sábado, 26 de julio de 2025

Volver a ser nosotros.

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Amor mío,
Espero que haber esperado por esta carta un par de días más de los que estábamos acostumbrados no te haga perder la cabeza, pues de lo contrario, cuando vuelvas seremos dos locos enamorados, en vez de una loca enamorada de ti.
               Supongo que hay una parte de mí que es malvada, como tú siempre dices que yo soy cuando intento dejarte con las ganas (como si me fuera posible resistirme a ti), porque también creo que cuando te envío una carta y espero tu respuesta, tengo un poco de esa dulce espera en la que estoy segura que nos sumiremos un día. Y, tras lo que ha pasado esta última semana en la que he tenido la inmensa suerte de tenerte más tiempo del que me atrevería siquiera a soñar, la verdad es que tampoco quiero renunciar aún al último ápice de tu presencia que tengo aquí, conmigo, en mi habitación, y que es la carta que me mandaste en la que me decías que me esperarías en París. Sólo a ti se te ocurren reencuentros así de románticos, Whitelaw. ¿Cómo no voy a estar patéticamente obsesionada contigo como lo estoy?
               Creerías que no tengo mucho que contarte después de cómo nos hemos puesto al día, pero, ¡ajá! La verdad es que no te haces ni idea de lo que ha pasado desde que nos despedimos en el aeropuerto (que, por cierto, si todas nuestras despedidas van a tener una visita exprés a algún baño público, yo no me quejo; igual deberíamos atrasar un poco eso de irnos a vivir juntos, no sé si me entiendes 😉); suerte que abriste la veda enviándome la primera carta y ahora no tengo que dedicarme a gritarle al vacío con la esperanza de que tú me oyeras por arte de magia y la fuerza de nuestro amor.
               Tras sincerarme contigo y darme cuenta de que no puedo renunciar a mis padres sin luchar por ellos, y admitirme a mí misma que los echo de menos y que me gustaría que las cosas fueran como antes, les he pedido ir a terapia. Y debo decir que está yendo genial. No voy a mentirte y decirte que las sesiones son un camino de rosas, ya que tú mejor que nadie sabe lo doloroso que puede llegar a ser una sesión en la que de verdad hagas progresos. Por eso, precisamente, creo que entenderás lo ilusionada que me siento al ver que las cosas tienen arreglo. Sí, supondrán tiempo y esfuerzo, pero tanto mis padres como yo parecemos en sintonía y queremos lo mismo, que es que todo vuelva a ser como antes. Gracias a Fiorella (la mejor psicóloga del mundo, si me preguntas; fastídiate de que sea la mía y no la tuya 😋) hemos sido capaces de dejar de discutir y empezar a debatir. Mamá y papá están volviendo a escucharme, Al. Eso es maravilloso.
               Creo, de corazón, que podremos hacer borrón y cuenta nueva sobre lo de los últimos meses. Por supuesto, sé quién ha estado ahí para mí siempre, así que sé que encontrarás un placer perverso en que me cueste más perdonarles por cómo te han convertido en el malo de la película que por todo lo demás. Quién nos iba a decir que estaríamos así hace un año, ¿eh? Míranos. Ay, pobrecita de mí. Vaya la forma en que me has engañado. Enhorabuena, tío. Estoy oficialmente Coladita Hasta Las Trancas™. Como esto fuera una apuesta con tus amigotes, te juro por Dios que te voy a matar. Y no será una muerte lenta.
               Claro que, con lo que te gusta enfadarme, seguro que te ríes mientras yo te torturo, porque así de chalado estás. De verdad, cada vez que pienso en cómo me tienes comiendo de tu mano, me enfado un montón conmigo misma por lo poco que me importa lo que piensen los demás de que estemos en esta situación. Menos mal que por lo menos follas bien.
               Hablando de follar… dime que no te importa que me convierta en un rollito de canela con tus sábanas y me encoja hasta hacerme una bolita en tu cama, porque cada vez que pienso en la cuenta atrás que hemos puesto en marcha de nuevo cuando te subiste al avión, me entran ganas de llorar. (No te digo esto para que te sientas mal o para que te subas al primer avión de vuelta que haya –a no ser que funcionase, entonces SÍ que te lo digo en serio-; sino para que te carcoma la culpa y no puedas dormir en cinco días.) Sé que llegará un día en el que releeremos estas cartas acurrucados uno al lado del otro y nos reiremos de mi dramatismo, pero es que… después de estos días juntos, creo que la separación va a ser todavía más dura. Y más aún sabiendo lo mucho que tardaré en volver a verte, sol, así que cualquier pedacito de ti que pueda recuperar será como un tesoro.
               Aun así, sé que hemos hecho lo correcto y que aprovecharemos al máximo estos meses en los que tendremos oportunidades de crecer y reconciliarnos con la soledad antes de volver a ser nosotros. O al menos eso es lo que me dice mi cabeza: que la distancia nos vendrá bien y que hay cosas que tenemos que sanar a solas (o más bien, yo, la relación con mis padres; ya sabes lo protectora que me pongo cuando se trata de ti), que tú vas a disfrutar muchísimo en Etiopía y que no tengo ningún derecho a arrebatarte algo por lo que llevas esperando tanto tiempo. Eso le supone un consuelo a mi corazón.
               (No, pero… ahora en serio. Necesito una autorización firmada por ti, o algo así, de que me dejas acaparar tu cama; creo que con decirte que Mimi tiene tus genes ya entenderás que es terca como una mula y va a intentar avasallarme. Así que… mándame algo, porfis. Con pinta de contrato, si tienes a bien )
               En cuanto a cómo va todo con los demás… de momento, no hay novedades. Jordan sigue matándose en el gimnasio, Bey matándose a estudiar, Tam matándose a ensayar, y Karlie, matándose a ser fabulosa. Scott y Tommy son unos matados, sin más. Eleanor me ha comentado que le han reservado el estudio para ir escogiendo demos para su primer disco en los huecos que tengan en la gira, y quiere que Mimi y yo la acompañemos en las sesiones para ayudarla a decidir, así que tendré otra cosa con la que entretenerme. Quizá me lleve también a Shasha, que se hace la enfurruñada por lo poco que has pasado por casa (como si el ambiente no fuera todavía raro; en fin, tampoco es que pueda culparla por su obsesión contigo, dado que, para mi desgracia, soy la Presidenta de tu Club de Fans).
               Annie y Dylan te mandarían besos si les preguntara que dijeran algo a esta carta, y tu abuela… bueno, a pesar de ir de chica dura, la verdad es que la noto un poco más apagada sabiendo lo que tardará en verte. Está achuchando a Trufas de una forma que resulta hasta peligrosa (¿te he hecho sentir mal ya, y vas a reservar el avión por fin?).
               Voy a ir despidiéndome, mi amor. Por mí te escribiría mil cartas, pero me imagino que estarás cansado de ir de acá para allá salvando decenas de animalitos y construyendo tantas casas que termines haciendo un mini resort en una reserva natural. Tranquilo; no dejaré que mi madre, la mejor abogada medioambiental del país y una de las siete mejores de Europa, te lleve a juicio y te deje en la ruina. De hecho, la fase 2 de mi plan de reconciliación y de que todo vuelva a la normalidad pasa por volver a poner en marcha el tema de tu demanda a Amazon que para nada me ha recordado Chrissy esta mañana.
               ¡Por cierto! Hablando de recuerdos. Pregunta si es posible que te mandemos mercancía delicada al campamento. Ya que no vamos a pasar nuestra primera Nochevieja en pareja oficial juntos, me gustaría, al menos, enviarte champán y algunos pastelitos hechos por Pauline, a la que le encantaría colaborar en hacerte el campamento más dulce. También me gustaría que organizáramos algo para hacer a la misma hora, como escuchar x canción mirando fuegos artificiales, o algo así. Sé que falta todavía mucho, pero ya sabes que la organización es MI PASIÓN.
               Sin otro particular, me despido cor… COÑA. ¿TE IMAGINAS QUE ME DESPIDO “CORDIALMENTE” DESPUÉS DE DEJAR QUE ME HAGAS UNA COLONOSCOPIA CON TU POLLA?
               Te quiero muchísimo, muchísimo, MUCHÍSIMO, mi amor, mi sol, mi cielo y mis estrellas, y no podría estar más agradecida de que estés en mi vida. Espero que te lo pases muy bien, que disfrutes mucho y que te sientas genial.
               Siempre tuya, cual helado de maracuyá,
               Tu esposita que te ama, como un perezoso a su cama,
               Saab
               PD: como nos vamos conociendo, he decidido hacerte una autorización-formulario con lo de la cama. Mándamelo firmado en tu próxima carta, porfas. Y asegúrate de poner tu nombre completo donde pone “nombre y firma”.
               PD2: lo de la mercancía delicada va en serio, así que, por favor, RESPONDE.
               PD3: tampoco te hagas ilusiones con que me voy a enviar a mí misma en un paquete como si fuéramos los Looney Toones. ¿Sabes lo que cuesta la tarifa internacional de envíos? Me saldría más rentable secuestrar el avión privado de One Direction.
               PD4: ahora que lo pienso, la verdad es que estaría gracioso que saliera de un paquete como una bailarina de danza del vientre de las tartas en las pelis de Bollywood. Pero no te hagas ilusiones, que no va a pasar.
               PD5: ACUÉRDATE DEL FORMULARIO.
               PD6: muchísimos besooooooooooos ❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤ mi niño, qué guapo es, lo que yo le quiero.
               Pasé los dedos por los surcos del bolígrafo de Sabrae como si fuera por su mismísima piel; después de hacerme a la idea de que pronto la volvería a ver y cambiar de opinión en el último momento, se me hacía raro pensar en que la había tenido al alcance de las manos y había sido yo mismo el que había decidido, finalmente, no terminar de estirarlas.
               Definitivamente era gilipollas, y Sabrae me había insultado poco en sus cartas. Lo peor de todo sería que no me atrevía a contarle mis dudas y mis preocupaciones porque sabía que se martirizaría pensando en que me había hecho creer que tenía que volver para que todo estuviera bien en casa (como si ella no fuera perfectamente capaz de sobrevivir sin mí); así que nunca me diría realmente todo lo que yo me merecía.
               Volví a pasar los dedos por su nombre, el corazón que había dibujado y pintado a su lado, y luego, por el “tu esposita” mientras una sensación de nostalgia más potente que la gravedad del mayor agujero negro me barría.
               Justo en ese momento, un relámpago restalló en el cielo y el trueno desgarrador que hizo que me reverberaran las costillas, marcándome exactamente por donde se me habían soldado desde el accidente, me devolvió a la realidad. Nala temblaba como una hoja en mi  regazo, encogiéndose tanto que me sorprendió que no hubiera sido capaz de colarse por el hueco de mi obligo, y yo la apreté un poco más contra mí. Hacía horas que había dejado de preocuparme de si le hacía daño: la única vez que había intentado soltarla, se había puesto a gimotear tan fuerte que pensé que Valeria sería capaz de escucharla desde la cantina.
               La verdad es que había tenido una potra increíble con el tema de la tormenta, aunque había tenido un momento en el que pensé que no sería capaz de cuidar de mi pequeña hija adoptiva durante el momento más duro que le tocaría vivir en su vida. Después de hacer que todos en el campamento juraran que la protegerían con su vida, y yo amenazar con que si le pasaba algo los mataría a todos y luego me suicidaría, había accedido a, a regañadientes, dejar que Perséfone cuidara de ella mientras yo me reunía con los demás en el comedor. Dado el temporal que había y las limitaciones en su huida, muchos de los animales que estábamos cuidando en el campamento estaban inquietos, y todos los que tenían algún tipo de conocimientos en materia de veterinaria pasarían la noche en la clínica, cuidando de los animales y asegurándose de que pasaran la tormenta en las mejores condiciones posibles.
               Yo había estado que me subía por las paredes, paseándome de un lado a otro igual que un gato enjaulado. No me ayudaba pensar en la forma en que Nala le había siseado a Perséfone cuando se dio cuenta de que yo iba a dejar que se la llevara, y cada vez que me daba la vuelta para reanudar los paseos de un lado a otro que estaban poniendo histéricos a mis compañeros de voluntariado, me aseguraba de torturarme a mí mismo de la peor manera posible pasándome las manos por los arañazos que Nala me había hecho cuando trató de aferrarse a mí.
               Fjord me fulminaba con la mirada cada vez que pasaba por su lado, preparando una cena de embutidos por ser los únicos que no requerían de la electricidad que iba y venía con los embates de la tormenta; Luca, por su parte, estaba sentado en un rincón, con los ojos fijos en mí, como si estuviera esperando el momento en que me pusiera a dar gritos y revelara el gran secreto que había hecho que todos jurasen que guardarían con su vida.
               Quería estar con Nala. Quería asegurarme de que se sintiera segura. Debía de ser horrible todo por lo que estaba pasando; seguro que la tormenta era más ruidosa para ella que para nosotros; los rayos, más intensos; el temblor de los edificios por cortesía de los truenos, mucho más zozobrante.
               Deseaba también que Saab estuviera aquí. Ella sabría lo que hacer: tenía labia de sobra para convencer a Valeria de que dejar a una leoncita huérfana al amparo de los elementos sería una crueldad, justo lo que habían venido a evitar en el país, y todo eso. Se le ocurrirían mil argumentos con los que rebatir las razones que Valeria le daría para no quedarnos con ella, y Nala estaría jugando entre los pies de mis compañeros, persiguiendo alguna luz como hacían los gatos callejeros, o dejando que la achucharan todos los presentes. En cambio, mi novia estaba a miles de kilómetros, y mi ahijada, a unos pocos metros que no deberían alarmarme en comparación, pero que sin embargo eran suficientes para que yo me desesperara.
               Imagínate la chorra que pensé tener cuando Valeria anunció, tras salir un momento a hacerles una visita a los veterinarios, que en la clínica necesitaban voluntarios para ayudarles con sus tareas. Yo ya estaba saliendo por la puerta y lanzándome al vendaval antes incluso de que terminara la frase y, como resultado, Luca había tenido que venir detrás de mí, cargando con la comida que Valeria nos asignó a cada uno por si acaso la tormenta no escampaba (que fue, precisamente, lo que pasó).
               Cargando con esa comida, y con la carta de Sabrae, que no me había dado en el comedor porque no se fiaba de mi reacción, o de las noticias que pudieran venir de Londres.
               Supongo que habla mucho de mi desarrollo de personaje que aguanté hasta estar acurrucado en un rincón, con Nala encogida entre mis brazos, para romper el sello de la carta y devorarla. Y devorarla un poco más. Y luego, otro poco más. Las palabras de Sabrae habían sido lo único capaz de retenerme lo bastante para darle a Nala un poco de sensación de seguridad, y aunque ninguno de los dos había dormido nada desde que habíamos llegado al campamento la noche pasada, y tenía pinta de que la que empezaba ahora también sería así, lo cierto es que me notaba más relajado ahora que sabía que las cosas empezaban a irle bien a Saab.
               Me reafirmaba en que no la había cagado hasta el fondo rescatando a Nala, porque no tendría que dejarla con nadie que tuviera que ocuparse de ella.
               Además, en cierto sentido, sabía que quedarme lejos era el mayor favor que podía hacerle para que lo arreglara con sus padres. No me malinterpretes: todavía no me hacía gracia del todo que estuvieran con ella y yo estuviera lejos, y más sabiendo la opinión que tenían de nuestra relación, pero... Saab me había dicho que no había dicho nada en la carta sobre nuestra relación “tóxica” (entre un millón de comillas) porque quería asegurarse de que yo no me preocupara por si sus padres tenían razón, así que estaba claro que, conmigo cerca, nos tendría a mí y a mi corazón más presentes que al objetivo que perseguía con la terapia: volver a ser ella.
               Regresar de la oscuridad en la que la habían sumido y abrazar de nuevo la luz.
               Estaba reconciliándome con nuestra distancia, reescribiendo en mi cabeza nuestra historia de amor con un paréntesis al principio que sólo serviría para alargarla más, hasta el infinito y más allá; el voluntariado sería el punto y coma que dividía la frase kilométrica que componía un párrafo inmenso a la mitad, dejándote espacio para pensar y también para respirar. Me hacía gracia que me pidiera mi consentimiento para ocupar mi cama, como si no le hubiera entregado mi alma y estuviera conforme con lo que fuera que quisiera hacer con ella.
               Empecé a leerla de nuevo. Amor mío…
               -Alec, ¡apaga la luz de una puta vez!-ladró Nedjet asomándose al rincón en el que estaba encogido y acariciándole las orejitas a Nala para que estuviera tranquila-. ¡AHORRA LA PILA DE LA LINTERNA, QUE PODEMOS NECESITARLA!
               -Cómeme los huevos-gruñí por lo bajo, pero hice lo que me pedía. A fin de cuentas, la había leído las suficientes veces como para sabérmela de memoria.
               Achuché un poco más a Nala, que seguía temblando como un flan entre mis brazos, y le di un beso en la cabeza. Apoyé la mía contra la pared, me removí sobre la colchoneta en la que me había sentado para pasar la segunda noche de vendaval, y cerré los ojos.
               -Shh…-susurré cuando un nuevo trueno le arrancó un gemido angustiado a Nala-. Estás bien. Estás conmigo, preciosa. Estás a salvo.
               Nala suspiró sonoramente, y juro que noté que se relajaba un poco. Dejó de clavarme las uñas en los brazos y se encogió un poco más. Sus temblores disminuyeron, y frotó la cabeza contra la cara interna de mi brazo.
               Yo la había rescatado, pero ella me había salvado a mí. Yo siempre iba a necesitar a alguien de quien cuidar, y ahora, tenía a esta pequeñita conmigo para recordarme dónde estaba mi sitio.
               Le di un beso en la cabeza y la tapé con la manta que tenía a mis pies con la esperanza de que eso le permitiera descansar. Nala se asomó por debajo de ésta, sus ojos resplandeciendo en la oscuridad como habían hecho el día que la encontré. Volví a acariciarle las orejas y, con la vista fija en mí, poco a poco fue cerrando los ojos y relajándose hasta que, al fin, se quedó dormida. Sentí cómo perdía la conciencia con la lentitud del atardecer diluyéndose en la noche, y una sonrisa me cruzó la boca y se me quedó a vivir allí, latiendo al ritmo el corazón de colibrí de Nala.
               Cuando Perséfone se nos acercó después de lo que podía ser una hora o un minuto desde que Nedjet vino a reñirme, se inclinó para mirarla y sonrió. Luego, posó los ojos en mí y me preguntó:
               -¿Qué tal va?
               -Va a estar bien.
               Por la forma en que sonrió, supe que Pers no se refería a Nala. Y, aun así, la respuesta era la misma.
               -No sabes cómo me alegro, Al. Te lo mereces un montón.
               Le devolví la sonrisa, porque por primera vez desde que había venido a Etiopía, estaba seguro de todo: de que Perséfone lo decía en serio… y de que tenía razón. Mis chicas estarían bien.
 
 
Lo bueno de que Alec se hubiera ido es que me había roto el corazón el proceso, aunque supiera que fuera para bien y lo hubiéramos hablado una y mil veces. Y no hay nada que los corazones rotos agradezcan más que las distracciones; por eso ahora estaba sentada en uno de los sofás bajos del estudio de grabación que la discográfica de Eleanor le había reservado, oyendo sin escuchar del todo las demos que sonaban en los altavoces colocados estratégicamente en la sala de mezclas para que el sonido fuera omnipresente pero no perdiera por ello calidad.
               A mi lado estaba sentada Mimi, que miraba su móvil a intervalos cortos y regulares y contestaba a los mensajes que Trey le enviaba como si le fuera la vida en ello. Yo ni siquiera me había molestado en sacarme el móvil del bolsito que había traído para la ocasión; sabía de sobra que la única persona con la que quería hablar y que podría ayudarme a desenmarañar mis pensamientos acelerados no iba a escribirme hasta dentro de unas horas, e incluso entonces la interacción con él sería nula.
               Ojalá Alec estuviera aquí para ayudarme a planificarlo todo. Ni siquiera tenía que darme ideas: con que me acunara contra su pecho y me abrazara mientras yo intentaba elegir una de entre las miles que me pasaban por la cabeza ya sería más que suficiente.
               Tenía un ojo puesto en todo lo que pasaba en la sala de grabaciones, a pesar de que había ido tantas veces a sitios similares a éste que no había ninguna novedad destacable, más allá de la diferente decoración, en la que las paredes estaban desnudas de fotos de todos los famosos que hubieran pasado por el estudio o de retazos de las vidas de los artistas que iban creando su música allí. No había fotos de papá de joven, esbozos hechos por él pegados en la pared a modo de recuerdo, pizarras con las preferencias de los restaurantes de comida rápida de los asiduos del estudio o plantas que abarrotaran las pocas mesas que alguien había tenido la osadía de colocar aquí y allá.
               Este estudio era totalmente distinto a aquel que frecuentaba mi padre: frío, aséptico, impersonal. Perfecto para alguien que quiere labrarse su propio futuro, honrando sus raíces mientras estiraba los brazos hacia un cielo propio, cubierto de un manto de estrellas bordadas por ella misma, como era el caso de Eleanor.
               Mi amiga estaba sentada en el taburete de la zona del micrófono, completamente insonorizara, escuchando con la mirada perdida la misma demo que sonaba en los altavoces de la sala con la mesa de mezclas. Agachó la cabeza y se apartó un mechón de pelo de la cara, se mordió el labio y torció la boca. Estaba girando la silla sutilmente, concentrada en la canción que estaba sonando, un diamante en bruto que su voz podría convertir en la joya de la corona o desechar.
               Louis miraba fijamente a su hija, los brazos cruzados y las piernas separadas en una pose que prometía problemas si venías buscándolos. A pesar de todo lo que tenía en casa, había insistido en acompañar a Eleanor en sus sesiones de grabación porque sabía mejor que nadie cómo podían robarte tu visión artística si no te imponías lo suficiente. Había que luchar con fiereza para que tu voz usara tus palabras, nos había dicho; más aún cuando eras un artista que estaba empezando. Poco importaría el pedigrí de Eleanor con la discográfica con la que había firmado, la más poderosa del país y una de las mayores del mundo; la convertirían en un producto que exprimir al máximo si El daba un paso en falso.
               Por eso, precisamente, estaba Louis allí. Él había dado pasos en falso a montones; los suficientes como para reconocer arenas movedizas donde los demás sólo veríamos cemento. Había muy pocas personas con su olfato en la música, pero Eleanor, Scott, Tommy, Chad, Layla, Diana, y yo teníamos la suerte de habernos criado con ellos. Ahora más que nunca sabíamos la importancia de que uno de los integrantes de One Direction nos guiara para que no nos hicieran lo que les habían hecho a ellos, y Louis no iba a permitir que su hija mayor diera sus primeros pasos sin la persona más cualificada para aconsejarla junto a ella.
               Lo cual me daba todavía más miedo, porque sabía que necesitaría a papá para que me ayudara igual que Louis estaba haciendo con Eleanor… y que no le haría ninguna gracia lo que me proponía.
               -¿Y bien?-preguntó uno de los productores, inclinándose hacia el micrófono mientras presionaba una tecla roja que indicaba que su voz sonaría en el micro de Eleanor, así que más nos valía no estar grabando. Llevaba puesta una camiseta blanca y pantalones anchos; su compañero, al que presentaron como uno de los mejores ingenieros de sonido de país, llevaba una sudadera negra ancha, una gorra blanca con la visera hacia atrás, y vaqueros. Louis se había puesto un chándal; Eleanor, unos leggings y un jersey ancho con unas zapatillas de deporte. Mimi llevaba un vestido largo con medias negras, y yo, un jersey de punto ceñido, vaqueros todavía más ceñidos y unas botas de tacón ancho que me tendrían con los pies ardiendo mínimo tres días. Todo el mundo estaba cómodo salvo yo, que estaba en guerra. Sabía que necesitaría toda la ayuda posible para meterme a cuanto más público, mejor, en el bolsillo, y no pensaba desaprovechar la ayuda de los paparazzi que aparecían casi por generación espontánea.
               Se había acabado lo de mostrarme vulnerable y casual en la calle. Necesitaba convertirme en una diosa para lograr lo que me proponía, y todo empezaba por las apariencias.
               -Si quieres podemos…-empezó de nuevo el productor del micrófono, y Louis siseó:
               -No la agobies. Es su primer disco. Esto es importante.
               Eleanor levantó el dedo índice y se pellizcó el labio inferior, escuchando con atención. Finalmente, levantó la vista y nos miró.
               -Me gusta la base, pero la letra… no sé, no me convence.
               -Quizá podríamos cambiarla-dijo Louis-. ¿Tenemos derecho para el cambio de la letra?-les preguntó a los productores. El de la camiseta blanca se inclinó hacia su ordenador.
               -Pues… me parece que no. Cambios mínimos. ¿Qué es lo que no te gusta de la letra?
               -Todo-Eleanor se encogió de hombros-. No sé, no resuena conmigo-escuché con atención como una artista hablaba de una fiesta salvaje en la que las drogas y el alcohol eran las protagonistas. No se me ocurría nada más inoportuno que esto, pero…  Eleanor tenía razón; la parte instrumental era una pasada.
               -La base es genial-dije.
               -¿Verdad?-Eleanor se iluminó al ver que contaba con una aliada más. Había estado un poco zombie en la primera sesión de escucha, en la que ella había ido descartando demos sin piedad. Que volviera a la palestra era una buena señal.
                -Es muy de Ari en Dangerous Woman-añadí, sonriendo, y Eleanor sonrió todavía más.
               -¡Es justo lo que he pensado yo! Encajaría perfectamente como una canción extra del disco. La quiero-sentenció, clavando los ojos en los productores-. Pero no la letra. La letra, ni de coña.
               -Será por letras-respondió el de la sudadera negra-. La base podemos usarla en cualquier otra canción.
               -Bien-contestó Eleanor, quitándose un momento los auriculares, echándose el pelo hacia atrás y volviendo a colocárselos-. Creo que tiene potencial de sencillo. ¿Tú qué crees, papá?
               -La base no hace sólo al éxito, mi niña. También necesitas una letra pegadiza que todo el mundo quiera cantar.
               -No me preocupa la letra teniendo al mejor letrista de Inglaterra en la habitación-respondió, y Louis sonrió. Mimi exhaló un “auuu” enternecido, y yo me llevé una mano al pecho.
               -Me halagas, El-dije, y Eleanor se echó a reír. Louis me miró y puso los ojos en blanco, pero no se le borró la sonrisa ni cuando sacudió la cabeza, se apoyó en la pared y se cruzó de nuevo de brazos. Continuamos escuchando las demos con Eleanor, hasta que pasaron a una de ritmo rápido y alegre, muy de verano, que me recordó a CUFF IT, una de mis canciones preferidas de Beyoncé. Exhalé un gritito por lo bajo y me incliné sobre el sofá hasta quedar con el culo al borde del asiento, preparada para saltar y reclamar la canción si Eleanor no la quería. Mimi me miró, miró a su mejor amiga, me miró de nuevo, y luego, sonrió. Bajó de nuevo la vista hacia su móvil y se puso a teclear rápidamente, su sonrisa ensanchándose mientras nos miraba a ambas de reojo.
               -¡Esta me encanta!-celebró Eleanor. Tenía una temática amorosa que casaba muy bien con el momento en el que se encontraba, con su relación con mi hermano siendo de lo poco de nuestras vidas que no estaba en tela de juicio y bajo el escrutinio de absolutamente todo el mundo. La canción era divertida, juguetona y puede que hasta un poco ñoña; había una clara alegoría al sexo que, sin embargo, quedaba tan enmascarada por el tono feliz y liviano de la canción y la letra aparentemente inocente que no habría problema en que sonara en todas las radios del país. Definitivamente, era CUFF IT en versión recatada.
               Ya podía imaginarme a mi amiga cantando esto frente a miles de personas que se pondrían a dar brincos nada más oír los primeros acordes de la versión terminada, las decenas de miles de TikToks que se harían con esta música de fondo mientras se mostraban retazos de unas vacaciones paradisiacas, los vídeos virales de grupos de amigos bailando al son de…
               Se me encogió el estómago y la temperatura de la habitación se desplomó de repente. O, al menos, la habitación que yo ocupaba. Porque, mientras Eleanor sacudía la cabeza y hacía las primeras pruebas en el micrófono, todavía con la canción puesta y probando las notas que podía dar, cuáles cambiar y modificar; mientras Louis sonreía y se inclinaba sobre la mesa de mezclas y sugería cambios, mientras Mimi se movía de forma inconsciente al ritmo de la música…
               … yo me di cuenta de que había encontrado en qué centrarme para empezar. Ya tenía la voz, tenía los ritmos, tenía la inteligencia visual necesaria para ir construyendo mi personaje. Sólo me quedaban cosas que adquiriría con el tiempo: la experiencia suficiente para escribir sobre mi vida y hacer canciones como las que escribían papá o Louis, la madurez para alcanzar notas que ahora todavía se me escapaban…
               … y la disciplina para clavar las coreografías que me distinguirían del resto. No en vano, esta canción me había recordado a una de mis favoritas de Beyoncé, la artista a la que más admiraba y la mejor de todos los tiempos, PUNTO. Y Beyoncé siempre se había destacado por una cosa, aparte de por su vozarrón: por el espectáculo. Ella era espectáculo, y en parte, gracias a sus bailes y coreografías. No había nadie que le tosiera en el tema de los conciertos, y que pudiera alcanzar notas imposibles para otros justo después de hacer bailes largos y enérgicos que dejarían sin aliento a cualquiera era la prueba de que la excelencia podía alcanzarse si trabajabas lo suficientemente duro.
               No había secretos para su excelencia; el talento sin trabajo duro se quedaba en mediocridad, y yo necesitaba la excelencia para poder triunfar como pretendía si quería llevar a cabo mi plan. Era una mujer negra; me pedirían cinco veces más que a una mujer blanca, y diez veces más que a un hombre blanco. Lo que yo tenía pensado hacer, el nivel que necesitaba alcanzar para vengar a Diana, era más alto incluso de lo que habían logrado mi padre y sus compañeros de banda. Estaría a otro nivel.
               Necesitaría llegar al Olimpo, y sólo llegaría al Olimpo si me concentraba y me ponía en marcha ahora mismo. Tenía todos los medios a mi alcance gracias a mis orígenes, así que me aprovecharía de todos mis privilegios para convertirme en la mejor artista de mi familia, que era lo mínimo que me hacía falta para vengar a Diana.
               Y, ¿qué mejor manera que empezar a ser una artista completa que pidiéndole consejo a mi cuñada, que estaba sentada a mi lado y que pretendía examinarse este año para entrar en una de las escuelas más prestigiosas y exigentes del país?
               -¡Quédatela, El! Ya la estoy viendo en la cima de las listas de éxitos-la animó Mimi, y Eleanor chasqueó la lengua.
               -Mejor será que no corramos, ¿vale, Mím? Tiene potencial para serlo por sí misma; lo único que tengo que hacer es no estropearla.
               -Como si tú pudieras estropear una canción-rió Mimi, negando con la cabeza y cruzando de nuevo las piernas. Me miró con una sonrisa satisfecha y feliz, propia de una buena amiga que es consciente de lo trascendental del momento que estás viviendo. Si ella supiera…
               Abrí la boca para preguntarle si en su academia de danza había cursos intensivos a los que pudiera apuntarme, pues estábamos rayando diciembre y yo tenía años que compensar.
               -Mím, ¿crees que…?-empecé.
               -Chicas-el ingeniero de sonido se volvió-, tenéis que estar calladas para que podamos escuchar mejor lo que va a hacer Eleanor, ¿vale? Ya lo comentaremos cuando terminemos la sesión.
               Mimi me miró con curiosidad, e hizo un puchero a modo de disculpa, como si fuera culpa de ella. Yo me encogí de hombros, sacudí la cabeza, le cogí la mano y se la apreté. Me dije a mí misma que podía aprovechar para aprender más de las sesiones de grabación, tener un ojo más crítico, pensar en mejoras o diferencias que le vendrían mejor a mi voz en comparación con la de Eleanor…
               Pero los nervios empezaron a comerme. Había pasado tanto tiempo con papá cuando grababa sus canciones que sabía de sobra cuándo algo iba a salir bien, cuándo una floritura era excesiva y terminaría siendo desechada, y cómo debían mezclarse las superposiciones de la voz para hacer coros hechos de una sola persona. Había poco más que pudiera aprender de las grabaciones; en cambio, en cuanto a presencia escénica… no era lo mismo una breve coreografía simplona como las que había hecho con las chicas en el programa que lo que tendría que hacer cuando estuviera sola y estuviera luchando por mi futuro, y no por el de ellas. Una cantante en solitario tiene que hacer mucho más que una en grupo; su aguante no es el mismo, el escrutinio es infinitamente mayor, y el pedestal estaba muchísimo más alto, por lo que escalarlo me supondría un esfuerzo hercúleo. Tenía que compensar mis vicios y pulir mis defectos hasta hacerlos desaparecer.
               No tenía casi experiencia bailando, si a lo que hacía con mis amigas para divertirme en nuestras fiestas de pijamas o de fiesta se le podía llamar “bailar”. Si no, entonces, mi experiencia era nula. Mimi llevaba años preparándose para entrar en la Royal, y aunque yo confiaba plenamente en que se ganaría un puesto y cumpliría sus sueños de ser bailarina profesional y llenar los mayores teatros de todo el mundo, no tenía garantizado su ingreso en la escuela que podría abrirle todas las puertas que quería atravesar. ¿Adónde pretendía ir yo con mi inexperiencia?
               Estaba a un minuto de ponerme a morderme las uñas, una costumbre que detestaba y que no me venía nada bien dada mi nueva preocupación con mi imagen pública, cuando Eleanor dio por terminada la primera sesión de grabación de la prima de CUFF IT. No logré contener un jadeo de agradecimiento, porque el fin de la grabación suponía que podíamos volver a hablar.
               Me volví hacia Mimi, que en ese momento se levantó, se alisó la falda del vestido y se excusó para ir al baño. Como sólo había uno, tampoco tenía excusa para ir con ella, así que me quedé allí sentada, retorciéndome internamente y haciendo lo imposible por entretenerme con los pocos utensilios que tenía a mano: una libreta de cuadros arrugada, un bolígrafo de capuchón mordisqueado, una caja de caramelos de menta, y un par de botellas de agua a medio terminar. Pasé el agua a una sola botella, arrugué la vacía para que ocupara menos cuando la tirara a la papelera cuadrada que había en un rincón (lo que me granjeó tres miradas críticas de Louis y los productores por si desconcentraba a Eleanor o les hacía perder más tiempo, respectivamente), abrí el paquete de caramelos, los conté, los volví a guardar, cogí la libreta, miré los garabatos que habían hecho en ella, numeré sus hojas (por delante y por detrás) y tapé el bolígrafo. Estaba a punto de acercarme al calendario que había colgado en una pared a mirar las sesiones que Eleanor había reservado cuando se abrió la puerta del estudio y Mimi entró de nuevo.
               Esta vez, acompañada de un ruido atronador, procedente de decenas de gargantas. Mimi se puso roja como un tomate cuando todas las miradas se volvieron hacia ella, y Eleanor se quitó los auriculares y arrugó la nariz.
               -¿Qué es ese ruido?
               -Gritos-respondió Louis, asomándose a la puerta-. Debe de venir alguien.
               -¡Igual es Scott!-Eleanor esbozó una sonrisa radiante que me dio una punzada en el corazón. Así sonreía yo cuando Alec me venía a visitar; mi voz sonaba igual de ilusionada cuando alguien me preguntaba por él.
                 Jo, me encantaría que estuviera aquí. Él me habría dado la excusa perfecta para largarme al baño y poder hablar tranquilamente con Mimi, aunque luego me hubiera distraído llevándome hasta el baño y echándome un polvo que serviría para relajarme (y que quizá necesitara, la verdad, porque me estaba volviendo un poco loca con todo este tema).
               -O Zayn-respondió Louis, y Eleanor se rió.
               -Papá, deja de estar tan picado porque CTS os haya quitado el récord de más semanas en el número 1 de Billboard con el debut de un grupo británico con Just Can’t Let Her Go. Los récords están para romperse-dijo, colocándose de nuevo los cascos.
               -Yo no estoy picado-espetó Louis, muy picado, cerrando la puerta-. ¿Por qué iba a picarme? Mis dos hijos mayores llegaron al número uno con una canción desechada por mi grupo. Imagínate lo que podríamos haber hecho nosotros con ella.
               -Pésima visión empresarial por tu parte, papi.
               -Y CTS no es un grupo británico. Diana es integrante de él, y es estadounidense-abrió de nuevo la puerta y la atravesó-. Y Chad es irlandés-añadió, dando un portazo. Eleanor puso los ojos en blanco y negó con la cabeza, riéndose.
                Esta era mi oportunidad. Tenía que aprovechar que Louis nos había dejado solas para preguntarle a Mimi, o por lo menos sondearla sobre las clases de baile que pudiera tomar para orientarme lo más rápidamente posible en la dirección correcta.
               Estaba tecleando en su teléfono, ajena a mi preocupación, cuando me senté a su lado rápidamente.
               -Mím, ¿tienes un segundo?-pregunté, y ella levantó la mirada, frunció ligeramente el ceño, asintió con la cabeza y bloqueó su teléfono antes de dejarlo con la pantalla hacia abajo sobre su regazo. Arqueó las cejas, invitándome a empezar-. Verás, he estado pensando que… bueno, no sé si en tu academia habrá sitio para…
               Me daba la sensación de que los productores tenían la oreja puesta en nosotras más que la canción que estaba escuchando Eleanor, y como no quería que nadie más supiera lo que estaba tramando, no sabía cómo decírselo a Mimi de una forma despreocupada para que ella no pensara mucho en ello hasta que no pudiera organizarme bien, y, a la vez, no lo bastante como para que creyera que podía comentarlo a la ligera con Eleanor o con quien fuera. Era u n equilibrio complicado que tenía que lograr en tres, dos, uno…
               La puerta se abrió y el griterío desesperado nos arrebató el silencio y también mi oportunidad.
               -Más me vale llamar a mamá-soltó Scott a modo de saludo-. Creo que se ha muerto una chica cuando me ha visto salir del coche. Te dije que si no me dejabas afeitarme declararían una emergencia nacional-le dijo a Eleanor, dándole la vuelta a la gorra que llevaba de forma que su visera estuviera en su nuca y guiñándole un ojo a su novia.
               Y así, sin más, se fue mi oportunidad.
               -Eres un creído-rió Eleanor, negando con la cabeza y dándole un sorbo a la botella de agua que tenía en un atril junto a ella. Scott se inclinó hacia el micrófono y le dio a la tecla roja con dramatismo, como si no supiera que su novia le escuchaba.
               -Es lo que tiene ser una superestrella-se volvió y nos saludó con un hola que se vio silenciado por la contestación de Eleanor.
               -Ajá. De los segundones.
               Scott puso los ojos en blanco y negó con la cabeza. Clavó los ojos en Louis y su piercing resplandeció cuando le dedicó una sonrisa divertida.
               -Igual no va a ser bueno para su ego que venga a verla mientras graba para apoyarla, Louis. Hoy está más en modo Tomlinson que en modo mi novia.
               -Que se ponga en modo tu novia estando yo delante y sabiendo quién es tu padre es lo único que la he visto hacer mal desde que nació.
               -Oh, oh-Scott se llevó una mano al pecho-. ¿A alguien le duele que los vídeos de él saliendo del coche para entrar en este estudio de hace una hora no tengan gritos tan fuertes como los que van a tener los míos? Me sorprende que sigas rabiando con todos los años que has tenido para procesar que en mi casa levantamos más pasiones que en la tuya.
               -Y a mí me sorprende lo gilipollas que puedes llegar a ser cuando tienes lo genes de tu padre diluidos con los de tu madre. Claro que tu madre tampoco podía aportar mucho de inteligencia en la ecuación, si dejó que tu padre la preñara cuatro veces.
               -Tres. Recuerda que a mí me pidieron por Internet-bromeé, y Mimi me miró con ojos como platos, pero me daba igual. Ahora que estaba intentando normalizar el hablar de mi adopción, me salían comentarios de este estilo cada dos por tres. Y dolían sorprendentemente poco.
               -Sí, a Aliexpress. Así nos saliste.
               -¿No te estabas peleando de broma con Louis?
               -Yo no me estaba peleando de broma-dijo Louis.
               -Puedo con los dos-se chuleó Scott.
               -Eso es porque la que le gana está en otra habitación-rió Eleanor, y Scott la miró y puso los ojos en blanco.
               -A veces te odio, ¿lo sabías, mi amor?
               -Me pareció bastante evidente cuando te hice quedar segundo-Eleanor le sacó la lengua y Scott bufó. Miró a Louis con gesto cansado y apretó los labios.
               -¿Tenías que haberla hecho guapa e insoportable?
               -De lo contrario, no habrías tenido ninguna posibilidad con ella, chaval-Louis le dio una palmada en el hombro y dejó la mano allí-. Bueno, dime, ¿a qué debemos tu visita?
               -¿Es que no puedo venir a ver a mi chica mientras hace historia?
               -Quieres pasar a grabar un poco, ¿a que sí?-sugirió Eleanor, y Scott se coló por debajo del brazo de Louis.
               -Si insistes.
               -¡Quieto parao’! Tiene la agenda mucho más apretada que tú, así que nada de hacer el tonto. Siéntate ahí y estate quietecito, ¿entendido?-Louis cogió a Scott del codo y lo arrastró hacia el sofá, con nosotras.
               -Pero, ¡papá! ¿Y si quiero tener una colaboración en mi primer disco?
               -Te conseguiremos a alguien mejor; cualquier cosa para mi princesita.
               -¡Joder!-bramó Scott, incorporándose-. ¿¡Vais a hacer una sesión de espiritismo con Michael Jackson!? Ojalá hubiera cargado mi móvil antes de salir de casa.
               -Es increíble que quepamos todos dentro de esta habitación en la que también está tu ego si te piensas en serio que el único mejor que tú es Michael Jackson-respondí, empujándolo con una pierna.
               -Es que veo más fácil que consigan un médium para que Michael cante con Eleanor a que Louis haya logrado que Ariana Grande le coja el teléfono.
               -¿¡Estás intentando conseguirme a Ari, papá!?-chilló Eleanor, entusiasmada. Mimi miraba a cada uno como un lémur entusiasmado con un partido de tenis.
               Louis suspiró.
               -Si tú quieres…
               -¡Claro que quiero! ¡La adoro! ¡Es la mejor voz de su generación!
               -Ya le pongo yo un tweet, tranquis-Scott sacó su teléfono y le dio una palmada en la espalda a Louis-. Relaja, suegri, que ya no tienes edad para este estrés.
               Louis lo fulminó con la mirada mientras Scott lo ignoraba deliberadamente, y luego miró a su hija.
               -No tienes idea de las ganas que tengo de que te dé por hacer películas y te enrolles con algún actor para que dejes colgado a este fantasma-dijo, y Mimi y yo nos reímos, aunque a mí me dio un pellizco en el corazón al pensar en lo improbable que era que Alec y papá se llevaran tan bien de nuevo como para hacer bromas así. Con lo que Al se merecía que le tomaran el pelo de esa forma, porque sólo así se sabe que eres parte esencial de una familia…
               -Deja de hacerte el duro, Louis, si los nietos que yo te dé van a ser tus preferidos, lo sabemos los dos. Sobre todo porque los de Tommy van a ser feos como burros, los pobres. Me voy a tener que esmerar mucho para que no les hagan bullying en el cole-añadió, de vuelta sus ojos a la pantalla de su móvil.
               -Deja a Tommy en paz, S. Con lo que está pasando y lo mucho que se está esforzando en cuidar de Diana, por lo menos se merece que no te metas con él-le riñó Eleanor.
               -Si no lo hago cuando estoy con él-abrió las manos-, pero es que me está costando mucho. Necesito desfogar. Me va a terminar dando un ictus, ya lo veréis.
               -Ya veréis cuando os toque trabajar con él-les dijo Louis a los productores.
               -¡Pero si soy un amor! ¡Trabajador, humilde e increíblemente con los pies en la tierra para la cara que tengo!
               -Eres la mayor diva que ha pisado este país, Scott.
               -¿Lo dice Doña Acuérdate De Que Quedé Primera Cuando Tú Quedaste Segundo?
               -Deja de fingir que no te encanta.
               -Como todo lo que tú haces, pero no es de eso de lo que estamos hablando ahora-sentenció mi hermano, guardándose el móvil en el bolsillo trasero del pantalón y metiéndose las manos en los bolsillos delanteros. Eleanor sonrió y le pidió que se sentara.
               -Enseguida acabamos.
               Scott rió entre dientes y me miró.
               -Fijo que es algo que Alec te tiene muy acostumbrada a escuchar.
               Mimi también se rió entre dientes y negó con la cabeza; yo le hice un corte de manga, intentando no pensar en lo que implicaba que Scott estuviera tan graciosillo.
               Tommy debía de estar muy mal en casa, y necesitaría desesperadamente alguien que le levantara el ánimo. Y Tommy sólo estaría muy mal porque Diana se habría puesto peor.
 
 
 
-Vale, a ver-dijo Jordan, apartándome el saco de boxeo de delante y parando uno de mis golpes más potentes con las dos manos, desviando mi puño cerrado para que no le diera ni en el pecho ni en el costado cuando no pude parar a tiempo. La inercia que llevaba me habría lanzado hacia delante de no ser por la fuerza con la que Jor me sujetó en el sitio para que no me cayera-. Sé que se supone que tenemos que darle al saco con todo lo que tenemos para cansarnos, pero tú lo estás golpeando como si te fuera la vida en ello. ¿Es que te ha hecho algo este saco en particular, Sabrae?-inquirió, y yo exhalé un bufido que hizo que me doliera todo el cuerpo.
               Estaba reventada, chorreando sudor y con la cara entera ardiendo. Creo que tenía el mismo aspecto rabioso por fuera que como me sentía por dentro: después de que Scott llegara al estudio de grabación, Mimi y yo no nos habíamos vuelto a quedar solas, así que me había resultado imposible hablar con ella sobre la posibilidad de unirme a su academia de baile. En algún momento entre demo y demo me había convencido a mí misma de que su academia  era la mejor de todo Londres, y por tanto la única que podía ayudarme, así que se me estaba haciendo muy cuesta arriba el aguantar sin irme corriendo a pedirle que me enchufara.
               Era como si toda mi misión dependiera de que entrara en esa puñetera academia. Nada más me bastaría, pero sabía de sobra que estaba comportándome de una forma completamente irracional y, quizá, algo exagerada. Supongo que la sensación de impotencia por todo lo que había sufrido Diana, y todavía estaba pasando, era lo que alimentaba mi locura como la gasolina a un incendio forestal.
               El padre de Mimi había venido a buscarnos para llevarnos de vuelta a casa, y allí nos habíamos encontrado con que Jordan nos esperaba para acompañarnos hasta la academia y el gimnasio, respectivamente. Era como un plan maligno del universo en el que ella y yo no coincidiríamos nunca sin carabina, lo cual resultaba increíblemente frustrante.
               Creo que también me había enfadado un poco con Jordan por su paciencia y su predisposición a estar ahí para mí cuando yo necesitaba que me dieran un poco de espacio; claro que tampoco es que Jor supiera nada de mi plan si me había cuidado muy mucho de no contárselo a nadie ni de dar indicios de lo que me proponía. A las que más información les había dado había sido a mis amigas, e incluso a ellas todavía no les había contado hasta dónde pretendía llegar. Lo había disfrazado todo de unas ganas de volver a ponerme en forma y distraerme planeando actuaciones y números musicales que pronto descubrirían que no estaban destinados a la función de Navidad o de fin de curso, sino a una un pelín más multitudinaria. Por supuesto, no se habían tragado del todo mi repentino interés por el grupo de teatro del instituto al que yo estaba reticente con entrar porque lo dirigía Louis, pero eran buenas, me querían, y me darían el espacio que yo necesitaba para poner en orden mis ideas y finalmente atreverme a contarles qué estaba tramando.
                Cuando les había dicho a las chicas que finalmente volvería a hacer kick tras mis reticencias por lo mucho que me recordaba el boxeo a Alec, todas me habían mirado con escepticismo.
               -¿Seguro que es una buena idea, Saab? Alec acaba de estar aquí y ya tienes bastante que te desestabilice como para añadir una cosa más a la lista-me había dicho Taïssa, que sería la que más disfrutaría de mi compañía (o la sufriría, según se mire) si de verdad volvía a subirme al ring. Asentí con la cabeza.
               -Sí. Me gusta el kick boxing, y me sienta bien. Tenemos que volver a hacer ejercicio; no voy a quedarme todo el rato metida en casa por miedo al mundo, o me pondré gorda.
               Para mí había sido también una cura de humildad lo mucho que me había costado seguirle el ritmo a Alec cuando follábamos, no sólo por lo mucho que había mejorado la condición física de él, sino por la forma catastrófica en que se había deteriorado la mía. Cuando volví al gimnasio después de saber cuál sería mi primer paso, lo hice con un nuevo propósito: tenía que recuperar mi cuerpo de antes, pues sólo aquel me permitiría cantar y bailar como debía hacerlo para coronarme. Necesitaba unos pulmones fuertes; tampoco descartaba apuntarme a natación si me quedaba algo de tiempo, pero tenía tanta rabia encima que necesitaba descargarme con un juego un poco más violento.
                -Si quieres, te acompañamos. Me sé de uno que fijo que la tiene gorda-había ronroneado Momo.
               -¡Amoke!
               Mi amiga había aprovechado la oportunidad y se había presentado en el gimnasio acompañando a Taïs, presta a “darle una oportunidad al boxeo, a ver qué tal se le daba” y con ninguna intención de hacer nada más que sacarse un par de fotos con su conjuntito de Puma nuevo en el espejo del gimnasio, y luego sentarse con la espada apoyada en la pared a mirar descaradísimamente a Jordan mientras él entrenaba. Juraría que incluso le había grabado un par de vídeos, pero, ¿sabes? Desisto. No podía ocuparme de ella ahora mismo.
               Bastante tenía con no escupir fuego por la boca.
               -¿A qué te refieres? Estoy dándole como siempre.
               Jordan alzó una ceja de una forma que me recordó tanto a Alec que me dolió.
               -Ya. Que no lo hayas desatornillado de su soporte como uno que los dos nos sabemos solamente porque yo lo estaba sujetando es tu forma de “darle como siempre”, ¿verdad?-me pinchó, y yo puse los ojos en blanco.
               -Hace mucho que no le doy al saco y quería ponerme al día.
               -Pues relaja un poco, nena, o terminarás lesionándote.
               Me reí desde lo más profundo de mi garganta.
               -¿Nena? ¿Te ha dado permiso Alec para que me llames así?
               -¿Te vas a chivar?-ronroneó Jordan, inclinándose hacia mí desde su nada desdeñable altura y golpeándome con su aliento en la cara. Sonrió con maldad, y a mí me dieron ganas de estrangularlo. Se parecía al Alec antes de que yo me acostara con él, el Alec que yo no soportaba.
               Tanta testosterona no le sentaba bien. Pude ver que Amoke no estaba en absoluto de acuerdo conmigo por la forma en que lo miraba con la boca abierta, comiéndoselo con los ojos de una forma que no debería ser legal. Mientras Taïs le daba a las peras de la pared, Jor había estado con los sacos más pesados, y sólo había venido a cuidarme cuando se había dado cuenta de que puede que yo estuviera un pelín entusiasmada con el tema de desquitarme con el saco.
               Levanté la vista y miré los anclajes, que parecían igual que siempre. Sabía que era un exagerado, pero sólo por si acaso.
                Tampoco me sorprendería echar el gimnasio abajo; desde luego, por falta de ganas no sería.
               -Sujétame el saco si quieres o si no, quita. Pero déjame que entrene. Estoy bastante pillada de tiempo-le di un empujón que tuvo la amabilidad de seguir dando un paso a un lado. Soltó el saco para que volviera hacia mí, y yo lo detuve con las dos manos. Rió por lo bajo cuando me hizo retroceder y negó con la cabeza, colocándose de nuevo tras el saco para aguantármelo y medir la fuerza de mis golpes. Seguí dándole y dándole, concentrada en que pasara el tiempo lo más rápido posible, mientras Taïssa empezaba con los ejercicios de pierna con los que más me valía ponerme pronto.
               -A ti te pasa algo-volvió a la carga él, y yo gruñí de frustración.
               -¿Es que no puedo darle más fuerte? ¿Tengo que darle siempre como si fuera una princesita?
               -Te vas a hacer daño, y paso de aguantar a Alec cuando vuelva y se entere de que te has lesionado bajo mi guardia, así que ya estás bajando el ritmo o le digo a Sergei que te revoque el carnet de socia.
               -Hay más gimnasios en la zona.
               -Sí, ya. Como si fueras a apuntarte a otro. Alec me dijo que te cuidara, y eso es justo lo que voy a hacer.
               -¿Me vas a cuidar dejando que me dé colesterol o algo así por lo mucho que estoy engordando?
               Jordan me apartó el saco de delante y frunció el ceño con compasión, justo lo que yo no necesitaba.
               -Saab, ¿lo dices de verdad?
               -Mira, pude que esté un pelín enfadada y tal, no te lo niego. Tengo mucho en la cabeza, y darle al saco está haciendo que no me vuelva loca. Simplemente… no sé. Sé permisivo, por esta vez.
               -¿Quieres que hablemos?-preguntó, y yo me reí.
               -A ver, Jor. Voy al psicólogo más de lo que debería para todo lo que estoy comiendo por culpa de la ansiedad, así que hablar es justo lo que peor me viene ahora mismo.
               -Quizá no hables lo suficiente si te está dando por comer. O quizá no hables de lo que tienes que hablar-replicó, y yo puse los ojos en blanco.
               -¿Y quieres que lo hable contigo?
               -Quiero que lo hables con alguien, con quien sea, para que no te comportes como lo hacía Alec cuando se acercaban las Navidades y sabía que vería a su hermano hablar con su madre como si no la hubiera rechazado por irse con su familia paterna. Con verlo a él ya he tenido suficiente para toda la vida; no necesito que lo hagas tú también.
                -¿Y si no es hablar lo que necesito?-repliqué sin achantarme-. ¿Mm? ¿Y si es otra cosa? Dime, ¿estás lo bastante descansado de follarte a Zoe para hacérmelo también a mí?
               Taïssa se quedó quieta. Momo abrió muchísimo los ojos. Jordan se rió entre dientes, negó con la cabeza, susurró un suave y cansado “vale” y soltó el saco.
               -Como quieras-espetó, empujando el saco a un lado y alejándose en dirección a la puerta de los vestuarios. Sentí que el cielo debajo de mis pies desaparecía cuando lo vi darme la espalda, y recordé todo lo que habíamos hablado cuando se marchó Alec, cómo yo no me había convertido en una carga para él, sino alguien con quien aplacar su añoranza.
               A veces se me olvidaba que Alec no vivía en un compartimento de mi casa al que sólo yo tenía acceso, sino que tenía su propia vida, gente que le quería y que le echaba de menos igual que lo hacía yo. Y, de todos ellos, el que más notaba su ausencia era Jordan, que había pasado de tener a su mejor amigo frente a su casa a no saber de él más que lo que yo le contaba de las cartas que recibía una vez cada quince días.
               Había perdido a su mejor amigo, y buscaba consuelo en los brazos de Zoe, que tampoco le quería como lo hacía Alec, y quizá nunca lo hiciera. Yo era lo más parecido que tenía a su vida de antes, y la misión que le había encargado Alec de cuidarme era tanto por la tranquilidad de mi chico como por saber que estaría entretenido con alguien que lo trataría bien.
               O que debería tratarlo bien. Jor era súper importante para Alec, y, además, también era un amigo excepcional, y una bellísima persona. Quizá fuera el más inocente de los amigos de Alec, con permiso, por supuesto, de Logan, que no debía de haber roto un plato en su vida; lo estaba pasando mal, estaba haciendo lo que podía conmigo, y yo no se lo estaba poniendo fácil.
               Le habían rechazado en la universidad y, en vez de revolcarse en su propia miseria, se había puesto a entrenar para poder alcanzar su sueño de ser piloto de aviación ingresando en el ejército. Bastantes piedras le habían puesto en el camino como para que yo decidiera no colaborar.
                -Jor. Jor, ¡espera! Chicas, vigiladnos las cosas-les pedí a mis amigas, que asintieron con la cabeza sin decir nada-. ¡Jor! Perdona. No lo decía en serio. Venga, Jor, por favor. Vamos a hablarlo, ¿vale? He sido una insensible, y…
               Pero él no me hacía ni caso. Salió de la sala de entrenamientos, se quitó la camiseta por la cabeza y se dirigió hacia el vestuario haciendo como que no me oía.
               -¡Jordan, para! No debería haberte dicho eso, yo…
               Me miró por encima del hombro cuando abrió la puerta del vestuario, fulminándome con la mirada de un modo que habría hecho detenerse a cualquiera.
               Pero no a mí. Después de todo, yo le había dedicado miradas peores a Alec, y él había insistido hasta conseguir arreglar lo que fuera que me hubiera molestado. Le debía esto tanto como se lo debía a Jordan.
               De modo que entré en el vestuario masculino y procuré hacer visión de túnel, enfocándome sólo en Jordan. Noté que me ponía roja como un tomate, pero yo no controlaba las respuestas involuntarias de mi cuerpo; sí mi lengua y mis ojos, que no despegué de Jordan. Sabía lo que venía a continuación, y aunque me daba una rabia increíble, si Jor se había metido en los vestuarios para ver si no le valoraba lo bastante como para seguirlo y ponerme en una situación incómoda, se llevaría una sorpresa.
               -Jor, por favor. Lo siento. Vamos a…
               -¡Uuuuuuuuuuuuh! Pero bueno, ¿y este bombón que te acompaña, tío? ¿Nos traes un regalito?-silbó uno a mi espalda, y Jordan se detuvo y lo miró.
               -¡Pequeña y morena, como a mí me gusta!
               -¡Guapa! Si él no te da bola, ¡aquí tienes dos para lamer!
               -¡Quítate el top y enséñanos las tetas!
               Me quedé allí, intentando no oír las cerdadas que me gritaban ni hacerme más pequeñita de lo que ya me sentía, o ponerme a temblar de la rabia que me daba saber que contestar como me gustaría no era una opción. Ni siquiera me atrevía a apartar la mirada de Jordan para contarlos, porque sabía que eran de sobra para hacerme lo que quisieran si se lo proponían.
               -Vaya suerte si tienes una lo bastante guarra para meterse contigo en el vestuario, macho. Cuando acabes con ella, ¿me la dejas un rato?
               Eso pareció aplacar un poco lo enfadado que Jordan estaba conmigo; como despertando de un trance, apartó los ojos de mí, los clavó en un punto en mi espalda, me rodeó y fue derecho a un tío de no menos de 30 años que estaba desanudándose el cordón de los pantalones. Hubo jaleos ante la inminente pelea, que enmudecieron cuando Jordan le arreó sin contemplaciones un puñetazo en la nariz que lo tiró al suelo y lo dejó inconsciente.
               Y ni siquiera se sacudió el puño cuando se giró y anunció en voz alta:
               -Al próximo que le diga algo, le atravieso el cráneo con el esternón, ¿estamos?
               Jor no esperó por los murmullos de asentimiento, sino que se acercó a mí, me cogió la mano y me sacó del vestuario con un autoritario “vamos”. A mí me costaba respirar. ¿De verdad acababa de pasarme lo que…?
               ¿Y Jor me había defendido como…?
               Creo que me había puesto un poco cachonda. Genial. Ahora me ponía cachonda el mejor amigo de mi novio, justo lo que me faltaba.
               Quizá sí que estuviera tan tensa que necesitara desesperadamente un polvo, así que más me valía cargar mi vibrador. Y sabía lo jodido que era estar pensando en eso después de que una manada de tíos me acosara sexualmente como lo habían hecho aquellos imbéciles, pero la forma en que me había defendido Jordan, sin pensárselo dos veces ni darle importancia, le daba a todo un sentido de irrealidad que me hacía sentir segura como cuando estaba con Alec. Ahora sabía que estando con uno de los dos no me pasaría nada malo.
               Jor me llevó a los vestuarios mixtos, en los que nunca había nadie, y me sentó en uno de los bancos largos que había pegados a cada pared.
                -¿Estás bien?
               Asentí con la cabeza mientras lo miraba como un corderito degollado.
               -No vuelvas a hacer algo así nunca, Sabrae, ¿me oyes?-cuando asentí, me cogió por los hombros-. Respóndeme con palabras.
               -No lo haré, lo prometo. Y lo siento, de verdad. No pretendía decirte esa gilipollez. Ha sido un golpe bajo y…
               -¿Qué? No. Me refiero a seguirme a los vestuarios. Mira, a Alec le encantará darse de hostias por ti porque, por mucho que tú finjas que no, en el fondo también te encanta ese lado machista y posesivo que tenemos todos los tíos y nos hace defenderos con violencia porque sabemos que eso os vuelve locas y os pone cachondísimas, y también porque podemos-bueno, eso explicaría mi vergonzoso pico hormonal-; pero yo preferiría no tener que pelearme con cada tío de este gimnasio porque tú decidas ignorar los límites de las zonas que puedes transitar, sobre todo considerando cuánto tiempo me estoy pasando aquí últimamente.
                Me relamí los labios y asentí con la cabeza.
               -Creía que me estabas poniendo a prueba para ver si me quedaba y no te seguía.
               Jordan se relamió los suyos e inhaló profundamente por la nariz.
               -No me apetecía tenerte cerca en ese momento.
               -Lo siento de verdad. No pretendía… sabes cómo me pongo a veces. Tengo una lengua de víbora que a veces no soy capaz de controlar. Seguramente Alec te lo haya contado…
               -Sí-me cortó-. Alec habla tanto de ti que se podría decir que tengo un Máster en Sabrae. Lo que no sé es si lo que me has dicho es porque él te ha contado lo mucho que me acompleja lo poco que he follado en comparación con él, o has acertado de pura potra.
               Noté que el color me abandonaba las mejillas y le cogí la mano, que, para su crédito, no me apartó.
               -Lo siento mucho, Jor. De verdad. No tenía ni idea… Alec no sabe nada de eso. Si lo supiera, no te tomaría el pelo tanto como lo hace. Sólo lo hace porque piensa que no te duele, y porque te quiere mucho, y es una forma de quitarle el hierro al asunto para él.
               -Ya, bueno… normalmente no me preocupaba, pero cuando la chica por la que te has pillado se ha follado antes a tu mejor amigo, que es básicamente el fuckboy oficial de Londres y por la que todas las tías se pegaban cuando salíais de fiesta, no puedes evitar preguntarte si te compara con él y vas a salir perdiendo-inhaló profundamente y suspiró más profundamente aún, la cabeza gacha. Chasqueó la lengua, sacudió la cabeza y suspiró-. Así que, sí. Supongo que es un tema sensible para mí.
               -Seguro que a Zoe le gusta muchísimo más cómo follas tú que cómo folla Alec-respondí, poniéndole una mano en el brazo, y Jordan rió por lo bajo.
               -Ya. Lo dices por consolarme, pero buen intento.
               -Es en serio. Yo dudo que…
               -Por favor, Sabrae-Jordan puso los ojos en blanco-, no me vengas ahora con que no eres una diosa del sexo o algo así, o que de verdad crees que hay alguien que te supere en eso a ojos de Alec, porque, según lo que él cuenta, es como si lo tuvieras de oro.
               Me noté sonreír a pesar de mis nervios y mi dolor.
               -¿Te contó lo que nos pasó en Grecia?
               -¿Os pasó algo en Grecia?-Jordan frunció el ceño y yo asentí.
               -Las chicas de allí no me aceptaban porque pensaban que le había robado a Alec a Perséfone. Me hicieron creer que habían sido novios, y que yo me había metido en medio, o algo así. Le dieron mucha más importancia a lo que había entre los dos de la que tenía, pero yo… me preocupé mucho. A día de hoy, una parte de mí todavía lo hace. Y no podría soportar que Alec hiciera algo con Perséfone. Creo que podría perdonárselo con cualquier chica, salvo con ella. No estoy segura de dónde están mis límites, y tampoco quiero descubrirlo nunca.
               Jordan parpadeó.
               -Alec sólo se follaba a Perséfone. A ti te quiere.
               -A ella también la quiere.
               -Vale, pero él está enamorado de ti, Sabrae.
               -Pues entonces tú tampoco tienes que preocuparte por él y Zoe. Yo vi el momento en que os visteis por primera vez, y te aseguro que a Zoe se le olvidó Alec en el momento en que te vio.
               -¿Por eso se folló a Tommy y Scott después de conocerme?-preguntó, y yo hice una mueca y me apoyé en su hombro. Le di un beso en el brazo que me supo muy salado y se lo acaricié.
                -Deberías hablarlo con ella.
               -Me aterra lo que pueda decirme porque no tengo ni idea de por dónde me va a salir. En ese sentido, tú y Alec me dais una envidia de la hostia, porque incluso cuando os sois sinceros sabéis que no os vais a hacer daño. Los dos tenéis muy claro que sois la prioridad del otro.
               -¿Por eso no te molesta que Amoke flirtee tan agresivamente contigo?-pregunté, y Jordan me guiñó el ojo y me señaló con una mano en forma de pistola.
               -Premio.
               -Vamos, que no es porque te guste mi mejor amiga.
               -¿Ahora eres la que se va a enfadar conmigo? Ni hablar.
               -Sólo quiero saber en qué términos estáis.
               -Nos estamos conociendo.
               -¿Zoe y tú o Amoke y tú?
               -¿Ambas?-preguntó, esbozando una sonrisa inocente, y yo me reí y negué con la cabeza.
               -Siento haber tocado fibra sensible. Te prometo que no era mi intención.
               -¿Sabes lo peor? Que nunca lo es y siempre lo consigues. Siempre sabes exactamente dónde dar para que duela más. Es algo que me acojona un montón de ti, Saab, porque como un día Alec y tú os pongáis de malas, tienes un don para hacer daño que, sumado a lo bien que lo conoces, puede destrozarlo. No dejarás pedacitos que los demás podamos recoger y juntar.
               -No tengo intención de ponerme nunca de malas con él, ni de usar mi don de la maldad con mi novio, Jor. Estate tranquilo.
               Jordan se mordió la cara interna de la mejilla, pensativo, y se pasó la lengua por los labios. Entrelazó y desentrelazó los dedos extendidos de las manos varias veces, hasta que finalmente asintió con la cabeza.
               -Lo siento de verdad-repetí, y Jordan asintió con la cabeza.
               -Lo sé. Ha sido bastante impresionante cómo te has metido en el vestuario y has aguantado sin rechistar las burradas que te decían.
               -Me ha costado, no te creas.
               -No sabía que habría tanta gente. Ni que vendrías detrás de mí. Yo también lo siento.
               -No pasa nada. Me lo merezco. Más o menos. Como tú bien dices, puedo ser muy mala cuando me lo propongo, así que un escarmiento de vez en cuando…
               -Creo que estás acomodándote peligrosamente a la violencia sexual, Sabrae-dijo, atravesándome con los ojos-. Primero, drogarte para dejar que otro abuse de ti.
               -Sería una violación, en realidad, pero… sí. Entiendo lo que dices.
               -Y ahora esto. ¿Qué va a ser lo siguiente?
               -No va a haber nada siguiente.
               -Vale-hizo una pausa, todavía con los ojos fijos en mí, como sopesando qué decía a continuación, y entonces, finalmente se animó-. ¿Qué pasa ahí dentro?-preguntó, dándome un toquecito en la sien-. Puede que no reconozca tus gemidos, pero te conozco lo bastante como para saber que estás tramando algo. Nunca te había visto tan rabiosa.
               -No estoy rabiosa por nada-mentí, girando la cabeza hasta que me chasqueó el cuello y un poco de la tensión acumulada en las cervicales se me liberó-. Uf.
               -Ya. Y voy yo, y me lo trago. ¿Tengo pinta de medir metro ochenta y siete, tener el pelo castaño, la piel pálida y una facilidad innata para decir la mayor chorrada que haya visto nunca la humanidad? Puede que ese truquito funcione con él, pero no conmigo.
               -Se te ha olvidado lo del pollón y follar que te mueres, así que es evidente que no estás hablando de Alec. ¿De quién, entonces?-pregunté, y casi podía escucharlo a mi lado, jaleándome, silbándome y festejando a gritos “¡sí, señor! ¡Ésa es mi chica!”.
               Jordan rió por lo bajo y negó con la cabeza.
               -Puede que con él funcionen tus truquitos, pero no conmigo. Tengo ojos en la cara, así que he podido ver que hay algo que te tiene… alterada-decidió inclinarse por la vía diplomática, lo cual le agradecí, aunque sabía que no me lo merecía-. ¿Me lo quieres contar?
               -No es nada-ante su ceja alzada, suspiré-. No puedo contártelo porque no quiero que nadie lo sepa todavía-y, al ver que abría los ojos como platos, pero trataba de mantener un semblante serio, añadí-: y no es que esté embarazada.
               Jordan me escrutó largo y tendido, decidiendo si mentía, y cuando yo le sostuve la mirada con determinación, conseguí convencerlo de que era verdad. No había ningún bebé en camino, y tampoco tenía pensado revelarle mis planes. Nos conocíamos lo bastante bien para saber que él se lo diría a Alec si yo no quería decírselo a nadie, porque supondría que sabía que nadie querría que lo hiciera; y que yo lo contaría a su debido tiempo una vez estuviera lista, fuera lo que fuera que me pasaba.
               Finalmente, me cogió la mano, me dio un apretón suave y asintió con la cabeza.
               -Sabes que puedes contar conmigo, ¿no, Saab?
               -Claro.
               -Vale-se levantó-. Cuenta conmigo antes de saltar por el precipicio-me pidió, tendiéndome la mano, que yo acepté con una sonrisa.
               Regresamos a la sala de los sacos, pero después de la pausa y de haberme sentado yo me di cuenta de lo increíblemente cansada que estaba, así que decidí que por hoy estaba bien. Fuimos a los vestuarios (cada uno al suyo, y Jordan consiguió ducharse sin que lo mataran), nos cambiamos de ropa, y después de un rápido mensaje a mis padres avisándoles de que iba a pasar la noche en casa de los Tomlinson, le di una muy grata sorpresa a Annie, que no contaba conmigo para ese día.
               -¿Hay hueco para una más en la mesa?-pregunté.
               -¡Faltaría más!
               Dylan colocó un plato más para mí en la mesa del comedor, y pude cenar tranquila con mi familia política gracias a que sabía que pronto tendría un momento a solas con Mimi. La sesión intensa de boxeo me permitió dar buena cuenta de los filetes con verduras que Annie había preparado para la cena, y no me resistí demasiado cuando me invitó a repetir el postre de tarta de queso.
               Estaba tan cansada del día y tan ansiosa por empezar el siguiente y tener un momento a solas con Mimi que me excusé de la sesión de televisión nocturna después de recoger los platos y subí directamente las escaleras en dirección a la habitación de Alec. Me senté en el suelo, frente al espejo, y me cepillé el pelo para recogérmelo en dos trenzas en lo que llevaba toda la vida considerando mi peinado de ir a la guerra. Confiaba en que mi presencia en la habitación de su hermano bastaría para atraerla, y al poco, Mimi apareció en la puerta con Trufas en un brazo y su portátil bajo el otro.
               -¿Vemos una serie antes de dormir?
               -Venga. Pero, ¿te has echado alguna crema con aroma?
               -Sí, pero ahora me fumigo con su colonia-me prometió, cambiándose por una camiseta blanca de Alec que usaba a modo de pijama. Abrió el cajón de la mesita de noche, cogió el bote de colonia y nos fumigó a las dos con él. Cualquier excusa era buena para tener un poco más de Alec con nosotras.
               Me senté en la cama con las piernas cruzadas y la funda nórdica enrollada a mi alrededor; Trufas se acomodó en el hueco entre mis piernas, se levantó sobre sus patas traseras y me olfateó, como asegurándose de que, efectivamente, era yo. Cerró los ojos cuando le pasé las manos por la cabeza, justo sobre las orejas, y exhaló un suspiro de satisfacción.
               Mimi se sentó al borde de la cama con la vista fija en el cajón abierto. Mientras ella estiraba el brazo, yo empujé a Trufas por mi pecho para darle un beso en la naricita.
               Mimi cogió algo del interior del cajón de Alec, y cuando la miré, nada podría haberme sorprendido más: tenía en la mano la caja de preservativos que él siempre dejaba bien a mano, por si acaso surgía la oportunidad de que los usáramos.
               -¿Mím? ¿Qué serie quieres que veamos?
               Creo que nunca la había visto con nada con una mínima connotación sexual cerca, ya no digamos cogiéndolo por su propia voluntad, pero fuera lo que fuera que alimentara su curiosidad, sabía que teníamos la suficiente confianza, y yo bastante experiencia, como para que me preguntara y yo le resolviera todas las dudas.
               -Tengo que contarte una cosa-dijo Mimi en voz tan baja que me costó escucharla. Lanzó una mirada hacia la puerta, como cerciorándose de que la había cerrado, y yo cerré la tapa del portátil con la cabeza a mil por hora.
               ¿Le habría pasado algo con Trey? ¿Se habrían peleado? Parecía tan centrada en sus mensajes que cualquiera diría que las cosas les iban mal, pero nunca se sabía.
               Aparté el portátil a un lado y me quité a Trufas del regazo, lo cual no le gustó nada al conejo, pues se tiró de la cama y se puso a pasearse por la habitación con pereza, casi como si refunfuñara.
               -¿Qué pasa, Mimi?
               Mimi se volvió hacia mí. Todavía tenía los preservativos en la mano.
               -Prométeme que no le dirás nada a nadie.
               -Lo prometo—salvo a la Policía, pensé para mis adentros mientras me cruzaba de brazos mentalmente. Una nunca sabe cuándo tendrá que poner una denuncia.
               -Y que no me juzgarás.
               Ay, Dios. Si le había pasado algo, Trey había calculado muy, pero que muy mal pensando que Alec estaba lejos y no le haría nada. Yo podía ser incluso peor que él, y tenía toda la rabia de mi sexo envalentonándome.
                -Mimi, me estás asustando. ¿Qué te pasa?
               -Prométemelo, Saab.
               -Te lo prometo. No te juzgaré. Nunca lo hago-le recordé, porque incluso aunque no pudiéramos ser más distintas, la quería muchísimo, y sentía un profundo respeto y admiración por su inocencia y su dulzura. Me parecían toda una declaración de intenciones en un mundo que se esforzaba por corromperte y amargarte; hacía falta una valentía inmensa para mostrarte vulnerable allí donde todos íbamos con máscaras para fingir ser fuertes.
               Mimi se relamió los labios, asintió con la cabeza y tomó aire lentamente.
               -La opinión que tienes de mí es muy importante para mí.
               -Y la que tú tienes de mí. Y es muy buena.
               -Gracias. La mía también. No quiero que cambie. Y somos amigas-añadió tras una pausa, dubitativa-. Hermanas-puntualizó, y yo sonreí-. Puedes contarme lo que quieras.
               -Lo mismo te digo.
               -Lo sé-respondió con timidez, y se puso colorada. Roja, roja, roja como un tomate-. Trey me gusta mucho.
               Se me encogió el estómago.
               -Ya me imagino. Estáis saliendo, ¿no?-me obligué a sonreír, y ella asintió y soltó una risita.
               -Sí. Ya sabes que llevamos muy poco-murmuró, y recogió a Trufas del suelo para ponérselo en el regazo.
               -Bueno, cada pareja tiene sus ritmos. Además, somos jóvenes todavía. Tampoco es como si fuéramos unas cuarentonas que quieren tener hijos, ¿no? Tenemos toda la vida por delante.
               -Sí. Pero… he estado pensando…-se sonrojó un poco más y escondió la cara en el pelaje de Trufas, que agachó las orejas y me miró de reojo, como diciendo prepárate, en un gesto de aburrimiento absoluto que sólo pueden conseguir los animales-. Creo que quiero hacerlo con él.
               Me la quedé mirando, pasmada.
               -¿Tener hijos?
               A ver… que tenía dieciséis años. Toda la vida por delante. Una cosa es que se quedara embarazada por accidente y decidiera tenerlo, cosa que yo no juzgaría lo más mínimo; y otra muy distinta que buscara ese bebé a propósito.
               Le había prometido que no la juzgaría, y no lo haría, pero eso tampoco me impedía llamar a Alec y hacer que cogiera el primer avión de vuelta a casa cagando leches para que le hiciera entrar en razón. Salvo que… oh, mierda. Le había prometido que no se lo diría a nadie.
               Bueno, seguro que mi novio, al que le contaba todo y dejaba que me hiciera de todo, no entraba dentro de la promesa, ¿no? Alec era una de esas excepciones naturales que vienen implícitas y no hace falta que se pongan en las condiciones de una, porque todo el mundo entiende que no se le aplican.
                -¿Cómo? ¡No! No. Lo… otro-explicó. Hundió tanto la cara en Trufas que el conejo lo consideró un atentado contra su integridad, y saltó de su regazo para caer en el colchón a nuestro lado. Exhaló un bufido ofendido y empezó a brincar sobre la funda nórdica enrollada.
               Fruncí el ceño, sin comprender a qué se refería con lo otro durante unos instantes.
               Y luego caí en su rubor y en la caja de condones que acababa de sacar del cajón.
               -Oh. ¿Oh? ¡Oh!-sonreí-. ¿Te refieres a… hacerlo, hacerlo? En plan… ¿acostaros?
               Mimi se puso roja como un tomate, pero asintió con la cabeza.
               -Sí. Hacer el amor.
               Por Dios, pero qué mona era. Me la comería a besos.
               Menos mal que Alec no estaba, porque no dejaría de chincharla.
               -¡Eso es genial, Mimi!
               -¿De verdad lo piensas?
               -Pues claro. El sexo es increíble. A mí me apasiona hacerlo con tu hermano. Es espectacular.
               -Me imagino. Os tengo oído-musitó, y yo me puse roja también. No es que no lo supiera, o por lo menos lo sospechara, pero una cosa era que la verdad estuviera ahí, y otra enfrentarla-. A veces no me daba tiempo a ponerme los cascos o los tapones.
               Me reí por lo bajo.
               -Lo siento.
               -No importa. Os queréis mucho. Y lleváis un montón juntos. ¿Crees que yo debería esperar…? ¿Es demasiado pronto?-preguntó, preocupada, y yo volví a reírme.     
               -Mary Elizabeth-dije, imitando a su hermano-. A ver. Que yo me follé a tu hermano, y luego, seis meses después y sólo tras tener él un accidente en el que casi la palma, accedí a ser su novia. Creo que no soy la persona más indicada para decirte cómo deben ser los tiempos de una pareja. Y, si te sirve de algo, también creo que no hay un tiempo mínimo que haya que estar en pareja para poder hacerlo.
               -¿Alec fue tu primer chico?-preguntó, y luego se llevó una mano a la boca-. Uy, lo siento si es muy entrometido…
               -No pasa nada. No te preocupes; puedes preguntarme lo que quieras-cogí a Trufas y me lo coloqué de nuevo en el regazo-. No. Alec no fue el primero. Estuve con unos pocos antes de con él. El primero fue mi primer novio, Hugo. Por eso tu hermano se vuelve loco cuando se lo menciono-me reí, y Trufas se puso panza arriba, exigiendo mis atenciones más atentas.  
               -¿Y qué tal con él?-quiso saber, y yo hice una mueca al recordar mi primera vez, lo patético que había sido y lo mucho que me había decepcionado. Desde luego, mi vida sexual había mejorado muchísimo gracias a Al.
               -Bueno… había margen de mejora. Ahora ya no lo tengo-no pude evitar sonreír al pensar en lo mucho que había aprendido con Alec, cómo me había ayudado a aprender a disfrutar sola y en pareja, lo atento que era con mis límites y lo mucho que le importaba que yo estuviera cómoda y sintiera placer. De verdad que estaba convencida de que me había tocado la lotería con él.
               -¿Te dolió la primera vez?-quiso saber. Cogió la caja de condones y se puso a juguetear con ella. Asentí con la cabeza, mordiéndome el labio.
               -Sí. Pero porque éramos unos críos que no sabíamos lo que teníamos que hacer. Y Hugo era muy vergonzoso… en ese sentido es todo lo contrario a Alec. Y todo lo contrario a lo que a mí me gusta y necesito.
               -¿Duró mucho?
               -¿Lo mío con Hugo?
               -No. Me refiero al dolor. Cuando te… rompió.
               -Ah. Mm… bueno, me molestó un rato, sí. De hecho, terminamos parando porque no se me iba el dolor-Mimi frunció el ceño, preocupada, y yo sacudí la cabeza-. Pero no tienes por qué preocuparte. No a todas las chicas les duele. Alec dice que a Perséfone no le dolió, y él a veces me hace daño a mí…
               -¿QUÉ?-bramó Mimi, palideciendo a marchas forzadas-. ¿¡Alec te hace daño!?-siseó, incrédula, con los ojos como platos.
               -A ver, no siempre. Pocas veces. Pero es que… depende de muchos factores. Ellos no siempre miden lo mismo, y tú no siempre estás igual de excitada… aunque, de eso, tu hermano se preocupa muchísimo. Pero es que es muy grande. O sea… en plan…
               -No sé si quiero que me cuentes cómo la tiene mi hermano-gimió, y yo puse los ojos en blanco.
               -La cuestión es que Alec es grande y yo soy pequeña. Ya ves la diferencia de estatura. Todo influye. No creo que tengas problema con Trey, porque los dos medís más o menos lo mismo, así que encajaréis mejor que Alec y yo.
               -¿No encajáis bien?
               -Encajamos de maravilla-me chuleé-. A ver, no es que… bueno, a ver, hay veces que sí que me molesta… pero me gusta que me moleste. Cuando me molesta es como que… lo siento más. No sé. Es raro de explicar.
               Mimi se tumbó sobre su vientre.
               -¿Crees que te vendría mejor un chico que fuera un poco más bajo que mi hermano?
               -Es posible. El problema es que no quiero a ninguno que no sea tu hermano-me encogí de hombros-. Y no es nada terrible. Como te he dicho, me encanta hacerlo con él. Si por mí fuera, estaríamos haciéndolo sin parar. A todas horas. En plan… Dios, Mimi, no te haces una idea de lo espectacular que puede llegar a ser el sexo-sonreí-. De verdad. A veces todavía no me lo creo ni yo, y no será porque lo hago poco-solté una risita y Mimi sonrió. Y luego se le ensombreció el semblante.
               -¿Y si no me gusta?
               -Te gustará.
               -Pero, ¿y si no lo hace?
               -Entonces, no pasa nada. Hay parejas para las que no es tan importante.
               -Pero no es lo habitual. No para la tuya.
               -¿Es que tienes pensado follarte a tu hermano?
               -¡PUAG! ¡NO! ¿QUÉ DICES? ¡QUÉ ASCO!
               -¡Tía, un respeto, que estás hablando de mi novio!-le di una palmada en el culo y ella chilló y se tapó la cara con las manos.
               -¡Pero también es mi hermano!-dijo, riéndose. Negó con la cabeza y luego abrió los brazos. Se quedó mirando al techo de una forma parecida a como lo hacía yo cuando Alec acababa conmigo.
               Lo cual era más a menudo de lo que me gustaría admitirle, porque ni de coña le iba a dar ese subidón de autoestima cuando, en lo que se refería al sexo, lo tenía enorme. Y todo muy merecido, debo añadir.
                -¿De qué depende que duela?-preguntó tras un momento de reflexión-. Eleanor lo hizo con un chico de su altura, también.
               -Hugo tenía mi altura, más o menos, Mimi. No tiene mucho que ver.
               -Y Alec es más alto que Perséfone. No se sacan tanto como tú y él, pero… se sacan.
               -Y sin embargo, mírame: la enana se quedó con el hombre-bromeé, agitando un trofeo en el aire. Mimi se echó a reír, pero se me quedó mirando a la espera de una respuesta, así que me encogí de hombros-. No sé. Supongo que…-esbocé una sonrisa al recordar mi primera vez con Alec, lo nerviosa que estaba, lo frustrante que había sido cuando entró en mí y empezó a molestarme, a pesar de que en aquel momento no había nada que deseara más que tenerlo dentro de mí. Cómo se había dado cuenta de que me pasaba algo incluso cuando yo había tratado de disimularlo, y lo cuidadoso y atento que había sido conmigo.
               Vamos a irnos a las estrellas, tú y yo.
               Mi oferta de irnos a las estrellas sigue en pie. Pero no tenemos por qué ir en avión. Podemos coger un barco.
               ¿Confías en mí, bombón?
               Confío en ti, Al.
               Había sido la mejor decisión que había tomado en toda mi vida. Y no dejaría de confiar en él hasta el día de mi muerte.
               Había puesto mi placer y mi comodidad por delante, y gracias a eso había podido disfrutar del mejor sexo que había tenido hasta entonces. Y, gracias a eso, ahora disfrutaba del mejor amor que había existido sobre la faz de la Tierra.
               -Tienes que estar relajada. Intenta no ponerte nerviosa por lo que va a pasar, y simplemente… disfruta que está pasando. Tómatelo con calma. No tengas prisa. Podéis estar el tiempo que tú necesites.
               Mimi asintió con la cabeza, se mordió el labio y me preguntó:
               -¿Algo que funcione especialmente bien para estar tranquila?
               Sonreí, notando que me sonrojaba un poco a recordarlo.
               -Suele funcionar que tú hayas tenido un orgasmo antes de que pase-al ver su expresión de confusión, expliqué-: pídele que te coma el coño. Así estarás más lub…
               -¿Qué? Eso es una marranada. Me da muchísima vergüenza.
               -¿Qué dices, Mimi? Si es lo mejor. Alec me lo hace constantemente.
               -Eso es porque Alec es un cerdo.
               -No lo rechaces hasta probarlo, Mím.
               Formó una montañita en su ceño con las cejas y la boca se le contrajo en una sonrisa invertida, y yo me reí.
               -Tú misma. Si no quieres probarlo… tú te lo pierdes. Yo daría lo que fuera por tener a Alec conmigo y que me lo hiciera ahora mismo, pero como no puedo, tengo que conformarme con otras cosas y con mis recuerdos. Pero no hay nada sucio en el sexo, Mím. Y, de hecho, el sexo oral me parecen de las cosas más puras que existen.
               -Hay partes del cuerpo que no están al alcance de otras por una razón, Saab.
               -Ya, bueno, por esa regla de tres no deberíamos tener sexo con nadie más que con nosotros mismos, porque las manos sí nos llegan para masturbarnos, ¿no?
               -Sigo sin ver cómo puede ser puro el meterte una picha en la boca.
               -Porque cuando practicas sexo oral, la otra persona es todo tu centro de atención. No hay reciprocidad más allá de la satisfacción que te produce el saber que provocas eso en alguien. No hay un intercambio como lo hay en la penetración. Es altruismo, simple y llanamente. Lo haces porque te importa la otra persona, no porque vayas a recibir nada de ello.
               Mimi alzó una ceja, indecisa.
               -Entonces, si se lo pido, ¿a él no le va a gustar?
               -Eso también depende del chico. Hay chicos a los que les gusta hacerlo.
               Mimi bajó la mirada y se miró las manos.
               -¿A tu novio le gusta?
               -A mi novio le encanta-respondí. Me valía hablar de Alec como mi novio y no como su hermano, porque entendía que también era raro para ella hablar de estas intimidades con alguien tan cercano a ella, y más aún con lo pudorosa que era-. Quizá a Trey le encante también.
               -¿Y si me pide que se lo haga yo? No sé cómo hacerlo.
               -Es fácil. Te puede explicar lo que le gusta. Y tampoco estás obligada. Lo mejor de mi novio es que me deja cancha para hacer lo que quiera, y sé que me quiere lo suficiente como para parar si yo se lo pido. Trey tendrá que respetar tus límites, y tú los de él. La confianza lo es todo en una relación, Mimi. Todo. Sin confianza, no tenéis nada.
               Mimi se mordió los labios y asintió con la cabeza.
               -Vale. Gracias por tu ayuda, Saab.
               -No se dan, guapísima-contesté, y le aparté el pelo del hombro-. ¿Sabes cuándo va a ser?
               -Aún no. Sólo… bueno, me lo estoy pensando. Es que… cuando estoy con él… y nos besamos… pues siento cosquillas en sitios en los que no las he sentido nunca, y… es como que… no sé. Me apetece. ¿Tiene sentido?
               -Uf, no sabes cuánto-me reí.
               -Además… bueno, quizá te sorprenda, pero… yo no… en fin. Nunca he…-se puso más roja aún.
               -¿Tenido un orgasmo?-la ayudé, y asintió.
               -Sí. Para eso sí que soy vieja, ¿eh?
               -La masturbación femenina está increíblemente estigmatizada. Te sorprendería la edad a la que empiezan algunas chicas. No es nada de lo que avergonzarse, Mím. Aunque sí que… bueno, yo te lo recomiendo-sonreí.
               -Lo he probado, pero… no es lo mío, creo. Por eso quiero probar con Trey. No siento que sea lo mismo, y…
               -Por favor, dime que no te has metido los dedos sin más-solté, quizá con demasiada poca delicadeza, y Mimi se puso roja como un tomate y me miró igual que un ciervo a un camión que estaba a punto de arrollarlo. Era exactamente lo que había intentado. Chasqueé la lengua y negué con la cabeza. Cogí mi móvil, lo desbloqueé y entré en el navegador-. Voy a pasarte unos artículos para que sepas cómo se hace, porque todo el tema del sexo es tan machista que incluso la forma de masturbación femenina por excelencia les da placer sólo a un 10% de las mujeres.
               -¿De verdad?
               -Si yo te contara… y si te contara quién me hizo tener mi primer orgasmo, no te lo creerías.
               -¿Quién?
               Levanté la vista de mi móvil y miré a Mimi con una ceja alzada. Incliné la cabeza a un lado y Mimi hizo una mueca.
               -¿Tu primer orgasmo fue con Alec?
               -Mm-mm.
               -¿O sea, que estuviste con varios chicos sin tener orgasmos?
               Me reí y negué con la cabeza.
               -No. Tuve orgasmos con todos. Con Alec lo tuve antes de estar con él.
               Mimi frunció el ceño.
               -Pero si no lo soportabas.
               -A-a-a-já…-asentí despacio con la cabeza. Mimi frunció todavía más el ceño…
               … y luego se empezó a reír a mandíbula batiente. Rodó sobre la cama, sujetándose la barriga y negando con la cabeza mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
               -¡No me lo puedo creer! ¿De verdad? ¿¡En serio!?
               -Estoy empezando a arrepentirme de estar ayudándote con este tema.
               -Espera, ¿cuándo fue?
               -¡No pienso decírtelo!
               -¿Fue… hace dos veranos?
               -¿¡Mmm!?
               -Hubo un verano que volvimos de Mykonos y pensé que os había pasado algo. Estabais… distintos. Alec se te acercaba más. Y tú le dejabas acercarse más. Me di cuenta. Me sorprendía. No eras tan arisca con él. De hecho, lo mirabas… como si fueras capaz de mirarlo algún día como lo miras ahora.
               Mimi se puso de rodillas de repente en la cama.
               -Sabrae, ¿cuánto hace que te gusta mi hermano?
               Se me escapó una risita nerviosa que no supe a qué venía.
               -Eh… ¿dos semanas?
               -¡Di más bien que dos años!
               -¡Tu hermano no me gusta desde hace dos años!
               -¡Venga ya! Es alto, ¡y muy guapo! Y te dejó una de sus camisetas favoritas un día que fuisteis a la playa. ¡Tardó una eternidad en ponérsela desde que tú se la devolviste lavada! Qué monos sois. ¡Os lleváis gustando dos años!
               -¡Que no!-la empujé sobre el colchón-. ¡Yo tuve novio después de eso!
               -¿Y no te gustó hacerlo con él porque pensabas en mi hermano?-se burló Mimi, retorciéndose debajo de mí mientras se partía de risa.
               -¡¿Qué dices?! ¡Estás loca! ¡Si lo llego a saber, no te digo nada!
               -¡Sois tan monos! ¡Estabais enamorados y no lo sabíais!
               -¡Deberías dejar de ver tantas pelis románticas! No hay serie hoy. Venga, ¡a dormir! ¡Vete a tu habitación!-protesté, notando cómo me ardían las mejillas. Ni de coña me gustaba Alec desde hacía tantísimo.
               Pero, ¡un momento! ¿Por qué me ponía así? Mimi tenía un poco de razón. Todo lo que le había dicho era verdad. Y había cambiado mi imagen de él con lo que había pasado en la playa. Puede que no me gustara como me gustaba ahora, pero sí que había empezado a gustarme como… uf, no. Alec nunca me había gustado como los demás amigos de mi hermano. Con él siempre había sido todo o nada.
               Además, ¿qué importaba? Alec era mi novio ahora; daba lo mismo cuánto llevara gustándome. La cosa es que lo hacía ahora, y muchísimo, además.
               -No, no, ¡por favor, no te enfades!-rió Mimi-. Pero es que, ¡es tan gracioso! Ni siquiera os dabais cuenta de que lo veía, pero yo lo veía. Pobrecitos. Creo que era la única que lo veía.
               -Pues entonces, ¡a ver a tu hermano desde tu habitación!-me quejé, empujándola hacia la puerta.
               -No, no, ¡no, no, no, no!-me rogó, juntando las manos-. Vamos, no seas así, Saab. Perdona, es muy divertido, pero… ¡no me eches!-se rió-. Qué mala eres. ¿Por qué te picas tanto? ¡Si no pasa nada porque lleves enamorada de mi hermano dos años y pico!
               -¡¡Que yo no llevo tanto, ¿qué dices, flipada?!! ¡Vamos, fuera, no te quiero ni ver!
               Mimi se agarró al marco de la puerta, partiéndose aún el culo.
               -Hoy me tocaba a mí en su cama.
               -Ya que yo llevo tantísimo deseando meterme en ella, según tú, lo justo es que me cedas la noche.
               -Podremos compartirla-cedió, tendiéndome la mano, y yo se la miré. Me crucé de brazos y sacudí la cabeza.
               -Quiero una disculpa.
               -Pues no te la pienso dar.
               -Entonces, ya me dirás cómo nos reconciliamos después de que te rías de mí con tanto descaro; más aún después de todo lo que te he ayudado.
               -Tú dirás. Pon un precio. Estoy dispuesta a negociar-sentenció, y yo sonreí. No me di cuenta hasta entonces de que los engranajes de mi cabeza iban a toda velocidad. La suerte que había tenido cuando Alec se fijó en mí había vuelto a mi lado.
               -¿Qué tal te llevas con tu profesora de baile?



             
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