Si crees que alguna vez te plantearás leer Chasing the Stars... no empieces por esta entrada.
Vuelvo a estar sentada en la cocina, con la luz encendida
y la pantalla con el brillo al máximo. Las teclas están un poco más desgastadas
desde la última vez que escribí sobre cinco personajes siendo principales, pero
todo está como estaba hace exactamente un año.
Un.
Año.
Trescientas
sesentaicinco vueltas con otros siete mil millones de personas, en un escenario
tan infinito como lo que una vez terminé.
Creo en
los círculos; llevo haciéndolo desde que empecé a escribir; no con aquella
historia que terminé después de 120 capítulos y cuya montaña inmensa de visitas
todavía aparece en las estadísticas de mi blog, recordándome tiempos en los que
avisaba de que subía a diez veces más personas de las que lo hago ahora. Creo
en los círculos desde que empecé con aquella historia enterrada en las
profundidades de donde ahora mismo estoy subiendo esto, aunque ya no
escribiéndolo; esa historia que lleva diciéndose a sí misma “detenida” más de 5
años. Creo en los círculos porque así terminé las historias que tenía pensadas,
incluido el proyecto de trilogía que tenía preparada para aquella que al final
terminó siendo sólo una.
Creo en
los círculos, y por eso mis historias empiezan como terminan.
Creo en
los círculos, y por eso estoy haciendo exactamente lo mismo, a exactamente la
misma hora, en el mismo lugar, que hace un año. En el mismo programa y en el
mismo ordenador, con las mismas teclas y la misma canción compuesta de
diminutos tambores que se van volviendo más brillantes a medida que los latidos
del corazón de mis personajes van acelerándose con cada letra que pulso y
aparece ante mí, y ante ti.
Creo en
los círculos, y por eso el primer párrafo y el último de Chasing the Stars empiezan de la misma manera. Y por eso el primer
nombre y el último que aparecen en la novela son el mismo, aunque el personaje
al que se refieren no sea el mismo; no del todo, al menos.
Escribir
es sacrificar un pedacito de ti por infinitos pedacitos más grandes de personas
que no existen, pero que para ti son más reales que muchísima gente que habita
por el mundo. Mientras tus amigas te hablan de otros amigos que tú no conoces,
tú no puedes evitar imaginarte a los que has creado tú, siendo más reales que
esas personas a las que ni siquiera pones rostro. Escuchas sus voces. Ves sus
caras. Casi puedes olerlos.
Sientes
lo que sienten ellos y te duele cada mala decisión que toman, al igual que te
alegras de las cosas buenas que les suceden.
Y lo
mejor de todo es que aunque tú los creas, en realidad no lo haces del todo. Ellos
te crean a ti, y llega un momento en que toman las riendas de su propia
historia, de sus vidas, volviéndose independientes y alejándose de lo que desea
su diosa, que a partir de entonces se convierte en una mera espectadora.
Ha pasado
un año y yo todavía no podría reescribir el último capítulo que narraron cada
uno de ellos sin sentir cómo se me llenan los ojos de lágrimas, tanto porque me
estoy despidiendo como porque algunos no tenían el final que se merecían. Pero era
su final.
Desde
el primer instante en el que empecé a escribir Chasing the Stars, yo sabía cuál iba a ser el final de la historia.
Puede que no tuviera perfectamente perfilados a algunos personajes, que hiciera
cambios en el guión que me había dejado establecido a mí misma en la historia
anterior de la que bebe mi obra maestra, pero tenía clara una cosa: Diana iba a
quedarse sola.
Y para
quedarse sola, desde un principio en el que sería una Malik y no una Tomlinson,
Scott tenía que morir. Y Tommy iría tras él. No sabía cómo, no sabía por qué,
pero el primer nombre y el primer narrador no sobrevivirían a la historia. Al menos,
no enteros.
Pero una
cosa es saberlo y otra muy diferente es verlo, vivirlo, ser tú misma la que suelta
la guillotina y deja que caiga sobre el cuello de alguien a quien has llegado a
querer más que a muchos miembros de tu familia. Puede que incluso más que a
nadie.
Decir
que esta historia me salvó y a la vez me sacrificó sería quedarse muy, muy
corto. Me salvó de la separación de mis padres y la decepción que supuso que mi
padre decidiera destrozar nuestra familia; me salvó de tardes de aburrimiento
en la que ni me apetece ver películas, ni me apetece leer, ni me apetece hacer
nada. Me salvó de mi propia soledad.
Y, a
la vez, me generó un poco más de soledad. Porque en el momento en que escribí
FIN (es curioso cómo algo tan pequeño puede terminar con algo tan grande),
sentí un vacío inmenso en mi pecho. Pensé que matar momentáneamente a Scott y a
Tommy sería lo más difícil de Chasing the
Stars, pero me equivocaba. Lo más difícil fue decirles adiós a unos
personajes que me habían dado tanto a cambio de tan poco.
No me
arrepiento de nada de lo que escribí ni de cómo lo escribí, a pesar de que sí
que es verdad que muchas veces voy en el autobús camino de la universidad, y
algo me hace lamentar que esta historia me tocara a mí. Yo no estaba preparada
para darles a Scommy el final que les di; sigo sin estarlo para imaginármelos siendo
ancianos y recordando que nunca llegaron a ver a sus hijas en el instituto. Tommy
murió pensando que no tenía un hijo al que ponerle el nombre de su alma gemela.
No
estaba preparada para cargar con la presión en el pecho que supone recordar que
su final es agridulce en lugar del mejor que tenían; cada vez que mis amigas me
echan en cara, medio en broma medio en serio, cómo acabé con ellos, yo me
defiendo diciendo que cumplí su mayor sueño: Scott y Tommy querían ser hermanos
al principio de la novela, y Scott y Tommy terminan siéndolo al final. Siguen siendo
ellos, insisto, y ellas dicen que no es lo mismo, y en el fondo tienen razón. Las lágrimas con
las que escribo esto les dan la razón.
Lo
único que no echo de menos de mi vida hace un año son las prisas, el agobio, el
sentir que no puedo más, el cansancio absoluto, tanto mental como físico, que
supuso terminar Chasing the stars. Me
dolía la cabeza y me picaban los ojos, y ya no sabía si era por la tristeza o
por estar seis horas seguidas sentada frente al ordenador, vomitando palabras y
vomitando palabras y vomitando palabras y vomitando palabras con la esperanza
de que algo de lo que estaba poniendo tuviera sentido. Estuviera a la altura.
Todo tenía
sentido, porque estaba hablando de Chad, de Layla, de Diana, de Tommy, de Scott.
Nada estaba
a la altura, porque se trataba de Chad, de Layla, de Diana, de Tommy, de Scott.
Creer
en los círculos me lleva a creer en los ciclos, y creer en los ciclos me lleva
a creer en el simbolismo. Estar escribiendo la historia de la hermana pequeña
de quien levantó sobre sus hombros mi mejor novela, preparada para subir
capítulo al día siguiente de que escriba esto, no es más que otro refuerzo
universal de que todo está conectado.
Por
eso no puedo dejar de pensar en historias que hagan más grande el universo al
que me permitieron asomarme, entretejiendo una red inmensa de relatos que hagan
tan grande el mundo en el que ellos viven como incontestable su existencia. No
puedo dejar de juguetear con portadas porque no puedo marcharme de este mundo
sin darles a todos los que están en él su oportunidad para brillar, para ser de
verdad.
Un
escritor le presta su mente a un personaje, sus dedos a su historia, y su voz a
su mensaje. El escritor está a manos de su personaje, y no al revés. Las alteraciones
en su camino que el escritor puede hacer son mínimas, pero el escritor sí que
tiene algo que decir en cuál es su última palabra.
Y he
mentido. Sí que me arrepiento de algo de lo que hice hoy, hace un año.
No debería
haber acabado Chasing the Stars con
un fin. Porque esta historia realmente no tiene fin, no mientras yo viva, no
mientras yo pueda escribir.
Me eligieron
entre siete mil millones de personas. A mí. Para el inmenso honor que supone
visitarlos cuando lo desee, imaginármelos cuando lo desee, ampliar sus
historias cuando lo desee (como ya estoy haciendo, y seguiré haciendo muchísimo
tiempo más). Debería haber sido más lista, pero estaba demasiado cansada y
centrada en un absurdo calendario que ni siquiera conseguí cumplir.
No debería
haber dicho fin.
Debería
haber dicho gracias.
Así que
gracias.
A mis
amigas, por comentar la historia conmigo, o dejar que la comente. Sabéis quiénes sois, aunque algunas jamás leeréis esto y otras seguiréis sin perdonarme por hacer que Scott empezara a toser.
Y a
mis personajes, por darme una faceta de mí misma que es, con diferencia mi
preferida. Kiara, Aiden, Tam, Bey, Logan, Max, Jordan, Karlie, Zayn, Louis,
Niall, Liam, Harry, Noemí, Alba, Eri, Vee, Megan, Chris, Zoe, Keira, Taraji,
Jake, Rob, Avery, Duna, Dan, Astrid, Shasha, Mimi. Sabrae. Alec. Chad. Layla. Eleanor.
Diana.
Scott
y Tommy.
Gracias
por presentaros ante mí. No hay palabras para describir lo importantes que sois
para mí. Es por eso que seguís teniendo todas las mías a vuestra disposición.
Un año
después. Y dos. Y tres. Y treinta.
Ahora
y siempre.
Gracias.