domingo, 20 de noviembre de 2016

Comillas, bien, comillas.

No somos sólo nosotros y nuestras circunstancias. También somos la gente que nos rodea y sus propias circunstancias.
               Llevaba sospechándolo mucho tiempo, pero no fue hasta que me tocó ir a clase yo solo por primera vez que me di cuenta de hasta qué punto si no tenía a Scott, no tenía a nadie.
               No dormí una mierda esa noche, pero por lo menos conseguí desahogarme, llorar todo lo que necesitaba y mirar al techo lamentándome de mi suerte: de que yo fuera así, de que Scott fuera así, de que  Eleanor fuera así, de que Diana fuera así. Me comí la cabeza durante toda la madrugada, concilié el suelo menos de 15 minutos seguidos, y dudaba que hubiera llegado a la hora y media en total, me revolví en la cama, di vueltas y más vueltas y, por fin, cuando pensé que el cansancio iba a poder conmigo y podría dejarme llevar al fin, entregarme a unos sueños repletos de pesadillas en que volvía a abalanzarme sobre Scott, y los dos nos gritábamos y nos poníamos como fieras el uno con el otro, envenenando nuestros cuerpos con las hormonas de la rabia…
               … sonó el despertador.
               Bajé las escaleras como un autómata, sin enterarme de casi nada de lo que sucedía. Eleanor no me miró y yo no la miré a ella cuando entró en la cocina. Estábamos solos, así que nadie nos obligó a dirigirnos la palabra.
               Mejor.
               Lo único que se me ocurrían cuando la veía eran insultos, y por su forma de evitar a cualquier precio el más mínimo roce con mi cuerpo, cualquiera diría que lo mismo le pasaba a ella.
               Nos vestimos y me quedé sentado en mi habitación, esperando a escucharla bajar las escaleras y cerrar la puerta de casa antes de salir yo también.
               Creí que Diana estaría esperándome para ir juntos, pero ya había cogido la costumbre de pasarse al lado de mi hermana hacía demasiado tiempo, de modo que me tocó caminar solo.
               Dios, la mochila me pesaba horrores. Era posible que pesara más que Astrid. Varias veces estuve a punto de comprobar que no llevara a mi hermana pequeña metida dentro, aprovechando una excursión a mi espalda.
               Se me hizo insoportable el trayecto al instituto a partir de una esquina: en laque Scott me esperaba, o yo le esperaba a él, todos los días. La mochila empezó a pesarme más, el cansancio acumulado durante toda la noche se multiplicó, yo me convertí en un pez fuera del agua que no puede procesar el oxígeno si no está disuelto en algún líquido, o continué con mi forma humana pero respirando un aire acuoso, que mis pulmones no podían aprovechar.
               Llegué como un zombie a clase, y estaba sonando la sirena para indicar a todos los que remoloneaban alrededor de las puertas de que iba siendo hora de entrar. Logan y las gemelas me interceptaron en el pasillo, me dieron los buenos días, me miraron con aprensión cuando contesté en un tono increíblemente lastimero con la misma fórmula, y se fueron a ocupar sus asientos. Se escurrieron entre la puerta y yo.
               No podía entrar a clase.
               No podía sentarme al lado de una mesa que iba a estar vacía.
               Echaba muchísimo de menos a Scott.
               Alguien me dio una palmada en el culo. Me volví, y resultó ser Alec.
               -¿Y esa cara fea?-me puteó-. Mueve tu culo gordo, T. Tienes que graduarte.
               Se abrió paso, se volvió para mirarme, insultó a Katie cuando la muy perra se metió con mi lentitud, y tiró de mí para arrastrarme hasta mi asiento. Dejó caer el bolígrafo con el que hacía acto de presencia cada mañana en la mesa de al lado de Bey, que se apartó un rizo de la cara y lo miró con sus ojos de color miel un momento, decidiendo si se cargaba al imbécil que osaba reclamar un lugar a su lado, y luego sonrió mínimamente al comprobar que el imbécil que reclamaba su costado era el de todos los días.
               Me senté pegado al radiador, que ardía. Me quedé mirando la mesa vacía, a mi lado. Todavía tenía los garabatos que él hacía cuando nos aburríamos.
               Coloqué la mochila encima de un dragón de ojos irisados que había en la esquina, y cuyo vocabulario se reducía a “Tommy, subnormal”.
               Puto gilipollas.
               También tiré el abrigo encima de la silla que solía ocupar, me estiré en la silla y me tumbé sobre la mesa, apoyando la barbilla en las manos y clavando la vista en el reloj. Bey le estaba diciendo algo a Alec sobre el morro que tenía por no dejar de pedirle hojas, y Alec le respondía que a ella le encantaba prestarle cosas, que no se hiciera la dura con él; ya se conocían de bastantes años y había confianza.
               Me molestó un poco que no hicieran mención a que faltaba alguien en nuestro grupo, incluso sabiendo que era eso lo que yo estaba esperando para ponerme como un basilisco.
               Entró la profesora, nos riñó por no tener ya sacados los materiales, y se puso a dar clase sin esperar a que nosotros estuviéramos listos para tomar apuntes. Apenas podía concentrarme, el espacio que había a mi lado atraía toda mi atención como la luna en una noche nublada, en la que no se ven las estrellas. Se me formaba un nudo en el estómago cada vez que se me deslizaba el codo hacia la izquierda y no había nadie protestando “Thomas, me cago en la puta, estás en mi sitio” y un codazo fuerte y un par de risas y un siseo por parte del profesor porque “Malik, Tomlinson, os voy a terminar separando”.
               Problema: sólo nosotros dos podíamos separarnos. Y lo estábamos aprendiendo a base de hostias.

               Llamaron con firmeza a la puerta, y por un momento me entraron esperanzas de que fuera algún profesor que me viniera a buscar porque habría hecho algo, lo que fuera, y yo también me iría a casa, a regodearme en mi soledad y disfrutar de mi tristeza a mis anchas.
               Fue algo un poquito mejor. Mi salvación. Karlie. Asomó la cabeza por la puerta y su melena negra se balanceó a un lado y a otro, esbozó una sonrisa tímida, juntó las palmas de las manos en su pecho, y se apresuró a sentarse cuando la profesora hizo un gesto con la mano indicándole que pasara.
               Vino derechita hacia mí. Qué rica era. Le sonreí, aparté las cosas de encima de la mesa y me entraron ganas de plantarle un beso por expandirse incluso más que Scott. Sacó su cuaderno, los libros, sus dos estuches (el de los bolis, y el de los subrayadores), se ató el pelo en una coleta apresurada, insultó a Alec cuando éste le dio un suave tirón de su peinado, le hizo un corte de manga cuando se puso a jugar con su melena como si fuera un minino, y se inclinó hacia mi hoja, leyendo todo lo que se había perdido hasta la fecha.
               No fue mucho.
               Intenté prestar toda la atención que pude mientras Karlie jugaba con su coleta, y me quedé plantado en el asiento cuando todo el mundo salió al pasillo, a disfrutar de los cinco minutos de libertad entre clase y clase.
               Instintivamente, saqué el móvil, lo desbloqueé y, antes de poder detenerme, estaba entrando en Telegram.
               Me dio un vuelco el corazón al ver el nombre en la parte superior de la pantalla. Scott, más el icono del dinosaurio que le había puesto hacía un montón de tiempo.
               Y debajo, en una gloriosa línea azul, en línea.
               Me quedé mirando un momento la pantalla, estudiando las posibilidades. Bajé hasta el nombre de Eleanor, sospechando que pudiera estar hablando con ella y casi deseando que fuera así, para poder volver a cabrearme con él. Pero no, mi hermana se había conectado hacía horas, de noche, antes de acostarse.
               No se me ocurrió mirar ni a Diana, ni a Sabrae. Me pregunté con quién estaría hablando.
               Temblando, me dirigí a la agenda, subí hasta casi arriba del todo, y contemplé el nombre en gris. Ashley. También estaba en línea, aunque se desconectó ante mis ojos.
               Vi que Scott continuaba conectado, así que me lancé hacia la conversación, decidido a hacerle cambiar de opinión y recular si estaba volviendo a hablar con la mayor puta que había conocido este país.
               Miré un momento su nombre, sin saber qué hacer. ¿Qué podía decirle que él fuera escuchar? ¿Me haría caso después de lo de ayer? ¿Podría decirle algo de buenas, y no dejarme llevar por la rabia? ¿Y si le decía que le echaba de menos? ¿Me diría que él también, aunque no hacía ni 24 horas que nos habíamos visto, o me diría que aquellas 12 horas, puede que más, que llevábamos separados habían sido las mejores de su vida?
               Eso sería demasiado cruel. Pero yo me merecía que fuese cruel conmigo.
               Seguí estudiando su nombre, pensando mi siguiente movimiento. Era absurdo pensar que Scott estuviera hablando con Ashley, después de todo lo que le había hecho pasar. Además, estaba Eleanor.
               Eleanor.
               Me empezó a hervir la sangre, pero hice caso omiso de mi instinto asesino, y continué contemplando la pantalla con la vista perdida. Joder, todo era una mierda si no tenía un plan para ir a verlo esa tarde. No debería hacer nada interesante, sólo para que él no se lo perdiera. Esperaba que él tampoco estuviera haciendo digno de contar: el pensar que podría estar haciendo cosas interesantísimas de las que yo no oiría hablar nunca me mataba.
               Tenía que hacer algo.
               Y aquel era un buen momento.
               Sólo Bey estaba sentada en la mesa, terminando de hacer unos ejercicios con los que había remoloneado la tarde anterior. Los demás estaban fuera. No me verían meter la pata hasta el fondo.
               Vale, T, ¿qué le dices a Scott?
               Pensé en preguntarle qué tal estaba, fingiendo que no había pasado nada gordísimo ayer. Pero supe en cuanto incliné un poco los dedos, presto a teclear, que aquella no sería la solución. Teníamos que hablarlo, cara a cara.
               Se me ocurrió entonces, después de devanarme los sesos, que podía ser sincero, decirle que no había dormido una mierda y que me arrepentía un montón de lo que le había dicho. O sea, bueno, de la gran mayoría de las cosas. No creía que no fuera digno de Eleanor. Es más, Eleanor era la que no lo merecía a él, después de todas las putadas que le había hecho para hacer que espabilara. Aunque sí que dudaba que pudiera quererla al nivel al que ella lo hacía.
               Eleanor lo idolatraba, joder.
               Y ella era más pequeña que él. Es lógico que no pudiera desarrollar ese tipo de sentimientos por ella. Tampoco podíamos culparlo.
               Sí, le diría que no había dormido una mierda y que no paraba de comerme la cabeza desde que me fui de su casa. Toqueteé la pantalla un par de veces y rápidamente me apresuré a borrarlo todo.
               Ya podía leer su contestación. “Ya no somos problema del otro, ¿recuerdas? Lo dejaste muy claro ayer”.
               Me mordí el labio, pensando. Scott no me diría eso en condiciones normales, ya, pero yo tampoco le metería un puñetazo en la mandíbula en condiciones normales. Estábamos en un terreno pantanoso, podríamos hundirnos hasta la cintura en cualquier momento, y no conseguir hacer nada por evitar que nos comiera el lodo. Nunca antes nos habíamos visto en esta situación. Y yo lo necesitaba cerca para poder pensar con un mínimo de lógica y cordura.
               Seguía cabreadísimo con él, creía que nunca se me pasaría el cabreo, pero aquella llama ardiente se mantenía a lo lejos, al otro extremo de la tunda helada en que me había adentrado por culpa de mi soledad. No pueden darte a tu alma gemela y quitártela así como así sin que tú te sientas la criatura más desgraciada que ha pisado la Tierra.
               Aunque seas tú, precisamente, la causa de esa glaciación.
               Terminé decidiendo que me daba lo mismo que me mandase a la mierda, que con conseguir asegurarme de que todavía pensaba en mí (joder, parezco la típica niñata de los libros que lee Eleanor, pensé para mis adentros, poniendo los ojos en blanco) todo lo demás estaría justificado.
               Y me decidí a preguntarle si me había dejado en su casa la calculadora (aunque sabía que no era así).
               Volví a inclinar los dedos, y me detuve a un milímetro de la pantalla.
               ¿Y si pasaba de mí?
               Tomé aire y volví a armarme de valor.
               Justo cuando estaba a punto de volver a ponerme a escribir, Bey levantó la cabeza y se incorporó un poco en su asiento.
               -¿Estás hablando con Scott?-inquirió, animada, y todos mis amigos se giraron al escuchar el nombre del ausente. Di un brinco, miré por encima del hombro, negué con la cabeza y bloqueé el teléfono sin tan siquiera cerrar la aplicación. Bey alzó las cejas, con ojos tristes.
               -No-espeté, fingiéndome herido en mi orgullo. Bey miró a su hermana con la tristeza tiñéndole aquellos ojos brillantes como dos astros ígneos vistos a través de unas gafas de sol, y sacudió la cabeza cuando Alec le preguntó qué pasaba. Acababa de entrar el profesor.
               Pasó esa clase sin ningún percance, y yo estaba convencido de que conseguiría sobrevivir a mi primer día solo (no estás solo, Tommy, me recriminaba una voz de mi cabeza, dolorosamente parecía a la que había escuchado decir “cierra la puerta al salir, gilipollas”), cuando la profesora de historia se hizo de rogar. Alec chasqueó la lengua, con ganas de movida respecto a las fechas de las revoluciones rusas que su abuela había vivido misteriosamente, a pesar de haber nacido en 1950, y siguió haciendo un avión de papel súper elaborado.
               La gente empezó a entrar en clase en tropel: se suponía que no podíamos esperar en el pasillo, pero nadie hacía caso y todo el mundo salía a despejarse. Todos salvo yo, claro. Y Bey, Max, Alec, y Karlie.
               Los chicos arrastraron sus mesas hacia las nuestras; fruncí el ceño, preguntándome qué pasaba.
               -Guardia-explicó Jordan, poniendo la mochila encima de la mesa y colocando el móvil oculto tras ésta.
               Creí que estaba bien.
               Creí que podría con aquello.
               Creí que conseguiría sobrevivir a estar sin Scott, hasta que su puñetero padre entró en la clase.
               -Vaya, T-se burló Alec-. Ahora ya es como si hubieras visto a Scott. Ya no puedes echarle de menos.
               -Zayn no se parece en nada a Scott-protesté, girándome hacia él. Alec alzó las cejas.
               -¿No sería al revés? Quiero decir… Zayn es el padre.
               -Pues eso.
               -Son como dos gotas de agua-Alec entrecerró los ojos. Le encantaba llevarle la contraria a la gente, pero cuando se la llevabas tú a él, se ponía de muy mal humor.
               -Scott tiene los ojos verdes-empecé-. Él dice que los tiene marrones, pero son verdes. También tiene la piel un poquito más oscura que la de Zayn. Es más tirando a capuccino-solté-. Y está el pelo. El de Zayn es castaño, se le nota cuando le da el sol. Castaño oscuro, pero castaño. Scott lo tiene negro. Tiene reflejos azules. Es el pelo de su madre. La nariz es diferente. Es un poco más corta que la de Zayn. Y Zayn tiene un piercing en la nariz, y Scott lo tiene en el labio, y no tiene pendientes en las orejas, y Scott sí. Y los tatuajes. Scott no tiene tatuajes, y Zayn tiene como un trillón.
               Tanto Bey y Alec me miraban como si estuviera chalado. Noté cómo me subía el rubor a las mejillas a cada segundo que pasaban sin parpadear. Por fin, Bey lo hizo.
               -Vale, ¿algo que añadir?
               -Scott es más alto que Zayn-me escuché murmurar, antes de darle la espalda y escuchar al padre de mi mejor amigo informarnos de lo que era evidente.
               -Tranqui, Romeo-escuché la sonrisa de Alec en su tono, por debajo de las palabras de Zayn.
               -Lucy no ha podido venir-anunció Zayn, con un tono autoritario aunque no demasiado duro que yo no le había escuchado nunca. Su tono de clase. El inconveniente de ir a todas las clases con su hijo era que yo no había disfrutado nunca de sus dotes de docencia, y era una pena. Decían que era el mejor de Literatura.
               Mi padre, bueno… hacía lo que podía en Música.
               Se subió a la tarima y nos miró largamente. Se frotó la barba.
               -Vale, me han dejado tarea para vosotros-informó, mirando una hoja de papel que traía entre los dedos. Todos gemimos-… pero, como ya sois mayorcitos, creo que vamos a poder llegar a un trato vosotros y yo, ¿os parece?-hubo varios asentimientos en voz alta; los demás, fueron con la cabeza. Zayn se sentó sobre la mesa, dejó la hoja a su lado, se frotó de nuevo la barba y entrelazó las manos-. ¿Tenéis algo que hacer?-asentimos-. Pues venga, al lío-dio una palmada y se incorporó-. Voy a por exámenes, ¿vais a estar tranquilitos, o tengo que sacar a alguien para que apunte los nombres de los que alborotan?
               -Saca a Bey para que le miremos el culo, Zayn-pinchó Alec, y todos nos echamos a reír, menos Bey, que le dio un manotazo en el brazo. Zayn sonrió.
               -Alec, venga, a la pizarra. Te quedas de encargado.
               Alec se levantó y se acercó a la tarima. Para cuando volvió Zayn con sus hojas, ya habíamos echado tres partidas al ahorcado entre toda la clase. Alec se sentó en su lugar y Zayn hizo lo propio, sacando un montón de papeles de varias carpetas y organizándolos sobre la mesa.
               Karlie se dio la vuelta y se puso a hablar con Tam sobre sabía dios qué lugar exótico iba a visitar la semana que viene.
               Yo saqué mis cosas y fingí estar adelantando trabajo, pero no podía dejar de echarle vistazos de reojo a Zayn. ¿Qué había hecho yo para merecer aquello? Si había estado a punto de arrastrarme por Scott, ¿por qué me odiaba tanto el universo? Acababa de defender que Scott y él no se parecían en nada y, sin embargo, el corazón no dejaba de darme brincos cada vez que apartaba un momento la vista de él y me parecía verlo de reojo.
               Alec bufó en su asiento.
               -Bey, nena-susurró, zalamero-. ¿Echamos una al tetris?
               -No puedo-contestó ella, agitando su melena-. Tengo que ponerme con filosofía. Y tú-se volvió a mirarlo-también deberías.
               -¿Para qué, si me vas a dejar copiar en el examen de todas maneras?
               -Eres un sinvergüenza-soltó ella.
               -Y tú una santa a la que no me merezco, pero tranquila, nena, que mi herencia multimillonaria será en exclusiva para ti.
               -Pf-bufó Bey, y soltó una risita por lo bajo-. No me hagas cosquillas, Alec.
               -¿Por qué? ¿Te pones tontita?-sonrió él, pellizcándole la cintura y haciendo que diera brincos.
               -Joder, idos a un hotel-protestó Logan.
               -¿Te pone golosa?-insistió Alec.
               -Cómeme el coño-gruñó Bey, dándole un manotazo.
               -¿Aquí, delante de toda esta gente?
               -Dios mío, no sé si vas a conseguir suficiente dinero como para compensarme el tener que aguantarte de esta guisa-Bey puso los ojos en blanco. Alec le apartó un mechón de pelo del cuello y le acarició la oreja, y ella cerró los ojos, disfrutando de su contacto. Alec sabía cómo tocar a una chica para relajarla.
               Era el mejor de todos nosotros en eso.
               -Por ti haré lo que sea, nena.
               Bey entrecerró un poco los ojos, mirándolo.
               -Está bien, una partida. Y luego nos ponemos con filosofía, ¿vale?
               -Sácame de la cueva cartesiana-pidió Al. Me volví.
               -La cueva es platónica-informé.
               -¿Le vas a decir tú a Descartes qué propiedades podía o no tener? No me jodas, Tommy-Alec puso los ojos en blanco y sacó el teléfono. Echaron una partida, y Bey se puso a lo suyo mientras Alec hacía el tonto por internet. Yo me dedicaba a existir, con la mejilla apoyada en los brazos y los ojos clavados en el perfil de Karlie. Zayn empezó a pasearse por las mesas.
               -Tienes mala cara, Tommy-comentó, un tanto preocupado. Puede que fuera la preocupación de profesor o la preocupación de padre de mejor amigo o la preocupación de mejor amigo de padre. La verdad es que no sabría decir qué tipo de inquietud era; sólo supe que era genuina, viniera de donde viniese.
               -No he dormido bien-admití, frotándome la mejilla. Zayn asintió, sus ojos oscurecidos por unas nubes de tristeza.
               -Él tampoco ha dormido bien esta noche-murmuró, y a mí se me cayó un poquito el alma a los pies. Scott lo estaba pasando mal por mi culpa. Eso no me hacía mucho mejor que Eleanor. Creo.
               ¿No?
               Bueno, Eleanor no lo había pasado mal enrollándose con una discoteca entera con tal de hacerle daño. Scott y yo estábamos siendo recíprocos.
               Ni siquiera se me pasó por la cabeza el soltarle a Zayn que si su hijo no estaba durmiendo bien, era porque quizá llevaba dos milenios mintiéndome y seguía planeando sus trolas aun cuando yo las necesitaba.
               El rencor me vino después. De momento, sólo estaba triste.
               -Alec-Zayn cambió el tono de voz-. Ponte a hacer algo.
               -Ya estoy haciendo algo-replicó Alec, abriendo las manos.
               -¿Con el móvil?
               -Son crucigramas.
               -Ya. ¿Que se parecen sospechosamente a Instagram?
               -Tú que eres profesor de Lengua-Alec se irguió en el asiento-. Con cuatro letras, ¿planta suculenta que crece en zonas desérticas y cuya savia se utiliza en medicinas?
               Zayn se lo quedó mirando.
               -Si no tienes nada que hacer, yo te pongo tarea.
               -¿Y si no la hago?-Alec entrecerró los ojos. Menudos huevos tenía. Yo no me pondría así de chulo con un profesor, y menos teniéndolo tan cerca. Zayn ni se inmutó.
               -Pues te suspendo.
               -No eres mi profesor.
               -Ya, pero me llevo bien con tu profesora-sonrió con maldad.
               -Amenázalo con algo de tu hija-provocó Jordan-, ya verás lo rápido que espabila.
               Alec se echó hacia atrás en su asiento.
               -Pide que te vengan a buscar a la salida, hijo de puta. Te voy a pegar una paliza que se te va a olvidar hasta tu nombre.
               Zayn puso los ojos en blanco y siguió con su paseo. Se giró un momento sobre sus talones.
               -Aloe.
               Todos nos lo quedamos mirando.
               -¿Qué?-pregunté. Señaló con la mandíbula a Alec.
               -Aloe. Planta suculenta que crece en zonas desérticas y cuya savia se utiliza en medicinas. La hay en Canarias-clavó los ojos en mí-, deberías saberlo, Tommy.
               -No estoy muy católico esta mañana-me excusé. Zayn sonrió, toqueteándose el reloj.
               -Yo no estoy católico nunca-contestó, y nos tuvimos que reír. Bueno, en eso sí se parecía a Scott, o Scott se parecía a él. Podía alegarte la mañana con una frase muy corta.
               Conseguí sobrevivir a la clase con Zayn, y seguí a mis amigos al patio. Era un día frío y gris de enero, pero estábamos acostumbrados a tener un tiempo mucho peor, por lo que nos sentamos a contemplar a los demás jugando al baloncesto, apiñados los unos contra los otros.
               Bey le pidió el móvil a Al. Ella casi nunca lo llevaba a clase: para eso lo llevaban su hermana y él.
               -No me borres música, Bey-ordenó Alec, y ella negó con la cabeza. Empezó a teclear. Estuvo unos minutos sin parar de hacerlo, y, cuando por fin terminó sus tareas, dejó el móvil encima sobre sus piernas.
               -Al, creo que le pasa algo a tu móvil.
               -¿Qué le has quitado ya, víbora?
               Ella se encogió de hombros.
               -Creo que viene de Telegram.
               Alec suspiró, cogió el teléfono, lo desbloqueó y abrió la aplicación. Frunció el ceño y se mordió el labio, estudiando la pantalla. Era para ocultar una sonrisa que le duró medio segundo. Luego, empezó a leer lo que le había escrito. Se le detuvo el corazón, se le encogieron las pupilas, y soltó el móvil de repente, como si quemara. Volvió a cogerlo y lo miró bien. Se abalanzó a cancelar el envío del mensaje en cuestión, sin éxito.
               Empezó a mirar en todas direcciones.
               -¿Qué pasa?-preguntó Max, inquieto.
               Alec se puso pálido cuando en la pantalla aparecieron dos ticks al lado del mensaje.
               -Tenéis que ayudarme a borrarlo de su móvil-suplicó, y todos fruncimos el ceño, menos Bey.
               -¿Qué pasa?
               -¡Esta zorra le ha mandado un mensaje a Sabrae! ¡Tenéis que ayudarme a borrarlo de su móvil antes de que lo vea!
               -¿Qué mensaje?
               -¿PODEMOS CENTRARNOS, JODER?
               -¡Pero Al, tranquilo, seguro que!
               -¡Mirad qué puto mensaje, joder, no puedo dejar que Sabrae lo vea, madre mía! ¡No puedo dejar que me odie todavía más de lo que hace, joder, no podéis quedaros de brazos cruzados, tenéis que ayudarme!-nos gritó. Bey sonreía, mordiéndose los labios. Alec se echó a temblar, volviéndose hacia ella-. ¡TE ODIO, BEYONCÉ, ERES SUBNORMAL O ALGO Y TE…!
               Se quedó tieso, con los ojos fijos en su móvil. Los dos ticks se habían puesto azules.
               Empezó a ponerse colorado. Hasta las manos. Nunca había visto a nadie ponerse así de rojo.
               Me dio muchísima pena que Scott no estuviera allí para ver eso.
               Luego me dio pena que Scott no estuviera allí.
               Me dio pena no estar con él.
               Me dio pena todo.
               -Joder, quiero morirme, dios mío… ¿por qué no me dará un colapso nervioso y me muero ahora mismo? ¡UF!-bramó, mirando la pantalla.
               -¡Trae aquí ese móvil!-exigió Karlie, que empezó a leer lo escrito y se mordió los labios, conteniendo las carcajadas.
               -¡¿Por qué no lo lees?!-exigió Logan, y Karlie se aclaró la garganta.
               -Sabrae-empezó, y todos lanzamos una exclamación mientras Alec se encogía más y más-. Te echo de menos-ahora, un ooooh general. Alec no sabía dónde meterse-. Echo de menos la forma en que sonríes cuando empiezo a besarte y voy bajando y bajando hasta llegar a ese rincón tuyo en el que tanto me gusta estar-clavamos los ojos en Alec.
               -Quiero que me parta un rayo-soltó.
               -Echo de menos follarte en un coche, en una cama, en una esquina, en un sofá. Cuando todo esto pase voy a cubrirte de nata y…-soltó una carcajada.
               -¡Karlie!-protestamos.
               -… y te voy a lamer entera, como si fueras una tarta; te voy a poner dos cerezas en los pezones y me voy a pasar lamiéndote esas preciosas y redondas tetas algo así como 500 años, sin olvidar ese delicioso coño tuyo, del que no me canso de beber-nos echamos a reír, Alec nos odió muy seriamente en aquel instante-. ¿Y si te dice que vale?
               -¿Cómo me va a decir que sí, Karlie, tú eres tonta?
               -Puede que ella también te eche de menos y quiera cubrirte de natita también.
               -Mira, yo lo único que quiero ahora mismo es esconderme en una puta cueva y llorar.
               -¿Una cueva cartesiana?-pregunté. Alec me miró.
               -No tiene gracia, Thomas.
               Se me rompió un poquito el corazón. Nadie me llamaba Thomas. Nadie, menos mi madre y Scott.
               -¡Está escribiendo!-chilló Karlie, y Alec le arrebató el móvil en una milésima de segundo. Contuvimos el aliento mientras Sabrae escribía.
               Por fin, apareció el mensaje.
               Y Alec se levantó, dejó el móvil en nuestras manos y empezó a pasearse de un lado a otro, tapándose la boca y pasándose las manos por el pelo.
               -Mi vida está acabada, mi vida está acabada, quiero morirme…
               -Me parece bastante patético-rezaba el mensaje de Sabrae-que la única manera de hacer que hablemos de nuevo sea mandándome esta mierda-dios, pero qué creída era esta niña, se notaba que era familia de quien era-. No te molestes en responder; te acabo d bloquear, pero gracias por los piropos sobre mis tetas y mi coño, tengo que decir que estoy totalmente de acuerdo-y una mano con el pulgar alzado, así como una con los dedos índice y pulgar unidos en el típico gesto italiano de “la comida está deliciosa” ponían fin al mensaje.
               Alec se sentó en el suelo, a nuestro lado.
               -No he pasado tanta vergüenza en mi puta vida, te odio, Bey-escupió-. Ahora Sabrae me odia por mi culpa.
               Cogí el teléfono y examiné el mensaje. El perfil era el de Sabrae, el estado era el de Sabrae… pero el número no.
               -Alec-dije, pero él estaba demasiado ocupado gritándole a una Bey muerta de risa, demasiado psicótica incluso para ella, de modo que tuve que volver a llamarlo-. Alec, ¡Alec! ¡Ésta no es Sabrae!
               Me arrebató el teléfono y se quedó mirando el número. El hecho de que respirara tranquilo al percatarse de que, efectivamente, aquella no era Sabrae, porque se sabía su teléfono de memoria, volvió a ponerme triste. Seguro que Scott le habría soltado alguna pullita por cómo se había puesto con respecto a su hermana.
               Bey y Tam se echaron a reír al unísono, con idénticas risas musicales.
               -¡Casi te da algo!
               -¡Serás cabrona, Beyoncé! ¡No lo he pasado tan mal en toda mi vida!
               -Si ha sido buenísimo, ¡ya verás cuando se lo contemos a Scott hoy!
               Me quedé callado, tieso, a la espera.
               -No se lo vamos a contar a Scott-cortó Alec. Todos fruncieron el ceño; quiero creer que yo no.
               -¿Por qué?
               -¡Porque no me da la gana, Beyoncé! ¡Estoy hasta la polla de ti! ¡Se acabó! ¡Cuando volvamos a clase, me cambio con Karlie!
               Bey se colgó de su cuello, mordisqueándole la oreja, pero Alec la apartó.
               -Déjame tranquilo, Bey; estoy harto de tus mierdas, en serio.
               -Jo-sonrió ella-. Es que te notaba tan tenso… además, mira las risas que Tommy se ha echado gracias a ti. El pobrecito se lo merecía. ¿A que te lo has pasado bien, T?-sonrió ella, con aquella sonrisa del millón de dólares, que podría parar un tren. Y sí, la verdad es que por un momento me lo había pasado bien; por un momento, no había pensado en que Scott y Eleanor estaban juntos, en que no nos hablábamos, en que Diana no quería verme nada más que para acostarnos… sólo me había dado lástima que Scott se estuviera perdiendo todo aquello, sin más.
               -Sí, a mi costa-bufó él-. Menudo hijo de puta, el Tommy; y luego todavía la gente tiene los huevos de decir que de bueno que es, parece tonto, y todo-chasqueó la lengua. Siguió de morros lo poco que quedaba de recreo, y cumplió su palabra sentándose a mi lado. Apoyó el codo en la mesa y la mano en la cabeza y me pellizcó el hombro.
               -¿Qué tal, T?-preguntó, y yo me encogí de hombros-. ¿Has pensado en lo que te dije ayer?
               Volví a encogerme de hombros. Karlie reclamó su atención.
               -¿A qué hora vamos hoy?-no necesitó decir adónde iban. Estaba clarísimo. Joder, incluso me estaban entrando ganas de ir a mí también. Más o menos. Sé que sonaría egoísta, pero necesitaba verlo, aunque fuera sólo para terminar de cabrearme con él y dejar de echarlo de menos de una vez.
               Por lo menos, hasta el día siguiente.
               Necesitaba dormir.
               -Ya te he dicho que yo no voy a ir-espetó Alec, tenso. Bey puso cara de cachorrito, intentando convencerlo, pero siendo Alec tan tozudo como era, lo que dijera en aquel momento iría a misa. Y lo acatarías. Daría igual que fueras creyente de otra religión, o que directamente no acataras los mandamientos de un superior que tú sostenías que no existía.
               -¿Por qué?-salté, y él se volvió hacia mí- ¿Es por mí? Porque yo pillo que todos seamos amigos y tal, y que queráis ver cómo le va expulsado, y follándose a mi hermana todo lo que puede, y esas cositas-gruñí desde lo más profundo de mi ser. No había quien me entendiera: un segundo añoraba muchísimo a Scott, y al siguiente no quería ni oír hablar de él. Se me estaba juntando todo. Iba a terminar mal de la cabeza. Mal, en serio.
               -Quiero verlo porque estoy preocupado por él-respondió, tenso, recriminándome que me dejara cegar por el odio y que diera más importancia a dos meses que a 17 años-, pero a la vez no quiero ir, porque sé quién más vive en esa casa.
               Alcé las cejas.
               -¿Y?
               Alec puso los ojos en blanco, negó con la cabeza, tragó saliva y miró la puerta. Justo cuando entraba la profesora y pensé que ya no me iba a contestar, respondió:
               -Que ver a Sabrae me pone muy triste.
                
Llegué a casa más muerto que vivo, arrastrando los pies. Las chicas habían llegado hacía ya un rato, y papá ponía la mesa mientras esperábamos a que llegara mamá con los pequeños. No tardaron en llegar para que todos pudiéramos comer.
               Me senté en el taburete, dejé escapar un suspiro, y miré de reojo a Diana cuando se sentó a mi lado. Me tocó con la rodilla, pero creo que no se dio cuenta. Ella también me miró, me sonrió desde la distancia de nuestro enfado, y se inclinó hacia delante para echarse un vaso de agua.
               Tuvo que repetirme tres veces su oferta de echarme agua. Estaba demasiado ocupado pensando en lo bonitos que eran sus ojos, lo apetecible que era su boca, lo suave que parecía y era su piel.
               Te echo muchísimo de menos.
               No hacía más que echar de menos a la gente. Deberían cambiarme el nombre a Don Echa de Menos.
               Eleanor y yo no las apañamos para no mirarnos ni una sola vez, a pesar de que estábamos sentados uno frente al otro. Las decisiones que había tomado con respecto a no ir a casa de Scott empezaron a tambalearse.
               Había perdido a mi hermana, pero todavía había una remotísima posibilidad de recuperar a mi hermano. Scott era más bueno que ella, podría perdonarme. Eleanor era rencorosa, yo era rencoroso, pero Scott…
               Él no.
               Eleanor se marchó sin tomar postre; subió corriendo a ducharse mientras nosotros terminábamos con la comida. Diana subió a su habitación sin invitarme a seguirla y, visto como estaban las cosas, decidí que aquello era una invitación a que la dejara sola, una petición de tranquilidad en un mundo devorado por el caos.
               Fui a la sala de juegos. Dan y Astrid ya estaban allí, peleándose por el mejor sitio en el sofá para echarse la siesta.
               Necesitaba estar con ellos.
               -¿Vemos una peli, peques?
               Dan clavó sus ojos castaños en mí, Ash, sus ojos azulísimos. Asintieron al unísono, me hicieron hueco en el centro del sofá, y esperaron pacientemente a que yo escogiera un DVD de dibujos animados. Cualquier cosa serviría. La primera película que saqué fue Aladdín.
               Recordaba cómo Scott se había cabreado al estar con Diana, porque pensaba que le preguntarían por aquella película. Siempre que conocíamos a alguien nuevo y salía el tema de que él era musulmán, empezaban a bombardearle con preguntas referentes a aquella obra. Y estaba hasta los huevos.
               Metí la película en su estantería y deslicé los dedos a la siguiente.
               -¿Por qué no vemos Los Increíbles?-sugirió Dan, y me apeteció comérmelo a besos. Puse la película y en diez minutos ya estaba frito, con mi brazo sobre sus hombros y la cabeza pegada a mi pecho.
               Astrid balanceaba los pies que le colgaban del sofá. Le pellizqué el brazo.
               -¿No duermes, nena?
               Se encogió de hombros.
               -No tengo sueño.
               -¿Y no quieres mimos?
               Sonrió.
               -Eso sí-dijo, pegándose a mí, acurrucándose contra mi pecho y suspirando de satisfacción. Se echó a reír cuando le hice cosquillas en la rodilla. Dan se revolvió en sueños.
               Ash también se quedó dormida, y, en una escena en la que había muchísimo ruido Dan abrió los ojos, se frotó las cuencas y contempló la pantalla. Luego, me miró.
               -¿A qué hora viene Scott?-quiso saber.
               -¿Qué?
               -¿A qué hora viene? ¿Scott?-repitió, y a mí se me encogió un poco el estómago. Me revolví.
               -Scott no… no va a venir.
               Abrió los ojos, como dos tazas de chocolate, hasta que sus cejas casi tocaron el nacimiento de su pelo.
               -¿Por qué?
               Me encogí de hombros.
               -Bueno, así te tengo para mí solo-sonrió, y yo le di un beso en la cabeza.
               -Sí, cariño.
               Dan se acurrucó de nuevo contra mí y volvió a dormirse. Yo me quedé mirando la pantalla, sin ver realmente. Lanzaron al padre de la familia a una isla en la que habían soltado un robot creado específicamente para acabar con los superhéroes que todavía quedaban, pero y no me enteré de lo que sucedía.
               Puede que fuera bueno, después de todo. Estábamos dejando de lado a nuestras familias estando tanto tiempo juntos. Yo tenía que ser un buen hermano mayor. Darles ejemplo. Demostrar que no hay que ceder cuando sabes que llevas la razón.
               Por mucho que te duela…
               O puede que la clave de todo aquello fuera demostrarles a los dos que había que seguir el corazón, perdonar, por mucho que costara, o por lo menos intentarlo.
               Estaba a punto de decidirme por ir a casa de Scott con los demás, aunque no dijera una puta palabra, sólo para darme el gusto de ver que estaba bien y poder descansar en paz por una noche (o no descansar en absoluto, porque si lo veía demasiado bien puede que me diera por pensar que yo no había sido más que un lastre en su vida, por mucho que él me hubiera animado a mí en la mía), aunque me quedara en una esquina como un cactus que está presente en una habitación sin dar muestras de enterarse de nada de lo que sucede, cuando entró Eleanor.
               Y recordé por qué estaba cabreado.
               Por qué estaba justificado, más o menos, cómo me había comportado el día anterior.
               No era sólo que me hubiera mentido, era que se había liado con ella, era que había hecho caso omiso de todas mis advertencias a lo largo de nuestras vidas para evitar que lo que había pasado terminara pasando, y había cedido ante su insistencia. La culpa era de los dos, sí, pero Eleanor no lo podía evitar. Sabía el efecto que Scott tenía en la gente.
               Era como un faro, o tú creías que era un faro, pero en realidad era una lámpara eléctrica, de las que se cuelgan en el techo para atraer a las polillas y hacer que ardan al contacto con ellas.
               Scott no podía evitarlo, pero sí que podía frenar su intensidad o alejar a la gente de sí, si se lo proponía. ¿Por qué no se lo había propuesto con ella?
               ¿Por qué había dejado que ella se acercara tanto a él como para prenderles fuego a los dos?
               Y lo mejor de todo: si yo era su mejor amigo, ¿por qué me lo habría ocultado durante tantísimo tiempo, si no era precisamente porque sabía el mal que estaba haciendo, el control que tenía sobre la situación?
               Y Eleanor… todo esto era culpa suya. Éramos hermanos mayores: estábamos programados genéticamente para defender a los pequeños a cualquier precio. Haríamos lo que fuera por ellos.
               ¿Incluido enamorarnos de ellos?
               Me la quedé mirando, y constaté el tono de su melena, más brillante que le mío, un poquito más claro. Era el pelo de Layla.
               ¿Yo estaba haciendo con Layla lo mismo que Scott con Eleanor?
               No, me dijo una voz en mi interior, una voz que conocía muy bien, una voz a la que empezaba a odiar. Tú quieres a Layla. Y Layla es mayor que tú. Y Layla…
               Layla es más vulnerable que Eleanor. Bastante más.
               Sí, pero es Layla. No es Eleanor. Ella no estaba enamorada de ti.
               -Voy a ver a Scott-anunció la susodicha, como restregándomelo.
               Todo el castillo de naipes que había sido mi egoísmo, el perdonar con tal de volver a estar bien, se desmoronó ante el fortísimo golpe de viento que supuso aquella frase.
               -¿Y?-repliqué, alzando las cejas. Ella puso los ojos en blanco y los brazos en jarras.
               -Sólo quería que lo supieras.
               Y se quedó allí plantada, esperando algo que los dos sabíamos no iba a pasar. ¿O sí?
               Me miró fijamente, lo cual terminó de calentarme.
               -Me importa tres cojones adónde vayas tú-solté-, o adónde vaya él. Adónde vayáis los dos, juntitos.
               Vale, ya estaba. Era oficial: era el mayor gilipollas que hubiera pisado aquel país.
               -Te lo digo por si quieres venir a verlo-provocó, sugirió, ¿ofreció? Por un instante creí que le preocupaba cómo estuviera yo, o cómo podría estar él por cómo me había ido yo y lo que le había dicho…
               … y, entonces, la sádica de mi hermana sonrió. Fue una sonrisa sucia, de suficiencia, que pretendía venir a decirme que ella era mejor que yo y, para colmo, lo sabía.
               -¿Y qué más?-espeté-. ¿Sumarme a vuestro polvo? Creo que paso; que a ti te vayan estas mierdas no significa que a mí me pongan. Pero gracias por tu oferta.
               Chasqueó la lengua y cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro.
               -Que sepas que me e parece muy rastrero lo que le estás haciendo a Scott-soltó.
               -Me la suda cómo te parezca lo que yo haga o deje de hacer, Eleanor.
               -Justo ahora, que más te necesita, vas tú y lo dejas tirado; ¿quieres que haga alguna gilipollez, como cuando estuvo mal?
               Entrecerré los ojos. ¿Le había contado lo del bote de somníferos? Si era así, entonces ella era más cabrona incluso de lo que pensaba en un primer momento. Una chica le había hecho eso a Scott, una chica a la que él había querido más que a nada.
               Eleanor bien podría convertirse en la chica a la que él quería más que a nada, y el hecho de que se hubiera estado liando con todo el que se le ponía por delante sabiendo lo que él había estado considerando durante un tiempo me cabreó hasta límites insospechados. Al lado de cómo me sentí entonces, mirándola erguirse ante mí como si tuviera la verdad absoluta entre las manos y pudiera constatar lo imbéciles que éramos el resto de humanos, cómo me había puesto con Scott el día anterior al descubrir por fin la verdad no había sido nada. Le había acariciado, comparado con lo que quería hacerle a ella.
               Pero era mi hermana. Mamá se disgustaría muchísimo si terminaba cargándomela.
               -Me siento halagado de que te bajes de su polla sólo para venir a llamarme rastrero cuando eres la que ha aprovechado que estaba con la testosterona por las nubes después de cuidar de ti durante varias noches seguidas tras intentar que te violaran para liarte con él, pero no tengo tiempo para tus mierdas, Eleanor.
               Levantó la mandíbula, altiva como sólo las mujeres de mi familia podían serlo. Joder, si no era mamá en una versión muchísimo más joven lo que tenía delante, que bajara Dios y lo viera.
               -¿Seguro que no quieres rematar la faena de ayer?
               Me la quedé mirando.
               -Hay que ser miserable para venir a provocarme con eso teniendo a los críos tan cerca-siseé, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a ellos dos, que dormían apaciblemente, ajenos al hecho de que teníamos la hermana más hija de puta que se hubiera visto jamás-. ¿Quieres que me caliente en serio, Eleanor? Porque todavía no me has visto de mala hostia de verdad, niñata de los huevos.
               -No tienes huevos a ponerme la mano encima hoy-dio un paso hacia mí, sonriendo-. Con Scott fue suficiente.
               -Métete en tus asuntos, niñata de mierda. De lo que él te cuente para que no veas cómo es a lo que yo haga de verdad hay un buen trecho.
               -No me dijo nada-su sonrisa se volvió aún más lobuna, si cabe-, pero se le notaba la mandíbula oscura. ¿Te crees que soy gilipollas, Tommy?
               -No, creo que eres una zorra y una cabrona, además de una caprichosa a la que no le importa meterse entre quienes sea con tal de conseguir lo que quiere-alcé las cejas, incliné la cabeza a un lado, y sonreí-. Pero tampoco te voy a leer el expediente ahora, que te me creces.
               Las puntas de sus pies se pegaron a las mías.
               -Vuelve a tocar a mi hombre-amenazó-, y no llegarás a los 18. Te lo juro, Tommy. Como vuelvas a ponerle la mano encima a Scott, te mataré.
               Sonreí.
               -Qué ganas tengo de que te deje tirada y veas lo estúpida que estás siendo.
               -¿CÓMO TE ATREVES?-ladró, y tanto Astrid como Dan dieron un brinco y se la quedaron mirando.
               -¿De verdad eres tan retrasada como para pensar que te vas a casar con tu novio de quince años? ¿Sabes cuáles son las posibilidades?
               -¿Las mismas que las tuyas con Megan?-atacó, y vale, fue un golpe bajo, pero lo impresionante fue que me la sudaba Megan. Scott tenía toda mi atención ahora mismo.
               -No estás haciendo más que darme la razón.
               -Scott no es un hijo de puta como tu ex.
               -Todo es cuestión de perspectiva.
               Se me quedó mirando, con los puños apretados.
               -Olvídate de lo que te he dicho. No te quiero cerca de él. Eres venenoso, Thomas. Todo lo que tú tocas, lo contaminas.
               -¿Ésa es tu explicación para justificar tu comportamiento? Porque te recuerdo que fui la segunda persona en cogerte en brazos. Esta teoría para explicar por qué eres así me parece un poco forzada, El. Deberías pulirla un poco.
               -Subnormal de mierda-replicó, girándose sobre sus talones y dirigiéndose hacia la puerta.
               -Y para que conste-me incorporé y la miré. Se volvió hacia mí-. Voy a hacer lo que me salga de los cojones con Scott. Si quiero ir a verlo, iré a verlo. Si quiero pasar de él, pasaré de él. No se te ocurra, ni por un puto segundo, que voy a acatar tus órdenes, y más después de lo que nos has hecho a los dos.
               -Esto os lo habéis hecho vosotros solitos, ni siquiera habéis necesitado mi ayuda-ladró, y dio un portazo para finalizar la discusión.
               Me eché a temblar de rabia, ¿cómo se atrevía, después de todo lo que había hecho por ella, después de todo lo que habíamos hecho por ella? Vale, sí, nos habíamos peleado de pequeños por cogerla en brazos cuando ella era un bebé, nos habíamos peleado por llevarla de la mano cuando aprendía a caminar y nos habíamos peleado por discernir qué nombre había dicho, si el suyo o el mío, pero una cosa era que me peleara con Scott porque claramente Eleanor había dicho mi nombre, y otra muy diferente era que ella disfrutara poniéndonos el uno contra el otro.
               ¿De dónde había sacado los cojonazos para enfrentarnos de esta manera y todavía seguir con deseos destructores suficientes como para continuar hurgando en la herida?
               Me daba la sensación de que la temperatura de la habitación había descendido varios grados. Empecé a mordisquearme las uñas.
               -¿Por qué os peleabais Eleanor y tú, Tommy?-preguntó Dan. Me lo quedé mirando.
               -Vamos a hacer flan-espeté, apagando la tele sin tan siquiera parar la película y levantándome. Astrid nos miró a los dos, confundida.
               -¿Por qué estáis enfadados?-insistió Dan.
               -Por nada-gruñí. Dan no parecía muy convencido.
               -¿Es por…?
               -Dios, Dan, no quiero hablar de eso, ¿vale? ¿Puedes dejarlo estar? ¿Quieres hacer un flan, o no?-ladré. Él abrió un montón los ojos, y le empezaron a brillar peligrosamente. Ah, no, ni de coña. Eleanor podría hacer que me cabreara con Scott, pero no iba a conseguir que la cagara también con mis hermanos de sangre-. Tío, tío, perdona, ¿vale? Llevo unos días bastante malos, no quiero hablar del tema, y ya sabéis cómo es Eleanor. Le gusta pinchar, hasta cuando no debe. Vamos a hacer un flan para relajarnos, ¿os parece? ¿De turrón? ¿Qué me decís?
               Se miraron un segundo. Dan asintió muy despacio por fin, saltó del sofá y le tendió la mano a Astrid, que la rechazó con un “ya soy mayor”.
               Pero me la cogió a mí, y juntos atravesamos la casa en dirección a la cocina. Diana estaba sentada en el sofá, viendo la televisión, con el móvil entre las manos y los dedos tecleando a toda velocidad. Deseé poder invitarla a venir con nosotros, pero sabía que me rechazaría. Y yo no estaba para que me rechazaran. No ahora. No ella.
               -¡Diana!-chilló Astrid, plantándose de un brinco ante ella-. Vamos a hacer flan, ¿quieres ayudarnos?
               -Estoy cansada-replicó, acariciándole la mano.
               -No vas a tener que hacer mucho. Tommy es el que revuelve.
               -No me apetece-se excusó. Astrid puso mala cara, y se disponía a insistir, cuando la corté:
               -Déjala, Ash. No la agobies.
               -No lo hace-contestó la americana en tono duro, que le marcó su acento a pesar de lo corto de la frase. Yo me encogí de hombros y conduje a los niños a la cocina.
               Conseguí tranquilizarme mientras me ponía a lo mío, haciendo caso omiso de las protestas de Dan cuando Astrid le quitaba un ingrediente, y de las protestas de Astrid cuando Dan hacía lo mismo. A ver, no podía dejar que la pequeña fuera la que cascara los huevos. Tiraría media cáscara dentro del bol.
               Se pasaron echando azúcar en el molde para flanes, y tuve que pasar un poco por agua el caramelo para hacer que fuera mínimamente líquido. Se fueron a jugar cuando se acabó la novedad, los huevos estuvieron echados, y el bote de leche condensada no conservaba ni una gota de su apetitoso líquido.
               Vacié el contenido del bol gigante en dos más pequeños, con la forma estrellada de los flanes y el caramelo en su base, y me quedé sentado mirando cómo daban vueltas y más vueltas en el microondas. Se suponía que había que hacerlos al baño maría, pero mi madre los metía en el microondas y se ahorraba muchísimo tiempo.
               Y le salían más ricos.
               Para cuando terminaron de cocerse los dos flanes y los dejé en la encimera para que se enfriaran antes de meterlos en la nevera, ya me había convencido a mí mismo de que era un gilipollas que se merecía todo lo que le estaba pasando. La única pega que le veía a todo era que Scott estaría solo y, si Eleanor terminaba volviéndose una retrasada de manual, yo no estaría allí para defenderlo.
               Me merecía sin duda todos los malos sentimientos que se apoderaban de mi cuerpo, pero no preocuparme por él de aquella manera. Scott no debería estar con ella. No se la merecía. Se merecía a alguien que no pudiera echarle nada en cara, alguien que no hiciera que se emborrachara para olvidarla, alguien a quien no tuviera que esconder.
               Estaba saboreando el cigarro que me fumaría tirado en la cama y mirando al techo cuando llamaron al timbre. Papá me preguntó desde la terraza si podía ir a abrir.
               Habría tenido que ir a la puerta de todas formas, porque venían a buscarme.
               Max y Karlie me sonrieron. Karlie se había metido las manos en los bolsillos traseros del pantalón; Max, en los de delante.
               -Venimos a buscarte para ir a ver a Scott.
               Me apoyé en la puerta, me froté la mejilla.
               -Ya, bueno, yo… creo que no voy a ir.
               Max frunció el ceño.
               -¿Qué? ¿Por qué?-quiso saber Karlie-. Lo echas de menos. Se te ve a la legua.
               -Sí, T. Además, seguro que él se alegra un montón de verte.
               -No creo que… después de lo de ayer…
               -Scott es bueno perdonando. Seguro que lo entiende. Venga, cálzate y nos vamos.
               Me quedé allí plantado, mirándoles los pies. Ni siquiera me sentía digno de levantar la cabeza y hundir mis ojos en los suyos.
               -No me parece que eso sea una buena idea.
               -Lo que no es una buena idea es que te quedes aquí. Vamos, Tommy. Te vas a arrepentir si no vienes. Apuesto a que él está deseando verte.
               Torcí la boca.
               -Lo dudo bastante.
               -¿Por qué dices eso?-Karlie me tocó la mano, preocupada.
               -Me he peleado con mi hermana. Le he dicho unas cosas horribles. A ver, me provocó-los miré por fin, ellos se me quedaron mirando, compasivos-. Pero… creo que me pasé un poco con ella, y seguro que ella se lo cuenta a él. Es probable que me odie. No quiero ver cómo me odia. Prefiero quedarme en casa, comiéndome la cabeza, a arriesgarme a ir y confirmarlo.
               Max iba a decir algo, pero Karlie se le adelantó.
               -Lo entendemos.
               Max se volvió hacia ella.
               -¿Ah, sí?
               -Sí, Max-respondió Karlie, toda digna. Me miró-. No tienes por qué preocuparte. Seguro que Eleanor no le dice nada para no disgustarlo. No puede ser tan mala como tú la pintas, si se S ha enamorado de ella.
               -Puede que con él sea diferente-contesté, volviendo a bajar la mirada, esta vez hasta mis propios pies. Me froté las manos contra los bolsillos de los vaqueros-. No lo sé. De todas formas… estoy cocinando-señalé el interior de la casa con el pulgar.
               -Bueno-Karlie me sonrió con aquella sonrisa suya, tan insultantemente blanca, tan impoluta como un glaciar y a la vez cálida como la más brillante de las estrellas-. Tú no te preocupes. Cuando estés listo, puedes venir con nosotros a verlo. Cuidaremos de él. Intentaremos que no te eche demasiado de menos.
               -Fijo que se alegra de que vayáis vosotros siete nada más.
               -No te creas-las comisuras de su boca volvieron a curvarse. Max no decía nada-. Luego me pasaré, a ver cómo estás. ¿Te parece bien?
               -Como quieras, K.
               -Guárdame un poco de lo que sea que estés haciendo, ¿mm?
               -Es flan. Bueno, flanes. He hecho dos.
               -… pues resérvame uno entero. Me encanta lo ricos que te salen-sonrió, se inclinó, me cogió la cara y me dio un beso en la mejilla. Me limpió un poco de pintalabios que me dejó como huella de su muestra de cariño con una suave carcajada-. Alegra esa cara, hombre. Existiendo el dulce en el mundo, no hay problema que no se arregle. ¿O es que eres diabético?
               -No.
               -Pues ya está. Cómete ese flan. Guárdame el otro-volvió a darme un beso-. Joder, vaya mierda de pintalabios. 14 libras para ir dejándolo por ahí…-suspiró.
               -¿Estás seguro, T? ¿No te arrepentirás?-insistió Max. Ella se volvió hacia él y lo fulminó con la mirada.
               -¿Sinceramente? No quiero ver la cara que se le pone después del sexo, ver cómo le brillan los ojos, y saber a quién se debe. Por muy buena que sea Eleanor con él y mucho que cambie, sigue siendo Eleanor.
               Max asintió con la cabeza, me dio una palmada en el hombro y luego me abrazó.
               -Vamos a cuidar de vosotros dos-me susurró al oído, antes de darme una nueva palmada, como animándome a que espabilara. Se separó de mí, asintió con la cabeza a modo de despedida, y llevó a Karlie de vuelta a la calle.
               Me pregunté si habían quedado con los demás en algún sitio, o es que ninguno había querido venir a intentar convencerme.
               Pero, sobre todo, me pregunté si serían capaces de cumplir la promesa de Max.


Se me estaba juntando todo. La añoranza y el cabreo por lo de Eleanor, y la tristeza por lo que le había hecho a Diana. Por lo que nos había hecho a Diana y a mí.
               Por lo que nos había hecho a Layla y a mí, aunque que todavía no se lo había contado a la inglesa. Pero yo ya anticipaba lo que iba a suceder, y no quería hacer pasar por aquello a Layla. No era tan fuerte como Diana ni estaba tan indemne como ella. La destrozaría.
               Quizá debería dejarlo también con ella. Para protegerla, y no darle a Diana ningún motivo para ponerse celosa e ir y contárselo. Sería sólo de la americana, en la medida en que ella me quisiera. No podía arrastrar a más gente a mi pozo.
               No quería salir de la cama. Después de la fugaz visita de Karlie y Max, había subido a mi habitación, me había quedado mirando el cigarro con gesto pensativo, sin llegar a encenderlo, y finalmente un nombre me había cruzado la mente a toda velocidad, como un cometa.
               Diana.
               Ella era la única que podía despejarme la cabeza, la única que podía conseguir que no pensara en nada y a la vez pensara en todo desde una perspectiva mucho más lejana, con lo que no me afectarían las cosas sobre las que reflexionaba como me afectaban ahora que me veía envuelto en ellas.
               Metí el cigarro en la caja y subí a su habitación. Empujé suavemente la trampilla del suelo. Puede que se fuera a marchar pronto para ir a trabajar. Ya era de noche, claro que, con el horario de invierno, ya era de noche a las 6 de la tarde.
               Estaba ojeando una revista, con los mechones rubios cayéndoles en cascada alrededor de su rostro, enmarcando una expresión de concentración angelical e infinita, y acariciando con sus puntas el borde de la camiseta que llevaba puesta, con estampado del tiburón de Tiburón y las letras sangrientas del nombre de la película fuera del alcance de la inmensa mandíbula de la bestia.
               -Diana-susurré.
               -¿Mm?-replicó, sin mirarme.
               -¿Tienes que ir a currar?
               -Tengo el día libre.
               -¿Quieres hacer algo?
               Me serviría cualquier cosa. Incluso que me obligara a componerle haikus. Le compondría haikus gustoso, sobre sus hoyuelos, sus ojos verdes, sus infinitas piernas y su pelo rubio. Todo con tal de tenerla cerca. Todo con tal de que su presencia anulara la influencia de los sentimientos que me embargaban.
               Levantó la cabeza, se me quedó mirando. Me presenté del todo en su habitación, y metí las manos en los bolsillos, a la espera. Clavó sus ojos de jungla en mis brazos, fue bajando por mi torso, escaneándolo como si estuviera sin camiseta, hasta llegar a mis caderas. Se me caían un poco los pantalones, porque por casa no llevaba cinturón. Estaba más cómodo, aunque continuamente tuviera que tirarme de los vaqueros para evitar que se me pusieran por los tobillos.
               Era mejor tirar que el que algo me apretara constantemente y me impidiera respirar.
               Diana asintió imperceptiblemente, como para sí. Cerró la revista, la empujó hasta dejarla en el suelo, debajo de la cama, me contempló…
               … se llevó las manos al bajo de su camiseta…
               … se la levantó…
               … y se la quitó.
               Fruncí el ceño. Lo cierto era que eso era precisamente en lo último en que estaba pensando.  A ver, siempre pensaba en el sexo cuando la miraba, pero aquella vez… me veía demasiado perdido en mis pensamientos como para dejarme llevar.
               Necesitaba estar con ella. Que fuera mi amiga. Escucharla reírse y creer que, mientras ella se riera, habría esperanza para el mundo.
               -¿Qué…?-empecé. Diana alzó las cejas.
               -Vamos a hacer algo-comentó, como si fuera evidente, con la paciencia del que le habla a un niño de 7 años-. Es lo que quieres. A mí también me apetece-respondió, llevándose las manos a la espalda y buscando el enganche de su sujetador.
               Se me quedó mirando al ver que no me movía.
               -Vamos, Tommy. Desvístete-invitó. Se desenganchó el sujetador.
               -¿Así, sin más? ¿Y ya?
               Frunció el ceño, juntó las manos por delante de ella.
               -¿Qué quieres, entonces? ¿Que te ponga música sensual? Porque tengo los altavoces desconectados-hizo un gesto con la cabeza en dirección a la pared.
               -No me refería a eso-sacudí la cabeza, acercándome a ella-. Quiero decir, me servía cualquier cosa, pero… ya que estamos…-miré la forma en que su sujetador se deslizaba por su piel, intentando cubrir sus pechos, haciéndolo solo a medias. Se intuía la aureola de un pezón. Diana parpadeó-. Podríamos enrollarnos un poco primero-expliqué. Me apetecía desnudarla. Me apetecía que ella me desnudara a mí. Me apetecía que hiciéramos que todo era como había sido antes, por una vez-. No sé. Besarnos, y esas cosas-echaba de menos su sexo, sí, pero echaba también de menos sus manos en mi espalda, sus ojos en los míos, su boca en mis labios, sus sonrisas al hablar, y su tono cariñoso cuando estábamos los dos juntos, y solos.
               Aquella no era la Diana que yo conocía. No era la Diana de la que me había enamorado perdidamente.
               Era la Diana a la que había ido a buscar al aeropuerto. La americana a la que soñé con follarme duro en un taxi de camino a casa.
               Quería cariño. Quería hacer el amor en un museo, no follar sucio en el asiento trasero de un coche.
               -No-dijo por fin, después de lo que me pareció una eternidad que no duró ni un segundo.
               -¿No?-repliqué.
               -No-repitió, convencida. Me sentí como un perro al que están educando por primera vez. Me inculcaban modales. No debía hacer pis en la alfombra. Tenía que esperar a irme de paseo.
               -¿Por qué no?-quise saber, sentándome a su lado-. Es lo que hemos hecho siempre. Incluso antes de conocernos de verdad. Nos daban ganas de enrollarnos incluso cuando no nos conocíamos.
               -A mí me entraban ganas de enrollarme así contigo porque no sabía lo cabrón que eras.
               Me la quedé mirando. ¿Qué? No. No. No. No.
               Tommy, no le entres al trapo. Gánatela.
               No hagas caso de la rabia de sus ojos.
               No hagas caso de la tensión que emana de ella.
               Alzó las cejas, esperando la pulla que me nacía en la garganta.
               Allá iba.
               -¿Yo soy un cabrón? Estás tú guapa para hablar-espeté, hiriente, pero no le ofendió en absoluto.
               -Yo estoy guapa siempre-se reclinó hacia atrás, apoyándose en los codos, y agitó su melena-. Para eso me pagan.
               -Yo seré un cabrón, pero tú no haces más que tirarte a todo lo que se mueve-acusé, porque si estábamos mal, si yo no había aguantado todo lo que debería, se debía un poquito a ella. Que no se hubiera ido a Nueva York. Que no se hubiera zumbado a todo lo que se le ponía por delante. Que me hubiera dado motivos para ser fuerte-. No creo que estés para darme lecciones morales.
               -¿Por qué te molesta que me tire a todo lo que se mueve? Tú te mueves-contestó-. ¿O es que tienes pensado dejar de hacerlo? Porque puede que haga una excepción contigo, y también te folle aunque te estés quietecito, siempre y cuando mantengas esos brazos tal y como los tienes.
               Me levanté de la cama.
               -Eres insoportable.
               -¿Quieres follar, o no?-replicó. La miré de arriba abajo. Me gustaba cómo se le estiraban las piernas. Y cómo apretaba los muslos uno contra el otro. Me estaba poniendo cachondo verla así de desnuda. Seguro que ella ya estaba lista para mí.
               -Sí, quiero follar-me escuché decir. Diana sonrió.
               -Pues quítate la ropa, ponte el preservativo, y al lío.
               Me eché sobre ella, pero enseguida cambiaron las tornas y se puso encima. Dejé que me montara como le diera la gana, con toda la fuerza que quisiera, y yo la miré, y ella me miró a mí. Me arañó, la arañé, la apreté contra mí, ella me embistió, gimió, susurró varios “oh, sí” según nos movíamos, y nos mordimos.
               Nos mordimos muchísimo.
               Nos mordimos las bocas, el cuello, el pecho.
               No nos dimos un solo beso, pero no me importó. Tenía lo que quería, o eso se suponía, ¿no? Me estaba tirando a una chica tan ardiente como mil incendios, como cien soles. Me cabalgó hasta dejarme exhausto, gimió hasta quedarse ronca, me dejó pegarme a ella todo lo que me dio la gana, y me arañó la espalda cuando se corrió, aún conmigo dentro. Se echó a reír en pleno orgasmo, cerró los ojos y suspiró cuando yo seguí follándomela sin piedad, hasta que por fin llegué.
               Y paramos.
               Y nos separamos, cosa que no habíamos hecho hasta entonces.
               Diana rodó por la cama, lejos de mí. Sonreía. Había sido un buen polvo, o eso creía yo. Se pasó las manos por el torso sudoroso, sonriendo al llegar a sus pechos, mi lugar favorito para morder.
               Me la quedé mirando.
               Debería haberle pedido perdón. Iba a pedirle perdón.
               Estaba buscando las palabras adecuadas para disculparme, no sólo por haber criticado la libertad con que vivía su sexualidad (no tenía derecho a ello, no si yo mismo disfrutaba de aquella libertad, no si me consideraba una persona diferente), sino por haberla traicionado cuando no supe controlarme, tener la polla guardadita en los pantalones y no sacarla, cuando dijo:
               -Puedes irte cuando quieras-lo dijo en tono neutro, sin ningún tipo de ánimo. Había hastío en su voz. Hastío y algo más que no supe identificar. Más tarde, de madrugada, me daría cuenta. Era el tono de voz que ponía cuando quería que le llevara la contraria. Quería que me acercara a ella, la abrazara y le dijera que todo iba a salir bien, que iba a cuidar de nosotros dos, que iba a hacer lo que fuera por recuperar la confianza que había depositado en mí y que tan tontamente había perdido.
               Pero me di cuenta demasiado tarde de que estaba diciendo lo que no quería que sucediera. Me sentía muy mal, me sentía utilizado, como basura, o algo así. Primero Scott, y ahora ella. No paraba de perder a la gente que me importaba, no hacía más que daño a los que quería.
               Debería largarme. Coger el montante e irme a algún sitio remoto en el que no pudiera herir a nadie más.
               En lugar de eso, asentí con la cabeza, me destapé, cogí mi ropa, me vestí lentamente bajo su atenta mirada, y me volví hacia ella. Diana esperó a que hablara.
               Volví a buscar las palabras.
               Y volvió a interrumpirme antes de que empezara a hablar, un segundo antes de que terminara de lanzarme, cuando mi cargador de valor estaba al 99%.
               -¿Qué pasa, Tommy? ¿Quieres más?-ahora su tono era simplemente lacerante. Y me cabreó. Muchísimo. Casi tanto como Eleanor.
               -Deberíamos follar así más a menudo-solté, y ella sonrió-. Me gusta.
               -A mí también. ¿Mañana, a la misma hora?-sugirió. Me encogí de hombros.
               -Tú verás. No soy yo el que curra.
               -Ya sabes dónde vivo-sentenció, y yo asentí, bajé las escaleras y me metí en mi habitación. Me tumbé en la cama, vacío por dentro, y esperé.
               Y esperé.
               Y esperé.
               Y me sonó el móvil. Me abalancé sobre él. Era un mensaje, de Karlie.
               -No he traído paraguas-informaba-. Perdona por no pasarme. S está “bien”. Relativamente bien. Te echa de menos. No hagáis el tonto mucho más tiempo, ¿vale, T? Tenéis que veros. No seáis bobos. Siento no haber podido ir a verte a decirte esto. Estoy empapada y agotada. Mañana te veo y hablamos, ¿vale?
               -Vale-tecleé- Gracias, K.
               Scott está bien.
               Relativamente bien.
               “Bien”.
               Comillas, bien, comillas.
               Scott también había estado comillas, bien, comillas, para ella, cuando yo lo encontré en su cama, resuelto a quitarse de en medio.
               Creo que se sentía como me estaba sintiendo yo ahora.
               Me di la vuelta, me quedé mirando la pared, grité que no tenía hambre cuando me llamaron para cenar, y agité la cabeza y dije que había comido mientras cocinaba, cosa que era mentira, y que mamá debería saber. Yo nunca comía mientras cocinaba.
               Mamá decidió respetar mi espacio, y me dejó solo para hartarme a llorar otra vez, toda la noche.
               Volvió un rato después de que terminara el tintineo de los cubiertos contra los platos, cuando las noticias estaban avanzadas.
               -¿Mi vida? ¿No bajas?
               Negué con la cabeza, tapado hasta la nariz.
               -Hoy es miércoles-dijo, en tono suave-. ¿No quieres ver Masterchef?
               Oh, dios. Hoy era miércoles. Hoy tocaba Masterchef. Scott debería estar en casa, debería quedarse a dormir para verlo conmigo. Si no lo obligaba a verlo, él no lo veía, y luego no se enteraba de la gente a la que criticaba yo los siguientes dos días. Y eso no le gustaba.
               Me enjugué las lágrimas rápidamente. Vi cómo su sombra se proyectaba en la pared, y menguaba a medida que se acercaba a mí.
               -No tengo ganas-dije, arrebujándome en la cama un poco más. Quería esconderme de ella, de ella y su mirada, de ella y su escrutinio. No quería hablar de nada. Lo peor para superar algo es hablar de ello. Remueves cosas que están asentadas, levantas polvo, te impides mirar hacia delante y seguir el camino para salir del desierto.
               -¿Qué sucede, mi amor?
               -Nada, mamá-murmuré, sin poder creerme lo que estaba diciendo. Sucedía todo, no nada. Ojalá tuviera los huevos que había tenido Scott. Ojalá estuviera tumbado sobre mi espalda. Ojalá no fuera un gilipollas de manual con todo el mundo. Ojalá mamá no me hubiera tenido. Ojalá Diana no me tuviera asco con toda la razón del mundo.
               Ojalá no tuviera manos, para no estropear todo, absolutamente todo, lo que tocaba.
               -Sólo estoy cansado. Necesito dormir. Mañana lo veré por internet. ¿Puedes cerrar la puerta?
               Pero no lo hizo. Se sentó a mi lado en la cama y me acarició el pelo. Joder, no me merezco a nadie de los que me rodean. No me merezco a Diana, no me merezco a Scott, no me merezco a mi madre.
               -¿Es por Scott?-inquirió.
               Me quedé callado.
               -¿Qué os pasa?-quiso saber, depositando un suave beso en mi frente y acariciándome el pelo, la cara, el cuello, como cuando era un niño y me disgustaba por algo. Me daba un besito en las rodillas peladas por cualquier caída, me decía que ahora me curaría el doble de rápido porque sus besos tenían propiedades curativas, y que no debía preocuparme.
               Ojalá mamá me besara el alma. Necesitaba desesperadamente de sus propiedades curativas en mi espíritu.
               -No te agobies-murmuró, volviendo a besarme. Me volví hacia ella y me abracé a su cintura-. Cariño. Mi vida. Mi niñito precioso. Estoy aquí. Nada te puede hacer daño. Yo voy a cuidarte.
               Una figura negra se materializó en la puerta. Papá encendió la luz de la habitación. Sus ojos chispearon al verme.
               -¿Qué te pasa, T? ¿Te encuentras mal?
               -Es Scott-explicó mamá, sabia como ella sola. Papá asintió con la cabeza, se acercó a nosotros y se sentó en la cama. Me acarició el brazo con la punta de los dedos.
               -¿Cómo lo aguantaste?-pregunté. Se había visto en la misma situación que yo. Él había resistido años. Yo, dudaba que pudiera llegar a la semana. Tengo que pedirle perdón a Diana.-. Cuando se marchó Zayn-expliqué-. ¿Cómo lo superaste?
               Papá miró a mamá un momento. Ella asintió en silencio.
               -Me apoyé en tu madre-dijo por fin. Ella me miró a los ojos, susurró algo en español. Palabras de amor-. No debes agobiarte, Tommy. No dejes que te ciegue el rencor. Yo lo hice, y fue lo peor que nos podía pasar. De no haber sido por tu madre, Zayn se habría perdido nuestra boda; puede que yo no me enterara de que estaba esperando un hijo casi hasta que lo tuviera. Si no hubiera sido un imbécil rencoroso, me habría ahorrado un montón de cosas-me pellizcó la mejilla-. Pero tú eres más listo que yo. Has salido a tu madre, gracias a dios-sonrió, mamá también, un poquito, no demasiado-. Seguro que aprenderás muchísimo más rápido que yo a abandonar el rencor. Y tienes en quien apoyarte.
               Parpadeé, mirándolos a ambos. Me apoyé en tu madre.
               Sí, ya, el problema es que yo no estaba en la situación en que estaba él cuando Zayn se había ido de la banda. Se suponía que Scott cumplía el papel de su padre y yo cumplía el del mío. Entonces, ¿por qué sabía que me sentía infinitamente peor, aun no habiendo pasado por aquel sufrimiento? ¿Por qué sabía que, si yo fuera papá, la que me habría abandonado sería mamá, y sabía dios cómo sobreviviría a eso?
               -Vas a estar bien, mi amor-me prometió mamá-. Todo va a salir bien.
               Sí, si Scott y yo conseguíamos aguantar para contarlo. Si uno de los dos no buscaba un bote de somníferos. Si uno de los dos era lo bastante fuerte.
               Lo mejor de todo era que, ahora, al que le tocaba ser el del bote de somníferos era a mí.
               No íbamos a estar bien. Las cosas no iban a salir bien.

               Ni siquiera comillas, bien, comillas.

6 comentarios:

  1. Llorando estoy con el final mi puta vida

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    1. Madre mía lo están pasando los dos tan mal :( soy una persona horrible

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  2. CReo que he durado únicamente tres parrafos antes de empezar a llorar. SON TAN GILIPOLLAS LOS DOS, pero a la vez es tan normal en ellos que no me extraña. PUTOS CRÍOS TODOS ORGULLOSOS. Y tu Erika, tu no te vas a ir de rositas si es lo que crees, porque todo este sufrimiento nos lo estás dando tú...Y DE GRATIS!! ¿Te crees que eso es posible?
    Incluso he tenido que parar un momento porque el llanto no me permitía seguir leyendo mucho más. Creo que el único momento en el que no he llorado ha sido con la broma a Alec, pero de repente sueltan el nombre de Scott y otra vez a llorar. ESTO NO ES NI MEDIO NORMAL!
    Solo tengo que decir 3 cosas: 1. Scommy gilipollas, que os encierren de una puta vez. 2. LE DABA TAL HOSTIA A ELEANOR SOLO POR SACAR A MEGAN, me cago en todos sus antepasados y en los míos y 3. Yo no entiendo Tiana, te quiero pero eres gilipollas, no te hablo pero amos a follar. ESTOS CRÍOS DE 17 AÑOS ETC...

    pd: ERIKA ERES MARAVILLOSA AUNQUE ME HAGAS ESTAS COSAS A MI CORAZONCITO. BOLLITO RELLENO DE CREMA!!!

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    1. ES QUE SON MUY ORGULLOSOS Y MUY TONTOS LES DABA UNA HOSTIA PARA QUE ESPABILARAN UF.
      Tranquila corazón, ya verás cómo tanto sufrimiento tiene su explicación y su justificación, piensa que cuanto más tiempo estén enfadados, más épica va a ser su reconciliación♥
      La broma de Alec era necesaria, para que a) le cojáis cariño para el spinoff y b) sonrierais un poco al ver cómo sus amigos cuidan de ellos incluso cuando ellos no quieren que nadie se encargue de hacerlos sentirse mejor
      por último:
      1. Dos bofetones a cada uno y santas pascuas
      2. Eleanor es tonta la pobre, pero claro, también está tan quemadísima...
      3. Diana LA PUTA AMA o sea ¿estás mal? Pues vas a estar peor, quiero romper contigo, eso sí, la polla mantenla tiesa, que estas bueno y quiero follarte.
      BESOTES ARI, TÚ SÍ QUE ERES UN BOLLITO❤❤❤

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  3. Me siento bipolar en cuanto a Tommy, lo odio a ratos (osea es que me enerva, porque sus contestaciones y cabezonería pues xd) pero luego se gana mi corazón con 4 palabras y 😤

    Peero eso, siento haber estado tan desconectada del mundo y no comentar los anteriores capítulos

    TE AMO MUCHO ERI ❤

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    1. ¿Vir? ¿Eres tú? Madre mía chica, qué desaparecidísima estabas, estoy por echar la primitiva o algo, debe de ser mi día de suerte JAJAJAJAJAJA
      Tommy es subnormal pero súper cariñoso y romanticón, los hombres sólo me salen así, qué vamos a hacerle.
      TE AMO MUCHO VIR ❤

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