Me he pensado
mucho si publicar este capítulo después de los trágicos acontecimientos de la
DANA de Valencia, pues me parecía algo frívolo continuar con mi calendario
habitual mientras hay gente que lo ha perdido todo; no sólo su casa, sino
también a sus familiares. Sin embargo, después de todas las noticias que
abarrotan tanto los telediarios como las redes sociales, creo que también hace
falta una ventanita que haga de respiradero con lo que poder distraerse un poco
de toda la situación si alguien lo necesita. Sé que hablo desde el privilegio
al no haberme visto afectada por la DANA más allá del horror que me produce el
darme cuenta de que estamos totalmente solos ante una clase política que parece
decidida a no estar nunca a la altura de las circunstancias, así que espero que
el que publique este capítulo estando todo tan reciente no se considere una
falta de respeto a las víctimas y sus familiares afectados. Nada más lejos de
la realidad: me gustaría que, de ser posible, esto fuera un pequeño paréntesis
de distracción y alivio de la tragedia que están viviendo, si alguna de las
afectadas también se cuenta entre mis flores.
Si vives en España, no dejes de informarte sobre los medios en que puedes ayudar: desde donaciones (preferiblemente en especie, como materiales de limpieza, mascarillas, o alimentos no perecederos libres de alérgenos como sin gluten o sin lactosa) hasta voluntariado si está dentro de tus posibilidades, todo a raíz de medios oficiales o canales fiables que son tantos y tan variados en función de tu origen que me resultaría imposible enumerarlos todos en esta entrada. Por el contrario, si vives en el extranjero, como me consta que algunas personas que me leen lo hacen, también te pido ayuda para Valencia con la correspondiente información y, si tus medios y país lo permiten, enviando ayuda también. Quizá sea demasiado ingenuo por mi parte, pero creo que a más gente concienciada en el ámbito internacional, más fácil será que se depuren las responsabilidades políticas en España.
Gracias por tu tiempo y que disfrutes del capítulo. Mis pensamientos están en Valencia y con todos los afectados.
Si vives en España, no dejes de informarte sobre los medios en que puedes ayudar: desde donaciones (preferiblemente en especie, como materiales de limpieza, mascarillas, o alimentos no perecederos libres de alérgenos como sin gluten o sin lactosa) hasta voluntariado si está dentro de tus posibilidades, todo a raíz de medios oficiales o canales fiables que son tantos y tan variados en función de tu origen que me resultaría imposible enumerarlos todos en esta entrada. Por el contrario, si vives en el extranjero, como me consta que algunas personas que me leen lo hacen, también te pido ayuda para Valencia con la correspondiente información y, si tus medios y país lo permiten, enviando ayuda también. Quizá sea demasiado ingenuo por mi parte, pero creo que a más gente concienciada en el ámbito internacional, más fácil será que se depuren las responsabilidades políticas en España.
Gracias por tu tiempo y que disfrutes del capítulo. Mis pensamientos están en Valencia y con todos los afectados.
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-¿Todo bien, nena?-le había preguntado en una tregua que me habían dado los críos cuando mamá los llamó a la cocina para que la ayudaran a espolvorear con sus toppings preferidos las galletas que estaba preparando, y que pretendía meterme en la maleta para que no pasara hambre en el vuelo y, de paso, le diera las gracias a Valeria por su “generosidad” al “permitirle que me disfrutara un poco más” (como si Valeria no fuera a hacer que lo pagara con creces).
Sabrae había levantado la cabeza como una liebre que escucha el sonido de unos crujidos a su espalda en medio del bosque en el que se creía sola y me miró con ojos como platos antes de pegarse el móvil al pecho.
-Sí. Eh… sí-repitió, mirando la pantalla una última vez, y luego bloqueándolo y bajando el brazo con que lo sostenía en un gesto derrotado-. Es que estoy pendiente de que las chicas me confirmen que han terminado la parte que me correspondía de un trabajo en grupo que tenemos que presentar el lunes, y… bueno, ya sabes. Me preocupa mi expediente académico.
Asentí con la cabeza. Me habría gustado tomarle el pelo diciéndole que mentía fatal pero no pensaba tenérselo en cuenta, pero no quería que sintiera que tenía que rehuirme para poder ocuparse de sus sentimientos. Al contrario: quería que contara conmigo y que supiera que estaría ahí para ella, y que esperaba con paciencia al momento en que decidiera abrirse a mí.
Su humor había cambiado un poco justo después de la comida, cuando el móvil le vibró junto a su plato e, incapaz de contener su preocupación, lo comprobó a pesar de que nunca lo hacía cuando estábamos a la mesa. Exhaló un suspiro de alivio que hizo que Mimi la mirara con los ojos más abiertos de lo normal, y nos dedicó a todos una sonrisa de disculpa.
-Perdonad-susurró mientras lo cogía, lo desbloqueaba y tecleaba rápidamente en él. Fuera lo que fuera lo que le hubieran mandado, había conseguido tranquilizarla suficiente como para que volviera un poco en sí, y cuando lo dejó entre sus piernas cubiertas de unas medias negras, justo al borde de su vestido de lana de color azul grisáceo, como si ya no fuera a depender más de él, y se giró y me sonrió con calidez, acariciándome los nudillos para tranquilizarme, yo me sentí un pelín mejor.
Sólo un pelín.
Porque no podía dejar de pensar en cómo se había deshecho entre mis brazos, cómo se había encogido hasta hacerse tan pequeña que casi podría esconderla dentro de una de mis sudaderas de ir a entrenar, y aun así seguro que para ella todavía no era suficiente. Mirara hacia donde mirara, no podía dejar de ver su cara mientras se daba cuenta de por qué no se había fiado de sus padres para confesarles que yo le había puesto los cuernos.
Como si el hecho de que yo le fuera infiel no fuera enteramente culpa mía y ella no tuviera nada de lo que responsabilizarse si se me ocurría volverme tan gilipollas.
Me dolía en lo más profundo de mi ser que ella se sintiera culpable por lo que nos había pasado en agosto, pero sabía que no había nada que pudiera hacer para cambiarlo más allá de tratar de trabajar más en mi ansiedad y procurar controlarla lo suficiente para que no me superara como había hecho en Nechisar. Cada minuto que pasaba odiaba más el tener que marcharme, aunque supiera que iba a disfrutar de mi estancia en Etiopía y que el voluntariado nos haría bien, porque reforzaría nuestra relación, porque cada minuto que pasaba me daba más y más cuenta de todo el trabajo que tendría que hacer Sabrae para volver a ser la que era.
Y tendría que hacerlo sola, porque Sherezade y Zayn se negaban en redondo a hacer autocrítica. Estaba convencido de que no habían pensado nada en lo que habíamos hablado la noche anterior, y cuanto más reflexionaba sobre ello, más creía que Sherezade nos había separado no porque creyera que yo tenía razón en algo, sino porque no quería montar una bronca con la que demostrar que yo estaba en lo cierto y no estaba poniendo a Sabrae por encima del resto de sus necesidades. Entendía que Sabrae quisiera defenderlos, pues al fin y al cabo eran sus padres, pero a mí no me valía la excusa de que estaban demasiado ocupados tratando de resolver lo de Scott como para no ocuparse de ella y de conseguir que la casa volviera a ser un espacio seguro para Saab.
Tenían mucho en lo que trabajar, muchas cosas que arreglar, y cada vez que pensaba en la presión con la que había crecido Sabrae y cómo era tan natural para ella exigirse tanto porque los demás así lo hacían, más y más me cabreaba. Sobre todo porque veía que ni Sherezade ni Zayn se sometían al mismo examen crítico al que estaba seguro que sometían a su hija. Después de todo, ellos habrían tenido un millón de noches locas en su juventud; las juergas que se había corrido Zayn mientras estaba en One Direction, y luego en solitario, antes de conocer a Sherezade, eran legendarias. Eso era propio de gente que había tenido la oportunidad de ser joven y libre, y a la que no habían juzgado si alguna vez fallaba; en cambio, después de lo que me había dicho Sabrae sobre que tenía que ser la mejor, y las reacciones que habían tenido cuando yo me la había llevado de fiesta después de que ellos y yo nos distanciáramos me hacían saber que no estaban siendo tan benevolentes con su hija como sus padres lo habían sido con ellos.
Soy la mejor de mis hermanos.
Se me pusieron los pelos de punta mientras lo recordaba.
La que menos problemas da. ¿Y si es porque tengo que ser buena?
No podría escoger a un novio que me pusiera los cuernos. Sería indigno. No sería propio de mí.
Tomé aire y lo solté despacio, todo el aire a mi alrededor cargándose de electricidad.
¿Y si es porque me daba miedo que, si no lo era, ellos me devolvieran?
Habría matado a mis suegros con mis propias manos si los hubiera tenido delante. Nada me habría gustado más que la vieran romperse de esa manera para que entendieran lo jodido de la situación y vieran las consecuencias de su cortedad de miras; aunque sabía que a Sabrae le dolería inmensamente romperse de esa manera frente a sus padres porque, incluso cuando ellos no se la merecían, ella seguía siendo igual de buena.
Y lo mejor de todo era que yo era su único consuelo. Yo, que era tan malísimo para ella, era el único que sabía de sus pesadillas sobre que no la adoptaban; el único con el que podía hablar sobre su madre biológica sin tener que aclarar un millón de veces que no quería buscarla simplemente por sentir curiosidad y a veces pensar en las razones por las que la había dejado atrás; el único con el que podía preguntarse si habría sido, como yo me lo preguntaba, producto de una violación o si la habían salvado de un destino terrible, ese destino que hacía que el santuario de Nechisar estuviera tan lleno.
Yo era el único santuario que Sabrae tenía, y eso que sus dos padres vivían. Había huérfanos que tenían más suerte de la que había tenido ella, y que Sherezade y Zayn la trataran como si fuera una privilegiada y una consentida a la que había que meter en vereda antes de que fuera tarde me reventaba. Te lo juro. Ardía por dentro pensando en todo por lo que estaba pasando Sabrae, viendo sus expresiones al mirar el teléfono, su preocupación cuando no le llegaban mensajes, la forma en que miraba todos los relojes de casa, como si el tiempo, justo lo que nosotros no teníamos, le diera la solución que llevaba semanas, meses, años buscando.
Me la llevaría conmigo si pudiera. De hecho, estaba más que dispuesto a volver a tener la conversación sobre si debería quedarme o irme, pues me parecía que las cosas habían cambiado lo bastante como para que volver sobre ese tema, por mucho que nos doliera, estuviera justificado.
Claro que también la veía lo bastante nerviosa como para saber que hablar sobre eso justo ahora no sería la mejor de las ideas, así que le di el margen que necesitaba.
Sólo cuando los críos se tumbaron a dormir la siesta a mi alrededor y mi madre se hartó de acariciarme el pelo y murmurarme que iba a echarme mucho de menos Sabrae decidió ponerse en marcha. Mimi estaba en algún punto del piso de arriba, seguramente preparándose para salir por ahí con Trey a darse morreos (no me preocupaba que pasaran a la siguiente fase aún, pero tenía que hablar con mis amigos para asegurarme de que tuvieran preservativos a mano por si mi hermana los necesitaba), así que era una persona menos de la que teníamos que despedirnos.
-A mí no me importa quedarme aquí si tú no estás muy católica para ir a dar una vuelta-le dije a mi chica, e iba completamente en serio. Si lo que le apetecía era quedarse en casa acurrucada a mi lado, yo encantado de la vida con darle mimos. Ni siquiera le metería mano, lo prometo.
-Yo nunca voy a estar católica para ir a dar una vuelta-bromeó Sabrae, lo cual me animó un poco, pues significaba que ya estaba mejor y, poco a poco, recuperaba la esperanza. Puse los ojos en blanco, pero sonreí.
-Ya sabes a qué me refiero.
-Estoy bien. Además, he hecho planes.
-Cómo no-repliqué, exhalando una risa por la nariz y negando con la cabeza. ¿Deprimida? Puede ser. ¿Bien vestida? Sin duda. ¿Con la agenda hasta los topes? ¡Absolutamente!-. Vale, iré a cambiarme. ¿Adónde vamos?
-Así vas bien-respondió, mirando de nuevo la pantalla del móvil y tecleando en él a toda velocidad. Alcé una ceja.
-Saab, llevo unos pantalones de andar por casa.
-No-respondió, levantando el dedo índice en mi dirección mientras extendía el brazo en toda su longitud-, lleva los pantalones de andar por casa. Y estás genial, en serio. Podemos ir así.
-¡Pero si es mi chándal gris!-me reí, levantándome y sacudiéndome los pantalones. Sabrae se cruzó de brazos y sacó una cadera.
-No finjas que los tíos no sois conscientes de lo que hacéis cuando os ponéis unos pantalones de chándal grises.
-Creía que era cosa mía-dijo Shasha, despegando milagrosamente la vista de la serie coreana que Dylan le había dejado poner, y que Mamushka estaba mirando con más atención de la que nadie se esperaría de ella. Estaba bastante seguro de que en algún punto de mi infancia me había hecho memorizarme las provincias del antiguo imperio ruso porque “tenía que conocer mi historia familiar”, y, si mal no recuerdo, la península de Corea entraba dentro de esa “herencia familiar”.
-Ew-le dije, tirándole del pie-. Soy tu cuñado. No puedes tener pensamientos impuros conmigo.
-No tengo pensamientos impuros contigo, animal, pero sí que te veía guapo con esos pantalones.
-¿Sólo guapo o “más guapo de lo normal”?-la pinché.
-Presentable-respondió Shasha, sonriendo. Menos mal que ella era la tercera hija y no la segunda, ¡imagínate que me hubiera tocado sacarla de quicio a ella y no a Sabrae! Habría sido sencillamente imposible.
Menos mal que las cosas habían salido como habían salido y que Saab había llegado antes que ella, porque enamorarme de Shasha también sería mucho más difícil. Y salir con una cría de trece años teniendo yo dieciocho era mucho más problemático que hacerlo con una de quince, así que… síp. Definitivamente el destino existe.
Y el mío estaba al lado de Sabrae.
-Eres una sinvergüenza.
-Pues espera a que llegue a la edad del pavo-se rió, volviendo la vista a la televisión en el momento en que Saab me daba un pellizco en el culo.
-Venga.
-¿Me estás diciendo en serio que mi novia, doña Voy A Analizar Mis Oufits De Vacaciones Para Subir Las Mejores Fotos Posibles A Mis Redes Sociales Considerando Dos Trillones de Factores En El Proceso, está conforme con que yo vaya por ahí en chándal?
-Tampoco nos vamos muy lejos-explicó, y me noté sonreír como lo hacía en mis noches de soltero, hacía aproximadamente cinco milenios y, al menos, veinte dosis menos de felicidad que las que llevaba ahora, cuando se me pasó por la cabeza que igual íbamos al cobertizo de Jordan.
-¿Ah, no?
Esta vez la que puso los ojos en blanco fue ella, y tiró de mí para sacarme del pequeño territorio resguardado que formaba el sofá que muy inteligentemente Dylan había comprado cuando mamá y yo nos mudamos con él.
-Siempre estás pensando en lo mismo-se rió, adivinando el destino que yo tenía en mente.
-Es culpa de esas malditas botas-señalé con la barbilla las botas de ante que llevaba puestas, de ésas que ascendían hasta la rodilla y que se doblaban en las piernas para remarcarlas todavía más. Le dije que no se las pusiera y, por supuesto, ella se las había puesto. De hecho, me sorprendería que se las quitara en lo que quedaba de semana, aunque yo intentaría hacer algo al respecto.
Resulta que estar cabreado también me ponía cachondo. Qué cosas. Para que luego las tías digan que los tíos somos más simples que el mecanismo de un chupete.
Eso, y que hacer como que no pasaba nada cuando estaba de mala hostia contribuía a que Sabrae se relajara y, consecuentemente, a mí se me bajaban un poco los malos humos. De modo que todos ganábamos cuando yo me centraba en ella y no en mí, por mucho que mi instinto asesino siguiera latente y, la verdad, bastante afilado.
-Creía que era mi cara-ronroneó Sabrae, acercándose a mí y pegándose a mi pecho mientras esbozaba una sonrisa juguetona. Le bufé en la cara.
-No flirtees conmigo de esta manera delante de mi madre y de mi abuela. Luego te preocupas de que piensen que eres una golfa.
-Yo ya sé que es una golfa-soltó Mamushka-. Sólo una podría ser capaz de seguirte el ritmo.
Sabrae se echó a reír, pero yo me giré hacia mi abuela, alucinado.
-¡Mamushka! ¡La leyenda negra que me acompaña desde que empecé a salir de noche es mucho peor que la de Rasputín!
Mamushka me fulminó con la mirada; mamá se llevó una mano a la cara para esconder su carcajada.
-¿Qué te tengo dicho de que pronuncies ese nombre en mi presencia?
-La cantidad de auténticos temazos que nos hemos perdido en esta familia por este estúpido tabú-le confié a Sabrae poniendo los ojos en blanco y sacudiendo la cabeza, y ella se echó a reír.
-¡¡Recuerda todo lo que hemos perdido por culpa de entes malignos como ese innombrable!! ¡¡Tú ahora mismo podrías estar sentado en el trono más glorioso de la historia y mandando sobre la nación más orgullosa del mundo!!
-Qué aburrido, Mamushka; con lo cómodos que son los sofás de Ikea…
Mi abuela tomó aire para ponerme en mi sitio con una retahíla de insultos eslavos ante la incredulidad de Shasha, pero una mirada de advertencia de mi madre bastó para desviar su atención y que nosotros pudiéramos escaparnos de casa mientras las dos discutían sobre el linaje familiar… y Dylan subía el volumen de la televisión para escuchar la declaración de amor eterno de dos adolescentes coreanos de facciones demasiado similares para que pudiera distinguirlos bien de los demás. Claro que Shasha pronto se ocuparía de eso.
El frío de la noche recién estrenada en Londres fue como una bofetada cuando salimos a la calle, y me hizo preguntarle de nuevo a Sabrae adónde íbamos. Por supuesto, no soltó prenda, sino que hizo de su “es una sorpresa” un mantra al que más me valía acostumbrarme.
Caminamos en silencio, ella con la cabeza más gacha que yo, y por la forma en que sus dedos se clavaban en mi mano y cómo tiraba suavemente de mí hacia ella, no las tenía todas conmigo en que no siguiera dándole vueltas a las consecuencias que tenía la conclusión a la que había llegado esta mañana.
De verdad que no quería presionarla y sacar el tema demasiado pronto, pero tenía que luchar contra el impulso físico de decirle lo que sentía y pedirle que no se preocupara. No podía posponer mi marcha más tiempo si eso significaba renunciar a la semana de su cumpleaños, pues a bastante habíamos renunciado ya; pero, si quería que me quedara, si creía que lo necesitaba, estaba dispuesto a renunciar a Nechisar. Ya había renunciado a otras cosas por ella, y ella había renunciado también por mí; una más no sería nada en esa larga lista de sacrificios que habíamos hecho para estar juntos, pues el precio que teníamos que pagar, por alto que fuera, jamás nos parecería demasiado caro como para no seguir intentándolo una y otra vez.
Tomé aire y lo solté despacio, detestando el silencio incómodo que se había instalado entre nosotros y que nunca pensé que representaría algún momento de nuestra relación. Cada minuto que pasaba mis inclinaciones cambiaban: un momento pensaba que tenía que dejarle margen para que decidiera si necesitaba volver sobre nuestros pasos y decidir de nuevo nuestro futuro más inminente, y al siguiente estaba convencido de que no lo haría y que más me valía sacar el tema a mí. Y luego pensaba en que si sacaba el tema estaría obligándola a hacer algo que quizá no quisiera hacer, y justo ahora que estaba tan confundida necesitaba una distracción, no a alguien hurgándole en la herida.
De lo único que estaba seguro al cien por cien y con lo que no tenía dudas era de lo mucho que me cabreaba la actitud de Sherezade y Zayn. Sabrae los excusaba demasiado para lo mal que se estaban portando, pero no podía culparla; cualquier mecanismo de supervivencia en una situación límite era mejor que quemarse a lo bonzo. No la juzgaba. La entendía.
A quienes no entendería jamás era a sus padres, que además eran tan orgullosos que ni consideraban la posibilidad de que alguien de fuera tuviera una mejor perspectiva de su situación que ellos, que estaban dentro y, por tanto, se veían influidos por sus sentimientos.
Inhalé de nuevo mientras trataba de controlar mis pensamientos y borrar la imagen de las caras de mis suegros en mi cabeza, pues sólo servía para ponerme de todavía más mala hostia con ellos. Me supuso un esfuerzo bastante importante bloquear sus voces, sus miradas acusatorias, el desprecio con el que me habían mirado cuando había aparecido tras Sabrae cuando la traje de la fiesta del cumpleaños de Tommy. Puede que yo le hubiera hecho mucho daño con algo que no había sido verdad, pero, ¿en qué se diferenciaba entonces lo que ellos estaban haciéndole ahora a mi chica? Llevaban haciéndole daño años y ni siquiera parecía importarles. Ni siquiera se habían dado cuenta de la gran presión a la que habían sometido a Sabrae desde que nació, ¿y yo era el malo de la película porque mi ansiedad me había llevado a confesarle algo terrible que finalmente no había hecho? Comprendía perfectamente que no me pudieran ver por todo el daño que le había ocasionado a su hija, pero creo que podrían haber sido un poco más benevolentes y hacer más autocrítica cuando descubrieron que había sido mi ansiedad la que había confesado pecados falsos.
No sería propio de mí elegir a un novio que me pusiera los cuernos, me había dicho Sabrae, como si estuviera interpretando a un personaje infalible cuya excepcionalidad se contagiaba a quienes la rodeaban.
Y menos aún perdonarlo, como si perdonar una infidelidad fuera lo peor que pudiera hacer una chica. Venga, hombre, no me jodas. Yo no quería verme en la situación, pero si se daba el caso y Sabrae me era infiel, por lo menos sabía que tenía el voto de confianza de mi familia y que me apoyarían decidiera lo que decidiera. Que ella no sintiera que contaba con eso era lamentable.
Y no era culpa suya, así que no debían castigarla por ello como lo habían hecho.
-Ya llegamos-me animó Saab, dándome un apretón en la mano al malinterpretar mi suspiro. Me encontré con la expresión dulce de sus labios curvados en una sonrisa, y sentí un suave tirón en el estómago al pensar en lo infrecuente que era cuando yo no estaba por ahí. Puede que reabrir el tema de conversación sí que sea lo mejor, pensé.
Al darme cuenta de lo raro que debían ser ahora sus sonrisas y su tranquilidad, decidí que hablaríamos de nuevo de eso cuando llegáramos al sitio al que me estuviera llevando. Sólo esperaba que fuera un lugar calentito en el que sirvieran algo de comida, pues la bilis es más fácil de tragar con un buen chocolate caliente.
Se me ocurrió que tal vez estaba llevándome a la pastelería de Pauline para hacerle una visita relámpago antes de conducirme al hospital y ver a Josh antes de reconocer la calle que estábamos atravesando y que, casualmente, estaba en dirección contraria a todas las líneas de transporte público que pudieran conectarnos con el centro.
-¿Vamos a casa de Karlie?-pregunté, y Sabrae soltó una risita y asintió con la cabeza. Se puso de puntillas para darme un beso y continuó andando los doscientos metros adornados de setos que parecían esculturas surrealistas bajo la luz de las farolas.
Sentí mariposas en el estómago al darme cuenta de lo que pasaba: como sabía que me iría pronto (por lo menos contaba con ello), había decidido ser más generosa que nadie y compartirme también con mis amigos, a quienes echaría terriblemente de menos, asegurándonos una tarde de videojuegos, comida basura y risas. Lo que no entendía era por qué teníamos que ir a casa de Karlie en lugar de quedarnos en el cobertizo, donde estaría más cerca de mi familia.
Recorrimos el sendero iluminado con farolillos que conducía la porche de casa de Karlie, una impresionante construcción de estilo victoriano en tonos crema y tejados de chocolate, rodeada de parterres de hortensias azules que resistían al invierno, hasta subir los tres escalones del porche de entrada y quedar bañados en la luz que las ventanas arqueadas del porche lateral repartían entre el jardín delantero y la entrada.
La ilusión de Sabrae, que estaba efervescente cuando llamó al timbre, aplacó un poco mi rabia con sus padres y me permitió considerar la posibilidad de disfrutar.
Los ladridos de las perras de Karlie hicieron el resto por meterme en situación, a pesar de que a Sabrae se le borró la sonrisa de la cara al escucharlas. Puede que se le hubiera olvidado que Karlie tenía dos dóbermans (ahí lo tienes; una raza muy de lesbianas, si me preguntas) que no permitirían que nadie desconocido entrara en su casa, pero que era un amor y tremendamente cariñosas en cuanto se daban cuenta de que querías a su dueña una pizquita de lo que la querían ellas.
-¡Princesa! ¡Melocotón! ¡Silencio!-ordenó Karlie, y las perras se callaron en el acto. Porque ah, sí, le había parecido graciosísimo ponerles nombres más propios para un par de chihuahuas a dos máquinas de matar feroces-. Quietas.
Sabrae me miró con ojos como platos mientras los pasos de Karlie se acercaban a la puerta. La mirilla titiló cuando se asomó a ver quién era, y la escuchamos reírse.
-No os vais a creer quién ha venido a veros, chicas-les dijo a las perras, y abrió la puerta de par en par.
-¡Holaaaaaaaaaaaaaaa, bollooooooooooooooooooo!-saludé, echándome a sus brazos por el dramatismo que iba a suponer que las perras de Karlie me vieran lanzarme hacia ella. Y, efectivamente, tal y como sospechamos, se volvieron locas, pero en el buen sentido: empezaron a saltar, a subirme las patas a la espalda y tratar de lamerme la cara mientras Karlie y yo nos sujetábamos el uno al otro para que no nos tiraran al suelo.
-¡Alec!-me riñó Sabrae mientras las perras me rascaban las piernas, tratando de reclamar mi atención. Princesa (¿o Melocotón?) se sentó y me tendió una de las patas delanteras mientras me ponía ojitos, exigiendo un poco más de consideración que su hermana, que no paraba de correr en círculos de la ilusión que le hacía verme.
Nos encantaba venir a la casa de Karlie porque tenía las habitaciones más grandes de todos los del grupo, y una sala de juegos con máquinas dignas de las ferias más futuristas en las que nos lo pasábamos genial, pero el trasiego que solía acompañar a la agenda social de sus madres hacía que su casa estuviera disponible muy pocas veces. No me imaginaba qué tendrían que haber organizado para que pudiéramos hacer algo allí, pero me alegraba de que hubieran conseguido hacernos un hueco.
-Yo llamo a mis amigas lesbis como me da la gana, Saab-le dije mientras le daba la mano a Melocotón (sí, era Melocotón). Princesa se metió entre las piernas de Karlie cuando fue a ver a Sabrae y exhaló un gruñido desde lo más profundo de su ser-. ¡Oye!-la reñí, y Karlie le dio un toquecito en la nariz a modo de advertencia para que aprendiera que eso no se lo debía hacer a Sabrae. Melocotón le ladró a su hermana, porque de siempre yo había sido su favorito, y estaba claro que yo tenía algo con Sabrae, que debía de oler deliciosamente a mí, y yo deliciosamente a ella.
-¿Ya han llegado todos?-preguntó Sabrae a Karlie mientras se daban un achuchón, y Princesa decidía adoptarla tocándola con la pata delantera en la cintura para ofrecérsela a modo de presentación. Bueno, pues parece que cada una había elegido ya su bando.
-Sólo quedan Bey y Jor-explicó Karlie, haciéndonos pasar y cerrando la puerta tras nosotros-. Idos a jugar-les dijo a las perras, que salieron corriendo hacia el salón como balas.
Sabrae atravesó el recibidor con la vista clavada en el techo y la boca abierta, observando los dibujos de constelaciones del zodiaco que las madres de Karlie habían hecho pintar en la bóveda bajo la que despedían a su hija antes de que fuera al colegio. Toda la casa de Karlie era así, con una decoración un poco extra pero con un buen gusto increíble; supongo que eso es lo que se consigue cuando juntas a dos embajadoras lesbianas con pasta de sobra para consentirse la una a la otra en sus caprichos decorativos.
Y lo mejor de todo era que eran súper permisivas con Karlie y sus amigos, hasta el punto de que no nos habían dicho ni media palabra una vez que nos cargamos un sofá al caérsenos una lata de refresco de arándanos mientras veíamos una peli de terror en el Halloween de cuando teníamos nueve años.
Eran unas tías legales, la verdad. A mí, mamá me habría mandado a Guantánamo por no recoger los gayumbos del suelo si hubiera sido legal.
-¿Cuál es el plan?-le pregunté a Karlie mientras ayudaba a Sabrae a quitarse el abrigo y lo colgaba del perchero del recibidor, conformado por las manos de la estatua dorada de una ninfa que tenía las manos extendidas por encima de su cabeza y cuyos brazos se iban convirtiendo en ramas de árboles.
-Ah, nada especial-Karlie se encogió de hombros y nos ofreció unas palomitas que aún humeaban-. Hemos pensado en ver una peli y luego jugar a las cartas.
-Si te parece bien-se adelantó Sabrae, tratando (y fallando) de sobreponerse al shock inicial de entrar en casa de Karlie y ver la expresión más absoluta de feminidad combinada a la perfección con el lujo y el buen gusto. La verdad es que a mí me encantaba mi casa por todo lo que simbolizaba, además de porque era la obra maestra de Dylan (con permiso de sus trabajos para las fundaciones reales y otras Administraciones públicas), pero en la casa de Karlie había un ambiente de aristocracia que a Mamushka le encantaría, y que impresionaba a todo el mundo que atravesaba sus puertas en varias ocasiones.
Saab cogió un huevo de pascua como los de Fabergé y lo sopesó en una mano, antes de pedir disculpas en voz baja al darse cuenta de lo que estaba haciendo.
-Suena a planazo-respondí, metiéndome las manos en los bolsillos del pantalón. Justo en ese momento Tam apareció por la puerta de la cocina cargada con una bandeja con varios compartimentos repletos de golosinas, y se detuvo en seco frente a nosotros igual que un cervatillo sorprendido por las luces de un camión mientras cruza la autopista.
-Ya estáis aquí-comentó, y yo me reí.
-Sabes que no sigues en el armario, ¿no? Y que estás liada con Karlie desde hace... ¿cuánto ha pasado desde la graduación?
-Eres un imbécil-escupió, entregándome la bandeja con gominolas-. Anda, haz algo útil y lleva esto al salón.
Sabrae se ofreció a ayudar, pero todos le dijimos que no hacía falta. No quería que se perdiera nada del primer contacto con la casa de Karlie, así que avancé hacia el salón, una habitación soleadísima con papel de pared con carpas koi en su parte inferior, una chimenea y una inmensa televisión en la que esperaba que me dejaran poner alguna peli de superhéroes o de ciencia ficción.
Si tenía suerte incluso me dejarían echar alguna partida a la consola mientras esperábamos a que Bey y Jordan llegaran; igual hasta podía enseñarle a Sabrae…
-¡¡SORPRESA!!-bramaron mis amigos (todos, incluyendo a Bey y Jor), saliendo de sus escondites tras los sofás o los armarios. Habían llenado el salón de serpentinas de colores negro metalizado, dorado y plateado, e hinchado globos de helio con forma de fuegos artificiales, números, copas de champán o de cóctel y corazones que ahora flotaban en el techo. Me quedé parado, mirándolos a todos, a sus sonrisas amplias y sus miradas felices, intentando procesar lo que estaba pasando.
No era mi cumpleaños, eso estaba claro. El de Mimi ya había pasado. Tampoco era mi santo ni el aniversario de mi primer combate de boxeo, o el último. Ni siquiera era el aniversario de cuando había perdido la virginidad (claro que no lo celebraba con mis amigos), así que…
-¿Qué coño hacéis?-pregunté, estupefacto, sin comprender a qué coño venía todo esto. Era una tarde-noche de noviembre normal, sin nada reseñable. ¿A qué venían los globos, o que me dieran una sorpresa, o que fueran todos vestidos con un extraño uniforme que parecía consistir en un pijama de satén del color preferido de la persona que lo llevaba con su nombre bordado sobre el pecho?
Mis amigos se echaron a reír, y yo miré a Sabrae, que pareció sobreponerse a su impresión inicial y se colocó a mi lado.
-¿Te gusta?-sonrió, apartándose el pelo de la cara y entrelazando sus manos tras la espalda.
-Eh… ¿sí? Aunque no sé a qué viene todo esto. ¿Me ha tocado el Euromillón o algo así?-pregunté, y los chicos se rieron y Jordan pasó por encima del sofá de Karlie.
-Espabila, tío. ¡Te hemos preparado una fiesta!
-Ah, menos mal. Me dejas mucho más tranquilo, Jor; pensaba que íbamos a hacer una especie de sextape endogámico o… incestuoso-miré a Bey y Tam, que pusieron los ojos en blanco y se echaron a reír.
-No, retrasado. ¿No te das cuenta? Mira-señaló los globos con los números y yo fruncí el ceño.
-Eh… no entiendo.
-A ver, bobo. Dale un poco al coco. ¿Cuándo hacemos fiestas con globos?
-¿En los cumples?-probé, y Bey suspiró.
-¿Y cuándo más?
-En Nochevieja.
Todos esperaron, pero yo abrí las manos.
-¿Ems…?
-¡A ver, subnormal!-se quejó Tam, chasqueando los dedos delante de mí-. ¿Hay alguien en casa? ¿Hola? ¡Esto es una fiesta de Año Nuevo!
-Tamika, estamos en noviembre. Ni siquiera nos coincide con el Año Nuevo Chino. ¡Hostia!-miré a Sabrae-. ¿No será el Año Nuevo Islámico, no, bombón?
-Nop. Estás bien-se rió, cogiendo una de las bolsas que alguien había dejado sobre la mesa redonda de cristal con patas de madera con forma de garra de león y abriéndola para sacar un conjunto lavanda y otro un poco mayor de color azul celeste-. ¡Es precioso, Kar! Te has superado.
-La reina de la organización, la llaman-sonrió Tommy, dándole una palmadita en la parte baja de la espalda a Karlie, que le dedicó una sonrisa radiante.
-Pues entonces estoy totalmente perdido, tíos. Lo siento-me encogí de hombros y abrí de nuevo los brazos, de los que Bey me arrebató la bandeja de chuches antes de que las tirara todas al suelo.
-A tu novia, a la cual no te merecerías ni viviendo mil vidas, se le ha ocurrido que, ya que no vamos a estar todos juntos en Navidad, ni en Nochevieja, ni en nuestras fiestas preferidas en el mundo porque te consideras lo bastante importante como para irte por ahí a hacerte el héroe al culo del mundo, podríamos celebrarlas todas en un día antes de que te vayas.
Miré a Sabrae, que sostenía la parte de arriba de su pijama contra su pecho. Al notar mis ojos en ella también levantó la vista y me dedicó una sonrisa de disculpa.
-A decir verdad, no pensaba que Kar pudiera organizarlo todo tan rápido.
-Cómo se nota que no la conoces-se rió Max-. De hecho, lo que me sorprende es que lo estemos celebrando en tu salón en vez de en algún yate privado en el Támesis.
-Todos estaban cogidos, y tardaríamos demasiado en volar hasta Saint Tropez-se escudó Karlie, haciendo un gesto desdeñoso con la mano.
Yo los miré a todos. Uno a uno. A Scott, a Tommy, a Max, a Logan, a Tam, a Karlie, a Bey, a Jordan. A Sabrae.
-¿Una fiesta de… Nochevieja?-repetí, y Sabrae chasqueó la lengua y se acercó a mí.
-Técnicamente… vamos a celebrar también la Navidad. Así que la hemos bautizado como “La Fiesta de NaviVieja”-se rió y se acomodó contra mi pecho-. ¿Te gusta?-preguntó, mirándome a los ojos y poniéndome ojitos. Me derretí un poco por dentro, la verdad.
Habíamos hablado un montón de veces de cómo echaría de menos estar con mis amigos en Nochevieja, cómo el 31 de diciembre de este año sería el primero en el que estaríamos separados y lo raro que se me hacía no tenerlos conmigo cuando entrara el nuevo año. También me había sentido un poco culpable, como si fuera yo el que estuviera alentando a mis miedos a que se hicieran realidad al ser el primero que se separaba de los demás, y más aún cuando me había puesto tan mal cuando Tommy y Scott habían anunciado que se iban al concurso y yo había empezado a comerme el coco creyendo que nuestro grupo no sería lo mismo. Milagrosamente el concurso no nos había afectado lo más mínimo, pero, ¿que yo me fuera de voluntariado? Eso era otro cantar.
Y aquí estaba mi increíble novia y mi genial grupo de amigos, asegurándose de que yo no tuviera nada de lo que preocuparme, dándome fiestas de fechas señaladas en días totalmente aleatorios de noviembre.
-¿Bromeas? Es genial. Tú eres genial. Te quiero un montón, Saab-respondí, rodeándole la cintura y balanceándome a un lado y a otro con ella al son de una música que sólo oíamos nosotros dos. Sabrae soltó una risita y se inclinó para darme un beso en los labios que hizo que mis amigos se pusieran a aullar y a gritarnos que nos fuéramos a un hotel-. ¿Por eso estabas tan rara hoy?-pregunté, y ella soltó una risita.
-Sí. Lo siento si te he preocupado, sol. Tenía muchas cosas que organizar, un montonazo de pedidos que hacer… pero está todo listo, gracias a Dios.
Karlie abrió uno de los aparadores de la estancia, en la que se escondía una nevera, y mostró toda la colección de alcohol que tenía allí guardada, lista para que nosotros nos lo pasáramos genial. Y, aunque eso de cruzar varias zonas horarias con una resaca atroz no sonaba a la mejor de las ideas, una última fiesta con mis amigos antes de despedirme de ellos hasta literalmente el año siguiente sí que me apetecía.
-Vale, ¿y vosotros que os vais a tomar?-pregunté, y ellos se echaron a reír. Recorrí la estancia con la mirada, un profundo sentimiento de amor anidando en mi pecho y negándose a dejarme solo, y… me di cuenta de que me faltaba gente.
Y a gente a la que a mí me importaba le faltaba gente.
-¿Dónde están Eleanor, Mimi, Shasha y Diana?-pregunté, y Scott puso los ojos en blanco mientras Tommy soltaba una carcajada y extendía la mano en su dirección.
-No puedo creerme en serio que quieras que venga mi hermana.
-Suelta la pasta-le instó Tommy, y Scott le dio un manotazo acompañando al billete de veinte libras arrugado que le puso sobre la palma de la mano.
-Las teníamos en reserva por si querías desmadrarte de veras.
-Para empezar, necesito a Diana para desmadrarme-respondí-. Y ya va siendo hora de que alguien les enseñe a Eleanor, Mimi y Shasha cómo se hace una fiesta, porque está claro que sus hermanos mayores no van a hacerlo.
-No va a haber quien la soporte después de esto-dijo Sabrae, sacando el móvil y escribiéndole a su hermana para que viniera. Tommy también tenía el móvil en la mano, pero quería asegurarse de que yo quería que viniera.
-Al, eres consciente de que si Diana viene, no deberíamos beber delante de ella, ¿verdad?-preguntó, y noté la mirada preocupada de Max sobre mí. No necesité ni dos segundos para pensármelo: una fiesta sin alcohol seguía siendo una fiesta, y mis amigos sobrios eran igual de divertidos que mis amigos borrachos.
Quería que Tommy tuviera un descanso de toda la espiral de emociones en la que llevaba metido meses y que disfrutara de una tarde relajada (o nada relajada en absoluto) con su chica. Igual que habían aceptado a Sabrae en el grupo, o habíamos aceptado a Eleanor o a Bella, yo también aceptaba a Diana como una parte esencial de éste, y quería que estuviéramos todos.
-Por cierto, ¿vamos a organizar algo de tu despedida de soltero, o puedes llamar a tu prometida para que se venga?-le pregunté a Max, que se echó a reír y negó con la cabeza.
-Me va a matar, pero le dije que hoy no estaría disponible y que podía ir a mirar vestidos tranquila.
-Que hable con Didi. Seguro que su madre diseñadora le puede asesorar-le guiñé un ojo y Max se echó a reír, pero se sacó el móvil del bolsillo y se levantó para hablar con Bella directamente. La verdad, respetaba mucho cómo aprovechaba hasta la última oportunidad que se le presentaba para escuchar la voz de su prometida. No es que no me gustara enviarme mensajes con Sabrae (de hecho, mantener la costumbre con la que nos habíamos enamorado me parecía una manera preciosa de darle continuidad a la relación), pero sí que es verdad que había pocas cosas como oír su voz dulce, especialmente cuando decía mi nombre.
-Es probable que también venga Zoe-advirtió Tommy, y tras mirar a Jordan de reojo, como pidiéndole perdón, se giró hacia Scott, que ya le había escrito a Eleanor y había recibido la contestación de que venía para acá, y que se traería a Mimi con ella.
Scott miró a Jordan y luego me miró a mí. Vale, eso podía ser bastante incómodo, sobre todo si pensábamos en todo lo que había pasado entre Zoe y Scott y cómo había afectado a Eleanor. La verdad, me parecía muy valiente la decisión que había tomado Eleanor de perdonarlo y considerar aquello un estúpido desliz que no tenía por qué hacer que renunciara a uno de sus sueños más antiguos, pero una cosa era que Eleanor lo llevara con elegancia y otra que la obligáramos a hacerse amiguita de la chica con la que su novio le había puesto los cuernos.
Quiero decir, a mí no me haría ni puta gracia que me sentaran a Hugo al lado en una cena, y eso que ni siquiera había hecho nada con Sabrae de lo que yo tuviera derecho a decir algo, así que… entendería que Eleanor se pusiera chula con eso.
Sabrae suspiró, y yo recordé que también tenía lo mío con Zoe. Aunque no éramos nada por aquel entonces, yo ya le había hecho promesas y aquello le había hecho mucho daño. Claro que no tenía comparación con lo que yo le había confesado en Nechisar si hubiera llegado a ser verdad, pero la entendería si se sintiera incómoda. Y Jordan tendría que entenderla también.
-¿Tú estás bien con que venga Zoe?-pregunté en voz baja, llevándome a Sabrae a una esquina apartada de los demás para que pudiera hablar con libertad y sin miedo a que Jordan se ofendiera por lo que pudiera decir. Sabrae inclinó la cabeza a un lado y, finalmente, asintió.
-Sí. Eso fue hace mucho-miró a Scott, que ahora había llamado también a Eleanor, y se mordió el labio.
-¿Qué pasa?
-Pues que me preocupa que Eleanor diga que no quiere verla, porque creo que a Diana le vendría bien estar un rato con nosotros sin tener que preocuparse de sus antecedentes. Claro que tampoco podría culpar a El si le dice a Scott que no, pero… ha sido un detalle que penséis en ella-se encogió de hombros y tiró de las mangas de su jersey hasta ocultarse los puños dentro de ellas-. Una cosa es que coincidan en eventos con más gente, o en conciertos o en lo que sea, o porque es importante mostrar un frente unido para Diana, pero… no sé-suspiró de nuevo-. Nunca hemos hablado de eso, pero cuando Zoe ha venido de visita, se ha quedado en su casa y ella no ha dicho nada. Y parece que se llevan bien, pero no sé si es porque Eleanor es educada o porque realmente le ha perdonado lo que ha pasado.
-Supongo que ahora es un buen momento para averiguarlo, ¿no?-dije, y ella volvió a asentir con la vista perdida. Di un paso hacia ella y la tomé de la mandíbula-. Saab, ¿te encuentras bien?
-Creo que te debo una disculpa-susurró, y yo me reí.
-¿A mí? ¿Por?
-Siento ser tan tozuda y llevarte tanto la contraria a veces-murmuró-. Sé que quieres lo mejor para mí, y aunque me duela, te agradezco que me digas lo que piensas. A veces necesito escuchar la verdad, o, al menos, la tuya, porque es de la que más me fío.
-¿A qué viene esto?
-Siento que casi lo estropeo todo esta mañana-respondió, acariciándome los brazos y mordiéndose el labio-. No quiero que te comas la cabeza por lo que está pasando en casa y dejes de disfrutar de lo que te tenemos preparado simplemente porque estés más ocupado pensando cómo puedes hacerme la vida un poco más llevadera, ¿de acuerdo?
-Saab, preocuparme por ti no es algo que me moleste. En absoluto. Te quiero-le recordé, tomando su rostro entre mis manos-, y preocuparme es una manera de demostrar que lo hago. Quiero pasar el resto de mi vida a tu lado-dije, y ella sonrió, la muy boba. Como si no lo supiera.
Claro que a mí también me gustaba que ella me lo dijera a mí.
-… y quiero que seas feliz todo ese tiempo.
-Lo seré-respondí-. Y quiero que tú lo seas también.
-Yo ya lo soy-repliqué, acariciándole el mentón.
-Entonces, ¿por qué te pones tan seriote cuando crees que nadie te mira?-inquirió, alzando una ceja, y yo puse los ojos en blanco.
-No se te escapa una, ¿verdad?
-Prométeme que, al menos hoy, dejarás de preocuparte por mí y te limitarás a disfrutar de toda la gente que te quiere.
-Y de Zoe-añadí.
-Zoe te quiere follar-respondió ella, encogiéndose de hombros y abriendo las manos.
-Y eso es novedad, porque…
-Eres un chulo-se rió-. Pero en serio, no me vas a distraer-me dio un toquecito en el hombro, donde dejó descansando la mano y me acarició con las yemas de los dedos-. Prométemelo, Al. Prométeme que te convencerás de que todo está bien y sólo te dedicarás a disfrutar a tus amigos.
-¿Te vas a ir?-pregunté, y al ver su expresión confusa, expliqué-. Has dicho que disfrute de “mis amigos”. ¿Tú te vas a algún lado?
-Creía que tú y yo éramos amigos-dijo, riéndose.
-Bueno, a ver, tampoco te pases. Sólo quiero tener hijos contigo y envejecer a tu lado, pero la amistad ya son palabras mayores, ¿no crees?
Sabrae se echó a reír y se puso de puntillas.
-Si te prometo que no me iré, ¿me prometes que no te rayarás?
-Trato-dije, inclinándome hacia ella, que soltó una risita y dijo:
-Te prometo que no me iré nunca.
-Uf. Se están poniendo un poco insoportables. Rápido, Tam, Karlie: ¡contraatacad!-urgió Logan, sirviéndose una copa de champán rosado y alzándola en dirección a las chicas.
-¡Esperad! Dejadme un móvil; ¡y que tenga espacio de almacenamiento libre!-bromeé, y las chicas pusieron los ojos en blanco. Karlie ordenó a Princesa y Melocotón que me saltaran encima, y antes de que pudiera darme cuenta, me estaba quitando a las perras y a sus entusiastas lametones de encima.
Al final resultó que Eleanor le preguntó a Scott por qué le preguntaba esas cosas tan raras, si no era evidente que ella había enterrado el hacha de guerra con Zoe después de que pasara lo que había pasado entre todos ellos; había sido cordial con ella cuando habían coincidido, e incluso le había empezado a coger respeto y tenerla en buena consideración cuando cruzó todo el océano para ver a su amiga cuando Diana tuvo la última sobredosis. Por descontado, eso a mí me parecía lo básico, pero viendo la extraña relación que tenían las dos americanas y lo tóxicas que parecían desde fuera, entendía que Eleanor quisiera entender mejor la mecánica de sus relaciones.
Shasha y Mimi fueron las primeras en llegar, porque venían de mi casa. Shasha chilló de entusiasmo al vera las perras de Karlie, que decidieron adoptarla como su nueva dueña. Estaban poniéndose el pijama cuando Logan les entregó una copa de champán a cada una y les urgió a bebérselo antes de que llegaran Zoe y Diana, porque a partir de entonces se acabaría la juerga.
-¿Sabes que uno se puede divertir sin estar borracho?-preguntó Bey, fulminándolo con la mirada.
-Bueno, cuidado, ya ha llegado la policía de la moral-me burlé, y Bey me fulminó entonces a mí-. Deja al chiquillo que le gaste a las madres de Karlie uno de esos champanes tan caros si es lo que quiere.
-Buf, es que está buenísimo. Esto triunfaría en las fiestas de la universidad, Kar-le dijo a nuestra anfitriona levantando su copa, y Karlie se rió.
-Sí, bueno, seguramente tuvieran que hacer una fiesta para recaudar fondos para comprar una botella igual que hacen ahora con los viajes de estudios.
-¿Adónde vais a ir de viaje de estudios, Bey? Seguro que ya lo tienes planeado-me reí, dejándome caer sobre uno de los sofás en los que estaban sentados Jordan y Tommy, que protestaron al verse aplastados.
-A tu casa a follarme a tu madre-soltó, y Jordan, Scott, Tommy, Max y Logan se pusieron a aullar como lobos. Mimi la miró ojiplática, y Shasha… bueno, Shasha estaba demasiado ocupada rascándoles la barriga a las dóbermans como para escuchar siquiera la conversación.
Max salió escopetado a la calle a buscar a Bella cuando le dijo que estaba acercándose (sí, con el pijama de satén y todo; es increíble lo que nos hace el amor), y le hizo como dos millones de fotos cuando Bella se puso el suyo, que Karlie había encargado en un alarde de previsión digno de la mejor diplomática que había existido y existirá. El de él era negro; y el de ella, morado, así que hacían una combinación genial que no tardaron en explotar en Instagram. Saab y yo también nos hicimos las fotos de rigor, y que subió a sus historias; me dijo que se guardaría la publicación oficial para más adelante, cuando yo estuviera lejos y me echara mucho de menos.
-O sea, ¿mañana?-pregunté, y ella se rió. En ese momento sonó el timbre.
-¡VOY YO!-bramó Jordan, incorporándose a toda velocidad y saltando (o intentándolo) sobre uno de los sofás, pero iba tan atolondrado que se tropezó y se cayó de bruces. Nos habríamos preocupado si no se hubiera levantado como un muelle al rebotar y se hubiera apresurado hacia la puerta.
Miré a Scott. Scott me miró a mí. Miramos a Tommy. Miramos a Logan y a Max. Yo miré a Bey y Scott miró a su hermana. Miré a Tam, y luego, a Karlie.
Y entonces, los nueve de siempre nos empezamos a descojonar lo más grande.
-Crecen tan deprisa-me burlé, limpiándome una lágrima con dramatismo.
-Qué bonito es el amor-comentó Tam, negando con la cabeza.
-Luego tenemos que levantar la alfombra a ver si ha dejado algún cráter-dijo Max, y yo casi me desmayo de la risa.
-Sois malísimos con Jordan-se quejó Sabrae, aunque ella también se estaba riendo.
-¡Pero si ha sido tremendo!-protestó Scott-. ¿Habéis visto cómo ha perdido el culo por…? Hola, mi amor-ronroneó, poniéndose en pie al ver a Eleanor, y avanzando hacia ella. Te juro que casi me muero de la risa, en serio.
Tommy también se levantó y fue a saludar a Diana con diligencia, claro que su novia era modelo, así que lo entendíamos mejor que al resto.
-Gracias por invitarnos-dijo Diana en nombre suyo y de Zoe, que miraba a todo con ojos brillantes y rebosante de timidez. Había pocas ocasiones en las que notaba de una forma tan evidente la diferencia entre nosotros, los ingleses, y los americanos; pero la manera en que se sobrecogían ante lo antiguo siempre me llamaba la atención. Era como si todo por lo que se creían superiores a nosotros desapareciera y nos veneraran automáticamente en cuando veían algún indicio que les recordaba que nuestra nación era infinitamente más antigua que la suya.
-Ha sido idea mía-ronroneé, estirando la mano y dándole un beso en el dorso a Diana, que me miró y me dedicó una sonrisa tímida.
-Quita-protestó Tommy, dándome un manotazo para que me apartara.
-Me tiene envidia porque no se le ocurrió pedirlo antes que a mí-las informé, y las dos se rieron. Diana tenía unos surcos que no había tenido nunca bajo los ojos, tenía la piel un poco pálida y aspecto de cansada, pero creo que estaba feliz de estar allí. Puede que ya estuviera empezando con el mono, así que le vendría bien una distracción.
La habían dejado irse del hospital esa mañana, y sólo después de una larga conversación entre los padres de Tommy y los suyos, los Styles habían accedido a que se quedara unos días con los Tomlinson mientras ultimaban todos los preparativos de la cancelación de la gira y del centro de desintoxicación en el que iban a ingresarla. No le vendría bien estar sola en Nueva York, la ciudad en la que había empezado a mandar al traste su vida, o por lo menos no sin Tommy.
-¿Nos estabais esperando?-preguntó Eleanor, y Mimi puso los ojos en blanco y se rió.
-Oh, oh. Allá va ese ego inmenso que nos va a aplastar a todos en la habitación.
-Lo que no entiendo es cómo hacen para acostarse ella y Scott, si entre los dos y sus respectivos egos necesitarían un estadio de fútbol sólo para ellos-dije.
-Hacerlo a lo perrito ayuda bastante-soltó Scott, y yo me eché a reír.
-¡Scott!-protestó Eleanor, dándole un manotazo en el brazo.
-Es coña-dijo Scott.
-Tranqui, nos habíamos dado cuenta-contestó Max.
-Básicamente porque haciéndolo a lo perrito es como más espacio se necesita-dijo Logan.
-Ya lo descubrirás-pinché a Jordan, guiñándole el ojo, y Jordan bufó.
-Paso de vosotros.
-Sí, un montón-me reí.
-Aquí tenéis vuestros pijamas, chicas-les dijo Karlie a Diana y Eleanor, entregándoles sendas bolsas de papel plastificado-. Zoe, perdona, el tuyo no tiene tu nombre porque no sabíamos si podrías venir-definitivamente era una reina de la diplomacia-, pero mañana lo mandaré a que lo borden para que te lo puedas llevar a casa y acordarte siempre de esto.
-Gracias-sonrió Zoe, que prácticamente babeaba con nuestro acento. A Diana se le había pasado el efecto a base de estar con nosotros durante más de un año ya, pero a Zoe todavía la seguíamos poniendo cachonda con sólo decirle “buenos días”. Era lo que molaba del público estadounidense: las tías se bajaban las bragas en cuanto les decías “hola”.
-Bueno, pues ahora que estamos todos…
-Espera-pidió Eleanor, apartándose el pelo de los hombros-, que quiero hacer mi entrada triunfal.
Diana la miró con el ceño fruncido.
-¿Por eso has insistido en que tardáramos en salir de casa? ¿Para llegar la última?
-Si mi novio fuera Scott a mí tampoco me apetecería verlo-comenté.
-Chúpamela, retrasado.
-Sí-contestó Eleanor, sacándose unas gafas de sol (¡unas gafas de sol! ¡¡En plena noche!!) del bolso y colocándoselas en la cabeza a modo de diadema-, porque siempre he querido hacer esto. Mimi, ven-pidió, y mi hermana se levantó obedientemente y fue con ella, sonriendo. Las dos cruzaron el vano de la puerta hasta situarse fuera de nuestra vista, y entonces una de ellas puso música electrónica en su móvil. Dejaron que sonara unos segundos y, cuando el ritmo estaba a punto de reventar, las dos cruzaron la puerta con chulería, las gafas de sol puestas y gritaron:
-THE PARTY DON’T START TILL I WALK IN.
-DON’T STOP, MAKE IT POP, DJ TURN THE SPEAKERS UP.
Pusimos varias canciones más en la cola de reproducción, pero cuando Karlie sacó la infinidad de zumos que tenía en la nevera nos relajamos un poco. Movimos los sofás para acercarlos a la pared, enrollamos las alfombras y llenamos de papel de periódico el suelo para sentarnos a continuación a lo indio sobre él y ponernos a pintar bolas de árboles de Navidad que Sabrae había encargado por internet. Eran totalmente blancas, pero con relieve de escenas navideñas del estilo de peleas de bolas de nieve, patinadores, renos, o Santa Claus en su trineo, y pronto todos estábamos cantando villancicos y llenándonos las manos de pintura.
-¡Pon a Mariah!-me quejé cuando sonó el quinto villancico que no era All I Want For Christmas Is You.
-¡PON A MARIAH, KARLIE!-bramé, y Karlie puso los ojos en blanco y le dio la orden a Alexa de que añadiera All I Want For Christmas Is You a la cola de reproducción, y luego pasara a la siguiente canción.
-Joder, qué castigo-protestó Tam cuando yo empecé a cantarle a Sabrae por octava vez, pero yo no pensaba parar, porque Sabrae seguía sonriéndome igual de feliz que la primera, así que ¡que le jodan a la envidiosa de Tamika!
Pero, a pesar de sus protestas, Tam fue la primera en seguirme cuando me levanté para cantar a gritos y saltando el estribillo de la canción, rodeado de mis amigos, de las personas que más me importaban y que más especial habían hecho mi vida, y que me habían apoyado mientras trataba de curarme acompañándome en cada paso que daba y sonriéndome con paciencia cuando me tropezaba.
Una vez terminamos de pintar las bolas, las fuimos colocando en una caja envueltas en papel de burbuja con sumo cuidado; se trataban de donaciones que haríamos al orfanato en el que habían adoptado a Karlie (y también a Sabrae), que la familia de Karlie hacía religiosamente para que los niños que una vez había sido su hija tuvieran lo más parecido a unas Navidades normales y felices. Nos volvimos a sentar en el suelo a hacer guirnaldas con temáticas navideñas que también les llevarían cuando empezara diciembre: copos de nieve, muñecos de nieve, galletas de jengibre, lazos de regalos, renos en su trineo, bastoncillos de caramelo o abetos navideños; todo lo que se nos ocurrió para hacerles las fiestas un poco más especiales a esos pequeños.
Una vez se nos acabó el papel que Sabrae había encargado, ayudamos a Karlie a bajar las cajas de decoración del ático y montamos el árbol de Navidad; era tan alto que tuve que subirme a una escalera y estirarme cuan largo era para colocarle la estrella de la cúspide, de color dorado con un lazo de terciopelo rojo. Me quedé en la escalera cuando Mimi chilló que nos iba a hacer una foto, y todos posamos sonrientes mientras el móvil de mi hermana parpadeaba en el suelo para que saliéramos todos juntos, vestidos con nuestros pijamas a juego y llenos de purpurina o manchas de pintura. Mimi colgó la foto en redes y los teléfonos explotaron con las notificaciones, pero ni uno solo de mis amigos desbloqueó el suyo para mirar cómo íbamos ascendiendo entre las tendencias de Instagram o Twitter.
Tommy y Karlie hornearon galletas (bueno, Karlie encendió el horno y Tommy hizo todo lo demás) mientras los demás jugábamos a juegos de mesa y nos dábamos besos bajo el muérdago por turnos, cada uno con su pareja y frente a un teléfono distinto. Era casi la hora de cenar, pero ninguno de nosotros estaba tan hambriento como para pensar en una cena más generosa que las galletas caseras que habían hecho entre Tommy y Karlie y los dulces navideños que Sabrae había conseguido que nos enviaran desde Harrod’s, a pesar de que habían restringido los envíos de fines de semana a productos indispensables y horario tan limitado que cualquiera diría que sólo tenían un repartidor para todo Londres.
Incluso abrimos Youtube en la tele de Karlie y pusimos un vídeo de las campanadas del Fin de Año pasado, en el que los presentadores hablaban rapidísimo en español mientras Tommy, Eleanor y Scott repartían boles con uvas que habíamos lavado entre todos.
Yo ya estaba familiarizado con lo que había que hacer con las uvas porque lo había vivido el fin de año pasado, así que fue graciosísimo ver a mis amigos flipar mientras Eleanor les explicaba que tenían que comerse una uva por campanada y que no era tan fácil como parecía.
-Si sólo son uvas-dijo Logan, metiéndose una en la boca y ganándose una buena bronca de Tommy porque ahora tendría que ponerle una más. Todos nos reímos ante la expresión de corderito degollado de Logan mientras Tommy lo reñía; todos, salvo Sabrae, que estaba pelándose las uvas con un gesto concentrado que me enterneció.
-¿Quieres que te las pele?-preguntó, extendiendo las manos para que le entregara mi bol si quería, pero negué con la cabeza, sonreí, y me incliné a darle un beso en la sien. Sonrió-. ¿Qué?
-Sólo a ti se te podría haber ocurrido algo así-dije en voz baja mientras Bey intercambiaba sus uvas más grandes con las más pequeñas de Jordan, que era un bendito y no sabía decirnos que no a ninguno.
-Quería que lo pasaras bien con los chicos-explicó, dándome un achuchón cariñoso-. Sobre todo… bueno, después de lo jodidos que han sido estos meses. Te lo mereces-sonrió, apartándose un rizo rebelde de la cara. La tomé de la mandíbula y la hice mirarme, perdiéndome en sus ojos de color chocolate, igual de dulces e igual de cálidos que una buena taza en una noche fría de invierno.
-¿Tendremos un ratito solos?-pregunté, porque la verdad era que me apetecía mucho disfrutar con ella. Ya fuera teniendo sexo o simplemente dándonos besos y cogiéndonos la mano, lo cierto es que, aunque me encantaba estar con mis amigos, ver cómo se había desvivido por conseguir que todo esto fuera especial y sorprendente me había hecho quererla un montón más.
Saab sonrió y asintió.
-Bien-dije, y la besé en los labios. Shasha le tiró de la manga del pijama y le pidió, poniéndole ojitos, que le pelara las uvas, a lo que Sabrae accedió con el típico Suspiro De Hermana Mayor™. Me reí y me repartí las frutas con ella, y luego procuré no descojonarme cuando, empezadas las campanadas, ni uno solo de mis amigos fue capaz de aguantarse la risa y nos empezamos a atragantar.
Evidentemente yo también me descojoné, y ni uno solo de los presentes consiguió terminarse las uvas. El récord se lo llevó Shasha, que se metió un puñado en la boca cuando vio que no le daba tiempo a acabárselas, y terminó con tres nada más en su bol. Scott casi la mata, pero a juzgar por su expresión, mereció la pena.
Recogimos todo, dejamos los muebles de nuevo como estaban y nos fuimos al cuarto de juegos de Karlie, que no tenía nada que envidiar a las zonas de ocio de los centros comerciales. Tenía una mesa de billar, una diana electrónica, un pinball de las Winx (que no tenía ni idea de dónde lo habían sacado, porque lo buscabas por internet y no existía), un pequeño circuito de scalextric que Karlie reorganizaba cuando se aburría y, en el centro de la estancia, los paneles de una máquina de baile que admitía hasta a cuatro personas, y que se las había apañado para piratear y conectar a las consolas para así jugar al Just Dance.
Sabrae, Shasha, Zoe y Diana pusieron los ojos como platos cuando entraron en la estancia; como los demás ya estábamos acostumbrados porque no era la primera vez que lo visitábamos, nos limitamos a repartirnos por los sofás de cuero blanco colocados estratégicamente por la estancia con orientación hacia la pantalla de la máquina de baile.
Sofás que, por cierto, apenas admitían a diez personas, así que nos tocó apretujarnos mientras Karlie encendía todo. Y el muy subnormal de Jordan no le dijo a Zoe que se sentara en su regazo, sino que le cedió el sitio muy caballerosamente.
Sabrae podía esperar sentada a que yo renunciara a la oportunidad de tenerla sentada encima de mí. Fulminé con la mirada a Jordan y sacudí la cabeza cuando él abrió los brazos, como diciendo “¿qué?”, incapaz de creerme que mi mejor amigo fuera tan poco espabilado; en definitiva, que no hubiera aprendido nada de mí, pues me había acompañado a prácticamente todas las fiestas en las que había ligado lo que me había dado la gana y más.
-Ya que estamos todos-dijo Max, mirando su teléfono-, Bella y yo queríamos preguntaros…
-Sí, haremos un flashmob en vuestra boda-asintió Tam, y Logan la miró horrorizado.
-Pero sólo si es de Beyoncé-añadí yo.
-¿Tienes algo de Beyoncé, Kar?-preguntó Sabrae, nerviosísima, y Karlie se giró para mirarla y asintió.
-Tengo todo lo que esté disponible en Spotify.
-Fliiiiiiiiiiiiiiiiiipoooooooooooooo.
-No es nada de un flashmob.
-Es imposible que les organicemos un flasmob de sorpresa.
-A mí me habéis organizado dos fiestas en una sin que me entere-dije.
-Pero es que tú eres tonto.
-Cómeme los huevos, retrasada.
-¡Retrasado tú!
-Tamika-suspiró Bey.
-¿Qué? ¡Ha empezado él!
-¡PERO QUÉ MENTIROSA! Vamos fuera, que te voy a tirar de esos pelos zarrapastrosos que tienes, ¡zorra!
-¿Qué me vas a hacer tú a mí, eh?-dijo Tamika, poniéndose en pie y encarándoseme-. ¿Qué me vas a hacer tú a mí, payaso? Ven aquí, ¡ven si te atreves, imbécil!
-Chicos, ¿quién apuesta a que Tam gana la pelea?-preguntó Jordan, y Tommy, Scott, Max, Mimi y Sabrae levantaron la mano.
-Qué hijos de puta. Y tú…-señalé a Sabrae-. Me esperaba más de ti.
-Dale en los cataplines, Tam-la alentó Mimi.
-Ni se os ocurra pelearos aquí-instó Karlie-. La alfombra es vintage.
-¡Uuuuuuuuuuuuuuuuh! Tam, ¿crees que soy guapo?-pregunté, sonriéndole, y Tam puso los ojos en blanco.
-Ten cuidado, Tam, que Sabrae empezó así y ahora se bebe su semen como batido proteico-se rió Eleanor, y Shasha exageró una arcada.
-Sólo cuando se porta bien-ronroneó Sabrae, tirando de mí para que me sentara.
-Debo de ser un santo, entonces-ronroneé, sentándome e ignorando los dardos que me lanzaba con la mirada Tamika.
-Pues puede que quieras empezar a portarte mal-intervino Zoe, y todos la miramos-, ¿no habéis oído lo del tío de Brooklyn que, de tanto hacerse pajas, se quedó totalmente seco?
-¡¿¡QUÉ!?!-bramamos todos los tíos de la habitación. Diana levantó la cabeza que tenía apoyada en el hombro de Tommy y miró a Zoe con el ceño fruncido.
-Z, creo que eso es una leyenda urbana, tía.
De repente empezaron a picarme mucho los huevos, fíjate tú qué cosas.
-¡Que no! Te juro por Dios que lo sé de buena tinta. Me lo contaron en un local del Bronx una de las camareras del MET, que se lo había oído comentar a una de las asistentes de las Kardashian en Manhattan. Parece ser que le pasó al hermano de una chica que se hace las uñas en el salón de su prima. Es en serio.
-Si a mí me pasara eso y tú lo fueras contando por ahí, te mataría-le dijo Tommy a Eleanor, que contuvo un escalofrío.
-Si a ti te pasara eso y tú me lo contaras, te mataría.
-Tío, yo no le contaría eso a tu hermana. A Eleanor se lo cuento todo, pero todo tiene un límite.
-Más te vale, porque, ¡Dios!, es que te reventaría.
-A ver, tiene que ser mentira. O sea, ¿no habéis visto esa foto del tío con…?-empezó Logan.
-¡Logan!-le chisté, inclinando la cabeza hacia Shasha, que nos miraba a todos ojiplática. Pude que ya no le molara tanto pasar tiempo conmigo si eso significaba tener que escuchar este tipo de conversaciones.
Shasha nos miró a todos alternativamente como una gacela rodeada por una manada de leones, y por su expresión sospeché que se estaba imaginando algo tremendo… aunque no era nada comparado con la puñetera foto que había pasado Jordan por nuestro grupo hacía un par de meses, de una captura de un tío sosteniendo una garrafa de ocho litros de un líquido similar a la leche. Dejémoslo ahí.
-A ver, pero lo de esa foto había sido con el transcurso de años. ¿No?
-¿Qué foto?-preguntó mi hermana.
-Ninguna, Mary Elizabeth-dije yo, tensísimo.
-Es que vaya putísima peste. Es increíble lo cerdos que sois los tíos-comentó Bey, asqueada, encogiéndose en el asiento y estremeciéndose.
-¡Joder, un puto trastornado recoge toda su lefa en una garrafa, ¿y ahora todos los tíos somos unos cerdos?!-ladró Jordan.
-¡JORDAN!-bramé, pero Mimi se puso pálida y Shasha, roja como un tomate. Sabrae hizo una mueca.
-¿A qué velocidad la habría llenado el tío ese de Brooklyn?-se preguntó Max, pensativo, y Bella gimió.
-¿No podéis pensar en cosas normales?
-Es un asunto muy serio el que estamos tratando, Isabella.
-Fijo que Alec la habría llenado en dos semanas en sus tiempos mozos-se burló Scott, negando con la cabeza, y yo me reí por lo bajo.
-A ver, que tampoco soy aquí ningún superhéroe. Pero viendo este percal…-miré a Zoe y me estremecí-. ¿Cuántas veces habré estado a punto?
-¿Cuántas pajas dices que se había hecho?-preguntó Tommy con gesto de preocupación, y Bey puso los ojos en blanco.
-¡Es un asunto muy serio, Beyoncé!-nos defendí, pues sentía que nos estaban juzgando a todos por preocuparnos por algo tan terrible y catastrófico-. ¡Imagínate que estás dándole al tema y de repente, ¡bam!! ¡¡Seco!!
-A las chicas nos pasa a menudo-comentó Sabrae mirándose las uñas, y todas las chicas (excepto Shasha y Mimi, que seguían en shock), se echaron a reír. Me volví hacia ella como un cocodrilo rabioso.
-De mí no vas a estar hablando.
-Que no, sol-ronroneó, acariciándome la cara-. Hablo de mi género en general, no por experiencias personales recientes.
-¿Tienes manera de enterarte de quién era ese chico para que sepamos dónde está el límite?-insistió Tommy.
-Por Dios, Tommy, ¿no lo puedes dejar ya?-preguntó Karlie.
-¡No, Karlie, no puedo, porque por si no te has dado cuenta, yo tengo dos novias, así que estoy el doble de cerca que los demás de que me pase eso!-ladró.
-Dale un cigarro al crío que se nos está poniendo demasiado tenso-le dije a Scott, que fue en busca de su ropa de calle para coger la cajetilla de tabaco. Eleanor se sentó en el reposabrazos del sofá con las piernas cruzadas y el gesto perdido, una expresión asqueada en la cara, y eso que no había visto la imagen infernal.
-Salís fuera a fumar-les instó Karlie a Scott y Tommy, que asintieron con la cabeza. Le di un toquecito a Sabrae en el hombro para que supiera que me iba a mover, y la deposité en el sofá a mi lado.
-¿Alguien más?-preguntó Scott, pero nadie más se levantó. Diana se apoyó en Eleanor, que le dio unos golpecitos amorosos en la cabeza cuando la apoyó sobre su hombro, exactamente igual que estaba Tommy. Estaba cada vez más cansada y con peor aspecto, pero si nadie lo comentaba yo no iba a ser el primero en hacerlo.
Podía ver, eso sí, lo mucho que preocupaba a Tommy el dejarla sola, por mucho que supiera que estaba en buenas manos. Por eso le pregunté:
-¿No quieres un cigarro, Didi?
-No fumo.
-¿No?
-Te amarillea los dientes-dijo la chica de la sobredosis. Y yo no lo pude evitar.
-Ya. No como la coca, que es buenísima para el cutis-solté sin poder frenarme, y se hizo un silencio sepulcral. Mierda. Mierda, mierda, mierda, mierda. No era culpa suya estar enganchada, seguro; nadie que probara las drogas lo hacía sabiendo el mal que podían hacerle, así que Diana tenía que ser, por fuerza, una víctima del sistema, de alguien que quería ejercer control sobre ella… o algo peor.
No me correspondía ser tan imbécil y juzgarla, sobre todo cuando yo mismo había tomado, pero había tenido la suerte de no consumir con la suficiente asiduidad como para volverme un adicto.
Abrí la boca para pedirle perdón, y entonces Diana empezó a reírse, y la tensión en el ambiente se disipó.
-Ya. He tenido días mejores.
-Pero, ¿qué dices?-protestó Tommy-. Sigues siendo la tía más guapa de todo el universo.
-Puede-respondió, cansada, y me miró-. Pero no soy la chica más guapa de la habitación, ¿a que no, Al?
Sonreí.
-Ay, Lady Di. Cómo te gusta ponerme contra la pared, ¿eh? Cualquiera diría que es lo que más te apetece en el mundo.
Diana no contestó, lo cual era contestación suficiente, pero de momento las cosas se iban a quedar así. Cuando tuviera más tiempo a solas con Sabrae ya pensaría en compartirla, pero, mientras tanto, la quería sólo para mí, y a mí sólo para ella.
Hacía un frío que pelaba fuera, de modo que apuramos nuestros cigarros para regresar cuanto antes al interior, en el que Bella y Shasha ya se afanaban sobre la máquina de baile. Todos decidimos correr un tupido velo sobre nuestra preocupación colectiva sobre nuestra fertilidad, y disfrutar de la noche y de todo lo que tenía para ofrecer.
Hicimos varias rondas de baile hasta que, como es natural, Mimi y Tam, que hicieron equipo de forma totalmente injusta, terminaron machacándonos a todos; a pesar de que fue una paliza nos lo pasamos de puta madre, y cuando Tam se proclamó vencedora absoluta en el mano a mano que tuvo con Mimi, decidimos que ya estaba bien de bailar y Karlie sacó unos micrófonos.
Nos dedicamos a destrozar las canciones que le salían en el aleatorio; ni siquiera Sabrae, Scott, Tommy, Diana o Eleanor se tomaron en serio los momentos de karaoke, sino que priorizaron el pasárselo bien por encima de obtener un buen resultado, y la diversión estaba en hacerlo lo peor posible.
Eso, hasta que en uno de los aleatorios de Scott, le salió I Don’t Wanna Live Forever y nos miró con expresión de disculpa.
-Lo siento, pero no puedo joder esta canción.
-Yo sí-dijo Karlie, poniéndose en pie y cogiendo el otro micrófono que acababa de dejar libre Bey. Nos echamos a reír cuando Scott hizo bien sus partes, arrancándonos vítores y aplausos con los agudos tan complicados de su padre; y Karlie no dio ni una puñetera nota en condiciones. Si lo hubiera hecho a propósito, no lo habría hecho tan mal, pero lo vivió que daba gusto, así que aplaudimos como locos al final de la canción.
Eleanor cogió el micrófono que Kar acababa de dejar libre y le dijo a Scott:
-Ni se te ocurra moverte.
Seleccionó en el teléfono la siguiente canción y todos nos pusimos a aullar como locos.
-¡Traigan condones!-grité cuando empezaron los primeros acordes de Wrong, y poco más y Eleanor y Scott se lo montan con todos nosotros delante. Fue épico ver en directo cómo ella hacía que él, la persona más poderosa de Inglaterra y una de las más de la historia, comiera de su mano y se pusiera literal y metafóricamente de rodillas frente a ella.
-DON’T STOP!-aullamos todos al final del puente de la canción, y los dos se echaron a reír. Se sentaron y Scott le entregó el micrófono a Diana, que le dio en la cabeza a Tommy con él para que subiera a cantar él. Escogió Kill My Mind, y los demás cogimos los móviles para acompañarlo en el estribillo como lo habían hecho en los conciertos de Louis, bajando y subiendo las linternas al ritmo de la canción.
Sabrae escogió entonces una canción de One Direction, y arrastró a Mimi para que cantara con ella. Lo bueno era que era bastante facilita: se trataba de Kiss you, sin complicaciones ni nada, pero sirvió para levantarnos a todos y ponernos a bailar.
-No se atreve siquiera a retarme-se mofó Scott al ver los marcadores, y cómo le sacaba una distancia considerable a su hermana. Sabrae alzó las cejas.
-¿Que no? ¡Te vas a cagar!
Y entonces presenciamos una competición entre los dos hermanos por ver quién la tenía más gorda. Sabrae le entregó el micrófono a Scott, que decidió sacar toda la artillería y escogió Dusk till dawn. El muy chulo incluso le dio el segundo micro a Sabrae para que hiciera la parte e Sia, y se lució con la nota alta de su padre, para la que incluso se levantó del asiento y dijo un:
-Atentos.
… justo antes de bordarlo. Qué cabrón. Si no fuera amigo mío y yo también fuera cantante, le tendría tanto asco que le pegaría en cada entrega de premios que lo viera.
-Sí, bueno, no ha estado mal. Y ahora aprende, payaso-le dijo Sabrae a Scott cuando terminó la canción. Le quitó el micrófono y le entregó el suyo-. Necesito un corista.
-Como desees.
Sabrae sonrió y también eligió Dusk till dawn, y a Scott se le borró la sonrisa de la cara.
-Zorra.
-Not tryna be indie, not tryna be cool. Canta, hermano, que te va a hacer falta. Just tryna be in this. Tell me, are you, too?
Scott llevaba mal lo de perder y lo de hacer de corista, así que imagínate perder haciendo de corista.
Imagínate que tu hermana pequeña te mire y te sonría y se siente para hacer la nota alta más jodida de la carrera de tu padre porque considera que le sobra con su capacidad pulmonar.
Y que esté en lo cierto.
Todos nos pusimos a chillar viendo las venas del cuello de Sabrae mientras bordaba esa nota infernal; cuando la terminó, estaba un poco más roja de lo que lo había estado Scott, que se rió con desgana, pasándose la lengua por las muelas, y negó con la cabeza.
-Es acojonante el mal perder que tienes-me reí.
-Es que no estoy acostumbrado a esta sensación.
-Disculpa, ¿quién es el cabeza de cartel en la gira del programa?-inquirió Eleanor, y los demás nos reímos. Sabrae sonrió, dejó caer el micrófono al suelo cuando superó a Scott por diez puntos (¡diez!).
-Respect that, bow down, bitches!-le gritó a Scott, que se cabreó de lo lindo, le quitó el micro y escogió una canción de Beyoncé (así de tonto es; no se da cuenta de que con Zayn tenía más posibilidades porque tenía la voz más parecida a él que a Beyoncé). Lo hizo de puta madre, sólo que Sabrae lo hizo mejor, porque estaba más entrenada y su registro le permitía alcanzar más versatilidad que el de su hermano cuando se trataba de la que era su artista preferida de todos los tiempos. Además, con Love on top ganó muchos puntos extra gracias a los agudos que Scott sabía que no podía hacer, o no a la perfección, y que directamente evitó; a Scott le costó remontarlos, pero cuando le tocó el último turno a Sabrae, estaban empatadísimos.
Sabrae seleccionó sHe y se apartó el pelo de la cara, preparada para bordar esa canción también. No nos defraudó a ninguno, y nos tenía gritando y aplaudiendo antes de que hiciera una nota alta que, más tarde, me enseñó que había hecho ya de bebé. O, al menos, lo había intentado.
Acurrucada a mi lado, victoriosa y sonriente, cogió su móvil y me enseñó un vídeo de ella de bebé, tumbada sobre un Zayn con quince años menos, y exhalando un bramido de bebé con la nota alta de esa canción. Zayn se reía y le besaba la cabeza, acariciándole la espalda con un mimo infinito.
Sabrae suspiró, apoyó la cabeza en mi hombro y sonrió, echando de menos aquel tiempo en el que sabía que tenía un lugar seguro cerca de su padre. Y yo me di cuenta entonces de que hacer lo imposible por ella también iba por mí; hacer lo imposible, darle lo que necesitara, también implicaba ir en contra de mis ideas, de mis prejuicios, y tratar de tener una nueva perspectiva con sus padres. Si habían sido buenos con ella en el pasado, tenía que creer que volverían a serlo en el futuro, y hacer lo posible porque ese futuro pronto se volviera el presente.
Así, con Sabrae acurrucada a mi lado, sonriendo al verse de bebé, feliz y despreocupada en manos del hombre que lo era todo para ella en el momento en que se captaron aquellas imágenes, decidí que era capaz de perdonar a Zayn y Sherezade. Tenía que serlo.
Puede que ellos no se lo merecieran, pero Sabrae sí. Saab se merecía todo eso y mucho más.
Le rodeé los hombros con el brazo y le di un beso en la cabeza, y Sabrae levantó la mirada, me miró y sonrió. Me dio un piquito también, me dijo que me quería, y luego miró el teléfono y se disculpó para ir al baño.
Me levanté para ayudar a los chicos a destrozar Call me maybe, y luego la versión de Kiss the sky que habían hecho los chicos de Chasing the Stars. Eleanor y Diana cantaron I will always love you, Max y Bella rapearon con Work de Rihanna y Drake, y las gemelas estaban dándolo todo con SOS de Rihanna cuando yo empecé a echar en falta a Sabrae. Hacía mucho que se había ido al baño, y me preocupaba que necesitara algo y no tuviera manera de hacérmelo saber.
-Chicos, ¿podríais mirar si Sabrae os ha enviado algo por el grupo? Hace bastante que se ha ido.
-Anda, es verdad-comentó Bey, mirando su móvil-. No ha mandado nada, pero, ¿por qué no vas a buscarla?
Me levanté del sofá y rodeé los demás hasta llegar a la salida del cuarto de juegos; de allí pasé al salón en el que habíamos estado, que conectaba con las escaleras al primer piso en el que se encontraba el baño.
Pasé al lado de la mesa y casi sigo de largo, pero algo sobre ella me llamó la atención. Me detuve y me volví para mirarlo bien, y fruncí el ceño.
Había una caja de regalo cuidadosamente envuelta con un lazo anaranjado en su parte superior… y una etiqueta con mi nombre enganchada a ese lazo.
Ábreme, rezaba la etiqueta. Levanté la vista y miré hacia la puerta, en la que se habían apelotonado en silencio mis amigos, que sonreían con maldad.
-¿Qué coño hacéis ahí?
-¿No lo vas a abrir?-preguntó Scott, y yo volví a mirar el paquete.
-Es que no sé dónde está Sabrae.
-Está bien, tranqui-sonrió Jordan-. Ábrelo, anda.
-Mmm-murmuré, angustiado. Me podía la curiosidad, lo admito, pero mi instinto me decía que algo no iba bien.
Que, fuera lo que fuese lo que hubiera en la caja, podía esperar. Sabrae, no.
-Ay, madre-suspiró Mimi, y se sacó el móvil del bolsillo. Tecleó en él y luego envió un audio-. Saab, sal, anda. No va a abrir la caja si tú no estás delante-puso los ojos en blanco y le envió el audio.
Un móvil pitó a mi espalda, y me volví para ver…
Dios. Dios.
O Diosa, más bien.
Sabrae estaba de pie en el recibidor, con el pelo suelto, los labios pintados de rojo, una raya delineándole la mirada y resaltándole sus preciosos ojos…
… y un vestido como de satén blanco ceñido a su cuerpo con varios cordones anudados en el cuello, los hombros y la espalda que no dejaban absolutamente nada a la imaginación, y que hacían que la tela se ciñera a ella como una segunda piel.
Aquella aparición perfecta que demostraba que las religiones monoteístas se equivocan al darles a sus dioses pronombres masculinos me sonrió, y yo te juro que casi me muero.
Al menos así me garantizaría estar en el reino de esa criatura para siempre, y siempre a su merced.
-Joder, pobre-se rió Max.
-Me está dando hasta lástima y todo-añadió Logan.
Sabrae caminó hacia mí y me fallaron las rodillas. Se me secó la boca mientras recorría sus curvas demenciales, sus caderas, sus senos, su cuello, su boca. Tenía el corazón desbocado y la cabeza me daba vueltas.
-Me temo que te debo una disculpa, Al-ronroneó, acariciándome el cuello.
-Aaaaaaaaaaaaah… ¿sí?-jadeé. No me culpes, ¿vale? Estaba espectacular.
-Ajá-Sabrae se relamió los labios y yo, definitivamente, estaba en mis últimos instantes de vida-. He roto mi promesa esta noche; no te he sido del todo sincera. No vamos a celebrar dos fiestas hoy, sino tres.
Me pasó una mano por la nuca, me acarició la piel y extendió los dedos por el nacimiento de mi pelo, lanzando corrientes eléctricas que nada tendrían que envidiar a la tormenta perfecta por toda mi espalda.
-Pero la tercera, vamos a celebrarla solos.
-Aaaaaaaaaaaaah… genial.
-¿Lo estás grabando?-siseó Mimi en voz baja.
-Tía, pobre, no-respondió Eleanor en voz baja.
-¿Por qué no abres tu regalo y la empezamos?-me preguntó Sabrae.
-¿Eh?
-Tu regalo, Alec-se rió, y a mí casi me da algo al ver que esa criatura celestial se sabía mi nombre.
-Ah. Sí. Vale-carraspeé, y no sé cómo me apañé para dejar de mirar a aquel animal místico. Deshice el lazo del regalo y rompí el papel con el cuerpo de Sabrae apoyado en mi espalda, lanzando llamaradas de calor por todo mi cuerpo.
Desenvolví el papel de seda y me quedé mirando el contenido cuidadosamente doblado del regalo. Era de tela gris oscuro, casi negro…
Un traje.
Levanté la vista y miré a Sabrae.
-Quiero que te lo pongas. Yo te esperaré aquí abajo, porque si estamos cerca de una cama cuando te vea con él puesto… creo que no podremos empezar nuestra fiesta.
-O la empezarán antes de tiempo-rió Tommy.
Hice lo que me pidió, todavía no sé cómo, y me puse el traje que me había encargado y que me quedaba como un guante, mejor de lo que me había quedado ningún otro, y mejor de lo que me quedarían los anteriores ahora que mi cuerpo había cambiado tanto, en tiempo récord. Cuando bajé al piso inferior, mis amigos ya habían rodeado a Saab, y salieron a la puerta a despedirnos sin soltar prenda de adónde íbamos.
Ni, a todo esto, cómo es que íbamos en un coche privado en lugar de en taxi. O cómo es que nos llevaba el mismo chófer que me había llevado con Saab cuando mi cumpleaños.
Sabrae me comió a besos y dejó que yo me la comiera a ella en la intimidad de la parte trasera del coche, con la ventanilla subida; me dejó subirle la falda y meterme entre sus piernas, me dejó escuchar mi nombre entre gemidos salidos directamente de su boca.
-Oh, Alec…-jadeó, tocándome mientras yo la tocaba. Estaba mojada y, debajo de ese vestido hecho de la misma materia de los sueños, con el patrón de las pesadillas, estaba deliciosamente desnuda. Se le notaban los pezones, duros por la excitación, y la curva entre sus piernas era un cáliz del que yo necesitaba desesperadamente beber para saciar mi ardiente sed.
No me dejó bajarle los tirantes para descubrir sus senos y metérmelos en la boca, como yo deseaba, pero, por lo demás, me dejó hacerle todo lo que se me apeteció en el trayecto a donde fuera que fuéramos. La verdad es que me daba igual. Estaba demasiado irresistible como para que yo lo intentara siquiera.
El coche se detuvo y yo apenas me di cuenta, ocupado como estaba en hacerla gemir contra mi boca. Unos toquecitos en el cristal tintado opaco nos sacaron de nuestra ensoñación, y yo me incorporé y Sabrae sonrió.
-Creía que la fiesta estaba en este coche.
-No-se rió, negando con la cabeza y acomodándose los tirantes. Me dio un beso en la boca y se relamió los labios mirándome los míos.
-¿Dónde estamos, Saab?
Sabrae me acarició el pelo, me pasó el pulgar por el labio inferior, y se relamió.
-Hace meses estabas muy preocupado porque creías que no me merecías por no poder darme lo que creías que yo me merecía, o que yo necesitaba. Pero yo no necesito lujos materiales, Alec. Tengo a lo más lujoso que podrían regalarme nunca aquí, conmigo.
»Y, además, tampoco tienes por qué preocuparte por darme lo que crees que merezco o deseo. Porque, incluso si tú no fueras lo único que deseo… yo misma puedo conseguir lo que tú quieres darme. Así que el mejor regalo que puedes hacerme es disfrutarlo conmigo.
Me besó los labios y abrió la puerta del coche.
-Hace unos meses estabas preocupado por si no podías darme nunca el San Valentín que me merecía, pero no te preocupes. Porque yo sí puedo darte el San Valentín que te mereces.
Se acercó a mí para besarme de nuevo, y con ese beso consiguió tirar suavemente de mí hasta tenerme de nuevo casi encima de ella.
-Mira afuera, sol.
No sé cómo coño lo logré, porque mirar afuera suponía dejar de mirarla a ella, e incluso un solo segundo lo volvía intolerable. Pero lo logré.
Y me quedé sin aliento al ver que, más allá de la puerta del coche, de la piel de bronce de Sabrae, de su cuerpo de ensueño y de sus curvas infernales, estaba la entrada principal a los Jardines de Kew.
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Porfa me ha encantado este capítulo. Echaba muchísimo de menos los momentos de todos juntos de risas y disfrutando y las conversaciones sin sentido entre todos. Me ha encantado los momentos de karaoke y lo gracioso que ha estado Alec narrando. Deseando leer el proximo cap y saber la sorpresa de Saab aunque signifique acercarse mas a su despedida.
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