¡Hola, flor! Me paso
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Era un cambio en mi rutina estar ansiosa por abrir los ojos, pero la presencia cálida y fuerte que había a mi lado, hundiendo el colchón más de lo que lo hacía mi cuerpo, era la prueba viviente de que ni el hotel más lujoso del mundo puede competir con tu habitación cuando tienes en ella a la persona amada.
Me acerqué un poco más a Alec notando cómo una sonrisa me cruzaba la boca y me incliné a darle un beso en el bíceps del brazo con el que me estaba rodeando el cuerpo. A veces nos despertábamos en las posturas más incómodas imaginables, pero no notábamos el más mínimo dolor. Escucharnos respirar profundamente a lo largo de la noche era cura suficiente para la más grave de las enfermedades que pudiéramos sufrir.
Aunque pronto tendríamos nuestra recaída, pero no quería pensar en eso ahora. Poniendo cuidado de no apoyarme demasiado cerca de él para no despertarlo, me incorporé en la cama a su lado y me estiré para alcanzar la mesita de noche y mi móvil descansando en ella. Tenía todavía muchos cabos sueltos que atar, y aprovechar que Alec dormía era el momento perfecto para terminar de perfeccionar las demasiado escasas horas que le quedaban en casa.
A la luz tenue de la pantalla de mi móvil pude ver su expresión plácida mientras dormía, su cara vuelta hacia el borde de la cama en vez de hacia la pared y hacia mí. Su pecho subía y bajaba despacio al compás de una respiración que conocía mejor que la mía propia, y cuyo abanico de cadencias era mi momento de indecisión preferido; y la sombra de su barba iba acentuándose poco a poco a medida que pasaban los días. No quería que se afeitara. Aunque me rascara y me pinchara, no quería que se afeitara hasta que no estuviera de vuelta en Etiopía: quería sentir sus besos y su presencia en mi piel, recordándome lo amada y deseada que era, como él podía hacerlo con mis arañazo en su espalda.
Su barba y mis labios doloridos lo hacían todo más real, y estaba demasiado en una nube después de lo que había pasado la noche anterior, de lo que estaba a punto de pasar, como para renunciar a un poco de realidad.
Así que le hice un par de fotos, sonriendo para mis adentros al reconocer mi suerte, y desactivé el modo avión de mi móvil, decidida a comprobar mi correo electrónico en busca de confirmaciones de las reservas que había intentado hacer o de respuestas a las preguntas que había mandado a unos responsables de atención al cliente que, la verdad, no se tomaban demasiado en serio su trabajo.
Fracasé estrepitosamente porque, en cuanto me conecté de nuevo a la red, me llovieron las notificaciones pendientes, pero había una irresistible. El tono característico de los mensajes de Alec resonó en mi habitación, y antes de que pudiera darme cuenta, estaba entrando en nuestra conversación de Telegram y esperando mientras cargaba el círculo con su nuevo videomensaje, uno que me había mandado sin contar con que estaría ahí para verlo conmigo.
Mi Alec de verdad se revolvió en sueños, abrió los ojos e inhaló profundamente. Los entrecerró de nuevo un momento, intentando descubrir dónde estaba, y se giró instintivamente hacia mí.
-Mi amor-saludé con cariño, inclinándome a darle un beso en los labios.
-Hola. ¿Qué hora es?
-Temprano. Duerme otro poco más-le pedí, besándole la sien. Él se estiró cuan largo era, retorciendo los brazos por detrás de mi espalda y más allá de la frontera de mi cama, y exhaló un suave gemido al que no me importaría acostumbrarme, ni llegaría tampoco a acostumbrarme nunca igual que tampoco te acostumbras a la belleza de las auroras boreales por mucho que iluminen todas tus noches. Dejó caer las manos sobre el pecho y se me quedó mirando con gesto somnoliento.
-¿Por qué estás tan empeñada en que no te haga caso para poder estar con el móvil?-preguntó en tono casual, como si no supiera que me había pillado con las manos en la masa. Sonreí, segura de que sospechaba algo, pero que no estaba ni remotamente cerca de averiguarlo.
-Es que me estoy escribiendo con varios chicos-expliqué, y él se rió.
-Con varios-repitió, y agitó la mano en el aire haciendo el saludo surfero mientras volvía a bostezar. Mi pobrecito se moría de sueño, pero estaba tan decidido a aprovechar cada minuto a mi lado que sería capaz de combatir incluso a la mismísima madre naturaleza-. ¿Les mandas nudes?
-Cantidad. Algunas, incluso, en las que también sales tú.
-¿Y les gustan?
-Les flipan.
-Tienen buen gusto. Por favor: dime que, al menos, le has mandado una nude en la que salimos los dos a Hugo. Sólo te pido eso.
Me eché a reír y él me miró por encima del brazo que se había dejado caer sobre los ojos.
-¿Por qué iba a mandarle a Hugo una nude nuestra, Alec? Te acuerdas de él bastante más de lo que lo hago yo, que lo sepas.
-Fue el primero en follarte. Va a tener mi envidia toda su vida.
-Puede-ronroneé, tumbándome a su lado y acariciándole el vientre, deslizándole la mano por debajo de las sábanas en dirección a su miembro, que estaba bastante más espabilado que él. Quizá tuviera todavía muchos detalles que ultimar, pero había tiempo para un polvito mañanero si a él le apetecía. Iba a echar de menos esto: despertarme a su lado, tontear como si estuviéramos empezando, bromear con que no nos soportábamos mientras nos encontrábamos en nuestros sueños más dulces. Definitivamente estos meses que nos esperaban iban a ser horribles sin nosotros dos juntos, pero al menos nos quedarían los recuerdos de este año genial que habíamos compartido.
Además, me había regalado juguetes. Yo no era la que estaba peor de los dos.
-… pero le costó hacerme llegar al orgasmo. En cambio, a ti…-le rodeé la polla los dedos y se la acaricié, arrancándole un suspiro y una sonrisa-. A ti no te hizo falta ni estar en la misma habitación que yo.
Él sonrió y se echó el pelo hacia atrás.
-Debería haberme hecho una paja ese mismo día para que no me llevaras tanta ventaja-bromeó.
-Estabas bien servido-le recordé.
-¿Celosa?
-¿De cada chica que ha estado contigo? Sí. Aunque ellas te hayan convertido en quien eres-sonreí, besándolo y tumbándome a su lado, dejando que él se incorporara y me pusiera una mano en cada lado de la cabeza.
-Ah, así que, ¿no tiene nada de mérito por mi parte el que yo me esforzara en complacerlas a todas?
-Ah-ah-sacudí la cabeza, sonriendo-. Eres un proyecto grupal compuesto exclusivamente por mujeres. Por eso has salido tan bien-sonreí, dejando que se me acercara y separando las piernas para que se metiera entre ellas, oportunidad que no desaprovechó.
Como nunca hacía.
-¿Tan bien?-preguntó, y yo asentí, acariciándole el pelo y besándole la punta de la nariz-. ¿Cómo de bien?
-Muy bien.
-Y eso que te hiciste la difícil bastante tiempo.
-Tenía que hacerlo. La fruta más difícil de encontrar es también la más dulce.
Alec se rió contra mi cuello, sus dientes trazando la silueta de mi mandíbula.
-Y qué dulce…-ronroneó, apoyando sus caderas sobre las mías. Le pasé las manos por la espalda, disfrutando del contacto, de la fuerza y dureza de sus músculos contra la suavidad y blandura de mis curvas. Su respiración se acompasó a la mía, de manera que mis pechos empujaban el suyo y hacían más insistente el contacto entre nosotros. Alec me colocó una mano en la cintura; la otra descendió hasta una de mis piernas, que recorrió con los dedos como si fuera un pianista presto a tocar su obra maestra ante un público expectante. Su lengua recorrió mi boca, pintando el contorno de mis labios con su punta, y se rió cuando yo me estremecí. Se separó de mí para poder mirarme con un cariño infinito que debería ser la prueba que convenciera a todo el mundo de que lo nuestro jamás podría estar mal.
-Te quiero-me dijo, y yo fui muy consciente en ese momento de lo privilegiada que era. Puede que hubiera estado con muchas chicas, pero aquello sólo me lo había dicho a mí. Yo era la primera, igual que él era el primero que me había hecho sentir que en mi cuerpo había algo más que tranquilidad y comodidad: podía haber placer si sabía dónde buscarlo.
Y él era una ruta directa y segura hacia ese placer.
-Yo también te quiero, Al.
Alec me sonrió con la felicidad de un niño, y se inclinó para besarme como el hombre profundamente enamorado que era. Dejé que mi cuerpo entero se deshiciera debajo del suyo, mis manos recorriéndole la espalda, los hombros, los brazos, el cuello y el pelo. Continuamos besándonos como si ésa fuera nuestra única misión en el mundo, como si aquello fuera el final y no un principio muy prometedor. Notaba su dureza contra mis muslos igual que él notaba mi humedad y mi anticipación en sus caderas, pero ya no había urgencia en nuestros gestos. No se trataba de unos preliminares tranquilos, sino de simplemente el disfrute de estar juntos.
Sus labios se separaron de los míos y subieron hasta mis ojos, que besaron antes de formar un caminito por mi mejilla, mi mandíbula, mi cuello y mis clavículas. Se me escapó una risita al adivinar adónde se dirigía y me tumbé en la cama, satisfecha con el mundo y agradecida al destino por haberlo puesto en mi vida. Ya no me acordaba de la pelea que había oído en un estado de duermevela a través de mi puerta y que me había hecho querer a Alec un poco más por cómo me defendía siempre de todo el mundo, incluidos mis padres; cuando sus labios tocaron mis senos y Alec dejó escapar un gruñido de satisfacción, supe que él tampoco estaba pensando en lo que había pasado la noche anterior.
Sostuvo mis senos entre sus manos, rodeándolos a la perfección, como si hubiéramos nacido para estar así, y los cubrió de pequeños besitos que me hicieron derretirme del amor que sentía en ellos; todo, con la excepción de mis pezones, que succionó tras besar con una adoración que me hizo sentir como si fuera la criatura más deseable que hubiera caminado jamás por la tierra.
Lejos de descender hacia mis muslos y probar esa fruta prohibida que sólo él podía saborear, Alec subió de nuevo con su boca celestial y me acarició el costado, las axilas y el brazo. Se tumbó de nuevo encima de mí y me besó despacio.
-¿Te apetece que hagamos el amor?
Asentí con la cabeza y él me sonrió.
-Vale.
Hizo amago de incorporarse para coger un condón, pero yo lo retuve con una mano en su espalda.
-No. Aún no. Quédate. Quiero seguir besándote un poco más.
Se rió suavemente, apenas un jadeo, y asintió con la cabeza.
-Vale-repitió, y volvió a dejarme su boca al alcance de mis labios. No sé cuánto tiempo estuvimos así, sólo besándonos y acariciándonos: sólo sé que, milagrosamente, con ese casto contacto me parecía suficiente. Todo mi cuerpo era suyo para disfrutar, y le entregué mi entusiasmo envuelto en una tranquilidad que podría confundirse con pereza.
-¿Sabes una cosa que me encanta, Saab?
-¿Yo?-bromeé, y él se echó a reír.
-Aparte-hizo una pausa y me miró; me apartó el pelo de la cara para poder verme bien, y en sus ojos vi que me estudiaba como memorizándome, como si supiera que iba a tener que pintarme de memoria y quisiera clavar hasta el último de mis lunares-. Cuando nos estamos besando, y tú separas las piernas y me dejas meterme en ellas. Buf. Haces muchas cosas sexys, nena, pero ésa… me vuelve loco. Porque estoy seguro de que ni siquiera te das cuenta de que lo haces.
-Sí que me la doy. Lo que espero es que tú también te la des-respondí, riéndome y acariciándole la frente, apartándole unos mechones que le caían sobre los ojos-. Dios, eres tan guapo…-suspiré de nuevo, embelesada por la fuerza de sus músculos, la presión de su cuerpo sobre el mío y lo dulce que era aquella postura en la que teníamos en contacto la mayor parte posible de nuestros cuerpos.
No se me escapaba lo afortunada que era de que alguien así hubiera accedido a permitirme disfrutarlo, y siempre era muy consciente de que me habían hecho un regalo que yo aún no estaba segura del todo de merecerme, pero incluso cuando sabes que el sol saldrá cada mañana no deja de fascinarte la belleza de los amaneceres.
Y ahora estaba en uno de esos momentos en que me sobrepasaba la suerte que tenía. Cómo, de entre miles de millones de chicas, había sido yo la que había estado en el momento y lugar adecuados para que Alec le entregara su corazón; la encargada de protegerlo de todos los males y apreciarlo y venerarlo como se merecía.
No quería que esto acabara nunca. No quería que se marchara, acostumbrarme de nuevo a su ausencia y amargar los dulces recuerdos que tenía de él con una película de añoranza que no nos merecíamos ninguno de los dos.
Sus manos descendieron de nuevo por mi anatomía, como reforzando su posición a mi alrededor, encima de mí, entre mis piernas; como si él también fuera consciente de que cada segundo juntos contaba más de lo que lo habían hecho nunca, porque incluso cuando todavía nos quedaba más de un día para que se fuera, y en un día hubiera muchos segundos, ya no eran tantos minutos, y menos aún, horas. Así que cada uno de ellos era escaso, cada uno de ellos era una oportunidad que se nos escapaba de hacer esto eterno.
Una de sus manos ascendió de nuevo por mi costado, pero la otra permaneció en mi cintura, orientándome, haciéndome saber que él estaba preparado y que me esperaba con paciencia e impaciencia a la vez. La deslizó a un lado y a otro, su pulgar lanzando chispas por todo mi cuerpo.
Pero yo no quería encenderme. La luz que había dentro de mí era el faro en el que Alec encontraría un puerto seguro en el que esconderse, sí, pero también desde el que partir. Sabía que no estaba bien que lo retuviera conmigo, ni era tampoco inteligente, si había renunciado a un poco de mi cumpleaños a cambio de que pudiera estar más tiempo con su familia en compensación de lo que había pasado con Diana, pero no podía evitarlo. Tenerlo encima de mí era una sensación demasiado deliciosa para resistirse a ella, y yo no podía, no quería reconciliarme con la idea de que tarde o temprano tendría que decirle adiós.
Mejor que fuera tarde.
Así que no recogí un guante que otras veces ni siquiera había esperado a que me tirara, sino que se lo había quitado directamente del brazo. Me limité a quedarme debajo de él, a probar su boca, a saborear sus besos y recorrerle la cara, el cuello, el pelo y los hombros con las manos. Puede que para él no fuera justo poner el punto muerto, pero no podía avanzar más y tampoco quería retroceder.
Una parte de mí no quería que entrara en mi interior, porque cuando estuviera dentro de mí todo lo que compartíamos se estaría acabando, y no estaba preparada para que se acabara aún.
Todavía podía posponer nuestro final y reservármelo para mí.
Todavía podía ser mío y de nadie más.
Seguí besándole, y besándole, y besándole, deshaciéndome entre su boca como también me deshacía entre mis piernas. Alec continuó presionando mi cuerpo contra el colchón y no presionándome en absoluto, dejándome que fuera yo la que marcara el ritmo y trazara los límites. Me revolví debajo de él cuando noté que se me entumecían las piernas, pero ni por esas me permití que aquello fuera a más.
Me pregunté si, de haber empezado de manera distinta, si nuestra relación hubiera sido el paseo de timidez y descubrimientos que había sido la que había tenido con Hugo, habrían abundado las noches así. Si nos acostumbraríamos a sólo besarnos, si Alec me relacionaría con la paciencia y me convertiría en un ejercicio de la misma. Si, cuando finalmente yo estuviera preparada para pasar al siguiente nivel y tener sexo, él me habría sonreído con dulzura mientras por dentro suspiraba de alivio.
Supe que aquello no era un universo paralelo más que por lo distinto de nuestro inicio, porque ni siquiera necesitaba imaginarme a Alec comportándose así: ya estaba haciéndolo. Lo tenía delante, encima, a mi alrededor, siendo caballeroso a pesar de estar deseoso de poseerme; teniendo cuidado conmigo a pesar de que lo único que deseaba era romperme con él.
Doblé un poco las piernas y mi sexo se colocó en un ángulo nuevo pero dulce y, sobre todo, familiar con respecto a su sexo. Él se incorporó un poco para poder mirarme, sus ojos de chocolate como dos troncos de árbol que desafiaban a la tormenta y sobre los que podía construir mi hogar. Me apartó el pelo de la cara y me dio un casto beso en los labios más propio de una despedida en el pasillo que de una pregunta en la cama.
-¿Te basta con esto?-me preguntó, y yo me relamí los labios.
-¿A ti no?-repliqué. Le acaricié los brazos, y pude sentir bajo las yemas de mis dedos cómo se flexionaban sus músculos cuando volvió a colocarme la mano en la cintura.
-Nada de lo que me des será nunca suficiente-respondió mientras seguía con los dedos la raíz de mi pelo-. Pero sí. Me basta con todo lo que quieras darme.
Le rodeé la cintura con los brazos y paseé las manos por su espalda. Seguí el marco de sus músculos y me detuve en sus caderas.
-No es que no te tenga ganas-le dije en un susurro, pues lo último que quería era herir su orgullo. Alec apoyó una suave risa sobre mi mejilla.
-Lo sospechaba. La otra explicación posible era que te hubieras hecho pis encima, y ya eres un poco mayorcita para eso.
Esta vez fui yo la que se echó a reír, y le di un manotazo en la espalda.
-¿Cómo puedes pensar una cerdada así y seguir tan pancho?
-Nena, yo no paro de pensar cerdadas cuando estoy en la misma habitación que tú. Es mi estado mental estándar.
Me besó un poco más, se movió encima de mí. Me separó un poco las piernas con sus caderas, y yo le dejé hacer, porque sabía que no iríamos más allá sin que yo le dijera que estaba preparada. Sólo tenía que mantener la boquita cerrada, u ocupada. Y estaba bastante ocupada besándolo.
Dios, qué bien besaba. En momentos como ése era cuando más justificada encontraba su fama, y más me sorprendía que las chicas de Londres me dejaran salir a la calle sin arrojarme tomates. De todo el odio que había recibido en los últimos meses, sólo me parecería justificado el que me viniera dado por haber sacado a Alec de la circulación. Si hubiera estado con él y luego me lo hubieran arrancado de las manos me habría vuelto absolutamente loca en el peor sentido posible.
-Sólo dime… que no he hecho nada que te haya hecho cambiar de idea-me pidió después de más besos, incorporándose de nuevo para poder mirarme. Me convertí en un charquito a sus pies, y noté que me dolían las mejillas de tanto sonreír.
-No, mi amor. Claro que no. Eres perfecto. Eres tan bueno…-le rodeé la mejilla con la yema de los dedos y seguí las líneas de su mentón-. Es sólo que…
Me mordí el labio, preguntándome si debería decírselo o si me creería una egoísta.
-¿Qué?-me animó, frotando su nariz contra la mía. Es Alec, pensé. Es la persona con la que estoy más a salvo. Si alguien no me va a juzgar, es él.
-Te parecerá una tontería-carraspeé, y él entrecerró los ojos, pero no dijo nada. Se limitó a esperar a que yo organizara mis ideas-, pero… no puedo dejar de pensar en que… si lo hacemos… será como si estuviéramos empezando a despedirnos. Y quiero hacerlo. No porque suponga despedirnos, por supuesto, sino porque… sabes lo muchísimo que me gustas, las ganas que te tengo. Me encanta estar contigo y me encanta disfrutar contigo, y… todo lo que me haces sentir. Y supongo que es una tontería porque le has pedido más tiempo a Valeria para poder estar con tu familia, pero me he dado cuenta de que si empezamos… se terminará. Y tendremos que salir de mi cama, y de mi habitación, y tendré que compartirte con Annie y los demás. Y, la verdad, no me apetece mucho. Es egoísta, lo sé. Pero no me apetece.
Al se hundió en mi mirada, penetrándome hasta lo más profundo, llegando a rincones en los que ni yo misma me atrevía a aventurarme.
-No es egoísta. Y no tienes por qué compartirme. Soy tuyo, Saab. Tuyo, y de nadie más. Y si lo que te apetece es que nos quedemos en la cama todo el día… en casa lo entenderán.
-Pero Annie…
-Mi madre lleva sabiendo que yo iba a tener que elegir desde que nací, y lo aceptó hace mucho tiempo. Lo que no creí es que no lo hubieras aceptado tú-dijo, sonriéndome y pellizcándome el mentón-, así que, por si no te ha quedado claro: te elijo a ti.
Tomé aire y lo solté despacio. Ya sabía que me elegía a mí, y que llevaba haciéndolo un año, pero oírselo decir reconfiguró algo dentro de mí. Fue como si cambiara la composición de mis moléculas.
-¿A pesar de que no te lo pongo fácil?-pregunté con la voz rota, y me dolió la fragilidad que había en esas palabras y en el tono en el que las pronuncié. Porque puede que no me estuviera resistiendo a arreglar las cosas con papá y mamá por lealtad a Alec.
Puede que una parte de mí creyera que aquello ya no tenía solución, que nada en mi vida tenía arreglo.
Alec sonrió.
-Saab-suspiró, apoyando su frente sobre la mía-, tú me lo pones más fácil que respirar.
Se me rompió un poco el corazón, pero lejos de ser por tristeza, fue para poder albergar todo el amor que sentía por Al, y que me inundó en aquel momento concentrándose dentro de mí con la energía de un agujero negro.
Me incorporé para besarlo, tiré de él hacia mí, lo pegué contra mi pecho y uní nuestras bocas mientras, lentamente, iba reuniendo dentro de mí el valor para separar las piernas y empezar a decirle adiós. Él no sabía lo que le tenía preparado, y era mejor así, pues podría disfrutar más de las sorpresas, pero yo sabía que nos esperaba un día en el que tardaríamos en estar solos, y sólo la noche nos daría la intimidad que tanto valorábamos.
Nos quedaban un par de oportunidades de hacer el amor, puede que tres.
Y en ese momento decidí que quería aprovechar todas y cada una de ellas por melancólicas que me resultaran.
Estiré el brazo en busca de la caja de preservativos, y cuando le tendí uno a Alec se confirmaron todas mis sospechas de que había elegido bien y de la suerte que tenía por haberme quedado con el mejor chico de todos los tiempos, porque lo miró y, a pesar de que tenía una erección tan intensa que incluso debía de dolerle, me miró a los ojos y me preguntó:
-¿Estás segura?
-Quiero hacer el amor contigo. Te deseo, Al-le susurré al oído esto último. Le mordí el lóbulo de la oreja y me acomodé debajo de él, admirando la fuerza de sus músculos y lo perfecto de sus proporciones cuando se puso de rodillas entre mis muslos para colocarse el condón. Apretó la mandíbula, sin duda agradeciendo la presión de sus dedos en su miembro, y cuando se tumbó de nuevo encima de mí, lo hizo con la misma delicadeza con la que entró en mi interior y me hizo redescubrir el paraíso que había entre mis piernas.
Fue precioso. Delicado, cargado de amor, intenso y tranquilo. Era exactamente como habría deseado que fuera mi primera vez, como la sueña cualquier chica.
Incluso terminamos a la vez, lo cual era una señal. Hasta empezando a despedirnos íbamos sincronizados. Para cuando terminamos, sudorosos y cansados, me sentía mucho más feliz de lo que lo había estado en meses.
Alec no quiso separarse de mí ni tampoco salir de mi interior, pero como sabía que podría aplastarme, me abrazó para sujetarme contra él mientras rodaba por mi cama hasta quedar tumbado sobre su espalda conmigo encima.
Me acarició la espalda con una sonrisa distraída que era reflejo de la que yo tenía en los labios, y me besó la cabeza. Cuando subí la vista para encontrarme con su mirada y apoyé la barbilla sobre su pecho, esbozando una sonrisa tímida que no tenía nada que envidiar a la primavera que se despertaba en mi interior, él ronroneó:
-Mi preciosa esposita.
Solté una risita y le besé el esternón.
-Hubby-repliqué, y la risa que soltó, masculina y divina, fue suficiente para deshacerme. Continuó acariciándome la espalda, distraído, mientras nuestras respiraciones acompasadas marcaban el paso del tiempo. Tomó aire profundamente y lo soltó luego despacio, haciéndome surfear sobre mi ola preferida en el mundo, irrepetible a pesar de que era exactamente igual a las demás sobre las que me dormía cuando terminábamos de acostarnos.
Todo era genial, y me sentía tan bien… el estrés que me había producido organizar todo lo de los últimos días de Alec en Inglaterra se había diluido en mi torrente sanguíneo ahora que podía saborear en mis carnes lo bien que se sentía Al cuando tenía todo lo que necesitaba.
Era como un duro entrenamiento de cuyas agujetas te olvidabas en cuanto te subías a lo más alto del podio olímpico.
Alec capturó un mechón de mi pelo entre sus dedos y se lo llevó a la boca, dándole un beso al confín de mis rizos.
-Entonces, ¿qué te apetece hacer?-preguntó, y yo levanté la vista y lo miré. Apoyé la barbilla sobre su pecho y me acurruqué encima de él, sabiendo que incluso aunque hubiera aumentado de peso, él estaba más cómodo que en ningún otro lugar cuando me tenía tumbada encima de él-. ¿Quieres que nos quedemos?-alzó una ceja, sugerente, y se pasó una mano por detrás de la cabeza. Me reí, lo cual tuvo un efecto curioso en nuestra unión, en la que ya notaba que su sexo se despertaba y se preparaba para un segundo asalto, en el hipotético y afortunado caso de que yo se lo pidiera.
-Sólo un poquito más-acepté, aunque el sexo estaba ya fuera de la mesa. Me había relajado lo suficiente como para guiarme de nuevo por mi conciencia y no por mis miedos, y aunque lo echaría mucho de menos, en el fondo sabía que todo lo que hiciéramos ahora no podría compensar su ausencia. Y no era culpa de Alec, sino del mundo entero, por no haberme hecho su siamesa-. Ahora que ya he conseguido lo que quiero… estoy dispuesta a compartirte con Annie-le guiñé el ojo y él se echó a reír de nuevo. Su mano se deslizó por mi espalda, deteniéndose justo en la zona de mis lumbares y enviando una oleada de calor a mi entrepierna, una a la que nunca esperaba terminar de acostumbrarme.
-Ya me parecía a mí que me estabas usando para desquitarte…
-¿De qué?
-De lo enfadada que estás conmigo porque voy a dejarte sola. Siempre me follas mejor cuando estás un pelín enfadada.
Me eché a reír y negué con la cabeza.
-¿Tan mal lo he hecho entonces?
-Mm, déjame que piense… puede que necesite un segundo asalto, sólo para asegurarme-ronroneó, doblando una pierna y separando las mías-. ¿Quieres?
-Tenemos un millón de cosas que hacer-le recordé, apartándome el pelo del hombro y dándole una palmadita en el pecho.
-¿Alguna de ellas es follar?
-Me temo que no.
-Mm-murmuró, pensativo, acomodando sus caderas debajo de mí-. ¿Y no has dejado tiempo libre en nuestra apretadísima agenda?-pidió, y yo me eché a reír y negué con la cabeza. Le di otra palmadita y salí de la cama para su gran ofensa, y le ofendí todavía más cuando me envolví en una de las mantas.
Alec suspiró y se me quedó mirando mientras me enrollaba a conciencia y me sacaba el pelo de vestido improvisado. Me preguntó si podía usar mi móvil para mirar su correo y comprobar que ya le hubieran enviado el billete de avión, a lo que le respondí que no había problema, siempre y cuando no entrara en Telegram.
-¿Por? ¿Qué hay en Telegram?-inquirió, levantándose-. ¿Nudes?
-Estás obsesionado-me reí.
-Cualquiera diría que no te has mirado nunca al espejo estando desnuda-gruñó, dándose la vuelta y tumbándose sobre el vientre mientras estiraba la mano hacia mi teléfono-. Si en algo podría estar de acuerdo con Hugo es en que tienes unas tetas impresionantes.
-Cómo te gusta restregarle a Hugo que ahora estoy contigo y no con él, ¿eh?
-Cambiaría todos mis trofeos y medallas de boxeo por poder meterme en tu cama.
-Suerte que no te los he pedido; con lo que te gustan…
Se echó a reír.
-Fijo que, en el fondo, te da mucho morbo follarte a un boxeador.
-Me da más morbo follarme a un gilipollas. He descubierto que algunos lo sois porque os lo podéis permitir.
Sonrió.
-Zorra-replicó, y yo me eché a reír y salí de la habitación. La casa ya estaba iluminada por la acción del sol, así que no tuve que tantear en busca de las luces o de esquivar muebles fantasma que parecían salir de fiesta de noche. Escuché los ruidos de mis padres preparándose el desayuno en el piso de abajo, y traté de ignorar el tirón que sentí en el estómago al pensar que puede que no estuvieran preparando nada para nosotros por el encontronazo que habían tenido de noche con Alec. Apenas había entendido nada de lo que decían, pero el tono de sus voces y la forma agresiva en que se habían movido por la casa, acompañados de la tensión que manaba de Alec cuando volvió a mi habitación rellenó todos los huecos que el sueño y las puertas habían vaciado.
Cuando volví a mi habitación me encontré a Alec en la misma postura, leyendo la pantalla de mi móvil con el ceño fruncido. Me senté a su lado y, mientras me desenvolvía la manta de alrededor, eché un vistazo al correo que estaba leyendo, demasiado largo para referirse exclusivamente a los billetes de avión cambiados y las cuestiones de logística que implicaba que Alec cambiara su día de vuelta.
-¿Va todo bien?-pregunté, pasando un pierna por encima de Alec y tumbándome a su espalda, de forma que pudiera leer tranquilamente mi móvil. Sin embargo, no le gustó la postura, pues se dio la vuelta para mirarme.
-Sí-se frotó los ojos-. Nada, es sólo que Valeria ha estado consultando lo de si puedo compensar el quedarme unos días más aumentando el tiempo de trabajo, pero le han dicho que no. Aparentemente ya nos tienen al límite de lo que permite no sé qué convención de las Naciones Unidas sobre el voluntariado-hizo una mueca y sacudió la cabeza, riéndose con cinismo-. En fin, supongo que no tengo derecho a decepcionarme, ¿no?
-Bueno, ya lo sabíamos, pero la esperanza es lo último que se pierde-contesté, encogiéndome de hombros y acurrucándome a su lado. Me aparté el pelo de la cara y apoyé la cabeza sobre su brazo-. ¿Te arrepientes?
-¿De estar aquí, contigo? Ni de broma-respondió, rodeándome el cuerpo con su brazo y atrayéndome más a él-. Pero me jode, ¿sabes? Me jode porque nos hacen pagar una burrada de pasta para trabajar y luego son súper inflexibles. No son nada generosos con nosotros a pesar de que estamos haciendo algo completamente altruista.
-El mundo no es justo a veces, Al-le dije, depositando un suave beso en su costado.
-Lo sé. Pero me jode cuando es justo para perjudicarme y no para beneficiarme-me dio un ligero apretón y me devolvió el beso sobre la cabeza. Suspiré y le rodeé la cintura, decidiendo que no me importaría quedarme a vivir en el calorcito que desprendía su cuerpo.
Mi teléfono vibró sobre su pecho y me enseñó la pantalla sin hacer el más mínimo gesto de echar un vistazo sobre él. Sonreí y lo recogí, aunque tenía un mensaje de mi madre avisándome de que pronto se iría a hacer la compra con papá y que era el momento de decírselo si necesitaba algo.
-Dile que cambie la actitud de mierda que están teniendo contigo-me instó Alec cuando le leí el mensaje en voz alta. Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza.
-Lo están intentando-contesté, tecleando que no necesitaba nada.
-Me da igual que lo intenten, Sabrae-contestó, incorporándose hasta quedar apoyado sobre su codo-. Son tus padres y no tienen que “intentarlo”, tienen que hacerlo.
Dejé caer el móvil sobre mi vientre y lo miré.
-Todo está siendo muy complicado, y ellos se están esforzando. Para mí es suficiente, al menos de momento. ¿Por qué para ti no?
-Porque para ti no era suficiente con que yo me esforzara por curarme. Querías que me curara, y punto. Así que éste soy yo devolviéndote el favor.
-No era ningún favor que pretendiera cobrarme más adelante, y esto no tiene nada que ver con lo que te pasaba. Cuando yo me enfadaba contigo e intentaba convencerte para que te lo tomaras más en serio era porque ni siquiera lo estabas intentando, pero en cuanto empezaste a intentarlo yo dejé de enfadarme, ¿recuerdas?-torció la boca y se dejó caer sobre la cama, no muy convencido pero sin ganas de discutir. Ahora fui yo la que se incorporó y se apoyó en el colchón para poder mirarlo desde arriba-. ¿Qué pasa?-inquirí.
-Creo que eres demasiado benevolente con ellos. Más de lo que ellos lo son contigo, eso desde luego.
Me quedé callada y quieta un momento, digiriendo sus palabras. ¿Tenía razón? ¿Les defendía porque creía que se lo merecían, o porque creía que yo me merecía que me trataran como lo hacían? Sinceramente, no lo sabía, pero tampoco podía quitarme de encima la incómoda sensación de que era yo la que estaba poniendo palos en las ruedas para no tener que avanzar y mantener conversaciones incómodas y dolorosas que no podría desgranar con la persona que más me importaba. Y me dolía descubrir también que la confianza que había tenido siempre en mis padres estaba gravemente dañada y con más profundidad de la que creía, porque a hace un año jamás se me habría ocurrido pensar que había algo que no podía comentar con mis padres sin confiar en que ellos tendrían mis mejores intereses en mente. Y ahora aquí estábamos.
Habían cambiado tantas cosas que ya no sabía qué pensar, ni qué sentir. Algo dentro de mí me decía que papá y mamá estaban haciendo lo posible por acercarse a mí, pero ya no sabía si era mi parte más objetiva, o la que más desesperada estaba en volver a encajar en algo.
Si es que había encajado alguna vez.
Alec, en cambio, lo veía todo desde fuera. Él era mi objetividad ahora que yo la había perdido, y yo era su máxima prioridad ahora. Había accedido a quedarse sin rechistar ni plantearse siquiera si era lo que verdaderamente deseaba, y cuando por fin se había parado a pensar en que Nechisar era algo que le apetecía hacer, estaba dispuesto a renunciar a ello simplemente porque yo se lo había pedido.
Claro que… Alec no estaba ahí en las sesiones de terapia. Tenía una opinión preconcebida de lo que mis padres estaban haciendo basándose en todo lo que había pasado antes de que se fuera la última vez. Yo le había dicho que habíamos hecho avances, pero también le había reconocido que las cosas aún no estaban bien. Además, que él fuera objetivo con todo a mi alrededor no quería decir que lo fuera conmigo. La confianza ciega que tenía en mí me hacía estar segura de que él no pestañearía si de repente me encontraba sobre la cima de una pirámide de cadáveres y con un cuchillo ensangrentado en las manos. Seguro que sólo me miraría y diría “algo habrían hecho”.
Pero, ¿y si no habían hecho nada? ¿Y si todo esto era un enorme malentendido?
¿Y si la culpa, en realidad, sí que era mía? ¿Y si mis padres se habían dado cuenta y se habían acercado a mí todo lo que habían podido sin señalarme con el dedo, porque entonces yo me cerraría en banda y me negaría a reconocer las cosas que había hecho mal?
-Lo están intentando, Al-respondí, y él soltó una risita amarga-. Es la verdad. Lo están haciendo. Esto no es fácil… por lo que estamos pasando, quiero decir. Y me están dando espacio.
-Espacio es precisamente lo que no necesitas. Espacio es justo lo que te sobra, Sabrae. Ya lo tienes conmigo, lo tienes con tu hermano… ¿también tienes que tenerlo con tus padres?
-Escucha: entiendo que te frustre, porque yo estaría en la misma situación que tú si las tornas estuvieran cambiadas. Pero tienes que confiar en mí…
-Ya confío en ti. Ciegamente. Es de ellos de quienes no me fío-contestó, pasándose una mano por el pelo e incorporándose también-. Ya sé que yo no estoy aquí y no tengo la imagen completa, pero lo poco que he visto no me está molando una mierda.
-¿Qué has visto?
Suspiró.
-No parecen ellos. Son… una versión de mierda de quienes yo siempre creí que eran. No dan pie con bola, no paran de cagarla…
-Tienen muchas cosas en la cabeza.
-Seguro que tu madre no ha perdido aún ningún juicio y tu padre no ha hecho una canción mala-respondió-, ¿verdad? Entonces, ¿por qué sí pueden fallaros a vosotros?
-No estás siendo justo con ellos, Al.
-¿Por qué los defiendes? Ellos no te están defendiendo a ti.
-¡Sí que lo hacen!-protesté, y noté que se me llenaban los ojos de lágrimas. Tenía un nudo en la garganta contra el que me era difícil luchar, pero tenía que hacerlo. No podía ponerme a llorar delante de Alec, o pensaría que todo estaba peor de lo que en realidad estaba y no se marcharía, que era lo que tenía que hacer.
Alec se quedó callado, esperando a que me tranquilizara, o por lo menos en absoluto dispuesto a presionarme y que yo me pusiera peor. Ésta era otra de las cosas que me encantaba de él: puede que fuera terco como una mula y que detestara dar su brazo a torcer, y que nuestras discusiones fueran épicas cuando los dos nos enzarzábamos; pero, a la hora de la verdad, él me cubría las espaldas y no me causaba más dolor del que yo ya tenía dentro.
-Sí que lo hacen-repetí cuando pude ocuparme del nudo en mi garganta, aunque de las lágrimas no fue tan fácil. Y eso que él me tendió un pañuelo de la mesita de noche, que me presioné contra las comisuras de los ojos. Él esperó, y esperó, y esperó. Me acarició la cintura por debajo de las sábanas, sus dedos leyendo en mi piel lo que mi voz no podía decirle: que estaba asustada, que esto era lo único que me quedaba, que no podía ser objetiva si eso suponía aceptar que él tenía razón y que mis padres podían hacerlo mucho mejor con la situación que tenían-. Pero yo no… ellos… tienen muchas cosas en las que pensar. Están con lo de Scott…
-Me importa una puta mierda Scott-respondió con firmeza, aunque había también dulzura en su voz-. Sabes lo importante que es para mí y lo mucho que quiero a tu hermano, pero que tengan mucho de lo que ocuparse con él no les da derecho a desatenderte. Tú deberías ser también una prioridad.
-Scott está peor que yo, Alec-gemí.
-¿En qué sentido?
-¡En que podría morirse!-estallé. Era la primera vez que lo reconocía en voz alta, pero la sombra de la mortalidad de mi hermano llevaba planeando sobre nuestras cabezas desde que Diana había tenido su primera sobredosis en Nueva York. Ella era con diferencia la que peor estaba de los cinco, pero si nuestros padres estaban esforzándose tanto en hacerse con el control de la banda era porque sabían que era cuestión de tiempo que los demás cayeran en manos de las drogas. Iban a exigirles lo mismo, sino más, que lo que le habían exigido a One Direction. No podíamos permitirnos pensar en otra cosa. Yo no podía empezar a dar problemas justo ahora.
Y así se lo dije a Alec, que me escuchó con atención mientras exponía los motivos por el que a mí no me molestaba que mis padres no me estuvieran priorizando ahora, a pesar de que fuera el momento en el que más les necesitaba. Simplemente había elegido mal el momento, y no les guardaba ningún rencor por ello.
-Yo sí-sentenció Alec-. Porque no deberías estar preocupada por elegir en qué momento puedes estar mal. Simplemente lo estás, y punto. Y detesto ser yo quien te lo diga, Saab, pero nadie que esté en su casa debería preocuparse por si molesta o no.
Aquello me sentó como un puñetazo en el estómago; me dejó sin aliento y sentí que se me paraba el corazón. Me subió el calor a las mejillas y la cabeza empezó a darme vueltas.
Y entonces algo dentro de mí hizo clic.
No me había dado cuenta hasta ahora precisamente porque lo que estaba haciendo era algo que llevaba haciendo desde que nací. O, no; no desde que nací. Desde que me adoptaron. No recordaba haber empezado en ningún momento, y si lo tenía tan interiorizado era porque lo había hecho desde el principio.
Yo era la mejor de mis hermanos. La que menos problemas daba. La que mejores notas sacaba, la que más ayudaba en casa, la más concienciada con todos los temas que nos afectaban y nos hacían daño: racismo, feminismo. Incluso me había informado sobre clasismo a pesar de que era una de las pocas opresiones que yo no sufría. Era una mujer negra, bisexual, musulmana y adoptada. Mi mera existencia era una declaración de intenciones, un desafío a toda la sociedad.
Una sociedad de la que mis padres tenían que protegerme y defenderme, de la que lo había hecho de forma impecable mientras yo crecía.
Y a cambio yo era absolutamente perfecta. Sí, vale, de vez en cuando protestaba y tenía opiniones muy firmes que no me importaba expresar a gritos si era necesario, pero eran las opiniones mayoritarias en mi casa, las opiniones que mis padres me habían inculcado: el dinero no define el valor de una persona, pero sí las oportunidades de que disfruta en la vida, así que no debía ser clasista ni creerme por encima de los demás por no tener que esforzarme por cosas que ni siquiera estaban al alcance de muchos; al contrario, tenía que ser consciente de que era una privilegiada por todo lo que tenía y por las facilidades que podían darme.
El mundo entero trataría de convencerme de que mi tono de piel no era el correcto, y tendría que ser dos, cuatro, ocho veces mejor que una persona menos preparada que yo para obtener los mismos resultados; pero no pasa nada, debía estar cómoda siendo más exigente conmigo misma y debía ver las pruebas del mundo como oportunidades.
Mi religión no se alineaba con la mayoritaria en el país, así que debía acostumbrarme a no tener representación, a que mis fiestas no coincidieran con las vacaciones festivas. Pero, lejos de sentirme fuera de lugar, tenía que ver aquello como la oportunidad que no muchos tenían de crecer a caballo entre dos culturas, de enriquecer aún más mi alma.
Mi orientación sexual siempre iba a ser un fetiche para los hombres, pero eso no debía impedirme amar a quien quisiera. Como mujer, tenía miles de métodos a mi disposición para tener hijos independientemente del sexo de mi pareja, cosa que no podían decir los hombres. Que fuera bisexual significaba que tenía el doble de posibilidades de encontrar a mi alma gemela, y también el doble de amor que repartir dentro de mí. E, incluso si al final me quedaba con un hombre, eso no significaba que perteneciera menos al colectivo de lo hacían las parejas homosexuales. Tenía derecho a existir y amar a quien quisiera sin tener que justificarme ni renunciar a una bandera hecha con mi color favorito y los dos que lo obtenían.
Había nacido mujer, lo que significaba que cada una de mis respiraciones era un acto combativo en esta sociedad patriarcal. No debía tener miedo de alzar la voz ni de denunciar las injusticias; mi voz tenía que ser firme para exigir lo que me pertenecía por derecho, y si me pasaba algo, tenía que confiar en que había todo un género detrás de mí, protegiéndome y cuidándome. Tendría que ser diez veces mejor que los hombres mediocres que otros hombres mediocres pondrían por encima de mí para obtener la mitad que ellos, y, al contrario que con el racismo, no tenía por qué sonreír mientras iba rompiendo techos de cristal. Había hueco de sobra para mí en la cima si era capaz de escalar hasta ella, y mis padres, mi madre, se había asegurado de que confiara en la fuerza de mis piernas y en mis capacidades.
Papá siempre había hecho un hueco en su agenda para mí, para sentarme en su regazo y enseñarme a dibujar y cantar. Porque lo que daban por sentado que a Scott, Shasha y Duna les saldría natural si tenía que ser, a mí podía faltarme. El talento es una buena ventaja, pero la disciplina te lleva más lejos, y papá se había asegurado de disciplinar mi voz, mis manos y mis oídos para que pudiera ser, si quería, incluso mejor que Scott. Incluso mejor que él.
Mamá me había educado para que fuera fuerte, independiente y culta; había cultivado mi inteligencia desde pequeñita, asegurándome que lo más importante que podía ser una mujer era lista, pues la belleza es un arma de doble filo que puede liberarte pero también enjaularte. La inteligencia, en cambio sólo te libera.
Sé lista. Sé fuerte. Ten seguridad en ti misma. Canta bien. Escucha. Estudia. Ayuda a tus hermanas. Recuerda la suerte que tienes. Eres una Malik. Eres una Malik. Eres una Malik.
Llevaban repitiéndomelo sin decírmelo toda la vida… igual que cuando intentas convencer a un niño de que no va a sentir una inyección.
Como si no fuera verdad. Como si a base de repetirlo lo fueran a convertir en verdad.
Doblé las piernas hasta quedar encogida sobre mí misma, rodeándomelas con los brazos hasta casi desaparecer.
-¿Saab?-preguntó con un hilo de voz, estirando una mano en mi dirección para tocarme el brazo-. ¿Estás bien?
Mi contestación fue sorber por la nariz y negar con la cabeza.
-No podía fallar-dije con un hilo de voz, y él frunció el ceño.
-¿A qué te refieres?
-No les conté que me habías puesto los cuernos-expliqué, girándome y mirándolo-, porque no podía fallar. Creo que sólo… creo que sólo he podido hablar de mi adopción contigo porque tú eras el único que no sentía que tuviera unas expectativas puestas sobre mí-sus ojos brillaron con tristeza-. Creo que siempre he sentido la presión sobre mí para estar agradecida, para no dar problemas…
-Saab…-susurró Alec en voz baja, acariciándome el brazo, y yo negué con la cabeza.
-Nunca he tenido la presión sobre mí, o por lo menos yo no la he notado hasta ahora, pero… soy la mejor de mis hermanos. La que menos problemas da. ¿Y si es porque siento que tengo que ser buena?-le pregunté, angustiada-. ¿Y si es porque me daba miedo que, si no lo era, ellos me devolv…?-empecé, y se me quebró la voz cuando por fin me permití echarme a llorar. Esto ya no tenía nada que ver con Alec.
Tenía todo que ver con las pesadillas en las que yo volvía a estar en el capazo y la puerta, esta vez, no se abría. Todos mis miedos habían girado en torno a una sola cosa antes de conocer de verdad a Alec, y era perder a mi familia. Pero no perderlos como los pierdes en un accidente de coche o por el tiempo que pasa y va separando a las personas, sino… porque nunca llegaba a tenerlos.
-Mi amor-gimió Alec, sorbiendo por la nariz mientras me acunaba contra su pecho-, nadie te va a devolver. Nadie.
-Siempre he dado la talla. Siempre he sido el ejemplo. Yo no podía… escoger… un novio… que me pusiera los cuernos… y, encima… per… perdonarlo. Sería indigno. No sería propio de mí.
-Pues claro que sería propio de ti. Podrías hacer lo que quisieras-me tomó de la mandíbula y me hizo mirarlo-. ¿Me oyes, Saab? Eres libre. Lo eres para ser perfecta y genial como eres, o totalmente promedio e irrelevante. Tú decides. No les debes ningún tipo de perfección a tus padres. Debería ser más bien al revés.
Me lo quedé mirando, aún deshecha en lágrimas pero un poco más tranquila después de descubrir qué era lo que realmente me pasaba. Fue como tener el diagnóstico complicado de una enfermedad fantasma cuyos síntomas dejaban confusos a los médicos; por mucho que lo que tenía fuera grave, al menos ya tenía un nombre; no se puede combatir contra algo anónimo, pero hasta un dragón tiene la debilidad de que puedes invocarlo para desafiarlo.
Alec me limpió las lágrimas y me dio un beso en la frente mientras el paso de sus pulgares por mis mejillas todavía estaba caliente. Y, cuando yo me tranquilicé un poco, noté que él empezaba a enfadarse.
-No deberían haber hecho que te sintieras así.
Lo miré desde abajo, sintiéndome pequeñita e impotente. No quería seguir hablando de esto y seguir al borde de las lágrimas constantemente, porque eso supondría fastidiar los últimos momentos que tendría con Alec antes de separarme de él durante meses, pero no las tenía todas conmigo de que él pudiera parar justo ahora que por fin habíamos dado con la explicación de por qué todo se había ido a la mierda en agosto.
-No te preocupes.
-¿Que no me preocupe?-repitió él, molesto, y yo me aferré a su pecho.
-Al, de verdad… no quiero hablar más de esto-le pedí, y él se quedó quieto un momento, como digiriendo mis palabras-. No quiero que esto se siga interponiendo entre nosotros. Vas a irte, y yo te voy a echar muchísimo de menos, y no quiero pasarme las próximas semanas pensando en cómo hemos desperdiciado nuestros últimos días juntos este año hablando sobre lo mal que lo están haciendo mis padres conmigo.
-Pero…
-Sol, te estoy pidiendo que lo dejes estar-dije, apartándome un poco para poder mirarlo a los ojos. Le puse una mano en la mejilla y él suspiró y cerró los ojos-. Hazlo por mí, ¿quieres?
Cuando los abrió, tenía en ellos la dulce calma propia de la sumisión, de quien estaría dispuesto a luchar a muerte por lo que cree y por quien quiere pero que tira la toalla porque se lo pide la persona indicada. Era la típica mirada noble de una bestia poderosa que, en las manos adecuadas, se convierte en una mansa mascota.
-Mi león dorado-murmuré, inclinándome y besándolo en los labios, tapando con una tirita mi corazón partido en dos-, siempre defendiéndome.
Alec rió por lo bajo y negó con la cabeza.
-Espero que sepas que no voy a morderme la lengua si tus padres siguen provocándome.
-Tampoco quiero que lo hagas-contesté, jugueteando con su pelo-. Tú también eres libre, así que puedes defenderte todo lo que quieras.
-Me da igual lo que digan de mí. En cambio, lo que digan de ti…
Sorbí por la nariz y me aparté el pelo de la cara, echándomelo hacia atrás en un gesto que le había visto hacer un millón de veces. Supongo que así es como se construye la personalidad humana: coges microgestos de las personas a las que más quieres y con las que pasas más tiempo y, sin darte cuenta, les expresas tu amor convirtiéndote en un collage de lo que ellos hacen o dicen.
Necesitaba distraerme con lo que fuera para no pensar en cuánto de mi collage había sido deliberado y cuánto me había alejado de mi destino para considerarme merecedora de amor, reacia a guardar luto por una chica a la que ya no sería capaz de alcanzar… y a la que tampoco estaba segura del todo de querer seguir.
-Seguro que tú eres muy paciente con mis padres-ronroneé, pasándole las manos por los hombros y entrelazándolas tras su nuca.
-Más de lo que se merecen, desde luego.
-Prométeme que no vas a buscar más camorra-le coloqué las manos sobre el pecho y él arqueó una ceja.
-¿Más?-repitió.
-No sé quién empezó ayer la pelea, pero no quiero que se repita. Así que, si nos volvemos a cruzar con mis padres, prométeme que serás paciente. Por mí-le pedí cuando apartó la vista y apretó la mandíbula. Le cogí del mentón y le hice mirarme-. Al, lo digo en serio. No más peleas.
-Sí, mamá-baló, poniendo los ojos en blanco y apartándome un mechón de pelo de la cara. Siguió la línea de mi mandíbula y se quedó mirando el aire entre nosotros, donde mis pechos apenas rozaban el suyo. Se relamió los labios y se giró para mirar el reloj-. Puede que sea hora de ir pensando en desayunar, ¿no?
-No tengo hambre-respondí, aunque la realidad era bien distinta. Aunque lo hubiéramos hecho despacio, la última sesión de sexo que habíamos tenido me había consumido bastante energía; y eso, sumado a la revelación que acababa de tener, me había dejado bajo mínimos. Lo cierto es que me preocupaba cómo podría reaccionar si me cruzaba con mis padres ahora que sabía por qué me había estado comportando así últimamente. Una mezcla de vergüenza y dolor se había apoderado de mí, y no me apetecía exhibirla frente a ellos, que precisamente eran sus causantes.
-Y voy yo y me lo creo. Venga-me dio una palmada en el culo antes de dejarme encima del colchón-, voy a prepararte algo de desayunar mientras tú atiendes el móvil. Te han llegado como un millón de notificaciones mientras leía mi correo electrónico, ¡pareces la presidenta de alguna empresa que cotiza en bolsa!
-No las habrás leído-espeté con un tono de alarma que me podría haber delatado si Alec no estuviera distraído tomándome el pelo.
-Tranqui. Sólo he podido dejar por mensaje a tres de tus amantes. A los otros cuatro no me ha dado tiempo.
-¿Siete?-me reí-. Estoy demasiado ocupada como para estar con siete chicos a la vez.
-Quiero pensar que harían falta siete tíos para que tú no notaras mi ausencia-respondió, burlón, poniéndose los calzoncillos y yendo hacia la puerta.
-Alec-balé, y él se dio la vuelta-. Acabas de prometerme que no ibas a buscar camorra.
-Y no busco camorra-contestó, abriendo los brazos y manteniendo los codos pegados a su costado-, sólo marco territorio. Antes esto te gustaba. ¿No te gusta cuando me pongo en plan machito alfa posesivo?-inquirió.
-Sí, pero me gusta más cuando haces otras cosas…-lo recorrí con la mirada y me mordí la uña del dedo índice conteniendo una sonrisa. Aunque su actitud sólo iba a causarnos problemas, lo cierto es que sí que me resultaba increíblemente atractivo cuando se ponía en modo chulito. Y si recordaba lo cuidadoso que había sido conmigo, la fiereza con la que me había defendido y su determinación a que no me sintiera mal, bueno… digamos que nadie podría juzgarme por querer celebrar lo increíble que era mi novio acostándome con él-. ¿No hay algo que te apetezca más que joder a mis padres? ¿Alguien…-pregunté, apartando las sábanas con las piernas y doblando una rodilla, de modo que tuviera una vista perfecta del hueco entre mis piernas-, a quien te apetezca joder más que a mis padres?
Alec se mordió el labio, mirándome el sexo, y se pasó una mano por la mandíbula mientras se relamía.
-Siempre sabes qué decirme, nena-se rió. Cuando se puso unos pantalones (desistí de pedirle que se pusiera una camiseta, porque ni quería que lo hiciera y sabía que no me haría ni caso), pude comprobar que tenía, de nuevo, una erección.
En cuanto cerró la puerta me abalancé sobre mi móvil para comprobar las conversaciones que tenía pendientes, asegurarme de que no había descubierto su sorpresa, y, de paso, mantenerme entretenida y no pensar en las implicaciones de la conclusión a la que había llegado en brazos de Alec. Cerré sesión en su correo electrónico tras enviarme a mí misma su billete de avión por si acaso lo necesitaba y repasé la bandeja de entrada de mi correo en busca de las últimas confirmaciones que me faltaban para lo de esa noche. Por desgracia, sólo me había llegado una nueva, pero al menos era el vestido, con una confirmación de la hora a la que lo entregarían en casa de Karlie.
Intenté deshacer el nudo que tenía en el estómago respondiendo a mensajes de los amigos de Al, que desde que había cogido el móvil me habían escrito como un millón de mensajes. Me dije a mí misma que mi recién descubierta necesidad por agradar a todo el mundo y dar la talla no tenía nada que ver con cómo me estaba obsesionando por tener controlado hasta el más mínimo detalle de los últimos días de Alec en casa, y más con que él era importante para mí y quería que lo pasara lo mejor posible. Tecleé a toda velocidad respuestas breves y concisas que, esperaba, Bey pudiera traducir para mí al resto del grupo. Desde que Alec se había marchado y me había apoyado más en sus amigos, entendía cada vez mejor qué era lo que Alec había visto en Bey para que le gustara tanto: era tan inteligente que le bastaba con cualquier pequeño retazo de una idea que tuvieras para comprenderte a la perfección a partir de ahí, pero a la vez era paciente y te dejaba espacio cuando querías expresarte por ti misma pero no encontrabas las palabras. Quería pensar que era un poco como yo, y que ambas nos parecíamos lo bastante como para decir que Alec tenía un patrón.
Un patrón en el que, aparentemente, le gustaban las chicas perfeccionistas que, a veces, se imponían unas expectativas excesivas a sí mismas. Sólo esperaba que Bey fuera un poco más paciente consigo misma y se comprendiera mejor de lo que lo hacía yo, visto lo visto, y que jamás le pasara lo que le había pasado a mí.
Sin poder evitarlo entré en la conversación con mamá, que se había conectado hacía apenas dos minutos, puede que comprobando los mensajes que mis hermanos le hubieran enviado diciéndole lo que necesitaban de su mañana de compras, y empecé a teclear.
Estando
con Alec me he dado cuenta de una cosa que ha hecho que me replantee todo lo
que estamos haciendo en terapia. Creo que
Borré
el mensaje sin enviarlo y probé de nuevo.Me
parece que ya sé por qué no os dije nada de lo de Alec cuando pasó y me da
todavía más vergüenza que lo que hice
De nuevo
borré el mensaje sin enviarlo. Me quedé mirando el cajetín en el que iría mi
mensaje y probé de nuevo en un impulso.¿Crees
que la vergüenza por haberte equivocado y permitir a otra persona cometer
errores es motivo suficiente para no ser sincera con las personas a las que
quieres? Porque creo que eso es lo que me llevó a hacer lo que hice en agosto y
necesito
Me limpié
una lágrima y eliminé el mensaje. Y, sabiendo que tampoco iba a enviar el siguiente,
pero necesitaba sacármelo de dentro, escribí:Ojalá
no me hubierais adoptado y fuera vuestra hija de verdad. Me sentiría mucho más
relajada en casa si tuviera la certeza de que he nacido para encajar.
Borré
de nuevo el mensaje y me quedé mirando la pantalla, esperando que la intuición
de mamá le hiciera sospechar que la necesitaba y viniera a salvarme, pero no
fue así. Mientras los minutos en gris que informaban del tiempo que hacía que
se había conectado por última vez iban subiendo, yo afinaba el oído para
escuchar sus pasos al otro lado de la pared, preparándome por si entraba y
adivinaba lo que me pasaba y encontraba una solución mágica que a mí se me
hubiera escapado hacía años, y que había estado siempre frente a mis narices.Sin embargo, lo único que escuché fueron los ruidos de Alec trasteando en la cocina. La curiosidad me suplicaba que me levantaba a ver qué hacía, pero un cansancio nuevo y desgraciadamente familiar, propio de cuando me había peleado con él y no me apetecía hacer nada más que esconderme en mi habitación; o cuando la relación con papá y mamá estaba en su punto más bajo y yo sólo me sentía segura en mi cama, se apoderó de mí y me recordó que el mundo exterior era frío y hostil, y que estaba mejor acurrucada entre mis mantas, en una cama que olía a Alec y, por tanto, a felicidad.
Así que me envolví en mis mantas y entré en la conversación con Alec, en el que el nuevo videomensaje que había recibido esta mañana y que le había despertado se repetía en silencio. Observé su sonrisa, su pelo revuelto, su pecho libre de cicatrices y con unos músculos diferentes, más tersos y regulares, y dejé que su carita me relajara mientras escuchaba al Alec de verdad hacer ruido en el piso inferior.
Sólo cuando oí el motor del coche alejándose me animé a tocar el icono del altavoz para que empezara a reproducirse con sonido, y, a pesar de lo nublado del día y de lo jodido de mis descubrimientos… descubrí que todavía podía ser feliz gracias a él.
-Hola, bombón-sonreía el Alec de hacía unos meses, el que estaba seguro de que estaríamos juntos por estas fechas pero que todavía no sabía que podía volver de entre los muertos por mí-. Primer día de lo que espero que sea el máximo periodo de tiempo que nos pasamos separados el resto de nuestras vidas. Hace un día precioso-me enseñó el amanecer-, pero podría serlo más si me hubiera despertado contigo. Claro que hoy tenemos clase, y tú todavía te estás haciendo la difícil, así que, bueno, digamos que mi absentismo escolar está cayendo en picado gracias a ti. Estarás orgullosa-puso un brazo en jarras y los dos nos reímos-. En fin. Todavía no sé qué te tendré preparado para estos días, pero espero que te lo hayas pasado genial, que te hayas reído mucho, que no te hayas puesto celosa de que haya tenido que hacerle caso a Mimi porque fuera su cumple, y que hayamos follado como conejos-sonrió, y yo volví a reírme y me tumbé boca arriba. La verdad es que no podía quejarme de cuánto lo estábamos haciendo, aunque ya llegaría el momento de echarlo de menos-. Joder, cada vez que pienso que voy a estar cinco meses sin verte me vuelvo loco, en serio. Espero que tú también, y que me hayas demostrado lo mucho que vas a echarme de menos la última noche. Y, también, ya que estamos, que me eches mucho de menos y…
Unos golpes en mi puerta desviaron mi atención de los mensajes. Se me aceleró el corazón creyendo que podían ser mis padres, pues todavía no sabía muy bien cómo afrontarlo: ¿debería hacerme la tonta y hablar con ellos cuando se fuera Alec, o ir de frente y que supieran cómo me sentía cuanto antes?
-¿Sí?
-Servicio de habitaciones-canturreó Alec al otro lado de la puerta, y yo puse los ojos en blanco.
-Pasa, bobo. ¿Por qué picas? Esta habitación es tan tuya como mía.
-Porque tengo educación, Sabrae, al contrario de lo que dicen de mí-alcé una ceja y suspiró-. Vale, también quería proteger el desayuno por si acaso te estabas tocando y yo tenía que saltarte encima.
-Has estado abajo como cinco minutos. Puedo sobrevivir a tu ausencia sin tocarme; no estoy salida-me burlé, y esta vez fue él quien alzó la ceja-. Siempre-puntualicé, y él se echó a reír y me tendió una bandeja en la que había colocado un par de boles de cereales, dos vasos de zumo y un plato lleno a rebosar de una sustancia amarillenta-. Oh, ¡qué detalle, Al! ¡Gracias!
-Te he frito unos huevos revueltos-anunció, henchido de orgullo. Cualquiera diría que se dedicaba a levantar casas de madera en Etiopía o que era subcampeón nacional de boxeo.
-¿Tú solo?-pregunté, cogiendo el tenedor que había al lado del plato e inspeccionando los huevos.
-Tengo dieciocho años-me recordó, y yo me reí.
-Sí, y la capacidad culinaria de un mono tití. Que, por si no lo sabías, comen su comida cruda.
-Vale, listilla-asintió él, sentándose a mi lado en la cama-. Me ha ayudado Shasha por llamada. ¿Contenta?
-Qué rico eres-ronroneé, acariciándole la mejilla, pero él se apartó.
-¿Un mono tití? ¿En serio?
-¡Sabía que te iba a ofender muchísimo! ¡Eres tan predecible!
-Es que siempre escoges lo menos masculino para representarme-se quejó, quitándome un poco de huevo revuelto del tenedor y llevándoselo a la boca. Yo esperé, mirándolo, hasta que él me fulminó con la mirada-. ¿Qué pasa? ¿Tenías miedo de que te hubiera echado veneno o algo así?
-Sólo esperaba por si acaso no era comestible; ¿recuerdas la última vez que intentaste freírme un filete y te quedó como la suela de un zapato porque no le echaste aceite para que no se pegara?
-¿Vas a estar recordándomelo siempre? Porque a ese juego podemos jugar dos, y tengo que recordarte que tú estuviste evitándome durante años cuando, mira: ahora me tienes de fondo de pantalla en el móvil.
Le metí el tenedor en la boca y le sonreí.
-Todas las reinas tienen a alguien que les pruebe la comida antes de comérsela-bromeé, pinchando un poco de huevo y llevándomelo a la boca. Y sí, estaba rico. Es decir: no era difícil estropearlo, pero con las dotes culinarias de Alec una nunca podía fiarse.
-Creía que los maridos de las reinas también son muy importantes.
-Y así es, pero los dioses son inmortales, así que tú estás a salvo-ronroneé, acariciándole el pelo y dándole un piquito a su sonrisa.
-Tienes un morro…-se burló, y seguimos compartiendo el desayuno, con cuidado de que no nos cayera nada en la cama, hasta que estuvimos saciados, los vasos vacíos y los restos de cereales con yogur formando un surco en el límite de los boles. Alec se tumbó de nuevo a mi lado y miró la hora, invitándome a irnos cuando quisiéramos.
-Espera un momento. Estaba viendo tu videomensaje de hoy-le dije, cogiendo de nuevo mi móvil.
-Ah. Ya. Igual debería reprogramarlos, no sé.
-¡Ni se te ocurra!-protesté, y él se echó a reír y se tumbó a mi lado, escuchando con atención cómo hablaba de su día hasta llegar al punto en el que me había interrumpido antes.
-Y, también, ya que estamos, que me eches mucho de menos y no te duela demasiado la mano después de todo lo que has debido de masturbarte aprovechando que aún te sabía la boca a mí-decía en el videomensaje, y yo me giré y lo miré. Puse los ojos en blanco cuando lo vi reírse.
-Eres un bruto. Y estás obsesionado. Apuesto a que no pasas un minuto sin pensar en eso.
-¡¿Un minuto?! Ni diez segundos, guapa. Créeme, Saab: un tío que no se imagine a su chica masturbándose pensando en él es un tío que va a dejarla dentro de una hora.
Solté una risa falsa y negué con la cabeza.
-Como si eso no te pasara a ti también.
-Pues no. Yo tengo otras cosas en las que pensar. Exámenes para los que estudiar.
-Guau, mi competencia son las matemáticas. Sí que ha bajado mi caché-bromeó, y yo toqué de nuevo el videomensaje para que siguiera reproduciéndose.
-Todavía no ha pasado y ya estoy echándote de menos como un cabrón. Porfa, Saab, perdóname por ser tan imbécil como para no quedarme a tu lado e ir a hacerme el valiente por ahí, a miles de kilómetros de ti. La verdad es que, cuanto más lo pienso, más gilipollas creo que soy. ¿Por qué no podía haberme apuntado para recoger plásticos en alguna playa del este de Inglaterra a la que pudiera ir en tren cada día? Pero no, tenía que irme a la otra punta del mundo. En fin. Supongo que, si tenemos críos, tendremos que confiar en que sacarán la inteligencia de ti, porque lo que es de mí… ah, y tranqui-me guiñó el ojo y el Alec de ahora sonrió, jugueteando con mi pelo-, que ya hemos hablado de que queremos tener críos, pero nos vamos a dar un tiempecito para poder disfrutarnos el uno al otro. Que pueda alejarme de ese cuerpazo unos meses no quiere decir que esté tan dispuesto a compartirlo pronto, nena, así que… bueno, tengo que cortar ya. Voy a verte esta tarde, pero ahora mismo, en lo único en lo que puedo pensar es en que quien soy ahora es más afortunado que quien seré cuando te llegue este mensaje, porque voy a verte mucho antes que él. Así que escríbele en tu siguiente carta que es un pringao de mi parte, ¿vale? Te quiero, preciosa. Me apeteces un montón, bombón.
Le escribí una respuesta que no le dejé ver mientras seguía jugueteando con sus dedos en mis lumbares.
-Pringao, no sé, pero retrasado soy un rato-comentó al fin, y yo me volví hacia él.
-Piensa en las ganas con que voy a follarte cuando vuelvas en abril-ronroneé, tumbándome a su lado.
-¡Sabrae! ¡Estás obsesionada!-se burló, y cogió el móvil y se lo quedó mirando un rato-. ¿Quieres que me escape otra vez en San Valentín o algo así?
-¿Es que estás mal de la cabeza?
-Sólo era una idea. Es que, a ver: mira lo bien que me lo monto. Me comporté como un novio feo que sabe que sale con un diez hace unos meses, y ahora estoy en plan “oye, nena, que me parece fatal que lo estés pasando mal, pero te dejo que me voy a correr entre gacelas”. Hablemos de actuaciones fuera de personaje-ironizó, y yo me eché a reír.
-Puede que te estés comportando como un novio que está muy enamorado de su chica, y ya está…
-Eso siempre, nena.
-… pero que valora también lo suyo y quiere vivir su vida.
-Pf. Lo que yo tengo cuando estoy sin ti no es vida.
-¿Desde cuándo eres tan melodramático?-me reí, aunque me hacía ilusión que me dijera esas chorradas, la verdad. Lo necesitaba más que nunca. Me tumbé a su lado y le rodeé el pecho con un brazo.
-Desde que soy el tío con más suerte del mundo.
Le di un beso en los labios y los dos nos quedamos mirando mi móvil, en el que seguía reproduciéndose el mensaje de Alec en bucle en completo silencio. Eché de menos lo despreocupada que estaba por aquel entonces, cómo lo único que tenía que organizar eran las tardes que pasaba con Alec y decidir si dormíamos en mi casa o en la suya ese finde, en lugar de las sesiones de terapia y las tardes en que preveía que me llegara una carta suya para poder leerla tranquilamente tantas veces que acabara memorizándola.
Alec me apretó un poco más contra sí, recogiéndome de mis pensamientos melancólicos y recordándome que ahora todavía tenía motivos de sobra para ser feliz. Ya me pondría triste cuando se marchara.
-Oye… ¿soy yo, o estoy rarísimo sin las cicatrices?-preguntó, y yo no pude evitar sonreír. Siempre sabía qué decirme, incluso cuando ni siquiera se daba cuenta del impacto que podía tener en mí. Porque si él había podido pasar de odiar su aspecto, de no querer quitarse la camiseta en la playa o tratar de acostarnos con la luz apagada para que yo no se las viera, a considerarlas parte de él y olvidarse por momentos de que había nacido sin ellas... supongo que yo también podía convertir mi melancolía y mi tristeza en una capa sobre mis hombros, en lugar de algo anclado en mi corazón.
Y, como con toda la ropa, de eso también podría desprenderme, quedarme desnuda, y volver a ser solo yo.
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Lo monísimas que son estas personas cuando no tienen nada en lo que preocuparse y solo existen? Me encanta el drama pero hecho de menos leer sobre ellos tirados en una cama sin mas. Un dia mas decir que soy team alec en la pequeña discusión que se ha dado y que no puedo mas, que Sher y Zayn se comporten como adultos funcionales de una puta vez. Me he puesto también tristísima con la reflexión de Sabrae sobre la adopción y necesito que traten ese tema largo y profundo. Deseando que esta preparando también.
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