciendo el seguimiento del vestido que había encargado y confirmando con Karlie que estaría en casa todo el día, y que no se daría un baño o algo que hiciera que no estuviera disponible para abrir la puerta; pasando también por organizar el itinerario de la noche o la cena que íbamos a tomar.
               Tendríamos que esquivar a los paparazzi y todos aquellos que querían obtener aunque fuera la más mínima información de a qué se dedicaba la hermana pequeña de Scott de Chasing the Stars, y sobre todo mantener un perfil bajo para que no pudieran recriminarle nada a mi familia de que yo me iba de fiesta pija con mi novio mientras mi hermano cancelaba una gira por los mismos motivos por los que mi padre había abandonado otra en el pasado. El comportamiento de mi familia tenía que ser ejemplar, y no podíamos dar la más mínima pista de lo que teníamos preparado o de lo que estaba pasando, pues el factor sorpresa era nuestro principal aliado en el tema de Diana.
               Fui a abrir la puerta del coche para salir, pero Alec no me dejó: con un “ni se te ocurra”, tiró de la manilla para volver a cerrarla, salió del coche, lo rodeó y, abotonándose la chaqueta del traje que le quedaba de cine, se acercó a la puerta y la abrió con un guiño ya preparado. Me tendió una mano que yo acepté gustosa, y mentiría si dijera que no me sentí como una estrella de cine que va al día de la première de la película con la que sabe que triunfará en la temporada de premios.
               Me acomodé el abrigo sobre los hombros, regodeándome en el calorcito que me daba en la espalda y que se compenetraba a la perfección con el que sentía en mi interior y en la parte baja del vientre. La sesión de besos en la parte de atrás del coche había estado de lujo; tanto, que incluso me había excitado lo suficiente como para que Alec encontrara entre mis piernas esa película de lujuria con la que tanto le gustaba jugar. Si no fuera porque el trayecto había durado menos de lo esperado gracias al poco tráfico y las habilidades de Alfred, creo que al final no habría sido capaz de seguir resistiéndome a Alec y a sus ganas de mí.
               Mi vestido había sido una idea genial y terrible a partes iguales; genial, porque me había producido un subidón de confianza cuando había visto su reacción hambrienta al verme con él puesto, pues la tela como de satén se adhería a todas mis curvas y no dejaba nada a una imaginación ya de por sí experimentada; y terrible, porque era una envoltura demasiado prometedora como para que Alec se resistiera a probar el bombón que había en su interior. De hecho, era tan revelador que incluso se me notaban los pezones, esos con los que Alec había sido incapaz de dejar de jugar, besar, probar y mordisquear mientras yo me frotaba contra él y sus dedos en los asientos del coche.
               Oh, pero su traje no se quedaba atrás. No, señor. También había sido de mis mejores ideas, pues le sentaba como un guante y hacía que se me acelerara el corazón sólo con mirarlo, por cómo le hacía exudar elegancia y lujo por los cuatro costados; y de las peores, porque, al haber supuesto todo un reto el encargarlo a medida y en tiempo récord (había hablado largo y tendido con Bey a través de mensajes para averiguar cómo sería la mejor manera de tomarle medidas sin que él se diera cuenta de que lo hacía, y cuando se le ocurrió que lo hiciera mientras dormía a mí casi me había dado algo al pensar en que se despertara), el ver que había conseguido el mismo resultado que si nos hubiéramos presentado en la tienda de alguna marca cara hacía que todavía me gustara más lo que veía.
               No pude evitar imaginarnos desde fuera, la pinta que tendríamos, las portadas que ocuparíamos si dejaran que nos fotografiaran.

lunes, 4 de noviembre de 2024

La flor más hermosa.

Me he pensado mucho si publicar este capítulo después de los trágicos acontecimientos de la DANA de Valencia, pues me parecía algo frívolo continuar con mi calendario habitual mientras hay gente que lo ha perdido todo; no sólo su casa, sino también a sus familiares. Sin embargo, después de todas las noticias que abarrotan tanto los telediarios como las redes sociales, creo que también hace falta una ventanita que haga de respiradero con lo que poder distraerse un poco de toda la situación si alguien lo necesita. Sé que hablo desde el privilegio al no haberme visto afectada por la DANA más allá del horror que me produce el darme cuenta de que estamos totalmente solos ante una clase política que parece decidida a no estar nunca a la altura de las circunstancias, así que espero que el que publique este capítulo estando todo tan reciente no se considere una falta de respeto a las víctimas y sus familiares afectados. Nada más lejos de la realidad: me gustaría que, de ser posible, esto fuera un pequeño paréntesis de distracción y alivio de la tragedia que están viviendo, si alguna de las afectadas también se cuenta entre mis flores.
Si vives en España, no dejes de informarte sobre los medios en que puedes ayudar: desde donaciones (preferiblemente en especie, como materiales de limpieza, mascarillas, o alimentos no perecederos libres de alérgenos como sin gluten o sin lactosa) hasta voluntariado si está dentro de tus posibilidades, todo a raíz de medios oficiales o canales fiables que son tantos y tan variados en función de tu origen que me resultaría imposible enumerarlos todos en esta entrada. Por el contrario, si vives en el extranjero, como me consta que algunas personas que me leen lo hacen, también te pido ayuda para Valencia con la correspondiente información y, si tus medios y país lo permiten, enviando ayuda también. Quizá sea demasiado ingenuo por mi parte, pero creo que a más gente concienciada en el ámbito internacional, más fácil será que se depuren las responsabilidades políticas en España.
Gracias por tu tiempo y que disfrutes del capítulo. Mis pensamientos están en Valencia y con todos los afectados.
¡Toca para ir a la lista de caps!

 
Apenas había sido capaz de concentrarme en los juegos en los que me habían hecho participar Shasha, Duna, Dan y Astrid, de cómo me ardía todavía la sangre después de la mañana tan intensa que había tenido con Sabrae; y, desde luego, tampoco ayudaba que ella no estuviera disfrutando de un momento de desconexión como el que se suponía que iba a tener yo jugando con los críos en el salón de mi casa mientras mi madre hacía la comida canturreando al otro lado de la casa, sino que estuviera enganchada al móvil como si le fuera la vida en ello recibir la contestación a algún mensaje arriesgado que había enviado nada más cruzar la puerta de mi casa.
               -¿Todo bien, nena?-le había preguntado en una tregua que me habían dado los críos cuando mamá los llamó a la cocina para que la ayudaran a espolvorear con sus toppings preferidos las galletas que estaba preparando, y que pretendía meterme en la maleta para que no pasara hambre en el vuelo y, de paso, le diera las gracias a Valeria por su “generosidad” al “permitirle que me disfrutara un poco más” (como si Valeria no fuera a hacer que lo pagara con creces).
               Sabrae había levantado la cabeza como una liebre que escucha el sonido de unos crujidos a su espalda en medio del bosque en el que se creía sola y me miró con ojos como platos antes de pegarse el móvil al pecho.
               -Sí. Eh… sí-repitió, mirando la pantalla una última vez, y luego bloqueándolo y bajando el brazo con que lo sostenía en un gesto derrotado-. Es que estoy pendiente de que las chicas me confirmen que han terminado la parte que me correspondía de un trabajo en grupo que tenemos que presentar el lunes, y… bueno, ya sabes. Me preocupa mi expediente académico.
               Asentí con la cabeza. Me habría gustado tomarle el pelo diciéndole que mentía fatal pero no pensaba tenérselo en cuenta, pero no quería que sintiera que tenía que rehuirme para poder ocuparse de sus sentimientos. Al contrario: quería que contara conmigo y que supiera que estaría ahí para ella, y que esperaba con paciencia al momento en que decidiera abrirse a mí.
               Su humor había cambiado un poco justo después de la comida, cuando el móvil le vibró junto a su plato e, incapaz de contener su preocupación, lo comprobó a pesar de que nunca lo hacía cuando estábamos a la mesa. Exhaló un suspiro de alivio que hizo que Mimi la mirara con los ojos más abiertos de lo normal, y nos dedicó a todos una sonrisa de disculpa.