domingo, 27 de noviembre de 2016

Larga vida a Scommy.

Me levanté decidido a hacer algo productivo con mi vida, no dejar que la tristeza me invadiera y mantenerme ocupado para no ponerme triste por Tommy.
               Ya había llorado todo lo que quería.
               Ahora tocaba ser un hombre hecho y derecho y mirar hacia delante.
               …
               … una puta mierda.
               Para cuando terminé de bajar las escaleras como un alma en pena, espabilado por el beso que me dio papá antes de salir pitando al instituto (tenía no sé qué mierda que preparar; no me molesté en preguntar y él tampoco parecía tener tiempo de explicarlo), ya había pensado en 48 excusas para acercarme a casa de Tommy.
               ¿Me terminaría de romper la cara si me presentaba en su casa?
               Sí.
               ¿Me arriesgaría a que me rompiera la cara si me presentaba en su casa?
               Joder que sí.
               Si me daba otro puñetazo, por lo menos dedicaría un par de segundos a pensar en mí, ¿no?
               Pero todas mis resoluciones se fueron al traste cuando me encontré a mamá aún en pijama, calentando su café. Se volvió, se apartó el pelo a un lado, y me dijo con un suave susurro:
               -Cariño, ¿te importaría llevar a Duna al colegio? No he dormido muy bien esta noche-se puso de puntillas para darme un beso en la mejilla y me besó en los labios tan suavemente que pensé que no lo había hecho de veras, de no ser por el rastro cálido que aún notaba en mi mejilla cuando se marchó de vuelta a la cama.
               Así que llevé a Duna al colegio y, por extensión, a Astrid y Dan.
               Casi mejor, porque apenas me terminé el desayuno, un trozo minúsculo del bizcocho que habíamos abierto mamá y yo ayer, y del que apenas quedaba nada, porque vivía literalmente con una manada de chacales famélicos, tuve que subir corriendo al baño, ponerme de rodillas frente al retrete y vomitarlo todo. Estaba histérico.
               Histérico, porque me daba miedo el encontrarme con Tommy y que me volviera a hacer lo que me hizo la última vez que estuvimos juntos. Histérico porque no quería volver a ver aquel odio en sus ojos.
               Sabía lo que me pasaría si volvía a ver con qué asco me había mirado, sabía qué sucedería si volvía a hundirme en el sentimiento de traición que desprendían sus ojos.
               Y ahora tenía que vivir, porque a) había mucha gente pendiente de mí, que me quería y me apoyaba y me aceptaba como era (o, más bien, a lo que había sido antes), y b) no era un puto egoísta como había sido con 15 años.
               Sí, S, eras súper generoso mientras te zumbabas a mi hermana a mis espaldas, contestó lacerante el Tommy de mi interior. Yo fingí que no lo oía, me quedé mirando el armario del baño, me limpié la boca con el dorso de la mano y sacudí la cabeza cuando él insistió: Sé que puedes oírme. Y sé que, en el fondo, sabes que está mal.
               Sé que me entiendes.
               No te plantearías ir a buscarme si no me entendieras.
               -Cierra la puta boca, Thomas-gruñí por lo bajo, levantándome, tirando de la cadena y lavándome los dientes.
               Me llevé a Duna, Astrid y Dan al colegio, y estuve remoloneando por el barrio hasta que decidí que necesitaba acostarme en la cama.
               Fui a ver a mamá, y me la encontré tapada hasta las cejas, con la melena azabache empapando la almohada. Se había abrazado a ella, como queriendo conservar el calor corporal residual de papá. Abrió un ojo cuando yo abrí la puerta.
               -Mi rey-susurró, y yo sonreí un poco. Noté cómo se me tensaban los labios y mi piercing rozaba mis dientes. Era un acto reflejo, ni siquiera me daba cuenta de que lo estaba haciendo hasta que sentía que lo llevaba haciendo demasiado tiempo, o dejaba de hacerlo. Me gustaba cuando me llamaba eso. La recordaba cogiéndome en brazos, estrechándome contra su pecho, hundiendo mi cara en aquellos cabellos que tan bien olían, acariciándome hasta que me quedaba dormido, dándome las gracias por existir (no, gracias a ti, mamá, en serio, en puto serio), besándome la nuca y diciéndome esas cosas.
               Todo era más fácil cuando era un bebé.
               La única vez que habían tenido que pararnos los pies a mí y a Tommy fue cuando nos conocimos. Mamá decía que nos entusiasmamos tanto que empezamos a darnos pataditas, y que incluso tuvieron que separarnos porque yo me emocioné, empecé a toquetearle la cara, y traté de meterle las manos en los ojos, porque, ¡oye, T, ¿de dónde has sacado unos ojos así de azules?!
               Me estaba poniendo tristísimo.

               -¿Quieres que te traiga algo?
               -Estoy bien-susurró, encogiéndose un poco sobre sí misma-. Sólo es cansancio, mi pequeño. No te preocupes. En un par de horas ya seré la de siempre.
               -Guay. Te dejo dormir. Si necesitas algo, estaré en mi habitación.
               Me metí en mi habitación. Vi capítulos de series al azar (poniendo cuidado de pasar los episodios que no había visto, porque Tommy y yo teníamos el pacto de no ver nada sin el otro o, por lo menos, si lo veíamos separado, verlo a la vez), miré vídeos musicales, me metí en las redes sociales a mirar no sabía qué (bueno, sí sabía qué: los dibujos de las fans de mi padre o de los demás, hasta que me encontraba con imágenes eróticas o directamente pornográficas, y entonces cerraba la pestaña), me quedé tumbado en la cama mirando por la ventana, cómo llovía y llovía sin parar, y, finalmente, terminé por coger el libro que Duna y yo habíamos roto.
               Estaba terminando de pegar las cosas con celo cuando mamá abrió la puerta, con el pelo alborotado, los pantalones del pijama un poco caídos, dejando entrever la tela de su ropa interior, y una sudadera que le venía grande cubriéndole el torso, ocultando sus curvas y sus hombros por igual.
               -Estoy despierta. Pon música si quieres. Voy a trabajar.
               Asentí. No puse música. Terminé por seguirla, sentarme en su despacho y ponerme a mirar dibujos viejos. Está feo que yo lo diga, pero cuando estoy inspirado no hay quien me tosa en eso de los bocetos. Me encantaban los dibujos que le había hecho a Eleanor. Se podría decir que la sacaba incluso más guapa de lo que era, pero sería un puto mentiroso y un creído de mierda si no admitiera que Eleanor en sí era mil veces mejor que un dibujo. Sus curvas eran mejores, sus poros eran más perfectos, su piel brillaba más, su pelo era más suave, sus ojos más expresivos, y sus labios muchísimo más apetecibles.
               Y la constelación de su espalda.
               Uf.
               Casi hacía que mereciera la pena lo mal que lo estaba pasando.
               Mamá y yo terminamos la tarde tirados en su cama, enredados en una maraña de cuerpos imposible de deshacer. Me había sentado a sus pies en su despacho y había apoyado la cabeza contra sus piernas. Ella me acarició el pelo como si fuera un cachorro al que acabamos de traer a casa, suspiró con frustración y me ordenó que me fuera a su habitación. No me dijo para qué.
               Me fiaba de mi madre. Dudaba de que se aprovechara de mi situación para enrollarse conmigo.
               En mi casa nos encantaba el sexo, pero eso del incesto… qué quieres que te diga, no terminábamos de verlo bien.
               No pude evitar sonreír cuando entró en la habitación con un bol a rebosar de palomitas, dos refrescos y un montón de golosinas que yo no sabía de dónde había sacado. Nos tiramos en la cama y nos pusimos una peli. Ella se acercó a mí. No llegó a comer ni dos puñados de palomitas antes de quedarse frita sobre mi pecho, al murmullo de:
               -Ay, Scott… mi pequeño-continuó acariciándome el brazo, el cuello y el nacimiento del pelo un rato después de cerrar los ojos.
               Y yo pude entender por qué papá, por muy hijo de puta, por muy tocacojones, por muy caprichoso, por muy mala persona, por muy cabrón, creído y listillo que yo fuera, me quería a rabiar. Yo era la razón de que disfrutara de eso cada noche.
               Perdona, pero debería hacerme un monumento en cada pueblo de Inglaterra.
               Así pasaríamos la mañana, dándonos mimos el uno al otro. Lo cierto es que lo necesitaba terriblemente.
               Me empezaron a pesar los párpados, así que cerré los ojos. No me haría mal descansar un poco la vista, ¿no?
               Para cuando los volví abrir, mamá me había rodeado con todo su cuerpo. Había apoyado la cabeza en su pecho, y sentía sus dedos enredándose en mi pelo, bajando por mi cuello y rozando con los dedos el inicio de los hombros, y subiendo otra vez. Y, con las piernas, se había hecho un koala gigante en mi cintura. Cuando levanté la cabeza para mirarla, me sonrió y me dio un beso en la mejilla.
               Hizo que me sintiera bien, muy bien, increíblemente bien. No pensé que me pudiera sentir así después de todo. Mamá podía hacerte sentir súper especial.
               -¿Ha amanecido?-bromeó, besándome el pelo y clavando los ojos, aquel regalo que me había hecho, en la pantalla del ordenador, a la que llevábamos bastante tiempo sin hacer caso. Por toda respuesta, me acurruqué más contra ella, con una idea formándoseme en la mente.
               Estaba dándole vueltas a esa idea ya sentado viendo la televisión, con papá protestando por lo bajo por algo que no habían mencionado de no-se-sabe-qué-autor-de-renombre-pero-que-nadie-conoce cuando unas manos se deslizaron exactamente igual que las de la mujer que me había dado la vida, pasando por mi pelo, bajando tras las orejas, deteniéndose en mis hombros. Pero aquellas manos eran más decididas, sus intenciones eran diferentes. Tiraron de mí para hacerme mirar hacia arriba, estirándome el cuello.
               -¡Bu!-dijo mi chica, antes de inclinarse y darme un beso en los labios que me dejó sin respiración. Me comió la boca, literalmente. Con mi puto padre delante, que decidió que las noticias no eran interesantes (ni fiables, qué novedad) y se dedicó a observarnos mientras nos lo montábamos como si fuéramos Spiderman y Mary Jane, pero con los papeles cambiados en lo relativo al sexo.
               Para cuando nos separamos, tenía la respiración acelerada, me costaba pensar con claridad, y tenía las marcas de su pintalabios en la boca, y todavía podía saborear sus besos en mi lengua. Me sonrió como si fuera lo más bonito del mundo, igual que me había sonreído mamá cuando estábamos tirados en la cama disfrutando de la compañía del otro. Quise comérmela.
               A Eleanor, quiero decir. No a mamá. Eso sería raro.
               Y no en un sentido sexual. Comérmela y punto.
               El se sentó a mi lado, me pasó los dedos por el cuello y volvió a besarme. En un acto reflejo, le pasé la mano por la cintura y fui bajando. Llevaba falda. Conocía esa falda, anda que no me había enrollado en el patio con chicas que la llevaban…
               -¿Has venido derecha desde el instituto?-quise saber, y ella se mordió el labio, encogiéndose de hombros.
               -Tenía muchísimas ganas de venir a verte-fue su contestación, y yo sonreí, ignoré el levantamiento de cejas cargado de intención de papá, y me acerqué a ella de nuevo. Necesitaba bebérmela, era un batido de mi fruta favorita (que estaba resultando ser la cereza) en una terraza con vistas paradisíacas en el que el sol de verano no hacía más que abrasarme.
               Merece la pena, me dije a mí mismo, probando su amor como la miel. Me pasó las manos por el cuello, me acarició la nuca y hundió los dedos en mi pelo, y sonrió cuando mi lengua fue un poco más allá de lo que la tenía acostumbrada en ese momento. La quería, la deseaba, la necesitaba, muchísimo. Ella podía hacer que me encontrara bien. Podía consolarme. Merecía la pena.
               No iba a pedir perdón por lo que sentía por ella, y por lo que ella sentía por mí.
               -¿Es que no tienes educación, Scott?-me pinchó papá-. Ofrécele algo de comer.
               -Ya está comiendo-repliqué yo, y Eleanor se echó a reír, acariciándome la mejilla con la punta de la nariz. Se levantó, me cogió de la mano y me arrastró a la cocina, como si la casa fuera suya, y no mía. Se inclinó hacia la nevera, sacó un par de bolsas y se hizo un bocadillo a la velocidad del rayo. Un par de veces tropezó con los muebles, buscó alimentos donde no estaban, porque estaba en modo eficiente, y sólo había encendido ese modo cuando estaba en su casa. Era la primera vez que la veía en ese plan, estando conmigo.
               Me habría ofrecido a ayudarla, incluso a hacerle yo la comida, pero estaba demasiado embobado en cómo su falda se balanceaba de un lado a otro con cada uno de sus pasos como para poder pensar con claridad.
               Cuando se inclinó a por un plato y se le subió tanto que pude verle un poco de las bragas, me mordí el labio. Porque la tenía muy lejos, que si no, le metería la mano por debajo de la falda y tirará de aquel pedazo de tela negra hasta dejarla desnuda. Puede que tardara un poco más en comer. Primero, tendría que comérmela yo a ella.
               Se sentó a mi lado y se puso a comer, despacio, deleitándose en los sabores mezclados. Me ofreció un par de veces, y ambas las rechacé, hasta que ella insistía y yo le daba un tímido mordisco, mirándola. No podía apartar los ojos de ella.
               Si toda la vida había sido así de preciosa, me merecía indudablemente que Tommy me odiara, aunque no fuera por las razones por las que lo hacía. Tommy…
               Me merecía que me odiara por haber tardado tanto en verla, no por haberme enamorado de ella. Tenía que entenderlo. Tenía ojos en la cara, joder, tenía que ver lo preciosa que era, lo imposible que era que nadie necesitara estar a su lado, arrancarle una sonrisa y conseguir que la dedicara.
               Eleanor se inclinó a un lado y me miró mientras masticaba. Se le formó una sonrisa en los labios, tragó e inquirió en tono íntimo:
               -¿Qué pasa?
               -Nada-respondí, moviendo el taburete para pegarme un poco más a ella, actualizando mi posición y acomodándola a la nueva de ella. Eleanor sonrió, se metió un trozo de lechuga que capturó entre los dedos en la boca, lo masticó y susurró:
               -Algo pasará. ¿Por qué no me quitas los ojos de encima, S?
               -Me gusta verte comer.
               -¿Por cómo como otras cosas?-bromeó, alzando las cejas. Se mordió el labio.
               Tenía un poco de mayonesa en la comisura del labio. Le pasé el pulgar por ahí y me lo lamí. Ella me observó con atención.
               Y luego siguió comiendo, con mi mirada puesta sobre ella, hasta que no pudo aguantarlo más:
               -¡Me estás poniendo nerviosa, Scott!-me riñó, dándome un puñetazo en el hombro. Le pasé un brazo pro la cintura y la pegué hacia mí. La dejé sin respiración. Me gustaba dejarla sin respiración. Se quedó muy quieta, esperando a que yo hiciera todo el trabajo, me inclinara hacia ella y la besara en los labios. Me miraba la boca como si fuera el cuadro que más le gustaba de su museo favorito, la razón de que se hubiera gastado una millonada en un viaje que no podía permitirse para visitar una exposición que estaba hecha para ella-. Scott…
               -Eres hermosa-solté sin poder evitarlo, y se puso colorada y sonrió, me dio un piquito y se apartó de mí.
               -No me pongas más nerviosa.
               -Es la verdad. Eres preciosa-insistí, pegándome de nuevo a ella, que se echó a reír y sonrió, dando otro mordisco de su bocadillo mientras yo pegaba la nariz a su cuello e inhalaba el aroma que destilaba su piel, el dulce olor a frutas de su pelo. Le besé el punto donde se unen el hombro y el cuello y se estremeció-. No puedo creerme que seas mi novia.
               Se le encendieron aún más las mejillas, se apartó un mechón de pelo detrás de la oreja, y se estremeció otra vez cuando le besé el piercing de ésta, mi viejo piercing. Se estaba poniendo rojísima.
               -Yo sí que no puedo creerme que seas mi novio-murmuró, secuestrando un nuevo pedazo de lechuga y evitando mirarme por todos los medios. La tomé de la mandíbula y desbaraté todos sus planes haciendo que nuestras miradas se encontraran.
               -Te quiero muchísimo.
               Ella sonrió, tragó, se inclinó a darme un beso y siguió a lo suyo: creyéndose un tomate, poniéndose más y más roja, con sus mejillas ardiendo.
               -Estoy empezando a pensar que me compensa echarte de menos en el instituto si luego vengo a verte y me tratas como una diosa.
               -Es que es lo que eres-repliqué, besándole el hombro. Eleanor se echó a reír, me acarició la cara, me dijo que también me quería, que era un exagerado, y que se alegraba un montón de estar así de bien conmigo, y se acurrucó contra mí mientras terminaba de comer.
               Cogió una pieza de fruta casi congelada por estar a la intemperie, me pasó una pierna por encima de las rodillas y mordisqueó su postre observándolo todo, dándome manotazos en la mano cuando mis dedos se volvían demasiado impertinentes y subían por su anatomía hasta alcanzar rincones de acceso restringido. Nos tiramos en el sofá a ver pasar la vida mientras papá garabateaba algo en una libreta tan maltratada que me daba lástima incluso mirarla.
               Empezó una película de éstas malas con ganas, nos quedamos mirándola, con Eleanor pegada a mí, haciendo la digestión, dándome calor con su cuerpo y, a la vez, robando la calidez del mío. Cerró los ojos, y habría jurado que se quedó dormida de no ser por cómo sus dedos seguían dibujando patrones aparentemente aleatorios en mi pecho, deteniéndose unos segundos a la izquierda, sobre mi corazón, escuchando los latidos de éste.
               Y, de repente, algo cambió en su interior. Pasó de estar disfrutando de mi compañía con toda la tranquilidad del mundo a necesitar, querer, anhelar, ansiar más. Se inclinó y empezó a besarme por el cuello, despertando auténticas tormentas eléctricas en mi interior. Cerré los ojos, disfrutando de sus mordisquitos. Estaba súper a gusto. Sólo podía pensar en su boca en mi piel, sus dientes rozando mis venas, sus manos en mi pecho, su cuerpo sobre el mío.
               Y me di cuenta de lo jodido que estaba porque no se me ocurrió qué era lo que pretendía haciéndome eso, lo que pretendía realmente, al margen de hacerme sentir mejor y convencerme de que ella era la Tomlinson al que yo necesitaba. Y la necesitaba, joder. Estaba claro.
               Se pegó un poco más a mí, sonrió cuando me estremecí al mordisquearme la mandíbula.
               -¿Vamos arriba?-susurró en voz baja, como si mi padre no fuera a escucharla por estar demasiado lejos, cuando el otro sofá ni siquiera estaba a dos metros de donde nosotros nos encontrábamos.
               -¿A qué?-espeté, porque, damas y caballeros, estar sin Tommy hace que me vuelva gilipollas perdido, que mi fama de Don Juan desaparezca, que mis conquistas no se reduzcan más que a una, la que ahora mismo estaba sentada a mi lado.
               Y, antes de que Eleanor pudiera responder, mi padre ya había saltado sobre su presa.
               -Madre mía, Scott, ¿a qué va a ser?-a Eleanor volvieron a encendérsele las mejillas, pero ya no tanto como antes. Creo que le daba más vergüenza mi pregunta que la contestación de mi padre, el que no me diera cuenta de que quería acostarse conmigo a que mi padre se percatara perfectamente de ello-. ¡Sherezadeeeeeee!-tronó, inclinándose hacia atrás y focalizando la voz en dirección a las escaleras, para que subiera hasta el despacho de mamá.
               -¿Quéeeeeeeee?
               -¡El crío no es mío, ¿a que no?!-ladró. Shasha se asomó al salón, sus rituales de yoga interrumpidos.
               -¿Quéeeeeee?
               -¡SCOTT! ¡QUE NO ES HIJO MÍO!
               Me estiré cuan largo era y me froté los ojos, a la espera de la bronca que venía y mi consiguiente humillación.
               -¡¡No te oigo!!-gritó mamá, que tenía cosas más importantes que hacer que hablar a gritos con mi padre, cada uno en un extremo de la casa.
               -¡Baja!
               -¡Sube tú! ¡No te jode!
               Papá suspiró, se sacó el móvil del bolsillo y marcó sin siquiera mirar el número de teléfono. Sonaron dos timbrazos antes de que mamá contestara.
               -¿Qué pasa, Zayn?-tronó ella, cabreada-. Espera, ¿por qué me llamas? ¿¡Dónde cojones estás?!
               -A ver, preciosa, te acabo de llamar a gritos, ¿dónde cree que estoy?-soltó papá.
               -¿Estás en el salón?
               -Premio, mira, el caso es que están… ¿Sherezade?-inquirió, al notar algo raro en la línea. Se separó el móvil de la oreja y miró la pantalla-. ¡SHEREZADE!-mamá le había colgado, como se merecía, por otro lado. Eleanor se lo estaba pasando en grande. Papá volvió a llamarla-. ¡No se te ocurra volver a colgarme, Sherezade, sabes cómo me cabrea que…!-y nuevos pitidos-. ¡¡SHEREZADEEEEEEEEEEEEE!!
               -QUE SUBAAAAAAAAAAAAS.
               -NO ME CUELGUES, JODEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEER.
               Volvió a llamarla, y mamá se lo cogió de nuevo.
               -¡Voy a empezar a llámate yo por teléfono para hacer el gilipollas cuando estés componiendo!-amenazó. Vale, ahora yo también me lo estaba pasando en grande-. ¿Qué cojones quieres, Zayn? ¡Estoy trabajando!
               -Scott no es hijo mío, ¿a que no?
               Silencio un momento.
               -No-admitió mamá al fin, papá alzó las cejas-. Lo he clonado de tu hermano gemelo maligno, por eso es clavado a ti, aunque no lo he hecho muy bien, si te has dado cuenta-chasqueó la lengua-. ¡Claro que es tuyo, Zayn, joder, ¿a qué viene esto ahora? ¿Sólo me llamas para eso? ¡Estaba a punto de encontrar la solución a un caso jodidísimo, desde luego, el día que me abrí de piernas para ti estaba mejor metiéndome coca y palmándola de una sobredosis! ¡Eres imb…!
               -Eleanor le acaba de decir de ir a su habitación, y él le ha preguntado para qué.
               Silencio otra vez.
               -Creo que deberíamos decirle la verdad, que lo adoptamos a él en lugar de a Sabrae-comentó mamá.
               -Me acuerdo de ir a por Sabrae-respondí. Papá sonrió, se lo comunicó a mamá y ella se echó a reír.
               Eleanor me puso ojos de corderito degollado, y sonrió cuando me levanté del sofá y la llevé de la mano escaleras arriba. Nos quitamos el uno al otro la ropa y nos tendimos en mi cama, explorando nuestros cuerpos como un arqueólogo exploraría una cueva recién descubierta.
               A los dos nos brillaban los ojos cuando terminamos, la piel perlada de sudor, el pelo revuelto y las bocas curvadas en sonrisas tontas mientras nos abrazábamos el uno al otro. Me pasó la nariz por el cuello y sonrió.
               -Ha estado bien.
               -Como siempre, ¿no?-repliqué, y ella asintió, riéndose. Le pellizqué la cintura.
               -Van a venir los chicos-anunció, y yo asentí con la cabeza-. Pero no van a venir todos.
               -¿Y eso?
               -Tam dice que es mejor así. No es que vayan a ver a mi hermano. O sea, a mi hermano lo ven en el instituto y van al baloncesto y tal… creo que tú deberías ir a jugar con ellos-dijo, incorporándose un poco para mirarme a los ojos, y varios mechones de pelo se deslizaron por su hombro hasta caer sobre mi pecho, haciéndome cosquillas según me acariciaban-. Para que te dé el aire. ¿Hace cuánto que no sales de casa?
               -Fui a llevar a los críos al cole.
               -Scott-puso los ojos en blanco.
               -No me apetece salir, y menos a jugar-me encogí de hombros, acariciándole mentón-. Estoy bien aquí. Estoy bien ahora. Contigo.
               -Y, ¿cuándo yo me vaya?
               Sonreí un poco.
               -Ya sabes la respuesta.
               Sus ojos se entornaron ligeramente.
               -¿Quieres que hable con él?
               -¿Con Tommy? Si alguien tuviera que hablar con él, sería yo. No, tú no puedes hablar con él. Nos hemos metido en este lío por mi culpa. Soy yo quien tiene que sacarnos de él.
               Se volvió a tumbar sobre mí, abrazándose a mi pecho.
               -Prométeme que no vas a alejarte también de tus amigos.
               Le acaricié la espalda.
               -Prométemelo, Scott.
               -¿Por qué iba a querer alejarme de ellos?
               -Porque te recuerden a Tommy-contestó en voz baja.
               -Tú también deberías recordarme a Tommy, y no quiero tenerte lejos.
               Sonrió.
               -No quieres prometérmelo.
               -Es que no hay necesidad.
               -Está bien-accedió. Seguimos besándonos, volvimos a hacerlo, se nos fue el santo al cielo y, cuando quisimos darnos cuenta, los chicos ya estaban llamando a mi puerta. Eleanor suspiró, me dijo que me veía al día siguiente, y se escabulló con las piernas al aire por entre los demás, después de tener yo bronca con Alec porque éste no quería darse la vuelta cuando ella empezó a vestirse.
               Fue cerrar El la puerta de mi casa, y volver a sentir ese vacío en el pecho. Al menos, ahora podía achacar el sentimiento de soledad no a que no estuviera Tommy, sino a que faltaban más de los que estaban: habían venido Alec, Logan y Tam.
               -¿Los demás?-pregunté, y Tam sonrió, apoyando una mano en mi rodilla.
               -Vamos a turnarnos-informó-, para que no te agobies.
               -Yo no me agobio-respondí-. Tampoco sois tantos.
               -Ya, pero si somos menos, no notas tanto quién falta-respondió Logan. Alec asintió. Me contaron lo que habían hecho ese día, Alec me hizo prometer que la semana siguiente me pondría a hacer deberes para no quedarme demasiado atrás (Oye, S, incluso puedes hacerme los deberes de mate, si quieres), y estaba a punto de preguntarles cómo estaba Tommy, cuando abrieron la puerta y las dos trenzas eternas de Sabrae se asomaron a la puerta.
               -Tengo que ir a comprar al centro; ¿necesitas algo?
               -Ganas de vivir-espeté antes de poder siquiera pararme a pensar en lo que implicaban mis palabras. Todo el mundo se me quedó mirando, decidiendo si lo estaba diciendo por decir o si lo pensaba en serio-. Es coña-aclaré, y todos respiraron tranquilos. Sabrae asintió, se dispuso a cerrar la puerta, pero yo la detuve-. ¿No saludas a mis amigos?
               Sabrae puso los ojos en blanco, abrió la puerta de par en par de nuevo e hizo una profunda reverencia.
               -Hola-canturreó, y se volvió para marcharse. Sonreí.
               -¿No hay saludos especiales para nadie? ¿Alec, por ejemplo?
               Alec me lanzó una mirada envenenada, casi tanto como la de Saab, pero yo estaba demasiado ocupado regodeándome en hacerla de rabiar que ni le di importancia. Sabrae se volvió hacia él, lo miró de arriba abajo y soltó un gélido:
               -Hola, Alec.
               -Sabrae-replicó él, tenso, asintiendo con la cabeza. Sabrae dio un portazo al marcharse y enseguida empezó a bajar las escaleras. Alec soltó todo el aire que había estado guardando en sus pulmones desde que ella entró en la habitación, como si fuera a hacer submarinismo para alejarse de la tensión que manaba de ella, como si de un pararrayos en una tormenta se tratase.
               Se pasó una mano por el pelo, sumido en sus pensamientos, y cerró los ojos, apoyando la cabeza contra la pared. Tragó saliva.
               -¿Cuándo vas a hablar con ella?-preguntamos Logan y yo a la vez. Tam sólo cruzó las piernas y esperó.
               -Cerrad la boca.
               -Con que uno de nosotros esté de bronca, ya es suficiente-murmuré. Primero, por motivos egoístas: cuando Sabrae estaba a buenas con Alec, se había vuelto casi adorable. Ahora, sin embargo, que no lo tenía para echar un polvo cada fin de semana, no había quien tratara con ella. Siempre que le decías algo, te contestaba con una bordería. Y con que Tommy fuera borde conmigo, ya me bastaba. No necesitaba que también mi hermana se pasara de la raya.
               Y segundo, por motivos más bien altruistas: porque veía lo a gusto que habían estado antes y lo incómodos que estaban ahora, porque notaba a Alec un poco apagado, aunque no en exceso, y porque, si Sabrae destilaba rabia, era porque la reconcomía por dentro. Aquellos dos estaban hechos el uno para el otro.
               -Exacto-sonrió Alec-, y yo la tengo con ella ya de antes que Tommy y tú, así que haced el favor de reconciliaros de una puta vez.
               -¡Alec!-recriminó Tam, y él puso los ojos en blanco, me pidió perdón, se encendió un cigarro y se desplazó hacia la ventana, para poder fumar tranquilo, sin dejar humos en la habitación. No volvió a abrir la boca hasta que mamá les ofreció quedarse a cenar, interpretándolo ellos como un “es hora de que os vayáis a casa, chicos”. Logan y Alec me dieron una palmada en el hombro, y Tam, un beso en la mejilla, antes de despedirse de mí, cerrar la puerta y volver a dejarme solo.
               No querían hundirme. Yo lo sabía. Eran mis amigos, me querían, no querían hacerme nada.
               Pero, cada vez que venían a visitarme y no conseguían traerse a Tommy, aunque fuera para que se quedara plantado como una estatua en mi habitación, o ni siquiera dentro de mi habitación porque le diera respeto entrar al mismo sitio donde la habíamos cagado tanto, era como si me clavaran un sacacorchos en el corazón y lo retorcieran un poco más rápido cada minuto que pasaba.
               Necesitaba verlos.
               Pero más necesitaba a Tommy.
               Bajé a cenar mecánicamente, Sabrae no me dirigió la palabra, todavía molesta por haberla obligado a saludar a Alec y, subí a mi habitación.
               Mamá vino a visitarme, se sentó a mi lado en la cama, me acarició la frente y me dio una charla motivadora sobre lo grande que se me estaba haciendo todo por la falta de perspectiva, y lo poco importante que me iban a parecer los problemas que teníamos una vez que los resolviera; que, por mucho que le diera vueltas a algo, no por pensar demasiado sobre ello iba a encontrar su solución.
               Yo asentí, la cogí de la mano y no quise soltársela ni cuando ella se revolvió para cambiar de postura. Me acunó contra su pecho y me acarició el pelo negro, el que había heredado de ella y de papá, en teoría, aunque a mí siempre me había parecido que mamá lo tenía más oscuro que él, y que yo también lo tenía más oscuro que papá. Me besó la frente, me acarició los hombros, y se quedó mirando la pantalla del ordenador como habíamos hecho por la mañana. Me acurruqué sobre ella, le sonreí, y dejé que su respiración me acunara.
               Estaba a punto de quedarme dormido cuando se acabó el vídeo que estábamos viendo. Mamá encendió la luz. Nos miramos un momento, y luego, con la naturalidad que sólo puede tener una madre, me preguntó:
               -¿Quieres que duerma contigo hoy?
               Me pegué aún más a ella.
               -¿Papá no se enfadará porque de repente te intente monopolizar?
               Se echó a reír.
               -Que se aguante.
               Por toda respuesta, me abracé a su cintura.
               -Ay, cuántos mimos-sonrió, revolviéndome el pelo. Se fue a ponerse el pijama y enseguida regresó. Veríamos una peli, o algo por el estilo, y nos quedaríamos dormidos el uno junto al otro.
               Sabía que no tendría pesadillas recordando lo de Tommy si sentía la calidez de su cuerpo alejando los glaciares de mi interior.
               Cuando se lo dijimos a papá, él asintió con la cabeza, se volvió hacia las crías y preguntó quién quería dormir con él, para aplacar su soledad. Las tres se fueron corriendo a su cama.
               La casa se quedó en silencio, salvo por el sonido de la película que se desarrollaba ante mis ojos. Mamá seguía acariciándome, como si fuera un gato persa de color perla y ella una malvada villana cuyos planes de dominación mundial están casi listos.
               Mi cerebro volvió a divagar por aquellos rincones en que se había perdido por la mañana.
               -Mamá-susurré, y ella me hizo saber que tenía su atención con un “mm”. Tragué saliva y me lancé:-. Yo soy tu favorito, ¿a que sí?
               Mamá se mordió un poco el labio al sonreír. Y me sentí un poco más ligero. Un poco mejor.
               -No deberías preguntarme eso-susurró, besándome la cabeza-. Y yo no debería contestarte.
               -Eso es que sí-sonreí, clavando mis ojos en los suyos. Mamá puso los ojos en blanco, sacudió la cabeza, y no dijo nada durante un instante.
               -Eres el mayor-reflexionó-. El único chico. La razón de que tenga a tus hermanas-me besó de nuevo la cabeza, y yo me derretí sobre ella-. Pero no se me nota, ¿no?
               Me reí.
               -No, mamá, es sólo que… creo que habrías tardado un poco más en sugerirle a Sabrae que durmierais juntas, si estuviera en mi situación.
               -Sabrae no es tan mimosa como tú…-respondió.
               -… lo es más-acabamos ambos, sonriendo.
               -A tu padre sí que se le nota-acusó, pasándose una mano por el pelo-. Es descaradísimo. Y mira que yo se lo digo, pero él no lo puede evitar.
               -¿Sabrae?-pregunté. Ella abrió los ojos.
               -Vale, pues no es tan descarado.
               -¿Quién?-me incorporé.
               -No te lo voy a decir, Scott.
               -¿¡Quién, mamá!?
               Se pasó una mano por la boca, como cerrando una cremallera en sus labios para impedir que se le escapara nada, y sacudió la cabeza. Bufé.
               -Ahora, voy a estar más atento.
               -Creo que sólo lo noto yo. De todas maneras, que tengamos cierta… predilección, por así decirlo, por alguno de vosotros, no quiere decir ni que os queramos más, ni que al resto les queramos menos. Es que…
               -Se os hace más difícil decirnos que no. No me extraña. Soy tan guapo-me eché a reír, y ella también-. Pero… está bien ser el favorito de alguien. Para variar.
               -Ya eres el favorito de alguien-contestó.
               -Sí, bueno, no estoy tan seguro de eso.
               -El mío. El de Eleanor. Y el de Tommy. Sé que es el que más cuenta para ti.
               -Cuenta más Eleanor.
               -Claro, por eso, cuando estabais enfadados, tú podías salir de fiesta perfectamente, en cambio, cuando te falta Tommy, a duras penas conseguimos sacarte de la habitación-reflexionó. Me la quedé mirando.
               -Eres buena, mamá.
               -Tengo dos másteres, fui la primera de mi promoción-replicó, abrazándome. Bajó la tapa del ordenador y me acarició la espalda hasta que me dormí.
               Efectivamente, como sospechaba, fue un sueño sin pesadillas, ligero como volar con tus propias alas, apoyándote en las corrientes de aire. Dormí de un tirón toda la noche, y ni me enteré de cuando se levantó para despedirse de mis hermanas y pasar la hora que papá tenía libre metida en la cama, aprovechando el tiempo perdido.
               Me di la vuelta, atontado, y palpé el lado de la cama en el que había dormido. Estaba tibio, no frío, a pesar de haberse destapado. Hacía poco tiempo que se había marchado.
               Me arrastré hacia ese lado e inhalé el aroma de su pelo impregnado en mi almohada un ratito, mientras escuchaba el agua de la ducha correr y carcajadas y suspiros llenando el baño.
               Estaba lo bastante atontado por el sueño como para no darme cuenta de lo que estaban haciendo, pero, cuando me espabilé, me tapé la cabeza con la almohada, tanto para darles intimidad como para no traumatizarme. El agua dejó de correr, escuché cómo hablaban sin entender lo que decían, volví a oír suspiros.
               -¿Estás segura de que Scott está dormido?
               -Seguro que sí, ya sabes que duerme como un tronco.
               -¿Cómo lo ves?
               -No creo que tarden mucho en hacer las paces. Pero no quiero dejarlo solo, y tengo que ir al despacho.
               -¿Quieres que me tome el día libre?
               -No, le vendrá bien sacarlo de casa.
               -¿Crees que me estoy pasando de duro con él?
               Un instante de silencio.
               -Creo que estamos haciendo un buen trabajo para situaciones normales, pero Scott ahora no está para que lo tratemos mal. Sigo cabreadísima con él-admitió mamá-, pero él va primero.
               -Por lo menos, tiene a Eleanor. Ése es mi consuelo.
               -Ella no le basta, Zayn.
               -No deberías subestimar el poder que tiene la mujer a la que amamos sobre nosotros.
               -Pero bueno, ¿y este coqueteo tan descarado? ¿Tanto me has echado de menos esta noche?
               -Dormir con las niñas está bien, pero dormir contigo está mejor, gatita.
               -Pues demuéstralo.
               No oí nada de esa conversación, sólo supe que volvían a la carga cuando mamá empezó a reírse con carcajadas interrumpidas por los besos de papá, o los suspiros que se disputaban su boca. Lo hicieron en silencio, para no despertarme, o no molestarme, o no permitir que me enterara de lo que estaban haciendo (ni que pensara que me habían hecho dibujándome, como si no hubiera cosas más interesantes que hacer en una fiesta en un barco en un país que no es el tuyo cuando que coger lápiz y papel y ponerte a hacer bocetos, como si fueras Picasso).
               Lo único que escuché fue cómo acababan, a la vez (puede que los años de matrimonio te hicieran tener un rito similar), cómo papá le decía algo y mamá se reía, contestaba, y papá se reía más que ella, le daba una palmada en el culo, y bajaban, juntos, a hacerse el desayuno.
               Me rugieron las tripas. Era un buen momento para levantarse.
               Cuando bajé a la cocina, me los encontré todo enredados, más cariñosos que nunca. Mamá se había sentado sobre la encimera y le había rodeado a papá la cintura con las piernas desnudas. Llevaba puesta una camisa blanca, claramente de él, a juzgar por lo holgada que le quedaba aun a pesar de no estar abrochada, y una corbata plateada al cuello. Tiró de él, que también llevaba una camisa, de un color ligeramente verdoso que hacía que los ojos de su mujer brillaran como si tuvieran luz propia, y fundió sus bocas en un apasionado beso.
               A mamá le costaba bastante más que a papá arrancar, pero una vez que lo hacía, ya no había quien la frenara. Y necesitaba más de él. Necesitaba más del hombre que le había dado cuatro hijos. Bueno, tres, y con el que había firmado unos papeles para la adopción de la cuarta.
               Papá me miró de reojo, se apartó un poco de mamá y saludó con un entrecortado:
               -Buenos días.
               Era el típico tono que se te ponía cuando tu hijo mayor te pillaba a punto de tirarte a tu mujer en la cocina, y tu cuerpo ya estaba listo para la acción. Hice el saludo militar y esperé a que consiguiera tranquilizarla.
               -Sher. Sher, Sher, Sher-mamá le estaba besando el cuello, casi podía sentir los labios de Eleanor haciendo eso mismo la tarde anterior. Uf. Sabían cómo calentarnos, ellas nacían con el manual de instrucciones memorizado.
               O puede que nosotros fuéramos unos facilones de la leche. Que también podía ser.
               -Sher. Nena, mi amor, Sher. Scott está aquí. Para. Para, para, paraparaparaparapara…-gimió papá cuando ella le mordió el lóbulo de la oreja, y con toda su fuerza de voluntad, dio un paso atrás, dejándola casi en el aire. Mamá salió de su trance, sus ojos verdosos perdieron la oscuridad hambrienta de sexo que los había conquistado, y se lo quedó mirando.
               -¿Qué…?-empezó, y papá hizo un gesto con la cabeza en mi dirección. Mamá me miró y sonrió, azorada-. ¡Scott! ¡Buenos días! Esto… ¿cuánto… llevas… despierto?-buscó las palabras como si fuera una guía turística suplente a la que le piden que haga una visita guiada por una parte de la ciudad que no conoce demasiado bien, en un idioma que no termina de dominar como aquel en el que se especializó.
               Sonreí.
               -Un rato.
               Se sonrojó un poco.
               -O sea, que ya no hay forma de que te vuelvas a la cama, ¿no?
               -¡Sherezade!-recriminó papá, pero yo me eché a reír.
               -Puedo ponerme música-sugerí-. ¿Queréis que os deje solos? ¿No os ha bastado con lo del baño?
               Papá hizo un mohín.
               -Como si me fuera a bastar estar dos noches seguidas con tu madre, chaval.
               Mamá le dio un manotazo en el brazo.
               -¿¡Y esa forma de sexualizarme?!
               -Perdona, listilla, pero no era yo al que se la sudaba que nuestro hijo estuviera mirando mientras me comía medio cuello con la intención de empalmarme.
               Mamá subió un pie a la encimera y se mordió la uña del dedo índice, sonriente.
               -No hace falta comerte medio cuello para que te empalmes, Z. Lo haces solo.
               -Tú también te empalmarías sola si tuvieras la mujer que tengo yo, gatita.
               Mamá alzó las cejas. ¿Gatita?
               -Sube a tu habitación, Scott.
               Me giré sobre mis talones.
               -Quieto, S-ordenó papá, mirando a mamá-. Es tarde. No nos da tiempo. Tengo que prepararme para irme.
               -Tú no tienes problema en durar 3 minutos; la que podría tener queja soy yo.
               -¿Y te doy razones para tenerla?-se burló papá. Mamá se echó a reír, saltó de la encimera, se puso de puntillas para darle un besito en los labios y vino a darme un beso de buenos días a mí.
               Estaba contándome nuestros planes para el día (iba a llevarme al despacho para que no estuviera solo toda la mañana, yo le dije que podía pasar perfectamente en soledad, pero me dijo que ni de coña me iba a dejar solo, y menos después de lo cariñoso que me había puesto la noche anterior, porque probablemente me fuera a casa de los Tomlinson a darle mimos a Eri), cuando escuchamos una exclamación de papá, que había ido al comedor a recoger sus cosas.
               -¡Joder, Sher! ¿Y estas flores nuevas?
               -Un regalo-explicó mamá.
               -¿Con quién estás liada?-papá asomó la cabeza por la puerta que daba al jardín.
               -Con alguien muy influyente que me mima un montón. Y que me satisface mucho en la cama, por si te lo estabas preguntando.
               Puse los ojos en blanco.
               -¿En serio?
               -Ajá-sonrió mamá, dejando que papá se le acercara y le pasara las manos por la cintura.
               -¿Y él es mejor partido que yo?
               -Sin duda.
               -¿Seguro?-empezó a besarle el cuello. Mamá se estremeció, cerró los ojos y se pegó instintivamente a él.
               -Meh-dijo por fin. Papá sonrió, mordisqueándole la piel de debajo del mentón-. Hay empate. Bueno, oh… una ligera ventaja a tu favor. Pero por los años que llevamos juntos. No te me crezcas.
               -Es un poco tarde para eso.
               -¿Sí? Qué lástima, vas a llegar tarde a trabajar-respondió ella, dándose la vuelta, agitando la melena de tal manera que se asegurara azotarle la cara con ella, y sonriendo al sentarse a mi lado. Los dos nos quedamos mirando a papá, que se frotó la cara.
               -En el fondo me lo merezco, ¿eh, Scott?
               -Un poco.
               -Que tengas un buen día, mi amor-mamá aleteó con las pestañas, se incorporó y se encaminó hacia la cocina.
               -¿Sher?
               -¿Sí?
               -¿Me das mi corbata, por favor?
               -Claro-se la pasó por el cuello y se la tendió. Papá se la anudó bajo nuestra atenta mirada-. ¿Y mi camisa?
               -¿No crees que eso será malo para nuestro hijo? Quiero decir… te puede coger envidia.
               -Eso es exactamente lo que quiero. Que tenga envidia de lo que tengo en casa-sonrió papá, acariciándole la nariz con la suya. Mamá sonrió, puso los ojos en blanco, negó con la cabeza y le pasó las manos por el cuello.
               -Adiós, Zayn-sonrió, volviendo a intentar marcharse… pero papá la cogió de la mano y la pegó de nuevo contra su pecho.
               -Voy a intentar volver antes. Espérame un poco menos vestida de lo que estás ahora, nena.
               -Intentaré hacerte un hueco en mi apretada agenda.
               -Joder, me encanta cuando te pones en plan Mujer de Negocios, gatita-le comió la boca y se marchó, dejando a mamá con una mirada soñadora perdida sabía dios dónde. Carraspeé, y se volvió, un poco sorprendida. Se había olvidado de que estaba allí. Premio a la madre del año.
               -¿“Gatita”?-me burlé. Ella puso los ojos en blanco.
               -Ni un comentario, S.
               -¿Desde cuándo te llama así?
               -Desde antes de que tú nacieras.
               -Y, ¿por qué no le he oído llamártelo nunca?
               -Porque me gusta que me lo diga cuando estamos solos. Despierta ciertos… sentimientos en mí.
               -¿Sentimientos de baño?-la puteé. Mamá me encañonó con un amenazador índice.
               -No te pases.
               -¿Y por qué te llama así?-le pregunté cuando ya estábamos vestidos, sentados en el coche y de camino al despacho. Mamá puso los ojos en blanco, se mordió un labio pintado con un pintalabios que probablemente costara más que mi matrícula en la universidad (ah, no, que no voy a ir a la universidad), y negó con la cabeza-. ¿Es porque arañas?-sugerí.
               -Entre otras cosas-contestó, echándose a reír.
               -Miau-la pinché, y ella me dio un codazo.
               -Qué tonto eres, si es que sois todos iguales, coño.
               Seguí haciéndola de rabiar hasta que llegamos al despacho. Estábamos en su territorio. Ya no llevaba las de ganar.
               Y menos, en un edificio en el que la única dosis de testosterona que había, la aportaba yo. Ya cuando aparcamos en la calle, frente a un edificio marrón de amplísimos ventanales y tres pisos de alto, me percaté de la cantidad de figuras femeninas que pululaban de un lado a otro como abejas dentro de un panal, aparentemente siguiendo reglas del más absoluto caos, pero sin chocar ni perder un solo segundo en sus quehaceres. Las piedras, de color marrón, que apenas daban para sostener unas ventanas más grandes que las casas de cualquiera de mis amigos, parecían bailar al son de una danza que se escuchaba dentro.
               Mamá abrió la puerta, dejó la bufanda y el abrigo en un perchero y saludó a la secretaria, que me escaneó de arriba abajo como si fuera un dragón, un unicornio, o una mezcla de ambos.
               -¡He vuelto, perras!-gritó mamá, y todas se volvieron a mirarla antes de gritar diversos saludos. Mamá se hizo a un lado, mostrándome a las demás, mientras hacía un gesto con los brazos para que la atención se centrara exclusivamente en mí-. ¡Y mirad la chuchería que os traigo!
               Cerca de 30 mujeres salieron de sus cubículos para acercarse a mí, porque no era lo mismo verme a través de un cristal que tenerme realmente delante y poder respirar mi aroma, constatar lo suave que parecía mi piel, lo verdes que tenía los ojos (joder, que no los tengo verdes, que son marrones con motitas doradas y un poco de verde), o lo negro de mi pelo.
               -¡Qué guapo es, Sherezade!
               -¡Se te parece un montón!
               -¡Qué ricura!-soltó una, y me sentí insultado en lo más profundo de mi ser. ¿Ricura? Tía, podría dejarte preñada de trillizos, yo no soy ninguna puta ricura.
               Cuando por fin terminó de exhibirme y se calmaron los ánimos, mamá me llevó al fondo del edificio, a una de las tres salas idénticas, las más grandes de la estancia, que se habían creado con paredes de cristal, muy al estilo de las oficinas de Anne Hathaway en El Becario.
               Pero, en lugar de llevarme a la sala de las orquídeas y de varios trajes colgados contra la pared que ya había visto por casa, se encaminó a la de la izquierda, donde una inmensa pizarra blanca se abarrotaba a pasos agigantados de post-its, folios, hilos de colores uniendo diversas piezas, y cantidad de anotaciones en rojo, azul o negro.
               Ni llamamos a la puerta, ni dimos los buenos días.
               -¿Y las becarias?-espetó mamá a la figura que se encontraba contemplando la pared, una mujer bajita, de caderas anchas y pelo recogido en una trenza roja como la sangre. La mujer levantó la mano en su dirección.
               -Esto no tiene sentido, me cago en la puñeta-bufó.
               -Como ninguno de tus jodidos casos, Abby-contestó mamá, poniendo los ojos en blanco. Contemplé la pizarra. Me fue imposible adivinar qué estaban intentando resolver. Mamá se acercó y le masajeó los hombros-. Pero vas a poder con todo, ¿verdad, triunfadora?
               Abby se dio la vuelta y la miró de reojo.
               -Como si necesitara que tu culazo marrón me lo recordara-espetó, y las dos se echaron a reír como locas. Se limpiaron las lágrimas, que no les habían estropeado el maquillaje (porque las Mujeres de Negocios® usan maquillaje waterproof) e inquirió:- ¿Decías?
               -¿Las becarias?
               -Con Tinashe.
               -Lástima.
               -¿Quieres que les mande un recado?
               -No, sólo quería ver cómo funcionan en un entorno hostil.
               -Puedes probar mañana-contestó, ajustándose las gafas. Y girándose hacia su pizarra de nuevo. Mamá suspiró, la tomó de los hombros y la obligó a darse la vuelta.
               -Scott es el entorno hostil-informó, y Abby dio un chillido al verme. Me espachurró entre sus brazos, celebró lo “crecidito” que estaba (dios, todas con la puta obsesión de hacerme ver como un bebé cuando bien podría duplicar la población de ese edificio en cosa de 9 meses yo solito), me preguntó los años que tenía y se sentó tras su inmensa mesa abarrotada de papeles a recordar cómo había sido ver a mamá embarazada, y cómo había tenido que salir un millón de veces en los exámenes en los que a duras penas conseguía alcanzar la mesa por culpa de la tripa en la que yo me ocultaba.
               Terminó llorando.
               -¡Es que estás tan guapo! ¡¡Ay, Sherezade!! ¡¡Qué guapo es tu hijo!! ¡Casi hace que lamente el haberme ligado las trompas! ¡Dios mío, qué injusta es la vida! ¡Ahora quiero un bebé con mi marido!
               -Eres lesbiana, Abby-le recordó mamá, y Abby dio un golpe en la mesa.
               -¿¡POR QUÉ ME HAS TENIDO QUE HACER LESBIANA, SEÑOR!? ¡¡POR QUÉ!! ¡¡YO QUIERO TENER UN SCOTT EN MI VIDA!
               -Si quieres, te lo presto entre semana. No hace mucho, pero es buena compañía-sonrió mamá.
               -¡Mamá!
               -Es más bien tirando a vago, yo no te lo recomendaría.
               -¡¡Vale ya, mamá!!
               -Y se emborracha todos los fines de semana.
               -Ya no me emborracho tanto.
               Abby se quedó pensativa. Se limpió las mejillas con un pañuelo y espetó:
               -Sí, fue una buena decisión ligarse las trompas. Pero, ¿por qué te lo has traído? Esto no es una guardería.
               -Lo han expulsado del instituto y quiero hacer de él un hombre de provecho.
               -No en este despacho. Sin vagina, no hay trabajo-sentenció, meneando un dedo índice que no dejaba objeto a discusión.
               Pero le dieron mucho trabajo a mi polla, a pesar de serlo. Me hicieron ir al Starbucks y coger tropecientos cafés, luego ir a la papelería de la esquina a por un millón de folios, después, al restaurante de la otra esquina a preguntar el menú del día y a avisar de cuántas iban a ir a comer allí y cuántas iban a querer que les llevaran la comida al despacho.
               Y, mientras yo revivía la esclavitud en Inglaterra, mamá se inclinaba sobre unos planos inmensos de una fábrica, rodeando con Abby diversas partes de ésta. Tenían un caso gordo entre manos. Se había hecho una cola de caballo. No un moño, no el pelo suelto, no una trenza. No. Una cola de caballo.
               El pobre diablo que tuviera la propiedad de la fábrica de aquellos papeles iba a palmarla a la sombra. Eso era lo que significaba la cola de caballo.
               Me había tirado en el pasillo a beber un merecido batido y observar a las mujeres trabajando a mi alrededor, sintiéndome a ratos un inútil y a ratos el tío con más suerte del mundo por moverme en aquel entorno, y a regodearme en mi desdicha porque quién sabía lo que me estaba perdiendo en clase, cuando escuché unos bramidos a la puerta de la acristalada oficina.
               -¡Apesta a testosterona aquí dentro! ¡Panda de lobas en celo, ya os habéis traído a vuestros ligues, fulanas de…!-ladró una despampanante afroamericana, con el pelo rubio encrespado en una melena afro y los labios gruesos pintados de rojo pasión, antes de clavar los ojos en mí y soltar:- ¡Scott!
               -Hola-saludé, incorporándome, y Tinashe me rodeó con los brazos y me estrujó contra su pecho. Era más alta que yo. Tenía las tetas a la altura de la cara. Me iba a asfixiar. Por favor, suéltame. No quiero asfixiarme con tus tetas.
               -¡Ay, madre mía! ¡No puedo creerme que estés aquí! ¡Y qué grande estás!-bueno, por lo menos alguien no me trataba como un bebé que pasa del metro ochenta-. ¡Y eres igual que tu madre!
               Por fin, me soltó, y pude respirar tranquilo.
               -No suelen decirme eso muy a menudo-contesté cuando recuperé el aire que necesitaba para… no sé, vivir.
               -Mira qué ojos, ¡y qué pómulos!-espetó, cogiéndome la cara y haciéndomela girar para captar bien la luz-. Son los de tu madre, la cabrona no va a gastarse un duro en Botox en toda su vida… perra suertuda, es la única millonaria del bufete, y aquí la tenemos, teniéndolo todo de gratis. Ugh, cómo la odio.
               -La envidia envejece, Tin-sonrió mamá desde su despacho.
               -¿No tienes ningún marido al que tirarte para quedarte preñada por doceava vez?-mamá le tiró un beso, Tinashe volvió su atención a mí-. ¡Y tú! ¡Pero qué guapo estás! Seguro que las vuelves locas. Dime, ¿tienes novia?
               -¡Tinashe!
               -Pues sí-sonreí.
               -¿Y vais en serio?-noté cómo me sonrojaba al asentir, pasándome una mano por el pelo-. ¡Ay, qué rico! ¡Mirad, chicas, he conseguido que se sonroje! ¡Qué mono estás así, Scott!
               -Tinashe, deja de zorrearle a mi hijo inmediatamente.
               -Chs. Necesito otro marido. Uno que no sea un impotente de mierda. Seguro que Scott y yo tendríamos bebés preciosos, y tú y yo ya nos conocemos; no puedes ser mucho más víbora de lo que ya eres siendo suegra. Podré soportarlo-mamá se echó a reír-. Ay, cariño, ven que te dé un beso; cada vez que te veo me acuerdo de tu madre embarazada haciendo exámenes y aprovechando que tenía que ir al baño para salir a copiar.
               -Yo no he copiado en mi vida-espetó mamá, muy digna. Abby y Tinashe alzaron las cejas-. Bueno, Antecedentes Ultramarinos no cuenta.
               Me dejaron tirado de nuevo, observando a las demás. Hice recados, eché una mano con cosas en las que no tenía margen para cagarla, y me quedé esperando a más instrucciones.
               -Se le ve muy cómodo entre mujeres, ¿eh?-se burló una de las mayores trabajadoras, que incluso superaba en edad a mamá, a pesar de ser ella una de las que estaba al mando-. Sabe cómo tratarnos.
               -En la de movidas que me meto por vosotras, ay-suspiré trágicamente, y las que estaban al alcance de mi voz se rieron-. Deberíais hacerme un monumento, o algo por el estilo.
               Me conformaría con otras cosas. Las observé mientras seguían con sus tareas, comprobando papeles, investigando por su cuenta, atendiendo posibles clientes.
               Tommy.
               Casi no lo sentía. Casi no me daba cuenta de que era el único chico en el edificio.
               Casi.
               Porque su ausencia seguía estando ahí.
               Es omnipresente, incluso cuando no aparece por ninguna parte.


-Ahí iba-contestó Alec, inclinado en su silla, contra el radiador. Había llegado yo antes que él y me había apropiado de ese sitio, pero, como habían decidido que irían turnando para sentarse a mi lado y que no me sintiera tan solo, me había cambiado de lugar y me había colocado en el del pasillo, por eso de que Alec era zurdo y tenía que sentarse siempre a la derecha de alguien o, de lo contrario, tropezaríamos al escribir. Se mordisqueó la uña, escuchando la disertación de Bey sobre lo mal que se sentía por no haber podido ir ella.
               Yo seguí mirando la cronología de Instagram, haciendo como si la conversación no me interesara lo más mínimo, pero estaba prestando toda mi atención.
               -… yo tampoco lo vi tan mal cuando fuimos el miércoles, no sé por qué decís que le pone mal que vayamos todos.
               -Le recordará que ya no puede vernos. O que estemos siguiendo con nuestras vidas mientras él se queda encerrado en casa, aburridísimo de la vida-aventuró Logan, que había ido también a verlo ayer. Me habían preguntado si me apetecía ir, para ver si lo animaba un poco, pero había respondido que no me apetecía animarlo.
               Echaba de menos a mi Scott.
               Al Scott de Eleanor, no tanto.
               Y era el Scott de Eleanor el que existía ahora, ella se encargaba de recordármelo constantemente.
               Necesitaba verlo, sí, pero lo último que quería, pretendía o podría soportar sería verlo clavar los ojos en mí y hacer una mueca, como diciendo “yo no te quería aquí, Tommy, ¿por qué has venido? ¿Dónde está tu hermana?”.
               Scott necesitaba tener un Tomlinson cerca.
               Y Scott ya tenía un Tomlinson cerca.
               Seguramente sobrase. Seguramente le saliera más rentable estar con mi hermana. Ella lo cuidaría mejor, le obligaría a dejar de fumar y a no beber tanto, le quitaría los chupitos cuando estuviera empezando a emborracharse y le diría que era hora de pasar al agua, que no podía arriesgar aquellas neuronas matemáticas suyas tan privilegiadas a ahogarse en alcohol.
               Y le compensaría de maneras que nos gustaban muchísimo a los tíos. Las maneras que Diana casi a ni me dedicaba. Atenciones por las que yo me moría. Por las que Scott nos había matado a los dos.
               A veces, me parecía que le había salido rentable. No podía enrollarse conmigo, pero con Eleanor, sí. Mi hermana lo tenía todo, todo lo que yo podía darle, ella también, con la única pega de que yo no podría romperle el corazón ni aunque quisiera, y ella… bueno, todavía estaba por ver que no se lo hubiera roto ya.
               -Es por Tommy-soltó Alec, mirándome, y todos los ojos de mi grupo de amigos se clavaron en mí. Levanté la vista y la clavé en él.
               -¿Qué?
               -Scott no quiere vernos a todos juntos porque sabe que no vamos a estar todos juntos. Y eso le deprime un montón-anunció, y algo en mi interior se revolvió, encendiendo faros cuyos pies habían devorado las olas-. Te echa más de menos cuando sólo faltas tú, que cuando vamos en puñados-se encogió de hombros, dando un sorbo de su botella de agua.
               Los demás se quedaron callados un momento. Tenía sentido. Y lo más acojonante era que justo lo había visto el único que me lo diría a la cara sin importar las consecuencias. Porque Alec era así. ¿Estás hundido en la mierda? Oye, tío, de verdad que lo siento, pero… ¿seguro que quieres salir con esa camisa? Pareces un cuarentón alcohólico. Vete a cambiarte, anda. Oye, pero, no me llores, joder, que te lo digo por tu bien.
               Tú lo que necesitas es echar un polvo.
               Quizá. Más bien, necesitaba que, por lo menos, Diana me echara un polvo con cariño. De esos que habían hecho que me olvidara de Megan.
               Megan… qué hija de puta. Todo era culpa suya. Si no me hubiera dejado como me dejó y me hubiera estado dando esperanzas día sí, día no, habría sido yo el que habría cuidado de Eleanor. Y me habría asegurado de que no pasaba nada entre ellos.
               Lo cierto es que era de agradecer tener a alguien como Alec en el grupo, que te dijera las cosas como fueran sin preocuparse por si te dolían o no. Tú dime la verdad, ya decidiré yo si duele.
               Me dio una patadita en la silla.
               -¿Cuándo vas a ir a verlo, galán?-preguntó, sonriendo. Bloqueé la pantalla del teléfono y me lo guardé en el bolsillo antes de cruzar los dedos sobre la mesa y encogerme de hombros.
               -Cuando le eche de menos-respondí. Al alzó una ceja.
               -Entonces, ¿por qué no fuiste a verlo ya anteayer?
               Puse los ojos en blanco.
               -Qué orgullosos sois los dos, joder. Hablando se entiende la gente-soltó, y yo me tragué mi contestación concerniente a cierta hermana pequeña por la que Alec no paraba de mirar el móvil, a la espera de recibir el mensaje de la reconciliación. Alec, soy tuya, tómame en el baño del instituto, te espero en el de la tercera planta.
               Mis amigos son jodidamente insoportables, todavía no sé por qué sigo estando con ellos.
               -Ahora en serio, T, ¿por qué no vienes con nosotros hoy?-Karlie me dio una patada en la parte baja de la silla, haciendo que me diera la vuelta. Me encogí de hombros.
               -Tengo cosas que hacer.
               -¿Como cuáles?-atacó Bey.
               -Un montón-gruñí.
               -Dime dos-respondió ella en el mismo tono lacerante.
               -Montármelo con una rusa y luego acostarme contigo-saltó Alec-. Ah, no, espera. Esa es mi agenda del día.
               Bey se lo quedó mirando.
               -Qué ganas tengo de que te dé sífilis o algo por el estilo.
               -¿Para pasártela? Tranquila, cariño, que usaré protección para no hacerte pupa-Alec le tiró un beso y Bey le hizo un corte de manga.
               -Tortolitos, por favor, estamos psicoanalizando a Tommy. La tensión sexual os la lleváis al pasillo-Tam puso los ojos en blanco y se inclinó hacia mí, arrastrando la silla-. Tienes ganas de verlo.
               La miré.
               -Pero te da miedo que él no tenga ganas de verte a ti.
               Me quedé mirando la pizarra, cerré los ojos, y asentí tan despacio que bien podría haberme llevado varios años. Cuando los miré, todos tenían en su cara la típica expresión que te sale al ver un perrito abandonado por la calle y saber que te lo llevarías a casa de no ser porque tus padres no te iban a dejar cuidarlo y te ordenarían llevarlo al veterinario para darle una muerte digna.
               Sabes que el pobre animal va a estar muy jodido. Que probablemente no sobreviva. Que tú eres su última esperanza.
               Pero no le das ni un trozo de pan, porque si le das de comer, te seguirá hasta casa. Y la última oportunidad que pueda tener, la nimia esperanza de que alguien pase y lo recoja, desaparecerá en cuanto él y tú compartáis destino.
               -¿Por qué no te fías de lo que te decimos, T?-quiso saber Logan-. Alec te ha dicho que Scott te echa de menos. Joder, los dos os echáis de menos a muerte. Es la verdad.
               Me encogí de hombros.
               -La última vez que me fie de alguien, me la terminé pegando.
               Alec se deslizó por la pared hasta sentarse en la silla a mi lado. Me puso una mano en el hombro.
               -No seas tonto, T. Sabes que Scott te necesita. No puede ser feliz sin ti. Tienes que ir a verlo.
               -No puedo ir a verlo.
               -¿Por qué? ¿Te has quedado paralítico?
               -Dios, Alec, hay veces en las que me apetece darte un patadón en la boca-gruñí.
               -Bienvenido al club-respondió Bey.
               -Es que es la única razón que se me ocurre para que te pongas así de terco con que no puedes ir a ver a Scott.
               -Le pegué, ¿recuerdas? En su puta casa. Si yo fuera él, no me tomaría a bien que viniera a mi casa después de lo que pasó. Necesitaría… no sé, un territorio neutro, un sitio en el que sentirme seguro porque sé que los dos jugamos con ventaja y que no hay manera de aprovechar las malas vibraciones del lugar. ¿Entiendes?
               -Podemos obligarlo a bajar al salón, si quieres. ¿No tuvisteis movida en la habitación?
               -Mierda-solté alto y claro-. ¿A que eso lo has entendido bien, Alec?
               -¿Y si nos lo llevamos a jugar a baloncesto hoy?-sugirió Jordan. Todos nos volvimos hacia él, que se encogió de hombros-. Dijisteis que Sher estaba preocupada porque no salía de casa, que hoy iba a llevarlo al despacho para tenerlo distraído y que le dé un poco el aire. Podemos usar eso de excusa para que se encuentren y hablen.
               -¿Y cobramos entrada?-espetó Alec.
               -Madre mía, Alec, cierra la boca de una puta vez-soltó Bey.
               -No puede, el pobre, nació así-Max lo fulminó con la mirada. Alec puso los ojos en blanco y se volvió hacia mí.
               -Si quieres, podemos cachearlo, para asegurarnos de que no lleve armas.
               Todos entornamos la cabeza.
               -¿Qué? No me mires así, Logan, ¿quién fue el que se llevó una puñetera navaja a la movida de Eleanor?-Logan dejó escapar un suave “gilipollas” y negó con la cabeza, admitiendo que tenía razón-. Yo me quedaría más tranquilo si estuviéramos cerca para separarlos, por si… ya sabéis… se nos ponen cariñosos. Es decir, los dos tenéis una novia que os quiere.
               -Yo no tengo novia-bufé, pasándome la mano por la cara.
               -Perdón, T, se me había olvidado que eres un semental y que tienes dos-Alec sonrió, y yo también tuve que sonreír-. Joder, me pregunto cómo lo harás, si tampoco la tienes tan grande ni eres tan alto. Qué poco repartido está el mundo-Alec suspiró.
               -Sí, Al, unos tienen dos y otros no conseguís una, me pregunto por qué será-lo pinchó Bey.
               -Puede que por la labia-sonreí, inclinándome hacia ella.
               -O puede que porque algunos estamos tan bien dotados que a las mujeres les da pena monopolizarnos y deciden dejarnos libres. Tienen el instinto de supervivencia súper desarrollado, T, la verdad es que no puedo culparlas.
               -Logan, métesela en la boca, a ver si así conseguimos que se calle-le pidió Karlie.
               -Sí, L, descubre que lo mejor de ser gay es poder ir detrás de mí.
               -Creo que soy más de ir delante.
               -Toda tu vida tuviste cara de ser la parte pasiva de las relaciones-espetó Alec, y nos echamos a reír. Seguro que, si Scott hubiera estado ahí, habría dicho algo sobre lo bien que se complementarían los dos y cómo ya era hora de que Alec saliera del armario, consiguiendo que él cerrara la boca de una santa vez. Había cosas que sólo Scott podía conseguir.
               Una de ellas, que Alec se callara.
               Otra, que yo me sintiera solo en una clase abarrotada de gente.
               Apenas presté atención a la clase, anticipando lo que podría pasar aquella tarde. Si los chicos sacaban a Scott de casa, puede que no estuviera todo perdido. En el baloncesto era nuestro, y de nadie más. Puede que él se dejara llevar por cómo se sentía (según ellos, hecho una mierda, igual que yo) y lo arregláramos todo. Eleanor no estaría cerca, ni se la esperaría.
               Pero, claro, estaba el tema de que puede que siguiera cabreado conmigo igual que yo seguía cabreado con él. Lo nuestro era una cuestión de balance: ¿le echaba más de menos de lo que estaba molesto? Creo que sí.
               Sin embargo, no era yo el que se había pasado tres pueblos a base de gritos y de arrearle un puñetazo.
               Así que, ¿me echaría más de menos él, de lo que estaba cabreado conmigo?
               Sinceramente, si yo fuera él, y hubiera tenido que aguantar el esconderme con la chica que me gustaba, hubiera tenido que soportar cómo ella me presionaba para que hablara y luego terminaba enrollándose con otros para arrancar una respuesta de mí, para empezar, como mínimo, no querría saber nada de ninguno de los dos, porque me habría enrollado con una zorra (y mira que me habían advertido para que no me acercara a aquella chica), y el otro me había estropeado los polvos. Más o menos.
               Así que sí, probablemente Scott me guardara más rencor que añoranza.
               Y no olvidemos que yo también estaba excluyendo a posta una variable de todo aquel entramado: el hecho de que Scott no estaba con una chica cualquiera, sino con mi hermana.
               Pf, qué complicado era todo, cualquiera se concentraba en literatura inglesa.
               Cuando se marchó la profesora, Alec pegó la cabeza a mi hombro y me suspiró en el cuello.
               -¿Ya has tomado una decisión, Romeo?-sonrió. Lo miré. A la mierda, a la mierda, si había perdido a Scott, lo había perdido y punto, tenía que apechugar, pero necesitaba volver a verlo. No podía vivir con un rayito de esperanza si no había nada más por lo que luchar.
               -Traedlo.
               Y di un brinco del susto cuando Alec me cogió la cara entre las manos y espetó:
               -¡Larga vida a Scommy! Estoy tan orgulloso de ti, Tommy, que te daría un morreo-a continuación, sonrió con malicia-. Pero dejémosle eso a Logan, que seguro que lo disfruta más.
               -Estoy muy hasta los cojones de todos vosotros-gruñó Logan, poniéndose de morros. Nos levantamos y fuimos a abrazarle; Tam incluso le puso las tetas en la cara a petición de Bey, para “ver si le iban los tíos en serio, o sólo era postureo para pillar más”. Todos le gritamos a Alec que se callara cuando dijo que, si Logan iba a empezar a recibir esos tratos, tal vez él también se cambiara de acera.
               La mañana me pasó más animada, aunque a medida que avanzaban las anillas del reloj, me ponía más y más nervioso. No me pareció tan buena idea quedar en verme con Scott después de todo lo que había pasado.
               A medida que se acerca la hora de un examen, las cosas que no te has estudiado parecen cobrar más peso que las que sí dominas.
               Y lo notas.
               Estaba tirado en mi habitación, estrujando una pelota de ésas que se suelen comprar para los perros, pero que había sido uno de los regalos de mi último cumpleaños porque era “el cachorrito del grupo” (por eso de ser el más pequeño de todos), cuando el mismísimo Satán abrió la puerta, agitó la melena castaña y anunció, triunfal:
               -Voy a ver a Scott. Mi novio-cacareó, o más bien siseó, con su lengua viperina, la hija de puta que tenía por hermana. Debería haberla estampado contra la pared cuando la cogí en brazos por primera vez. Víbora. Judas. Mala pécora.
               -Viy i vir i Scitt. Mi nivi-me burlé, y ella se echó a reír. Zorra hija de puta.
               -¿Quieres que venir y vernos juntitos? Seguro que cambias de opinión.
               -Creo que prefiero que me hagan una lobotomía. Pero gracias por tu oferta.
               Eleanor puso los ojos en blanco.
               -No sé qué hacer, Tommy-admitió.
               -Ábrete de piernas. Suele gustarnos-gruñí, estrujando tanto la bola que a punto estuve de reventarla. Eleanor dejó escapar un suspiro trágico.
               -Me refiero a contigo.
               -¿Conmigo? Estoy de puta madre. Ni se te ocurra abrirte de piernas. Ugh. Qué asco-sacudí la cabeza, presa de un estremecimiento. Se cruzó de brazos y se apoyó en el marco de la puerta.
               -No lo planeamos.
               -Qué pesadita eres, Eleanor.
               -Es en serio. Me parece muy fuerte que te cabrees con él. Ya sabes cómo es. Cuando le gusta alguien, le gusta, y punto. No puede evitarlo. Vale que te enfades conmigo porque es tu mejor amigo y he infringido sabe dios qué artículo del Código de honor de los machitos, pero me ofende un montón que le hagas esto a Scott.
               -¿Sabes qué me ofende a mí?-gruñí, y ella esperó-. Contar la cantidad de veces que le dije que no se te acercara, la cantidad de veces que le dije que no te diera bola y que ya estaba bien se tontear contigo, y él me daba la razón y me decía que iba a parar… y luego llegaba la noche y te follaba, seguro que bien duro.
               Eleanor puso los ojos en blanco.
               -¿Qué más dará cómo follemos, Tommy?
               -Encima no te me hagas la digna, ni te vayas por las ramas, cría. Sabes de sobra que no es el cómo, sino el qué. Os estuvisteis riendo de mí en mi puta cara… ¿cuánto? ¿Semanas? Desde luego, hace varias semanas de que Scott estaba raro. Y ni en un solo momento se os ocurrió “oye, vamos a decírselo a Tommy, para que no se sienta un subnormal profundo cuando sepa cuánto tiempo llevamos follando por las esquinas sin que él sospechara nada”.
               -¿No sospechabas nada?-preguntó ella, en tono sarcástico. Bufé de nuevo.
               -Bueno, Eleanor, llámame subnormal, pero lleváis toda la vida en el mismo plan de sobaros delante de mí simplemente para cabrearme, a no ser…-se me oscurecieron los ojos y me la quedé mirando-. ¿Con quién perdiste la virginidad?
               -¿Qué?
               -¿Cuánto tiempo lleváis?
               -Eres imbécil si te piensas que he estado toda mi vida esperando a que Scott estuviera conmigo para vivir un poco. Me he acostado con más gente que él.
               -Sí, creo que lo he visto varias veces estas últimas semanas.
               -Mira, chato-se acercó a mí-, me parece de puta madre que estés cabreado porque Diana te haya puesto en tu sitio por haberte tirado a Megan… porque sí, lo sé, Scott me lo contó-sonrió al ver mi cara de estupefacción-, pero no tienes ningún derecho a echarnos mierda a nosotros por tus problemas, Tommy, especialmente considerando que, si Scott y yo estuvimos mal, fue por culpa tuya.
               -¿Ahora resulta que tengo yo la culpa de las veces que no consigues que se le levante?
               Intentó darme una bofetada, pero la detuve a la velocidad de la luz.
               -Ya quisieras tú echar los polvos que echamos Scott y yo con Diana o con Layla.
               -No tengas los cojones de meter a Diana y Layla en esto.
               -¿Y a quién coño quieres que meta? ¿A Megan? Vale, pues ya quisieras echar los polvos que Scott y yo estamos echando con ella. Ah, no espera. Ya quisieras echar polvos con ella, punto. Te dejó, es verdad-se llevó una mano a los labios-. Perdona, hermanito.
               -El hecho de que compares a Megan con Scott ya da idea de lo rastrera que eres, niñata.
               -Y el hecho de que tú sonrías cuando comparo a la hija de puta de tu ex con mi novio ya da idea de que no te mereces ni un segundo de su tiempo.
               Me eché a reír.
               -Vete a chupársela, corre. Yo no pierdo el tiempo peleándome con niñatas.
               -Es verdad, estás demasiado ocupado siendo un cabrón que se pelea con sus amigos y que se folla a las mayores putas de este país. Te dejo para que vayas a comérselo a…-soltó, pero yo me levanté, la agarré del pelo y le di una bofetada antes de que pudiera siquiera reaccionar. Me miró con un odio lacerante, ardiente.
               -No vuelvas a sacarme el tema de Megan-la amenacé-. No te atrevas a sacarme el tema de Megan cuando tú has estado tirándote a Scott a mis espaldas durante semanas, y luego enrollándote y frotándote con otros delante de sus narices, para asegurarte de que se lo hacías pasar mal. No vayas de digna conmigo, Eleanor. ¿Te crees que yo no me merezco a Scott? Yo he sido así toda la vida. Piensa en por qué se ha sentido atraído de repente por ti. Puede que le guste la gente hija de puta. Si yo no me lo merezco, tú menos aún-la solté del pelo-. Somos hermanos, tú y yo, por mucho que te pese y que a mí me disguste. Nos parecemos. Eso es lo que le gusta a Scott de ti. Que te pareces a mí. Que eres igual de zorra que lo soy yo.
               Me fulminó con la mirada.
               -Me das muchísimo asco, Thomas.
               -El mismo que tú a mí-se encaminó a la puerta-. Ah, y Eleanor. Disfruta de tus polvos mientras puedas. Yo de ti, tomaría esa píldora que te quita la regla durante meses. Se te va a acabar el chollo. Y menudas ganas tengo de verte la cara cuando te quedes sola.
               -Ojalá mamá te hubiera abortado, Tommy.
               Y dio un portazo y bajó corriendo las escaleras en dirección a la calle. Seguro que estaba llorando.
               Me di la vuelta, me tiré en la cama, me limpié las lágrimas de los ojos y me dediqué a estrujar la bola. Terminé reventándola, lo cual tenía mérito, teniendo en cuenta que estaba especialmente pensada para soportar la mordedura de un perro de tamaño más bien grande, como un pastor alemán, con lo que decía mucho de mí que la tensión que acumulaba en el cuerpo fuera tan destructiva que pudiera reducir la pelota a dos trozos sin ningún tipo de propósito.
               Escuché unos pasos que pasaban por delante de mi puerta, que subían las escaleras de la trampilla y luego se paseaban por encima de mi cabeza. Me quedé mirando el techo.
               -¿Diana?-llamé. Ella se detuvo.
               -¿Qué?-preguntó.
               -¿Quieres follar?
               Me odiaba un montón por lo que estaba a punto de hacer, pero si no me tranquilizaba de alguna manera, me daba miedo terminar explotando.
               -Sí.
               -Pues baja.
               En diez segundos la tuve abriendo la puerta, cerrándola, quitándose el albornoz que había usado para ducharse y sentándose sobre mi miembro, que ni siquiera estaba duro para cuando la miré. Me quitó la camiseta y me mordió el pecho, los hombros, el cuello. Yo le di la vuelta y la puse contra el colchón, y me la tiré con tanta rabia que podría haberla partido en dos.
               Me tiré a dos chicas a la vez. A mi americana, y a Megan. Y cada vez que parpadeaba y tenía a la pelirroja delante, embestía con más fuerza, intentando arrancarle unos gemidos de dolor que no se dieran. Todo es culpa tuya, Megan, joder, dios, ¿por qué no le hice caso a Scott, y por qué él no me lo hizo a mí?
               Megan se habría quejado, pero Diana no dijo ni una palabra. Le gustó toda mi rabia, le gustó sentirla y le gustó aprovecharse de ella, aunque le molestó un poco lo egoísta que me volvió. Cuando me desplomé sobre ella, agotado, puso los ojos en blanco, susurró un hastiado “ingleses”, llevó su mano hasta el centro de su ser, se masturbó, y se corrió conmigo aún dentro de ella. Nos miramos a los ojos.
               -Ha estado bien-comentó, empujándome para sacarme de su interior e incorporándose para vestirse-. Dime si lo hemos roto, ¿quieres?-señaló el condón, que todavía cubría mi sexo dolorido, y asentí con la cabeza, intentando recuperar el aliento.
               Soy la peor persona que ha pisado el mundo.
               -Diana-dije cuando ella estaba abriendo la puerta. Se giró para mirarme. Ojalá mamá te hubiera abortado, Tommy.
               Noté cómo me empezaba a echar a temblar, así que crucé las piernas, disimulando.
               -Gracias.
               Ella se me quedó mirando, se relamió al pasar sus ojos selváticos por mis brazos y mi torso desnudo. Se mordió el labio al llegar hasta lo que tenía entre las piernas.
               -Joder, no, gracias a ti, inglés.
               Dejó la puerta entreabierta y subió las escaleras en silencio, pensando en cómo le había gustado que me la tirara con tantísima rabia, teniendo en cuenta que había sido así como se inició en el sexo, y lo poco que le gustó aquella primera vez.
               Mis brazos, mi pecho, mis ojos y mi polla se lo estaban poniendo muy difícil para seguir cabreada conmigo, pero mi americana tenía una voluntad de hierro, y cuando decía so, significaba so.
               Me quedé tumbado, odiándome a mí mismo por tantas cosas que me sorprendió el tiempo que tardé en pensar “quizá debería suicidarme”, con tanta frialdad que supe que no iba en serio.
               Me odiaba por hacérselo pasar mal a Scott.
               Me odiaba por haber provocado a Eleanor hasta el punto de que prefiriera verme muerto a intentar interceder por él ante mí.
               Me odiaba por haberme tirado a Diana de aquella manera, aunque a ella le hubiera gustado. Casi parecía que la estuviera violando sin su consentimiento, y eso fue lo que más asco me dio de todo.
               Me odiaba por haberme imaginado enrollándome con Megan mientras lo hacía con Diana; era precisamente aquello lo que la americana no quería de mí.
               Me odiaba por haber accedido a ir a jugar a baloncesto con mis amigos, porque no me los merecía.
               Me odiaba por haber metido a Diana en mi espiral de autodestrucción, porque si necesitaba correrme, Dios me había dado un par de bonitas manos con las que podía hacerlo.
               Me odiaba por ser tan egoísta.
               Me odiaba por cambiar tanto delante de Layla hasta haber conseguido que ella se sintiera atraída por mí.
               Me odiaba siquiera por darles bola tanto a la americana como a la inglesa, cuando estaba claro que no me merecía ni tan siquiera respirar el mismo aire que ellas.
               Y me odiaba por lo que se me ocurrió pensar cuando terminé de elaborar mi lista de razones por las que odiarme. Porque mamá lo había intentado de joven. Porque Scott había estado a punto de intentarlo hacía un par de años. Porque mamá no soportaría perderme, y puede que fuera detrás.
               Pero no encontraba otra solución.
               Me pesaba el pecho, tenía una losa inmensa sobre mis costillas. Cerré los ojos, pensativo. No puedo ir a ver a Scott. No me merezco mirarlo. Él es el bueno de los dos.
               Y luego, un coro de voces. Eleanor.
               Ojalá mamá te hubiera abortado, Tommy.
               Yo.
               Eres una zorra, igual que lo soy yo.
               Diana.
               Joder, no, gracias a ti, inglés.
               No quiero tenerte encima mientras espero a que se te escape su nombre mientras follamos.
               Layla.
               Diana es tu americana. Yo soy tu inglesa. ¿Por qué darle más vueltas?
               Porque no os merezco a ninguna, Layla, como para teneros a las dos.
               Llámame, Tommy, intentó seducirme. Si hablaba con ella, la adoración de su voz me convencería de que no era una mierda de persona. Y yo me merecía torturarme sabiendo que sí. Yo puedo hacerte sentir bien.
               No me merezco sentirme bien, Layla.
               No puedes ir a ver a Scott así.
               No, es verdad.
               Pero tienes que escucharle.
               No voy a poder.
               Pero tienes que hacerlo.
               Layla…
               No te suicides, me escuché decir a través de un teléfono, como si yo fuera ella y estuviera recibiendo mi llamada, borracho perdido desde la otra punta de país, sabedor de que me necesitaba aun cuando apenas me acordaba de mi nombre. Por lo que más quieras.
               No, no voy a hacerlo, princesa, tranquila.
               Me puse unos pantalones de chándal cuando escuché que llamaban al timbre. Pensé en excusas baratas para no tener que ir. Que me encontraba mal, aunque no era una excusa. Que no me apetecía, aunque no era una excusa.
               Que no podría mirar a la cara a Scott, aunque tampoco era una excusa.
               Que prefería morirme preguntándome si me odiaba a vivir sabiéndolo. Aunque tampoco era una excusa.
               No utilicé ninguna. Porque era Alec el que había venido a buscarme.
               -¿Todavía no te has vestido?-inquirió. Negué con la cabeza, y sonrió al ver lo que había pasado en esa habitación-. Joder, T. Vives bien.
               -¿Tú crees?-repliqué, rascándome el pecho. Alec me tiró una camiseta y una chaqueta y me obligó a vestirme, y a seguirlo por las calles en dirección al gimnasio.
               Cuando me dieron una pelota, me transformé en una persona diferente. Por fin algo que no podía joder, y que se me daba bien.
               Los chicos fueron llegando de uno en uno. Jordan fue el encargado de ir a por Scott. Llegaron los últimos. Chocaron las manos, y, antes de que me diera cuenta, Alec me había empujado hasta el centro de la cancha, justo en el borde del círculo central, y Jordan chocaba sus manos conmigo.
               Se hicieron a un lado y Scott y yo nos miramos, nos observamos atentamente. Tenía unas ojeras increíbles. Yo diría que incluso había perdido peso. Y parecía un poco pálido, como si estuviera enfermo.
               Ahora entendía a qué se referían con que nos estábamos “apagando”. Estábamos perdiendo nuestro color, como si nuestras pieles sólo tuvieran su tono normal cuando estábamos juntos.
               Todos esperaron impacientes a que hiciéramos algo, pero sólo nos miramos. Noté algo ardiendo en mi interior.
               Algo que también bullía dentro de Scott.
               Mierda.
               Nos odiábamos.
               Era oficial.
               -Daos la mano-instó Karlie, y las dos la fulminamos con la mirada antes de volver a clavar los ojos en el otro. Nos dijimos lo poco que nos quedaba por decirnos con aquella mirada.
               Mi hermana desearía que no hubiera nacido por tu culpa.
               Mi novia desearía no haber nacido por tu culpa.
               Siempre habría creído que tendríamos alguna bronca gorda por cualquier tontería, pero no pensé que nunca una chica nos fuera a separar, y menos Eleanor.
               Scott dio un paso hacia mí, y yo me puse tensísimo.
               -Eleanor lleva varios días disgustada-informó en tono neutro. ¿Su voz podía sonar así de… muerta?
               -Lo sé.
               Inclinó a un lado la cabeza.
               -¿Te importaría facilitarte un poco la vida a mi chica?-recalcó en tono posesivo, como diciendo “ahora es mía, y no tuya, jódete, me pertenece”.
               Y empecé a cabrearme. Dejé de odiarme a mí mismo para odiarlo a él.
               -También es mi hermana.
               -Pues deberías comportarte como un hermano mayor decente, y cuidar de ella-gruñó.
               -Para eso ya estás tú-espeté, dando un paso hacia él, y estábamos a un metro, a punto de liarnos a tortazo limpio…
               … cuando unos brazos se metieron entre nosotros.
               -¡Vale! ¡Qué cálido reencuentro! Vamos a echar unas canastas para que os tranquilicéis un poco, ¿os parece?-intervino Max, mirando alrededor, buscando la aprobación de los demás-. Y luego, habláis, ¿cómo lo veis?
               Scott y yo nos miramos.
               -No tenemos nada de qué hablar-dijo él.
               -Lo mismo digo.
               -Miraos, estáis de acuerdo en algo-sonrió Alec-. Esto me huele a reconciliación.
               Scott y yo lo fulminamos con la mirada antes de fulminarnos el uno al otro.
               -Me pido a Jordan y Logan-anunció Max, arrebatándome la pelota. Me fui hacia la canasta. Alec asintió.
               -¿De chicas?
               -Karlie.
               -¿¡Qué!? Ni de coña. Me dijisteis que yo no iba a jugar. No. Ni hablar.
               -Yo ocuparé el lugar de Karlie-se ofreció Scott.
               -Tú te callas-saltó Alec-. Jordan lleva practicando toda la tarde. Le he visto meter un triple. Os necesito a ti, Bey y Tommy.
               Al final, Tam ocupó el lugar de Karlie, la cual se sentó en la línea que delimitaba el campo a mirar el móvil y esquivar balonazos por un pelo.
               Fue el peor partido de la historia, no sólo de la nuestra, sino de la del baloncesto en general. Alec y yo éramos muy superiores a los demás, pero estábamos jugando nada más que con Bey, porque cada vez que Scott se hacía con el balón, o se lo pasaba a ella o él, pero a mí ni agua. Y lo mismo conmigo. Lo tenía debajo de la canasta rival, y preferí intentar un tiro imposible que yo sabía que no íbamos a meter a lanzarle a él la pelota.
               -¡Pásale el balón a Scott, Tommy, joder!-protestó Alec, que detestaba perder, y más al baloncesto. Puse los ojos en blanco.
               -Sí, Tommy-me burlé-. Pásale el balón, comparte con él la pelota igual que a tu hermana.
               -No seas crío, T-protestó Bey.
               -¿Sabes quién es una cría? Mi hermana, y este cabrón se la está tirando-dije, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Scott mientras le tiraba la pelota a Tam.
               -Cómeme los cojones, Thomas-gruñó Scott, poniendo los ojos en blanco y volviendo a nuestro campo.
               -¿No te los come lo suficiente Eleanor?
               -Mira a ver si te metes la lengua donde te quepa. ¿O tengo que ir a buscar a Megan para que te la mantenga ocupada?
               -¡Scott!-tronó Tam, y él sonrió con malicia antes de girarse y esperar a que pasaran de largo botando el balón.
               Seguimos pasando el uno del otro tanto, que terminamos perdiendo por 80 puntos (sí, 80 malditos puntos) cuando Scott prefirió darle en mano el balón a Max antes de pasármelo a mí, que estaba a tres metros…
               … y Alec estalló. Le había robado el balón a Max, y lo lanzó contra el suelo, haciendo que se le elevara en el aire varias veces su altura.
               -¡SE ACABÓ!-bramó, y todos dimos un brinco y nos lo quedamos mirando-. ¡Puedo entender que estéis cabreadísimos el uno con el otro, joder, hasta yo estoy cabreado con vosotros porque…! ¡Sí, Scott, joder, no tenías por qué habernos mentido, somos tus amigos y tenemos derecho a saber lo que te pase! ¡Y sí, Tommy, joder, no tienes por qué meterte en la vida de tu hermana o en la de Scott sólo por el hecho de que estén juntos y ella sea… bueno, tu hermana! ¡Quiero que nos llevemos bien todos con todos! ¡Por eso estamos aquí! ¡Y si no vais a hablar, pero sí a transmitirnos malas vibraciones, pues qué queréis que os diga! ¡Sabéis dónde está la puerta!
               Scott y yo nos miramos un momento.
               Y luego él se giró sobre sus talones y se encaminó hacia su chaqueta.
               -¿Adónde te crees que vas?-preguntó Bey. Scott se volvió hacia ella.
               -Yo no tengo nada que hablar con Tommy.
               -Claro, tu misión aquí ya está acabada. Ahora que también nos has jodido el baloncesto, ya no hay nada en lo que su Graciosa Majestad sea inferior a los demás, ¿verdad?-acusé, dolido porque no me diera ni un momento para explicarme, o no intentara explicarse él. ¿De verdad iba a dejar que yo fuera un subnormal y la cagara hasta límites insospechados?
               Scott soltó un bufido a modo de risa, se cargó la chaqueta al hombro y se volvió.
               -¿Qué cojones significa eso?
               -No lo sé, Scott. Dímelo tú.
               -No-replicó, acercándose a mí, y todos hicieron piña a nuestro alrededor-. Tú has dicho esa pollada, ahora vas, y la explicas-sonrió con cinismo-. Si te dan las neuronas para ello, claro.
               -Te encanta esa superioridad que te da el no tener que comerte la cabeza pensando en si una chica se acerca a ti por ser tú, o porque quiere que le presentes al gran Scott Malik. Eleanor es la prueba de eso.
               Scott inclinó la cabeza hacia un lado.
               -¿Celoso, Tommy?
               Y estallé. Quiero decir que estallé de verdad. Empecé a echarle en cara cosas que ni sabía que sentía, cosas que no tenían sentido, cosas que ni eran verdad. Pero estaba hasta la polla, estaba harto de verlo allí parado, como exhibiendo que prefería a Eleanor antes que a mí.
               Duele muchísimo.
               Que te reemplacen de esa manera y se regodeen en tu sufrimiento duele horrores.
               -Estoy harto de ser un puente, Scott. Un puente hacia ti, un puente hacia mi hermana, un puente hacia mi padre. Soy mi propia isla, hijo de puta-me acerqué a él hasta pegar nuestras frentes, y él sonrió, aguantando en el sitio, porque estábamos en modo Machito y había que ver quién era el alfa-. Soy una entidad, un destino, no una puta gasolinera en el camino en la que descansar a mitad del viaje.
               -¿Y qué hostias quieres que le haga a eso, puto pavo?-espetó, dándome un empujón para alejarme de él.
               -¡¡¿Que hubieras dejado a mi hermana tranquila, por ejemplo?!!
               -¡NO TE VOY A PEDIR PERDÓN POR ENAMORARME DE TU HERMANA.
               -NO TE EQUIVOQUES, SCOTT-ladré-. TÚ NO ESTÁS ENAMORADO DE ELLA, SÓLO TE PONE EL MORBO QUE DA FOLLARTE A LA HERMANA DE EL QUE ERA TU MEJOR AMIGO.
               -¿“EL QUE ERA”?-espetó-. VAYA, PERDONA, PERO DUDO QUE LO FUERAS REALMENTE DESPUÉS DE TODO EL POLLO QUE ME ESTYÁS MONTANDO CUANDO YO POR LO MENOS TENGO UNA NOVIA, NO DOS, A LAS QUE ME FOLLO APROVECHANDO EL EMPALME DE UNA PARA LA OTRA. ¿QUIERES QUE LE DIA A SHASHA QUE TE ABRA CONVERSACIÓN, Y ASÍ TIENES A UNA TÍA DE CADA COLOR DE PELO PARA FOLLARTE CUANDO TE APETEZCA?
               -A mí no me van las crías como a ti, Scott.
               -Eleanor es mayor que nosotros cuando perdimos la virginidad.
               -¡Es una niña, y a ti debería darte vergüenza!
               -¡Perdona, pero las cosas que me ha hecho y las que ella ha dejado que yo le haga no son de ninguna niña! ¡Dudo hasta que sean de señorita! ¡Y NO ME HABLES DE VERGÜENZA CUANDO TÚ APROVECHAS PARA ENROLLARTE CON DOS TÍAS A LA VEZ A LA MÍNIMA OPORTUNIDAD! ¡YO ESTARÉ CON UNA CRÍA, PERO POR LO MENOS ES SÓLO UNA!
               -¿SABES POR QUÉ TENGO DOS, FANTASMA? PORQUE YO LAS QUIERO DE VERDAD.
               -PUEDE QUE SÍ, PERO NO TARDARÁN EN PREFERIRME A MÍ, IGUAL QUE HACEN TODAS LAS MUJERES QUE NOS RODEAN. LAS CHICAS ME PREFIEREN, LAS PROFESORAS ME PREFIEREN, TU HERMANA ME PREFIERE… JODER, TOMMY, ERES TAN IMBÉCIL QUE NO PUEDES VERQUE HASTA TU MADRE DESEARÍA QUE YO FUERA SU HIJO Y NO TÚ-se echó a reír.
               ¿Íbamos a sacar la artillería pesada?
               De puta madre.
               Ahí iban las bombas nucleares.
               -PUEDE QUE MI MADRE O MI HERMANA TE PREFIERAN A TI, PERO YA VEREMOS CUÁNTO TIEMPO LAS CONSERVAS ANTES DE QUE SE VAYAN A MARIPOSEAR CON OTROS. PORQUE SÍ, SCOTT, PUEDE QUE TÚ SEAS MEJOR QUE YO, PERO AUN ASÍ, LOS DOS SABEMOS QUE NUNCA VAS A SER BASTANTE.
               Y sucedió.
               De nuevo.
               Esta vez, fue Scott.
               Rompió aquella tradición que me había saltado hacía dos días, y se abalanzó sobre mí, ciego de rabia. Me tiró al suelo, me soltó un puñetazo en la mandíbula, del lado en que lo había hecho yo, y sonrió al ver cómo me quedaba estupefacto un segundo. Sólo un segundo.
               Porque luego, se las devolví con más ganas.
               Empezamos a darnos patadas, puñetazos, a intentar agarrarnos para tenernos cerca en la postura que más conveniente nos resultara, y nos habríamos matado, porque era lo que queríamos, matarnos, reducirnos a cenizas, ya decidiríamos luego si llorábamos o bailábamos sobre ellas…
               … de no ser por nuestros amigos.
               Jordan agarró a Scott de la cintura y tiró de él mientras Max y Logan me cogían cada uno de un brazo y me apartaban de Scott.
               -¡SUÉLTAME! ¡VOY A MATARLO!-bramaba Scott, mientras yo gritaba cosas parecidas, pero sin oírlas. Estaba demasiado cegado por la rabia. Ojalá mamá te hubiera abortado, Tommy.
               Me costaba respirar. Sólo estaba bien mientras Scott y yo nos peleábamos.
               -¿Es que estáis mal de la cabeza?-ladró Tam, poniéndose entre nosotros-. ¡Sois amigos, joder! ¡No animales! ¡Bestias!
               -A mí me parece evidente que Tommy y yo no somos nada de eso-escupió Scott, mirándome con rabia.
               -No sé cómo he podido estar tan ciego durante tantísimo tiempo, Scott-gruñí entre dientes. Cuando dejamos de revolvernos, nos soltaron.
               -A casa, ahora-exigió Bey.
               Pero Scott hizo caso omiso, se encaminó hacia mí, se zafó del abrazo de Jordan y me cogió por el cuello de la camisa.
               -Como vuelvas a ponerle la mano encima a Eleanor, te mataré. Te lo prometo, Thomas.               -Ya sabes dónde vivo, mañana a la misma hora-espeté, dándole unas palmaditas en la mejilla antes de empujarlo para que me dejara en paz. Scott se echó a reír, se llevó una mano a los labios y comprobó que le había hecho sangre-. Para que vengas mañana con ganas-sonreí. Él volvió a reírse.
               -Puto gilipollas, no sabes con quién estás tratando.
               -¡A CASA, AHORA!-chilló Bey.
               Nos llevaron escoltados, para que no volviéramos a armarla, pero incluso en la distancia éramos capaces de liarla. Jordan fue el encargado de arrastrarme hasta mi casa mientras Max se llevaba a Scott por la acera de enfrente. Mal asunto.
               Tuvimos que cruzar un paso de cebra, y hasta ahí nos las apañamos para molestarnos. Scott me dio con el hombro de la que nos cruzábamos, a modo de advertencia. Aquí mando yo, parecía querer decir.
               -Mira por dónde vas, imbécil-rugí.
               -¡Apártate de mi camino, basura blanca!
               Tanto Jordan como Max se quedaron tiesos. ¿Scott, racista? Esto era nuevo. Oh, jojojojo, joder, joder. Eleanor lo estaba echando a perder a pasos agigantados. Me encantaba.
               -¿Qué cojones me acabas de llamar, moro de mierda?-ladré, y Scott se creció ante el insulto.
               -¿Te lo deletreo, blanquito de los huevos?
               Intenté abalanzarme sobre él, pero Jordan fue más rápido, me agarró, me dio un par de collejas y me empujó para que me alejara. Scott también quería más camorra, pero Max se la impidió.
               Le hice un corte de manga.
               -¡Te contestaría, pero reservo ese dedo para metérselo a tu hermana!
               -¡Me cago en tu puta madre, Scott!-grité, intentando zafarme de Jordan, pero fue inútil. Me empujó contra la puerta.
               -Sois tal para cual, menudo par de imbéciles-escupió.
               No había girado la esquina de la calle cuando yo me metí en la bañera, a derretirme bajo el agua caliente, directamente extraída del más ardiente de los volcanes.
               Y, aun así, la sentía congelada como un mar ártico mientras torpedeaba contra mi piel, tal era mi rabia.
               Pues sí, éramos un par de imbéciles. Menos mal que habíamos terminado dándonos cuenta.

               

12 comentarios:

  1. Joder tio. Estoy llorando y descojonandome a la vez con la pelea. Soy bipolar. Está claro.

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    1. Yo he sufrido y a la vez lo he pasado bien porque PELEA DE GALLOS UUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUH pero claro, los gallos son Scott y Tommy, eso ya no mola tanto :(

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  2. Estoy sufriendo como una perra madre mía. Quiero darles de hostias a los dos por idiotas

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    1. Me siento tan identificada con este comentario que incluso podría pensar que lo escribí yo estando sonámbula, salvo por la nimiedad de que yo los llamaría subnormales perdidos ☺

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  3. TE ODIO ERIKA, TE JURO QUE LO QUE MÁS HAGO EN ESTE MOMENTO ES ODIARTE PORQUE ESTO NO ES NORMAL!
    Pensaba que todo iba un poco más suave teniendo en cuenta la primera parte del capitulo y la ternura entre Sher y Scott a cada segundo. De verdad que se me hinchaba el corazón de felicidad y de amor con cada una de las palabras madre-hijo que había allí. Incluso me emocioné en el momento que Tommy decidió que iría al baloncesto, porque parecía un paso a mejor INOCENTE DE MÍ.
    Pero nooooo....tenía que llegar Eleanor a meter mierdad ¿CÓMO SE PUEDE SER ASÍ JODER? Creo que a partir de lo del aborto he empezado a llorar. Por la escena de Tiana, por los pensamientos de Tommy sobre si mismo y esa pequeña, o ya gran, intención de suicidarse, pero sin duda lo peor ha llegado en el momento del baloncesto. Con lo que ha sido Scommy durante tanto tiempo, ¿cómo ha podido acabar todo así? Incluso con un Scott amenazando de matar a Tommy...estoy segura que nadie en la historia de CTS se hubiera imaginado esa frase.
    Tengo el corazón destrozado y hecho mil pedazos...
    pd1: parece que la única persona que sigue teniendo un poco de cerebro es Alec. Un aplauso y merecido reconocimiento para él por favor. YA.

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    1. Soy una mala pécora, es lo que hay ^^.
      Me encanta cómo he metido cosas dulces para que no os esperarais el estallido entre Scott y Tommy, y mentiría si dijera que la pelea en serio que han tenido no ha sido una de las cosas que más ganas tenía escrbir de toda la novela porque:
      1. Momento salseante no, lo siguiente.
      2. A VER ES QUE ES DURO PARA MÍ ESCRIBIR CÓMO SE DAN DE HOSTIAS.
      Yo a Eleanor quiero defenderla, sinceramente entiendo su postura, ve lo mal que está Scott, que es de lo que más quiere en el mundo, por culpa de SU HERMANO, que es el que más se supone que tiene que quererlo, y le coge tirria a Tommy. Creo que, estando en su situación, yo también reaccionaría así.
      Pero por otra parte me da muchísima rabia cómo se pone de chula con Tommy, y las cosas que llega a provocar en él. Encima, al pobre se le viene el mundo encima porque no tiene a nadie a quien aferrarse (ya sé que tiene a sus amigos, pero está igual o peor que Scott, que por lo menos tiene a su novia, Tommy ni siquiera). Entre Scott, Eleanor y Diana, van a acabar con él :(
      PD: Alec es lo mejor de esta parte de la novela en serio, ojalá le haga todos los monumentos literarios que se merece, te digo que tiene un corazón de oro, oh, qué buen partido se lleva Sabrae❤

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  4. 1. Eleanor menuda metemierda de verdad que asco. Tengo sentimientos contrarios porque cuando está con scott me gusta pero la quiero matar cuando se pone tan prepotente con tommy.
    2. Me muero con zayn y sher hasta lueguisimo
    3. Tommy y scott no pueden ser más tontos de verdad LO PEOR ES QUE EN LA PELEA ESTABA COMO MÁS MÁS QUIERO SALSEO TOMA HOSTIA VIVA pero luego me he sentido muy mal qUIERO QUE VUELVAN de verdad erika menuda agonía sin ellos

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    1. 1. O SEA TOTALMENTE BÁRBARA pero uf es que por una parte la entiendo porque la razón de que Scott esté tan mal es Tommy y ella no soporta verlo así, y quiere arreglarlo entre los dos (por eso le dice a Tommy constantemente de ir a casa de Scott, no para restregarle nada sino más bien para que él termine cediendo -como si no fuera terco como una mula la puta que me parió es hijo mío yo soy igual que él- y todo se arregle, porque aunque no lo creas ella tampoco disfruta teniendo a Scott para sí sola, al menos no así) pero luego va a ver a Tommy y se tensa en su presencia, es raro de explicar; para mí es que estando con Scott la invade la tristeza y por eso quiere interceder, y estando con Tommy la rabia gana la batalla y tiene que putearlo como "venganza".
      2. ZEREZADE LA OTP DE ESTA NOVELA CHAO PESCAO.
      3. DIOS MÍO YO EN LA PELEA ESTABA IGUAL EN SERIO me sentía fatal por cómo estaban puchándose pero por otro lado estaba como YAAAAAAAAAAAAS TOMMY DRAG HIM YAAAAAAAAASSSSSS SCOTT TELL THIS BITCH qué ganas de que se reconcilien estoy SUFRIENDO

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  5. No sé quién de los dos es más gilipollas, de verdad, qué horror. Y Eleanor a veces también se pasa, venga a meter el dedo en la herida... Si es que al fin y al cabo son todos unos críos...

    En fin

    TE AMO ❤

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    1. Son hermanos hasta en la imbecilidad, yo es que flipo con ellos, intento hacerlos más parecidos a posta y no me salen.
      Ay, Vir, cómo es la juventud, una tristeza constante.

      TE AMO ❤

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  6. Estoy de acuerdo con Scott, Eleanor es hermosísima. Me encanta cómo Alec lo entiende todo, es el único que entendió que Scott se entristecía cuando estaban todos los demás porque notaba más la ausencia de Tommy, y me encanta que se lo suelte así sin más a Tommy, que no le de apuro decírselo. (Y me encanta que sea zurdo, tenemos algo en común ^.^)
    Y aunque sufro mucho viendo a Scommy peleados mentiría si te digo que no he disfrutado un poquito el momento pelea PERO ES QUE EL SALSEO MOLA DEMASIADO

    - Ana

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    1. Eleanor es más preciosa, ay, mi niñita linda ♥ Y Alec bueno, parecerá un pasota, pero en el fondo es un cacho de pan que cuida y protege a sus amigos como nadie.
      Y creo que se notó poco que la pelea es tope VIVA EL SALSEO GRATIS OLE DI QUE SÍ ARRRRRRRRRRRIBA

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