jueves, 23 de enero de 2025

Caer es parecido a volar.

¡Hola, flor! ᵔᵕᵔ Me paso por aquí para darte otra noticia con el nuevo año y el nuevo cap. Seguramente recuerdes que en el último cap de 2024 dije que tenía planeado subir cada quince días, de momento, y luego, previsiblemente, pasaría a hacer capítulos mensuales. Bueno, pues ese momento ha llegado antes de lo que creíamos. Tras hablar con mi preparador el 7 de enero (es decir, después de subir el primer cap de este año), me ha establecido un plan de estudio incluso más estricto de lo que yo pensaba que iba a tenerlo, así que voy a tener mucho menos tiempo para descansar, y debo aprovecharlo al máximo. Es por eso que de momento subiré capítulo los días 23, o en días especiales y muy señalados, como es el cumple de Alec, el 5 de marzo.
Gracias por tu paciencia, ¡espero que sigas ahí aunque yo me asome un poco menos por tu pantalla! Y ahora, ya sí, disfruta del cap  

¡Toca para ir a la lista de caps!

 
Mbatha deslizó los dedos por el panel táctil de su ordenador y dejó libre la silla de su escritorio para que yo pudiera sentarme, la cabeza dándome vueltas y el estómago en un puño. Tenía un millón de preguntas dándome vueltas la cabeza y haciéndome que me planteara los peores escenarios posibles para que Scott hubiera permitido que Diana hiciera algo así, asumiendo unas culpas que, por mucho que sí que fueran suyas, estaba claro que le saldrían mucho más caras que a mi amigo. El público había sido especialmente indulgente con Scott en sus cagadas, y eso que él había tenido de las más gordas, así que el que S dejara que echaran a Didi al fuego cuando él podía parar hasta un tren a ojos de la opinión pública no tenía ningún sentido para mí.
               Salvo que…
               No me permití terminar esa línea de pensamiento que parecía querer seguir mi mente ahora que la cara de Sabrae empezaba a formárseme en la cabeza. Lo único que podría hacer que Scott vendiera a alguien de su banda, a quien consideraba su segunda (bueno, tercera familia) era, precisamente, su familia real.
               Sabrae no podía estar mal. Tenía que estarlo. Esto tenía que ser parte de algún jodido complot del cerebro maligno de Sherezade. Puede que mi querida suegra hubiera maquinado algo que a los demás se nos escaparía incluso si nos sentáramos a intentar reflexionar un año entero.
               Así que le di al botón de reproducir, ignorando deliberadamente a Mbatha, que se había quedado de pie a mi lado como si el morbo de la situación le pudiera más que la educación. Al menos Valeria se había marchado; no me apetecía escuchar ningún comentario socarrón y creído suyo precisamente ahora que todo el mundo de mis amigos estaba desmoronándose y yo estaba a miles de kilómetros de distancia, incapaz de hacer nada.
               El triángulo blanco del vídeo que Diana había colgado en Instagram (y que acumulaba una cantidad salvaje de comentarios y compartidos; una que yo no había visto en mi vida, y quiero recordarte que me follo a la hija mayor de Zayn y Sherezade Malik, con aproximadamente un trillón de seguidores entre los dos), se convirtió en anillo blanco incompleto que giró sobre sí mismo unos segundos angustiosos en los que la única información extra que pude recopilar fue el extracto del pie de foto que había puesto Diana.
               dianastyles lamento mucho todo esto y entenderé si no me perdonáis lo mucho que os he decepcionado, pero tenía que sacármelo de dentro; no puedo
               La Diana del vídeo empezó a moverse y yo clavé la mirada en ella. Estaba inclinada sobre la cámara, sentada a lo indio al mismo nivel que la cámara. Diana se echó hacia atrás con los dedos extendidos, examinando el lugar en el que había puesto el móvil, que por fuerza tenía que ser con lo que había grabado esto. Se relamió los labios, se apartó el pelo de un rubio que rivalizaba con el sol tras las orejas y tomó aire.
               Me fijé en que estaba temblando ligeramente, y me pregunté si sería por el mono. Y después me pregunté si me había fijado en que temblaba porque la conocía bien, o porque era evidente. Y, si era evidente, cuánta gente más se había dado cuenta de ese detalle.
               No quería mirar las estadísticas del vídeo. Estaba seguro de que aparecería entre el resumen de las publicaciones más visitadas y comentadas del año en Instagram, si no coronada como la que más. Me alegré brevemente de no estar en Inglaterra para verlo, y luego sentí rabia a pensar que todos mis amigos iban a pasar por esa mierda sin mí.
               -Hola-Diana esbozó una sonrisa débil y triste que no le subió a los ojos; no así la vergüenza que la acompañó cuando juntó las manos y empezó a frotárselas con nerviosismo. A pesar de que parecía que había tratado de prepararse un poco para ese momento (las puntas húmedas de su pelo me hacían sospechar que acababa de ducharse), su aspecto no estaba ni por asomo cerca de lo radiante que había estado con anterioridad. Era como si el mono la estuviera comiendo por dentro, arrebatándole esa belleza de la que tan orgullosa se sentía a marchas forzadas, como si quisiera hacerle creer que le debía todo a las drogas. Tenía unas ojeras que había intentado disimular un poco con corrector, pero que incluso a pesar del maquillaje estaban ahí. Y tal vez fuera la iluminación del lugar en el que se encontraba, o por lo blanquísimas que estaban las sábanas en las que tenía enredados los pies, o el armario de la pared de la buhardilla en que la habían alojado Louis y Eri cuando sus padres les pidieron que la acogieran, pero… juraría que estaba un poco… amarillenta.
               Diana carraspeó y yo volví a clavar los ojos en los suyos. Había una tristeza infinita en ellos, y se me encogió el corazón al pensar que Tommy había tenido que ver cómo el brillo en su mirada se iba apagando día tras día, poco a poco, tan sutilmente que sólo él podía darse cuenta del progreso. Diana parecía estar cargándose más y más kilos sobre los hombros a cada minuto que pasaba a pesar de que su alma ya no daba más de sí.
               -Bueno, como sabéis, estos días han sido… intensos-tragó saliva, tomó aire y lo soltó despacio por la boca, intentando tranquilizarse-. Sabemos que hemos decepcionado a mucha gente y la ilusión y confianza que teníais depositada en nosotros, y siento mucho todo lo que ha pasado y haberos fallado… pero…-tragó saliva de nuevo y bajó la mirada. Se puso a juguetear con un hilo suelto de la sábana unos segundos. Finalmente, levantó de nuevo la vista-. La verdad es que no sé muy bien cómo hacer esto. Nunca me he visto en una situación así.
               Mbatha cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro, yo recordé de repente que estaba ahí cuando vi que a Diana se le ponían rojos los ojos, levanté la vista y la fulminé con la mirada. Mbatha dio un paso atrás, farfulló algo de que tenía no sé qué que hacer, y salió pitando. Bueno, al menos yo no había perdido mi Toque Especial De Boxeador Pro™, como decía Logan, y todavía podía acojonar a la gente con sólo mirarla. Normalmente había usado esa mirada con los tíos que se ponían babosos con mis amigas cuando estábamos de fiesta, pero resultaba reconfortante ver que funcionaba con los dos sexos y, sobre todo, que después de tantos años todavía seguía teniendo el mismo efecto.
               Quién sabe si iba a necesitarla los próximos días. Quién sabe si, después de todo, al final yo terminaba renunciando al voluntariado no por Sabrae, sino por Diana. Eso sí que sería un plot twist, ¿eh?
               -Siento mucho si esto resulta muy inconexo y no tiene sentido, pero…-Diana entrelazó los dedos de las manos y las giró un momento frente a ella antes de soltarse a sí misma de nuevo-, bueno, es porque tengo mucho que decir y me resulta complicado. Y porque sé que no es fácil. Hay muchos intereses implicados y…-suspiró, sorbió por la nariz y negó con la cabeza-. Me imagino que una buena manera de empezar es pidiendo perdón. Debo muchas disculpas, y la primera y principal persona a la que debo pedirle perdón es a Scott.
               Mi estómago decidió que ése era buen momento para ponerse a hacer puenting, porque me salió disparado hacia abajo. ¿Eh? ¿Qué coño tenía que ver Scott en todo esto? Si Diana estaba a punto de hacer lo que creo que estaba a punto de hacer, confesar sus problemas de adicción ante el mundo entero, Scott no se vería perjudicado en lo más mínimo. No tendría que cargar con un peso que no le correspondía, a pesar de que él sí pudiera llevarlo y Diana no.
               Anclé los codos en la mesa y apoyé la boca en las manos entrelazadas, sintiendo mi respiración en los nudillos.

sábado, 11 de enero de 2025

Once años persiguiendo las estrellas.

 


Hoy se cumplen once años de aquel once de enero en el que el mundo vio el nombre de Scott por primera vez. Aún lo paladeo en mi cabeza y tiene un regusto que no tuvo ningún otro antes que él, incluso cuando se suponía que no iba a ser el protagonista como terminó siéndolo, y la fuente de uno de mis mejores momentos como escritora o la llave a un mundo que me encanta navegar, y que no pensé que echaría tanto de menos cuando todavía vivo en él cuando ahora lo hago.
Once años desde que empecé a tener muy presente el número 11 en el calendario, en honor al cumpleaños de un actor al que hace tiempo opté por perderle la pista y que, según parece, tampoco se ha ido tan lejos como para que me sea imposible reconectar con él.
A pesar de que no se cuenta en la omnipresencia en la que sí viven el 17 y el 23 en mi cabeza, la verdad es que el 11 también me parece un número bonito. Son como las velas de una tarta de cumpleaños, la promesa de un deseo que, si lo sostienes dentro de ti el tiempo suficiente y soplas con la fuerza necesaria, se cumplirá. Hace nueve, diez, e incluso once años no me veía no dándome cuenta de qué día era o pasando de puntillas por el calendario en este día como pasas por los demás que no son reseñables, porque hace nueve, diez e incluso once años mi vida giraba en torno al número 11. Mis sueños eran distintos, hechos de humo y espejos y de amor a un producto de cuya artesanía disfrutaba a gotitas, pero creo que no sería capaz de emborracharme de él. Hace tiempo me he dado cuenta de que me gusta demasiado mi tranquilidad, y no sé si es por conformismo o porque realmente no me entendía, pero el caso es que ahora veo que soñar con estar tranquila es igual de válido que soñar con explotar y que todo el mundo te mire como si fueras un fuego artificial.
Aun así, en un día como hoy, en el que tengo el corazón más en un puño que de costumbre, en el que pienso en Scott, en Tommy, en Diana, en Layla, en Eleanor, en Chad, y en cómo gracias a ellos tengo ahora a Alec y a Sabrae, que sí que me acompañan todos los días, no puedo evitar fijarme en cómo el tiempo lo asienta todo, en cómo la intensidad se va esfumando pero el cariño siempre queda. Quizá es por la distancia o porque ya he tenido la prueba física de que Scott y los demás son míos en mis manos, de forma que ya no pueden quitármelos, pero me acuerdo de cómo aquella vez escribí una carta a Laura Gallego en la que le pedía cómo proteger a mis personajes y terminé llorando mientras la escribía. Una carta de la que esperaba obtener una respuesta trascendental, y que sin embargo nunca llegó, porque nunca llegué a enviarla.
No están siendo días fáciles, y me quedan otros más duros por delante; días de dudas, de preocupación, de intentar consolarme a mí misma y vendarme el corazón como lo hace Violet Sorrengail de Fourth wing con sus rodillas antes de que se le lesionen, pero en días como hoy encuentro el consuelo. En onces, en veintitreses, en cincos de marzos y veintiseises de abril o unos de mayo; días que salpican mi agenda y la llenan de color.
A veces hablo de mis novelas como si fuera un trabajo, y particularmente Chasing the Stars fue uno durísimo en su final, tanto por todo lo que tenía que contar como por el tiempo en que quería contarlo. Me hice un calendario con los días que publicaba y me lo puse de fondo de pantalla en el móvil para poder verlo siempre, y todavía lo conservo en el ordenador como recuerdo de una época en la que era un poco diferente, pero me iba marcando una senda que aún a día de hoy estoy siguiendo. Ahora soy más paciente conmigo misma, me permito tomarme mi tiempo, valorar mis pausas, rumiar las tramas y echarme la siesta en párrafos que se convierten en diez páginas. Sabrae sigue teniendo también ese tinte de trabajo, pero lo sigo disfrutando a pesar de todo. Al fin y al cabo, llevo once años contando la misma historia; o trece, en realidad, si partimos de la base de que Chasing the Stars no es “la base”… pero, para mí, lo cambió todo.
Por eso, aunque esté en un parón y tenga el tiempo justo, aunque me acordara más por la nota en la agenda que tengo (y cuya portada dice Trust the universe, algo que a Scott le haría mucha gracia, aunque él pensara más en la agenda de 2017 y su diseño de constelaciones) que porque me dé un vuelco al corazón al darme cuenta de que hoy es día once y debería estar escribiendo… creo que este 11 de enero se merece también un descanso, y que vuelva a sonar la música que me lleva acompañando tantísimo tiempo, los latidos del corazón de mis personajes hechos de teclas de ordenador. Un ordenador en el que la tecla S está medio borrada, la barra espaciadora tiene un valle, la A está un poco coja o la C parece una luna menguante que poco a poco se va ocultando vas y más. Llevo once años también con mi ordenador, que me ha visto reír y llorar, me ha visto sentir dolor, tener ganas de vomitar, limpiarme las lágrimas rápidamente con el dorso de la mano y seguir escribiendo porque estoy demasiado inspirada para pararme a sonarme como Dios manda.
Puede que hoy sea también un poco de compromiso, un brindis en la distancia a un viejo amigo con el que ya no tienes relación pero al que te alegras de ver al otro lado de la fiesta. Pero, al final, lo que cuenta es que pasamos por eso, y que estaremos agradecidos siempre por lo que nos unió.
Yo todavía bebo por ese 11 de enero de 2014, y dudo que algún día deje de hacerlo, aunque pasen a ser sorbitos más discretos que no comparto con nadie más que con la intimidad de mi subconsciente… pero el 11 de enero número 11, simplemente, no lo podía dejar pasar. Igual que no podía dejar pasar a Sabrae. Igual que no puedo pensar siempre en la pareja central de mi novela del momento antes de dormirme.
Todos en mi familia son Capricornio excepto yo, así que sólo podía estar escrito que, si tuviera que escoger un segundo cumpleaños, fuera el 11 de enero. Así que hoy soplo 11 velas.
Sólo me queda dar gracias y esperar a que me esperen, como poco, 23 más.
 

lunes, 6 de enero de 2025

Quince espinas.

¡Feliz Año Nuevo y Feliz Noche de Reyes, mis flores! Subiré el próximo capítulo el día 23, que cae en jueves. ¡Nos vemos, disfrutad! ᵔᵕᵔ
 
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Todavía faltaban un par de días para que Alec se despertara de su breve hibernación cuando subí las escaleras que conducían al vestíbulo del despacho de mamá, pero me sentía sorprendentemente tranquila. Puede que le necesitara más que a nada precisamente ahora que me iba a enfrentar a la conversación más difícil de toda mi vida, pero una parte de mí me decía que así era exactamente como tenía que ser.
               El universo siempre busca mantener el equilibrio, y yo me había dado cuenta de lo que pasaba con mis padres estando a solas con Alec. Ya había hecho demasiadas cosas estando con él para perder los límites de mi persona; necesitaba hacer esto yo sola y por mí sola.
               Con él habría sido mucho más fácil pasar por este trago, pero no resolverlo. Que me hubiera prometido que perdonaría a mis padres si era lo que yo necesitaba no implicaba que no fuera a costarle horrores, y si algo había descubierto después de tantas semanas de malestar, era que estaba cansada de luchar. No quería seguir empujando barreras a cada paso que daba, saltando obstáculos ni desafiando la gravedad por tratar de alcanzar de nuevo las nubes. Mis padres me habían inculcado que yo no era la princesa, sino el dragón de mi propia historia, y que no necesitaba a nadie para volar; pero incluso los dragones sienten con fuerza el tirón de la gravedad.
               Después de tantos meses de tormentas, por fin me había reconocido a mí misma que me merecía un descanso. Dormitar sobre un prado suave y verde en el que ni siquiera existiera el recuerdo de las turbulencias.
               Y mi madre tenía el jardín más hermoso que había visto en mi vida, hecho a mi medida y con los colores que más me gustaban. Añoraba sentir la suavidad de su amor bajo la planta de mis pies, la tranquilidad en mi alma al escuchar la música de papá reproduciéndose en el mismo aire, como si la brisa me cantara para que me quedara abajo, donde siempre podría acariciarme.
               Sólo tenía que encontrar la forma de escapar del huracán que me había tragado y regresar al suelo, algo que con Alec me costaría mucho hacer, porque siempre nos lanzábamos de cabeza hacia la tempestad, confiando en que nuestro amor sería suficiente para salvarnos.
               Esta vez no se trataba de él, sino de mí. Necesitaba luchar por mí misma, y no con la espalda cubierta, así que la distancia sólo podía ser beneficiosa, por irónico que resultara. O al menos eso había pensado a lo largo de la noche pasada, en la que los nervios ahora desaparecidos me habían hecho añorar la calidez y dureza del cuerpo de mi novio a mi lado, que siempre conseguía hacer que las noches duraran un suspiro, ya fuera rodeándome con sus brazos o colándose entre mis piernas.
               Supongo que Alec tenía razón en eso de que a veces me ahogaba en mi planificación, pero la noche de insomnio me compensaba si ahora sabía qué era lo que quería, aunque mi destino aún no estuviera claro porque no dependía sólo de mí.
                Me llevé la mano al colgante con el elefantito dorado que me había regalado antes de marcharse, reconociendo el nuevo significado que le había dado de madrugada: no sólo Alec encontraría la manera de regresar conmigo pasara lo que pasara, sino que yo también podría encontrarme a mí misma por muy perdida que estuviera.
               Le di un pequeño apretón, sus formas clavándoseme en la piel, y tomé aire. Puedes hacerlo, me dije a mí misma, ya plantada en el vestíbulo interior, que me refugiaba del frío de la tarde de mediados de noviembre.
               Puse la mano en la barra metálica vertical de las puertas acristaladas del despacho y empujé, zambulléndome así en el barullo propio de uno de los mejores despachos de abogadas del país. La carrera por conseguir fondos para liberar a mi hermano de la productora que ahora mismo tenía sus derechos y no dudaría en explotarlo hasta la extenuación sonaba bien distinta a la carrera de mi hermano, o a la imagen pública que tenía mi familia, y el caos me hizo sumirme en un estado de alerta a que no lograba acostumbrarme cuando visitaba el despacho. Antes de que pasara todo, aquel lugar era para mí un refugio; no había nada que no me hiciera sentir fuera de lugar gracias a que todas las jóvenes mujeres que trabajaban para mamá, fuertes e inteligentes, eran lo bastante pacientes conmigo para rodearme cuando tenían prisa, o pararse a charlar conmigo y entretenerme si mamá estaba ocupada cuando disponían de algún momento. Tanto mis hermanos como yo sabíamos que podíamos venir aquí siempre que lo necesitáramos, así que no dejaba de resultarme extraño que aquel lugar tampoco me fuera del todo cómodo como me sucedía con mi casa.
               Lo más curioso de todo era que el rincón en el que más incómoda me sentía era también mi nuevo espacio seguro, y esto era el despacho de Fiorella. Tal vez el abrirme en canal y quedarme mirando el cuadro surrealista que mis emociones pintaban en el suelo era catártico y traumático a partes iguales, así que no sabía qué esperar cuando cruzaba sus puertas.