domingo, 3 de diciembre de 2017

Elegida.

 Oigo pasos a mi lado y ni siquiera me digno en girarme para hacerle saber que sé que está ahí. Sé que no es de buena educación y que mamá se sentiría decepcionada conmigo si me viera ahora, pero no lo puedo evitar.
               Soy toda rencor. Froto el palo contra el suelo de asfalto de colores y me fuerzo a mí misma a interesarme más por el color parduzco que está adquiriendo la mariposa dibujada con tiza en el suelo, en cómo se difumina, igual que mi felicidad ayer. Amoke levanta la vista y me mira, luego, le mira a él.
               Sus ojos vuelven a mí pero yo la ignoro también a ella, que tuerce la boca, triste, pero continúa con su dibujo, ignorando su instinto. Ella dibuja con tizas de colores, y yo destruyo lo que ella hace.
               Carraspea y yo trago saliva y me giro un poco más, apoyada sobre la planta de mis pies y fingiendo que me da igual que esté ahí. Le doy la espalda a propósito, a pesar de que él ha dado un par de pasos para aparecer en mi campo de visión.
               -Sabrae-dice, y yo continúo sin hacerle caso-. Sabrae-insiste, y yo suspiro, enfadada, como veo que mamá hace cuando está molesta con papá y él intenta arreglarlo cuando ella sólo está de humor para sulfurarse-. ¿Estás enfadada conmigo?-pregunta en tono inocente, y a mí me entran unas ganas terribles de levantarme y darle un gran empujón.
               -No sé-respondo, encogiéndome de hombros-. Tú sabrás.
               La fórmula más típica del enfado de mi madre, la que nunca falla, la que hace que papá se amedrente apenas la ha escuchado.
               Pero hay un pequeño problema.
               Scott no es papá…
               … y Alec, lo es aún menos.
               -No, no lo sé-dice él en un tono dulce que me revuelve por dentro, pero no voy a ceder a su manera de hablar. Ni le voy a mirar a los ojos tan bonitos que tiene. Ni voy a mirar tampoco sus ricitos marrones. No voy a estirar la mano y jugar con ellos como solía hacer siempre, cuando éramos amigos.
               Porque Alec y yo ya no somos amigos. Eso era antes de que me robara a Scott.
               -Oh, oh-musita Amoke, soltando su tiza y levantándose antes que yo. Es sólo un segundo, pero tiempo suficiente como para que Alec se percate de que algo no va del todo bien. Da un paso atrás y espera mientras yo me incorporo, dejo caer mi palo (o más bien lo lanzo contra el suelo) y me vuelvo hacia él con la mueca más digna que puedo.
               Un poco de mi fortaleza se disipa en cuanto me encuentro con su cara.
               No, me digo a mí misma. Mantente firme. Scott es tuyo.
               -Es que… no has venido a saludarme cuando hemos entrado en clase…-Alec se pasa una mano por el brazo y se pellizca el codo. Es un gesto que copia de su padre.
               Un gesto que va a repetir durante toda su vida, cuando en el fondo sabe que ha hecho algo mal…
               … y un gesto que a mí me va a volver loca siempre. Porque ese pequeño pellizco, esa suave caricia en su brazo, es lo que convertirá a Alec Whitelaw cuando sea Alec Whitelaw con mayúsculas, en simplemente Alec.
               Al.
               -Ya-contesto, recogiendo mi palo y volviendo a inclinarme.
               -¿No me habías visto?-insiste él.
               -Sí.
               -¿Entonces?
               -Tienes razón-respondo-. Estoy enfadada contigo.

               Alec se muerde el labio. Eso también lo va a hacer de mayor. Será lo que haga justo antes de pasarse una mano por el pelo y parpadear, como diciendo “vale, a ver cómo solucionamos esto”.
               Voy a querer comérmelo cuando crezcamos y lo haga delante de mí. Meterlo en uno de los bolsillos de mi albornoz y llevarlo en mi bata durante toda la vida.
               Pero ahora no le veo hacer eso porque estoy de espaldas a él. Así que es esto no tiene ningún efecto en mí.
               -Y eso, ¿por qué?
               Se me ocurre por un instante volver a seguir la conducta de mamá e imitarla, pero desisto sabiendo que él no va a pillar por dónde van los tiros.
               -Scott cenó y durmió en tu casa esta noche-explico, y Amoke le lanza una mirada furibunda, mira lo que has hecho, parece estar diciéndole.
               Alec se pasa la mano por el pelo, y, por fin, suelta:
               -Ah. Vaya. Sí…-y, si hubiera cerrado la boca ahí, todo estaría bien. Pero no lo hace. Porque Alec es un bocazas. Lo es desde que nació y no puede remediarlo-. ¿Y qué pasa?
               No me doy cuenta de lo que hago hasta después de empezar a hacerlo. Me encaro con él. Me levanto y suelto mi palo, lo tiro bien lejos y me acerco muchísimo a él, dispuesta a pelear. Scott es mi familia.
               Nadie me quita a mi familia.
               -¿Cómo que “y qué pasa”?-espeto, y varios niños se me quedan mirando, sorprendidos por mi arrebato de furia precisamente por contra quién estoy revolviéndome-. ¡Que ayer era noche de pizza!-grito, y Alec alza las cejas-. ¡Y la pospusieron! ¡Porque Scott no estaba en casa! ¡HA SIDO UNA TRAGEDIA!-bramo-. ¡Y LA CULPA LA TIENES TÚ!
               -Eh… ¿por qué?
               -¡AYER NO TUVE PIZZA PORQUE SCOTT DURMIÓ EN TU CASA! ¡TÚ LE INVITASTE!
               -Era mi cumpleaños-se excusa.
               -¡Me da igual!
               -¿Tan malo es que no hayas cenado pizza? ¡Podrías haberla comido de merienda!
               -¡La pizza no se merienda, todo el mundo lo sabe!-respondo, negando con la cabeza. Le doy un empujón a Alec que él me devuelve, pero mucho menos intenso. Se está controlando para no hacerme daño y eso me enfada un montón. Scott no se controla. Si Scott me tiene que zurrar, me zurra. Y yo le zurro a él. Nos zurramos entre los dos.
               Me duele mucho que Scott prefiera pelearse con Alec a pelearse conmigo, porque yo voy a darlo todo, no como él.
               -¡No me empujes!
               -¡Ha sido una aberración! ¡La peor noche de mi vida!
               -¡Scott ya ha dormido fuera de casa más veces! ¿Cuál es la diferencia?
               -¡Shasha se ha pasado la noche llorando!-miento, para hacerle sentir mal. Pero Alec no se amedrenta tan fácilmente.
               -¿Por qué? ¿Porque ha dormido en mi casa y no en la de Tommy?
               -¡Exactamente! ¡Has alterado el orden de las cosas, Alec! ¡Y mi hermana es sensible a eso! ¡La has hecho llorar! ¡Pídeme perdón por haber tenido que consolarla!
               -¡Shasha no puede saber qué diferencia había, siendo tan pequeña!
               -¡PEQUEÑO SERÁS TÚ!-grito, empujándole de nuevo y saltando encima de él, pero él me esquiva y yo me caigo al suelo de bruces.
               Me raspo las manos y la mandíbula y empiezo a llorar. Amoke viene a mi lado y tira d mí para ponerme en pie. Alec me ayuda a limpiarme la suciedad de la palma d las manos, pero yo le doy un bofetón que él no duda en devolverme. Y, cuando quiero darme cuenta, nos estamos pegando él, Amoke y yo, en el interior de un círculo de niños iracundos que gritan “pelea, pelea, pelea, pelea” hasta que alguien me saca de la maraña de puños y pies enloquecidos.
               Sus ojos marrones con motitas verdes y doradas se clavan en mí.
               -Pero, ¿qué te pasa, Sabrae?-pregunta mi hermano, molesto.
               -Contigo no hablo, traidor.
               Tommy suelta una carcajada al lado de él, y ayuda a Alec a incorporarse, que me señala con el dedo.
               -¡Estás como una cabra!
               -¡Ojalá ser una cabra para poder darte una coz en la cara!-le contesto, sacándole la lengua. Alec me la saca también y empezamos un concurso de a ver quién tiene la lengua más larga o la puede sacar más afuera, hasta que alguien, de repente, suelta:
               -¡Los que se pelean se desean!
               Yo me pongo pálida y Alec, colorado.
               -¡Eso no es verdad!-espeta él, pero Tommy ya está azuzando a las mazas con un cántico del estilo:
               -¡Alec y Sabrae, sentados bajo un árbol, dándose-coge aire- be-e-ese-i-te-o-ese!
               -¡¡Alec y Sabrae-canta todo el patio-, sentados bajo un árbol, dándose besitos!!
               Yo echo a correr en dirección a los baños y me encierro en un cubículo, junto con Amoke, que se queda a mi lado consolándome y diciéndome que los niños son muy crueles, como si nosotras no fuéramos niñas.
               Es en ese momento cuando decido que odio a Alec y que le voy a odiar absolutamente toda mi vida, no importa lo que haga, no importa lo que diga, no importa lo guapo que sea y lo bien que huela y lo rápido que pilla las bromas que yo hago y lo bien que suene su risa. No.
               Le voy a odiar siempre.
               Una profesora nos consigue sacar del baño y nos lleva de vuelta a nuestras clases. Finjo que no me importa que todo el mundo se dedique a cuchichear sobre lo que ha pasado en el recreo, y hago ver que estoy muy concentrada haciendo las sumas de dos cifras.
               Lo cual es técnicamente verdad.
               Son complicadas de narices.
               Suena el timbre y soy la primera en la fila. Salgo corriendo por las escaleras del cole y salto a brazos de mi madre, que se me queda mirando la barbilla y las manos.
               -¿Te has caído?
               -No, me he pegado con Alec-respondo, y mamá abre la boca y la cierra, sin saber qué decir. Papá se inclina hacia mí, riéndose.
               -Y, ¿le has pateado el culo?
               -¡Zayn!-le recrimina mamá.
               -¿Qué? Nunca es pronto para fomentar que aprendan a defenderse.
               -No, porque tiene el culo muy alto-respondo-. Pero le he arañado la cara-añado, orgullosa.
               -Muy bien, muy bien-asiente papá, acariciándose la barba.
               -¡No! ¡No está nada bien, Zayn! ¡Está muy mal, Sabrae! No puedes pelearte con Alec.
               -Pues lo he hecho.
               -Lo que quiero decir es que no debes pelearte con Alec.
               -¿Por qué?
               -Porque pelearse está muy mal.
               -Pero tú te peleas con gente por dinero-respondo, y ella se queda callada mientras papá disimula sus carcajadas-. O sea, coges a la gente mala y haces que les castiguen. Yo sólo estaba haciendo lo que estabas haciendo tú.
               -Tenemos que meter a esta niña en un centro para niños con aptitudes especiales-comenta papá.
               -¿Qué es eso?
               -¡Mira que eres tonta, Sabrae!-me recrimina Amoke-. ¡Pues es un sitio para los niños que mueven cosas con la mente!
               -Yo no muevo cosas con la mente; de lo contrario, un bote de galletas de chocolate me seguiría allá donde voy. Hay que ser boba-sacudo la cabeza y pongo los ojos en blanco-, mover cosas con la mente…
               -Le habrás pedido perdón-interrumpe mamá.
               -¿Al bote de galletas?
               -¡No, Sabrae, a Alec!
               -¿Pedirle perdón?-espeto-. ¡Pero si empezó él!
               -¡Me da igual quién empezara! ¡Ahora mismo vas ahí-le señala, y yo le miro. Annie está mirándole la cara y pasándole un pulgar humedecido en saliva por la mejilla, mientras él gorgotea estoy bien, mamá, estoy bien-, y le pides perdón!
               -No pienso ir ahí-respondo, enfurruñada, cruzando los brazos, pero mamá, ni corta ni perezosa, me agarra de una muñeca y me arrastra hasta el lugar donde Alec y Mary están reunidos con su madre. Annie levanta la vista y clava sus ojos en mamá, que me suelta al lado de Alec. Nos fulminamos el uno al otro con la mirada.
               -Sabrae-exige mamá. Le doy una patada a una piedra a mi lado y no digo nada-. Sabrae Malik-espeta, y yo me pongo tensa. Si dice mi segundo nombre, estoy perdida-. No me obligues a…
               -Siento haberte empujado.
               -Has hecho más que empujarme-responde Alec.
               -¡Serás chivato!-protesto.
               -¡Alec!-riñe Annie, y él me señala.
               -¡No lo siente de verdad!
               -¡Claro que lo siento, ¿me estás llamando mentirosa?!
               -Ojalá te castiguen sin pizza un mes-gruñe, y yo abro la boca.
               -¡Retira eso!
               -No.
               -¡Que lo retires!
               -¡Que no!
               -Basta, Alec-ordena Annie-. Pídele perdón tú también a Sabrae.
               -¡Pero si yo soy la víctima de toda esta situación!
               -¡O te disculpas con Sabrae o te dejo sin natillas una semana!
               Alec clava los ojos en mí.
               -Siento haberte devuelto los golpes que me dabas primero…-comienza, y Annie pronuncia su nombre-. Y que sepas que lo hago por las natillas.
               -¿A ti no te da vergüenza? Soy como… treinta veces más pequeña que tú.
               -Ah, ¿ahora sí eres pequeña?
               -Cállate.
               -Cállate tú.
               -No, cállate tú.
               -No, tú.
               -¿Cuánto puede caerme por abandonar a un niño de 8 años?-pregunta Annie, y mamá la mira.
               -Anda, mujer, con el sol que tienes en casa…
               -Sí, sí; es un sol cuando lo ves media hora cada día. ¿Cuánto?
               -No te merece la pena, seguro que sabe volver a casa… ¡SABRAE!-ladra mamá, separándome de Alec, con el que he vuelto a enzarzarme en una pelea-. ¡SE ACABÓ! ¡CASTIGADA EN CUANTO LLEGUES A CASA! ¡Me tienes harta!
               -¡Castígala sin pizza, Sherezade!-espeta Alec.
               -¡Tú no metas caca!
               -¡Te voy a lavar la boca con jabón!
               -¡Lávasela, lávasela!
               -¡Alec Whitelaw!-recrimina Annie, y él la mira y pone ojos de corderito degollado.
               -Estos niños de hoy en día…
               -Perdona a mi monstruito-mamá le dice a Annie, mientras me señala con la mano.
               -Sólo se está defendiendo, le viene en los genes-contesta Annie, y se pon roja tras darse cuenta de lo que acaba de decir. Frunzo el ceño, pensando en qué son los genes y qué hay de malo en ellos.
               Y, si hay algo malo en ellos, ¿por qué los ha usado con nosotras? Annie me cae bien, es una buena mujer, me da gominolas incluso cuando mamá me dice que ya he comido suficientes.
               -Sher, lo siento…
               -No te preocupes-sonríe mamá, cogiéndome en brazos y apartándome un mechón de pelo de la cara-. La verdad es que es cierto que la señorita nos ha salido peleona, ¿no es así?-me dice, frotando su nariz contra la mía.
               -Mamá, ¿qué son los genes?-pregunta Alec, cogiéndole la mano a Annie.
               -Pues… son unas cositas que tienen los hijos que les regalan los padres y que les hacen parecerse mucho a ellos.
               Alec, Mimi y yo nos la quedamos mirando sin entender.
               -Es como… cuando tienes un Sim y decides ponerle el pelo de color rosa. Le estás dando el gen del pelo rosa. Por eso Mimi es pelirroja, como yo. Porque le he dado el gen pelirrojo-explica Annie, colocando bien la camisa de Alec, que mira a su hermana, luego, a su madre, y luego, a mi madre y a mí.
               -Ah-dice por fin-. Pues Sabrae debe de tener mucho de eso, porque se parece un montón a Sherezade.
               ¿Recuerdas lo que dije d que le voy a odiar toda la vida?
               Pues lo retiro.
               En ese momento siento la urgente necesidad de casarme con él. O, bueno, el equivalente infantil a casarme con él, que viene siendo convertirlo en mi compañero oficial de juegos. Lo siento mucho por Amoke y por Scott.
               Mamá se echa a reír y asiente con la cabeza, me da un beso en la frente y dice que sí, que  ella y yo somos iguales. Annie sonríe y besa en la mejilla a su hijo.
               -Mira qué cosas tan bonitas te dice-comenta mamá-, ¿vas a seguir enfadada con él?
               -No-contesto, tímida, encogiéndome de hombros y ocultando la cara en su cuello.
               -Pues venga-dice mamá, depositándome en el suelo-, daos un beso y haced las paces.
               Doy un par de pasos hacia él, que salva con entusiasmo la distancia que nos separa. Se inclina para dejar que le dé un beso en la mejilla y, sin previo aviso, me coge de la cintura y me levanta sobre él, dándome un abrazo. Yo no me lo pienso y me cuelgo de su cuello como si no hubiera un mañana, igual que hago con Scott, o con papá, o con mamá, cuando me cogen así.
               -Ay-gime Annie-. Ha sido una pelea de amigos, pero ya volvéis a estar bien, ¿a que sí?-anima ella, y Alec asiente. Cierro los ojos y pego la nariz a su cuello. Huele muy bien, tremendamente bien.
               No quiero que me suelte nunca.
               Es calentito.
               Y cómodo.
               No quiero que nos separemos nunca. No quiero que me suelte. No quiero que nos separemos.
               Y no nos separamos. No me suelta.
               Deja que su cuerpo me dé calorcito un poco más, todo lo que puede, hasta que mamá sonríe y dice que es hora de que nos vayamos a casa, que mis hermanos tendrán hambre. A regañadientes, dejo de hacer fuerza alrededor de su cuello, y Alec responde inclinándose para que mis pies toquen el suelo y yo no me caiga cuando se termine nuestro abrazo.
               Me devuelve el beso en la mejilla y yo me giro hacia mi madre, y yo le pido, tremendamente mimosa:
               -¿Me llevas en cuello?
               Ella pone los ojos en blanco y dice que bueno, por esta vez, pase, pero que no me acostumbre. Me recoge y me sube a su espalda, y yo apoyo la barbilla en su hombro y me quedo mirando a Alec, que se gira, con la mano de su madre en la de él para que no se escape, y agita la que tiene libre.
               -Hasta mañana, Saab-se despide.
               -Hasta mañana, Al.
               Me acurruco en el regazo de mamá y observo cómo él gira la esquina, contándole a Annie cómo ha ido su día.
               -¿Ya se te ha pasado el enfado?
               -Sí.
               -¿Por qué os habéis peleado, a ver?
               -Porque Scott durmió en su casa.
               -Mi amor-responde mamá, acariciándome la espalda-, no puedes evitar que Scott tenga amigos y quiera pasar tiempo con ellos.
               -Es que… ayer no comimos pizza.
               -Ya la merendaste en el cumpleaños de Alec, ¿seguro que es por la pizza?
               -Le eché de menos-respondo, y ella se echa a reír y asiente con la cabeza.
               -Yo también echo de menos a mis hermanos, cariño, pero tenemos que dejarles ir.
               -¿Scott se va a ir a algún sitio?-inquiero, alarmada, mirándolo desde arriba. Él me observa y se encoge de hombros. Los adultos son gente muy rara cuyos planes no te cuentan prácticamente nunca.
               -De momento no, tesoro.
               -¿Pero se va a ir?-espeto, escandalizada.
               -Cuando sea mayor.
               Vuelvo a contemplar a mi hermano, que niega con la cabeza y cruza los dedos, como si dijera esta mujer no sabe de qué está hablando.
               -Scott no va a ser mayor nunca-discuto.
               -¿Y eso?-pregunta papá.
               -Porque yo no le voy a dejar. Y punto.
               -Qué tonta-contesta Shasha-. Scott ya es mayor. ¿No ves que en su tarta de cumpleaños hay más velas que en las nuestras?
               -Cállate-la urjo, enfadada. Shasha me saca la lengua y yo se la saco también, y empezamos así una competición que no se acaba ni cuando nos sentamos en la mesa.
               Esa noche, cenamos pizza porque Scott la pide (es el niño mimado de la casa), y creo que lo hace para hacerme la pelota, pero no va a conseguir que le perdone tan fácilmente. Me he sentido traicionada en lo más profundo de mi ser y yo ni perdono, ni olvido.
               Decidida a castigarle con mi fría indiferencia, me meto en la cama con mi peluche del osito marinero y me abrazo a él cuando, en las noches normales, lo que hago es acurrucarme al lado de mi hermano. Scott escala por la cama con un cuento, mi favorito, uno con muy pocas letras y muchos dibujos que habla sobre un patito al que abandonan sus padres, que se siente muy feo y termina encontrando a su familia de verdad, y se me queda mirando.
               -Saab, mira-dice, agitando el libro frente a mí-. El patito feo. ¿No quieres que lo leamos?
               -No-me niego, digna. Scott suspira.
               -¿Por qué? Te encanta este cuento.
               -Estoy cansada.
               -Pero…
               -Tenemos que madrugar.
               -Yo quiero que me lo leas-interviene Shasha.
               -Tú te callas-respondo.
               -¡No, te callas tú!
               -¡No, tú!
               -¿Estás enfurruñada?-pregunta Scott, y yo discuto:
               -No.
               Y me enfurruño más.
               Scott se acerca a mí y me hace cosquillas. A mi pesar, se me escapa una risita.
               -Está enfurruñada-comenta Shasha.
               -Dejadme en paz. Quiero dormir.
               -Bueno, pues yo no quiero dormir. Y, como estamos en mi habitación, haremos lo que yo diga-ordena Scott, metiéndose por debajo de la sábana y haciéndome cosquillas. Me retuerzo entre risas y le empujo para que me deje en paz, pero enseguida viene Shasha a modo de refuerzo y ella me hace cosquillas en la tripa mientras Scott me toquetea los pies. Y yo chillo y chillo y me río y hasta que no me quedo sin aliento, ellos dos no me dejan en paz.
               Scott se me queda mirando cuando termino de reírme y me da un beso en la punta de la nariz. Shasha se abraza a mi tripa y sé que no tengo escapatoria.
               Tampoco es que pueda ir a ningún sitio. Mi habitación y mi cama están preparadas, siempre listas para el día en que yo quiera mudarme, decida ser mayor. Pero yo no lo voy a decidir nunca.
               Recuerdo la primera vez que Scott se quedó en casa de Tommy después de que naciera Shasha, lo mal que lo pasé en soledad. Me tiré toda la noche llorando, cuidando de que al bebé no le pasara nada, preocupada porque no sabía qué hacer yo sola, sin Scott ayudándome a cuidarla, hasta que papá y mamá se dieron cuenta de que mi angustia se debía a mi soledad. Me metieron en su cama junto con mi hermanita y me dieron mimos hasta que me dormí, ya mucho más tranquila.
               La noche siguiente Scott la pasó en casa, y yo estaba decidida a demostrarle que podía sobrevivir perfectamente sin él. Me dolía mucho que él pudiera marcharse sin ningún tipo de remordimiento, dejarme atrás sin más… como si no le diera la lata a Tommy por la noche, preguntándole si creía que Shasha y yo estábamos bien.
               Les dije a papá y mamá que me iba a ir a dormir a mi habitación, y Scott se puso como loco.
               -¡No quiero, es mi Sabrae, buscaos a otra!
               -Ya es una señorita-decía mamá-, ¿a que sí, Sabrae?
               -¡Sí!-festejé yo.
               -Y las señoritas necesitan su espacio.
               -NO-tronó Scott, mirándome. Mamá y papá también me miraron.
               -¿Sabrae?
               -Soy una señorita-dije, orgullosa de que por fin tomaran en consideración lo que yo quería para una decisión tan trascendental como aquella. Scott se puso de morros inmediatamente y no vino a verme para darme un beso de buenas noches a mi cama. Le esperé y le esperé con mi lámpara de una ballena con un cuerno encendida, pero él no vino, hasta que finalmente me intranquilicé, me levanté de la cama y fui a su habitación.
               -Vete, ¿no eres una señorita?-dijo él en tono mosqueado, abrazándose a Shasha, que a duras penas se enteraba de nada-. Pues yo no duermo con señoritas.
               Me metí en su cama, dolida.
               -Que te vayas, Sabrae.
               -Porfa, Scott. Léeme un cuento-le pedí, cogiendo el mismo libro que ahora sostiene entre sus manos.
               -Léetelo tú.
               -Es que yo no sé leer-le dije. Scott me fulminó con la mirada.
               -Pues menuda señorita estás tú hecha.
               Y había terminado cogiendo el libro.
               Miro a Scott, que apoya un codo a mi lado y se ríe.
               -Que sepas que sigo enfadada porque te has pasado la noche en casa de Alec.
               -Alec es mi amigo.
               -Y yo soy tu hermana.
               -¿Estás celosa de Alec?
               -Ya quisieras.
               Scott se echa a reír.
               -¿Por qué estás celosa de él?
               -Tienes que dormir con nosotras-exijo-. Somos tus hermanas.
               -¿Quién lo dice?
               -Lo digo yo, que soy tu hermana pequeña; y, como hermana pequeña, mis deseos son órdenes para ti.
               Scott se echa a reír.
               -¡Estás celosa de Alec!
               -¿Y qué si lo estoy?-contesto, retorciendo la sábana entre mis dedos-. ¿Por qué te ríes?
               -Porque tú eres mi hermana. Alec es mi amigo. Tú siempre serás mi hermanita, Sabrae. No tienes que sentirte amenazada por Alec.
               -No me siento amenazada por Alec-niego con la cabeza y Scott alza las cejas.
               -Sí, claro. Lo que tú digas.
               -¡Es la verdad!
               -Claro, claro.
               Bufo, le saco la lengua y me tapo de nuevo con las sábanas. Cierro los ojos y finjo que no escucho cómo Scott le lee el cuento a Shasha, que acaricia los dibujos, entusiasmada. También hago ver que no me preocupa que él apague la luz y se acueste y no me pase el brazo por encima como suele hacer.
               Pero lo hace.
               Y menos mal.
               Decido que Alec vuelve a caerme mal por el mero hecho de que hace que Scott y yo nos peleemos con él. Ni siquiera se me pasa por la cabeza pensar que debería sentirme más amenazada por Tommy que por él. Tommy es parte de la familia de una forma en que Alec no va a serlo nunca, por mucho que me guste estar con él y disfrute de los mimos que me da cuando las estrellas se alinean.
               Que sea bueno conmigo no va a compensar el hecho de que Scott pasa más tiempo con él del que a mí me gustaría, y yo llegué antes. Bueno, más o menos. Pero lo que cuenta es que él es mi hermano de verdad y por tanto, yo voy antes que Alec.
               Me levanto un poco enfurruñada, pensando en lo que me deparará el día, en cuánto tardará Alec en darse cuenta de que vuelvo a estar enfadada con él… hasta que llego a clase y me siento con Amoke y pintamos y nos reímos y hacemos manualidades, y cuando salgo al patio ya no tengo nada que me empuje a sentirme mal o a estar enfadada.
               Y, encima, los chicos vienen a jugar con nosotras.
               -¿Queréis jugar al escondite?-invita Tommy, y Amoke y yo nos miramos.
               -Vosotros sois más rápidos-le respondo, señalando especialmente a Jordan, que corre como no he visto nunca a nadie correr. Jordan sonríe e hincha un poco el pecho, orgulloso.
               -Os daremos ventaja-promete, poniendo los brazos en jarras.
               -Venga, Saab-insta Scott-. Cuantos más mejor.
               Así que nos ponemos a ello. Consiguen reunir a un grupo grande de niños y echamos a suertes quién va a ser el primero en perseguir a los demás, tratar de encontrarlos y cantar su fracaso. No me toca a mí, y menos mal.
               Amoke y yo vamos en pack, escondiéndonos detrás de los árboles o en las esquinas, agachándonos tras las escaleras y ocultándonos en los pequeños montículos del patio. Varias veces coincidimos con alguien mayor, que nos salva siempre cuando nos descubren y no podemos llegar a tiempo al sitio en el que se dan los nombres de las personas descubiertas.
               La última vez que jugamos, a Alec se le ha ocurrido la misma idea que a nosotros: escondernos detrás del edificio del gimnasio, separado del resto del colegio por el inmenso patio, donde la hierba es alta y las verjas están abolladas, separados en algunos barrotes, con lo que los niños se pueden escapar.
               Nadie vendrá a buscarnos allí, ganaremos el juego y podremos terminar el recreo victoriosos.
               Escuchamos unos pasos detrás de nosotros, pero no nos alarmamos. Vemos a Tamika, que es la buscadora, caminar de un lado a otro por el patio, rodeando grupos de gente buscando a nuestros amigos. Los pasos a nuestra espalda deben de ser de otros jugadores. Podremos compartir la pared del gimnasio. Es lo suficientemente grande como para escondernos.
               -Vaya, vaya-dice una voz detrás de nosotros, y Amoke y yo nos volvemos, con lo que no nos damos cuenta de que Alec se pone rígido del miedo y el respeto-. ¿Qué hacéis tan lejos del sol, niñitas?-pregunta el chico, riéndose con sus amigos. Alec se muerde la cara interna de la mejilla y reza porque no contestemos, pero yo lo hago.
               -Estamos jugando al escondite.
               -¿Al escondite? ¡Qué aburrido! Creía que habías crecido un poco más, Alec. ¿Qué te he dicho de andar por mi territorio?
               -Creíamos que no había nadie. Ya nos vamos-dice Alec, cogiéndonos de las manos a Amoke y a mí y tirando de nosotros, pero Amoke se revuelve.
               -¡No! Es nuestro sitio, se nos ocurrió a nosotros primero. ¡Buscaos otro si no queréis que os encuentren!-Amoke forcejea con Alec, pero él es más fuerte y consigue arrastrarla al patio, a la luz del sol. Estamos expuestos, Tam nos verá en cualquier momento y perderemos esta partida.
               -¡La niña tiene carácter!-se burla el chico, malévolo.
               -¿No tendrías que estar en clase?-pregunta Alec, a la defensiva, pero no lo suficiente. Veo que Tam se queda quieta un momento, mirándonos, tratando de identificarnos… y hace algo rarísimo.
               Se acerca a nosotros. En lugar de correr hacia la columna que hace las veces de casa, se acerca a nosotros.
               -Me apetecía venir a ver qué hacías-responde el chico, encogiéndose de hombros. Sus amigos se ríen cuando él da un paso y Alec retrocede instintivamente.
               -¿Estáis bien?-pregunta Tam, que ha llegado ya a nuestro lado. Jadea un poco por la carrera que acaba de echarse. Algo va mal. La tensión que mana del cuerpo de Alec no es normal. La preocupación en la mirada de Tam tampoco lo es.
               -¡Otra salvadora! Debería darte vergüenza, Alec. Estas niñas tienen más cojones que tú.
               -Déjame tranquilo, Aaron-responde Alec, molesto, pero el tal Aaron continúa.
               -Pasas mucho tiempo rodeado de niñas, ¿sabes lo que significa eso?
               -¿Que huelo bien?-sugiere Alec, y en el grupo se instala un silencio sepulcral. Aaron respira por la nariz, sus amigos lo miran, expectantes. Da un paso hacia Alec y pega su frente a la suya.
               -¿Te estás riendo de mí, puto enano?
               Alec le aguanta la mirada con toda la valentía que puede, aunque veo que está temblando.
               -Déjale en paz-urjo, y Aaron se vuelve hacia mí. Se echa a reír después de echarme un vistazo.
               -Vaya, pero, ¡si hasta tienes novia! No has perdido el tiempo en mi ausencia, ¿eh, hermanito?
               ¿Hermanito?, me pregunto, mirando sin entender a Alec. No le doy más importancia, porque no tiene sentido. Será una de esas cosas que se dicen cuando quieres decir otra, como cuando papá llama “tío” a Louis. Eso no significa que no sean familia.
               Y, si Aaron y Alec fueran hermanos… el primero no sería tan malo con el segundo. Scott me trata bien, Tommy trata bien a Eleanor, y Alec trata bien a Mimi.
               -¿Se te ha comido la lengua el gato?-espeta Aaron-. Serás nenaza.
               Alec le aguanta la mirada un momento, me coge de la mano, agarra a Amoke con la otra y echa a andar por el patio, alejándose de Aaron, que lo mira con decepción, pero termina riéndose, cruel.
               -Eso-insta-. Vete a llorar con ellas, igual que hace tu madre.
               Tamika se vuelve y mira a Alec, que se ha detenido en seco. Nos suelta las manos, mira al suelo un segundo, y luego se gira lentamente.
               -Alec… no-le insta Tam, pero Alec no la está escuchando. Por el rabillo del ojo, veo que Scott, Tommy y Jordan se están acercando. Jordan echa a correr hacia nosotros en cuanto ve a Aaron al otro lado del patio.
               -Tú sí que vas a llorar-le dice Alec, y Aaron se echa a reír…pero lanza un alarido cuando Alec se abalanza sobre él y comienza a pegarle como yo nunca le he visto pegar a nadie. Usa todo lo que tiene: brazos, puños, dientes, manos, rodillas, piernas, pies. Me quedo paralizada viendo cómo le golpea y un miedo visceral se apodera de mí cuando dos de los amigos de Aaron cogen a Alec, lo tiran contra el suelo y dejan que el agredido se convierta en agresor. Corro hacia ellos y trato de quitárselos de encima a Alec, y veo cómo Scott y Tommy consiguen quitarle de encima a Aaron a su amigo, que lucha por respirar y se vuelve a abalanzar sobre él, hasta que las profesoras llegan por fin y amenazan con mandarnos a todos al despacho del director, especialmente después de la que Alec y yo liamos ayer, pero cambian de idea cuando los chicos que han venido a fastidiarnos atraviesan la valla y desaparecen por las calles alrededor del colegio, de vuelta a su instituto, del que se han escapado.
               Nos curan las heridas y nos dejan saltarnos una clase para que nos tranquilicemos. Alec está nerviosísimo, pidiendo que le dejen ver a Mimi. Finalmente, cuando se la traen, los dos hermanos se abrazan con fuerza y se quedan callados, no dicen nada, durante varios minutos en los que nadie se atreve a hablar.
               Alec se aferra con fuerza a ella y yo sólo voy a recordar eso de este día: la forma en que la sujeta, como si toda su vida estuviera entre sus brazos, como si no fuera a dejar que se marchara nunca. Sé que no voy a poder odiarlo. Jamás podré odiar a alguien que es tan buen hermano con Mimi como lo es Scott conmigo.
               Las profesoras nos dicen que es hora de volver a clase y Alec y Mimi se despiden con otro beso y un abrazo. Amoke se revuelve en su asiento, incómoda. No quiere irse después de todo lo que ha pasado, pero tenemos que ir a aprendernos la tabla de multiplicar del 3, que es complicadísima.
               Scott y Tommy nos ayudan a bajarnos de las sillas y nos acompañan hasta la puerta de nuestra clase, que está al lado de la de Eleanor y Mimi. La última se nos acerca y nos coge las manos, y nos dice algo cuya trascendencia yo no entenderé del todo hasta que no sea mucho mayor:
               -Gracias por cuidar de Alec así.
               Asentimos con la cabeza y no decimos nada. Nos preguntamos por qué ha habido tanta diferencia entre la pelea de hoy y la de ayer. Pero enseguida se nos olvidan nuestras dudas y la disputa queda relegada a un rinconcito de nuestra mente, enterrada en ese baúl de recuerdos a los que nuestro cerebro no puede dar sentido en el momento en que fueron presente.


-Estarás contentísima, ¿no, Sabrae?-me dice la madre de Amoke, Lisbeth-. ¡Vas a tener otro hermanito!-celebra, y yo asiento con la cabeza.
               -Pues sí. Mamá tiene un bebé en la barriga otra vez. ¿A que es genial?-respondo, paseando por la calle con la mochila colgada de la espalda. La madre de Amoke asiente con la cabeza. Hoy es un día especial, mamá tiene una de esas sesiones en las que puede ver al bebé dentro de ella sin necesidad de que le corten la barriga ni nada por el estilo. Scott, Shasha y yo no podemos ir con papá y con ella, así que los padres de Amoke me han invitado a comer con ellos, mientras mis hermanos se quedan con la familia de Tommy. Me voy a pasar la tarde en casa de Amoke, y luego, los Tomlinson vendrán a buscarme y me llevarán con mis padres, que ya habrán hecho todo lo que tienen que hacer y preparado todo lo necesario para que un bebé llegue bien a nuestra familia.
               Cuando papá y mamá se enteraron de que íbamos a tener un nuevo hermanito, decidieron recordarnos cómo se hacían los bebés y explicarnos cómo eran las cosas de nuevo para que lo tuviéramos fresco. Nos dijeron que ahora veríamos de primera mano cómo es un embarazo, y nos advirtieron de que nos tendríamos que portar muy, muy bien, para que mamá no estuviera cansada y el bebé viniera con muchas ganas de jugar.
               Desde entonces, nos comportábamos como santos. Recogíamos la mesa y hacíamos la cama como mejor podíamos, ayudábamos en las tareas del hogar y le concedíamos todos los caprichos que mamá tenía a la velocidad del rayo. Incluso llegaba a bromear con que debería quedarse embarazada más a menudo, por lo buenos que nos volvíamos.
               -Ahora sólo os falta conseguir un bebé a vosotros, y así Amoke y yo podremos cuidarlos juntas-respondo, y miro a Amoke, que sonríe y alza el pulgar en señal de aprobación. Ella también está entusiasmada con la idea de que mi madre esté embarazada. Nunca la ha conocido embarazada y creemos que va a ser muy guay. Me muero de ganas de que vea cómo le crece la tripa y de enseñarle las fotos del hermano que estoy esperando cuando vuelva de sesiones como la de hoy. O de que ponga las manos en la tripa de mi madre y espere a que el bebé dé una patada.
               Es una sensación increíble, la de que un bebé que aún no ha nacido te dé una patada.
               Llegamos a casa, donde nos espera el padre, que está cocinando algo que hace que se me llene la boca de saliva. Le da un beso a su hija y me revuelve el pelo, me pregunta qué tal en clase, qué tal mis hermanos, qué tal mis padres.
               -Bien, bien, muy bien-respondo, y ellos se echan a reír. Nos sentamos a la mesa, comemos y jugamos en la habitación de Amoke con un circuito que podemos modificar a nuestro antojo y desde el que tiramos coches para ver cuál tiene más suerte y ha cogido el coche más veloz. Nos pintamos las uñas y luego lo ponemos todo perdido cuando volvemos a tirar los coches sin esperar a que el esmalte se seque, así que aprovechamos y empezamos a dibujar con los esmaltes hasta que el día se convierte en atardecer, y el atardecer en noche, y los padres de Tommy llaman a la puerta de casa de Amoke, a quien he invitado a dormir pero que ha rechazado porque esta noche tiene que ver un programa con sus padres que no se puede perder.
               Bajo corriendo las escaleras con mi mochila del colegio cargada con los libros y  el uniforme y espero a que el padre de Amoke abra la puerta. Sonríe con timidez e invita a Louis a pasar, que acepta un café y dice que va a estar un par de minutos nada más. Eri también está embarazada y no quiere dejarla sola durante mucho tiempo.
               -Entiendo perfectamente, cuando Liz se quedó en estado de nuestra pequeña…-comienza el padre de Amoke, y ambas nos reímos. Nos tapamos la boca y subimos a la habitación, sabiendo que la conversación va a estirarse mucho.
               Al principio, cuando conocí a los padres de mi amiga, me dio la sensación de que era un poco tontos. El segundo día que pasamos juntas y que salimos del colegio de la mano, nuestros padres se acercaron a nosotras y se nos quedaron mirando.
               -¡Es la niña llorona!-dijo Amoke, y yo la miré-. Se llama Sabrae.
               -Hola-dije con timidez, mirándome los pies.
               -Hola, preciosa-la madre de Amoke se arrodilló al lado de su hija y me tendió la mano, que yo le cogí-. Soy Lisbeth. Él es Preston, mi marido, el papá de Amoke.
               -Yo soy Sabrae-respondí, y ella sonrió.
               -¡Qué nombre tan bonito!-dijo ella, y yo le sonreí. En ese momento, mamá llegó a mi lado, y la madre de Amoke se incorporó.
               -¡Hola! Soy Sher-se presentó mamá, tendiendo la mano hacia los desconocidos que ya no lo eran-. Y éste es mi marido…-añadió, estirando la mano en dirección a papá, que se acercaba con Scott siguiéndole de cerca, la mano de mi hermana en la suya. Los padres de Amoke abrieron los ojos y boquearon un segundo. Los miré sin comprender.
               -Zayn-terminó papá, alargando la mano y estrechando la de los padres de mi amiga-. Un placer. Sabrae nos ha hablado de su hija, parece muy buena niña.
               Habían hablado un poco y luego nos habíamos marchado, yo extrañada por la reacción de los padres de mi amiga.
               -Papá, ¿por qué han reaccionado así al conocerte?
               -Porque soy famoso.
               -¿¡Y eso es malo!?-chillé, asustada, porque eso de ser famoso sonaba a enfermedad terminal. Papá y mamá se echaron a reír.
               -¡No, mujer!
               -¿Qué es, entonces?
               -Que hay gente que yo no conozco que sabe quién soy.
               -¿Por qué?
               -Porque soy músico.
               -¿Y eso qué tiene que ver?
               -Que los padres normales no son músicos. A la gente le gustan los músicos.
               -¿Tú no eres un padre normal?-había dicho, triste, y él se rió.
               -Quiero creer que soy un padre por encima de la media.
               -Tampoco te flipes-espetó mamá, y papá la fulminó con la mirada.
               -Yo creo que eres un padre genial-dijo Scott.
               -¡Sí, genial!-asentí yo.
               -Papi-terció Shasha, y con eso bastó para zanjar la cuestión.
               El caso es que yo había creído que los padres de Amoke eran un poco tontos por reaccionar como reaccionaron al conocer a papá, porque sí, él era muy guapo, pero de ahí a quedarse mirándolo como si fuera… no sé, un unicornio salido de entre los árboles, pues todavía había un buen trecho.
               Pero ahora los padres de Amoke me caen bien, aunque tengan costumbres un poco raras, como esa de no comer cerdo que a mí tanto me choca. Esta misma mañana hemos comido un plato que en mi casa se hace con cerdo, mientras que en la de Amoke lo preparan con ternera y cordero. Y esas cosas no paran de llamarme la atención, aunque me imagino que es un poco como en casa de Eleanor y Tommy: allí comen platos que mis padres no conocen, y yo como platos que Eri no sabe preparar.
               Me imagino que cada familia es un mundo, y cuando llego a esa conclusión empiezo a vivir mejor. Desnudo todas las Barbies de Amoke, les cambio los zapatos a todas sus Bratz y nos prometemos la una a la otra que nos disfrazaremos de Clawdeen Wolf y de Cleo de Nile en el siguiente Halloween mientras me meto en la mochila la primera muñeca.
               Louis me ayuda a subir al coche y se asegura de que me haya atado el cinturón. Nos deja en nuestra casa y pasa a tomarse una cerveza después de que papá insista. No se queda a cenar, sino que mamá lo lleva de vuelta a casa (resulta que no se puede beber cerveza y conducir) y, mientras tanto, Scott, Shasha y yo preparamos la mesa para cenar. Esperamos a que mamá vuelva, le abrimos la puerta y la llevamos de la mano al comedor, donde la sentamos en la silla más cómoda, le ponemos un cojín en la espalda y le pedimos a papá que le sirva a ella el primer plato.
               -¿Qué tal con los Tomlinson, niños?-pregunta mamá, tomando su sopa. Scott y Shasha le cuentan que Eri les ha puesto una película sobre un alienígena azul que aterriza en una pequeña isla de la Tierra. Papá sonríe y susurra un suave “típico” mientas mis hermanos siguen dando cuenta de su tarde.
               -¿Y tú, con Amoke, qué tal, mi amor?-pregunta mamá, acariciándome la mano.
               -Bien. Hemos comido patatas rellenas de carne, pero no es carne de cerdo, sino carne de vaca. No sabía que se pudiera hacer con carne de vaca.
               -La carne es la carne-responde mamá.
               -Es que en casa de Amoke no comen cerdo. ¿Serán alérgicos? Amoke no me ha dicho nada de que le tenga alergia al cerdo.
               -No son alérgicos, son musulmanes.
               -Eso suena guay-responde Shasha.
               -¿Y por qué yo no lo soy? Yo también quiero ser musulmana-suelto.
               -Ya lo eres, mi amor.
               -¿Entonces?
               -Entonces, ¿qué?
               -Si soy musulmana, ¿por qué como cerdo?
               -¿Qué es ser musulmán?-pregunta Shasha.
               -Que crees en Alá-le responde Scott.
               -¿Y eso qué es?
               -Quién es-responde papá-. Es Dios.
               -¿Qué es un Dios?
               -Es un señor muy simpático y muy grande que vive en el cielo.
               -¿Como el hombre del tiempo?-pregunto yo.
               -¿Qué?
               -El hombre del tiempo tiene que vivir en el cielo-razono-. Si no, no sabría cuándo va a llover. Eso es porque lo ve.
               -Tiene un tercer ojo-asiente Scott-. Lo hemos estado discutiendo Tommy y yo.
               -No, el hombre del tiempo mira… cosas-susurra mamá-, y hace predicciones. Como cuando papá y yo vamos al supermercado y sabemos lo que vamos a gastar antes de que nos lo diga la cajera.
               -Ah.
               -Dios es un señor que decide todo lo que va a pasar-explica papá.
               -¿Como mamá?-pregunta Shasha.
               -No, exactamente. A ver. Él… lo creó todo. Nos dio la vida. ¿Entendéis?
               -Como mamá-respondo-. Mamá nos creó a todos.
               Mamá se echa a reír.
               -Creo que deberíamos esperar un poco para tener conversaciones teológicas con vosotros, niños.
               -Vale, pero, ¿puedo ser musulmana o no?
               -Si tú quieres, sí, Saab.
               -Pues entonces, soy musulmana. Y ya no quiero comer cerdo.
               -Si no comes cerdo, se acabó el beicon-razona papá.
               -¿El beicon viene del cerdo?-espeta Scott, escandalizado. Papá asiente y Scott se gira y me mira-. Tu amiga es una desgraciada. No poder comer beicon, con lo rico que está…
               -Entonces no soy musulmana-suelto, metiéndome una buena cucharada de sopa en la boca-. El beicon está demasiado rico.
               -Puedes ser musulmana y comer cerdo. Nosotros lo somos. Papá y yo, quiero decir-mamá lo señala con la parte trasera de su cuchara-. La religión es más que sus prohibiciones.
               -¿Qué es la religión?
               Papá suspira y se reclina en su asiento.
               -En casa de Eri lo tienen más fácil-sonríe, mirando a mamá.
               -¿Por qué?
               -Porque ella no cree en Dios-se encoge de hombros.
               -¡Qué horrible!-responde Shasha-. ¿No cree que mamá exista?
               -Dios no es mamá, Shasha-responde Scott, poniendo los ojos en blanco.
               -Perdona, pero si Dios decide qué vamos a hacer, como qué días vamos a ir a visitar a los abuelos, y Dios nos da la vida, ¡es que mamá es dios!
               -Pero entonces, ¡habría muchos dioses! 
               -¡El cielo es muy grande, ¿sabes cuánta gente cabe ahí?! ¡Como… trescientas personas!-Scott alza las cejas, y Shasha asiente-. ¡COMO MÍNIMO!
               -Terminaos la sopa, venga-insta mamá. Y lo hacemos y terminamos de comer. Nos sentamos en el sofá, tapados con una manta, y mamá y papá nos enseñan la foto del bebé, que ahora mismo es un circulito blanco en el interior negro de la barriga de mamá.
               Me pregunto por qué es blanco cuando nosotros hemos nacido marrones, y se lo pregunto a papá, y él me contesta que eso es porque vamos cogiendo el color cuando vamos creciendo dentro de la tripa, igual que los cuadros, que primero vienen en un lienzo blanco al que luego se le van añadiendo las capas de color.
               -Ah. Tiene sentido-asiento-. Qué bien te expresas, papá.
               -Gracias, cariño-responde él, dándome un beso. Mamá se pone a leer un libro mientras él ve la televisión, con el volumen tan bajo que nos cuesta distinguir lo que las Supernenas hablan entre sí. Sigo dándole vueltas a lo de que Dios nos creó, y, por mucho que a Scott le parezca una locura, yo creo que tiene todo el sentido del mundo pensar que mamá es dios.
               Mamá lleva una persona dentro, ¿acaso hay algo más milagroso que eso?
               Pero, si mamá es dios, ¿qué dios es el mío?
               -Papá-susurro, y él me acaricia la tripa. Estoy sentada sobre su regazo, apoyada la espalda en su vientre-. Si las madres son dioses, ¿mi dios es distinto que el de Scott y el de Shasha?
               Mamá me mira, Scott me mira, Shasha me mira y papá me mira.
               -No tiene por qué-responde después de una pausa-. Puedes elegir al dios que quieras.
               -¿De veras?
               -De veras.
               -¿Me lo prometes?
               -Te lo prometo.
               Me dejo caer de nuevo sobre su espalda, aliviada. Papá me acaricia la tripa hasta que siento que me voy durmiendo. Doy un par de cabezadas y, antes de que me dé cuenta, estoy metida en la cama, con la sábana tapándome hasta la barbilla, papá y mamá metiendo las mantas por debajo de la almohada para que no nos entre ni una gotita de frío polar.
               -Papá-digo, somnolienta, frotándome la cara-. ¿Por qué me abandonaron?
               Mamá se detiene en seco.
               -No pienses en eso, mi amor.
               -¿Es que no me querían?-inquiero, y lo digo en un tono sorprendentemente tranquilo para la trascendencia de lo que estoy diciendo. Papá y mamá se sientan en la cama y me acarician las mejillas.
               -Pues mira-dice Shasha-, casi mejor que te abandonaran, porque si no te querían, nosotros te vamos a querer el doble-contesta, y yo me echo a reír. Le doy un beso en la mejilla y me abrazo a ella.
               -No pienses-me dice papá por fin-, ni por un segundo, que a ti nadie te abandonó. Eres especial, Saab. Te eligieron. No eres un descarte. Eres una elección.
               Siento cosquillitas dentro de la tripa cuando papá me dice eso.
               -Los bebés son como las cartas-dice mamá después de meditarlo un rato-. A veces, se equivocan de dirección. Estabas destinada a ser nuestra hija, Saab. Por eso la mujer que te trajo al mundo te dejó en el sitio al que fuimos a buscarte. Eras para nosotros. Ella se limitó a dejarte donde te cuidaran hasta que nosotros te encontráramos.
               -Qué maja-respondo, acurrucándome entre Scott y Shasha.
               No vuelvo a plantearme de dónde vengo, porque para mí, esa explicación es lo que más sentido tiene en todo el mundo. Igual que Shasha y Scott, yo estaba destinada a ser la hija de mis padres, igual que estoy destinada a creer que mamá es dios, por el simple hecho de que ella nos regala a nuestros hermanos.
               Le crece la tripa y yo cada vez tengo menos dudas de que la conclusión de mi hermana pequeña es la correcta. Me enfado con Scott cuando nos anuncian que vamos a tener una hermanita más y él dice que de eso nada, que toca un chico, que, como sea verdad que viene una niña, la devolveremos de donde vino, que no es para nosotros.
               Pero, cuando Duna nace, y nosotros la miramos, y la cogemos en brazos y ella nos mira y se ríe, tengo tres cosas claras como el agua:
               La primera, que no voy a dejar que Scott la mande a ningún sitio, porque es mía.
               La segunda, que da igual de dónde venga yo o de dónde venga ella, lo importante es que la quiero con toda mi alma en el momento en que la veo.
               Y la tercera, que mamá es dios. Me dará igual qué piense la gente, qué digan los libros y qué se proclame en los templos. Mamá es dios. Y yo soy hija de dios.
               Porque ella me buscó, me encontró, me cuidó y me quiere.

               Me eligió. 


¡Empieza lo bueno! Ahora que he terminado Chasing the Stars, me alegra anunciar que Sabrae pasará a ser semanal. Los días 23 también tendréis capítulo garantizado, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! 

5 comentarios:

  1. SE PUEDE SER MEJOR QUE SABRAE? IMPOSIBLE porque es una completa reina. Mi reina.
    De verdad que me representa tanto e la vida sobretodo cuando he visto que se ha enfadado con Alec por no poder comer pizza porque bo estaba Scott. Y como despues vuelven a pelearse cuando se están pidiendo disculpas. PERO SABRALEC SON TAN TIERNOS QUE SABRAE HA MUERTO CUANDO DIJO QUE SE PARECIA A SHER. De verdad Erika, o los unes en sagrado matrimonio y no se que te pasa...
    Y SAAB DEFENDIENDO A ALEC CUANDO APARECIO AARON...ES QUE SE AMAN MAS Y CREO QUE EXPLOTA O ALGO POR EL ESTILO JAJAJAJAJA
    Mami es dios...Y ESTOY DE ACUERDO. Alguien que trae al mundo a unos seres tan putos amos como los niños malik solo puede ser una diosa y yo estoy obligada a adorar y besar alla por donde vaya.
    Pd: quiero hacer mención especial a Sabrae intentando imitar a Sher cuando se enfada con Zayn

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  2. No sabes lo feliz que me hace acabar los exámenes (aún me quedan tres pero wno, tenemos el puente) tirarme en cama y ponerme a leer esta maravilla. Sabrae no puede ser más preciosa y yo no puedo shippear más Sabralec. ❤

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  3. ECHABA TANTO DE MENOS LEERTE ERI QUE ESTOY LLORANDO REAL. De pequeños son tan bonitos que quiero llorar, tan inocentes que ay :(.
    Aaron me ha producido nauseas, le odio. Como se atreve a tocar a mi hijo, ¿COMO? Cuando Alec se ha abrazado a Mary se me ha roto el alma. Mis niños:(.
    El final del capitulo ha sido P R E C I O S O. Me hace gracia que Shasha le diga cosas dulces a Sabrae porque luego la unica manera en la que se comunicaran sera chillandose e insultandose JAJAJAJA.
    Amo a los Malik de verdad lo digo.

    -Patricia

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  4. BUENO YA ESTOY AQUÍ DESPUÉS DE CUARENTA AÑOS HACIENDOME DE ROGAR
    De mayores:
    - Alec no me hables no quiero verte en mil años aléjate de mi
    - Pero Scott que te he hecho?????
    - QUE QUÉ ME HAS HECHO??????? AYER HABÍA PIZZA Y LA POSPUSIMOS PORQUE MI HERMANA SE FUE A FOLLAR A TU CASA ME TENÉIS HARTO H A R T O
    Alec whitelaw rompiendo las tradiciones malik
    OJALÁ SER UNA CABRA PARA PODER DARTE UNA COZ EN LA CARA - SABRAE I DE INGLATERRA
    Tommy cantando los que se pelean se desean oleoleole
    "-Te has caído?
    - No, me he peleado con Alec.
    - Y, le has pateado el culo?
    - No, porque tiene el culo muy alto" ZABRAE JAJAJAJAJJAAJAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJA
    "Castigala sin pizza sherezade" ALEC ES UN METEMIERDA QUE ME MEO JAJJAAJAJAJAJAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJJA
    AY CUANDO SE PERDONAN Y ALEC LA COGE EN VOLANDAS QUE ME CAIGO MUERTA
    Mimi y alec abrazándose����������
     "-¡El cielo es muy grande, ¿sabes cuánta gente cabe ahí?! ¡Como… trescientas personas!-Scott alza las cejas, y Shasha asiente-. ¡COMO MÍNIMO!" SHASHA ES MI NUEVA FAVORITA

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  5. "-Yo también echo de menos a mis hermanos, cariño, pero tenemos que dejarles ir
    -¿Scott se va a ir a algún sitio?-inquiero, alarmada, mirándolo desde arriba." Esto me ha dolido mucho porque HOLA EL FINAL DE CTS NO PUEDO CON MI VIDA
    LA PELEA ENTRE ALEC Y SABRAE EPIC PERO LA RECONCILIACIÓN AÚN MÁS EPIC SI ES QUE SE LLEVAN AMANDO TODA LA VIDA
    Y Sabrae defendiendo a Alec de Aaron ay ❤
    Me encanta que poco a poco nos vayas mostrando el pasado de Alec también.
    Y soy fan de la conversación sobre Dios y de las niñas todo convencidas de que Sher es Dios que, oye, estoy de acuerdo.

    "Mamá es dios. Y yo soy hija de dios. Porque ella me buscó, me encontró, me cuidó y me quiere. Me eligió." ❤

    Pd: Hace exactamente un año estaba comentando en CTS, no estoy bien :'(
    Menos mal que tenemos Sabrae ❤

    - Ana

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