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Incluso cuando no le soportaba, incluso cuando estar en la misma habitación que él era un castigo en lugar de una bendición, incluso cuando el que Scott lo invitara a venir a casa me ofendiera sobremanera… una parte de mí siempre había disfrutado con su expresión confusa, la manera en que entrecerraba ligeramente los ojos y fruncía el ceño mientras una sonrisa se le empezaba a formar en la boca. La verdad es que en el pasado no me había permitido pensar mucho en Alec por los sentimientos fundamentalmente negativos que él me despertaba, pero en las pocas ocasiones en que me detenía en él más de lo que a mí me gustaría, me decía que me gustaba la cara que ponía porque solía suponer que yo había dominado la interacción, algo que era bastante complicado con alguien cuya agilidad mental era legendaria, y una de las razones por las que tenía el éxito y la fama que tenía.
La realidad, ahora que me permitía aceptarla, era que se volvía incluso más atractivo cuando esa sonrisa le iba poco a poco curvando los labios, sus ojos se encendían mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad para encajar las piezas que tenía ante él… y era más hombre que nunca. Sorprendentemente, su expresión de niño emocionado en la mañana de Navidad era la más cercana a ese hombre en el que iba a convertirse algún día, el que me pasaría la mano por la cintura y me atraería hacia sí y me haría sentir orgullosa de que me llamara suya y de yo poder llamarlo mío.
En la intimidad de mi habitación y en la discreción de mi mente me lo imaginaba con esa misma expresión encontrando a la chica con la que pasaría la noche; una chica que yo había creído desafortunada cuando mis conversaciones con Alec era algo que yo quería terminar pronto, pero que ahora sabía que era la más suertuda de su grupo de amigas o, incluso, del local en el que se encontraba. Hasta hacía un año decía que no entendía cómo Alec podía tener tanto éxito entre las chicas como para volverse tan creído y chulo si era así de cretino, pero ahora sabía que era incluso humilde para todo lo que nos hacía y lo especial que era.
Y ahora, en la euforia de mis recuerdos y mi presente, podía disfrutar abiertamente de esa expresión que, en el fondo, aunque no quisiera admitirlo, siempre me había gustado, y siempre disfrutaría. Especialmente porque era tan bueno que todavía se la reservaba para cuando me ponía ropa más bonita…
… o cuando me la quitaba.
Era el entrante perfecto para lo que sabía que sería una cena increíble, literal y metafóricamente.
-Estás loca-dijo por fin, después de analizar las puertas de los Jardines de Kew encima de mí, una sonrisa completa finalmente formándose en sus labios. Una sonrisa que me moría de ganas por comerme. Se pasó una mano por la mandíbula y negó con la cabeza, una suave risa pendiendo de sus labios como mi vida pendía de sus manos.
-¿Te gusta la sorpresa?-pregunté, pasándole de nuevo un dedo por los labios y sonriéndole. Por supuesto ya sabía la respuesta, pero de todos modos quería que me lo dijera; nunca estaba de más escuchar que habías hecho las cosas bien, especialmente cuando lo habías organizado todo a contrarreloj.
-¿Bromeas? Me encanta. Sólo a ti se te podría ocurrir algo así, bombón-sonrió, dándome un beso en la mejilla e incorporándose en el coche hasta volver a quedar sentado junto a mí. Un inmenso alivio me inundó al escucharlo.
Todo había salido bien, o todo iba a salir bien. Las horas previas a llegar a casa de Karlie habían sido una verdadera pesadilla, cruzando emails tanto con la dirección de los Jardines, que en principio se había negado educadamente a concederme el capricho de ir con Alec en un día en que no había eventos organizados, como con las representantes de papá, a las que había tenido que acudir para que hicieran mi presión y también mis promesas más creíbles y útiles; haciendo el seguimiento del vestido que había encargado y confirmando con Karlie que estaría en casa todo el día, y que no se daría un baño o algo que hiciera que no estuviera disponible para abrir la puerta; pasando también por organizar el itinerario de la noche o la cena que íbamos a tomar.
Tendríamos que esquivar a los paparazzi y todos aquellos que querían obtener aunque fuera la más mínima información de a qué se dedicaba la hermana pequeña de Scott de Chasing the Stars, y sobre todo mantener un perfil bajo para que no pudieran recriminarle nada a mi familia de que yo me iba de fiesta pija con mi novio mientras mi hermano cancelaba una gira por los mismos motivos por los que mi padre había abandonado otra en el pasado. El comportamiento de mi familia tenía que ser ejemplar, y no podíamos dar la más mínima pista de lo que teníamos preparado o de lo que estaba pasando, pues el factor sorpresa era nuestro principal aliado en el tema de Diana.
Fui a abrir la puerta del coche para salir, pero Alec no me dejó: con un “ni se te ocurra”, tiró de la manilla para volver a cerrarla, salió del coche, lo rodeó y, abotonándose la chaqueta del traje que le quedaba de cine, se acercó a la puerta y la abrió con un guiño ya preparado. Me tendió una mano que yo acepté gustosa, y mentiría si dijera que no me sentí como una estrella de cine que va al día de la première de la película con la que sabe que triunfará en la temporada de premios.
Me acomodé el abrigo sobre los hombros, regodeándome en el calorcito que me daba en la espalda y que se compenetraba a la perfección con el que sentía en mi interior y en la parte baja del vientre. La sesión de besos en la parte de atrás del coche había estado de lujo; tanto, que incluso me había excitado lo suficiente como para que Alec encontrara entre mis piernas esa película de lujuria con la que tanto le gustaba jugar. Si no fuera porque el trayecto había durado menos de lo esperado gracias al poco tráfico y las habilidades de Alfred, creo que al final no habría sido capaz de seguir resistiéndome a Alec y a sus ganas de mí.
Mi vestido había sido una idea genial y terrible a partes iguales; genial, porque me había producido un subidón de confianza cuando había visto su reacción hambrienta al verme con él puesto, pues la tela como de satén se adhería a todas mis curvas y no dejaba nada a una imaginación ya de por sí experimentada; y terrible, porque era una envoltura demasiado prometedora como para que Alec se resistiera a probar el bombón que había en su interior. De hecho, era tan revelador que incluso se me notaban los pezones, esos con los que Alec había sido incapaz de dejar de jugar, besar, probar y mordisquear mientras yo me frotaba contra él y sus dedos en los asientos del coche.
Oh, pero su traje no se quedaba atrás. No, señor. También había sido de mis mejores ideas, pues le sentaba como un guante y hacía que se me acelerara el corazón sólo con mirarlo, por cómo le hacía exudar elegancia y lujo por los cuatro costados; y de las peores, porque, al haber supuesto todo un reto el encargarlo a medida y en tiempo récord (había hablado largo y tendido con Bey a través de mensajes para averiguar cómo sería la mejor manera de tomarle medidas sin que él se diera cuenta de que lo hacía, y cuando se le ocurrió que lo hiciera mientras dormía a mí casi me había dado algo al pensar en que se despertara), el ver que había conseguido el mismo resultado que si nos hubiéramos presentado en la tienda de alguna marca cara hacía que todavía me gustara más lo que veía.
No pude evitar imaginarnos desde fuera, la pinta que tendríamos, las portadas que ocuparíamos si dejaran que nos fotografiaran.
-¿Os recojo a alguna hora en concreto?-preguntó Alfred con discreción, sacándome también de mi ensoñación, pero no fui capaz de girarme para mirarlo. El traje de Alec (gris oscuro, por supuesto) marcaba sus ángulos de una forma elegante y seductora, haciendo que destilara por los cuatro costados una masculinidad que estaba descubriendo que me encantaba.
-No te preocupes por nosotros, Alfred, gracias. Cogeremos un taxi.
-Perfecto. Que paséis una noche fantástica-se despidió, bloqueando las puertas y metiendo primera para irse. Sin embargo, Alec se separó un segundo de mí, y se inclinó sobre la puerta para mirar a Alfred desde la puerta del copiloto.
-Muchas gracias por traernos, de verdad. Y, bueno… lo siento si te hemos incomodado en el asiento de ahí atrás-le dedicó una sonrisa indulgente que me habría desarmado completamente, y Alfred se echó a reír.
-No os preocupéis. Yo también tuve 18 años hace mucho.
-Estoy seguro de que me comprenderás-replicó Alec, sonriendo y mirándome con una intención que me hizo saber que puede que yo me hubiera puesto el vestido, pero definitivamente no era quien me lo iba a quitar.
Alfred se rió con complicidad.
-Mejor que nadie, te lo puedo asegurar.
Sonreí.
-Buenas noches, Alfred. Que descanses-me despedí.
-Disfrutad-respondió él mientras Alec se separaba del coche, y lo hizo arrancar con un leve ronroneo. Alec se acercó a mí y me colocó las manos en la cintura. Yo me puse a juguetear con las solapas de su camisa negra.
-Justo cuando creía que no puedes ser más perfecto…-ronroneé, mirándolo desde abajo y conteniendo mis ganas de dar saltitos. Me puse de puntillas para rozar mis labios con los suyos y le enredé los dedos en la nuca.
-Sólo estaba siendo educado.
-Pues ojalá no lo seas nada conmigo esta noche-tonteé, besándolo, y adorando cuando convirtió nuestro beso en una risa.
-Sabrae Malik, ¿no estarás tratando de seducirme, verdad?
-Eso es exactamente lo que intento, hubby-respondí, abriendo la boca para convertir nuestro beso en uno más profundo y húmedo. Por supuesto, no íbamos a saciarnos el uno del otro, pero era una buena manera de empezar. Sólo me permití separarme de él cuando estaba a punto de pedirle que llamáramos a un taxi y nos fuéramos directamente al piso del centro… o nos coláramos en la discoteca más cercana para ir lanzados a los baños.
Había pasado demasiada angustia y le había preocupado demasiado organizando esto como para que ahora me dominaran mis impulsos. Eran sus últimas horas en Inglaterra.
Tenía que hacer que contaran.
O, al menos, ésa era mi intención: esforzarme hasta conseguir que todo mereciera la pena para Alec.
Pero luego él me colocó la mano sobre la piel de los riñones, y la noche dejó de parecerme tan gélida, el abrigo tan pesado o los tacones tan imposiblemente dolorosos.
Y me di cuenta de que también eran mis últimas horas con él, y yo también me merecía disfrutarlas.
Era evidente lo mucho que se había esforzado y lo preocupada que estaba porque todo saliera bien, como si no supiera que a mí me bastaría incluso con una tarde acurrucados en el sofá de mi casa, viendo una peli y tapados bajo la misma manta para considerar que había tenido la despedida perfecta de mi chica durante ese año; por eso me alegré tanto cuando noté que se relajaba visiblemente en cuanto le puse una mano bajo el abrigo, guiándola en sus pasos, y algo dentro de ella cambió.
Creo que se dio cuenta de que era real, de que lo habíamos conseguido, de que podríamos con todo si habíamos superado esta última prueba que nos ponía el mundo.
Atravesamos el camino de baldosas en dirección a la puerta principal de los Jardines con mi mano en su piel y la suya entre los dedos de la otra que tenía libre, como si todo el contacto del mundo entre nosotros no fuera suficiente. Como si cada centímetro de conexión o de caricias, por pequeñas que éstas fueran, fuera demasiado preciado como para renunciar a él.
Sabrae rodeó con los dedos una de las rejas de la puerta principal y la empujó suavemente, sonriendo a pesar de los chirridos que indicaban que la reja necesitaba una capa de lubricante urgentemente.
-¿Te imaginas que se hubieran olvidado de nosotros y ahora tuviéramos que volver a casa a ver una peli cutre de Netflix?-preguntó, y yo me eché a reír y le besé la sien.
-Me parecería un planazo también.
-Tampoco estaría del todo mal-admitió, esperando a que cerrara la puerta y volviera a tocarla para seguir andando. Se apartó el pelo de la cara y me dio un toquecito en la muñeca-, pero creo que esto se merece algo un poco más especial que Netflix.
-Y ¿qué es esto, exactamente?-tonteé, esbozando una sonrisa, y ella me miró con inocencia.
-Mi última noche emparejada, por supuesto.
Me eché a reír.
-Qué hija de puta eres-me burlé, dándole de nuevo un beso. Atravesamos el camino de grava iluminado por farolillos dispuestos de forma que no perdieras nunca el rumbo, pero tampoco te distrajeran lo suficiente de la naturaleza como para no disfrutar de la oscuridad de la noche (o toda la oscuridad que podía haber en un espacio abierto en una ciudad como Londres) en la dirección hacia la que ella iba tirando suavemente de mí. Aquí y allá se veían siluetas oscuras, pero ninguna se nos acercó mientras una figura alargada y tenuemente iluminada se iba haciendo más y más grande a medida que avanzábamos.
Supe que me conducía al palacio de las palmeras, en el que se celebraban los eventos más exclusivos, incluso sin mirar los paneles de información que indicaban los puntos de interés de los Jardines, las instalaciones más importantes de cada uno y el tiempo y método de ruta recomendable. El palacio de las palmeras era una impresionante estructura de cien de metros de largo por unos cincuenta de ancho en los que la temperatura era constante, con una agradable calidez que permitía que las plantas tropicales ni sospecharan que estaban a miles de kilómetros de casa, y el lugar perfecto para ir con ropa más propia de una gala benéfica veraniega que del inclemente frío de noviembre. Se levantaba en medio de los amplios campos que separaban cada construcción para que no se hicieran sombra o competencia unas a otras, y estaba rodeado por parterres abarrotados de flores de colores que resistían con valentía cada ráfaga de aire frío o nube ofendida y con ganas de descargar su rabia.
Sin embargo, esta noche estaba despejada, y la Luna llena desafiaba el imperio del Sol, ahora oculto en un reposo que se alargaba deliciosamente para las parejas de enamorados cuando nos despedíamos del verano. El reflejo de la Luna, que estaba preciosa esa noche, danzaba sobre el amplio estanque que había frente a uno de los lados más largos del palacio de las palmeras, y que, si te ponías frente a él, en una noche como ésta, duplicaba las maravillas de los Jardines de Kew. Había puntitos negros de tamaños variados con contornos plateados flotando tranquilamente en el estanque: eran los patos y los cisnes que preferían dormir a la intemperie en lugar de refugiarse en las casitas que habían construido para ellos en el centro de las islas.
Sabrae se detuvo un instante y luego se acercó al borde del estanque, observando la luna como una sirena hipnotizada. Me acerqué a ella y volví a cogerle la mano, maravillándome con la forma en que su piel parecía devolver multiplicada por diez la luz blanca de la Luna, haciendo que fuera incluso más guapa de lo que lo era durante el día. Con ese vestido parecía un ser venido de otro mundo para resolver las diferencias de la humanidad y poner fin a todas las guerras; un ser capaz de hacer que la adorara incluso hasta el más escéptico de los hombres.
Iban a ser meses larguísimos los que teníamos por delante. La Luna crecería y menguaría y los dos estaríamos lejos, pero yo no podría sacarme de la cabeza lo preciosa que había estado esta noche y lo tonto que había sido por creer que me apetecía estar en Nechisar más que a su lado, viviendo esto, siendo suyo y de nadie más.
Su padre se había equivocado en Ready to run: no había razón por la que perseguir el Sol; no, si incluso a la luz de la Luna podía estar así de preciosa.
-Es absolutamente precioso, ¿no te parece?-preguntó Saab, todavía con los ojos puestos en el estanque, en las teselas de luz plateada que las olas del viento le arrancaban al reflejo de la princesa de la noche.
-Sí-respondí en voz baja, casi jadeante, sin poder apartar la vista de ella. Sabrae se volvió para mirarme, y sus labios eran todavía más apetecibles ahora que había caído en su embrujo. Se curvaron en una sonrisa tímida y se mordió el inferior, ordenándome en silencio que diera un paso hacia ella y uniera nuestras bocas en un beso tan electrizante como dulce.
-No estabas mirando-me recriminó contra mis labios.
-Sí que lo estaba haciendo-respondí en voz baja, apartándole un mechón de pelo de la cara y dándole un nuevo beso que ella alargó.
A unos diez metros de nosotros, una gaviota se lanzó en picado hacia el estanque, rompiendo la tranquilidad de la noche y la superficie del agua. El ruido que hizo al zambullirse nos sobresaltó, y los dos miramos al centro de los círculos concéntricos que delataban el chapuzón.
Sabrae se relamió los labios y me miró de nuevo, posando sus manos en mi pecho y acariciando todos aquellos músculos que harían lo que fuera por la oportunidad de protegerla entre ellos.
Dios, estaba tan guapa… apenas podía soportar mirarla. Necesitaba tenerla conmigo, quitarle la ropa y quitarme yo la mía, tumbarnos desnudos en el suelo y que la Luna fuera testigo de lo fuerte e intenso que era nuestro amor.
Sólo quería estar con ella. Todo lo demás me daba igual.
-Dime que lo de esta mañana no ha sido la última vez que estaremos juntos antes de que nos despidamos-le pedí, y ella se mordió el labio, pero sonrió y negó con la cabeza.
-No, salvo que tú quieras-susurró en voz baja, a pesar de que estábamos solos.
-No quiero-respondí, y paseé mi mano por la curva de su cuello, su mentón y su clavícula-. ¿Tú quieres?
-Si no quisiera, no me habría puesto este vestido. Son todo cordones-me recordó, acercándose a mí, poniéndose de puntillas y rozándome la boca con su aliento- , y a ti te encanta desanudar cordones.
Puede que fuera un fetiche que se había desarrollado gracias a mi pasado como boxeador, pero la verdad es que tenía razón. No podía resistirme a deshacerle todos los nudos que le cubrieran el cuerpo, no importaba que fueran necesarios para su desnudez o no. Era como una metáfora de su liberación: era aflojar todo lo que la retenía para que se entregara a mí completamente.
Bajé la mano hasta el nudo que tenía más abajo, un poco por encima de los riñones, y tiré suavemente del cordón. Ella se rió.
-No podemos. Ahora no. Aquí no.
-Yo podría aquí-respondí, besándole el cuello.
-Hay algunas personas.
-Me da igual.
-Pueden vernos…-gimió cuando le di un mordisquito en la mandíbula.
-Que me envidien-sentencié, desatándole el nudo y sintiendo, más que viendo, cómo la caída del vestido se aflojaba un poco en sus caderas.
Sabrae suspiró y me agarró la mano, y por un momento pensé que esto iba a ser como el resto de veces en que me miraba a los ojos y finalmente aceptaba dejar atrás sus miedos y entregarse al deseo que sentía por mí.
Pero no esta vez.
-No me apetece así-dijo, y yo asentí con la cabeza, le di un beso en la frente y le acaricié las mejillas.
-Cuando quieras y como quieras, bombón.
-Pronto-me prometió, besándome el pecho y buscando mi mano para llevarme al interior del palacio. Y, lejos de sentirme decepcionado por tener que esperar un poco más, o frustrado por tener que contener mis ganas, me sentí bien.
Saab siempre cumplía sus promesas, y la de esta noche era importante como la que más.
Todavía no sabía cómo había hecho para pararle los pies, o si lo había hecho más por decoro que por mis ganas de que esta noche fuera inolvidable, pero haberlo conseguido me enorgullecía.
La verdad es que era un reto mayor del que lo había sido nunca: el traje le sentaba de vicio, mejor que nada que se hubiera puesto nunca, y lo peor de todo era que estaba a la altura de su vestuario y se comportaba con una elegancia que me hacía quererle todavía más, y preguntarme con más ahínco cómo iba a hacer mañana para despedirme de él. No me parecía justo para él y el esfuerzo que le había supuesto reconocer que sí que quería irse a Etiopía en lugar de cumplir con el deber que él tenía conmigo y quedarse a hacerme compañía mientras yo arreglaba las cosas con mis padres, pero no podía evitar pensar en que todas nuestras noches podrían ser así a partir de entonces.
Sólo estaba siendo igual de egoísta que lo había sido siempre; la diferencia estaba en que ahora ya no me molestaba en tratar de ocultarlo. Porque la verdad es que le quería para mí, le quería conmigo, le quería a todas horas, en todas partes, de todas las formas en que una mujer puede querer a un hombre.
Suerte que él era el doble de generoso de lo que yo podría serlo nunca, así que con él compensaba todo lo malo que hacía yo.
Con un tironcito no del todo desagradable en la parte baja del estómago al pensar en lo que venía ahora, tiré suavemente de él para conducirlo al interior del palacio de las palmeras. Me habría gustado conseguir una visita privada en la que nos dieran acceso a todos los lugares de los Jardines, pero había zonas que estaban rehabilitando y que estaban cerradas al público, lo cual también incluía a donantes privados de cantidades ingentes de dinero, por mucho que me doliera. La época en la que las flores estacionales estaban en su punto de hibernación era el momento perfecto para poner a punto uno de los rincones más bonitos y efímeros de Londres, así que no le guardaba demasiado rencor a la organización por decirme que no podríamos ir a lugares como el jardín de los lotos, que era siempre parada obligatoria para cada visitante que cuadraba bien su agenda y visitaba mi ciudad en el momento en que las plantas estaban en su punto.
De todos modos, así la experiencia de la cena de San Valentín en los Jardines sería lo más parecido a la que podríamos tener si fuéramos el 14 de febrero, pues había rincones que no se preocupaban por el calendario e iban a su propio ritmo, sin importarles el romanticismo de que privaban a los visitantes.
Por suerte, el palacio de las palmeras no era uno de ellos. Éste siempre ofrecía colores vívidos y un clima tropical que me permitía haberme puesto este vestido sin preocuparme de coger una pulmonía al día siguiente; el verdadero reto de la noche había sido conseguir convencer a los de la organización de los Jardines de que no haríamos nada que pudiera dañar las plantas y que de verdad que no necesitábamos a ninguno de los camareros que acudían en las ocasiones en que había algún evento privado.
Lo cierto es que lo camareros sí que nos habrían venido bien, pero, egoístamente, no quería tener que compartir a Alec con nadie más. Lo había hecho con sus amigos y con su familia, y puede que su madre fuera una de las más perjudicadas, pero desde que Valeria le había dicho que tendría que renunciar a un día de la semana de mi cumpleaños, se me había clavado una espinita en el corazón al pensar que por primera vez en mi vida tendría algo que lamentar en la última semana de abril que, esperaba, podría quitarme con esta noche los dos solos.
Además, Alec también se lo merecía. De hecho, se lo merecía más que yo: una de sus mayores dudas para irse de voluntariado antes de que acabara cogiendo el primer avión con el que atravesó dos continentes era, precisamente, que iba a retrasar muchas de nuestras primeras veces un año. Ya habíamos esperado demasiado por mi culpa, y si por él fuera, no habríamos seguido esperando más. Nuestras vidas habrían sido tan distintas si nos hubiéramos fijado el uno en el otro antes…
Me quedé mirando la manera en que su rostro se iluminaba al entrar en el rango de la luz del invernadero, sintiendo cómo un profundo y poderoso sentimiento de amor florecía en mí con la intensidad de cien primaveras. Pensar que no iba a verlo en una estación entera era bastante para que tuviera ganas de echarme a llorar, pero, como sucede en la poesía, la primavera para mí representaba esperanza.
En primavera le tendría de nuevo conmigo. En primavera podría ver cómo se estaba convirtiendo en un hombre. En primavera dejaría de echarle de menos.
Reforzaría la fama de que abril era el mes más lluvioso del año llorando de felicidad por tenerlo de nuevo conmigo, y el invierno no se terminaría en marzo para mí.
Alec bajó la vista y hundió sus ojos marrones en mí, haciendo que me estremeciera de pies a cabeza ante la intensidad de sus sentimientos. A veces me sentía pequeña a su lado, poquita cosa en comparación con lo grande que él era en más de un sentido; como una niña inocente en manos de un maestro experimentado que, sin embargo, era increíblemente paciente con ella. Que hubiera sido capaz de parar incluso cuando todo su cuerpo le suplicaba que me poseyera denotaba el profundo respeto que sentía por mí, lo cual sólo podía hacer que él me gustara más.
Alec me sonrió, y sentí que el suelo se abría a mis pies. Dios, ¿qué voy a hacer sin ti durante cinco largos meses?
-¿Qué está pasando por esa cabecita?-preguntó, rodeándome los hombros y acercándome a él para darme un beso en la sien. No ayudaba que fuera tan cariñoso y tan guapo y tan atento y tan todo, pero yo tenía que estar a la altura de las circunstancias. Sonreí, embriagada con su perfume y el aroma que desprendía su piel, que podía rivalizar con cualquier colonia.
-En que quizá estoy siendo muy egoísta teniéndote para mí sola esta noche, pero… creo que, por una vez, no voy a pedir perdón por coger lo que quiero.
Él se rió por lo bajo.
-Pues me alegro un montón de que así sea, bombón.
Le di un beso en el costado y tiré suavemente de él en dirección a una de las puertas laterales del invernadero, ansiosa por continuar con nuestra noche. Sorprendentemente, algo dentro de mí me decía que podía estar tranquila; que, incluso si la cena no estaba y sólo podíamos pasear por rincones concretos a la luz de la Luna, no habría manera de mejorar lo que estábamos viviendo.
Porque estábamos solos, estábamos juntos, estábamos en un sitio precioso y tremendamente romántico, y habíamos conseguido engañar al calendario haciendo que San Valentín se celebrara en otoño.
El aroma de las flores y frutas tropicales que salpicaban la estancia nos envolvió en cuanto atravesamos el umbral de la puerta acristalada, que se cerró de manera automática a nuestra espalda con un suave chasquido. Ambos recorrimos la estancia con la mirada, empapándonos de la miríada de colores que no parecían ser conscientes de en qué época del año estábamos. La estancia estaba en silencio, salvo por el sonido del sistema de riego y el crujido de la grava bajo nuestros pies cuando empezamos a caminar por una de las sendas laterales, observando tanto el interior del palacio de las palmeras como el exterior, en el que el cielo nocturno y las nubes hechas de azúcar e hilos de plata se superponían con nuestro reflejo.
Alec se detuvo a mirarnos; se metió una mano en el bolsillo y me pasó la mano por la cintura, acercando su boca a mi cabeza y ocultando así una sonrisa que, sin embargo, sus ojos delataron.
-Eras tan terca que no lo admitirías ni bajo tortura, pero creo que incluso hace un año ya hacíamos muy buena pareja.
-Hace un año ya éramos pareja-respondí, sacándome el móvil del bolsillo. Alec bajó la mirada y me miró con una ceja alzada.
-¿Ah, sí?-respondió, y yo me eché a reír. Enfoqué nuestro reflejo en las ventanas y Alec me besó la cabeza, inmortalizándonos para siempre en una foto que pegaría en la pared junto a mi cama.
Continuamos con nuestro paseo, nos acercamos a tocar algunas hojas de las palmeras de todas las especies que había en la estancia, y cuando por fin giramos una esquina para pasar al centro del palacio, me dio un vuelco al corazón a pesar de que yo ya sabía lo que nos esperaba.
Sólo que… no me esperaba que fuera así. Había estado intercambiándome mensajes con una de las directoras de eventos de la dirección de los Jardines, tratando de afinar lo más posible las condiciones de nuestra visita y de ampliarla tanto como ella me dejara. Al principio se había mostrado un poco reticente ante la perspectiva de organizar una cena en el interior de uno de los invernaderos debido a lo restringido de los horarios de los cocineros y a la poca antelación, pero incluso cuando yo le había dicho que no pasaba nada y que yo misma me ocuparía de que alguien trajera la comida, me había hecho sortear un mar de inconvenientes y de directrices detalladas hasta que finalmente accedió.
Lo que habíamos negociado había sido que dejarían preparado un mantelito con unas bandejitas de sushi de las que Alec y yo podríamos comer; no sería necesario que nadie nos atendiera ni tendríamos problemas con calentar comida en un entorno altamente sensible al fuego. Me había obligado a mí misma a conformarme con lo que fuera que quisieran darnos como bebida, así que mis esperanzas ni siquiera llegaban el agua con gas.
Pero lo que había allí colocado distaba mucho de la cena modesta que me había imaginado para nosotros: en el centro del círculo que se situaba en el corazón del invernadero, precisamente en la intersección de los dos caminos perpendiculares que conectaban las cuatro puertas del palacio de las palmeras, habían extendido un mantel circular de un precioso naranja del tono exacto que tenían los amaneceres que Alec me enseñaba cada mañana. Sobre el mantel había dos platos de porcelana fina, cuyos bordes en marrón delimitaban el espacio del que los dibujos en colores azules partían hasta dejar un círculo blanco en el interior. Dos pares de palillos envueltos en unas servilletas con los mismos patrones de olas griegas que yo había llevado en mis zapatos y mi bolso en la graduación de Alec reposaban en el centro de los platos, a los que además acompañaba una pequeña jarra con los mismos dibujos en los mismos tonos blancos y azules y varios cuencos rectangulares con varias salsas para probar.
Al lado de los platos había una bandeja cubierta por una campana de metal en la que sospeché que estarían las piezas de pescado, y junto a ésta, otra bandeja de metal con forma de sauce llorón sobre la que descansaba otra campana, ésta hecha de vidrio, en la que estaban los pasteles que le había encargado a Pauline sobre la marcha y que ella había estado encantada de prepararme, con la condición de que le mandara muchas fotos de nuestra noche y que me olvidara de todas mis preocupaciones. Al lado de la campana con los pasteles, habían colocado también una cesta de mimbre con dos tapas que se abrían hacia su asa central; una de las asas estaba abierta, y de ella colgaba un racimo de uvas verdes que pendía más allá del reborde de tela con el forro del interior de la taza. Junto a la cesta, además, descansaba un cubo de acero del que corrían gotitas producto de la condensación producida por el hielo en que habían metido una botella de champán.
Todo estaba rodeado de pequeños farolillos con luces danzarinas que sólo podían ser velas, y varias líneas de pétalos de rosa que se salían del mantel como unos rayos de sol.
Era perfecto. Era todo lo que yo habría elegido si me hubieran dado un poco más de margen para ello. Con un inmenso alivio recorriéndome el torrente sanguíneo, levanté la vista y me encontré de nuevo con esa expresión sorprendida, confusa y feliz que tanto me gustaba ver en Alec.
Al notar mis ojos en los suyos bajó la mirada y enarcó una ceja.
-Así que esto era lo que estabas tramando-dijo, y yo me reí y abrí los brazos.
-Culpable.
Alec se rió y me besó en los labios.
-Eres genial, Saab. Eres perfecta.
Hoy más que nunca me apetecía ser perfecta, sobre todo al darme cuenta de que, por Alec, sí que quería serlo y luchar por conseguirlo. Porque él no me lo pedía, porque sabía que él me querría fuera perfecta o no diera pie con bola; precisamente porque sentía que tenía su amor asegurado independientemente de los méritos que yo hiciera para él, aspiraba a ser lo mejor posible.
-¿Tienes hambre?-pregunté, y él se me comió con los ojos de una forma que me resultaba muy familiar, y que me encendió por dentro de la misma forma conocida y que tanto me gustaba.
-Ni te lo imaginas.
-No me refiero a eso, bobo-me reí, dándole una palmada en el pecho-. Digo que si te apetece comer algo.
Él arqueó las cejas.
-Creo que subestimas mi capacidad para darle un sentido sexual a cualquier cosa.
Alec se echó a reír y sacudió la cabeza.
-Comamos algo, venga-me dio una palmada en el culo mientras me conducía hacia le mantel. Se desabotonó la chaqueta y me ayudó a quitarme los zapatos para poder sentarme más cómoda sobre el mantel de picnic, que estaba sorprendentemente mullido: le habían puesto un pequeño colchón de gel por debajo para que no se notaran las piedras.
Mi “donación” iba a ser increíblemente generosa; tanto, que se arrepentirían de haberme puesto tantas pegas.
Alec destapó la bandeja de sushi y fue colocando los platos (también de porcelana) frente a nosotros mientras yo inspeccionaba y sacaba el contenido de la cesta: además de un racimo de uvas verdes, habían metido cubiertos, cuchillos, dos paquetes de toallitas con aroma de limón, un par de bolsitas con picatostes y tiras de distintos panes y varios quesos. Los coloqué sobre la tabla que había en el fondo de la cesta y pellizqué la puntita de uno de los triángulos de queso para llevármelo a la boca y disfrutar de cómo su sabor picante se deshacía en mi lengua.
-Vale, y ahora que estamos solos, ¿cómo es que te ha dado por todo esto?-preguntó Alec, descorchando el champán y vertiendo su contenido en dos copas. Me tendió una y yo la hice entrechocar con la suya.
-Me apetecía-expliqué tras darle un sorbo. Alec apoyó el brazo con el que sostenía la copa en la rodilla de la pierna que tenía doblada y me taladró con la mirada, y yo me encogí de hombros-. Ya sé que te he dicho que no me importa compartirte con Annie…
-… lo cual es bastante preocupante-me pinchó él, cortándose un poco del mismo queso que había probado yo y llevándoselo a la boca.
-… pero me he dado cuenta de que también me apetecía tenerte un poco para mí, y hacer cosas más especiales que darnos un revolcón en mi cama.
Alec sonrió y dio otro sorbo de su champán.
-¿De qué te ríes?
-Lo dices como si tener sexo contigo no fuera el plan perfecto para mí.
Ahora fui yo la que enarcó la ceja.
-¿Quién ha dicho que yo haya sacado el sexo de la ecuación?-pregunté, y él me sostuvo la mirada, luchando contra sus labios para que no se curvaran y perdiendo la batalla. Me regodeé en cómo era incapaz de controlarse estando conmigo igual que yo tampoco podía controlarme estando con él. Me encogí de hombros y cogí una pieza de sushi, que bañé en salsa de soja antes de llevármela a la boca. Exhalé un suspiro al notar la mezcla de sabores bailando en mi lengua; estaba increíble.
Tam me había recomendado el local al que le había hecho el pedido diciéndome que era el mejor de todo Londres, pero viendo aquella pieza, perfectamente podría ser el mejor del mundo, incluyendo hasta a Japón.
-Me encanta que follemos, Al…-empecé.
-No jodas, Sherlock. Creía que eras una fantástica actriz y que estabas esperando a ver cuánto tardaba yo en darme cuenta de que fingías tus orgasmos.
-Eres imbécil-repliqué, poniendo los ojos en blanco y riéndome-. Como te decía… me encanta que follemos, pero…
-¿Cada vez que te interrumpa lo vas a repetir?-inquirió-. Porque, si es así, creo que no voy a parar de cortarte-sonrió, metiéndose otro trozo de queso en la boca y guiñándome un ojo mientras masticaba.
-No, porque sé que tu ego no lo necesita-le saqué la lengua y cogí un panecito, en el que unté un poco del queso más blando de la cesta.
-Vamos, nena; no finjas que no te encanta mi ego cuando es la razón por la que te follo con tantas ganas.
-Creía que eran por mis fantásticas tetas.
-Vale, tienes razón. Pero digamos que mi ego me da experiencia y herramientas-me guiñó el ojo y yo me eché a reír.
-Como te decía…-Alec esperó, y yo sonreí-, sabes qué me encanta hacer contigo, pero lo nuestro no es sólo sexo. También es esto-asintió con la cabeza, cogió el champán y me llenó la copa-, y también lo echo de menos cuando tú no estás. Después de todo, más o menos puedo apañármelas cuando tú te marches como estoy segura de que tú lo haces estando en Etiopía…
-“Apañármelas” es una manera suave de decirlo, pero sí-se rió, asintiendo con la cabeza.
-… pero hay cosas que hago contigo que no puedo hacer con nadie más. Y una de ellas es ésta. Tener citas… hacer cosas especiales…-me encogí de hombros-. Los próximos meses, tú y yo vamos a estar hechos de recuerdos. Y, aunque sé que a los dos nos gustaría igual estar en mi cama y no salir de ella hasta que no tengamos que prepararnos para irnos al aeropuerto… he pensado que, igual que te merecías una fiesta de Nochevieja con tus amigos, también te merecías tener un San Valentín conmigo.
»Y, créeme, aunque te sorprenda, te conozco un poco-le guiñé el ojo-, y sé cuánto te gusta hacer cosas diferentes. Sé lo mucho que te gustaría traerme aquí a una cena como a las que Dylan trae a Annie, y sé que algún día lo harás; estoy convencida de ello. Incluso aunque yo no lo necesite, incluso aunque con esto me baste, por mucho que creas que el plan es más “sencillo” (lo que quiera que sea eso)… yo sólo quiero tener algo que me encantaría contar y de lo que presumir, al margen de por quién me ha acompañado cuando lo vivía.
»Porque: a ver, Al, ¿a quién quieres engañar? Los dos sabemos que, si tú fueras a quedarte y fuéramos a estar juntos en febrero, seguro que organizarías algo como esto.
-Ajá-asintió, sonriendo y lamiéndose el pulgar en el que se le había caído un poco de salsa de soja-. Pero me gusta organizarte cosas especiales porque sabes que yo soy más de improvisar. Es como… no sé. Mi manera de decirte lo mucho que me importas.
-Ya sé lo mucho que te importo, mi amor-le recordé, extendiendo el brazo para cogerle la mano, y él me acarició los nudillos.
-Lo que intento decir es… no tenías por qué organizar todo esto. Yo habría estado genial con un plan más casero en casa. Odio que te hayas agobiado por preparar todo esto a contrarreloj por si acaso yo me lo esperaba, porque no es así.
-Al, llevamos juntos más de un año. Puede que no oficialmente, pero… ya me entiendes-me aparté el pelo del hombro cuando él me miró con una sonrisa divertida que apenas pudo disimular-. Lo que intento decir es que deberías saber cuánto me gusta organizar cosas. Y también que me ahogo en un vaso de agua-me encogí de hombros. Sí, vale, había sido complicado y puede que no hubieran aparecido más que obstáculos, pero al final lo había conseguido. Estábamos aquí.
Alguien con un poco más de paciencia que yo no se habría preocupado tanto. Alguien con menos afán de perfeccionismo que yo habría dejado que todo fluyera un poco más. Después de todo, mira: la cena no era como yo había organizado (o, más bien, como me había resignado a organizar) y era mejor de lo que yo podría haber hecho nunca.
-Tú no te ahogas en un vaso de agua, Saab-susurró Alec, mirándome con tristeza.
-Bueno, un poco sí. A veces-murmuré con un hilo de voz. Se me empañaron un poco los ojos, pero sorbí por la nariz, negándome a permitir que mis revelaciones recientes me estropearan la noche con Alec. Ya lidiaría con eso más tarde.
-No, mi amor-replicó él, poniéndose de rodillas para inclinarse por encima de la comida y acercar su rostro al mío-. Tú no te ahogas en un vaso de agua. Eres la persona más fuerte y resiliente que conozco.
-Tú tienes ansiedad y viviste una relación de malos tratos cuando apenas eras un bebé-le recordé, aceptando el pañuelo que me tendió y llevándome su punta a la comisura de los ojos para capturar unas lágrimas osadas antes de que se atrevieran a deslizarse por mi rostro.
-Sí, y por eso precisamente sé de lo que hablo-contestó, inclinándose un poco más hacia mí-. Si algo me ha enseñado la persona a la que más quiero en este mundo es que tengo todo el derecho a expresar lo que siento, a llorar si lo necesito, y a que no me juzguen por ello. ¿Por qué te cuesta tanto a ti?
Me encogí de hombros y luego negué con la cabeza. No quería pensar en eso ahora. No quería hablar de eso ahora.
Y no quería que pensara que esto era una especie de compensación por todo lo que había hecho por mí, cuando en absoluto era así. O, bueno, no sólo por eso.
-No he hecho esto para pedirte perdón por lo de esta mañana. Lo de mis padres-aclaré.
-Lo sé-asintió, besándome las manos.
-Lo he hecho porque te quiero. Porque quiero que tus últimas horas en casa sean especiales.
-Lo sé, bombón-repitió, y volvió a besarme las manos. Se sentó de nuevo sobre el mantel y entrecerró los ojos, la mirada perdida en un punto a mi derecha. Se frotó la mandíbula, perdido en sus pensamientos, y yo me quedé allí parada, expectante. ¿Lo había estropeado todo?
-¿En qué estás pensando?-pregunté, cogiendo un gunkan y metiéndomelo en la boca, fingiendo despreocupación. Alec entrecerró los ojos un poco más y continuó frotándose la mandíbula.
-Estoy pensando… no sé cómo es la mejor manera de volver a sacar el tema, y ya sé que hemos hablado de esto, pero… tengo que preguntártelo.
Parpadeé despacio y tragué como pude.
-Te escucho-dije, y me sorprendió lo normal que sonaba mi tono a pesar de que un globo aerostático hecho de ansiedad amenazaba con estallar en mi interior de tanto como se estaba hinchando.
No tenía ni idea de por dónde podía salirme, o al menos no se me ocurría nada hasta que no pronunció unas palabras que yo no sabía que llevaba temiéndome desde que me derrumbé frente a él esta mañana hasta el momento en que las pronunció.
-¿Qué pasaría si no fueran mis últimas horas en casa?-clavó sus ojos castaños en mí, comprensivos como un árbol bajo el que resguardarse de una tormenta, y a mí se me detuvo el corazón.
-¿A qué te refieres?-preguntó, y cogió un pedazo de queso mayor que los demás, uno de los que habríamos partido en dos o incluso en tres pedazos para convertirlo, y se lo metió en la boca. Genial. Estaba nerviosa. Yo la había puesto nerviosa.
Esto iba fantásticamente. Se había deslomado para preparar todo esto en tiempo récord, para escoger hasta el último detalle, para que todo encajara en un lapso de tiempo cortísimo… y yo me emperraba en convertir nuestra cita en una negociación sobre nuestro futuro que, para colmo, conducía con el menor tacto posible.
-¿Qué pasaría si yo… me quedara?-pregunté, y Sabrae abrió los ojos como platos y se me quedó mirando como un gato al que pillan con las zarpas hasta abajo en la jaula del periquito-. Si no cogiera el avión y me quedara aquí, con todos vosotros. Contigo.
Sabrae masticó y tragó despacio. Estiró la mano hacia la comida, pero se lo pensó mejor y dejó caer las manos sobre su regazo.
-¿Es lo que quieres?-dijo al fin.
-Lo que quiero es que estés bien.
-Yo ya estoy bien-respondió demasiado rápido como para que ninguno de los dos se lo creyera.
-Saab-dije despacio, y ella parpadeó otra vez-. Voy en serio. Después de lo de esta mañana… de verdad que no me importaría quedarme. Podemos reordenar nuestras prioridades. Podemos estar juntos y afrontar lo que viene juntos.
-Pero tú querías ir a Nechisar. Eso es lo que hablamos y lo que decidimos: vas a volver a Nechisar porque ahí eres feliz.
-No puedo ser feliz en un sitio en el que estoy lejos de ti sabiendo que tú no lo eres.
-Lo voy a ser-dijo, de nuevo demasiado rápido.
-Sabrae-le pedí-. No tienes que decidirlo ahora. Puedes pensártelo y… tenemos hasta la tarde de…
-No tengo nada que decidir. Ya lo hemos decidido-me recordó, y yo puse los ojos en blanco.
-Pero podemos cambiar de parecer.
-No lo vamos a hacer.
-¿Por qué no?
-Porque no puedes estar salvándome siempre-respondió, encogiéndose de hombros y abriendo los brazos, y yo fruncí el ceño y me acomodé sobre el mantel, tumbándome sobre el regazo y riéndome con cinismo.
-¿Cuándo te he salvado yo a ti? Siempre ha sido al revés. Gracias a ti fui al psicólogo. Gracias a ti me puse a estudiar. Gracias a ti…
-Tú no te das cuenta, pero me salvas constantemente. Te lo he dicho esta mañana-jadeó, nerviosa, pero se obligó a continuar-. Llevo años conviviendo con una presión que no me dejaba casi levantar cabeza, y ni siquiera lo sabía. Y luego llegaste tú y… me has dado fuerzas para atreverme a soltar el volante y dejarme llevar. Gracias a ti sé cómo son las constelaciones, Al. Gracias a ti sé qué pinta tienen las estrellas.
Me relamí los labios con la vista puesta en ella.
-Tú me has abierto los ojos. Me has abierto los ojos sobre tantas cosas que…-sacudió la cabeza-. Te lo debo. Por supuesto que me encantaría que te quedaras, pero sólo si es lo que tú quieres de verdad. Nada me hace más feliz que levantarme a tu lado, pero entiendo que hay cosas que necesitas hacer de las que yo no formo parte. Y, lejos de ser malo, creo que nos enriquece como pareja que tengamos espacio.
-Yo no quiero espacio. Te quiero a ti-dije, y Sabrae suspiró, derrotada.
-Yo también te quiero a ti, Al. Pero no me pidas que te pida que te vayas, porque los dos sabemos que me romperá el corazón. Y también sabes que, por ti, soy capaz de destrozarme el corazón.
Me la quedé mirando, empapándome de su belleza, que nada tenía que ver con su precioso exterior. Se le había olvidado, pero dentro de ella había un torrente furioso de energía que podría acabar con todo el mal en el mundo si lo necesitara. Por eso detestaba tanto que se sintiera así, o que creyera que tenía que alejarme de ella para que yo pudiera ser feliz.
Porque la realidad era que sí, de acuerdo, quedarme en casa supondría renunciar a Nechisar. Pero yo estaba dispuesto a renunciar a cualquier cosa con tal de seguir con Sabrae.
Y eso incluía el voluntariado. No necesitaba libertad en la sabana, ni el dorado de sus atardeceres, ni la sensación de utilidad o de estar realizándome que me proporcionaba el trabajo bien hecho. Yo ya era libre en brazos de Sabrae. Nuestro vínculo era dorado.
Y no había nada que me hiciera sentir más útil que sostenerla entre mis brazos y consolarla cuando sólo podía acudir a mí.
Pero si esto era lo que ella quería…
-Tú a mí no me debes nada-dije despacio, y ella tomó aire profundamente sin romper el contacto visual conmigo-. De hecho, es más bien al revés.
-Yo no he hecho nada por lo que tú tengas que compensarme…-empezó, y yo negué con la cabeza.
-Ahí estás equivocada, Sabrae. Naciste. Estás aquí. Sólo por eso voy a estar en deuda contigo el resto de mi vida.
Sabrae sonrió y se relamió los labios.
-Entonces es una suerte-dijo, y yo alcé una ceja.
-¿Ah, sí?
-Sí-respondió, cogiendo un panecillo y untándolo con queso-, porque yo también estoy en deuda contigo porque has nacido, así que nos podemos pagar las deudas mutuamente-ofreció, tendiéndome el panecillo y acercándomelo a la boca. Sonreí.
-¿Ya está? ¿Vamos a hacer las paces así, sin más?
-¿Acaso estábamos discutiendo? No me he dado cuenta. Suelo gritarte cuando discutimos.
-Ah, ¿que cuando gritas mientras me tienes entre las piernas estamos discutiendo también?-tonteé, cogiendo un onigiri y acercándoselo a la boca-. Bueno es saberlo.
Sabrae se echó a reír y negó con la cabeza. Masticó despacio y se apartó el pelo de la cara echándoselo hacia atrás con solo dos dedos, un gesto que me parecía increíblemente sexy.
-Sé que te preocupas por mí y que te resulta inevitable, pero quiero que me prometas que intentarás disfrutar de Etiopía cuando te vayas-me pidió, cogiendo una uva. Abrí la boca e hice un puchero cuando se la metió en la suya. Sabrae se echó a reír, cogió otra y me la metió en la boca.
-De acuerdo. Pero, a cambio, tú prométeme a mí que, si ves que todo te supera, me pedirás que vuelva.
-Sólo si me prometes que no me harás caso-bromeó.
-No me hace ni puta gracia-sentencié, frunciendo el ceño, porque no era gracioso en absoluto. No quería ni pensar en cómo lo iba a pasar sin mí, y menos aún en cómo podía pedirme siquiera que yo me hiciera el loco si…
-Qué serio te has puesto. Ahora recuerdo por qué me gustaba tanto pelearme contigo. No deberíamos haber parado-dijo, inclinándose hacia mí, cogiendo mi rostro con una mano y dándome un sonoro beso en los labios.
-Es que no tiene ni pizca…
-Vale, señor gruñón-ronroneó, arrodillándose para acercarse más a mí-. Te prometo que, si veo que todo me supera, te llamaré. ¿Contento, sol?
-Mm-respondí. Sabrae soltó una risita adorable y luego se inclinó a besarme-. Ahora un poco más-dije, y ella se rió de nuevo y me besó otra vez-. Y ahora un poco más-otro beso-. Un poquitito-otro beso-. Casi-otro beso más-. Vale, sí-dije, relamiéndome el sabor de sus besos de mis labios-. Contento me podría definir bien.
-Qué bobo eres-se rió, acariciándome el pelo y besándome de nuevo-. Cuánto te quiero.
-No más que yo a ti-respondí, mirándola desde abajo. Sabrae sonrió, me besó la frente y se sentó de nuevo. Hice un mohín, pero se me pasó un poco el afán por protestar cuando ella dejó de comer por darme de comer a mí, y me dejó que yo le diera de comer.
-Gracias por ofrecerte-me dijo después de un rato en el que nos limitamos a disfrutar de la buena comida y la compañía del otro.
-No se merecen.
-No, en serio. Lo aprecio de verdad. Sé que para ti Nechisar es especial…
-No tanto como tú, bombón.
-Aun así, es un detalle que hayas pensado en ofrecerte. Te honra como persona. Aunque a mí no me sorprende en absoluto que lo hayas hecho.
-Simplemente quiero que sepas que tienes la posibilidad encima de la mesa. Y, ¿sabes? He estado pensando…
-Pobrecito, debes de estar exhausto-se burló.
-Eres lerda perdida, hija-puse los ojos en blanco y continué-. He estado pensando, y aunque es mejor que hagáis terapia vosotros solos para resolver vuestras mierdas… yo… después de lo que me has dicho hoy, estoy dispuesto a intentar hacer borrón y cuenta nueva con tus padres. Sé que para ti son importantes, así que quiero intentar perdonarlos. De modo que, si quieres que mañana, antes de que me vaya, hagamos una sesión conjunta…
-¿Harías eso?-preguntó, quizá un pelín más ilusionada de lo que me gustaría, pero yo lo decía totalmente en serio, así que asentí. No es que me apasionara la idea de sentarme a escuchar las chorradas que tenían que decir Sherezade y Zayn para justificar la razón por la que habían sometido a Sabrae a tanta presión o cómo se harían los locos diciendo que eso estaba sólo en su cabeza, pero por mi chica lo haría. Sabrae sonrió-. Que estés dispuesto es suficiente para mí, sol. No te preocupes.
-Lo digo en serio.
-Alec, a ver…-puso los ojos en blanco-, que te he traído a la zona menos poblada de Londres para tenerte sólo para mí. ¿Por qué coño iba a acceder ahora a compartirte con mis padres?
-¿Porque eres una novia genial que quiere que cumpla mi fantasía erótica de siempre de follarme a tu madre?-sugerí, y ella se echó a reír y negó con la cabeza.
-No sé ni cómo te aguanto.
-Sí, pobrecita; se ve mucho cómo sufres cuando te lamo el clítoris como si fuera un helado de mi sabor preferido en una ola de calor.
Llenó la noche con sus risas, y a mí fue lo que me hizo falta para terminar de creer en ella y decirme que estaría bien. Tenía que estarlo, porque yo no podía tener tan buena suerte como para que me hubiera elegido sin que ésta fuera contagiosa.
Puede que sus padres no estuvieran a la altura ni fueran a estarlo nunca, pero Sabrae estaba acostumbrada a descender hasta el mismísimo infierno desde su pedestal. Me había salvado de las profundidades del abismo que me había engendrado y en el que había crecido; sólo por eso ya merecía mi confianza ciega y mi tranquilidad. Además, me había prometido que, si no podía con ello, me llamaría.
Tenía que confiar en que cumpliría su promesa y no me pondría a mí por delante de sí misma, por mucho que yo la fuera a poner siempre por delante de mis necesidades. O, bueno… no siempre. Sólo por esta vez iba a ser un poco egoísta y marcharme.
Así que sólo por esta vez, ella también podría hacer una excepción en su papel de novia perfecta y buenísima y pedir ayuda si la necesitaba.
De modo que aparqué todas mis preocupaciones en un rincón de mi cabeza al que no pensaba volver pronto, y me centré en disfrutar del momento, algo en lo que tenía mucha experiencia. Todo mi cuerpo se relajó igual que cuando sonaba la última campana cuando estaba subido al ring, momento en que la suerte ya estaba echada y había hecho todo lo que se podía hacer. Me reí con ella y de ella, le di todos los besos que se me antojó y más, para compensar los que no podría darle cuando estuviera en Etiopía… y disfruté de cómo, poco a poco, ese cosquilleo tan familiar y al que tampoco terminaba de acostumbrarme iba instalándose en mi piel. Nuestras bromas se hicieron más picantes; nuestros piropos, más osados. No había encargado ninguna comida afrodisiaca, creo, pero su mera presencia lo era. Ese impresionante vestido que llevaba puesto lo era: aunque le sentaba como un guante y estaba preciosa con él (no llevaba nada debajo más allá de la ropa interior que le había palpado entre los muslos, de modo que sus curvas se movían con la misma vida con la que lo hacía ella), me moría de ganas de memorizar a besos la piel que había debajo.
Por eso cuando me sugirió que fuéramos a dar un paseo yo no le dije que había algo que me apetecía hacer más, y que ya estábamos en la posición idónea para hacerlo. Sabía que la paciencia haría que la fruta que llevaba entre las piernas fuera más dulce, que su placer, como una rosa, fuera todavía más hermoso.
Simplemente me levanté y le tendí la mano.
Que se ofreciera a ir a terapia con mis padres a pesar de lo mucho que los detestaba ahora me había reforzado en la idea de la que llevaba convencida tanto tiempo: era el mejor. Era el mejor chico con el que yo podía aspirar a estar, y también la mejor persona que conocía. Mis padres sólo habían accedido a ir con nosotros a terapia cuando yo me había plantado; en cambio, Alec sabía que podía marcharse sin tan siquiera sugerirlo y a mí ni se me pasaría por la cabeza pedírselo, y aun así, lo había propuesto.
Necesitaba estar con él tanto tiempo y con tanta intensidad que apenas cabía dentro de mi vestido, dentro de mi piel. La cena fue un dulce calvario, un tira y afloja como pocos habíamos tenido nunca; ni siquiera la que habíamos tenido en Mykonos mientras él probaba el vibrador a distancia que había comprado para que disfrutáramos experimentando me había tenido tan al filo. Sí, de acuerdo, mi cuerpo había reaccionado con más intensidad que ahora, pero no por eso no estaba hipersensible, y cada una de sus respiraciones, cada una de sus risas, cada una de sus palabras y cada una de sus caricias era como la chispa que se desprendía de una bengala justo encima de un montón de pólvora.
El espectáculo previo era de lo más divertido, pero lo que vendría después sería una explosión en toda regla. Y, a decir verdad, yo estaba que no podía más. La tela de mi vestido era suave de por sí, y me lamía la piel como un chorro de agua; y, aun así, yo lo sentía áspero contra mi cuerpo, mordisqueándome en los senos y en la entrepierna.
Lo peor de todo es que él lo sabía, y no tenía la más mínima intención de pedirme que pasáramos a la siguiente fase. Varias veces le metí la yema de los dedos en la boca para darle de comer, y la humedad con que me recibió hizo que recordara la que tenía entre mis piernas; varias veces se llevó el pulgar o el corazón a los labios para quitarse un poco de salsa de lo que acabara de meterme a mí en la boca y yo… me había sido muy difícil resistirme a no tocarme allí mismo, delante de él.
Porque eso era lo que quería hacer. Quería saciar mi apetito, apagar el fuego que amenazaba con consumirme por dentro.
Pero sabía que el único que podía apagarlo era Alec.
No rompimos el contacto visual más que para elegir la comida que íbamos a darle al otro, y cuando Alec chupó la nata del pastelito que estaba masticando yo después de que me lo diera a probar, estallé. De su garganta salían los mismos sonidos guturales, profundos y masculinos que hacía cuando me practicaba sexo oral, y yo… estaba en llamas.
Me moría de ganas de que me comiera el coño, y de poder chuparle la polla. Estaba segura de que había notado perfectamente mi excitación del mismo modo que yo podía ver el bulto en sus pantalones, que se tocaba y presionaba disimuladamente cada vez que yo le acercaba comida a los labios y luego me llevaba los dedos a la boca, probando tanto el queso, la pieza de sushi o el pastelito de rigor mezclado con el sabor de su boca.
Saber que él también estaba al borde me causaba un oscuro placer que sólo empeoraba la situación, pero aquí no podíamos hacer nada. Aunque no viéramos a nadie, nada nos garantizaba que no estuvieran vigilándonos desde algún rincón, pendientes de que termináramos y nos fuéramos para recogerlo todo. En lo único en que había sido tajante con los correos y no había permitido margen a negociación era con el tema de que no quería ver a nadie cuando llegáramos a los Jardines de Kew; no estaba dispuesta a compartir a Alec con nadie más. Sabía que eso era más propio de una famosa caprichosa y consentida, exactamente la fama que me había ganado por un arrebato de humanidad al que no tenía acostumbrado al mundo y contra el que tanto me estaba esforzando por luchar, pero estaba dispuesta a lidiar con mi fama de excéntrica si eso suponía tener a Alec para mí solita.
Carraspeé y me aparté el pelo del hombro ante la atenta mirada de Alec.
-Estoy casi llena-el “casi” me lo reservo para ti, pensé, y sonreí-. ¿Te parece si vamos a dar una vuelta y explorar?-por ejemplo, cómo de bueno estás debajo de ese traje.
Me sorprendió con su autocontrol cuando me di la vuelta y me incliné para ponerme los zapatos de nuevo; me tomé mi tiempo para que pudiera admirar las vistas de mi culo, y cuando me erguí, me regodeé en notar que no había podido evitar ponerse detrás de mí. Si me hubiera demorado un poco más, quizá incluso no hubiera podido frotarse contra mí.
Y entonces yo no habría podido resistirme y habría dejado que me follara allí mismo, sin importarme si alguien podría vernos.
-¿Adónde te apetece ir?-preguntó, colocándome el abrigo sobre los hombros para tener la excusa perfecta para acariciarme el costado… y los senos, de paso. Qué cabrón. Cuando iba directo a por lo que quería era porque le apetecía, no porque no supiera dar rodeos para calentarme más.
-Al mismo sitio que a ti-respondí, inclinándome hacia atrás para buscar su boca. Me dio un beso largo y tórrido; un beso en el que no habría quedado fuera de lugar que bajara las manos hasta mis caderas, me levantara la falda del vestido y se pusiera a juguetear con mi sexo, haciendo con sus dedos en mis pliegues los mismos movimientos que su lengua hacía en mi boca.
Alec se rió contra mi oreja.
-Dime que tienes condones.
-Tengo algo mejor-respondí, regodeándome en la última sorpresa de la noche, mi mejor as en la manga. Abrí mi bolsito y le tendí una pastilla dentro de un blíster, que Alec miró con el ceño fruncido.
-Saab, no vamos a…
-Es un espermicida-expliqué, y arqueó una ceja-. Lo he pedido por Internet. Es totalmente inofensivo-dije, girándome y besándolo-; tarda unos quince minutos en hacer efecto, y dura un par de horas. No recomiendan tomar más de uno cada 48 horas, así que…
-Te puto amo, joder-dijo, cogiéndome el rostro entre las manos-. Dios. ¿Quince minutos y ya está?
-Puedes hacer tiempo quitándome el vestido-ronroneé, y él se echó a reír.
-Sabrae, o te lo quitas tú, o no respondo de mis actos como sea yo el que te desnude.
Los dos nos reímos, y tiré de él en dirección al invernadero con los nenúfares y las flores de loto, cerrado por esa época del año y por lo tanto sin vigilancia, para saciar nuestra sed después de que Alec se metiera la pastilla en la boca y se la tomara con un trago de champán.
El trayecto hacia el invernadero fue apresurado, pero la temperatura exterior explicaba que nos diéramos tanta prisa por si acaso alguien nos veía. Tal y como esperaba, estaba a oscuras salvo por las luces de emergencia, pero sin cerrar con llave. Nos escabullimos dentro y Alec atrancó la puerta con un rastrillo colocado estratégicamente junto a esta.
Y luego se volvió hacia mí como si llevara años sin verme. Con las bocas unidas y devorándose con desesperación, nos alejamos de la puerta hasta llegar al centro de la estancia, en la que la luz de la Luna se colaba en esquirlas de cristal plateado cada vez más y más tenue. Pronto se ocultaría en el cielo y Alec y yo nos quedaríamos totalmente solos.
Mis pies chocaron contra los de un banco de piedra sin respaldo cuyo objetivo principal era que pudieras sentarte a disfrutar de la exhibición floral de los nenúfares y lotos en la primavera, pero en el otoño yo me convertí en la atracción principal. Alec me sentó sobre el banco y se puso de rodillas frente a mí, separándome las piernas de un modo incluso obsceno. Me levantó la falda del vestido y se relamió (se relamió) al ver mi entrepierna húmeda, hinchada bajo la ropa interior, que se adhería a mí como si hubiera nacido con ella y fuera una capa más de mi piel; una capa quemada, de la que debía desprenderme lo antes posible para no tener mayores complicaciones.
-Déjame verte-le pedí antes de que empezara, y él me miró a los ojos, se mordió el labio y se quitó la chaqueta. Se abrió la camisa como si se muriera de calor, y se aflojó los pantalones; esto último fue para él, y no para mí.
No fue cuidadoso conmigo cuando me quitó el tanga, pero yo tampoco iba a pedírselo. De lo que se trataba esto era de que sucediera cuanto antes, y que fuera tan intenso como fuera posible, pues tardaríamos mucho en volver a tener un momento como éste, en el que estuviéramos solos, salvajes y cachondos y pudiéramos aprovechar la situación como pensábamos hacerlo.
Inhaló el perfume de mi sexo ansioso de él y jadeó.
-Cómo voy a echar de menos esto...-gruñó, y se abalanzó hacia mis pliegues con un gruñido triunfal, propio de quien sabe que no va a probar bocado en mucho tiempo y piensa darse un festín. Un ramalazo de placer nacido de mi sexo me recorrió en dos, arqueándome la espalda y agarrotándome la garganta cuando la lengua de Alec entró en contacto con mi clítoris-. Dios, nena, estás tan mojada. Adoro tu puto sabor.
Le pasé una mano por el pelo y hundí las uñas en su cabeza mientras Alec me devoraba sin piedad, como si no hubiéramos probado bocado hasta hacía unos minutos, como si hubiera nacido para hacer esto.
-Tú y yo, nena. Solos tú y yo, Sabrae. Recuérdalo. Recuérdame siempre.
-Dios mío…-gemí, totalmente expuesta para él. Mi vestido me molestaba; cada hebra que había sobre mi piel era un insulto. Así que, no sé cómo, encontré en mí la determinación para abrirme los nudos y arrojar el vestido al suelo, totalmente expuesta y desnuda para Alec, disponible para él, para que cogiera lo que deseara.
Alec me metió dos dedos dentro y presionó la parte más sensible de mi interior, haciendo que una nueva oleada de placer subiera por mi espalda y luego descendiera de nuevo por hasta mi vientre mientras su lengua continuaba recorriéndome, reconociéndome, dándome sentido.
Escuché cómo se bajaba la cremallera del traje y protesté. No sé cómo, pues estaba hecha un manojo de nervios entre sus dientes, pero protesté.
-No te hagas pajas. Quiero… chupártela. Uf, sí, por ahí.
-Sí, nena. Córrete así, justo así. Vamos, bombón…-me animó mientras yo me rompía y me rompía y me rompía, y se rió cuando un segundo orgasmo se sobrepuso al primero y se me pusieron las piernas rígidas-. Joder. Estabas tan lista, ¿eh, preciosa? Qué ganas me tenías-se rió, quitándose la camisa e incorporándose para quitarse los pantalones.
Cometió un error de cálculo clarísimo, pues justo así, tenía su polla a tiro. Y puede que estuviera agotada por el orgasmo y necesitara unos minutos para recuperar fuerzas y continuar, pero eso no me impedía devolverle el favor. Le cogí la polla con una mano y Alec se quedó totalmente quieto mientras la levantaba y le lamía los huevos, probando mi propio sabor de su sexo.
-Mm-ffff-gruñó, pasándose una mano por el pelo y echando la cabeza hacia atrás-. Joooooooodeeeeeeeer.
Establecimos contacto visual, que se volvió electrizante, y yo le guiñé el ojo. Me saqué su polla de la boca y la rodeé con ambas manos, girándolas en su extensión para que siguiera disfrutando.
-¿Disfrutando de las vistas?
-No te haces una idea.
Me reí y le di un beso en la punta mientras continuaba moviendo las manos y registrando en mi cabeza sus gruñidos para cuando estuviera sola y aburrida en mi habitación.
-Dime, sol, ¿dónde quieres correrte?
Alec se rió entre dientes.
-¿No sabes la respuesta?-inquirió, tomándome del cuello para obligarme a mirarlo a los ojos-. Lo quiero todo de ti. Todo, Sabrae.
Ni siquiera me quité los zapatos; eran los mismos de Nochevieja, así que digamos que ya les había dado el uso que pensaba darles la primera vez que me los puse. Me limité a sacarme su polla de la boca, separar más las piernas hasta una forma que podría considerarse degradante, y me puse las manos en las rodillas de forma que pudiera inclinar mejor la espalda para que él pudiera admirar mejor mis curvas.
Quizá me había sentido insegura de mi desnudez en el pasado, pero ahora no era una de esas veces. La saliva de Alec entre mis muslos me llenaba de orgullo, y la mía en su polla, de satisfacción. Sabía que lo mejor estaba por llegar.
Y efectivamente, así fue. Alec me tomó de las piernas, levantándome por debajo de las rodillas, y me llevó hasta una de las paredes del invernadero. Pegó mi espalda a la pared, y aplastó su cuerpo contra el mío.
-Prométeme que vas a gritar.
-Hazme gritar-le reté, y él echó atrás la cabeza para mirarme con una sonrisa chula en la boca.
-Joder, ya lo creo que lo voy a hacer. Y lo voy a disfrutar, Saab. Ésa es mi chica.
Me separó todavía más las piernas, dejándose vía libre para entrar en mi interior y se hundió dentro de mí de una profunda estocada. Me estremecí de pies a cabeza y ahogué un grito mientras el placer amenazaba con destrozarme.
-¿Te he hecho daño?-preguntó, saliendo de dentro de mí, y su preocupación era sincera, lo cual me hizo adorarlo todavía más. Tenía sus brazos bajo mis piernas, su polla a centímetros de mi abertura, sus pectorales aplastándome las tetas… y aun así, estaba segura de que, si yo le decía que sí, se retiraría y no me tocaría hasta asegurarse de que no me hacía daño otra vez.
Pero nada más lejos de la realidad. Me había molestado un poco, como todas las veces en que él estaba más duro de lo común y su polla crecía un pelín más, pero no era desagradable. Me gustaba. Me gustaba mucho. Quería más.
Mucho más. Le quería a todo él.
A su extensión y su cuidado, a su preocupación y su descuido.
-Creía que ibas a hacerme gritar-respondí, moviendo las caderas de modo que mi sexo se frotó contra su polla. Alec cerró ligeramente los ojos, un calambrazo de placer nublándole el sentido.
-¿Me lo dirás si te hago daño?
-¿Y si quiero que me lo hagas?-respondí, bajando una mano hasta su polla y dirigiéndola hacia mi interior. Alec se hundió despacio dentro de mí, y cada milímetro que me ensanchó fue como un bocado a un pastel siendo diabética. Sabes que no debes hacerlo, pero aun así no lo puedes evitar-. ¿Y si quiero que te dejes llevar? ¿Y si me da igual que me duela? ¿Y si me gusta? ¿Y si quiero sentirte dentro de mí días después de que te vayas? ¿Y si quiero que cada paso que dé me recuerde a lo que hemos hecho esta noche? ¿A cómo me has mirado a lo largo de toda la cena? ¿A cómo te has chupado los dedos después de darme de comer? ¿A cómo te sabía la polla después de hacerte pajas con los mismos dedos que me has metido dentro mientras me follabas con la lengua? ¿A cómo me has empotrado contra la pared y me has mirado a los ojos mientras me hacías deshacerme, mm?-pregunté, empujándome desde la pared para que llegara más adentro-. ¿Y si quiero acordarme incluso sin quererlo de mi increíble novio, ése que me folla como nadie, ése que tiene la polla que me ha cambiado la vida y ése que me hizo descubrir lo que eran los orgasmos antes de que soportara estar en la misma habitación que él?
Le pasé una mano por la espalda y la otra por el cuello; le lamí por debajo de la mandíbula y le mordí el lóbulo de la oreja.
-¿Y si quiero que me demuestres que estoy totalmente a tu merced y que no son nada sin ti, Alec? ¿No lo vas a hacer?
Me cerré en torno a él. Había aprendido un par de truquitos en su ausencia, y los ejercicios de Kegel eran mi mejor arma. Alec pegó la frente a la mía y gruñó.
-Joder… avísame si te hago demasiado daño.
-¿Quieres una palabra de seguridad? De acuerdo-sonreí-. ¿Qué te parece “oh, sí, Alec; justo así”?-ronroneé, lamiéndole el lóbulo de la oreja.
Y se volvió loco. Me hizo todo lo que llevaba horas queriendo hacerme y más; me pegó contra la pared, me folló sin piedad, sosteniéndome enteramente con su cuerpo en una lucha constante contra la gravedad; cuando me retorcí con él entre mis piernas y le grité su nombre al cielo, Alec sonrió con chulería y me besó con una posesividad casi malsana.
Casi.
-¿Y tú no vas a hacerlo?
-¿Vas a obligarme?
-¿Eso es un reto?-pregunté, pegando mi frente a la suya y jadeando en su boca mientras él continuaba con su ritmo castigador entre mis piernas.
-Parece que te está gustando, así que estaría bien que lo consiguieras.
Me eché a reír contra su piel.
-Veremos si mañana te queda algo de voz.
Lo empujé para separarlo de la pared y lo empujé hacia el banco, donde lo hice sentarse; luego me di la vuelta y, con las piernas unidas, lo hice hundirse en mi interior. Alec gruñó, me dio un azote en el culo y me sujetó por las caderas mientras yo empezaba a moverme. Me ayudó a quitarme los zapatos cuando subí primero un pie y después el otro al banco, y dejé uno de mis pies en él mientras seguía montándolo en posición invertida, retorciéndome para besarlo y jadeando mientras él jugueteaba con mi clítoris, me lamía el cuello, me mordía la boca y me magreaba las tetas.
-Sí, nena… justo así. Qué bien follas, Sabrae, por Dios.
Alec me agarró por las caderas, metió una mano entre mis piernas y subió con la otra hacia mis tetas. Me pellizcó los pezones y se rió mientras yo me corría de nuevo, como si esto fuera una competición y fuera ganando simplemente por hacerme tener más orgasmos.
La verdad es que en estas circunstancias no me importaba perder.
-Míranos-me instó, y abrí los ojos para seguir la dirección de los suyos, clavados en uno de los cristales que daban al exterior. La Luna se había ocultado y ahora todo estaba más oscuro, de modo que las luces de emergencia difuminaban nuestra silueta en los cristales con un poco más de claridad.
Me encantó lo que vi ante mis ojos: a dos seres mitológicos creando un nuevo titán.
Miré a Alec a los ojos en el reflejo de la ventana y apreté de nuevo dentro de mí, disfrutando de cómo se le oscureció la mirada y me hundió los dedos en la carne.
-Vuelve a hacer eso-me ordenó, y yo, por una vez, obedecí. Sólo porque me encantaba volverlo loco.
Alec continuó embistiéndome, el sonido de nuestras respiraciones aceleradas y sus muslos impactando en mis glúteos convirtiéndose en mi canción preferida. Me rodeó una teta con una mano mientras bajaba la otra a mi clítoris, y con sus dedos haciéndome ver las estrellas y lanzándome a un nuevo orgasmo, los dos nos corrimos a la vez.
-¡Joder, Sabrae, SÍ!
-Oh, Dios, oh, Dios…-jadeé, deshaciéndome entre mis piernas y sintiendo cómo Alec descargaba dentro de mí. Aquello habría sido suficiente para hacerme perder la cabeza, pero después de todo lo que había pasado… creo que me había vuelto loca hacía ya tiempo.
Me besó el cuello, la mandíbula y la mejilla.
-Fóllame un poco más-me pidió, y yo jadeé.
-¿No has terminado?-pregunté, un poco dolida por haberme confundido en algo tan importante como eso. Creía que habíamos llegado juntos, lo cual me parecía precioso, pero si no era así…
-Sí-respondió, besándome el hombro antes de tumbarse a mi lado-, pero quiero que te pongas encima. Quiero ver cómo te mueves encima de mí.
-Al, estoy cansada…-me preocupaba que no le gustara tanto lo que acababa de pasar, porque yo ya estaba saciada y, la verdad, el tiempo que había pasado con un pie anclado en el suelo y otro en el banco y dando botes para meterme y sacarme su polla me había pasado factura. Ahora que ya me había corrido varias veces lo único que me apetecía era echarme a dormir un mes.
-Si no te apetece, lo entiendo-dijo, acariciándome el costado-; pero si lo que te pasa es que tienes miedo de que no me guste… Saab, a mí ya me gusta solamente verte desnuda. Que te me pongas encima y sigas follándome es un plus, nada más.
Eso sirvió para cambiar mis nervios, y, agradecida, le pasé las piernas por encima con cuidado. Orienté la punta de su miembro hacia mi interior y empecé a mover las caderas en un baile lento cuya cadencia, cargada de sensualidad, se había convertido en mi preferida en el mundo.
Los ojos de Alec saltaban de mis pechos a mi cara, y una sonrisa dulce se extendió por su boca. Entendí entonces que también le apetecía hacerme el amor, y no sólo follarme. Me incliné a darle un beso en los labios y él me rodeó con los brazos, reteniéndome contra él mientras me movía.
-Gracias por esta noche-me dijo.
-Gracias por esta vida-le respondí, y noté su sonrisa en mi hombro. Ni yo hice amago de levantarme ni él de ponerme de nuevo en posición, así que continuamos así hasta que yo estuve a punto. Entonces, sólo entonces, me incorporé para que pudiera verme en mi máximo esplendor corriéndome para él una última vez antes de que echáramos nuestro polvo de despedida.
-Te quiero-me dijo.
-Te quiero muchísimo-contesté, tumbándome sobre él y abrazándolo. Él me dio un beso en la cabeza y nos cubrió a ambos con su chaqueta, pues mi abrigo hacía de barrera entre los guijarros redondeados y nuestros cuerpos. Alec se pasó una mano por detrás de la cabeza y me acarició la espalda con el pulgar, distraído. Yo tenía la mente totalmente en blanco.
Sólo quería estar así para siempre.
-¿Recuerdas las chorradas que te dije sobre que no quería que pasaras ganas de estar con otros?
-Ajá. Me gusta que las llames por su nombre, “chorradas”-sonreí, besándole el pecho.
-Bueno… pues no quiero que folles con otros-reconoció por fin, y yo levanté la vista para mirarlo.
-Tranquilo. Llevo sin tener ganas desde que te has puesto ese traje.
-¿Y ahora que me lo he quitado?-bromeó, y yo iba a responderle cuando un haz de luz pasó por encima de la barrera del invernadero. Los dos nos pusimos rígidos.
Claro que tampoco era descabellado pensar que hubieran venido a mirar a qué se debía el escándalo que habíamos estado montando. Alec y yo intercambiamos una mirada y rodamos para empezar a vestirnos en el suelo, lejos del alcance del haz de luz que sólo podía proceder de una linterna. No había tiempo para lamentar que nuestro momento romántico se hubiera visto interrumpido de repente; había que salir de allí ya.
Alec se abotonó la camisa a todo correr, y aun así no falló ni un botón; yo estaba anudándome los cordones de la espalda del vestido cuando el haz de luz regresó y nos enfocó de lleno.
-¿Hay alguien ahí?
-Hostia-jadeó Alec por lo bajo, empujándome hacia un lateral para alejarme de las luces mientras yo me ponía los zapatos dando saltitos.
-No pueden pillarnos aquí.
Alguien estaba intentando forzar la puerta; la única puerta de entrada… y de salida.
-No me digas-ironizó Alec, agachado en el suelo y protegiéndome con su cuerpo.
-Esto es un espacio protegido. Podría ser un delito contra el patrimonio.
Se giró para mirarme, estupefacto.
-¿Me has traído a un sitio en el que literalmente es ilegal echar polvos?
-Hay bastantes sitios en los que es ilegal echar polvos-siseé.
-¿Ah, sí? Dime tres.
-La puerta de la casa de los lotos está atascada-informó el vigilante de la linterna por un walkie-talkie-. Voy a ir por la puerta trasera para ver qué pasa…
-¿¡Hay una puerta trasera!?
-Cuando se vaya quitamos la barra que has puesto y salimos por ahí.
Esperamos mientras la linterna rodeaba la casa de los lotos y nos deslizamos en las sombras hacia la entrada. Alec retiró el rastrillo, asomó la cabeza, me cogió de la mano y tiró de mí.
Y luego echó a correr, arrastrándome y haciéndome tropezar que estuve a punto de darme de bruces contra el suelo varias veces. Lo ideal para terminar la noche, vamos.
-Alec, más desp…-le pedí, pero una voz a nuestra espalda me acalló.
-¡Eh! ¿¡Adónde os creéis que vais!? ¡Volved aquí!
-¡VAMOS!-urgió Alec, corriendo todavía más rápido.
-¡Los tacones!-protesté, y Alec se volvió y me miró.
-Me cago en mi madre, ¿otra vez?-ladró, y se abalanzó a cogerme por la cintura y subirme a su hombro como si fuera un saco de patatas-. Me cago en Dios, igual va siendo hora de que te reconcilies con tu estatura, Sabrae.
-¡Me gustan los tacones!-protesté, viendo cómo el suelo se desplazaba a gran velocidad bajo nuestros pies… y el haz de luz, que se balanceaba por la carrera del guarda, se alejaba.
Alec no se detuvo ni cuando atravesó las puertas de los Jardines; sólo paró cuando hubo cruzado varias calles y nos mezcló con los grupos de amigos que iban y venían de fiesta. Ante las miradas curiosas de un grupo de tíos que no dejaba de darse codazos y reírse mientras nos señalaba y uno de chicas que me fulminaron con la mirada en cuanto me vieron, Alec me dejó en el suelo y se apoyó en una pared a coger aire.
Yo me quedé a su lado, totalmente descansada y sintiéndome fatal. Alec sólo necesitó un minuto para recomponerse; bajó la vista hasta mí y me miró.
-Justo como en Barcelona, ¿te acuerdas?
Sonreí y me incliné a besarlo.
-Gracias por rescatarme.
-De nada. Te queda bien ser una damisela en apuros, Miss Feminismo.
Me eché a reír de nuevo y le di otro beso en la mejilla. Él me rodeó la cintura con el brazo y me retuvo contra él.
-Aunque haya terminado un poco… raro-dijo por fin-, quiero que sepas que me lo he pasado genial. Y que siento que no podamos celebrar San Valentín como deberíamos, y que no hayas tenido apenas tiempo para organizar nada. Claro que, viendo lo que puedes hacer en menos de dos días… creo que si te dejara una semana habrías planeado un crucero.
-Es que no cuadraban bien las fechas-me reí, y jugueteé con su pelo-. Pero no te preocupes, sol, de verdad. Ha sido perfecto. No lo cambiaría por nada.
-¿Ni por celebrar San Valentín en febrero, cuando todo está lleno de flores y de corazones y no te persiguen de madrugada para llevarte preso por estar en los Jardines de Kew?-ironizó, y yo sonreí.
-No. Ni siquiera por eso. Nuestra historia es perfecta tal y como es. Todos los días son San Valentín cuando estoy contigo.
Alec sonrió y yo le besé su sonrisa.
-¿Quieres alargar la noche un poco más?
Negué con la cabeza. Ya era hora de afrontar la realidad.
-Llévame a casa.
-Qué disco más bueno-comentó, cogiéndome la mano y rodeándome la cintura con el otro brazo-. Cómo se nota que Louis estaba inspirado. Y que tu padre todavía no era subnormal.
Y, a pesar de que sabía que a la mañana siguiente sería la última vez que me despertaba al lado de Alec en lo que nos quedaba de año, me reí. Porque no le mentí lo más mínimo cuando le dije que no nos cambiaría por nada.
Había tenido más de trescientos sesenta y cinco San Valentines con él.
Uno no era nada.
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Porfa me he muerto de amor con este capítulo. Me ha gustado que una vez mas lo hayan hablando y aunque yo misma “odio” la idea de Alec marchándose si que creo que es necesario que Sabrae supere esto sola. Me ha encantado la escena en el invernadero y lo graciosos que han estado en el final. Me da una pena terrible pensar en la despedida pero cada vez tengo mas ganas de ver como avanza la trama en Africa y las cosas que quedan por ver.
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