viernes, 30 de junio de 2017

Cuando te eches novio, o novia.


Había una vez una niña a la que le decían de pequeña “cuando te eches novio o novia”, y a la que todo eso le parecía genial. Le gustaba no tener límites, que sus padres no fueran como los que salían en algunas películas, los que no querían a sus hijos y les decían que no podían salir con una chica por ser chica.
La niña creció. Fue feliz. Esperaba con ansia ser mayor, porque sabía lo que eso significaba. Pronto se echaría novio, o novia. Pronto le empezaría a gustar alguien sin importarle si era como ella, o era diferente. Crecería y sentiría cosas y su cuerpo las celebraría y todo estaría bien, porque formaría parte de eso que se llamaba amor y que tantas ganas tenía de probar.
Y ella no tenía límites, podía volar cuanto quisiera.
Pero había un problema. La niña no se enamoraba. La niña no sentía nada. Miraba a los chicos y le parecían monos, miraba a las chicas y le parecían monas, pero nada más. Nada de esas mariposas en el estómago, ninguna urgencia en la parte baja de su vientre, ni calor en las mejillas ni deseos en el alma. No había fuego, era hielo. Qué raro. Debería ser al revés. No tenía límites, tenía unas alas inmensas. Pero, por alguna razón, esas alas no volaban.
Ella no volaba.
La niña se sentía extraña. Todo el mundo se echaba novio, o novia, y rompían y se arreglaban y volvían a romper. Todo el mundo se besaba y tenía sexo, y ella miraba desde un extremo de la habitación, la única espectadora en el cine de una película que parecía una adaptación de La colmena. Era la única espectadora, porque todos los demás eran actores.
La niña se sentía un poco mal. Sentía cariño, ganas de achuchar. Iba creciendo y sus propios pensamientos se organizaban de forma extraña. “Quiero acunarle”, “quiero darle besitos”, “ojalá arroparle antes de irse a dormir”, “ojalá acariciar su cuerpo desnudo, y darle mimos y mimos y mimos hasta que el sol se ponga y la luna también lo haga horas después”.
Pero ése no era el amor del que todos hablaban, ésa no era la pasión de la que todos hablaban. Más que un fuego, le parecía el calor del interior de la tierra, una gruta calentita por la lava a la que no puede llegar.
Llegó una respuesta. Había personas que nunca sentían ese fuego. Que nunca sentían calor, pero que tampoco tenían frío. Que vivían bien sus vidas sin necesitar de alguien que les encendiera la llama. Y se acostumbró a arrastrar sus alas, y se convenció de que no necesitaba volar, y le pareció bien. Y fue feliz.
Y, sin embargo, algo en ella parecía revolverse cada vez que veía a un novio, una novia, con su novia, o su novio. Lo echaba de menos, aun no habiéndolo tenido.
Hasta que, un día, lo encontró. Una foto en Instagram fue el detonante de la bomba. Y echó a volar. Y vio que puede que no tuviera nunca novia, pero que algún día tuviera novio.

Y luego vio un vídeo. A la semana, o así. Y volvió a estallar con los colores de todo el universo concentrados en su interior, una nebulosa entera explotando y dando lugar a otra galaxia de sensaciones.

Cuando te eches novio, o novia.
Nunca la había tenido, y puede que nunca lo tuviera, pero ya no importaba. Sus alas estaban ahí para algo, había volado.
Y puede que algún día vuelva a hacerlo.
 
La niña soy yo. Este mes ha sido muy intenso para mí, descubriendo cosas de mi interior que ni sabía que estaban, que creía muertas o simplemente vacías. Pero he visto, he leído, me he informado, y por fin me he dado cuenta de qué era esto que sentía dentro de mí. Quizás nunca haya estado con nadie, puede que mis destellos de sexualidad hayan sido tan débiles que apenas se distinguieran en el cielo nocturno, pero han estado ahí, aunque breves.
Como una autora dijo una vez:
“Me gustan los hombres. Me gustan sus manos morenas y me gusta la fuerza de sus mandíbulas, y esas sonrisas medio de lado y las barbas de tres días y los abdominales lo suficientemente marcados.”
Y:
“Hasta ahora había reparado en la belleza de las mujeres pensando que las envidiaba, pero no es así. Reparo en la belleza de las mujeres porque las mujeres son bonitas, y no puedo evitar sentirme atraída hacia ellas incluso cuando parece no estar bien.”
He hablado con más gente, y se sentían como yo. Tenían las mismas dudas que yo, y nos dimos cuenta de una cosa: Que no explotes como lo hace el resto de gente con la misma cantidad de estímulos tampoco significa que tú no seas una galaxia en potencia. Simplemente, necesitas un poco más de tiempo para formarte, crearte a ti mismx y ver qué te gusta y qué no. Cada persona es un mundo, y lo que en alguien es un fuego artificial, en otra persona puede ser una simple bengala.
Pero no tengas miedo. Los fuegos artificiales y las bengalas tienen muchas cosas en común: ambos iluminan la oscuridad…

… y están hechos de fuego.

martes, 27 de junio de 2017

A fuego lento.

-Lay, ¿te traigo algo de la máquina?-pregunta Roxie, cartera en mano. Niego con la cabeza. Estoy intentando dejar el café de avellana. Estoy haciéndome demasiado dependiente de él. Está delicioso y es muy barato, pero tengo que dejarlo-. Guau, ¡vas en serio!-alaba, y sonrío. Sí, la verdad es que voy bastante en serio.
               Además, ya no lo necesito. He decidido ir al psicólogo y me ha dado unas pastillas para dormir sin pesadillas. Así que no, ya no necesito ir a la máquina de café nada más llegar a la universidad cada mañana. Ya duermo. No necesito meterme la cafeína en vena.
               Ya me ocuparé de mi posible adicción a los somníferos después. Cuando esté curada. Ahora, de momento, tengo que centrarme en la universidad.
               Me quedo corrigiendo apuntes y numerando dibujos en el cuaderno mientras la clase se va vaciando. El profesor recoge sus cosas y sale discretamente, sin mirar a otro lugar que no sea la puerta. Ha de tener cuidado, pues si establece contacto visual con alguno de nosotros, puede que le hagamos una pregunta, mandando al traste sus planes de tomar un capuccino con un cruasán en la cafetería.
               Varias personas se quedan conmigo en la sala. Cada una haciendo sus cosas. Queda casi media hora para la siguiente clase, tiempo de sobra para poner en orden mis notas.
               Estoy anotando en la agenda que tengo que ir a recoger una mochila de Keira de la tintorería cuando un graciosillo se sienta en el sitio de Roxie. Lo hacen a menudo, como si los sitios no estuvieran ya consolidados después de tantos meses reclamando el mismo lugar. Creo que quieren que estalle. Pero yo nunca lo hago.
               -Perdona-me giro hacia él-, ese sitio está ocupado.
               El chico me sonríe. Tiene la sonrisa más bonita del mundo. Se gira hacia mí. Sus ojos sí que son los más bonitos del mundo, no tienen comparación con nada que se pueda haber visto antes. Ni con el azul del cielo.
               Tommy se inclina un poco hacia atrás, fingiéndose atacado.
               -Vaya, guapa, lo siento. ¿Hay algún sitio en el que pueda sentarme sin estar demasiado lejos de ti?
               Me echo a reír.
               -Todos tenemos nuestro lugar asignado-respondo, dejando el boli encima de la mesa, sobre los bocetos de cuerpos. Tommy alza las cejas.
               -¿Y no puedes hacerme un huequecito?
               -Depende-respondo, vuelvo a coger el boli y me lo llevo a los labios. Doy unos toquecitos con el capuchón en mi boca, mirando en derredor-. ¿Dónde lo quieres?
               Tommy me aparta el pelo del hombro, me acaricia el cuello con los dedos y la mejilla con el pulgar.
               -En tu corazón, princesa.
               Noto cómo me sonrojo hasta las puntas de los pies. Eso a él le encanta. Me miro las manos y dejo que él me dé un beso en la frente, amansada.
               Me encanta la forma en que su boca se posa sobre mi piel y ésta estalla en un génesis sin precedentes. Me siento refortalecer a oleadas, que coinciden con los impulsos nerviosos que trasladan nuestro contacto por todo mi cuerpo. Le miro a los ojos, esos ojazos azules por los que Diana haría tanto, por los que yo no haría menos. Le brillan muchísimo y están insultantemente bonitos, en parte por el contraste con su camiseta azul.
               En un acto de valentía, le cojo la mano libre. Las comisuras de sus labios vibran en una sonrisa que no llega a nacer. Nos miramos a los ojos y vemos todo un mundo de posibilidades en la mirada del otro.
               Si yo no estuviera tan rota, tendría el coraje de perseguir esas posibilidades. Subirme a mi barquita y que me arrastrara la corriente. Pero de momento, necesito remendar mis velas.
               -Voy a darte un beso-le digo en un susurro. Soy perfectamente consciente de que mis compañeros de clase no se pierden detalle. Pero me da igual. Quiero probar su boca y creerme la criatura más fuerte del mundo. Tommy me guiña un ojo, me invita a averiguar si él se va a resistir.
               No lo hace. Sigue con su mano en mi rostro y me gusta la sensación de calidez seca de sus dedos y calidez húmeda de su lengua. Todo mi cuerpo se deshace en chispazos, celebrando nuestro contacto. Muy bien, Layla, parecen gritar mis células.
               Me separo de él y me enamoro un poquito más de lo bonito que es por fuera, porque por dentro es imposible abarcar su belleza.
               -¿No tienes clase?-pregunto, y él asiente con la cabeza, se encoge de hombros después.
               -Pero tenía cosas más importantes que hacer.
               -¿Como qué?
               -Seguir mis instintos y venir a verte.
               Me paso una mano por la nuca, jugueteando con mi pelo.
               -Te echaba un poquito de menos. Voy a tener que llamar a Diana y pedirle que no te monopolice tanto-bromeo, y él sonríe. Se cruza de brazos y estira las piernas.
               -O podríais organizar una pelea de gatas. Yo la vería gustoso.
               -¿En serio? ¿Por quién apostarías?-coqueteo. No es que quiera que me responda. No es que lo vaya a hacer.
               ¿O sí?
               Me da un poco de ansiedad pensar que la respuesta sólo la conoce él, y quién sabe si es más definida de lo que quiere pensar.
               Pero no me defrauda. Se finge el ofendido y exclama:
               -Soy un caballero, Layla, y los caballeros no apuestan.

viernes, 23 de junio de 2017

Caramelito.

¡Vota aquí tu nombre favorito para el programa al que van a ir Chasing the Stars y Eleanor!


No le oigo levantarse. La cama es tan cómoda y calentita y suave que no existe nada más que ella. No hay ruido, ni nada que ver. Sólo estamos la cama de mi hermano y yo.
               Hasta hace poco, éramos tres.
               Pero ahora ya no. Scott se ha levantado hace poco. Ha encendido la luz y se ha bajado despacio de la cama. Ha reprimido el impulso de cubrirme a besos. Es lo que lleva haciendo desde que me encontró: comerme a besos cada vez que puede.
               Y a mí me encanta.
               Ojalá pudiera pasarse el día comiéndome a besos.
               Sin embargo, ahora está concentrado en otra cosa. Ha posado los pies en el suelo y ha caminado en silencio hacia su mochila. Ha sacado lo que llevaba dentro y lo ha guardado en un cajón. No lo ha cerrado del todo para no hacer ruido.
               La rellena de peluches. Cosas blanditas y suaves para su hermana.
               Cuando la tiene preparada es cuando se acerca a mí. Escala de nuevo hacia la cama y se inclina a besarme. Yo abro los ojos y lo miro. Y bostezo. Y empiezo a escuchar mientras él canturrea.
               -Buenos días. Buenos días. Buenos días, pequeñita. Buenos días, hermanita. Buenos días, preciosa. Buenos días, Sabrae. Buenos días-Scott sonríe, me toca la nariz y yo lanzo una exclamación a modo de risa. Me gusta que me haga eso.
               Todo lo que Scott me hace me gusta.
               -No te asustes-me pide. Me da un beso en las manitas y mete las suyas por debajo de mi espalda. ¿Qué pretendes, jovencito?, me gustaría decirle. Pero no lo hago. Porque soy un bebé. No sé hablar.
               Y, de todas formas, no importa que no lo haga. Scott me lo explica igual.
               -Te voy a llevar al cole-me confía-. Vas a ir de incógnito-añade. Me coge en brazos, me mira y me lleva con cuidado hacia su mochila. Luego descubre que no puede sostenerme y abrir la mochila a la vez. Me mira con angustia. Se muerde el labio. Nos mira alternativamente a la mochila y a mí.
               Chasquea la lengua. Yo me sobresalto. No me gusta que haga esos ruidos.
               -Confía en mí, Saab-me dice. Como si necesitara pedírmelo. Yo siempre confiaré en él. ¡Es mi hermano mayor! ¿Cómo no voy a confiar en él?
               Se sienta con sumo cuidado. Me deposita sobre sus piernas abiertas y coge la mochila. La arrastra hasta tenerla a su lado. La abre. Bien abierta. Me coge por debajo de los hombros y me mete con precaución dentro.
               No me gusta estar dentro. Es un sitio apretado. No me revuelvo bien. Lo miro con los ojos empañados. Es una advertencia, aunque yo no lo sé. No voy a aguantar mucho tiempo aquí metida, le digo sin usar palabras.
               Pero Scott no las necesita, porque es mi hermano mayor. Abre más la mochila y me da un beso en la frente.
               -No te preocupes, Saab. Sé lo que me hago. Esto lo aprendí de Layla-me confía. Nunca he escuchado ese nombre. Pero me gusta. Me gusta porque él lo usa para que yo me tranquilice, tiene que gustarme, así que me gusta-. Ya verás cuando la conozcas, Saab-susurra-. Te va a encantar. Es guapa, y lista, y es mayor-anuncia con fascinación. Guau. Es mayor.
               No sé lo que quiere decir mayor.
               Solo no, al menos. Sé que Scott es mi hermano mayor. Pero lo que me interesa y me importa y adoro de Scott es que es mi hermano. Creo que, si no fuera mayor, me daría igual.
               Hay un ruido en la habitación de papá y mamá. Algo que me asusta. Scott me achucha y me arrulla para que no me eche a llorar. Mira por encima del hombro. Cierra la mochila hasta que queda una ranurita por la que le puedo ver.
               -No hagas ruido, Sabrae. Estás bien. Confía en mí, ¿vale? Estás bien. Enseguida se acaba esto-me promete. Yo quiero decirle que confío en él. Pero no puedo. Así que le miro y le sonrío. Haz lo que tengas que hacer. Scott me deposita un último beso, traído con sus dedos, en la mejilla, y se va. Le escucho meterse en la cama. Taparse con las mantas un segundo antes de que la puerta se abra.
               Es papá. No sé cómo lo sé, sólo lo sé. Es papá, algo dentro me lo dice. Una sabiduría tan ancestral como mis sentimientos por mi familia. Como el afán de protección de mi hermano.
               Papá se acerca a la cama. Scott finge despertarse, se estira y bosteza. Papá le da un beso.
               -Hay que ir al cole, S-le dice papá. Scott asiente con la cabeza. Le da un beso y salta de la cama, poniendo especial cuidado en no destapar la muñeca que ha puesto para que parezca que yo sigo dormida. No deja que papá me eche un vistazo.
               -¡No!-le reprende-. Está dormida. No la despiertes, papá. Es un bebé, necesita dormir.
               Papá sonríe.
               De repente, todo el mundo se mueve. Scott me ha cogido.
               -Al cole-dice. Se carga la mochila a la espalda y trata de salir hacia la habitación.

martes, 20 de junio de 2017

Terivision: Tonight the streets are ours y Quien pierde, paga.

¡Hola, delicia! Hoy es un día especial, pues no te traigo una, sino dos reseñas.
La primera es la reseña de un libro que leí hace, creo, más de un mes. Se trata de:




Tonight the streets are ours, de Leila Sales. Se trata de la historia de Arden, una chica a la que definen como “alocadamente leal”. Y lo es, vaya si lo es: hace lo que sea por la gente a la que quiere, aunque eso signifique hacerse daño a sí misma (no en el sentido literal de la palabra); desde renunciar a un viaje a Disney para que su vecina pueda ir por ella, a aceptar que su novio no vaya a pasar con ella la noche de su aniversario a pesar de todo lo que le costó ahorrar para la habitación de hotel en la que planeaban pasarla.
El problema llega cuando Arden se da cuenta de que nadie va a sacrificar por ella lo que ella sacrifica por los demás… o parece que nadie va a entenderla, hasta que descubre el blog de un chico que se siente exactamente como se está sintiendo en ese momento. Siente una conexión fortísima con el chico del blog que desencadena la acción principal de la historia.
Aunque el libro me ha gustado, no va a pasar a la historia como uno de los mejores que he leído, ni el que más impacto me haya producido… diría que es bastante del montón, muy del montón, de hecho. Quizá lo único reseñable de él es que es el primer libro en el que los protagonistas me caen rematadamente mal. Los personajes secundarios son los que están más o menos dentro de lo que yo puedo soportar, pero es que Arden me parece sencillamente gilipollas (la tía no tiene amor propio, se deja pisotear por todo el mundo) y su mejor amiga, Lindsey, que tiene un morro que se lo pisa y que es oficialmente uno de los animales más egoístas con los que me he encontrado en mi vida.
Lo que más me llamó la atención del libro fue la manera en que Arden se obsesiona con la vida del escritor del blog, quien cuenta la historia de cómo su “malísima” novia rompe con él después de que consiga su sueño de ser escritor. Visto desde fuera, el comportamiento de Arden es claramente obsesivo, SPOILER A PARTIR DE AQUÍ llegando incluso a conducir horas para ir a conocer a este chico cuyas palabras la tienen cautivada. Y no podía dejar de pensar en que así es como se concibe la cultura de los famosos y los fans: si no vives por y para tu cantante favorito, es que hay algo malo en ti, y no vas a poder encajar nunca.
Por otro lado, diría que lo que más me gustó fue ver cómo no es oro todo lo que reluce, y descubrir las distintas versiones de la misma historia contadas desde los puntos de vista de los personajes que participan en ellas. SPOILER ves, básicamente, que el autor del blog no era tan santo y su ex novia no era tan hija de puta, y que cada cual va a contar el lado de la historia como le conviene para ser la víctima, y no el verdugo. Sin embargo, este soplo de aire fresco viene con una escritura tan simple que tampoco llega a impactarte ni a calar en ti.
En resumen: un libro con un título y una portada bastante bonitos que deja bastante que desear una vez lo abres.
Lo mejor: ver todas las caras de la verdad.
Lo peor: los personajes son insoportables.
La molécula efervescente: “hay personas que son flores, y otras que son jardineros”.
Grado cósmico: Satélite planetario {2.5/5}. Aprobado muy por los pelos, por las cosas novedosas que tiene.

jueves, 15 de junio de 2017

Princesa caramelito.

Si papá y Louis fliparon con que quisiéramos seguir sus pasos, más flipamos Tommy y yo con su reacción. En todas las familias era motivo de orgullo que un niño de escasa edad que aún no sabía nada de la vida levantara sus puños al aire con entusiasmo cuando se le preguntaba qué quería ser de mayor, y proclamara:
               -¡Quiero ser-profesión-, como papá!
               Supongo que ser el único chico en casa me convertía también en la única decepción, porque cuando Sabrae decía de pequeña que quería “castigar muchos años a hombres malos, como mamá” todo el mundo se descojonaba.
               Odiaría a Sabrae, si no fuera tan mona.
               Si tuviera que definir con una palabra lo que se desencadenó después de que Tommy (Alá lo bendiga, tenía más cojones que yo), la que usaría sería cataclismo. Todo el mundo se quedó en silencio, como los bosques justo antes de que un terremoto los partiera en dos, o la costa antes del tsunami.
               Probablemente los dinosaurios también hubieran experimentado ese silencio sepulcral, casi reverencial, cuando el meteorito que ocasionó su extinción entró en la atmósfera.
               Louis nos miraba a los dos como si de repente nos hubiéramos vuelto amarillos, una suerte de personajes salidos de los Simpson que hacían su aparición estelar en sólo un capítulo.
               Prefería no saber cómo nos miraba papá. Porque le eché un vistazo de refilón y me lo encontré con los ojos clavados en mí, como diciendo no puedo creerme que me hayas hecho esto. Ni que hubiera violado a alguien o me hubiera cargado a Shasha.
               Quien, por cierto, dejó que la espiral de tensión se apoderara de ella y se levantó como un resorte.
               -¿Postres?-preguntó. Mamá la miró como viéndola por primera vez. Fue como si recordara de repente que no tenía sólo un hijo, sino cuatro. Eleanor también se levantó y la ayudó a recoger los platos, que todavía estaban medio llenos de comida.
               Aunque sospechaba que nadie tendría más apetito, después de esto.
               Dan protestó porque no le había dado tiempo a terminarse sus patatas; tenía la costumbre de dejarlas para el final, heredada de su madre, y que su hermano mayor a veces manifestaba. Me giré y vi que Tommy apenas había probado bocado. Genial, íbamos a la batalla con el estómago vacío, ilusos de nosotros.
               Eri mandó callar a su hijo, que se levantó enfurruñado y se marchó a la cocina, en pos de Shash y El. Yo fui plenamente consciente entonces de que me había dejado solo, y me sentí misteriosamente desnudo, a la par que increíblemente molesto. Ella iba a participar en el programa, en el mismo programa, toda la vida había dicho que quería ser cantante, como papá y mamá, ¿por qué coño se me echaba a mí a la hoguera mientras a ella se le daba permiso para marcharse cuando aún no había terminado el curso, cuando era dos años menor que yo?
               Mi niña era literalmente una niña. Yo ya era un hombre. Joder, que no me iba a perder nada de clase. ¡Hola, papá, me han expulsado del instituto, ¿recuerdas?! ¿Por qué cojones reaccionas como si acabara de decir que dejo la universidad a mitad del máster porque me quiero meter a camionero?
               ¿Qué pasa? ¿Tu hijo de penalti no ha resultado el golazo que esperabas?
               Ahora de muy mala hostia, clavé los ojos en mi padre, que me estudió como el biólogo que estudia al jaguar en peligro de extinción mientras éste le acecha. Puso los codos en la mesa, parpadeó un par de veces, entrelazó los dedos, como si rezara, y se llevó la unión de sus manos a la mandíbula.
               La boca de Louis era una fina línea a través de la cual parecía tratar de ingerir la traición.
               -Todo estaba delicioso, Eri-alabó mamá, tratando de llenar ese silencio pre-catástrofe con su voz. Tommy me miró con los ojos de un cachorro abandonado, puede que sopesando si lo estábamos haciendo tan mal, si nuestras acciones eran tan reprobables. Me puso una mano en el brazo al notar la hostilidad que manaba de mí.
               Porque papá era mi padre, y lo tenía lejos… pero por dios que en ese momento me dieron ganas de atizarle. Me mordí el labio hasta notar cómo el piercing chirriaba; estaba a punto de romperlo.
               Las chicas y Dan volvieron con yogures y fruta. Los colocaron encima de la mesa y las repartieron. Eleanor se sentó a mi lado y me puso una mano en la rodilla, pero yo me aparté. Ahora no. Ahora estoy con mi padre.
               Dolida, pero a la vez entendiendo, asintió con la cabeza y destapó un yogur. Papá y Louis hicieron lo mismo. Eri y mamá sólo respiraron aliviadas cuando bajaron la vista y se ocuparon de sus postres.
               Yo no comí nada. Incluso Tommy me insistió en que lo hiciera. Me recliné en el asiento y negué con la cabeza. Tommy puso los ojos en blanco. Me apeteció darle un puñetazo.
               Los niños fueron los primeros en terminar. Dieron varias apresuradas cucharadas y esperaron impacientes a que una de nuestras madres diera permiso para levantarse de la mesa e irse a jugar. Tendría que ser Eri. Mamá estaba demasiado alucinada como para ver más allá de la pera que no se decidía a pelar.
               -¿Vais a bailar?-espetó Astrid, aburrida. Eso sacó de su ensoñación a mi madre, y les granjeó el permiso para huir de la masacre. Eleanor me miró, me cogió de la mano y me besó el dorso. Eso me tranquilizó un poco.
               Un poco.

domingo, 11 de junio de 2017

Mofletitos jugosos.

¿Habría dado alguna otra contestación de haber pensado en las consecuencias? No lo creo.
               ¿Habría hecho saber que me dolía tener que irme de casa tan pronto? Eso, sí.
               Supongo que a todos nos pasa lo mismo. En una fiesta, no pensamos en la preocupación de nuestra madre porque no sabe dónde estamos. No nos detenemos a valorar el riesgo de caminar por el borde de una azotea. No nos asomamos la cabeza por la ventanilla del tren esperando encontrarnos con una señal que nos la arranque.
               No nos sentamos en las dunas de nuestra playa favorita a planear ahorros para las clases de surf. No renunciamos al verano que viene. Aunque ese verano no llegue nunca.
               No decimos adiós a todo lo que hemos conocido: decimos hola a lo que nos queda por conocer.
               Y nos sentimos traidores. Porque no hemos pensado en los demás. Porque la ola nos ha tirado de la tabla. Dando vueltas por debajo de la superficie, pensamos en los demás surfistas. Les quitamos la oportunidad. Ellos podrían haberlo hecho mejor.
               Pero cuando estás en la ola, qué diferente es todo.
               Al día siguiente de decir que sí, volvimos a cantar. Resultó que teníamos que grabar un tema como audición. Los programas de hoy en día tenían tanta afluencia de gente que no podían permitirse el lujo de tener audiciones desde el principio. Sólo en momentos muy puntuales. Y la cantidad de personas que se presentaban era horrible. Puede que no entráramos.
               Así que Tommy había decidido ir por el camino más rápido. El más sencillo. El seguro.
               Consideré la posibilidad de que yo hubiera sido el último porque yo era el único que tenía un estudio en casa. Tommy tenía una sala de baile, una de ésas con una pared llena de espejos. Pero la acústica no era la misma. Y no teníamos que grabarnos. Sólo nuestras voces.
               Layla, Diana, Scott y Tommy entraron en el estudio con temor casi reverencial. Yo no recordaba qué era esa sensación. Puede que nunca la hubiera conocido. Había crecido, literalmente, toqueteando botones en aquel lugar. Pero ellos, no.
               Y ellos sabían que eran el producto de lo que había sucedido en sitios como aquellos. Todos éramos consecuencia de que a nuestros padres les dejaron entrar en un estudio.
               Tommy fue el primero en superar el hechizo. Se dio la vuelta y sonrió.
               -Ya veréis lo bien que se escucha todo lo que se grabe aquí.
               Las chicas lo miraron, asustadas. Layla estuvo a punto de dar la vuelta y salir corriendo. Íbamos a tener que apoyarla muchísimo.
               -¿Hablas por experiencia, o algo?-espetó Scott, herido, mirándolo de arriba abajo. Tenía la vaga impresión de que le dolía más que Tommy hubiera hecho algo nuevo sin él, que el que hubiera estado en aquel lugar antes.
               Creo que ni siquiera iban al cine separados. Lo cual era un problema.
               -¿No te acuerdas de que te conté que, cuando vine a Irlanda, Chad y yo grabamos cosas?-inquirió, picado, el inglés de ojos azules. El de ojos marrones alzó las cejas.
               -¿A eso te referías con “S, adivina, hemos grabado una canción”?
               Tommy puso los ojos en blanco.
               -No, con eso te quería decir que íbamos por el bosque buscando moras de temporada y nos encontramos una náyade y nos la tiramos por turnos-Tommy se irguió-. Joder, S, se supone que las aprobabas todas.
               Scott se lo quedó mirando.
               -A veces no sé cómo te soporto.
               Los metí en el estudio prácticamente a empujones. Papá se sentó en la mesa de mezclas y empezó a ponernos música.
               Escuchamos unos acordes. Nos quedamos callados, delante del micrófono que colgaba del suelo. Miramos a papá. Papá miró el móvil.
               -Tenéis buen gusto-declaró.
               -Se puede cantar bien entre cinco-añadió Diana. Layla asintió despacio con la cabeza.
               Nos repartimos Shape of you. La cantamos por primera vez todos juntos, luego, nos repartimos los papeles. Después, cantamos la canción de seguido, cada uno su parte. Y, a continuación, nos centramos en grabarla como se graba una canción.
               A pedazos. Igual que se hace una tarta. Por un lado va el bizcocho. Por otro, el relleno. Por otro, la mermelada. Por último, la decoración.
               Y mentiría si dijera que no nos lo pasamos genial. Que, la segunda vez que cantamos la canción, no estábamos ya bailando y dando brincos cuando otro se ocupaba del micrófono. Que Diana y Layla sacudieron las caderas y se rieron, pero no pasó nada, porque aquella no sería la grabación que enviásemos. Que Scott y Tommy no se frotaron el uno contra el otro en el estribillo, cuando Ed Sheeran le decía a la chica que quería su amor. Que no nos quedamos sin aire de la risa cuando nos pusimos a dar palmas, o haciendo el puente.
               Y eso fue lo peor. El habérmelo pasado bien por algo que a Kiara y Aiden las haría sufrir.
               Quedé con ella al día siguiente de que se fueran los ingleses. Estaba impaciente por conocer las noticias. Apenas había salido del autobús, ya la tenía colgada de mi cuello. Me dio un abrazo profundo y cariñoso. Un abrazo que decía que me había echado de menos.
               Pobrecita, la que le esperaba.
               -¿Qué querían Tommy y los demás?-preguntó. Siempre que me pedía información sobre los ingleses, la pedía refiriéndose a ellos como “Tommy y los demás”. Porque para algo era con él con quien antes había congeniado.
               -Te lo cuento tomando un chocolate-le dije. Porque aún me quedaba un poco de corazón. Y de decencia. Y de vergüenza. Y Kiara no se merecía que le dijera algo así en medio de la calle.
               Debería habérmela llevado a casa. Para que me gritara todo lo que quisiera. Y se quedara a gusto.
               Nos metimos en la primera cafetería que encontramos. Había un partido de fútbol puesto en el televisor más grande. Nos arrebujamos en el asiento y pedimos la taza más grande de chocolate que tuvieran. Kiara miró los precios y se mordió el labio. Yo le dije que no se preocupara. Que pagaba yo. Era lo menos que podía hacer, después de haberla dejado plantada.
               Y después de haberla traicionado sin pensar en ella.
               Nos trajeron nuestro pedido con un par de pastas en cada plato. Le tendí las pastas cubiertas de chocolate blanco a K, y ella me entregó las secas.
               Di un sorbo de mi tazón, con sus ojos fijos en mí.
               -¿Y bien?
               Su mirada oscura me derritió el corazón. No podía decírselo así.

jueves, 8 de junio de 2017

Terivision: The Dog Master.

¡Hola, delicia! Vuelvo a traerte una reseña sobre un libro que terminé de leer hace un par de días (y con el que estrené mi Tumblrde frases de libros y el hilo de frases de libros en Twitter ) (que se note poco la publicidad). Se trata de:


¡The Dog Master! Como su propio subtítulo indica (a novel of the first dog), el libro trata sobre, precisamente, eso: el primer perro. En el marco de un antropólogo al que le informan de que se ha encontrado el primer fósil de una tumba en la que también yace un perro, el autor, W. Bruce Cameron, nos cuenta la historia de cómo la humanidad pasó de ser presa del lobo, a domesticarlo y conseguir que se convierta en el mejor amigo del hombre que es hoy.
Tengo que decir antes de empezar que puede resultar un poco frustrante y lioso la manera que tiene el autor de contarte la historia. Aunque cuando vas avanzado el libro y ya estás más centrada se te hace muy interesante, los continuos saltos en la línea temporal hacen que no te aclares muy bien sobre si X acontecimientos sucedieron antes, y por tanto son causa, o por el contrario sucedieron después, y son efecto, de los que estás leyendo. Hay varias subtramas que se entremezclan hasta dar forma a la trama final, más importante, y la forma en que lo hacen puede ser algo liosa, especialmente si no estás acostumbrado a fijarte en los títulos de cada capítulo (como, básicamente, me pasa a mí). La historia se desarrolla fundamentalmente entre dos clanes prehistóricos: los Wolfen, que se creen descendientes del lobo y por tanto actúan a imagen y semejanza de estos cánidos, y los Kindred, hijos del sol, típica tribu prehistórica con sus migraciones y sus repartos de tareas en la comunidad y sus todo. En un mundo hostil en el que están lejos de ser el Depredador Supremo™ que somos ahora los humanos, estos dos clanes deberán luchar no sólo contra otros animales mucho más preparados para matar que ellos, sino contra la propia naturaleza: se encuentran en los albores de la última glaciación.
Partiendo de la base de que nunca había oído hablar de este autor, he de decir que me he llevado una grata sorpresa con su manera de escribir. He leído el libro en inglés y, si bien algunas partes se me hacían complicadas por el vocabulario (armas o alimentos que puede que no haya en la actualidad, la verdad es que no me he puesto a buscar las traducciones aún), en general el texto es bastante asequible e incluso bonito. Especial belleza tienen las partes en las que el autor quiere esmerarse más o que ya de por sí tienen que ser hermosas a la fuerza: el fragmento en el que la más anciana de los Kindred explica de dónde vienen es de mis partes favoritas del libro.

Además, aun siendo una novela que se centra en la más tierna infancia de la humanidad, me ha sorprendido por tratar temas con los que aún nos encontramos hoy. Los problemas que surgen entre las tribus son básicamente de dos tipos: amorosos y de poder. Personajes que no pueden estar juntos, otros que harán lo que sea por mantenerse un rato más al frente de sus tribus… en fin, cosas que no nos son desconocidas aún.
La forma de escribir la novela, como ya he dicho, es más que correcta. El autor se adapta a cada punto de vista en el que se centra, con especial importancia de los momentos en los que son los lobos los protagonistas. Se pasa de hablar más de vistas a olores, de sentimiento de individualidad a unidad en la manada. Cameron consigue que te sientas parte de la manada, e incluso te hace creer que realmente estás corriendo a cuatro patas en un bosque prehistórico persiguiendo a alces porque tienes que alimentar a tus crías antes de que se acerque el invierno.
Mención especial se merece el lenguaje de las tribus. Para empezar, llaman a su lengua, “La Lengua” (lo cual tiene sentido, si te paras a pensarlo). Hay palabras tan cotidianas como “joder” que ellos no utilizan (porque en inglés se supone que viene de unas siglas que vendrían a significar algo así como Fornication Under Control of the King), o “OK”, y, lo que más me llamó la atención, es que en ningún momento hay ninguna contracción. En este libro no te encuentras jamás un “I’m”. Siempre es I am. Supongo que tiene su lógica, pero nunca había pensado que, de tener que escribir en una especie de español arcaico, las formas más largas serían las que predominaran.
Si ya de por sí la historia tenía que gustarme sí o sí, como buena amante de los perros que soy, tengo que decir que los agradecimientos y la nota del autor son incluso mejores que la novela. Después de leer sobre académicos, te esperas a un escritor aburrido y pagado de sí mismo, así que qué sorpresa más agradable te llevas cuando te encuentras con que este hombre es un cachondo, que te regala frases del tipo “tuve que preguntar sobre el tipo de tecnología que había en la época, y resultó que los iPods aún iban a tardar en inventarse”, “por lo que sabemos, esta gente podría haberse gritado a la cara XD” o, mi preferida “Lo único mínimamente científico que podría decirte si me pones delante a una calavera es que «este tío está muerto».”
Lo mejor: Participar de los descubrimientos e invenciones de la humanidad, y su mitología. Además, la primera pintora de cuevas resulta ser una mujer. Así me gusta. Los coños mandan.
Lo peor: los continuos cambios de posición en la línea temporal pueden hacerse muy liosos y hacer que no te enteres muy bien de lo que está sucediendo.
La molécula efervescente: la explicación para el cambio de color de hojas en otoño. Naturalmente, para las tribus prehistóricas, que no tenían calefacción ni mantas eléctricas, ni siquiera calcetines gorditos, el invierno venía a ser la encarnación del demonio. Y la naturaleza luchaba una ardua batalla hasta conseguir superarlo. Batalla a la que se unían los árboles, y los árboles sangraban, y de ahí el cambio de color de sus hojas cuando el invierno se acerca: la batalla se ha vuelto más cruda y están perdiendo.
Grado cósmico: Galaxia {5/5}. Tanto el lenguaje, como los puntos de vista, como la mitología y la historia en sí no han hecho más que conquistarme. Y los comentarios del autor al acabar la novela no han sido más que la guinda del pastel.

¿Y tú? ¿Has leído este libro, o algo de este autor? Si es así, házmelo saber en un comentario. Y si no, ¿te han entrado ganas de leerlo? Toda reacción es bienvenida, ¡adoro leerte, no me dejes con las ganas! 

sábado, 3 de junio de 2017

Terivison: El caso Sloane.

¡Hola, delicia! Hoy vengo a hablarte de una película que vi hace un par de semanas. Algo que tengo que agradecerle a El Hormiguero, por otro lado. No todos los días hacen mierda, al parecer. Se trata de:


El caso Sloane. Como habrás podido deducir gracias al cartel, El caso Sloane es una película protagonizada por Jessica Chastain (a la que ya habrás visto en Interstellar o Criadas y señoras) en la que da vida a una lobista estadounidense. Por si no lo sabes, los lobbies son los grupos de presión de los gobiernos, los que básicamente ponen y quitan a presidentes o gabinetes enteros con tal de que se protejan sus intereses. El ejemplo más típico de lobby es el pro-armas. Y es, precisamente, este lobby, el que se pone en contacto con el personaje de Jessica Chastain, Elizabeth Sloane, para que consiga el apoyo de las mujeres (las “madres de América”) para las pistolas. Elizabeth se niega a ello y decide abandonar su empresa, una firma multimillonaria, para unirse a un pequeño despacho que lo que busca es, precisamente, lo contrario: conseguir una regulación en el derecho a portar armas reconocido en la Constitución americana.
Si tuviera que definir El caso Sloane con una frase, ésta me sería bien fácil de encontrar: empoderamiento femenino. Ya antes de ver la película, en la promoción de El Hormiguero, Pablo Motos destacaba el papel tan importante de Elizabeth Sloane en su firma. “Los hombres se acojonan escuchando sus tacones por el pasillo, como diciendo «que viene, que viene»”. Jessica incluso apuntaba que “los tacones de ella son como la música de Tiburón”. Y estaban en lo cierto. La película, aunque trata principalmente sobre el papel de los grupos de presión en los Gobiernos, es también un homenaje a todas las mujeres que han conseguido romper el techo de cristal y codearse con la élite a pesar de su sexo. Ellas tendrán que luchar más precisamente por ser mujeres, se encontrarán con mayores obstáculos que sus compañeros… pero serán más fieras sorteándolos
La trama es sencillamente genial, la verdad. Nos encontramos con un conflicto muy importante, y el guión está plagado de giros que no te dejan indiferente. La propia Elizabeth abre la película diciendo cómo es el trabajo de un lobista: básicamente, tienes que joder más a tu contrincante de lo que él te va a joder a ti. Adelantarte a sus movimientos. Y es la capacidad de previsión de Elizabeth lo que la ha convertido en la mejor lobista de todo Estados Unidos. No falta una versión más humana de la posición que defiende Elizabeth, encarnada por la genial Gugu Mbatha-Raw (a la que vi en Belle y, más tarde, en La verdad duele) en el papel de una analista que se sabe todos los datos referentes a la violencia armada de su país.
Las actuaciones son más que buenas; me atrevería, incluso, a decir que el papel de Jessica es el mejor de toda su carrera. Aun incluso estando prácticamente todo el rato en pantalla, no la ves agotada en ningún momento: se nota que ha trabajado el papel y que el personaje le gusta. Es un regalo del cielo, por otro lado, este personaje. No todos los días Hollywood se levanta diciendo “oye, voy a escribir sobre una mujer fuerte e independiente”…
… una verdadera lástima, pero bueno.
Precisamente es la frescura de este personaje lo que más me ha gustado de la película. Su fuerza, su fortaleza y su tesón para enfrentarse a todos los retos que se le pongan por delante. Elizabeth Sloane es la soberana de su vida y la dueña de su destino, y no va a dejar que ningún hombre decida lo que va a ser de ella… o menos, que la joda. Por lo menos, sin joderle ella más a él.
Lo mejor: Jessica Chastain. En sí.
Lo peor: SPOILER A PARTIR DE AQUÍ en un momento dado, parece que la salvación de Elizabeth depende de un hombre, y eso no me ha gustado en absoluto; no me ha parecido consecuente con el personaje. Sin embargo, también es verdad que el momento culminante de la película podría haber llegado aunque los acontecimientos fueran diferentes, con lo que no me atrevo a quejarme mucho FIN DEL SPOILER.
La molécula efervescente: el plot-twist final. No puedo decirte en qué consiste por razones evidentes, pero créeme si te digo que es la digna culminación de una película que te encantará.
Grado cósmico: Estrella galáctica {4.5/5}. Adoro el cine. Adoro el feminismo. Adoro a los personajes femeninos fuertes.

¡Hollywood, dadnos más!