Había una vez una niña a la que le decían de pequeña
“cuando te eches novio o novia”, y a la que todo eso le parecía genial. Le
gustaba no tener límites, que sus padres no fueran como los que salían en
algunas películas, los que no querían a sus hijos y les decían que no podían
salir con una chica por ser chica.
La niña creció. Fue feliz. Esperaba con ansia ser mayor,
porque sabía lo que eso significaba. Pronto se echaría novio, o novia. Pronto
le empezaría a gustar alguien sin importarle si era como ella, o era diferente.
Crecería y sentiría cosas y su cuerpo las celebraría y todo estaría bien,
porque formaría parte de eso que se llamaba amor y que tantas ganas tenía de
probar.
Y ella no tenía límites, podía volar cuanto quisiera.
Pero había un problema. La niña no se enamoraba. La niña
no sentía nada. Miraba a los chicos y le parecían monos, miraba a las chicas y
le parecían monas, pero nada más. Nada de esas mariposas en el estómago, ninguna
urgencia en la parte baja de su vientre, ni calor en las mejillas ni deseos en
el alma. No había fuego, era hielo. Qué raro. Debería ser al revés. No tenía
límites, tenía unas alas inmensas. Pero, por alguna razón, esas alas no
volaban.
Ella no volaba.
La niña se sentía extraña. Todo el mundo se echaba novio,
o novia, y rompían y se arreglaban y volvían a romper. Todo el mundo se besaba
y tenía sexo, y ella miraba desde un extremo de la habitación, la única
espectadora en el cine de una película que parecía una adaptación de La colmena. Era la única espectadora,
porque todos los demás eran actores.
La niña se sentía un poco mal. Sentía cariño, ganas de
achuchar. Iba creciendo y sus propios pensamientos se organizaban de forma
extraña. “Quiero acunarle”, “quiero darle besitos”, “ojalá arroparle antes de
irse a dormir”, “ojalá acariciar su cuerpo desnudo, y darle mimos y mimos y
mimos hasta que el sol se ponga y la luna también lo haga horas después”.
Pero ése no era el amor del que todos hablaban, ésa no era la pasión de la que todos
hablaban. Más que un fuego, le parecía el calor del interior de la tierra, una
gruta calentita por la lava a la que no puede llegar.
Llegó una respuesta. Había personas que nunca sentían ese
fuego. Que nunca sentían calor, pero que tampoco tenían frío. Que vivían bien sus
vidas sin necesitar de alguien que les encendiera la llama. Y se acostumbró a
arrastrar sus alas, y se convenció de que no necesitaba volar, y le pareció
bien. Y fue feliz.
Y, sin embargo, algo en ella parecía revolverse cada vez
que veía a un novio, una novia, con su novia, o su novio. Lo echaba de menos,
aun no habiéndolo tenido.
Hasta que, un día, lo encontró. Una foto en Instagram fue
el detonante de la bomba. Y echó a volar. Y vio que puede que no tuviera nunca
novia, pero que algún día tuviera novio.
Y luego vio un vídeo. A la semana, o así. Y volvió a
estallar con los colores de todo el universo concentrados en su interior, una nebulosa
entera explotando y dando lugar a otra galaxia de sensaciones.
Cuando te eches
novio, o novia.
Nunca la había tenido, y puede que nunca lo tuviera, pero
ya no importaba. Sus alas estaban ahí para algo, había volado.
Y puede que algún día vuelva a hacerlo.
La niña soy yo. Este mes ha sido muy intenso para mí,
descubriendo cosas de mi interior que ni sabía que estaban, que creía muertas o
simplemente vacías. Pero he visto, he leído, me he informado, y por fin me he dado
cuenta de qué era esto que sentía dentro de mí. Quizás nunca haya estado con
nadie, puede que mis destellos de sexualidad hayan sido tan débiles que apenas
se distinguieran en el cielo nocturno, pero han estado ahí, aunque breves.
Como una autora dijo una vez:
“Me gustan los hombres. Me gustan sus manos morenas y me gusta la fuerza de sus mandíbulas, y esas sonrisas medio de lado y las barbas de tres días y los abdominales lo suficientemente marcados.”
Y:
“Hasta ahora había reparado en la belleza de las mujeres pensando que las envidiaba, pero no es así. Reparo en la belleza de las mujeres porque las mujeres son bonitas, y no puedo evitar sentirme atraída hacia ellas incluso cuando parece no estar bien.”
He hablado con más gente, y se sentían como yo. Tenían las mismas dudas que yo, y nos dimos cuenta de una cosa: Que no
explotes como lo hace el resto de gente con la misma cantidad de estímulos tampoco significa que tú no seas una
galaxia en potencia. Simplemente, necesitas un poco más de tiempo para
formarte, crearte a ti mismx y ver qué te gusta y qué no. Cada persona es un
mundo, y lo que en alguien es un fuego artificial, en otra persona puede ser
una simple bengala.
Pero no tengas miedo. Los fuegos artificiales y las
bengalas tienen muchas cosas en común: ambos iluminan la oscuridad…
… y están hechos de fuego.