sábado, 12 de noviembre de 2016

Los nueve de siempre.

-Amor, ¿la pequeña?
               -¿No está en su habitación?
               -Si lo estuviera, no te preguntaría.
               -Quizá esté con su hermano.
               Los pasos apresurados del padre que no encuentra a su hija más pequeña se acercaron a la puerta de la habitación. Duna no se movió, a pesar de que llevaba un rato despierta, sólo porque no quería despertarme a mí también.
               Me había pasado toda la noche llorando, pensando en mis cosas, comiéndome la cabeza y acercándola más a mí cuando la notaba un poco más alejada. Ella no se quejó: bebió de mi calor corporal con avidez mientras yo me ahogaba en mis pensamientos.
               Cuando me sonó el despertador, estaba tan agotado después de una durísima batalla que finalmente el sueño ganó, que ni siquiera me percaté. Duna se detuvo sobre la cama, sobresaltada, clavó sus ojos oscuros en el reloj y estiró sus manitas hasta cogerlo, y apagarlo. Volvió a acurrucarse contra mí, se tapó con la manta, y sonrió con cariño cuando abrí un ojo… claro que yo no me enteré de eso.
               Volví a dormirme un segundo después.
               Un haz de luz insoportablemente potente penetró en la habitación en el momento en que papá abrió la puerta despacio. Puede que estuviera cabreado conmigo, puede que le hubiera decepcionado hasta el punto de hacer que pidiera una cita con un médico para que le borrara mi nombre y mi fatídica fecha de nacimiento del brazo, pero no dejaba de ser mi padre, me quería, y sabía que lo estaba pasando muy mal, aunque apenas me hubiera visto cuando bajé las escaleras para cenar. Podía estar enfadadísimo conmigo por lo que le había hecho a Duna, o por lo imbécil que se suponía que había sido al no vender a mis amigos a cambio de coartar mi libertad…
               … pero sabía lo que estaba sufriendo por lo de Tommy. Se lo imaginaba, más que lo sabía.
               Éramos unos Malik. Sólo los Tomlinson nos lo pueden hacer pasar así de mal; de nuestros amigos, sólo ellos tienen ese poder de dejarnos atontados, sin aliento, con la sensación de estar de pie ante un estadio entero lleno de gladiadores que se multiplican a medida que vamos asesinando a sus predecesores.
               Duna levantó la cabeza y lo miró.
               -¿Duna?-inquirió papá. Se frotó la cara y se dio la vuelta, arrastrando consigo mi brazo, y fue eso lo que me despertó. Es curioso cómo había cambiado en cosa de un día: cuando estaba con Tommy era tremendamente feliz incluso en mi desgracia, y era imposible despertarme si no era arrancándome las entrañas y estampándolas contra la pared.
               Y ahora, aunque tenía todo lo que podía desear, era incapaz de sonreír por dentro, por mucho que mi hermana más pequeña me hiciera sentir un poco de calorcito en mi interior, como si ella fuera la llama de una chimenea en una cabaña abandonada en la montaña.
               Y el más leve susurro de las sábanas servía para despertarme.
               Duna se llevó una mano a los labios, indicándole a papá que guardara silencio. Parpadeé, entrecerré los ojos, y miré cómo se inclinaba hacia ella. Le dio un beso en la mejilla y me miró con aquellos ojos de color café.
               Lo único que nos distinguía.
               Lo único que yo no había sacado de él.
               -Scott está dormido-explicó Duna. Papá sonrió, pasándose la mano por la barba.
               -No estoy dormido-respondí.
               -Sí que lo estás-replicó Duna, terca como ella sola. Una figura negra se materializó en la puerta. Las curvas podían ser de dos; pero la altura sólo te hacía pensar en mamá.
               Como queriendo reforzar mi mínimo razonamiento, el aroma a frutas que desprendía su cuerpo, la colonia que se ponía cada mañana, después de ducharse, y la mezcla de su olor corporal, que le daba un toque inconfundible a su perfume, llegó hasta mi nariz.
               Recordaba ser pequeño y disfrutar de esos mismos olores cuando ella me cogía en brazos, me abrazaba contra su pecho, me besaba la cabeza, me acariciaba la espalda y me cantaba canciones de cuna.
               Cerré los ojos unos instantes, evocando aquella época de mi vida que recordaba a fragmentos.
               Por primera vez, no me produjo nostalgia el haber dejado de ser aquel Scott.
               Me produjo envidia.
               Aquel Scott tenía a Tommy. El Scott que yo era ahora, no.

               Duna se deslizó por las mantas, metió sus piececitos en las zapatillas, se frotó las mejillas y alzó los brazos para que papá la recogiera. Por las mañanas, estaba de un mimoso que no había quien pudiera con ella.
               A papá le encantaba darnos todos los mimos que quisiéramos y más. Por lo menos, concedérselos a ellas. Conmigo era un poco más frío; no sé si era porque yo era el mayor, o porque era el único chico.
               Tampoco es que me quejara. Así podía recibir más atenciones de mamá.
               Papá la cogió en brazos, la pegó contra su pecho y le dio un beso de buenos días. Duna se rió en silencio.
               -Pinchas, papá.
               -Qué mal-respondió él, volviendo a besarla y arrancándole una risa al morderle una mejilla. Mamá llegó hasta ellos, el dio un beso a su última hija, “mi princesita”, susurró, y se volvió hacia mí.
               Me la quedé mirando con la expresión de un cachorro de carlino al que le acaban de quitar su cuenco de comida después de que se hacerse el duro y fingir que no tiene hambre para que le echen un bistec.
               Se sentó a mi lado, me acarició la frente y me dedicó aquella sonrisa suya que podría hacer que los árboles duplicaran su ritmo de crecimiento.
               -¿Qué tal has dormido, mi amor?
               Me encogí de hombros.
               -Bien-mentí. No necesitaba preocuparse. Toda su aura ya destilaba preocupación. Lo último que yo quería era que se comiera la cabeza porque no estaba durmiendo bien. Bastante tendría con preguntarse qué iba a hacer ahora que me había convertido, oficialmente, en un desecho social sin estudios.
               -Llorabas mientras dormías, Scott-respondió Duna, y papá y mamá se volvieron a mirarla.
               -Estaba triste por haberte pegado.
               -Pues no lo estés-sentenció-. Así seguro que vendrá antes el hada de los dientes.
               -¿Por qué no vas a ver si te ha dejado algo, Dun?-sugirió papá, posándola en el suelo y dándole una palmadita en el culo.
               -Más le vale-contestó la chiquilla-; tendría que ser muy incomtetente si no lo hubiera hecho.
               -Se dice “incompetente”, amor-replicó mamá, pero Duna no le hizo caso; ya estaba corriendo en dirección a su habitación.
               Mis padres volvieron a clavar los ojos en mí.
               -¿Estás bien, S?-papá me revolvió el pelo, yo me encogí de hombros-. No tienes buena cara.
               -Tengo sueño, nada más. Tardé un montón en dormirme.
               Recordaba haber mirado el reloj a las cuatro y media de la madrugada sin haber pegado ojo aún.
               -Intenta dormir un poco más, ¿mm?-papá me dio un beso en la frente-. Y de tarde, si quieres, vamos a hacer algo. ¿Qué te parece?
               -¿Como qué?
               Se miraron entre sí.
               -Pues… podemos ir de compras-sugirió papá.
               -No tengo nada que comprar. Tengo ropa de sobra.
               -¿Discos? ¿Libros? ¿Películas?
               -Me lo descargo todo de iTunes. Y tengo un montón de libros pendientes.
               -¿Y si vamos al cine?-sugirió mamá, apartándome un mechón de pelo negro de la frente.
               -No hay ninguna peli que me guste.
               Mamá frunció los labios.
               -Y, ¿no me acompañarías a mí? ¿A ver un musical?
               -No me apetece hacer nada, mamá-respondí, hundiéndome un poco más bajo la manta. Los ojos de mamá brillaron un momento, tristes. Papá le puso una mano en el hombro, haciendo que levantara la vista y lo mirara.
               -Se le pasará, sólo necesita tiempo-dijo sin hacer ruido, moviendo los labios. Mamá asintió con la cabeza, me destapó y me dio un profundo beso en la mejilla.
               -Te queremos muchísimo, cariño-me limpió un poco de carmín que me había dejado, el único cadáver de su muestra de afecto y compasión.
               -Y yo a vosotros.
               -Descansa, tesoro-dijo papá, y, joder, qué mal debía de verme para llamarme “tesoro”; yo solía ser “Scott”, “S”, si hacía algo bien o estaba un poco apagado, “hijo”, si le hacía sentir orgulloso, o “crío”, cuando tocaba los huevos más que de costumbre.
               En ese momento, entró Duna exhibiendo un billete de veinte libras, agitándolo sobre su cabeza como si fuera el mayor logro del mundo. Sonrió.
               -¡Mira lo que me ha traído el hada de los dientes, S!
               -Qué bien-comenté, arrebujándome en la cama. Duna se quedó plantada allí, esperando un poco más de efusividad, pero no me apetecía moverme. Me dolía todo el cuerpo, supongo que debido al agotamiento. Frunció el ceño y miró a mamá.
               -Scott va a dormir un poco, ¿por qué no le das un beso antes de irte con papá al cole?
               Duna hizo lo que se le ofreció, escalando por el colchón (“puedo sola”, cortó cuando papá intentó ayudarla a subirse a la cama) y me dio un sonoro beso en la mejilla. Le correspondí con otro, ella se echó a reír, sintiendo lo frío que tenía el piercing contra su moflete ardiente, y me tapó a conciencia. Me convirtió en una especie de morcilla gigantesca, a base de meter la manta por debajo de la almohada de manera que no me entrara frío. Sólo mi cabeza sobresalía de entre las mantas.
               Parecía que a mi cama le hubiera crecido una cabeza sin ningún tipo de criterio.
               Le sonreí, me di la vuelta, escuché cómo protestaba cuando estropeé su obra maestra, y cerré los ojos mientras cerraban la puerta de la habitación. No vi cómo papá echaba un vistazo dentro, preguntándose quién de los dos estaba peor: si yo ahora, o él hacía 19 años.
               También me perdí la mirada que intercambió con mamá, que estaba pensando en lo mismo. Estábamos empatados.
               Escuché cómo se cerraba la puerta de casa y el coche enfilaba el camino de grava hasta la calle; me imaginé a mamá arrebujándose en su jersey inmenso de lana gris, sacudiendo la mano y observando cómo el coche desaparecía por la carretera, en dirección, primero, al colegio de Duna, y luego, al que hasta ayer había sido mi instituto.
               No me volví a dormir, por mucho que mi cuerpo me suplicara por unos momentos de desconexión. Di vueltas y más vueltas en la cama, aunque no tantas como dio mi cabeza en torno a cómo solucionar lo de Tommy, cómo hacer para que dejara de odiarme, y cómo hacer para que yo dejara de odiarlo a él.
               No me gustaba ese sentimiento de rencor que estaba desarrollando frente a la figura del que había sido mi hermano, pero intentar reprimirlo era como tratar de contener la marea poniendo tablas en la orilla del mar. Al final, el océano ganará el terreno que le corresponde, bien arrancando las tablas, bien tumbándolas, bien rebasándolas, o bien absorbiendo la arena de debajo de éstas y haciendo que sus cimientos pierdan el equilibrio, y finalmente el precario muro de contención ceda.
               Por más que me obligara a mí mismo a pensar en otras cosas, cosas que se suponía debían consolarme, como que Eleanor había vuelto conmigo y que parecía que íbamos a estar bien, y que nos habían quitado nuestra fecha de caducidad para que durásemos para siempre, o que así tendría más tiempo para hacer cosas que a mí me gustaran, como dibujar, ver la tele o jugar a videojuegos, en lugar de tener que estar sentado durante 6 horas escuchando rollos que no me interesaban lo más mínimo, todo, absolutamente todo, se veía eclipsado por la ausencia de Tommy. Era como si las cosas que se extendían ante mí fueran un cuadro al óleo que yo estaba pintando según me venía la inspiración, y Tommy fuera un chorro de aguarrás que alguien no paraba de tirar sobre mi lienzo, impidiendo que ninguna de las figuras que estaba esbozando adquiriera una forma definida antes de desaparecer.
               Sí, ahora podría dibujar todo lo que me diera la gana, pero ya no tendría a Tommy para enseñarle el papel arrugado y que él dijera que el boceto era cojonudo, o que lo pintara con bolígrafo negro en lugar de a color, o que sería mejor que hubiera trazado las líneas de mi obra apresurada con un bolígrafo azul sólo para hacerme de rabiar, porque no hay nada más horrendo que un dibujo hecho con bolígrafo azul y no negro.
               Sí, podría jugar a videojuegos todo lo que quisiera, pero no tendrían nada de interesante porque tendría que defenderme a mí mismo, cuidar exclusivamente de mí, y no compartiría con nadie las puntuaciones, ni podría discutir qué porcentaje de éstas correspondería a quién.
               Sí, tendría un montón de tiempo para ver todas las pelis que me diera la gana, más incluso de las que estrenaban a la semana, pero eso de ver una película y que apareciera una tía más buena que el pan y no poder girarme y mirarlo, y soltar a la vez “yo me la tiraba” oscurecía todo el conocimiento cinematográfico que podría adquirir.
               Sí, ahora no tendría que esconderme estando con Eleanor, pero tampoco podría ir a verla a casa cuando me apeteciera, porque en su casa también estaba él.
               Sí, íbamos a durar para siempre, y todo el mundo sabe lo que suele suceder con las parejas que duran para siempre: terminan casándose, teniendo hijos, bla bla bla. Pero no le veía sentido a casarme con ninguna chica, ni siquiera con Eleanor, si no era Tommy el que me ponía la flor en el traje, me revolvía el pelo y me hacía prometer que de vez en cuando nos iríamos de strippers para recordar aquella época de nuestras vidas en las que todavía no habíamos “metido la pata”, o diciéndole a mi recién estrenada esposa que menudo negocio había hecho, que cómo la habían estafado, que no compensaba lo grande que la tuviera por la cantidad de cosas que iba a tener que aguantarme.
               Y tampoco tendría sentido tener hijos si ellos no iban a preguntar por el tío Tommy, aunque mis hijos no fueran de Eleanor y Tommy no fuera su tío de verdad.
               Tommy tenía razón: era un mentiroso. Le había dicho a Eleanor en aquel glorioso fin de semana en el que todo aún era perfecto, fácil y bonito, que tenía muchas ganas de pasar mi vida con ella, que me moría por formar una familia los dos juntos, que si yo estaba con ella, todo estaría bien, cuando, en cuanto quitabas una variable de la ecuación, toda la operación se iba a la mierda. Y lo peor era que el elemento esencial no era ella, sino su hermano.
               Me destapé, me froté la cara, me quedé mirando al techo con las manos en el vientre, y mecánicamente cogí el móvil. Entré en Telegram, y vi que estaba conectado. Me moría de ganas por escribirle algo, cualquier gilipollez, lo que fuera con tal de saber que todavía había un mínimo hilo dorado que nos uniera, pero me aterrorizaba la posibilidad de que le mandara un mensaje y me contestara una bordería, y yo me viera obligado a cogerle asco a más velocidad.
               O peor, que leyera el mensaje, aparecieran los dos ticks que indicaban que había abierto la conversación, y no respondiera nada. Que decidiera que yo o me merecía ni un segundo más de su tiempo.
               17 años deberían haber sido suficientes.
               De modo que me quedé allí, esperando un milagro, rezándoles a todos los dioses habidos y por haber (estaba claro que el mío estaba harto de mí, de modo que tenía que buscarme el favor de otras divinidades) porque Tommy fuera una vez más el listo de los dos, y me mandara un mensaje, viera que estaba conectado, me preguntara qué tal había dormido o me confesara que él no había pegado ojo en toda la noche.
               Y que me echaba de menos.
               No sabía con quién podía estar hablando, dado que ya era lo bastante tarde como para que todo el mundo estuviera en clase. Nadie hablaba por el grupo, ya que todos estarían en la misma aula, exceptuándome a mí, y no salía rentable renunciar a cinco minutos de descanso por alguien que ni siquiera tendría que estar despierto. Debería estar durmiendo la mañana.
               Comprobé el estado de Layla y de Diana, pero ambas habían tenido su última conexión hacía el tiempo suficiente como para descartar a Tommy. Incluso miré el perfil de Eleanor, pero ella no se había vuelto a conectar desde la noche anterior, cuando me mandó un mensaje diciendo que iba a poner el móvil en modo vibración, por si yo necesitaba algo, y que no dudara en llamarla… como hacía con Tommy.
               La lógica de Eleanor era indiscutible: Scott ha perdido a un Tomlinson, Scott necesita a un Tomlinson, yo soy una Tomlinson, por lo que Scott me necesita.
               Sí, bueno, más o menos, mi amor.
               Se me formó un nudo en el estómago cuando un nombre me cruzó por la cabeza. Tecleé en el cuadro de búsqueda “Megan”, pero no me apareció ningún resultado.
               Probé con “zorra pelirroja”.
               Y allí estaba ella, sonriendo con su melena de toda la sangre que le había chupado a Tommy ocupando media pantalla, y aquellos ojos verde sucio, de musgo de alcantarilla, que a él tanto le habían gustado.
               Su última conexión había sido hacía tres minutos.
               Y eso fue suficiente para que yo empezara a comerme la cabeza: podrían estar volviendo a hablar, Tommy podría haber acudido a ella y no a la americana (dios nos libre), Tommy podría estar en ese instante escribiéndole una parrafada sobre lo mucho que la echaba de menos y cómo quería que le diera una última oportunidad (porque el pobre es tonto), lo bien que se lo había pasado la otra vez y si habría alguna posibilidad de repe…
               Me dio un vuelco el corazón cuando el estado de la conversación con Tommy pasó de “en línea” a “escribiendo”.
               Fueron un par de segundos gloriosos en los que experimenté más anticipación que estando con ninguna chica y notando cómo me acercaba al orgasmo entre sus muslos.
               Y luego, gatillazo.
               El estado de Tommy volvió a pasar en línea. Permaneció así medio minuto y, justo cuando yo iba a escribirle algo, cualquier cosa (ya sé, un par de letras aleatorias, a ver qué pasa, para no parecer tan patético), se desconectó.
               Me quedé mirando su nombre y las letras descorazonadoramente grises, tan diferentes al esperanzador azul de antes unos instantes.
               Dejé caer el móvil sobre mi vientre y me quedé mirando al techo. Me froté la cara.
               ¿Qué has hecho, Scott? ¿Qué has hecho?
               Tenía muchísimas ganas de llorar, pero sabía que estaba al borde de la deshidratación. Una lágrima más sería letal para mí, de modo que no me pregunté en voz alta qué había hecho e, ignorando la voz de mi conciencia, la voz de mi mejor amigo, preguntándome qué nos había hecho a los dos y suplicándome que yo fuera el listo por una vez, me incorporé, me vestí, subí la persiana de mi habitación, y bajé a desayunar.
               Mamá estaba allí, tomándose un café y leyendo algo en el iPad. Estaba suscrita a un montón de periódicos, a todos lo que podía suscribirse sin necesidad de que le enviaran nada a casa, así que no me sorprendió encontrarme con que tenía varias ventanas abiertas en la biblioteca con diversas noticias, todas sobre mujeres, y la mayoría sobre violencia de género. Eso sí, un par de ellas eran positivas: una hablaba sobre el descubrimiento de una manera de manipular una molécula para conseguir que no sé qué alimento hiciera no sé qué en el espacio, y la otra, un artículo sobre una exploradora que había ido de safari al Serengeti para constatar si, efectivamente, se había conseguido erradicar la caza furtiva después de décadas de lucha.
               Le di un beso en la mejilla y me sonrió.
               -¿Has dormido algo más?
               Asentí con la cabeza, sin mirarla, mientras me echaba leche en una taza y la metía en el microondas.
               -Hoy no voy a bajar al despacho-anunció-. Para que estemos un poco juntos. ¿Te parece bien, S?
               Me encogí de hombros.
               Saqué la taza humeante y me senté frente a ella, pero no la miré. Rodeé el recipiente con las manos, y no las aparté a pesar de que notaba cómo se me iban quemando las yemas de los dedos.
               -Scott…-susurró, en ese tono tan dulce que, si fuera diabético, haría que me muriese. Mamá sabía cómo pronunciar mi nombre, a pesar de que le había parecido horrible cómo sonaba los dos primeros minutos en que papá le dijo que me había definido con esa palabra.
               Creo que le gustaba no porque el nombre en sí fuera bonito, sino porque Scott era yo.
               Clavé los ojos en ella, y fue cuando vi las inmensas ojeras que se colgaban de sus ojos, demasiado verdes, demasiado dorados, sobre todo ahora que tenía esos dos círculos enmarcando aquella luz que podría avisar a los barcos en las noches de que se acercaban a un acantilado.
               No había dormido nada por mi culpa, y sospechaba que no se debía sólo a lo de mi expulsión.
               -Estoy bien-consentí mientras me acariciaba los nudillos-. Sólo… tengo mucho en que pensar. Me he peleado con Tommy-confesé, y bebí un poco de mi desayuno. Las motitas doradas de sus ojos brillaron un poquito, como si estuvieran hechas de oro de verdad y alguien hubiera pasado una linterna sobre ellas.
               Nuestros ojos se parecían al lecho marino cubierto de algas en el que había naufragado un barco.
               Y ese brillo era el del buzo en busca del tesoro que serían nuestras lágrimas.
               -¿Quieres que hablemos de eso?-inquirió, tan dulce, tan tierna… no podía imaginármela arrancándole las vísceras a nadie, pero vivía de eso. Destruía a personas delante de un tribunal.
               Y era buenísima, una verdadera psicópata si se lo proponía. Mejor que Hannibal Lecter.
               -No hace falta; es una tontería-me volví a encoger de hombros-. No he dormido bien por eso. Mañana estaré mejor.
               -Sí-asintió-, mañana estarás mejor.
               Estaba contando con que Tommy viniera en algún omento de la tarde a casa, o yo fuera en algún momento a la suya, y todo se arreglaría, como lo habíamos arreglado otras veces en las que habíamos tenido bronca. Nunca habíamos durado más de dos días cabreados, y lo más que habíamos hecho en nuestros respectivos hogares había sido ponernos como fieras con todo el mundo.
               No solíamos consumirnos hasta apagarnos.
               Yo, por lo menos.
               Y sospechaba que él también se estaba apagando, por la presión que sentía en mi pecho.
               Aunque puede que fuera exclusivamente por mí. Al fin y al cabo, todas esas gilipolleces de las almas conectadas no son más que eso: gilipolleces. No hay un nudo cósmico que te ate a otra persona, no hay una piedra en la que esté escrito tu destino. Tú tienes el control de tu vida y de las relaciones que vas a tener con la gente.
               Si la cagas con alguien, la culpa va a ser sólo tuya.
               Tuya, y de que el otro sea un imbécil, pero eso es otra historia.
               Mamá observó cómo daba otro sorbo de mi café con leche, y se levantó con decisión. Me acarició el brazo de la que pasaba a mi lado, y los hombros, y el pelo, y se inclinó hacia una alacena. Suspiró al ver que no llegaba a su objetivo.
               -¿Scott?-pidió, y yo me levanté y me acerqué a ella, que sonrió como lo hacía en las ocasiones en que se volvía consciente de lo mucho que había crecido yo. “Oh, Scott, ¡mírate! Ya eres más alto que yo”, había comentado la primera vez, un segundo antes de echarse a llorar mientras recordaba cómo me había abrazado a ella, con las piernecitas colgando a cada lado de su cintura, mientras me abrazaba contra su pecho y me cantaba una canción de cuna de Ariana Grande la primera vez que hablé, y dije su nombre… quiero decir, el nombre que le dábamos mis hermanas y yo.
               Me señaló un cofre de hojalata oculto entre paquetes de harina, legumbres, y un par de latas de conservas. Lo sacamos todo y extraje la lata, de colores muy parecidos a los que usaba el sol pintando el cielo cada vez que se ponía. Su dibujo consistía en la imitación del rosetón de una catedral, con figuras geométricas en el centro en color amarillo, que se iban volviendo más y más rojas a medida que te alejabas en dirección a los anillos exteriores, compuesto todo por rombos, triángulos, y círculos unidos haciendo las veces de silueta de una flor de grandes pétalos.
               Me la quedé mirando.
               -No les digas nada a tus hermanas ni a tu padre de esto, ¿vale?-pidió, recogiendo lo que le tendía, abriéndolo, y extrayendo un impresionante bizcocho recubierto con virutas de chocolate por encima, encerrado en una asfixiante bolsa de plástico que intentaba protegerlo del exterior.
               -Vaya-anuncié, admirado.
               -Lo sé-asintió ella, poniendo los brazos en jarras y agitando la melena.
               -¿Y esta delicia…?
               -Era para el cumpleaños de tu padre-explicó-. Se suponía que iba a ser el postre, pero…
               -¿Terminaste siéndolo tú?-sonreí. Mamá solía preparar una tarta en los cumpleaños de papá, y nos la comíamos a la hora de la cena, pero ese año él se levantó antes, la pilló haciéndola, y bueno… digamos que me pidieron amablemente que me llevara a mis hermanas a casa de Tommy.
               Para hacer, ya sabes. Cosas maritales.
               Mamá se mordió los labios, sonriendo.
               -Algo así-concedió-. Así que la dejé apartada, supongo… no sé lo que supuse-admitió-. Creo que la sacaría algún día que tuviéramos algo que celebrar.
               Miré el bizcocho.
               -Oye, mamá… si quieres, podemos dejarla para luego. No tengo mucha hambre.
               -Quiero que te la comas-sentenció, en ese tono de “te extraje de mi cuerpo, y por lo tanto soy tu dueña, así que vas a hacer lo que quieras”.
               -No hace falta…
               -Está relleno de praliné.
               -Pues pásame un cuchillo, mujer-pedí, y ella se echó a reír, la sacamos de la bolsa de plástico, me cortó un pedazo inmenso y me lo tendió. Ella se cortó un trozo bastante más pequeño, y me observó con cariño mientras iba mordisqueando poco a poco el esponjoso interior del dulce.
               Sonrió con satisfacción cuando me terminé el postre, me dio un beso en la mejilla, me revolvió el pelo y asintió con la cabeza, su sonrisa aún más amplia, cuando le dije que me encontraba un poco mejor. Y es verdad, el azúcar obra milagros, así que imagínate cuando tienes el estómago lleno de ésta. Me preguntó si quería que se quedara conmigo, y yo negué con la cabeza. Sabía que, si lo preguntaba, era porque tenía muchísimo trabajo pendiente, y no quería retrasarla.
               Decidí que tenía que hacer algo más productivo con mi vida que tirarme en la cama a contemplar si Tommy se conectaba y me escribía, así que me puse a hacer tareas pendientes en la casa… que no eran muchas.
               Es lo que tiene vivir con mucha gente, gente que es trabajadora. No tienes mucho que hacer.
               Con una fuerza de voluntad tremenda, dejé el móvil en mi habitación y me metí en el despacho de mamá. Ella levantó la mirada un segundo de la pantalla de su iPad, comprobando que no fuera un ladrón que venía a por sus expedientes. Se metió un palito de pan en la boca y asintió con la cabeza al verme. Volvió la vista a sus documentos electrónicos, siguió mordisqueando y leyendo, mientras yo me sentaba en el sofá de su despacho y me quedaba mirando todos los libros cubrían las paredes.
               -¿Te aburres, Scott?-preguntó, y yo asentí-. ¿Quieres que hagamos algo?
               -Tienes trabajo.
               -Puedo ocuparme de ello más tarde.
               -Es igual.
               Pero negué con la cabeza y seguí allí sentado, mirando los libros. Me levanté, cogí uno y me volví a sentar. Empecé a leer una disertación fascinante sobre la evolución de los tratados medioambientales.
               Sinceramente, me parecía un poco hipócrita escribir libros sobre qué se podía hacer para acabar con la deforestación.
               ¿No sería una buena idea, por ejemplo, dejar de escribir tales libros? Vale que la sensación de un libro nuevo era única, y era genial que te prestaran uno y descubrir las letras un poco borradas por las lágrimas derramadas en un determinado pasaje, o las cubiertas desgastadas de tantas veces se habían leído…
               Tommy era un puto terrorista con los libros. Les daba la vuelta a los de tapa dura cuando llegaba a la mitad, para no tener que estar haciendo fuerza constantemente con los dedos con el objetivo de que no se le escurrieran las páginas.
               Había hecho eso con todos los libros que le habían pasado por las manos, excepto con uno: un ejemplar de Las mil y una noches que le presté cuando él me prestó otro en español, Memorias de Idhún. Nos habíamos sentado a nuestros trece años a leerlos, tan despacio que resultaba hasta insultante, pues cada uno tenía que descifrar el idioma del otro y traducirlo mentalmente para entrarse de lo que sucedía.
               Después de flipar por el nombre de la protagonista y creadora de las historias, que resultaba ser el mismo que el de mi madre, Tommy empezó a sufrir no sólo por la nueva forma de lectura, sino también por el formato: no se las apañaba del todo bien con el libro, y las páginas se le iban deslizando por entre los dedos.
               -Pero dóblalo-protesté yo, y él negó con la cabeza.
               -Me lo has prestado tú-replicó.
               Sí, Tommy torturaría a cualquier libro, salvo si yo se lo prestaba.
               Me quedé mirando la página sin verla realmente, ahogándome en mis recuerdos, lo bien que nos lo habíamos pasado intercambiándonos libros y el sufrimiento que nos habíamos producido el uno al otro cuando nos obligamos a aprender a leer en el idioma de nuestros antepasados.
               Instintivamente, me llevé la mano al bolsillo del pantalón, pero el móvil no estaba allí. Miré a mamá, que estaba escribiendo algo en una parte de la pantalla de su iPad. Me levanté y fui hasta ella. Me senté en el suelo, con la cabeza apoyada en su rodilla. Me acarició la cabeza.
               -¿Qué pasa, S?
               -Necesito estar cerca de ti, mamá-clavé los ojos en ella, que se echó a reír suavemente.
               -Serás zalamero…-me besó la cabeza y continuó a lo suyo. Me quedé sin aliento al contemplar su perfil, la caída de sus pestañas cada vez que parpadeaba, la pequeña cordillera que formaban sus labios y la forma que tenía su pelo de caer en cascada por sus hombros y su espalda.
               No me extrañaba que papá hubiera visto la luz cuando ella volvió a él, diciéndole que me llevaba dentro y que nos iba a cuidar. Tampoco me extrañaba que Alec se pusiera rojo cuando ella le dio un beso, o que Tommy no pudiera evitar sonreírle en cuanto la viera.
               Mamá era preciosa, preciosa, increíblemente preciosa; incluso cuando no te estaba haciendo el menor caso ya te hacía sentir la persona más especial del mundo, sólo por permitirte estar a su lado y contemplarla en silencio.
               Clavó sus ojos pardos en mí.
               -¿Quieres algo, Scott?
               -Eres súper guapa, mamá-espeté sin poder evitarlo. Se echó a reír.
               -No me puedo creer que seas tan zalamero. ¿Es para que no me enfade contigo por lo de la expulsión? Porque te va a hacer falta más. Tu padre me escribe discos, y aun así soy capaz de mandarlo a dormir de vez en cuando al sofá. Tendrás que esforzarte más.
               -Te quiero un montón, mamá-solté. Ni siquiera sé a cuento de qué venía eso. Sólo sabía que era la verdad. Que tenía las piernas calentitas, y me sentía un poco mejor en su presencia.
               Mamá suspiró.
               -Vais a acabar conmigo-susurró, tan bajo que no pude casi escucharla. Sonreí.
               -¿A quién te resistes mejor? ¿A papá o a mí?
               -A tu padre-respondió sin dudar-. Y eso que con esos tatuajes que me trae, en fin-se mordió el labio y se le encendieron un poco las mejillas.
               Me levanté y ella se me quedó mirando.
               -Te dejo sola un ratito.
               Alzó las cejas y las juntó tanto que, si te ibas lo bastante lejos, podrían pasar por una única oruga nocturna paseándose por su frente.
               -No me molestas.
               -Yo creo que sí-respondí, saliendo de la habitación y cerrando la puerta despacio. La escuché suspirar, soltar un hastiado “hombres”, y me la imaginé mordiéndose la uña del pulgar antes de sacudir la cabeza y seguir a su rollo.
               Dejé pasar media hora, y volví a plantarme en su despacho, esta vez con un nuevo propósito en la vida: ser un buen hermano mayor, el mejor que podrían tener mis hermanas… y, desde luego, mejor de lo que se merecía Shasha.
               -Vamos a Ikea-solté, y mamá se me quedó mirando antes de soltar un incrédulo:
               -¿Qué?
               -Vamos a Ikea, a comprarle un escritorio a Shasha-informé. Frunció el ceño, pero yo ya me estaba marchando para cambiarme de ropa.
               Había tenido que entrar a la habitación de mi hermana en busca del cargador del ordenador (porque me lo habían roto, y tenía que andar mendigándolo por medio país), y me encontré de lleno con una pila de libros desparramados encima de la cama, justo los libros que no iba a necesitar. Recordé que no paraba de quejarse de que su escritorio era demasiado pequeño (y la verdad es que tenía razón), de cómo tenía que bajar al comedor o donde fuera para estudiar y hacer los deberes, y de lo harta que estaba de no tener un espacio de trabajo propio. Se suponía que queríamos coartar sus libertades, aunque a mí me parecía, más bien, que papá y mamá no querían llevarla a ninguna tienda de muebles porque se agobiaba al no encontrar nunca nada que le sirviera. A todo podía ponerle pegas.
               Veríamos si lo hacía cuando se encontrara con un escritorio ya armado, y veríamos si se atrevía a criticar mi deducción detectivesca: había cogido su ordenador, había visitado varias páginas de tiendas de muebles, y finalmente había entrado en la web de Ikea, donde aparecían, en los artículos vistos recientemente, un escritorio de esquina, blanco, con varios departamentos en la parte inferior para guardar todo lo que quisiera.
               Mamá se acercó a la puerta de mi habitación y llamó con los nudillos. Llevaba puesto el mismo jersey, pero se había cambiado los pantalones de chándal, calentitos y mullidos, por unos leggings de cuero que tendrían que dejarle las piernas congeladas.
               -Quiero que sepas que no me hago responsable de cómo reaccione tu hermana cuando vea lo que sea que le vamos a comprar.
               -Le encantará-repliqué, metiendo la cabeza por un jersey de cuello alto y doblándomelo por debajo de las orejas. Mamá me puso una mano en el pecho.
               -Scott, no quiero que te disgustes si Shasha…
               -Le gustará, mamá, ya lo verás.
               Nos metimos en el coche y dejamos atrás la casa con los altavoces vomitando música. Me puse a cantar cuando me lo pidió, y la miré con cara de fastidio cuando me puso música de papá, para ver si colaba (no, no coló). Me siguió con paso apresurado por todos los departamentos de la tienda hasta que encontramos el escritorio expuesto en cuestión. Me giré sobre mis talones para mirarla, y asintió con la cabeza en señal de aprobación. Shasha sabía tener buen gusto cuando le convenía. Anotamos la referencia del pasillo y atravesamos media tienda.
               Aunque se suponía que íbamos sólo a por una cosa, terminamos llenando un carro y paseándolo por toda la nave. Cogimos un farolillo blanco para Sabrae (el suyo se estaba quedando sin pintura), con sus correspondientes velas aromáticas; para papá, un cajón con varias bandejas para que organizara los exámenes según los iba corrigiendo; un cuadro de enchufes para mí (soy bastante básico, qué quieres que le haga), con lo que me evitaría los quebraderos de cabeza cambiando los cables de las consolas de enchufe; una figurita de un elefante dorado para la entrada, y mamá dijo que se acabó de coger cosas a lo tonto…
               … hasta que vio unas orquídeas azules, y dejó escapar una exclamación.
               -Joder-espetó, y yo la miré-. Qué bonitas son.
               Sabía que quería llevárselas, pero tampoco quería contradecirse. Así que hice sitio en el carro y yo mismo coloqué una de las plantas en éste. Me dio un beso y me dijo que era un sol, aunque el mérito fuese suyo.
               Me pasé la mañana un poco más entretenido, montando el escritorio de Shasha, peleándome con los tornillos y escuchando música mientras trabajaba. Mamá bajó al comedor acristalado con sus anotaciones y sus expedientes, cambió la orquídea azul a un vaso de cristal rosáceo, la situó al lado de la que solía estar en la mesa, y se sentó a trabajar allí, al amparo de las flores. De vez en cuando, miraba por la ventana y contemplaba la lluvia. Me preguntó un par de ocasiones cómo iba, y yo le dije que bien.
               Y así pasamos mi primera mañana en casa. Me di una ducha mientras ella se iba a por Duna y Astrid (les tocaba recogerlas y llevarlas esa semana) en coche, y bajé las escaleras a terminar de preparar la comida. Puse la mesa y me senté a esperar a que llegara todo el mundo.
               Las primeras en hacerlo fueron Shasha y Sabrae. Se estrujaron el pelo para eliminar el exceso de humedad de éste, y dejaron los paraguas a la entrada de casa; luego los subirían al baño para que terminaran de secarse allí.
               Las dos me miraron como si me vieran por primera vez. Iban a tocarme mucho los huevos, lo sabía, pero me alegraba un montón de tenerlas en casa. Al menos, si me molestaban, no me aburriría.
               Les planté sonoros besos en las mejillas, les dije que las había echado de menos, las dos me miraron como si estuviera loco, se dejaron abrazar y me preguntaron si estaba bien.
               Bueno, dentro de lo que cabía, sí. Al menos, ahora tendría una distracción para no pensar en Tommy.
               Después, llegó papá con el coche, seguido muy de cerca por mamá. Le dio un beso en los labios mientras se bajaban de los vehículos y entró con nosotros a la cocina.
               -¿Has ido a tu habitación, Shash?-preguntó mamá, y ella frunció el ceño y negó con la cabeza. Salió disparada escaleras arriba, seguramente esperando que hubieran cedido y le hubieran comprado una televisión curva, de ésas que tanto le gustaban. Se iba a llevar una decepción.
               O no. Lanzó un grito y Sabrae dio un brinco, con los ojos clavados en las escaleras. Salió zumbando en dirección a su habitación mientras Shasha anunciaba:
               -¡¡Me habéis traído un escritorio!!-gritó a los cuatro vientos, como si mamá no hubiera estado allí o yo no me hubiera pasado media mañana armándolo. Papá miró a su mujer con el ceño fruncido, que hizo un gesto con la mano, quitándole hierro al asunto.
               Al menos, mi primera mañana en casa había sido productiva.
               -Te lo ha montado tu hermano-informó mamá, y Shasha echó a correr en mi dirección. Se lanzó a mis brazos y se colgó de mi cuello, cubriéndome a besos, diciendo que era el mejor hermano del mundo (ni que tuviera otro hermano con quien compararme), que me adoraba (no me extrañaba, con lo imbécil que era, haciéndole favores incluso a la más víbora) y que me lo recompensaría como quisiera.
               Estuve a punto de soltarle que le dijera a Tommy que viniera a verme, o que me obligara a mí a ir a verlo, pero conseguí contenerme.
               -No es nada-fue lo que contesté, y Sabrae se materializó en la parte alta de las escaleras.
               -¡Yo también quiero un escritorio blanco!-proclamó, y mamá y ella empezaron a pelearse porque ella ya tenía un escritorio, y tenía que dejar de ser tan caprichosa.
               Comimos, papá me dijo que me veía mejor, yo contesté que me sentía un poco mejor, y cada uno se fue a hacer sus cosas. Me quedé solo en la cocina, pensando en qué era lo que iba a hacer ahora que mis hermanas tenían cosas que hacer, y mis padres tenían que ocuparse de su trabajo.
               Fregué, aunque no me tocaba a mí, y me dejé caer en el sofá, al lado de papá, mirando la tele sin verla realmente. Saqué el móvil del bolsillo y me metí en la aldea guerrera. Tommy había hecho gestiones en la suya, pero las batallas que librábamos juntos habían pasado a un discreto segundo plano en la prosperidad de su imperio.
               No me había mandado vidas al Candy Crush, a pesar de las peticiones automáticas que le llegaban cada vez que yo me quedaba sin vidas. Eché un par de partidas y chasqueé la lengua cuando la niña de las trenzas rubias que desafían la gravedad, y ojos inmensos, como dos continentes, me anunció que era una lástima, me había quedado sin vidas, pero por 3 libras con 99 peniques podría recargarlas. Creo que iba a pasar.
               Noté cómo me iba vaciando poco a poco a medida que pasaban los minutos y no terminaba de decidirme por ir a ver a Tommy. Me levanté y me fui a mi habitación; me tiré en la cama, que ni me molesté en arreglar, y rastreé por todas las redes sociales en señal de alguna muestra de arrepentimiento de lo que había pasado ayer.
               Nada.
               Absolutamente nada.
               Vi que me llegaba un mensaje por el grupo de nuestros amigos, y por un segundo, se me aceleró el corazón.
               Pero era Bey. Sólo era Bey.
               -Te echamos de menos, S-y un lacasito al que se le caía una lágrima.
               -Y yo a vosotros-respondí, con el mismo lacasito.
               -Vamos a ir a hablar con Fitz-anunció Max, que tecleaba como un caracol-. No es ni medio normal lo que te están haciendo.
               -No seáis gilipollas-repliqué-. Con que pague uno, ya basta.
               -Pero no es justo-replicaron Max y Logan a la vez. Yo mandé un emoticono levantando los ojos.
               -Es lo que hay.
               -¿Quieres que te pasemos fotos de los apuntes?
               -Paso-tecleé-, para lo que me van a servir…
               Todos enviaron caritas tristes. Aquello parecía el desfile de la fiesta nacional de Deprelandia.
               Bueno, faltaba la estrella del desfile. Tommy no hizo acto de presencia en toda la conversación.
               Habría preferido que no me hubieran enviado nada; a cada minuto que pasaba lo tenía más claro.
               Seguro que Tommy había leído la conversación, y no había querido intervenir ni aun cuando todos los demás le cubrirían las espaldas. No había que hacer el mismo esfuerzo mandando un mensaje el primero que cuando todo el mundo estaba volcado en dar ánimos.
               Me dolía verlos a todos en línea, y que hablaran como si nada hubiera pasado, pero más me dolía verlo a él, y que ni siquiera se dignara a decirme lo que tuviera que decirme. Dios, prefería que me arrastrara por el barro, que me hundiera en la miseria, que me dijera todo lo que tuviera que decirme, que me hiciera daño… a que me castigara con esta indiferencia.
               Pero ¡si incluso Diana me mandó un par de mensajes preguntándome cómo estaba y contándome qué tal le había ido esa mañana en el instituto! ¡Diana Styles! ¿¡En qué cabeza cabía que Diana me mandara un mensaje antes que mi mejor amigo!?
               Metí el teléfono en un cajón de la mesilla de noche y me quedé mirando al techo. Sabrae puso música en su habitación, y los acordes melancólicos de una guitarra flotaron hasta mis oídos como una bandada de mariposas flotan en primavera por entre los árboles.
               Cerré los ojos, concentrándome sólo en la guitarra, en la voz de la mujer que cantaba, y en el sonido del agua de lluvia repiqueteando contra los cristales de la casa, empapando el jardín.
               Hasta a las nubes les parecía tristísimo lo que nos estábamos haciendo Tommy y yo.
               Abrí los ojos, torcí el cuello y me quedé contemplando la ventana en la que se había apoyado Eleanor la primera noche en que estuvimos juntos. Recordé cómo me había despertado, me la había quedado mirando, ensimismado en lo poco de este mundo que parecía, la sensación de los dedos picándome, el necesitar dibujarla, su sonrisa cuando se vio, sus suaves besos cuando terminé de tirar de la manta con la que se había tapado, me metí entre sus piernas y la hice mía allí, de pie, tan despacio que a los dos nos dolió en el alma.
               La echaba terriblemente de menos.
               No tanto como a su hermano, porque era un cabrón… pero la echaba de menos.
               Saqué el móvil de la mesilla de noche (el pobre debía de estar incluso mareado), lo desbloqueé y entré en Telegram. Le mandé un mensaje preguntándole si podía verla.
               Si podía venir.
               No me sentía con fuerzas para salir de casa, ya no digamos para ir, precisamente, a la suya.
               Enseguida se conectó y empezó a teclear.
               -Claro-respondió, y yo sonreí, un poquito, pero sonreí. Me arañé los dientes con el piercing mientras me la imaginaba calzándose y viniendo rápido, porque me echaba de menos como yo la añoraba a ella-. De noche me paso a verte.
               Se me borró la sonrisa de un plumazo.
               -¿No puedes venir antes?
               -He quedado con Mary para hacer un trabajo-se excusó, y un lacasito bizco, que llevaba gafas, explotó en la conversación.
               -Vale-accedí, pensando que mejor era nada-. ¿A qué hora vendrás?
               -No sé-contestó-. ¿8? ¿Te parece bien?
               Me quedé mirando la pantalla. No, no me parecía bien. La necesitaba ahora. Tommy habría venido corriendo en cuanto le preguntara si podía venir.
               Creo que no había hecho muy buen negocio con ella, después de todo.
               -¿O mejor 7 y media?-sugirió, al ver que yo no contestaba-. Es que Mary no puede antes, tiene ballet. Pero, supongo que si empiezo yo sola nuestra parte, podremos terminarlo para las 7 y media. Tampoco te quiero prometer nada más, no creo que pueda ser antes…
               -Las siete y media está bien-dije. Le mandé un corazón, y ella me respondió con 50. No literalmente, pero allí había más de 40, estaba seguro.
               -¿Seguro? Mira que, si te sientes solo, le digo que nos repartimos el trabajo e intento llegar para las siete.
               -Estoy bien, en serio. O sea, me siento un poco solo, pero puedo esperar.
               -¿De verdad?
               -Sí, El.
               -Vaya…-un monito que se tapaba la boca-. Entonces, ¿no vas a abrirme la puerta?
               Fruncí el ceño.
               -¿Qué?
               -¿Quieres que me vaya a mi casa?
               -¿Estás en la puerta de mi casa?-espeté. Un lacasito que negaba con la cabeza-. No lo entiendo.
               -Sal de la cama y abre la puerta.
               Me levanté como un resorte y fui hasta la puerta de mi habitación.
               Y Eleanor me sonrió.
               -Hola-susurró con calidez, con aquella voz que sabía mejor que el chocolate en una tarde de invierno.
               -¡Hola!-solté, pasándome una mano por el pelo-. Esto… ¡Eleanor!-celebré, y ella se echó a reír.
               -Sí, ese es el nombre que me puso mi madre-asintió con la cabeza.
               -¿Qué haces… aquí?-solté, porque soy subnormal profundo-. ¿Y el trabajo?
               -Era mentira-sonrió-. Tenía que ganar tiempo para llegar a casa. Shasha ha bajado a abrirme; no quería llamar al timbre y que me estropearas la sorpresa antes de tiempo. Aunque, si te soy sincera, me hacía ilusión que estuvieras sentado en el sofá viendo la tele, taparte los ojos y hacerte adivinar quién era-se encogió de hombros.
               La estreché entre mis brazos, ella apoyó la cabeza en mi pecho y cerró los ojos.
               -Te he echado de menos. Es raro ver a los demás por el instituto sin ti.
               -Creo que vas a tener que acostumbrarte.
               Me miró con aquellos ojazos de gacela chispeando amor.
               -Scott…
               -Eleanor-sonreí.
               -¿No echabas de menos?-agitó las pestañas con tanta rapidez, que me extrañó que no se echara a volar.
               -Claro que sí.
               -¿Seguro? Porque llevo-consultó su reloj-un minuto y 27 segundos aquí, y todavía no me has dado un beso.
               Me eché a reír, me incliné hacia ella y posé mis labios sobre los suyos. Sabía muchísimo a cereza, como si acabara de comerse un cuenco entero lleno de ellas, o se hubiera echado recientemente su pintalabios favorito.
               Quería más.
               Necesitaba más.
               Deseaba más.
               Tiré de ella para meterla en la habitación; le di una patada a la puerta y la pegué contra la pared. Le mordí el labio inferior y tiré de él, escuché su respiración entrecortada mientras me pegaba a ella y la pegaba a mí, unía nuestras caderas y sonreía en su boca. Llevó sus manos hasta mi nuca y hundió sus dedos en mi pelo, y por un segundo todo estuvo bien, por un segundo sólo existíamos nosotros dos, no teníamos padres, ni hermanos ni amigos; estábamos solos en un mundo lleno de posibilidades, un mundo que nos cabía en las lenguas a medida que se acariciaban mutuamente.
               Todo mi cuerpo me gritaba lo que mi mente susurró en cuanto la vio allí de pie, más preciosa que nunca y a la vez tanto como siempre, esperando a que me dignara a abrirle la puerta: con ella no habíamos hecho ningún negocio, nos había tocado la lotería.
               Fui tranquilizándome a medida que ella se iba cansando por el beso. Por fin, sin casi esfuerzo, separé mi boca de la suya y apoyé mi frente en su cabeza. Ella se quedó respirando contra mi pecho, encendiendo algo en mi interior. No me acordaba de Tommy, no me acordaba del apellido de Eleanor; ni siquiera me acordaba de mi nombre.
               -Dios, Scott-es cierto, me llamaba Scott.
               -¿Sigues pensando que no te echaba de menos?-coqueteé, abriendo los ojos y clavándolos en los suyos. Sonrió, degustando sus labios contra su lengua, saboreando los restos de mi beso en su boca, y asintió lentamente con la cabeza.
               Fue entonces cuando me fijé en el arito plateado del cartílago de su oreja, y en la cadena plateada que le colgaba del cuello, con el avión de papel colgando sobre su busto.
               Le mordisqueé la oreja y ella se echó a reír.
               -Sigues llevando el colgante.
               -Pues claro. No lo dejé allí, ¿sabes? Me estaba haciendo la dura contigo.
               -Y mi piercing-observé, mordiéndolo un poco más. Se echó a reír y se estremeció.
               -No me lo llegué a quitar nunca.
               -¿Te enrollabas con todos esos tíos mientras tenías mi piercing alrededor de tu piel?
               Me pasó las manos por los brazos, mirándome.
               -Scott…-empezó, en tono de disculpa. Le levanté la mandíbula y paseé mi dedo pulgar por sus labios.
               -No digas mi nombre en ese tono. Por mucho que me cabree imaginarte con otros-decidí no mencionar que tendría que recordarla, no imaginármela con otros-, me gusta pensar que lleves algo mío mientras estás con ellos.
               -¿Sólo te gusta?-tonteó, acariciando mis caderas con las suyas.  Se mordió el labio.
               -Es más que gustar. Me pone.
               -Me he dado cuenta.
               -Es sexy-apoyé una mano al lado de su cabeza y me incliné para besarla, mientras ella continuaba frotándose contra mí. Joder.
               -¿Sabes qué más es sexy?-preguntó después de mordisquearme las comisuras de la boca. Negué con la cabeza, los ojos fijos en aquellas dos líneas sonrojadas por mis mordiscos y su pintalabios-. Tú sin ropa. Yo, también sin ropa. Los dos juntos. Y una cama-me guiñó un ojo y miró en dirección al bendito objeto-. ¿Qué opinas, S?-inquirió, y movió las caderas en círculos, empujándome y frotándose a la vez.
               Joder, ni siquiera recordaba en qué país vivía, como para acordarme de su hermano.
               -Opino que eres un puto regalo que me ha llovido del cielo y que no me merezco esto después de lo cabrón que he sido contigo.
               -Me gustas cuando te pones en modo cabrón. Follas mejor-sonrió, inclinándose y besándome-. ¿Qué tal estás?
               -¿Ahora mismo?-pregunté, besándola. Se echó a reír en mi boca.
               -Ya sé cómo estás ahora mismo. Lo noto-me acarició la espalda, pegándome a ella, y sonrió cuando, efectivamente, se hizo notar un poco más mi estado de ánimo entonces-. Digo en general. Por lo de Tommy.
               Se me habría caído el alma a los pies de no tenerla en el mismísimo cielo, revoloteando alrededor de ella.
               -Mal-admití, porque una cosa es hablar con tu madre, y otra hablar con tu chica, por la que te has peleado con tu mejor amigo. Admitir que estás mal delante de ella y aun así seguir queriendo estar con ella me parece una prueba de amor como pocas se pueden hacer.
               -Se me ocurren un par de cosas que puedo hacer para compensarte-me acarició la mandíbula con una mano, y con la otra empezó a bajar por mi pecho.
               -Se me pasa enseguida.
               Me empujó suavemente para separarme de ella, se llevó una mano a la chaqueta, y empezó a desabotonársela. La dejó caer al suelo y se quitó la camiseta.
               Yo sólo pude quedarme mirándola.
               -Y así, más rápido todavía.
               Eleanor sonrió.
               -Venga, Malik; a la cama.
               Tommy, a veces, me llamaba Malik. Lo hacía para hacerme de rabiar, en las mismas situaciones en que yo lo llamaría Thomas. Era nuestra manera de decir, con una sola palabra, que estábamos hasta los huevos el uno del otro. Y que nos adorábamos, aunque eso ya lo sabíamos.
               Y, sin embargo, no podía haber nada más diferente entre cómo me llamaba “Malik” Eleanor a cómo lo hacía Tommy. Ella lo hizo de una forma sucia, anticipando lo que íbamos a hacer. Pronunció mi apellido de una forma que no hizo más que encenderme, como si necesitara que alguien me prendiera fuego.
               Era un incendio forestal al que se le tira una cerilla.
               Pero todo contribuye.
               Me empujó hasta sentarme en la cama; ahora era ella la que mandaba, a pesar de que le había dejado muy claras mis intenciones en cuanto la metí en la habitación. Se sentó a horcajadas encima de mí y me quitó la sudadera mientras yo no paraba de besarla. Me acarició el pecho desnudo y se afanó con mis vaqueros mientras yo bajaba mis manos hacia su culo. Empecé a bajárselos por allí, con las manos entre sus pantalones y su…
               -¿Llevas tanga?-espeté, incrédulo. Eleanor sonrió, y siguió besándome.
               -Hace tiempo que no nos acostamos, espero que no te importe que haya venido aquí con la intención de sacarte brillo.
               -Me gusta que me saques brillo-repliqué, tirándole del elástico del tanga y soltándoselo. Emitió un gritito ahogado de sorpresa y continuó desnudándome.
               Ojalá pudiera decir que no nos aceleramos lo suficiente como para no terminar de desnudarla, pero yo ya estaba dentro de ella cuando conseguimos llegar al enganche de su sujetador y liberarle los pechos, que me encargué de besar, chupar y morder mientras se balanceaban frente a mí, y mientras ella agitaba las caderas, ayudándome a llegar más lejos.
               Sabrae suspiró de fastidio en su habitación y subió el volumen de su música. Y Eleanor también empezó a subir el volumen, a medida que la ayudaba a acercarse.
               Me gustaba sentir el roce de su tanga, que no le habíamos quitado, sino simplemente apartado a un segundo plano, contra mi piel. Me gustaba que me arañara la espalda y me dijera cosas sucias al oído mientras me montaba con rabia. Me gustaba cómo nos demostrábamos cómo nos habíamos echado de menos.
               Y me gustaba cómo era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la fricción de nuestros cuerpos desnudos, sus caderas en mis manos, sus pechos en mi boca, mis ojos en su piel, que se perlaba de sudor, y del placer que nos dábamos el uno al otro.
               Ojalá pudiéramos follar durante horas, porque el sexo con ella me hacía sentir increíblemente bien.
               -Eleanor-supliqué-. Eleanor, Eleanor, Eleanor-repetí, frenándome. Se frenó un poco y me miró a los ojos, desde arriba, como una aparición celestial.
               -Como tengas los huevos de decirme que me quieres, haciendo lo que estamos haciendo y de la manera en que lo estamos haciendo…
               -Nos vamos a correr juntos-anuncié, y se echó a reír, y los dos gemimos por lo que las carcajadas produjeron en nuestra unión.
               -Estás a punto de acabar, Scott, mírate-sonrió, volviendo a moverse, tan terriblemente despacio que estuve seguro de que me volvería loco.
               -¿No me crees capaz de frenarme?
               -Conmigo, no-sonrió. Le mordisqueé el busto y suspiró, satisfecha, mientras continuaba moviéndose.
               -¿Y no me crees capaz de acelerarte?
               -Te tengo comiendo de la palma de mi mano, tonto.
               -Oh, sí, nena; insúltame-sonreí, volviendo a besarla-. Ya sabes lo que me gusta.
               -Eres imbécil.
               -¿Cómo de imbécil?-sonreí, bajando una mano por entre sus tetas, siguiendo por su vientre, un poco más abajo. Se estremeció cuando comprendió lo que iba a hacer, aunque un poco más tarde de lo que yo me esperaba. Estar conmigo la atontaba.
               Tenía dos dedos ya pasado el elástico de su tanga cuando comprendió lo que me proponía. Se quedó muy quieta, esperando a recibir mi caricia de un momento a otro. No me hice de rogar.
               -Muy imbécil… ah.
               -No te oigo, Eleanor-la provoqué. Acompañé los movimientos circulares de mis dedos con los de mis caderas. Le estaba recordando a quién le pertenecía tanto dentro como fuera. Y me encantaba la sensación de tenerla deshaciéndose alrededor de mí, y entre mí.
               -Te odio-susurró, echándose a temblar.
               -¿Vas a llegar?
               -Déjame tranquila, Scott.
               -¿Quieres que pare? Vaya-chasqueé la lengua-. Cualquiera lo diría.
               -No te soporto.
               -Ya me doy cuenta.
               Empezó a moverse sobre mí, reactivando cada una de mis células, haciendo que se centraran en ella.
               -Esto tiene que estar mal a la fuerza.
               -Yo puedo hacer muchas cosas mal, mi amor, pero en esto no me puedes reprochar nada.
               -Es demasiado bueno como para que no esté mal-susurró, con la voz entrecortada. Le mordisqueé el hombro-. Joder, Scott.
               -Y luego yo soy el imbécil de los dos-me burlé.
               -Más tuya, y reviento.
               Sonreí, buscando su boca.
               -Muy imbécil, ¿eh?-susurré con la voz entrecortada. Cerró los ojos, acompañando a mis dedos y mi miembro en su interior con sus caderas.
               -Joder, algún día voy a grabarte mientras follamos. Me encanta cómo se te pone la voz.
               -Póntelo de tono.
               -Me pone a tono, que no es lo mismo.
               Nos echamos a reír y seguimos puteándonos mientras nos acercábamos, hasta que ya fuimos incapaces de unir dos sílabas con un mínimo de claridad. Volví a morderla, ella volvió a arañarme, seguí acariciándola y ella me susurró que no parara, hasta que se rompió un segundo después que yo. Nos besamos, probamos el sonido de nuestro orgasmo en la boca del otro, y nos quedamos quietos un momento, disfrutando de nuestro sabor durante el sexo y de nuestros cuerpos aún unidos, calientes por el torrente sanguíneo que dos corazones desbocados se afanaban por distribuir hasta cada poro de nuestra piel.
               Le aparté un mechón de pelo de la cara y sonreí.
               -Eres preciosa.
               Ella también sonrió y me besó.
               -Tú sí que eres precioso.
               -Me refiero a después de esto.
               -Yo también.
               Me acarició el pecho, los brazos, el cuello, la nuca. Me dejé caer en la cama, arrastrándola conmigo, que se echó a reír.
               Se movió para sacarme de dentro de ella.
               -Espera-le pedí. Se mordió los labios.
               -¿Quieres más?-sonrió, meneando las caderas. Le acaricié la espalda.
               -Te quiero. Estoy súper enamorado de ti, ¿vale?-en sus ojos explotaron miles de fuegos artificiales-. Incluso cuando me pongo gilipollas y te digo que te vayas, porque no quiero que me veas llorar, o cuando me notas triste porque no vienes a mi casa cuando yo quiero, o cuando tengo una bronca de aúpa con tu hermano y no me apetece hacer nada. En el fondo sigo siendo yo. Y ser yo es quererte. ¿Vale?-le acaricié la mejilla.
               -Vale-susurró con la voz rota.
               -No me llores, ¿eh?
               Sacudió la cabeza y apoyó su mejilla en mi pecho.
               -¿Eleanor?
               -¿Sí?
               -Lucha por nosotros-le pedí, clavó los ojos en mí-. Si lo de Tommy dura mucho tiempo, voy a terminar cansándome de todo. No me dejes ir, ¿vale? Tú eres la lista de los dos. No dejes que te aparte de mi lado por ser un gilipollas contigo o con tu hermano. ¿Podrás hacerlo? ¿Lo harás por mí? ¿Por lo que sientes?
               Apoyó la cabeza sobre sus manos, que colocó sobre mi pecho.
               -Es lo que llevo haciendo toda mi vida-sonrió, y no había ni una pizca de reproche en eso. Sólo amor, cariño, comprensión, consuelo. Dios mío, no había una criatura más hecha de pureza que ella. No me la merecía.
               -Ven-le pedí, y ella se acercó a mí, me besó en los labios, me acarició la mejilla mientras su colgante se deslizaba por mi cuello hasta reposar en la almohada. Nos lo quedamos mirando.
               -Pensé en tirarlo-confesó, y la miré-. Estuve a nada de tirar la toalla. Pero… luego me pareció que, si lo hacía, estaría echando a perder toda mi vida, ¿entiendes? Que habría estado haciendo el tonto intentando llamar tu atención si no hubiera luchado por ti un poquito más. No quería decir lo que te dije en el baño.
               -Ya lo sé.
               -Sé que me quieres, y que no es un poco.
               -Ya lo sé, El.
               -Me siento muy mal por haberte presionado para que precipitaras esto. Lo de Tommy-murmuró-. Lo siento.
               -No importa.
               -Sí que importa, Scott, ¡coño!-me dio una palmada en el hombro-. ¡Deja de ser tan dulce! ¡Así no hay quien te coja asco!
               -Ésa es la idea.
               Se echó a reír.
               -Me gusta cuando te pones gruñón-confesó-. Y chulo. Joder, ¿te acuerdas de lo que me dijiste la primera vez que nos enrollamos en serio?
               -“Esperemos que no tu maquillaje no sea lo único que se corre esta noche”-recordé, poniendo una voz mil veces más grave de la que solía tener. Nos echamos a reír.
               -Fue súper épico. Pienso en eso muchas veces.
               -Es la testosterona. Te espabila. Y yo tengo un montón.
               -Ahora tienes que ser cuqui-comentó, pellizcándome la mejilla.
               -Son las endorfinas del sexo.
               -Digo lo que te dure el enfado con Tommy. Tendrás que canalizar lo que hacíais juntos con alguien. Y prefiero que sea conmigo-se sonrojó un poco-, pero, cuando las cosas vuelvan a estar bien… ¿te me pondrás chulito de vez en cuando?-sonrió un poco.
               -¿Es lo que quieres?
               Alzó las cejas.
               -No lo sé, Scott, ¿el agua moja?
               -Joder con la Tomlinson-protesté-, qué original es.
               Se echó a reír y se acurrucó contra mí. Me quedé acariciándole la espalda, bajando casi hasta su trasero, y volviendo a subir.
               -Tienes que contarme las tonterías que te habrá dicho mi hermano.
               -Estaba cabreado y no quería decirlas-respondí. Me miró.
               -No tiene que ser hoy.
               -Tampoco iba a ser hoy, tranquila-respondí, poniendo los ojos en blanco. Me dio un puñetazo en el hombro.
               -Te he dicho que ahora te toca ser cuqui. La chulería vendrá después.
               -Perdona, ¿quién es el mayor de los dos?
               -Tienes la edad mental de un repollo cociéndose al sol-replicó, escéptica. Entrecerré los ojos.
               -¿Te ha enviado tu hermano para que sigas machacándome tú? Dile que, si fuera un hombre, vendría él a solucionarlo.
               Negó con la cabeza, me acarició el pecho con su melena.
               -No puedo venir enviada por nadie cuando vengo a verte a ti. Me sale de dentro.
               -Qué bonito, nena-le acaricié la mejilla-. Con esto, ¿me estás diciendo que la primera en seguir la tradición familiar y escribir una canción vas a ser tú?
               -Todavía te suelto una bofetada, Scott.
               -Chulería es lo que querías, y chulería es lo que tendrás.
               -Ugh, no sé si me compensan los polvos que echamos por tener que aguantarte después.
               -No creo-me burlé, y tiré de ella para besarla. Se dejó hacer con mucho gusto, pero mientras nuestras bocas se unían, abrió los ojos. Acababa de llegarle un mensaje. Se inclinó para comprobar quién se dirigía a ella y yo, un poco herido en mi orgullo, me incorporé y carraspeé cuando se puso a teclear. Necesitaba toda su atención; era un cachorrito mono que sólo existía cuando alguien posaba los ojos en él.
               Le acaricié la cintura y volví a reclamar su boca, y ella me devolvió el beso con ganas. Se separó un poco de mí cuando notó que empezaba a acelerarme, que mis besos se volvían más urgentes y profundos, y mis caricias cada vez se volvían un poco más audaces. Se apoyó en mi pecho y se relamió los labios.
               -Creo que deberías ir vistiéndote-comentó, secando el oasis en el que nos habíamos sumido y mirándome con aquellos ojos a los que se lo perdonaría todo…menos que me rechazaran.
               -¿Se ha acabado mi suerte?-bromeé, y ella se echó a reír mientras se ponía el sujetador y metía la cabeza por el cuello de su camiseta-. Oye, nena, ¿qué prisa tienes? ¿No puedes quedarte un ratito más? Os ayudaré a Mary y a ti. Joder, os haré el trabajo, si quieres, ahora tengo tiempo de sobra.
               -S, en serio-sonrió-. No es por ti. Yo me quedaría, ya lo sabes, pero… bueno, a no ser que te importe tener público-sonrió, volviendo la cabeza hacia la puerta. Se oían pisadas. Un montón de pisadas. Más que si viniera mi familia entera a vernos, cosa que no se les ocurriría, sabiendo que estaba con Eleanor.
               No podían ser mi familia, porque eran demasiados.
               Aunque, sinceramente, me daba igual. La tomé de la cintura y tiré de ella para besarla de nuevo, puede que consiguiera convencerla.
               Se abrió la puerta y mis amigos silbaron al vernos de esa guisa. En cualquier otro momento, Eleanor y yo nos habríamos apresurado a separarnos el uno del otro, pero en aquel instante no había pasado el tiempo suficiente como para que se disipara el calor de las caricias del otro por todo nuestro cuerpo, así que solo nos detuvimos y los miramos.
               Alec se apoyó en el armario que había al lado de la puerta, se cruzó de brazos, miró a los demás y espetó:
               -Joder, chicos, hemos llegado tarde-todos se echaron a reír. Se volvió hacia nosotros-. Pero, uf, por mí no paréis, ¿vale?
               -¡Alec!-riñó Bey, dios, cómo iba a echar de menos ese tono que escuchábamos, por lo menos, cuatro veces cada hora.
               -¿Cuánto nos das para que te dejemos mirar mientras nos enrollamos, Al?-me burlé mientras Eleanor se levantaba y se ponía los pantalones. Todos los tíos, absolutamente todos que estábamos en aquella habitación, inclinamos la cabeza para mirarle el culo. Tam le dio un manotazo en el hombro a Max.
               -Tienes novia, compórtate.
               -Jordan-soltó Alec, como recordando a qué había venido-. ¿Me prestas 100 pavos?
               -No-espetó, como si fuera la pregunta más estúpida del mundo. Alec suspiró.
               -Desde luego, qué poca visión de futuro. El dinero está para gastarlo, hermano. ¿Pasta? ¿Alguien?
               Eleanor terminó de abrocharse los vaqueros mientras Max contaba lo que traía.
               -33 libras y 65 peniques.
               -Ese culo vale más-protesté yo. Eleanor me lanzó una mirada cargada de intención. Sabía de sobra cuánto valía ese culo: una millonada, no había para pagarlo.
               -33 libras-anunció Alec, ¿alguien da más?
               -Yo tengo 42-contó Bey.
               -Damas y caballeros, ¡la reina B ha entrado en la apuesta! ¡42 a la una! ¡A las 2!
               -Puede que otro día-sonrió Eleanor, terminando de recoger su ropa y poniéndose la chaqueta. Alec suspiró.
               -¿Ni siquiera nos da para un strip tease?
               -¡Alec!-protestamos todos, y él se encogió de hombros.
               -¿Qué? Dejad a uno soñar, joder. No hacéis más que cortarme las alas. Sois gente cruel.
               Eleanor me dio un beso en los labios, me dijo que mañana nos veíamos, y se escurrió pro entre mis amigos, que la observaron marcharse antes de girarse, todos a una, a mirarme.
               -Así que…-comentó Logan, balanceándose sobre sus pies-. Tú y Eleanor.
               Asentí.
               -¿Cuánto lleváis?-quiso saber Karlie.
               -Dos meses.
               -Vaya-silbó Tam.
               -Pues sí.
               -Hacéis buena pareja-sentenció por fin Max, generando un murmullo general de aprobación. Alec me miraba fijamente, sin decir nada. Era como si estuviera leyendo algo complicadísimo en mis rasgos, una especie de tesis doctoral que cambiaría su vida.
               -¿Cómo empezasteis?-preguntó Logan, el más interesado en Eleanor y en mí de todos. Les conté la verdad, porque estaba cansado de mentir, y sería sencillo. Además, no podían odiarme más de lo que me odiaba Tommy, así que, si les parecía un miserable, por lo menos podría sobrellevarlo. Estaría demasiado ocupado pensando en cómo me detestaba mi mejor amigo y no tendría tiempo para pensar en cómo también les daba asco al resto de mis amigos.
               -No puedo creerme que esa cara de empanado que tienes es la que se te pone cuando follas en una cama-espetó Alec cuando terminé de hablar y todos se quedaron en silencio, digiriendo la historia que les acababa de contar.
               Todos nos lo quedamos mirando.
               -¿Alguna aportación estelar más, Alec?-protestó Bey. Alec se volvió hacia ella, y abrió la boca, pero ella alzó un dedo-. No, déjalo, me parece que no quiero oírlo.
               -Seguro que te gustaba lo que fueras a escuchar.
               Bey puso los ojos en blanco.
               -¿Ya le has dicho que la quieres?-inquirió Karlie, que se había sentado en la cama. Asentí con la cabeza mientras Max protestaba:
               -Madre mía, Karlie, tenemos que conseguirte un novio urgentemente para que pilles cómo van las relaciones de una vez.
               -Logan está libre-comentó Jordan.
               -Me gustan las pollas-ladró Logan, que en 15 días había hecho más referencias a partes del cuerpo masculinas que en 17 años sobre femeninas.
               -A Karlie también, tenéis un montón en común-cacareó Jordan, y todos nos echamos a reír, especialmente cuando Karlie le soltó una bofetada por “tratarla como ganado sexual”. Ni siquiera sabíamos si eso existía.
               Empezaron a hablarme del día en clase, me dijeron que me habían echado un montón de menos, que Karlie se había sentado con “quien tú sabes”…
               -Podéis decir su nombre, quiero decir… ni que fuera El Maligno o algo así-protesté, apoyándome en las rodillas. Las chicas, sentadas sobre sus piernas, asintieron con la cabeza. Jordan, Max, y Logan, apretujados en el sofá, se miraron las manos, mientras Alec soltaba:
               -¿Queréis que os echemos un cable?
               Todos clavaron los ojos en mí, pero yo negué con la cabeza.
               -No quiero que haya más movidas por culpa mía y de Tommy. Estaremos bien.
               Creo.
               Espero.
               Rezaré por ello.
               A medida que se disipaban las endorfinas producidas por el sexo, me iba sintiendo cada vez más y más triste de tenerlos a todos allí, pero me esforcé porque no se notara, y ellos no lo hicieron o, si se dieron cuenta, no lo mencionaron. Continuaron hablando sobre su mañana, las cosas que habían hecho, las clases que habíamos dado y quién había tenido movida con quién, se ofrecieron a traerme los apuntes para que no perdiera el hilo mientras averiguábamos qué íbamos a hacer conmigo, así como (por enésima vez) a ir al despacho de Fitz y tratar de razonar con él, a intentar prepararme el terreno para que hablara con Tommy…
               Y estábamos bastante bien, hasta que la puerta volvió a abrirse y Sabrae nos miró a todos, uno a uno.
               El último fue Alec, pero sus ojos apenas se mantuvieron sobre él dos milésimas de segundo.
               -Mamá y papá quieren saber si os vais a quedar a cenar. Por prepararos algo.
               Sabrae hizo el esfuerzo de mirarme sólo a mí, pero fracasó. Alec se había apoyado en la mesilla de noche, y lo tenía enfrente. Además, sus ojos estaban clavados en ella.
               Ignorando su soberano esfuerzo, las pupilas de Sabrae se desplazaron un par de milímetros en dirección a su amigo. Y aquello fue su perdición. Se miraron el uno al otro largo y tendido, y el ambiente se cargó de electricidad. Por un momento, pensé que, lo que fuera que hubiera pasado entre ellos, se había solucionado.
               Y también que se arrancarían la ropa y lo harían muy fuerte en el suelo de mi habitación, con todos nosotros delante.
               Pero Sabrae parpadeó cuando Alec se armó de valor para apartar sus ojos de ella y clavarlos en mí.
               -¿Quieres que nos quedemos?-preguntó, y Sabrae cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro, incómoda. Me pregunté cuánto hacía que no escuchaba su voz, si la echaba de menos, y cuánto la había echado de menos.
               Me encogí de hombros, y eso fue suficiente para que Sabrae considerara cumplida su misión. Era un no rotundo. Siguieron conmigo un poco más, y enseguida se marcharon, cada uno a su casa, después de que Bey comentara la tensión sexual que acabábamos de presenciar. Alec puso los ojos en blanco cuando le instamos a ir a ver a Sabrae, que estaba a literalmente una pared de distancia, y se puso a la defensiva en cuanto le insistimos un poco.
               -Yo tuve que ir detrás de Eleanor bastantes veces-espeté, aunque dudaba que nosotros nos pudiéramos comparar a ellos. Pero daba igual. Alec no iba a dar su brazo a torcer, porque era orgulloso como él solo, y Sabrae no reconocería en su vida que estaba equivocada, si es que lo estaba de verdad.
               Me prometieron que mañana volverían, pero a las alturas que me lo dijeron, casi prefería que no lo hicieran. Nos les dije nada porque no quería que se sintieran mal, y porque sabía que querían ser lo más imparciales posible, por muy complicado que fuera.
               Tam y Alec fueron los únicos en notar que me fui poniendo mal a medida que avanzaban las agujas del reloj y no se marchaban. Puede que uno de los dos descubriera por qué sin tener que mencionárselo al otro.
               Estábamos ocho, pero faltaba uno, y la habitación estaba extrañamente vacía; habían venido siete, pero uno se había quedado en casa, y aquello tenía un efecto curioso, porque era como si todos se hubieran quedado en casa también.
               Estaban siete, todos, salvo uno, el más importante… y era como si no estuviera nadie.
               Puede que peor. Una cosa es estar solo, y otra sentírselo en una habitación llena de gente.
               Apenas probé bocado mientras meditaba sobre lo que había pasado; les dije a mis padres que estaba cansado y subí a mi habitación. Duna no vino a verme esa noche, y yo se lo agradecí. No quería volver a dormirme preocupado porque mis lágrimas la despertaran.
               Joder, echaba muchísimo de menos a Tommy. Eleanor no podía hacer que la echara de menos de aquella manera aun estando rodeado de mis amigos. Tommy, sí.
               No sólo lo había perdido a él. Había perdido a todo mi mundo.

               Porque estaban siete, faltaba uno… y a mí me faltaba el aire al pensar que era como si no estuviera nadie, y que, si estuviera sólo él, estaríamos todos. Aunque sólo fuéramos dos, y no los nueve de siempre.

12 comentarios:

  1. ME CAGO EN MIS MUERTOS!
    Me ha encantado el capítulo, cada una de las reflexiones de Scott y cada intentó por no volverse loco pensando en Tommy, en si debería escribirle o si debería presentarse en su puta casa aunque le partiera la cara en cuarenta pedazos.Todas las personas que somos fans de Scommy seguramente nos estamos sintiendo igual en este momento, sufriendo por la puta distancia y deseando que vuelvan a estar juntos (aunque conociendote seguro eso va a tardar mucho tiempo en pasar). Siento mucho decirlo pero estaba tan dolida y metida en los pensamientos de Scott que apenas pude emocionarme por la escena de Scott y Eleanor (SEXO GOLOSA) porque para mí ellos dos son lo puto mejor del planeta, del universo y de todo en general. Son la OTP. Son mejor que el chocolate (y eso que para mí el chocolate es sagrado).
    PD1: ERIKA! Benditos sean tus diez dedos de las manos que escriben esta historia junto con tu maravillosa mente. Y bendita seas tú por los momentos que nos das.
    PD2: Mención especial a esto: "Porque estaban siete, faltaba uno… y a mí me faltaba el aire al pensar que era como si no estuviera nadie, y que, si estuviera sólo él, estaríamos todos. Aunque sólo fuéramos dos, y no los nueve de siempre."
    PD3:PRESTEMOS ATENCIÓN A LA TENSIÓN ENTRE SABRAE Y ALEC

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    1. EN MIS MUERTOS REBOZAOS
      Ay Ari, no sabes la ilusión que me hacen siempre tus comentarios resumiendo todo el capítulo de verdad, jo, me encanta tanto que te llegue de esta manera lo que yo escribo ❤
      Me parecía muy importante ver cómo Scott intenta no pensar en Tommy pero que todas sus ideas terminaran dirigiéndose de nuevo a él, vamos a ver más o menos lo mismo con Tommy y jo, me parece súper tierno cómo en estos momentos están hasta la polla el uno del otro y no pueden dejar de adorarse❤❤❤❤❤ mis hijos lindos.
      UF, yo con los pensamientos de Scott también estaba un poco hundida, pero confieso que me emocioné un poco demasiado cuando aparece Eleanor (además, se nota que estoy leyendo un libro bastante explícito en cuanto al sexo, y me dan ganas de serlo a mí también, de ahí que saliera lo que salió), pero no te discuto para nada que Scommy>Sceleanor. ¿Cómo hacerlo? Ni siquiera Scott puede rebatir esa afirmación.

      PD: TE COMO LA CARA A DOS VELOCIDADES.
      PD2: jo, no sabes lo que me encanta cuando alguien me pone una cita de algún párrafo o frase en los comentarios, me hace sentir tan especial❤❤❤
      PD3: POR FAVOR ATENCIÓN A SABRALEC, ELLOS VAN A SER EL FARO DE ESPERANZA EN TODA ESTA TORMENTA

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  2. Eri, ha habido un momento en el que he tenido que dejar de leer el capítulo y ponerme a llorar cual alma en pena, porque no podía seguir leyendo del daño psicológico que este me producía. Cda vez escribes y te expresas mejor. Me he sentido muy identificada en ese capitulo, sobretodo con Scott, porque estoy pasando por algo parecido sin tener herman@s de por medio, y llevo asi varios meses, creo que 4 meses, y todavía no sé como sigo viva sin mi tommy. Es genial ver como enfocas la importancia del nucleo familiar, porque en otras fanfics no lo muestran así, y es que sin el apoyo familiar no salimos adelante para adelante. Ademas me parece super tierno los momentos con duna o los gesto que tiene con shasha, ( después de casi morirme asfixiada con mis propias lágrimas estos momentos me dieron la vida). Al igual que, como eleanor acude a él cada vez que esta al borde del abismo, ¿POR QUÉ NO SE CASAN YA?, es lo que me llevo preguntando desde que todo esto comenzó. Adoro la tensión de Sabralec porque es lo puto mejor del mundo, y me encanta ver como alec, pobre criaturita, se devana los sesos intentando hacerlo bien pero no lo consigue. Sigue escribiendo así, sigue descuartizando mi alma con relatos así (me haces sentirme un poco más viva)
    pd: Sigo esperando el momento en el que los padres escuchen cantar a sus hijos, sobretodo que Harry escuche cantar a Diana, me hace ilusión no sé por qué.
    pd2: Quiero saber algo de Layla ya porque es una criatura superdulce y no sabe lo que le espera a la pobrecita.
    pd3: Por favor diana aká puta ama always.
    pd4: VIVA sher y la madraza que esta hecha .
    Pd5: El primer ejemplar es mío, me lo prometiste.

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    1. Ay Cell porfa eres tan mona, te como la cara ❤ Sinceramente me siento que estoy creciendo con esta novela, aunque luego leo otras cosas que escribe otra gente y me quedo muy !!!!! tengo tantísimo camino por recorrer, pero por otro lado unas ganas tremendas de hacerlo gracias a estos personajes tan importantes para mí, ay :( seguro que tú lo entiendes mejor que nadie.
      Siento mucho lo de que te sientas como Scott, ya sabes que en cualquier momento me mandas un audio de esos tuyos que duran como 30 horas; ya sabes que, aunque tarde en contestarlo varios días, al final lo hago.
      Sinceramente, no sé pro qué le doy tanta importancia a mi familia si yo en mi casa soy bastante independiente; la que mejor me definiría es Diana, voy bastante a mi rollo, no sé por qué hago que los protagonistas principales se centren tanto en los lazos de sangre... aunque supongo que es la manera más fácil de demostrar ternura (por lo de Shasha y Duna especialmente).
      Me encanta la idea que tengo de que Eleanor va a verlo simplemente como su amiga pero luego se ponen a tontear y termina recordando que OH VAYA SCOTT ES MI NOVIO ESTO ES GENIAL y se acaban acostando y uf. Yo creo que lo principal de Sceleanor no es lo mucho que disfrutan el uno con el otro, sino lo amigos que son y la confianza que tienen aun a pesar de que lleven poco saliendo. Se ve un montón la cantidad de años que hace que se ocnocen; como dice Scott, llevan 2 meses de sexo y 15 de relación, y me parece tan precioso...
      Alec es caso aparte, es un pistachín: tiene una cáscara pero luego es súper tierno delicioso, tengo muchísimas ganas de abordar el spinoff para que lo conozcáis, porque de verdad te digo que es mil veces mejor que Tommy, mil veces mejor que Scott. No tiene desperdicio, cada célula de su cuerpo está chapada en oro, y joder, va a enamorarse tantísimo de Sabrae... pues lo dicho, que menudas ganísimas de empezar a escribiros el spinoff. Así que tranquila, que tienes descuartizamiento (no sé si se dice así; Google no me lo subraya, así que me imagino que sí) de alma para rato, aquí no se muere nadie hasta que YO lo diga ☺
      pd: vas a tener que esperar un poco por ese momento aún, pero te prometo que va a ser épico, sobre todo lo de Harry con Diana porque él no se espera que su hija cante así (naturalmente).
      pd2: creo que Layla va a aparecer dentro de poco; aún no estoy muy segura de cuándo pero su papel en esta movida va a ser c r u c i a l.
      pd3: DIOS MÍO DIANA VA A TENER UN MOMENTAZO DNTRO DE POCO QUE UF UF UF VA A ESCALAR POSICIONES EN LA LISTA DE PERSONAJES FAVORITOS A LA VELOCIDAD DEL RAYO.
      pd4: por favor apreciemos que Sherezade es la mejor abogada de su país pero con sus hijos no hay animal más dulce que ella, y lo enamoradísimo (platónicamente, claro) que está Scott de la mujer que le ha dado la vida.
      pd5: no spoilees bella dama, todo ha del legar, pero tranquila, que puede que te llegue algo firmado a casa en algún momento del año que viene ☺

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  3. AYYYYYY TIAAAA SHIPPO TANTO CON ESTA NOVELA QUE ME VOY A MORIR!!!!!
    Como Scott y Tommy no se reconcilien pronto ( y algo me dice que no lo van a hacer) yo me voy a deshidratar cada vez que lea tus capítulos porque no es normal lo que estoy llorando... es que siento que soy yo uno de ellos y estoy viviendo yo la pelea, pero luego pienso en cómo va a ser la reconciliación y pffff sé que va a ser épica porque escribiéndola tú no puede ser de otra manera, cada día amo más esta historia!

    pd:No te comenté en el capítulo anterior porque estoy hasta arriba de exámenes pero tener un ratillo de descanso, llegar al blog y leer estos dos capítulazos no tiene precio.

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    1. ME DAN COMO 40 ESPASMOS MIENTRAS ESCRIBO ES QUE ES FANTÁSTICO TODO OYE.
      Desgraciadamente tu instinto es correcto mi vida, los dos son muy tercos y no van a dar el brazo a torcer fácilmente. Ten en cuenta que, además, los dos llevan razón en alguna parte de esta historia, y se van a agarrar con uñas y dientes a esa creencia de que la culpa de todo la tiene el otro, con lo cual se junta el hambre con las ganas de comer, y toca llorar y sufrir por ellos.
      Uf, espero estar a la altura de las expectativas de la reconciliación, aunque también confío en que, como estamos hablando de Scott y Tommy, sólo por ser ellos dos juntos de nuevo ya será lo bastante hermosa como apra que no me queráis matar.
      PD: no pasa nada corazón, me gusta tener comentarios y hablar con vosotras pero también entiendo que no vivís por y para mi novela. Me pongo un poco tristona al ver que no me comenta tanta gente como antes porque os echo de menos, eso es todo ❤ Pero yo voy a seguir aquí amenizándoos las semanas de exámenes, y esperando con paciencia a que tengáis un huequecito para pasaros y decirme algo, así que mucha suerte y muchísimas gracias por dedicarme tu tiempo❤

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  4. Muero lentamente con el sufrimiento de Scommy. De verdad.

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    1. Se quieren tantísimo, se me desequilibran los chakras :( ❤

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  5. "No quería perderme a Tommy, ni un puto segundo de su vida. Podía vivir perfectamente sin Eleanor; lo había hecho durante 15 años. Mi vida sería una mierda sin ella, sí, pero, por lo menos, sobreviviría." PUES CON LA COÑANME VIENE DOLIENDO TODO LO QUE ES EL CORAZÓN

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    1. UF de verdad es imposible que Scott se enamore tanto de nadie como se ha enamorado de Tommy en serio, son tan hermosos, les deseo todo lo bueno del mundo, qué asco que los haya hecho hetero❤

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  6. Esa última reflexión de Scott me ha matado :(
    Pero los momentos de Scott con sus hermanas y con Eleanor me han hecho un poquito más feliz, gracias por esos momentos de luz en esta oscuridad.

    - Ana

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    1. Scott ama tantísimo a tommy de verdad yo no sé cómo pueden existir dos personas tan unidas como ellos dos :((((( sufro mucho pensando en que en realidad no existen pero no importa, mientras yo los escriba todo en orden ❤

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