lunes, 23 de abril de 2018

Bad bitch.


Le di una patada al cristal del portal y me giré hacia mi hermano y Tommy, que estaban discutiendo sobre la mejor manera de conseguir subir al piso de Layla sin que su monstruo personal se enterara de que íbamos a por él.
               -¿Señoritas?-inquirí, mirando a Diana y Eleanor, que se miraron un momento antes de sonreírse y asentir con la cabeza.
               Tommy y Scott se quedaron helados al comprender lo que nos proponíamos.
               Había pasado casi una hora desde que me subiera al escenario de la discoteca que mi hermano y sus amigos frecuentaban y me proclamara la nueva reina del local. Ya nadie dudaba de mi talento vocal ni de mi presencia en el escenario. Esa noche no sólo había conseguido una gorra chulísima con la placa de Batman en dorado sobre el cuero negro: también me había hecho con la admiración de todos los que antes tenían a mi hermano como el Dios supremo de la canción.
               Scott Malik, contra todo pronóstico, había resultado no ser el mejor Malik.
               Mi gran noche se había visto interrumpida por la llamada de socorro de Layla, la hija de Liam, que había pedido auxilio a Tommy después de regresar al piso que compartía con su, hasta entonces, aún novio.
               Aunque las cosas que le había hecho no merecían ni que se le calificara de ser humano.


               Al principio no había entendido bien a qué se debían las prisas; simplemente había obedecido a Tommy, como solía tener por costumbre, me había bajado del escenario y había ido en busca de mi hermano, que resultó estar en los baños de la discoteca, haciendo Dios sabe qué con Eleanor (una parte de mí se preguntó si Alec y yo no nos encontrábamos allí precisamente por ser territorio de Scott). Después de que mi hermano y su novia secreta salieran de su escondite, y después de que Tommy y él intercambiaran unos gritos en el típico concurso de a-ver-quién-la-tiene-más-grande tan propio de los tíos, me habían desvelado la verdad:
               Que a Layla, su novio llevaba pegándole palizas, humillándola y violándola casi desde que llegaron a Londres. Lo cual rozaba el año.
               Que Layla había regresado a su casa, todavía no sabían por qué, y se había visto atrapada con él, que no la dejaba marchar.
               Que Layla estaba mal y necesitaba nuestra ayuda.
               Que Tommy tenía pensado sacar la artillería pesada con tal de proteger a la hija mayor de los Payne.
               Y que esa artillería pesada no resultaba ser otra que yo misma.
               Nos pusimos en marcha, y nuestra comitiva sólo se vio un poco mermada en sus ánimos cuando Eri y mamá llamaron a sus primogénitos y les pusieron en su sitio. Incluso a través del teléfono, era increíble el poder que tenía una madre de asustarte y hacer que lamentaras no tener el testamento en regla.
               No habíamos contado con el minúsculo detalle de que desconocíamos la dirección de Layla más allá del número de su portal. Y no estábamos para ir llamando al telefonillo, preguntando a las 3 de la mañana si alguien sabía dónde vivía la señorita Layla Payne.
               -¿Cómo abrimos?-inquirió Eleanor, medio histérica-. ¿Cuál es su piso? ¿Cómo sabemos dónde vive? ¿Lo sabes tú, Tom…?
               No le dejé terminar la perorata. Scott y Tommy discutían acaloradamente sobre en qué piso creían recordar que vivía a Layla. Yo decidí ser más práctica.
               Si no puedes abrir una puerta, ¿por qué no echarla abajo?

               Así que le di una patada al cristal del portal, por el que se podían ver las escaleras que escalaban por el edificio como una oruga que sube por una brizna de hierba en busca de la brisa de verano. Fui rápida y a la vez certera: di justo en el centro del cristal, el punto más débil, con el talón de mis botas duras, que bien podrían reventarle el cráneo a alguien de un pisotón.
               -¡Eso!-gritó mi hermano-. ¡Córtate una pierna, que total, tienes otra!
               -¿Señoritas?-decidí ignorarle, y Diana, después de ese intercambio de miradas con Eleanor, me cogió de la muñeca para apartarme de su lado. Se ocupó de los cristales que sobresalían del marco de la puerta como los dientes de un monstruo. Los golpeó con su bolso duro de fiesta y apartó las esquirlas más grandes de nuestro camino con sus zapatos de tacón.
               Me quedé alucinada con los métodos de Diana. Noté que había dejado la boca abierta y que la miraba como si la viera por primera vez. La verdad es que no me esperaba que una niña consentida como ella pudiera gastárselas así.
               Diana se volvió hacia nosotros, y posó su atención en mí. Pareció divertirla mi sorpresa.
               -A ver si te piensas que yo no robé nunca nada en el Bronx-rió-. Que sea millonaria no quiere decir que no me vaya la acción-se volvió hacia los chicos, que se la comían con la mirada y la temían a partes iguales. Bueno, Tommy más que Scott. Mi hermano, contra todo pronóstico, no la soportaba. Decía que era una prepotente y una chula y aseguraba que no tenía ni idea de lo que Tommy veía en ella.
               Yo, por el contrario, me preguntaba cómo Scott podía ser tan imbécil y no sentirse atraído por la americana, si hasta yo me moría por saber lo que se sentía teniendo su boca en mis labios.
               Claro que siempre tenía una boca por la que preocuparme un poco más. Una boca que esta noche había probado, y a la que añoraría cuando empezamos a subir las escaleras.
               -Quedaos aquí-ordenó Diana-. Nosotras nos ocupamos.
               Atravesé el marco de la puerta y me acerqué a los buzones para estudiar el piso de Layla. Al lado de la linterna de mi móvil, se encendió otra. Eleanor posó su mano en mi hombro y se ocupó de los buzones de la izquierda.
               -Lo tengo-anuncié el piso para que los chicos supieran dónde buscarnos si las cosas se ponían feas, y eché a correr por las escaleras. No tardé en escuchar el tamborileo de los pasos de Diana, recortando la distancia que había perdido por quedarse hablando un momento con Scott y Tommy. Eleanor me seguía de cerca, guardándome las espaldas.
               Diana se reunió con nosotras en el tercer piso, y seguimos escalando por los peldaños, serpenteando en las entrañas de lo que para unos era un hogar, y para Layla no era más que una cárcel que la aprisionaba con sus paredes. Jamás sabríamos si despertamos a algún vecino o si alguien creyó que entraban a robar; qué ladronas más malas seríamos, si nuestra intención fuera ser sigilosas.
               Llegamos al piso, por fin. El aliento me ardía dentro de los pulmones, que acusaban la falta de calentamiento antes de iniciar esta explosión de ejercicio. Eleanor me cogió de la mano y yo, agradecida, se la apreté. Me gustaba saber que ella me cubría. Aunque sospechaba que Eleanor no serviría de mucho en una pelea, tener unos ojos que te vigilan la espalda siempre te da cierta confianza.
               Buscamos los interruptores de la luz, pero la hermana de Tommy me detuvo tocándome el codo.
               -Mira, Saab-me dijo.
               Bajé la vista, siguiendo la dirección que su dedo índice me indicaba, y sonreí con malicia. Nos habíamos encontrado con una puerta entreabierta por la que se colaba una luz tenue, probablemente de una habitación cercana. Me mordisqueé el labio y aguanté la respiración, buscando indicios de una trampa.
               -Ten cuidado-me pidió El cuando vio que avanzaba como una tigresa que se oculta entre la maleza para darle caza a su presa. Asentí imperceptiblemente sin apartar los ojos de la puerta, en busca de una sombra, de un movimiento por el rabillo del ojo, de algo que disparara mis instintos y me hiciera sospechar.
               Ese algo que yo esperaba no ocurrió. Posé los dedos en la puerta y la empujé suavemente. Me latía el corazón en la garganta, y mi pulso resonaba, atronador, en los tímpanos.
               Metí la cabeza dentro. Fue un movimiento un tanto estúpido, pensando las cosas fríamente, pero por aquel entonces la adrenalina me emponzoñaba de una manera que me era imposible pensar con claridad. Me volví temeraria en mi valentía.
               Suerte que no hubiera nada al otro lado de la puerta.
               Eleanor me siguió; Diana fue la última. Empujó la puerta hasta dejarnos a las tres encerradas dentro, y nos miramos entre nosotras. Tragué saliva al escuchar unos sonidos que al principio no conseguí identificar.
               Y, entonces, supe de dónde venían y qué eran, así como quién los producía.
               Provenían del salón.
               Eran sollozos.
               Layla lloraba.
               La dueña de la casa y el motivo de nuestra presencia estaba acurrucada en el salón, muy cerca de nosotras. Caminamos hacia ella mientras sorbía por la nariz. Inconscientemente, me pasé las manos por los shorts, buscando algo que yo no sabía qué era.
               Un arma.
               O las manos de Alec en mis caderas, cuidándome la espalda, ayudándome a levantarme para poder romperle la mandíbula de una patada a un oponente que ni siquiera estaba allí.
               Sabrae. No, me recriminé. No podía pensar en él ahora; debía concentrarme.
               -¿Chicas?-me rompió el corazón escuchar la esperanza en la desesperación de la voz de Layla. Entramos en el salón y nos la encontramos aovillada en el sofá, cubierta por una camiseta, sus bragas a duras penas manteniendo a raya un hilillo de sangre que serpenteaba por entre sus muslos.
               Ver lo que le había hecho me dieron ganas de vomitar.
               Una cosa es que te hablen de violaciones como un monstruo que ataca por las noches, o que se oculta entre las sombras de un día. Una cosa es apretar el paso cuando vas sola por la calle porque escuchas a alguien caminar detrás de ti. Una cosa es mandarte mensajes con tus amigas, tener el corazón en un puño mientras vas en dirección a tu casa, justo el día en que nadie ha podido ir a buscarte y todo el mundo parece estar esperando el momento oportuno en el que saltar sobre ti.
               Y otra muy diferente es saber lo que te hace. Encontrarte con una chica que lo acaba de pasar. Ver las huellas del robo de tu posesión más preciada, tu dignidad, materializarse en camisetas estiradas, arañazos, moratones, y bragas manchadas de sangre.
               Layla se limpió las lágrimas y los mocos con el dorso de la mano, y se puso en pie con una entereza que hizo que la cabeza me diera vueltas. Cuántas veces habrá tenido que pasar por esto.
               Por qué mamá no insistió en que se quedara con nosotros.
               Podíamos cuidarla.
               -Perdonad que os haya hecho venir tan tarde, es que…-negó con la cabeza, se encogió de hombros, se llevó una mano a la boca y contuvo un gemido que la hizo desmoronarse.
               Eleanor me apartó de su camino y la abrazó. Yo no tardé en seguirla, aunque fui la última. Diana también me había sacado ventaja.
               -Sh, sh. Diana nos lo ha contado todo-le acarició la cabeza y le dio besos hasta que la respiración de Layla se volvió un poco menos superficial-. Te sacaremos de aquí.
               -¿Dónde está?-preguntó Diana, y yo la miré. Le di las gracias en silencio por hacer la pregunta que yo no me atrevía. No quería ni decir su nombre en voz alta, usar pronombres ni nada por el estilo para referirme a él.
               Mis palabras le darían legitimidad.
               Mi voz sería su excusa para existir un minuto más.
               -En la cama-contestó Layla-. Está dormido.
               Está dormido. La frase reverberó en mi mente. Está dormido, está indefenso.
               No te costará matarlo.
               Ni siquiera me asusté ante lo que estaba planteándome. Para mí, el novio de Layla no era más que un insecto, una araña que se acerca a ti a la carrera, desafiante, a la que aplastas de un pisotón instintivo.
               -Ojalá tenga una pesadilla, para que la pueda comparar con lo que le voy a hacer.
               -No-contestó Layla, elocuente pero firme-. Ayudadme a sacar mis cosas. Quiero irme de aquí. Si lo despertamos, si me mira… -se abrazó a sí misma y nosotras respondimos rodeándola con nuestros brazos-. No puedo más. Me prometí a mí misma que ayer sería la última vez que me tocaría, la última vez que lloraría por él, pero…
               -Yo me prometí a mí misma que la semana pasada sería la primera y única vez en que le cortaría la cara a un cabrón-contesté, recordando lo bien que se había sentido la sangre de un machito herido e indefenso entre mis dedos, su olor metálico en mi nariz-. No te preocupes; Alá bendice las noches en que rompemos nuestras promesas por un fin mayor.
               -Saab, no-zanjó Layla, y al ver que todavía no estaba del todo convencida, terció-. Por favor. No quiero que te rebajes a su nivel.
               Tomé aire y asentí con la cabeza. Era mi lucha, por supuesto, pero no mi batalla. Si Layla no quería sangre, no habría sangre esa noche. Sería el verdugo, no el juez.
               -Quédate en el salón-añadió, en un alarde de inteligencia que no me sorprendió de ella. Me conocía mejor de lo que yo pensaba, y sabía que si lo tenía cerca, me costaría controlar mis impulsos. Aunque la excusa que me dio fue que necesitaba que alguien se quedara en el salón para que los chicos no subieran, yo sabía que era por mi sed de sangre. Mientras tanto, ella, Diana y Eleanor se irían a su habitación, recogerían sus cosas y volverían.
               Con un asentimiento, me crucé de brazos y me acerqué a la ventana. Vi las dos figuras de Tommy y Scott, separados por un par de metros, hablando con alguien en el portal frente al nuestro. Me mordí el labio, preguntándome si algo iba mal.
               Quizá, después de todo, no fuera malo que apareciera la policía. Incluso si nos acusaban de allanamiento de morada, a mi madre no le resultaría difícil deshacerse de ese cargo. Layla nos había abierto la puerta. Era una víctima.
               Su novio, Chris, se pudriría entre rejas, tal y como se merecía.
               Me paseé por el salón como una leona enjaulada, transportada por el circo de extremo a extremo de un continente. Esperé, impaciente, a que terminaran.
               Un golpe sordo detuvo mi paseo ansioso a medio camino. Me paré en seco y miré en dirección a la puerta, esperando que un demonio apareciera por ella.
               No ocurrió nada.
               Aparte de que se me disparó el pulso y empezaron a sudarme las manos y temblarme las rodillas, quiero decir.
               Me reuní con ellas en el pasillo cuando las escuché acercarse. Las seguí hasta la cocina y contemplé cómo Layla sacaba su maquillaje de la nevera, comentando con Diana que había visto ese truco en varios blogs de moda.
               La americana asintió; algunos de sus maquilladores llevaban los cosméticos en bolsas refrigeradas. Me volví hacia Eleanor, que cerró los ojos y asintió con la cabeza.
               -Se conservan mejor los químicos.
               -No lo sabía-musité, alzando las cejas.
               -Pero para la base y el corrector, ¿eh? El eyeliner y el rímel, mejor tenerlo a temperatura ambiente. Especialmente, si el eyeliner es líquido.
               Eleanor recibió y guardó en una de las bolsas de deporte los billetes que Layla le tendió, extraídos del congelador. ¡Qué escondite tan genial! La mayor de todas nosotras se inclinó hacia unos botecitos que conservaba en las baldas de la nevera, y estiró el brazo en busca de uno.
               Le di con el codo, sin pretenderlo, a una botella de leche. La botella se precipitó al vacío, estallando en mil pedazos y empapando el suelo de leche, y cristales que podrían usarse como proyectiles.
               Contuvimos la respiración, incrédulas. Nos quedaba tan poco, íbamos tan bien… era imposible que todo se hubiera torcido así en el último momento.
               -Vámonos-instó Diana, pero negué con la cabeza.
               -Layla está descalza-cuchicheé, y mi corazón dio un vuelco.
               La cama crujió.
               Y Layla se puso pálida. Sus pupilas se contrajeron hasta quedar prácticamente reducidas a la nada. Se aferró al botecito que tenía entre las manos como si su vida dependiera de ello.
               -¿Nena?
               Noté cómo el sudor me empapaba la espalda mientras pensaba qué podíamos hacer.
               -Se me ha caído la leche-explicó Layla-, vuelve a dormirte. Perdona.
               Escuchamos un nuevo crujido, y Layla, que había hablado con bastante tranquilidad (mucha más de la que yo sentía), se volvió hacia nosotras. Su cara estaba ahora blanca como la cal, azulada como la de un muerto.
               -Meted las bolsas en la despensa-señaló una puerta tras de mí, tan pequeña que pensé que ni yo misma cabría por ella-. Y meteos vosotras también. Y cerrad.
               Hicimos lo que nos ordenó sin rechistar. Empujamos las bolsas hacia el suelo y nos apelotonamos contra las latas de conservas y cajas de comida que llenaban los estantes. Aun así, a pesar de que hicimos lo posible por ocupar el menor espacio, la puerta no se cerraba. Podíamos ver, a través de la rendija, una parte de la cocina, en la que Layla estaba situada limpiando el estropicio.
               -¿Qué hacías?-preguntó una voz masculina, y todo mi cuerpo se tensó. Es él.
               -Iba a prepararme una taza de leche caliente. No puedo dormir.
               -Deja eso, nena, y ven a la cama. Ya lo limpiarás mañana.
               Me puse aún más tensa. Ya lo limpiarás. No iba a ayudarla.
               -No puedo dejarlo aquí, ¿y si entramos descalzos sin darnos cuenta, y nos cortamos? No tengo con qué limpiarte la herida.
               Su novio no dijo nada. Se mantuvo callado, observando cómo ella limpiaba, recogía y tiraba todos los restos a la basura. Layla escurrió la fregona y pasó un trapo por el suelo, y él no movió un solo dedo. Terminada la tarea, Layla se apoyó en la encimera y cruzó los brazos. Se frotó la cara y carraspeó, fingiendo indiferencia.
               -Ve a dormir. No quiero que te desveles.
               -¿No vienes?
               -Enseguida te alcanzo.
               Pero a él no parecía bastarle que le alcanzaran. Salvó la distancia que los separaba y comenzó a acariciarla. Insistió en que fuera con él a la cama, aprovechando que ella no había ido a su pueblo natal, como solía hacer los fines de semana. Aun a pesar de que Layla le dijo que no se encontraba bien, que podría venirle la regla en cualquier momento, él continuó insistiendo.
               Layla le dijo que tenían que hablar. Él respondió que ya lo harían después de follar. Se me encogió el estómago. Lo poco que lo habíamos hecho, me había encantado hablar con Alec después de hacerlo. Sentía que podía desnudarme con él de una forma en que no podía en ninguna otra ocasión. Eran momentos íntimos que atesoraba con cariño. Que Layla se viera forzada a permitir que se los robaran me entristeció.
               -No, Chris. No quiero hacerlo. Quiero hablar contigo, pero… no así. Estás medio borracho. No estás para…
               -Puedo hacer que te corras aun estando así.
               A ninguna de las que estábamos ocultas en la despensa se nos escapó el estremecimiento de Layla.
               -Vete a la cama.
               -Ven conmigo.
               -No me da la gana.
               Y Chris se echó a reír. Le bajó un tirante de la camiseta con insistencia, y le cogió un pecho. Me clavé las uñas en la palma de la mano hasta sentir la tirantez de la piel a punto de ceder justo antes de comenzar a sangrar. Eleanor, poe su parte, se mordía el labio de la misma forma. Era la única que sabía hasta qué punto podía causarte repugnancia tu propio cuerpo cuando otra persona lo reclamaba de esa forma sin que tú lo pretendieras. Diana, detrás de mí, temblaba furiosamente, presa de una ira incontenible.
               -Me encanta cuando te haces la dura, nena. Te siento mejor.
               Me dieron ganas de vomitar. Layla le respondió se lanzaron un par de pullas, y él comenzó a enfadarse. La puso contra la encimera y le cogió del culo. Layla no hizo nada. Le apretó el culo, y Layla sólo alzó las cejas. Se acercó a su boca y se la comió de una manera muy obscena, una forma que me causó asco, y Layla ni siquiera cerró los ojos.
               -Tenemos que hacer algo-susurró Eleanor, pero ni Diana ni yo movimos un músculo. Chris le metió mano a Layla.
               Encontró la cartera que Layla pretendía robarle.
               -¿Qué es esto?
               -No lo sé, Chris, ¿qué es? ¿Me lo dices tú?
               -¿La has cogido de mi mesilla de noche?
               -¿Qué cojones dices?
               Y él, ni corto ni perezoso, la agarró del cuello y la estampó contra la pared antes de que ni Eleanor, ni Diana, ni yo, pudiéramos reaccionar.
               -A mí háblame con respeto.
               -¿Me respetas tú cuando me violas?
               -No puedo violarte, Layla. Eres mía-rugió cerca de su boca, y se la mordió-. Te hago lo que quiero y cuando quiero.
               -Eres un puto gilipollas-gimió ella, aterrorizada. Admiré su valentía. No moriría sin luchar.
               -Puede-replicó él, tirando la cartera al suelo, separándole las piernas a la fuerza y metiendo la mano en sus pantalones-. Pero hoy vas a gritar mi nombre. Para bien o para mal.
               Hoy vas a gritar mi nombre.
               Hoy vas a gritar mi nombre.
               HOY VAS A GRITAR MI NOMBRE.
               Era la señal que yo estaba esperando, sin saber que la esperaba.
               Chris se estaba metiendo la otra mano en los pantalones cuando le di una patada a la puerta y me planté en medio de la cocina. Él se giró, sorprendido. Layla abrió los ojos, aterrorizada. Parecía temer que me pasara lo mismo que le iba a pasar a ella.
               -Y tú el mío, hijo de puta. Se lo dirás al demonio cuando te pregunte quién te ha enviado a sus puertas.
               El muy cabrón estaba tan impactado que no pudo mantener por más tiempo el brazo e el cuello de Layla. Ella se liberó, y respiró tranquila, boqueando en busca de aire.
               -¿Qué coño…?
               Noté la presencia de Eleanor y de Diana colocándose a mi lado. Chris nos miró alucinado, sus ojos saltaban de una a otra, sin comprender lo que sucedía.
               Empezó a atar cabos sueltos mirándonos a las tres recién llegadas, y las bolsas de deporte que se habían deslizado a nuestros pies, libres al fin.
               -¿Quién coño sois vosotras?
               -Sabrae Malik, gilipollas. Vengo del infierno. Te echan de menos, y te quieren de vuelva.
               -Eleanor Tomlinson, cabrón de mierda. Vengo a enterarme de cuáles son tus últimas palabras.
               A Diana no le dio tiempo a hablar. Él se giró hacia ella y esbozó una sonrisa lobuna.
               -Diana Styles. Otra de la banda-reconoció-. Enhorabuena por tu campaña para Banana Moon. Material de paja de primera.
               Layla volvió a ser presa de un escalofrío.
               -Me alegro de que te gustara-contestó Diana-. Más me gusta a mí hacer que los tíos como tú se tiren desde un octavo.
               -¿Habéis venido a disfrutar del espectáculo que hacemos Layla y yo en plena acción?
               Me eché a reír. Si pretendía provocarme de esa manera, iba por muy buen camino. Sí, cabréame. Necesito el fuego que tuve hace una semana.
               -Tú tócala, y te mando al otro barrio disfrutando del proceso.
               -Eres una cría.
               Sentí el fuego estallar en mí. Dejé que la rabia que me producía que me dedicaran la palabra cría ardiera con fuerza en mi interior. Noté la furia y el poder mezclarse en mi cuerpo, convirtiéndome en un arma de destrucción masiva que acabaría con todos mis enemigos. Sería letal, mortífera como nadie ni nada que el mundo hubiera conocido aún.
               -Los úteros dan vida, y también pueden quitarla, por si no lo sabías.
               Pareció hacerle gracia esa frase, puesto que sonrió, y, sin perder la vista de mi expresión, metió la mano en la camiseta de Layla y le tocó de nuevo un pecho.
               Me eché el pelo a un lado a modo de respuesta.
               -Espero que tengas el testamento en regla, cariño. Esta noche, nos vamos a divertir tú y yo.
               Fin de los preliminares, pensé.
               Sin darle tiempo a pensar su siguiente movimiento, me abalancé sobre él, cogiéndolo desprevenido, y le solté una patada en pleno vientre con toda la potencia de mis piernas, entrenadas específicamente para esto. Aprovechando que se dobló, acusando el golpe, le di un rodillazo en la cara y luego, un codazo en la nuca.
               Supe que sería un buen rival al quedarse aturdido sin más. Eso debería haber acabado con cualquiera. Pensé, incluso, por un fugaz instante, que quizá Alec mismo sería incapaz de aguantar algo así.
               Los monstruos son diferentes a nosotros, me recordé.
               -Disfrutad del show, chicas-aconsejó Eleanor, agarrado a Layla para que se apartara. Ni siquiera sonreí, a pesar de que escuché su comentario, claramente halagador. Estaba demasiado fijada en el movimiento de aquel hijo de puta, en cómo destruirle con el mayor dolor y lentitud posibles.
               Me ensañé con él, volví a abalanzarme sobre él y le di bofetadas, puñetazos, patadas y rodillazos mientras él se retorcía en el suelo, y gemía. Lo puse en pie y lo lancé contra la pared, dispuesta a reventarle la cara de una patada…
               Pero no lo conseguí. Apenas lo puse en pie, comenzó a recomponerse como una planta a la que un rayo de sol por fin alcanza tras una tempestad larguísima. Ambos éramos fuertes, pero él lo era más que yo, y tenía la venta del tamaño a su favor. Calculé mal, y mi pie se quedó a centímetros de su nariz, momento que él aprovechó para agarrarme del tobillo, tirar de mí hasta tener mi cara a milímetros de los suyos (mi pelvis crujió de una manera muy fea) y me lanzó contra el suelo con toda la fuerza de sus brazos.
               -¡Sabrae!-chillaron las chicas, preocupadas, pero yo no estaba fuera de combate, ni mucho menos. Rodé sobre mí misma para evitar un puñetazo directo a mis costillas que bien podría haberme reventado y dejarme desangrándome en el suelo.
               El refilón de mi momentánea inmortalidad estalló dentro de mí. Recordé el vídeo de seis segundos de aquella niña gritando “¡soy una perra mala, no puedes matarme!”
               Sonreí desde el suelo, situada entre sus piernas, con una nueva diana a tiro.
               I’m a bad bitch, me dije a mí misma, animándome a disparar mi pie con rabia hacia su entrepierna. Se cayó a mi lado y yo me incorporé de un brinco, you can’t kill me.
               Por desgracia, que no pudiera matarme no significaba que no pudiera hacerme daño. Me agarró del pelo y tiró de él, volviendo a tirarme al suelo.
               Eleanor dio un paso hacia mí, pero yo me puse de rodillas y la miré.
               -¡ES MÍO!-bramé, dándole un codazo en la mandíbula después de recibir un par de puñetazos en el costado que no eran tan fuertes como una se podía esperar, pero sí más rabiosos de lo que me hubiera gustado. Recuperé el aliento, y me lancé hacia delante. Me puse en pie de un salto y lo esquivé por los pelos, haciendo que chocara contra la pared y se quedara aturdido a escasos centímetros de mí.
               Lo agarré de los pantalones y lo tiré de nuevo al suelo, aprovechando su posición para darle una patada en las costillas. Un delicioso chasquido siguió al golpe, como el trueno a un relámpago, y él soltó un gemido.
               -¿A que mola el sadomasoquismo, corazón?-me reí-. Pues espera ver lo que soy capaz de hacerte, cariñito. Piensa en gatitos muertos. No te me vayas demasiado pronto. Déjame disfrutar.
               Vaya si me dejó. Me dio una patada en el tobillo, haciendo que perdiera el equilibrio. Se incorporó, veloz como una centella, y tiró de mi pierna, torciéndola en un ángulo imposible que me hizo temerme que me la sacara del sitio, o peor, que me la rompiera.
               Ambos escenarios serían catastróficos, puesto que mis piernas eran mi mejor arma de  combate.
               Por suerte para mí, le superábamos en número. Eleanor y Diana se lanzaron a por él y le dieron sendas patadas en la espalda, haciendo que se derrumbara sobre mí. Aproveché su cercanía para darle un codazo en el pecho y ponerme de pie.
               Me miré las medias. Me había hecho una carrera, desde el muslo hasta casi el tobillo. Con lo que me gustaban esas medias…
               -¡ME HAS ROTO MIS MEDIAS FAVORITAS, PEDAZO DE HIJO DE PUTA! ¡AHORA TÚ Y YO VAMOS A TENER MÁS QUE PALABRAS!
               No debí perder los nervios como lo hice. Me abalancé sobre él, llevada por la furia, y perdí la poca disciplina que había adquirido aprendiendo en soledad kick boxing, sin nadie que me dijera cómo debía moverme, sólo observando. Me cegó la ira y mis golpes dejaron de ser calculados y precisos, para pasar a ser más abundantes y mucho más sentidos.
               Mi pérdida de precisión me costó cara, porque acabé dejando que me arrinconara y permitiéndole golpearme hasta el punto de llegar a acorralarme. Tengo que salir, pensé al notar que estaba atrapada entre las dos paredes de la esquina y su cuerpo. Busqué una salida, y para ello, perdí un precioso segundo que él supo aprovechar.
               Me dio una bofetada, de esas que te dejan sin aliento y atontada, y mi cabeza chocó contra una de las paredes en la esquina. Me intenté llevar una mano a la zona palpitante, que me llameaba y pitaba en el oído como si acabara de sobrevivir a un bombardeo, pero no me lo permitió. Me agarró del cuello y me levantó por los pies.
               Me apretó la garganta.
               Recordé estar en una situación similar, a merced de otro gorila como él.
               Y recordé que, como conseguiría también ahora, me había librado de él sola.
               Noté la tensión que manaba de Eleanor y Diana cuando dejé de luchar, aprovechando el poco oxígeno que aún conservaba, y le sonreí a Chris mientras le miraba a los ojos. Su mirada chispeó, creo que comprendiendo lo que me proponía, y entonces, le solté una patada con todas mis fuerzas en la entrepierna.
               De normal, la patada habría bastado para hacer que se cayera al suelo.
               No fue el caso. No tenía la suficiente fuerza para ejercer un poco más que una incómoda tensión en sus genitales. Si acaso, lo único que podría hacerle fueron cosquillas. A pesar de que gimió por la sorpresa, no hizo lo que yo tenía previsto: no me soltó. Al contrario, aunque aminoró mi presión, me hizo pagar cara esa ocurrencia. Sus dedos se desvanecieron un nano segundo de mi garganta, lo suficiente como para que yo cogiera aire.
               Pero eso sólo fue mientras buscaba una nueva forma de afianzar su posición, me agarraba a conciencia del cuello y me estampaba la cabeza contra la pared. Lancé un alarido ahogado y, aterrorizada, notando cómo bailaba entre la consciencia y no, estiré las manos hacia su cara, en busca de sus ojos. Se los sacaría de las cuencas.
               No llegaba. Estaban demasiado lejos. Era demasiado pequeña para él.
               Alec, pensé, recordando cómo él me había ayudado en una situación parecida, cómo había usado su espalda para apoyarme y ganar impulso y caer como un ángel justiciero sobre nuestros enemigos. Cómo él me había arrastrado del suelo y yo había aprovechado para levantarme más rápido y ser más letal.
               Tienes que hacerlo sola, pequeña, me dijo una voz en mi cabeza. Ahora o nunca, lo supe en ese instante. Luché, lo hice por mi vida, por ayudar a Layla y por volver a respirar. Pataleé, gemí, arañé y busqué piel a la que herir, pero sólo conseguí divertir a Chris. Las chicas se lanzaron a por él, pero eso no hizo más que cabrearle todavía más, granjearles puñetazos tanto a Diana como a Eleanor, y apretar el abrazo en mi garganta.
               Me va a romper el cuello, pensé, notando cómo sus dedos se clavaban en mi piel y cómo la sangre se acumulaba en mis ojos. Temí, incluso, que me reventara la cabeza con la fuerza que estaba haciendo.
               Hasta que, de repente, la presión cedió de golpe. Desapareció de un plumazo, como lo hace la luz del sol cuando te adentras en una nube de tormenta con un avión. Me caí al suelo y boqueé en busca de aire, tosí y jadeé, celebrando internamente cómo quemaba el oxígeno que volvía a llenarme los pulmones.
               Confusa, miré hacia arriba, y me encontré con Layla sosteniendo una sartén en alto, dispuesta a volver a utilizarla.
               -¡Qué coño, Layla! ¡Era mío!-protesté, riéndome y aceptando la mano que Diana me tendía para ponerme en pie. Layla sonrió con cierto pudor.
               -Te vi apurada.
               -Yo nunca estoy apurada-respondí, limpiándome la sangre del labio con el dorso de la mano y dándole una patada en la pierna al cuerpo inconsciente. Pregunté si quería romperle algo, y Layla dijo que estaría bien dejarle con el brazo inútil.
               -¿Sabes romper brazos?
               -Sé curarlos-contestó, y yo me noté alzar las cejas.
               -Ajá. Bien, observa-insté, cogiendo el palo de la fregona. Le quité la parte de la limpieza y lo dejé desnudo, y le di un golpe seco en el antebrazo a aquel desgraciado.
               Cuando despertó, me encargué de someterlo hasta conseguir arrancarle la promesa de que nunca volvería acercarse a Layla. Sin embargo, las palabras se las lleva el viento, y antes de que yo le quitara el pie de encima del brazo, él ya estaba suplicándole a Layla que volviera con ella.
               Le llamé pesado. Le dije que se había acabado y que Layla no quería nada con él, que se conformara con agradecerle siempre que no nos hubiera pedido que lo matáramos.
               -¿Te tengo que rompe el otro brazo para que lo entiendas, gilipollas? No quiere volver contigo. Se acabó. C’est fini. Fin. Caput. Ciao. The end, motherfucker.
               Él levantó la mirada y nuestros ojos se encontraron. Supe que no estaría a salvo nunca más a no ser que él muriera, o le diera amnesia.
               -Tú no te metas puta zorrita negra de mierda-gruñó.
               Y todas, absolutamente todas, nos volvimos locas.
               Empezamos a pegarle e insultarle, y lo siguiente que recuerdo en medio de todo ese caos, es a Tommy y Scott, apareciendo de la nada, y tirando de Diana y de mí, que sosteníamos a Chris cada una por una pierna, con el cuerpo por fuera de la ventana, colgando del edificio, muy al estilo de El lobo de Wall Street.
               -¿ESTÁIS PUTO LOCAS?
               -¡BAJADLO DE AHÍ YA!
               Nos lo arrebataron de las manos y o tiraron al suelo. Comprobamos con júbilo que el muy gilipollas se había desmayado del miedo. También se había meado encima, lo que me provocó tanta felicidad que abrí la ventana y me puse a chillar de felicidad, mientras Diana y Eleanor cantaban a pleno pulmón canciones feministas, y Layla lloraba en el suelo, aliviada.
               Habíamos ganado.
               Habíamos ganado.
               No iba a tocarla.
               No le volvería a hacer daño.
               Scott me agarró de los hombros y me cruzó la cara para que dejara de chillar, fuera de mí. Me lo quedé mirando, estupefacta, sin entender cómo podía haber llegado a esos límites de mi personalidad, y, sobre todo, volver cuerda. Miré la escena a mi alrededor.
               -Desde luego, Tommy… tenemos puntería hasta eligiendo el día que dejamos de fumar-comentó mi hermano.
               Y él y Tommy empezaron a reírse.
               Scott me tendió la mano y se inclinó para observarme.
               -¿Estás herida?-inquirió, preocupado, y yo negué con la cabeza, pero él esbozó un gesto triste. Me acarició la mejilla y se mordió el piercing al ver que esquivaba su contacto. Sus dedos subieron por mi cara, seguramente acusando un moratón que ya me dolía y que tenía toda la pinta de teñir mi rostro hacia la mitad. Me apartó el pelo de la sien.
               Retiró los dedos manchados de un líquido cálido y pegajoso de color rubí. Scott lo miró un momento, y yo, alucinada, también lo estudié.
               Mi hermano se puso rígido.
               -Lo mato-anunció, abalanzándose hacia el cuerpo inerte con la intención de abrirlo en canal y sacarle las entrañas. La única cosa en la que Scott ponía más empeño que nuestras peleas, era las peleas por defendernos a Shasha, Duna y a mí.
               Por suerte para Chris, Tommy estuvo ágil y lo detuvo antes de que pudiera empeorar su condición.
               -Ya está, todo lo que ha hecho, ya lo ha pagado, tío. Tenemos que irnos, ¿quieres rebajarte a su nivel? Tu hermana le ha dado una paliza de la hostia, no necesita que la defiendas. Venga, S-le cogió la cara y le obligó a mirarlo. A Scott lo llevaban los demonios, pero Tommy consiguió desviar su atención-. Tenemos que poner a Layla a salvo antes de que llegue la pasma. Seguro que alguien la ha llamado ya.
               Scott bufó, asintió con la cabeza, escupió sobre Chris y le dio una patada cuando todos pensamos que se le había pasado el enfado. Nos marchamos del piso dejando las luces encendidas y la puerta entreabierta, como harían unos ladrones particularmente agresivos y, ya en la calle, Layla quiso acercarse a una cabina de teléfono y llamar a una ambulancia.
               Era tan buena que incluso llegaba a ser tonta. En el fondo, la admiraba. Yo no podría perdonar tan fácilmente como lo estaba haciendo ella. Dejaría que el odio me carcomiera por dentro, encendiendo todo a su paso y quemando cada milímetro de mi piel, negándose a permitir que una sola semilla anidara en ella por mucho tiempo que pasara.
               A medida que nos acercamos a nuestro refugio, y la que se convertiría en el hogar de Layla durante mucho tiempo, aquella familiar sensación de euforia que se había apoderado de mí en la primera pelea volvió a hacerse con el control de mi cuerpo. Las chicas y yo nos creíamos invencibles, un equipo perfecto y mortífero al que nadie podía detener. Layla parecía contenta, libre por fin de sus cadenas, y Eleanor y Diana comentaban emocionadas lo bien que se habían compenetrado a la hora de defenderme cuando yo estaba en el suelo, claramente en desventaja.
               Tommy sonrió, mirándome, sabedor de que había sido una buenísima idea llevarme con ellos y dejar que las cosas marcharan como debía ser. Scott, por su parte, vivía en una confusa mezcla de sentimientos: por un lado, confiaba en mí y le gustaba saber que era perfectamente capaz de defenderme; por otro, no podía dejar de pensar en cuándo había dejado de ser su niña, esa pequeña que no podía dormir cuando él no estaba bajo las mismas sábanas que ella.
               Creo que a Scott le dio vértigo saber que ya no le necesitaba como lo había hecho hasta entonces. Por mucho que le gustara saber que si yo un día me encontraba sola, sabría defenderme, una parte de él, esa poderosísima parte que constituía su esencia de hermano mayor, se sentía triste y reemplazable.
               Incluso entre la bruma de los pensamientos en los que estaba sumida, recordando las cosas que había hecho tras la primera pelea, pude darme cuenta de cómo se sentía Scott. Me acerqué a él y le di un beso en la mejilla, y él sonrió, me cogió de la cintura y me lo devolvió en la frente.
               -Me vas a matar a disgustos-dijo contra mi piel, y yo me eché a reír y le di un empujoncito.
               -¿No te gusta saber que soy una mujer fuerte e independiente?
               -Fuerte, vale; mujer, en proceso; ¿independiente? Ni de coña-se burló, sacudiendo la cabeza-. Pero si lloras cuando me voy de vacaciones, Sabrae.
               -Es que soy celosa y quiero ir a los mismos sitios a los que vas tú-protesté-. No quiero que me restriegues por la cara lo bonita que es Chipre-me crucé de brazos e hice un mohín que a mi hermano le hizo muchísima gracia.
               En otra ocasión, me habría enternecido que mencionara el episodio en el que se marchó de viaje con sus amigos, en sus primeras vacaciones sin familia, y yo me había prometido que no lloraría al despedirme de él en el aeropuerto. Fracasé, y me gustaba echarle la culpa a Duna, que se había agarrado a sus pantalones y había empezado a llorar a moco tendido, suplicándole a nuestro hermano que no la dejara atrás. Aunque lo cierto era que yo no habría aguantado, y le agradecía a la más pequeña de nosotras que me hubiera brindado la excusa perfecta para poder sacar toda la angustia que tenía dentro.
               Eso sería en otra ocasión. Ahora, estaba demasiado subida, convencida de que era una diosa merecedora de toda la adoración del mundo. Aunque mi cuerpo estaba con Tommy y Scott y las chicas, mi cabeza estaba muy lejos, en un punto en el que las luces eran confusas y la música, ensordecedora, cuando probé unos labios que nunca creí que sabrían tan bien.
               Decían que en las ciudades griegas celebraban las victorias con orgías que podían durar semanas, y todos lo atribuían al vicio de aquella civilización. Yo, entre muchos otros. O así había sido hasta la semana pasada, en la que experimenté la misma sensación de victoria que después de venir de una guerra con el escudo a tu espalda y la sangre de tus enemigos en tu espada.
               Comimos, bailamos y nos lo pasamos bien en el piso de los padres de Tommy, pero una parte de mí no dejaba de desear que las cosas fueran como la semana pasada. Que estuviera rodeada de más chicos entre los que poder elegir.
               Que Alec estuviera cerca para llevarme a una habitación que yo desconocía y hacerme suya, poseyéndome con la misma rabia con la que habíamos luchado juntos.
               Layla y Tommy se fueron a la cama y Eleanor y yo hicimos lo mismo. Nos quitamos la ropa de salir de fiesta, muy incómoda para dormir, y nos repartimos ropa vieja olvidada en los cajones de los armarios y las cómodas. Eleanor se metió los pantalones de su padre por las piernas, y luego, se pasó la camiseta de su madre por la cabeza.
               Yo me tomé mi tiempo sin pretenderlo. Me desnudé como creí que lo haría Alec: aprovechando cada movimiento para acariciarme y quitarme la ropa. Me llevé las manos por los hombros y las deslicé hacia abajo, en dirección al broche del sujetador. Liberé mis pechos y dejé el sostén a un lado, imaginándome el tacto de sus manos sobre ese rincón de piel tan sensible. Cerré los ojos un segundo y me imaginé que él me miraba, los acariciaba, y se inclinaba a besarlos.
               Eleanor se revolvió en la cama, mirando su móvil sin prestarme atención, y yo me estremecí. No podía pensar en aquellas cosas; era una falta de respeto, estando ella en la habitación. Me puse la camiseta, disfrutando en silencio del roce de la tela contra mi piel de gallina, y me quité las medias y los shorts. Me quedé así un momento, dejando que mis piernas desnudas se enfriaran con el contacto del aire, combatiendo las llamas que sentía en mi interior.
               Empecé a pasar los pies por la pernera de los pantalones, separando las rodillas del mismo modo en que lo hacía cuando Alec se arrodillaba frente a mí y se acercaba al centro de mi ser, dispuesto a beber de mi manantial de placer. Contuve un jadeo y me mordí el labio cuando subí los pantalones y me quedé sentada al borde del colchón, los muslos apretados en los pantalones que me quedaban largos, aunque justos.
               Eleanor me dio las buenas noches cuando me tumbé a su lado y apagó la luz.
               Yo me quedé tirada en la cama, escuchando el sonido de su respiración ralentizarse hasta caer dormida en un sueño profundo.
               Un millón de posibilidades se desplegaban ante mí como un abanico.
               Sabía que no iba a dormir en toda la noche.
               Así que lo mejor sería intentar acallar las voces de mi cabeza que me gritaban que todo mi cuerpo necesitaba a Alec.
               Me incorporé despacio, salí de la cama, recogí mi móvil y me encaminé hacia el salón, sin saber muy bien qué buscaba allí. Al ver que la luz estaba encendida y que mi hermano debía de seguir en aquella estancia con Diana, decidí cambiar el rumbo y, no sé por qué, terminé entrando en el baño y cerrando la puerta con el pestillo echado.
               Me acerqué hacia el espejo y me quedé mirando mi reflejo. El pelo alborotado, hecho una maraña de rizos; los tirantes de la camiseta colgando de mis hombros, pegándose a mi piel. Mis caderas, mostrándose en tonos tierra por encima de la goma de los pantalones de chándal grises.
               Observé mi silueta, y me descubrí preguntándome qué opinaba Alec de ella. Me dije que no me importaba lo que un hombre pudiera pensar de mí, que mamá no me había criado para eso…
               … pero volví a sorprenderme pasando una mano por mis curvas, de mis hombros a mi busto, y mi vientre y mis caderas. Bajé un poco más y una explosión de sensaciones estalló en la parte baja de mi vientre.
               Me quedé mirando el móvil. Sabía por qué lo había traído, aunque no quisiera admitirlo.
               Necesitaba hablar con él. Necesitaba imaginármelo, tirado en su cama (contra todo pronóstico, dado que él era más de salir de fiesta hasta el amanecer), mirando mis redes sociales como yo lo hacía cuando estaba aburrida, estudiando mi perfil y mis fotos y pensando en las cosas que quería hacerme, exactamente igual que yo.
               Abrí Instagram y me quedé mirando un momento su perfil. Supe que no me bastaba con recoger los regalos que él dejaba esparcidos por el mundo en forma de fotografías.
               Quería su atención.
               Ser la única.
               Así que toqué el icono de los mensajes y, después de echar un rápido vistazo a nuestra conversación, escribí:
¿Estás despierto?
               Dejé el móvil un segundo sobre el lavamanos y me reí del pánico que me mostró mi reflejo en el espejo.
               Su respuesta, gracias a Dios, no se hizo esperar.
¿Y tú?
Se ve que sí. ¿Dónde estás?
Por ahí, ¿por?
Curiosidad. Por mantener conversación, supongo.
Ya veo.
No es que me importe, pero…
¿Pero?
               Me mordí el labio.
               Tecleé rápidamente y presioné Enviar antes de poder arrepentirme.
¿Estás solo?
Quizá. No es que te importe.
               Contuve una risa y asentí con la cabeza.
Estoy con dos chicas.
               Su mensaje me llegó antes de que yo pudiera pensar algo ingenioso que contestarle.
No te molesto, entonces.
No es molestia. Me están haciendo una mamada.
               Me eché a reír, divertida. Que intentara ponerme celosa de esa manera me halagó, muy a mi pesar.
¿Tan malas son, que te pones a contestar mensajes?
Si son de disculpa, sí. Además, tengo las manos libres. Puedo hacer varias cosas a la vez.
No quisiera distraerte.
Es un poco tarde para eso, bombón.
¿A qué te refieres con “si son de disculpa”?
Es evidente que me has abierto porque quieres pedirme perdón por lo de antes. Estuvo bastante feo, ¿sabes? Dejarme con el calentón de esa manera y marcharte así. ¿Tu madre no te enseñó que no se juega así con la gente?
No creo que seas rencoroso.
¿Con una mujer? Jamás, bombón.😉
Jajajaja
               Me quedé mirando la conversación. Esto no va a llegar a ninguna parte.
               ¿Cómo le digo lo que quiero, si ni siquiera yo estoy segura de si deseo meterme en ese lío?
Bueno, nena… sospecho que no me has hablado para preguntarme por mis ligues. ¿Qué te cuentas?
No te lo vas a creer.
Inténtalo. Puedo llegar a ser muy inocente, si me lo propongo.
Lo dudo.😋
Tengo mis momentos. Cuéntame.
Me he vuelto a pelear.
¿Y te cargaste a alguien?
No.
Luego… sólo peleas bien cuando estamos juntos.
¡Ya te gustaría!😂
Hombre, reconozco que me gusta más hacer otras cosas contigo, pero darle una paliza a alguien estando juntos tampoco me parece tan mal plan.😉
¿No te cansas de ser así?
¿Así, cómo?
               Un gallito, pensé.
¿Irresistible?😏
Iba a decir “egocéntrico”.
Depende. Es decir, ¿no crees que tengo motivos para serlo?
¿A qué te refieres?
Creo que bastantes chicas gritan mi nombre con el suficiente placer como para creerme un dios, Sabrae.
¿No estás de acuerdo?
No sé de qué chicas hablas😷
Vaya, vaya. ¿Amnesia? Pásate por mi casa y te refresco la memoria.👅
De hecho… por eso, precisamente, quería hablarte.
¿Y si ahora, el que no quiere, soy yo?
Ya quisieras.
Quisiera muchas cosas, nena. Por desgracia, ninguna es posible ahora.
¿Cómo qué? ¿Tenerme delante?
¿Tú no quieres?
Lo dudo bastante.
Entonces, ¿qué haces hablándome de madrugada, en vez de pasártelo bien con tus amigas?
               Me eché a reír.
A ver si lo adivinas.😉
Creo… que sé lo que te pasa.
¿Ah, sí?
Sí. Acabas de pelearte. Eso significa que estás un poco… ¿cómo decirlo de una forma que no te ofenda?
¿Cachonda perdida?
Lo has dicho tú. Creo que quieres algo de mí. Y que te da miedo pedírmelo.
¿Ahora eres vidente?
Soy perspicaz.😋
Ya veo.
Pídeme lo que quieras, Sabrae. Hay confianza, ¿no?
Eso creo.
Por mi parte, la hay. ¿Y tú? ¿Confías en mí?
               Me noté sonreír. Tenía muchísimo calor. ¿De verdad íbamos a…?
Sabes la respuesta.
Y tú sabes que me gusta oírtelo decir.
Te lo estoy escribiendo.
… tengo que dejar de follar con tías más listas que yo.
Eso te dejaría muy pocas posibilidades, ¿no te parece?
Graciosísima, la niña, oye.😂😂
😂😂
Bueno, ¿qué me dices, Saab? ¿Qué es lo que deseas? Pídemelo, y yo te lo daré.
No sé si quiero deícrtelo. Es más divertido cuando sólo hablas tú.
¡Ajá! Sabía que te gustaba cuando le daba la lengua.
¡Alec!😲
¿Confías en mí?
Sí.
Buena chica.  Dime qué quieres.😊
Quiero tenerte delante.
¿De veras? Porque a mí también me apetecía y me dejaste con el calentón. ¿Y si yo ahora no quiero?
¿No quieres?
No he dicho que no quiera.
Pero lo estás insinuando.
Porque disfruto haciéndote rabiar.😉
Lo sospechaba.
¿Quieres que vaya a verte?
               Me mordí el labio. Sí. Sí, quería que viniera a por mí.
Sí, pero… no puedes.
¿Por qué no?
Porque estoy lejos.
Tengo moto.
Estás medio borracho, Alec.
Yo voy a donde me digas.
¿Y si te mando a la mierda?
Ya estoy en la mierda cuando no estamos juntos.
               Solté una carcajada, impactada por aquella confesión.
Eh… vale. Bueno, el caso, es que no puedes venir.
Disculpa, soy un ciudadano inglés. Puedo hacer lo que me dé la gana. Estamos en un país libre.
Mi hermano está a dos habitaciones de distancia.
¿No estás en casa?
Estoy en otro sitio. Es largo de contar.
Ajá. ¿Y por qué no estás con tu hermano?
Estoy metida en el baño.
               Tardó en contestar. Y, cuando lo hizo, ni me sorprendió ni me decepcionó.
¿Estás desnuda?😏
Tú eres tonto.
A ver, Sabrae. Me abres de noche, me dices que estás cachonda, que acabas de pelearte y que estás metida en un baño. ¿Qué coño quieres que piense? ¿Que estás haciendo un puzzle?
Que estoy aburrida y quiero conversación.
Si quisieras conversación, hablarías con tu hermano, no conmigo.
Scott es gilipollas.
Scott tiene sus momentos. Y yo, ¿no lo soy?
Tú también tienes tus momentos.
¿Voy o no, Sabrae? A ver si me voy a estar calentando para nada, como LA OTRA VEZ.
Ay, Dios  Qué rencoroso. No podrías venir ni aunque quisieras.
Podría subir por la ventana, si lo que te da miedo esque Scott nos pille.
No tienes valor.
¿Que no qué? Sujétame la cerveza.
               Me eché a reír de nuevo.
Eres súper tonto.
Un poco, la verdad. Pero, ¿qué tiene de malo que Scott se entere? Es decir, ya sabe que no eres virgen.
¿Habláis de mí?
En algún punto ha surgido la conversación, sí.
¿Le has contado lo nuestro?
No me corresponde a mí.
Es tu amigo.
Quiero decir que no me corresponde sólo a mí.
Ya veo.
Si te soy sincera, no lo sé. Lo único que sé ahora mismo es que… me muero porque estés aquí.
Puedo estar, si tú quieres.
¿A qué te refieres?
No necesitamos estar juntos para estar,… ya sabes. Juntos. Puedo estar donde tú quieras que esté. Ser lo que tú quieras que sea.
No te sigo.
Nunca has hecho sexting, ¿a que no?😂😂
¿Tanto se me nota?🙈
Soy yo, que soy muy listo.😉
Va a ser eso, sí.
Calla, que estoy intentando concentrarme.
¿Estás en casa?
¿Qué más da?
Alec. No quiero hacerlo si no estás en casa. No quiero que nadie lo…
No lo va a ver nadie.
Mándame una foto.
Será puta broma, Sabrae. ¿Tan caliente estás?
Gilipollas, no de tu polla, sino de donde estés.
               Casi lo escuché chasquear la lengua mientras leía el mensaje y sacaba una foto de su habitación a oscuras. Cuando estudié el fondo, sonreí.
Vale. Gracias.
No hay de qué.
¿Qué se supone que tenemos que...?
Tú lees. Y ya está. Yo hago el resto.
¿No hay intercambio?
Ay, madre mía, qué rica. No, no hay intercambio. A no ser que tú quieras. Pero, como descubrirás pronto, mandar mensajes con una sola mano es muy incómodo. Y lentísimo. A mí no me gusta.
¿Y qué hay de ti?
Yo estaré bien. No te preocupes. Bueno, ¿preparada?
               Me aseguré de que el pestillo estaba echado y escribí un rápido sí.
               Vale. Imagínate que estamos en una habitación. En una cocina. Siempre he querido hacerlo en una cocina. No sé qué tienen, pero me ponen muchísimo. ¿Qué llevas puesto?
Camiseta de tirantes y pantalón de pijama.
Guay, podemos funcionar con la camiseta. Vale, en la cocina hay una mesa. Estamos los dos solos. No hay nadie en casa. Vete haciendo lo que te diga, ¿vale?
Vale.
Te paso las manos por el pelo. Dios, me encanta tu pelo, Sabrae. Además, huele genial. Bueno. Bajo muy, muy despacio por tu mandíbula. Te hago cosquillas y tú te ríes.
Te paso los dedos por la cara. Me detengo en tu boca. Joder, nena, tienes una boca preciosa. Me pasaría la vida besándotela.
.😋
Empiezo a besarte. Primero muy, muy despacito. Como si fueras a romperme. Notas que mi boca sabe a alcohol. Al alcohol que tú quieras. Y te gusta. Muchísimo. Me he tomado tus chupitos favoritos porque sabía que nos íbamos a encontrar. Sigo besándote mientras te paso las manos por la cintura. Te levanto y te siento sobre la mesa.
Te bajo los tirantes de la camiseta y empiezo a besarte los pechos. ¿Lo estás haciendo, Sabrae?
Sí.
Buena chica. Te acaricio tan despacio que no puedes ni respirar. Vuelvo a subir a tu boca mientras te acaricio. Bajo una mano por tu cuerpo y te doy un pellizco en el vientre. Sigo bajando y te hago cosquillas antes de pasar el elástico de tus bragas. Te acaricio despacio. Estás mojada. (Fijo que ahora estás mojada también).
               Sí, la verdad es que lo estoy.
Te acaricio en círculos. Te encanta. Te escucho jadear mi nombre y eso me pone a mil. Te quito los pantalones y las bragas. Me cuelo entre tus piernas y tú me acaricias la entrepierna. Te separo las piernas. Acaricio tus ganas de mí. Te mordisqueo la boca y sigo bajando hasta tus pechos, y luego, un poco más abajo. ¿Me notas, bombón?
Dios mío, sí.
Genial. Quiero que me notes. Sigo acariciándote mientras tú gimes mi nombre. Empiezas a moverte aunque no esté aún dentro de ti. Mi boca sigue bajando. Me encuentro con ese rinconcito tan tuyo. Te doy un beso allí. Te beso los muslos.
               Es increíble lo poderosa que es la atracción que siento por él. Con sólo leer sus palabras, mi mente las reproducía utilizando su voz. Me lo imaginé diciéndome esto al oído. Me lo imaginé recorriéndome con sus manos. Mis dedos eran los suyos. La presión que sentía en mi boca y mi sexo era la de su boca.
Te como un poco. Estás de-li-cio-sa. Vuelvo  a subir. Tú me acaricias el paquete y, entre los dos, me la sacamos. Te gusta muchísimo lo que estás viendo.
Sí, dios, me encanta.
Me meto un poco más entre tus piernas.
Uf.
Me inclino hacia ti.
Alec…
Te acaricio despacio con la puntita…
ALEC.
¿Estás cerca?
Sí. Dios, sí.
¿Muy, muy cerca?
Dios, estoy A PUNTO.
Genial. Imagíname contigo, bombón. ¿Me visualizas?
Sí. Dios, sí, sí, sí.
Estupendo.
               Tardó  un poco en mandar su siguiente mensaje.
Te pellizco la mandíbula, te doy un beso en la frente y me marcho.
               Me quedé helada.
¿Qué?
Me piro a ver un partido de básket, bombón, que están jugando los Lakers.
SERÁ PUTA BROMA.
Donde las dan, las toman.😉  Ahora ya estamos en paz por el calentón de antes. Que descanses, bombón.
Alec.

Alec, esto no tiene gracia.

Alec, me cago en la puta.

ALEC, SÉ QUE ME ESTÁS LEYENDO, CONTÉSTAME.

NO ME PUEDES DEJAR ASÍ ALEEC.

YO TE MATO. SERÁS GILIPOLLAS. NO TE QUIERO VOLVER A VER LA PUTA CARA. IMBÉCIL. SUBNORMAL. TE ODIO. TE ODIO. TE ODIO.
               Me quedé mirando la conversación, incrédula. Me lo cargo. Yo me lo cargo.
               Me sentía al borde de un orgasmo que me iba a saber a gloria, y va el muy gilipollas, y me deja con las ganas. Es que lo mato, en serio. Le envié más mensajes, pero él, naturalmente, no respondió.
               Furiosa, me acerqué a la puerta y descorrí el pestillo. Me subí los tirantes de la camiseta y lancé mi móvil lejos. Que descanses, bombón. La madre que te parió.
               No lo necesito, me dije a mí misma, sabiendo que podía pasármelo genial sin él.
               Si no lo necesitas, ¿por qué acudiste a él en primer lugar? Discutió una voz de mi cabeza. Me mordí el labio, recogí el teléfono y me metí de nuevo en Instagram. Entré en su perfil.
               Porque que no le necesite, no significa que no le desee.
               Y volví a correr el pestillo.





Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! 

3 comentarios:

  1. ¿Estoy chillando? CONFIRMAMOS QUE ESTOY CHILLANDO JODER!!
    vAMOS A EMPEZAR CON QUE ME HA ENCANTADO LA FORMA EN QUE SABRAE HA DEJADO CLARO QUE EL PONE DIANA SOLO POR HABER SIDO CAPAZ DE AYUDARLA A ROMPER EL CRISTAL DIOS MIO,,,,SABRIANA IS COMING!!!!

    PERO LOS MENSAJES SABRALEC!!!!! ESO ES PUTO ORO PURO!!! DIOS IBA CHILLANDO INTERNAMENTE CON CADA RESPUESTA!!! Y EL PUTO ALEC COMO LA HA DEJADO CON LAS GANAS.

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  2. Ayyy, estoy chillando. Estoy puto enamorada de estos. No veo el momento en que comiencen a estar más juntos, no digo salir, sino ya a actuar como una pareja pero de cara a la galeria fingir que no son nada.
    Pd: Me he enfadado casi mas yo con lo de los mensajes que Sabrae, que se vaya a la mierda hombre ya.

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  3. Este capítulo ha sido una mezcla de emociones. Volver a ver lo que sufría Layla me ha hecho llorar muchísimo de pura rabia e impotencia. Luego la pelea te da muchísima adrenalina y te vienes arriba porque MADRE MÍA SABRAE QUÉ GRANDE ERES y luego los mensajes es que no sé si quiero darle una ostia a Alec o reírme porque es un cabrón gracioso. En definitiva, que me encanta la capacidad que tienes de hacer a tus lectores sentir que están viviendo la historia en su propia piel. Eres muy grande Eri ❤

    pd: de lo abrumada que estoy se me ha olvidado guardar alguna quote que me gustara mientras leía para luego ponerla aquí, lo siento :(

    - Ana

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