Me levanté decidido a hacer
algo productivo con mi vida, no dejar que la tristeza me invadiera y mantenerme
ocupado para no ponerme triste por Tommy.
Ya había llorado todo lo que quería.
Ahora tocaba ser un hombre hecho y derecho y mirar
hacia delante.
…
… una puta mierda.
Para cuando terminé de bajar las escaleras como un
alma en pena, espabilado por el beso que me dio papá antes de salir pitando al
instituto (tenía no sé qué mierda que preparar; no me molesté en preguntar y él
tampoco parecía tener tiempo de explicarlo), ya había pensado en 48 excusas
para acercarme a casa de Tommy.
¿Me terminaría de romper la cara si me presentaba en
su casa?
Sí.
¿Me arriesgaría a que me rompiera la cara si me
presentaba en su casa?
Joder que sí.
Si me daba otro puñetazo, por lo menos dedicaría un
par de segundos a pensar en mí, ¿no?
Pero todas mis resoluciones se fueron al traste cuando
me encontré a mamá aún en pijama, calentando su café. Se volvió, se apartó el
pelo a un lado, y me dijo con un suave susurro:
-Cariño, ¿te importaría llevar a Duna al colegio? No
he dormido muy bien esta noche-se puso de puntillas para darme un beso en la
mejilla y me besó en los labios tan suavemente que pensé que no lo había hecho
de veras, de no ser por el rastro cálido que aún notaba en mi mejilla cuando se
marchó de vuelta a la cama.
Así que llevé a Duna al colegio y, por extensión, a
Astrid y Dan.
Casi mejor, porque apenas me terminé el desayuno, un
trozo minúsculo del bizcocho que habíamos abierto mamá y yo ayer, y del que
apenas quedaba nada, porque vivía literalmente con una manada de chacales
famélicos, tuve que subir corriendo al baño, ponerme de rodillas frente al
retrete y vomitarlo todo. Estaba histérico.
Histérico, porque me daba miedo el encontrarme con
Tommy y que me volviera a hacer lo que me hizo la última vez que estuvimos
juntos. Histérico porque no quería volver a ver aquel odio en sus ojos.
Sabía lo que me pasaría si volvía a ver con qué asco
me había mirado, sabía qué sucedería si volvía a hundirme en el sentimiento de
traición que desprendían sus ojos.
Y ahora tenía que vivir, porque a) había mucha gente
pendiente de mí, que me quería y me apoyaba y me aceptaba como era (o, más
bien, a lo que había sido antes), y b) no era un puto egoísta como había sido
con 15 años.
Sí, S, eras
súper generoso mientras te zumbabas a mi hermana a mis espaldas, contestó
lacerante el Tommy de mi interior. Yo fingí que no lo oía, me quedé mirando el
armario del baño, me limpié la boca con el dorso de la mano y sacudí la cabeza
cuando él insistió: Sé que puedes oírme.
Y sé que, en el fondo, sabes que está mal.
Sé que me
entiendes.
No te plantearías
ir a buscarme si no me entendieras.
-Cierra la puta
boca, Thomas-gruñí por lo bajo, levantándome, tirando de la cadena y lavándome
los dientes.
Me llevé a Duna, Astrid y Dan al colegio, y estuve
remoloneando por el barrio hasta que decidí que necesitaba acostarme en la
cama.
Fui a ver a mamá, y me la encontré tapada hasta las
cejas, con la melena azabache empapando la almohada. Se había abrazado a ella,
como queriendo conservar el calor corporal residual de papá. Abrió un ojo
cuando yo abrí la puerta.
-Mi rey-susurró, y yo sonreí un poco. Noté cómo se me
tensaban los labios y mi piercing rozaba mis dientes. Era un acto reflejo, ni
siquiera me daba cuenta de que lo estaba haciendo hasta que sentía que lo
llevaba haciendo demasiado tiempo, o dejaba de hacerlo. Me gustaba cuando me
llamaba eso. La recordaba cogiéndome en brazos, estrechándome contra su pecho,
hundiendo mi cara en aquellos cabellos que tan bien olían, acariciándome hasta
que me quedaba dormido, dándome las gracias por existir (no, gracias a ti, mamá, en serio, en puto serio), besándome la nuca
y diciéndome esas cosas.
Todo era más fácil cuando era un bebé.
La única vez que habían tenido que pararnos los pies a
mí y a Tommy fue cuando nos conocimos. Mamá decía que nos entusiasmamos tanto
que empezamos a darnos pataditas, y que incluso tuvieron que separarnos porque
yo me emocioné, empecé a toquetearle la cara, y traté de meterle las manos en
los ojos, porque, ¡oye, T, ¿de dónde has sacado unos ojos así de azules?!
Me estaba poniendo tristísimo.