sábado, 23 de noviembre de 2024

Constelación de casualidades.

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Era la primera vez que detestaba despertarme al lado de Alec.
               Claro que también era la primera vez que me despertaba a su lado siendo plenamente consciente de lo que me hacía que se marchara; de lo mucho que iba a echarlo de menos y cómo cada día sería como un año sin él.
               También era la primera vez que sabía cuánto tardaría en verlo; lo sabía de verdad, y no como quien sabe que en invierno hace frío pero al que el verano le ha hecho olvidar la sensación del viento helado azotándote en la cara, cortándote los labios y robándote la sensibilidad en los dedos.
               Por eso me permití ser egoísta y no me conformé (si es que podía usar la palabra “conformarme” cuando se trataba de Alec) con mirarlo desde mi rinconcito preferido en el mundo, que era su lado, como solía hacerlo siempre. Esta vez fui egoísta y no me preocupé de su sueño, de la falta que le hacía descansar o de lo guapo que estaba mientras dormía.
               De lo único que me preocupé fue de que pronto dejaría de tenerlo, con todas las consecuencias. Así que cada segundo contaba.
               Así que arrastré cada célula de mi cuerpo que estaba a veinte centímetros o más de él y me colé de nuevo en el hueco celestial de sus brazos. Pegué la cara a su pecho e inhalé profundamente para empaparme del aroma que desprendía su cuerpo, y sonreí al notar que respondía a mi contacto apretándome instintivamente contra él.
               -¿Estoy en Nechisar?-preguntó con voz somnolienta, y yo levanté la mirada. Todavía tenía los ojos cerrados.
               -No-respondí, depositando un beso sobre la mayor de sus cicatrices, la que más le había preocupado la primera vez que se quitó la ropa siendo oficialmente mío y teniéndome oficialmente para él.
               Y pensar que le había dicho hacía un millón de años que yo no podía ser de nadie… y ahora, mírame: acurrucada a su lado, declarándole la guerra la segundero de su despertador, que me recordaba lo inevitable de mi derrota.
               -¿Me he muerto?-preguntó, y yo me reí por lo bajo y negué con la cabeza. Le rodeé la cintura con un brazo, y colé el otro por debajo de su cuerpo para entrelazarlos y que su corazón latiera con más fuerza contra el mío. Puede que, si nos apretábamos lo suficiente, al final se nos sincronizara el pulso y no hubiera manera de separarnos.
               Puede que, si remoloneábamos lo suficiente en su cama, su familia no subiera a buscarnos y Valeria no tuviera más remedio que mandarle sus  cosas de vuelta. De repente, pensar sólo en mí y no en él y lo que quería me resultaba mucho más sencillo que el resto de veces.
               Supongo que se debía a lo bien que se sentían sus brazos en mi espalda desnuda, la forma en que el fino vello que los cubría me hacía cosquillas en la línea de la columna vertebral.
               -Tampoco, sol-respondí, y él suspiró sonoramente, retorciéndose a mi lado como si necesitara estirarse pero tampoco quisiera alejarse de mí ni un mísero milímetro.
               -Pues estoy en el cielo-contestó, y yo me reí de nuevo-. Me encanta ese sonido-añadió, besándome la cabeza y atrayéndome hacia sí. Su pulgar empezó a recorrer la línea de mi omóplato, apaciguando una bestia legendaria y herida en mi interior.
               -Apuesto a que lo vas a echar mucho de menos los próximos meses-bromeé, para mi sorpresa. La dinámica de mi relación con Alec giraba en torno a un pique constante, pero ninguno de los dos había puesto el voluntariado sobre la mesa aún. Y, sin embargo, quitarle hierro hizo que me sintiera un poco mejor.
               Hizo que me creyera, aunque fuera por un momento, que lo podía conseguir.
               -Como cada vez que no lo oigo-contestó. Me colocó una mano detrás de la cabeza y me besó de nuevo justo en la línea que dividía mi pelo. Me acomodó contra él, todo ángulos tremendamente confortables, y yo suspiré. Le pasé la mano por la espalda, mis dedos trazando las líneas de un mapa que sólo me estaba permitido leer a mí, y mi respiración se acompasó a la suya. Todo lo que podía estar en contacto entre nuestros cuerpos lo estaba, pero, lejos de agobiarme por el poco espacio que tenía, lo cierto es que quería más. Mucho más. Era como si necesitara compensar el tiempo durante el que no iba a tenerle cambiándolo por espacio de contacto.
               Era como si todo lo que había construido nuestra relación se condensara en esos puntos en los que mi piel se perdía entre la suya y nos volvíamos uno. Todas las palabras que nos habíamos dicho, todos los besos que nos habíamos dado, todas las miradas desde extremos opuestos de una habitación cuando se suponía que debíamos ser sociables… todo lo que componía la relación más importante y hermosa que yo había tenido y tendría en toda mi vida se concentraba en las yemas de mis dedos bailando sobre su espalda.
               Tu novio, le pese a quien le pese.
               No necesito a mil chicas, te necesito a ti.
               Creía que me gustaba el sexo cuando lo tenía con las demás, pero tú… contigo me he dado cuenta de lo mucho que lo adoro y lo necesito en mi vida.
               Perséfone no se compara contigo.
               Quería que mi hogar conociera a mi casa.
               Volvería de entre los muertos por ti.
               ¿Continuará?
               ¡Continuará!
               Continuará. Me regodeé en la palabra, en todas las promesas que había acogido entre sus sílabas, en todas sus implicaciones y cómo nos habíamos apañado para obtener solamente las mejores.
               Podríamos haber sido un rollo de una noche que se repetía en dos y tres; amigos que se acostaban de vez en cuando y nada más. Podríamos haber sido un error que el alcohol y la euforia nos había hecho cometer y del que no nos arrepentiríamos por lo bien que nos lo habíamos pasado, pero que juraríamos no repetir.
               Podríamos haber seguido como el gato y el ratón y nunca habríamos hecho de mi cama “nuestra” cama; de su habitación, “nuestra” habitación.
               Pero él me había buscado y yo había dejado que me encontrara. Él me había hecho tener miedo por primera vez del amor, porque le otorgaba el poder más peligroso que puede tener una persona, y es el de destruir totalmente las ilusiones de otra.
               Y, a pesar de todo, estando así… yo sólo podía pensar en lo mucho que me gustaba esto. Cómo un corazón roto por él sería un privilegio, porque supondría que él lo había tocado. Cómo que me rompiera el corazón también sería tener mucha suerte, porque él nunca me haría algo así.
               Puede que mi vida se hubiera dado la vuelta y que todo lo que creía seguro ahora me hiciera morirme de dudas, que todo mi mundo hubiera cambiado su punto de gravedad y todavía estuviera habituándome a vivir en una piel que ya no sentía del todo mía…
               … pero estaba segura de una cosa. Sólo de una cosa. Y era que Alec nunca me haría daño, que siempre podría contar con él.
               Que siempre sería mío y yo siempre sería suya, sin importar la distancia que nos separara, sin importar el tiempo que pasáramos sin vernos. Siempre seríamos del otro.
               Le iba a echar terriblemente de menos cuando se fuera esta tarde; de hecho, una parte de mí estaba convencida de que no sería capaz de dejarle ir. No, cuando su cuerpo era tan cálido y fuerte al lado del mío, cuando su respiración me hacía cosquillas de un modo que me encantaba, o cuando sus dedos sabían exactamente dónde tocarme para que yo me sintiera a gusto en una piel que ya no reconocía del todo como mía.
               Alec era mi hogar, e iban a desahuciarme en unas horas. Y en lugar de angustiarme por lo jodido de la situación, lo único que me apetecía hacer era disfrutar de esa casa en la que había sido tan feliz y a la que sabía a ciencia cierta que sin duda volvería. Su luz, sus ángulos, su sonido, su olor… todo parecía diseñado específicamente para conseguir mi felicidad más plena, mi amor más absoluto.
               Ni siquiera podía preocuparme por lo mucho que iba a dolerme tener que decirle adiós mientras estaba entre sus brazos, protegida del mundo, del frío y de mis inseguridades. Me sentí florecer en lo más profundo de mi ser, inundada con la luz cálida y dorada de una estrella que se expandía entre mis costillas, se colaba por sus huecos y me daba esperanza de que el futuro era brillante, porque mi presente también lo era.
               -Al…-susurré en voz baja, y Alec siseó y me dio un beso de nuevo en la cabeza, adorando mis ideas, que mis sentimientos se entrelazaran con ellas y que se quedaran a descansar allí, aunque se manifestaran por todo mi cuerpo.
               -Ya lo sé. Yo también-murmuró contra mi pelo. Cerré los ojos e inhalé más profundamente, la punta de mi nariz como su caricia preferida.
               Fue exactamente como tenía que ser. A veces las palabras no son suficiente para representar todo lo que sientes, pero las pronuncias de todas formas. Y, otras, son los silencios los que más hablan.
               Así, con nuestras respiraciones sobreponiéndose al sonido de su familia en el piso de abajo, nos abrazamos hasta que nuestras células se entremezclaron. El sol se desplazó sobre nosotros, vertiendo un río de oro sobre Alec y sobre mí. Mi móvil vibró en la mesilla de noche, seguramente con los mensajes de mis amigas preguntándome cómo nos lo habíamos pasado, o con el videomensaje que me enviaba todos los días y que yo normalmente me apresuraba en abrir nada más lo recibía.
               Hoy no sería así. Hoy tenía algo mucho más interesante, precioso y valioso que mirar que la aparición diaria de una bola de fuego cegadora en el horizonte.
               Estaba a gusto y tentada por el sueño que siempre te asalta cuando te da el solecito, pero ni el mismísimo Morfeo podría darme algo mejor de lo que ya tenía.
               De modo que cuando Annie subió las escaleras con cuidado, como quien se adentra en el templo recién redescubierto de un monarca olvidado en la historia, y sus pasos se detuvieron junto a la puerta, tanto su hijo como yo la escuchamos. Levanté un poco la cabeza y miré la sombra de sus pies por debajo de la puerta, y me volví a acomodar junto a Alec.
               En cuanto ella llamara a la puerta se rompería el hechizo. Todo se volvería real. La luz del sol que nos bañaba no era una piscina de oro, sino la prueba innegable de que el momento de que Alec se fuera había llegado.
               Le puse una mano en el pecho a mi chico y levanté la cabeza para encontrarme con sus ojos, que me observaron con una determinación que me hizo sospechar que estaba memorizándome con ahínco. Yo misma me centré también en nadar en las piscinas de chocolate de su mirada, fijándome en cada una de las líneas que componían sus iris, los sutiles tonos dorados que había en sus ojos cuando incidía sobre ellos la luz adecuada.
               Sentí que la habitación se cargaba de electricidad estática como si estuviera a punto de caer sobre nosotros un rayo. Un cosquilleo en absoluto desagradable me recorrió la piel, y mis uñas se hundieron un poco en su piel, aferrándose a él como me gustaría poder hacerlo yo misma.
               No te vayas, parecían decirle mis dedos. No te vayas, le suplicaba mi corazón.
               Pero no podía pedirle que no fuera feliz, que se conformara conmigo. Sólo podía aprovechar cada segundo que me regalaba a su lado, y ser muy consciente de que había millones de personas que morían buscando lo que yo había encontrado con catorce años.
               Sólo cuando se hubo asegurado que no estábamos haciendo nada que pudiera impedir que la oyéramos, Annie tocó suavemente la puerta de la habitación de Alec. Lo hizo tan despacio que no la habríamos oído si estuviéramos acostándonos o durmiendo. Lo sabe, pensé.
               Me estremecí de pies a cabeza. Ese sonido era como que el amanecer ahogara la luz de la última estrella de la noche que nos había cambiado las vidas. Era la auténtica salida del sol, y no la que nos había estado observando desde la claraboya del techo, tan bien posicionada que era el foco perfecto para iluminar a Alec como protagonista absoluto de las mejores historias jamás contadas.
                La mano de Alec encontró el punto en el centro entre mis hombros y me lo presionó suavemente, atrayendo de nuevo mi atención al presente y sacándome de mis ensoñaciones. Su cara fue el analgésico que yo necesitaba.
               -Podemos quedarnos, si quieres-me dijo en voz baja, en un tono íntimo que sólo usaba cuando el resto del mundo nos molestaba.
               Y, a pesar de que esto se acababa y teníamos junto a nosotros un reloj de arena al que le quedaban unos pocos granos, sonreí. Porque puede que fuera a dolerme, puede que me dedicara a andar de puntillas para no hacer ruido y que estos meses me pasaran más rápido, y puede que fuera a echarlo terriblemente de menos.
               Pero a él también le dolería, también andaría de puntillas y también iba a echarme terriblemente de menos. Éramos un todo mayor que la suma de nuestras partes, más fuerte y especial por estar hechos de los dos. Nos compenetrábamos. Nos acompañábamos.
               A él también le bastaba con estar abrazado a mí mientras pasaba el tiempo… y tampoco se iba a dar por satisfecho con una eternidad a mi lado.
               -Podemos-asentí, y mis dedos se acercaron a su mentón para acariciarle la barba incipiente. Aunque raspara, también me gustaba. Era mejor que el vacío al que pronto iban a arrojarme.
               Aunque ya no iba a estar sola nunca más.             
               -Pero no lo vamos a hacer-terminé.
 
 
-Todavía quedan unas horas-comentó mamá en tono casual mientras se untaba un poco de mermelada de arándanos en la tostada-, ¿qué planes tenéis?
               Giré la cabeza y miré a Sabrae, que me devolvió la mirada con un gesto tranquilo con el que pretendía transmitirme que yo estaba al mando y era el único protagonista, aunque nada más lejos de la realidad. De hecho, yo era el único que no debería ser el centro de atención, porque que hoy fuera un día de despedidas era exclusivamente culpa mía. Si habíamos decidido que me iría de vuelta a Nechisar había sido porque quería intentarlo, y aunque me sentía bien en la sabana, el día de hoy tenía un sabor agridulce.
               El despliegue de comida para el desayuno era el típico de todos los domingos, ése que tanto le había llamado la atención a Saab, y sin embargo había algo que lo hacía diferente a todos los demás. Las cantidades, la elaboración: todo era una muestra de lo importante que era ese día, de cómo había hecho que mi familia renunciara a mí reconociendo que esta vez iba en serio. Ahora que no había esperanzas de que yo me guardara un as en la manga, y habían estado a la altura: mamá debía de haberse levantado mucho antes de lo que lo hacía los domingos normales para preparar un desayuno digno del restaurante pijo de algún hotel al que sólo te permitían entrar si vestías traje, o vestido de cóctel en el caso de las tías; desde huevos revueltos con especias a un beicon que estaba seguro de que podría ganar cualquier concurso culinario, pasando por rollos de canela o de pistacho que pondrían en peligro el negocio de Pauline, todo iba más allá de lo que siempre lo hacía en mis días de resaca y de, en teoría, estar en casa.
               Dylan había ido también a primera hora a por productos de bollería; había madrugado tanto que, si nos hubiéramos levantado a la hora de siempre, ya lo habríamos encontrado esperando en el salón, leyendo su periódico tranquilamente mientras acariciaba a Trufas en el lomo. Mamushka se había puesto a tejer en el salón un par de horas antes de las que se dejaba ver normalmente, y Mimi había dejado su móvil sobre la mesa frente a la televisión en lugar de llevárselo consigo a todas partes, como Saab me había dicho que no paraba de hacer desde que hablaba más a menudo con Trey.
               Yo no me merecía despedidas, ni eventos especiales, ni que me dijeran que me echarían de menos y me recordaran así que mi vida ya era genial tal y como era y que no tenía derecho a tratar de mejorarla a miles de kilómetros de casa.
               Y aun así… ser el protagonista era exactamente lo que me apetecía. No quería tener que preocuparme de nadie más que de mí, mirar sólo mi ombligo y considerar únicamente mis deseos. La verdad es que los tenía bastante claros: me encantaba el sexo con Saab y me pasaría la vida entera acostándome con ella si me dieran la oportunidad, pero lo que habíamos compartido después de despertarnos… abrazarnos en silencio y sentir la respiración del otro mientras el ritmo de nuestros corazones se iba acompasando… era todo lo que estaba bien en esta vida.
               Era todo lo que yo quería hacer ese día.
               Puede que tardara en hacer las paces con mi decisión de quedarme unos días más para que mi familia pudiera disfrutarme un poco y poder repartirme más entre todos los que me querían, y ahora mismo no me apetecía ser magnánimo. Lo único que me apetecía era sentirme igual de especial que Saab me lo había hecho sentir en la cama. O la madrugada pasada, en mi habitación, cuando me miró a los ojos después de que yo cerrara la puerta, se acercó a mí, me pasó los brazos por los hombros y entrelazó las manos tras mi cuello y se dedicó a bailar conmigo en el silencio de mi habitación, balanceándonos al ritmo de una música que sólo nosotros dos podíamos escuchar.
               Fue una burbuja en la que yo no sabía que quería meterme hasta que Sabrae no alcanzó los auriculares que había dejado en mi cajón para cuando estaba especialmente sensible y le apetecía escuchar la misma música que nos poníamos cuando estábamos juntos, me entregó un casco, y le dio a “reproducir” a una lista que se había hecho en el móvil plagada de canciones románticas y que había bautizado como “Alec ”.
               -We can leave the Christmas lights up til January…-empezó Taylor Swift, y yo le había rodeado la cintura, había hundido la cara en su hombro y había inhalado su delicioso perfume, a maracuyá, a verano, a hacer el amor en Mykonos y también a una cita romántica semi improvisada en un jardín tropical muy por encima del trópico de Cáncer.
               Sabrae me había rodeado la cintura con los brazos, sus manos reposaban en mi espalda, y suspiró sonoramente cuando Taylor llegó al punto en el que decía que en cada mesa me guardaría un asiento. Me la imaginé haciéndolo, mirando huecos vacíos en el cine, en la biblioteca, en su propia casa, echando de menos mi presencia y acusando mi ausencia como una maldición que yo le había impuesto por puro egoísmo… y, aun así, seguía teniendo ganas de besarme, de mirarme a los ojos con un amor que hacía que me sintiera muy, pero que muy pequeñito y muy, pero que muy grande a la vez.
               Era raro pensar que nuestro tiempo juntos este año, precisamente este año, en el que había accedido a ser mi novia y me había hecho el inmenso honor de dejarme escuchar cómo sonaba un “te quiero de sus labios”, iba a llegar a su fin en tan solo unas horas.
               Sabrae se separó un poco de mí para mirarme a los ojos mientras la canción se terminaba, nuestro balanceo más lento hasta que llegó a detenerse por completo.
               -Darling, you’re my, my, my, my…
               -Lover-dijimos los tres a la vez, y Saab y yo nos sonreímos con timidez. A continuación empezó a sonar Unhinged, y yo le desanudé el vestido, ella me desabotonó la chaqueta y la camisa y suspiró de nuevo mientras se tumbaba en mi cama, completamente desnuda.
               No pasó nada, pero ni falta que hacía. Nos besamos, nos acariciamos, pero nos dormimos el uno junto al otro sin más intención que el llegar hasta donde nos apeteciera, y en ese momento no nos apetecía sexo. Creo que los dos pensábamos que hacerlo otra vez era como reconocer que esto se estaba acabando, y que teníamos que arañarle unos minutos al reloj.
               Ahora era algo que no era tan fácil de ignorar.
               Y ella estaba tan guapa… con el pelo un poco revuelto por el sueño, la piel todavía un poco cálida por mi abrazo, los labios más jugosos por mis besos… era irresistible como una flor colorida a un colibrí distraído, o el bombón que yo siempre decía que era para el famélico que sabía que su ayuno se extendería durante meses.
               Sabrae rompió el contacto visual conmigo y sonrió a mamá en tono de disculpa.
               -Bueno, todavía no hemos hablado de ello, pero supongo que nos pasaremos a ver a Josh un ratito-dijo-. Seguro que nos está esperando-añadió, y se giró para mirarme -. Y si quieres pasarte también por el gimnasio a ver a Sergei…
               No había pensado nada en Sergei ni en nadie del gimnasio, y eso que esa gente había sido como una familia para mí, así que… imagínate cómo estaba.
               Pero Josh… Josh era harina de otro costal. Seguro que Sergei ya había seguido con su vida, buscando un sustituto para mí en cuanto me había salido de la zona de transporte público en la que se encontraba el gimnasio, me dije, tratando de racionalizar una verdad muy sencilla: en realidad, por mucho que me sintiera obligado a ir a ver a Josh, lo último que me apetecía era guiarme por mis compromisos. Quería quedarme un poco más en casa.
               Quería ser egoísta y aprovechar más el tiempo que me quedaba con Sabrae.
               -Ya veremos-dije, pinchando un pedacito de huevos revueltos con especias que había preparado mamá. Era la primera vez que los hacía para el desayuno, pero el experimento le había salido de fábula.
               -¿Tienes que facturar alguna maleta?-preguntó Mimi en tono casual, apartándose el pelo del hombro y apoyando el codo en la mesa. Se me quedó mirando como quien está tratando de que su hermano mayor la lleve al centro comercial en coche y la deje frente a la puerta principal para que todo el mundo se crea que dispone de chófer, y no como lo que realmente era: la hermana pequeña que tiene miedo de que las horas que tiene con su hermano sean, en realidad, menos de las que ha calculado.
               -Se supone que Valeria me iba a enviar un mensaje con los recados de mis compañeros, pero… cuando he leído el correo electrónico esta mañana no tenía nada, así que…
               -Deberías llevarle un queso a Luca. Podemos ir a Harrod’s y cogerle el más caro-comentó, girándose para mirar a mamá, y yo dejé de masticar un instante. ¿En serio íbamos a pasarnos nuestra última mañana en familia en lo que quedaba de año de compras por Harrod’s en busca de un queso de importación para mi ruidoso compañero de cabaña?
               Me sorprendió que a Mimi se le ocurriera siquiera que estaría dispuesto a algo así. Y me sorprendió todavía más que mamá no le cortara las alas en el momento; la esperanza puede ser la emoción más peligrosa y tóxica que albergamos los seres humanos. O si no, que me lo digan a mí, que de una manera retorcida había esperado que Sabrae me dijera que podía lidiar con sus mierdas ella solita para poder volverme tan contento a Nechisar.
               Y así había pasado. La verdad, todavía no me sentía del todo cómodo con la situación, pero supongo que tomar decisiones adultas implicaba complicados sentimientos de adultos. Joder, todo era mucho más fácil el año pasado, cuando no sentía que hubiera nada atándome en casa y creía que al otro lado del mundo encontraría mi lugar.
               Descubrir que mi sitio estaba junto a una niña con la que había compartido mi infancia y que encima ella fuera la única lo bastante generosa como para sentirse cómoda con dejarme marchar un año entero al otro lado del mundo no era lo mejor que había hecho. O, más bien, no era lo que había hecho en el momento más oportuno, precisamente.
               Claro que ni siquiera necesitaba mirar a Sabrae para darme cuenta de que no había nada que pudieran ofrecerme para que yo renunciara a ella; a ella, y a la vida en común que habíamos empezado a construir, estábamos y seguiríamos construyendo.
                -Quizá podríais acercarnos al hospital y pasaros por Harrod’s de la que le hacemos una visitilla a Luca-comentó Sabrae en tono diplomático, pinchando un trocito de beicon y rebañándolo sobre la salsa de teriyaki que mamá había rescatado de la despensa.
                Mimi pareció desinflarse en la silla, y aunque me dolió verla desilusionada, tenía que entender que no era el centro de mi mundo. Que Sabrae había hecho un sacrificio muy grande renunciando a días de su semana de cumpleaños a cambio de que yo estuviera un poco más de tiempo con ellos, pero eso no significaba que no quisiera estar con ella también. Puede que sonara a ser un mal hermano, o un desagradecido por todo lo que mi familia me había dado, pero… la verdad es que no me arrepentía de poner como prioridad a mi chica.
               Y más aún cuando el otro plan era irme de tiendas cuando no necesitaba nada.
               Dylan añadió que podían coger algo para regalárselo a Josh y celebrar su mejoría, a lo que mamá respondió con un asentimiento no demasiado entusiasta. Sabrae miró al resto de mujeres de mi vida, de las cuales sólo mi abuela se estaba comportando con la deportividad compatible con la situación. En circunstancias normales me habría preocupado de que esto, ser la elegida, afectara a la relación de Sabrae con mi madre y con mi hermana, pero si algo bueno habíamos sacado de que Sherezade se estuviera comportando tan mal con Sabrae era descubrir que mi madre sí estaba dispuesta a estar a la altura.
                -¿Alguna petición más, Mamushka?-pregunté entre bocado y bocado de una tostada riquísima. Mamushka se encogió de hombros y revolvió su té con parsimonia, sabedora de que tenía la atención de toda la mesa y deleitándose en ello. Ni siquiera Trufas revolviendo en su cuenco de pienso, en el que mamá había echado verduras para que nos acompañara durante más tiempo en lugar de irse a corretear por ahí, hizo que el momento fuera menos épico.
               -Tal y como yo lo veo, tenemos dos opciones: podemos pasarnos las horas que te quedan en casa lamentándonos porque no estás más tiempo y malgastándolas en consecuencia, o podemos aprovechar cada minuto sin preocuparnos por algo que ya sabíamos que iba a pasar-se encogió de hombros-. Y yo he estado viviendo sola durante años. He aprendido a valorar cada minuto que me regalabais de vuestra compañía en vuestras infrecuentes visitas.
               -Cualquiera que te oiga creería que sólo te íbamos a ver por tu cumpleaños, mamá.
               -Lo que intento decir es que entiendo cómo te sientes, Anastasia-sentenció Mamushka, untando con la misma parsimonia con que había revuelto su té la tostada que ahora tenía entre las manos con mermelada de frutos rojos-, pero ya va siendo hora de que te des cuenta de que tu hijo ha crecido y ha volado del nido.
               Mamá se quedó mirando a Mamushka con la boca abierta, y Dylan carraspeó y tragó saliva.
               -Ekaterina, Alec todavía…
               -Así que más te vale agradecer y aprovechar los momentos en que venga a verte, porque cuanto peor reacciones cuando te visite, menos lo hará.
                Mamá parpadeó y volvió la vista hacia mí. Mamushka se había pasado un poco, sobre todo diciéndole que yo ya había volado del nido cuando para nada era así, pero… también tenía razón diciendo que tenía que cambiar el chip. No era momento de exigirme más, no cuando habíamos hecho un sacrificio tan grande.
               Mamushka le pidió a Dylan que le pasara unas semillas de amapola y mamá carraspeó.
               -Perdonad, cielo, corazón-dijo, mirándonos a mí y a Sabrae alternativamente-. No era mi intención presionaros para que estuvierais más tiempo con nosotros.
               Dylan estiró la mano hacia mamá y la estrechó entre los dedos.
               -No hay por qué disculparse, Annie-respondió Sabrae.
               -Sabemos que habéis hecho un sacrificio importante y queremos que sepáis que estamos muy agradecidos. Los cuatro-puntualizó, mirando a mi hermana en tono de advertencia, y Mimi asintió con la cabeza, aunque hundió un poco los hombros de manera inconsciente.
               Esperaba que Trey fuera un buen tío y supiera cómo tratar bien a las chicas, porque Mimi iba a necesitar mucho apoyo. Me dolía pensar que le estaba haciendo daño, pero supongo que crecer y encontrar tu propio camino también implica que te alejas un poco de quienes siempre has tenido más cerca. Es ley de vida.
               Además, yo era el peor parado en este asunto. Incluso si me iba porque yo quería volver a Nechisar, también era una decisión difícil y dejaba mucha gente atrás a la que echaría terriblemente de menos mientras me convertía en el hombre que estaba destinado a ser.
               Sólo que… Sabrae estaba en la cúspide de mis prioridades. Sería la ausencia más dura y la añoranza más fuerte. Así que también lo hacía por ella, no sólo por mí.
               Que ella estuviera dispuesta a bajar un escalón no significaba que yo fuera a permitírselo. Los egipcios ponían el triángulo de oro y plata en la cúspide de la pirámide, no en un cinturón intermedio, y exactamente ese lugar era el que le correspondía a Saab.
               -Los cinco-sonreí, quitándole hierro al asunto y haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Trufas en el momento en que hizo saltar su cuenco de pienso tras vaciar su contenido, y todos nos reímos. Trufas se levantó sobre sus patas traseras y se nos quedó mirando con las orejas pegadas al cuerpo; luego, de un par de brincos se metió entre las patas de mi silla y se dedicó a frotarse entre mis pies, rogándome atenciones.
               -Sólo han sido un par de días-Sabrae se encogió de hombros-, nada más. Era lo justo, después de todo lo que ha pasado y lo que habéis hecho por mí, que os lo compensara de alguna manera, y…-sus ojos volvieron a los míos y me cogió la mano por debajo de la mesa, un dolor subyacente oscureciéndole los iris-. Ni siquiera supone un sacrificio tan grande compartirle con vosotras porque también me permitís estar con él.
               Le di un beso en los nudillos que hizo que su sonrisa titilara, y sus ojos chisporrotearan con algo que conocía muy bien: esa complicidad cuya existencia había descubierto con ella, y de la que ni siquiera sospechaba que podía disfrutar siquiera.
               Sabrae era mi espacio seguro. El único sitio en el que mis demonios no me alcanzaban era cuando estaba entre sus brazos. El único momento en que no sentía presión por tratar de ser alguien que me causaba un esfuerzo hercúleo era cuando ella me miraba.
               Y lo mejor de todo era que a ella le gustaba estar conmigo tanto como a mí me gustaba estar con ella. Si esto no es ser la persona más afortunada del mundo, que baje Dios y lo vea.
               -No tienes que darnos las gracias por cuidarte, Saab. Eres de la familia-respondió Dylan, haciendo que me enorgulleciera aún más de que me hubiera criado él y no mi padre. Si había crecido siendo bueno, o por lo menos intentándolo, había sido gracias a su influencia y su generosidad. Quizá no compartiéramos sangre ni rasgos, pero él era el mejor padre que había tenido nunca, el único que importaba realmente.
               Sólo esperaba estar a la altura si llegaba el momento en que tuviera que probar de quién había heredado mis valores, a quién trataba de parecerme cuando estaba con Sabrae y qué seguridad quería que ella sintiera: la de mi madre cuando estaba con Dylan. A mi padrastro cuando estaba con mi madre.
               -Sí, Saab. Para nosotros es todo un honor que nos consideres un lugar seguro, y que acudas a nosotros-mamá sonrió, los ojos un poco húmedos, y el breve enfado que experimenté al ver que trataban de luchar por mí se evaporó completamente.
               Pues claro que me querían a su lado igual que yo las quería a ellas, igual que yo lucharía por ellas, igual que yo daría mi vida por ellas. Sonreí, sintiéndome como si flotara en un mar en calma después de una dura tempestad.
               -Aun así… Mamushka tiene razón-mamá miró a su madre y luego me miró a mí-. Hoy se trata de vosotros dos, y de lo que queráis hacer.
               Supongo que era justamente esa carta blanca la que yo sentía que necesitaba o por la que estaba esperando, porque miré a Sabrae y supe exactamente lo que quería y, por consiguiente, lo que íbamos a hacer.
               Y lo que íbamos a hacer, lo que yo quería, era que nos encerráramos de nuevo en mi habitación. Después de lavarnos los dientes, nos quitamos la ropa el uno al otro y nos metimos de nuevo en mi cama, abrazándonos mientras el frío trataba de alcanzarnos y mi cabeza se ralentizaba, mis pensamientos deteniéndose para que yo me pudiera centrar solamente en la increíble sensación que era tener a Sabrae a mi lado, entre mis brazos, su cuerpo cálido y suave en este frío día de otoño.
                Sabrae me acariciaba el pecho con la yema de los dedos, distraída, con una sonrisa preciosa esbozada en su boca. Me daban ganas de saborearla sólo con vérsela, pero lo único que me impedía hacerlo era que, si me movía, ella también lo haría y nos separaríamos un poco.
               Y cada milímetro de piel que tuviéramos en contacto contaba. A falta de tiempo, lo compensaríamos con superficie.
               -¿Crees que estoy siendo egoísta por no ir a ver a Sergei?-pregunté. Desde que había mencionado a mi entrenador y mentor había pensado en él un total de dos segundos, pero que ella sí lo hubiera tenido en cuenta me hacía sospechar que tenía una agenda planeada para nosotros dos de la que no quería hablarme para que yo no me sintiera presionado a hacer nada. Después de todo, ella consideraba que yo era el protagonista absoluto de ese día, cuando a mí me parecía que tenía que serlo Sabrae.
               No es que fuera a cambiar de opinión ni mucho menos: sólo recibiría a Sergei si él mismo se presentaba en mi casa y se atrevía a subir las escaleras y venir a mi habitación, pues no estaba dispuesto a separarme de Saab por nada del mundo, así que había pocas posibilidades de que viera a mi entrenador. A pesar de todo, quería conocer su opinión.
               Y Sabrae se encogió de hombros.
               -Si eres un egoísta, entonces yo también lo soy, porque la verdad es que me he alegrado de que hayas decidido despejarte el día de compromisos. Me alegro de que hayas tenido en consideración a Josh-se incorporó y me miró-, y no voy a mentirte y decirte que a Sergei no le apetecería verte, pero… supongo que hoy es el día de pensar sólo en ti.
               -En nosotros-respondí, inclinándome hacia ella y dándole un beso en los labios. Sabrae se rió, se apartó el pelo de la cara y se mordió el labio, dejando caer una mano demasiado desnuda de anillos sobre mi pecho. Me pasé una mano por detrás de la cabeza y me la quedé mirando, contándole los lunares que le espolvoreaban la nariz, hundiéndome en sus preciosos ojos del color del chocolate que me endulzaba la vida y me templaba hasta los días más gélidos-. ¿Qué está pasando por esa preciosa cabecita?
               -Estoy pensando en lo guapo que eres.
               -Ah, te entiendo. Llevo viéndome en el espejo todos los días y no he sido capaz de procesarlo, y eso que soy tres años mayor que tú-comenté, y ella se echó a reír. Me puso una mano en la mejilla y se mordió el labio de nuevo, despertando en mí un instinto primario que con el resto de chicas había echado a andar, pero con Sabrae directamente volaba.
               -¿Cómo voy a hacer para dejar que te vayas esta vez, Al?-me preguntó, y yo me encogí de hombros e incliné la cara en dirección a su contacto, dejando que me empapara.
               -Simplemente puedes no hacerlo, y listo. Nadie te lo echaría en cara. De hecho, creo que todos están desesperados porque lo hagas porque saben que a la única a la que soy incapaz de decirle que no es a ti-respondí, girándome y besándole la palma de la mano. Le rodeé la cintura con un brazo y tiré de ella para acercármela un poco-. Sólo es una palabra. Es cortita, y…-extendí los dedos por sus lumbares y la acaricié con el pulgar-, los dos sabemos por experiencia que la conoces.
               Pero mis intentos de seducción no surtieron efecto, y lo mejor que podía pasarme en la vida no pasó. Sabrae simplemente se echó a reír y negó con la cabeza, su melena haciéndome cosquillas.
               -¿Sabes? Estoy empezando a pensar que quieres que te pida quedarte por algo distinto a porque vas a echarme mucho de menos. Si no me conocieras tan bien, diría que te preocupa que yo no sea capaz de esperarte, así que…
               -Oh, ¿lo harás?-la provoqué. Después de lo que había pasado anoche, había sido incapaz de seguir mintiéndonos a ambos (a mí el primero) y decirme que no me importaba que Sabrae estuviera con otros chicos. Porque la verdad es que sí que me importaba, y mucho. Me gustaba demasiado cómo me follaba, me gustaba demasiado su sabor, los ruiditos que hacía, cómo me animaba y cómo me pedía seguir, como para tolerar siquiera la idea de que algún otro tío escuchara aquellas cosas.
               Puede que no me hubiera sentido especial ni digno de todo lo que me había pasado en la vida antes de Sabrae, pero sí sabía una cosa: todo lo que yo le hacía, todo lo que ella sentía, era mérito mío. Sí, claro que ella influía y por supuesto que yo lo hacía mejor estando con ella, pues era mi mejor musa; pero igual que la Biblia inspiró a Miguel Ángel para tallar su David y nadie discutía que fuera obra de éste y no de Dios, el placer que Sabrae alcanzaba teniendo sexo conmigo era mi mayor logro, algo que no dejaría que nadie me quitara. Me inspiraba para ser mejor, para innovar, para disfrutar, y… yo no quería que nadie más probara esa miel que se me reservaba sólo a mí.
               Que ella hubiera accedido a compartirla conmigo era un milagro, y yo me había vuelto tan adicto que no iba a permitir que existiera la más mínima posibilidad de que alguien me la arrebatara. No daba en absoluto por sentado todo lo que Sabrae me regalaba y todo lo que ella me hacía sentir; incluso diría que me había salvado.
               Era una parcela sagrada de mi vida en la que, ahora lo veía, no soportaría que entrara nadie.
                -Todavía lo estoy considerando-respondió, dándome unos toquecitos con la yema del dedo índice justo sobre el pecho y sonriéndome. Agitó la cabeza de nuevo para apartarse el pelo de la cara y dejarlo caer sobre mi hombro, la almohada y el colchón y sonrió con maldad anticipatoria-. En lo que a mí respecta puedes quedarte tranquilo, porque ya sabes que nunca has tenido competencia. Seguro que te encanta cómo suena eso-bromeó, y yo me acomodé en el colchón y asentí con la cabeza. Ella se echó a reír-. Y lo peor de todo es que estoy segura de que lo tienes claro. Así que sólo me queda una cosa: tienes miedo por ti.
               -¿Por mí?-ronroneé.
               -Ajá-paseó los dedos sobre mi pecho como si fueran las piernas de una modelo acostumbrada a ser el centro de todas las miradas-. Creo que hay algo por lo que crees que tienes que preocuparte, aunque yo estoy convencida de que no hay nada a lo que no te puedas resistir.
               Fruncí el ceño y levanté la cabeza para mirarla a los ojos.
               -¿Resistirme? ¿A qué te refieres?
               Se encogió de hombros, quitándole importancia, como si de repente le diera vergüenza pensar lo que estaba pensando, pero yo quería que me lo dijera. Al ver que yo no iba a dejarlo correr (ni de coña me iba a ir cinco meses al culo del mundo con el teléfono como medio más rápido y directo de comunicación con ella, con todas las limitaciones que tenía), finalmente chasqueó la lengua y puso los ojos en blanco.
               -Me refiero a resistirte a buscar a alguien con quien aliviarte. Perséfone, por ejemplo.
               Ahí estaba… de nuevo. Joder, ¿cuántas veces íbamos a mantener esta conversación?
               No me malinterpretes: si Sabrae lo necesitaba, le diría todos los días que Perséfone no significaba nada para mí. Pero me preocupaba que siguiera con esta cantinela tanto tiempo después, y sobre todo cuando yo había sido capaz de no devolverle aquel beso que me había dado y que yo había creído que le había devuelto por un juego macabro de mi ansiedad.
               Intenté quitarle hierro al asunto bromeando con que fuera Perséfone, precisamente, la que se le ocurría. No había tenido problemas con Bey, Pauline o Chrissy, así que tratar a Perséfone como si fuera igual que el resto de chicas con las que me había acostado y había significado más para mí sería ponerlas al mismo nivel en la conversación, y quizá me haría más fácil hacerle entender a Sabrae que no tenía por qué preocuparse. Por ninguna de las partes. Desde que Perséfone se había enterado de que ella y yo seguíamos, no había hecho amago de intentar quebrar mi autocontrol ni una sola vez. No la conocía, pero le gustaba mi chica. Veía el increíble cambio que había obrad en mí, lo mucho que había madurado y me había empezado a querer a mí mismo gracias a ella, y sólo sentía agradecimiento hacia Saab.
                E incluso si Perséfone no respetara mis límites, yo los tenía muy claros. Sabrae había sufrido muchísimo en Mykonos porque yo no había sabido darle la importancia a nuestra relación que se merecía, pero ése no era un error que tuviera pensado repetir en el futuro más cercano.
               -¿Por ejemplo?-inquirí, posando de nuevo la cabeza en la almohada en una actitud relajada que Sabrae imitó al instante-. Y ¿por qué se te ha ocurrido Perséfone en particular?
                Se encogió de hombros y se puso a juguetear con un hilo suelto de mi almohada.
               -No sé. Supongo que es en la que más pienso porque es la única a la que ya conocías de antes. Me la has enseñado. Y es guapa-añadió.
               -Somos amigos-le recordé.
               -También erais amigos cuando te la follabas en Mykonos-me recordó, y yo le acaricié la cara interna del brazo.
               -No está tan buena.
               Sabrae se echó a reír y miró a otro lado.
               -Ay…
               -Es la verdad.
               -Al…-suspiró, mirándome de nuevo, y yo me incorporé hasta quedar apoyado en mis codos.
               -Tú estás mucho más buena que ella-sentencié, frunciendo el ceño con una determinación que no pensé que tuviera que exhibir en un momento así.
               -Es más gua…-empezó, y por ahí sí que no iba a pasar. Ni de coña. Perséfone no era más guapa que Sabrae ni en un millón de años. Sabrae era la tía más guapa que yo había visto en mi vida, y era sólo mía.
               -Vale, a ver qué te parece esto-dije, incorporándome hasta quedar sentado frente a ella y cogiéndole la cara entre las manos para asegurarme de que no miraba hacia otro lado-. Tú me pareces más guapa, me parece que estás mas maciza que ella, me pones más cachondo y, además-le coloqué los pulgares bajo la mandíbula y se la levanté para que me mirara bien a los ojos-, estoy enamorado de ti, y de ella no.
               Sabrae tragó saliva, intentando no sonreír. La muy zorra lo había hecho a propósito para que yo le dijera que no tenía que preocuparse por Pers, pero es que… era la verdad.
               -¿Eso te sirve?-continué-. Perséfone no es competencia. No hay competencia. Deberían haberte descalificado porque claramente estás dopada si eres capaz de jugar con tanta ventaja, pero las demás no tienen ninguna oportunidad. Te quiero, Sabrae. Sólo tú podrías hacer que me interesara la monogamia… que me encantara hasta el punto de que ya ni siquiera me apetece mirar a otras.
               Sabrae perdió por fin la batalla contra su sonrisa (sinceramente, ya era hora) y se la mordió para ocultarme mi triunfo, uno muy merecido y que pretendía celebrar incluso si trataban de negármelo.
               Se las apañó para escapar de mis manos y me miró como una gatita en celo, lo que hizo que mi cuerpo se despertara de una forma en que llevaba un rato dormido. Estar tan íntimamente conectado a nivel emocional y espiritual con ella había hecho que lo físico se quedara en un segundo plano, pero en cuanto lo físico había vuelto a estar sobre la mesa…
               … digamos que no me importaría volver a estar íntimamente conectado con ella en más planos que el astral, por decirlo finamente.
               Pero, incluso aunque el amiguito que tenía entre las piernas estuviera despertándose, tenía que dejar esto zanjado.
               -Soy tuyo-le recordé, tomándola de la cintura-. Te lo juro. Busca un cura y lo haremos oficial.
               -Soy musulmana-sonrió.
               -Bueno, pues un rabino.
               -Eso es de los judíos-replicó, riéndose.
               -Hija, todo son complicaciones-suspiré, pasándome una mano por el pelo para puntualizar mi broma y negando con la cabeza como si estuviera increíblemente frustrado. Sabrae se rió y acarició las sábanas a nuestro lado; si estuviéramos en una playa, sería el típico gesto que la delataría como sirena.
               -Es que no creas que voy a pasarte que me intentes pedir matrimonio sin ponerte de rodillas ni enseñarme un buen anillo-se rió, y yo la miré-. Lo siento, pero para eso soy bastante clásica, y te lo vas a tener que currar un poco más.
               -¿Pedirte matrimonio? Yo no te he pedido matrimonio. Te lo he propuesto para que entiendas lo mucho que me importas.
               -Ah, ¿“propuesto”? ¿Ahora te interesa la gramática?
               -¿Qué eres? ¿Catedrática de la lengua? Porque deberían revisar tu doctorado. No te he pedido nada. Cuando lo haga, lo sabrás.
               -¿Qué señales debo buscar?-preguntó, cruzándose de brazos, chulita.
               -Ninguna. Será bastante evidente, porque voy a suplicártelo.
               Sabrae levantó la mandíbula con el orgullo de una reina.
               -Quién iba a decírtelo, ¿verdad? Que terminarías suplicándole a la hermana insoportable de uno de tus mejores amigos que accediera a ser tu esposa.
               -Quién te lo iba a decir a ti, ¿eh?, que finalmente te cansarías de hacer el papel de hermana insoportable de uno de mis mejores amigos y probarías si tengo una cama tan sentable como parezco.
               Sabrae aulló una carcajada y negó con la cabeza.
               -No me puedo creer lo burro que eres.
               -Burro es como me pones, nena-ronroneé, tirando de ella y pegándola a mí. Sus pechos se apretaron contra el mío mientras nos dábamos un beso lento, invasivo, que terminó de hincharme la polla y hacer que toda mi piel vibrara como si estuviera cargada de electricidad. Me pasó una mano por el pelo, hundiendo los dedos en mis mechones, y gimió desde lo más profundo de su ser, satisfecha con mi sabor, cuando mi lengua recorrió la suya y sintió la punta de mi polla contra su muslo.
                Llevó una mano a mi polla mientras con la otra continuaba acariciándome la cabeza y sonrió cuando gruñí al sentir sus dedos apretándomela y rodeándola. Se relamió y me mordió el labio inferior.
               -Por tener las cosas claras, Al… ¿qué está pasando, exactamente?-preguntó, frotándose contra mí, arañándome los pectorales con su piercing mientras su mano subía y bajaba por mi rabo. Me rodeó la punta con el pulgar y yo le tiré del pelo y expuse su cuello.
               -¿No es evidente? Que nos estamos magreando. Que me estás haciendo una paja. Y, si tengo suerte, pronto será tu coño y no tu mano lo que tengo alrededor de la polla. Si tengo un poquitito de suerte, pronto estaremos follando.
               -Ah, vale-sonrió, echándose el pelo hacia atrás y arqueando la espalda, ofreciéndome sus espectaculares tetas para que yo jugara con ellas con la lengua. Llevé una mano al hueco entre sus muslos y comprobé que estaba empezando a humedecerse-. Era lo que me parecía, pero, claro… como vamos tan rápido… sólo quería confirmar. Para estar atenta y no perdérmelo.
               Me eché a reír.
               -Serás zorra. Que yo sepa, todas las veces que hemos follado, tú te has enterado.
               -¿Eso crees?
               -Pregúntales a los vecinos.
               Sabrae soltó una risita sensual y se frotó contra mi mano mientras yo rodeaba uno de sus pezones con la lengua, me lo metía en la boca y succionaba. A modo de respuesta, Sabrae me apretó en la polla y subió y bajó la mano despacio, haciendo una presión deliciosa que yo no dudé en imitar dentro de ella. Le metí un dedo dentro; y luego, otro, y presioné esa parte rugosa y sensible que tanto me gustaba sentir en la polla y que tanto le gustaba a ella.
               -Mm-gimió, sonriendo, y yo subí por entre sus tetas, rozándole la piel con la nariz; continué por encima de sus clavículas y llegué hasta su cuello. Le pasé la lengua por la garganta y Sabrae dejó escapar un gruñido gutural.
               -Por tener las cosas claras, Saab-me burlé-, ¿te estás enterando?
               Sabrae se rió de nuevo y bajó la mano hasta mis huevos. Me los acarició con los dedos, e incluso se atrevió a pasarme las uñas por ellos, lo que me hizo ver las estrellas… en el mejor de los sentidos. Le mordí el cuello y Sabrae subió de nuevo al tronco de mi polla.
               -Quiero chupártela.
               Qué suerte tengo de haberme echado una novia a la que le encanta comerme la polla. Realmente estaba que no cabía en mí de las ganas que le tenía; sentía que en cualquier momento podía reventar del ansia por abrirle las piernas, separarle bien los muslos y meter la lengua en sus pliegues, probar sus jugos hasta dejarla limpia, pero que encima a ella le apeteciera hacerme lo mismo era algo que no solías encontrar en todas las chicas. Una de las razones por las que había tenido tanto éxito entre las féminas era que yo comía el coño por el mero placer de comerlo, sin pensar en que me la chuparan; me constaba que había tíos que lo veían como un intercambio, nada más, pero para mí, el cunnilingus era un premio en sí mismo.
               Y ellas solían verlo de la misma manera. Muchas veces nos la chupaban por nuestra insistencia, no porque tuvieran ganas de verdad, o esperando que les devolviéramos el favor o pagando una deuda pendiente. En cambio, desde el primer momento Sabrae había disfrutado con las mamadas que me hacía.
               Éramos tan terriblemente iguales en tantas cosas y tan radicalmente opuestos en otras que nuestra compatibilidad daba hasta miedo.
               -Me encanta que siempre me lo pidas como si creyeras que no tienes mi permiso simplemente por respirar-ronroneé, mordiéndole el labio y presionando mis dedos contra la pared de su vagina. Sabrae emitió un gruñido y se estremeció de pies a cabeza, cerrándose en torno a mí. Trató de moverse, pero yo se lo impedí-. Ah, ah. No vas a hacer que sólo mi polla se lo pase bien.
               -Creía que te encantaba mirar-replicó, dejando un reguero de besos entre mi oreja y mis labios. Me lamió el inferior con la punta de la lengua y suspiró cuando moví los dedos en círculos. También se rió cuando hizo el mismo movimiento con la mano y yo gruñí.
               -No quiero que mi lengua tenga celos de mi polla. Ella también te va a echar mucho de menos-ronroneé, capturándole el labio inferior con los dientes y luego dándole un beso invasivo y posesivo, de esos que seguro que a ella le había detestado verme dar antes, cuando no me soportaba.
               Pobrecita. Qué equivocada había estado y qué gran favor nos había hecho cuando decidió que prefería estar más cachonda que cuerda a mi lado, aquella noche hacía ya un año.
               -Pues, ¿qué sugieres?-tonteó, pasándome una mano por el pelo mientras con la otra me rodeaba el glande con el pulgar. Me dedicó una sonrisa traviesa que me derritió de pies a cabeza.
               -¿Hacemos el 69?
               -Joder, -ronroneó Sabrae, empujándome sobre la almohada y metiéndome entre sus piernas. Se inclinó para besarme en los labios, acariciarme los hombros con las manos y marcarme la piel del pecho con las uñas.
               Conectamos nuestras miradas como pronto tendríamos nuestros cuerpos; yo le sonreí, y ella me guiñó el ojo… y se dio la vuelta.
               Nunca me cansaría de la vista de Sabrae a cuatro patas frente a mí, pero si encima yo estaba tumbado y podía verle mejor su sexo, directamente me daban ganas de llorar. No pude resistirme a separarle los muslos para ver cómo su sexo se abría para mí. Le presioné el clítoris mientras ella me besaba la punta de la polla, y dejó escapar un gruñido.
               -Ten cuidado-me advirtió preocupada-. Podría hacerte daño con los dientes.
               -Hazme daño con lo que quieras-respondí, rodeándole los muslos con los brazos y tirando de ella hacia mí. Sabrae dejó escapar un gritito de sorpresa que se convirtió en un gemido, en una oración budista, cuando hundí la cara en el hueco entre sus muslos y me empapé de su aroma dulce y de su sabor chispeante. Abrí la boca para abarcar todo su sexo y lamí toda su extensión, desde el clítoris hasta el punto más allá de su entrada.
               Sabrae hundió la mano en el colchón cuando mi lengua se hundió en ella y jadeó sonoramente.
               -Por Dios, Alec…
               Olía tan bien. Sabía tan bien. Su textura era tan perfecta. Realmente no iba a poder aguantarme y me correría sin necesidad de que ella me…
               Sabrae se metió mi polla en la boca y todo mi cuerpo se puso en tensión. La llevó hasta el fondo, haciéndome sentir todos y cada uno de los músculos de su boca y su garganta, y luego se la sacó para poder respirar. Tomó aire y se la metió de nuevo dentro, resistiendo los latigazos de placer que mi boca y mis dedos le proporcionaban desde su coño, sobreponiéndose a ellos y doblegándolos para usarlos en mi contra. Que me la chupara era una cosa; que me dejara comerle el coño, otra.
               Pero que me la chupara mientras yo se lo comía… joder, era puta poesía. Ahora entendía por qué todas las religiones prohibían el sexo más que para reproducirse: si lo permitías con total libertad y dabas permiso a tus feligreses para que buscaran en él placer, seguramente tu templo se vaciaría y ya nadie volvería a creer que los dioses son algo inalcanzable.
               Los dioses son etéreos para quien no ha estado entre las piernas de una mujer. No están en todas partes, ni nos observan en el cielo: son rincones de magia de los que nace la vida, y también los que le dan el sentido a quienes la están viviendo.
               Sabrae me rodeó la polla con ambas manos; puso una en el tronco y la otra en mis huevos, y se dedicó a masajearme mientras me chupaba la punta como si estuviera liándose con ella. Me dejé caer en la cama, totalmente deshecho, y Sabrae se rió.
               -¿Te das por vencido? Creía que se la estaba chupando a un campeón.
               -Hasta en los mejores combates de boxeo hay descansos entre los asaltos, nena.
               -Imagínate que estuviera confiando en correrme con tu lengua. Qué decepción…-ironizó, y yo me incorporé, me incliné a un lado y la miré con los ojos entrecerrados. Sabrae me devolvió una mirada ladeada, divertida y lasciva mientras continuaba chupándomela.
               -Ya veremos quién se corre con la lengua de quién.
               Estaba decidido a no darle tregua, de veras que sí. Me afané en lamer, chupar, e incluso morder todos y cada uno de sus rincones, pero los latigazos de placer que me subían desde la polla eran tan fuertes, y me gustaba tanto estar comiéndoselo que, al final, terminó siendo ella la que se anotó un tanto. Me puse rígido y la avisé de que iba a correrme, pero, como siempre, no se apartó.
               Me alivié en su boca entre gruñidos y gemidos, jadeándole su nombre a toda mi habitación. Puede que no hubiera sido la primera que había metido en mi cama, pero desde luego, sí era la última, y también la única cuya esencia estaba por todas partes en mi habitación.
               Sabrae me besó la punta de la polla tras tragarse mi semen (¿soy o no soy el tío con más suerte del planeta?), se dio la vuelta y se quedó a cuatro gatas sobre mí.
               -Quiero más-me dijo, como si hubiera opción a que yo fuera a dejar que mi novia, mi chica, mi mujer saliera de esa habitación sin haberse corrido al menos una vez-. ¿Puedes darme más?
               Sabía de sobra a lo que se refería. Había veces en las que me apetecía estar con ella de verdad, y no sólo jugando. Follar nos producía alivio físico, vale, pero también servía para reforzar nuestra conexión. Sólo cuando teníamos relaciones con penetración sentíamos que lo que había entre nosotros se fortalecía; había veces en que ni siquiera el sexo oral bastaba.
               Y ésa era una de esas ocasiones. Después de todo, iba a marcharme pronto, y cuanto más pudiéramos darnos, mejor.
               De modo que asentí con la cabeza. Sabrae se echó el pelo sobre la espalda y me besó.
               -Mi hombre-ronroneó agradecida, y se inclinó a por un condón. Abrió el cajón superior de mi mesita de noche mientras yo esperaba tumbado debajo de ella, acariciándole las caderas, pellizcándola en la cintura y manoseándole las tetas. Se llevó el paquetito del preservativo a los dientes (algo que te dicen por activa y por pasiva que no debes hacer, pero yo sólo había tenido buenas experiencias con aquel gesto) y me lo colocó con cuidado, extendiéndolo con una mano mientras con la otra se apoyaba en mí.
               No rompió el contacto visual conmigo en ningún momento, ni siquiera cuando se sentó sobre mí y me abrí paso por su interior, llegando a rincones a los que sólo podía llegar con mi polla. Se apoyó con ambas manos sobre mi pecho y se inclinó hacia atrás, haciéndome llegar más lejos. Gimió y cerró los ojos, arqueando la espalda en un ángulo que me venía genial para besarle los pechos. Rodeé su espalda con los brazos y tiré de ella hacia mí, y Sabrae empezó a moverse en busca de una fricción deliciosa que siempre nos hacía sentir más conectados que nunca. Apoyó la frente en mi hombro y poco a poco fue acelerando, hasta marcar un ritmo demencial que me hizo saber la desesperación con la que me necesitaba. La besé en el hombro y levanté un poco las piernas para profundizar en su entrada, y Sabrae se estremeció de pies a cabeza cuando me sintió tocando fondo dentro de ella. Exhaló un suspiro.
               -Uf…
               Y continuó moviéndose, empujándome y empujándose y empujándonos, obteniendo todo de mí y yo todo de ella. Se incorporó hasta quedarse sentada de nuevo sobre mí y continuó moviendo las caderas como la diosa que era, y cuando se apoyó en mis piernas para seguir moviéndose, marcando un ritmo que yo seguía gustoso, supe que estaba a punto de llegar.
               Sabrae se corrió con los ojos cerrados y una sonrisa pletórica en la boca. Sus piernas empezaron a temblar como si hubiera corrido un maratón, y yo la agarré de la cintura para que no se retirara y me hiciera perderme la increíble sensación de su cuerpo aferrándose al mío para no romperse mientras sobrevolaba las estrellas.
               Finalmente, cuando el orgasmo terminó de barrerla, Sabrae se quedó quieta y exhaló un suspiro. Se inclinó hacia mi boca y me dio un beso en los labios.
               -¿Estás cansada?
               Negó con la cabeza.
               -No para ti, mi amor.
               No sabía el tiempo que había pasado; podrían ser horas o segundos. Siempre me hacía perder la noción del tiempo cuando estábamos juntos, ya ni te cuento en la cama.
               -Quiero seguir un poco más. Creo que podríamos corrernos juntos-dije, o más bien le pedí con ojos suplicantes… como si ella no fuera a decirme que claro que quería-. Puede que sea una locura, pero… siento que va a pasar.
               -Yo también.
               -Y necesito que pase, Saab-le aparté le pelo de la cara y hundí los dedos entre sus mechones-. Por todas las noches en que voy a tener una envidia tremenda de la persona que he sido hasta ahora, despertándome contigo a mi lado.
               -Y por todas las mañanas en que te querré por haberte tomado la molestia de hacerme los videomensajes, y te odiaré por no haber sido capaz de concentrar en ellos tu olor o el calor de tu cuerpo-respondió ella, moviéndose de nuevo encima de mí.
               Poco a poco fui recobrando fuerzas, haciéndome de nuevo con el control de mi cuerpo y de la situación. Volví a poder manosearla y dejar que ella me manoseara a mí, nuestras manos como extensiones de ese vínculo dorado que, aunque no pudiera ver, sabía que estaba bailando a nuestro alrededor.
               Me incorporé en la cama hasta quedar sentado, y en algún momento, mientras nuestras caderas bailaban al son de un ritmo ancestral que sin embargo habíamos convertido en propio, Sabrae o yo o los dos le dimos la vuelta y la colocamos con su espalda en mi pecho. Orienté nuestros cuerpos hacia el espejo, y así, con las rodillas ancladas en el colchón y mi piel de caramelo rodeando su piel de chocolate, nos miramos a los ojos mientras observábamos los cambios que el sexo hacía en nosotros.
               La piel perlada de sudor y brillante por las endorfinas. El pelo revuelto y salvaje.
               Los ojos chisporroteando felicidad.
               Las sonrisas bobas.
               Sabrae empezó a tensarse a mi alrededor, y en respuesta mi cuerpo se tensó también. Sus caderas tomaron una cadencia distinta, más rítmica, mientras sus jadeos se volvían más desesperados. Le hundí los dedos en las caderas como lo había hecho la noche anterior, de la que me parecía que hacía eones, y gruñí en su boca.
               -Estoy cerca-me avisó entre jadeos ansiosos.
               -Yo también.
               Sabrae me echó una mano por el cuello, colgándose de mí y formando un lazo en el reflejo del espejo. Su cara se tensó en una mueca de placer mientras en su cuerpo se concentraba toda la sensibilidad.
               Llevé una mano a su clítoris para hacerle el orgasmo más intenso, y Sabrae se giró hacia mí y respiró contra mi oreja.
               -No pares-me pidió-. No pares, no pares. No… pares-gimió, y yo estaba tan envuelto en su propio placer y en cómo bailaba al borde de un acantilado que ni me fijé en que también estaba bailando al borde del mío propio.
               Aquellos suspiros de Sabrae fueron la ráfaga de viento que yo necesitaba para caerme…
               -Te quiero-jadeó Sabrae, arqueándose y haciéndome rozar un punto dentro de ella que la hizo estallar en mil pedazos.
               -Te quiero-respondí yo mientras me corría, enlazando mi orgasmo con el de ella y sintiéndome más especial que nunca. Sabrae continuó cabalgándome sobre su orgasmo, y apenas le había terminado uno cuando la asoló el siguiente, empapando mis sábanas, mis manos y mis piernas al estallar de una forma tan explosiva como preciosa.
                La sonrisa que se le apareció en la boca bien podía valer un millón de dólares. La limpié entre sus piernas un poco con las manos, todavía sin salir de su interior, y me llevé dos dedos a la boca. Sabrae se rió mientras me miraba con gesto divertido en el espejo, todo su cuerpo rezumando amor.
               Se mordió el labio y se giró para mirarme. Me acarició el pelo y me dio un beso en los labios, probándose a sí misma y a su placer de mi boca. Cuando volvió para darme un último beso, chasqueé la lengua y negué con la cabeza.
               -Ah, ah. Tu placer es sólo mío, ¿recuerdas?-ronroneé, acariciándola entre los muslos y volviendo a llevarme los dedos a la boca. Adoraba ese sabor a estrellas que tenía entre las piernas, como si acabara de bajarme de una nave espacial que había atravesado la galaxia para llevarme con la única persona a la que podía sentir desde mundos diferentes.
               -Eres malísimo-se rió, besándome la mejilla.
               -Puede, pero pienso llevarme este sabor a Etiopía… y no sé si volveré en el siguiente vuelo-le guiñé el ojo y ella se echó a reír.
               -Quizá lo haya hecho a propósito.
               -¡Ajá! Siempre supe que lo que querías era amargarme la vida y provocar que te desobedeciera para echármelo siempre en cara. Por eso lo de volverme loco, dándome opciones para que tuviera esperanzas de que querías que me quedara.
               -Claro que quiero que te quedes, mi amor-respondió, y me dio otro beso en la mejilla-. Pero sobre todo quiero que seas feliz. Por eso no me importa esperarte.
               -¿Estás segura?-todo lo que sabía, todo lo que había pensado para hacerme a la idea de que no iba a tenerla, pero de algún modo me las apañaría para ser feliz, pendía ahora de un hilo.
               Un hilo que estaba en muy buenas manos si lo manejaba Sabrae.
               -Pues claro. No tienes que preocuparte por nada. Te esperaré. Y estaré bien.
               -¿Incluso con lo de tu adopción?
               -Incluso con lo de mi adopción. Soy fuerte contigo, Al. Así que sólo tengo que esperar unos días para volver a verte, y todo tendrá sentido otra vez.
               Selló su promesa con un beso, y una sonrisa que esperaba encontrarme ahí cuando volviera dentro de cinco meses apareció en su boca.
               -Todo tendrá sentido otra vez-repitió, pero no sonó como lo hacía cuando la gente repetía algo sólo para tratar de creérselo. Era, más bien, como se repetía una plegaria.
               Más bien como convencías a alguien que se preocupaba por ti más que por sí mismo de que no tenía nada de lo que preocuparse. De que podía relajarse y disfrutar.
               Su último regalo antes de que me fuera, algo que yo nunca había experimentado hasta que no estuve con ella: tranquilidad.
               El derecho a rememorar mi pasado y creer que las cosas malas que había sufrido no eran más que una constelación de casualidades que, sin embargo, me habían llevado a tierra firma, a mi felicidad.
               El derecho a mirar atrás y no arrepentirme, incluso cuando a mi espalda había dejado mi hogar.
 
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¡Hola, flor! Hoy cambiamos la ubicación del mensaje para despistar, jeje ᵔᵕᵔ. Quería darte las gracias de nuevo por tu paciencia y comprensión ante un calendario de publicaciones que se ha vuelto un poco caótico; sé que la semana pasada, cuando anuncié que no iba a poder subir caps porque estaba con tendinitis (de la que estoy curada, por fin, menos mal!!!!) también hablé de cómo la jugada me coincidía con que el capítulo fuera súper trascendental con que lo publicara el día 23. Supongo que sospechas cuáles eran mis planes iniciales, que dejo grabados para la posteridad incluso cuando me deja un poco mal, pero me gusta ser transparente y saber qué tenía pensado en x momento pasados años, cuando vuelvo a releer mis novelas: se suponía que hoy Alec iba a coger el avión de vuelta a Etiopía. Ya ves  que al final no ha sido así, pero, ¡oye! Hoy no es del todo, o no sólo, culpa mía. También es cosa de Zayn y de haber hecho su primer concierto justo hoy, así que… ¡cúlpanos a ambos, a él por esto, y a mí por estar demasiado emocionada para poder centrarme en llegar donde quería!
En fin, ¡espero que hayas disfrutado del cap! Y ahora sí que nos vemos el domingo que viene, que no es 23 ni es nada… pero que será igual de emocionante. ¡Hasta luego!

1 comentario:

  1. Por dios estoy absolutamente devastada con este capítulo. Recuerdo querer que llegase la parte de Africa con muchísimas ansias y ahora solo quiero que termine y mis niños estén juntitos.
    He chillado una absoluta barbaridad con lo de: “Que siempre sería mío y yo siempre sería suya, sin importar la distancia que nos separara, sin importar el tiempo que pasáramos sin vernos. Siempre seríamos del otro” por las implicaciones de ahora y las implicaciones a futuro ains. La parte final me ha dejado lagrimeando y solo espero que estos meses equivalgan a pocos caps 🥲

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