sábado, 28 de enero de 2017

Las ruinas de los imperios eternos.

No puedo hacer esto.
               No sin Scott.
               No puedo, joder, no puedo, esto es una puta mierda, no soy más que una extensión de su cuerpo, no llego más allá de donde él no me empuja, no puedo andar más del camino que él ha trazado.
               Lo necesito aquí, conmigo. Para empujarme más allá de mis límites, que es exactamente a donde tengo que llegar para poder hacer lo que quiero.
               Daño a Diana. Tanto daño que sienta que algo la desgarra, que un tigre la está devorando viva, que sus entrañas están al rojo vivo.
               Que sienta lo mismo que yo, exactamente lo mismo que me está haciendo sentir a mí.
               Sé que no debería, pero lo hago, porque el ser humano es masoquista por naturaleza, y yo es imposible que sea más humano. Cada vez que me llega una notificación a Instagram, rápidamente desbloqueo el teléfono. Prácticamente lo tengo en la mano durante toda la noche. Y la veo. Veo cómo otros disfrutan de ella, veo cómo ella disfruta de ellos, veo cómo los dos disfrutan de sí mismos, mientras yo estoy ahí. Preguntándome qué he hecho mal, comiéndome la cabeza, creyendo que es imposible que sea más gilipollas de lo que ya soy, hasta que ella sube una nueva foto, con esa falda minúscula y ese top más minúsculo aún, y se me pone dura, y la tengo de nuevo delante, frotándose contra mí, diciéndome “eres mío, inglés”, con ese acento suyo, y, justo cuando voy a estirar la mano, rozarla con los dedos, se desvanece. Y yo no puedo alcanzarla. Jamás puedo.
               Pero sí alcanzo a ver lo bien que está sin mí.
               Lo bien que Scott está sin mí.
               Me duele tanto el estómago de tristeza que ya no voy a poder comer en dos milenios, se me embota de tal manera la cabeza que ya no entiendo el inglés, ni el español, ni nada que se le parezca. Sólo entiendo de lo encogido que tengo el corazón, lo mucho que me molesta mirarla, tan perfecta, en manos de otro, y de otro más, y de otros, que no van a saber valorarla, ni apreciarla, ni quererla, como lo hago yo.
               No hay animal más imbécil que yo en todo este planeta.
               Y lo peor de todo es que esta estupidez mía no tiene límites. Igual que mi rencor. Es por eso que quiero hacerle daño, mucho daño, todo el que pueda, pero no voy a llegar hasta el extremo en el que ella irá a buscarme, porque quiero demostrarle que no le pertenezco, ni a ella, ni a Layla, ni a la zorra pelirroja, ni a nadie… pero, sobre todo, a la zorra pelirroja.
               Porque como me acerque a Megan, aunque sea sólo un milímetro de lo que ya estoy, todo se irá a la mierda.
               No le voy a hacer daño a Diana: la voy a apartar de mi lado.
               Y prefiero verla cada día, por mucho que me odie, a que se convierta en mi segundo Scott: un recuerdo tan brillante que te ciega en cuanto lo evocas.
               Así que le voy a pagar con la misma moneda. ¿No quiere jugar? Podemos jugar dos. Todo lo bueno del mundo se hace en pareja. Los videojuegos, las cartas, cocinar, el sexo…
               Pero no hay ninguna que me sirva, todas son demasiado mediocres en comparación con Diana; y, a la vez, todas me valen, porque ninguna le llega a la suela de los zapatos a Diana, y ella lo sabe, y se apiadará de mí, porque ella es la lista de los dos. Yo nunca soy el inteligente de la relación, ya me he acostumbrado y estoy cómodo en ese papel.
               Echo de nuevo un vistazo en derredor. Pelirrojas, morenas, rubias, castañas. Todas son preciosas, a todas me las tiraría (es lo que tiene estar borracho y que una de las mejores modelos del mundo se haya frotado contra ti mientras te pregunta si quieres follártela), y sin embargo sé que no voy a ser capaz de tocarle un pelo a ninguna.
               Ya lo he intentado. Y no ha dado resultado.
               Logan sigue mirándome cuando me doy cuenta de qué puede ayudarme. Sólo hay una cosa que me afecte más que el alcohol: las drogas. Y Scott no está aquí para pararme los pies, y nadie va a poder detenerme si Scott no está aquí para pararme los pies.
               Claro que, si Scott estuviera aquí, ya me habría mandado de una patada en el culo a buscar a Diana, al grito de “vamos a por tu americana, tontito enamorado”. Y me habría sacado a rastras, me habría llevado por el metro, me habría agarrado de la cazadora cuando me quisiera dar media vuelta, me habría cruzado la cara (como yo se la crucé el martes, como él me la cruzó el viernes, como nos la cruzamos ese puto, maldito viernes) cuando me derrumbara en alguna esquina y habría hecho que le pidiera perdón de rodillas, que le suplicara que me perdonara, que me arrastrara hasta lo más bajo para darle lo que quiere: mi arrepentimiento más sincero.
               Pero, claro, el haberme peleado con Scott es, precisamente, lo que ha provocado todo este lío.
               Menos mal que no tengo cojones a enrollarme otra vez con Megan, porque Diana me matará.
               Y si no, lo hará Scott.
               Y si no lo hace ninguno, probablemente termine matándome yo.
               Un nombre se materializa como la explosión de una bomba en mi mente. Logan me llena de nuevo el vaso de chupitos. Soy más manejable cuando estoy borracho. Me vuelvo gilipollas perdido (más), pero me da por hablar con objetos inanimados y también me vuelvo súper dócil, como un inmenso san Bernardo tontorrón que se adentra en la tormenta de nieve a una sola sugerencia de su amo.
               Por eso, no le doy tiempo a que termine de acercarme el vaso antes de levantarme, tambaleándome.

sábado, 21 de enero de 2017

The luck of the Irish.


Me había ido pronto de casa de Kiara. Tenía cosas que hacer con sus hermanas, y no quería molestarla. Además, estaba cansado, y con Kiara es imposible descansar.
               Así que llegué a casa un par de horas antes de lo previsto. Pillé a mamá en la ducha. Lo primero que hace esta mujer nada más levantarse es ir al baño. Se da una buena ducha de agua caliente, y como nueva.
               -Hola, mamá-saludé. Cerré la puerta tras de mí. La escuché cerrar el grifo del agua caliente. Y me imaginé que soltaba una risita baja.
               -Hola, cariño-celebró, feliz de tenerme en casa por fin. Últimamente no habíamos pasado mucho tiempo solos. Estas vacaciones, había estado más en casa de papá que en la de ella. Y me sentía un poco mal. Sé que mamá me echa mucho de menos cuando no estoy. Y yo a ella.
               Pero, cuando estoy con ella, sé que papá me echa de menos. Y yo a él.
               -¿Ya has desayunado?-pregunté, entrando en la cocina y dejando la bolsa de la cafetería de la esquina encima de la mesa.
               -Pues-meditó mamá un momento. Le gustaba tenerme en tensión, era mala como ella sola-, tenía pensado hacer galletas. ¿Quieres que les ponga praliné?
               -No, mamá, y tampoco quiero que las jirafas dejen de estar en peligro de extinción-repliqué, y la escuché reírse-. Voy a esperarte para desayunar, ¿te parece?
               -Como quieras, mi vida-la noté sonreír mientras hablaba. Creí que era por mí, pero no tenía por qué-. Pero te aviso de que acabo de entrar, puede que tarde un poco.
               -Pondré la lavadora.
               -Está bien-ronroneó mamá, volviendo a abrir el grifo. Se echó alguno de sus potingues en el pelo, y comenzó a separarse los mechones para asegurarse de que nutría toda su melena. Yo, mientras tanto, recogí la ropa sucia de mi habitación. Luego, me fui a la de ella. A veces, a mamá le aborrecía ir hasta el cesto de la ropa sucia. Así que dejaba lo que quería echar a lavar en la silla de su escritorio. Dado que nunca usaba su escritorio, no le causaba demasiado trastorno.
               Es decir, siempre trabajaba en la mesa del salón. Tenía mucha más luz. Y, cuando yo estaba en casa, nos íbamos a la mesa de la cocina. Era más grande y cabíamos los dos, cada uno con nuestro papeleo.
               Me gustaba hacer los deberes con mamá cerca. Nunca le pedía ayuda, ni ella me la ofrecía. Pero sentirla a mi lado me daba muchísima seguridad. Y calma.
               Por último, llamé a la puerta del baño. Apenas fue un roce con los nudillos, pero bastó.
               -Vía libre-anunció mamá. Abrí la puerta lo justo para sacar el cesto con la ropa, y tiré de él. Sin echar ningún vistazo dentro. Porque no soy un puto pervertido. Mi madre es preciosa, pero yo tengo mi ética.
               De haber echado un vistazo dentro, me habría dado cuenta de que la ropa que había colgada de los percheros no cuadraba con la que solía llevar mamá. Había dos camisetas.
               Y mamá sólo dormía con una.
               Escuché cómo se cerraba el grifo de nuevo desde la cocina. Cerré la puerta de la lavadora mientras mamá se secaba, y me fui al sofá. Cuando terminara, vendría a verme, como siempre.
               Me tiré en el sofá cuan largo era, sin mirar. Descubrí el sujetador de color burdeos cuando noté molestias en mi espalda. Capturé el tirante con los dedos sin saber lo que era. Tiré. Me lo quedé mirando un segundo. Y no le di importancia.
               Cuando estaba en casa y decidía que no iba a volver a salir, mamá se quitaba el sujetador. Sin quitarse la camiseta. A mí me parecía toda una hazaña, pero ella hacía que pareciera tan fácil…
               Estaba por gritarle que se despidiera de llevar la blusa semitransparente a trabajar esa semana, porque ya había puesto la lavadora cuando la descubrí, cuando me fijé en el trapo arrugado del suelo.
               Del mismo color que el sujetador.
               Sostuve el sujetador frente a mí, a escasos centímetros de mi cara. Comparaba el color de las dos prendas.
               Y estuve por echarme a reír. Joder, había pillado a mamá antes de que eliminara toda muestra de actividad sexual.
               Recogí sus bragas del suelo y las dejé al pie del sofá, preparado para cogerlas con los dedos de los pies, levantarlas en el aire y mirarla con las cejas alzadas, presto a decirle:
               -Por lo que veo tú también te lo pasaste bien anoche, ¿eh, muchacha?
               … cuando me di cuenta de una cosa.
               O, mejor dicho, de una no cosa.
               No había ningún paquete de plástico plateado cerca del sofá.
               Y estaba seguro de que mamá no se había quitado la ropa en el sofá sólo para irse después a su habitación.
               Me tiré al suelo mientras apagaba la estufa. Tenía que ser demasiado bueno para ser verdad.
               Sólo había una persona en el mundo con la que mamá se acostara sin usar protección.
               Yo era la prueba de aquella exclusividad.
               Esa ausencia sólo podía tener un significado.
               Papá.

martes, 17 de enero de 2017

Terivision: Moana.

Se podría decir que no tengo queja de cómo empecé 2017, cinematográficamente hablando. El 4 de enero ya fui al cine, ¡adivina a qué película!

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Moana es la última película de animación de Disney que, por motivos de copyright, se ha estrenado bajo el título de Vaiana en Europa; no obstante yo pienso en esa película con su título original. El caso es que trata la historia de Moana, una joven habitante de una diminuta isla del Pacífico destinada a ser la jefa de su clan, pero cuya atracción por el océano y todo lo que hay en él choca frontalmente con las costumbres de su tribu: nunca, jamás, hay que cruzar el arrecife, es demasiado peligroso. Y, sin embargo, Moana se embarcará en una travesía por el océano para salvar su isla, a la que empieza a consumir un mal ancestral desatado hace milenios: la oscuridad.

Lo cierto es que tenía mucho miedo de ir con las expectativas demasiado altas y no disfrutar todo lo que quisiera de la película: ya sabes, ir al cine, a ver una película de animación (o sea, “para niños”) es todo un atrevimiento… pero tengo que decir que ninguno de mis miedos terminó por hacerse realidad, y eso ya dice mucho más de lo que podrían comentar cientos de críticos. La película estuvo genial, desde el minuto uno consigue atraparte y hacer que empatices muchísimo con la protagonista, la representante de una nueva era que está atravesando la factoría de películas infantiles más importantes del mundo: Moana no es la heredera de Blancanieves, Cenicienta, la Sirenita o Peter Pan; no cruza su “zona de confort” porque un muchacho que vuela la invite, no renuncia a su voz para gustarle al marinero de turno, no llora porque no puede ir al baile del príncipe, ni se echa a dormir con la esperanza de que un beso la salve. No.

Moana es la heredera de Mulán, de Pocahontas, de Nany, de Tiana, incluso un poco de Mérida. Es una líder, lucha por su pueblo, trabaja muy duro y no deja que su curiosidad se ahogue por lo que su entorno le dice. Cumple con su deber para cuidar de los suyos, y se hace lo que muchos ni siquiera se atreven a soñar. Moana representa todo lo que Disney debió habernos dado cuando éramos niñas, incluso antes de nacer; lo que se supone que va a empezar a darnos a partir de ahora, porque parece que ya han ido comprendiendo que tenemos más intereses que un príncipe que nos rescate: nos gusta navegar, igual que le gusta a Moana.

miércoles, 11 de enero de 2017

Antes de Eleanor.

¡He vuelto! ¿Me habéis echado de menos?

Me da un bajón increíble cuando Eleanor no está conmigo. Es como si se llevara la luz que le aporta a mi vida, y también la que había conseguido reunir yo solo.
               No me siento como si estuviera pasando frío en un campo del norte, como estaba antes de entrar en casa y verla, sino como si fuera un oso polar que se ha hecho una depilación a láser.
               Y no me gusta.
               Creo que debería decirle que no venga. Se lo agradezco muchísimo, adoro que lo haga, adoro verla y estar con ella, sostenerla entre mis brazos y que caliente mi alma.
               Pero no puede seguir marchándose y dejándome atrás, como si creyera que de verdad voy a sobrevivir a su ausencia.
               Mi soledad se hace muchísimo más latente, el odio de Tommy se hace más visceral y reforzado, en cuanto ella cierra la puerta. Se pone de puntillas y me da un beso en los labios, me dice que me ve esta noche, sonríe en mi boca, le da un mordisquito al piercing de mi labio inferior, abre los ojos, y me mira mientras me besa de nuevo. Yo estoy en trance, perdido en su mirada, en las cosas que me hace, en lo que me hace a secas, y en lo que me hace sentir.
               La tengo delante, tengo sus dedos entre los míos, y ya la estoy echando terriblemente de menos.
               Miro cómo se despide de mí en la esquina de mi calle, agitando una mano cubierta por un guante, y me sonríe una última vez antes de dar la vuelta y desaparecer.
               Y yo me paso la tarde tirado en la cama, hasta que hace tiempo que se ha puesto el sol y decido darme una ducha. No sé por qué. Me sale solo. Simplemente voy al baño y me meto debajo del grifo. Abro el agua caliente sin tocar el agua fría, y dejo que se me enrojezca la piel por la acción del agua hirviendo.
               No me doy cuenta de por qué no abro el agua fría hasta un tiempo después. Y es entonces cuando veo realmente hasta qué punto estoy jodidísimo.
               Llevo cerca de una hora con el agua corriendo, y mamá no me ha dicho nada, porque su hijo es más importante que el planeta en el que lo ha tenido.
               Llevo cerca de una hora con el agua ardiendo porque es lo que hace Tommy. Porque sé lo que es sacarlo de una ducha de agua hirviendo y darle un par de hostias para que espabile. Porque lo echo muchísimo de menos, porque incluso el dolor de sentir la piel protestando por el exceso de calor es mejor al vacío de mi interior.
               Eleanor no merecía esto, pienso con convicción. Y luego, me odio muchísimo por pensar eso. Tommy tiene razón; Eleanor no me merece, no se merece a una persona que crea que ella no vale pasarlo un poco mal.
               No la quiero de verdad; si la quisiera de verdad, no estaría pensando esas cosas.
               Sabrae protesta porque ella también quiere ducharse, va a salir esta noche y quiere llevar el pelo suelto (milagro). Pone los ojos en blanco cuando yo abro la puerta sin decir nada y le hago un gesto para que entre. Se desnuda rápidamente y salta a la ducha sin mirarme, y yo me seco sin mirarla a ella. Se pone un montón de productos en el pelo y espera a que yo salga.
               Me quedo tirado en la cama, decidiendo si debería hablar con Eleanor, pedirle perdón por todo lo que le estoy haciendo vivir y decirle que vuele libre, a poder ser, muy lejos de mí, cuando ella me abre conversación.
               -Tengo muchas ganas de lo de esta noche-me dice, y yo me quedo mirando el mensaje, preguntándome qué puedo decirle sin ser un cabrón de primer nivel. Siento un tirón en el estómago, oigo a mi voz interior decir que Eleanor no merece esto, oigo a Tommy decir que yo no la quiero de verdad, que estoy jugando con ella.
               Son la misma voz.
               Y eso no ayuda.
               Pero la echo de menos, joder, la echo tantísimo de menos…
               -¿Scott?-me manda un monito que se tapa la boca; ya sé que es que quiere decirme algo.
               -Soy todo ojos-contesto, y llena la pantalla con lacasitos riéndose a lágrima viva.
               -Duna no va a ser la única niña que se parezca a ti con la que yo voy a jugar-me escribe, y luego, caritas sonrojadas, monos tapándose los ojos.
               -Te quiero muchísimo-le digo, y siento cómo sonríe en una parte de mi alma como si lo estuviera viendo en directo. Porque es la verdad, joder. Eleanor no se merece un novio que la haga sufrir porque él lo pasa mal por no hablarse con su hermano, Eleanor no merece la pena tener una movida semejante con Tommy, porque los dos deberíamos celebrar el mero hecho de que existe, pero le deseo muchísima suerte a Eleanor buscando a un tío que la quiera la décima parte de lo que la quiero yo.
               Puede que sea un capricho, pero joder, es el capricho más anhelado de la historia.
               Hablamos un poco más, intenta animarme, pero yo sigo acusando su ausencia y le pregunto varias veces a qué hora tiene pensado venir. Incluso le digo de venir a cenar, aunque sé que no está bien porque sólo voy a conseguir que tenga más movidas con Tommy, pero es que no puedo evitarlo. La necesito aquí, conmigo.
               Deja de contestarme un momento, lo justo para que Shasha entre en mi habitación y me obligue a ver una de sus pelis de mierda en el salón antes de cenar. Eleanor me ordena que vaya con ella, aunque no le he dicho que la pesada de mi hermana pequeña ha venido a tocarme los huevos. No necesita que nadie se lo diga, porque ha sido ella quien le ha sugerido a Shash que me saque de la cama, llueva, nieve, o truene.

lunes, 9 de enero de 2017

Coge tu corazón roto, y conviértelo en arte.



Os quiero a todos, pero vais a tener que perdonarme, porque he perdido mi voz, por gritar mis elegías este fin de semana, y he perdido la cabeza en algún momento de este año, así que tengo que leer.
Gracias, Hollywood Foreign Press, sólo por repetir lo que dijo Hugh Laurie. Vosotros, y todos nosotros en esta habitación en realidad, pertenecemos a los sectores más envilecidos de la sociedad americana en la actualidad. Pensad en ello: Hollywood, extranjeros, y periodistas. Pero, ¿quiénes somos nosotros, y qué es Hollywood, de todas maneras? Sólo un puñado de gente de muchos otros lugares. Yo nací, crecí y me eduqué en las escuelas públicas de Nueva Jersey; Viola Davis nació en una granjita de Carolina del Sur, y se mudó a Central Falls en Rhode Island; Sarah Paulson nació en Florida y fue criada por una madre soltera en Brooklyn; Sarah Jessica Parker fue una de siete u ocho hijos nacidos en Ohio; Amy Adams nació en Vicenza, Venetto, Italia; y Natalie Portman nació en Jerusalén, donde hay certificados de nacimiento; y la hermosa Ruth Negga nació en Addis Ababa, Etiopía, creció en Lond… ¡no, en Irlanda, creo!, y está nominada aquí por dar vida a una chica de un pequeño pueblo de Virginia. Ryan Gosling, como todas las mejores personas del mundo, es canadiense. Y Dev Patel nació en Kenia, se crió en Londres, y está aquí por interpretar a un indio criado en Tasmania. Así que Hollywood está rebosante de forasteros y extranjeros, y si los echamos a todos, no tendremos nada más que ver que fútbol y espectáculos de mezclas de artes marciales que no son artes marciales.
Me dieron 3 segundos para que dijera esto, así que…
El único trabajo del actor es entrar en las vidas de la gente que es diferente de nosotros, y como vosotros sabéis lo que se siente, y que hay muchos, muchos, muchas increíbles actuaciones que han hecho exactamente eso; impresionantes, apasionadas, trabajos. Pero hubo una actuación este año que me asombró: clavó su arpón en mi corazón, no porque fuera buena (no había nada de bueno en ella), pero fue eficiente e hizo su trabajo. Hizo que el público al que estaba destinada se riera, y mostrara los dientes. Fue ese momento, cuando la persona a la que se le ha pedido que se sentara en el asiento más respetado de nuestro país, cuando imitó a un periodista discapacitado, alguien a quien superaba en privilegios, poder, y capacidad de revolverse y pelear. Me rompió el corazón cuando lo vi, y todavía no puedo sacármelo de la cabeza porque no fue una película, era la vida real. Y ese instinto de humillar, cuando se exhibe por alguien en el ojo público, por alguien tan poderoso, se filtra a la vidas de todo el mundo. Porque es como si diera permiso, permiso para que otra gente lo haga. La falta de respeto invita a la falta de respeto, la violencia incita a la violencia. Cuando los poderosos usan su posición para acosar a otros, perdemos todos. Pero, venga, tú sigue con eso.
Vale, y esto me trae a la prensa.
Necesitamos a una prensa principal que haga que el poder se haga responsable, que les llame la atención por cada salvajada. por eso nuestros padres fundadores ensalzaron a la prensa y establecieron sus libertades en nuestra constitución, por lo que sólo pido a la famosa Hollywood Foreign Press, y a todos vosotros en mi comunidad que se unan a mí en apoyar al comité de periodistas, porque los vamos a necesitar para avanzar, igual que ellos nos necesitarán nosotros para proteger la verdad.
Una cosa más.
 Cuando estaba por ahí en el set una vez, protestando por algo como que no íbamos a parar de trabajar para comer, o las largas horas de trabajo, Tommy Lee Jones me dijo: “¿No es un gran privilegio, Meryl, el solo hecho de ser actor?”. Sí, lo es, y debemos recordarnos los unos a los otros los privilegios y la responsabilidad que tenemos para con la empatía. Todos deberíamos estar orgullosos del trabajo que Hollywood honra aquí, esta noche.
Como mi amiga, la querida y difunta princesa Leia me dijo una vez, coge tu corazón roto, y conviértelo en arte.