lunes, 2 de diciembre de 2024

Ciento sesenta y un amaneceres a solas.

¡Toca para ir a la lista de caps!

Sabía que debería ducharme después de todo lo que habíamos hecho porque exudábamos sexo por los cuatro costados, pero considerando lo poco que me quedaba de disfrutar de Alec, perder el tiempo preocupándome por complacer a una sociedad que no me importaba lo más mínimo no estaba dentro de mi lista de prioridades.
               Además, encontraba un secreto placer en creer que estar con él cambiaba todo dentro de mí, desde mis sentimientos hasta mi olor. Así que lo sentía mucho por los geles de ducha que me había llevado a casa de Alec y con los que me sentía como una princesa frutal después de tomarme mi tiempo de aseo, pero hoy ellos no iban a ser los protagonistas.
                Después de acabar juntos, una fórmula milagrosa que sólo servía para reforzar nuestro vínculo y que yo sintiera que todo lo que iba a sufrir mientras él no estuviera mereciera la pena, nos habíamos vuelto a tumbar en la cama a besarnos y acariciarnos como si el tiempo fuera un invento que todavía nos quedaba muy lejos en la historia. Vivíamos en la dulce etapa de la Prehistoria, en la que los días duraban lo que reinaba el sol en el cielo y no lo que dictaba un reloj, y la mayor tecnología que habíamos visto nunca era el fuego y las sombras que proyectaba en la pared. No necesitábamos nada más para ser felices que tenernos el uno al otro, y yo no iba a rendirme ahora a los caprichos de un mundo que ni siquiera existía para mí.
                Tenía su mano en mi espalda, su pulgar dándole forma a mis lumbares, y su respiración como canción de cuna tan hermosa que no quería dormirme para no perdérmela. De verdad que no me hacía falta nada más.
               -¿Te ha gustado?-preguntó con la inocencia del niño que sospecha que el dibujo que le ha hecho a su madre le ha quedado especialmente bonito, pero quiere confirmar que la sonrisa de ella de verdad le pertenece. Decir que me había “gustado” sería quedarse muy corto: había estado en el punto medio perfecto entre lo picante y lo dulce, lo ardiente y lo suave, hacer el amor de forma lenta y follar como animales. Era todo lo que yo tenía con Alec, todo lo que necesitaba y todo lo que iba a echar de menos.
               Asentí con la cabeza, me aparté un mechón de pelo tras la oreja y le di un beso en el pecho.
               -Ha estado genial. ¿Y a ti?
               -Ha sido increíble-sonrió mirando al techo y besándome la cabeza. Sabía que estaba mirando nuestro reflejo en la claraboya, que despedía un halo dorado producto del sol cayendo lentamente por el horizonte. Mis noches iban a ser larguísimas ahora que sabía que tardaría mucho en tenerlo de nuevo conmigo, y la latitud y la época del año, desde luego, no ayudaban.
               Pero eso no importaba, porque de momento Alec estaba aquí, y yo tenía todo el cuerpo empapado de él.
               Al empezó a reírse y yo sonreí, aunque no sabía qué era lo que le hacía tanta gracia.
               -¿Qué pasa?-quise saber mientras él tiraba un poco de mí para pegarme un poco más a él, como si no me tuviera tumbada literalmente encima de él, no tuviéramos las piernas enredadas o nuestras respiraciones no estuvieran acompasadas.
               -Nada, es que…-se rió de nuevo entre dientes con una risa masculina que me hizo derretirme por dentro, tanto de amor como de anticipación. Era increíble la fuerza gravitatoria que ejercía sobre mí, lo atractivo que podía resultarme incluso cuando estaba totalmente saciada de él-. Estaba pensando en que tenías razón hace un año.
               Levanté la cabeza para mirarlo con una ceja alzada.
               -¿Respecto a qué?
               -A que soy gilipollas-respondió, sonriendo de nuevo-. Porque ningún tío mínimamente listo querría irse de aquí teniendo lo que tengo yo.
               Igual que el resto de veces que se me declaraba y sin importar las veces que lo hubiera hecho antes, me sentí como si algo dentro de mí encajara finalmente después de escucharlo toda la vida tintineando en mi interior, incapaz de encontrar su sitio. Era como si la luz por fin se colara entre las copas de los árboles más altos y más antiguos bajo cuya sombra había caído mi semilla, y por fin pudiera germinar y entender de qué trataba la primavera.
               Sonreí y me acurruqué sobre su pecho.
               -Quizá la gilipollas sea yo por estar dispuesta a dejarte marchar-respondí, colocándole el dedo índice en la mandíbula y levantándole ligeramente el mentón. Ya empezaba a notársele la sombra de la barba, y eso me encantaba. Incluso cuando en ese momento podía rasparme un poco con sus besos, todo lo que implicara que pasaba el tiempo por nosotros mientras estábamos juntos me gustaba, porque significaba que estábamos envejeciendo, aunque fuera a poquitos, juntos.
                Y había descubierto hacía poco que ése era mi mayor sueño.
               -Puede que seamos tal para cual, entonces-ronroneó, tirándome suavemente de la cintura para acercarme más a su cara y así poder besarme.
               -Quizá no estuviera tan acertada antes, después de todo-coqueteé, y él exhaló un jadeo que sonó como una risa antes de que nuestros labios se encontraran.
               Sabía de sobra que él tampoco quería alejarse de mí porque no había insistido en que fuera al baño después de acostarnos; ese ritual que él siempre se tomaba tan en serio parecía ahora diluido en nuestra felicidad por estar juntos, que se veía reforzada por lo escaso que iba a ser durante los próximos meses.
               Estuvimos un rato besándonos tranquilamente, como si el tiempo se hubiera detenido para los dos, hasta que yo apoyé la barbilla sobre su pecho y le di un toquecito en la nariz. Él la arrugó y me sonrió. Me dio un beso en la frente y yo cerré los ojos.
               Puede que estuviéramos dispuestos a fingir que el mundo no seguía girando y que el tiempo se había detenido, pero las llamaradas que estaban empezando a teñir el cielo y hacían que la hora dorada duplicara o incluso triplicara su duración no engañaban. La despedida estaba un poco más cerca, y aunque mi ego detestara admitirlo, yo no era la única en la vida de Alec. Por desgracia, tenía que compartirlo con más gente, y todavía nos quedaba alguien de quien Alec podía querer despedirse antes de nuestro adiós más largo.
               No iba a ducharme. No iba a librarme de las huellas de su amor.
               Pero tampoco iba a monopolizarlo hasta el punto de que se arrepintiera pasados unos días o unas semanas de no haber sabido repartirse mejor. No iba a ponerlo en la tesitura de hacerle elegir entre yo y el resto de personas que ocupaban su vida, porque sabía de sobra que yo partía con ventaja y no era justo condenarlo al ostracismo cuando no estuviera conmigo.
               Así que le daría margen para que hiciera lo que quisiera. Y, si por un casual le apetecía arreglarse antes de ir a ver a Josh, al que todavía no habíamos ido a visitar y que seguro que le esperaba como agua de mayo... entonces no le haría ascos al agua, siempre y cuando tuviera conmigo a mi Poseidón particular.
               -¿Qué está pasando por esa cabecita?-preguntó, dándome un toquecito en la frente, y esta vez fui yo quien arrugó la nariz.
               -Estaba pensando que… estoy a gustísimo aquí-le acaricié el pecho y él sonrió.
               -Yo también-hizo una pausa, y luego alzó una ceja-. ¿Pero…?-me animó.
               -Pero aunque salir de tu cama sea lo último que me apetece… creo que tengo la responsabilidad de dejarte hacer más cosas. Despedirte de más gente-me coloqué un mechón de pelo tras la oreja-. Cinco meses son muchos meses, y mucha gente te quiere, Al, así que… estoy segura de que echarás mucho de menos a muchísimas personas que te mereces ver, si es lo que quieres.
               Alec se lo pensó un momento, la vista desenfocada. Se mordió el labio mientras cavilaba, y yo esperé pacientemente a que finalmente pronunciara el nombre de Josh. Era el único que nos quedaba, y no quería ser yo quien le dijera que nos fuéramos ver al chiquillo para que no se sintiera mal por no pensar en él, así que sólo tenía que darle más margen.
               Tragó saliva, y la nuez de su garganta subió y bajó con el gesto. Se me hizo la boca agua cuando consideré darle un beso, aunque me contuve: sabía que si me rendía a mis impulsos, terminaríamos haciéndolo de nuevo, y le robaría a Josh la oportunidad de despedirse de Alec, y a Alec la oportunidad de ver al crío y comprobar lo mucho que estaba mejorando gracias a su cirugía.
               Al final resultó que hice bien no besándolo y poniendo en peligro su compromiso con su agenda, porque la luz del reconocimiento prendió en los ojos de Alec y me miró con expresión de cachorrito abandonado.
               Lo que no había pensado era que no me dijera el nombre de Josh, sino el de otra persona… aunque tenía todo el sentido que quisiera verle. Después de todo, era su otra mitad. La mitad que había tenido complementándolo antes de que hubiera llegado yo.
               -¿Podemos ir a ver a Jor?
               Me lo preguntó con tanta bondad y tanta inocencia que se me rompió el corazón, pero no porque creyera que tenía que pedirme perdón por renunciar a pasar más tiempo a solas los dos juntos, sino por el cariño que impregnó su voz al decir el nombre de su mejor amigo.
               Ni siquiera habría tenido que pedírmelo se tratara de quien se tratara, pero de Jordan, menos todavía. Y, aun así, parecía preocupado de no herir mis sentimientos cuando me pidió ver a la persona en quien más confiaba, el único al que consideraba digno de la difícil tarea que era cuidarme en su ausencia (más digno, incluso, que mi hermano, con mucha más experiencia a sus espaldas); el único con el que siempre se había sentido lo bastante a gusto como para poder ser él y permitirse llorar; el único al que le había confesado que quería pedirme salir y al que había ido corriendo para que le protegiera mientras se lamía las heridas después de que yo le dijera que no. El único al que podía tomarle el pelo sin límites, el único al que estaba dispuesto a enseñarle todo lo que sabía sin guardarse ningún truco; el único al que no había considerado jamás competencia, incluso cuando había sido el rival al que más había respetado cuando estaban en esquinas opuestas de un cuadrilátero, ya fuera entrenando o peleando.
               La primera persona con la que había construido un hogar, aunque sólo tuviera una habitación y un baño.
               El único al que le confiaría todas mis intimidades para que pudiera cuidarme como era debido, porque también era el único al que le perdonaría a Alec que le contara nuestros secretos si eso suponía que le echara un poco menos en falta.
               Y el único capaz de compatibilizar su entrenamiento férreo, y más tarde sus horarios militares infernales, con estar siempre ahí para mí en sustitución de su mejor amigo. Siempre dando la talla, siempre ofreciendo una sonrisa cálida, siempre abriendo los ojos como platos como expresión de sorpresa pero nunca, nunca, nunca juzgándome.
               Pues claro que podíamos ir a ver a Jor. De hecho, deberíamos habernos quedado a dormir en su casa para agradecerle todo lo que había hecho por nosotros.
               -Pues claro que sí, mi sol.
               Alec se encendió como un niño en la mañana de Navidad, y se incorporó de un brinco para vestirse, cosa que jamás habría hecho en circunstancias normales si me tenía desnuda en su cama. Eso me hizo saber las ganas que tenía de verlo y lo mucho que iba a echarlo de menos, y comenzar a tramar algo para que nuestra separación no fuera tan larga ni tan dura.
               Tuvo la delicadeza de coger ropa totalmente distinta a la que había llevado los últimos días para empapar el mayor número de prendas posibles con su aroma, cosa que Mimi y yo le agradeceríamos muy pronto. Se puso unos pantalones de chándal, una sudadera de One Direction con las caras de mi padre y sus compañeros de banda rodeadas de corazoncitos que le habían retado a comprar en el concierto de aniversario al que habíamos ido en verano, y se calzó rápidamente unas zapatillas de deporte mientras yo todavía estaba poniéndome el sujetador. Se volvió para mirarme y esperó con paciencia a que yo me vistiera lo más rápidamente que pude, cuidando de coger mi ropa de su armario para que Mimi no me acusara de estar abusando de su confianza y bondad.
               Para cuando estuve preparada después de que Alec me echara una mano calzándome (se arrodilló frente a mí y a mí se me detuvo el corazón un instante), salí por la puerta y me dirigí hacia las escaleras para ir directamente al cobertizo, pero Alec tenía otros planes. Me enganchó de la mano y tiró de mí en dirección contraria para llevarme hasta la pequeña salita del piso superior que tenía un ventanal hacia la calle, justo frente a otra ventana de casa de Jordan. Se metió las manos en el bolsillo frontal de la sudadera, separó las piernas, se mordió el labio y arqueó una ceja.
               -Dale un toque y luego cuelga.
               Me giré para mirarlo con una ceja alzada; él se había llevado los nudillos a los labios y se los mordisqueaba mientras observaba con los ojos entrecerrados la ventana de la casa de Jordan, como si por pura fuerza de voluntad fuera a hacer que su amigo se asomara tras sentir su mirada sobre él.
               -¿Y no sería mejor que le diera tiempo a responderme? ¿O que le mandara un mensaje, ya que estamos?-pregunté, cogiendo el móvil y entrando en la aplicación del teléfono, porque a pesar de mis protestas, iba a hacer lo que él me dijera, por muy rara que me pareciera su forma de proceder.
               -Dale un toque y luego cuelga-replicó, separándose la mano de los labios. Hice lo que me pedía, y me aseguré de poner el manos libres para que él comprobara que seguía las instrucciones al pie de la letra.
                Jordan no tardó ni veinte segundos en aparecer por la ventana cuando le llamé, así que el sufrimiento de Al no se prolongó mucho. Alec levantó las dos manos y las agitó en el aire, Jordan levantó una y la agitó también. Alec señaló el cobertizo con la cabeza, a lo que Jordan respondió levantando el pulgar. Alec sonrió, y Jordan también. Luego, Alec levantó una mano y me señaló con el dedo índice colgando sobre mí como la espada de Damocles; entonces Jordan asintió con la cabeza y levantó los dos pulgares. Alec también levantó los pulgares. Jordan agitó las dos manos. Alec agitó las dos manos, y Jordan desapareció.
               Juraría que él también sonreía, igual que mi chico, cuando se perdió dentro de su casa.
               -¿No podéis comunicaros como personas normales?-pregunté, riéndome. Alec me colocó una mano en los lumbares para guiarme en dirección al piso inferior; por mucho que lleváramos todo el día juntos, no renunciaría a un poco de contacto conmigo, por poco que fuera.
               -Ya nos estábamos comunicando como personas normales.
               -Me refiero a personas que tienen móviles y saben cómo usarlos.
               -Yo todavía no he encendido mi móvil-replicó esbozando una sonrisa radiante mientras me abría la puerta de la calle para dejarme pasar-. ¡Vamos al cobertizo de Jordan!-anunció, y la puerta se cerró mientras Annie gritaba “vale” desde la cocina. La casa ya empezaba a empaparse del aroma de las albóndigas que eran su plato preferido, y estaba segura de que ya había una tarta de limón más enfriándose en la nevera para que Alec no tuviera que preocuparse por si quedaba algo para los demás cuando quisiera repetir el postre del cumple de Mimi.
               Parecía que hubiera pasado un año entero desde que había ido a buscarlo a París por todo lo que había sucedido en el tiempo intermedio, así que no quería ni pensar en cómo sería cuando él estuviera casi medio año fuera y tuviera que seguir funcionando a pesar de que me hubiera dejado de latir el corazón.
               Me prometí a mí misma que no me haría más daño del que el tiempo iba a hacerme cuando me separara de Alec, y que me ocuparía de disfrutarlo al máximo sin pensar en lo que vendría después, cuando su avión levantara el vuelo y yo hubiera perdido mi hogar más preciado en el mundo. Por mucho que tuviera la notificación de desahucio en las manos y hubiera llegado el día, todavía me quedaban unas horas en las que tendría un techo bajo el que cobijarme y un suelo suave y caliente en el que hundir los pies y con el que huir del invierno.
               Y pensaba aprovecharlo, incluso cuando ese “aprovecharlo” implicaba no hacer nada más que mirar a mi novio siendo joven y libre, como había sido cuando estaba soltero, sin preocupaciones, pasando tiempo con su mejor amigo y charlando sobre sus cosas mientras se tomaban unas cervezas.
               Le rodeé la cintura con un brazo en un impulso de amor que no pude ni quise controlar; con sus amigos tenía ciertos límites que ni siquiera me apetecía poner a prueba, pero lo bueno de que Alec fuera todo mío y yo fuera toda suya era que nuestra imaginación era el único límite que había. Todo estaba permitido y todo estaba bien, y podía hacer lo que quisiera y ser como quisiera sin preocuparme de ser suficiente, porque para él siempre era más que eso.
               Y él, lejos de preguntarse qué bicho me había picado para ponerme así, tan mimosa, o extrañarse porque me pusiera un poco posesiva con él, sonrió y me rodeó los brazos con los hombros. Me besó la cabeza y me acarició el brazo mientras yo hundía la cara en su costado e inhalaba su aroma, un poco más tenue debido al suavizante de la sudadera que acababa de ponerse, pero cuya me encantaba, porque implicaba que estaba ahí.
               Llamamos a la puerta antes de entrar, pero Jor estaba todavía en el otro extremo del pasillo que conectaba con su casa, así que entramos a la vez en el cobertizo. Cerró la puerta con el pie y se acercó a nosotros (más bien a Alec) con pasos apresurados, y una sonrisa mal disimulada bailándole en los labios. Me descalcé con los pies y no me preocupé de poner el calzado recto o bien colocado, lo cual, descubrí, me resultó una pequeña liberación. Mientras tanto, Alec y Jordan chocaron la manos, se las sostuvieron juntas y se acercaron para abrazarse con el brazo que tenían libre.
               Ya se abrazarían con fuerza cuando a Alec le tocara marcharse; ahora, como yo, no querían empañar la felicidad del momento con el tiempo que pasarían juntos.
               -Un momento-sonrió Alec cuando se separaron, agarrando a Jordan de la mandíbula como un domador que inspecciona a un caballo, y sonrió-. ¡Tú has estado follando!-celebró, y Jordan asintió con la cabeza, sonriendo, aunque me dio la sensación de que su sonrisa tenía más que ver con la compañía actual que con la pasada-. Bien por ti, tío. ¿Cuándo se ha ido Zoe?
               -Todavía no se ha ido. Está en casa. Duchándose-especificó Jordan como si eso fuera explicación suficiente. Alec se giró y me miró con el ceño fruncido, como diciendo este tío es tonto.
               -¿Y aun así has venido a jugar?-inquirió cuando se volvió a mirar a su hermano de otra madre.
               -Bros before hoes, tío-respondió Jordan, hinchándose como un pavo por ser capaz de seguir el código de honor entre los tíos, aunque a Alec puede que le costara un poco más-. Sin ánimo de ofender, Saab.
               -Tranquilo, Jor. La verdad es que yo soy bastante hoe cuando me lo propongo-me burlé,  subiendo los pies al sofá en forma de U y cogiendo una de las mantas que tenían enrolladas sobre él para taparme. La temperatura del cobertizo siempre era muy agradable, ya fuera invierno o verano, pero un toquecito de calor extra siempre era de agradecer.
               -Bueno, bueno, bueno, no seré yo el cabrón con más suerte del mundo-respondió Alec, mordiéndose el labio mientras me observaba. Después se volvió para mirar a Jor-. Vale, puedo entender que hayas venido a verme porque en el fondo siempre vas a ser un virgen que pierde el culo por saber lo que es el buen sexo gracias a mí, pero…
               -Oye, Al, la próxima vez que vayas a hacerle saber a Jor lo que es el buen sexo, avísame. Creo que me gustaría mirar.
               Jordan se echó a reír y Alec puso los ojos en blanco, pero sonrió.
               -… en fin, lo que vas a tener que explicarme es por qué no estabas con ella cuando Saab te ha llamado hace un minuto.
               -Pues porque se estaba duchando. Te lo acabo de decir-explicó Jordan. Alec puso los brazos en jarras y yo solté una risita-. ¿Qué?
               -No estabas con ella, porque…-probó de nuevo Alec, y Jordan frunció el ceño.
               -¿Por qué iba a estar con ella? Me dijo que iba a ducharse. Me lo dejó claro. Tres veces.
               -¿Te dijo tres veces que iba a ducharse?-pregunté, casi sin poder aguantarme la risa. Alec se llevó las manos con las palmas unidas a la boca y la nariz, y colocó su mandíbula en el arco entre el pulgar y el índice.
               -Sí-el tono de no tener ni idea de qué iba la vaina de Jordan era incluso cómico, pobrecito. Supongo que él era el mejor amigo de mi novio en lugar de mi hermano porque mi hermano y mi novio eran demasiado parecidos en ese sentido. La inocencia de Jor era tan tierna…-. ¿Qué pasa? ¿Por qué te ríes?
               -Te dijo tres veces que iba a ducharse, ¿y a ti no se te ocurrió que igual quería que fueras con ella?
               -Es que no me lo pidió.
                -¿Y tú a ella, Jordan?-preguntó Alec. Jordan lo miró y negó despacio con la cabeza, y mi novio suspiró, hundiendo tanto los hombros que no me habría sorprendido que, si le midiéramos, ya no llegara siquiera al metro ochenta.
               -A veces me pregunto si yo ralenticé tu desarrollo cognitivo quitándote…
               -Mírate, usando palabras cultas como “cognitivo”, y todo-sonreí, y Alec me tiró un beso.
               -… quitándote  a todas las tías delante de ti simplemente respirando y siendo más guapo que tú, o si fui un mal amigo no rapándote las rastas mientras dormías para que pudieras mojar el churro antes y así espabilarte, o si estabas destinado a ser así de retrasado y no había nada que yo pudiera hacer para impedirlo.
               -Si quisiera que me duchara con ella sólo tendría que pedirlo. Ha tenido unos días muy intensos y necesitaba espacio para desconectar, y quería respetar sus necesidades.
               -Jordan-Alec dio una palmada y juntó de nuevo las manos-. La principal necesidad que tiene Sabrae cuando está rayada por algo es que yo le recoloque los órganos internos con el rabo. Zoe quería polla, y tú eres lo bastante gilipollas…
               -Qué buena, Al.
               -Gracias, nena. Eres lo bastante gilipollas para no darte cuenta de que te estaba insistiendo en que iba a ducharse para que le dijeras si quería acompañarte. Te lo ha repetido tres veces. Bien sabe Dios que las tías no te repiten algo tanto. Conmigo, desde luego, no lo hacían.
               -Porque no lo necesitabas. Yo te guiño el ojo y ya estás bajándote la bragueta-contesté, riéndome.
               -Es que tú guiñas muy bien el ojo, bombón, pero ahora no estamos hablando de ti-respondió Alec, encogiéndose de hombros y volviéndose a Jordan. Lo tomó por los hombros y se inclinó para mirarlo a los ojos-. Jor, necesito que me hagas un favor: deja de ser tan jodidamente imbécil y date cuenta de las pistas que te lanzan las tías, porque no las repiten, te lo puedo asegurar. O, al menos, contigo no lo van a hacer, porque no tienes una cara tan sentable como la tengo yo.
               -Bueno, de eso hay opiniones-respondí, encogiéndome de hombros, y los dos se volvieron y me miraron.
               -¿Perdón?-preguntó Alec.
               -¿Eh?-dijo Jordan, y yo miré a mi novio.
               -Igual no estás para dar lecciones sobre cómo pillar pistas al vuelo, porque yo un par de veces te he dejado caer que me apetecería hacer un trío y en ningún momento has pensado en tu mejor amigo.
               -¿¡EH!?-bramó Jordan.
               -¿¡Te gusta este!?
               -¡Oye, tío, que yo tengo mi público!
               -¡EXTRANJERO, JORDAN!-ladró Alec-. ¡Ha tenido que venir una puñetera estadounidense para que perdieras la virginidad!
               -¡QUE ZOE NO ES LA PRIMERA TÍA CON LA QUE FOLLO!
               -¡CON LA ESPABILACIÓN QUE TE TRAES BIEN PODRÍA SER LA ÚLTIMA! Joder-se pasó una mano por el pelo-, a mí esto me supera. Llama a Scott y dile que esté aquí en media hora. Bueno, a Tommy también. Si alguien puede hacer que espabiles, ése es T, que para algo es el único con dos novias aquí.
               -A Max tampoco le va mal.
               -Max va a casarse.
               -¿Y tú y yo no?-inquirí. Alec se volvió y me miró.
               -Es diferente.
               -¿En qué sentido?
               -En que Max y Bella tienen ya fijados los días que follan. Ese es el nivel de pasión que hay en su relación.
               -Son los mínimos-los defendió Jordan.
               -Tú y yo también-le recordé, y Alec alzó una ceja-. Sí; los días que terminan en –day en inglés.
               Alec rió entre dientes y negó con la cabeza, girándose de nuevo hacia Jordan.
               -Que sepas que ésta es la excepción y no la norma.
               -No es verdad-respondí, estirando la manta a mi alrededor-. A las chicas nos gusta el sexo tanto como a vosotros. La diferencia está en que sólo podemos ser sinceras y pedirlo abiertamente cuando estamos en confianza, porque de lo contrario somos unas putas y unas guarras que nos merecemos todo lo que nos pase, especialmente lo malo. Así que no se trata de hacernos las difíciles, o de que nos guste que nos persigáis; se trata de que nosotras nos sentimos con la necesidad de protegernos y es responsabilidad vuestra que sintamos la libertad y comprensión suficientes como para no tener que medir nuestras palabras. Yo era la excepción a la norma cuando tú y yo empezamos, Al, pero porque me educaron para que no dejara que la presión social por comportarme como un ser casto y puro que ve el sexo como algo malo y que corrompe su feminidad me impidiera disfrutar de una de las cosas más maravillosas que tiene la vida. Me estoy sorprendiendo de que Jordan no leyera las señales porque Zoe me parece también muy directa, puede que incluso más que yo, pero eso no quiere decir que todas las chicas sean así, ni mucho menos.
               »A mí me encanta flirtear contigo y dejar que leas entre líneas lo que quiero cuando no me apetece pedírtelo abiertamente, pero porque que vas a entender lo que te estoy diciendo incluso cuando te digo lo contrario. Y también sé que paras cuando yo te pido que lo hagas, o ni siquiera cuando te lo pido, sino cuando notas que no lo estoy disfrutando y que intento ponerte por delante de mí. Así que no, Al. Yo soy la excepción, pero por razones totalmente distintas.
               Alec alzó una ceja, pero su Sonrisa de Fuckboy® asomaba por su boca cuando se volvió hacia Jordan.
               -Y en eso también es la excepción y no la norma.
               Jordan suspiró.
               -Entonces, ¿cómo puedo hacer para que Zoe se sienta cómoda conmigo como tú te sientes con Alec? Y que me diga las cosas directamente. Porque, a ver, ahora mismo pues igual no hacíamos nada, pero… no sé, cuando tú te vayas...-miró a Alec, que parpadeó.
               -¿Renunciarías a un polvo por echar unas partidas conmigo?
               -Te vas a ir durante cinco meses. Llevo toda la vida contigo. A Zoe la conocí hace menos de un año. Sé cómo vivir sin ella, pero no sé cómo vivir sin ti.
               Mi chico volvió a parpadear despacio, y luego una sonrisa se extendió por su boca.
               -Creo que estás rodeado de excepciones, Al-comenté entre risas, y Jor me miró.
               -Porque me imagino que no habéis venido aquí a decirme que te has rendido y le has pedido que se quede.
               Negué con la cabeza, y Alec le dio un golpecito cariñoso con el puño en el pecho.
               -También puedes hacerlo tú.
               -A mí no me harías caso. ¿Me lo has hecho alguna vez? A decir verdad, con lo terco que eres, a veces me sorprende que se lo hagas a Sabrae.
               -Es que tú no me la chupas; Sabrae, sí.
               -Créeme, estaría dispuesto a hacerlo si así no tuviera que echar de menos a mi mejor amigo. Pero sin mariconadas, ¿eh?
               Abrí la boca y los ojos como platos, estupefacta. De todas las cosas que Jordan podía decirle a Alec o Alec a Jordan, ésa era la última que pensé que iba a escuchar en la vida. Puede que los chicos estuvieran cómodos entre sí y fueran más cariñosos de lo que solían serlo los grupos de amigos integrados sólo por chicos por la estúpida y frágil masculinidad tóxica contra la que Bey, Tam y Karlie llevaban años luchando, pero una cosa era que se dieran abrazos y se consolaran los unos a los otros y otra muy distinta era que se ofrecieran mamadas entre sí.
               Claro que, bueno, supongo que la línea roja de la sexualidad que no se atraviesa bajo ningún concepto depende de cada grupo de amigos, o si no, de lo contrario, yo no le habría dado mi primer beso a Amoke.
               Alec, sin embargo, parecía esperárselo, así que no debía de ser una confesión especial entre ellos, porque en lugar de quedarse callado, como hacía las poquísimas veces en que algo le sorprendía, abrió la boca en una sonrisa amplísima y se llevó una mano al pecho.
               -Llevo años esperando este momento. Me alegro de que por fin admitas tus sentimientos hacia mí, Jor, y me siento honrado de saber que soy yo en quien piensas cuando te la pelas como un mandril, pero…
               Jordan puso los ojos en blanco y se giró para ir hacia la nevera, de la que sacó tres cervezas, que Alec y yo aceptamos.
               -No hace falta que te des a la bebida para superar lo nuestro. Podemos seguir siendo amigos.
               -Precisamente porque soy amigo de un gilipollas de tu calibre es por lo que me voy a dar a la bebida-sentenció Jordan, abriendo la botella, chocándola con la de Alec y dando un trago. Alec la levantó en su dirección y le dio otro trago, y luego se sentó a mi lado, entre Jordan y yo.
               Sólo que se sentó en el centro del sofá, y para cuando Jordan ya tenía la televisión y la consola encendidas y un mando en cada mano, me di cuenta de que, esta vez, Alec estaba ahí más para Jordan que para mí.
               Estaba contenta con eso. Con que me dejaran estar con ellos era más que suficiente.
               Jordan me había hecho un regalo inmenso cediéndome a Alec cada vez que a mí me apetecía estar con él, como si supiera que cada segundo en su presencia se volvía especial, casi mágico. Jamás me había puesto mala cara cuando yo iba a buscarlo y les interrumpía una tarde de juegos, y me había cuidado con un cariño y una dedicación propias de alguien que sería un buen novio (sólo tenía que pillar las indirectas que la chica que le gustaba le mandara cuando ella fuera sutil). Lo justo era que yo le devolviera el favor, y estaba encantada de hacerlo.
               Porque, la verdad, aunque me encantaba estar a solas con Alec, lo cierto es que también me encantaba estar con él y sus amigos. Me encantaba mirarlo distraído, apoyando la cabeza en el hombro de sus amigos o dejando que ellos lo hicieran, reírse de ellos y fingir que se enfadaba cuando ellos se reían de él; competir hasta el límite, ser mal perdedor y todavía peor ganador, protestar por cada punto perdido y cada trampa imaginaria y defender sus malas artes cuando era él el tramposo.
               Lo cierto es que me gustaba mi Alec, me gustaba el Alec de Annie, el Alec de Mimi y el Alec de Jordan. Me gustaban todas las versiones de Alec posibles, incluso las que no me hacían el menor caso porque estaban demasiado ocupadas en una partida del Call Of Duty compartida con Jor en la que se compenetraban a la perfección, dándose órdenes y obedeciéndose el uno al otro para alcanzar la mayor puntuación. Me gustaba la versión de Alec que fingía no haberse dado cuenta de que habíamos avisado a sus amigos para que vinieran a despedirse de él y echar una última partida a la consola o a las cartas. Me gustaba la versión de Alec que era con mi hermano, a pesar de que era la misma que había escuchado siempre al otro lado de la pared cuando venían a ver a Scott.
               Me gustaba el Alec que se preocupaba por hacer que todos a su alrededor estuvieran cómodos y también el Alec relajado, sin responsabilidades.
               Me gustaban todos los Alec. Y, aunque tuviera que conformarme con las ínfimas versiones de él que vivirían en nuestros recuerdos durante los próximos meses… incluso la versión imperfecta y limitada de sus recuerdos me gustaba.
               Después de todo, era él.
              
 
-Guarda eso, Tamika, haz el favor-protesté cuando vi que Tam sacaba su caja de Pandora particular, también conocida como la cajita con las tres barajas del UNO para destruir nuestra amistad cuando se aburría. Si Bey no nos hubiera dejado ya claro que era la gemela buena siendo la más responsable y tranquila de las dos, a nadie que viera cómo a Tamika le encantaba juguetear con el botón nuclear de nuestro grupo de amigos le quedaría ninguna duda de cómo se habían repartido los roles las gemelas.
               No sabía cuánto tiempo había pasado desde que Saab me había preguntado qué quería que hiciéramos antes de que yo me fuera al aeropuerto, pero sospechaba que no nos quedaba suficiente como para recuperar los lazos de amistad que sin duda se romperían si alguien repartí aquellas cartas infernales. La verdad es que habría sido feliz retozando en la cama con Sabrae, sentándome a su lado y charlando hasta que llegara el momento de que mi madre tocara la puerta para decir que era hora de irnos.
               Pero que hubiera permitido que yo escuchara a mi corazón y le dijera que me apetecía ver a Jordan y no hubiera dudado ni un segundo… y la manera en que se reía con mis amigos, interactuaba con ellos y se acurrucaba en sus regazos como una gatita cariñosa, cómoda y confiada en su presencia, hacía que todavía la quisiera más.
               Sabía por experiencia que muchas novias se volvían posesivas cuando estabas a punto de hacer un viaje, e incluso Perséfone, que no tenía derecho alguno sobre mí, siempre había querido que le reservara un poco de tiempo a solas justo antes de que me marchara de Grecia, así que valoraba todavía más la libertad que Sabrae me brindaba por el mero hecho de que sabía lo raro que era encontrarme con alguien que me necesitara tanto y, sin embargo, estuviera tan dispuesta a darme margen para ser yo mismo. Con mis necesidades, con mis incongruencias, con mi chulería y también mi vulnerabilidad.
               Aún no me había marchado y ya me moría de ganas de volver, aunque supiera que la sabana era mi sitio en ese momento, porque mi hogar era bonito, cálido y sonriente, y su risa sonaba a una música que yo no escucharía más en otro lugar.
               Los chicos habían venido al rato de que Sabrae los avisara, después de que Jordan y yo recargáramos las pilas de nuestra amistad y echáramos unas partiditas que nos habían salvado el alma. Primero habíamos echado unas partidas más serias en el Call of Duty, pero después de comprobar que las cosas seguían como siempre y que siempre seríamos el mejor equipo del mundo, nos habíamos relajado y habíamos puesto el Animal Crossing. En esas estábamos cuando Zoe había aparecido por la puerta del cobertizo, el pelo todavía un poco húmedo por la ducha, y se había quedado plantada en la puerta al vernos a Sabrae y a mí, una visita claramente inesperada. Incluso se había ofrecido a pedirse un Uber para ir a casa de Tommy (era acojonante la obsesión que tenían los estadounidenses con ir en coche a todos lados), pero Sabrae y sobre todo yo la habíamos tranquilizado asegurándole que no nos molestaba en absoluto para que no dejara a Jordan solo. Después de todo, él también me echaría mucho de menos y necesitaría a alguien que le consolara durante mi ausencia.
               Me alegraba de haberle pedido que cuidara de Sabrae por mí mientras yo no estaba, porque así, ella también podría cuidar de él. Las dos personas más importantes de mi vida podrían darse apoyo mutuo mientras era yo quien les hacía daño, y perdonarme a la vez en cuanto volviera.
               La llegada de Zoe había roto un poco la magia del momento a solas con Jor, así que había sido ése el momento en que decidimos que los Nueve de Siempre teníamos que despedirnos en serio. Después de todo, habíamos hecho una fiesta para celebrar el año nuevo a mediados de noviembre, pero no había  terminado todo lo que tenía pendiente. Aún tenía conversaciones que mantener, siquiera en formato más breve, y abrazos que dar, ahora un poco más fuertes.
               Ninguno de ellos me decepcionó cuando fueron apareciendo en un goteo tan rápido como constante en la puerta del cobertizo en cuanto Sabrae los convocó: Max fue el primero en llegar; luego lo hicieron las gemelas, después Scott, Tommy y Diana, y por último, Logan y Karlie, que se lo había encontrado de la que venía. Para cuando estuvimos todos juntos, había una batalla campal en el cobertizo de Jordan por los mandos de la Switch para jugar al Mario Kart. Se perdieron amistades, se partieron mandíbulas y se intentaron sacar ojos.
               ¿Y ahora va la terrorista de Tamika y quiere que juguemos al UNO? Sería más tranquilo tirar una bomba nuclear y ver qué pasaba.
               -Qué pánico te da perder, ¿eh? Cómo se nota que el UNO es pura habilidad, no como en el Mario Kart, en el que influye tanto la suerte que da igual todo lo demás.
               -Si te fastidia ser un cliché con patas que no tiene ni la más mínima noción del sentido de la orientación espacial no es mi problema, guapa-respondí, tirándole un beso y bufando sonoramente cuando Tam abrió la caja y se puso a hacer montoncitos con las barajas para poder mezclarlos mejor. Levantamos la vista y miramos a Scott cuando se cagó en la vida de Bey después de que ella le pegara una paliza capturando más mercancías que él en le Mario Party.
               -¡Jódete!
               -¡Tramposa! ¡Quiero la revancha!
               -De eso nada, que nos toca-espetó Karlie arrebatándole el mando a Scott y pasándose la correa por la muñeca. Sabrae lo estaba grabando todo desde un rincón del sofá, al que se había recluido para conservar la espalda libre de puñaladas. Entre ese gesto suyo y el currículum impecable de Bey, podíamos decir sin miedo a equivocarnos que definitivamente me las buscaba listas.
               Era el momento perfecto para hablar con Scott. También tenía que hacerlo con Jordan, pero como tenía a Zoe sentada encima de él y metiéndole la lengua hasta la campanilla mientras se frotaba contra él de una manera en que sabía por experiencia que estaba haciendo disfrutar de lo lindo a mi amigo, decidí que lo mejor sería dejar que Jor disfrutara del momento. No dejé que Scott se sentara, aunque su expresión derrotada y molesta bien merecía ser inmortalizada por su hermana. Le di un toquecito en el hombro y le indiqué la puerta con la cabeza.
               -¿Echamos un piti fuera?
               -Va a necesitar algo más fuerte que un piti para superar su derrota-se chuleó Bey, toqueteándose el pelo y pasándole un brazo por el cuello a Tommy, que le dio un mordisquito cariñoso en la mejilla.
               -¿Te he dicho alguna vez que eres mi chica preferida en el mundo mundial?-le preguntó mi amigo, y Diana hizo un mohín mientras se ajustaba la correa del mando a la muñeca, dispuesta a pelear a muerte con Karlie por ganarse el título de la vencedora de la tarde.
               -En la vida hay que saber ganar, Bey, no sólo perder-le instó Scott, revolviendo en su sudadera en busca del paquete de tabaco.
               -De perder sabes tú mucho, ¿no? Yo no pretendo descubrir esa sensación.
               -Relaja la raja, princesa, que si mal no recuerdo, antes de que empezaras tu tórrida historia de amor con tu archienemigo académico, ibas detrás de mí y yo te daba calabazas-le recordé, pasándole un brazo protector a Scott por los hombros. Scott chasqueó la lengua y se echó a reír.
               -¿Perdona? Más quisieras tú haberme dado calabazas alguna vez en tu vida. Quizá me gustaras, pero si no pasó nada entre nosotros fue porque yo no lo permití.
               -Ah, cómo olvidar esos buenos tiempos en los que te metía fichas a muerte y tú eras incapaz de esquivarlas, ¿eh?-me burlé mientras cogía un cigarro del paquete de tabaco de Scott y me lo llevaba a los labios.
               -O sea, ¿hace cinco minutos?
               -¿Tanto lo echas de menos que te regodeas en recordarlo en cuanto te quedas sola, reina B? Sabrae no es celosa. Si quieres, puedo volver a hacerlo.
               -No, gracias-Bey me dedicó un corte de manga y trató de darme una patada cuando yo me incliné para besarla, pero no se le arregló. Entre risas, sorteamos el mar de piernas que había en el cobertizo, definitivamente demasiado pequeño para albergar con comodidad a doce adolescentes, y Scott y yo salimos al frío aire del atardecer de noviembre. Acerqué el cigarro al mechero encendido que me ofreció Scott, y le di una calada para encenderlo mientras él metía los brazos por las mangas de su bolsillo y se subía la cremallera.
               Algún graciosillo del interior apagó la luz trasera del cobertizo, y yo le di golpetazos a la puerta para que la encendieran de nuevo. Una cara se asomó por la ventana superior, y pude comprobar que la graciosilla no era otra que Sabrae. Le hice un corte de manga, ella me tiró un beso y desapareció de nuevo en el interior, sumando sus carcajadas al alboroto general.
               Scott le dio una larga calada a su cigarro, se tragó el humo y tiró la colilla sobre la hierba con un toquecito del pulgar. Se estiró cuan largo era y me miró con una ceja alzada mientras yo daba una calada que me relajó inmediatamente. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba nervioso hasta que no hubo algo obligándome a tranquilizarme.
               -Así que-comentó Scott tras una pausa, y suspiró-, es oficial. Te marchas esta tarde.
               -Yup. ¿Decepcionado?-pregunté, y Scott dio una calada.
               -Al contrario. Orgulloso-soltó el humo y miró el cigarro un segundo antes de volver a mirarme a mí. Di una nueva calada y dejé que el humo se quedara dentro de mí un ratito, calentándome por dentro y convirtiéndome en una locomotora cuando lo eché por la nariz.
               -¿De que tu hermana me haya convencido para que me marche y dejarte el camino libre para ser el Don Juan oficial de esta ciudad?
               -Vamos, Al-se rió Scott-, sabes que nunca ha habido ninguna competición.
               -Ah, es verdad. El Fuckboy original jamás ha jugado en la misma liga que el niño bonito de Londres, ¿mm?
               -Lo has dicho tú, no yo-se rió Scott, negando con la cabeza y mirando el suelo. Yo lo estudié, analizando todas las emociones que le cruzaron el rostro mientras se perdía en sus pensamientos. Primero, abstracción; luego, una pizca de preocupación de la que pretendía aprovecharme; y, finalmente, nostalgia. Cuando levantó los ojos para mirarme de nuevo, le brillaban-. Los demás me matarán si se enteran, pero tengo que decírtelo-se disculpó, y yo me llevé el cigarro a los labios.
               -Ninguno de vosotros quiere que me marche-adiviné. Di una calada mientras Scott asentía-. No te sientas mal: disimuláis de pena. Y, además, os entiendo perfectamente. Soy el más guapo del grupo con diferencia, así que da gusto mirarme. Le levantaría la moral a cualquiera.
               -No es sólo eso: no queremos que te vayas, pero también nos alegramos de que lo hagas.
               Eso me pilló por sorpresa, lo admito. No porque no me esperara que mis amigos fueran ajenos a los cambios que había experimentado en Etiopía, sino porque celebrar algo que llevas temiendo meses es una sensación demasiado complicada como para ser colectiva.
               O eso pensaba yo.
               Para mí había sido duro llegar a la conclusión de que Etiopía era algo a lo que tenía que renunciar, y que no quería perderme. ¿A ellos les había costado lo mismo que a mí? ¿O me había cambiado tanto que yo no era consciente?
               -¿Tantas ganas tenéis de perderme de vista?
               -Sabes que no, tío, pero Etiopía te está haciendo bien. Te está haciendo ser quien todos sabíamos que podías ser si te lo proponías. Has vuelto y eres el mismo de siempre, pero a la vez… no-Scott inclinó la cabeza a un lado, taladrándome con esa mirada idéntica a la de su madre que, sin embargo, yo jamás podría odiar.
               Quién iba a decirme hace un año que pensaría mal de Sherezade, pero aquí estábamos.
               -Es como si fueras más… mayor.
               -Bueno, teniendo en cuenta que en cuatro meses cumplo los diecinueve…-comenté, encogiéndome de hombros y dando otra calada a mi cigarro.
               -No me refiero a eso, Al, y lo sabes. Y da igual que intentes esquivar la conversación, porque a pesar de que vayas de chulo por la vida los dos sabemos que no te gusta que te hagan halagos porque piensas que no te los mereces, pero necesitas escucharlos para poder creértelos-dio un paso hacia mí y yo me apoyé en la pared, expectante-. Eres mejor persona que cuando te fuiste porque eres más fuerte que cuando te fuiste. Confías más en ti. Has empezado a quererte ahí, más incluso de lo que empezaste a quererte con mi hermana. Necesitas estar en Etiopía.
               Me mordí los labios y me reí por lo bajo.
               -¿Incluso cuando eso os hace mal a los demás?
               -Nosotros te íbamos a echar de menos de todos modos, así que saber que estás bien y estás creciendo es lo mejor que podía pasarnos.
               -Hay una persona que no me echaría de menos porque no va al mismo ritmo que el resto de nosotros si yo no me hubiera marchado-le recordé-, así que esto tampoco es el camino de rosas que estás pintando.
               -No lo pinto como un camino de rosas. Es jodido, claro que sí. Nos falta alto. Nos falta el corazón. Tú, Alec-dijo Scott, poniéndome un dedo justo sobre la cicatriz más grande-. Tommy y yo nos fuimos al programa y seguimos funcionando bien. En cambio, tú te marchas y estamos como pollos sin cabeza. Eres nuestro norte. Eres el primero por una razón. Tú nos guías, incluso sin saberlo, incluso cuando no es tu responsabilidad.
               »Por eso nos alegramos de que te vayas. Porque sabíamos que te hacía bien, lo notamos en cuanto te vimos, pero si no hubieras crecido lo suficiente, tal y como están las cosas con mi hermana, te habrías quedado y te habría dado igual todo lo demás.
               -Créeme, me voy a pesar de cómo están las cosas con tu hermana. Que es algo de lo que, por cierto, quiero que hablemos.
               -Lo sé. Sé que esto para ti no es fácil porque Sabrae no está bien.
               -Es una manera suave de decirlo-ironicé, dando una nueva calada-. Y, la verdad, después de que tuvieras tu momento en el que no estabas muy seguro de que yo fuera lo que querías para Sabrae, el cambio es un poco raro. Marcharme estando tu hermana tan mal es lo más en la línea de ponerle los cuernos que he hecho desde que cogí el primer avión.
               -Para mí fue muy jodido, Al. Los dos sois muy importantes para mí, pero… entiéndeme. Tengo una responsabilidad con Sabrae. Es mi hermana pequeña. Tú mejor que nadie sabes…
               -Sí-lo corté-. Lo sé.
               Claro que lo sabía. Me volvería loco si uno de mis amigos le pusiera los cuernos a Mimi y le rompiera el corazón como le había hecho yo a Sabrae. Por mucho que todo hubiera sido culpa de mi ansiedad, al final el daño había sido el mismo que si lo hubiera hecho de verdad. Aunque sus secuelas no pudieran compararse, Saab había pasado unos días de mierda por mi culpa. No podía ni imaginarme cómo había hecho Tommy para perdonar a Scott después de que le fuera infiel a Eleanor.
                -No me siento orgulloso de haber dudado de ti como lo hice, y te pediré perdón las veces que haga falta para que lo superemos.
               -No se merece, S, de verdad. Yo no estaba aquí. Le hice daño a tu hermana, y tú tuviste que verlo y que cuidarla. Y ahora te va a tocar hacerlo otra vez porque yo me voy a perseguir un sueño al otro lado del mundo. A veces siento que no paro de poneros pruebas; a ti, a ella… a todos. Es como si estuviera haciéndooslo lo más difícil posible para que, si alguna vez las cosas se ponen jodidas, sepa que no os vais a marchar.
               -No lo haremos.
               -Eso no lo sabes.
               -Claro que sí.
               -No, no lo sabes. Yo me marcho, y mira cómo está Sabrae-señalé hacia el cobertizo con la cabeza-. Y, aun así, todavía tengo los cojonazos de pedirte que hablemos de ella, y de pensar en pedirte que la cuides por mí porque soy incapaz de ponerla por delante de mi egoísmo y mi felicidad.
               -¿Ves? Por eso, precisamente, tienes que volver a Etiopía: porque allí estás creciendo, pero todavía no has acabado de madurar. No eres capaz de ver el cuadro completo.
               -¿Y qué cuadro es ése, exactamente?
               -Que tú te vayas estando Sabrae mal no es ninguna prueba para mí de que no te la mereces.
               Me reí entre dientes y negué con la cabeza.
               -Pues entonces ya me dirás qué coño es.
               Scott dio otro paso hacia mí y te juro que me escaneó hasta el código genético con la mirada penetrante que me lanzó. Con razón Sherezade era la mejor abogada del país. Yo mismo confesaría haber matado a Kennedy a pesar de haber nacido 50 años después de su muerte con tal de que dejaran de escudriñarme así.
               -La prueba de que Sabrae sí te merece.
               Me lo quedé mirando, las facciones de su padre encuadrando los ojos de su madre. Todo lo que yo se suponía que detestaba, y sin embargo era incapaz de odiar teniéndolo así, delante de mí. Él era la mezcla perfecta de las personas a las que yo más asco les tenía en ese momento, más incluso que a mi padre, porque le habían hecho daño a la persona que más me importaba, y sin embargo… no podía enfadarme con Scott. No podía echarle la culpa de ser como era.
               No podía hacer otra cosa que no fuera agradecerle ser exactamente quien era. Porque puede que Jordan siempre me hubiera guardado las espaldas, me defendiera a capa y espada, me protegiera de todo, incluso de mí mismo… pero Scott me había hecho quien era. De todos mis amigos, él y Bey eran los más dispuestos a darme un par de hostias para que espabilara. Él había hecho de la única manera en la que yo me valoraba un poco, la validación externa a través del sexo, un juego divertido con el que había descubierto lo que más me hacía disfrutar en la vida, y lo que me había asegurado el único rincón de confianza en mí mismo del que nunca había dudado.
               Supongo que siempre había estado destinado a Sabrae, porque me había moldeado otro Malik.
               -Siempre te has sentido todavía más responsable de Sabrae porque es mi hermana pequeña, y porque tú y yo nos respetamos y nos queremos lo suficiente como para no querer hacernos daño, pero… míranos, Al. Rindiendo cuentas el uno ante el otro sin preocuparnos de si es Sabrae la que se merece que tengamos tanto cuidado. Está claro que tú no puedes tener dudas porque yo no he elegido que ella sea mi hermana, pero… hasta ahora yo me alegraba de que te hubiera elegido a ti, porque sé el tío tan cojonudo que eres y lo feliz que la haces. Pero, ahora, además, me alegro de que la hayas elegido a ella. Ella también tenía que esforzarse por ti, no sólo tú por ella. Y lo está haciendo. Y me siento orgulloso-dijo, y los ojos le brillaban de verdad con ese orgullo-. De que sea mi hermana, y también de que sea tu hermana. Porque de verdad creo que ninguno de los dos habría podido elegir mejor. Antes no tenía dudas con ella, pero contigo… hasta ahora…-sacudió la cabeza.
               -Pero ella es tu hermana-dije, y Scott me miró.
               -Ya. Y tú eres uno de mis mejores amigos. También quiero lo mejor para ti. No te equivoques, Al: me acuerdo perfectamente de todo lo que hicisteis por mí cuando me pasó lo de Ashley. Me acuerdo de todo lo que hiciste tú. Y me alegro de que Saab esté con alguien como tú porque sé de lo que eres capaz… pero también me alegro de que tú estés con Sabrae porque mi hermana me está demostrando que, si hubiera estado en mi habitación con nosotros mientras me consolabais, habría dado la talla igual que la diste tú. Igual que la está dando ahora.
               Di una calada y suspiré, negando con la cabeza.
               -No sé cuántas confesiones de amor voy a poder aguantar sin ponerme a berrear como un crío. Primero Jor, ahora tú…
               -Al, tío, te quiero mucho y todo eso, pero si te das cuenta ahora de lo que te queremos todos, es que eres retrasado perdido y deberías solicitar una paguita-me dio una palmada en el pecho y yo me eché a reír, robándole el cigarro para darle una calada.
               -En una escala de uno a diez, ¿cuánto rencor me vas a guardar por largarme y no ver tu ascenso meteórico en las listas de éxitos de este país?
               -Mmm, un 17-dijo, sonriendo. Su número de la suerte, el día que había nacido Tommy, igual que el de Tommy era el 23.
               Así que el mío era el 26 sin duda.
               -¿Y por dejar sola a tu hermana en uno de los peores momentos de su vida por ir a marcarme unos San Fermines delante de una manada de elefantes por África?
               -Si tan feminista es, que se hubiera hecho bollera y así dejaba en paz a mis amigos-soltó Scott como un bruto, y yo me eché a reír y le di un empujón-. No, en serio… ¿un 3? Tío, tienes que vivir tu vida. Que yo me cabreara contigo por irte lejos y dejar sola a mi hermana sería como si me cabreara con Eleanor por sacar su primer disco antes de que lo haga yo con la banda. Soy imbécil, vale, pero tampoco tanto.
               -Joder, no apruebo ni en las decepciones, ¡esto es la hostia!-me quejé, y Scott se rió. Dio otra calada al cigarro y miró la ceniza, que ya casi abarcaba toda la longitud de lo poco que quedaba.
               -Deberíamos entrar.
               -Espera. Ya me has dado tu discurso, ahora me toca a mí.
               Scott alzó las cejas.
               -Por favor, no me digas que desde que me he hecho famoso me notas un aura interesante y te has dado cuenta de que tu verdadero enemies to lovers era conmigo y no con Sabrae.
               -Es increíble lo gilipollas que eres, tronco; para empezar, tú y yo no podemos tener un enemies to lovers porque hemos sido amigos toda la vida. En todo caso, sería un rivals to lovers. Seguro que tu nombre está entre los más buscados de Wattpad y Archive Of Our Own, así que ya puedes ponerte a estudiar el lore de las fanfics para no avergonzarnos a mí y a los demás en tus entrevistitas de súper estrella-le di una palmada en el hombro-. No. Quiero que hablemos de Sabrae.
               -Absolutamente nadie se esperaba este tema de conversación-ironizó Scott, tirando su cigarro al suelo y apagándolo con el pie. Puse los ojos en blanco.
               -Creía que te encantaba que hubiera encontrado a mi media naranja y todo ese rollo.
               -Eres tan insoportablemente dulce hablando de mi hermana que me sorprende que no me haya dado diabetes todavía, pero, ¡venga! Soy un artista-comentó, encendiéndose otro cigarro, cruzándose de brazos y apoyando el hombro en la puerta. También cruzó los tobillos y arqueó las cejas, expectante-, no voy a despreciar la fuerza del poder más importante del universo: el amor.
               -¿No era la gravedad?
               -Bueno, técnicamente, sí; eso, y el tiempo, pero aún no soy ingeniero aeronáutico. Cuéntame-me invitó.
               -Necesito que me prometas que cuidarás de tu hermana.
               -Ah, claro, porque eso de no haberla ahogado en la cuna al nacer o no haberla incitado a meter los dedos en un enchufe cuando tenía dos años no era cuidarla.
               -No, gilipollas. Me refiero a que… Sabrae está mal, los dos lo sabemos-dije, y observé cómo el cigarro de Scott se consumía entre sus dedos-. Y gran parte de la culpa es de tus padres.
               -Están intentándolo-los defendió Scott, y yo puse los ojos en blanco.
               -Lo sé, ya me ha dado el folleto tu hermana. Pero no lo están intentando con suficiente fuerza, y… bueno, ahí es donde entras tú. Y Shasha. Me habría gustado hablar con ella para pedírselo, pero me imagino que con pedírtelo a ti bastará. Sed pacientes con Sabrae. Sed comprensivos. No la juzguéis.
               -Yo nunca he…
               -Scott-le puse una mano en el hombro-. De verdad. No te diría esto si de verdad no lo sintiera y no supiera que puede que os duela a toda la familia, pero necesitáis ser sinceros los unos con los otros. Tenéis que hablar de verdad. Sabrae no está bien, y lleva mucho más tiempo del que creíamos no estándolo. Prométeme que no reaccionarás raro cuando ella te diga qué es lo que de verdad le preocupa. Y no, antes de que me preguntes: no la he dejado embarazada, imbécil. ¿Te crees que podría marcharme habiéndola preñado? Eso es demasiado irresponsable incluso para mí.
               -¿Qué puede preocuparle tanto como para que tú no quieras decírmelo?
               -Es que no me corresponde a mí. Es algo que es solamente de la familia.
               -Tú eres de la familia.
               -No para esto-negué con la cabeza y Scott se masajeó la mandíbula. Se mordió el labio con la vista perdida, y me miró con una ceja arqueada.
               -¿Seguro que…?
               Negué con la cabeza. Por mucho que eso fuera allanarle el camino, sentía que decirle a Scott que se trataba de la adopción de su hermana sería una traición tan grande a su confianza que puede que nunca me perdonara. Le prometí que guardaría todos sus secretos, que los protegería con mi vida; sólo si ella no estuviera dispuesta a tratarlos consideraría contarlos, y siempre que supiera que no saldrían de ella hasta que no la reventaran por dentro.
               Por suerte, ahora Sabrae parecía dispuesta a hablar de todo lo que le preocupaba. Me dolía pensar que yo no le había dejado otro remedio, pero si mi marcha permitía curar una herida profunda y ancestral… que así fuera.
               -Prométeme que le darás el espacio seguro que me correspondía a mí mientras yo no esté. Prométeme que puede contar contigo, S. Prométeme que vas a escucharla, incluso si lo que te diga te hace daño.
               A Scott se le borró el amago de sonrisa que pudiera tener con la última frase, seguramente entendiendo por dónde iban los tiros. Tragó saliva y asintió con la cabeza; se aclaró la garganta, se relamió el piercing y, con voz ronca, dijo:
               -Claro, Al. La escucharé, te lo prometo.
               -Y no la juzgarás.
               -No, no la juzgaré. Tienes mi palabra.
               -Vale. Gracias. Te lo agradezco de verdad, S.
               -Es mi hermana-me recordó, y añadió, con una sonrisa tentativa-. Y tu chica. No me arriesgaría a que ninguno de los dos la perdiéramos.
               Le devolví la sonrisa y le revolví el pelo, algo que él detestaba. Bufó por lo bajo y se lo intentó recolocar con los dedos.
               -Vale, y ahora que ya nos hemos jurado amor eterno a la luz de la luna, ¿podemos entrar, por favor? Hace un frío de cojones.
               -Espera-dije, agarrando la manilla de la puerta que él acababa de coger también-. Ya que estamos… sabes que mi hermana acaba de echarse novio-Scott parpadeó y asintió con la cabeza-. Y ya sabes lo que eso implica.
               Scott puso los ojos en blanco y suspiró.
               -Déjame adivinar: incluso contigo a siete mil putos kilómetros de distancia voy a tener que seguir llevando un condón extra por si acaso me lo pide un Whitelaw estando de fiesta, ¿no?
               -Si me la preñan, te haré responsable.
               -Ew, no, gracias. Yo ya estoy bien servido.
               -Ahora en serio, tío. Si necesita algo, si tiene alguna duda, o lo que sea… ¿te ocuparás de ella?
               Scott me dedicó una sonrisa torcida, oscura, su Sonrisa de Seductor™, y se mordisqueó el piercing.
               -No te preocupes, Al. Haré de Mimi una golfa. Ya lo hice contigo, y mira qué bien me saliste. Esto sólo puede mejorar.
               Me eché a reír, porque puede que yo sea súper protector con Mimi, pero la verdad era que quería lo bastante a mi hermana como para que quisiera que descubriera el apasionante mundo del sexo. Y no tendría un mejor maestro al que acudir para resolverle las dudas que Scott.
               Si había un tema que no le confiaría a nadie más que a él, sería precisamente ése. Así que, con la confianza de que dejaba a mis dos chicas en buenas manos, podía irme un poco más tranquilo.
               De modo que regresé al interior del cobertizo para empezar a despedirme de toda la gente de mi vida durante el periodo más largo que tenía pensado separarme de ellos.
               Bueno… de todos, menos de una, claro.
 
 
Acabábamos de colocar la maleta que Annie le había comprado a Alec para que llevara todos los regalos para sus compañeros en el mostrador de facturación cuando apareció la información de su puerta en los paneles informativos de Heathrow. Le había tocado la 5, el que yo habría considerado hasta entonces mi número de la suerte porque era el día de su cumpleaños, si no fueran también los meses que íbamos a pasar separados.
               Era real. Era real. Era total y absolutamente real. Alec se marchaba.
               Tomó aire y suspiró sonoramente viendo los paneles animándolo a acercarse a la puerta y dejarnos solos. Era cierto que, debido al tráfico aéreo, los anuncios no eran tan justos como en los aeropuertos de Gatwick o Stansted, pero aun así no nos dejaba demasiado margen para hacernos a la idea de que pronto la casa volvería a quedarse vacía.
               Se colgó su mochila de los hombros y miró a su familia, que era incapaz de apartar la mirada de él igual que tampoco podía apartarla yo. La certeza de que nunca había pasado tanto tiempo sin verlo pesaba sobre mí como una losa que me llevaba los hombros al límite, y cada una de sus facciones, antes un remanso de paz en el que mi imaginación se deleitaba mientras me daba placer a mí misma, era una tarea a resolver antes de que se fuera. Tenía que memorizarlo todo, desde la forma de su nariz afilada, su ceño fruncido, la curvatura de sus pestañas, la línea dura de su mandíbula que se acentuaba cuando tragaba saliva o se concentraba en algo, o la carnosidad de sus labios, que siempre querría besar.
               Me dejó a mí para la última, como siempre, igual que el postre siempre es el final de la comida por ser lo más dulce. Había un dolor profundo en su mirada que no estaba ahí hacía una hora, cuando se había despedido de Josh revolviéndole el pelo que poco a poco le iba creciéndole mientras le prometía que le escribiría para contarle lo que hacía cada día igual que lo hacía conmigo, “sólo que sin las partes cochinas”. La parada en el hospital había sido la última antes de meternos en el coche y poner rumbo al aeropuerto más transitado de nuestro país, una promesa de sueños cumplidos que ahora se me antojaba, más bien, la amenaza de que las pesadillas podían hacerse realidad.
               No sabía cómo iba a hacer para despedirme de él. Incluso cuando le detestaba me había descubierto echándole de menos, acostumbrada como me tenía a que hubiera alguien con quien siempre podía contar para pelearme y descargar mi rabia. Aunque jamás me atrevería a admitirlo ante nadie, siquiera ante mí misma, cuando lo veía volver de Mykonos respiraba tranquila; y no ayudaba, desde luego, que volviera más relajado, más moreno, y un poco más musculado por todo el tiempo haciendo ejercicio al sol desde la última vez que le había visto antes de sus vacaciones.
               Nunca me atrevería a admitirlo ante nadie, siquiera ante mí misma, pero aunque Alec había nacido en invierno, para mí siempre había significado verano. Y mi piel bronceada era testigo de lo muchísimo que me gustaba el verano.
                Alec se relamió los labios, observando los míos como si pretendiera memorizarlos para luego esculpirlos, y sólo rompió el contacto visual cuando su madre habló.
               -Ya han dado la información de tu puerta, ¿ves? Ni siquiera podemos pararnos a buscarte algo en condiciones para que puedas descansar en el vuelo. Tendremos que cogerte la primera almohada cutre que veamos para que no pierdas el avión.
               -No perderé el avión, mamá-aseguró con sus ojos de nuevo en los míos, porque los dos sabíamos que, cuando dos amantes como nosotros desean algo fervientemente, el destino rara vez se lo concede. Y, ahora mismo, lo que más felices nos haría sería que Alec perdiera ese avión.
               -No deberías haberte pasado tanto tiempo con tus amigotes-se quejó Annie, y si no fuera por la sonrisa con la que había ido a llevarnos la comida para que pudiéramos tomarla con su grupo de amigos en el cobertizo de Jordan y así no tuviéramos que interrumpir antes de tiempo nuestra tarde de juegos y despedidas, diría que estaba celosa de que hubiera elegido a sus amigos antes que a ella.
               Claro que ¿cómo no estar celosa de la forma en que había estrechado a todos entre sus brazos, cómo les había susurrado en voz baja cosas que eran sólo para aquellos con los que hablaba, y cómo se le habían humedecido los ojos cuando le dio el último abrazo a Bey? Sabía que mi despedida sería mil veces peor y, aun así, yo también me había puesto celosa de esas atenciones.
               Yo también quería cada segundo de él en Londres, ahora que quedaban ya tan pocos.
               -Mamá, tranqui-ronroneó Alec, mirándola esta vez y haciendo que odiara un pelín a mi suegra por robarme más tiempo de sus ojos en los míos-. Íbamos a estar mucho tiempo separados, y Josh tenía mucho que contarme de sus apasionantes ligues con Shasha. No quiero perderme nada de cómo ligan en vivo y en directo delante de las enfermeras.
               -Si mi hermana te oye decir eso, te mata-me reí, a pesar de todo, y creo que eso sería lo que más echaría de menos de Alec: que, incluso en las situaciones más complicadas y dolorosas, era capaz de hacerme reír.
               Me iba a hacer mucha falta tenerlo conmigo para poder reírme en el futuro.
               -Mejor-respondió Al, volviendo a mirarme-. Las Malik sois pila divertidas cuando estáis enfadadas.
                Puse los ojos en blanco y le saqué la lengua, pero todo rastro de enfado fingido se evaporó de mí cuando me rodeó la cintura con una mano demasiado cálida como para sobrevivir sin ella a mi alrededor en esta gélida noche de noviembre.
               El sol ya se había puesto en el horizonte y el aeropuerto había podido anunciarse mucho antes que en el verano, con lo que mi nerviosismo había aparecido también antes. Pensar que me había despertado siendo inmensamente feliz y con él a mi lado y que ahora me acostaría sola y triste me encogía el corazón. Si iba a dolerme tanto, prefería que Alec se lo llevara con él y lo cuidara mientras yo me las apañaba para sobrevivir a su ausencia.
               -Tal y como yo lo veo, tenemos dos opciones: o me riñes hasta que sea la hora de embarcar, o aprovechamos para ir a hacer unas compritas de última hora antes de que me toque marcharme.
               -Empiezo a pensar que elegiste mal, niña-me dijo Mamushka, y Alec me atrajo hacia sí y me besó la cabeza.
               -Sólo el momento en el que me permitió enamorarla-me defendió, pero creo que, en el fondo, se equivocaba. Esto era su destino; no habría descubierto su potencial si no hubiera ido a Etiopía. Si yo me hubiera cruzado antes en su vida, quizá nunca llegara a ser plenamente feliz.
               Tenía que creérmelo, porque no tragarme esa trola no me permitiría sobrevivir.
               -Vamos-instó Dylan, pasándole un brazo por los hombros a Annie para dirigirla hacia las tiendas. Alec siguió a sus padres en dirección a la primera de ellas, con ropa de marca que ni pretendía comprar ni tan siquiera probarse. En el fondo tenían una sección de maletas que podrían serle de utilidad; sólo tenía que comprobar en cuál de ellas podía meterme yo y que me facturara con ellas.
               Pasamos por delante de una tienda de bolsos, otra de joyería, una zapatería y un par de perfumerías antes de aparecer en la sección sin impuestos. Mimi le insistió a su hermano para que cogiera una tableta grande de Toblerone, y mientras se la metía en la mochila, se echó a llorar y le dijo que le iba a echar mucho de menos y lo orgullosa que se sentía de ser su hermana.
               Ése fue el pistoletazo de salida para que los Whitelaw se derrumbaran, y me acogieron entre sus brazos cuando me uní a su abrazo colectivo, rodeándose los unos a los otros, acariciándose los hombros y las espaldas antes de tratar de recomponerse y aprovechar los últimos instantes de Alec en casa. Annie quiso comprarle un libro para que estuviera entretenido durante el vuelo, omitiendo totalmente que Alec no haría más que dormir y llorar. Dylan le hizo elegir entre varios relojes de una de las tiendas más caras del lugar y le prometió que se lo haría llegar para su cumpleaños.
               -Quizá no te vea la cara cuando te lo pongas por primera vez, pero quiero que tengas algo especial por el único cumpleaños que no voy a poder verte, hijo.
               -Entonces esperaré para ponérmelo a volver a casa, papá-le contestó Alec, y a Dylan se le iluminaron los ojos por la sorpresa, y se le humedecieron por la ilusión. Se fundieron en un cálido abrazo sonoro, en el que se palmearon las espaldas mientras Annie fracasaba en su intento por contener las lágrimas. Mimi sorbía por la nariz, y a ratos conseguía controlarse y a ratos la superaban sus emociones; sabía por experiencia lo duro que se hacía el volverte la hermana mayor de la casa, así que no podía juzgarla.
               Y menos cuando su hermano era mi novio. Incluso si tuviera más hermanos en casa me parecía que sus lágrimas estaban justificadas.
               Mamushka le insinuó que podía coger un paquete de dulces simplemente porque eran una matrioska hecha con el Big Ben, y cuando su nieto accedió obedientemente, sus ojos se iluminaron.
               -¿Alguna petición?-me preguntó medio en broma, medio en serio, cuando se metió los Big Ben de hojalata en lo más hondo de la mochila.
               -Que vuelvas mañana-respondí. Annie cogió aire sonoramente, Dylan se atragantó con una risa, y Mimi exhaló un gemido. Mamushka se limitó a decir:
               -Escúchala.
               Pero Alec sólo se rió, me atrajo hacia él y me besó el pelo.
               -Yo también te quiero, mi amor.
               Noté que las lágrimas se me agolpaban en las comisuras de los ojos, pero me las tragué. Todavía no podía deshacerme. Todavía no.
               Todavía le tenía conmigo. Todavía podía memorizar un detallito más antes de que me lo arrebataran.
               Nuestro paseo acelerado por las tiendas para cogerle provisiones a Alec duró tan poco que parecía una película acelerada, y antes de que nos diéramos cuenta, ya estábamos delante de los controles de seguridad. Quedaban apenas quince minutos para que cerraran el embarque de Alec.
               Quince minutos. Novecientos segundos. Y, luego… ciento sesenta y un días. Veintitrés semanas. Cinco meses y medio hasta el 26 de abril, si es que venía por mi cumpleaños y no por mi cumple-adopción.
               161 noches yéndome a dormir sin besarlo. 161 amaneceres sola. 23 fines de semana echándole de menos. 5 aniversarios y medio sólo con sus cartas y sus videomensajes.
               Alec se detuvo frente a los pasillos hechos con cintas y se giró para mirar a su familia. No se me escapó cómo no puso los ojos sobre mí en ningún momento; para él era tan complicado esto que tenía que hacer como para mí. Quizá más, pues había sido él quien se había dado cuenta de que Etiopía era algo a lo que renunciar, por mucho que yo le hubiera animado a que no lo hiciera.
               -Bueno…-carraspeó y tragó saliva, y Dylan le salvó del apuro dando un paso al frente para ser el primero en despedirse. Lo estrechó entre sus brazos como si volviera a ser ese niño asustado que iba a buscarlo cuando tenía pesadillas con el hombre que le había hecho nacer y le había traicionado en su más tierna infancia, en lugar del hombre que le sacaba casi dos cabezas y podría levantar su peso perfectamente con un solo brazo.
               -Irte de casa para buscar tu propio camino es un signo de la valentía que siempre he sabido que tenías, Al. Me siento muy orgulloso de llamarte hijo mío. Que tengas buen viaje-le dio un beso en la mejilla-, y disfruta mucho de tu voluntariado.
               -Gracias, papá. Cuida a las chicas por mí, ¿vale?
               Dylan sonrió y le dio una palmada en el brazo.
               -Lo haré, descuida.
               Alec le sonrió y asintió con la cabeza, y luego miró a su abuela. Mamushka sorbió por la nariz, levantó la vista, clavó sus ojos claros en su nieto y empezó a hablarle de forma acelerada en ruso. La sonrisa de Alec se acentuó, y yo deseé haberme aplicado más con ese idioma para poder entender lo que le decía su abuela.
               -Perdón, Saab-se disculpó Mimi, sonándose en un pañuelo que luego se escondió en la manga-. Mamushka le está diciendo que está honrando la memoria de nuestra familia y haciendo honor a nuestra estirpe demostrando que no hace falta llevar una corona o sentarse en un trono para destacar por encima de los demás, y…
               -Al final todo conduce a los Romanov con ella, ¿no?
               Mimi rió discretamente.
               -Sí, supongo que sí. Y… que, en el fondo, se alegra de que el imperio ya no exista, porque sólo en su máximo esplendor se merecería tener a un príncipe con un corazón tan puro y valiente como el de él.
               -Estoy orgullosa de ti-le dijo Mamushka en ruso, algo que sí pude entender por mí misma. Sonreí mientras Alec le cogía las manos a su abuela, se las juntaba y se las besaba.
               -Gracias, Mamushka-ronroneó él para a continuación abrazarla-. Te quiero.
               -Y yo a ti, mi niño.
               Le tocó el turno entonces a Annie, que gimió y sorbió por la nariz mientras se echaba en brazos de su hijo.
               -Me encanta ese país porque se ve que allí eres muy feliz, pero lo odio por estar tan lejos de aquí.
               -Y tú que no sabías qué inventarte para castigarme y tenerme en casa, ¿eh, mamá?-se burló Alec, devolviéndole el abrazo y dándole un beso.
               -Qué bobo eres. No te haces una idea de cuánto te echaré de menos, mi amor.
               -Vamos, que la otra vez pensabas que no me verías en un año. No puede ser tan malo.
               -Claro que sí, porque ahora sé lo vacía que se queda la casa cuando tú no estás.
                Alec rió por lo bajo y le dio otro beso a su madre, deteniéndose a inhalar el aroma de su pelo y su cuello mientras la estrechaba entre sus brazos un poco más. Sólo un poco más.
               Quizá se dio por satisfecho, o quizá se dio cuenta de que nunca lo haría; el caso es que acabó soltando a su madre y girándose hacia su hermana… y hacia mí.
                Mimi sorbió por la nariz, se sonó de nuevo en su pañuelo y tragó saliva. Creí que podría mantener el tipo mientras se despedía de su hermano, pero entonces gimió y se colgó de su cuello.
               -Eres el mejor hermano del mundo y la casa es horrible sin ti. Te voy a echar mucho de menos.
               -Y yo a ti, Mím. Te quiero muchísimo, peque.
               -Yo también-gimió, inhalando en su cuello y exhalando un suspiro cuando Alec le dio un beso en la mejilla y, sujetándola por la cintura, le susurró al oído:
               -No hagas nada con Trey que yo no haría con Sabrae.
               Mimi soltó una risita y asintió con la cabeza. Se limpió las lágrimas y se apoyó de nuevo en sus talones justo antes de que llegara el momento que yo más me temía.
               Trece minutos. Y luego… ciento sesenta y un días.
               Alec se volvió hacia mí y a mí se me rompió el corazón. Era guapísimo. Era precioso. Era perfecto. Era un rey, y yo su reino. Era el sol, y yo su cielo. Era un dragón, y yo su fuego. Era un diamante, y yo su brillo.
               Era un dios, y yo su sacerdotisa. Mi vida no tenía sentido sin él, y yo aportaba ese toque que le hacía especial, único e irrepetible.
               Di un paso hacia él y Alec me miró de una forma en que me sentí desnuda y vulnerable, pero curiosamente también protegida y saciada. Me hizo el amor con los ojos sin tener siquiera que quitarme la ropa. Se relamió los labios mirándome los míos, y yo me pegué a él, ansiosa de su calor, de su olor, de su fuerza, de toda su física, toda su realidad.
               Le cogí la mano y la entrelacé con la mía, sintiendo el corazón latiéndome desbocado en la garganta. Estaba cayendo en picado, el suelo se acercaba a mí a una velocidad de vértigo, y pronto me daría la gran hostia que me haría despertar y darme cuenta de que todo lo que me había hecho feliz no había sido más que un sueño.
               Levanté la vista y miré a Alec, pero él no me estaba mirando a mí, sino a algo tras de mí. Tenía la vista fija, concentrada, con esa expresión calculadora que siempre ponía estando de fiesta, cuando algún tío se me acercaba y no sabía si yo quería que lo alejara de mí o no me importaba tenerlo rondándome.
               Me giré para mirar lo que él miraba, y se me encogió el corazón al ver a una pareja como nosotros que se besaba apasionadamente; él cargaba una mochila al hombro, y ella lo besaba como si pretendiera hacer que no cogiera el avión por pura atracción física.
               Les envidié por estar ya besándose, aunque por la urgencia que lo hacían, juraría que ya habían cerrado el embarque del vuelo del chico y él estaba en el descuento antes de acabar en tierra.
               Doce minutos… y luego ciento sesenta y un días.
               Alec inhaló profundamente, sus ojos se clavaron en los míos, y a mí se me paró el corazón al pensar que ahora era cuando me soltaba.
               Y entonces…
               -Venimos ahora-dijo, agarrándome de la mano y tirando de mí para alejarme de su familia, en dirección contraria a los pasillos de cintas… y en dirección a las tiendas.
               En dirección a la joyería.
               La chica llevaba un anillo con el que rascaba el cuello del chico mientras le acariciaba para memorizar sus facciones. Puede que eso fuera la pieza que Alec creía que nos faltaba para dar por zanjado lo nuestro, para desafiar al mundo entero y demostrar que íbamos en serio, que creíamos en nosotros y que sabíamos que lo superaríamos.
               Se me encogió el estómago al pensar que quizá había entrado en el aeropuerto como Sabrae Malik… y saldría como una Whitelaw más. Como la mejor Whitelaw que había existido nunca, porque la única Whitelaw culpa exclusiva de Alec.
               No sabía cómo les explicaría esto a mis padres, ni si lo aceptarían, o siquiera si yo quería que esto pasara en una situación así, con Alec a punto de marcharse, en un aeropuerto, con un anillo que todavía no teníamos ninguno de los dos… pero, fuera lo que fuera lo que iba a pasar, me dije que me gustaría, que sería perfecto, que todo iba conforme a ese plan divino que yo no había entendido al principio pero en el que confiaba ciegamente.
               Y entonces Alec giró la esquina y nos metió en los baños.
              
Creo que había asustado a Sabrae, pero ver a esos chicos despidiéndose en el aeropuerto como deberíamos estar haciéndolo nosotros también, las lágrimas de ella y la desesperación de él y el ansia de ambos, me hizo incapaz de seguir ignorando por más tiempo la manera en que estaba ardiendo por debajo de la piel.
               Apenas habíamos salido de la cama yo ya había estado deseando volver a meterme en ella. Apenas la había visto con mis amigos yo ya quería volver a tenerla sólo para mí. Apenas había logrado controlarme para no arrancarle la ropa que acababa de ponerse para ir al aeropuerto y hacerla mía de nuevo en el suelo de mi habitación hasta la última consecuencia; si perdía el avión y Valeria me echaba la bronca del siglo, que así fuera.
               Iba a estar cinco putos meses sin ella. Cinco. Putos. Meses. No aguantaba más pensar en que no volvería a probarla, no volvería a escucharla gemir como lo hacía justo antes de correrse, no notaría su coño aferrándose a mi polla con desesperación mientras se corría, ni me ardería la espalda al día siguiente por sus arañazos mientras follábamos.
                Me había pedido que volviera mañana y yo ya estaba calculando rutas para poder venir y verla aunque fuera un par de horas cada fin de semana. Te juro por mi madre que lo habría hecho si tuviera la pasta suficiente. Me daba igual el tiempo en el aeropuerto, las horas perdidas en aviones o lo agotado que terminaría; todo merecería la pena con tal de convertir los cinco putos meses en cinco días que podría sobrellevar mil veces mejor.
               Pero sabía que nada de eso iba a pasar, que la suerte no me iba a sonreír tanto como lo había hecho cuando ella se cruzó en mi vida y se enamoró de mí, así que sólo me quedaba aprovechar hasta la última gota que estuviera dispuesta a darme. Hasta la última.
               Cuando entrelazó su mano con la mía  yo me di cuenta de que tendría que esperar cinco meses para volver a estar con ella… pero un poco más para volver a probarla. Y no lo podía consentir, ah, no. Ni de broma. La abstinencia de su cuerpo era una cosa, pero, ¿de su sabor? Aquello era algo por lo que no estaba dispuesto a pasar.
               Además, ella no se había corrido esta mañana mientras le comía el coño, así que tenía la excusa perfecta para pedirle que me dejara arrodillarme entre sus piernas, bajarle las bragas y hacerla gemir mi nombre de esa forma en que a mí no se me olvidaba.
                Tenía los ojos abiertos como platos, y no podía culparla; no le había dado la más mínima explicación para mi comportamiento, pero… entiéndeme. Estaba como loco. Pensar en no tenerla durante tanto tiempo, en no poder ni tan sólo oírla mientras se masturbaba, había terminado con la poca cordura que me quedaba.
               -Alec-jadeó, y se plantó en la entrada del baño, tirando de mí con fuerza para que yo no pudiera seguir avanzando con ella a rastras-. ¿Qué te pasa? ¿Adónde me llevas?
               -Por favor-me volví hacia ella y me acerqué tanto que nuestros pechos se tocaron. Sabrae me miraba con ojos como platos, sin entender lo más mínimo-, por favor, por favor. Dime que te apetece, porque no puedo hacer esto sin ti.
               -¿Hacer qué? ¿Que me apetece qué?
               -Dejar que te coma el coño.
               -¿¡Qué!?-replicó, roja como un tomate-. ¡Alec, por Dios… estamos en…!
               -Heathrow, ya lo sé. Y escucha, escucha, no te lo pediría si no fuera importante para mí-la tomé de la mandíbula-. Mientras me despedía de mi familia estaba bien, he aguantado como un campeón, pero en cuanto te he visto… me he dado cuenta de que no puedo irme sin más, Saab. No puedo irme sin saber que lo he probado contigo, todo de ti. No puedo soportar siquiera pensar en pasarme cinco meses sin ti sin haberte probado una última vez sabiendo que era la última.
               Sabrae se puso todavía un poco más roja, lo cual no creía posible.
               -Lo entiendo si no te apetece, o si te parece violento, o si no crees que sea el momento ni el lugar, pero…-miré las pantallas con la información de los vuelos-. Si tienes una duda, por pequeña que sea… aférrate a ella. Déjame esto. Sé que te he pedido muchísimo estos días, y que te estoy pidiendo demasiado obligándote a decirme adiós, pero… si existe la más mínima posibilidad de que lo hagamos, déjame aprovecharla. Deja que te deba todavía un favor más.
               Se le acentuó un poco más el rubor mientras yo la miraba sopesar sus opciones, y por un momento creí que la perdería, que me había vuelto demasiado loco, que me veía demasiado desesperado y que me diría que no, porque le había pedido algo excesivo. Sí que era verdad que sólo le gustaba hacerlo en sitios públicos cuando iba un poco achispada o llevábamos tanto de fiesta que se había desinhibido totalmente, pero las circunstancias eran totalmente distintas.
               Quizá debería haber tenido más tacto. Quizá debería haber sido más prudente. Quizá lo había jodido todo pidiéndole la única cosa que no podía darme. Quizá ahora nuestra despedida se viera empañada por mis impulsos de mierda, que siempre sacaban lo peor de…
               -Vale-accedió, y yo la miré.
               -¿De verdad?
               -Sí-y se sonrojó un poco más-. De hecho, me apetece.
               -¿Estás segura?-pregunté, y Sabrae me atravesó con la mirada.
               -Alec, no te voy a suplicar que me comas el coño en público si es lo que pretendes. Si a ti te apetece hacerlo, a mí me apetece que me lo hagas, y ya está. Pero…-se giró y miró las pantallas-, más nos vale que nos…
               No dejé que terminara. Me abalancé sobre ella para besarla y mandar así a todas nuestras preocupaciones bien lejos.
               Lo bueno del baño de los tíos era que no había tantas colas para entrar, sino que cada uno iba a lo suyo, así que encontramos un cubículo libre nada más entrar.
               ¿Lo malo? Que muchos no necesitaban ningún cubículo para usar el baño, así que muchos nos vieron entrar. Sólo esperaba que eso no incomodara demasiado a Saab.
               Cerré la puerta y me giré para abalanzarme sobre ella, pero Sabrae me empujó y me siseó que echara el pestillo. Lo hice a regañadientes, no porque me hiciera ilusión que alguno de esos mamarrachos le viera el coño a mi piba, sino porque cada segundo era valiosísimo y no podía permitirme errores así. Apenas lo había echado y me hube girado hacia ella, Saab ya se había lanzado a por mí.
               Sus besos se volvieron urgentes, desesperados, mientras me desabrochaba los botones de la sudadera para poder quitármela por la cabeza.
               -Sólo quiero comerte el coño.
               -¿No vamos a echar el último rapidito?-gimió-. Sueles comerme el coño para preliminares, así que pensé…
               La senté sobre la taza del váter cerrada y me puse de rodillas frente a ella. Le coloqué ambas manos en las rodillas y le separé las piernas. Se había puesto medias, lo cual era un problema, y también un síntoma de mi locura y lo poco que se esperaba que esto pasara.
               Pero estaba pasando. Gracias a Dios, estaba pasando.
               -¿Cuánto cariño les tienes a estas medias?-pregunté, y Sabrae se estremeció.
               -No demasiado.
               No necesité que me dijera nada más. Le subí el jersey para poder verle mejor la entrepierna y, sin miramientos, metí las manos entre sus piernas y rompí las medias con fuerza. Sabrae jadeó, retorciéndose entre mis manos al notar el frío aire entre sus muslos ahora desnudos.
               La miré a los ojos mientras enganchaba sus bragas y se las bajaba.
               -No voy a ser cuidadoso.
               -No quiero que lo seas.
               Uf, menos mal, porque dudo que pudiera. Le arranqué las bragas y me las metí en el bolsillo trasero de los vaqueros mientras con la otra mano le presionaba el clítoris. Sabrae dejó escapar un gemido, arqueó la espalda y se apoyó sobre el váter, lo cual era un problema, porque el ángulo que me dejaba para practicarle sexo oral era nulo.
               Le pasé los brazos por debajo de los muslos, tiré de ella para acercarla hasta el borde, y con los ojos fijos en los de ella, hundí la cara en su coño y me di un puto festín. Sabrae gritó, luego recordó dónde estábamos y se llevó una mano a la boca para contenerse, pero yo le aparté la mano.
               -No te reprimas. Vamos a estar cinco meses separados; lo justo es que me des todo lo que quieras darme.
               Claro que era más fácil decirlo que hacerlo, pedirlo que concederlo, de modo que Sabrae se dedicó a gemir por lo bajo, jadear y suspirar mientras mi lengua se afanaba en su interior, en sus pliegues y su clítoris. Le succioné los labios mayores, recorrí los menores, froté mi nariz contra su clítoris, e incluso le llevé las manos a las tetas y se las manoseé por debajo del jersey y encima del sujetador. Le bajé el sujetador para pellizcarle los pezones, y Sabrae se empujó hacia mí con una mano en la pared a su espalda, la otra en mi cabeza y una de sus piernas sobre mis hombros.
               -Sí, nena, joder, justo así… fóllate mi cara, vamos-gruñí-. Dios, me voy a llevar este sabor a Etiopía, y no sé si volveré en el siguiente vuelo.
               -Quizá lo esté haciendo a propósito-gimió, y se estremeció de pies a cabeza cuando yo le metí el dedo corazón dentro y le presioné la parte más sensible de su coño, con permiso del clítoris, que seguía teniendo toda mi atención. Sabrae se llevó una mano a la boca y se la mordió, un gesto de desesperación curvándole el rostro en una mueca de absoluto placer que tardaría en olvidar.
               -Ajá. Siempre supe que lo que querías era amargarme la vida y provocar que te desobedeciera para echármelo siempre en cara.
               Sabrae se rió, y su risa se convirtió en un jadeo, y su jadeo se convirtió en un gemido cuando le atrapé el clítoris con los labios y lo succioné. Arqueó de nuevo la espalda, hundiendo las uñas en mi cabeza, y gruñó.
               -Alec, me voy a correr.
               -Dámelo, nena. Vamos-la insté.
               -Alec, me voy a correr. Me… me… Oh. OH, Dios…-jadeó para mí, deshaciéndose en mi boca, corriéndose a chorro directamente sobre mi lengua. Joder, ¿soy o no soy el tío con más suerte el mundo?
               Sus piernas temblaban, su cuerpo se estremecía. Toda ella estaba hecha añicos, y aun así, se las apañó para mirarme y sonreírme con un deje de orgullo que me hizo saber que, para ella, esto era un regalo para ambos. Todavía con un dedo dentro de ella y la polla como de cemento, me incorporé y le di un beso en los labios.
               -Te puto amo, Sabrae. Lo sabes, ¿verdad?
               -Déjame probarme de tu boca-me pidió, medio ida, y le di un beso lento, invasivo, sucio, animal. Sabrae se relamió cuando nos separamos, lo cual me regaló la imagen perfecta para pelármela como un mandril en cuanto estuviera a solas.
               Era increíble cómo podía saciarme sexualmente mirándola y, a la vez, ponerme más cachondo que una moto.
               Dejé que se tomara un momento para recuperar el aliento, y cuando se hubo tranquilizado lo suficiente como para ponerse en pie, la ayudé a hacerlo y descorrí el pestillo. Me puse entre ella y los gilipollas que estaban esperando en el baño con los móviles en la mano para que nadie pudiera verla, aunque sabía de sobra que Saab me había hecho lo bastante famoso como para que medio Internet pudiera reconocer esos gemidos sólo con verme a mí. Me la pelaba, la verdad.
               -Más os vale borrar eso si no queréis que os meta los móviles por el culo mientras mi novia mira.
               La mayoría los guardaron, pero a unos cuantos tuve que convencerlos acercándome a ellos para que vieran que estaba dispuesto a pelear. Sólo cuando se hubieron ido todos le abrí la puerta del cubículo a Sabrae, que había vuelto a sentarse en el baño a recuperar fuerzas. Me miró desde abajo, cansada pero feliz.
               -Al…
               -Dime.
               -No te acuestes con otras-me pidió, y yo me eché a reír, le di un beso en la frente y le prometí que no lo haría.
               -Ni siquiera me apetece, ya lo sabes, bombón.
               -No quiero que le hagas esto a nadie más que a mí.
               -¿Quieres otra ronda?-bromeé, rompiéndole más las medias para ayudarla a quitárselas. Las tiré a la basura del lavabo y me volví.
               -Lo que quiero hacer ahora mismo nos llevaría demasiado tiempo, así que… mejor nos vamos, o definitivamente no sólo no cogerás ese avión, sino que hasta saldremos en prensa. Igual incluso en algún sitio porno.
               -Quizá lamentes haberme hecho cancelar mi suscripción a PornHub.
               -Era lo mínimo-me recordó, y yo me reí y le rodeé la cintura con el brazo. Le di un beso en la cabeza e inhalé el perfume de su champú.
               Salimos del baño, ella acalorada y yo absolutamente feliz. Fuimos de nuevo con mi familia, que por fuerza tenía que sospechar lo que había pasado, pero tuvieron la delicadeza de no decir absolutamente nada y abrazarme una última vez hasta que Sabrae me acompañó por los pasillos de cintas hasta el mismísimo punto donde tenía que escanear mi tarjeta de embarque y no podía avanzar más.
               Ya había pasado todo el tiempo que teníamos disponible, y estaban pasando el aviso de última llamada en las pantallas de los vuelos. Sabrae la miró con gesto triste, y luego me miró a mí.
                -Supongo que pedirte que te saques mis bragas del bolsillo de los pantalones y me las des sería una pérdida de tiempo que no podemos permitirnos, ¿no?
               -Supones bien. Sobre todo porque me pelearé incluso con los de las ametralladoras si pretenden quitármelas.
               Saab se rió.
               -Eres un cerdo y un fetichista.
               -No es mi culpa que toda tú huela genial. Tú tienes mi cama y mi ropa para olerme cuando quieras, ¿qué me queda a mí?
               -No te equivoques, Al; voy a mantenerla respiración hasta que regreses porque me aterra respirar un aire que no huela a ti-respondió, y yo sonreí. Le rodeé la cintura con las manos y la acerqué a mí.
               -Mírate. Toda coladita por un gilipollas al que hace un año no soportabas.
               -Yo de ti me preocuparía por cómo puede cambiar mi opinión de ti en los próximos cinco meses.
               -Mientras haya algún baño en el que pueda convencerte de que lo que sientes ahora es lo correcto…-ronroneé, inclinándome hacia ella para rozar mis labios con los suyos. Sabrae me dio un beso dulce, y se relamió cuando nos separábamos.
                -Llámame cuando llegues. Tenía muchas cosas que decirte, y se me han olvidado todas después de esto.
               -Si lo llego a saber, empiezo a hacerlo antes. Te habría ahorrado mucha saliva y no habría escuchado tantos insultos.
               -Eres un gilipollas-se rió, negando con la cabeza y besándome de nuevo. Me acarició el pelo, se colgó de mi cuello y se puso de puntillas para alargar el beso lo más posible-. Te quiero. Nos vemos dentro de cinco meses.
               -El sueño de la anterior Sabrae, ¿eh?
               -Lo siento, pero la anterior Sabrae no puede ponerse.
               -¿Por?
               -¡PORQUE ESTÁ MUERTA!-bramamos los dos, y nos echamos a reír. Varias personas se nos quedaron mirando, pero no les hicimos el menor caso. La estreché entre mis brazos con fuerza, le dije que la quería, la escuché decirme que ella a mí también, nos dijimos que nos echaríamos de menos, nos besamos una, dos, tres, cuatro, cinco veces, y luego, tras mirarnos a los ojos un instante, yo con su rostro entre mis manos y ella con sus manos en mi cintura, nos separamos.
               Los primeros segundos de esos cinco meses y medio que íbamos a estar separados los llevé bastante bien. Claro que en parte se debía a que seguía viéndola.
               Crucé la barrera de las tarjetas de embarque y dejé mis cosas en la bandeja. Me quité el cinturón de los vaqueros y lo coloqué al lado de mi pasaporte, y miré de nuevo y por última vez a Sabrae, que todavía estaba junto a las barreras. Se acercó a ellas y se apoyó junto a la primera de todas, observándome mientras colocaba mis cosas en la cinta y esperaba mi turno para pasar por el detector de metales. Me tiró un beso cuando yo la miré.
               -¿Continuará?
               Sabrae asintió.
               -Te quiero.
               -Te quiero, Al. Me apeteces.
               -Me apeteces, bombón.
               Sabrae sonrió.
               -Acuérdate de llamarme.
               -Que sí.
               -Gruñón.
               Me reí.
               -Estoy a punto de separarme de la mujer de mi vida durante medio año. No estoy bien.
               -No podías ser guapo y listo. Tenías que elegir.
               Me volví a reír.
               -Vuelve con mis padres antes de que te riñan los seguratas y tenga que liarme a hostias con medio ejército.
               -Estaría guay verlo-y sonrió con maldad-, hubby.
                -Hija de puta…-me reí mientras Sabrae brincaba por los pasillos de cintas, de vuelta con mi familia, aunque se giró para observarme hasta el último segundo en que todavía pudo verme. Cruzó las piernas, agitó la mano en el aire y me tiró besos cuando yo hice lo mismo desde el otro lado del control de seguridad. Todavía me llevó un poquitito cruzar el control de pasaportes, y cuando lo hice, eché a correr hacia la puerta de embarque.
               Resultó que me estaban esperando, así que sólo tuve que abrocharme el cinturón y acurrucarme en mi asiento de primera clase, cortesía, de nuevo, de Shasha, y declinar cada copa de champán o aperitivo que me ofrecieron. Todavía tenía en la boca el regusto chispeante de Sabrae, y con cinco meses de abstinencia por delante, cada gotita de ella que pudiera conservar conmigo me parecía un tesoro.
               Y así, con el sabor de Sabrae todavía en mi lengua, abandoné el país.
                
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1 comentario:

  1. Pfffff me muero con la conversación de scott y alec, de verdad que este cabronazo nunca dejara de ser icónico ante mis amigos, es jodidamente insoportable. En fin, me muero de pena de que Alec se haya ido finalmente, solo necesito que estos cinco meses sean también cinco capítulos porque la espera va ser tortuosa.

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