-No me has puesto tu
teléfono-comenté, mostrándole la imagen de su firma sin nada más añadido en el
móvil. Ella sonrió, sus dientes rozaron su labio superior.
-Cierto.
-Veo que no eres de fiar; el otro
día me dijiste que me lo pondrías.
Se echó a reír.
-Lo dijiste tú todo-corrigió,
inclinando la cabeza a un lado y guiñándome un ojo-. Y dijiste que volverías al
día siguiente, y no lo hiciste. Tu propia oferta expiró exclusivamente por tu
culpa.
-¿Vas a hacer que vuelva
mañana?-coqueteé, pasándole la yema de los dedos por el antebrazo.
-Yo no le doy mi número a
cualquiera.
-Pero yo no soy cualquiera, Saab.
Ella sonrió.
-Muy cierto-asintió con la
cabeza, mordisqueándose de nuevo el labio-. Tampoco me acuesto con
cualquiera-tonteó, poniéndose de puntillas y acercándose a mis labios, sin
ninguna intención de besarme pero con todas las ganas de hacerme de rabiar. Me
eché a reír.
-¿Debo interpretar con esto que
se te ha pasado el enfado?
-¿Qué enfado?-contestó,
apoyándose de nuevo en sus talones.
-El del sábado. El de... ya
sabes-murmuré, encogiéndose de hombros, y ella se puso colorada.
-Fuiste algo cruel, ¿no te
parece?
-Estabas en la otra punta de la
ciudad; relájate un poco, ¿quieres? Ni que te hubiera dejado con el calentón
después de empotrarte… o, espera, ésa
fuiste tú.
Volvió a reírse. Joder, me encantaba mi talento para hacerla
reír. Se le achinaban los ojos de una forma muy mona. Qué estás haciendo, tío…
-Entonces, ¿todo bien entre
nosotros?
-¿Qué te hace pensar que algo
estaba mal, Alec?
-No sé. Hace que no hablamos
desde la noche del sábado. No me has mandado ningún mensaje.
-Tú tampoco me lo has mandado a
mí, ¿no?-rebatió-. Y tampoco es que me des mucho material para comentar, que
digamos.
-¡Perdona si no hago un
documental de lo que hago las 24 horas del día! Algunos valoramos nuestra
intimidad, ¿sabes?
-¡Me gusta compartir las cosas
buenas! Creo que es una buena filosofía de vida. Ayuda con el positivismo.
-Sí, seguro que Instagram te paga
por tus historias.
Sabrae me dio un empujón,
divertida.
-¡Serás bobo! Si tanto te
molestan, bloquéalas. Yo no te obligo a verlas.
-Me gusta verlas. Tengo las
notificaciones activadas-agité el móvil en el aire y Sabrae esbozó una sonrisa.
-No quieres perderte ningún nude, ¿verdad?
-No te voy a mentir y decirte que
no, pero la verdad es que me gusta cuando me los dedican-le confié, acercándome
a ella y hablando en su oído. Sabrae me dio un empujón, su sonrisa revoloteando
siempre en los labios.
-Ya puedes esperar sentado.
-¿Hablamos, entonces?-pedí, y
ella asintió con la cabeza.
-Hablamos-concedió, y yo asentí,
y ella asintió, y yo volví a asentir, y ella soltó una risita y se despidió con
un-. Adiós, Al.
-Adiós, Saab.
Me acerqué a las escaleras de su
porche.
-Al-llamó, y yo me volví-. Tus
amigos y tú… ¿soléis salir por los mismos sitios?
-¿Por qué lo preguntas?
-Scott no va a poder salir de
fiesta este fin de semana. Pero yo no estoy castigada-contestó, críptica, y yo
cacé al vuelo su alusión.
-Somos animales de costumbres. La
verdad es que no nos afecta lo grande que sea la manada. Nuestro territorio es
siempre el mismo.
-Genial-entrecerró la puerta-.
Pues… quizá nos veamos.
-Es probable. Es decir… le saco 5
centímetros a todo el mundo, no sé cómo me las arreglo.
-Scott es tan alto como tú.
Le dediqué mi mejor sonrisa
torcida.
-Sabes que no me refiero a la estatura,
¿verdad?
Sabrae se echó a reír, negó con
la cabeza y cerró la puerta, no sin antes decirme que fuera con cuidado.
Todavía estaba sonriendo como un
memo cuando me quité el casco, ya en el garaje de mi casa.
En cualquier otro momento, me
habría convencido a mí mismo de que estaba haciendo una montaña de un grano de
arena. Me estaba montando una película impresionante dentro de mi cabeza.
Pero los efectos que Sabrae tenía
en mí todavía latían en mi interior como el latido de un corazón que se niega a
detenerse. Llevaban aquella adrenalina que tan familiar me resultaba por todo
mi cuerpo.
Y, a la vez, emponzoñaban todo mi
ser con esa sensación de importancia que sólo Sabrae podría ocasionarme. Tenía
una manera de mirarte y hacer que te sintieras el centro del universo
increíble. Y lo mejor de todo es que
ella ni siquiera se daba cuenta de ello.
En cualquier otra ocasión, me la
habría quitado de la cabeza enseguida, convencido de que igual que yo tonteaba
con un millón de chicas, ella bien lo podía hacer con un millón de chicos. Que
aquello no había sido más que un tira y afloja de lo más inocente. Que sólo
estábamos pasando el rato.
Pero la verdad es que no lo
creía. Todavía estaba demasiado inflado por todo lo que había pasado con ella,
la intensidad de su cercanía y lo recíproco que había sido todo del porche de
su casa, con la lluvia haciendo de banda sonora del momento álgido de la
película.
Quizá más tarde pensara que me lo
estaba inventando todo.
Eso sería más tarde. De momento,
todavía tenía reverberando en mi cabeza su risa.
Y la forma de mirarme de Zayn,
que quería tenerme controlado, quien no me quitó ojo de encima. Puede que
Sabrae fuera así con todo el mundo, pero desde luego, estaba claro que Zayn, a
mí, ya no me consideraba todo el mundo. Y si era así, era porque su hija le
daba motivos para ello.
Esto ya no es solo sexo, pensé.
Hasta ese punto me afectaba la
presencia de Sabrae.
No podía quitármela de la cabeza,
y tuve que reírme cuando casi estampo la moto contra la pared del garaje por ir
pensando en lo mona que estaba con los moños recogiendo su pelo a cada lado de
su cabeza, lo deliciosos que me habían parecido sus labios, la curiosa sed que
me entró de su boca a pesar de que lloviera a cántaros.
Apagué la moto, dejé el casco sobre
una de las estanterías del garaje y empujé la puerta en dirección a mi casa.
Me recibió el silencio, lo cual
no me extrañó. Mamá se enfurruñaba por cualquier cosa, y su manera de hacerle
saber que tu existencia le ofendía sobremanera era cruzarse de brazos y negarse
en redondo a dirigirte más que monosílabos.
-Estoy en casa-anuncié, y el
único que pareció alegrarse de que no estuviera tirado en una cuneta, mi sangre
mezclándose con el agua de lluvia y las hojas de los árboles que arrastraba el
agua a las alcantarillas, pareció ser el conejo. Trufas saltó del sofá en el que estaba recostado y corrió en mi
dirección, brincando y embistiéndome como si hiciera siglos que no nos veíamos.
Le acaricie el pelo entre las orejas y sonreí-. ¿Qué pasa, fiera? Menudo
guardián estás tú hecho. Como para dejar la casa bajo tu cuidado. ¿Y la
repelente de tu dueña?
Fue entonces cuando me fijé en la
cabeza de Mimi. Su melena pelirroja destacaba contra la blancura del sofá en el
que estaba sentada, de color crema. La televisión estaba encendida y mostraba
imágenes de patinaje sobre hielo, pero el volumen estaba silenciado. Me acerqué
a ella y le di una suave colleja. Por toda respuesta, mi hermana dio un brinco
y cerró de golpe el libro que estaba leyendo. Se le tiñeron las mejillas del
color de las cerezas mientras me estudiaba, desafiante, a través de los
cristales de sus inmensas gafas de ver. Se las empujó inconscientemente hacia
arriba y parpadeó.
-¿Ya has vuelto?
-No, soy un espectro-contesté,
apoyándome en el sofá-. Concretamente, el fantasma de las Navidades futuras.
Vengo a mostrarte tu vida, ¿te interesa?
-No-contestó, girándose de nuevo
y recogiendo su libro.
-¿Y nuestra amantísima
madre?-quise saber, dirigiendo la mirada hacia las escaleras que subían al piso
superior. Mimi se inclinó hacia delante y cogió un bombón de una caja que tenía
abierta sobre la mesa baja frente a la tele.
-Papá y ella fueron a comprar.
-¿Con este día?-me llevé una mano
al pecho y Mimi soltó una risita.
-Ya ves. ¿Hace frío?-preguntó,
mordisqueando el bombón. Por toda respuesta, metí la mano por dentro de su
chaqueta y le toqué el hombro desnudo con los nudillos. Mary dio un brinco-.
¡Aleeeeeeeeec!-gimió, retorciéndose y soltándome un manotazo en la tripa. Iba
derecha a los huevos porque mi hermana no tenía respeto por nada, pero, por
suerte, lo que a ella le faltaba de educación, a mí me sobraba de reflejos.
Solté una risotada que ella recibió con un bufido, poniendo los ojos en blanco
y reabriendo su ejemplar ajado por tanto uso de Cincuenta Sombras Más Oscuras.
-¿Qué comes?-quise saber cuando
volvió a inclinarse a por un bombón, tramando mi venganza.
-Frutos de mar belgas-explicó, y
de nuevo clavó sus ojos en mí-. ¿Quieres uno? Le pedí a mamá que trajera más.
-¿Y accedió?
-No, pero me puse mimosa con
papá. Y eso siempre funciona-soltó una risita, teniéndome la caja.
-Víbora…-respondí, y le arrebaté
el pequeño caballito de mar recubierto de chocolate que había seleccionado.
-¡Alec!-protestó de nuevo
mientras masticaba. Me eché a reír, le besé le hombro desnudo, ella soltó una
risita y me dejó sentarme a su lado. Escaló hasta mi regazo y se colgó de mi
cuello. Cariñosa, me estampó un beso en la mejilla y se frotó contra mí,
buscando mi calor corporal (como si yo no hubiera estado a la intemperie
mientras ella se dedicaba a ponerse negra a comer bombones y leer novelas
eróticas).
¿Me quejé?
Ni de coña.
Soy un puto oso amoroso.
Y más cuando mi hermana pequeña
decide dejar de ser repelente y accede a darme mimos.
Trufas saltó sobre nosotros, celoso de las atenciones de Mary, que
se rió y le pasó los dedos por el lomo. El animal se acurrucó sobre su regazo y
así nos quedamos un rato, mirando la competición en silencio; yo, con Mimi en
brazos; Mimi, con el conejo.
-¿Te vas a duchar?-inquirió.
-No estamos en año bisiesto.
Mary se echó a reír.
-Tienes que afeitarte-comentó, y
me pasó la mano por la mandíbula-. Pinchas.
-Tengo tacto de hombre, Mary Elizabeth. Será mejor que
te vayas acostumbrando, por la cuenta que te trae.
-No me gustan los chicos con
barba-discutió.
-A mí tampoco-cedí, y Mimi se
echó a reír y murmuró algo entre dientes-. ¿Te ruego que me disculpes? ¿Qué me
has llamado?
-Capullo-anunció, orgullosa, y yo
abrí la boca.
-¿Sí? Verás cuando llegue mamá y
le diga que te has comido sus bombones. Entonces sí tendrás motivos para llamarme “capullo”. Quítateme de encima,
venga-la empujé para que se arrastrara por el sofá-, que quiero cambiarme de
ropa.
-¿Vemos una peli?
-Me apetece escuchar música.
-En las pelis hay música-razonó
Mary Elizabeth. Me masajeé las sienes.
-Santa paciencia hay que tener
contigo, niña. Me apetece escuchar a The Weeknd. ¿Tienes algo que me permita
escuchar a The Weeknd?
-Bueno-meditó, y pasó páginas de
su libro-. En Cincuenta sombras de Grey suena
al final, en los créditos…
-Ni muerto veo yo otra vez la
peli esa de los vampiros contigo, Mary Elizabeth.
-Ésa es Crepúsculo.
-¡Como si es Mañana! Es que no me jodas, ¿vampiros que brillan a la luz del sol?
¿Qué son? ¿Bolas de discoteca?
-Están hechos de diamante,
imbécil-me tiró el mando de la televisión, que cacé al vuelo-. Dios, cómo te
odio cuando haces eso-bufó, negando con la cabeza.
-De toda la vida, los vampiros
chupan la sangre y viven en castillos. Hay que respetar las tradiciones, Mimi.
-Déjame tranquila-se masajeó las
sienes, como si yo fuera el elemento más pesado del universo. Me acerqué a ella
y le tiré de una de las trenzas, lo cual la enfureció. Empezó a revolverse y
tratar de darme manotazos como si fuera un pulpo jugando a ocho partidas de
ping pong a la vez-. ¡Que me dejes, Alec! Qué pesado, ¡vete a escuchar tu
puñetera música para encocarse!
-¡Cuidado, Mary, que has dicho
una palabrota, a ver si vas a ir al infierno!
-Gilipollas-gruñó desde el salón.
-Ah, y The Weeknd no hace música
para encocarse-me defendí-. Es música para follar, algo que tú no vas a hacer
en tu vida, al ritmo que llevas.
-¿Sí? ¿A cuántas tías te has
tirado escuchando sus canciones?
Sonrió, malévola, cuando vio que
no contestaba.
-A la gente normal le pone
cachondo escucharlo-rebatí.
-A ti te pone cachondo todo,
Alec.
-Disculpa si no soy una frígida
como tú-gruñí-, pero yo sé apreciar el arte.
-Si no sabes distinguir un cuadro
de Van Gogh de uno de Da Vinci.
-Que no tenga ni idea de quién
pintó algo no significa que no pueda gustarme. No discrimino, ¿y tú?
-¿Quién pintó Gernika?-atacó.
-Alguien, con un pincel y unas
acuarelas-solté, y Mimi se echó a reír.
-Eres tontísimo.
-Y tú una antisocial.
-Vete a la mierda.
-Cómeme la polla.
-¿No te basta con Chrissy?-acusó,
y yo me detuve a medio camino de las escaleras y me giré lentamente hacia ella.
A pesar de que vio cómo mis nudillos se volvían blancos de la fuerza con la que
estaba apretando el pasamanos, mi hermana continuó-. Igual si la chupa mal, es
porque tú follas mal-alzó las cejas,
como diciendo ahí lo tienes, sonrió
con maldad y abrió de nuevo su libro.
No me moví del sitio y supe que
eso la puso nerviosa. Pasó un par de páginas sin leerlas realmente, mirándome
de reojo para comprobar que todavía seguía allí. Me mantuve estoico, como una
estatua. A veces, para decir la última palabra, lo único que tienes que hacer
es manipular el silencio.
Por fin, después de lo que me
pareció una eternidad que me ardió en la boca del estómago, Mary se sintió lo
bastante incómoda bajo mi escrutinio como para levantar la mirada y encontrarse
con la mía. Se encogió imperceptiblemente en un gesto de sumisión muy típico
entre hermanos.
Yo volvía a tener el poder.
-No voy a partirte la
cara-informé-, porque me quedas lejos y no te voy a dar ese gusto. He tenido un
día cojonudo: he echado un polvo, he comido comida tailandesa y…-me frené antes
de hacer mención a Sabrae, pero Mimi, que me conocía mejor de lo que me
gustaría admitir, supo leer entre líneas.
Por suerte, la tenía lo bastante
acojonada como para no decir nada, ni hacer mención a dónde había estado yo en
el intervalo entre el momento en que salí de casa de Chrissy y en el que entré
en la mía.
-Bueno, que mi día ha sido la
hostia y no voy a permitir que me lo estropees. Ahora, si me disculpas,
hermana-incliné la cabeza en su dirección-, voy a ver si lo termino de la mejor
manera posible.
-No pongas la música muy alta-fue
todo lo que se atrevió a pedir. Supuse que esperaba que me apiadara de ella y
que su tono dócil y sometido me conmoviera. No fue el caso. Dejé la puerta de
mi habitación abierta, encendí los altavoces, me tiré sobre la cama y
sincronicé la música de mis listas de reproducción con los altavoces de mi
habitación.
Le di a Play y me quedé tirado en
la cama mientras los acordes de la primera canción que salió en aleatorio.
Sonreí para mis adentros al escuchar las protestas de Mimi en el piso inferior,
chillando que no podía concentrarse en su lectura así.
-¡Esto es mejor que tus tontas
novelas de sexo, Mimi!-grité, subiendo el volumen de los altavoces y riéndome
al escuchar cómo subía las escaleras a toda velocidad. Se acercó a mi
habitación dando pisotones y le dio una patada a la puerta cuando atravesó el
vano. Me encendí un cigarro y alcé una ceja, divertido, al ver cómo empezaba a
chillarme para que, por lo menos, le dejara leer. Le hice un corte de manga y
ella salió echando pestes de mi habitación.
Dio un portazo que hizo temblar
la pared entera, y yo sonreí.
-¿Esas tenemos?-pregunté en voz
alta para nadie en particular, y me incliné para girar la rueda de los
altavoces y hacer que sonaran a plena potencia.
Canté a voz en grito una canción
y media, fumando y riéndome imaginando la cara de rabia de Mary, hasta que, de
repente, me inundó el silencio. Me quedé en la penumbra, sólo iluminado con la
luz que entraba por la claraboya sobre mi cama. Me incorporé y miré a mi
alrededor, preguntándome qué habría pasado. Vale que había una tormenta
eléctrica descargando sobre la ciudad, pero se suponía que para eso estaban los
pararrayos.
¿Se habría ido la luz en el resto
del barrio?
Abrí Telegram y le mandé un
mensaje a Jordan. Ni siquiera me fijé en que en mi pantalla, el icono de la red
wifi de casa, que funcionaba con electricidad, seguía activado.
Tío, ¿tienes luz?
Me levanté y pegué la cara al
cristal de la ventana una vez más. Como siempre, no pude ver absolutamente nada
que me indicara si el resto de las casas estaban habitadas o no. Sólo podía ver
el tejado de los vecinos; ni siquiera tenía una visión de la casa de Jordan
desde mi habitación.
Sí,
tío. Estoy con la consola, de hecho. ¿Por qué?
Qué raro. Estaba escuchando
música, y de repente se me ha ido la luz.
¿Has
mirado fuera?
Estaba tirado en la cama
disfrutando de la vida, Jor. Por supuesto que no he mirado fuera.
Vale,
vale, sólo preguntaba. Espera, ya echo yo un vistazo.
👍
Pavo,
¿eres imbécil?
¿Qué?
Joder,
Al. Que estaba echando una partidaza. Me cago en tu estampa. Eres gilipollas,
confirmado.
¿Qué coño dices, jambo?
Hay
luz en tu puta casa. Tío, si vas a vacilarme, por lo menos, cúrratelo un poco.
No sé. Digo yo.
Me
incorporé en la cama hasta quedar sentado.
¿Eh?
La respuesta de Jordan no se hizo
esperar. Me envió una foto borrosa de las ventanas del salón de mi casa. Se
distinguía una silueta sentada frente a la televisión, recortada contra las
luces del techo.
La puta que la parió. Yo me
cargo a esta cría. Gracias, Jor.
Gracias, no. Págame la puta mejora que le metí a mi personaje.
Estaba entre los 20 primeros.
La próxima birra la pago yo.
¡Si
siempre la tomamos en algún negocio mío!
¡Bueno, joder, vamos al puto
McDonalds, si quieres, y te la pago yo! Puto pesado.
Pesado
tú. Gilipollas. Hay que ser soplagaitas, tronco.
Jordan se desconectó y yo le hice
un corte de manga a la pantalla.
-Soplagaitas, tú-gruñí,
incorporándome, dándole una calada al cigarro y bajando en trombo al salón.
Mimi levantó la vista de su lectura una vez más, se empujó las gafas y preguntó
con inocencia:
-¿Ya se acabó el concierto? Ha
sido breve.
Tomé aire para no saltar encima
de ella y cargármela. Me llevé una mano a la cara y me la froté. Vale, sí que
rascaba un poco, sobre todo por la mandíbula. Pero no iba a concederle ese
gustazo. Al igual que no iba a darle el gusto de verme de mal humor.
O eso pensaba yo, hasta que vi
que ni se había molestado en cerrar la puertecita de los plomos de la casa, en
el vestíbulo. Contemplé un segundo las pequeñas palancas negras, todas
alineadas, excepto una: la de la corriente del piso superior.
No sólo había querido dejarme sin
electricidad, sino que también había querido dejarme sin luz.
Cuando volví a mirarla, Mimi
estaba sonriendo, satisfecha con su jugada.
-Debería haberte asfixiado en la
cuna-espeté, y ella se rió- cuando se me presentó la ocasión.
Subí la palanca de manera que la
electricidad subiera también a las habitaciones.
-¿Querías guerra?-pregunté, y
ella arqueó las cejas-. Pues guerra tendrás. Te vas a cagar ahora, niña.
Subí las escaleras, decidido a
dejarla sorda, aunque yo cayera en el intento. Antes incluso de entrar en mi
habitación, volví a conectar los altavoces, subí el volumen a tope y presioné
Play.
Toda la casa retumbó con el
inicio de Hurt You.
Y cuando digo que retumbó es que retumbó. Se estremeció desde los
cimientos hasta el techo, joder, nunca había probado la potencia de los
altavoces de mi habitación, pero no pensé que fueran a ser tan fuertes. Hasta
yo me asusté con el sonido, y eso que ya me lo esperaba; no quería ni pensar en
lo que le habría hecho a Mimi.
No supe que había esbozado una
sonrisa macabra hasta que no me metí en el baño en busca de unos tapones para
dormir. Si quería estar en mi habitación sin quedarme sordo, los necesitaría.
Me tiré en la cama y continué
fumando mi cigarro, ajeno a los mensajes que me bombardeaban el teléfono. La
música se oía hasta en casa de Bey y Tam, que vivían a unos 200 metros de la
mía. Me eché a reír leyendo las notificaciones de la pantalla, e ignoré
deliberadamente cada mensaje que me envió Mary ordenándome, clamando,
suplicando e implorando que bajara el volumen.
Seguí cantando, fumando y
bailando con la música a tope, los ojos cerrados imaginándome que estaba en un
festival (o en uno de los videoclips, rodeado de tías que bien podrían
protagonizar una campaña de bañadores, muy al estilo de Abel), el cigarro de
vez en cuando sobre mi boca para dar una caladita más.
Todo, hasta que Mimi entró en la
habitación con Trufas abrazado a su
pecho, me tiró de los calcetines y me dejó un pie al descubierto. Empezó a
pegarme sin decirme por qué, sólo porque podía. Vi que estaba llorando y me
incorporé.
-¿Qué pasa?
-¡¡TRUFAS TIENE MIEDO!!-chilló, pegándome y pegándome y pegándome y
golpeándome en la cara y en el pecho y arañándome y tirándome de la ropa como
si así fuera a conseguir que la música se detuviera. Me fijé en el conejo y su
expresión de absoluto terror, la violencia con la que temblaba entre los brazos
de mi hermana, cómo trataba de ocultarse en su pecho para evitar la música
atronadora. La detuve a media canción y Mimi me empujó-. ¿¡Qué coño te pasa,
Alec!? ¡Eres un puto gilipollas!-volvió a empujarme, sosteniendo a Trufas contra su pecho-. ¡¡Mira lo
rápido que le late el corazón!!-chilló-. ¡COMO LE DÉ ALGO Y SE MUERA, NO TE LO
PERDONO EN LA VIDA!-me cogió la mano y me hizo ponerla sobre el conejo para
permitirme ver lo rápido que le iba el pulso.
Hasta yo me asusté. El conejo no
tenía pulso, su corazón latía a tantísima velocidad que no se podía considerar
que lo estuviera haciendo. Iba tan rápido que apenas notabas el intervalo en el
que el músculo no bombeaba sangre. Trufas
temblaba y gimoteaba en brazos de mi hermana.
-Eh, eh, tranquilo. Tranquilo,
pequeño… déjame cogerlo, Mimi.
-No-respondió ella, posesiva y
protectora.
-Mimi, se sentirá más seguro
conmigo. Déjame cogerlo. Por favor.
Mimi se apartó de mí, rehusó
acercarme el conejo, pero cuando empezó a temblar con más violencia, se asustó
y decidió entregármelo. Me senté en la cama y lo rodeé con los brazos, le
acaricié las patitas y las orejas mientras Mimi lloraba en silencio, las manos
siempre sobre el pobre animal.
-Tranquilo, Trufi, ya está, ya
está, no pasa nada, sólo era Alec, que es gilipollas. Te quiero un montón,
Trufititas, tranquilo, no pasa nada. No dejaría que te pasara nada-lloriqueaba,
y a mí me rompió el corazón verla tan preocupada, ver al conejo tan nervioso.
Había sido un gilipollas haciendo
aquello sin pensar en que el animal lo escucharía todo amplificado 10 veces.
Poco a poco, en unos diez
minutos, Trufas fue dejando de
temblar con tantísima violencia. Su pulso, tan acelerado, fue frenándose hasta
quedar en un ritmo que me pareció razonable. Aun así, no lo solté. Estaba
demasiado estresado para que lo soltaran.
Mimi dejó de llorar cuando vio
que Trufas se recuperaba y su
respiración se ralentizaba, se volvía más profunda y menos histérica.
-Todo ha quedado en un
susto-suspiré, aliviado, y ella me miró. Me soltó un tortazo y se lanzó sobre
mí. Empezó a pegarme puñetazos con
bastante más criterio del que yo habría creído que tendría. Me golpeó el
costado y yo no me defendí, sólo traté de proteger al animal de sus golpes,
aunque también es cierto que Mimi no le habría hecho daño al conejo, ni
siquiera a propósito.
-Eres imbécil. Te odio, te odio,
te odio-bufaba, y por fin, se dio por satisfecha. Sin aliento, se quedó sentada
a mi lado. Me levanté y me acerqué a ella, con los hombros gachos, la mandíbula
baja en señal de sumisión y arrepentimiento.
-Perdón, Mím. No pensé que…
-Tú nunca piensas-acusó-. Ése es
tu problema, Al. Dame a Trufas-exigió,
estirando las manos. Deposité el conejo en el regazo de su legítima dueña, y me
sentí una mierda viendo la expresión de miedo aún en la mirada del pobre
animalito. Lo acaricié y Trufas cerró
los ojos un momento, disfrutando del contacto. Su pulso se redujo hasta el
ritmo normal.
-¿Le dices a tu dueña que me
perdone, gordito?-pregunté, y Trufas
se revolvió en brazos de Mimi y levantó la mirada hacia ella, que le pasó el
índice por el cuello.
-Su dueña se lo pensará.
-Voy a seguir con la música,
¿vale?
-Pero ponla baja-exigió mi
hermana, y yo asentí con la cabeza. Entrecerró los ojos, perspicaz, y abrió los
brazos para que Trufas pudiera saltar
de ellos y acurrucarse en la cama, entre nosotros. Mimi se giró un poco hasta
quedar sentada frente a mí, sus rodillas chochando contra las mías.
-¿Con quién has estado hoy?
-Chrissy-contesté, reclinándome
en la cama y sonriendo con satisfacción. Mimi alzó una ceja y se toqueteó una
trenza.
-¿Con quién más?
Noté cómo mi sonrisa se
ensanchaba.
-¿Qué te hace pensar que he
estado con alguien más hoy?
-Pareces contento.
-Lo estoy, hermana mía-abrí las
manos y me encogí de hombros. Parpadeé despacio y esperé a que formulara su
siguiente pregunta.
Lo que pasa es que no fue una
pregunta.
-Has visto a Sabrae-aventuró, o
más bien constató. No sé por qué me sorprendió un poco el tono en el que lo
dijo, como si fuera algo empíricamente demostrable. Como si toda mi cara
estuviera gritando ¡Sabrae, Sabrae!, o
en mi boca llevara las marcas de su pintalabios.
No me importaría llevar las marcas de su pintalabios.
-Sí-contesté, en un tono más
chulo del que Mimi se esperaba. Se apartó las trenzas de la cara y se mordió el
labio. Empujó sus gafas hasta colocarlas de nuevo en su lugar.
-Aún no he podido preguntarle a
El…
-No te rayes-contesté,
encogiéndome de hombros, incorporándome y dándole un beso. Mimi me miró,
perspicaz, con una mezcla de emociones en sus ojos. Juraría que, incluso, había
un deje de preocupación en su voz cuando volvió a hablar:
-Ella te importa, ¿no es así?
No estaba preparado para tener
esa conversación, así que me miré las manos y me encogí de hombros. No porque
no hubiera llegado a esa conclusión yo solito (porque, sí, lo había hecho),
sino porque me daba demasiado miedo decirlo en voz alta. No estaba listo para
admitirlo.
Si ya llevando esa verdad por
dentro sentía un mareo tremendo por el vértigo que me daba, no quería pensar
cómo me sentiría cuando se lo confesara a alguien.
Hay verdades más impactantes que
mil mentiras.
Y no estaba en mi mejor momento,
no podía permitirme un toquecito que me desestabilizara y me hiciera perder el
equilibrio.
Comprendiendo lo que me pasaba
mejor incluso que yo mismo, Mimi soltó una risita y me dio un beso en la
mejilla.
-¿Quieres un consejo?
-¿De ti?-bufí, conteniendo una
risa. Me dio un puñetazo en el hombro.
-Si quieres seducirla, más te
vale afeitarte.
Desencajé la mandíbula mientras
la miraba al bies.
-Coge a tu conejo y pírate de mi
habitación.
Mimi volvió a reírse, recogió al
animal, que ahora parecía querer quedarse conmigo, y se fue agitando la mano y
dando brincos.
-Alucinante lo tuyo, tía-gruñí,
tirándome encima de la cama de nuevo y reanudando la reproducción. Subí el
volumen hasta permitirme gritar sin dejar de escuchar la música, empecé a
mandarle mensajes compulsivamente a Jordan, y él me respondió grabando vídeos
de cómo se escuchaba mi música al otro lado de la calle.
De haber seguido en ese plan o
tocarnos alguna canción propicia en el aleatorio, probablemente habría
terminado subiendo un poco más el volumen y presentándome en la habitación de
mis padres, descorriendo las cortinas y bailando a distancia con Jordan al
ritmo de False Alarm o Starboy (ya lo habíamos hecho más veces,
la última Mimi nos había pillado en plena faena, y había salido de la
habitación sacudiendo la cabeza y marcha atrás).
Por suerte para Jordan y sus
partidas y por desgracia para mí, ni False
Alarm ni Starboy fueron las
elegidas en esa sesión.
Six feet under, sí.
Y mi cuerpo todavía acusaba los
restos de la esencia de Sabrae recorriéndome las venas, mezclada con mi sangre.
Todavía sus ojos me quemaban en las retinas, su voz se deslizaba por mis oídos
y su aroma penetraba en mi nariz. Recordar haberla visto con Mimi tampoco
ayudó. Admitir para mis adentros que Sabrae me
importaba no entraba dentro de mis planes, y sin embargo, allí había
reaparecido la conclusión a la que había llegado tras noches en vela, pensando
en ella, y puertas cerradas tras las que no dejaba de pensar en el tacto de su
boca sobre la mía mientras me daba placer.
Me atraía como un puto imán a una
limadura de hierro, como un planeta a un asteroide. Chocaría contra ella, me
desintegraría, puede que a ella le hiciera daño, pero yo no sobreviviría al
impacto. Y, sin embargo, tenía que acercarme igual.
El caso es que la elección de
canciones no fue justa conmigo, era como si el universo estuviera gastándome
una broma macabra en la que me impedía olvidarla (como si fuera a poder). Los
astros se alinearon y pusieron todo el empeño del mundo en hacer que me
desequilibrara y se me disparara el pulso, recordándola cerca de mí, pegada a
mí, sobre mí, alrededor de mí.
Había visto un vídeo hacía tiempo
de Six feet under ambientado en un
club de strip tease. Francamente,
cuando lo vi me sorprendí de dos cosas: la primera, que The Weeknd no hubiera
hecho un vídeo así para esa canción.
La segunda, que yo no hubiera hecho un vídeo mental de
tías despelotándose al ritmo de esa canción.
Porque joder, hermano.
Jo-puto-der.
Si ya de normal era incapaz de escuchar esa música
tranquilo, sin pensar en mujeres y en lo que escondían debajo de su ropa, hoy
era imposible que no me
revolucionara. La stripper de turno se convirtió en Sabrae, que se movía al
ritmo de la música, agitaba las caderas, se inclinaba y me besaba y sus besos
me sabían a fuego, me ardían en la garganta y despertaban a un dragón dormido.
Se sentaba sobre mí, se restregaba contra mí, me acariciaba la nuca, hundía las
manos en mi pelo y me volvía loco cuando yo intentaba acariciarla y ella
respondía incorporándose y alejándose de mí.
Ven aquí, necesito probarte.
No sé cómo, me las apañé para sobrevivir a la canción.
Cachondo perdido, eso sí.
La siguiente fue Party monster y tuve el impulso de
apagar la música, pero ésta me atrapó antes de que yo pudiera salvarme. Me
quedé tumbado en la cama, imaginándome mil escenarios, cada uno más picante que
el anterior, en el que la protagonista absoluta era Sabrae.
Necesito como dos toneladas de agua, pensé mientras la canción
llegaba a su fin. Estaba orgulloso de mí por haber resistido sin hacerme
absolutamente nada.
Casi pude escuchar las carcajadas
del destino ante mi suspiro de agotamiento. Alec,
¿no te pensarás que esto ha terminado, verdad?
Tenemos una última sorpresa para ti.
-No-bufé, reconociendo los acordes. Levanté el teléfono y
miré la pantalla, incrédulo. Call out my
name se mantuvo impertérrita ante mi expresión-. No, no, no, no.
Cancelamos, cancelamos, can…
-We found eachother…-comenzó Abel, y antes de darme cuenta, yo
estaba cantando también, a voz en grito, sin importarme el desafinar, sin
importarme que pudieran escucharme, sin importarme nada que no fuera la
experiencia extrasensorial de esa canción.
-I PUT YOU ON TOP, I PUT YOU ON TOP, I CLAIMED YOU SO PROUD AND OPENLY,
AND WHEN TIMES WERE ROUGH, WHEN TIMES WERE ROUGH, I MADE SURE I HELD YOU CLOSE
TO ME, SO CALL…
Me quedé callado, escuchando la canción y sintiendo su letra
por primera vez en mi vida. Realmente la sentí, como si del lento paseo de un
bichito por mi cuerpo se tratara. Unas ligeras cosquillas se iniciaron en mi
cabeza y descendieron en cascada por todo mi cuerpo mientras el estribillo
avanzaba.
Estaba perdido en ella. La imagen
de Sabrae sobre mí estalló en mi mente como un fuego artificial. No; no como un
fuego artificial. Los fuegos artificiales se terminan igual que empiezan, tan
efímeros como los temblores de una chica cuando estás en su interior.
Era una bomba. Sabrae era una
bomba, la puta bomba nuclear, la más poderosa que jamás hubiera creado el
mundo. Se materializó ante mí, y su brillo no se desvaneció, sino que siguió
llameando en mis ojos durante mucho más tiempo de lo que dura un latido de
corazón.
Estaba sentada a horcajadas
encima de mí, y sonreía. Se llevaba una mano al pecho y se bajaba los tirantes
del vestido que llevaba, de cuero. Me dejaba tirarle del costado del vestido
para liberar sus senos. Escuchaba su risa y sus gemidos mezclados con la música
cuando me inclinaba y la besaba, la lamía, la mordisqueaba.
Pude sentir sus dedos enredándose
en mi pelo, negándose a dejarme ir. Me pegó más contra ella, me reclamó como
suyo. Su boca buscó la mía mientras sus dedos se deslizaban hacia la piel de mi
nuca. Me volvió completamente loco. Hizo que perdiera la razón con las yemas de
sus dedos.
-I almost cut a piece of myself for your life.
Me pasó las manos por el pecho,
se mordió el labio y me desabrochó un par de botones de un tirón. Dejó al
descubierto mi torso, y lo recorrió con las manos, liberando todavía más piel
de la prisión que era la tela.
Me acarició. Me acarició como sólo una mujer puede acariciar
a un hombre. Me acarició como nunca me habían acariciado en mi vida.
Sus manos me hacían existir. Me
insuflaban vida como el aliento de una diosa que otorga movimiento y
sentimientos a una figura de arcilla.
-You’re just wasting my time, you’re on top.
Sabrae me quitó la camisa y
continuó besándome, pegada a mí, admirándome y despreciándome a partes iguales.
Me acariciaba como si fuera un regalo que se moría por desenvolver.
-I put you on top, I claimed you so proud and openly.
Una de sus manos descendió hasta
mi entrepierna y yo dejé escapar un gemido que le secó la boca. Estaba
durísimo, dispuesto a complacerla. Necesitado de complacerla. Quería tomarla,
quería hacerla mía, que nuestros cuerpos se mezclaran de tal forma que fuera
imposible separarnos.
-And when times…
Una de mis manos, la más valiente,
se adentró por entre sus muslos. Acaricié el centro de su ser y me la encontré
deliciosamente húmeda. Me colé por su ropa interior. Podía oler su excitación
mientras la masajeaba.
-…were rough…
Sabrae dijo mi nombre en un
glorioso suspiro. Abrió la cremallera de mi pantalón y luchó por liberar la
parte de mí que más necesitaba.
-… when times were rough…
Me acarició y yo respondí quitándole las bragas.
-I made sure I held…
Sabrae extrajo mi miembro de mis calzoncillos.
-… you close…
Separó aún más las piernas y me colocó a las puertas de su
cielo.
-... to me-EEH.
Me introdujo dentro de ella.
Y juro que lo sentí.
La misma gloria.
La misma sensación de plenitud.
La misma presión al estar en su
interior.
Pude sentirla. La tomé en mis alucinaciones,
pero mi cuerpo celebró su presencia. Fue absolutamente espectacular.
-SO CALL OUT MY NAME-bramó The Weeknd en los altavoces, y los dedos
de Sabrae me recorrieron los hombros desnudos mientras yo la besaba y…
Y…
Esto no es real.
Me incorporé en mi cama, la música atronándome en los oídos,
reverberando en mi caja torácica. Me miré las manos. Mis dedos temblaban, pero
por lo demás, no había nada que indicara que no estaba solo en aquella
habitación. Me pasé una mano por el pelo, frustrado, y me toqué las mejillas.
Estaban ardiendo, a la misma temperatura que mi interior.
Apoyé el codo en la rodilla y me
mordisqueé el pulgar, pensativo. No sabía qué estaba decidiendo hasta que noté
la dulce presión de los pantalones en mi entrepierna.
Me quedé mirando un momento mi
erección, un poco confuso. Normalmente, no tenía estos debates. Si me ponía
cachondo y estaba solo y podía, me masturbaba y punto. No le hacía ascos a
estas cosas. Me encantaba mi cuerpo, porque les encantaba a las tías, y por el
placer que era capaz de producir, tanto en ellas como en mí. Estaba a gusto.
Era mi templo.
Pero algo me detenía hoy. No
podía. No parecía correcto. No sería suficiente.
No puedo darle ese poder, me dije a mí mismo, cuando la realidad
era bien distinta. No podía darme placer a mí mismo porque buscaría las mismas
sensaciones que el fantasma de Sabrae me había producido. Quería poseerla, no
disfrutar en soledad.
Ni siquiera estaba seguro de que
pudiera disfrutar.
La canción murió conmigo
mordiéndome los labios y apartándome el pelo de la cara, debatiéndome entre lo
que la naturaleza me exigía imperiosamente hacer y lo que yo sabía que
necesitaba realmente.
Apagué la música y me levanté de
la cama, no sin antes pedirle una señal a los cielos, una señal que no me
importaría que adoptara la forma de un mensaje suyo.
-¡Voy a darme una ducha!-le grité
a Mimi desde las escaleras, y ella asintió con un “vale”.
Los chorros de agua fría no
apagaron del todo el incendio de mi interior.
Me envolví en una toalla y esperé
a que se me pasara el calentón haciendo feliz a Mimi a base de afeitarme.
Limpié el espejo del baño y me quedé mirando mi reflejo. El chico que había en
aquella minúscula ventana a otro mundo idéntico al mío me devolvió la mirada.
Parecía el mismo de siempre.
Y, a pesar de todo, los dos
teníamos la sensación de que algo había cambiado.
-Tienes que calmarte, tronco-nos
dijimos mutuamente, y sacudimos la cabeza al ver el desafío en nuestras
miradas. Apoyé la frente en el reflejo y cerré los ojos. Me separé de nuevo del
cristal y posé los lumbares en el lavamanos. Mis manos volaron de nuevo a mi
pelo, apartándomelo de la cara de una forma que no se parecía en nada a la de
ella.
-Qué me estás haciendo,
Sabrae…-murmuré.
Ojalá no hubiera esperado que
algo cambiara en el intervalo entre que entraba y salía de la ducha, porque
hizo más gordo el tortazo cuando me acerqué a mi habitación, ya con la ropa de
estar por casa, y me incliné hacia mi móvil. La imagen que tenía de fondo de
pantalla se rió de mí y de mi reflejo oscuro y decepcionado cuando la apagué.
Necesitaba saber de ella. Había quedado en mandarme un mensaje, ¿qué le pasaba?
Tú tampoco me das mucho material que comentar, que digamos.
Una idea se formó en mi cabeza. ¿Qué decía Tommy cuando las
cosas no acompañaban? Algo de Mahoma y una montaña…
Ah, sí.
Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma.
Me puse frente al espejo en una
pose casual y tomé una foto en la que escribí el mensaje “comfy&chill”. Añadí un par de emoticonos y la subí a mis
historias.
Me senté a esperar en el borde de
mi cama.
Después de 5 minutos, y con más
de 100 personas habiendo visto mi foto, la única que se dignó a comentar mi
publicación fue mi hermana.
Suspiré. Quién te va a querer más de lo que te quiere tu hermana, Al. Baja a
estar un poco con ella, me dije, sabedor de que el ruido de la voz de Mary,
aunque no le hiciera caso, bastaría para mantener a raya esos pensamientos que
ya amenazaban con apoderarse de todo mi ser. ¿Por qué iba Sabrae a mandarte ningún mensaje sobre una historia
absurda? No estás haciendo nada interesante y ella no tiene nada que comentar.
Mimi se revolvió en el sofá
cuando me escuchó bajar las escaleras. Se mordió la sonrisa, entusiasmada. Me
hizo un hueco a su lado y dio una palmada en el espacio que acababa de crear,
invitándome a sentarme. Apenas me dio un par de segundos desde que me dejé caer
en el sofá para acercarse a mí y colgarse de mi cuello de nuevo. Me dio un
beso, mimosa, y frotó su mejilla contra la mía.
-¡Qué suave!-admiró, pasándome la
yema de los dedos por el mentón. Asentí con la cabeza-. ¡Y qué bien
hueles!-añadió, hundiendo su nariz en mi cuello e inhalando el aroma de la
loción para después del afeitado y el champú.
-Vale ya, Mím-me reí, apartándome
de ella. Su contacto me hacía cosquillas-. No me atosigues.
Ella sonrió, apoyó la espalda en
mi brazo y recogió el libro que había dejado apartado. En la portada, una chica
de piel oscura miraba por encima del hombro. Su pelo estaba adornado con flores,
y su mirada parecía ve a través de ti.
Procuré no pensar en que el tono
de su piel era del mismo chocolate fundido que el de Sabrae. Claramente,
fracasé.
-¿Qué es?-inquirí, señalando el
pequeño libro, que nunca había visto en casa. Mimi estudió la portada, la
acarició con los dedos.
-Un libro nuevo, me lo ha
prestado Eleanor. Se llama The Belles.
-Ajá-asentí, y ella se giró.
Divertida, observó cómo yo recorría con la mirada la chica-. Muy acertado, el
título, sí señor-asentí con la cabeza y Mimi soltó una risita.
-Sabía que te gustaría.
-¿Qué quieres decir?
-A ti no te gustan las blancas.
-Disculpa, Mary Elizabeth, pero
yo no soy racista-discutí-. Aprecio la belleza, eso es todo.
-Ya-replicó, sacándome la lengua
y retomando su lectura. Miré por encima del hombro cómo pasaba las páginas y
cómo bailaban las letras a medida que ella iba avanzando. Por supuesto, no
presté la suficiente atención como para enterarme de qué iba su lectura.
Abrí de nuevo Instagram. Nada.
Sabrae ni siquiera había visto mi historia, aún.
Eché un par de partidas a
videojuegos de móvil. Volví a abrir Instagram, pero seguía sin haber nada
reseñable. Aburrido, volví a mirar por encima del hombro la lectura de mi
hermana.
-¿No te cansas?-pregunté, y ella
frunció ligeramente el ceño.
-¿De leer? No. ¿Tú no te cansas
de estar con chicas?
-Es imposible que me aburran.
Todas sois diferentes-fue mi respuesta, mientras jugueteaba con sus trenzas y
le daba un besito en la cabeza.
-Igual que los libros-rebatió
cual ratoncito de biblioteca. Sonrió cuando yo lo hice y siguió con la
historia. Trufas, tirado en el suelo,
mordisqueaba con tesón una galleta que Mimi había tenido que darle hacía muy
poco. Tenía forma de zanahoria y el tamaño de mi mano.
Como nadie en esa casa, humano o animal,
iba a entretenerme, decidí ponerme los auriculares y escuchar música
disfrutando del calor corporal que manaba de mi hermana. Tuve la precaución de
no poner nada relacionado con The Weeknd. Que hubiera sobrevivido a una sesión
de escucha había sido toda una hazaña. No quería forzar la máquina y terminar
explotando.
-¿Me das un casco?-pidió Mimi, y
yo me los quité-. Vale, borde-hizo una mueca y yo le saqué el dedo corazón.
-No tiene sentido que escuche
música con los auriculares para no molestarte si tú también quieres oírla, ¿no
crees?
Se encogió de hombros, porque a
las mujeres no les gusta nada descubrir que no llevan la razón.
Activé el bluetooth y Mimi se
hundió un poco más en el sofá, sonriendo ante mi elección de música. Chistó
cuando pasé una canción de The Weeknd, pero como yo le lancé una mirada
envenenada, no dijo nada más.
Entré en Instagram de nuevo.
Actualicé la página de notificaciones, pero Sabrae seguía sin dar señales de
vida. Empecé a mordisquearme la cara interna de la mejilla. ¿Para qué me decía
que no le daba ningún tipo de contenido que comentar, y luego pasaba de mí como
de la mierda?
La odié muchísimo al no tener
ninguna otra red social en la que espiarla. Ni siquiera la había agregado a
Facebook (aunque dudaba que lo utilizase mucho, la verdad), así que no tenía
ninguna forma de averiguar si estaba pasando de mí a posta o estaba ocupada y
por eso no podía atenderme.
¿Atenderte?, rió una voz venenosa en mi cabeza. Ella no tiene que atenderte. No te debe
nada.
Me revolví en el asiento, más dolido de lo que debería por
ese puñal que me fue derecho al corazón. No debería sorprenderme del poder que
la mayor de las hermanas Malik ejercía sobre mí, visto lo que había conseguido
su mero recuerdo hacía menos de una hora en mi habitación. Pero una cosa era
estar tirado en la cama, dejándote llevar por unas caderas imaginarias, y otra
muy diferente era esto: mi nivel de patetismo, abriendo y cerrando Instagram
como un poseso con la esperanza de que ella me diera bola, por fin.
Nunca había estado así por nadie.
Sólo cuando me peleaba con alguno de mis amigos, en las contadísimas ocasiones
en que me tocaban los cojones lo suficiente como para enzarzarme en una pelea
en la que ellos siempre se cabreaban más que yo, me acercaba a ese nivel de
ansiedad y espionaje. Pero esto era distinto. Mucho más intenso; se me
revolvían las entrañas pensando en que ella, quizá, no quisiera hablarme.
Mimi levantó la vista de su
libro, sus pestañas enredándose cuando entrecerró los ojos. Sabía que me pasaba
algo, sospechaba que era por culpa de Sabrae, y era lo bastante lista como para
no preguntarme nada. Si lo hacía, explotaría.
Y la onda expansiva la sufriría
ella.
-¿Pedimos una pizza?-preguntó,
inocente, aleteando con las pestañas en ese truco barato de hermana pequeña.
-Acabo de comer-bufé, abriendo
por enésima vez la red social, cerrándola y entrando en Telegram. Me metí en el
grupo de mis amigos, ignoré los mensajes y volví a salir para quitar las
notificaciones. Una absurda parte de mí quería tener la pantalla libre de
números indicándome asuntos que atender, para así poder centrarme en Sabrae,
que probablemente estaría hablando con el imbécil ese de Hugo por Telegram,
sudando de mí.
Bufé, imaginándomela tirada en su
cama, sonriendo ante las tonterías que le diría ese niñato.
Ahora mismo no me acordaba de que
ella misma me había dicho que no debía ponerme celoso por él.
-¿O sea?-insistió Mimi.
-No.
-¿Y dos?
-No.
-¿Y tres?
-Que no-gruñí, seco, más de lo
que pretendía. Mimi dio un respingo mal disimulado y asintió con la cabeza. Se
mordisqueó el labio inferior y parpadeó deprisa, como conteniendo las lágrimas.
Ah, genial, ¿ahora se iba a oponer a llorar?
Vale que intentara consolarme
llenándome el estómago, pero si le decía que no una vez, no tenía que insistir. Hasta yo sabía que no había que
insistir después de un no tan rotundo
como el mío.
Ese no mío no se trataba de los no
que te dan las tías a las que acabas de conocer en la discoteca que quieren
que las convenzas para que se acuesten contigo. No es el no de las chicas que
se quieren hacer las duras para no arriesgarse a que las llames guarras una vez
te separas de ellas, con su pintalabios por tu boca o incluso, si ha habido
suerte, en la base de tu polla.
Mi no había sido un no de verdad.
De esos que había escuchado un par de veces en mi vida y que había aprendido a
identificar rápido.
Créeme, cuando no sabes
distinguir los diferentes tipos de “no” de las mujeres, que te tiren una copa a
la cara porque te estás poniendo pesado ayuda que te cagas. Espabilaría hasta
al más subnormal.
-Vale-cedió, acariciando su libro
y tragando saliva. Verla tan alterada hizo que algo dentro de mí se revolviera.
Todos mis instintos de hermano mayor se dispararon. Debía protegerla, cuidarla
y asegurarme de que era feliz, no putearla en cuanto se me presentara la
ocasión.
Así que decidí mostrarme más
receptivo.
-¿Qué hay de cena?-pregunté, y
ella se mojó los labios antes de responder, dubitativa:
-Pollo a la plancha con verduras.
Joder, menudo diita estoy teniendo.
-¿¡Otra vez!?-no me jodas, mamá sabe lo poco que me gusta
el puto pollo a la plancha para cenar, y venga, erre que erre, cada vez que
puede, me lo cuela. Pues hoy, no va a tener esa suerte-. ¿De qué la
quieres?
-¿Qué?
-La pizza, Mary Elizabeth-suspiré
trágicamente, y el conejo se me quedó mirando. Es cierto que los animales son
empáticos: en la comprensión en su mirada se leía una inteligencia emocional
que pocos seres humanos tenían-. Que de qué la quieres.
-¡Vegetariana, como siempre!-y
celebró mi cambio de parecer colgándose de mi cuello y dándome un sonoro beso
en la mejilla. Se echó a reír cuando la llamé “pelota” y, entusiasmada, fue a
por su ordenador portátil para pedirla por internet. Se pasó la media hora que
la empresa ponía de límite para recibirla actualizando la página en la que
mostraba el estado del pedido y lanzando chillidos emocionados cuando la pizza
pasaba de una etapa de su vida a la siguiente.
Yo, por mi parte, me pasé esa
media hora entrando y saliendo de Instagram, actualizando la página y
frustrándome cada vez más y más por culpa de la puñetera Sabrae Malik.
Incluso llegué a considerar
seriamente la posibilidad de bloquearla.
Mimi corrió como alma que lleva
el diablo a la puerta cuando escuchamos el sonido de la moto del repartidor. Me
compadecí de él por tener que traerle la pizza a dos hermanos con la que estaba
cayendo. Me daban mucha lástima los de la comida a domicilio: su sueldo era una
mierda y muchas veces se llevaban bronca de los clientes porque los de la
tienda no hacían bien su trabajo. Créeme, la gente es muy cabrona. Cuando
curras con gente con experiencia anterior en el mundo del reparto a domicilio,
descubres una parte del género humano de la que no te gustaría oír hablar.
-¿Pagas tú?-preguntó Mimi,
poniéndome ojitos mientras aceptaba las dos cajas de pizza que habíamos pedido.
El repartidor se echó a reír al ver mi cara de contrariedad.
-Madre mía, ¡tendrás morro,
niña!-saqué la cartera y le tendí al chico un billete de 20 libras-. Joder, si
buscas en Google “el mayor calzonazos de Reino Unido”, te sale mi puta cara.
-Eres el mejor-canturreó Mimi,
dándome un beso y desapareciendo por la puerta del salón-. ¡Mira, Trufi! ¡Hoy
cenamos antes!
Abrió la caja de su pizza y le
tiró un pedazo de brócoli al conejo, que se abalanzó a él como si le matáramos
de hambre. Puto obeso de los cojones.
Me quedé mirando cómo el chico se
quitaba la gorra y se ponía rápidamente el casco, se montaba en la moto, la
arrancaba y se marchaba bajo la lluvia torrencial.
-Recuérdame que nunca volvamos a pedir comida cuando
hace este tiempo-le dije a mi hermana, pero ella no me hizo el menor caso.
-¿Has pagado con tarjeta?
-¿No me acabas de ver darle
efectivo?
-Es que te ha llegado un mensaje.
-Será Scott, que se aburre y
quiere que le mande recursos para su estúpida aldea. Joder, de verdad… el día
que dejé que me convencieran para descargarme ese estúpido juego, estaba mejor
cagando-bufé, recogiendo el móvil de encima de la mesa y abriendo la caja de mi
pizza carbonara.
Mis protestas murieron en mi boca
cuando me di cuenta de que no era una petición de hierro o alguna gilipollez de
ésas de los juegos a los que Scott y Tommy estaban tan viciados.
Era de Instagram.
¡Saab. 🍫👑 (@sabraemalik) ha respondido a tu historia!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤
NO TE PIENSO PERDONAR QUE HAYAS TERMINADO EL CAPITULO DE ESA MANERA! 5200 DENUNCIAS TE VAS A LLEVAR PEDAZO DE CABRONA!!! ESO NO SE HACE JODEEEEEEER
ResponderEliminarAcabar los examanes y poder leer un capotilo de Sabrae debería ser considerado como la octava maravilla del mundo. No me puedo creer que hayas tenido el descaro de dejar asi el capítulo Erikina, pero bueno, viniendo de tí yo ya me lo espero todo. Literalmente el momento de Alec en la cama escuchando Call Out my MamN me ha dejado en la más absoluta mierda, yo no quiero ni pensar en el dia en el que se de cuenta de que está enamorado de ella porque la obra de arte que puede salir de tus dedos para narrar eso me va a dejar calvisima. Una vez mas Erikina, me haces sonreír como una boba mientras leo. Muchas gracias ❤ Te quiero mucho.
ResponderEliminar"-¿Quién pintó Gernika?-atacó.
ResponderEliminar-Alguien, con un pincel y unas acuarelas-solté, y Mimi se echó a reír." QUE ME ESTOY DESCOJONANDO
Ay pobre Trufas asustado estoy sufriendo ��
Mimi es yo cuando mis hermanos se afeitan aunque en verdad mimi es bastante yo en general xd
"Chocaría contra ella, me desintegraría, puede que a ella le hiciera daño, pero yo no sobreviviría al impacto. Y, sin embargo, tenía que acercarme igual." ❤
- Ana