domingo, 18 de diciembre de 2016

Cacoethes scribendi.

Hay idiomas que tienen palabras específicas para esa sensación que te embarga cuando tienes que cerrar tu libro (porque ya has llegado a tu parada, porque ya se hace de noche, porque no puedes seguir leyendo sin que se te cierren los ojos, o porque ya se han terminado los anuncios) y, de repente, todo lo que hay a tu alrededor parece ser lo irreal. Lo que estaba dentro de las páginas era el mundo real, y lo que estás viviendo ahora es la fantasía.
Quizá sea porque hay pocas cosas que nos despierten tantos sentimientos como construir nuestro propio mundo, uno al que nadie puede acceder ni modificar, a través de las palabras que alguien ha escrito para nosotros.
Llevo un tiempo pensando en lo que es tener un buen personaje entre manos, posar los ojos en él y darte cuenta de que no puede serte indiferente. Incluso, si su demiurgo es bastante hábil, no serás capaz de odiarlo, porque no hay nada que te haga sentir más empatía por alguien que ver un paisaje a través de sus ojos, sentir unas caricias a través de su piel, que te cuente cómo su corazón golpetea en sus tímpanos cuando le mira la persona que más le importa en el mundo, o la rabia que lo inunda cual lava una caldera al ver que le hacen daño a alguien.
No te equivoques: los personajes son eternos. No te necesitan. Eres desechable para ellos. No distinguen un lector de otro, simplemente se dejan leer. Existen bajo tus ojos, viven bajo tu escrutinio, y no les puede importar menos que los observen dos ojos, o dos millones.
Eres tú el que los necesita. Eres tú el que no eres eterno. Son ellos los que no son desechables. Porque siempre hay un personaje que te marca más que los demás, uno al que deseas entender como no has entendido a ningún otro, como probablemente no entenderás nunca a tus amigos, a tu familia, a tu pareja. Su mundo es más brillante que el tuyo, sus emociones son más intensas, sus sueños son más vívidos y sus miedos más aterradores, aunque no los compartas. Aunque en la vida real te encanten los perros, se te va a retorcer el estómago cuando el personaje doble una esquina y se encuentre con uno más grande que él.
Yo ya he encontrado a la mía. Y he tenido la suerte de que me elija para que la escriba.

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