lunes, 6 de enero de 2025

Quince espinas.

¡Feliz Año Nuevo y Feliz Noche de Reyes, mis flores! Subiré el próximo capítulo el día 23, que cae en jueves. ¡Nos vemos, disfrutad! ᵔᵕᵔ
 
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Todavía faltaban un par de días para que Alec se despertara de su breve hibernación cuando subí las escaleras que conducían al vestíbulo del despacho de mamá, pero me sentía sorprendentemente tranquila. Puede que le necesitara más que a nada precisamente ahora que me iba a enfrentar a la conversación más difícil de toda mi vida, pero una parte de mí me decía que así era exactamente como tenía que ser.
               El universo siempre busca mantener el equilibrio, y yo me había dado cuenta de lo que pasaba con mis padres estando a solas con Alec. Ya había hecho demasiadas cosas estando con él para perder los límites de mi persona; necesitaba hacer esto yo sola y por mí sola.
               Con él habría sido mucho más fácil pasar por este trago, pero no resolverlo. Que me hubiera prometido que perdonaría a mis padres si era lo que yo necesitaba no implicaba que no fuera a costarle horrores, y si algo había descubierto después de tantas semanas de malestar, era que estaba cansada de luchar. No quería seguir empujando barreras a cada paso que daba, saltando obstáculos ni desafiando la gravedad por tratar de alcanzar de nuevo las nubes. Mis padres me habían inculcado que yo no era la princesa, sino el dragón de mi propia historia, y que no necesitaba a nadie para volar; pero incluso los dragones sienten con fuerza el tirón de la gravedad.
               Después de tantos meses de tormentas, por fin me había reconocido a mí misma que me merecía un descanso. Dormitar sobre un prado suave y verde en el que ni siquiera existiera el recuerdo de las turbulencias.
               Y mi madre tenía el jardín más hermoso que había visto en mi vida, hecho a mi medida y con los colores que más me gustaban. Añoraba sentir la suavidad de su amor bajo la planta de mis pies, la tranquilidad en mi alma al escuchar la música de papá reproduciéndose en el mismo aire, como si la brisa me cantara para que me quedara abajo, donde siempre podría acariciarme.
               Sólo tenía que encontrar la forma de escapar del huracán que me había tragado y regresar al suelo, algo que con Alec me costaría mucho hacer, porque siempre nos lanzábamos de cabeza hacia la tempestad, confiando en que nuestro amor sería suficiente para salvarnos.
               Esta vez no se trataba de él, sino de mí. Necesitaba luchar por mí misma, y no con la espalda cubierta, así que la distancia sólo podía ser beneficiosa, por irónico que resultara. O al menos eso había pensado a lo largo de la noche pasada, en la que los nervios ahora desaparecidos me habían hecho añorar la calidez y dureza del cuerpo de mi novio a mi lado, que siempre conseguía hacer que las noches duraran un suspiro, ya fuera rodeándome con sus brazos o colándose entre mis piernas.
               Supongo que Alec tenía razón en eso de que a veces me ahogaba en mi planificación, pero la noche de insomnio me compensaba si ahora sabía qué era lo que quería, aunque mi destino aún no estuviera claro porque no dependía sólo de mí.
                Me llevé la mano al colgante con el elefantito dorado que me había regalado antes de marcharse, reconociendo el nuevo significado que le había dado de madrugada: no sólo Alec encontraría la manera de regresar conmigo pasara lo que pasara, sino que yo también podría encontrarme a mí misma por muy perdida que estuviera.
               Le di un pequeño apretón, sus formas clavándoseme en la piel, y tomé aire. Puedes hacerlo, me dije a mí misma, ya plantada en el vestíbulo interior, que me refugiaba del frío de la tarde de mediados de noviembre.
               Puse la mano en la barra metálica vertical de las puertas acristaladas del despacho y empujé, zambulléndome así en el barullo propio de uno de los mejores despachos de abogadas del país. La carrera por conseguir fondos para liberar a mi hermano de la productora que ahora mismo tenía sus derechos y no dudaría en explotarlo hasta la extenuación sonaba bien distinta a la carrera de mi hermano, o a la imagen pública que tenía mi familia, y el caos me hizo sumirme en un estado de alerta a que no lograba acostumbrarme cuando visitaba el despacho. Antes de que pasara todo, aquel lugar era para mí un refugio; no había nada que no me hiciera sentir fuera de lugar gracias a que todas las jóvenes mujeres que trabajaban para mamá, fuertes e inteligentes, eran lo bastante pacientes conmigo para rodearme cuando tenían prisa, o pararse a charlar conmigo y entretenerme si mamá estaba ocupada cuando disponían de algún momento. Tanto mis hermanos como yo sabíamos que podíamos venir aquí siempre que lo necesitáramos, así que no dejaba de resultarme extraño que aquel lugar tampoco me fuera del todo cómodo como me sucedía con mi casa.
               Lo más curioso de todo era que el rincón en el que más incómoda me sentía era también mi nuevo espacio seguro, y esto era el despacho de Fiorella. Tal vez el abrirme en canal y quedarme mirando el cuadro surrealista que mis emociones pintaban en el suelo era catártico y traumático a partes iguales, así que no sabía qué esperar cuando cruzaba sus puertas.
               -Hola, Saab-me sonrió Celeste, la secretaria del despacho, levantándose de su mesa de cristal, en la que ya había colocado unas cerezas espolvoreadas con copos de nieve que pendían de la pantalla de su ordenador como anticipo de la Navidad. Rodeó la mesa y se acercó a mí para cogerme el abrigo, lleno de arrugas por cortesía del viento de esta tarde-. Tus padres ya han llegado. Están en el despacho de Sherezade; les diré que has llegado.
               -Vale-balé en voz baja, tirando de la correa del bolso y afianzándomelo sobre el hombro.
               -Ve acercándote si quieres-me instó. Si se había dado cuenta de lo tímida que me había vuelto últimamente, cuando antes campaba a mis anchas por el despacho, era lo bastante educada como para no comentarlo. Cuando todo esto terminara le traería una nueva planta para que la colocara en su rinconcito-. ¿Sher?-dijo, hablando por el comunicador que tenía enganchado en la oreja-. Ya ha llegado Sabrae. Vale, aviso a Fifi de que subís en nada. La he visto por el piso de abajo a la caza de un café…-se quedó callada, escuchando-. Descuida, la bloqueé en cuanto me dijo que le bloqueara también la suya porque ibais a tener sesión con ella. Sin problema. ¿Te digo los recados ahora o…? Vale, perfecto. Los dejo anotados… Sí, Abby está. Tinashe se ha ido a la reunión del proyecto de ley… Sí, con tus notas-sonrió-… En realidad no he tenido que recordárselo-sonrió más, sentándose a la mesa y tecleando en su ordenador-… estupendo. La avisaré. Si necesitas algo más… muy bien. Allá va. Vale, hasta ahora-pulsó un botón mientras yo cruzaba el vestíbulo, escurriéndome entre las compañeras de mamá, que iban en todas direcciones cargadas de papeles, tablets, o cafés-. La voz de Celeste cambió un poco, perdiendo ese tono de confianza y familiaridad-. Damont, Malik, Wheelan y asociadas, buenas tardes; le atiende Celeste, ¿en qué puedo ayudarle…?
               Llegué a la puerta acristalada del despacho de mamá y me asomé por la parte superior de la banda translúcida que tenía hasta la mitad de altura para conseguir privacidad.
               -No, lo siento, la doctora Malik tiene todas las citas completas esta tarde-continuó Celeste-. Puedo indicarle los huecos libres que tiene lo más pronto posible, o si lo prefiere dígame usted en qué momento le vendría bien…
               Mamá estaba sentada en la silla de su mesa, jugueteando con un bolígrafo mientras miraba a papá, que estaba de pie con las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros.
               -… a mí tampoco me entusiasma, pero después de lo de Diana, creo que es la opción más viable para conseguir fondos.
               Entreabrí la puerta y mamá fue la primera en mirarme. Se le extendió una sonrisa cálida por la boca a la que era muy difícil resistirse, sobre todo por lo que significaba: después de que ayer les hubiera dicho que les echaba de menos y que quería arreglarlo porque no podíamos estar así, le era imposible no albergar esperanzas de recuperar a su niñita. Incluso cuando la niñita le había pedido permiso para comer en casa de sus suegros y pasar un ratito allí recargando pilas, metiéndose en el armario de su novio e inhalando sus prendas para que le insuflaran fuerzas.
               -Hola, cielo-sonrió, poniéndose en pie y viniendo a abrazarme, como también hizo papá, al que se le contagió la sonrisa de ella. Sin embargo, no pude quitarme de encima la sensación de que había interrumpido algo. No me sorprendía que mis padres estuvieran allí antes que yo (sobre todo porque mamá trabajaba en el despacho), pero sus expresiones habían cambiado tan rápido que… o de verdad se alegraban de verme, o estaban forzando su alegría para que yo no me preocupara.
               Lo cual hizo que me preocupara, claro.
               -¿Estabais con algo importante?-pregunté mientras me afianzaba de nuevo el bolso en el hombro-. Si queréis, puedo esperar fuera.
               -No hace falta. Puede esperar. Esto es más importante-respondió papá, y me pasó una mano por la espalda para insuflarme calma.
               -¿Seguro?-insistí, y mamá miró a papá.
               -Sí, cariño. No te preocupes. Sólo hablábamos de una oferta que le han hecho a papá.
               -¿Una oferta?
               -Extender el tour-suspiró papá, encogiéndose de hombros-. Hacer más fechas y paradas en lugares en los que no lo hemos hecho nunca.
               -Eso suena… bastante fructífero-dije, porque no sabía muy bien cómo me sentía al respecto. A papá siempre le había encantado la música; la llamaba “su amor más antiguo” a falta de darle la importancia que realmente tenía como “su primer amor”, porque eso nos desplazaría a mamá y a sus hijos, pero todavía tenía momentos en los que lo pasaba un poco mal en los escenarios. Y eso, sumado al tiempo que le robaba de nuestra compañía había hecho que sus giras se hicieran más y más raras, hasta el punto de que había tenido discos de los que directamente no había hecho conciertos, o tan localizados que ni se podían considerar gira.
               Papá era feliz cantando, pero no necesariamente frente a una multitud. A veces con cinco personas de público le bastaba.
               -Tu madre y yo tenemos que discutirlo en profundidad antes de daros detalles-explicó él, y, vale, definitivamente había interrumpido algo. Siempre que habían tomado decisiones importantes nos habían pedido opinión a mis hermanos y a mí, pero, curiosamente, cuando lo habían hecho habían mostrado un frente unido ante nuestras reticencias. Quizá se debía más a lealtad que a afinidad en las ideas, pensé.
               En lo único en que habían discrepado abiertamente y no eran capaces de ponerse de acuerdo era en lo nuestro, y como estábamos a punto de solucionarlo, o por lo menos iniciar ese camino… creo que me gustaba esa estrategia.
               Me pregunté si Alec y yo la seguiríamos cuando fuéramos padres, y no pude evitar sonreír al imaginarnos dándoles lecciones a nuestros hijos y a uno de los dos defendiendo una postura que había tratado de echar abajo frente al otro horas antes.
               -¿Cuándo sería?
               Sólo necesitaba esa información para saber si tenía que esmerarme en reconocer mis errores, incluso si no los sentía míos del todo, para poder volver a sentirme en casa como me había pasado antes de que Alec se fuera.
               Papá y mamá intercambiaron una mirada que hizo que la parte de Alec que había dentro de mí tomara brevemente el control y, tras poner los ojos en blanco mentalmente, les recordé:   
               -Podéis decírmelo. Ya no soy ninguna niña.
               Sus ojos volvieron a posarse en mí.
               -Ahí te equivocas, mi amor. Tú siempre serás nuestra niñita-mamá me dio un beso en la frente y me sonrió, un poco más esperanzada por el hecho de que yo me estuviera dejando mimar más de lo que lo había permitido las últimas semanas. Pero… es que la echaba mucho de menos. Echaba de menos sentirme protegida, y ahora que Alec no estaba… lo único que quería era regresar al nido.
               -Pues… empezaríamos en febrero.
               Abrí muchísimo los ojos y sentí que el suelo bajo mis pies cedía. Si papá accedía a eso, perdería a uno de los pilares más importantes de mi vida en un momento en el que ya estaba todo bastante inestable. Al menos tenía el consuelo de que Scott se quedaría en casa después de que se anunciara la cancelación de la gira mundial que habían anunciado al poco de embarcarse en la del final del programa, visto el éxito que habían tenido en las plataformas de reproducciones y las ventas de los discos recopilatorios que habían rescatado para la banda y Eleanor.
               Claro que no era mucho consuelo cuando él habría preferido irse de gira y descubrir lo que el mundo tenía que ofrecerle en lugar de que ahora todos se volvieran en su contra porque “debería haberlo previsto”, pero sabía que mi hermano no se arrepentiría de su decisión de proteger a Diana.
               Aun así… que Scott estuviera en casa no era lo mismo si no estaba papá. Desde que mi hermano había nacido había limitado al máximo sus giras mundiales precisamente para no pasar mucho tiempo fuera de casa, lejos de nosotros, y si ahora se marchaba en una gira larguísima como las que había hecho estando en One Direction… estaríamos meses sin verlo.
               -Pero no hay nada decidido aún. Tenemos muchos detalles que pulir-me tranquilizó al ver mi expresión, y yo asentí.
               -Bueno, ¿vamos con Fiorella, entonces?-ofreció mamá, tendiéndome un puente que yo acepté al instante.
               -Claro. Vamos.
               Papá fue el último en salir del despacho de mamá, que le hizo un gesto con la cabeza a Celeste en dirección a las escaleras. La secretaria asintió, atenta al teléfono, y se giró para teclear en su ordenador mientras nosotros ascendíamos.
               Mamá me abrió la puerta del despacho de Fiorella, que estaba sentada en uno de los sillones que había ocupado junto con Claire en nuestras sesiones conjuntas más intensas, apoyada en tono relajado en el reposabrazos mientras charlaba con Scott, que se giró y nos sonrió al vernos entrar.
               -Holiiiiiiiiiiiiiii-canturreó mi hermano, poniéndose en pie y viniendo hacia mí para pegarme un mordisquito en la mejilla.
               -S, ¿has venido?-no les había dicho a mis padres que quisiera hacer la sesión sólo con ellos, pero todas las veces que había venido mi hermano había sido porque alguno de nosotros lo había pedido. La verdad es que no me esperaba que Scott estuviera allí, aunque tampoco estaba segura de si me disgustaba o no.
               -Le prometí a Alec que te cuidaría, y eso incluye sujetarte por si acaso intentas lanzarte sobre papá y mamá y tenemos que llevarte a un internado militar en Mongolia, tu país natal…
               -Gilipollas-escupí.
               -… por ser La Vergüenza De Esta Familia, Te Eme.
               Me eché a reír, y al momento decidí que era buena idea que Scott estuviera allí. Quizá no me haría las cosas más fáciles para hablar con papá y mamá, y más aún porque sentía que me comparaban con él, pero siempre podíamos pedirle que saliera si me daba demasiada vergüenza lo que yo sentía.
               Mamá puso los ojos en blanco.
               -Scott no tiene que estar si tú no quieres, pero nos pareció que estaría bien tenerlo cerca por si había algo en lo que pudiera ayudarnos-explicó.
               -Eso-dijo-, y que Fiorella tiene que entrenarme para que sea un actor cojonudo y replique los síntomas de la ansiedad. Ya sabes, ahora que soy una decepción nacional, y tal… tengo un papel muy importante que desempeñar-explicó, y a pesar de que hablaba de una de las cosas más jodidas que iba a vivir, no pude evitar sonreír.
               Sabía que no lo sentía realmente, y que le tenía un poco de miedo a eso de meterse en Internet después de que no sólo mamá y papá le pidieran que no lo hiciera, sino que también se lo dijéramos Shasha y yo, pero esa mañana la cuenta de la banda había lanzado el comunicado de que la gira programada de CTS se cancelaba porque Scott no se sentía con fuerzas de continuar tratando de cumplir las expectativas que el mundo había puesto sobre él. Las redes habían estallado en cuanto se publicó el comunicado, y aunque yo era la primera que se partía de risa con los memes de CTS o 1D cuando hacían o decían algo gracioso, me estaba costando mucho aguantarme y no salir a defender a mi hermano o a mi padre cuando las publicaciones sobre cómo “todo lo malo se pega” e insultos islamófobos o racistas llenaban las redes. Sí, había bastante apoyo, pero también muchísimo odio lanzado hacia mi hermano.
               Las fans de CTS y las directioners se estaban volcando en defenderlo, pero que ellas ganaran la batalla no quería decir que fuera plato de buen gusto ver cómo se desenvolvía. El único consuelo que teníamos era que sería mil veces peor si la que anunciara algo así fuera Diana.
               Aun así, agradecía que mi hermano intentara tomárselo a cachondeo; reírse de los miedos era el primer paso para superarlos.
               -Ya, bueno, que se jodan, sinceramente.
               -Me la sudan, así de claro-contestó Scott, encogiéndose de hombros y poniendo los brazos en jarras-. Justo ahora se lo estaba comentando a Fiorella. Me siento como Cristiano Ronaldo, ¿te acuerdas de cuando te ponía sus momentos divertidos en Youtube?
               -Ems… ¿tengo que fingir que sí?
               -Bueno-chasqueó la lengua-. El caso es que el pavo iba de chulo, y en una entrevista dijo: “me critican porque soy guapo y rico, me tienen envidia”-sonrió, mordisqueándose el piercing-. Así que imagínate la envidia que me tienen los incels cuando me he hinchado a follar todo lo que me ha dado la gana y los tíos de todo el mundo sabiendo que puedo hacer gritar más a sus novias siguiéndolas en Twitter que ellos en la cama.
               -Quizá no debería haber convencido a Alec de que se marchara, si hace dos días que se fue y ya tienes estos humos-dije, empujándolo por la frente.
               -Habría sido la risa verlo volverse chiflado en un directo de Instagram defendiéndome. Siempre he sido su preferido-se jactó-. Pero yo tengo a Tommy y eso él no lo soporta.
               -Qué putada que justo se haya liado con una de tus hermanas, ¿eh? Así no podríais follaros como tantas ganas tenéis con la excusa de hacer un trío con una de vuestras novias.
               Scott arrugó la cara.
               -Qué asco, Sabrae.
               -¿Quieres que le diga que te lleve al cine cuando venga por mi cumple?
               Scott se estremeció de pies a cabeza y me golpeó con uno de los cojines del sofá de Fiorella, y luego la miró.
               -¿Tienes la titulación necesaria para recetar medicamentos? Porque creo que el piojo está más desquiciado de lo que parecía.
               Fiorella abrió su bloc de notas y cruzó las piernas.
               -Es algo muy propio de vuestra edad tratar de lidiar con lo que más os preocupa utilizando un sentido del humor ácido.
               -A mí no me preocupa sentir atracción por el novio de Sabrae.
               -Vaya, así que, ¿sientes atracción por mi novio, Scott?-lo pinché. Joder, Alec estaría orgullosísimo de mí. Y le encantaría escuchar esta conversación.
               -Pero, ¿¡qué dices, gilipollas!? ¡A mí me van las tías, no el subnormal de tu novio!
               -¿No te morreaste con Tommy en prime time? Eso no es muy hetero que se diga.
               -Yo me refería más bien al impacto que pueda tener esto en tu carrera-replicó Fiorella, parpadeando despacio-. Pero aún eres joven, tienes mucho futuro por delante y un gran talento, Scott, así que no tienes que preocuparte.
               -Y una face card letal, chaval-le recordó papá, dándole una palmada en el hombro-. Podrías cargarte a alguien en Trafalgar Square y tendrías a medio país defendiéndote.
               -Bueno, si yo me cargo a alguien alguna vez, esa persona se lo merecerá, así que medio país me parece poco, la verdad-Scott se encogió de hombros y sonrió con chulería, como si estuviera seguro de que el mundo se pondría de su parte a pesar de que las últimas horas habían demostrado que no era exactamente así. Empecé a preguntarme si el equipo de comunicación de la banda había hecho bien publicando el comunicado a primera hora de la mañana, cuando muchos de los fans todavía estaban en el colegio, precisamente para que las reacciones fueran un goteo en lugar de un tsunami. Lo único que les había pedido papá era que no lo subieran a la misma hora en que se había publicad hacía tantos años el comunicado de que él se marchaba de One Direction, pues las comparaciones serían aún más fáciles.
                Fiorella extendió una mano en dirección a los sofás que tenía frente a ella.
               -Sentaos-nos invitó, y yo me senté en la esquina más alejada del sofá al lado de aquel en el que se sentaban mis padres. Era el sitio que había ocupado las veces que Alec había venido conmigo; de lo contrario, me ponía en uno de los sillones individuales que me hacían sentir un poco más protegida, pero que también marcaban a distancia con ellos.
               Mamá sonrió con una calidez que me hizo echarla todavía más de menos y confiar en que haríamos progresos, aunque fueran dolorosos. Cada uno de mis gestos de hoy estaba calculadísimo; había entendido lo importante que era que todo esto saliera bien, así que lo había planeado todo a la perfección, haciendo un equilibrio milimétrico entre lo que yo necesitaba y lo que necesitaban mis padres. Incluso mi ropa era toda una declaración de intenciones: me había puesto las botas militares de quien sabe que recorrerá un trecho grande, unos leggings de cuero que me había comprado estando con Alec, y que a él le encantaban; y un jersey de lana de color verde con hebras metalizadas en esmeralda, el color preferido de mamá.
               En la muñeca llevaba una pulsera que papá me había regalado para mi decimotercer cumpleaños, y unos pendientes con cristales de Swarovski que Scott me había cogido en Los Ángeles, después de descubrir que lo que Alec me había dicho que había hecho no era ni mucho menos verdad. La última conversación que había mantenido era con Shasha, avisándola de que ya había llegado y prometiéndole que esta noche dormiría en casa pasara lo que pasara, para que no me echara tanto de menos.
               Era un caleidoscopio de todas las personas a las que amaba, pero mi piel, mi corazón y mis pensamientos seguían perteneciéndome.
               Me saqué el móvil del bolso para ponerlo en silencio y me detuve un segundo en mirar la foto que me había puesto de fondo de pantalla, de Alec riéndose mientras miraba a la cámara y yo le daba un beso en la mejilla, tumbados en la arena sobre la playa de Mykonos.
               Esto también era por él.
               Pero sobre todo era por mí: me merecía volver a sonreír así.
               -Antes de que empecemos, y dado que no contabas con que Scott estuviera aquí, ¿prefieres que se quede o que se vaya?-me ofreció Fiorella, y tres pares de ojos más se clavaron en mí. Rebusqué la respuesta en mi interior, navegando por mares de vergüenza y de miedo cuyas aguas chocaban entre sí, igual que las del océano Atlántico y el Pacífico lo hacían con violencia al sur de América.
               Mis sentimientos eran sólo míos, y mi problema era principalmente con mis padres. Sentir que me comparaban con Scott y decirlo delante de él podía resentir la relación con mi hermano, sobre todo si él creía que le tenía celos (¿se los tenía?, me pregunté, pero estaba demasiado hecha un lío como para intentar desentrañar la respuesta). Aun así, también sentía que le debía mucho a mi hermano. Después de todo, él era la razón por la que me habían adoptado.
               Adoptado. Tomé aire al saborear la palabra dentro de mí, y fue precisamente por necesitar saborearla por lo que decidí que Scott tenía que quedarse. Puede que papá y mamá hubieran puesto sin quererlo una presión sobre mis hombros que me había impedido crecer en más de un sentido, pero, como Alec me había dicho, yo no debía sentir que tenía que compensarle nada a mi familia.
               Y si me sentía en deuda con Scott también tenía que reconciliarme con él. Incluso aunque las cosas entre nosotros no estuvieran mal.
               De modo que lo miré y asentí con la cabeza.
               -¿Tú quieres quedarte?-le pregunté.
               -Si no hubiera querido quedarme, no habría venido, peque-estiró una mano y me tocó la rodilla-. Pero si prefieres que me vaya…
               -Quiero que te quedes-respondí con decisión, sin dar espacio a la discusión. Scott esbozó una sonrisa orgullosa.
               -Vale.
               -Pero… esto no va a ser agradable-advertí, y pasé mi mirada de mi hermano a mis padres, saltando alternativamente entre ellos con los ojos. Los únicos ojos de la familia que no se parecían a los de nadie. Los únicos ojos que me hacían tener dudas de si me exigían porque sabían que podía dar más que mis hermanos, o porque no querían que me quedara atrás por si acaso mi genética no era tan generosa como con Shasha, Duna y Scott.
               Pocas veces en mi vida había sentido tanta pena como ahora por no encontrar parecidos físicos entre mi familia y yo, pero me quedaba el consuelo de que eran estos ojos los preferidos de mi persona favorita en el mundo. Era mi genética diferente la que me daba unos rizos con que a él le encantaba jugar. Era mi origen distinto el que me hacía tener un tono de piel distinto al del resto de mi familia, un tono que a mi novio le encantaba besar en cada ocasión que se le presentara.
               Me dolía no sentirme tan Malik como lo hacían los demás, pero mentiría si dijera que estando con Alec, mis diferencias se me antojaban más especiales. Era la prueba de que estábamos destinados a estar el uno con el otro, porque si Dios no lo hubiera querido así, no habría removido cielo y tierra y habría tejido tantas coincidencias para asegurarse de que al final nos termináramos encontrando. Y había sido lo bastante generoso como para que me encontrara cuando yo apenas tenía días, en lugar de dejarme donde Alec y yo creíamos que me correspondía, en Etiopía, y así tener que esperarlo quince años.
               Sentí una punzada en el corazón al recordar cómo me había dicho que, incluso aunque jamás pudiera perdonar a mis padres por cómo me habían fallado cuando yo más les necesitaba, tampoco podría agradecerles lo suficiente que me hubieran encontrado. Como si fuera un tesoro.
               -Así que os pido que tengáis una actitud abierta-dije con un hilo de voz, y papá y mamá asintieron. Scott me cogió la mano y me dio un apretón.
               -No te juzgaremos-me prometió, y yo asentí.
               -Nunca lo hemos hecho-añadió mamá, y yo la miré.
               -Bueno, un poco sí, mamá.
               -¿Cuándo?-inquirió, y el tono dolido de su voz, nada beligerante, hizo que Fiorella no interviniera. Si lo hubiera dicho de otra manera habría necesitado la ayuda de la psicóloga para controlar la situación, pero de momento nuestro afán por arreglarlo era más fuerte que las ganas de hacer reproches.
               Inspiré hondo y tragué saliva.
               -Cuando elegí a Alec.
               Scott deslizó su mano por entre la mía, alejándola y dejándome espacio para que lo buscara si quería, pero ahora mismo lo que me apetecía era estar sola. Luchar mi propia guerra, ganar mis propias batallas y no deberle a nadie ninguna de mis victorias.
               Estiré los dedos y me imaginé el lazo dorado que me ataba a Alec danzando entre ellos, como un hilo vivo hecho de oro líquido que me conectaba con él.
               Y, al contrario de cómo él sería peor boxeador por mí, yo sabía que iba a luchar mejor por tenerlo conmigo, incluso a miles de kilómetros de distancia. Se había enamorado de una persona que yo había dejado de ser hacía semanas, y estaba cansada de echarla de menos. Era hora de poner todas las cartas sobre la mesa.
               -Eso no fue así, Saab. Estábamos muy contentos cuando lo traías a casa, o cuando te ibas a verlo-contestó papá, y yo negué con la cabeza.
               -No me refiero a cuando empecé a salir con él. O, bueno… a acostarme con él-ya que me había negado a salir “oficialmente” con él, lo justo era llamar a las cosas por su nombre. Parte de reconciliarme con mi pasado era reconocer mis errores, y el mayor de ellos había sido no haberle permitido escucharme decirle que le quería mucho antes, y todo por ser estúpida y creer que iba a ser capaz de retener mis sentimientos-. Mientras él os parecía bueno para mí y creíais que no me haría más que bien, nos apoyabais. Pero cuando empecé a echarle de menos y cuando me hizo daño, os volvisteis en nuestra contra.
               -Creía que eso estaba ya zanjado, mi amor-dijo mamá en tono preocupado, y yo miré a Fiorella.
               -Sé que estamos volviendo sobre lo que ya hemos tocado, pero es importante.
               -Podéis tratar todo lo que hayamos hablado aquí las veces que queráis. La sanación no es lineal-respondió, y miró a mamá, que asintió con la cabeza y suspiró.
               -Lo siento, cielo. No pretendía…-dejó la frase en el aire y yo asentí.
               -No pasa nada. Supongo que a mí también me pilla de nuevas, pero… me habéis prometido que no volveréis a meteros entre nosotros y que, cuando Alec vuelva, intentaréis solucionar las cosas con él. Pero no hemos hablado de por qué, incluso cuando él me pidió perdón y os lo pidió a vosotros por hacerme daño, no fuisteis capaces de admitir que lo habíais hecho mal. ¿Por qué?
               Scott se revolvió en el asiento y miró a nuestros padres.
               -Para nosotros era muy difícil-contestó papá tras tragar saliva, y se inclinó hacia delante-. Veíamos lo mal que estabas con nosotros y que sólo estabas bien con él, y aunque desde tu perspectiva es normal pensar que el problema somos nosotros… desde la nuestra las cosas eran distintas. Alec te cambió. Empezaste a hacer cosas que no habías hecho jamás, Saab. Siempre has sido responsable-sentí un puñetazo en el estómago, pero me obligué a aguantarme las ganas de llorar, porque si mi responsabilidad era algo que ellos echaban de menos, todo esto se haría muchísimo más difícil.
               No estaba nada segura de si mi responsabilidad era mía o un comportamiento adquirido.
               -… y has sido un ejemplo para tus hermanas-continuó-, y has confiado siempre en que no te reñiríamos por meter la pata, y de repente estabas triste y arisca por todas partes, no dejabas que nos acercáramos y te preguntáramos qué te pasaba, y desaparecías y luego nos enterábamos de que estabas de fiesta hasta las tantas y que no nos cogías el teléfono a propósito…
               -Siempre te ha gustado estar en casa. No tiene nada de malo salir de fiesta, ni mucho menos-continuó mamá-, y no vamos a juzgarte por pasártelo bien, pero el cambio fue tan radical, tan de repente, que estábamos preocupadísimos. Entiendo que sientas que te estábamos coartando tu libertad, pero también tienes que entender que todavía eres joven, no sabes lo malo que es el mundo en realidad, el daño que está esperando a hacerte… por mucho que hayamos intentado que te hagas fuerte, también te hemos protegido de lo peor que hay ahí fuera.
               -Pero en algún momento tenía que salir y descubrirlo-dije con un hilo de voz que me salió a borbotones del nudo que tenía en la garganta.
               -Sí, claro que sí, mi vida, pero cuando tengas hijos nos entenderás un poco mejor. Queremos que crezcáis y que seáis fuertes-nos miró a Scott  y a mí alternativamente-, y sabemos que eso sólo lo conseguiréis tropezando y cayéndoos, pero eso no nos hace más fácil el ver cómo aprendéis a base de dolor.
               -Pero yo no quiero entenderos cuando tenga hijos. Quiero entenderos ahora-susurré, y se me anegaron los ojos en lágrimas. A pesar de que se me quebró la voz, me obligué a continuar-. Yo también echo de menos a mis padres. Quiero que lo arreglemos, pero no podremos hacerlo si no somos sinceros los unos con los otros, y a mí me da miedo ser sincera y que no me entendáis.
               -Te vamos a entender. Hemos aprendido la lección, mi vida-mamá se inclinó hacia mí y sus rodillas tocaron el borde de la mesa baja en la que Fiorella acababa de colocar discretamente una caja de pañuelos. A veces sentía que tenía el mejor trabajo del mundo, ayudando a la gente a sanar sus peores heridas; y otras, el peor, teniendo que ver cómo muchos se equivocaban y guardarse su opinión para sí.
               Me pregunté quién de los dos pensaba que tenía razón.
               -¿Cómo sé que lo vais a hacer si no podéis decirme la verdad?-pregunté, cogiendo un pañuelo y sonándome la nariz.
               Mis padres no contestaron, y yo sentí de repente que no podría hacer esto si no me ayudaban.
               -¿Habéis perdonado a Alec?
               -Nos dijiste que no había nada que perdonarle-dijo mamá despacio, y ahí estaba. Justo ahí. Esa verdad fea, putrefacta, agonizante: Alec no iba a perdonarlos nunca porque ellos no iban a perdonarle a él.
               Mi vida tal y como la había conocido se había acabado, y tendría que elegir. Y elegiría a alguien que tenía a seis mil kilómetros de distancia.
               -Y no lo hay. Pero eso no cambia nada. ¿Le habéis perdonado por hacerme daño?-ambos asintieron, y yo sorbí por la nariz y volví a sonarme. Intercambiaron una mirada y papá tomó aire.
               -Le hemos perdonado todo lo que hemos podido. Hay cosas que no vamos a poder olvidar, pero, Saab…
               -¿Qué cosas?
               Papá se detuvo y entornó ligerísimamente los ojos.
               -Saab, eres nuestra hija, y te hizo muchísimo daño. Lo quisiera o no…
               -Está enfermo-prácticamente sollocé-. Esto no es justo. Tiene la misma enfermedad que tú, y no…
               -Eso lo hace todavía más fácil, porque yo sé perfectamente lo jodida que es la ansiedad, pero siempre voy a ser más exigente con vuestras parejas que conmigo mismo. Es jodido, pero es así. Y todo porque os quiero más de lo que me quiero a mí mismo, hija.
               -¿Y ni siquiera puedes ponérmelo más fácil?
               -Estamos trabajando en perdonarle-dijo mamá, y le puso una mano en el brazo a papá-. Lo estamos intentando de veras, pero también nos cuesta más porque una parte de lo que tenemos que perdonarle es demasiado doloroso y vergonzoso como para…-miró a Fiorella de reojo, que asintió con la cabeza casi imperceptiblemente.
               Casi.
               Me la quedé mirando con la boca abierta, incapaz de respirar. Había algo que estaban tratando y de lo que no me habían hablado. Una repugnante sensación de traición me abrasó el esófago, y la cabeza empezó a darme vueltas. Fiorella no podía traicionarme; ya me había hecho una encerrona antes y casi nos cuesta la relación, pero si encima ahora estaba reuniéndose con mis padres para encontrar la forma de conseguir que yo les perdonara sin que ellos dieran un paso en mi dirección para encontrarse conmigo a medio camino, se habría acabado. Se acabaría todo.
               -Decídselo-los instó Scott, y papá lo miró.
               -Las cosas no están suficientemente bien para…
               -¿Tú lo sabes?-acusé a mi hermano, que me miró y asintió, cruzado de brazos. Me subió la bilis por la garganta y las lágrimas por los ojos, pero me obligué a tragármelas-. Dímelo.
               -Te lo tienen que decir ellos. Igual que eres la que tiene que decir lo que has venido a decir-añadió, atravesándome con la mirada de una forma en que me dejó claro que no había margen de discusión. Se me secó la boca y la garganta se me cerró ante la idea de que Alec le hubiera dicho algo. Sospecharlo cuando me había dicho que le había prometido que me cuidaría era una cosa, pero ahora Scott parecía tan seguro de saber lo que iba a decir que… no podía tener margen para equivocarse.
               No. Alec no me traicionaría nunca de esa manera.
               -Él no me lo dijo-dijo en voz baja, como leyéndome el pensamiento-. Te es fiel hasta la muerte, Saab, pero tampoco hay que ser un lumbreras para saber lo que pasa aquí, por qué has querido venir.
               Mamá y papá miraron a Scott con una interrogación en los ojos que él ni se molestó en reconocer. Se metió las manos dentro de la sudadera y se reclinó en el asiento, la vista clavada en la mesa y los dientes corriéndole por el piercing. Cuando ninguno de nosotros dijo nada, demasiado confusos y enredados en nuestros pensamientos inconexos como para saber cómo salir del laberinto que conformaban, Scott se giró ligeramente y fulminó a mamá y a papá con la mirada.
               -El puto concurso le ha jodido la vida a Diana, y ahora os voy a necesitar más que nunca. Tenéis que resolverlo con Sabrae para poder centraros en mí-les recordó, y yo me sentí avergonzada y sucia por preocuparme tanto por mi origen cuando la vida y la reputación de mi hermano estaban siendo despedazadas sin piedad en Internet. Le llevaría años recuperarse de esto, y ni siquiera era por algo que hubiera hecho él. Irónicamente, ponerle los cuernos a Eleanor había tenido unas consecuencias mínimas en comparación con esto de lo que no tenía la más mínima culpa.
               -Scott…-empezó papá.
               -A mí tampoco me gusta arriesgarme a romperle el corazón, pero ya habéis oído a Fiorella. Ha crecido, ya no es una niña, y si queréis recuperarla tendrá que ser a su versión adulta, así que tenéis que tratarla como a tal-dijo.
               Se me encogió el corazón al comprender por qué Scott ya estaba allí cuando subimos al despacho de Fiorella. Habían llegado antes que yo para una sesión conjunta.
               Clavé la vista en Fiorella, que me mantuvo la mirada con una distancia profesional que, estaba segura, no tendría Claire. A veces me caía fatal por ser más fría de lo que Alec me había contado que Claire lo había sido nunca, y otras la admiraba muchísimo por ser capaz de observar accidentes como el que estaba a punto de ocurrir desde la distancia, prácticamente sin inmutarse. De repente ya no me parecía tan buena idea hacer esto sin Alec, porque estaba en una de esas primeras veces, y necesitaba a Claire conmigo para poner orden y un toquecito de empatía que no me vendría nada mal.
               -Tus padres han estado viniendo a verme también para dilucidar el por qué de sus reacciones a lo largo de las últimas semanas.
               -¿Y habéis dilucidado algo?-espeté en un tono irónico e hiriente que sabía de sobra de quién lo había aprendido. Alec no podría estar más presente en esta habitación ni estando físicamente en ella, y entonces comprendí el matiz de por qué yo le hacía peor boxeador y él a mí, mejor.
               Él no pelearía nunca sobre un ring por mí, pero yo estaba a punto de pelear por él entre estas cuatro paredes. Estaba segura de que, si las tornas estuvieran cambiadas y él hubiera competido por mí y no por un cinturón, habría matado a todos y cada uno de los que se hubieran enfrentado a él.
               La verdad era que Fiorella tenía que estar buscándome, no había otra explicación, o de lo contrario no habría dicho “dilucidado” como quien comenta una partida del Cluedo.
               -Es complicado pensar esto de una persona a la que has visto literalmente crecer, Sabrae-explicó mamá en tono paciente-. Pasar de ser un niño algo travieso a un adolescente respondón pero de buen corazón y no evitar preguntarte dónde se torció su camino si ha perdido a ese chico juguetón y se ha convertido en un hombre que te desafía y te pone una diana en la espalda a los ojos de tu hija.
               Tenía ganas de vomitar.
               -Alec jamás os ha antagonizado como vosotros a él.
               Papá apretó ligeramente la mandíbula.
               -¿Ni siquiera cuando se nos enfrentaba por ti?
               -¡Me estaba defendiendo!
               -Zayn-intervino Fiorella-. Ese tono beligerante no va a ayudaros a llegar a ninguna parte.
               -¿Ahora estás de mi lado?-espeté, y Fiorella me miró.
               -Aquí no hay lados, Sabrae. Y si los hubiera, en todo caso, yo sería el árbitro. No juego con nadie.
                -Es cierto-reconoció papá, hundiendo un poco la cabeza-. Perdón-añadió, mirándome-. No pretendía decirlo de esa manera. Pero, Saab, hay veces en que Alec que se ponía en nuestra contra.
               -Y no te lo niego, pero todas las veces era a modo de reacción contra algo que hubierais hecho vosotros antes.
               Papá abrió la boca para discutírmelo, pero mamá le puso una mano en el antebrazo, rodeándole el músculo con los dedos como si así quisiera retenerlo, pedirle que se lo pensara dos veces. Me ardieron los ojos al pensar que, por mucho que yo les echara de menos, si ellos no me echaban de menos lo bastante como para renunciar a pelearnos no habría nada que hacer. Por lo menos tendría el consuelo de que yo lo había puesto todo de mi parte, pero había cosas por las que no estaba dispuesta a pasar.
               Papá miró a mamá, que negó despacio con la cabeza y se relamió los labios. Él hizo lo propio, bajó la mirada, se mantuvo un rato en silencio y finalmente dijo:
               -Supongo que, desde tu punto de vista, es lo que parecía.
               -¿Desde mi…?-empecé, pero Fiorella me interrumpió.
               -Te digo lo mismo que a Zayn, Sabrae. Si queréis arreglarlo, tenéis que abandonar el lenguaje beligerante y encontrar un punto común. Tienes que tener en mente que puede haber dos versiones de la misma situación y que ambas sean correctas. No sólo tienes que tener en cuenta tus sentimientos en todo esto, sino también los de tus padres.
               Me mordí la lengua para no soltarle que era fácil decir eso cuando ella llevaba sabe Dios cuántas sesiones con ellos, tratando de procesar lo que ahora debía interiorizar yo sobre la marcha. Y no lo hice porque no sintiera que en esto tenía razón, sino porque entrarle al trapo a Fiorella me haría perder en la situación.
               Así que dije, con el tono más calmado que pude, luchando con el veneno que me llenaba la boca al pensar en que ser diplomática en esta situación era traicionar un poco a Alec:
               -De acuerdo, pero no mirar las cosas desde un punto de vista que desconozco. Sabéis lo que he sentido a lo largo de estos meses y cómo me ha dolido cómo os habéis portado conmigo, ya no digamos con Alec, pero, ¿qué hemos hecho nosotros para que sintáis que habéis actuado bien?
               -No creemos que hayamos actuado bien-respondió papá, irguiéndose y pasándose las manos por las piernas-. Si así fuera, las cosas serían distintas.
               -O no-respondió mamá, mirándolo de reojo, y se cruzó de brazos-. Pero eso no importa ahora. Lo que importa es lo que ha pasado.
               -No hemos estado a la altura de las circunstancias y queremos pedirte perdón por ello-papá clavó en mí una mirada cargada de determinación que, sin embargo, tenía una aire de concordia. Inhaló y exhaló despacio-. Sabemos que estos meses han sido muy complicados para ti y nosotros te hemos fallado, y no hay nada de lo que nos arrepintamos más que de haber hecho que no confíes en nosotros. La verdad es que nos lo hemos ganado a pulso, igual que también entendemos que a Alec y a ti os cueste no ver segundas intenciones donde no las hay-abrí la boca para responder, pero papá inclinó la cabeza a un lado con gesto suplicante-. Porque tienes que creernos, Saab. No las hay. Siempre que nos hemos preocupado por ti no ha sido para intentar apartarte de Alec, sino porque de verdad estábamos preocupados y… también te echábamos de menos.
               Miré a Scott, que asintió despacio con la cabeza. Me dolió necesitar la confirmación de alguien más para permitirme creer las palabras de papá, y me di cuenta de que la presencia de mi hermano también era un signo de buena fe de mis padres. Scott se había mantenido todo lo neutral que había podido, y le había prometido a Alec que me cuidaría, lo cual incluía protegerme de mis dudas y mis desconfianzas.
               -Queremos reconocer los errores que hemos cometido contigo para poder superarlos, mi amor-mamá entrelazó su mano con la de papá y se relamió los labios. Tenía los ojos un poco húmedos, pero no permitió que sus lágrimas le ganaran la partida-. Y no queremos invalidar tus sentimientos, ni tampoco justificar que no lo hayamos hecho del todo bien, pero… sí que escuches los motivos que nos hicieron ser tan tajantes.
               Cuando no contesté, sino que me limité a mirarla, mamá continuó. Se pasó una mano por el pelo para apartárselo de la cara, un pelo del color de la noche, sedoso como un manantial cristalino e igual de fluido; un pelo que no se parecía la mío, rizado y salvaje y lleno de libertad.
               Los dos eran hermosos, pero sus diferencias me dolían.
               -La razón por la que nos hemos estado reuniendo con Fiorella era porque no queríamos soltarte esto de sopetón, porque sabemos que es algo que te va a doler muchísimo. A nosotros también nos duele haberlo pensado, no sólo por lo que significa para ti, sino por el miedo que nos daba que pudiéramos tener razón. Hubo un momento en el que estábamos convencidos de que así era.
               »Hemos hecho todo lo que hemos podido para tratar de envolverte esto en una capa de azúcar, pero es imposible que el trago no sea amargo, hija. Tanto por lo que implica para la relación de papá y yo contigo a lo que podría hacer que lo dijéramos si es que alguna vez te llega a pasar. Por favor, no te cierres en banda. Prométemelo.
               Parpadeé despacio y miré a Scott, que se mordisqueó el labio y me devolvió la mirada.
               -No tengo que ser yo quien decida si vuelves a confiar en papá y mamá.
               Entrecerré mínimamente los ojos. Ojalá pudiera creerle e ignorar la forma en que el corazón me martilleaba en el pecho y en los oídos, lo sudorosas que sentía las palmas de las manos, lo seca que tenía la garganta y lo vacíos que notaba los pulmones.
               Ojalá Alec estuviera aquí. Él me haría sentirme segura incluso en medio de un bombardeo.
               Pero no estaba. Se había sacrificado tanto por mí que pedirle que me acompañara a esto habría sido el colmo del egoísmo incluso si estuviera en casa, y robarle los sueños era algo que yo no estaba dispuesta a hacer bajo ningún concepto.
               De modo que tragué saliva y asentí despacio con la cabeza.
               -Prométemelo, Sabrae-me pidió mamá, y yo hablé a pesar de una boca pastosa.
               -Está bien. Os lo prometo. No me cerraré en banda.
               -Ni les juzgarás-me pinchó Scott, y yo lo fulminé con la mirada. Sin embargo, mamá no necesitó que le dijera que no iba a juzgarles; no sé si porque pensaba que no tendría más remedio, o porque creía que en mi promesa iba incluida una comprensión absoluta.
               -Gracias, mi amor-se revolvió en el asiento y movió las manos unidas de papá y de ella, y sólo entonces me fijé en que tenía los nudillos blancos de lo fuerte que se estaba aferrando a él.
               Papá no estaba respirando. Fiorella se revolvió en el asiento, expectante, el único atisbo de movimiento en un mundo congelado mientras mamá reunía fuerzas.
               -Mi vida… el motivo por el que parecíamos tan irascibles es porque estábamos preocupadísimos…-mamá tragó saliva, como atragantándose con las palabras.
               -Lo sé, mamá. Sé que estabais muy preocupados, y asumo mi parte de culpa por haberme vuelto loca y hacer que os preocuparais de esa manera-dije, pero ella negó con la cabeza.
               -No. Estábamos preocupadísimos porque…-tragó de nuevo saliva, y no fue hasta que papá no tomó el testigo que no comprendí sus dudas.
               -Saab… pensábamos que las dinámicas de poder entre Alec y tú habían cambiado sin que nosotros nos diéramos cuenta.
               Me quedé mirando a papá sin comprender. ¿Las dinámicas de poder entre Alec y yo? Entre Alec y yo no había “dinámicas de poder”. Éramos iguales. Decidíamos las cosas por consenso, escuchando al otro y a sus preocupaciones. Sé que Alec bromeaba con que hacíamos lo que yo quería, pero yo nunca ganaba, ni él tampoco; lo hacían los argumentos de uno u otro.
               E, incluso si fuera cierto y fuera uno de nosotros el que llevaba la voz cantante… creo que esa era yo. Yo no sólo marcaba los ritmos en la cama (lo cual era natural porque tenía menos experiencia que él), sino también en el resto de cosas en que no nos poníamos de acuerdo y había que decidir. Alec siempre dejaba la decisión en mis manos. Era generoso hasta para eso.
               -Que… vuestra relación se estaba volviendo tóxica-dijo papá despacio, y mamá inhaló por lo bajo y cerró los ojos. Le estaba clavando las uñas en la palma de la mano a papá, pero aun así continuó-. De… maltrato.
               En la habitación la temperatura se desplomó. El sofá se desintegró bajo mi cuerpo, al igual que la mitad inferior. Se me fue el aire de los pulmones y un puño de hierro se me instaló en la garganta, amenazando con exprimirme la vida como si fuera un limón. La cabeza empezó a darme vueltas.
               Con unos ojos que no sentía míos, miré a mamá, la piel hecha de hielo y esquirlas de cristal resquebrajado, casi reducido a polvo. Me devolvió una mirada cansada, arrepentida, y en la neblina en que se había convertido mi mente y mi falta de pensamientos empezó a refulgir débilmente una luz.
               Mamá había hecho uno de sus doctorados en Estudios de Género. Estaba especializada en Derecho Contra la Violencia Sobre la Mujer. Impartía charlas sobre relaciones tóxicas, dinámicas de poder en el ámbito de las relaciones románticas de las mujeres y el patriarcado, asesoraba a ministerios y departamentos ministeriales cuando se planteaban políticas de igualdad de género en un ámbito determinado. No había perdido un solo caso de violencia machista en toda su carrera, y todas las mujeres del país que la habían necesitado la habían tenido a su entera disposición para que ella las salvara. Si Annie ahora era feliz y estaba a salvo era gracias a mamá; y como ella, cientos y cientos de mujeres que habían sido capaces de salir del pozo, habían rehecho sus vidas y les contaban a sus amigas lo genial que era Sherezade Malik, lo mucho que se merecía los regalos que le enviaban como agradecimiento en cada época de fiestas.
               Si había una persona que se mereciera encabezar las marchas feministas del 8 de marzo y el 25 de noviembre, ésa era mamá.
               Sabía de sobra que las relaciones de maltrato no empezaban con una bofetada en la primera cita, sino que había cientos de señales sutilísimas que se podían pasar por alto a la mujer maltratada, pero no a su entorno. Y ella era mi entorno.
               La teoría era sencilla: la culpa del maltrato es del maltratador. Pero cuando es tu hija a la que crees que maltratan, también te culpas como madre por no haber sido capaz de ver cómo se metía en el pozo.
               Puede que Alec se hubiera ofendido con la insinuación a la que yo no dedicaría ni medio segundo de mis pensamientos, o puede que se hubiera revuelto porque él no era su padre y nunca lo sería; puede que, incluso, hubiera admitido de forma absurda que cabía esa posibilidad porque “la llevaba en la sangre”; pero lo que estaba claro era que habría malinterpretado el dolor de mi madre confundiéndolo con preocupación por su reputación impecable, porque la infalible Sherezade Malik no podía cometer errores en cosas tan de vida o muerte como el bienestar de su hija mayor…
               … pero Alec no estaba aquí. El odio que sentía hacia mis padres y su imposibilidad para perdonarles por todo el daño que me habían hecho no contaminaba mis emociones. Por eso a mí ni se me pasó por la cabeza que mamá estuviera preocupada por eso de que en casa del herrero, cuchillo de palo. Por mucho que fuera de vanidosa, sabía que no había nada que le importase más que mis hermanos y yo, y se iría gustosa a vivir debajo de un puente siendo una fracasada si con eso éramos felices.
               No servía de nada ser un modelo a seguir y estar en la cima si ni con todo el poder del mundo eras capaz de abrir los ojos para proteger a tus hijos.
                Pero… pero a mí no me pasaba eso con Alec. Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras repasaba todo lo que habíamos vivido a lo largo de los últimos meses; no sólo cuando se había ido, sino mucho antes. Y sólo me había hecho feliz. Me consentía incluso más de lo que debería, se preocupaba por mi bienestar, por mi comodidad, por mi placer. No había princesa en el mundo a la que trataran mejor de lo que Alec me trataba a mí; me hacía reír, me dejaba ser libre, me dejaba ceder cuando me apetecía ceder y cedía él cuando la que no quería dar el brazo a torcer era yo, se entregaba a todos los planes que hacíamos, le encantaba no hacer nada conmigo y no se quejaba lo más mínimo en las poquísimas ocasiones en que mi libido no estaba acorde con la suya.
               Alec besaba el suelo que yo pisaba. Se revolvía como un jabato cuando yo me ponía tozuda y no me permitía seguir en mis bucles de preocupación o de sentimientos de inferioridad. Me juraba y perjuraba que yo era la primera, la última, la única. Lo demostraba con cada respiración. Me celebraba estando en pijama, desnuda o con un vestidazo. Me daba mimos cuando los necesitaba y me escuchaba despotricar. Siempre, siempre, siempre se ponía de mi parte.
               El sexo era sencillamente perfecto; me adoraba con su cuerpo como su alma adoraba a la mía. Me hacía el amor y me follaba, e incluso después de follarme como un animal desquiciado, me daba un beso en la frente, me preguntaba si me había gustado, si había disfrutado (incluso cuando era evidente) y me ayudaba a limpiarme y vestirme. Me decía que fuera al baño a hacer pis para no pillar una infección incluso cuando lo único que nos apetecía a ambos era seguir acurrucados hasta el final de los tiempos. Se negaba a hacerlo sin protección incluso cuando lo que más le gustaba era sentir mi sexo húmedo sin nada que nos separara porque no quería que volviera a tomar la píldora.
               Me cuidaba con una delicadeza con la que no me había cuidado nadie. Había subido una botella de agua a su habitación para que yo bebiera de noche si tenía sed, cuando él solía bajar a la cocina; había empezado a serme fiel incluso cuando yo le decía que no éramos nada y que podía hacer lo que le diera la gana. Me había escuchado cuando yo le explicaba las cosas que hacía mal sin saberlo, como ver porno o hacer comentarios homófobos, y había aprendido de ello. Había empezado a fumar menos, y cuando fumaba estando conmigo o antes de verme, se tomaba un chicle o un caramelo de menta para que la boca no le supiera a tabaco y no me disgustara besarle, pero tampoco pretendía engañarme.
               Por Dios, si se había cogido un avión de nueve horas sólo para venir a convencerme de que yo me lo merecía. Me había perdonado por creerme en serio que sería capaz de ponerme los cuernos.
               Me había dado las llaves de su casa, me había dejado su ropa, había instalado un pequeño asiento balancín como el que tenía en mi habitación en la suya para que me sintiera como en casa. Me escribía cartas, me llamaba cuando yo se lo pedía, siempre estaba ahí para mí.
               Si yo se lo pidiera, sangraría por mí. Mataría por mí. No había nada que Alec no estuviera dispuesto a hacer por mí. Salvo ponerme la mano encima. Salvo faltarme al respeto. Salvo minar mi confianza.
               Salvo dejar de ser lo que era: la mitad de ese todo perfecto que era la relación más sana y positiva que había tenido en toda mi vida. Mi confidente, mi mejor amigo, mi persona preferida en el mundo, mi amante, mi novio, mi marido de ese matrimonio que aún no habíamos formalizado y el padre de esos hijos que yo todavía no había tenido.
               Alec no se merecía esto.
               De todas las personas del mundo, Alec era la que menos se merecía que pensaran eso de él.
               Y así, con ese pensamiento, una chispa prendió en mi interior. Esa chispa se convirtió en una llama, y la llama se convirtió en un incendio que arrasó todo a su paso, haciéndome olvidar la promesa que les había hecho a mis padres de que les escucharía. Que no me cerraría en banda. Que no les juzgaría.
               ¿Cómo coño iba a escucharles? ¿Cómo coño iba a no cerrarme en banda? ¿Cómo coño no iba a juzgarles? ¿Es que no veían lo bien que me sentía estando con Alec, lo única, lo especial?
               Me erguí en el asiento sin llegar a levantarme con fuerzas renovadas, y me sentí como un dragón acorralando a un ejército asustado y aterrorizándolo con el fuego que ascendía por mi garganta cuando abrí la boca y empecé la guerra pronunciando su nombre.
               -Alec jamás…-comencé. Tenía en mi cabeza el mismo ritmo que seguro que sonaba en la de Alec cada vez que se metía a defenderme de alguien, y comprendí en ese instante por qué no podía quedarse de brazos cruzados cuando mamá me daba una bofetada. No podía soportar que me hicieran daño, pero tampoco tolerarlo.
               Era superior a él, superior a mí, superior a ambos. Cuando nos habíamos prometido el uno al otro que no dejaríamos que nada ni nadie se interpusiera entre nosotros, ni siquiera él, ni siquiera yo, lo decíamos en serio. Y si nosotros no éramos obstáculo, imagínate alguien de fuera.
               Y entonces, una presencia gélida rodeándome la mano, la garra llena de escamas y hecha de fuego hecho carne. Me giré, lista para devorar a quien osara interrumpir mi lucha, pero la firmeza del reproche en los ojos de Scott me detuvo.
               No necesitó decirme nada para aplacar el fuego de mi interior y conseguir que escuchara de nuevo por encima de los latidos desbocados de mi corazón. Simplemente negó con la cabeza, y yo conseguí contenerme. Lo hice por él, por mí, por Alec, y por lo feliz que había sido hasta que él se marchó.
               Tomé aire y lo expulsé sonoramente. Podía tranquilizarme si me daban margen para ello.
               Sólo tenían que darme margen. Podía afrontar esto como una adulta. Podía rebatir sus opiniones de mierda. Podía demostrarles que se equivocaban con argumentos sólidos, y no a gritos.
               Todo lo que había pensado eran palabras que podía pronunciar si me daban tiempo para poner en orden mis pensamientos y, así, describir las imágenes que me desfilaban por la mente en una cabalgata de felicidad que durante las últimas semanas se había reducido al contacto que tenía con Alec.
               -Él no…-dije al fin después de lo que me pareció una eternidad en mi corazón, y apenas un suspiro para poner en orden mi cabeza-. Alec jamás me ha tratado mal. Jamás. Entiendo que le juzguéis por cuando me dijo que me había puesto los cuernos, pero ya os hemos dejado claro que no fue así. E incluso si no hubiera sido así… un error no le definiría. Es lo más sano que tengo en mi vida, lo que más libre me hace sentir, y… me duele profundamente que veáis algo malo en ello-me llevé una mano al pecho-. Porque no lo hay. Os lo garantizo. No lo hay.
               -Ahora lo sabemos-asintió mamá-, créeme, mi niña. Es verdad. Confiamos en que sea bueno para ti, por eso estamos haciendo esto, pero…
               -No me entra en la cabeza cómo podéis…-empecé a hablar por encima de mi madre.
               -… tienes que entender…-continuó ella como si yo no hubiera abierto la boca.
               -Esto no funciona si no os escucháis-nos recordó Fiorella, y las dos nos callamos. Papá y mamá me miraron, y yo bajé la vista a mis uñas.
               -Lo que nos está pasando no es culpa de Alec-murmuré.
               -Ya nos has dejado claro tu punto de vista, Sabrae. ¿Qué te parece si ahora escuchas el de tus padres?-inquirió Fiorella, haciendo un gesto con la mano en dirección hacia ellos, que asintieron con la cabeza. Mamá se relamió los labios y miró a papá. Scott empezó a mordisquearse el piercing, y yo asentí con la cabeza.
               -Sabemos que te hace feliz, mi vida. Veíamos lo feliz que estabas cuando estabas con él y sólo con él. Pero llegó un punto en que nos pareció que el único momento en el que estabas feliz era con él, y no con tus amigas; ya no digamos con nosotros. Al principio lo achacamos a que lo echabas de menos muchísimo, y querías aprovechar el tiempo, pero luego cambiaste, y nosotros empezamos a repasar todo lo que había pasado los meses antes y… bueno. Quizá malinterpretamos las señales.
               -¿Qué señales? No hubo señales.
               -Estabais todo el tiempo juntos, Sabrae-respondió mamá.
               -Eso no era un problema antes de que él se fuera. De hecho, vosotros lo alentabais. Sabíais que se marcharía y que estaría muchísimo tiempo sin verlo, y me animabais a que aprovechara todo el tiempo que pudiera. Si os ha hecho sentir desplazados, lo siento, pero…
               -No es eso. Te echamos de menos, claro que sí. No te lo vamos a negar-aceptó mamá-, al igual que también echamos de menos a tu hermano, y echaremos de menos a tus hermanas cuando se emparejen o se vayan de casa, pero sabemos que es ley de vida y estamos felices de que vosotros lo seáis. No renunciaría a tu felicidad por tenerte conmigo, y por supuesto que me acuerdo de cuando yo te decía que no pasaba nada por estar todo el tiempo que pudieras con él, o te decía que te fueras a dormir a su casa sin preocuparte por las tareas que dejabas pendientes aquí, o que lo invitaras a la nuestra siempre que te apeteciera. Sabes que hacemos lo mismo con Eleanor y con las parejas que tengan tus hermanas llegado el momento; que estuvierais juntos mucho tiempo no era malo per se, pero lo que  vino después… nos hizo plantearnos si no estarías metida en una relación de dependencia a la que nosotros mismos te habíamos empujado. Y si habríamos hecho mal.
               El corazón me martilleaba en el pecho y me ardían los ojos.
               -No es una relación de dependencia. Es amor. Tú también estás todo lo que puedes con papá.
               -Sí-asintió de nuevo mamá-. No te lo discuto, hija. Es normal que te apetezca pasar tiempo con él. Es normal que aprovecharas el tiempo que teníais.
               -¿Entonces por qué creéis que nuestra relación es tóxica porque nos guste estar juntos?-protesté con lágrimas en los ojos. Sabía que estaba a punto de tener una rabieta, pero a estas alturas ya me daba igual. Estaba cansada. Sentía que estábamos dando vueltas y vueltas sobre lo mismo, como si esperaran que abriera los ojos y reconociera finalmente que el querer pasar tiempo con mi novio no era normal, incluso antes de que se fuera un año de voluntariado a un país extranjero en el que, pensaba, no tendría manera de contactarme.
               Había vivido el luto de mi relación al lado de Alec, y eso me la había hecho más llevadera. ¿Qué había de malo en eso?
               -No fue porque os gustara estar juntos. Fue por en quién te convertiste cuando él se fue.
               Recogí un pañuelo de la caja con rabia y me limpié los ojos con una furia que definitivamente sentía.
               -¿En quién me convertí?-si decían que “en alguien triste”, gritaría.
               -En las mujeres que llaman a mi puerta cuando ya no pueden más y se derrumban en mi despacho contándome los problemas que tienen unas amigas que no existen en realidad-respondió mamá con suavidad, y se me paró el corazón.
               Yo nunca había sido eso. Jamás. No sabía de dónde coño sacaban que Alec me hubiera hecho daño; debían de estar proyectando lo que más cómodo les resultaba pensar para creer que no habían metido la pata hasta el fondo conmigo, porque si no, no me lo explicaba.
               Las lágrimas me desbordaron los ojos y sorbí por la nariz mientras intentaba calmarme.
               -Yo nunca…-empecé, pero un hipido me interrumpió. Negué con la cabeza y arrugué el pañuelo en mis manos.
               -Quizá no lo recuerdes como lo recordamos nosotros-dijo mamá-, pero así fue.
               -Cada uno tiene su propia perspectiva y lo que hayáis vivido no invalida lo de los demás-añadió Fiorella.
               -Te volviste retraída. Insegura. No salías casi de tu habitación. Nos rehuías como si no quisieras estar con nosotros, y te avergonzabas cuando tenías que venir en nuestra busca. Dabas respingos cuando íbamos a verte a tu habitación sin que tú nos esperaras, no parabas de llorar… te dabas atracones y luego decías que no tenías hambre en las comidas. No querías hablar de ello. Y nosotros siempre lo hemos hablado todo, Saab-papá me miraba con la añoranza del marinero que lleva años en tierra tras sobrevivir a un naufragio en que lo perdió todo salvo la vida, y que no puede permitirse otro barco-. Todo. Y luego él vino y tú actuaste como si nada hubiera pasado; te enfrentaste a nosotros con una fiereza con la que nunca te habías revuelto antes, y nosotros… ni siquiera sabíamos de dónde venía eso, porque tú nunca has sido así, hija. Así que lo único que se nos ocurrió es que estuvieras intentando ocultarnos algo con respecto a Alec. Siempre has sido muy elocuente y racional, y de repente estabas tan… no sé. Inestable. Hicimos cosas fatal contigo, pero incluso después de que pasara lo peor, sentíamos que te alejabas de nosotros más y más. Que lo que fuera que te pasara te estaba consumiendo, y lo único que había cambiado hacía poco había sido Alec, así que… sólo pudimos pensar que era cosa suya. Porque cada vez que hacíamos algún avance y tratábamos de hablar sobre él, tú te cerrabas en banda y ya no querías saber más del tema. Y te retraías cada vez más y más en ti, como si creyeras que nosotros éramos los malos de la película que queríamos destruir lo que tenías con Alec aun a riesgo de perderte a ti.
               -¿No hubo un momento en que os lo planteasteis?-pregunté. Les había escuchado hablar sobre nosotros cuando ellos no sabían que yo podía oírles, y había una inquina en su voz…
               -Hubo un momento en que pensamos que sería necesario, sí-admitió papá.
               -Pero fue cuando estábamos peor. Fue cuando estábamos convencidos de que esto era culpa de Alec.
               -Y cuando os disteis cuenta de que no era así tampoco os esforzasteis en arreglarlo-les recriminé.
               -Cada vez que intentábamos tenderte la mano, a ti o a él, os volvíais en nuestra contra.
               -¿Y creéis que hemos sido injustos?
               -A lo que hemos llegado es a que te juzgábamos con la madurez que deberíamos tener nosotros-respondió mamá con dignidad, y tragó saliva antes de mirarme-. Te pedimos cosas impropias de tu edad, y no estuvimos a la altura. Por eso te pedimos perdón. Y se la pediríamos a Alec si estuviera aquí-añadió, haciendo un gesto hacia el hueco vacío entre Scott y yo, como si ese sitio ya le perteneciera a Alec por derecho propio.
                -No íbamos a tirar la toalla contigo-añadió papá, con los hombros hundidos en un gesto de derrota que me aplacó sólo un poco-. Hemos pasado una mala racha y no estamos en absoluto orgullosos de cómo lo hemos llevado, pero hemos aprendido de esto. Sólo te pedimos otra oportunidad, Saab.
               Se me llenaron los ojos de lágrimas y se me cerró la garganta.
               -No voy a deciros que no me duele que hayáis puesto en duda lo que Alec significa para mí, pero aprecio el gesto de pedirme perdón y acepto vuestras disculpas.
               -No fue lo que Alec significa para ti lo que más nos preocupó, sino la facilidad con que parecía haberte puesto en contra nuestra sin que nos diéramos cuenta.
               Jugueteé con el pañuelo que tenía entre las manos.
               -Él sólo quiere protegerme.
               -Nosotros no somos algo de lo que tengan que protegerte, mi vida. Somos tus padres-susurró mamá-. Nunca te haríamos daño.
               -Nunca sería vuestra intención, pero me lo habéis hecho-respondí, y levanté de nuevo la vista para enfrentarme a ellos con lágrimas en los ojos.
               -Y lo lamentaremos toda la vida, mi amor-me aseguró mamá-. No hay nada que nos duela más que saber que te hemos hecho daño y que no estábamos ahí cuando más nos necesitabas.
               -Por eso es por lo que Alec se os enfrentaba. Porque él veía que me estabais fallando, no por alguna especie de… posesividad absurda que pudiera tener conmigo-me encogí de hombros y papá asintió con la cabeza.
               -Ya lo sabemos. Y quiero que tengas muy presente que no era producto de los celos, ni mucho menos, sino de lo preocupados que estábamos por ti. Te pusiste en peligro, te…
               -Lo sé, papá. Y lo siento de veras-aseguré-. Sobre todo porque creo que si yo no me hubiera ido de fiesta, las cosas no se habrían desmadrado tanto como lo han hecho. Puede que no os lo creáis, pero la difícil de esto no soy yo. Yo os perdono, pero no sé si Alec podrá. Me ha prometido que lo hará si es lo que necesito para ser feliz, pero creo que una parte de él no podrá perdonaros, y él es el principal perjudicado en esto…
               -Que no te parezca mal, Saab, pero eso es precisamente por lo que pensamos que os pasaba algo complicado. No puedes sentir que pierdes a tus padres y decir que el mayor perjudicado es tu novio. Él puede vivir sin nosotros; tú no.
               -Para él también sois importantes. Sabéis de sobra lo mucho que le importa vuestra opinión. O le importaba, al menos-musité, bajando de nuevo la mirada y recordando la carta que me había mandado, escueta como ninguna, y que había enmarcado en la pared de mi habitación.
               Tu novio, le pese a quien le pese. No pude evitar sonreír.
               -Eres tu propia persona, mi amor. Que no se te olvide. Es fantástico tener un compañero-mamá le puso una mano en la rodilla a papá y lo miró un segundo-, pero lo primero que tienes que ser, eres tú. Si te limitas a ser “la novia de”, pierdes tu identidad y corres peligro de caer en las dinámicas destructivas en que nos aterraba que hubieras caído.
               -Creo que ser mi propia persona no está reñido con serle leal a mi hombre, mamá-respondí con una entereza de la que me sentí muy orgullosa, y pude ver que mis padres también, algo que me animó a pesar de todo-. Así que defenderlo cuando no está es lo menos que puedo hacer, incluso aunque entienda que os preocupéis por mí. Especialmente teniendo el trabajo que tienes-añadí, hundiendo un poco los hombros en señal de derrota. Habían ido a mi encuentro, tal y como yo quería, así que lo justo era que yo también recorriera un poco de camino y reconociera su esfuerzo-. Pero estoy bien. De verdad. Alec y yo estamos bien. Es bueno, atento, cariñoso, y me adora, y…
               -Lo sabemos. Lo hemos visto-dijo mamá.
               -Lo que nos alivia y nos cuadra más con quien siempre fue, pero… ya sabes que en cualquier momento las cosas pueden torcerse, y viendo lo que te había sucedido…-papá alzó ligeramente los hombros-. Sentimos haber pensado eso de vosotros, pero… las señales estaban ahí-miró a Scott, que se mordió el piercing. Preferí no pensar en si mi hermano también había participado de esas teorías ridículas, aunque sí que debía reconocer que él mismo me había dicho que Alec y yo estábamos a la que saltaba cuando se trataba de nuestros padres. Claro que no me parecía que nos juzgara por ello, y menos ahora que había escuchado las razones por las que papá y mamá se habían opuesto con tanta fiereza a nosotros.
               -Claro que tampoco podemos prometerte que vayamos a hacer la vista gorda-añadió mamá-. Ni contigo, ni con tus hermanos. Nuestro deber es protegeros. Así que si empiezas a tener secretos con nosotros otra vez cuando tú nunca los has tenido, o…
               Allá vamos, pensé, y aunque mi madre seguía hablando, yo ya había dejado de escucharla.
               -Eso no es verdad-respondí, y mamá se quedó callada y tanto ella como papá se me quedaron mirando con el ceño fruncido. Scott se volvió hacia mí y paseó sus ojos por mi cuerpo, expectante. Era como si ya supiera lo que iba a decir, incluso cuando, sospechaba, nadie se lo hubiera dicho. Confiaba en que Alec no me traicionaría de esa manera, vendiendo secretos que no eran míos a cambio de mi felicidad y mi bienestar cuando yo aún no estaba preparada para reclamarlo, así que ahora caminaría por terreno más o menos desconocido para todos.
               Incluso para mí. Aunque puede que no para Fiorella, que se reclinó en el asiento y chasqueó el bolígrafo para sacarle la punta. Sólo entonces me di cuenta de que no había tomado ni una sola nota desde que habíamos empezado la sesión, hacía milenios.
               -¿Cómo?-preguntó mamá.
               -No es verdad-respondí, sacudiendo la cabeza, y bajé la cabeza de nuevo hasta mis manos entrelazadas en el regazo. Siempre he tenido un secreto, incluso ante mí misma, tan oculto dentro de mí que no he podido llegar hasta ahora-tragué saliva y me atreví entonces a levantar de nuevo la vista. La confusión en los ojos de mis padres era palpable, y me preparé para que reaccionaran con la misma traición con la que yo había reaccionado a sus palabras antes-. Es algo de lo que no me he dado cuenta pero sobre lo que llevo queriendo que hablemos mucho tiempo.
               Papá buscó la mano de mamá en el sofá.
               Me relamí los labios.
               -Yo también he estado mucho pensando en lo que ha pasado últimamente, y… aunque vuestra reacción fuera desproporcionada en circunstancias normales, creo que también tengo algo de culpa. Es verdad que dejé de comportarme como me he comportado siempre, así que supongo que también es normal que vosotros no supierais a qué ateneros y tratarais de protegerme como mejor se os ocurrió, o buscarais culpables donde no los había porque reconocer a qué se debía todo esto era demasiado doloroso para todos-me encogí de hombros y me limpié una lágrima que se me deslizaba por la mejilla con el dorso de la mano-. Si acabo de deciros que Alec es el principal perjudicado es porque creo de corazón que él es el único inocente en toda esta situación. Yo, en cambio…-negué con la cabeza y volví a mirarme las manos, demasiado vacías, demasiado solas-. Creo que me lo he buscado. O, por lo menos, lo he provocado.
               -Tú no has…-empezó papá, pero Fiorella lo interrumpió.
               -Está tratando de ordenar sus pensamientos, Zayn. Deja que los verbalice para poder continuar.
               Papá se mordió el labio, pero asintió con la cabeza.
               -Me ha llevado mucho tiempo de reflexión el entender por qué reaccioné como lo hice. Por qué, cuando Alec me dijo que me había sido infiel, no hice lo que había hecho siempre y corrí a buscar consuelo en vosotros. Por qué os lo oculté, como si fuera algo que yo hubiera hecho mal, como si fuera culpa mía, cuando siempre he tenido claro que si alguna vez mi pareja me es infiel, la culpa es suya y no mía.
               »Le he dado vueltas y más vueltas, yo también lo he tratado con Fiorella. He hablado con Alec, lo he pensado mucho, y al final, por mucho que intente alejarme de esa realidad, al final siempre llego a la misma conclusión.
               Scott apenas respiraba, por si acaso un ruido demasiado fuerte me distraía y me retraía de nuevo en mi caparazón. Papá y mamá directamente no respiraban, y el ambiente de la habitación se cargó de tensión, una tensión que me puso los pelos de punta.
               Jamás en mi vida había hecho esto: disponerme a tirarme a la piscina con los ojos vendados. Siempre había llevado una idea de cómo de profunda era el agua, y había cogido carrerilla en consecuencia. Alec decía que planificar era mi actividad favorita para hacer con ropa, y también lo que más detestaba.
               Empezaba a preguntarme si planificar era mi forma de asegurarme la perfección, una perfección que llevaba exigiéndome a mí misma desde el 1 de mayo de 2020. El día en que me convertí en una Malik.
               -He intentado por todos los medios encontrar una explicación que no sea ésta, pero siempre he llegado a callejones sin salida cuando he sacado mi adopción de la ecuación.
               Papá y mamá se quedaron completamente rígidos, pero sabía que no me interrumpirían hasta que no terminara, y era evidente que aún me quedaban cosas por decir. Así que me clavé las uñas en las palmas de las manos y, como quien se quita una espina clavada en el costado para permitir que la herida sane, me obligué a mí misma a continuar.
               -Me siento increíblemente egoísta por sentirme así a pesar de que las pocas personas con las que me he atrevido a hablar de esto dicen que mis sentimientos son válidos porque nadie más que yo sabe por lo que estoy pasando, pero también creo que se equivocan porque no os tienen en consideración como yo sí lo hago, igual que vosotros me tenéis en consideración a mí. Pero no puedo evitar sentirme así. Llevo semanas intentando descubrir por qué no os dije nada, por qué no acudí a vosotros como siempre he hecho, y sólo he podido dar con la respuesta hace pocos días, cuando por fin me he permitido ser sincera conmigo misma y preguntarme qué siento. Qué siento de verdad.
               »Me habéis dicho varias veces que lo de irme por ahí a solucionar las cosas de mala manera, sin contar con nadie y sin pensármelo, no es propio de mí. Y creo que por eso precisamente fue por lo que tomé las decisiones que tomé cuando Alec me dijo que me había puesto los cuernos, porque…-tragué saliva y carraspeé-. Porque…
               Dilo, Sabrae. Dilo, me instó una voz en mi cabeza. Pero no podía. No era capaz de hacerles eso a mis padres. Sólo tenía que estar agradecida, nada más. Me habían dado una vida increíble, me habían salvado en más de un sentido, yo sólo… sus expectativas no eran…
               Nadie te va a devolver. Podrías hacer lo que quisieras. Eres libre. Lo eres para ser perfecta y genial como eres, o totalmente promedio e irrelevante. Tú decides. No les debes ningún tipo de perfección a tus padres, escuché la voz de Alec en mi interior.
               No les debes ningún tipo de perfección a tus padres, reverberó dentro de mí. Y yo encontré el aire necesario para llenar mis pulmones y convertirlo en palabras y volver a ser yo.
               O ser una versión nueva de mí misma, libre y sin preocupaciones y que ya no tirara de su agenda cada vez que le pedían que hiciera algo.
                  -Porque enamorarme de un novio que me pone los cuernos, y encima perdonarlo sin más, me hace indigna de que me elijan-levanté la cabeza y miré a mis padres. Papá se puso rojo; mamá, pálida. Scott se revolvió en el asiento y carraspeó con sutileza, incómodo-. Y me siento sucia por pensar en esto, porque sé que es de ser una desagradecida y una insensible a todos los sacrificios que habéis hecho por mí. Sé lo mucho que os habéis esforzado por aseguraros de que me parezca a vuestros hijos, a que no haya nada que nos diferencie más allá del físico, como…
               -Tú eres nuestra hija, Saab-dijo mamá con el corazón roto.
               -Sher-le pidió Fiorella, y juraría que lo dijo con voz temblorosa. No me atreví a mirarla, romper el contacto visual con mis padres y arriesgarme a perder el valor para seguir con lo que estaba diciéndoles.
               -… como las clases de canto y dibujo desde pequeña para que no me sintiera atrás con Scott, Shasha y Duna por si acaso tenían el talento que tiene papá. Talentos que sabemos que Scott ha heredado; Shasha, no tanto, y Duna, todavía está por ver. Pero yo los tengo. No sé si eran míos o vosotros me los disteis, pero los tengo, y sé que debería dar gracias por ello porque me harán la vida más fácil, y las doy, pero…-tragué saliva-. Los idiomas también te hacen pensar de una determinada manera-dije de repente, recordando lo que había hablado con Alec-. Cada uno de ellos configura tu cerebro de una forma en que no lo hacen los demás. Y yo hablo y pienso en un idioma que claramente no es de mi país ni de mi origen. Y no paro de preguntarme… por qué pienso así y por qué no puedo dejar de preguntarme cómo pensaría si no hablara urdu.
               »He empezado a cuestionarme absolutamente todo lo que soy. Si realmente soy responsable porque he nacido así o si me he vuelto responsable porque siento que no puedo defraudaros, si me paso las tardes estudiando para que os sintáis orgullosos de mí o porque no quiero que os… arrepintáis-jadeé, y negué con la cabeza-. No sé si quiero vuestro orgullo o vuestra aprobación. No sé si quiero que me llaméis vuestra hija o que mis pesadillas no se vuelvan reales, todo esto sea un sueño precioso pero del que tendré que despertarme, y cuando lo haga tendré de nuevo unos días, seguiré en el capazo en el que mi madre biológica me dejó en el orfanato y vosotros nunca apareceréis.
               -Sabrae…-gimió mamá, pero yo no podía parar ahora.
               -Y sé que mi vida es genial y os estoy muy agradecida por ello, pero me he dado cuenta de que hay una parte de mí que no ha parado de crecer, a la que he estado ignorando lo mejor que he podido durante los últimos años, que se pregunta cuánto de verdad hay en mí y cuánto lo he construido yo para que me merezca ser vuestra hija. Hay veces que ya ni siquiera sé quién soy. ¿Soy considerada y predico con el ejemplo porque soy la hija mayor, o intento ser perfecta porque soy la hija adoptada?-miré a mis padres-. Quiero pensar que quiero que Shasha y Duna aspiren a ser como yo, sobre todo porque eso implicaría que alguien podría ser yo sin las dudas de si me lo merezco o el miedo a no ser suficiente.
               »Con el único con el que no me siento así es con Alec. Llevo pudiendo hablar de todo con él desde que empezamos a mandarnos mensajes, y aunque sentía que os traicionaba hablando de mi adopción con él de una forma en que jamás lo he hecho con vosotros a pesar de que sois mis padres, él fue el primer alivio que encontré en años. Él me entendía. Sentía que no me juzgaba. Sentía que no estaba haciéndole daño a nadie hablando de las cosas a las que jamás obtendría respuesta, como si hay antecedentes de alguna enfermedad congénita en mi familia biológica por las que debería preocuparme, de dónde desciendo, cuál es la historia de mi madre biológica o por qué decidió darme la increíble oportunidad de que vosotros me encontrarais y ser vuestra hija-me limpié las lágrimas con el dorso de la mano y sorbí por la nariz. Mamá se sujetaba un pañuelo contra la cara, pero papá lloraba sin pudor alguno. Scott se mordía el labio para no echarse a llorar él también, pero pronto empezaría si yo seguía así.
               Y seguiría. No iba a parar. Ya no podía. Se habían agitado las profundidades y el maremoto corría hacia la costa.
               -Ni siquiera sé si quiero la respuesta a esas preguntas, pero tener alguien con quien hablar de ellas me supuso el alivio más profundo y dulce que he sentido jamás a una herida que llevaba supurando desde mucho antes de que me diera cuenta de que estaba ahí. Supongo que eso es uno de los muchos motivos por los que terminé enamorándome de Alec; porque con él ser perfecta era una opción, no algo que sentía que debía ser, incluso aunque nadie me lo pidiera explícitamente.
               »Creo que fue por eso por lo que no os dije nada. Porque por mucho que sepa que no sería culpa mía que Alec me fuera infiel, creo que sí que me daría vergüenza equivocarme ante vosotros, escoger mal, y querer quedarme con alguien que no tiene lo que hay que tener para merecerse mi confianza.
               »Y luego me vi en la encrucijada de que no podía quedarme de brazos cruzados si llegabais a enteraros, y estaba segura de que lo haríais-arrugué el pañuelo en mi mano y Scott me tendió otro-. Gracias. No tenía explicaciones que dar que justificaran una decisión que yo sabía que os parecería pésima y que os decepcionaría, así que opté por lo único que se me ocurrió: ponerme al mismo nivel que Alec y que todo el mundo pudiera creerse que nos habíamos dado carta blanca a pesar de que yo estaba destrozada. Y cuando salí y vi que no podía hacer eso, que ya nadie me atraía como lo hace Alec y que sentiría que le estaba traicionando de una forma en que no estaba dispuesta incluso después de que él me traicionara a mí, yo… creí que me juzgaríais. Y no podía soportar sentir que no estaba a la altura de la opinión que tienen de mí las dos personas que más me han importado siempre, a las que les debo absolutamente todo lo que soy.
               »Y luego empezó todo este lío y yo… no sé cómo salir de él. Y a cada día que pasaba y me alejaba de vosotros y vosotros no hacíais nada, o me dabais más motivos para enfadarme, o luego intentabais recuperarme a pesar de que sabía que yo lo había hecho mal, yo… me sentía cada vez más y más atrapada. Cada vez menos y menos yo. Más indigna de que me queráis, más indigna de que intentéis perdonarme, más indigna de que luchéis por mí, y eso me produce una vergüenza terrible. Terrible, papá, mamá-gemí, y me limpié de nuevo los ojos-. Porque sé que habéis intentado que no me sienta así, pero no puedo evitarlo. Y debería estar cómoda con eso, porque sabe Dios de las cosas horribles de las que me habéis salvado. Me habéis convertido en el 1% afortunado cuando seguramente soy parte de ese 95% de niños producto de abusos sexuales si de verdad vengo de África, así que… tengo que trabajar para que me queráis. Para agradecéroslo y compensároslo. Me hicisteis un favor y voy a estar en deuda con vosotros de por vida de una forma en la que nunca lo estarán ni Scott ni las chicas.
               Mamá y papá se levantaron y vinieron hacia mí cuando yo me deshice en un mar de lágrimas. Ya estaba. Lo había soltado.
               Soy la hija adoptada de Sherezade y Zayn Malik. Soy la adoptada. No “la hija mayor”. La adoptada. Más me valía reconciliarme con esa realidad.
               -Te equivocas. Te equivocas, mi amor-dijo mamá, que se había arrodillado frente a mí para mirarme a la cara, mientras me ponía las manos en las mejillas y me limpiaba las lágrimas con los pulgares-. Tú no nos debes nada. Eres nuestra hija. E incluso si así fuera, eres la que menos nos debe, porque si no fuera por nosotros, Scott, Shasha y Duna no existirían. En cambio, tú sí. Tú serías una presencia luminosa en este mundo incluso si tus hermanos no llegaran nunca a brillar. Tú nos salvaste, Saab, no al revés.
               -Sabes que perdimos un bebé antes de encontrarte. Sabes que te buscamos porque lo perdimos. Y también sabes que volveríamos a pasar una y mil veces por ello, antes que arriesgarnos a que tú no estés con nosotros-dijo papá, inclinándose y besándome en la mejilla.
               -Lo siento mucho-sollocé-. Yo…
               -No tienes por qué sentirlo. Si alguien debe sentirlo, somos nosotros. No deberíamos haber hablado de ello tan poco como lo hicimos, ni haberte exigido tanto. Sabíamos que podías dar muchísimo, por eso te hemos pedido tanto. Porque queríamos que alcanzaras todo tu potencial, no porque creyéramos que tenías que ser extraordinaria para compensar que no te hubiéramos engendrado nosotros, porque no podrías ser más perfecta ni llevando nuestra sangre.
               -El aborto que sufrí antes de tenerte fue uno de los mejores días de mi vida, porque si no fuera por él, jamás te habría encontrado, mi amor. Tú eres la luz de mi vida-mamá me apartó el pelo de la cara-. La primera vez que te cogí en brazos fue igual de hermosa que la primera vez que cogí a tus hermanos. No hay ninguna diferencia entre que tú tuvieras días y ellos, minutos. Lo único que lamento de que te adoptáramos es que no pudimos conocerte antes.
               Scott se limpió las mejillas rápidamente y suspiró.
               -Nunca me había sentido tan feliz como la primera vez que pude amamantarte, que te sentí tomando fuerzas de mi cuerpo y estrechamos lazos-me acarició el pelo-. Sufrimos contigo lo que no estaba escrito, más incluso de lo que sufrimos cuando nació Scott, pero cuando por fin conseguimos sacarte adelante a pesar de todo supe que no debía dejar que te sintieras nunca así. Así que perdona por no cumplir con mi deber.
                Me dio un beso en la frente y me limpió de nuevo las lágrimas.
               -Yo te escribí una canción pero porque en algún momento tenía que parar. Podría haberte escrito un disco entero, o cinco, y aun así no sería suficiente. Y sólo llevabas unos días con nosotros, los mejores días de toda mi vida-dijo papá, cogiéndome la mano y besándome los nudillos-. Siento si te hemos hecho sentir que tenías que ser algo distinto a ti, porque no es así, Saab. Podrías ser totalmente mediocre y nosotros seguiríamos queriéndote exactamente igual.
               Tomé aire y lo exhalé en un jadeo. Ojalá Alec estuviera aquí. Ojalá Alec pudiera escucharlos.
               -Si hemos sido más exigentes contigo era porque sabíamos que podías dar la talla. A todos os hemos pedido hasta el límite de donde podíais llegar; si tú lo tienes más alto te hemos pedido en consecuencia. Pero no pienses, ni por un segundo, Sabrae Gugulethu Malik, que tu lugar en esta familia sólo está en un altar. Porque también lo está en el fango, en el aire, en cada rincón de casa. Tú eres nuestra casa. Nos mudamos a una habitación con cinco dormitorios porque tú tenías que ser nuestra segunda hija. Te encontramos precisamente al día siguiente de que te dejaran en la puerta del orfanato porque así era como tenía que ser. Un tropezón tuyo no va a cambiar lo muchísimo que te queremos-papá me puso una mano en la mejilla-, ni lo muchísimo que nos perteneces, ni lo muchísimo que te pertenecemos nosotros a ti. Me da igual quién sea tu familia biológica; nosotros somos tu familia de verdad. Yo soy tu padre de verdad-me sonrió-. Y no hay nada que pueda cambiar eso. Nada. Así que deja de tenernos miedo, y recuerda quién eres.
               Lo miré con una pregunta en los ojos.
               -Mi hija mayor-me recordó, dándome un beso en la frente-. La única de mis hijas que me eligió.
               -Gugulethu-añadió mamá-. Nuestro orgullo-puntualizó, aludiendo al significado en zulú de mi segundo nombre.
               -Mi hermanita pequeña-ronroneó Scott, inclinándose hacia mí y prácticamente tirándoseme encima. Me eché a reír entre lágrimas y dejé que me abrazara, sintiendo un profundo alivio inundándome.
               Por primera vez en meses era optimista con respecto a dormir en casa. Incluso tenía ganas de que llegara la hora de dormir para que mis padres vinieran a acurrucarme y me cubrieran de besos.
               Me moría de ganas de llegar a casa y escribirle la carta que le debía a Alec poniéndole al día con lo de ahora. Puede que todavía nos quedara bastante por reconstruir de nuestra confianza y detalles que ultimar, pero sentía que lo peor ya había pasado. Estaba a salvo. En casa. Rodeada de los míos, colmada de amor, y sin las quince espinas que llevaban quince años clavándoseme en el corazón.


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1 comentario:

  1. He empezado la lectura de este capítulo ya con el corazón en un puño por culpa del sobre aviso y tengo que decir que no recordaba cuando fue la ultima vez que me cabreaba y lloraba tanto con uno. He saltado en la silla cuando he leido el argumento de la relación de maltrato y como Sabrae solo he podido pensar en Alec y como va a digerir esto. Se me parte el corazón. Me alegra enormemente que Saab haya conseguido abrirse y aunque me he vuelto loca de enfado con lo que han soltado por la boca mentiría si dijese que no he llorado y sentido profundamente lo que le han dicho Zayn y Sher al final. Me he muerto de pena con el discurso de Saab pero me alegra la reacción inicial, a pesar de que queda claro que hay cosas por trabajar.

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