sábado, 3 de diciembre de 2016

Cerilla en la tundra.

Estad atentas al capítulo de la semana que viene, porque se avecinan cosas emocionantes... y cosas que no lo son tanto. 😄
Disfrutad, y habladme si podéis. Os echo de menos. 


El agua ardiendo solía hacerme efecto. Cuando me metía debajo de la ducha y abría a tope el grifo del agua caliente, me sentía purificado, como si el fuego en estado líquido hiciera las veces de penitencia para permitirme ascender.
               No es el caso. Ahora, no.
               Noto cómo el agua recorre mi cuerpo, cómo se me enrojece la piel, cómo mis poros protestan, pero yo me mantengo firme. Aprieto los dientes hasta casi hacerme daño (porque es eso, precisamente, lo que estoy buscando: hacerme daño, liberarme a través del dolor) y apoyo la frente en los azulejos blancos.
               Me duelen los nudillos.
               No me molesta el agua que corre por mi piel cuando alto las manos y descubro que los tengo pelados, rojos. Tienen sangre. Igual que mi lengua. Me he mordido en algún momento, no sé cuándo, ni si ha sido él o he sido yo.
               Pero da lo mismo. Me gusta la sangre. Debería asfixiar los gritos agonizantes de todas las almas que se encuentran dentro de mi cuerpo. Ahogarlos. Acallar su sufrimiento a base de sumirlos en una inundación.
               No puedo creerme lo que hemos hecho. No puedo creer que hayamos permitido que algo como lo que teníamos Scott y yo se vaya a la puta mierda así, porque así. Porque le gusta demasiado el sexo, porque a mi hermana le gusta demasiado él, porque a mí me gusta demasiado poco pensar en ellos juntos.
               Pero ahora ya da igual. Scott me odia. Y yo le odio a él. Y me odio a mí mismo, porque sé que no voy a durar mucho tiempo sin él. No estoy acostumbrado a vivir sin él. Joder, nunca he vivido sin él; cuando yo no eran más que un proyecto, Scott estaba ya por el mundo. Siempre había creído que él estaría vivo cuando yo me muriera. Y que, literalmente, no habría conocido el mundo sin Scott.
               Ahora lo estaba conociendo. Y no me gustaba una puta mierda, igual que tampoco me gustaba con él.
               Froto los nudillos contra la pared de azulejos, en el punto exacto en el que se había roto uno hacía muchísimo tiempo, cuando Dan era pequeño, mucho más que Astrid ahora, y que papá siempre dice que va a arreglar, y nunca hace. Y mamá se cabrea, porque puede hacerlo ella perfectamente, pero cuando papá se pide una tarea, se pone como una fiera si a final lo termina haciendo otro.
               Observo impasible cómo la sangre va aumentando más y más a medida que continúo frotando las muñecas contra la pared. Y me escuece. Y me gusta que me escueza, porque así sólo tengo que concentrarme en seguir haciéndolo, y no tengo tiempo para pensar en Scott.
               Sé que estoy a punto de romperme. Sé que estoy cogiendo carrerilla para saltar al abismo al que él se asomó. Y la verdad es que lo anticipo. Ojalá mamá te hubiera abortado, Tommy. Sí, ojalá me hubiera abortado, Eleanor.
               No puedo más. Me duele todo. Me duele todo. Me pesa hasta el alma.
               Me paso las manos por el costado, haciendo presión en una zona que, intuyo, más que veo, se está poniendo morada. Scott me ha dado una patada, y joder, el cabrón da unas patadas de alucinar. No me extraña que la gente no nos tosa; entre mis puñetazos y sus patadas, somos imparables.
               No deberían haberse metido entre nosotros. Deberían haber dejado que continuáramos hasta matarnos. Supongo que yo, en algún momento, saldría del colapso nervioso en el que me había encerrado cuando lo vi acercarse a mí, destilando tensión, y me habría quedado quieto para que rematara la faena.
               O puede que él hubiese parado, y me hubiese detenido yo también al ver que no reaccionaba. Dudo que pudiera hacerle más daño a Scott. Bastante me había odiado ya con todo lo que le había hecho, como para encima terminar de destruirlo. O quizá sería lo que debiera hacer. Estoy seguro de que Sherezade me mataría si le hiciera daño a Scott.
               Puede que fuera lo que tenía que hacer. Hacerle daño a Scott de verdad. Yo no tenía cojones a saltar, pero si me empujaban, me precipitaría con gusto.
               Araño el costado. Mis dedos arden allí donde se está abriendo la piel y la sangre acumulada se libera. Contengo un gemido y continúo. Sólo existe el ahora. Estoy solo, pero como lo he estado toda la vida. Ahora sé por qué mamá hizo lo que hizo. Esto sienta bien. Mi existencia es sólo dolor.
               Y joder, qué gusto.

               Estoy a punto de volver a pasar los nudillos por los azulejos cuando llaman a la puerta.
               -¿Tommy? ¿Te queda mucho?-me pregunta Astrid, entreabriendo la puerta y tapándose los ojos-. Tengo que hacer pis.
               -Pasa-le digo solamente, con la voz tan rota que no la reconozco. Procede de un cuerpo de un siglo de edad, marchito por el paso del tiempo, no de un chaval que ni siquiera llega a la mayoría de edad.
               Los pasos de mi hermana pequeña intentando ser sigilosa y hacer como que no está ahí me sacan de mi ensimismamiento. Espero a que me diga las palabras mágicas, “ya he acabado”, para acabar yo también. Cierro el agua caliente, ella tira de la cisterna, y se intenta marchar por donde ha venido.
               -Lávate las manos, Ash-ordeno, porque sí, me voy a suicidar, no, no sé cuándo va a ser, sólo sé que va a ser, que tengo que coger carrerilla… pero por mi madre que voy a conseguir que mi hermana más pequeña se lave las manos después de ir al baño. Astrid suspira, se da la vuelta y se las lava mientras yo me paso la esponja por la espalda, disfrutando en secreto del placer que resulta del ardor de mis heridas al contacto con el jabón, y asiento con la cabeza a modo de despedida. Limpio los azulejos, salgo y me envuelvo una toalla en la cintura. Me doy la vuelta y me observo la espalda.
               Los arañazos de Diana me marcan como un código de barras a un paquete de galletas en un supermercado. Me está diciendo que soy suyo incluso cuando no quiere tenerme.
               Y los golpes de Scott me libran de ser un dálmata albino.
               Las dos personas que más importantes han resultado ser en mi vida, han hecho de mi cuerpo una prueba andante del odio que ahora me profesan en el mismo día.
               Me paso la lengua por los dientes, notando la herida del primer puñetazo, el que yo no me esperaba pero estaba buscando, el que me tiró al suelo y le dio todas las papeletas a Scott como vencedor.
               Los nudillos están volviendo a enrojecer. Me inclino y rebusco en el armario, a la espera de lograr una venda, cuando la puerta vuelve a abrirse. Es Diana. Se me queda mirando un momento antes de clavar sus ojos en los míos, oscurecérsele por algo que ve en ellos, y susurrar:
               -Me envía tu padre. La cena ya está lista. Dice que no te entretengas-seguro que le ha dicho que me diga que no me toque los huevos, pero Diana me ve tan mal que prefiere ser comprensiva y dulce conmigo-. Te estamos esperando.
               -Podéis ir empezando sin mí.
               Probablemente vomite. Tengo el estómago totalmente retorcido, como si un marinero hubiera asegurado el ancla de su barco más preciado con él.
               Asiento con la cabeza, me vuelvo para darle la espalda y fingir que ya no está ahí, que me duele mirarla a los ojos por todo lo que hay en ellos, la abundancia que se genera en su verde esmeralda, lleno de vida, y compararla con la hambruna que han de soportar los animales en peligro de extinción que hay en mis glaciares. Tiro de la venda y empiezo a pasármela por la palma de la mano, pero soy incapaz. Estoy temblando como un flan. Y no es que tenga frío, por lo menos, en el exterior.
               Me muerdo el labio, intentando concentrarme. Y pierdo todo lo que me queda de saber estar cuando Diana me pasa las manos por el pecho, abrazándome, y me besa el omóplato. Me quedo muy quieto, a la espera del ataque.
               -No tienes por qué hacer esto, Tommy-susurra con una voz tan dulce que seguramente me haga diabético. La miro de reojo, sus ojos se han clavado en mí hace tiempo. Tiene la mejilla pegada a mi espalda. Parece una niña pequeña.
               Mi hermana es la niña pequeña más mona que conozco. Y ni siquiera mi hermana es tan mona como Diana, que parpadea despacio y me observa con la tranquilidad de la pantera que ya le ha roto las patas a su presa. Tiene la cena garantizada, pero nada le impide divertirse un poco.
               -Se me puede infectar-explico, y ella sonríe un poco, y yo también sonrío, y sé que si me dice que me quiere en ese instante puede que no piense en fijarme una fecha para saltar al vacío. Puede que ella consiga salvarme, igual que me salvó de Megan.
               -Deja que te ayude-susurra, y me suelta (no, por favor, no te vayas), me rodea y me coge las manos, que están temblando cada vez más-. Estás temblando como una hoja-observa, divertida y enternecida, acostumbrada a que la gente haga eso en su presencia. Por fin algo que yo hago que le recuerda a todo su mundo, por fin yo me sumerjo en su lago y no ella navega mi océano.
               Me toma las manos, me las abre, me pasa los dedos por la línea de la palma un momento antes de volver a empezar. Se concentra mucho, aunque me aprieta demasiado.
               -¿Lo has hecho alguna vez?
               Niega con la cabeza.
               -Nunca es tarde para aprender, ¿no?-replica, dándose por satisfecha y repitiendo el proceso en mi otra mano, que está bastante mejor y, aun así, ella venda el doble-. Deja que te mire lo del costado.
               -Estoy bien.
               Pero ella me levanta el brazo y examina la herida como si fuera Layla. No tiene ni idea de medicina. Y ahí la tengo, con la cabeza inclinada hacia delante, sus ojos escaneando mi piel rota, ennegrecida o convertida en rubí.
               -Voy a echarte algo.
               -Diana, no hace falta que…
               -Se te puede infectar-dice solamente. Me obliga a sentarme y me pasa un algodón empapado en marrón y amarillo hasta que se da por satisfecha. Luego, se pone en cuclillas a mi lado y clava los ojos en mí.
               Y sólo existimos ella y yo.
               Y soy un gilipollas por siquiera pensar en mirar en otras, acostarme con otras, o acostarme con ella pensando en otros, y traicionar esos ojos.
               Le aparto un mechón rubio de la cara, bajo por su mejilla y su mentón hasta pasarle el pulgar por los labios.
               -Eres hermosa.
               Sonríe y me muerde un poco el pulgar al hacerlo.
               -Lo sé.
               -Y te quiero.
               Sus ojos chispean. Una estrella fugaz que cruza el cielo de la selva. Miles y miles de deseos se elevarán hasta ella. Cuántos va a cumplir, eso ya sólo depende de su voluntad.
               -Lo sé-responde. Me gustaría que me dijera que ella también me quiere. Que no decíamos en serio lo que dijimos el martes. Que todavía hay un “nosotros”, un glorioso nosotros, un inmenso nosotros, un imperfecto pero valioso nosotros.
               Un nosotros al que yo me pueda aferrar para salvarme.
               Estoy a punto de pedirle que me diga que me quiere, aunque sea mentira, cuando ella se gira y me da un beso en la palma de la mano.
               -Tenemos que ir a cenar-me dice, y yo asiento, me pongo la camiseta, y ella se gira para que me pueda poner la parte de abajo tranquilo. Porque puede que esté cabreada conmigo, pero verme desnudo es más de lo que puede resistir. Cuando se gira porque yo he vuelto a su lado, me observa con atención, nuestras almas se enredan un momento en las ventanas de nuestros ojos, se dicen todo lo que se tienen que decir. Busco su mano, y ella se deja hacer. Me acaricia la cara interna del brazo y se pone de puntillas. Joder, va a obsequiarme con un beso.
               -Sigo mosqueadísima contigo-informa, y yo asiento.
               -Vale.
               -Pero sé que ahora te sientes solo-sus labios están tan cerca de los míos que puedo sentir cómo las palabras se cincelan en su aliento. Dios mío, estoy delante de mi mujer.
               Y la voy a dejar viuda en menos de una semana.
               -Sí-admito, porque es la verdad, me siento solo y odio estar solo.
               -Pues no lo estás. Me tienes a mí-responde, y se inclina y me besa, y yo me dejo hacer, transmito toda mi energía hacia su boca, que apenas se entreabre para dejarme pasar. Es nuestro primer beso, un primer beso tímido, en el que sólo quieres ver si tus labios y los del otro encajan bien.
               -No como me gustaría, Didi.
               Sonríe, se baja a sus talones y se aparta un mechón de pelo de la cara.
               -Así son las cosas.
               -¿No puedes hacer el esfuerzo?-inquiero, y ella inclina la cabeza, frunciendo el ceño.
               -No quiero hacer el esfuerzo-replica-, porque la que lleva razón aquí soy yo.
               Asiento con la cabeza, mirándonos los pies y ella sonríe.
               -Pero tenías que intentarlo-murmura.
               -Sí, tenía que intentarlo.
               -Ay, inglés-suspira, volviendo a besarme y acariciándome la nuca, enredando sus dedos en mi pelo aún húmedo. Se separa un poco de mí, y al principio pienso que lo hace para respirar, o para recordarse que efectivamente está mosqueadísima conmigo… pero no. Es para aleccionarme. Para ponerme un letrero de “gilipollas” bien grande en la frente-. No me refería a lo de las vendas cuando te lo dije, lo sabes, ¿verdad?
               Me la quedo mirando.
               -El que lleva razón soy yo.
               -Pero inglés-responde, acariciándome los brazos-, si aquí sois ambos los que estáis equivocados.
               Pongo los ojos en blanco y dejo que me lleve a la cocina. Eleanor se muere de ganas por preguntarle qué tal patea culos su novio, pero se controla con la mirada envenenada que le lanza Diana, como diciendo “ahora no”, y por cómo Diana me lleva por la casa como si el visitante fuera yo. Se sienta a mi lado y se asegura de que coma, no prueba bocado hasta que yo no lo haga, mastica mirándome con mucha atención la mandíbula (porque le gusta ver cómo muevo la mandíbula, porque puede ver cómo mastico, y porque quiere asegurarse de que estoy comiendo como una persona normal) y traga cuando yo lo hago.
               Es un truco muy bueno. Me obliga a comer, porque si yo no como, ella tampoco lo hará.
               Otra cosa son mis retortijones. Pero ya me ocuparé yo de ellos. Mamá me acerca varias veces la fuente con la cena, pero yo niego con la cabeza. Eleanor no levanta la vista de su plato, es como si le pesaran los ojos y el esfuerzo de alzarlos resultara agotador. Astrid y Dan se pelean porque no quieren comerse la verdura y se la pasan de un plato a otro, hasta que papá les dice que dejen de hacer el tonto y les echa el doble para que los pobres chiquillos revienten a base de berenjena. Mamá y papá hablan, pero yo apenas les escucho. Diana interviene a veces en la conversación. Por lo demás, el ambiente está enrarecido. En una casa en la que viven 7 personas, el silencio se expande.
               Eleanor remolonea para quedarse a solas conmigo. Me toca fregar. Diana se me queda mirando un rato, y se termina disculpando diciendo que tiene que ir a cerrar unos asuntos, y de paso a hablar con Zoe.
               Eleanor se acerca con timidez a dejarme al alcance de la mano el cuchillo que ha usado para pelar su manzana.
               -¿Quieres que te ayude?-pregunta, tanteando el terreno. Niego con la cabeza. Estoy a punto de decirle que ya ha hecho bastante pero, sinceramente, estoy tan agotado de todo que dudo que pueda soportar volver a tener que gritarme con ella. Es que ya me da igual. Puede que ella haya tirado el jarrón de porcelana al suelo, pero Scott y yo acabamos de bailar una jota los dos juntos encima de los trozos desperdigados. Esto ya no hay quien lo arregle.
               Es una pena, la verdad. Ni en el mayor de los palacios del emperador más poderoso de China había un jarrón tan bonito, elaborado y cuidado como el nuestro. Pero, claro, hubo que abrir su urna de cristal.
               Me echo a temblar de nuevo, cierro los ojos y me concentro en contar hasta 100. Es lo que hago en las fiestas, cuando espero a que Scott me encuentre, me coja la cara entre las manos y me convenza de que nada me va a hacer daño, porque él está aquí.
               Bueno… lo que hacía. Ya no puedo esperar a Scott. Él no va a venir a buscarme. No va a cogerme la cara entre las manos, ni me va a convencer de que nada me hará daño, porque ni él estará aquí, ni tendría el más mínimo interés en protegerme después de lo que ha pasado hoy.
               ¿Por qué he tenido que sacarle a Ashley? ¿Por qué no me he mordido la lengua por una puta vez en toda mi jodida existencia? ¿Por qué tengo que echárselo todo en cara a todo el mundo? ¿Por qué he tenido que nacer así?
               ¿Por qué he tenido que nacer?
               -Tommy-susurra Eleanor, preocupada, cuando me empiezan a castañetear los dientes. Me pone una mano en el brazo, y yo me aparto.
               -Estoy bien. Déjame solo.
               -Pero, Tommy, yo…-empieza, y me la quedo mirando, y ella da un paso atrás, pero vuelve a estirar el brazo, y te juro que si vuelve a tocarme, si vuelve a tocarme con esos brazos que lanzaron el jarrón al suelo, yo… yo… la asfixiaré, y disfrutaré en el proceso, joder, vaya si lo haré.
               -No me toques, Eleanor-suelto apartándome de ella, porque va a hacerlo y si encima me cargo a mi hermana, le daré un disgusto de muerte a mamá. Ella aparta la mano como quien no sabe que el fuego quema y se lo dicen un segundo antes de que toque esa fascinante figura-. ¿Puedes dejarme solo, por favor?
               -Tommy…
               -Déjame solo, Eleanor, ¿quieres que te lo suplique? Porque lo haré. No puedo tenerte delante. Ahora no.
               Ella se marcha, vacilando un poco. Abre la puerta de la cocina y la cierra. Y yo me echo a llorar.
               Porque la hago llorar a ella, a Diana, a todas las chicas que me importan. Soy una mierda con piernas.
               Me inclino hacia delante, peleándome con mis ojos, que no parecen querer colaborar conmigo. No puedo secarme las lágrimas, por el jabón de lavar los platos. Trago saliva, intento tranquilizarme, contener mis temblores, decirme que todo va a salir bien, y me lo voy creyendo muy lentamente.
               Tan lentamente como se desarrolla la evolución.
               Se abre la puerta de la cocina, y yo me giro instintivamente para ver quién es, antes de darme cuenta de cómo estoy y de la poca gracia que le va a hacer a quien quiera que entre encontrarme de esta guisa.
               Papá se me queda mirando un momento, una botella de cerveza vacía colgando entre sus dedos. Frunce el ceño ligeramente, preguntándose qué me ocurre. Se le tuerce la boca en un gesto que denota tristeza.
               -¿Qué te pasa, T?-pregunta, y yo me encojo de hombros. Deja la botella vacía a mi lado, en la encimera, y me pone una mano en el hombro-. ¿Te encuentras bien?
               Mamá es la lista de los dos. Es evidente que papá es gilipollas perdido. Sí, claro, me encuentro bien, por eso me pillas llorando en la cocina, porque estoy bien. Me encojo de hombros, me aclaro la garganta y digo un firme “sí”, con toda la convicción que puedo reunir. Que no es mucha. Pero algo, es.
               Papá me acaricia la espalda.
               -Sabes que puedes contármelo, ¿verdad?
               Tú no lo entenderías. Nunca has perdido a mamá, me gustaría decirle, pero me muerdo la lengua y asiento.
               -¿Qué ha pasado en el partido?
               -Me he peleado con Scott-confieso-. Pero… en serio. A puñetazo limpio-no me atrevo a mirarlo, así que me giro hacia los platos, vuelvo a aclararme la garganta. Papá se queda en silencio a mi lado, esperando que elabore mi historia, pero no pienso entrar en detalles.
               -¿Por qué os habéis enfadado?
               Me encojo de hombros. No sé si no lo sé a ciencia cierta y temo que desbarate mis teorías de por qué estoy cabreado con nosotros dos, o porque no quiero que desprecie lo mal que me siento. Es decir, bueno, es un poco patético estar así de en la mierda por tu mejor amigo. Deberías estar así cuando pillas a tu mujer de muchos años en la cama con otro.
               Joder, espero que no me pase eso nunca.
               Joder, ojalá no se lo hubiera hecho a Diana y Layla.
               Joder, ojalá no le hubiera sacado a relucir el tema a Scott. Si no fuera tan subnormal, puede que ahora mismo estuviera fregando con él a mi lado, quitándome los platos y secándolos a toda velocidad, para ir a freírnos los ojos jugando a la consola o asaltar mi armario en busca de ropa para ponernos y salir esta noche.
               -¿Es por una chica?-papá da en el clavo, aunque no de la forma en que piensa que lo va a hacer. Asiento con la cabeza, él se mete las manos en los bolsillos del pantalón-. Mira, hijo… no te merece la pena tener bronca con Scott por una chica. Si a vosotros os gusta, deberíais poneros de acuerdo en no acercaros ninguno o pelear los dos por ella (sin trucos sucios, claro está), y dejar que ella decida.
               -Ella ya ha decidido.
               Papá frunce el ceño.
               -Pues no pensaba que Scott tuviera tan mal perder, la verdad.
               Me vuelvo y lo miro.
               -¿Qué?
               Frunce el ceño.
               -¿La chica no es Diana?
               Alzo las cejas.
               -¿Diana? Scott la detesta. Bueno, la detestaba, ahora la traga. Supongo que ahora la tragará, quiero decir. No le gustaba cómo me ponía yo cuando ella andaba cerca-me pone muy triste darme cuenta de que estoy usando el pasado, como si ya hubiera enterrado los 17 años en que Scott y yo habíamos sido uña y carne-. No, no, la chica es otra.
               -Pues no lo entiendo, ¿por qué querrías tú…?
               -Es Eleanor.
               Papá abre los ojos.
               -¿Eleanor?
               -Sí, bueno, es largo de explicar. No hay nada raro. Y, de todas formas, ya no importa-me encojo de hombros y procedo a limpiarlo todo. Papá me mira, va a decir algo, pero lo corto con un-: ¿Tienes algo para fregar? Quiero subir a mi habitación. Voy a tumbarme pronto. Tengo sueño atrasado. Y ha sido un día muy largo-me llevo inconscientemente los dedos a los nudillos vendados; papá lo observa sin hacer ningún comentario. Asiente despacio, entendiendo que necesito mi espacio y respetándolo, y se hace a un lado para dejarme pasar. Constato una vez más que soy más alto que él. Debe de odiarlo. Que sea más alto yo, quiero decir. A mamá nunca le ha importado, dice que cuanta menos distancia los separe, más fácil es darle besos cuando se pone de morros, pero yo sé que a papá siempre le ha acomplejado ser el bajo de la banda. No le gusta ser más bajo que la gente.
               Me pongo el pijama y me meto en la cama. Ni siquiera le he dado un beso de buenas noches a mamá, a pesar de que nos encanta tanto a ella como a mí. Supongo que lo entenderá. Papá le dirá que estoy disgustado y ella no le dará importancia. O puede que ella venga, se siente a mi lado en la cama, me dé un beso en la frente, me acaricie las manos y me arrope, metiendo las mantas por debajo de la almohada para que no me entre el frío, como a mí me gusta.
               Pero no lo hace. Papá le ha dicho que quiero estar solo, y en parte es verdad y en parte no, así que se aguanta las ganas que tiene de darme un beso y se acurruca en el sofá contra mi padre, diciendo que él puede elegir la peli que van a ver esta noche aunque en teoría le toca a ella, porque en realidad, no importa. No le va a prestar atención. Va a estar demasiado ocupada dándole vueltas al mero hecho de que yo quiera estar solo (cuando nunca he querido estar solo) como para interesarse por lo que pase frente a sus ojos. Seguro que la actuación no es tan buena, la banda sonora es mejor de lo que se dice, y el director es un gilipollas que no ha sabido aprovechar bien la chicha del guión.
               Saco el móvil y abro Telegram. Me odio un montón cuando me veo yendo a la conversación con Scott. Releo los últimos mensajes, tan inocentes, con tan poco que reprocharnos el uno al otro, todo risas y vaciladas. Lo echo mucho de menos. A Scott y a sus mensajes. Hace la vida mucho más fácil.
               Supongo que es por eso por lo que Eleanor ha dado tanto por conseguirlo.
               Eleanor. La veo conectada. Tiene una foto en la que está con Mary, las dos sonriendo. En una esquina de la imagen, pende el colgante del avión de papel del que no se ha separado en casi un mes. Sólo cuando estaba cabreada con su “novio”.
               Algo en mi interior hace clic. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis. Las chicas inclinaron el móvil para que el colgante se viera sí o sí, otra cosa era que tú te fijaras. El jersey negro de mi hermana lo hace destacar sobre el fondo oscuro, al ser éste plateado.
               Se lo dio Scott.
               Se lo dio Scott, joder, por eso Scott se lo miraba cada dos por tres, porque era la marca de que era suya, de lo que estaban haciendo, de que habían vencido.
               Empiezo a cabrearme incluso con Mary, la criatura más dulce que te puedes encontrar, que incluso se pone colorada cuando te la cruzas por el pasillo de su casa al ir a ver a Alec, agacha la cabeza, se le ponen las mejillas rojísimas y susurra un tímido “hola” antes de seguir su camino, apretando el paso.
               Alec me mataría si supiera que le estoy cogiendo tirria a su hermana, “el mayor pedacito de pastel de lujo con denominación de origen que te puedas encontrar en esta mierda de país”, según él, por una simple foto. Quizá debiera decírselo. Me facilitaría un montón las cosas.
               No quiero hacerlo, y, sin embargo, llevo la mano con la que no sostengo el móvil al extremo del costado, y empiezo a apretar ahí. Me estremezco mientras el dolor se apodera de mi cuerpo, pero yo estoy demasiado ocupado observando el colgante, cabreándome más y más conmigo mismo por no haberme dado cuenta de que se miraban de manera diferente, de que tonteaban más de lo que lo habían hecho hasta entonces, y de que Scott se pegaba a ella mucho más que antes.
               Y también me cabreo con Scott por tener la poca vergüenza de hacerle un regalo así a mi hermana para que ella lo luzca delante de mis narices…
               … como efectivamente hace, cuando llama a la puerta de mi habitación y lo hace con timidez. Al llamar, pienso que puede ser Diana, o que puede ser mi madre. En ningún momento pienso en ella, porque ella no llama a las puertas, ya no digamos las de mi habitación.
               -¿Tommy?-inquiere, asomando un poco la cabeza, haciendo que el cuello se desplace hacia delante en relación con el cuerpo y la cadena se balancee con el pequeño avión de papel plateado flotando en el aire, apenas sostenido por un hilo que a él le parece bastante.
               -No estoy de humor, Eleanor-digo, cerrando la aplicación y mirando al techo. No puedo mirarla. No puedo, no puedo, no puedo.
               -No vengo a pelearme-dice-, ¿puedo pasar?
               -No-respondo, pero ella da un paso y se mete en la habitación igualmente. Pongo los ojos en blanco-. ¿Por qué preguntas, si luego haces lo que te da la gana?
               Vacila un momento antes de acercarse a mí y sentarse a los pies de la cama. Me hago un ovillo, incorporándome y pegando las piernas al pecho, porque sé que si la toco, o si ella me toca a mí, acabaré destrozándola. Me beberé su sangre.
               -Vengo a pedirte perdón-empieza, enredándose los dedos hasta casi rompérselos-. Sé que no me he portado bien contigo, teniendo en cuenta por lo que estás pasando, y me arrepiento mucho de haber reaccionado como reaccioné. Especialmente, me arrepiento de lo que te dije sobre mamá-se le encienden un poco las mejillas, se mira el regazo y se resiste a mi mirada envenenada, que la está taladrando-. Pero tienes que entenderme, Tommy-levanta la cabeza y me observa con esos ojazos que antes me parecían tan bonitos y ahora sin embargo me hacen pensar en que así deben de lucir las puertas del Purgatorio-, te veo tan mal, y le veo tan mal a él-no dice su nombre, y yo se lo agradezco, porque me daré asco por ser lo bastante imbécil como para no darme cuenta de con qué adoración menciona su nombre-, y me enfada tanto ver lo mal que lo estáis pasando por culpa del otro… Tienes que perdonarnos, nosotros no hemos planeado esto. Ya sé que tú no nos querías ver juntos ni en pintura, pero nos hemos enamorado, Scott y yo somos felices juntos…
               -No hay ningún Scott y tú-la corto, y sus ojos chispearon por la sorpresa, porque sí, hay un Scott y Eleanor, un Scott y Eleanor como una catedral-; había un Scott y yo, pero tú lo has jodido. Así que gracias-me encojo de hombros, y ella me observa con estupefacción-. Pero sigue.
               -Pues… eso, que te pido perdón por haberte dicho…
               -Sí, eso ya lo he oído; ¿algo más?
               Se queda callada un momento, pensando en lo que puede hacer para acallar a la bestia, qué cuerdas de la lira tocar. Después, lentamente, sacude la cabeza, y su melena baila a su alrededor.
               -Eso es todo-dice finalmente.
               -Bien-asiento con la cabeza, cruzándome de brazos-. Mi turno-me yergo un poco, para estar más alto que ella y poder mirarla desde arriba-. No vuelvas a dirigirme la palabra, Eleanor-se me queda mirando como el ciervo al que los faros del camión sorprenden en plena carretera-. En lo que a ti respecta, mamá que me abortó. Tú no eres mi hermana, yo no soy tu hermano. Viviremos en la misma casa, pero no tendremos más relación.
               -Tommy…-empieza, con lágrimas de cocodrilo asomándole los ojos.
               -Ni Tommy ni hostias-replico-, así son las cosas. Siempre lo has sabido. O Scott, o yo. Te has quedado con Scott. Lo cual me parece de puta madre, al fin y al cabo, a él te lo puedes follar, y yo no te tocaría ni con un palo-espeto, y ella parpadea, herida, joder, me estoy pasando, me parece, tres pueblos, o no, espera, mira el colgante, no, le estoy dando lo que se merece-. Y deja de llorar. Ya no eres una cría. Incluso si tú no me lo hubieras dejado claro, Scott se aseguró de que yo lo supiera esta tarde. Puede que con él te sirvan esas tácticas de dar pena, pero yo estoy harto. No tengo tiempo, ni ganas, ni energía, para aguantar tus mierdas, Eleanor. Desaparece-chasqueo los dedos, pero ella no se mueve-. ¡FUERA!-bramo, y ella da un brinco, se levanta y sale de la habitación a toda prisa. La escucho atravesar el pasillo y subir las escaleras, abrir la trampilla y hablar con Diana, aunque no entiendo lo que dicen. Estoy tan cabreado, estoy temblando de tal manera, que los latidos de mi corazón me hacen daño en el pecho. Me va a dar algo, estoy seguro. Al final, no voy a tener que coger carrerilla para saltar por el acantilado. Me voy a desplomar al lado de su borde.
               ¿Qué más dará? No importa el viaje, sino el destino.
               Me tumbo de lado en la cama, del costado donde tengo la herida, y continúo presionándomela mientras las escucho hablar rapidísimo. Eleanor está sollozando, y me rompe el corazón escucharla hacer esos sonidos y saber que la culpa la tengo yo.
               Si tuviera un mínimo de decencia, me metería una escopeta de caza en la boca y apretaría el gatillo. Estas cosas no se le hacen a una hermana pequeña, esto que le acabo de decir no se le dice a nadie. Cierro los ojos, deseando desaparecer; seguro que si lo deseo con suficiente fuerza, terminará sucediendo.
               Diana la reconforta, le acaricia la espalda, le dice que todo saldrá bien, que entienda que no he querido decirle eso ni de coña, que no tiene por qué pensar que he dejado de quererla, que por mucho que me moleste seguiremos siendo hermanos y terminaré agradeciéndolo en un futuro. Y que debería ir a ver a Scott, a lo que Eleanor le contesta que no puede ir a ver a Scott, porque si Scott la ve de esta guisa, vendrá y me matará, y por mucho que deteste el monstruo en el que me estoy convirtiendo, Diana tiene razón, siempre seré su hermano y siempre me querrá, aunque yo no me lo merezca. Diana le sonríe, se abrazan, le dice que vale su peso platino, le besa la cabeza y le dice que todo saldrá bien. Eleanor le responde que es un amor. Diana le dice que tiene sus momentos. Eleanor riéndose, Diana le coge la cara y le dice que está muchísimo más guapa cuando se ríe que cuando llora (y tiene razón, mi hermana es preciosa, sobre todo cuando se ríe), le pellizca el hombro y le dice que va a venir a cantarme las cuarenta, que se vaya a dormir tranquila, que me va a domar.
               Eleanor baja las escaleras con timidez; Diana tarda un poco en venir a verme, pero cuando lo hace, yo ya me temo lo peor. Es más, en cuanto la escucho bajar las escaleras de la buhardilla, me pongo a redactar mi carta de suicidio. El punto de inflexión de mi vida va a ser la bronca que me va a echar Diana.
               Ni Layla va a poder pararme los pies como yo se los paré a ella.
               Diana abre la puerta y se queda allí plantada, esperando una reacción por mi parte. Me giro y la miro.
               -No hay nada que puedas decirme que me vaya a hacer sentir peor de lo que ya me siento.
               -No he venido para hacerte sentir mal-responde-. Me consta que tienes conciencia-cierra la puerta despacio y se acerca a mí, que la contemplo con cautela. Quiero estirar los dedos y apartarle el pelo del hombro, besarle la punta en que su mandíbula se conecta a su cuello y hacer que cierre los ojos y se estremezca, quiero besarla y que ella responda a mi beso estrechándome contra sí.
               Quiero volver a ser los del museo.
               -¿Por qué estás aquí, entonces?-pregunto, no obstante. Ella tarda un poco en responder. Está preparando el ambiente.
               -Porque ya he visto esa mirada más veces, y nunca en ti. Porque no tienes por qué seguir haciéndote esto, pero vas a continuar, a no ser que alguien te pare los pies. Yo te voy a parar los pies-me dice, sentándose a mi lado-. Pídemelo, Tommy-me acaricia la mejilla cuando me incorporo para mirarla. Me observa los labios. Quiere besármelos-. Pídeme lo que quieras. Esta noche, voy a dártelo.
               Tímidamente, le paso una mano por el pelo, capturando un mechón rubio y colocándoselo detrás de la oreja. Sigo bajando por su cuello hasta su hombro, preguntándome cómo es que no tiene frío si sólo lleva puesta una camiseta de tirantes. La necesito conmigo. La necesito muchísimo, necesito sentir su cuerpo al lado del mío, sus curvas acoplándose a mis ángulos, su piel calentita acariciando la mía, su pelo cayendo por mi pecho, sus ojos en los míos, sus manos en mi vientre, las mías en su costado. Necesito soñar con ella porque el aroma de su melena no me dé opción a tener una pesadilla. Necesito despertarme en medio de la noche y preguntarme qué es ese bulto cálido a mi lado, que se mueve ligeramente, como si respirara, y besarla en la frente y pegarla un poco más a mí cuando en mi cabeza se forme una frase, corta pero de muy profundo poder: Es Diana.
               -Duerme conmigo-le pido, y ella sonríe. Es exactamente lo que quería que le pidiera. Se inclina hacia mí, me besa despacio en los labios, como si temiera romperme o cortarse ella con las aristas de mi alma resquebrajada.
               -¿Quieres que te ayude a olvidar?-susurra contra mis labios, y yo asiento.
               -Por favor.
               Se separa de mí, o lo intenta, porque yo la agarro de la cintura y tiro de ella en mi dirección.
               -No puedo soportar tenerte lejos.
               -No me voy a ir a ningún sitio esta noche-responde, acariciándome el cuello con la nariz-. Pero déjame espacio. Y mírame. Me encanta cómo me miras cuando me quito la ropa-me pide, dándome un mordisquito por debajo de la mandíbula y alejándose. Se baja el tirante de un hombro, luego, del otro, y luego, justo cuando su camiseta está a punto de revelarme los tesoros que oculta, tira de ella y es Diana quien me los muestra. Sonríe cuando la acaricio.
               -Tienes las manos heladas-comenta, y yo sonrío a modo de disculpa, y hago ademán de apartarlas, pero me agarra las muñecas y me impide irme lejos-. No. Me gusta que me acaricies. Lo soportaré.
               Me quita la camiseta, los pantalones, yo la acaricio con esas manos heladas. Se echa encima de mí, deja que entre en ella, suspiramos cuando nos convertimos en uno, nos besamos y lo hacemos tremendamente despacio. No exagero si digo que es posible que estuviéramos una hora entera unidos, acariciándonos, moviéndonos, sin acelerarnos. Soy un coche viejo que sirve para irse de viaje, pero olvídate de ir por las autopistas: necesito ir a mi ritmo, sin pausa, pero sin prisa.
               Acabamos con las espaldas al aire, las mantas como dos cabos en los que nuestros cuerpos son una bahía. Diana suspira, recuperando el aliento, se baja un poco, porque ella está encima, y me besa en los labios, desde arriba. Me captura el inferior entre los dientes un momento, como diciendo “eres mío”, y sí, americana, soy tuyo, total y absolutamente tuyo, y me pasa las manos por los brazos.
               -Dios, Tommy, ojalá nunca dejes de jugar a baloncesto-susurra, y yo me echo a reír, le beso ambos pechos y la abrazo con fuerza, a lo que ella responde enredando sus dedos en mi pelo.
               -Haré lo que pueda.
               Nos tumbamos uno al lado del otro, mirándonos a los ojos, a aquellas selvas, a esos mares.
               -No te merezco-susurro por fin, acariciándole la mandíbula cincelada por los dioses. Hay seres omnipotentes, y su favorita es ella.
               Diana sonríe, sus ojos se encienden un poco, sus dientes se asoman por entre sus labios. No he hecho nada para merecerla, es más, no paro de cagarla y conseguir más y más papeletas para que se aleje de mí. Pero ella no lo hace. Es una santa.
               -Eso está por ver-susurra, y, aunque sonríe, en su expresión cambia algo. Entrelaza mis dedos con los suyos y observa nuestras manos unidas.
               Sé lo que está pensando. Lo sé igual que sé que Scott no está dormido ahora, dándole vueltas a lo que ha pasado esta tarde igual que lo voy a hacer yo. Algo dentro de mí me lo dice. La parte del universo que tengo almacenada en mi interior está conectada con esa parte en la que están Diana y Scott.
               Y se lo pregunto. Porque sé que está rota, y yo también lo estoy, y quizá podamos unir nuestros pedacitos y conseguir de los dos algo aún más fuerte, más grande y bonito. En China, hay aldeas en que lanzan los jarrones más preciados al suelo, y luego los unen con masilla dorada, consiguiendo obras de arte aún mejores.
               -¿Por qué estás aquí?
               -Porque quiero pasar la noche contigo, y asegurarme de que estás bien-contesta, aunque sabe que yo no me refiero a eso, y sabe que yo sé que ella lo sabe.
               -No, Diana-replico-, ¿por qué estás en mi casa?
               No es hasta que sus ojos no brillan con los fantasmas del pasado, los fantasmas llenos de tristeza, que me doy cuenta de que hace días que no se le marcan los hoyuelos heredados de su padre al sonreír. No es feliz aquí, no es feliz conmigo, y la culpa sólo la tengo yo.
               -Porque en la mía ya no me querían-comenta, y finge que no le da importancia, pero yo veo en aquellas junglas que los cazadores furtivos que son el haber creído notar a sus padres felices a pesar de que ella lleva fuera de casa meses están mermando la población de panteras, la están llevando a la extinción.
               -En casa te querían. Y aquí también te queremos-replico, besándole la nariz. Ella se pega un poco más a mí, como si necesitara estar conmigo más que yo necesito estar con ella. Cierro los ojos, me acomodo en la cama a su lado y la observo, contemplo las ondulaciones que le produce a las mantas, contemplo cómo el colchón se hunde bajo su cuerpo, cómo mi brazo se adapta al hueco que su cuello deja en mi almohada-. Voy a cuidarte-ella parpadea, pero no para contener las lágrimas, sino para hacerme ver que me está prestando atención-. Cuídame tú a mí.
               Puede que consiga hacer con Scott lo que hizo con Megan, empacharme tanto de ella que no quiera ni oír hablar de los demás. Diana me besa la mejilla y apoya la cabeza en mi pecho, y me mira.
               -Dime que me quieres-le pido, y se incorpora-. Aunque sea mentira. Dímelo.
               Me pasa el dedo índice por los labios.
               -Te quiero. Y no es mentira-me besa-. Duérmete, inglés. Yo te cuidaré esta noche. Sólo estamos tú y yo en el mundo.
               Me dejo llevar. Puede que criara branquias si ella me lo pidiera. Me sumo en un sueño profundo en el que apenas descanso casi inmediatamente, con su cuerpo dándome calor y el mío dándoselo a ella, sus dedos dibujando patrones aleatorios en mi pecho y sus labios sobre mi piel.
               Diana espera hasta asegurarse de que estoy dormido para incorporarse, mirarme, y sacudirse de encima la pesada carga que lleva a la espalda y que le impide volar.
               -Pero si no solucionas esto pronto y te sigues convirtiendo en el monstruo que está despertando Eleanor, dentro de poco será mentira.
               Se da la vuelta, se pasa mi brazo por la cintura y se queda dormida. Yo me despierto en mitad de la noche, helado, a pesar de que tenemos varias mantas y estamos pegados el uno al otro.
               Entonces, me doy cuenta de dónde procede el frío. No es de fuera, sino de dentro. Mi alma está asimilando que ya no soy amigo de Scott. Y no le gusta.
               La presencia de Diana no es tan reconfortante de madrugada como lo es cuando luce el sol. Es como intentar leer con la luz que proporciona la luna llena en una noche despejada.
               Como intentar no sentir calor encendiendo una cerilla en la tundra.


No sabría decir con quién estaba más decepcionado: si conmigo, por haber sido tan gilipollas de responder a las provocaciones de Tommy; con Tommy, por haberme salido al trapo con la zorra de Ashley; conmigo, por haber ido siempre de superior a los demás en la vida (bueno, más o menos); con Eleanor, por haber hecho que abriera los ojos y me fijara en ella; o, en fin, con el universo por simplemente existir.
               El caso es que apenas reaccioné cuando Max me empujó contra la puerta de mi casa.
               -¿A qué cojones ha venido eso, Scott?-gruñó. Puse los ojos en blanco.
               -A que me dejéis tranquilo, joder. ¡No hacéis más que atosigarme! ¡Yo no he hecho absolutamente nada y todos os ponéis de su parte!
               -¿Puede que sea, quizás, por el hecho de que nos hayas mentido? Sinceramente, tío, a mí me la suda que estés con Eleanor o con quien te dé la gana. Pero lo que no está bien es que te hagas el sango y el digno cuando nos has mentido a todos a la putísima cara durante semanas.
               -¡No tenía otra opción!
               -Vale, macho, lo que tú digas-se frotó la sien-. En fin, el caso es que vosotros, par de imbéciles, podéis dar gracias de que Alec no estuviera aquí. Os habría roto a mandíbula, como os merecéis.
               Lo observé.
               -¿Seguro que tienes tiempo para aleccionarme? Quiero decir… ¿no tienes que ir a estar casado con tu novia?
               Me empujó contra la puerta.
               -Tú hoy quieres que te rompan la cara, ¿no es así? ¿Te parece que Tommy te ha caneado poco? Vuelve a mencionar a Bella en ese tono y te prometo que él te ha hecho el amor comparado con lo que te haré yo-dicho esto, me sacó las llaves del bolsillo y las metió en la cerradura. Dio varias vueltas y me invitó a pasar.
               -Max…
               -Me marcho-urgió, tendiéndome las llaves.
               -Tío, lo siento, ¿vale? Yo no… no quería decir eso-lo último que necesitaba era que Max se cabreara conmigo también; bastante tenía con Tommy, y seguramente con Alec. No necesitaba más movidas con nadie más-. Es que… me estoy volviendo loco, con la movida con Tommy, y estando todo el día metido en casa, y…-me pasé una mano por el pelo; Max esperó a que terminara-. ¿Me lo tendrás mucho en cuenta?
               -Depende, ¿de cuántos billetes estamos hablando?-inquirió, y yo sonreí-. Pero en serio, S. Tienes que controlarte más. Y si estás mal, por la movida de Tommy, coges, y te reconcilias con él. T estaba dispuesto a hablar contigo esta tarde… bueno, algo debió de pasar, pero el caso es que fue él quien nos sugirió por la mañana que te trajéramos. Pero eso ya no importa. Y si estás agobiado porque estás metido en casa… sinceramente, tío, estás encerrado porque tú quieres. Puedes venir a dar una vuelta o lo que sea.
               Alcé una ceja.
               -¿Contigo y con Bella?-espeté. Él sacudió la cabeza.
               -No; cuando estoy con mi Bells, estoy con mi Bells. Pero podemos… no sé, hacer cosas, ir al cine, sin tener que ir en manada. Logan quiere ir a ver la nueva de Assassins Creed. Y podemos ir a emborracharnos o algo-se encogió de hombros-. Pero no este fin de semana. Estás castigado.
               -No iba en serio-protesté.
               -Sí que iba en serio, lo de “blanquito de mierda” iba súper en serio, Scott.
               -¡¿Hola?!-chasqueé los dedos frente a él, que ni se inmutó-. ¡¡Me llamó moro de mierda!!
               -Sí, y estuvo feo por su parte, pero estaba respondiendo a lo que tú le hiciste primero.
               -¿Qué es lo que te molesta exactamente, Max?-gruñí-. ¿Que haya tenido movida con Tommy cuando se suponía que tenía que portarme bien bajo tu mando, o que te pudiera haber llamado eso a ti en lugar de a él?
               Max puso los ojos en blanco.
               -Estás castigado también el finde que viene.
               -¡¡Max!!-protesté, pero él se dio la vuelta y me hizo un corte de manga por encima del hombro-. ¡Que te jodan, subnormal!
               Sonrió.
               -Pues mira, ya que lo dices, si me apuro, igual puedo coger el bus para ir a verla-se volvió hacia mí-. No te pelees con nadie más, ¿crees que podrás? ¿O tengo que dejarle un encargo a Sabrae?
               -Imbécil-respondí, dándome la vuelta y entrando en casa como un huracán. ¿Por qué ninguno veía que Tommy se estaba pasando tres pueblos con todo? De puta madre que se cabreara conmigo por estar con Eleanor, de puta madre que le pareciera mal que le hubiera mentido a la puta cara cuando me preguntó quién me tenía mal y eché balones fuera, de puta madre que se hiciera el digno, como si él no estuviera en ese mismo momento con dos chicas a la vez (venga, por favor, ¿en serio, Thomas?), de puta madre que quisiera dame de hostias las veces que hiciera falta.
               Pero a Eleanor, que no le dijera ni media, que no le pusiera la mano encima, que ni se le ocurriera mirarla mal, porque es que lo destrozaría.
               Y lo más fuerte era que los demás veían cómo se comportaba como un capullo profesional, de ésos a los que dan dietas por ser más cabrón que de costumbre, y no hacían absolutamente nada por interceder por mí. Vale que estuvieran enfadados conmigo, pero Eleanor no le había hecho mal a ninguno. Es más, de hecho, ella me había presionado para que supieran quién era la que me estaba haciendo tanto daño, para que le pusieran cara al genio maligno que tiraba de las cuerdas de aquella marioneta que bailaba sobre las brasas, con los pies en llamas.
               Papá se volvió para mirarme de la que pasaba como un torbellino en dirección a las escaleras, para subir a mi habitación y, no sé, quizás comerme las manos de tanta rabia que me estaba dando todo.
               Mamá se asomó a la puerta de la cocina: era víspera de fin de semana, lo cual significaba que había que preparar los postres caseros de sábado y domingo. La casa olía de puta madre. Joder, todo iba de puta madre en el mundo menos mi vida.
               -¿Qué tal el baloncesto?-preguntó papá, con un cigarro entre los dedos y el humo precipitándose fuera de su boca con desgana.
               Me detuve, puse los ojos en blanco, me volví hacia él, solté un desganado: “Meh” y traté de rehacer mi camino. Mamá estaba ahora en la puerta de la cocina, con un bol lleno casi hasta arriba de un mejunje que tenía bastante peor pinta de lo que terminaría sabiendo. Papá jugueteó con el cigarro:
               -¿Sólo “meh”?-quiso saber, porque su hijo no era Kobe Bryant ni mucho menos, pero me lo solía pasar bien en los partidos de baloncesto, aunque fuera un matado de mil pares de cojones.
               -Sí, sólo meh, papá; por dios, dejadme un poco de espacio, que es que parece que venís todos a por mí hoy-prácticamente rugí.
               -¡Scott! ¡No le hables así a tu padre!-protestó mamá, y yo puse los ojos en blanco.
               -Déjalo, Sher-replicó papá, notando la cantidad de energía negativa que irradiaba como si fuera una central nuclear con el reactor estropeado y la radiación expandiéndose a kilómetros a la redonda.
               -Vale, bueno, lo siento. Me voy a mi habitación, no me hagáis cena-respondí, echando mano del pasamanos de las escaleras y empezando a subirlas.
               -¡Ah, no! ¡Ni de coña!-respondió mamá-. ¿Tú qué quieres? ¿Morirte de hambre? ¿Te busco cianuro, que es más rápido?-estalló.
               -No me encuentro bien, mamá-contesté, volviéndome hacia ella-. Voy a tum…
               -¿¡Eso que tienes en el labio es sangre!?-bramó, y yo me llevé una mano a la boca, y sí, efectivamente, cuando la retiré estaba cubierta de una película rubí, que refulgía a la luz como la piedra preciosa.
               Papá se volvió y me miró con atención. Era increíble que no se hubiera dado cuenta de que estaba sangrando cuando me miró la primera vez. Luego tendría los huevos de decir que me quería y que me prestaba más atención que a mis hermanas porque yo era el único chico, manda cojones.
               -¿Qué has hecho, Scott?-preguntó mamá, y algo en mi interior se desconectó, llamémoslo “sentido común”.
               -¿¡QUE QUÉ HE HECHO!? ¡¿POR QUÉ SIEMPRE SOY YO EL QUE TIENE LA CULPA DE TODO?! ¡A VECES A MÍ TAMBIÉN ME HACEN PUTADAS, ¿DÓNDE ESTÁIS LOS DEMÁS PARA ECHARLES LA BRONCA CUANDO ME HACEN SUFRIR?!
               -¡Scott!-ladró papá-. ¡No le hables así a tu madre!
               -¿Qué me va a hacer?-espeté-. ¿Llevarme al juzgado y defenderme mal? ¡Si ni siquiera puede!-solté, y me llevé una mano a la boca al darme cuenta de lo que acababa de hacer. Mamá sonrió.
               -¿Sí, eh? Quieto ahí-ordenó, girándose sobre sus talones y metiéndose en la cocina.
               -Mamá, yo no quería…
               -Quieto ahí, Scott-rugió, dejando la fuente, volviendo conmigo y cruzándome la cara como estaba mandado.
               Lo peor de las broncas con tus padres es que no puedes moverte aun cuando sabes que te va a caer una bofetada. El instinto es muy fuerte, pero tú tienes que serlo más, porque como te dé por huir, no te caen una, sino 20.
               Shasha se asomó a la escalera, con los auriculares colgándole del cuello. Inclinó la cabeza al escuchar el alboroto; Sabrae se metió en casa, con los guantes de boxeo y la piel perlada de sudor. No había rastro de Duna. No importaba, las demás le darían cuenta del castigo ejemplar que estaba recibiendo.
               -¡Me vas a decir ahora mismo cómo te has hecho eso, o te quedas castigado un mes!-gritó mamá.
               -Sherezade, ya se pasa todo el día metido en casa-le recordó papá. Mamá se giró hacia él.
               -¡TÚ TE CALLAS! ¡ESTOY YO CON ÉL AHORA!-se volvió de nuevo hacia mí-. ¿Y bien?
               -Me peleé-admití. Ella puso los brazos en jarras.
               -Eso ya lo veo. Me considero inteligente, ¿sabes?
               Alcé la mandíbula.
               -Con Tommy.
               Mamá se pasó una mano por el pelo.
               -Dios mío, Scott.
               -¿Ha dicho con Tommy?-preguntó Shasha, y yo puse los ojos en blanco.
               -Pero, ¡cállate, so loca! ¡Que todavía nos cae bronca a nosotras también!-protestó Sabrae.
               -¿No estabais haciendo cosas? Pues venga, a lo vuestro, cotillas-espetó papá.
               -¡Ves!
               -¡Pero si ha sido tu culpa, estúpida!
               -¡¿Estúpida?! ¡Baja aquí y dímelo a la cara, cardo borriquero!
               -¡Sube tú, culo gordo!
               -¡TE MATO, SHASHA!-chilló Sabrae, subiendo las escaleras de dos en dos. Papá les gritó que se estuvieran quietas, pero todo les daba igual a las putas crías de mierda.
               Mamá seguía con los ojos fijos en mí.
               -¿Me repites lo que me acabas de decir, dado que lo he tenido que entender mal?
               -Me he liado a puñetazos con Tommy. A lo bestia.
               -¿Quién empezó?
               -Zayn-mamá se llevó un puño a la boca, lo abrió y miró a papá-, te lo juro por Dios, hoy vas a terminar durmiendo en el sofá.
               -¿Qué pasa? El que empieza siempre tiene la culpa.
               -Fue Tommy-dije, y los dos se me quedaron mirando, sacudí la cabeza y asentí-. Bueno, vale, fui yo.
               -Por Dios, Scott, ¿pero qué te pasa últimamente? Primero tienes bronca con Eleanor, luego te expulsan, luego te peleas con Tommy…
               -Técnicamente, lo han expulsado por una cosa que hizo hace unos meses.
               -Cásate con tu puta mano, Zayn, porque va a ser con la única con la que tengas contacto sexual en lo que te queda de vida.
               -Pues nos divorciamos-espetó papá. Mamá se lo quedó mirando.
               -Soy abogada-le recordó.
               -¿Y?
               -Que puedo sacarte una pensión de medio millón de libras al mes. Y quedarme con la casa, los coches, y todo.
               -¿Y?-insistió papá.
               -Y que puedo quitarte de ver a los niños.
               Papá me miró.
               -Quiero la custodia de Sabrae y de Duna. A los problemáticos te los quedas tú-soltó. Mamá se echó a reír.
               -Mira, Z, te adoro, pero ahora mismo estoy a un segundo de soltarte una bofetada a ti también. ¿Es lo que quieres?
               Papá negó con la cabeza, sabedor de que no estaba bien que desautorizara a mamá delante de mí (aunque le agradecía que lo hiciera, porque estaba muchísimo más tranquila después de aquella digresión) y se posicionó a su lado, al pie de las escaleras, a la espera de tener que pasar a la acción y colocarse codo con codo.
               -Dios, ¿por dónde iba?-mamá se echó el pelo hacia atrás, y papá observó su mano, su melena, y su culo, ya que estaba, descaradísimamente. Me pregunté si yo sería así con mis hijos, viendo cómo Eleanor se esforzaba por hacer de ellos gente de provecho mientras yo me pasaba el día pensando en cómo llevarme a su madre a la cama.
               -Creo que ahora viene lo de que soy la vergüenza de esta casa y me vas a mandar a servir en Afganistán.
               Mamá puso los ojos en blanco, chasqueó la lengua.
               -No vayas de listillo conmigo, porque no te va a colar. ¿Qué te pasa últimamente, chico? Nunca te has metido en problemas…
               -… que tú sepas.
               -… ni has pasado unas vacaciones tan malas; después de Nochevieja, no hay quien te reconozca, y encima creo que se lo has pegado a tu hermana…
               -¡Eso no es verdad! ¡Está de mal humor porque le ha pasado algo con Alec!-protesté.
               -¡Cállate, Scott!-ladró Sabrae desde una habitación con puerta cerrada en la que había pegado la oreja.
               -¡Cállate tú!
               -… y ahora te has enfadado con Tommy, y os habéis peleado, y encima has empezado tú, joder, Scott, es que esas cosas no se le hacen a un hermano…
               -Tommy no es mi hermano-la corté, y tanto papá como mamá se me quedaron mirando, helados.
               Sentí que algo se me rompía por dentro. Que me costaba respirar.
               -¿Qué coño acabas de decir?-inquirió papá, de repente muy serio. Los miré alternativamente a los dos. Y me perdí.
               Me pierdo.
               Nos pierdo a los dos en el momento en que repito:
               -Tommy no es mi puto hermano. ¿Acaso lo has parido tú?-escupo, lacerante, mirando a los ojos verdes de mamá-. ¿A que no? Pues no es nada mío-concluyo, herido-; eso son gilipolleces que decíamos de pequeños pero que no son verdad, por mucho que...
               Mamá me da otro bofetón. Está que los regala, la tía. ¿Alguien quiere uno? Oferta especial, Black Friday, rebajas, liquidación.
               En el fondo, se lo agradezco.
               Pero apenas lo noto. Lo que más me duele es decirlo, porque si lo digo es que hay una parte de mí que ha empezado a sentirlo de verdad. He perdido a Tommy, pero mira, que le jodan a Tommy, por subnormal, lo peor es que he perdido una parte de mí mismo.
               No voy a estar completo nunca, no voy a volver a estarlo.
               Y soy el único chico.
               No puedo quitarme de en medio.
               Además, si no tuve huevos una vez, no los tendré nunca.
               -Os crié juntos-empieza mamá, cabreada como si me acabara de pillar rompiendo el iPad en el que guarda su tan preciada jurisprudencia-. Os criamos juntos. Erika cuidaba de ti estando embarazada de él. Yo cuidaba de vosotros dos juntos cuando ella no podía cuidarlo. Os separé de ella cuando os daba por pegaros a su tripa y tratar de echarle un vistazo a Eleanor pegando la cara a su ombligo-me recrimina, y yo, la verdad, no me acuerdo de eso-. Os vigilaba para que no le dierais golosinas a Sabrae cuando era pequeña, y Erika le dio el pecho cuando yo todavía no tenía leche para que no siguiera enfermando-mira en dirección a las escaleras, donde está Sabrae-. Os ponía a ver la tele o a dibujar cuando estaba cansada de correr detrás de vosotros cargando con el barrigón de Shasha. Crecisteis juntos-sus ojos se endurecen-, lo hicisteis todo por primera vez juntos. La tercera palabra que dijisteis los dos fue el hombre del otro (porque oh, Scott, dios te hubiera librado de haber dicho “Tommy” antes que “mamá”, es que no te quedaría rincón en el que esconderte). Cuando empezaste a andar y viste cómo nos poníamos todos de contentos, te empecinaste en que tenías que conseguir por todos los medios que Tommy, seis meses más pequeño que tú, hiciera lo mismo en cosa de unos días para compartir la gloria. Te dabas la vuelta cuando él se caía. Tommy te cogía de la mano cuando íbamos a la playa y el agua estaba muy fría y tú no querías entrar. Y se enfadaba con Eleanor cuando os destrozaba los castillos de arena y tú te ponías a llorar. Y empezasteis a jugar a baloncesto juntos, aprendisteis a leer a la vez…
               -Lo voy pillando, mamá.
               -No, Scott, no lo vas pillando, ni lo vas a pillar nunca, porque tú no te viste en la habitación de hospital el día que conociste a Tommy. Yo sí. Y créeme si te digo que lamento todos los días no haberos grabado, porque es la cosa más bonita que he visto en mi vida, con la excepción de ti y tus hermanas nada más nacer, o nada más ir a buscarla-vuelve a mirar en dirección a la habitación donde están Sabrae y Shasha-. No te equivoques, Scott: Tommy es más hermano tuyo que Sabrae, Shasha o Duna, y te juro por toda mi familia, por la tumba de tu abuela, por la tumba de mi madre, que murió por darme a luz a mí, que ellas y yo somos tu familia de la misma forma en que lo es Tommy.
               Miro un momento a papá, y luego a ella.
               -A Tommy no me ata nada. No comparto sangre con él.
               Mamá echa el pelo hacia atrás, cuadra los hombros, preparándose para el golpe de gracia.
               -Dime a la puta cara, entonces, que yo no soy la madre de Sabrae.
               Me la quedo mirando.
               -No es lo mismo.
               -Yo creo que sí.
               -Pues no, no lo es.
               -¿Qué diferencia hay? Otra mujer tuvo a Tommy, yo ayudé a criarlo. Otra mujer tuvo a Sabrae, yo la crié. ¿Cuál es la diferencia? ¿O sólo tienes dos hermanas, en vez de tres?
               -Tengo tres-rujo rápidamente, porque mira, como me intenten quitar a Sabrae, ruedan cabezas. Mamá sonríe.
               -Tienes tres hermanas. Y un hermano. Que yo no te lo haya dado no significa que no lo tengas-espeta, y se da la vuelta y se va a la cocina tras agitar la melena en un gesto de jefaza que seguro que a papá le encanta, aunque a mí, no tanto. Papá me mira.
               -¿Estás bien, Scott?-me pregunta. Yo me encojo de hombros.
               -Estoy a 26 de marzo-contesto, y él frunce ligeramente el ceño, entristecido por mi contestación, pero asiente con la cabeza y decide no insistir en el tema: pediré ayuda si la necesito, hablaré cuando lo crea conveniente, y comentaré lo que quiera, y lo que no, me lo callaré. Espero.
               Subo a mi habitación, me quedo tirado en la cama, ni siquiera me cambio de ropa. Quiero mirarme y recordar lo que he hecho, lo que hemos hecho, lo que ha hecho.
               Lo que nos hemos hecho.
               Oigo a las chicas cuchicheando al otro lado de la pared, pero no se atreven a venir a verme. La puerta de la calle se abre, mamá grita algo, una despedida para papá, que va a recoger a Duna. Es la señal que Sabrae y Shasha esperan para entrar en mi habitación. Me las quedo mirando; Shasha empieza a bombardearme con preguntas, a redactar en el aire una disertación que no me interesa lo más mínimo. Sabrae se queda callada, mirando mis manos, hasta que decide que no puede más, se levanta, y espeta antes de irse, señalando mis nudillos amoratados:
               -Deberías ponerte hielo.
               Yo no lo sé, pero se está comiendo la cabeza con lo que ha pasado igual que se la está comiendo Alec. Porque los dos piensan que bien podría haberles pasado a ellos, que de hecho les ha pasado, y que se echan de menos y no quieren llegar a las manos.
               Bajo a por hielo, me hago un bocadillo, le digo a mamá que sólo voy a cenar eso, a lo que ella asiente, y más tarde me manda a Shasha con un bol lleno a rebosar de natillas. Le han puesto un barquillo en forma de tubo, de dos colores, y un montón de nata.
               -Lo de la nata es cosa mía-dice Shasha, sonriendo, antes de darme rápidamente un beso en la mejilla, no vaya a ser que la rechace, o algo, y marcharse a toda prisa en dirección al salón. Quiere ver una peli con papá.
               Me arrastro fuera de la cama, me hacen sitio en el sofá, espero a que la película empiece, y me levanto a los diez minutos diciendo que tengo sueño y que voy a dormir.
               Pero ni tengo sueño, ni me voy a dormir. Lo que pasa es que nunca he visto esta peli. Y veo todas las pelis con Tommy, bien juntos, o bien por Skype o lo que sea. Tenemos que comentarlas. Nuestra regla de oro es no ir nunca al cine sin el otro.
               Me tiro en la cama, observo las conversaciones abiertas, me meto en la de Tommy, envidiando lo bien que nos lo pasábamos hasta el lunes, y luego, su angustia del martes, y luego, silencio. Se ha conectado hace un par de horas. No hay nadie hablando por el grupo, seguramente todavía les dure el cabreo de tener que separarnos.
               Me pongo el pijama más que nada por echar la ropa manchada de sangre a lavar. Es probable que no vuelva a ponérmela; al final, las chicas van a salir ganando con esto. Sabrae hereda la ropa que yo ya no quiero (preferiblemente, pantalones de chándal y sudaderas), y Shasha, la ropa que Sabrae desecha después de que lo haga previamente yo. No me causa demasiado trastorno decidir que quiero dejar de ponerme unos pantalones, una camiseta, una sudadera o una chaqueta: mis hermanas se aprovecharán de ello.
               Joder, si incluso Sabrae ha mirado en internet cómo se hacen petos para aprovechar unos pantalones vaqueros que yo dejé de usar porque se me cayó un Martini en la rodilla, y ni de coña iba a romperlos para poder seguir llevándolos.
               El caso es que me quedo tirado en la cama, y alguien me abre conversación. Le he cambiado el nombre a un corazón, una llave y una corona.
               A Eleanor le gustó verlo.
               -Me he enterado de lo de la pelea, ¿cómo estás?-un monito que se tapa la boca.
               -No te preocupes por mí, preciosa-escribo, y estoy a punto de no preguntarle por su hermano, es más: escribo una pregunta, la borro pensando que voy a sonar muy patético preguntando cómo está Tommy, y vuelvo a escribirla porque, ¡por dios! ¡Es Eleanor! ¡Y él es Tommy!
               Todavía no puedo decir que él me da igual. Todavía.
               -¿Tu hermano?
               -Bueno…
               -¿Puedo llamarte?
               -Tengo que madrugar mañana, mamá quiere que la acompañe a no sé qué tontería de la oficina. Puede que caigan unos jerséis, te mantendré informado-un lacasito que guiña su minúsculo ojo-. ¿Te importa?
               -No, amor.
               Ella se pone a escribir, se lo piensa, borra, reformula su mensaje, y por fin me comenta:
               -Tommy sabe que el colgante me lo regalaste tú.
               -¿Qué te dijo?
               -No me dijo nada, pero noté cómo lo miraba. Y me acabo de cambiar el icono.
               -Me gusta.
               -Gracias.
               -Sales preciosa.
               -Jo, gracias, S-y un montón de corazones. Y yo le envío más.
               No me dice lo que le ha dicho su hermano, y yo se lo agradezco en mi ignorancia. Se toquetea el colgante igual que se lo toqueteó hablando con él; le infunde valor, es como si yo estuviera a su lado, abrazándola, diciéndole que puede con todo si cree que es así. Y, cada vez que se lo tocaba, Tommy se cabreaba un poco más.
               Seguimos con nuestra batalla de corazones, hasta que veo que se desconecta de repente un segundo, sin decir adiós. Y luego su nombre llena la pantalla de mi teléfono, su foto sonriendo es la imagen perfecta para un marco tan caro.
               Toco el círculo verde y me llevo el aparato al oído.
               -Hola-susurro, y la escucho sonreír.
               -Hola.
               Nos quedamos callados un momento.
               -Tenía ganas de escuchar tu voz.
               -¿Suena bien?-pregunto, y ella se echa a reír, pero suena triste-. Estás disgustada-observo-, ¿qué pasa?
               Eleanor suspira al otro lado de la línea.
               -Por eso no quería que me llamaras.
               -¿Qué?
               -No quiero que te preocupes por mí, Scott. Bastante tienes tú con lo tuyo como para tener que estar preocupándote de cómo lo pase o lo deje de pasar yo.
               -Me preocupo si quiero-protesto, y ella sonríe.
               -Sí, supongo. Pero no quiero que lo hagas, ¿lo entiendes?
               -Pues pégame un tiro-contesto-. En la cabeza o en el corazón. En la cara no, que Alá me la ha hecho bonita, y sería una pena destrozarla demasiado rápido-bromeo, y ella se echa a reír.
               -Sinceramente, pensé que me dirías que rompiera contigo si quiero que dejes de preocuparte por mí.
               -Seguiría preocupándome igual. Aunque tú murieras. Me preocuparía incluso de que te estuvieran tratando bien en el cielo. Seguro que ese sitio no merece tenerte.
               -Ay, Scott-me la imagino pasándose una mano por la cara, azorada. Qué rica es mi niña.
               -Te echo de menos.
               -Me has visto esta tarde-me reprende.
               -Ya, pero te echo de menos.
               -Yo también te echo de menos-sonríe, mordiéndose esos deliciosos labios con sabor a cereza, seguro.
               -Tú también me has visto esta tarde-la riño, y ella sonríe.
               -Sí-dice solamente, y nos quedamos unos segundos en silencio-. Me gusta escucharte respirar, Scott.
               -¿Y eso, a qué viene? ¿Quieres que vaya a tu casa?
               -No quiero que dejes de hacerlo-suelta, y la voz se le rompe, y yo me quedo helado.
               -Eleanor…
               -Yo… no quería que lo pasaras mal. Si lo hubiera sabido, que iba a pasar todo esto, no te habría besado en aquel baño. Preferiría quedarme en la sombra, adorándote en silencio, a permitir que te pasara esto. No te lo mereces, Scott. Eres una buena persona, la mejor persona que conozco.
               -No voy a hacer nada, te lo prometo.
               -Creo que Tommy tiene ganas. No de que lo hagas tú, o sea, de hacerlo él, yo… Diana está con él. Va a quitarle esa idea de la cabeza. No quiero que mi hermano se muera, Scott-susurra, y se echa a llorar.
               -Tu hermano no se va a morir, mi amor.
               -Si mi hermano… si él… dios…-le da un hipido-. No quiero que le pase nada malo. Me está tratando muy mal, vale, pero… es por mi culpa. Yo me lo he buscado. Todo esto es culpa mía. No quiero que le pase nada malo. Si Tommy… si hace algo… no me lo perdonaré en la vida.
               -Tommy no va a hacer nada, El.
               -Tú no has visto con qué cara ha llegado hoy a casa, y lo frío que está, es como si… si ya estuviera muerto por dentro, ¿me entiendes?
               Claro que sí. Hasta en eso somos uno. Yo estoy igual que él.
               -Tommy no va a hacer nada, te lo prometo, pequeña. Ya verás cómo sólo está triste durante un tiempo, y luego, se le pasa. Creo que es el shock por lo de hoy. Yo también estoy flipando un poco, la verdad. Pero… se nos pasará.
               -¿Me lo prometes?
               -Te lo prometo.
               -¿Promesa de meñique?
               Sonrío.
               -Promesa de meñique.
               Ella sorbe por la nariz, la escucho pasarse las manos por la cara, susurrar un suave “joder”.
               -¿Eleanor?
               -¿Sí?
               -Somos unos cabrones. Los dos. Me gustaría decir que tu hermano más que yo, pero lo cierto es que creo que es al revés. No nos dejes amargarte la vida-ella susurra mi nombre-. No, ni Scott, ni hostias. Mándanos a la mierda si nos ponemos chulos contigo. Crúzanos la cara. Yo no te voy a levantar la mano en mi vida, porque eres mi chica. Y si Tommy te pone la mano encima, vienes, me lo dices, y le pateo ese culo gordo de Tomlinson que tiene, ¿me oyes?-la escucho sonreír un poco-. ¿Me oyes, Eleanor?
               -Sí.
               -Vale. Ahora quiero que cuelgues, te tomes un vaso de leche caliente, y subas a tu habitación y te eches a dormir. Y mañana vienes a verme, ¿qué te parece?
               -Está bien. ¿A qué hora vas a estar en casa?
               Me quedo mirando al techo. Mi novia es subnormal. Por eso me aguanta.
               -No lo sé, Eleanor, le pediré a mi secretaria que le eche un vistazo a mi agenda, puede que en febrero de 3600 pare cinco minutos en casa.
               Ella se echa a reír.
               -Vale, pregunta estúpida del día. Olvídalo. Estoy cansada. Seguro que piensas que soy imbécil.
               -¿El agua moja?
               -Vete a la mierda un rato, Scott-contesta, fingiéndose enfadada. Pero yo sé que no lo está. No quiero que se enfade, es por eso que no le digo que ya estoy en la mierda. Sólo me río, me muerdo el piercing…
               -Mierda-murmuro, llevándome una mano al labio.
               -¿Qué pasa?
               -El piercing. Está roto. Joder, no gano para piercings con tu puta familia.
               -¿Me dejas que te lo compense?
               -Joder, Eleanor, chica, ¿moja el agua, o no?-respondo, y ella se echa a reír. Me da las buenas noches, me dice que descanse. No voy a descansar una mierda, pero como soy muy bueno mintiendo, le digo que sí, que dulces sueños. Me manda varias fotos: de sus pies bajando las escaleras con unas zapatillas de dinosaurio, de su taza de leche en el microondas, luego fuera, luego a medias, luego casi vacía, luego vacía, luego fregada, y luego, de sus zapatillas en el suelo de su habitación. Y una tirándome un beso ya metida en la cama. Le mando otra igual.
               Y me meto en blogs de astronomía, porque el saber no ocupa lugar.
               Me llevan ardiendo los ojos varias horas por estar en la absoluta oscuridad bajando por páginas en blanco con la pantalla del móvil, cuando se enciende una luz en el pasillo. Dos sombras gemelas aparecen bajo mi puerta. Me quito los cascos y me incorporo un poco. Sospecho que es Sabrae. Los dos pies vacilan. Deja dormir a tu hermano, les han dicho.
               Pero es que la costumbre es muy fuerte.
               -Estoy despierto-digo, en voz baja, aunque no lo bastante como para que ella no me oiga. Y Sabrae abre la puerta, me mira.
               -Voy a salir.
               -No me jodas, Sabrae, pensaba que dormías con plumíferos-espeto. Ella entrecierra los ojos.
               -¿A que te piso los huevos, aunque luego Eleanor me mate porque entonces ya no le sirves?
               -¿Se puede saber adónde vas?
               -Por ahí-contesta, encogiéndose de hombros, pero la muy cabrona sonríe porque quiere que le pregunte, y sabe que se lo voy a preguntar. Se mete las manos en los bolsillos tras alisarse el abrigo, y espera.
               -¿Dónde es por ahí?-le concedo, me cago en la puta, odio su sonrisa de satisfacción, pero más odio estos putos genes con los que me ha parido mi madre que me hacen preocuparme por cada motita de polvo que se posa en la piel de mis hermanas, porque, ¡coño, ¿y si es ébola?!
               -A ver a Alec.
               La miro y sonrío.
               -No voy a lo que piensas.
               -Son las dos de la mañana, y te has puesto falda-acuso, y ella pone los ojos en blanco.
               -Bueno, tampoco quiero cerrarme ninguna puerta.
               -Creía que no soportabas a Alec.
               -Y no lo hago. Pero tampoco soporto no llevarme con él-se le encienden las mejillas, ay, mi niñita está enamorada.
               Más le vale al hijo de puta de Alec estar a la altura. O le romperé las piernas.
               Sabrae se toquetea el pelo de la capucha de su abrigo.
               -Si mamá se despierta, ¿se lo dirás?
               -¿Que te están haciendo un bombo? Claro, seguro que lo entiende. Las mujeres de esta familia cada vez empezáis antes.
               Sabrae pone los ojos en blanco de nuevo, y sonríe mordiéndose el labio. Es lo que hace cuando está entusiasmada por algo. Por favor, si incluso se balancea a un lado y a otro.
               -¿No querrás que vaya contigo?
               -¡Pues claro que no!
               -Guay, porque hace un frío que te cagas, y… ¿llevas medias?
               -Voy a ver a Alec y llevo falda, ¿a ti qué coño te parece, Scott?
               -Me parece que eres una perra en celo y que más te vale ponerte condón, porque como Alec te haga un crío es que os mato a los dos. Pásalo bien. Llámame en cuanto salgas de casa, quiero asegurarme de que te secuestran mis sicarios de la esquina.
               Sabrae se ríe, insulta a mi inteligencia, trota hasta mí y me da un beso en la mejilla. Se marcha brincando.
               -Deja de dar esos saltitos, tía, que vas a despertar a todo el mundo. Pareces un conejo en una fábrica de zanahorias.
               -Qué malísima es la envidia, hermanito. Pásatelo bien con tu mano.
               -Eres una estúpida, no sé cómo te aguanta nadie, y menos Alec. Debes de dejarte hacer cosas muy sucias, cría.
               -O puede que sea yo la que las haga-me pincha, y yo pongo los ojos en blanco.
               -No cojas una pulmonía.
               -No te va a aumentar la herencia esta noche, tranquilo.
               Y cierra la puerta y sale disparada hacia la calle. Tarda dos minutos en llamarme.
               -Tienes que buscarte a mejores sicarios-me dice, y pone el manos libres. La escucho prácticamente correr durante casi diez minutos, hasta que se detiene y anuncia:-. Ya he llegado al parque. Te dejo. Creo que lo veo.
               -Ni se te ocurra pedirle que te acompañe a casa.
               -Ay, Scott, qué pesado eres, hijo de mi vida. Ale, adiós-y cuelga. Así, sin más. Desagradecidas de mierda. Te deslomas por ellas y al minuto que encuentran una polla, te abandonan a tu suerte sin más miramientos.
               Qué mierda de genes.
               Y qué mierda que mis hermanas sean guapas.
               Me paso media noche rayándome por cómo me pondré cuando mi sol y estrellas, mi pequeñita, mi preciosa Duna, se eche novio. Madre mía, el desgraciado ya puede ir construyéndose el búnker. Voy a ir a por él.
               Vuelvo a ponerme los cascos y no me entero de cuando Sabrae enciende la linterna de su móvil, pasa de largo la puerta de mi habitación y se va a la suya. Se pone el pijama y luego viene conmigo.
               Sin decir una palabra (¿para qué, hombre? Si ya hay confianza), se mete dentro de las mantas y se pega a mí. Y yo doy un brinco. Está congelada.
               -¡Estás friísima, joder!
               -Me voy a pegar a ti, Scott, te guste o no. Asúmelo y sigue con tu vida.
               Y va la tía, y me quita el móvil y me pasa el brazo por su hombro para pegarse todavía más a mí. Sonríe con satisfacción.
               -¿Qué tal con Alec?-me toca pincharla a mí. Abre un ojo.
               -Pues muy bien, muchas gracias por preguntar.
               -¿Habéis consumado vuestro amor bajo la atenta mirada de las estrellas?
               Se incorpora un poco.
               -Estrellas, lo que se dice estrellas… no había muchas. En el cielo. Pero las vimos. ¿He sido clara?
               -Cristalina, hermanita.
               Me estampa un beso en la mejilla y se deja caer a mi lado. Está entusiasmadísima.
               -Lo echaba de menos-admite.
               -¿A Alec?
               -Bueno, sí, claro, también.
               -¿“Bueno, sí, claro, también”?-pregunto, y ella sonríe, con esa sonrisa que me hizo estar dispuesto a todo con tal de vivir viéndola todos los días. Incluso la habría secuestrado.
               -O sea, me encanta Alec, creo que es evidente, pero… echaba de menos cómo me hace sentir.
               -¿Y cómo es eso, niña?
               -No te lo voy a decir.
               -¿Por qué? ¿Tienes miedo de que se lo diga a Eleanor para enamorarla más? Tranquila, mujer. Soy un tío leído, tengo recursos literarios de sobra.
               Por favor, pero si comparo a mi novia con cuadros y museos. No necesito copiar frases de mi hermana pequeña, me basto y me sobro yo solo para dejar en la mierda a Shakespeare.
               -Es que me da vergüenza-susurra Sabrae, en tono cómplice, y me sonríe, y se tapa la cara, y yo le beso la frente, y de repente estoy a años luz de donde estoy ahora, pero estamos los dos en la misma habitación, aunque sólo somos dos. La tengo delante, de pie en la cuna, chistando para captar mi atención y hacer que encienda la luz.
               -Scott-dice, puesta de pie en su cuna, mordiéndose las manos y mirando hacia la puerta, porque si despertamos a mamá o papá, nos vamos a meter en un lío-. Scott, Scott-enciendo la luz y la miro, y ella se ríe, patalea, y estira los brazos en mi dirección. Se lleva un dedo a los labios cuando yo lo hago para que no haga ruido, y deja escapar una risita, y madre mía, es que voy a hacerme científico para clonar a esta criatura y hacer que haya como 200 millones en cada país, porque lo preciosa que es mi hermanita no es ni medio normal.
               Voy a por un cojín, y a ella se le borra la sonrisa de la cara. Lo tiro al suelo, a su lado, y me subo a una silla para abrirle la cuna. Bajo una de sus paredes y espero a que Sabrae se acerque al borde. Me tiende la mano, pero yo doy un paso atrás, y ella se pone a llorar como si le estuviera arrancando un brazo.
               -No puedo bajar, Scott, ay, damelamano-suelta muy rápido, pero yo niego con la cabeza, y ella sigue llorando, y yo escalo por la cama y a ella ya no hay quien la calme.
               -O bajas sola o no dormimos juntos, Saab.
               -Ay, Scott, malo-se lamenta, pero empieza a deslizarse como hacemos todas las noches, se queda colgando en la cuna y me mira. Y entonces yo doy un brinco y voy a su rescate, y ella chilla con entusiasmo y se cuelga de mi cuello, y nos metemos rápidamente en la cama, un segundo antes de que papá abra la puerta. Y nos lo quedamos mirando. Y nos reímos en silencio. Y papá también sonríe.
               -No le vamos a decir a mamá lo de esta misión nocturna, ¿vale?
               Mamá no se despierta tan fácilmente como él. Es lo que tiene estar embarazada.
               -Vae-sonríe Sabrae, y sonríe más cuando papá se acerca y nos da un beso.
               Me la quedo mirando, ya en mi presente, con Tommy cabreado conmigo, conmigo cabreado con Tommy, con los dos hasta los cojones el uno del otro casi tanto como yo estoy hasta los cojones de Sabrae, de lo insoportable que es cuando se le apetece.
               Y me pongo súper triste. Porque quiero que mis hijos se parezcan a Tommy, y también que se parezcan a Sabrae, como espero que se parezcan a Shasha y Duna. Quiero compartir genes con ellos, que hagamos algo parecido y soltar “¡eh, esto nos viene de papá!” o “¡esto lo hemos sacado de mamá!” y que sea verdad. Quiero verme en mis sobrinos, y que Sabrae y Tommy se vean en mis hijos, quiero que la gente diga que Sabrae se parece a mí porque tenemos ancestros comunes, quiero que me relacionen con Tommy y no con mi padre.

               Esto de tener hermanas pequeñas es bestial. Vuelven a hacerlo. Convierten un día de putísima mierda en un día de mierda, a secas.

16 comentarios:

  1. HE tardado una puta hora en leerme esto porque he tenido que parar varias veces ya que las lágrimas no me dejaban leer. Osea mi cama parece la fiesta de los pañuelos en este momento. Ha dolido, te juro que ha dolido. el 90% del capitulo ha sido tristisimo pero creo que todo se puede resumir en el hecho de que Scott reniegue de Tommy como su hermano y que Tommy va asimilando que no hay más Scott. Da igual la escena de Tiana, da igual la escena Sceleanor, da igual todo lo de más porque el resumen del capitulo es ese: la confirmación verbal de que Scommy ha roto. Y SI YA ME DOLIÓ LA PELEA, imaginate esto.
    Admiro tanto a Sher por ser capaz de ponerle los puntos sobre las íes a Scott cuando ha soltado eso y admiro tanto a Erika por soportar a Louis, quien hace preguntas tan obvias como lo de si se encontraba bien (una parte de mi esperaba que Tommy soltara un ¿el agua moja?).
    Básicamente es que no hay palabras en el mundo capaz de expresar como me siente después de este y lo maravillosa que esta historia. Pagaría todos los días de mi vida por poder tenerla en mis manos, abrazarla y leer un poquito de esta magia antes de dormir cada noche. MUCHÍSIMAS GRACIAS ERIKA
    PD1:Cada día que pasa mi relación de amor-odio con Eleanor crece cada vez más.
    PD2: QUIERO BRINDAR EN EESTA NOCHE TAN ESPECIAL PORQUE, POR FIN, VOLVEMOS A TENER UN POCO DE SABRALEC AUNQUE SIN MUCHO DETALLE!!
    PD3: Eres maravillosa Erika. Cada vez que leo tus palabras aquí se me pone la piel de gallina. Sin duda eres sinónimo de Magia.

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    1. Ay Ari porfa, no me digas eso, que me enorgullezco y me pongo triste a partes iguales :(
      DIOS ES QUE CON ELLOS TODO ES UN SUFRIMIENTO CONSTANTE, DE VERDAD NO PUEDO CON MI VIDA, ENCIMA SON UNOS DRAMA KINGS DE LA VIRGEN ME CAEN TAN MAL... Lo bueno es que tienen a dos chicas que les quieren y les apoyan y están ahí para ellos en lo que necesiten (más o menos en el caso de Tommy, que casualmente es el que peor está de los dos)), aunque eso no hace más que doler el doble porque se dan cuenta de que no quieren a su chica, quieren a su hermano al lado, y me duele tanto el coraçao.
      Te agradezco mucho que pongas a Eri al mismo nivel que Sher cuando Sher en estos últimos capítulos es claramente superior en cuanto a calidad de trato y de persona, esperemos que la Tomlinson se resarza pronto JAJAJAJA.
      Me alegro muchísimo de que disfrutes tanto con la novela y te metas en ella, no sabes la ilusión que me hace. Y puede que tu deseo se cumpla muy pronto, presta atención al siguiente capítulo ☺
      MUCHÍSIMAS GRACIAS A TI
      PD1: en este capítulo Eleanor está empezando a desdemonizarse, es que Tommy la está poniendo a vuelta y media sin razón aparente.
      PD2: SABRALEC MANDA Y NO TU BANDA, ya verás en el siguiente capítulo cuantísimo amor nos van a traer.
      PD3: pERO BUENO SERÁS ZALAMERA TE COMO LO QUE VIENE SIENDO TODA LA CARA.

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  2. Se me acumulan los capítulos con la uni, joooooo con lo que me encanta leerlos.
    Espero sacar hueco (nose como) y leerlosss amor

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    1. Ayyyyyyy cuqui, no te preocupes, tú a tu ritmo, con que los disfrutes me doy por satisfecha ❤ Aunque este ritmo frenético que llevo de capítulo por semana se va a interrumpir pronto, las 5/6 horas que echo escribiendo van a tener que dedicarse a otras cosas a partir de la semana que viene, con los exámenes de diciembre y tal :(

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  3. Te juro que no he podido llorar más con el momento en el que Eleanor tiene miedo de que Tommy pueda llegar a suicidarse, te lo prometo Erika, te odio muy fuertemente en estos instantes 😭

    Como te dije la última vez, son gilipollas perdidos los dos, y tía, soy cruel y masoca (porque me ahogaría con las lágrimas) pero estaría de puta madre que Tommy llegara hacer algo (no suicidarse completamente porque Hola no, me mato) y todo el mundo se sintiese en la mierda porque podría haber pasado, sabes?

    Bueno, a lo mejor te parece algo descabellado, pero eso 🙊 JAJAJAJAJA

    TE AMO ERIKA ❤

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    1. AHÍ ES CUANDO YO ME ECHÉ A LLORAR ESCRIBIENDO DE VERDAD ELEANOR ESTÁ TAN HASTA EL COÑO DE TOMMY PERO A LA VEZ LE QUIERE TANTO UF ME DUELE EL HÍGADO DEL AMOR FRATERNAL QUE HAY AQUÍ.

      Bueno mira Virginia los spoilers de mi puta novela te los metes por el culo mismamente, algo gordo va a pasar con respecto a Tommy, porque como él bien dice, ahora le toca a él hacer alguna gilipollez, el turno de Scott ya pasó.

      No me parece descabellado, me parece ofensivo que me robes las ideas que tengo pensadas. Pensaría que tienes acceso a mi cuenta de Evernote, pero es que ni siquiera he redactado una nota con lo que tengo en la cabeza y lo que va a pasar. Te detesto.
      Es broma.
      TE AMO VIRGINIA.❤

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  4. 1. por que cojones ahora me da pena eleanor de verdad no me entiendo
    2. tommy y scott están en la mierdisima en serio praying porque se arregle ya esto sin que ninguno de los dos vuelva a hacer ninguna tontería aunque lo dudo porque a tontos no les gana nadie
    3. louis pensando que tommy y scott están enfadados por diana hay gente que es gilipollas toda su vida increíble me encanta
    4. con sabrae y alec me ha dado una embolia
    5. ya era hora de que diana le diera una tregua a tommy, los últimos capítulos me daban ganas de arrancarla la cabeza

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    1. 1. Porque ves el corazón de oro que tiene este bello animal.
      2. LEYENDO ESE PUNTO YA ME HE DESCOJONADO REZA MÁS BIEN POR MÍ Y POR MIS NEURONAS INEXISTENTES
      3. EL RENCOR HACIA LOUIS POR FAVOR QUE NO SE NOTE LARRY ES MÁS REAL QUE NUESTRA PUTA CARA LO SIENTO PERO ESA FRASE ME LA TATÚO EN UN PEZÓN
      4. Sabralec es la mejor publicidad para el spinoff que puedas tener en serio, va a haber tantísimo salseo con ellos dos que puede que me reviente un ojo
      5. Eres muy dura con Diana tía, a mí me parece que se está haciendo la dura pero también lo pasa mal :(

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    2. ESA ES OTRA ERIKA CUANDO PIENSAS DECIR POR QUÉ DIANA ESTÁ EN LONDRES MENUDO HYPE LLEVAMOS DESDE QUE EMPEZÓ LA NOVELA
      Creo que a Diana la tengo tirria desde el principio porque cuando se fue de ny le habló mal a su papi y ya la cogí un asco importante. Cuando está de buenas con tommy me gusta pero cuando se porta mal con él la quiero muerta

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    3. LA IDEA ES QUE SIGÁIS HYPEADAS PARA QUE NO DEJÉIS DE LEERME AHJAJAJAJAJAJAJAJAJAJJAJ VAIS A TARDAR TANTÍSIMO EN SABERLO, AY, POBRECITAS
      Ay Barbara de verdad, entiende a la pobre chiquilla, se enfadó porque la alejaban de todo lo que le importaba por el contenido de UN SOBRE; toda su vida ha cambiado por UN SOBRE, yo habría reaccionado igual que ella, aunque mi padre fuera Harry Styles (bueno, y probablemente lo habría hecho especialmente si mi padre fuera Harry porque xd mis sentimientos hacia Harry son bastante claros)

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  5. Erika he llegado a la conclusión de que te pone muchísimo mi sufrimiento, por Dios reconciliación ya, porque me va a dar un putísimo ataquito al corazón y soy muy joven aún para morir, o sea entiéndeme aún no he conocido al Scommy de mi jodida existencia por lo tanto ahorrame tanto dolor.

    P.D. adoro esos deditos tuyos que deleitan mis ojos con estas palabras.

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    1. Me pone demasiado hacer sufrir a la gente Elizabeth de verdad, yo creo que debería mirármelo, a ver si algún día me da la venada y termino por cargarme a cualquiera que pase por la calle... pero, ¿qué puedo decir? Me gusta haceroslo pasar mal, significa que estoy haciendo algo bien como escritora.
      En cuanto a la reconciliación, en fin, os va a tocar esperar todavía un poco para que Scommy vuelvan a hablarse.

      PD: MIRA TE COMO LA CARA DE VERDAD DÓNDE QUIERES QUE TE BESE.❤

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  6. Pero qué cojones. Qué cojones. De verdad que me marcaba un corazón de tinta y les agarro de las orejas a este par de burros y los reconcilio a guantazos.
    Con respecto a Eleanor la verdad es que no sé cómo sentirme. Por un lado es que tambien le soltaba un guarrazo aunque por otro entiendo (pero no comparto) que se comporte así con Tommy (los 15 son mu malos y todos somos mu mataos por esas edades). AY MAMITA.
    El momento Diana-Tommy me ha iluminado la patata.
    LA SEÑORA SABRAE Y EL SEÑOR ALEC MADRE DEL AMOR HERMOSO @PONTIFEX AYÚDAME

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    1. SON TONTÍSIMOS DE VERDAD LO MEJOR DE TODO ES QUE LO ESTÁN PASANDO MAL PORQUE QUIEREN RECONCILIARSE PERO NO SABEN CÓMO Y CREEN QUE EL OTRO NO QUIERE DE VERDAD LES PEGO UNA PALIZA.
      Sinceramente, entiendo perfectamente a Eleanor, no sólo porque esté en la edad del pavo sino porque ella VE de primera mano (y es la única que lo hace, por ser la única que está con los dos) lo que les pasa y lo mucho que sufren, es normal que se ponga tan pesada con Tommy, y que, a la vez, se le venga el mundo encima pensando en lo que le puede pasar a su hermano o a su novio.
      Diana en este capítulo está tan dulce con él, si es que en el fondo es buena persona.
      Y SABRAE Y ALEC, POR FAVOR, OS VA A ENCANTAR EL SIGUIENTE CAPÍTULO.

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  7. Llevaba todo el capítulo aguantando las lágrimas pero cuando Eleanor ha hablado de su temor a que Tommy se suicide he estallado, no quiero que le pase nada :'(

    - Ana

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    1. En el fondo se adoran aunque ahora mismo se odien :( y es que de verdad, que tu hermano se suicide debe de ser horrible :(

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