martes, 1 de mayo de 2018

Una noche de Perseidas.


-Buena gana tienes tú de pasearte por Londres con la que está cayendo-gruñó mamá cuando me acerqué a darle un beso, anunciándole que me marchaba a trabajar-. Un día te va a pasar algo, y ya verás el disgusto que me vas a dar-como si su papel de madre dramática no estuviera ya representado a la perfección, se cruzó los bordes de la chaqueta sobre el pecho y se quedó mirando la televisión con gesto ausente y preocupado. Me eché a reír y volví a darle un beso.
               -No puedo dejar el curro, mamá. Me gusta ser independiente.
               -¿Independiente? Pero si vives en nuestra casa, comes de la comida que yo te pongo en el plato y que Dylan paga, ¿qué independencia es ésa?
               -Tú no me pagas los chupitos ni los condones; eso sale de mi bolsillo.
               Mamá bufó algo entre dientes cuyo final se parecía a “puto gilipollas”. No lo escuché bien por el trueno que acalló su gruñido, y la risa entre dientes de Dylan al ver la contrariedad de mamá.
               Cogí las llaves de la moto y me abroché la chaqueta.
               -Alec-casi suplicó mi madre, mirando desde el sofá del salón a un punto en el suelo cercano a mi pie izquierdo-. Te lo pido por favor. No vayas a trabajar hoy.
               -No está en mis manos, mamá-contesté, abriendo la puerta y haciendo que el sonido del chaparrón irrumpiera como un huésped indeseado en nuestra casa.
               -A veces no vas-discutió mamá, molesta, y estaba a punto de contestarle cuando Dylan intercedió por ti.
               -Venga, cariño, no seas tan dura con él. Habrá quedado con alguien-y me lanzó una mirada cargada de intención. No era la primera vez que se me escapaba una exclamación delante de Dylan cuando recibía un mensaje de Amazon diciendo que, debido al mal tiempo, tendríamos que ir por parejas a hacer las entregas del día.
               Y mi pareja no era otra que Chrissy.
               Había nacido con estrella.
               Sonreí a modo de respuesta y mamá bufó secamente.
               -Odio cuando hacéis eso-le confió a Dylan cuando yo cerré la puerta de la calle y troté hacia el garaje. Tenía tantas ganas de mojarme como mi madre de que fuera a currar, pero estaba demasiado centrado en lo que me esperaba en los almacenes como para pensar en entrar al garaje por la puerta interior. Lluvia significaba entrega en furgoneta, entrega en furgoneta significaba Chrissy, y Chrissy significaba polvo.
               Sin condón.
               Dios podría mandar el diluvio universal otra vez, que si un polvo sin preservativo me esperaba tras las puertas de mi casa, las abriría y bucearía lo que fuera preciso.
               Quité la sábana de la moto, acaricié sus líneas sensuales, en negro y plateado, y salí cagando leches de mi calle.
               Casi me mato.
               3 veces.
               Suerte que tengo unos reflejos de pantera y pude reaccionar cuando un par de chicos se pusieron a cruzar una calle por donde no había ningún paso de peatones, una señora mayor se saltó un stop, y yo atravesaba la línea de un semáforo en el momento en que se ponía en ámbar (tuve que sortear como pude a los coches que seguían en el cruce).
               Lo bueno de que lloviera a cántaros, al margen de lo de Chrissy, era que todo el mundo aparecía por las oficinas con el bono de transporte a mano o el teléfono bien cargadito de batería, para avisar al amigo-chófer de cuándo tenía que recoger al trabajador, en el mismo punto en que le había dejado.
               Todo eso me convertía en uno de los últimos en llegar, así que tenía que esperar menos tiempo. Dejé la moto apartada en una zona de carga y descarga que nunca se llenaba y me senté en la parte trasera de la furgoneta, al lado de Chrissy, que me saludó con un guiño del ojo. Esperamos a que nos hicieran oficiales como la pareja del día (nunca había salido en una furgoneta sin ella como mi compañera) y nos pusimos manos a la obra. Cargamos los paquetes, sonreímos al escuchar los truenos que descargaban con furia sobre el cielo de la capital, y me subí al asiento del copiloto de un brinco.

               -Esta puñetera tormenta me está haciendo mierda el GPS-bufó ella, toqueteando la pantalla táctil-. ¿Sabrás las calles?-inquirió, mirándome con sus ojazos castaños. Me recliné en el asiento.
               -No puedes vivir sin mí, ¿eh?
               -¿A que te bajas y vas a patita?-contestó, pero le guiñé un ojo y eso le bastó como contraargumento. Encendió la radio, a la que no prestamos atención (excepto cuando yo subía el volumen porque había una canción que me gustaba, e incluso remoloneaba buscando en la parte posterior de la furgoneta hasta que ésta terminaba) y se armó de paciencia para enfrentarse tanto al tráfico como a los tiempos de espera mientras yo subía a las casas, hacía las entregas y recogía las firmas.
               Nos metimos en un atasco y decidimos tomárnoslo con calma.
               -Es una vergüenza, lo de esta ciudad-gruñí, mirando la hora. No podía volver muy tarde, o mamá me daría la turra con que no había hecho los deberes por culpa de “el caprichito de mi trabajo” y con sus “vas a acabar cogiendo una pulmonía por un puñado de libras extra al mes”. Qué paciencia había que tener para tratar con esa mujer.
               -Tómatelo con calma, hombre, ¿tienes que ir a algún sitio?
               Negué con la cabeza y rebusqué en mis bolsillos hasta dar con un cigarro. Le ofrecí el paquete pero ella negó con la cabeza, apartándose por millonésima vez la melena de la cara.
               -No, gracias. Lo estoy dejando-explicó, y yo alcé las cejas.
               -¿Te importa si…?
               -En absoluto-contestó, haciendo un gesto con la mano, restándole importancia al asunto. Encendí el cigarro y le di una calada. Me relajé en el momento en que notaba el humo abrasándome la garganta y entrando en mis pulmones. La nicotina comenzó a tranquilizar mi mal humor a la segunda calada.
               -¿Cuánto llevas?
               -Tres semanas, dos días y… siete horas-contestó, mirando el reloj de la radio, y yo me eché a reír-. ¿Qué? ¿Es muy de obseso saber qué horas llevas?
               -Yo hago la misma cuenta desde mi último polvo-contesté, y ella soltó un bufido que no parecía del todo una risa.
               -Evidente-musitó para sí, apoyándose en el volante-. Madre mía, ¡muévete, puto gilipollas!-presionó el claxon con violencia y se intentó colar en el hueco entre una furgoneta de revistas y un taxi, pero el taxista no se lo permitió-. ¿Qué más te da, desgraciado? ¡Si cuanto más tardes, más cobras, hijo de puta!-le enseñó el dedo corazón y yo me eché a reír.
               -Joder, ¿te imaginas que yo estuviera tanto sin follar como tú sin fumar, Chris?-inquirí-. Si ya tengo mala leche de por mí… no me quiero ni imaginar.
               -Me amarga la vida, esta puta ciudad. Te lo juro. Estaba mejor en el campo, con las vacas de mis padres.
               -Sí, la verdad es que crecer aquí tiene que ser un infierno-asentí, haciéndome el interesante. Chrissy me miró.
               -Vives en un puto barrio residencial.
               -Sigue siendo Londres-contesté, mirándola y dándole una calada más profunda a mi cigarro.
               -Échame el humo, anda.
               -¿Eso no es trampa?
               -No, si te tragas el humo de otro. Venga-se apartó el pelo de la cara y cerró los ojos. Yo di una calada muy, muy profunda. Me dolió el pecho de lo mucho que apuré hasta el último rincón de mis pulmones. Me acerqué a ella y le eché el humo despacio, y ella inspiró, sonriendo para sí-. Madre mía, qué gustazo.
               -¿Qué puto sentido tiene que lo estés dejando si luego te tragas el humo de los demás? Digo. No sé, ya que vas a ser un fumador pasivo, pues… vuelve al lado oscuro. Es que son todo ventajas, lo de fumar, en realidad.
               -No todo. Siendo fumadora pasiva, me ahorro pasta.
               -¿Andas corta?
               -¿Acaso tú no? Ah, es verdad. Vives en un puto barrio residencial-atacó, y yo me eché a reír.
               -Cuando sea emperador del mundo, te arrepentirás de haberme vacilado tanto.
               Me puso una mano en la rodilla.
               -Apelaré a tu misericordia.
               -¿Qué misericordia?-inquirí. Chrissy sonrió, críptica, alzó una ceja y movió su mano de mi rodilla hasta mi muslo-. Ah-ella asintió con la cabeza-. Buen argumento, sí. Eso, tengo que concedértelo. Aunque… yo soy más de mamadas, ya lo sabes.
               -No voy a hacerte una mamada-discutió.
               -¿Por qué? Si no nos vamos a mover del sitio-señalé por encima de su hombro-. Créeme, nuestro amigo el taxista no nos va a dejar. ¿Qué te cuesta, mujer?
               -¿Qué saco yo?
               -Que te lo coma cuando lleguemos a tu casa.
               -Ah, ¿se supone que te tengo que invitar a mi casa?-se echó a reír.
               -¿Perdona?-me llevé una mano al pecho-. ¿Es que no ibas a invitarme a tu casa? Chrissy, por favor, que te he echado el humo a la cara. Esas cosas no se les hacen a los amigos. Debería darte vergüenza. ¿Los de pueblo no tenéis educación?-ataqué, y ella continuó riéndose, consiguió colarse entre el taxi y la furgoneta, e hizo un baile delante del volante para hacer de rabiar al taxista, cuya boca empezó a moverse y a escupir cosas nada agradables-. No me has contestado a lo de antes-señalé el cigarro, casi consumido. Ella se encogió de hombros y se dejó caer en el asiento.
               -Te hace ser estéril-soltó, y yo me la quedé mirando, impactado.
               Me eché a reír. ¿A qué cojones venía eso?
               -Vamos, ¡no me jodas! Fíjate qué cosas, y yo aquí tirando el dinero en condones, cuando el tabaco hace lo mismo, y encima, lo disfruto.
               -¿Nunca lo has pensado?-preguntó, apoyando el codo en el asiento para mirarme. Al ver que no comprendía, añadió-: En dejarlo, quiero decir. ¿No quieres tener hijos?
               Ahora, el del gesto con la mano mandando lejos el asunto fui yo.
               -Tengo 17 años, es pronto para empezar a rayarme con esas cosas, muñeca.
               -Yo sólo lo digo-contestó, moviendo la furgoneta para colarse en el carril bus-. Deberías planteártelo. Sería una lástima que tu apellido muriera contigo.
               -¿Y eso, por qué?
               -Es un apellido sexy-se encogió de hombros y se coló descaradamente en un carril que no era el nuestro, sólo para poder girar en una calle y salir de aquel maldito atasco. Intentó no reírse ante la soberana gilipollez que acababa de decir, pero mis carcajadas se lo pusieron muy difícil.
               -¿Qué dices, tía? La falta de tabaco te está afectando, ¿cómo va a ser sexy un apellido?
               -Bueno, pues, ¡siéndolo! ¡Yo no hago las reglas, Alec!  Lo es, y punto. Whitelaw-comentó, y se llenó al boca con el apellido de Dylan, de mi hermana, de mi madre. Qué curioso que lo que más le gustara de mí no fuera mío-. Buf-se frotó la cara y negó con la cabeza-. Nos detuvimos en un semáforo-. Me pone perrísima decirlo en voz alta.
               -Whitelaw-probé yo, mirándola de reojo y riéndome. Negó con la cabeza y se abanicó el cuello. Volvió a apartarse la melena de la cara-. Whitelaw. Whitelaw.
               -Calla ya-instó-, o paro en el carril bici y te la termino chupando.
               Esbocé una sonrisa traviesa, me incliné hacia ella en un nuevo semáforo y le susurré bien cerca del oído:
               -Whitelaw.
               Me aseguré de acariciarle el lóbulo de la oreja con mis labios, y ella se estremeció.
               -Ya verás, cuando lleguemos a casa-me prometió, empujándome para que volviera a mi asiento-. Me las vas a pagar todas juntas. Te la voy a chupar tan fuerte que vas a llorar, te lo juro.
               -La última vez que lloré mientras una chica me la chupaba era porque tenía un piercing en la lengua en forma de flecha. La cabrona sabía mover muy bien la boca, pero…-chasqueé la lengua-. La técnica no superaba el dolor.
               -Interesante.
               -Tenía una técnica increíble, ¿sabes? Hacía una succión impresionante… casi como si estuviera haciendo vacío. Me costó no correrme en su boca lo que no está escrito-reflexioné, cruzándome de brazos-. Debería haberlo hecho. Vaya falta de respeto, tronca. Debería ser ilegal que una tía la chupe así y te diga mientras te la saca: “oye, nada de zumo, ¿estamos, guapito?”
               -¿Te llamó guapito?-estalló en una carcajada.
               -Es que yo me lío con gente muy rara-me excusé.
               -Se nota-murmuró.
               -¿Celosa?
               -Ya te gustaría-contestó, y me apartó la mano cuando se la puse en el muslo.
               -¡Pero bueno, Chrissy! No conocía esta faceta tuya-luché, volviendo a colocar la mano en su muslo, esta vez un poco más cerca de su entrepierna-. Me gusta que te resistas.
               -Gilipollas, que es este portal-bufó, poniéndome una mano en el pecho para apartarme de ella-. Mueve el culo, que estoy hasta el coño ya de este puto tráfico.
               Siguió rezongando incluso después de que me bajara de la furgoneta con el paquete en mano y trotara a toda velocidad en dirección al portal en cuestión. Le tiré un beso mientras esperaba a que contestaran al telefonillo y ella me hizo un corte de manga. Se lo devolví y me lamí el dedo, y ella se echó a reír, negando con la cabeza, claramente pensando “tú eres tonto, niño”.
               Estaba de mejor humor cuando regresé, ya sin paquete y preparado para la siguiente entrega. Nos quedaba tiempo hasta el siguiente punto de entrega, y Chrissy estaba tarareando la canción de la radio, que yo no conocía, así que subí los pies al salpicadero y me saqué el móvil del bolsillo.
               Comprobé, como ya era tradición en mí (seré obseso), si tenía algún mensaje nuevo en Instagram. Concretamente, si una conversación en particular había tenido alguna nueva interacción.
               La conversación con Sabrae.
               Pero nada. Ahí seguía el último mensaje que me había enviado, llamándome cabrón por dejarla a medias en plena sesión de sexting. He de reconocer que, en su momento, me había parecido un plan maestro vengarme inmediatamente por la forma en que me había calentado en la discoteca. Ahora, ya no lo tenía tan claro. De hecho, me parecía la mayor gilipollez que había hecho ese año.
               Y, estando a finales de noviembre, tenía bastante con qué comparar.
               -Baja los pies de ahí, Alec-exigió Chrissy, y yo pasé de ella.
               -Luego te paso un trapo.
               -Tío, que bajes los pies-ordenó, y al ver que yo no colaboraba, me agarró del tobillo y tiró de mi pie hacia abajo.
               -¡Pava!-protesté-. ¿De qué vas?
               -Podría pegar un frenazo y dejarte paralítico-explicó, molesta, y yo me eché a reír.
               -Lo que más me importa de la parte baja de mi cuerpo funciona de manera automática-respondí, y ella, muy a su pesar, sonrió.
               -Eres increíble.
               -¿Hasta vestido?-decidí hacerla un poco de rabiar. Anda que no me habría dicho eso veces, mientras estaba en su interior, haciendo que gritara mi nombre como si fuera la única palabra que conociera en mi lengua.
               -Y con la boquita cerrada-puntualizó.
               -Ya sabes qué hacer si quieres que deje de hablar-le guiñé un ojo y ella volvió a reírse, girando en un cruce con más violencia de la necesaria y haciendo que me estampara contra la puerta.
               -Ups-se burló, y yo puse los ojos en blanco, sentándome recto de nuevo. Seguimos escuchando música en silencio, acercándonos a nuestro destino. Supe que le estaba dando vueltas a algo por la forma en que fruncía el ceño y apretaba ligeramente los labios, de modo que decidí darle espacio.
               Yo tenía mis propias comeduras de cabeza para entretenerme.
               No había sabido de Sabrae desde aquel último mensaje en que me llamaba de todo menos bonito, y no se me ocurría cómo sacarle conversación. Tampoco quería parecer desesperado y mandarle un mensaje preguntando si le pasaba algo conmigo (a esas alturas de mi vida, todavía no sabía lo patético que puedo llegar a ser y hasta qué punto puedo arrastrarme por una tía; entendiendo por “tía”, “Sabrae”), y sospechaba que si le enviaba un mensaje preguntando simplemente qué tal estaba, ella se lo tomaría como una provocación y me terminaría explotando en la cara.
               Qué complicadas son las relaciones interpersonales, coño. Me gustaba más cuando sólo tenía que hablar con una chica durante una noche, y luego, si te he visto, no me acuerdo.
               Me gustaba más cuando me bastaba con una noche.
               ¿Estás esperando a que diga “me gustaba más cuando me bastaban otras que no fueran Sabrae”?
               Pues espera sentado.
               Porque me encanta que no me basten otras.
               No sé qué coño me hace. No sé cómo coño lo consigue. Sólo espero que no se le acaben las ideas para volverme loco, que no deje de provocarme y dejarme con ganas de más.
               Es la única chica que puede dejarme con ganas de más.
               Bueno, ella, y mi madre, cuando no me deja echarme más albóndigas caseras.
               Yo no sé cómo funciona el cerebro femenino, de verdad. Si no vas a dejar que tu hijo se eche más albóndigas, pues, no sé: a) no hagas tantas albóndigas, b) no las hagas tan ricas, o c) no tengas un puto hijo. Es que, joder. Tampoco es tan difícil.
               -Estás muy callado-comentó Chrissy. Cuando me volví, la encontré mirándome, perspicaz.
               -¿Tú crees?
               -¿En qué piensas?-inquirió, curiosa.
               En otra.
               -En albóndigas-admití, y Chrissy abrió los ojos, la boca, y escupió una carcajada.
               -Vale, reconozco que ésa no era la respuesta que me esperaba.
               -¿Cuál era la respuesta que te esperabas?
               Que pensabas en otra.
               -No sé, la verdad-se encogió de hombros-. Simplemente me pareció que… le estabas dando vueltas a algo tremendamente importante.
               -Cómo se nota que no has probado las albóndigas que hace mi madre. Se merecen un comité propio en la Unión Europea.
               -Alec-me miró-, estoy hablando en serio.
               -Yo también-aseguré-. Les pone este toquecito de especias que hace que te pique la lengua después, y eso está… joder-me dejé caer en el asiento y miré el techo de la furgoneta-. Increíble. ¿Mi madre? Una puta artista. Primero me hace a mí, y luego a sus albóndigas-sonreí al escuchar las risas de Chrissy.
               -¿Qué hay de tu hermana?
               -Meh-levanté las manos-. Un mal día puede tenerlo cualquiera, ¿verdad?
               Me acarició el antebrazo.
               -Sé que no estabas pensando en albóndigas, Al-musitó en tono un tanto cariñoso.
               -¿Por qué habría de mentirte?
               -Porque eres terco como una mula y no te gusta que la gente sepa que sus acciones tienen impacto en ti-respondió.
               -¿Cuánto tiempo llevas psicoanalizándome?
               -¿Estabas pensando en lo que te dije de tener hijos?
               -Por Dios, Chrissy-puse los ojos en blanco.
               -¡Lo siento! Es que me parece súper fuerte que nunca te haya pasado por la cabeza. ¿Ni de pequeño?
               -Roles de género, amiga-respondí-. A ti de pequeña se te planteaban esas cosas. Yo tenía bastante con decidir qué quería ser de mayor.
               -¿Y qué era lo que querías ser?
               -Actor porno-espeté, y ella se echó a reír.
               -¿Desde cuándo?
               -No sé, ¿desde los 13? Cuando descubrí el porno, en realidad. Es que… si lo piensas, es un negocio, ¿eh? Follas, y te pagan. Son todo ventajas.
               -Ahora que lo dices…-se llevó una mano a la barbilla, y yo me la quedé mirando, expectante. Pero no, no hubo suerte-. No, chato, lo siento. No vamos a hacer un sex tape y vendérselo a PornHub.
               -Sabes que algún día conseguiré convencerte, ¿verdad?
               -Cuando me conozcas borracha-sonrió, y yo me eché a reír.
               Apoyé la cabeza en la ventanilla y me quedé mirando la carretera.
               -La verdad-confesé-, es que nunca lo he pensado seriamente. O sea, creo que sí quiero tener hijos, pero… tengo mucho tiempo por delante todavía para pensarlo, ¿no crees?
               -Sí-concedió-. La verdad es que hay cosas en que se notan los años de diferencia-comentó, y yo la miré un momento. Ella tenía 22; yo, 17. Me imaginé que era normal que pensara en esas cosas, cuando se suponía que a esa edad llegaban los novios que se convertían en maridos, que más tarde se convertían en padres. A veces me daba un poco de vértigo pensar en eso. Llegaría un día en el que sería prescindible para ella.  Y lo cierto era que no me entusiasmaba esa idea.
               Le había cogido cariño. A ella, y a Pauline. Eran buenas amigas mías. No estaba preparado para decirles adiós.
               -Yo, últimamente, no hago más que pensar en eso-frunció el ceño, buscando una explicación que darme cuando ni ella misma la había encontrado-. Por mis amigas, y tal-sí, todas estaban emparejadas menos ella, que se follaba a un adolescente.
               -¿Ya les has hablado de mí?-ronroneé, estirándome cuan largo era y tocando con la palma de la mano el techo de la furgoneta. Chrissy se echó a reír, recordando la primera vez que vi a sus amigas y que ella vino conmigo después de pasar la noche con ellas. Ya hacía tiempo que nos acostábamos, pero nunca habíamos coincidido en una fiesta en el centro. Cuando la vi de lejos, en un primer momento no la reconocí, tan arreglada y subida a unos tacones y embutida en un vestido al que no me tenía acostumbrado (la verdad era que sólo estaba acostumbrado a verla con la ropa del trabajo, que aun así conseguía llevar con estilo, y a verla desnuda, lo cual me encantaba). Sólo cuando nuestros ojos se encontraron y ella alzó un poco las cejas, reconociéndome entre la multitud, me convencí de que era ella.
               Me había despedido de los chicos, me había acercado a su grupo de amigas y todas me habían comido con la mirada, tanto solteras como emparejadas. Le lanzaron miradas cargadas de intención y de veneno a Chrissy cuando dijo que se iba a bailar conmigo y que probablemente no volviera.
               Habría pagado por ver las caras de sus amistades cuando Chrissy les contó que yo ni siquiera era mayor de edad. Las había engañado a todas, igual que me había metido en el bolsillo a Chris cuando la conocí. Fue en el curro, y no tardamos ni 15 días en enrollarnos. Nuestras edades no salieron hasta un poco más adelante, cuando hacía casi un mes de nuestro primer polvo.
               Por aquel entonces, gracias a Dios, ya éramos tan adictos a nuestra compenetración que ni se nos pasó por la cabeza dejar de verlos, aunque aquello no estuviera “bien”.
               -Me han preguntado si te llevo a la boda-comentó, y yo arqueé las cejas.
               -¿Qué boda?
               -¿No te lo había dicho? Xandra se casa-anunció.
               -Pero, ¿no tiene tu edad?
               -Sí, hijo, ¿por qué crees que me estaba planteando todas estas movidas? O sea, no te ofendas, pero mi vida es un puto desastre comparada con la suya.
               -Casarse con 22 años me parece una catástrofe.
               -Su novio es un amor.
               -Yo también soy un amor si me lo propongo, y ni harto de vino me caso con 22 años, Chrissy-protesté-. Que eso es dentro de…-chasqueé la lengua, echando cuentas.
               -Vamos, que tú puedes-ironizó ella.
               -Cuatro años y pico.
               -Me encanta la mente que tienes para los números.
               -Bueno, ¿y necesitas acompañante para la boda?-coqueteé, haciendo caso omiso de su pulla. Ella se echó a reír y me pasó la mano por la mejilla.
               -Te tendré en cuenta, pero… en fin, el caso es que me estoy replanteando mi vida. Supongo que tú lo harás cuando tus amigos se casen.
               -¿Yo? Cuando mis amigos se casen, fijo que lloran por las noches porque no pueden ser yo-discutí-. Voy a ser el siguiente dueño de la Mansión Playboy. Serán ellos quienes se replanteen sus vidas, no yo. Yo voy a estar viviendo tan ricamente-me puse las manos tras la cabeza y ella se echó a reír de nuevo, colándose por una calle-. Pero, ahora en serio, Chris. Yo creo que no deberías comerte el coco con estas cosas. Ya tendrás críos. Críos monos.
               -Tampoco quiero tenerlos vieja, ¿eh?
               -A mí, mientras no los tengas con Aaron… que si es por ser madre, oye, los tienes conmigo antes que con él.
               -¡Qué dices! Ni muerta los tengo yo con Aaron, madre mía-se pasó una mano por el pelo y sacudió la cabeza. Se concentró en el tráfico un rato, aunque yo sabía que su mente estaba vagando de un lado a otro-. Aunque nos saldrían bastante guapos-comentó, y un amago de sonrisa curvó sus labios.
               -Para eso-dije, irguiéndome-, te repito que los tienes conmigo. Te saldrían mejores. En todo. Más equilibrados psicológicamente, sobre todo.
               -Pero no te celes, mi rey-tonteó, acariciándome la mandíbula-, si tú ya sabes que sólo tengo ojos para ti-me dio un beso en la mejilla aprovechando que se había detenido en un semáforo y, por fin, dio por terminada la conversación.
               Regresamos a las oficinas para fichar y dar cuenta de los paquetes entregados. Le puse cara de cachorrito abandonado para que me dejara subir la moto en la furgoneta y así no perder tiempo volviendo a por ella, y Chrissy puso los ojos en blanco, se encogió de hombros e hizo un gesto con la cabeza haciéndome ver que no le importaba que la usara de transporte. Nos subimos a la furgoneta y charlamos mientras ésta serpenteaba en dirección a su casa, el cielo volcando con rabia todas sus gotas de lluvia sobre nosotros, los peatones corriendo y golpeándose con los paraguas, y las luces de los coches brillando de manera fantasmal en el asfalto empapado.
               Chrissy apagó el motor de la furgoneta y se masajeó las sienes. Tamborileó con los dedos en el asiento y se quedó mirando con desinterés la distancia que separaba el portal de su casa del vehículo.
               -¿Hacemos algo?-sugerí, y ella se volvió y me miró con una sonrisa.
               -Empezaba a pesar que te tendría que invitar yo a subir a mi casa-bromeó, y yo solté una risotada.
               -Me refería-señalé con el pulgar por encima de mi hombro al local de enfrente a su portal, cuyas luces de neón parpadeaban en intervalos irregulares-, a si querías ir al tailandés.
               Chrissy parpadeó, confusa, hasta que me vio sonreír e imitó mi sonrisa. Me dio un suave toquecito en el hombro.
               -Entonces, ¿quieres subir a mi casa?
               -Vale. Cojo algo de comer, y nos vemos arriba.
               -Hecho-abrió la puerta-. Con extra de salsa, acuérdate.
               -Que sí-cedí, saliendo de la furgoneta y trotando hasta las puertas. Las empujé mientras el chasquido del portal al cerrarse llegaba hasta mis oídos. Hice cola y con un “lo de siempre” ya estuvo. Recogí las bolsas y atravesé la calle (casi me atropella un puto repartidor, desde luego, estos de las motos no tienen sentido del civismo) y subí las escaleras en dirección al tercero. Llamé al timbre.
               -¡Está abierto!-me indicó ella desde el interior de la casa. Empujé la puerta y me metí dentro, cerrando con el talón.
               Chrissy atravesó el pequeño pasillo de su casa en dirección a la cocina, en busca de un par de bebidas y vasos. Me complació ver que ya estaba en tirantes y bragas, y que había puesto la calefacción a tope.
               Dejé las bolsas sobre la mesa baja del salón y me dejé caer en el sofá.
               -¿Cerveza normal o sin?-preguntó desde la cocina.
               -Tengo que conducir.
               -Normal, entonces-contestó, y me eché a reír. Entró en el salón como la dueña y señora de la casa (lo que era, en el fondo), y me entró hambre de mujer al ver cómo sus muslos se agitaban al caminar ella. Se había hecho una cola de caballo en la que había recogido su tupida melena de leona en gruesos mechones, enmarcando su cara y dejándome ver mejor la parte superior de su anatomía. Se le asomaba el sujetador por debajo de la camiseta de tirantes, tan estirada que cualquiera que la viera sabría que no le había pertenecido a ella en primer lugar.
               Era la típica camiseta de tirantes amplios que utilizaban los que boxeaban para entrenarse, o para estar por casa en los días más calurosos.
               Lo sabía porque se la había dado yo.
               Me quedé mirando con descaro las palabras IRON MAIDEN en letras rojas que, casualmente, descansaban sobre sus tetas.
               Dejó las cervezas en la mesa, inclinándose lo suficiente como para regalarme una vista de lo que estaba a punto de disfrutar. Le acaricié el muslo con una mano y subí hasta darle una palmada en el culo. Ella sonrió.
               -¿Qué te debo?
               -Invito yo-respondí, sacando los pequeños paquetitos de comida de las bolsas y olfateando el de los fideos.
               -Qué caballero-ironizó-. No, en serio, Al, ¿qué te debo?
               -Que invito yo, señora-protesté.
               -¡Ah, vale! O sea, que esto es como una especie de agradecimiento, ¿eh? Chrissy-dijo, en voz más grave-, gracias por prestarme tu coño unos minutos, unga, unga. Yo, Tarzán, tú, Jane.
               -Yo no hablo así-reí.
               -Soy buena imitadora, no lo puedes negar.
               -¿Sí? ¿A que me voy y te quedas sin orgasmo?-amenacé, aunque ni de coña iba a salir de esa casa sin correrme, por lo menos, una vez.
               -Tengo el consolador recién cargado-se encogió de hombros, restándole importancia a mi ataque.
               -¿El consolador te puede sobar las tetas?-quise saber, y ella se echó a reír, pillada en una renuncia.
               -Venga, voy a por unas bandejas.
               Para cuando regresó, yo ya le había hecho sitio a mi lado, y ella decidió no hacerse de rogar y sentarse muy, muy cerca de mí. Tanto, que nos era imposible movernos sin molestar al otro. Me la quedé mirando mientras se estiraba a por el mando de la tele, observé la curva de sus pechos y la fuerza que transmitían sus muslos, estudié su cuello y su melena anudada sobre su nuca, la forma en que apretaba los labios.
               ¿Me puse cachondo?
               Hombre, faltaría más.
               ¿Tenía yo la culpa?
               No sé, cuando pones a una tía casi desnuda al lado de un tío, lo normal es que al tío se le despierten cosas, ¿no? Instintos, y lo que no son instintos.
               Y a mí me encantaban las mujeres que eran como yo: que sabían que estaban buenas y que no tenían miedo de utilizar su cuerpo para provocar a su objetivo. Que se sentían cómodas con poca ropa, o comodísimas con ninguna.
               Y Chrissy era igual que yo.
               Le acaricié la espalda y ella sonrió, cruzándose de piernas mientras recogía su paquetito de fideos, de modo y manera que su pie quedara sobre mi rodilla y pudiera acariciármela a conciencia.
               Se volvió hacia mí y buscó mi boca con los labios. Yo la dejé hacer, agarrándome a su cintura para impedir que se me escapara. Jugué con las puntas de su pelo y ella sonrió, pasándome una mano por el cuello, bajando por mi pecho, deteniéndose en el bulto que crecía a marchas forzadas en mis pantalones.
               Jadeé y su sonrisa se ensanchó cuando empezó a acariciarme lentamente, por encima de la tela de los vaqueros.
               -Peli-ofreció-, serie, o porno-me dio a elegir, separándose un poco de mí, y yo alcé las cejas. Como si no supiera la respuesta. Chrissy asintió con la cabeza, me dio un piquito y sentenció-: peli, entonces.
               -No era eso lo que tenía en mente-protesté, haciendo un puchero, ignorando cómo pasaba de canal rápidamente para poner algo interesante.
               -No quiero que escuches lo bien que se lo pasan otras mientras yo estoy encima de ti-espetó, jadeante, de nuevo en mis labios.
               -¿Quién dice que te vas a poner encima?
               Chrissy soltó una risita, se llevó las manos a la espalda, se desabrochó el sujetador, se lo sacó de debajo de la camiseta, y luego se bajó los tirantes, dejando sus pechos al aire.
               Yo los miré. Luego, la miré a los ojos.
               -Sí-asentí-, definitivamente, te vas a poner encima.
               Nos olvidamos de la comida y nos pusimos manos a la obra. La besé mientras ella se peleaba con mi camiseta, le acaricié los pechos mientras ella gemía mi nombre, y le metí la mano en las bragas al mismo tiempo que ella me bajaba la cremallera de los pantalones y sacaba mi miembro de los calzoncillos. Se tumbó en el sofá para que yo lo hiciera encima de ella y así poder terminar de desnudarme; con lo que no contaba era con que yo me pondría encima de ella y ya no habría quien me moviera de allí.
               No es que le molestara. Es más, nos encantó. Chrissy se las apañó para quitarme la ropa con las piernas (había pocas chicas que tuvieran esa habilidad) y separó las rodillas, dejándome entrar.
               Observó mi erección mientras yo la acercaba a ella, paseándome por las puertas de su paraíso personal, sin decidirme a entrar en él. Gimió y me clavó las uñas en la espalda mientras la acariciaba con mis ganas de poseerla, y sonrió contemplando nuestra unión cuando me introduje en su interior.
               Chrissy era la única chica a la que me permitía no mirarme a los ojos cuando me hundía por primera vez en ella. Y todo venía desde nuestro primer polvo: nos habíamos pasado la tarde tonteando, y habíamos terminado las entregas muy cerca de su casa. Me invitó a entrar y yo, para qué mentir, jamás había tenido un golpe de suerte de ese calibre, acepté. Subimos a su casa y no tardamos en empezar a enrollarnos, superando por fin la tensión sexual que había habido entre nosotros desde que nos conocimos. Me había contado previamente que lo había dejado con su ex, y me contó entre beso y beso que estaba que se subía por las paredes, que no encontraba a ninguno que la satisficiera como él.
               Confieso que me dieron celos de aquel pavo sin nombre ni rostro. Deseé que todas las chicas con las que estuviera hablaran de mí con otros como Chrissy lo hacía de su ex novio.
               -Creo que tengo lo que necesitas-le había contestado yo, críptico, ya con muy poca ropa y metido entre sus piernas. Chrissy había alzado las cejas, curiosa, pero nada impresionada. No como el resto de chicas con las que estaba acostumbrado a estar.
               Me había quitado los calzoncillos y me la había quedado mirando. Chrissy estudió mi miembro, sonrió, me miró a los ojos y comentó como quien habla del tiempo:
               -Servirá.
               Me había vuelto loco su forma de gemir y de mirar nuestra unión cuando me guió dentro de ella. Era mil veces mejor de lo que había sentido estando con otras. Fue totalmente diferente. Y sabía que ninguna iba a hacer que sintiera algo así sin hacer que me miraran, sin dejarme ver cómo todo yo me expandía por su esencia y dejaba mi marca en sus cuerpos.
               A todo el mundo le cambia la mirada. Todos los ojos cambian de alguna forma mientras su dueño está follando. El marrón deja de ser marrón, el azul ya no es azul, y el verde, para el afortunado que tenga esos ojos, ya no es sólo verde. Es otra cosa.
               El placer es la sensación favorita del alma, y es cierto que los ojos son su espejo. Todo el cuerpo puede disimular lo que siente, pero los ojos… los ojos siempre te traicionan. Jamás se unirán a tu engaño.
               Lo bueno de Chrissy era que yo no necesitaba mirarla a los ojos, ni que ella me mirara a mí.
                La embestí y Chrissy cerró los ojos, dejándose caer sobre el sofá, mordiéndose el labio.
               -¿No ibas a ponerte encima?-la provoqué.
               -Dios mío, Alec...-fue su respuesta, y fue mejor que sus “calla y fóllame” reglamentarios. Sonreí, continué besándola, acariciándola, lamiéndola y mordiéndola mientras me movía dentro de ella. Llegó un momento en el que me empujó, hizo que cayera tumbado en el otro extremo del sofá, y se sentó sobre mí, moviéndose como una diosa. La sujeté de las caderas y la observé, maravillado, moverse sobre mí, totalmente desnuda y brillante por la suave capa de sudor que comenzaba a cubrirla.
               Chrissy puso las manos en mis pectorales y continuó moviéndose, hundiéndome y sacándome de su interior de una forma en que me hizo perder la razón. Su coleta rebotaba en su espalda de un modo que me encantaría ver, pero, francamente, no cambiaría la vista de sus tetas por nada del mundo.
               Me rompí dentro de ella y ella lo notó, soltó una risita.
               -Tenías ganas, ¿eh?
               -Te voy a dar yo a ti ganas, nena-contesté, agarrándola de las caderas y volviendo a ponerme encima. Ella lanzó un gemido, sabiéndose dominada, y asintió con la cabeza mientras yo la embestía con tanta violencia que me sorprendió que el sofá no se rompiera. Me clavó las uñas en la espalda y cerró las piernas en torno a mis caderas, tremendamente cerca. Su cuerpo empezó a temblar, avisándome de lo que iba a ocurrir, y Chrissy arqueó la espalda, ofreciéndome el ángulo perfecto para mordisquearle los pechos y hacer que ella no sólo alcanzara las estrellas, sino que atravesara volando toda la galaxia.
               Con una exclamación y sacudidas que la recorrieron de arriba abajo, y mi nombre escurriéndose entre sus labios curvados en una sonrisa, Chrissy llegó al orgasmo y celebró mi presencia en su interior con un calor líquido que me apeteció devorar.
               Pero ella no me dejó. Negó con la cabeza al adivinar mis intenciones y me apartó varios mechones de pelo de la cara.
               Le cogí la mano con la que me estaba acariciando y le di un beso en el dorso. Ella soltó una risita.
               -Estás muy guapo cuando terminamos-murmuró, mimosa.
               -¿No lo estoy siempre?-le guiñé un ojo y ella volvió a reírse.
               -Quiero decir… más.
               Asentí con la cabeza a modo de agradecimiento, salí de su interior y besé su hombro cuando ella se pasó la camiseta por la cabeza y cubrió su desnudez. Se marchó al baño mientras me vestía, y regresó de nuevo con la ropa con la que me había recibido en su casa. Se sentó a mi lado en el sofá y dio buena cuenta de la comida.
               Miró la televisión con hastío, y yo sabía que le estaba dando vueltas a algo. Me imaginé que sería lo de su ciclo biológico, así que dejé a un lado la cajita con los fideos, la cogí de la cintura y la tumbé sobre mí, su espalda contra mi pecho, en el sofá. Le di un beso en la cabeza y ella sonrió.
               -No te comas el coco, Chrissy.
               -Es que no sé qué coño estoy haciendo con mi vida-bufó, y sus ojos se humedecieron un poco.
               -Pues ser una tía normal de 22 años, ¿quién coño tiene hijos con 22 años, vamos a ver?-inquirí, y procuré apartar de mi cabeza a las madres de Tommy y de Scott. Chrissy levantó la mirada y me sonrió-. No te agobies, ¿quieres, nena? Fijo que serás una madre increíble, aunque tengas críos con 40 años-le di otro beso en la cabeza y ella se acurrucó contra mí, todavía más mimosa.
               -La chica que te robe el corazón-murmuró-, va a tener una suerte increíble.
               Podría no haber pensado en ella.
               Podría.
               Podría haberle echado la culpa a mi teléfono y la forma en que la pantalla se encendió, mostrándome una notificación de Instagram.
               Podría.
               Podría haberle echado la culpa a estar aún saturado de las hormonas posteriores al sexo, pero…
               … me estaría engañando a mí mismo.
               Igual que me estaría engañando a mí mismo si dijera que no sabía exactamente por qué el nombre y la cara de Sabrae, con mis pulgares acariciando sus mejillas, explotó en mi mente como el primer fuego artificial de la noche de Guy Fawkes.
               Chrissy se incorporó un poco para mirarme, y esbozó una sonrisa muy tierna ante mi silencio esquivo.
               -O quizá…-aventuró, y yo evité su mirada-, ya la tenga.
               Me mordí el labio y por fin me encontré con sus ojos. No iba a negarlo. Ni de coña iba a negarlo. Si Chrissy lo sabía era porque se me notaba.
               Además, yo tenía muchos defectos. Soy tozudo, soy bocazas, siempre tengo que tener razón y no sé nunca cuándo un momento no es el adecuado para soltar alguna gilipollez.
               Pero nunca, jamás, he sido un mentiroso.
               Chrissy se sentó a mi lado y yo me incorporé.
               -¿Ha ganado tu panadera?-preguntó, y yo alcé una ceja. Negué despacio con la cabeza. No entendía esta ridícula competición que Chrissy pensaba que tenía con Pauline, cuando Pauline ni siquiera se molestaba en pensar en ella. Era como si no quisiera reconocer la existencia de Chrissy y su presencia en mi vida.
               Y Chrissy aprovechaba cada oportunidad que tenía para allanarme el terreno en su dirección. Como si tuviera pensado elegir a alguna de las dos. ¿Por qué debería hacerlo? Estaba muy bien, teniéndolas a ambas.
               -Pues menos mal-sentenció, cruzándose de nuevo de piernas y cogiendo otra bandejita con comida.
               -Tiene nombre-le recordé, un tanto severo.
               -Siempre se me olvida-contestó, mirando fijamente la televisión.
               -Y no es panadera. Es pastelera. Hay una diferencia. Además, técnicamente, ella no lo es. Lo son sus padres.
               Chrissy se giró y me miró con una sonrisa en los labios.
               -¿Seguro que no es tu pastelera?-insistió, y yo chasqueé la lengua.
               -No os veo de esa forma.
               Una risa se escapó de entre sus dientes.
               -Tú nunca has visto a nadie de esa forma.
               No es justo que esté teniendo esta conversación contigo, pensé, poniéndome tenso. De repente, no sé por qué, recordé a Bey. Desde luego, am í no me haría gracia enterarme de que ella hablaba sobre sus sentimientos con algún tío con el que se acostara antes de hablarlo conmigo. Esas cosas no… no lo estaba haciendo bien.
               ¿El qué no estás haciendo bien, Alec?
               Bufé, negando con la cabeza y pasándome una mano por el pelo. Suspiré.
               -Oye, oye. Tampoco te agobies-rió Chrissy-. No tenemos por qué hablar de esto ahora.
               -No hay nada de lo que hablar.
               -Ah, genial, ¿ahora te vas a poner a la defensiva?
               -¿Quién se pone a la defensiva?-discutí, recordando los mensajes, cómo Sabrae me había mandad básicamente a la mierda, y aquí estaba yo, después de follar, comiéndome el coco por una chica que dedicaba literalmente cero segundos de su día a pensar en mí.
               ¿Sabes qué? Que por mis cojones que hago que hoy piense en mí.
               -Tranqui, gatito-rió Chrissy, alzando las manos para indicarme que no suponía ningún peligro para mí, pero yo ya estaba maquinando mi plan maestro. Me terminé la comida y me despedí de ella (la verdad es que no fui una compañía muy agradable después de esa intervención magistral), bajé a toda leche las escaleras, me subí a la moto y me dirigí hacia el edificio de las oficinas siguiendo cuidadosamente cada paso de mi plan.
               Estaba tan concentrado en seguir la línea trazada en mi cabeza que apenas me di cuenta de adónde me dirigía hasta que me encontré subiendo las escaleras del porche de Sabrae con un paquete en el que había escrito a mano su nombre y dirección.
               Me dio igual que lloviera a cántaros, o que probablemente quedase como un puto desesperado que se presenta en casa de la chica que le gusta con cualquier excusa patética con tal de verla aunque sólo sea un ratito.
               Lo único que me importaba era que estábamos a metros de distancia, separados por una puerta, y que de momento sólo yo conocía nuestra condición. Tomé aire, limpié las gotitas que habían caído sobre la caja y me volví para mirar un momento la moto. Por un breve instante, consideré seriamente la posibilidad de dar media vuelta y largarme.
               Píllala por sorpresa, me dijo una voz en mi cabeza, la misma voz que me hablaba por las noches, cuando buscaba una chica que me calentara la cama, o la bragueta.
               Quítasela al tal Hugo, animó, y yo sonreí. Me pasé una mano por el pelo húmedo y aplastado, me lo eché hacia atrás y me miré en el cristal de al lado de la puerta antes de llamar al timbre.
               En un alarde de erotismo de aquellos que me caracterizaban, me apoyé en el marco de la puerta. Coloqué el paquete contra mi cadera y me mordisqueé un poco el labio, saboreando todavía la boca de Chrissy en la mía. Estudié mi reflejo en el espejo y no pude contener una sonrisa torcida. Me gustaba lo que veía. Me favorecía la lluvia, así como la chaqueta y el haber echado un polvo hacía poco.
               Estaba que me salía, tenía el guapo muy subido. El ego, por descontado, se me estaba disparando por las nubes. Sabía lo que Sabrae podría hacer cuando cerrara la puerta. Subiría las escaleras en dirección a su habitación, se encerraría dentro, sonreiría para sus adentros, recordándome en la puerta e imaginándome atravesándola y siguiéndola, tumbándome sobre ella, y…
               Estaba demasiado perdido en mis ensoñaciones, fantaseando con lo que la chiquilla haría cuando me viera, que ni siquiera pensé en la posibilidad de que no me abriera ella.
               Bueno, vale, la verdad es que sí que se me pasó por la cabeza un segundo que podría abrirme Scott. Tenía todas las papeletas, pero…
               … de Scott podía recuperarme.
               De que quien abriera la puerta y me encontrara haciéndome el guaperas fuera Zayn, no.
               El padre de mi mejor amigo y de mi principal interés en el viaje abrió de par en par y se me quedó mirando un momento.
               Casi se me cae el puto paquete al suelo del susto.
               -Hola, Al-saludó, y yo exhalé algo parecido a un “eh” que intentó ser un “hola” casual, pero que se quedó en aborto. Mierda. Su casa está llena de gente, por supuesto que no iba a abrir ella.
               El cabeza de familia me miró un momento, reparó en el paquete, pero no le dio más importancia. Sus ojos volaron hacia mi pelo, y frunció un poco el ceño, quizá preguntándose qué sería tan importante como para hacer que me arriesgara a empaparme como lo estaba.
               -Scott no puede salir-comenzó a explicar, convencido de que se estaba metiendo donde no le llamaban, elucubrando sobre mis motivos para visitar su casa-. Está castigado-informó, más alto, como si quisiera que su primogénito le escuchara y se avergonzara de sus actos. Tommy y él estaban castigados durante toda la semana (Tommy, sin móvil; Scott, una semana extra) por haber salido el fin de semana anterior y haber dejado a sus hermanas pequeñas a cargo de Shasha en casa de Tommy, aun a pesar de que sus padres les habían prohibido expresamente que se fueran a ningún sitio.
               Pero, claro, la fiesta era poderosa.
               -Siento que hayas hecho el viaje por nada con la que está cayendo, pero…-continuó, pero yo me aclaré la garganta y musité con timidez:
               -No vengo por Scott.
               Zayn se quedó quieto, parpadeó, entrecerró ligeramente los ojos y volvió a estudiarme. Sólo entonces reparé en la cantidad de tatuajes que tenía. Era increíble el respeto que infundían.
               Me fijé en los intrincados dibujos que le recorrían el antebrazo, que asomaban por las mangas de su sudadera. Tenía que haberle dolido muchísimo haberse hecho tantos tatuajes. Seguro que aún podía recordar el dolor.
               Hay que tener los cojones muy grandes para cubrirte entero de tatuajes como lo habían hecho él o Louis.
               -Ya-asintió, perspicaz.
               -Esto… yo… ¿está… tu hija?-solté, agarrándome al paquete como si fuera un salvavidas. Zayn se llevó una mano a la mandíbula y se toqueteó la barba, fingiendo aburrimiento.
               Caí en la cuenta de que era la primera vez que conocía al padre de una de las chicas con las que me había acostado.
               Cambié el peso del cuerpo de un pie al otro y volví a mirar la moto, deseando que cobrara vida propia y me pasara por encima. Quién coño me mandaría a mí venir…
               -Tengo tres-espetó Zayn en tono más cortante del que seguramente pretendía.
               O no.
               Porque yo era un hombre llamando a la puerta de su casa y preguntando por una de sus hijas.
               Francamente, si estuviera en su posición, le daría una paliza al desgraciado que tuviera tanto descaro como para hacer lo que estaba haciendo, y me aseguraría de que mi hija no se volviera a acercar a él en lo que le quedara de vida.
               Solté una risita nerviosa que él replicó con una sonrisa tirante.
               -Claro, perdón, es la costumbre-volví a pasarme una mano por el pelo-. Busco a Sabrae.
               Y, si ya antes le había cambiado la energía que desprendía con la sola mención de sus hijas, el escuchar el nombre de Sabrae de mis labios obró milagros en su cara.
               De los malos.
               Quise creerme que eran imaginaciones mías, que no me miró de arriba abajo, apretó los labios ni frunció el ceño, que no agarró la puerta con más firmeza, como si estuviera pensando en cerrármela en las narices.
               Podría partirme la cara, porque yo no me atrevería a devolvérselas a Zayn Malik.
               Que era Zayn Malik, joder.
               A las tías se les soltaban las bragas que daba gusto escuchando sus canciones. Debía darle las gracias personalmente por un par de polvos cojonudos que había echado en el asiento trasero de coches prestados.
               Y es su padre, pensé para mis adentros, aunque era demasiado orgulloso para admitirlo, ante él o ante mí.
               Zayn asintió con la cabeza, se pasó la lengua por las muelas y se hizo a un lado.
               -Pasa, Alec, hombre, no te quedes ahí-ordenó, y no se me escapó el detalle de que, cuando se suponía que venía por Scott, yo era Al.
               Pero, al decirle que venía a ver a Sabrae, era Alec.
               -¡Sabrae!-llamó Zayn, que apenas se había movido de la puerta para dejarme pasar al interior de su casa. Di un brinco por la impresión, que él ignoró-. ¡Puerta!
               Un par de pies corretearon por el piso de arriba y bajaron apresuradamente las escaleras.
               Se me relajó un poco la tensión por la hostilidad de Zayn en cuanto la vi, con un par de moñitos recogiendo sus rizos, uno a cada lado de la cabeza, como las orejas de Mickey Mouse, y una sudadera blanca con la palabra Barbie resaltando su piel del color del chocolate fundido.
               Nuestros ojos se encontraron y a mí me costó seguir respirando. Sabrae se detuvo en seco, sorprendida, durante un segundo. Parpadeó, reconociéndome (lo haría entre un millón de caras) y se posó sobre el piso como una grácil mariposa primaveral. Se acercó a nosotros, mirando a su padre con la expresión de un cervatillo herido. Se tiró de las mangas de la sudadera hasta dejar sus manos ocultas tras ella.
               -Hola-saludó, tímida.
               -Hola-contesté yo, tremendamente cortado-. Esto… te traigo tu paquete.
               -¿Mi paquete? Yo no he pedido…
               -Sí-discutí yo, y notaba la mirada de Zayn quemándome en la cara. No le mires, no le mires. Si le miras, le darás una excusa para saltar sobre ti y rajarte la cara-. El paquete. ¿Recuerdas?-casi supliqué, y Sabrae pestañeó y luego se llevó una mano a la boca.
               -¡Claro! Mi paquete-se tocó la sien-, ¡es verdad! Ya se me había olvidado-se excusó, dirigiéndose hacia su padre. Se le tiñeron las mejillas de un dulce tono rosado.
               Me entraron ganas de morderle el rubor.
               Incluso di un paso hacia ella para hacerlo.
               Luego me acordé de que Zayn estaba a nuestro lado, y probablemente me mataría si la tocaba.
               -¿Qué vicio le estáis cogiendo a pedir cosas por Amazon, pequeña?-exigió saber su padre mientras Sabrae extendía los brazos para recoger el paquete-. ¿Con el permiso de quién?
               -Con el de mi tarjeta de crédito-respondió cual gallito la hija. Zayn apretó la mandíbula y negó con la cabeza.
               -Mira que se lo dije a tu madre-gruñó, saliendo del vestíbulo-, que todavía erais pequeñas para tener estas cosas-caminó hasta el sofá aún sacudiendo la cabeza-, pero, ¡nada, oye!-se tiró en el sofá cuan largo era, aún mirando a la mayor de sus hijas-. ¡Hay que dejarles libertad para que nos llenen la casa de mierda!
               -Es bueno que empiecen a tener responsabilidades, Zayn-rebatió Sherezade, asomando la cabeza por la puerta corredera que daba a la galería del jardín.
               -Deberían aprender a administrarse el dinero, ¡como hice yo de pequeño!-protestó Zayn, y Sherezade se echó a reír, caminó hacia él y le cogió la cara.
               -Mi esposo gruñón-celebró, mimosa, y le dio un beso en los labios.
               No lo puedo evitar.
               ¿Recuerdas lo que dije de que soy un puto bocazas?
               ¿Qué mi lengua tiene conciencia propia?
               Pues allá que fui a decir la parida del día.
               -Oye, Sher-intervine-, que yo también me sé poner gruñón muy bien.
               Si las miradas matasen, la forma en que me miró Zayn me habría torturado, asesinado, descuartizado y enterrado en dos microsegundos. Lo único que me salvó fue que a su mujer le pareció gracioso mi comentario: su risa acalló las voces de la cabeza de Zayn que le incitaban a eliminarme.
               -Yo no he pedido nada-me confió Sabrae en voz baja, aceptando el paquete de mis manos. Nuestros dedos se rozaron por un momento, y el tirón que me dio en el estómago me hizo preguntarme si había venido para que ella pensara en mí, o porque yo no podía dejar de pensar en ella.
               Sus ojos quemaban en mi mirada. Eran los más bonitos que había visto nunca.
               -Lo sé-contesté en el mismo tono confidente-, bombón. Lo registré a tu nombre porque es raro que una niña de 8 años haga pedidos.
               Sabrae esbozó una sonrisa adorable. Quise besarla, y lo habría hecho a pesar de sus padres, de las posibilidades que había de que Scott apareciera en cualquier momento, del miedo que me daba que notara los besos de otra todavía bailando en mi lengua.
               La única razón por la que no lo hice fue porque sólo la había tenido estando borracha. No sabía hasta qué punto el alcohol influía en la atracción que Sabrae sentía por mí.
               A mí ya me tenía en la palma de la mano, estaba en la puta mierda.
               Pero cuánto había de ella realmente en la chica que se estremecía conmigo en su interior, era un misterio sin resolver.
               -¿Es lo de Duna?-preguntó, ilusionada, y su voz sonaba a felicidad y promesas y el chispeo de la primera estrella fugaz en una noche de Perseidas.
               -Soy un tío que cumple con su palabra-repliqué, y ella dejó escapar una risa adorable (estoy muy en la mierda por ella) y se giró con el paquete en las manos.
               -¡Dundun! Mira lo que te han traído, ¡ven a ver, corre!-llamó a la pequeña, que resultó estar metida en su mundo, jugando en el salón, ajena a todo lo que la rodeaba. Duna se levantó y, con una de sus muñecas aún en las manos, se acercó a nosotros. Chilló mi nombre como si yo fuera el mismísimo Papá Noel, pero la cabra tira al monte, y recogió el paquete que su hermana mayor sostenía en las manos.
               Se sentó en el suelo con las piernas alrededor de la caja de cartón y se ocupó de rasgarla mientras Zayn, Sherezade, Sabrae y yo la observábamos. Duna sonrió y lanzó un nuevo alarido al sacar la camiseta de Amazon que tanto le había gustado.
               -¡Es lo que quería!
               -He tenido que decir que era para mí para que me la dieran-expliqué-, así que puede que te quede un poco gran…
               -¿Huele a ti?-preguntó Duna, y Sabrae abrió muchísimo los ojos y se me quedó mirando.
               -Eh… pues… no. O sea, es nueva, ¿por…?
               -Es que hueles muy bien-comentó Duna, retorciendo la camiseta entre sus deditos y soltando una risita. No pude evitar reírme.
               Sabrae asintió inconscientemente con la cabeza, y, cuando yo la miré, se puso aún más roja y se tapó la cara con la manga de su sudadera. Fingió prestarle atención a Duna, que siguió sacando cosas, pero sé que no pudo pensar en nada que no fuera yo.
               Lo supe porque yo no hice más que mirarla.
               -¡SANDÍAS!-chilló Duna, sacando el pequeño tarrito de sandías de gominola que había metido también en la caja. Sherezade se echó a reír al ver cómo Duna se lanzaba a desenroscar la tapa azul celeste y se ofuscaba al no conseguirlo-. Bueno, para luego… ¡Mira, Saab, también tiene un paquetito de corazones de melocotón!-celebró Sabrae, y la hermana mayor aceptó lo que le tendía la pequeña. Sabrae me miró en silencio-. Son tus favoritos-comentó Duna, como si Sabrae no conociera sus gustos.
               -Ya lo sé. La cuestión es… ¿tú lo sabías?-me preguntó, y yo alcé las cejas.
               -Los comes siempre que vamos a la playa.
               Sabrae alzó la mandíbula, impresionada.
               -No puedo creer que te fijes en esas cosas.
               -Ya te dije que lo hago-me encogí de hombros, sin romper el contacto visual. Me dedicó un gracias que me supo a gloria. Sólo dejamos de mirarnos cuando Duna encontró el pequeño tambor que le había robado a una de las oficinistas, con el que los de administración mataban el tiempo, y comenzó a girarlo por el mango, haciendo que las dos bolitas que tenía incorporadas el pequeño instrumento chocaran contra el parche y llenando la casa de un ritmo tribal.
               Zayn se masajeó las sienes.
               -Has creado un monstruo, Alec-se rió Sherezade, abriendo los brazos para que su niña fuera a verla y le enseñara todos los regalos. Duna trotó hasta su madre y le mostró lo que le había traído con orgullo-. ¿Qué se dice, Dundun?
               -¡Gracias!-canturreó la chiquilla, brincando hacia mí. Empezó a saltar a mi alrededor como solía hacer Trufas cuando me veía sacar unas golosinas para conejos de la alacena de casa.
               -Gracias, no-contesté yo, cogiéndola de la cintura y levantándola en el aire-. Un beso-exigí, y Duna se echó a reír, se llevó las manos a la boca, tímida, pero bien que se acercó a darme un sonoro beso en la mejilla. Soltó una risita cuando yo se lo devolví y la dejé en el suelo, y rápidamente corrió con su madre para dar buena cuenta de sus gominolas.
               Me saqué el móvil del bolsillo y le mostré la pantalla a Sabrae. Ella cogió el lápiz táctil que le tendí y firmó en la pantalla del ordenador.
               Estaba a punto de olvidarme de cómo Zayn me taladraba con la mirada y pedirle su número, cuando una figura apareció al pie de las escaleras.
               -¡Al, tío!-celebró Scott, y, que Dios me perdone, pero nunca me había alegrado tan poco de verlo. Jodido cabrón, serás inoportuno-. Me pareció que eras tú, por tu voz.
               -Sí, S-me encogí de hombros, y odié cómo Sabrae dio un ligero paso atrás para no interponerse entre su hermano y yo. Me apeteció agarrarla del antebrazo y plantarla lo más cerca posible de mí-. Yo también me reconozco por mi voz.
               -¿Qué haces aquí?-quiso saber Scott.
               -Paquetería urgente de Amazon-expliqué, señalándome el logo de la camiseta de trabajar. Scott parpadeó.
               -¿Te han reasignado la zona?
               Hijo de puta, ¿desde cuándo haces caso cuando hablo?
               -Tenía una cuenta pendiente con tu hermana-comenté, y, aunque el paquete era para Duna, me traicionó el subconsciente y miré a Sabrae, que se abrazó a sí misma y se estudió los pies. Scott clavó los ojos en ella y frunció ligeramente el ceño.
               -¿Con Sabrae?
               -Vino otro día a traer un paquete para Shasha y yo lo recogí-contestó Sabrae, gélida, y Scott se mordisqueó el piercing.
               -No me lo dijiste-acusó.
               -¿Tengo que contarte todo lo que hago?
               -Eh… pues sí-espetó Scott, tenso-. Especialmente, cuando se trata de mis amigos.
               -¿Acaso eres su dueño?-exigió saber Sabrae.
               -¿Y tú?-acusó Scott. Sabrae no dijo nada, simplemente se mordió el labio. Scott se volvió hacia mí, y yo me encogí de hombros. Abrió la boca para añadir algo más, quizá con la intención de meterme más presión, pero Sher cortó nuestro problema de raíz.
               -Scott, ya está bien. Estás castigado.
               -A no salir de casa-contestó su primogénito-, no a no hablar con mis amigos.
               -A mí no me contestes, ¿me oyes? ¿Quieres quedarte sin móvil?
               Scott tomó aire profundamente.
               -Te veo mañana en clase-me dio un golpecito en el hombro y yo asentí con la cabeza. Scott esperó a que yo saliera de su casa para subir las escaleras, aunque, por suerte, Sabrae se quedó a la puerta, contemplando cómo me acercaba al límite del porche y me arriesgaba a la lluvia.
               La lejanía de Scott y el saberme solo con ella me envalentonaron. Algo en mi interior me recordó la hostilidad de Zayn, y mi ego volvió a dispararse. Dudaba que Zayn se pusiera así por nada, al fin y al cabo, el padre de Bey y Tam jamás me habían sometido a un escrutinio como el del Malik. Ni en la época en que todo el mundo sabía que Bey me gustaba, ni ahora, que era del dominio público que mi amiga bebía los vientos por mí, el señor Knowles me había contemplado como acababa de hacerlo Zayn.
               Tampoco me había quitado ojo de encima, y eso me lo advirtieron mis instintos. Había notado su mirada sobre mí durante toda la conversación con Sabrae.
               Quiere tenerme controlado, concluí. Y no pude evitar esbozar una sonrisa.
               Y si quiere tenerme vigilado, es porque Sabrae la habrá dado motivos para ello.
               Así que tomé aire, listo para entrar en el juego que mejor se me daba, y me volví hacia ella, que esperó a que hablara, toda curiosidad.
               Jugueteé con mi móvil entre los dedos, su firma todavía en la pantalla. Mentiría si dijera que no lo hacía por el puro placer de mantenerla en espera, alerta. Me gustaba su expectación. Me gustaba que luchara contra sí misma para no desvelar que se moría por saber qué era lo que quería decirle, a qué cabo suelto me agarraría para intentar escalar por los muros de su fortaleza.
               Sabrae esbozó una sonrisa torcida, alzó una ceja.
               -No me has puesto tu número de teléfono.





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4 comentarios:

  1. MADRE MÍA COLEGA ESTOY CHILLANDO.
    Yo vivo para estos capítulos eh, de verdad lo digo. Cómo la muy tonta no le de su número de una vez va a arder Troya.

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  2. ME CAGO VIVA!!1 DDIOS COMO SE MUERE ALEC POR UN POCO DE ATENCIÓN DE SABRAE...QUE ENCHOCHAO ESTA Y LO MUCHO QUE ME GUSTA A MÍ QUE SEA ASÍ JAJAJJAAJAJ
    NO TE IMAGINAS LA CARCAJADA QUE HE SOLTADO CUANDO DICE ZAYN "TENGO TRES" DE VERDAD QUE LOS MALIK SON UNA JOYA QUE NO NOS MERECEMOS!!

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  3. Oye de verdad no puedo mas seguir asi. Este hombre me lleva ñor el camino de la amargura, le amo y le odio por ser asi. Es que cada vez que habla de Sabrae me entran ganas de llorar de lo bonito que es. Ojala un Alec en mi vida coño.
    Por cierto, Zayn matandole con la mirada ha sido mi capitulo JAJAJAAJAJA. Puto Zayn de verdad es que es epico en novela y en vida real.

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  4. EL SUSTO DE ALEC AL VER A ZAYN POR DIOS JAJAJAJA
    Mira es que no sé si alegran más Sabrae y Alec cuando se ven o yo cuando los veo juntos porque MADRE mía yo sí que estoy en la mierda por estos dos


    "Y su voz sonaba a felicidad y promesas y el chispeo de la primera estrella fugaz en una noche de Perseidas." ❤

    - Ana

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