Le di una patada al cristal del portal y me giré hacia mi
hermano y Tommy, que estaban discutiendo sobre la mejor manera de conseguir
subir al piso de Layla sin que su monstruo personal se enterara de que íbamos a
por él.
-¿Señoritas?-inquirí,
mirando a Diana y Eleanor, que se miraron un momento antes de sonreírse y
asentir con la cabeza.
Tommy
y Scott se quedaron helados al comprender lo que nos proponíamos.
Había
pasado casi una hora desde que me subiera al escenario de la discoteca que mi
hermano y sus amigos frecuentaban y me proclamara la nueva reina del local. Ya
nadie dudaba de mi talento vocal ni de mi presencia en el escenario. Esa noche
no sólo había conseguido una gorra chulísima con la placa de Batman en dorado
sobre el cuero negro: también me había hecho con la admiración de todos los que
antes tenían a mi hermano como el Dios supremo de la canción.
Scott
Malik, contra todo pronóstico, había resultado no ser el mejor Malik.
Mi
gran noche se había visto interrumpida por la llamada de socorro de Layla, la
hija de Liam, que había pedido auxilio a Tommy después de regresar al piso que
compartía con su, hasta entonces, aún novio.
Aunque
las cosas que le había hecho no merecían ni que se le calificara de ser humano.
Al principio no había entendido bien a qué se debían las prisas; simplemente había obedecido a Tommy, como solía tener por costumbre, me había bajado del escenario y había ido en busca de mi hermano, que resultó estar en los baños de la discoteca, haciendo Dios sabe qué con Eleanor (una parte de mí se preguntó si Alec y yo no nos encontrábamos allí precisamente por ser territorio de Scott). Después de que mi hermano y su novia secreta salieran de su escondite, y después de que Tommy y él intercambiaran unos gritos en el típico concurso de a-ver-quién-la-tiene-más-grande tan propio de los tíos, me habían desvelado la verdad:
Que a
Layla, su novio llevaba pegándole palizas, humillándola y violándola casi desde
que llegaron a Londres. Lo cual rozaba el año.
Que
Layla había regresado a su casa, todavía no sabían por qué, y se había visto
atrapada con él, que no la dejaba marchar.
Que
Layla estaba mal y necesitaba nuestra ayuda.
Que
Tommy tenía pensado sacar la artillería pesada con tal de proteger a la hija
mayor de los Payne.
Y que
esa artillería pesada no resultaba ser otra que yo misma.
Nos
pusimos en marcha, y nuestra comitiva sólo se vio un poco mermada en sus ánimos
cuando Eri y mamá llamaron a sus primogénitos y les pusieron en su sitio.
Incluso a través del teléfono, era increíble el poder que tenía una madre de
asustarte y hacer que lamentaras no tener el testamento en regla.
No
habíamos contado con el minúsculo detalle de que desconocíamos la dirección de
Layla más allá del número de su portal. Y no estábamos para ir llamando al
telefonillo, preguntando a las 3 de la mañana si alguien sabía dónde vivía la
señorita Layla Payne.
-¿Cómo
abrimos?-inquirió Eleanor, medio histérica-. ¿Cuál es su piso? ¿Cómo sabemos
dónde vive? ¿Lo sabes tú, Tom…?
No le
dejé terminar la perorata. Scott y Tommy discutían acaloradamente sobre en qué
piso creían recordar que vivía a Layla. Yo decidí ser más práctica.
Si no
puedes abrir una puerta, ¿por qué no echarla abajo?