![]() |
¡Toca para ir a la lista de caps! |
Aquí yace Sabrae Malik, cuyo corazón de piedra empujó a su amor a otro continente el 18 de noviembre de 2035. Última llamada.
Aquí yace Sabrae Malik, cuyo corazón de piedra empujó a su amor a otro continente el 18 de noviembre de 2035. La puerta se anunciará dentro de 10 minutos.
Aquí yace Sabrae Malik, cuyo corazón de piedra empujó a su amor a otro continente el 18 de noviembre de 2035. Embarque cerrado.
Todo Heathrow parecía una oda a mi intento de hacerme la valiente que irremediablemente saldría mal. Él era más fuerte que yo, e incluso él se había rendido a lo insuperable de la ola inmensa que se alzaba frente a nosotros; no podríamos surfearla, no podríamos pasar por debajo. Iba a aplastarnos.
Sonreírle mientras se alejaba de mí había sido lo más difícil que había hecho en mi vida, pero sorprendentemente nada complicado, pues también era consciente de que esto era lo que él quería: no que nos separáramos, eso desde luego; pero era un precio que estaba dispuesto a pagar. Y yo le amaba lo suficiente como para intentar sobrevivir durante cinco meses larguísimos en los que el mayor consuelo que tendría ante mi mundo desmoronándose serían sus cartas.
Era tan guapo… era tan bueno…
Y yo estaba tan sola.
Era horrible sentirse sola en un lugar tan lleno de gente, pero te hacía darte cuenta de que, en realidad, todos los que arrastraban maletas de un lado a otro con sonrisas más o menos disimuladas en la boca estaban tan solos como yo. Para ellos era diferente y podían disimularlo con la ilusión de su viaje o el cansancio del retorno, pero, en realidad, cada uno de ellos tenía un destino en concreto que nada tenía que ver con el de los demás que compartían el avión con él en el momento en que éste tomaba tierra.
Yo tenía lo peor de los dos mundos, porque no me embarcaba en ningún viaje que me llenara de ilusión, ni tampoco regresaba de uno que me tuviera agotada. A lo sumo podía achacar el suave dolor que poco a poco se iba intensificando en mis piernas debido a la incesante actividad física a la que las había sometido con mi novio una resaca de Alec de la que me iba a ser muy complicado recuperarme, pero… ya estaba.
No me iría del aeropuerto con ganas de llegar a casa, porque mi casa estaba metida en un avión, presta a salir del país, y, en unas horas, también del continente.
No pediría comida a domicilio y me la zamparía con ansia, porque lo único que me apetecía llevarme a la boca ahora mismo eran los labios de mi novio, señal de que estaba de nuevo aquí.
No me tiraría sobre la cama y me quedaría dormida en el momento, sin tan siquiera cambiarme de una ropa que ya era un poco extranjera, porque la cama de Alec era inmensa y estaba demasiado fría sin él.
Me sentía como si fuera un girasol ártico rascando cada rayo de luz que todavía se colaba por el horizonte minutos después de que el sol hubiera desaparecido tras esa línea inclemente, ansiosa por tomar hasta el último átomo que pudiera para prepararme para esa oscuridad gélida e interminable que irremediablemente acompañaba al invierno.
-Señoras y señores, les recordamos que por la megafonía de este aeropuerto no se realizan actualizaciones sobre los vuelos. Por favor, presten atención a las pantallas distribuidas alrededor de las instalaciones para conocer el estado de sus vuelos. Gracias por su atención-anunció una voz sin rostro, y yo volví a clavar la mirada en las pantallas que clamaban la traición a mi corazón.
Aquí yace Sabrae Malik, cuyo corazón de piedra empujó a su amor a otro continente el 18 de noviembre de 2035.
¿Sería tan malo si me quedara a vivir aquí, donde el tiempo es como un chicle que se estira y encoge a voluntad, hasta que llegara el día en que Alec volvería? Sabía cuál sería la respuesta de mis padres si les pedía volver aquí cada día a esperar en la zona de llegadas, mirando entre las cabezas de la gente hasta encontrar la suya destacando entre la multitud; ya conocía su respuesta incluso cuando las cosas estaban bien entre nosotros, así que ahora ni siquiera esperaba un poco de comprensión.
Sabía que tenía que seguir adelante, pero era difícil hacerlo cuando el avión de Alec estaba en pista, esperando para alzar el vuelo. Había sido Mimi la que les había pedido a sus padres subir a la última planta de Heathrow, creada específicamente para que los familiares de los viajeros se despidieran de ellos en los días de más frío y peor tiempo. Al menos la lluvia había dado una tregua que permitía ver mejor la pista con los aviones, así que mi suave agonía podía alargarse un poco más.
Miré de reojo el móvil de Mimi, en el que había abierto una página web de rastreo de vuelos e introducido la información del vuelo de su hermano. Allí indicaba que faltaban un par de minutos para que le tocara el turno al vuelo de Alec para atravesar la pista a toda velocidad.
Fui consciente de cada uno de los latidos de mi corazón, de mis respiraciones y espiraciones, a lo largo de esos minutos. El embarque del vuelo con destino al aeropuerto de Adís Abeba se había cerrado hacía media hora, y todo había sido tan puntual que dolía. Naturalmente, las predicciones de la maldita página web también fueron acertadas.
Se me encogió un poco el corazón al ver que el avión se colocaba al final de la pista, cogía impulso y echaba a rodar rápidamente hasta levantar el vuelo con el morro orientado hacia el cielo. Me llevé una mano a los colgantes que Alec me había regalado, y con el pulgar anclado en el huequecito que la trompa del pequeño elefante dorado hacía en mi cuello, observé cómo el avión se iba alzando en dirección hacia las nubes. Se me olvidó respirar y se me llenaron los ojos de lágrimas.
Una parte de mí tenía la esperanza de ver una figura corriendo por la pista, maleta en mano, en dirección al aeropuerto. Yo lo reconocería en la distancia incluso cuando no fuera más que un puntito que se acercaba demasiado despacio para lo que a ambos nos gustaría, incluso cuando corría tan rápido como podría. Me separaría de los Whitelaw y atravesaría las entrañas de Heathrow para dirigirme hacia la zona de gestión de los vuelos, a la que los civiles no podíamos entrar, y en un milagro de esos que sólo ocurren en las películas, Alec sería capaz de eludir a toda la seguridad y llegar hasta mí. Nos encontraríamos frente a frente, nos entregaríamos a un beso intenso y apasionado en el que nuestras almas se fundirían la una con la otra, y él me miraría a los ojos mientras me sostenía el rostro entre las manos y me acariciaba las mejillas, y me diría:
-El voluntariado es algo a lo que tengo que renunciar, sí. Pero tú también si me marcho, y no estoy dispuesto a renunciar a ti. Así que ¡que le jodan a Nechisar!
Nos apañaríamos con lo que fuera. Yo compaginaría mis estudios con un trabajo de influencer (lo más difícil ya lo tenía, y era la base de seguidores lo bastante grande como para que las marcas se interesaran por mí) y Alec podría o buscar trabajo o remolonear en casa. Podríamos irnos a un pisito del centro o a una calle cercana a mi instituto, pero un poco más humilde en el que el alquiler no fuera tan alto y nos pudiéramos permitir vivir bien, sin matarnos a trabajar pero también sin lujos. Estaba convencida de que no querría seguir viviendo con sus padres a cambio de quedarse conmigo, e independizarnos era una opción que tampoco me disgustaba porque mataba dos pájaros de un tiro: no me separaría de la única persona a la que no podía decirle adiós, y a la vez ya no vería tan a menudo a mis padres, que se volverían un poco más indulgentes conmigo por la falta de contacto, y porque el tiempo juntos sería más valioso y ya no les apetecería malgastarlo discutiendo.
O podríamos vivir encerrados en el cobertizo de Jordan, pidiendo comida a domicilio, estudiando en el sofá y follando en el suelo.
Sí. En realidad, cualquier cosa me valdría: me daba igual asistir a fiestas o quedarme en casa, comer en restaurantes pijos o ir sobreviviendo con lo que encontráramos de rebajas en el supermercado, seguir en casa o irme, estudiar o trabajar, que fuera invierno o verano, que fuera noviembre o abril… pero que Alec estuviera conmigo.
No quería sentirme decepcionada con él por no cumplir mis caprichos, pero no podía evitar odiar un poco su resiliencia, la valentía con la que miraba al futuro y no se amedrentaba ante el tiempo en el que estaríamos separados y cómo tendríamos que esforzarnos para ponernos al día cuando el mundo siguiera avanzando mientras nosotros nos quedábamos congelados en esta tarde de noviembre en la que todo había sido perfecto, desde la mañana hasta el atardecer, pasando por la noche, pero no la madrugada.
-Se ha ido-susurró Dylan, y esas fueron las palabras mágicas para que yo me moviera al fin. Eran una realidad que ya no podía ignorar.
Annie asintió con la cabeza y le apretó la mano a su marido, arrimándose a él mientras observaba también la pista, como si ella también estuviera fantaseando con que Alec regresara. Mimi tomó aire y lo soltó despacio, y Mamushka, mirándonos a los cuatro, propuso que hiciéramos un poco de tiempo en el aeropuerto antes de irnos a casa.
-De todos modos no tenemos nada mejor que hacer, y quiero ver cuál es la última moda en las capitales de Asia-comentó en tono casual, aunque a ninguno se nos escapó que a ella, acostumbrada a decir adiós más que el resto de nosotros juntos, también le estaba costando despedirse de su nieto. Supongo que no es lo mismo decir adiós cuando es el pan nuestro de cada día y sólo ves a tu familia en las fiestas, a cuando te has acostumbrado a vivir con él y ahora desayunas en su compañía.
Trufas estaba en casa de Jordan, que se había ofrecido a cuidarlo mientras llevábamos a Alec al aeropuerto para que no tuviéramos que preocuparnos de los ataques de soledad del pequeñín, así que realmente no teníamos ninguna responsabilidad más allá de que Mimi y yo teníamos clase mañana.
Era surrealista pensar en volver al instituto, a mi vida normal, como si nada hubiera pasado. Ni siquiera recordaba las clases que tenía mañana por la mañana, o si tenía algún examen; me daba la sensación de que la última vez que me había puesto el uniforme había sido hacía meses.
Dylan nos llevó a una de las cafeterías más pijas del aeropuerto, en la que hombres de negocios y celebridades de internet por igual daban sorbos apurados o medidos de sus cafés o sus bubble tea totalmente ajenos al resto, sólo pendientes de su ordenador o del móvil en el que se hacían decenas de fotos con poses milimétricamente estudiadas. Me pedí un chocolate con nubes que me cubrieron de nata y me espolvorearon con lo que la camarera llamó “polvitos de arcoíris” y nos sentamos en una mesa en una esquina a mirar sin ver a la gente a nuestro alrededor.
Di un sorbo de mi vaso de cartón y me relamí el labio superior para quitarme la nata que se me había quedado entre éste y la punta de la nariz. Detesté tener que usar una servilleta para limpiarme la nariz; cuando iba a sitios como éste normalmente lo hacía con Alec, y él siempre me limpiaba con el pulgar con una sonrisa enamorada antes de llevarse el dedo a la boca y sonreírme todavía más mientras se lo probaba.
Si era mi labio lo que quería limpiar, directamente se inclinaba sobre mí y me daba un beso, y yo hacía lo mismo.
Dios, sólo se había ido hacía unos minutos y yo ya le echaba tanto de menos que me dolía el estómago.
-¿Qué hago para cenar esta noche?-preguntó Annie mientras giraba de forma distraída su cuchara de mango alargado en su taza de chocolate puro. Rodeó la taza con las manos y se quedó mirando su interior de forma contemplativa, perdida en sus pensamientos. Supe que estaba pensando en Alec y que también acusaba la llegada del invierno por la forma en que se encogió un poco sobre su taza, como si tuviera frío a pesar de lo intenso del aire acondicionado del aeropuerto.
-¿Por qué no descansas hoy, cariño? Tenemos comida de sobra guardada-le preguntó Dylan, apartándole el pelo del hombro y dándole un cariñoso apretón antes de dejar caer su mano sobre el respaldo de la mesa de su esposa.
-Me apetece cocinar algo. Quiero distraerme un poco-murmuró, cruzando el dedo sobre la taza para retener su cuchara y darle un sorbo a su bebida. Dylan puso una mueca triste, pero asintió con la cabeza.
-¿Te ha dicho cuándo va a volver?-preguntó Mamushka, clavando unos ojos inquisidores en mí. Unos ojos que podía imaginarme perfectamente tratando de meter en vereda a un jovencísimo Alec y fracasando estrepitosamente cuando él era incapaz de retener su naturaleza de espíritu libre para hacer exactamente lo que se esperaba de él.
Negué con la cabeza. Esos días de más que se había cogido eran un préstamo que Valeria se cobraría de la semana de vacaciones que pretendía tener en abril, y por desgracia tenía margen para decidir si venía antes y se marchaba antes, o venía más tarde y también se iba más tarde.
Creo que nunca había detestado tanto ser adoptada y tener dos fechas que definieran mi vida como ahora. Ya no era una ventaja que mi familia fuera prestada; no, si eso hacía que Alec no estuviera en la semana entera de celebraciones.
-Siento no haberle pedido que se quedara-susurré con una vergüenza que no se correspondía con el alivio que me producía estar con gente que se sentía como yo. Dylan apartó la mirada de Annie y la clavó en mí.
-¿Es broma? Saab, gracias a ti le hemos tenido más tiempo. Deberíamos darte las gracias de que hayas dejado que se quedara un poco más con nosotros, sobre todo teniendo en cuenta lo complicadas que están siendo para ti las últimas semanas.
-Sí-Annie sorbió por la nariz-. Has sido muy amable compartiéndolo con nosotros todo lo que has podido a lo largo de los últimos días.
-¿Bromeas? Annie, si no fuera por mí, Alec se habría quedado todo el rato en casa estos días. Yo lo he alejado un poco de vosotros-dije con el corazón encogido, sintiéndome fatal ante esa verdad recién desvelada. Sí, vale, había hablado con Alec y le había hecho ver que Nechisar le hacía feliz y que tenía que volver si era lo que necesitaba, y también le había dicho que me parecía buena idea que se pidiera unos días más para estar con su familia después de lo de Diana, pero no podía evitar sentir cierta culpabilidad la darme cuenta de que, si no fuera por mí, él se habría pasado más tiempo en casa, disfrutando de su familia; y, lo más importante, dejando que ellos disfrutaran de ella.
Por descontado, seguro que, si me sacaban de la ecuación, Alec habría hecho tiempo para ir a ver a Chrissy y Pauline. Seguramente no habría dormido en casa ningún día más allá del cumpleaños de su hermana, ocupado como estaría follando con sus amigas. También habría ido a ver a Sergei, pero no habría ido a visitar a Josh en el hospital porque no le habría conocido, ya que sin mí en su vida no tendría que haber hecho horas extras en primavera y no habría tenido el accidente, así que seguiría sin cicatrices, completamente ajeno a la suerte que tenía y a la fuerza de su supervivencia, follando con chicas distintas los fines de semana, o con Pauline y Chrissy entre semana y…
… también follando con Perséfone en Nechisar. Seguramente todas las noches. Y seguramente también probando cosas nuevas que tenía que esperar para probar conmigo, o asegurarse de que estaba cómoda cuando con Perséfone no tenía esas preocupaciones.
-Le gusta el sexo duro-me había dicho una vez, encogiéndose de hombros-. A mí me da más o menos igual, pero a ella le encanta, y yo soy el único con el que tenía confianza suficiente como para practicarlo, así que…
Me pregunté cuánto habría de verdad en eso de que el sexo duro “le daba más o menos igual”, y si me lo habría dicho para que no me preocupara por cómo había reaccionado cuando me agarró por el cuello la primera vez. Si, en el fondo, a él también le gustaba, y sólo se permitía practicarlo con Perséfone porque ella era la única a la que no relacionaba de ninguna manera con su padre y lo que creía que había sacado de él.
Sí… Alec había renunciado a mucho por mí. Estaría sexualmente satisfecho todos estos meses, follando con su mejor amiga de Grecia, con sus compañeras de voluntariado o, ¿por qué no?, con ambas a la vez; viviendo su vida, siendo joven, sin tener que preocuparse…
Era egoísta desear que se hubiera dado la vuelta cuando estaba a punto de subirse al avión y viniera en mi busca para jurarme amor eterno (cuando ya lo había hecho mil veces antes) y prometerme que yo era lo único a lo que no podía renunciar, y que no le importaba renunciar a lo demás, cuando la realidad era que Alec había renunciado a muchísimas cosas por mí. A pasar más tiempo con sus amigos, con su familia, a disfrutar de su juventud y su soltería…
Bajé la vista hacia mis manos, donde tenía uno de los anillos que me había regalado Amoke por Navidad, y recordé mis nervios al pensar que Alec iba a pedirme que me casara con él antes de que me llevara al baño. Me había practicado un sexo increíble, había hecho que me temblaran las piernas y que me corriera a chorro en su boca, y… y yo había pensado que iba a pedir que nos casáramos.
Como una niñata malcriada a la que nada le parece suficiente y que no es consciente de los sacrificios de los demás.
-Incluso aunque fuera cierto que habría estado todo el rato en casa de no ser por ti-respondió Annie, mirándome a los ojos de la misma manera poderosa y sincera en que lo hacía su hijo, lo cual fue un pequeño consuelo a mi dolor, porque si ella podía mirarme así, me haría sentir un poco menos sola-, prefiero mil veces que no esté en casa porque está ocupado siendo feliz contigo en cualquier otro sitio a tenerlo a la vista pero no poder verlo sonreír como lo hace contigo.
Le dediqué una sonrisa que no sabría decir si era del todo sincera, pero al menos lo intenté.
Mimi me cogió la mano y me dio un suave apretón mientras me acariciaba los nudillos con el pulgar, una sonrisa triste pero cómplice asomándose en su boca. De todos en la mesa, ella era la que más podía entenderme porque era la que más tiempo había pasado conmigo mientras esperaba a Alec, y con Alec y conmigo cuando él había vuelto. Sabía también lo que era tener que despedirte de tu hermano mayor porque eso que siempre te había gustado de él, que tuviera más años que tú y una experiencia en la que basarte, ahora jugaba en tu contra porque le llegaba la hora de alzar el vuelo. Ya fuera Scott con el concurso y luego la gira, o Alec con el voluntariado, lo cierto es que los hermanos mayores siempre tienen una baza especial para rompernos el corazón a las hermanas pequeñas, así que no tenemos manera de escapar de tener que recoger las esquirlas que una vez nos compusieron para tratar de pegarlas de nuevo en nuestra adolescencia, independientemente de si nos enamoramos o no.
Le devolví la sonrisa con una timidez más propia de ella, y Mimi se inclinó hacia mí y apoyó la cabeza en mi hombro de la misma manera en que lo hacía con Alec. Si algo bueno habíamos sacado del voluntariado era que habíamos encontrado en la otra a una amiga que sabíamos que nos entendería mejor de lo que podía hacerlo nadie, pues incluso aunque a Annie también le resultara difícil decirle adiós a su hijo, como ella misma había dicho aquel era un paso inevitable en la relación de todas las madres con sus retoños.
Se me resquebrajó un poquito más el corazón al pensar en que mi madre había pasado por lo mismo cuando Scott empezó en el concurso, y cómo nos habíamos refugiado unas en otras para que la casa no nos pareciera tan vacía. ¿Qué se suponía que iba a hacer ahora que mi habitación no era el refugio que había sido siempre?
Ojalá le hubiera dicho a Alec que se quedara unos días más para ayudarme a afrontar lo de mis padres, porque no me veía con fuerzas para hablar con ellos sobre el verdadero motivo por el que había dejado de confiar en ellos. Estaba escondido tan dentro de mí que no sabía si sería capaz de encontrar el camino adecuado hacia él, ya no digamos la vuelta, y mucho menos estando sola. Alec me proporcionaba una tranquilidad que me permitía hacer las introspecciones más profundas de mi vida, y ahora que más necesitaba ser sincera conmigo misma tenía que hacerlo precisamente estando sola.
-Me da la sensación de que se va a sacar algo de la manga-comentó Dylan, y Mimi lo miró sin apenas moverse de mi hombro. Cogió su café con una mano y le dio un sorbo plácido. Mimi había sacado su personalidad tranquila de él, y yo admiraba la serenidad del padrastro de Alec, que siempre mantenía la calma incluso en las situaciones más estresantes. Podía entender perfectamente qué era lo que Annie había visto en él que la había atraído tanto: Dylan era un remanso de paz en medio de una tempestad, algo así como una cueva profunda y cálida en la que refugiarse del vendaval que azotara el bosque.
Normalmente me gustaba la manera en que yo lidiaba con las cosas, pues mamá había hecho un gran trabajo haciendo que me quisiera a mí misma y que valorara mis aptitudes y las potenciara para que compensaran mis defectos, pero envidiaba la forma en que Dylan siempre era capaz de alejarse para tomar perspectiva y hacer lo mejor para su familia. Eso sí, me tranquilizaba que me considerara parte de su familia. Necesitaba a alguien que me protegiera con la dulzura con la que él protegía a los suyos.
-¿Algo como qué?-preguntó Mamushka, frunciendo ligeramente el ceño. A pesar de la excusa que había puesto para quedarse un poco más en el aeropuerto apenas había mirado al resto de pasajeros, demasiado ocupada como estaba en su familia.
Dylan se encogió de hombros y removió el café con su palito de bambú.
-No lo sé muy bien. No sé cómo explicarlo, pero tengo la sensación de que no tendremos que esperar hasta abril para volver a verlo. No creo que pueda venir en Nochevieja, porque eso es demasiado pronto, pero, ¿viendo lo que quiere a Sabrae? Me sorprendería que no viniera a celebrar San Valentín con ella en una visita relámpago.
Se me hundió un poco el estómago. Quizá Al lo tuviera pensado, pero después de lo que yo había organizado la noche anterior, dudaba que una visita por San Valentín estuviera sobre la mesa. Además, el viaje era larguísimo; no quería que se pasara dieciocho horas metido en un avión para estar sólo un día conmigo.
Lo que quería era que se quedara, punto. Que no tuviera que irse a ningún lado y que no dependiéramos de los horarios de las aerolíneas para vernos.
Pero, una vez más, estaba siendo egoísta.
-Ya hemos celebrado San Valentín por adelantado-dije, bajando la mirada hacia mi bebida en busca de algún lugar en el que ocultarme de la confusión y el dolor en las miradas de los Whitelaw. ¿Y se suponía que yo quería formar parte de esta familia? A veces me daba la sensación de que no podía parar de decepcionar a todo el mundo, bien porque no lo intentaba lo suficiente o bien porque, por mucho que lo intentara, no lograba hacerlo del todo bien-. Fue anoche. Fuimos a los Jardines de Kew a cenar y dar un paseo, y luego… bueno, por eso volvimos de madrugada-me encogí de hombros, odiando la forma en que todos me miraban con compasión, algo que estaba claro que no me merecía por mi estupidez-. La verdad es que ni siquiera pensé que Alec pudiera…
-No lo haría-sentenció Mamushka, y todos la miramos-. No por ti, niña. Por él. ¿No has visto cómo te mira? Estoy segura de que una noche contigo no le bastaría.
-Sería mejor que nada-respondí.
-Créeme, conozco a mi nieto. No sería capaz de irse después de sólo unas horas tras pasar meses sin verte.
-Entonces se quedaría unos días-respondió Annie, y Mamushka dio un sorbo de su café y se encogió de hombros.
-Eso no lo sé. Lo que sí sé es que, por mucho que le guste sorprendernos, sabe lo mucho que le echamos de menos, y no nos diría que nos verá en cinco meses si no fueran de verdad cinco meses-arguyó, y Annie suspiró.
-Supongo que tienes razón, mamá.
-Pero también dijo que no nos veríamos hasta dentro de un año cuando nos despedimos en julio y luego ha venido por mi cumpleaños, y también por el de Tommy-respondió Mimi, incorporándose un poco y apartándose la cortina de pelo caoba que le caía alrededor del rostro. Mamushka frunció los labios, su teoría rebatida, y a mí me entró un arrebato de amor por Mimi.
-Por eso precisamente lo digo-contestó Dylan-. Ya nos ha sorprendido una vez, y dejó que hiciéramos el drama del siglo cuando nos despedimos en el aeropuerto porque pensábamos que no lo veríamos en un año para poder sorprendernos. Por supuesto, ahora ya no tiene el factor de incertidumbre que tenía antes, e incluso nos lo esperaremos en fechas señaladas… si no San Valentín, entonces, su cumpleaños-Dylan se encogió de nuevo de hombros, y mi corazón empezó a aletear con la esperanza.
-¿Creéis que vendrá por su cumpleaños?-preguntó Mimi.
-Es posible-respondió su madre, demasiado dolida aún por la despedida como para atreverse a albergar esas esperanzas.
-Es apenas un mes antes que el de ella-adujo Mamushka, señalándome con la cabeza mientras yo meditaba. Habíamos comentado de pasada lo que sería celebrar su cumpleaños en Nechisar, lejos de todos nosotros, y él había dicho que no le importaba. Habíamos zanjado el tema casi antes de abrirlo del todo; ¿había sido porque no quería que me diera cuenta de que tenía pensado venir para que pudiéramos celebrar su primer cumpleaños siendo novios de manera oficial, o porque no quería romperme el corazón cuando el reloj diera las doce de la noche tras el día 5 de marzo completo y yo me diera cuenta de que de verdad no había venido?
-Un mes y tres semanas, en realidad, Mamushka. Ha pasado menos tiempo entre mi cumpleaños y el de Tommy.
-Pero eran dos cumpleaños de otras personas. Ninguno era el de él.
-¿Y qué?
-Tu hermano cruzaría el mundo entero por ti, o por sus amigos, o por mí, o por su familia. Pero ya hemos visto que no dudaría en ver cómo se lo comen las llamas si se trata de él. Sólo empezó a ir a terapia cuando yo conseguí convencerlo después de suplicarle durante meses. Él no hace nada por sí mismo-suspiré. Odiaba admitirlo, pero me creía a pies juntillas mis palabras. Alec podía ser muchas cosas, sí, pero egoísta no era una de ellas; y era un tipo especial de egoísmo, uno que todo el mundo entendería y justificaría, el que le traería de vuelta a casa para poder celebrar su cumpleaños con su familia.
Un tipo de egoísmo que él no tendría nunca.
-Eso no es verdad-respondió Mimi con tozudez-. Se ha ido de vuelta al voluntariado porque él quería. Lo ha hecho por sí mismo, no por los demás.
-Tu hermano tiene todo el derecho a seguir con su vida, Mary-la reprendió su padre-. No es algo que podamos recriminarle. Se merece más que nadie hacer algo que le haga feliz, y más aún después de este año en el que tan duro ha trabajado para lograr todas sus metas.
Sí… después de todo lo que ha trabajado, no se merece tener que trabajar todavía más en mí.
Se merecía este descanso más que nadie. Claro que Nechisar era una gran exigencia física para él, pero por lo menos, estando tan lejos ya no tenía que preocuparse de los demás o de mí. De nuevo, estaba siendo egoísta queriendo que él se quedar conmigo cuando toda aquella situación sólo nos haría mal. Lo que tenía que hacer era tratar de ser valiente y enfrentarme a mis miedos, encontrar dentro de mí la fuerza necesaria para hablar con mis padres y sincerarme de una vez con mi familia.
Claro que no tenía que ser ahora, ¿verdad?
-Aun así… no creo que esté tan mal que me haga ilusiones con que le veremos antes, ¿no?
-Nadie te impide que te hagas ilusiones, cariño-el tono de Dylan volvió a ser tan dulce que empalagaba-. Sólo queremos que no te hagas demasiadas por si acaso finalmente tu hermano no las cumple, y más aún si él no sabe lo que esperas de él.
-Y no se lo digas-añadió su madre, fulminándola con la mirada. Mimi puso los ojos en blanco y sacó la lengua como si hiciera una arcada.
-Sólo digo que es algo que él podría hacer perfectamente. No le voy a dar la idea, pero él tampoco es tonto, y se le puede ocurrir solito.
Annie le lanzó a su hija una mirada que le habría helado la sangre a cualquiera, y aunque Mimi no solía ser la destinataria de gestos así, lo cierto era que la había visto tantas veces dirigida a su hermano que se había vuelto un poco inmune.
Nos terminamos nuestras bebidas charlando de cosas insustanciales, como si no acabáramos de decirle adiós durante meses a una de las personas más importantes de nuestras vidas, o a la más importante, en mi caso. Seguía sin ropa interior, con la correspondiente incomodidad que eso suponía, pero prefería mil veces estar incómoda y continuar en Heathrow que dar por finalizada esa pequeña luna de miel que Alec y yo habíamos tenido antes de que él se fuera de nuevo.
E incluso entonces tuve que tratar de ponerme a la altura de las circunstancias, asentí con la cabeza y me bajé de la mesa alta para seguir a mi familia política en dirección al aparcamiento en el que habíamos dejado el coche. Me senté en la parte trasera y del lado del copiloto, y fui mirando la Luna y los aviones que hacían las veces de estrellas falsas y veloces a las que bien podría pedirles mis deseos más profundos y egoístas, porque jamás iban a concedérmelos.
Como si el mundo quisiera reírse de mí, el trayecto de vuelta a casa de los Whitelaw fue infinitamente más largo. Todo parecía suceder a cámara lenta cuando yo no estaba con Alec, y regodearse aún más en lo desagradable.
Al salir del coche en el garaje apenas me atreví a mirar la moto que casi había acabado con Alec, y que él se había empeñado en arreglar para reconciliarse con otro de sus hobbies. Me pregunté si parte de por lo que disfrutaba en Etiopía era porque no había caminos establecidos a seguir, y si el viento en la cara cuando se montaba en los todoterrenos le recordaba a ir por Londres colándose entre el tráfico o, mejor aún, correr por Mykonos mientras me enseñaba la isla.
Mimi se fue a por Trufas a casa de Jordan mientras los demás subíamos a cambiarnos de ropa, o al menos intentarlo. Aunque el jersey que llevaba puesto estaba impregnado con mi colonia, notaba el deje sutil del aroma que desprendía Alec y que tanto me gustaba notar en sus prendas, lo cual me hizo un poco más difícil cambiarme. Me dije a mí misma que parte del calorcito que me daba el jersey era cosa de Alec y lo que me había hecho con él, así que decidí dejármelo puesto.
Estaba revolviendo en el cajón en busca de alguna de mis bragas cuando llamaron con los nudillos a la puerta.
-No estoy de humor para pelearme por la ropa de tu hermano, así que coge lo que te dé la gana.
-No vengo a pelearme por la ropa de Tommy, tranqui-respondió Scott, y yo me volví como un resorte. Mi hermano estaba justo en el marco de la puerta, respetando mi intimidad de una manera en que no lo hacía cuando estábamos en casa, y sonreía con una chulería que solía indicar que sabía algo que yo todavía no. Se metió una mano en el bolsillo; en la otra llevaba colgada una bolsa de viaje que reconocí como la que había empezado a usar para sus viajes relámpago.
Se me cayó el alma a los pies. Dios mío, ¿Scott también iba a marcharse a alguna promoción? No tenía pensado ir por casa esta noche, pero sí al día siguiente, aunque fuera sólo a dormir. No lo hacía más por ganas que por sentirme obligada por la promesa que le había hecho a Alec de que intentaría estar bien, y para hacerle a él más fácil la tarea de perdonar a mis padres, pero tendría que hacerlo de todos modos. No podía esconderme siempre en casa de los Whitelaw.
No, cuando ahora sabía exactamente qué era lo que me pasaba con mi familia.
Y, a decir verdad, me sentía un poco sucia sabiendo mi nueva verdad y ocultándosela a todos. De alguna extraña forma y a pesar de que Alec me había dicho que si sentía que había unas expectativas puestas en mí era porque efectivamente así era, sentía que estaba traicionando a mis padres y a mis hermanos guardándome aquello para mí. Lo único que me apetecía era refugiarme en la habitación de Alec, pero eso sería un síntoma de cobardía incompatible con ser suya. No podía ser una cobarde, o añadiría otra cosa más a la lista de razones por las que no me lo merecía, y no podía permitirme seguir engrosando aquella dichosa lista.
-S-jadeé, poniéndome en pie-. ¿Qué haces aquí?
Como me dijera que venía a despedirse creo que no sobreviviría a este día.
Decirle adiós a Alec era una cosa (una terrible, insoportable y lacerante, pero al menos me lo esperaba); pero decirle adiós a Scott después de contar con que estaría ahí, conmigo, para pasar los primeros días mientras yo me habituaba de nuevo a estar sin mi novio cuando se suponía que él ya no tendría los compromisos de la banda… aquello sería apocalíptico. De verdad que no me veía resistiendo a estos días si era la prueba que me tenía preparada Dios.
-Te he traído algunas cosas-explicó, levantando un poco la bolsa que traía en la mano por si acaso no me había fijado en ella-. ¿Puedo pasar?
Me lo quedé mirando sin comprender.
-Ya estás en la casa.
-Ya, pero nunca he estado en la habitación de Alec sin él. Y supongo que ahora es la habitación de los dos, así que—se encogió de hombros-. ¿Me dejas entrar a que vea qué tal está mi hermanita, o tengo que dejarte esto en el suelo y alejarme sin darte la espalda mientras te hago una reverencia como si fueras la Reina?-inquirió, y en su boca apareció su sonrisa traviesa, ésa que causaba estragos en la población femenina y que era responsable de la mitad de sus seguidores en Instagram.
Puse los ojos en blanco y, a pesar de que Alec ya había abandonado el espacio aéreo inglés y por tanto ya no estábamos en el mismo país de manera oficial, me noté sonreír. Le hice un gesto con la cabeza a Scott para que entrara y le di la espalda mientras él se acercaba a la cama y se sentaba a los pies. Pasé las piernas por los huecos de las bragas y me las subí.
-¿Qué hacías?
-Se suponía que íbamos a cambiarnos, pero todavía no me apetece. El jersey huele a Alec-expliqué, empezando a hacerme unas trenzas mientras me acercaba a él.
-O sea, ¿mal?
Le di una patada en la rodilla.
-Mi novio no huele mal, plasta.
-Si tú lo dices…-Scott echó un vistazo a la habitación, como analizando los cambios que se habían producido en ella, y luego miró el montón de bragas que había dejado caer sobre el suelo. Apretó los dientes y me miró con gesto inquisitivo-. Si no te estabas cambiando, ¿qué hacías ahí?-preguntó, señalando con un dedo el montón. Me giré para mirarlo y me encogí de hombros, anudando una goma del pelo alrededor de la trenza y poniéndome con la otra.
-Alec se ha llevado mis bragas-expliqué, y me encogí de hombros. Scott chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.
-Este chaval no se cansa de hacer las cosas más icónicas. Joder, cómo lo odio.
-¿Qué me has traído?-pregunté, terminando de atarme la goma alrededor de la trenza e inclinándome sobre su bolsa de viaje. Scott se giró, me miró y luego miró la bolsa. La arrastró por la cama hasta colocarla junto a él y abrió la cremallera.
-Regalitos de mi último viaje a Disneyland. Es coña-añadió sin una pizca de entusiasmo al ver que yo no me inmutaba, porque sabía que ni de broma había ido a Disneyland-. Te he traído el uniforme y la mochila. He tenido que husmearte en ella para encontrar tu agenda y ver qué clases tienes mañana para que no cargues como una mula con tus libros de la que vas a clase. Esos hombros tan pequeñitos no dan para mucho.
-Lo suficiente como para cargar con toda la belleza de la familia.
Scott rió entre dientes y negó con la cabeza mientras sacaba mi uniforme de la bolsa y comprobaba que, tras sacar la mochila, ya llena, ésta estaba vacía. Debo decir que fue todo un alivio.
-Bueno, misión cumplida-dije, colocando la ropa sobre la silla del escritorio de Alec y quedándome junto a ésta-. Ahora te puedes ir.
Scott rió con sorna.
-¿A qué la prisa? Me pareció que te apetecerían unos mimos después de que Alec se fuera, así que me he despejado mi apretada agenda de súper estrella.
-¿De quién ha sido la idea de que me traigas esto?-pregunté a la defensiva, pues no dejaba de ver un mensaje de advertencia de mis padres para que mañana fuera a clase en este gesto aparentemente inofensivo. Estaba bastante mal hoy y al menos me había despertado al lado de Alec, así que no quería ni pensar en cómo me pondría mañana, cuando ya no le tuviera conmigo.
-Ha sido idea mía. Me pareció que te apetecería ir a clase aunque sólo fuera para distraerte. Mamá quería que te tomaras la mañana libre si lo necesitabas.
Qué detalle, ironicé.
-¿Y papá?-pregunté, pasando la mano por la falda de tablas sin atreverme a mirar a Scott.
-No está en casa. Se ha ido al estudio. Tienen más reuniones. Ya sabes, por lo de la nueva gira, el disco… esas cosas.
Asentí con la cabeza.
-¿No crees que te sería más útil estar con él y aprender cómo se negocian estas cosas? Quiero decir, no vas a estar toda tu vida con “ansiedad”-hice el gesto de las comillas y puse los ojos en blanco-, así que, cuanto antes empieces a informarte, mejor, ¿no?-Scott se giró un poco en la cama para quedarse frente a mí, mirándome directamente, y me observó como si fuera una criatura mitológica más hermosa y letal de lo que decía el folklore.
Me abracé a mí misma, sintiéndome expuesta ante mi hermano como no lo había estado nunca ante nadie. Era como si pudiera leer todos mis pensamientos, las cosas horribles que se me habían ido ocurriendo desde que Alec se fue, las artimañas que estaba maquinando mi subconsciente muy a mi pesar. Me había convertido en una persona distinta en ausencia de Alec, una egoísta y malévola dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de sobrevivir estos meses, y me daba miedo cómo será el momento en el que él me llamara y habláramos, porque no sabía lo que iba a desatar en mi interior y cómo me rendiría a mis instintos más bajos.
-¿Qué pasa, Saab?
Me quedé callada. ¿Qué no pasaba?
-¿A qué te refieres?
-¿Por qué estás así de enfadada?
Porque eres tú el que está aquí y no Alec, pensé, y me horrorizó que aquella idea me cruzara la mente. Sentí que la temperatura de la habitación descendía de forma brusca, y entrelacé las manos sobre mi regazo.
-No estoy enfadada-dije, aunque no era verdad. Bueno, técnicamente sí era verdad: no estaba enfadada, estaba rabiosa. Y ni siquiera sabía por qué me apetecía pagarla con mi hermano, cuando él no tenía culpa de nada de lo que había pasado ni por lo que yo podía estar así.
Scott se puso en pie y se acercó a mí, y, al contrario que Alec, no se detuvo cuando yo di un par de pasos atrás para alejarme de él. Había límites que Alec respetaba porque era la diferencia entre ser un buen novio y uno tóxico, pero, ¿Scott? Scott no tenía que andarse con cuidado conmigo, no tenía que cuidarme ni protegerme como lo hacía Alec. Nuestra relación estaba hecha de otra pasta.
Era descarnada.
Cuando me tuvo acorralada contra el escritorio de mi novio, mi hermano me tomó de la mandíbula y me hizo levantar la vista para mirarlo.
-Te lo voy a preguntar otra vez, dado que parece que tienes ganas de bronca, y si eso es lo que necesitas, he hecho una promesa a alguien que me importa mucho de que te daría lo que necesitaras. ¿Por qué estás enfadada, Sabrae?
No quería ser una misión diplomática de mi hermano. No quería que mamá se ocupara de mí a través de él. No quería que me aliviara que papá no estuviera en casa, o que se tomaran decisiones sobre mí sin tenerle en cuenta.
Quería que todo volviera a ser como antes, que jamás descubriera lo que era construir una vida sobre unos cimientos de cristal; aparentemente eran sólidos y transparentes, de forma que podías ver su complicada estructura y la fuerza de su diseño, pero en cuanto recibían un pequeño toque, enseguida se rajaban y todo lo que habías construido sobre ellos se derrumbaba.
Quería sentirme tan cómoda con mi apellido que ni se me pasara por la cabeza que esa costumbre patriarcal de cambiármelo por el de mi marido al casarme fuera un refugio o una manera de escapar de mi pasado.
Quería volver a ser la niña bonita, la consentida, la que todo lo hacía bien, la que se exigía mucho a sí misma porque sabía que ella podía, y no porque sintiera que de eso dependía todo.
Quería que mi hermano se peleara conmigo porque nos gustaba pelearnos, no porque se lo hubiera prometido a mamá.
-Dile a mamá que si quiere que me pelee con alguien, ya tenemos suficiente experiencia como para que lo haga directamente con ella en vez de contigo.
Scott exhaló una risa por la nariz.
-No es a mamá a la que le prometí que te cuidaría. Es a Alec.
Di un paso atrás por la sorpresa. Por supuesto, me esperaba que los chicos hubieran hablado de mí cuando salieron a fumar mientras los demás se quedaban en el cobertizo; había sido un movimiento sutil, pero que había despertado mi curiosidad. No le había preguntado a Alec porque pensé que lo que fuera que hubieran hablado Scott y él mientras estaban fuera sería algo que él compartiría si le parecía necesario que yo lo supiera, pero pronto se me había olvidado la salida de mi novio con todo el movimiento posterior.
Y ahora, ahí estaba. La prueba de que la conversación había ido sobre mí, de que Alec se preocupaba por cómo me había dejado y de que alguien me cuidaría mientras yo no estaba. La prueba de que él no se había dado la vuelta en el aeropuerto no porque no me quisiera o porque se quisiera más a sí mismo, no porque al final todo el mundo fuera a abandonarme, o porque necesitara irse más de lo que yo necesitaba que se quedara, sino porque…
Porque sabía que necesitaba esto tanto como le necesitaba a él. Tenía que arreglarlo, y tenía que hacerlo sola. Igual que él no había tenido mi presencia como consuelo en sus sesiones con Claire, yo tampoco tendría su mano entre las mías para darme fuerzas mientras hablaba con Fiorella.
Y si se había ido era porque confiaba en que lo conseguiría más de lo que yo jamás había confiado en mí misma. Él había estado en los mismos sitios que yo, se había visto insuficiente y había lidiado de forma distinta con ese miedo.
Era hora de que yo diera un paso al frente y estuviera a la altura de las circunstancias.
Estar a la altura implicaba avergonzarme de cómo me había puesto a la defensiva con mi hermano, cómo estaba ansiosa por pensar lo peor de mis padres, cómo era capaz de convertir toda ofrenda de paz en un dardo, y todo acercamiento en un puente que quemar.
Alec. Alec, Alec. Al final, lo mejor de mí me lo daba Alec; ya fuera porque él me daba cosas que yo no sabía que me faltaban, o porque me hacía ver mi propio potencial incluso cuando yo lo había descartado como inútil.
No me di cuenta de que me había echado a llorar hasta que Scott no me envolvió entre sus brazos, acurrucándome contra su pecho y susurrándome palabras de consuelo mientras yo me deshacía en un mar de lágrimas. Era distinto a la otra vez que Alec se había marchado porque ahora sabía lo que tendría que esperar por él con un margen de un par de días, y no se comparaba con la despedida larga que habíamos tenido en julio; pero también era distinto porque mi vida estaba hecha un desastre, y mi alma tenía un centenar de heridas que tenía que coser sola.
O, bueno, no sola. Tenía a mis amigas, tenía a mi hermano. Pronto, con suerte, volvería a tener a mis padres. Por eso se había ido Alec, porque confiaba demasiado en él y muy poco en quienes siempre habían estado ahí para mí. Si seguía por este camino, correría el peligro de quedarme sola, de orbitarlo como un satélite a su planeta, totalmente dependiente y sin capacidad de mirar unas constelaciones distintas que aquellas que le rodeaban a su punto de gravedad.
-No pasa nada, peque. No pasa nada.
-Lo echo de menos, Scott-gemí, aferrándome a él como me habría gustado aferrarme a Alec, como no me habría atrevido a aferrarme a mi novio para que no se sintiera obligado a quedarse-. Lo echo de menos y acaba de irse. ¿Qué haré dentro de una semana, cuando ya no huela a él?
¿Qué haría dentro de una semana, cuando no le sintiera en mi piel? ¿Cuando todo rastro de sus besos hubiera desaparecido y ya no pudiera saborearlo en mi boca, cuando mi último orgasmo lo hubiera tenido sola, cuando no tuviera el pelo revuelto por sus manos y las marcas que me había dejado con sus dedos mientras me poseía con rabia y desesperación hubieran desaparecido? ¿Cuando sólo me quedaran los videomensajes como única novedad? ¿Cuando su risa serían sonidos que ya había escuchado otra vez?
Por muy románticas que fueran en su idea, las cartas no me bastaban. No cuando necesitaba todo de Alec, absolutamente todo. Su voz, su olor, su respiración, su tacto, su boca, sus ojos infundiéndome valor cuando creía que no podía con lo que fuera que tuviera delante.
-Meterte en su cama, ponerte su ropa, echarte su colonia. Hay mucho que puedes hacer para seguir teniéndolo contigo, Saab.
-No me basta con las migajas. A ti tampoco te bastaría.
-No-asintió-, pero tendrá que ser así. Tienes que esperar.
-Son ciento sesenta y un días.
-Nada si lo comparas con el tiempo que llevas viva-susurró, besándome la cabeza y acunándome en su pecho.
-Va a llamarme cuando llegue, da igual la hora, y no sé cómo voy a hacer para recomponerme para que no escuche mi corazón roto en la voz y no decida que tiene que volver. No puedo hacerle eso, Scott-musité, separando la cara del pecho de mi hermano y mirándolo a los ojos. Scott me acarició la cabeza con una mano mientras con la otra me limpiaba las lágrimas de la mejilla.
-Y no se lo vas a hacer, peque. Te diré lo que harás: vas a esperarle. Vas a aguantar. Vivir. Componer, si lo necesitas. Descubrirás que es bastante terapéutico coger tu corazón roto y convertirlo en arte.
No me sonaba nada terapéutico, ni mucho menos tan animado como lo había pintado Taylor Swift en I Can Do It With A Broken Heart. Tenía ganas de muchas cosas, pero de cantar y bailar no era una de ellas. Claro que, en el momento en que ella compuso aquella canción, estaba sumida en la gira más exitosa que el mundo hubiera visto nunca, así que no tenía tiempo para pararse a pensar en que realmente necesitaba parar y llorar tranquila.
Y a mí lo que me sobraba era tiempo. Tenía de eso para dar y regalar; concretamente, ciento sesenta y un días de más.
-Lo único que podría escribir sería su nombre una y otra vez. Podría llenar una libreta entera sólo con eso.
Scott sonrió y me besó la cabeza.
-A veces un nombre es el principio para lograr cosas grandes.
Me miró desde arriba y yo lo miré desde abajo, deshaciéndome un poco ante el orgullo de su mirada. Me sentía una traidora por echarles la culpa a papá y mamá de todas mis inseguridades, por mucho que ellos hubieran hecho cosas para alimentarlas sin saberlo. Era una desagradecida, justo lo que me habían criado para que no fuera bajo ninguna circunstancia. Siempre debía ser consciente de mis privilegios, y que me hubieran elegido a mí para darme esta vida por la que muchos matarían no era precisamente ser agradecida.
Mi nombre estaba en la placa de un Grammy, al que más cariño le tenía papá… y yo no podía hacer lo que hacía él. Habían intentado inculcármelo con cariño para que yo no me diera cuenta de que era una habilidad adquirida, pero ahora que lo sabía, no podía dejar de ver mis propias limitaciones. Siempre me había gustado más leer que escribir, cantar canciones que ya conocía que componer las mías propias, así que eso tenía que significar algo.
Papá decía que escribir era el paso natural para quien lee mucho, quien tarde o temprano siente la llamada de unas palabras que sólo responden ante él. Si yo no sentía esa llamada era porque estaba hecha de otra pasta, porque mi corazón roto no me pedía que lo pusiera por escrito, lo inmortalizara e hiciera de él un himno. Mi corazón roto era incapacitante, y era incapaz de latir, ni siquiera para marcar los pasos tranquilos de un vals, ya no digamos de una canción pop, que era precisamente lo que necesitaba para animarme.
Scott se inclinó un poco para sostener mi cara entre sus manos.
-Eres una Malik, Sabrae. Puedes con esto y con todo lo que te propongas, y con lo que no puedas…-me dedicó una sonrisa de ánimo-, lo coges, y lo conviertes en una canción.
Me limpió una lágrima y yo suspiré.
-Lo llevas en la sangre.
-Mi sangre no es la tuya, Scott-le recordé.
La sonrisa de ánimo de mi hermano se congeló en su boca, pero hizo lo imposible por ocultar el gesto. Debo decir que no se le dio nada mal; en un instante estaba descompuesto, y al siguiente estaba entero otra vez.
Se me hundió un poco el estómago al pensar que se había recompuesto demasiado rápido, como si se esperara que le hablara de mi adopción. No solíamos comentarla en situaciones como ésa, así que me esperaría que mi hermano flipara y me preguntara a qué había venido eso. Sólo podía haber un motivo por el que Scott no…
No. Alec jamás lo haría. Nunca le contaría a nadie algo que yo le había contado en la intimidad de nuestras conversaciones por teléfono, en citas o en la cama. Aquella era una tierra virgen cuyos límites estaban protegidos con una magia ancestral que ninguno de los dos podía traspasar.
Una extraña tranquilidad me invadió al darme cuenta de que tenía a alguien que me protegería de todo mal, me guardaría las espaldas y también se ocuparía de que no me hicieran daño.
Quizá estuviera al otro lado del mundo, pero sólo tenía que esperarle.
Ciento sesenta y un días. Podía hacerlo. Era menos tiempo del que llevábamos juntos.
Ya lo habíamos conseguido una vez; lo conseguiríamos de nuevo.
-La sangre no es sólo lo que nos corre por las venas. También es lo que somos. Y tú eres mi hermana, Saab. Nada puede cambiar eso.
Me dio un beso en la frente y me estrechó contra él en el proceso.
-Si necesitas hablar esta noche… tendré el móvil con el sonido activado.
Asentí con la cabeza y le di un apretón en la mano cuando se separó de mí.
-Descansa, hermanita.
-Nos vemos mañana.
Scott asintió con la cabeza, se llevó una mano a la sien y me hizo el saludo militar antes de irse. Me sacó la lengua en la puerta, y sólo cuando me reí le pareció que estaba lo bastante animada dadas las circunstancias como para marcharse.
Me envió un mensaje cuando se fue a dormir preguntando qué tal estaba, y yo le dije que un poco mejor. Me había hartado a llorar todo lo que había querido y más, pero esta vez era diferente. Como sabía que todavía me quedaba un poco de Alec que disfrutar, me permití incluso hablar un poco con mis amigas, fingir que mi vida estaba volviendo a ser normal, e incluso meterme con las haters de papá por Internet.
Rastreé el vuelo de Alec hasta que tocó tierra en Adís Abeba, y luego el segundo que tuvo que coger, con apenas diez minutos de margen, camino a Nechisar. Cuando el segundo también pasó del estado “en ruta” a “finalizado” en la página de rastreo de vuelos, bajé al salón y me acurruqué en el sofá. Apenas me había puesto una manta sobre las piernas cuando Trufas se subió a mi regazo, cansado de dormir sobre el de Annie, que también había decidido quedarse en el salón a esperar la llamada de su hijo.
Y apenas le había hundido los dedos en el lomo a Trufas para acariciarlo, me quedé dormida en un sueño ligero, cansado pero sin pesadillas.
Me despertó el sonido del teléfono entre mis manos, que había cogido y traído desde la cocina para poder responder lo más rápido posible y que nadie en la casa se desvelara por mi culpa.
La verdad es que no pensé, pero en aquel momento sí que iba a despedirme de verdad. Era como terminar lo que habíamos empezado en el aeropuerto, con la diferencia de que ahora no bastaría nada, y tendríamos que conformarnos con las palabras.
-¿Sí?
-Uf, cogiéndolo en el primer tono. Cuidado, nena, voy a pensar que te caigo bien y todo-bromeó Alec, y a pesar de la distancia, a pesar del dolor, a pesar de la tensión en mis hombros y del nudo en el estómago porque después de esta llamada sería poco menos que una viuda, sonreí.
-Eres bobo, mi amor-sonreí, y empecé a enrollarme el cable del teléfono en el dedo. Escuché con atención su respiración, derritiéndome un poco por dentro al recordarla más intensa, más acelerada y más superficial cuando estaba conmigo. Supongo que la distancia nos cambiaba a ambos, no sólo a mí.
Me avergonzaba mi ataque de debilidad de cuando se había ido, pero no tenía pensado martirizarme por todo lo que significaba: cuánto me importaba y lo feliz que era estando con él.
-De eso no nos cabe duda a ninguno, dado que he conseguido marcharme.
-¿Es Alec?-preguntó Annie, y yo asentí.
-Sí.
-¿Sí qué?-preguntó Alec.
-Estoy con tu madre. Preguntaba si eras tú.
-¿Quién iba a llamar a estas horas de la madrugada?
-Uno de mis múltiples amantes, supongo.
Alec se rió.
-Zorra. Mándale besos a mi madre, porfa.
-Alec dice que besos. Y también me ha llamado zorra; para que reflexiones sobre la educación que le has dado.
Annie se rió mientras Alec protestaba.
-¡Oye! Se suponía que no debía contarle a nadie sobre tus fetiches. ¿Por qué tú sí puedes?
-Pues porque son los míos, y porque quiero que Annie sepa exactamente el tipo de sinvergüenza que ha criado y vive en su casa.
-Créeme, mi madre no podría hacerse ni la más remota idea de hasta qué punto tiene un sinvergüenza en casa-tonteó, y yo me mordí el labio y me reí. Annie acarició a Trufas en el lomo y me dio un beso en la mejilla.
-Me voy a la cama, corazón. Mándale un beso a mi hijo de mi parte.
-Annie se va a dormir. Dice que un beso.
Mi suegra se despidió de mí desde la parte baja de las escaleras.
-Guay, así podemos tener sexo telefónico trasnochador-soltó Alec, y yo tuve que ahogar una carcajada, aunque sabía que si me estaba tomando el pelo era porque necesitaba desesperadamente oírme reír… así que estaba mal.
-Así que… ya has llegado.
Alec suspiró.
-Sí, he llegado.
-¿Cómo es que te han dejado usar el teléfono? ¿Podemos contar con él de forma regular?-pregunté. Si íbamos a poder llamarnos se me haría un poco más llevadero todo. Tampoco quería causarle demasiadas molestias e interrumpir su agenda, pero si una vez a la semana podríamos hablar, estos días se me harían un poco menos largos.
-Mm, le pedí a Valeria que me dejara usarlo. Me dijo que no y se fue a dormir, así que me colé en su despacho. Debería cerrar la ventana con llave. No sabes la cantidad de gente sin escrúpulos dispuesta a lo que sea con tal de oír la voz de sus enamoradas que tenemos por aquí.
-Definitivamente necesitáis más seguridad que en cualquier prisión para terroristas-comenté, tumbándome sobre el sofá y subiendo los pies a la parte alta. Trufas resopló, indignado, y trató de sentárseme en la cara como gesto de protesta-. Para, Trufs.
-Bueno, vale, quizá sí que lo esté exagerando todo un poco-se rió, y a mí ese sonido me dio la vida y me la arrebató. Ay, ¿por qué tenía que estar tan lejos? ¿No podía haberse ido a limpiar la desembocadura del Támesis, o algo así?
Nos quedamos callados un ratito, escuchándonos las respiraciones y bastándonos con eso.
-¿Has tenido buen vuelo?
-Ha sido una mierda.
-Vaya, siento oírlo. ¿Turbulencias?
-Me alejaba de ti-explicó, y yo me derretí. Suspiré y me mordí el labio.
-Adoro cuando haces eso.
-¿El qué?
-Eso. Lo que acabas de hacer.
-¿Suspirar?
-Sí.
-¿Te gusta cómo suspiro?-me reí.
-Suspiras de una forma muy melódica. ¡No te rías de mí!-se quejó, riéndose.
-¿Quieres que vuelva a suspirar?
-Quiero que hagas lo que te dé la gana, nena.
-No puedo hacer lo que me dé la gana-tonteé, jugueteando de nuevo con el cable del teléfono-, porque de lo que tengo más ganas es de ti.
-Mm, me gusta cómo suena eso. ¿Entras en detalles?
-No-me reí, y él gruñó.
-Eres malísima.
-Supongo que vivías mejor cuando yo no te soportaba.
-¿Te refieres a cuando no hacías que me subiera por las paredes con sólo respirar? Bueno, sobrevivía-chasqueó la lengua y yo volví a reírme-. Joder, míranos, nena. Como dos quinceañeros colgados del teléfono. Estamos fatal.
-Disculpa, pero debo recordarte que yo sí tengo quince años. Eres tú el abusón que va detrás de chicas mucho más jóvenes que tú.
-Oh, sí, tres años son terribles. Soy todo un asaltacunas.
-Pues, si te pones quisquilloso, en realidad es probable que el que te acuestes conmigo sea ilegal.
-Por favor, dime que vas a llamar a la policía y luego aparecerás por el calabozo con una minifalda y un blazer y nada por debajo a hacer de mi abogada sexy.
Me eché a reír y lo escuché suspirar.
-Creo que ya sé por qué dices que te gusta oírme suspirar. A mí también me gusta oírte suspirar.
-¿Sí? Pues deberías oírme gemir-flirteó, y yo me reí.
-No, gracias. Por mi cordura, creo que es mejor que no lo hagas.
Alec se rió y yo me mordí el labio.
-¿Qué hora es ahí?
-Van a ser las cuatro-suspiró Alec, y yo chasqueé la lengua.
-¿Tienes que trabajar mañana?
-Sólo si consiguen despertarme-bromeó.
-Quizá deberías irte a la cama, sol-dije, y lo decía en serio. Aunque no quería despedirme de él aún, menos todavía quería que estuviera muerto de sueño al día siguiente. Habían sido unos días muy intensos para mí, y más aún para él. Necesitaría descansar todo lo que pudiera, y yo no le estaba ayudando.
-No quiero colgar todavía.
Jadeé, agradecida.
-Yo tampoco quiero colgar todavía.
-Menos mal, ya pensaba que estabas intentando despacharme rapidito para ocuparte de tus amantes.
-Los tengo puestos en espera. Saben que primero siempre va mi maridito.
Él se rió con una risa joven, sexy y masculina.
-Serás zorra. Siempre me llamas eso cuando sabes que no puedo hacerte nada.
-Es divertido-ronroneé, acariciándome las piernas con el pie.
-Venga, si tan divertido es, ¿por qué no esperas a volver a llamármelo cuando esté contigo?-tonteó, y yo miré el teléfono de reojo. Me lo imaginé apoyado en una pared, su Sonrisa de Fuckboy® asomando en sus apetitosos labios. Dios, le necesitaba aquí, conmigo.
-Porque no soy boba, mi amor.
-Cobarde-me pinchó, y yo me reí. Apoyé la cabeza de nuevo sobre el sofá y dejé que el sonido de su respiración llenara de calorcito todo mi cuerpo. Empecé a sentir un cosquilleo agradable en la parte baja de mi estómago, y me mordí el labio.
Algo en el aire cambió. Se instaló una extraña tensión que nada tenía que ver con la estática del teléfono, y de repente me dio igual estar en el salón de su casa, a miles de kilómetros de distancia de él. Le quería conmigo, punto.
De cualquier forma en que pudiera tenerlo.
-¿Soy yo-preguntó-, o nos estamos poniendo cachondos sólo con oírnos respirar?
-Creía que sólo me estaba pasando a mí-me reí.
-Joder, estamos fatal-me lo imaginé pasándose la mano por el pelo y froté mis muslos uno contra otro, en busca de fricción. Alec bufó y yo me contraje, echándolo de menos, deseándolo conmigo-. Es una putada que tengamos tanta química, ¿eh?
-Sería una putada si hubiéramos nacido hace doscientos años, pero ahora que existen los teléfonos…
-Mañana tienes clase, Saab-me recordó, y yo suspiré.
-Odio que seas tan responsable cuando se trata de mí. Pero sí. Mañana tengo clase, y tú trabajo, supongo.
-Ya veremos lo que me mandan. Supongo que Valeria me dejará dormir la mañana, al menos.
-Entonces deberíamos pensar en despedirnos, ¿no?
-¡Oye! ¿Cómo es esto? ¿Te digo que no vamos a tener sexo y tú ya quieres colgarme?
-Hashtag Mujeres En Campos Dominados Por Hombres-recité, y él se rió.
-Perdóname, nena. Todavía tengo tu sabor en la lengua y tus bragas en el bolsillo. No estoy preparado para hacerme una paja a distancia contigo y que nos hayamos separado de verdad.
-Ya nos hemos separado de verdad, Al-murmuré, apartándome el pelo de la cara-. Hablando de separarse, ¿sabes cuándo volverás? Porque me lo han preguntado varias veces y no sé qué decir. Y, la verdad, creo que yo también prefiero tener esa información para así contar los días.
-Tengo que hablarlo con Valeria todavía. Se me ha ocurrido viniendo que, si hago horas extra, puedo compensar los días que he faltado y así poder ir y pasarme toda la semana de tu cumpleaños ahí.
Me incorporé un poco.
-Pero incluso si vienes por mi cumpleaños son muchos días. ¿Podemos hacer algo para vernos antes?
-Antes, ¿cuándo?
Sabía que no debería; Annie le había dicho a Mimi que ni se le ocurriera darle la idea, pero… yo era la novia. Si alguien podía ser débil con él, ésa era yo.
-¿Y si vienes por tu cumpleaños?-sugerí, y Alec rió sin ganas.
-Entonces sí que ni de coña tengo días para poder estar contigo toda la semana de tu cumpleaños.
-Tómatelo como un intercambio. No quiero que estés solo el día de tu cumpleaños.
-No estaría solo. ¿Sabes la cantidad de gente que hay aquí?
-Ya me entiendes. Ellos no son nosotros.
-Ya. Lo sé. Y os echo de menos a todos, créeme. Mis compañeros no os van a sustituir ni de coña, pero… no pasa nada, nena, de verdad.
-Sí que pasa-me defendí-. Podrías planteárselo a Valeria, a ver qué pasa. Tu cumpleaños es mucho antes que el mío, así que se haría más llevadero. Y también estarías con todos los que te quieren cuando sea tu cumple. Ahora que Scott y Tommy van a cancelar la gira que tienen pendiente, estarían en casa…
-Saab.
-¿Qué?
-¿Puedo ser sincero?
-Claro.
-La verdad es que me da igual. Prefiero estar contigo en tu cumpleaños. Me importa menos mi cumple que el de mi novia. Además, será el primero en el que estoy bien y lo podemos celebrar cuando queramos. Lo importante es verte y, la verdad, prefiero aprovechar e ir cuando tengamos muchos días de excusa para no salir de la cama y no sólo uno. Son sólo mis diecinueve. Los veinte serán otro cantar; en esos sí que ni de coña te voy a dejar escapar.
La cosa es que sí que importaba, porque para mí era igual de importante el de él que el mío para él. Su cumpleaños era importante, no sólo el mío. Era el primer día de los más señalados de nuestras vidas, y quería celebrarlo juntos.
Ahora que por fin podía decirle todo lo que me apetecía y hacerle todo lo que se me antojara, no me importaba renunciar a días míos con tal de que el de él fuera especial.
-¿Te habrías quedado ahí si yo no estuviera contigo?
-Guo, guo, guo; para, para, para. No sigas por ahí, ¿me oyes, Sabrae? Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Lo mejor. Así que olvídate de cualquier supuesto en el que yo estuviera en mi cumple en casa, hundiendo la cara en las tetas de alguna tía y emborrachándome hasta perder el sentido y no poder ni sacarme la polla de los pantalones, porque no sería tan feliz como lo soy estando aquí y teniendo que conformarme con hablar contigo por teléfono porque no te tengo delante para hacerte todo lo que me apetece. Quiero estar en tu cumpleaños, y ya está. No vas a convencerme para que vaya en marzo y esté un ratito contigo cuando puedo llegar a tenerte hasta una semana entera para mí en abril. Lo siento, pero no. Me has enseñado a ser paciente, y pienso aprovecharlo, porque lo bueno se hace esperar.
Sonreí, incorporándome en el sofá.
-¿Seguro que no te importa?
-No todos somos unos frikis de nuestro cumpleaños como tú, Saab. Es decir, a mí me gusta y tal, pero no es la adoración que tienes tú. Y, la verdad, me gusta hacer que un día que consideres especial lo sea todavía más. Para mí sólo suma. Además, cuanto más esperemos… con más ganas follaremos cuando nos veamos. Ya sabes que el sexo de cumpleaños siempre es el mejor.
Me reí por lo bajo, una idea formándoseme en la cabeza.
-Bueno, si tú lo dices… si estás dispuesto a sacrificarte, yo no digo nada. El feminismo me lo impide-bromeé, y él se echó a reír.
-Ah, ya sí. Es el feminismo, no que le hayas jodido la carrera de boxeador a tu novio, ¿mm?
-¿Qué carrera?-lo pinché.
-¿Ves como eres una zorra? Menos mal que lo eres siempre, porque si no esto sería insoportable.
-Sólo quiero saber si tengo que ponerme a entrenar y a hacer listas de deseos en las tiendas pijas por si acaso me convierto en una WAG.
Alec rió con sorna al otro lado de la línea.
-Claro. Te hago la confesión más bonita que podemos hacer los boxeadores, y tú preocupada por lo material. La verdad es que he hecho un pleno contigo, ¿eh?
-Rebobinemos, venga, que te noto con ganas. A ver, mi amor, ¿por qué te he jodido la carrera como boxeador?-pregunté con voz inocente, y él suspiró.
-Detesto que hagas eso cuando no te tengo delante.
-Vale, tío duro-dije con voz grave, y él se echó a reír.
-No puedo hacerlo en serio si te pones así.
-¿Vas a decírmelo o prefieres que discutamos hasta que Valeria te pille y te mande de vuelta a casa?
-Pues mira, no sería mala idea. Vale, guapa, pues me has hecho peor boxeador porque, por primera vez, estaría desesperado por bajarme del ring. Sería lo único que me importaría.
Sonreí.
-Creo que yo también estaría desesperada por que te bajaras, pero por los motivos equivocados.
-¿Quién dice que no son los mismos que los míos?-coqueteó, y yo me reí-. Va en serio, nena. Hiciste que empeorara en una de las cosas que más me gustaba en la vida, pero me has dado otras que lo compensan con creces. Así que, aunque lo haga peor, seguiré peleando hasta el final por ti, bombón.
-Y yo por ti, mi amor.
Alec tomó aire y lo soltó despacio.
-Puede que sea hora de que me vaya.
-Ha sido un día muy largo-coincidí.
Seguimos callados un rato, escuchándonos respirar.
-Vete a dormir, Sabrae.
-Te podría decir lo mismo, Alec.
-No quiero dejarte.
-Yo tampoco a ti.
Tragó saliva y suspiró.
-Esto es más jodido que en el aeropuerto.
-Al menos allí podías comerme el coño para que yo estuviera medio atontada y no opusiera la resistencia que opongo ahora, ¿eh?
Se echó a reír.
-Cualquiera diría que te gustó, a pesar de lo que flipaste cuando te lo pedí.
-Es que no me lo esperaba, eso es todo. A veces se me olvida lo sinvergüenza que eres.
-Otra que no tiene ni idea de con quién anda-se burló, y yo me reí. Me relamí los labios y tomé aire.
-Descansa, mi amor. Pásatelo bien. ¿Nos leemos?
-Claro. Y llámame si lo necesitas. Espero que todo vaya bien con tus padres.
-Gracias.
Alec tomó aire y suspiró.
-Bueno… pues… hasta luego, mi amor.
-Hasta pronto, mi niño.
-Me apeteces.
-Te quiero.
-Te quiero mucho, preciosa.
Sonreí.
-Disfruta.
-Y tú.
Más silencio. Ninguno de los dos quería ser el primero en colgar.
-Te avisaré con lo que Valeria me diga.
-Vale.
Y más silencio.
-Joder, quién me iba a decir a mí que iba a empezar con el “cuelga tú” del que tanto me descojonaba de las pelis de mi hermana.
-Quién me iba a decir a mí que iba a estar así contigo.
-Sí. Gracias a Dios-suspiré, y él suspiró también.
-Ay, Sabrae.
-Vete a dormir.
-Vale. Voy a colgar-anunció.
-A ver si es verdad.
-¿Qué me estás diciendo? ¿Que no hay huevos?
-Los ha habido para cosas peores-sonreí. Alec chasqueó la lengua y me lo imaginé negando con la cabeza.
-Espero que no me dejes hacer más gilipolleces como ésta cuando nos casemos.
-Perdón, ¿me estás pidiendo matrimonio? Es por confirmar.
Se echó a reír.
-Te dije que lo sabrías cuando lo hiciera.
-Contigo nunca se sabe.
-Vaya lo que te gusta discutir, ¿eh?
-Me gusta más lo que viene después.
Los dos nos reímos.
-Se nota. ¿Te cuento un secreto?
-A ver.
-A mí me gusta hacerlo todo contigo. Incluso discutir.
Sonreí.
-Vete a dormir, Alec.
Soltó una risa, me tiró un beso, esperó a que yo le tirara otro, me dijo que me quería, le dije que yo a él también, y colgó.
Me quedé con el teléfono pegado a la oreja unos minutos, escuchando el tono de la línea ya cortada, y, contra todo pronóstico, con una sonrisa boba en la boca mientras miraba el techo y a la oscuridad.
Aquí yace Sabrae Malik, cuyo corazón de piedra empujó a su amor a otro continente el 16 de noviembre de 2035. Suerte que su amor es terco como una mula y no la dejó alejarlo de ella el resto de su vida.
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕
Todavía no ha pasado y ya se que me va a romper el corazón la charla de Sabrae y Scot cuando llegue lo de la adopción.
ResponderEliminar