domingo, 14 de octubre de 2018

Promesas.


-Voy a coger la borrachera del siglo-le anuncié a Bey apenas abrimos la puerta de la discoteca-, y no hay nada que puedas hacer para impedirlo.
               Mi mejor amiga se echó a reír, puso una mano en su cadera y alzó una ceja.
               -¿De verdad?
               -Absolutamente nada-asentí, siguiendo a Logan dentro de la estancia. Un coro de gritos nos recibió con felicidad; era la primera fiesta en nuestras vacaciones de Navidad, y yo no era el único que estaba decidido a pasárselo como nunca.
               Bey entró tras de mí, aprovechando que le había sujetado la puerta, y trotó a mis espaldas con la gracilidad de un cervatillo que vive por primera vez la primavera. Estaba subida a unas sandalias de plataforma de color borgoña (me lo había dicho ella, aunque yo creía que era más bien un rojo tirando a marrón) y se había puesto su minifalda más corta y su top más brillante. Estaba preciosa.
               Y buenísima.
               Estaba como un puto tren, joder.
               Y yo no había dicho ni mu porque ni siquiera consideraba que estuviera como un tren.
               La única chica que me podía atraer en ese momento, estaba metida en su cama y probablemente durmiendo el sueño de los justos, confiando en que yo no haría nada esa noche, se lo había prometido, y mis promesas valían su peso en oro.
               Sonriendo al pensar en ella y en lo bien que había hecho que me lo pasara esa tarde, tanto solo como acompañado, descendí por la rampa de caracol en dirección a la pista de baile, en la que una sopa de manos se balanceaban al mismo ritmo de la canción que atronaba por los altavoces. Bey se deslizó hasta ponerse a mi lado y me empujó contra la pared, aprisionándome entre ella y su cuerpo. Sonrió.
               -¿Y si te digo que te voy a tener así toda la noche?
               -Suena prometedor-respondí, deslizando una mano por sus lumbares y haciendo que se echara a reír-. Pero no creo que tengas nada que hacer si yo me resisto.
               -¿Vas a resistirte?-ronroneó, su cara tan cerca de la mía que nuestras narices se rozaban, y sentía en mi boca el helado de nata y fresa que se había tomado de postre en el bar de Jeff.
               -¿Te gustaría que me resistiera?-coqueteé yo a la vez, y Bey se echó a reír, sacudió la cabeza.
               -Menudo día llevas, ¿eh, Al?
               -Ya te digo. Primero se me ofrece Sabrae, y luego, tú. Soy un tío con suerte-la agarré de la cintura, la pegué contra mi cuerpo y le di un beso en el cuello. Bey soltó una carcajada, se separó de mí y me dio un manotazo en el hombro.
               -¡Para! O me chivaré a tu chica.
               -Sabrae no es celosa-respondí, volviendo a tirar de Bey.
               -Pero yo sí.
               Esta vez el que llenó el aire entre nosotros con una carcajada, fui yo. Incluso si Sabrae estuviera para vernos tontear, no le habría molestado lo más mínimo. Sabía que mi relación con Bey se basaba un poco en la atracción mutua que sentíamos, y muchísimo en los años que llevábamos siendo mejores amigos. Para nosotros, hacernos de rabiar y coquetear como si fuéramos una pareja de novios en el mejor momento de su relación era un juego. Uno de los muchos a los que habíamos jugado a lo largo de nuestras vidas.
               Bey jugueteó con mi pelo, que se había rizado de nuevo por la acción de la ducha y la humedad del ambiente. Hizo un mohín, conteniendo una sonrisa.
               -Quizá trate de convencer a Scott para que se vayan después del fin de semana-comentó-. Sólo con verte la cara hoy ya me dan ganas de comerte, ¡imagínate lo que sería si tuvieras un fin de semana entero con ella!
               -Quizá, si consigues eso, te construiría una estatua, reina B.
               -¿No crees que ya me la merezco?
               -Te la haría de oro-hundí la nariz en su cuello y le di un beso debajo de la oreja. Bey sonrió, se colgó de mi cuello y me plantó un beso en la mejilla, abrazada a mí, negándose a dejarme escapar. Era como si mi felicidad fuera un nuevo rasgo de mi personalidad, una característica de mi cuerpo a la que acomodarse. Como si de una enfermedad se tratara, Bey se pegaba a mí para hacer que no remitiera y poder contagiarse ella también. Volvió a jugar con mi pelo, y de nuevo me dio un beso en el que su pintalabios me dejó una huella de su boca en la piel.
               -Hoy estás muy guapo.
               -Los ojos que me ven, que lo hacen con cariño-bromeé, y Bey chasqueó la lengua y puso los brazos en jarras, señalando mi mata de pelo castaño.
               -No sueles llevar el pelo así.
               -Así, ¿cómo?
               -Así de rizado. Te lo peinas para quitarte esos ricitos adorables que te ha dado tu madre.
               -Me apetecía un cambio de look.
               -Sí, seguro-Bey se echó a reír-, ¿por qué? ¿Quieres salir guapo en las fotos?-comenzó a tirar de mí para reunirnos con los demás.
               -Yo salgo guapo siempre-respondí, dejándome arrastrar. Los chicos nos recibieron con gritos de euforia mientras esperaban a que Karlie y Jordan trajeran los chupitos con los que daríamos por inaugurada la noche. Ya habíamos bebido un poco en el bar de Jeff, pero las cervezas con poca graduación que bebía casi no nos hacían nada, mezcladas con aquella comida hasta arriba de colesterol.
               Bey se sentó en el hueco que le hizo su gemela y me sacó la lengua cuando yo tuve que apoyarme en el reposabrazos, donde Scott charlaba a gritos con Max para hacerse oír por encima de la música. Se inclinó para decirle algo a Tam y las dos se volvieron para mirarme. Bey se giró de nuevo hacia su hermana cuando ésta le dijo algo, y asintió con la cabeza.
               -¿De qué habláis, vosotras dos?
               Diana dejó de darse el lote de forma descarada con Tommy y nos miró a los tres alternativamente.
               -Te están criticando, Alec-se cachondeó la americana, y soltó un gritito cuando Tommy la atrajo hacia él, hambriento de mujer, y le metió la lengua hasta el esófago. Joder, con Tommy, y pensábamos que era tonto cuando lo compramos.
               -¿No os da vergüenza? Hasta Diana, que es la novata, se da cuenta. A ver, ¿qué problema tenéis conmigo? Porque la calle está muy cerca, podemos solventarlo arriba-me arremangué el jersey y las dos chicas, idénticas y a la vez imposiblemente distintas, se echaron a reír.
               -Tam dice que quizá deberíamos documentar toda la noche para Sabrae, ya que te has puesto guapo para ella.
               La mención del nombre de su hermana hizo que Scott centrara su atención en nosotros.
               -¿En qué os basáis para sostener semejante idea, chicas?-quiso saber el segundo mayor del grupo, sólo por detrás de mí. Tamika se echó a reír.
               -¿No has visto todo de él? Su pelo, por ejemplo.
               -Ya lo tenía así cuando vino a mi casa-Scott se encogió de hombros y volvió a su conversación con Max. Yo también me encogí de hombros.
               -Ya veis, clones: no tenéis la verdad absoluta y otra vez habéis tirado un triple que no podéis meter.
               -¿No te has peinado por no dejar de sentir los dedos de Sabrae recorriéndote el pelo?-me pinchó Bey, y yo puse los ojos en blanco, sacudí la cabeza, y aparté la mirada mientras paseaba la punta de la lengua por mis muelas.
               Porque ésa era, justamente, la razón de que no me hubiera peinado. Bueno, una de ellas, al menos. La otra era que tenía pensado grabarme volviendo a casa cuando saliera el sol, justo como ella me había pedido, y quería que se volviera loca y lamentara profundamente el haberme dicho que no podía pasar la noche con ella.
               Tenía mi mata de pelo ensortijado para ella sola, disponible durante más de 12 horas, ¿e iba, y la rechazaba?
               Las tías son seres extraños. Y cuando una de ellas te gusta, se convierte en un puto misterio. No le encuentras sentido a absolutamente nada de lo que hace. Y tú estás jodido, hermano. Porque te va a gustar aunque no la entiendas.
               Te gusta precisamente porque no la entiendes.
               -Voy a ver si Karlie y Jor necesitan ayuda-anuncié, y un coro de “¡uuh!” me despidió cuando me levanté del reposabrazos del sofá y me hice un hueco entre la gente para poder avanzar. Nadie de mi grupo, con la excepción de Bey, era capaz de dejarme sin nada que decir. E, incluso cuando Bey lo conseguía, era un acontecimiento lo suficientemente especial para celebrarlo por todo lo alto.
               Sabía que no lo hacían por maldad, pero yo estaba decidido a pasármelo bien. Tenía un humor fantástico y todo apuntaba a que la noche no haría más que mejorar: me cogería la borrachera del milenio, me iría a mi casa, y seguramente soñaría con Sabrae. Si ya soñaba con ella estando sobrio, no quería ni pensar lo que pasaría estando borracho.
               Quizá, con un poco de suerte, haría una orgía en sueños con 4 chicas, todas con el mismo cuerpo y la misma cara, la misma voz.
               Dios, ya me moría de ganas de estar borracho.
               Y lo mejor de todo era que mi alegría era compartida: todos mis amigos estaban entusiasmados con el inicio de las vacaciones, como no podía ser menos. Me había llevado a Mimi de casa pronto, dejando a Trufas con comida en la habitación de mi hermana para que no molestara a nuestros padres, y ella se había dedicado a brincar y chillar mientras les contaba a mis amigos a qué me había dedicado durante la tarde. Jordan no dejaba de intentar esconder una sonrisa tras sus manos, mientras las gemelas se dedicaban miradas cómplices que parecían querer decir “te lo dije”, pero lo de mi hermana estaba completamente a otro nivel.
               Parecía que yo fuera un solterón de 40 años que por fin iba a casarse, después de muchos quebraderos de cabeza de Mary para encontrarme una mujer lo suficientemente desesperada como para querer atarse a mí.
               Y la cosa no había terminado ahí: cuando llegamos al sitio en el que habíamos quedado con los demás, Scott y Tommy ya estaban allí con su par de chicas. Mimi voló sobre sus botas para abrazarse a Eleanor con fuerza, como si hiciera dos años que no se veían, y después de colgarse del cuello de Scott como un par de koalas sólo por hacer de rabiar a Tommy, que ni se enteró de lo que pasaba por lo pronunciado del escote de Diana, se marcharon riéndose y empujándose y mirando hacia atrás de vez en cuando, como despidiéndose de la poca vergüenza que habían conservado estando con nosotros.
               Llegaron Logan y Max, y la última fue Karlie. Les tomamos el pelo a todos, ya de buen humor, y nos fuimos al bar de Jeff, donde no paramos de alborotar en todo lo que estuvimos allí. Por suerte, el restaurante estaba lleno de grupos como nosotros, así que el ambiente festivo no nos hizo destacar.
               Tommy y Diana no dejaban de meterse mano, las chicas del grupo se reían a carcajadas de las polladas que decíamos los chicos, Jordan contaba chistes malísimos y todos nos reíamos, Logan lanzaba de vez en cuando alguna puñalada, Scott sonreía en su esquina mientras robaba patatas de Max, que en ningún momento protestó cuando yo no paraba de interrumpir su narración entusiasmada de los planes que tenía preparados para el aniversario con Bella, su novia de hacía varios años; y yo metía pullitas y hacía comentarios más o menos subidos de tono y me henchía de orgullo cada vez que mis amigos se reían, todos sonriéndonos, todos siendo felices de que los demás lo fueran.
               Karlie me cogió un nugget y me invitó a contar a qué me había dedicado esa tarde, y yo hice un resumen bastante somero de cómo me había ido el día. Me sentía en familia, en casa a pesar de estar fuera, tremendamente a gusto, tanto como no lo había estado en mi vida. Incluso cuando tuve que callarme algunas cosas de lo que había hecho con Sabrae (casi todas, en realidad), tanto por estar Scott allí como porque había algunas que quería guardarme para mí mismo y disfrutarlas en la intimidad, sentía que podía ser yo mismo. Que dijera lo que dijera, estaría bien, porque no lo diría con maldad. Que mis amigos estaban encantados de escucharme y celebrar conmigo que yo tuviera ganas de celebrar algo, aunque no les incumbiera directamente.
               En parte también quería emborracharme porque necesitaba que supieran lo mucho que les quería, a todos. A Bey, a Tam, a Jor, a Scott, a Tommy, a Logan, a Karlie, a Max. Incluso a Diana. Y yo sólo podía decírselo sin estar borracho a mis amigas. Con los chicos no me salía decírselo, algo me lo impedía, pero sus sonrisas eran tan sinceras, sus miradas parecían tan verdaderamente felices que… joder, necesitaba que lo supieran. Que me lo oyeran decir.
               No le había dicho a Sabrae que la quería no porque no lo sintiera, sino porque me daba un miedo acojonante. Me producía un vértigo increíble pensar en qué vendría después, en si sería demasiado pronto. Tenía demasiados te quieros guardados en el bolsillo, y pensaba repartirlos sin reparar en gastos, que para algo era Navidad.
               Después de luchar por abrirme paso, finalmente conseguí llegar a la barra. Di varias palmadas sobre la superficie metálica, que seguía pegajosa a pesar de los esfuerzos del personal de la discoteca por quitarle la capa de alcohol adherido con estropajos de hilo y detergente, y sonreí a una de las camareras cuando me vio. Sin preguntar siquiera, me llenó un vaso de chupito y lo empujó por la barra hasta conseguir que impactara contra mi mano, que ya lo esperaba. Me lo bebí de un trago y dejé escapar el fuego de mi garganta mientras le daba la vuelta y buscaba a Jordan y Karlie.
               Karlie estaba arrodillada tras la barra, sacando vasitos y colocándolos sobre una bandeja redonda que ya estaba más que acostumbrada a manejar. Tras ella, en el almacén de bebidas, Jordan se estiraba para alcanzar una caja con los brebajes más fuertes. Al verme, me tendió cuatro botellas de cristal e hizo amago de ponerse el delantal con el que se protegía la ropa.
               -Ni de coña-le dije yo, sacudiendo la cabeza-. Hoy no vas a trabajar.
               -Está petado, tío-protestó Jordan, señalando con la palma vuelta hacia el techo la cantidad de gente que había en la pista de baile ese día. Sí, no sólo todo nuestro instituto se encontraba en la discoteca, sino que había también gente de otros centros a la que nos solíamos encontrar cuando decidíamos bajar al corazón de Londres, o dispersados por la calle de las fiestas de nuestro barrio. Era, con diferencia, el día en que más trabajo había en varios meses.
               Pero a mí me daba igual. Si alguien tenía que ponerse tras la barra, lo haría yo. No quería que Jordan estuviera una vez más alejado de la acción; por mucho que le gustara estar manejando el cotarro y contando dinero, yo necesitaba que ese día estuviera conmigo, dando brincos al ritmo de una música que sólo controlábamos nosotros dos.
               -Te diré lo que haremos-dije, dejando las botellas sobre la barra y saltándola con agilidad para situarme frente a mi mejor amigo-. Vamos a salir de este espacio-le cogí los hombros y lo orienté a la compuerta por la que Karlie ya estaba pasando-, vamos a ir a nuestro sofá, y vamos a beber hasta que no podamos más.
               -Alec…
               -¡Pásatelo bien por una vez, tío!
               Jordan puso los ojos en blanco y asintió con la cabeza. Un minuto después, estaba tirado en el sofá con nosotros, tomándose de un sorbo el que sería el primer chupito de muchos en toda la noche. Reímos, bebimos, nos gritamos entre nosotros y jugamos a estupideces cuyo único objetivo era hacer que nos emborrachásemos más.
               Cuando pusieron una canción de Sia, Tam emitió un alarido y se levantó de un brinco. Me alucinó su capacidad para no tambalearse sobre sus tacones de aguja, que hacían que fuera más alta incluso que yo. Se echó las trenzas tras los hombros y levantó las manos.
               -El que quiera, ¡que me siga!-instó, y todos salvo Jordan y yo se levantaron para ir tras ella a cantar a voz en grito Cheap thrills. Jordan aprovechó nuestro momento de intimidad para volverse hacia mí.
               -¿Y bien? ¿Qué te estás callando, chaval?
               -¿Me estoy callando algo?-bromeé, dando un sorbo de otro chupito y reclinándome en el sofá. Apoyé el codo en el reposabrazos y pestañeé todo lo rápido que pude. El alcohol ya empezaba a hacerme efecto en el torrente sanguíneo, y notaba las luces mucho más brillantes y la música más alta y rítmica de lo que realmente era.
               -Venga, Al, a mí me lo tienes que contar todo. ¿Qué has hecho esta tarde?
               -¿Qué no he hecho, Jor?-sonreí, recogiendo un nuevo vaso.
               -¿Habéis follado?-asentí y di un sorbo-. ¿En su casa?-negué con la cabeza y di otro sorbo-. ¿En la tuya?-negué de nuevo con la cabeza-. ¿En algunos baños?-negué de nuevo y Jordan chasqueó la lengua-. ¿En un callejón? ¡Venga, tío, dame una pista!
               Dejé el vaso de chupito y coloqué un pie sobre la rodilla.
               -En un banco.
               -¿Cómo que en un banco?
               -Del parque.
               -¿¡Cómo que del parque!?-Jordan se incorporó mínimamente, los ojos abiertos como platos. Recogí otro vaso de chupito con marcas de pintalabios en un extremo; las limpié y…
               -A pelo.
               …bebí por ese mismo lado.
               -¿¡CÓMO QUE A PELO!?-bramó mi amigo, y yo me eché a reír y negué con la cabeza.
               -No es lo que crees, no me corrí dentro, pero… ¡guau! ¡Ha sido increíble, Jor, en serio! Jamás había echado un polvo tan bestial. Pienso en ello y me empalmo. Te lo juro. Llegué a casa con un calentón… creí que no llegaba al baño.
               -¿Y ella? ¿Se corrió?
               Le dediqué mi mejor sonrisa torcida, esa que volvía locas a todas las chicas, sin excepción. La misma sonrisa que conseguía que Sabrae me dijera que sí a todo lo que yo le propusiera. Esa sonrisa valía un millón de libras, sólo por los efectos que tenía entre sus muslos. Cuando estaba dentro de ella y ella me decía algo que me hacía sacar mi as en la manga, notaba cómo todo su cuerpo se tensaba un segundo, reaccionando a mi chulería.
               Levantar un segundo la comisura de mis labios como lo estaba haciendo ahora con Jordan mientras estaba con Sabrae significaba hacer que ella llegara al orgasmo un minuto antes.
               Todavía recordaba cómo se había corrido la primera vez que estuvimos juntos, cuando me avisó de que estaba llegando y yo la miré desde abajo, arrodillado entre sus piernas, saboreando las mieles de su cuerpo. Había sonreído así y ella había estallado en una explosión de sabor con la que todavía fantaseaba en mis sesiones de cariño solitario.
               -Estás hablando conmigo, hermano.
               -Alucinante. Eres el puto amo.
               -Lo sé.
               -Menuda vidorra te pegas.
               -Lo sé-me bebí otro chupito y le di una palmada en el hombro.
               -Te voy a hacer un monumento.
               -Lo que me merezco-me eché a reír y negué con la cabeza. Me pasé una mano por el pelo y soplé hacia arriba cuando un rizo rebelde me cayó sobre los ojos-. Pero no es lo único que hicimos esta tarde.
               -¿Ah, no? ¿Qué más?
               -A ver si lo adivinas.
               -¿Te la chupó?
               -Ojalá-me eché a reír y sacudí la cabeza-. Pero en su defensa diré que se ofreció, ¿eh?
               -¿En serio? ¿Y por qué no lo hizo? ¿No le dejaste?
               -Paso, tío. Estábamos en un momento de calentón, y ya. Cuando me la coma, quiero que sea porque a ella le apetece, no por devolverme el favor. Hice la marcha atrás.
               -¿Tú?-Jordan me señaló, como queriendo asegurarse de que hablábamos de quien él creía que lo hacíamos.
               -Yo.
               -Estás perdiendo la virginidad con ella en un montón de cosas, ¿eh, hermano?
               -Qué me vas a contar-sacudí la cabeza y dejé el vaso de nuevo sobre la mesa-. Hemos hablado de estas semanas. Y le he prometido que voy a dejar de follar con otras.
               Jordan se echó hacia atrás, impresionado.
               -Vaya. Sabía que te gustaba, pero no que lo hiciera tanto.
               -Es la hostia, Jor. Te lo juro. No he conocido a nadie que sea como Sabrae. Y lo mejor de todo es que salió de mí, ¿sabes?-me incliné hacia él-. No me lo pidió; se me ocurrió a mí. Me estaba yendo de su casa (porque, sí, es verdad, se me olvidó decírtelo: la acompañé hasta casa) y pensé: “a la mierda”. Y cogí, y se lo solté. Que no iba a hacerlo con otras.
               -¿Y ella qué dijo?
               -Que no le debía nada, pero yo le contesté que era porque quería. No me gusta estar con otras como me gusta estar con ella. Y sé que le duele verme con otras chicas. Y paso de hacerle daño. Ella no se lo merece. Se merece que yo sea mejor, y lo voy a ser. Por ella-asentí con la cabeza, mirándome las manos. Noté cómo Jordan sonreía mientras me estudiaba.
               -Te ha dado fuerte por ella, ¿eh?
               -Me gusta. Muchísimo.
               -No te gusta. La quieres.
               -¿Cuál es la diferencia?-me recliné en el asiento y alcé las cejas, cínico. Sabía de sobra la diferencia: la diferencia era absolutamente todo. Era que las demás me gustaban y yo a Sabrae la quería. Era que las demás me llamaban y Sabrae me atraía. Era que las demás me llenaban una noche y Sabrae me llenaba todo el día.
               Era que las demás me consideraban su hombre, y Sabrae me consideraba su Alec.
               Y hay una diferencia abismal entre ser hombre y ser Alec.
               -Que tú jamás dejarías de follar con nadie si te lo pidiera una chica que sólo te gusta. Brindemos-propuso, cogiendo un vaso y llenándolo de líquido verde. Chupito de manzana-. Por Sabrae, la única chica capaz de atarte en corto.
               -Por Sabrae-consentí yo, chocando la base de mi baso con el suyo y tomándome de un trago hasta la última gota. Jamás me había gustado tanto ninguna bebida como aquella que acababa de tomarme a la salud de ella.
               Me pregunté qué estaría haciendo y me saqué el móvil del bolsillo. Como si supiera que le prestaba atención, justo en ese instante la pantalla se encendió con el aviso de una nueva notificación. Suya.
               Deslicé el dedo por la pantalla y la abrí. Me encontré con una foto de ella, tirada en la cama, apoyada sobre los codos y haciendo sobresalir su labio inferior en una mueca de fastidio. No podía verle más de la cara, y sobre su hombro se intuían sus pies cruzados, cubiertos con unos calcetines de esos gordos que podrían mantenerte los pies calentitos incluso en la tundra.
No puedo dormir, y me aburro muchísimo.
               Jordan dio un sorbo de su chupito cuando yo levanté la cabeza para mirarlo.
               -Me está provocando, ¿verdad?
               -Demuéstrale quién manda, tigre.
               -Sabe de sobra que es ella-contesté mientras empezaba a teclear.
¿Es eso una invitación para que vaya?
¿Quieres venir?
¿Quieres que vaya?
¿A ti qué te parece?
Me parece que me estás toreando y que quieres que te dé una excusa para venir a la discoteca.
Ya tengo excusas suficientes.
¿De veras? ¿Cuáles?
Que estás en ella.
               Jordan se echó a reír a mi lado.
               -Tío, vete a por ella-me instó, y yo sonreí y me incliné un poco más sobre el teléfono, escribiendo ya mi respuesta.
¿Vienes tú sola o voy a buscarte?
Jajajaj. No puedo, Al. Mañana tengo que levantarme temprano.
Podemos darnos prisa 😉
No puedo estar cansada.
Sé hacerlo de forma que a ti te guste y apenas tengas que hacer nada.
Y no puedo hacer ruido.
También sé maneras de taparte la boca.
😂😂 no puede ser.
¿Por qué no?
Porque sé que si vienes no voy a poder marcharme mañana, y a mis abuelos les hace ilusión verme.
¿Y a ti verlos a ellos?
Me hacen más ilusión otras cosas 😜
Pásalo bien
               -¿Debería ir a por ella?-le pregunté a Jordan, y él abrió la boca para contestar, pero algo en la pantalla le atrajo la atención. Bajé la vista y me encontré con un videomensaje de Sabrae, en la misma posición que antes. Lo toqué para intentar escuchar los sonidos de su habitación, pero no oí nada por encima de la música.
               Lo cual no me impidió ver la forma en que me sacaba la lengua, después me guiñaba un ojo, y finalmente me tiraba un beso.
               Jordan se echó a reír al ver mi expresión y yo me volví hacia él.
               -O haces que me emborrache tanto que no pueda ni andar, o voy a su casa y me la follo de tal manera que la que no podrá caminar será ella.
               -¿Quieres que vaya a ver si hay algún cubículo libre en el baño para que le contestes?
               Miré a mi mejor amigo, aquel que a veces me decía unas gilipolleces tremendas, y que otras era más sabio que cualquier filósofo de los que nos obligaban a estudiar en el instituto.
               Me atusé el pelo y toqué el icono de la pequeña cámara en el borde del panel de escritura.
               -Eres una mala persona-le dije por encima de la música, sacudiendo la cabeza. Solté el icono y miré cómo el vídeo se enviaba. Ni siquiera le di margen a Sabrae para que lo abriera. Bloqueé el teléfono y me lo guardé de nuevo en el bolsillo.
               Y Jordan me tendió un nuevo chupito lleno a rebosar.
               -Ahora el que le tiene que hacer la competencia a Scott eres tú-le di una palmada en el hombro y Jordan se echó a reír.
               -Te toca elegir por qué brindamos esta vez.
               -Por las nuevas etapas-decidí-, y por que consigamos desvirgarte de una vez.
               -Alec-protestó Jordan, poniendo los ojos en blanco, y yo me eché a reír y choqué mi vaso contra el suyo.
               -Ahora tienes que beber.
               -Pero yo ya me he desvirgado.
               -Sí, ya, dejémoslo en que lo hiciste a medias. Bebe-ordené, y Jordan se echó a reír y se terminó el vaso.
               Bey apareció entre la multitud.
               -¿Qué celebráis?
               -La monogamia-espetó Jordan, y yo solté una carcajada y sacudí la cabeza. Bey frunció el ceño, sus cejas formando la silueta de una ola a punto de romper contra la costa. Cualquier surfista se consideraría afortunado de cabalgarla.
               -¿De Alec?-quiso cerciorarse-. ¡Eso sí que se merece un brindis! Salud-levantó un vasito en nuestra dirección y se incorporó de forma tardía a nuestra celebración. Se limpió la boca con el dorso de la mano y señaló el techo-. Bueno, ¿no bailáis, chicos?
               No necesitamos que nos lo dijera dos veces. Nos pusimos en pie de un brinco y nos dirigimos hacia la pista de baile. Bey me esperó con paciencia, sacudiendo la cabeza de un lado a otro, y se colgó de mi cuello en cuanto encontré un sitio en el que pudiéramos bailar juntos. Me pasó un dedo por la cara, siguiendo mi perfil: centro de la frente, nariz, boca, y se echó a reír cuando yo intenté darle un mordisco, casi sin éxito.
               Bailamos como locos durante lo que duraron las canciones que nos gustaban: ella se puso frente a mí y se frotó contra mi cuerpo, moviendo las caderas como lo hacían las cubanas en las películas estadounidenses que veíamos. Yo le pasaba las manos por el cuerpo y Bey se reía, disfrutando como nunca.
               Cambiamos de pareja de baile varias veces durante esa noche, pero con ninguna nos lo pasamos tan bien como lo hicimos juntos.
               Mientras sonaban Alicia Keys y Jay Z, ella aprovechó para ir al baño y dejarme solo con Diana, que lo estaba dando todo, levantando los brazos y abriéndolos mientras giraba sobre sí misma, cantando a voz en grito Empire State of Mind.
               -This streets will make you feel brand new, realise what inspires you, that’s here, in New York, New York, NEW YO-O-O-O-ORK!!-gritaba la chica de Tommy con un vozarrón increíble. Se rió cuando yo me acerqué a ella y me plantó un beso en la mejilla mientras yo seguía con el rap. Notaba los ojos de Tommy clavados en nosotros dos, pero sabía que no sentía ningún tipo de celos de mí. Se me retorció un poco el estómago pensando que yo sí los había sentido de él, pero me dije que eso había sido en otra época, una época que yo no volvería a visitar nunca.
               Sabía los sentimientos que Sabrae tenía por mí.
               Y sabía los que tenía por ella. Me gustaba, la quería, y confiaba en ella. Me había dicho que no estaría con más chicos y no me haría daño (no a propósito, al menos, como había hecho con Tommy), y yo la creía.
               Diana se rió de nuevo cuando terminó la canción y yo me separé de ella para aplaudir su interpretación. Se echó el pelo a un lado del rostro e hizo una pequeña reverencia, como si estuviera en presencia de la reina. A continuación, sacudió la cabeza para dejar que sus bucles rizados cayeran en cascada por su espalda, y se los peinó con los dedos, apartándose los mechones de pelo de la cara. En cuanto me miró con sus ojos verdes como un bosque tropical, su melena volvió a enmarcar su rostro.
               Se volvió un segundo para mirar a Tommy y se mordió el labio. Mi amigo estaba ahora gritando algo al oído de Scott, que se reía y asentía con la cabeza mientras daba buena cuenta de lo que fuera que había en su vaso.
               -Te va a echar de menos-le dije a Diana, y la americana se volvió hacia mí.
               -No me cabe la menor duda-respondió con fingido desinterés, pero yo sabía algo que ella no quería admitir ante nosotros. Puede que ni siquiera lo admitiera ante Tommy, pero daba lo mismo; todos los que estábamos alrededor de la parejita internacional sabíamos lo que ellos no se atrevían a confirmar: que estaban locos el uno por el otro.
               -Y tú a él-ataqué, y Diana se echó a reír, se mordió los labios y se mesó el pelo.
               -Puede que Nueva York me distraiga un poco y no piense demasiado en Tommy.
               -Por muy genial que sea esa ciudad, es imposible que haya nadie que sea como Tommy. No hay nadie como Tommy en todo el planeta, ya no digamos en ese infierno de asfalto y cristal que tú llamas hogar.
               Diana abrió la boca, sorprendida. Sus ojos chispeaban por la estupefacción ante mi insulto. Con la valentía que sólo el alcohol puede darte, me propinó un empujón. Intenté no relacionarlo con Sabrae y fracasé estrepitosamente: era exactamente el mismo tipo de reacción que yo le arrancaba a Sabrae cuando le decía algo que la picaba más de lo que lo hacían el resto de mis intervenciones.
               -¡Qué sabrás tú! Nueva York es única. Absolutamente todo lo que hay en el resto del mundo, nosotros lo podemos coger, copiar, y hacerlo mil veces mejor-se apartó el pelo del hombro y colocó sus brazos en jarras.
               -Ajá, sí, suena muy convincente-asentí con la cabeza y Diana se echó a reír-. De ser así, ¿por qué te vuelve loca la forma en la que hablamos en este lado del océano?
               -Es sexy. Pero, ¿piensas que no hay gente que hable como lo haces tú?
               -¿Crees que yo hablo sexy?
               Diana volvió a reírse.
               -¿Tú qué piensas, Alec?
               -Lo sé de sobra, pero quiero oírtelo decir. Vamos, muñeca-le cogí las manos y puse cara de niño bueno-. Concédeme el capricho. Eres modelo, ¿sabes el morbazo que da que una modelo te diga que tienes una voz sexy?
               -No es tu voz, es tu acento-contestó ella, zafándose de mí-. Cada vez que alguno de vosotros pide agua yo tengo que pensar en cachorritos para que se me pase el calentón.
               -¿Qué pasa, que los ingleses de Nueva York no piden agua?
               Diana volvió a reírse y sacudió la cabeza.
               -Digamos que los ingleses de Nueva York no piden muchas cosas que aquí tenéis en abundancia.
               -¿Como Tomlinsons, por ejemplo?
               -Por ejemplo-la risa de la americana llenó de nuevo nuestra pequeña burbuja y yo no pude evitar sonreír. Era bonita y su sonrisa era acorde a su belleza, normal que Tommy fuera un auténtico payaso cada vez que Diana estaba cerca.
               -No entiendo por qué te tienes que ir entonces. Aquí los tienes para dar y regalar. Personalmente, creo que Londres gana por goleada a Nueva York-levanté las manos al ver su expresión de espanto-, pero tú tienes tu opinión. Cada cual tiene derecho a estar equivocado.
               -¡Desde luego! Y tú lo estás, y mucho.
               -Ñe, no lo creo-sacudí la cabeza y me rasqué la nuca-. Si Nueva York es tan buena, ¿por qué has pospuesto tu marcha hasta el último segundo?
               Diana se mordió los labios para ocultar su sonrisa, y decidió evadir mi pregunta.
               -¿Has estado en Nueva York?
               -¿Por qué? ¿Vas a invitarme?-coqueteé, tomándola de la cintura, y Diana se echó a reír y negó con la cabeza. Su pelo me hacía cosquillas en las manos.
               -Puedes venir cuando quieras, y descubrir lo que es una ciudad de verdad. Londres es un pueblecito achaparrado en comparación con mi casa. Nada en tu vida será lo mismo una vez que conozcas mi hogar. Siento acabar con tus ilusiones, inglés, pero este país minúsculo no tiene nada que envidiarle a mi querida Gran Manzana.
               -¿Cuándo dices que nos marchamos?
               -Va en serio, Alec-Diana se rió de nuevo, porque iba un poco chispa y yo era gracioso, así que se juntaba un poco todo y eso hacía que tuviera la carcajada muy, muy suelta-. En casa, todo es diez veces más luminoso, veinte veces más colorido y treinta veces más ruidoso. Nueva York es muy caótica, pero porque está muy viva. Londres está echándose la siesta constantemente.
               -La ciudad que nunca duerme, ¿eh? No sé si me sentarán bien las ojeras. Soy un hombre de compromisos, ahora-aludí, y Diana sonrió, comprendiendo a qué me refería-.  Tengo que estar guapo para mi chica.
               -Todo el mundo es más guapo allí. Las inglesas dejarían de parecerte guapas.
               Me eché a reír y negué con la cabeza.
               -Ahí te estás columpiando, Didi. No hay ciudad, país ni continente en el que haya mujeres más guapas que en este.
               -¿Estamos hablando de alguna en particular?-quiso saber Diana, aleteando con las pestañas. Le saqué la lengua y empecé a bailar a su lado. A los pocos segundos, Tommy aparecía entre la multitud.
               -¿De charla?-quiso saber, y Diana bosquejó tal sonrisa de felicidad que por un momento pensé que se había comido el sol. Era imposible que una sonrisa brillara tanto como la suya.
               -Me estaba contando lo mucho que nos va a echar de menos, a nosotros y a nuestro acento-le expliqué a mi amigo. Tommy tomó de la cintura a Diana y la atrajo hacia sí ante las carcajadas melosas de ella. Tenía que pirarme de allí ya antes de que me pusieran a sujetarles las velas.
               O a tocarles el violín.
               Porque lo haría gustoso esa noche, la verdad.
               -¿De veras? ¿Sólo a nuestros acentos?
               -Bueno, y a determinadas partes de vosotros que no me parece muy educado nombrar con tanta gente alrededor-tonteó ella, juntando sus labios a los de él. Tommy sonrió en su boca y le pasó las manos por la cintura, y yo decidí que aquella era la excusa perfecta para marcharme.
               Me encontré a Bey sentada en la barra, literalmente en la barra, con los pies cruzados en los tobillos y agitando la cabeza al sonido de la música. Estiró las manos en mi dirección al verme.
               -Ya pensé que no vendrías a buscarme-hizo pucheros para que la bajara, y así lo hice. Me acerqué lo suficiente a ella como para que pudiera arreglarse la falda sin que nadie la viera.
               -Te iría a buscar hasta al infierno, reina B.
               -¿Dejando a Diana sola? Debes de quererme mucho.
               -No la he dejado sola, la he dejado con T.
               -Menos mal que ha venido Tommy a darte un toquecito de atención, no me gustaba nada la forma en que estabas pasando de mí.
               -Disculpa, ¿yo paso de ti?
               Bey asintió con la cabeza, riéndose, y yo me froté la nariz.
               -Vale, ¿qué tal esto? Me convertiré en tu perrito faldero durante toda la noche. No te dejaré sola ni cuando vayas al baño. ¿Es lo que quieres? ¿Te parece bien que sea tu guardaespaldas?
               -Lo que quiero es no beber sola, pero no sé si tú aguantarás mi ritmo.
               -Yo aguanto lo que me eches-contesté, agarrando un vaso cuyo líquido brillaba en un tono azulado fantasmagórico. Bey sonrió, recogió otro de un tono amarillo, y me miró a los ojos.
               -Hasta el fondo-la insté.
               -Y de un trago-me respondió ella.
               Lo último que recordaría bien de esa noche sería la sensación de ardor del líquido entrándome en la garganta y arrasándolo todo a su paso, el ligero resquemor dulzón que me dejó en la lengua. No sabía lo que contenía aquella mierda, pero o era un chute muy fuerte o era la gota que colmaba mi vaso particular. Puede que las dos cosas.
               Por suerte o por desgracia, yo tenía un grupo de amigos lo bastante grande, y lleno de gente lo bastante cabrona, como para contarme exactamente a qué me dediqué durante la noche.
               Ah, y también esa puñetera costumbre de ponerme a grabar vídeos borracho de cada cosa que hacía.
               Así que tendría una buena reconstrucción de los hechos a la mañana siguiente, cuando me despertara y viera que había llenado la conversación con Sabrae de vídeos haciendo el tonto y fotos todavía más comprometidas.
               Debería montar una puñetera agencia de detectives.
               El caso es que los hechos se sucedieron tal que así: seguí bebiendo un poco más con Bey, bailamos incluso más pegados que antes, yo le ponía las manos torpemente en las caderas mientras ella se restregaba contra mí, riéndose a carcajada limpia.
               Cada poco, mi amiga se giraba y me pasaba las manos por el pelo, recordándome lo que me habían dicho antes, cuando todavía no estaba lo suficiente bebido como para no acordarme a la mañana siguiente de la conversación: que me había puesto guapo para Sabrae.
               Te has puesto guapo para ella.
               Y ahí fue cuando se me empezaron a cruzar los cables.
               Sí. Es verdad. Me he vestido pensando en ella. Igual que me desnudé. Y me bañé. Que me vea. Que me vea, joder. Que me vea ser feliz por tenerla.
               Así que desbloqueé el teléfono y empecé a grabarnos a mí y a Bey, dando brincos al ritmo de la música y gritando la canción.
               -Ojalá estuvieras aquí-le dije con bastante buena pronunciación, pero mi acento se fue cerrando y mi vocalización se fue degenerando a medida que pasaba la noche y Bey estaba demasiado chispa como para intentar pararme. Tampoco es que fuera a conseguir que dejara de beber: no era la primera vez que ella trataba de hacerme de niñera y acababa corriendo descalza detrás de mí mientras yo les robaba las copas a todos los que se me pusieran a tiro. Además, le había dicho que esa noche quería emborracharme pero bien.
               La siguiente vez que me saqué el móvil del bolsillo fue por una causa mucho más importante. En los altavoces estaba sonando Starboy y yo la vivía incluso más de lo que lo hacía cuando estaba sobrio. Y cuando estaba sobrio montaba una fiesta importante en la discoteca.
               Esta vez estaba rodeado de mis amigos; Jordan ocupó gran parte de mi fondo mientras Tam y Bey bailaban en el escenario, jaleadas por un público entregadísimo.
               -Everyday a…-me tapaba la boca cada vez que llegaba esa palabra y sacudía el dedo a modo de negativa cuando parecía que la iba a decir- tryna test me, ah, everyday a…-Jordan me puso una mano sobre la mía para acallarme-tryna end me, ah…
               -SIX FEET UNDER, SIX, SIX FEET UNDER, SIX FEET UNDER, SIX, SIX FEET UNDER…-gritábamos Jordan y yo mientras dábamos saltos al ritmo de la música en el siguiente vídeo.
               Hubo un lapso de tiempo en el que mis amigos no se preocuparon de registrar en su memoria lo que yo hacía y yo tampoco grabé nada, así que siempre nos quedaremos con la incógnita.
               El caso es que empecé a socializar y de repente Bey se acordó de que yo existía y fue en mi busca, sólo para encontrarme sentado en el rincón de los hippies, a punto de fumarme un porro y escuchando con muchísima atención la situación que había en Oriente Medio. Parece ser que Palestina estaba siendo ocupada por Israel, y eso era una putada y una cagada importante de la comunidad internacional.
               -¿Qué haces, Al? Vamos a bailar, venga.
               -¿Sabías que Israel es uno de los mayores genocidas de la historia? ¡Y la ONU lo consiente!-protesté mientras Bey tiraba de mí para levantarme-. ¿Te lo puedes creer? ¡Corruptos, hijos de puta!
               -Gracias por cuidármelo-les dijo con ironía Bey a las chicas que me habían tendido el porro mientras me lo quitaba de las manos. Se lo tiró sobre la mesa.
               -¡Eh! No me lo había terminado.
               -Ni siquiera habías empezado a fumarlo, Al.
               -Es verdad-coincidí-, ¿tienes fuego?
               -No, y tú tampoco. Venga, vamos al sofá.
               -Me encanta tu pelo-le comenté, porque cuando me paso de mi límite de alcohol, empiezo a tomar más y más, sin discreción, y voy a gilipollez por miligramo de alcohol en sangre-. Es esponjoso como una nube. Eres como una oveja de caramelo.
               -Gracias, osito.
               -Te quiero un montón, Bey. Lo sabes, ¿verdad?
               -Sí.
               -Voy a grabarle un mensaje a Sabrae para que sepa que sabes que te quiero un montón.
               -Deja a Sabrae en paz-Bey me quitó el móvil y yo intenté alcanzarlo-. Venga. ¿No crees que es un poco cruel que le grabes un mensaje diciéndole que le quieres?
               -Sí. Dame el móvil. Le voy a grabar un mensaje pidiéndole disculpas por querer grabarle otro diciéndole que te quiero.
               -Alec…-Bey suspiró, divertida.
               -¡ME ENCANTA ESTA CANCIÓN! ¡SHAWN MENDES ES EL PUTO AMO! ¡QUE VIVA CANADÁ, JODER! ¡NOS DIO A DEADPOOL!-grité y empecé a dar saltos al ritmo de Stitches. Le arrebaté el móvil a Bey y me las apañé para mandarle un mensaje a Sabrae cantando la canción, y Bey puso los ojos en blanco y siguió tirando de mí para llevarme hacia el sofá, con tan mala suerte que nos vimos interrumpidos dos veces.
               La primera, cuando mi hermana apareció en mi campo de visión y yo empecé a gritar su nombre. Varias personas a mi alrededor se giraron para ver el motivo del escándalo que estaba formando, y Mimi se giró en su asiento tapándose la cara para que yo no me acercara a ella, pero demasiado tarde: ya la había visto. Además, la reconocería en cualquier parte.
               Había visto su carita a los minutos de nacer. Qué mona era. Todavía tenía la naricita de botón con la que había nacido. Siempre había pensado que la nariz de mi hermana era preciosa, a pesar de que ella no dejaba de protestar porque era enana.
               -¡MIMI!-celebré, feliz, cuando la alcancé. Mi hermana se volvió y sonrió. Había un botellín de cerveza vacío a su lado-. ¿Tienes sed? ¿Te busco algo?
               -Estoy bien, Al.
               -¿Necesitas dinero? Toma 20 libras-le dije, sacándome la cartera, y Mimi suspiró y negó con la cabeza, pero bien que me las cogió cuando se las tendí, la hija de puta-. Voy a buscarte algo de beber.
               -No hace falta, Al, de verdad…
               -¿Te gusta la absenta?
               -¡Alec, no vas a darle absenta a tu hermana!
               -Pues vodka-sentencié, y me las apañé para escurrirme de las manos de Bey y entre la gente hasta la barra. Me incliné y empecé a pedirle a gritos a la camarera de Jordan que, por favor, me diera una botella de vodka, del que más graduación tuviera.
               Menos mal que no llegaron a entregármela, porque de lo contrario, mi hermana habría acabado en el hospital con un coma etílico. Y yo también, con un coma a secas, de la paliza que me pegaría mi madre cuando se enterara de que yo le había dado ese alcohol y la había incitado a beber así.
               Me dieron unos toquecitos en el hombro y yo me volví. Me encontré frente a frente con Kendra, que estaba flanqueada por Amoke en un lado, con sus rizos leoninos al viento; y por Taïssa al otro, con sus trenzas fosforescentes brillando como el neón.
               -¡TÍAS!-le di un manotazo en el hombro a Kendra, que se tambaleó por la fuerza de mi saludo-. ¿¡Cómo estáis!? ¡Me alegro de veros!
               -Y nosotras a ti, Al.
               -¡Oye, ¿no estará por aquí Sabrae, verdad?! Me ha dicho que está en casa, pero si estáis aquí… ¿me lleváis con ella?
               -Estamos sólo nosotras-informó Amoke.
               -Hemos venido en plan mosqueteras-añadió Taïssa, riéndose.
               -Sí, todas para una y una para todas. Llevamos rato aquí, ¿sabes?-Kendra entrecerró los ojos mientras me miraba, pero yo no capté su indirecta.
               -¿Y no habéis bebido nada? Os conseguiré alcohol. ¿Qué os gusta?
               -Hemos tenido suficiente durante la noche, gracias-Kendra entrecerró aún más los ojos, y Amoke y Taïssa intercambiaron una mirada. Yo estaba tan borracho que no me percaté de la hostilidad que manaba de sus palabras.
               -Bobadas. Tenéis que coger una buena cogorza. ¿Qué os pido?
               -¿Tienen chupitos de mora?
               -¡Taïssa!
               -¿Qué? Me gustan mucho. Sólo me tomaré uno.
               -Aquí hay de todo, nena. Tú pide por esa boca.
               -Para mí otro-pidió Amoke, y Kendra se volvió hacia ellas.
               -¿En serio, tías?
               Las dos se encogieron de hombros.
               -¿Qué pasa? ¿Tienes que conducir?-bromeé, y Kendra puso los ojos en blanco y se retiró a un discreto segundo plano-. Así que, ¿nada de Sabrae?
               -No, como mañana tiene el viaje, ha preferido quedarse en casa a descansar-explicó Amoke mientras colocaban dos vasitos frente a mí.
               -Es una auténtica lástima. Le habría gustado estar aquí-comentó Kendra, y yo las miré.
               -Y a mí también. ¿Habéis hablado con ella?
               Me miraron sin parpadear un momento, y después asintieron con la cabeza despacio, como si tuvieran miedo de revelar demasiados datos.
               -¿Qué os ha contado?
               -Es secreto-Taïssa se llevó un dedo a los labios y soltó una risita. Kendra puso los ojos en blanco y Amoke dio un sorbito de su chupito antes de que Kendra tirara de ella para llevársela lejos.
               -¡Nos vemos!-me despedí, y Amoke y Taïssa agitaron la mano en mi dirección. Kendra no hizo más que refunfuñar algo en voz baja, pero no conseguí escuchar su despedida.
               Si hubiera estado bien, su comportamiento habría hecho saltar todas mis alarmas. Pero, incluso si hubiera estado bien, no podía culparla. Sabrae me había dicho que lo había pasado mal esas dos semanas que habíamos pasado sin contacto. Era normal que me tuviera tirria, aunque, ¡oye! Si habían hablado con ella, deberían saber que habíamos arreglado las cosas y que estábamos mejor que nunca, así que, ¿a qué la hostilidad?
               Bey me agarró del hombro y trató de conducirme hacia nuestro sofá, pero yo encontré una nueva distracción. A medio camino, nos encontramos con que Scott salía del baño de las chicas, frotándose la boca para librarse del pintalabios que le habían dejado como rastro de la noche de pasión. Me giré en redondo para encararme a él y preguntarle a qué se debía el comportamiento tan raro que tenía últimamente, y desenmascararlo por fin.
               -¿Adónde vas?-protestó Bey, pero yo no le hice caso. Me abrí paso a codazo limpio y me planté delante de Scott, que se puso rígido nada más verme.
               -Al-susurró con fingido alivio, pero yo no me dejé amedrentar. Tenía pensado ponerlo en su sitio; mantener un secreto como el suyo delante de nuestras narices era una cosa tremendamente fea.
               Además, saltaba a la vista que no estaba jugando sucio. Desde que había empezado a engañarnos, había cambiado radicalmente su manera de actuar.
               -Sé lo que escondes-espeté, y Scott abrió los ojos ligerísimamente, lo suficiente como para que yo supiera que tenía toda su atención. Soltó una risita falsa y sacudió la cabeza, pero la frente se le cubrió de una finísima capa de sudor.
               -¿Qué dices, Al?-volvió a soltar una risita nerviosa y yo le di un toquecito en el pecho con un dedo acusador.
               -Que sí. Sé tu secreto.
               Scott tragó saliva, miró en todas direcciones, se remojó el labio y fue a hablar, pero yo le puse el dedo en la boca.
               -Sé que usaste el truco ese de los Sims para tener más dinero y comprarte la casa más grande de nuestro barrio-anuncié en el momento en que Bey se plantaba a mi lado. Bey miró a Scott y Scott miró a Bey. Después, Scott me miró a mí.
               -Pero, Alec…
               -Me parece muy feo, porque las cosas hay que trabajárselas. A mí no me gusta levantarme temprano en vacaciones para ir a trabajar, ¿entiendes?-me aseguré de que me comprendiera golpeándome la palma de una mano con el dorso de la otra-. Pero es lo que tengo que hacer. Hay que ganarse las cosas con el sudor de tu frente, no con truquitos estúpidos. ¿Te crees que yo no quiero la piscina olímpica con una sirena nadando dentro? Pues claro que sí, pero me jodo, y cuido de mi Sim para que no se ahogue en la bañera antes de ir a trabajar como súper modelo. Sinceramente, S, me parece fatal que hagas estas cosas…
               -Alec…
               -No, no. No hace falta que te disculpes. Ni que me pidas que no se lo diga a nadie. No lo haré. Pero, para la próxima, piénsatelo un poco más, ¿vale?
               Scott asintió con la cabeza, estupefacto. ¿Cómo me había enterado? Era un absoluto misterio, pero llevaba sabiéndolo días, desde que me pasé por su casa en una tarde de aburrimiento y vi que había añadido varios pisos al chalet inmenso en el que a veces aparecía el personaje de Shasha jugando a videojuegos.
               Soy un puto genio, lo sé. A veces me pregunto cómo puedo ser tan intuitivo.
               Le di un par de palmadas en la mejilla, sacudí la cabeza, puse los ojos en blanco, y dejé que Bey me llevara hasta el sofá. Me senté en él a descansar, apoyé la cabeza en el hombro desnudo de Bey y le di un besito en la piel. Ella me acarició la cabeza como si fuera un cachorrito particularmente mimoso y sonrió cuando me abracé a ella, los pies subidos al sofá.
               -Eres cómoda.
               -Lo sé.
               -Me voy a dormir.
               -Eso también lo sé.
               -Buenas noches.
               Me di la vuelta en el sofá y me tumbé cuan largo era, pasándole las piernas por encima. Me despertaría a la media hora, todavía más borracho si cabe y con Logan y Max dibujándome pollas en la cara. Menudos hijos de puta.
               Scott se ofreció a llevarme al baño y ayudarme a quitarme toda aquella mierda de la cara, y en su defensa diré que puede que fuera un tramposo en los Sims, pero era un amigo de 11 en una escala de 10. Estuvo conmigo durante bastante raro, echándome agua en la cara y pasándome papeles mojados con jabón para intentar borrar los restos de tinta que todavía se quedaban en mi piel. Me trajo un vaso de agua y me obligó a bebérmelo para que la resaca del día siguiente fuera un poco más llevadera, y después, me sacó del baño y me volvió a llevar al sofá. Les dijo a los demás que no me dieran nada más de beber, pero en cuanto él se marchó a hacer sabe Dios qué, yo hice lo que hacía siempre que estaba borracho y tenía ganas de fiesta: escaparme y beber más.
               Recuerdo que brindé con Karlie varias veces a la salud de varios cantantes que a los dos nos gustaban; si fuera por nuestros brindis, Abel Tesfaye viviría para siempre. Tomábamos chupitos como si fueran caramelos en una noche de Halloween, y protestábamos y les decíamos a las camareras que estábamos bien y que nos dieran más cuando ellas no parecían muy convencidas con nuestra situación. Suerte que no habíamos venido ni en moto ni en coche, así que no había peligro de que tuviéramos un accidente y se vieran envueltas en un juicio.
               Tam apareció a mi lado y me arrastró a la pista de baile, nos gritamos el uno al otro las letras de las canciones que se iban sucediendo mientras Bey tonteaba descaradamente con un tío que no hacía más que mirarle las tetas. Molesto por que cosificara así a mi mejor amiga, me zafé de Tam cuando ella me dijo que lo dejara estar y fui a encararme con él.
               -¿Quieres mirarla a la cara? También tiene unos ojos muy bonitos, no sólo sus tetas son algo digno de ver.
               -¿Tienes algún problema, tío?-protestó el mamarracho de los huevos, poniéndose en pie y juntando la frente con la mía. Él era un poco más alto que yo, pero yo estaba bastante más musculado que él. Estaba claro quién ganaría en una pelea; incluso si yo no tuviera la disciplina del boxeo, él no tenía nada que hacer contra mí.
               -No le hables así-urgió Bey, enfadada.
               -Tú no te metas-le espetó el chaval, y yo le di un empujón, y nos habríamos dado de hostias de no habernos separado las gemelas y los amigos del otro tío, que me conocían de sobra. Él era un recién llegado y no tenía ni idea de que podía partirle la cara cuando quisiera, pero sus amigos sí. Sabían que yo nunca me peleaba por cosas que me hicieran a mí, pero que a mis amigos los protegía a muerte. Era un puñetero pitbull, y no me hacía ninguna gracia la manera en que ese payaso estaba mirando, y ahora tratando, a Bey.
               -Venga, Al, no merece la pena-Bey tiró de mi brazo para separarme de aquel fantasma y me llevó de vuelta al sofá, donde estaban sentados Max y su novia, dándose el lote de una forma tan obscena que pensé que se pondrían a follar allí mismo, delante de todo el mundo, en menos de un cuarto de hora.
               No sabía la hora que era, pero me hacía gracia que estuvieran tan excitados sobre el sofá. Me recordaron a Sabrae, así que decidí hacer otro vídeo comentándole que tenía la teoría de que los sofás hacían algo con la gente. Yo no era el mismo cuando estaba en la habitación morada con ella, y estaba claro que ella no era la misma tampoco. Cuando Max empezó a meterle mano a Bella y ella se rió sin apartarlo de su entrepierna yo vi probada mi teoría. Estaba preparado para presentarla en Cambridge.
               -¿Os busco una habitación?-les pregunté, y Max me hizo un gesto con la mano para que me perdiera mientras Bella se reía con la boca de su novio en sus labios. Max no tuvo que decírmelo dos veces-. ¿Voy a por Scott para que os preste un condón, o estaréis bien, Maximiliam?-pinché a mi amigo mientras me levantaba, y él me miró un segundo, se echó a reír, negó con la cabeza, y procedió a sobarle las tetas a su novia por debajo de la camiseta.
               En su defensa diré que hacía tiempo que no la veía y Bella se había puesto un top de encaje pensando especialmente en la noche que pasarían juntos en su casa, que sus padres habían dejado vacía, para recuperar el tiempo perdido.
               Busqué a Bey entre la multitud, que daba saltos al lado de un grupo de chicas que me comieron con la mirada apenas llegué.
               -Vamos a ser tíos-le anuncié, y Bey frunció el ceño, divertida, miró en dirección a nuestro sofá y se echó a reír. Sacudió la cabeza y levantó las manos. No necesité invitación.
               Bailé a su lado, frotándome contra ella y haciendo que se riera cuando le hacía cosquillas, y le di un beso en la mejilla cuando tocó una canción más lenta y ella se abrazó a mi espalda. Su pelo me hacía cosquillas en la cara, pero estaba tan a gustito que no protesté como tenía por costumbre.
               Me pregunté cómo sería bailar así con Sabrae, como si estuviéramos en uno de esos bailes de fin de curso que aparecían en las películas americanas. Le habría preparado una invitación sorpresa, de ésas que se graban, se suben a Twitter y se vuelven virales; ella se habría puesto un vestido increíble, la habría recogido en su casa, le habría puesto una flor en la muñeca a juego con mi corbata y la habría llevado al gimnasio del instituto. Le llevaría ponche que supuestamente sería sin alcohol, pero que misteriosamente hacía que te sintieras más contentillo de lo habitual en cuanto tomabas el primer vaso. Bailaríamos hasta que nos dolieran los pies, y al final de la noche, cuando el suelo estuviera cubierto de serpentinas y confeti, ella se abrazaría a mí y estaríamos balanceándonos acurrucados el resto del tiempo, lo que le faltara de jornada laboral al DJ.
               Volví a sacar el móvil y Bey sonrió cuando me puse a cantar la canción, Beautiful, de Bazzi. Le dije a Sabrae que nada se comparaba con tenerla desnuda, a pesar de que no la había visto desnuda.
               Me guardé de nuevo el teléfono en el bolsillo del pantalón y le di a Bey un abrazo de oso.
               -Te he fastidiado el polvo, ¿a que sí?
               -No te preocupes. Era un gilipollas. Seguro que no me habría dejado satisfecha-mi amiga se encogió de hombros.
               -Siempre puedes pedir que te lo coman.
               -Los tíos no lo hacéis bien.
               -Yo lo hago bien.
               -¿Sabes la cantidad de chicos que me han dicho lo mismo y luego son incapaces de hacerte llegar?
               -A Sabrae le gusta.
               Bey se echó a reír, sacudió la cabeza, exhaló un suspiro amoroso y cerró los ojos. Apoyó la cabeza en mi hombro y yo pensé que me moriría del gusto.
               -¿Reina B?
               -¿Mm?
               -¿Cuándo crees que volverá? Tengo muchas ganas de verla.
               Bey se echó a reír.
               -Lo he notado, por mucho que te sorprenda. No tengo ni idea, Al, supongo que un par de días después de Navidad. ¿Por qué no le preguntas a Scott?
               -Porque seguro que me vacila y me dice que no lo va a hacer hasta después de Fin de Año, y a mí me dolerá el corazón si me dice que no voy a verla hasta después de Fin de Año.
               -¿Te dolerá el corazón?-Bey no podía contener la risa.
               -Sí, seguro que del disgusto me ingresan en el hospital.
               El suelo daba vueltas a mi alrededor a más velocidad de la que lo hacíamos nosotros, así que perdía el equilibrio con muchísima facilidad. La música comenzó a arrastrarse de forma muy rara, alargándose y acortándose en momentos en que no parecía lo habitual. Volvió a sonar una canción con marcha y nos dedicamos a dar brincos, y luego, como era de esperar, pusieron a Jason Derulo.
               Y yo, como era de esperar, me senté en el suelo a lo indio y me negué a levantarme hasta que no terminara la canción.
               -¡Alec, ponte de pie!-me instaba Bey mientras sonaba Want to want me a todo volumen. Yo sacudí la cabeza un millón de veces, haciendo caso omiso a sus súplicas, diciéndole que no podía bailar a Jason Derulo, que Sabrae me había prometido que sólo lo bailaría conmigo así que yo sólo lo bailaría con ella. Me daba igual que me pisaran y me dieran patadas y rodillazos sin querer; yo no iba a moverme del suelo hasta que no terminara la canción.
               Cuando finalmente lo hizo, entre Tommy y Bey intentaron ponerme en pie, pero el suelo había empezado a girar más rápido y me costaba un montón. La cabeza me daba vueltas en sentido contrario, y sentía un calor impresionante, así que empecé a desabotonarme la camisa.
               -Estoy muy mal-le dije a Tommy, y él buscó a Scott, que buscó a Jordan, y entre ellos y Bey me sacaron de la discoteca y me sentaron en las escaleras de un bar abandonado. Cuando vieron que intentaba dormirme comenzaron a abanicarme y a darme agua, porque bajo ningún concepto podía cerrar los ojos y quedarme frito en las baldosas del suelo, que estaban frías y brillaban como las luces de un casino.
               -Habla conmigo, Al, dime algo-me instaba Bey, dándome palmaditas en la cara para intentar despertarme.
               -¿Qué hacemos?-preguntó Tommy con angustia, y Jordan se volvió hacia él.
               -Vuelve dentro con Diana. Ya nos ocupamos nosotros de él.
               Tommy se lo quedó mirando.
               -No voy a dejarlo solo.
               -No estoy solo-les dije yo a los tres Tommy que tenía delante de mí, los cuales se movían el unísono, como perfectos clones-. Estoy con Bey y Jordan.
               -¿Qué ha dicho?-preguntó Bey, volviéndose hacia Scott, que levantó los brazos.
               -¿Y yo qué sé? ¡Hablo urdu, no ruso!
               -Podéis repartiros-continué, señalando al Tommy de la izquierda-. Tú puedes ir con Diana. Tú-señalé al del centro-, quédate conmigo. Y tú me traes otra bebida-señalé al de la derecha.
               -Alec, estás hablando en ruso. No te entendemos.
               -Quiero ver a Sabrae-protesté-. No puede marcharse. Necesito verla mañana. Mañana es viernes y los viernes son nuestro día.
               -Y ahora estás hablando en griego.
               -Dile a tu hermana que no se marche-me dirigí a Scott-. Necesito estar con ella todas las tardes. Si no la beso mañana, me moriré de pena.
               Tommy y Scott se miraron, intentando aguantar la risa.
               -Creo que es hora de que nos vayamos a casa, ¿eh, tío?-Jordan tiró de mí para ponerme en pie, y yo lo miré. Él también se había multiplicado por tres.
               -Eres el puto amo-le dije, y Jordan me dio unas palmaditas en la espalda. Bey se volvió hacia Scott y Tommy, que esperaban instrucciones.
               -Llamad a mi hermana. Decidle que me voy. ¿La acompañáis a casa si decide quedarse?
               -Claro, Bey.
               -Guay, gracias-Bey se puso a mi lado y me pasó el brazo por los hombros-. Caray, Al, vaya lo que pesas.
               -¿Adónde vamos?
               -A casa.
               -¿A casa de quién? ¿A la de Scott? Sabrae está en casa de Scott.
               -No, vamos a tu…-empezó Bey, pero Jordan la cortó.
               -Sí, Al, vamos a buscar a Sabrae. Venga, ¿puedes caminar?
               -Sí, pero el suelo se mueve-protesté, y ellos pusieron los ojos en blanco. Les costó un montón conseguir llevarme hasta mi casa, pelea conmigo incluida (en cuanto me di cuenta de adónde íbamos, empecé a arrastrarme por el suelo en dirección a la calle de Sabrae) y, cuando por fin llegamos a mi puerta, se dieron cuenta de que había salido sin llaves. Jordan tuvo que ir a su casa y buscar la copia que tenía en su habitación, y cuando regresó con nosotros, me encontró sentado en el felpudo, con Bey consolándome mientras yo me hacía una bola y escupía una retahíla de disculpas.
               -Os he fastidiado la noche, perdonad, no deberíais estar cuidándome, deberíais estar pasándooslo bien…
               -No pasa nada, de verdad, Al-me aseguraba ella-, yo ya estaba cansada, los pies me están matando, y Jordan tiene que madrugar mañana, así que está bien.
               -¿Puedes levantarte?-me preguntó Jordan, y yo me tambaleé para ponerme en pie. Abrió la puerta y Bey agarró a Trufas para que no se escapara, y Jordan empezó a subir las escaleras arrastrándome sobre sus hombros. Abrieron la puerta de mi habitación y me metieron dentro, me tumbaron sobre la cama y me di la vuelta, listo para dormir.
               -Buenas noches.
               -¿No se te olvida algo?
               -Es verdad-busqué mi móvil-, no le he dado las buenas noches a Sabrae.
               Bey y Jordan se miraron un momento y rieron entre dientes mientras yo intentaba desbloquear mi móvil, pero no lo estaba haciendo con el dedo correcto y el aparatito de los cojones no me reconocía la huella dactilar. Se pusieron a desvestirme; Jordan me quitó los zapatos mientras Bey me desabotonaba la camisa y se peleaba conmigo para quitármela.
               -¿Vamos a hacer un trío?-pregunté, y Jordan se me quedó mirando, estupefacto.
               -Estás tú para tríos. Si ni siquiera sabes dónde tienes la polla.
               -Aquí-respondí, llevándome una mano al paquete-. Estoy listo-abrí los brazos en cruz y miré al techo-. Venga, Bey. Al lío.
               -Nada de tríos. A dormir. Quítate la camisa… así, muy bien. Levanta un poco el culo para que Jordan pueda… ahí está. Venga-Bey tiró de mí para que Jordan pudiera abrir las mantas y meterme dentro. Me arrebujé dentro y lancé un suspiro de satisfacción. Bey me dio un beso en la frente y me deseó buenas noches.
               -Buenas noches, reina B.
               -Qué ganas tengo de que estés hecho una mierda mañana-rió Jordan, y yo sentí cómo algo impactaba contra mis pies cuando apagaron la luz y dejaron la puerta entreabierta. Trufas se había colado en mi habitación y usaba mis pies de almohada.
               Busqué mi móvil entre las mantas; se había caído mientras me desvestía. Lo encontré y me las apañé para abrir Telegram, la luz de la pantalla me quemaba en los ojos. Toqué la foto de Sabrae y empecé a teclear mi despedida, porque no podía grabarle un mensaje dándole las buenas noches, deseándole dulces sueños y un buen viaje. Habría despertado a mis padres si me hubiera puesto a hablar.
Buenas noches preciosaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
               Me quedé dormido mientras tecleaba, con el conejo apostado a mis pies, guardando mi sueño y ese mensaje cuya última letra se multiplicaba hasta el infinito.


Mamá dio un toquecito con los nudillos en la puerta de la habitación de mi hermano justo antes de entrar. A mi lado, Duna, vestida con su pijama de vaquitas, se puso a dar brinco en cuanto un poco de luz entró en la habitación de Scott. La silueta del mayor de nosotros se recortaba contra la pared como una isla en el horizonte nocturno. Shasha, Duna y yo entramos en tropel detrás de mamá, que caminó despacio hasta sentarse al borde de la cama. Le pasó los dedos por la piel a Scott, que ni siquiera se percató del contacto.
               -Amor-murmuró mamá, queriendo despertarlo pero sin sobresaltarlo. Sus dedos fueron por su mandíbula y subieron por su mejilla hasta su pelo negro, una de las dos cosas que mi hermano había heredado de ella: la otra eran sus ojos-. Mi niño. Tesoro-le dio un beso en la mejilla y Scott se revolvió. Duna se acercó a él y estiró la mano, helada, dispuesta a colársela por el cuello y tratar así de despertarlo.
               A Scott no había quien lo levantara de la cama en cuanto se acostaba y se quedaba dormido. Era increíble la capacidad que tenía para aislar todo ruido y dormir incluso durante las mayores tormentas.
               -Scott, despierta. Ya sé que estás cansado, pero tienes que levantarte para que podamos despedirnos.
               Scott se revolvió en la cama, se dio la vuelta y exhaló un suspiro. Mis hermanas y yo miramos a mamá, esperanzadas. Mamá se quedó mirando a su primogénito, su único hijo mayor. Él iba a quedarse en Londres durante el fin de semana; cogería el último tren a Bradford la noche del domingo y llegaría justo a la hora de acostarse. Como se iba a quedar en casa después de que nosotros nos fuéramos, mamá quería darle instrucciones.
               Y despedirse de él.
               Aunque sospechaba que era más bien lo segundo que lo primero. No teníamos tiempo que perder. Yo todavía no había terminado mi maleta (quería que Scott se levantara para prestarme la sudadera con la que se había quedado dormido), Shasha ni siquiera la había empezado, y Duna estaba correteando por casa, deseando que nos fuéramos para ver cuanto antes a nuestros primos, sus mejores compañeros de juegos.
               Mamá asintió con la cabeza por fin, y las tres saltamos sobre la cama de Scott.
               -¡SCOTT!-gritamos Shasha y yo, tumbándonos sobre nuestro hermano y sacudiéndolo, pero ni por esas conseguimos arrancarle más que un murmullo.
               -Putas crías…
               Mamá puso los ojos en blanco y se colocó a los pies de la cama, asistiendo a la matanza del mayor de su prole. Duna se metió en la cama con Scott y empezó a mordisquearle las mejillas, mientras yo daba saltos sobre la cama, con cuidado de no chocarme con él.
               -¡Despierta, Scott, despierta!-gritaba Shasha, y Scott se dio la vuelta y nos enseñó el dedo corazón.
               -Dejadme en paz.
               -Vale ya, chicas, gracias.
               Shasha y yo nos bajamos de la cama mientras Scott se incorporaba lo suficiente como para quedar casi sentado dentro de las mantas. Bostezó sonoramente y se frotó la cara. Duna se metió en el hueco que había entre su cuerpo y la cama y sonrió cuando él se la quedó mirando. Se echó a reír cuando nuestro hermano le hizo cosquillas.
               -Hola, peque.
               -Voy a preparar ya la comida. ¿Vas a desayunar?
               Scott miró a mamá, asintió con la cabeza y se rascó el costado.
               -¿A qué hora os vais?
               -Después de comer. Es un viaje largo.
               Scott asintió con la cabeza y miró en derredor. Sus ojos se clavaron en mí, y parpadeó, desconfiado, cuando esbocé una sonrisa radiante para seducirlo. Se tocó el cuello de la sudadera roja de Deadpool y yo asentí con la cabeza.
               -Luego te la doy.
               -¡Genial!-respondí, y me abracé a su cuello y le di un beso en los labios.
               -Te dejamos que descanses-sentenció mamá, y con esas simples palabras y el asentimiento de Scott, salimos de la habitación y cada cual se fue a ocuparse de sus asuntos. Mamá tuvo que gritarle una vez más a Shasha para que hiciera su maleta y yo me metí en mi habitación. Con música puesta, recogí mi móvil y me senté sobre mi pie en la cama, rezando en silencio para que una notificación me atravesara la pantalla cuando la encendiera.
               No hubo suerte. Alec todavía debía de estar durmiendo, porque aún no había contestado a mi mensaje. Entré en la conversación con él y comprobé que no había respondido a mi pulla, justo después de aquel testamento kilométrico con el que se había despedido de mí. Me quedé mirando la a que aparecía en bucle como si se hubiera quedado dormido tecleándola, de la forma en la que sólo un teléfono puede quedarse pillado y empezar a funcionar como loco, actuando como si fuera un teclado físico y no táctil.
               Me mordisqueé el labio y tuve que decirme a mí misma que no tenía ningún derecho a despertarlo, pero la tentación de llamarlo por teléfono y escuchar su voz una vez más era demasiado grande.
               Por suerte para él y para la estabilidad de nuestra relación, un mensaje entrante apareció en la parte superior de la pantalla, ocultando por un momento el nombre de Alec y su cara. Toqué en el nombre de Amoke y leí lo que me había escrito.
Ya estoy en pie
Y yo que me alegro, Momo.
Y adivina con quién me encontré ayer 😉
               Sonreí, mirando mi teléfono.
Con mi hermano, seguro.
Caliente, caliente. Bueno, sí, tu hermano también. Vi a Alec.
¿Y qué tal?
Estaba súper borracho. Me sorprendió que nos reconociera, la verdad.
😂 ¿Por qué no iba a reconocerte?
No sé. Los tíos son raros, ya sabes.
El caso es que me preguntó por ti.
               Rodé en la cama hasta quedar tumbada sobre mi vientre y sonreí.
¿De veras? ¿Qué te dijo?
Dijo que si estábamos nosotras aquí, también deberías estarlo tú. Parecía bastante interesado en verte.
No me extraña 😉
Jjajajaja, ¿qué hicisteis ayer? Nos preguntó si nos habías dicho que le habías visto, y yo le dije que sí, pero la cosa fue más allá. Está claro  que hicisteis algo más que coincidir.
Sí, vi a Alec.
Eso ya me lo habías dicho.
Varias veces.
               Me senté de nuevo sobre mi pie y me mordí el labio mientras contemplaba cómo Amoke escribía. Su nombre acompañado de tres puntos que se hinchaban y menguaban a medida que pasaban los segundos.
Oh.
               Solté una carcajada al ver su respuesta y me tumbé de nuevo en la cama, pensando en lo que había pasado ayer.
¿De veras?
Pasamos tiempo juntos. No quería decírtelo porque quería contártelo en persona, pero… estuvimos toda la tarde juntos
¡Qué genial! ¿Y le has contado eso?
¿El qué?
Ya sabes, lo que descubriste con Hugo.
¡No! Ni loca.
Una pregunta inocente, ¿acaso eres lerda, Sabrae?
               Me mordí el labio de nuevo, conteniendo la risa, y me preparé para soltar el bombazo.
Es que estaba demasiado ocupada metiéndome su polla hasta los riñones.
               No esperé a darle margen para que me contestara. Bloqueé el teléfono y lo coloqué sobre mi escritorio mientras recogía las cosas para el viaje en coche. Ya tenía la ropa lista, pero los objetos más personales, aquellos con los que me entretendría, todavía estaban desperdigados por mi habitación.
               Los timbrazos de los mensajes que Amoke me enviaba, intentando sin éxito que yo contestara y le diera más detalles, hacían las veces de base musical para las canciones que se iban sucediendo. Cuando empezó a sonar The Weeknd, yo me quedé quieta en mi habitación un momento, disfrutando de los recuerdos que la música me traía. Mi vista se paseó por mi habitación como lo hacían las manos de Alec mientras bailábamos Often, y cuando topé con la rosa amarilla que había dejado sobre mi escritorio, sonreí. La recogí y me senté en la silla giratoria, me la llevé a la nariz, cerré los ojos y e inhalé su tenue perfume.
               Su aroma me catapultó de vuelta a la noche pasada, con los dedos de Alec acariciándome la mandíbula, sus ojos conectados con los míos, haciéndome promesas que su boca todavía no osaba hacer. Recordé la presión de su boca sobre la mía, la calidez de su lengua rodeando la mía. Me apeteces.
               Me dejé la flor un momento en el regazo y volví a recoger el móvil, a pesar de que sabía que él no me había contestado aún. No había sonado su tono de mensaje.
               Dejé la rosa de nuevo en el escritorio, junto a mis libros, y terminé de preparar la mochila. Justo había vuelto a recogerla cuando escuché a alguien subir las escaleras a toda velocidad. Dos segundos después, Amoke aparecía por la puerta de mi habitación.
               -¿Cómo te atreves a dejarme en leído?
               Solté un grito por la impresión al verla y luego me eché a reír cuando se abalanzó sobre mí. Comprobé que se había estado pintando las uñas, y que dos de ellas tenían la laca corrida de la prisa con la que había venido a verme.
               -¡Ahora mismo me estás contando todos los detalles jugosos de lo que hicisteis tú y ese semental ayer por la tarde!
               -¡Baja la voz, Momo! ¡Te van a oír!-le tapé la boca y ella me mordió. Se sentó en la cama, dio un par de palmadas en el aire, y alzó las cejas, esperando a que empezara a hablar.
               -Ayer tuvimos sexo-revelé, y Amoke soltó un admirado “¡uuh!” que edulcoró con una sonrisa cargada de intención. Hundí los hombros, me mordí el labio y levanté la cara hacia el cielo, recordando el placer que había sentido teniéndolo de nuevo entre mis piernas, haciéndome gozar como no lo había hecho nunca. Puede que fuera lo mucho que le echaba de menos o el morbo de estar haciendo algo rayano en lo prohibido, pero el caso es que jamás me había sentido tan bien portándome así de mal-. Madre mía, no te imaginas lo mucho que me hizo disfrutar, Momo. Lo hicimos como animales. Como si estuviéramos en celo. Estábamos en el parque, los dos solos, nos llovía encima y a él le bajaba el agua por la cara, y yo no podía parar de necesitarlo… estaba tan excitada que ni siquiera me hizo daño, y mira que es súper grande.
               -Espera, espera, ¿cómo que estabais en el parque? ¿Qué hacíais en el parque? ¡Creí que habíais ido a su casa!
               -Qué va. No nos habría dado tiempo a ir a su casa. Ni venir a la mía. Ni siquiera…-me mordí el labio y me eché a reír, ocultando la sonrisa tras mi mano. Amoke frunció el ceño.
               -Ni siquiera, ¿qué?
               -Ni siquiera teníamos preservativo.
               Amoke puso los ojos como platos. Abrió la boca, la cerró, y la volvió a abrir.
               -Eh… Sabrae…
               -No pasa nada. Tomamos precauciones.
               -¿Qué clase de precauciones?
               -No llegó a correrse.
               -Pero eso no tiene nada que ver.
               -A ver, Momo, es imposible que me deje embarazada. No llegó a correrse de ninguna forma. Ni mientras lo hacíamos, ni después. No me dejó tocarlo ni chupársela ni…
               -Puedes quedarte embarazada aunque él no se corra.
               El invierno se apoderó de mi pecho al escuchar las palabras de mi amiga. A pesar de que no tenía ningún sentido, un terror irracional se instaló en mi interior. Vale que yo misma había fantaseado con cómo serían nuestros hijos si se daba la casualidad de que él se convertía en el padre de los niños que salieran de mi vientre, pero una cosa era pensar eso en un momento en el que estás profundamente enamorada y regodeándote en ese sentimiento, y otra muy diferente era que quisiera ser madre ya.
               Por mucho que tuviera claro que quería tener hijos en un futuro, no estaba preparada ni dispuesta a tener hijos aún. Mi deseo de ser madre era algo etéreo, intangible. No quería verme limitada en mi temprana edad adulta por un bebé, imagínate en mi adolescencia.
               -Eso no es posible-respondí, tozuda, pero Amoke parpadeó.
               -En el líquido preseminal puede haber espermatozoides. ¿Es que no prestas atención en las clases de biología?
                -Yo… yo…
               -¿No se lo has dicho a tu madre?
               -¿Cómo se lo voy a decir a mi madre, Amoke? ¿Eres tonta? He tenido sexo sin protección, justo lo que ella me tenía más prohibido. Se supone que siempre tengo que hacerlo con condón porque así se elimina el peligro de que pasen accidentes, y aun así suceden…-señalé instintivamente a la pared que compartía con la habitación de Scott, y Amoke se volvió.
               -Bueno, tampoco tiene que cundir el pánico. No creo que pase nada, tendrías que tener muy mala suerte para quedarte embarazada. Y si no, siempre puedes abortar, aunque ahí sí que tendrías que contárselo a tus padres-meditó-. Pero te puedes inventar que usasteis preservativo igual y que se os ha debido de romper.
               -¡No pienso abortar, Amoke! ¿Sabes cómo se practican los abortos? ¡Te meten una aspiradora dentro! No quiero que me metan una aspiradora en el chichi-siseé-, ¿tienes idea de lo grandes que deben de ser?
               Amoke me miró de lado.
               -Una aspiradora no, ¿eh? Pero una polla de quince centímetros, bien que te entra.
               Me envaré en la silla mientras Momo sonreía, satisfecha con la forma en que me había hecho callar. Me crucé de brazos e hice un mohín, y miré la rosa amarilla.
               -Son más de quince centímetros-espeté, tozuda, porque pude que estuviéramos hablando de cosas muy serias, y puede que la cabeza me estuviera dando vueltas ante la posibilidad de que hubiera algo en mi interior, corriendo a intentar fecundarme-. Incluso puede que sean más de veinte.
               Amoke se echó a reír, y me hizo sitio en la cama cuando fui a sentarme a su lado.
               -Te has puesto pálida, Saab.
               -¿Cómo he podido ser tan estúpida, Momo? No voy a poder mirar a mis padres a la cara nunca más. Con todo lo que ellos me han insistido…
               -Eh, ¿te piensas que esto no le pasa a la gente normal? Venga, Saab, que te has tirado a un chico sin protección, ni que hubieras matado a alguien-me dio un toquecito en el hombro-. Tiene fácil solución. Podemos… quizá si hablamos con Layla, la que estudia medicina, pueda conseguirnos la píldora y tu madre no tiene por qué enterarse.
               Su última frase me laceró las entrañas como una espada helada. Su mordisco gélido hizo que me quedara sin respiración un momento.
               Luego, me eché a llorar. Me tapé la cara con las manos y dejé que las lágrimas se deslizaran por mi rostro mientras me deshacía en sollozos. Momo se puso tensa a mi lado, me abrazó rápidamente y me dio un beso en la cabeza.
               -Saab, ¿qué te pasa? Tiene arreglo, no te preocupes, no va a pasar nada.
               Había sido una estúpida. No debería haber dejado que Alec me convenciera para parar. Una vez habíamos empezado, lo justo era que ambos llegásemos hasta el final. ¿Cómo había podido ser tan tonta? Por supuesto que podía quedarme embarazada si él hacía la marcha atrás; si de verdad funcionara, no habría tantos embarazos adolescentes como efectivamente los había. Casi nadie utilizaría condones, ni otros anticonceptivos, si todo era tan fácil como sacar la polla antes de que ésta se pusiera a expulsar semen.
               Él se había sacrificado por mí, había puesto mi bienestar por encima de su placer, y todo había sido en vano. Sentía que le había traicionado en cierta manera por considerar siquiera recurrir a la píldora, pero sabía que no tenía otra opción. No dormiría bien por las noches hasta que me viniera la regla, y me tocaba en unas semanas. Necesitaba estar tranquila, disfrutar de mis vacaciones, estar con mi familia y pasármelo bien con mis primos, adorar a los recién nacidos sin pensar en que puede que hubiera un proyecto de bebé en mi interior.
               Y no quería mentirles a mis padres. Me habían dado la suficiente libertad como para que yo pudiera madurar y tomar decisiones por mí misma, siguiendo lo que yo creía que era mi propio camino a la felicidad. Ellos no se lo merecían, y la confianza que habían depositado en mí debía ser recíproca. ¿Cómo iban a fiarse de mí si yo no me fiaba de ellos? ¿Cómo iba yo a ser libre si no era capaz de pedir ayuda cuando tenía un problema que se me venía grande?
               -No quiero que mis padres se sientan decepcionados por tener una hija tan tonta-expliqué, y Amoke chasqueó la lengua.
               -Cariño, no eres tonta. Es perfectamente normal lo que te ha pasado. ¿Crees que yo no tuve momentos con Nathan bastante subiditos de tono? Probablemente lo hubiéramos hecho un par de veces sin protección también de no estar sus padres en casa. La diferencia entre tú y yo es que yo nunca me vi sola con el chico que me gusta sin tener condones a mano, pero estoy segura de que yo habría reaccionado exactamente igual que tú. A tus padres no les va a hacer gracia, eso es evidente-aceptó-, pero no creo que se lo tomen tan mal como tú piensas. Yo creo que se molestarán un poco porque has hecho una tontería, pero te ayudarán a solucionarlo. Son tus padres. Son muy enrollados.
               -Precisamente porque son enrollados, Momo. No quiero que dejen de serlo porque he cometido una estupidez.
               Amoke se puso en pie, se limpió las manos contra la tela de los vaqueros, y me la tendió.
               -Ven. Vamos a decírselo. Yo estaré contigo, como siempre.
               Me quedé mirando su mano, surcada por las líneas que se suponía que regirían su vida. En ningún sitio ponía que Amoke fuera la mejor del mundo, pero yo tampoco necesitaba leerlo para saber que era así. Sorbí por la nariz, asentí con la cabeza y acepté la mano que había estirado. Estrechó la mía con fuerza, me limpió las lágrimas, me dio un beso en la punta de la nariz y me llevó fuera de mi habitación. Bajamos juntas las escaleras y abrimos la puerta de la cocina. El sonido de la comida haciéndose y los utensilios chocando unos con otros mientras mamá se afanaba con ellos me tranquilizó un poco.
               Me recordó que estaba en casa, que nada podía hacerme daño en esas cuatro paredes.
               -Sher, ¿está Zayn?
               Mamá se volvió para mirarnos a ambas, sorprendida. Amoke nunca le había pedido ver a mi padre; cada vez que acudíamos las dos en pareja a ella, era porque necesitábamos consejo sobre un tema en el que papá o no estaba versado, o era directamente el enemigo.
               -Lo prefiero así-le susurré a Momo, que me miró un momento y me respondió en el mismo tono:
               -Pero seguro que se lo cuenta a tu padre, y así será más fácil que no se enfade con Alec y contigo. Porque estoy segura de que se va a enfadar.
               -¿Tú crees?-musité, sintiendo que mi estómago se encogía. No quería que papá se enfadara conmigo, y mucho menos con Alec. Él me había comentado el respeto que había empezado a cogerle, y eso que papá no estaba siendo nada hostil con Alec. Le había visto ser hostil con otra gente, y bajo ninguna circunstancia quería que lo fuera con mi chico.
               -¿Para qué lo queréis? ¿Y por qué cuchicheáis tanto?
               -Es que Sabrae tiene algo que comentaros, Sher-explicó Amoke, conciliadora, agarrándome del brazo y colgándome de ella. Era mi pilar, mi roca, la estrella que guiaría mi camino cuando me adentrara en el mar y perdiera la referencia incalculable de la costa.
               -Ah. De acuerdo. Dejadme un momento…-toqueteó algo en la vitrocerámica y nos miró a continuación, con los brazos en jarras-. ¿Qué pasa, amor?
               -Es que… tengo algo que decirte. Pero, por favor, no te enfades, mamá. Y no se lo digas a papá.
               -¿Enfadarme? ¿Decírselo a papá? Pero, ¿qué te ha pasado, Sabrae?
               -No quiero que te molestes conmigo. No lo he hecho a propósito. Ha sido sin pensar-vadeé el pantano de lo que había sucedido y lo que podía sucederme con cuidado, deseando que no hubiera ningún tipo de bicho a punto de devorarme oculto entre el fango-. Y si papá se entera…
               -¿Enterarme de qué?-inquirió una voz a mi espalda y yo no me atreví a girarme. No hizo falta, de todas formas. Mientras yo prácticamente le clavaba las uñas en el antebrazo a Amoke, papá apareció por el borde de mi campo de visión y nos rodeó para establecer contacto visual conmigo. Me relamí los labios, sintiendo cómo una fina película de sudor se me formaba en la frente y una gota descendía por mi columna vertebral, y rehuí su mirada.
               -Bueno, ya que está aquí, no voy a poder ocultarle nada. ¿Qué te pasa, hija?
               -¿Me prometéis que no os enfadaréis?
               -Depende de lo que hayas hecho, Sabrae-contestó papá, apoyándose en uno de los taburetes redondos de cuero de la cocina. Subió un pie a la barra que lo rodeaba mientras el otro seguía apoyado en el suelo, y, con las manos entrelazas en la rodilla, me atravesó con una mirada oscura, severa pero a la vez tremendamente comprensiva.
               Algo de él se intuía lo que iba a decirle. Y todo él estaba convencido de que tenía que ver con Alec.
               Mamá se puso al lado de su marido, la mano apoyada sobre el mármol de la isla donde tantas y tantas veces habíamos derramado harina para hacer el postre de cada fin de semana. Papá la miró de reojo, ajustándose a su posición como un satélite lo haría a su planeta.
               -Veréis, es que… ayer estuve con Alec, y…-empecé a frotarme las manos, nerviosa, y miré a Amoke en busca de ayuda.
               -No es nada grave-aseguró mi amiga, y yo tragué saliva, intentando deshacer el nudo que se me había formado en la garganta, pero lo único que conseguí fue atragantarme aún más.
               -Pues perdonad, chicas, pero no lo parece-comentó mamá mientras papá esperaba en silencio, cada vez más y más tenso. Todo su cuerpo estaba en alerta máxima, como si fuera una gacela en la sabana a la que el viento le había traído el olor del guepardo agazapado entre la hierba-. Ayer estuviste con Alec, lo sabemos, ¿y qué?
               -Veréis, la razón de que tardáramos tanto en venir… aparte de porque nos cogió la tormenta… es que…
               Me quedé callada de nuevo. La valentía siempre había sido uno de mis puntos fuertes, pero ahora me veía totalmente privada de esa virtud. Por mi mente no hacían más que deslizarse pensamientos negativos: me castigarían, me impondrían un toque de queda, me prohibirían salir, me impedirían estar con él. Harían todo lo posible por separarme de él, y si me separaban de Alec, me separarían de una parte de mí misma que aún no había terminado de descubrir.
               Pero lo poco que había visto de esa parte era más que suficiente como para saber que era mi preferida de todas las que me conformaban. Si yo estuviera compuesta de vidrieras, la parte de mí que estaba diseñada por Alec sería el rosetón de una catedral.
               -¿… es que?-animó papá, quizá un poco conmovido por lo mucho que me estaba costando sincerarme. Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas, poniéndome en el peor escenario, y sorbí por la nariz, parpadeando deprisa para impedir que se derramaran.
               Me sentía fatal por lo que había hecho, fatal por haber sido tan boba, fatal por haber privado a Alec de una parte tan importante de nuestra relación, y fatal por pensar tan mal de mis padres. Separarme de él no era propio de ellos. Mi angustia no debía dominarme.
               Claro que decirse a una misma que todo irá bien no quiere decir que una se lo crea. Cuando la noche es más oscura no se suele pensar que está a punto de venir el amanecer, sino que los monstruos campan a sus anchas, más fuertes y fieros que nunca.
               -Mantuvimos relaciones-expliqué, y mis padres se miraron un momento. Papá se mordisqueó el labio exactamente de la misma forma que lo hacía Scott con su piercing, y mamá le puso una mano en el hombro. Yo no lo sabía, pero los dos acababan de deducir juntos, mirándose a los ojos, con su conexión telepática, que lo que había pasado con Alec era grave. Y no habían necesitado ni un nanosegundo para decidir que me apoyarían en lo que fuera.
               -Pero eso ya lo hacíais antes…-me animó mamá, y yo noté cómo las lágrimas me ardían en las mejillas. Tanto mi madre como mi padre se pusieron rígidos al verme así, pero yo no podía impedir que se deslizaran por mi piel. Me sentía como un minúsculo embalse a plena capacidad en la montaña, cuando una tormenta de verano descargaba con fuerza sobre las cumbres, derritiendo la nieve y haciendo que yo estuviera al borde del colapso.
               -Pero es que esta vez no… tomamos… precauciones.
               Mamá parpadeó, estupefacta. Su reacción fue muchísimo más comedida que la de papá.
               Papá directamente se levantó de su asiento, rodeó a mi madre y también la isla, en un intento por distanciarse de mí y poder pensar con claridad. Se pasó una mano por el pelo, reflexionando, mientras caminaba por la cocina como un animal enjaulado. Como el tigre que tenía tatuado en el brazo, por ejemplo.
               -Zayn…-advirtió mamá, mirándolo por encima del hombro, pero papá la ignoró. Puso ambas manos sobre la isla, bien separadas, y asintió con la cabeza, digiriendo la información que acababa de proporcionarle.
               -Voy a hacerte una pregunta y quiero que seas muy sincera conmigo, Sabrae. Ni se te ocurra mentirme para protegerle, ¿de acuerdo?-su mirada era dura y tremendamente oscura, nada parecido a su forma de mirarme habitual. No estaba siendo el papá amantísimo que yo había conocido a lo largo de mi vida, sino el padre más que dispuesto a meter a una hija descarriada en vereda. Fuera lo que fuera lo que estuviera a punto de preguntarme, me dolería. Tanto por su tono, como por la pregunta en sí, como por lo visceralmente honesta que aquellos ojos me obligaban a ser-. ¿Te obligó él?
               Me lo quedé mirando, impresionada. Noté cómo Amoke cambiaba el peso de su cuerpo de un lado a otro, como si creyera a Alec realmente capaz de una cosa así.
               Hace poco más de un mes le creerías capaz de cosas mucho peores, me recordó una voz hiriente en el fondo de mi conciencia. Me vi obligada a responderle que yo, hace poco más de un mes, no conocía a Alec.
               Ver a una persona todos los días no es conocerla. Por mucho que tú creas que es así.
               -¿Qué? ¡No!
               -Sabrae-bufó papá, paciente-. No estarás intentando engañarme, ¿verdad?
               -¡No! ¡Alec no es capaz de una cosa así! ¡Le conocéis! Le conocéis, mamá-me volví hacia ella, que permanecía callada, con el puño cerrado colocado en su mejilla, como si el jersey que llevaba puesto tuviera la clave de la situación en la que yo me encontrara y con su piel pudiera descifrarla-. Él es bueno. Es bueno, papá.
               -Los chicos buenos no obligan a las chicas a hacer cosas que no quieren.
               -¡Él no me obligó a nada! ¡Es más, insistió en que no lo hiciéramos!-insistí, desesperada. Mi grito resonó por toda la cocina cuando hablé más de la cuenta, pero así era mi forma de querer: lo hacía con la intensidad de un huracán. Cuando alguien me importaba, no permitía que nadie le hiciera daño: ni a esa persona, ni a la imagen que yo tenía de ella.
               Alec me juraría una y mil veces a lo largo de los años que moriría por mí sin pensárselo dos veces. Lo que él no sabía era que no haría falta: mataría con mis propias manos a todo aquel que intentara hacerle daño. Fuera una persona o fueran mil millones.
               -¡Fui yo la que quiso seguir adelante y hacerlo sin protección!-añadí, y papá frunció el ceño, estupefacto. Mamá separó el puño de su cara y se me quedó mirando sin entender.
               -¿Por qué harías una tontería semejante?
               -Yo… es que… yo…
               -Sabrae Gugulethu Malik-instó mi madre, y Amoke me soltó y dio un paso atrás, comprendiendo que o se apartaba o sería un daño colateral más. No puedo decir que su gesto me gustara, pero yo la entendía. A veces era mejor una retirada a tiempo que luchar una batalla perdida.
               Siendo una espectadora y dejando que yo me enfrentara sola a los leones, podría curar después mis heridas.
               -En esta casa tenemos unos valores muy claros con respecto a lo que hacemos. En temas de sexo, debes tener dos cosas muy presentes: sólo sí significa sí, y el único sexo que puedes mantener es con protección. ¿He sido clara?
               Asentí con la cabeza.
               -Tu padre y yo siempre hemos tenido bien claro que os daríamos a tus hermanos y a ti la libertad que os merecierais, atendiendo a los valores que os estamos inculcando. ¿No lo tienes siempre presente?
               Volví a asentir, avergonzada.
               -Bien, entonces, te lo preguntaré una vez más: ¿por qué has decidido desobedecernos a tu padre y a mí?
               -Es que… yo…
               -Piensa muy bien lo que vas a decir a continuación, señorita-urgió mi padre, y yo me lo quedé mirando. Me escocían los ojos.
               -Hacía semanas que no estaba con él, y que no le veía, y… estaba tan guapo… y me había tratado tan bien durante toda la tarde… y yo le echaba mucho de menos… y estábamos muy juntos… así que…
               -Así que te lo follaste sin más-papá se encogió de hombros-. ¡Hala! ¡A lo loco!
               -Tengo apetito sexual-me defendí, y mamá se volvió a mi padre.
               -No estás siendo justo con ella en ese sentido, Zayn. Lo malo no es que sienta deseos, lo malo es que no sepa valorar si es más importante estar segura a satisfecha sexualmente.
               -No he hecho nada que mamá no haya hecho en otra ocasión-ataqué.
               -No le hables en ese tono a tu padre-espetó mamá.
               -La diferencia es que tu madre era una mujer adulta, y tú eres apenas una niña. Y sí, yo también estoy hablando de cuando la dejé embarazada de Scott.
               Abrí la boca para contestar a la defensiva. Ahora que había encontrado una fuente de temeridad, tenía pensado beber de ella hasta saciarme. Quizás me ahogara en el camino, pero no me importaba.
               -¡Basta!-me interrumpió mamá-. No te equivoques, Sabrae: esto no es un debate político de los que ves a veces en la tele. No estás en posición de igualdad. Somos…
               -Los conservadores tampoco, y bien que les dan los mismos minutos-soltó papá, y Amoke rió por lo bajo. Mamá se volvió hacia él.
               -¿Quieres dormir en el sofá el resto del año? ¡Cierra la boca, Zayn!
               Papá agachó la cabeza con sumisión y mamá se atusó el pelo.
               -¿Por dónde iba…? Ah, sí. Somos tus padres, Sabrae. Nos debes un respeto. ¿Encima de ponerte a hacer el canelo con un chico, te crees que estás en posición de respondernos?
               -Lo siento, es que… no quiero que os enfadéis conmigo, mamá. He estado hablándolo con Amoke, y… bueno, voy a tomar la píldora.
               -Oh, por supuesto que vas a tomar la píldora, señorita. Puedes apostarte la cabeza a que sí.
                -Y, si se da el remoto caso de que no funcione…
               -Que puede pasar…-comentó papá, mirándose las manos. Mamá se volvió hacia él y lo fulminó con la mirada-. ¿Qué? La prueba viviente de que no es un método infalible está arriba, roncando como una moto.
               -Debería haberte cogido todo el dinero que pudiera cuando te encontré y haberme largado a vivir bien con Scott-se masajeó las sienes y papá sonrió.
               -Pero no pudiste porque te acordabas de que follaba muy bien.
               -No, no pude porque la primera mañana que me desperté en tu casa ya te tenía cariño. Y ya sabes cómo soy cuando me encariño con las personas.
               -Oh, gatita…-sonrió papá, acercándose a ella, rodeándole la cintura y dándole un beso en la mejilla.
               -Esto… no es por interrumpir el momento conyugal (que, por cierto, ha sido muy mono), pero si mal no recuerdo, le estabais echando la bronca a Sabrae.
               -¡AMOKE!-protesté, cruzándome de brazos.
               -¡Es que no quiero que se queme la comida!-se excusó mi mejor amiga.
               Cuando mamá se volvió para mirarme, tenía todavía las manos de papá en la cintura.
               -Te diré lo que haremos, Sabrae: dejaremos la comida en manos de tu padre e iremos ahora mismo al médico para que te recete la píldora. Y, de paso, pediremos cita con el ginecólogo.
               -Con el ginecólogo, ¿para qué?
               Mamá frunció el ceño.
               -Pues, ¡para que mire si estás sana, por supuesto!
               -No quiero tener prejuicios ni nada del estilo porque bien sabe Dios que yo me pegué la vida que se está pegando Alec todo el tiempo que pude, pero… cuando estás con muchas chicas, tienes muchas papeletas de que se te termine pegando algo. Y que se lo pasarás a otra persona es casi seguro.
               -¿Estabas limpio cuando te acostaste conmigo?-le preguntó mamá, mirando al techo. Papá hizo una mueca.
               -Sinceramente, Sher, no tengo ni puta idea. Que haya llegado a los cuarenta años y no se me haya caído el rabo a cachos me parece un jodido milagro.
               Amoke y yo nos echamos a reír, mamá esbozó una sonrisa.
               -Eres más tonto… bueno. El caso es que tenemos que asegurarnos de que esté todo en orden, ¿de acuerdo, Sabrae? Quizá deberíamos posponer el viaje-le comentó a papá-, por si consigo una cita urgente…
               -No hay necesidad. Duna tiene muchísimas ganas de ir a Bradford. Puedo tomarme la píldora en cualquier momento.
               -No lo digo por la píldora, lo digo por la revisión. Me preocupa más eso que la posibilidad de que puedas estar embarazada-aclaró mamá, y papá asintió con la cabeza.
               -¿Es en serio?
               -Pues claro que sí, hija. Un embarazo no deseado tiene muy fácil solución. En cambio, una enfermedad de transmisión sexual…-chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
               -Espera, ¿lo que más os molesta es que haya estado con Alec sin condón porque me podía pegar algo, y no por si me dejaba embarazada?
               Mis padres se miraron un segundo, no comprendiendo mi pregunta, y a continuación asintieron con la cabeza.
               -Pues claro, pequeña. ¿Qué te pensabas?
               -Que la idea de que os fuera a hacer abuelos os aterrorizaba.
               -¿Puedo ser sincero con vosotras, chicas? Y prometedme que no se lo diréis a nadie. Especialmente a Scott-papá esperó a que Amoke y yo nos mirásemos y asintiéramos-. El día que Scott entre por esa puerta-señaló la de la calle- con un bebé en brazos y nos diga que es hijo suyo… voy a fingir que me sorprende. Incluso estoy tomando clases de interpretación para cuando llegue el momento.
               -Zayn-mamá se echó a reír.
               -¿Qué, Sher? Mira al chaval. Es guapo e inconsciente, la combinación perfecta para ser padre antes de los 20.
               -Tú también eras guapo e inconsciente antes de los 20-mamá le dio un beso en la mejilla.
               -¿Cómo sabemos que no tengo un medio hermano por ahí?-puse los brazos en jarras y alcé las cejas.
               -Su madre me habría pedido dinero.
               -Y tú se lo darías-mamá le dio una palmada en el pecho y papá hizo una mueca.
               -¡Discúlpame! Si quieres seguir adelante con tu embarazo, no es mi problema.
               -Perdona, machito, pero las mujeres no nos quedamos embarazadas por obra y gracia del espíritu santo. Necesitamos un hombre para conseguirlo, y créeme si te digo que me encargaría personalmente de que te ocuparas de tus hijos bastardos.
               -¿“Personalmente”? ¿Es que acaso irías contra mí en un juicio?
               -Y lo haría gratis-reveló mamá, poniéndose de puntillas y esbozando una sonrisa radiante.
               -¿Por lo mucho que te gusta discutir conmigo?-preguntó papá, y mamá asintió con la cabeza, todavía su sonrisa en los labios-. Mira, Sherezade, eres una mala persona. Si no fueras la madre de mis hijos y estuviera tan locamente enamorado de ti, me habría largado hace años.
               -Ahí tienes la puerta; la mitad de la casa es mía y yo me quedaría con los niños.
               -Sí, claro, que te crees tú que te voy a dejar a los niños-protestó papá.
               -Vale, venga: a Sabrae te la quedas tú, que está en una edad un poco conflictiva.
               -¡Yo no estoy en una edad conflictiva! Me porto muy bien.
               -Te portas muy bien con Alec-soltó papá-, con nosotros ya no tanto. A él le das lo que él más quiere y a nosotros nos desobedeces y nos contestas.
               -No le doy lo que él más quiere. Ni siquiera terminó.
               Papá y mamá intercambiaron una mirada.
               -Es tonto-decidieron al unísono, y yo levanté las manos.
               -¡No es tonto, se preocupa por mí!
               -Si se preocupara por ti no habría hecho nada contigo. Antes de llover, chispea, Sabrae-replicó papá.
               -A la vuelta de vacaciones pienso exigir en el instituto que aumenten las horas de las charlas de sexología. Me parece de coña que un chaval de 17 años piense que la marcha atrás sirve para algo.
               -Pero, si no ha llegado a correrse, ¿no estaría yo a salvo de que me pasara nada?
               -No-sentenció mamá, y le dio un toquecito en el hombro a papá-. Me la llevo al médico, ¿te ocupas tú de la comida?
               Papá asintió con la cabeza, le dio un pico a mamá y se inclinó sobre las ollas.
               -Huele bien.
               -No me hagas la pelota, Zayn, que de Londres vas a salir tú.
               -Estoy hasta los huevos de esta familia; mando menos que la cobaya que le robaste a tu compañera de piso cuando te viniste a vivir conmigo.
               -A Don Peludo lo dejas fuera de la conversación, que no ha hecho nada malo. Venga, Sabrae, vete a cambiarte, que nos vamos. ¿Te quedas a comer, Momo?
               -¿Puedo?
               -Claro que sí, bonita.
               Empezamos a subir las escaleras y papá salió tras nosotras.
               -Hija-me volví-. Prométeme que no vas a volver a hacer una gilipollez semejante. Por muy excitada que estés. Prométemelo.
               Asentí con la cabeza.
               -Y si Alec se pone pesado, le sueltas un tortazo.
               -No necesita que le des ese consejo-rió Amoke, y yo la fulminé con la mirada.
               Abrí la puerta de mi habitación y empecé a sacar la ropa que tenía pensado llevar durante el viaje del armario. Mamá se apoyó en el marco de la puerta.
               -Lo que has hecho es una irresponsabilidad como una casa, Sabrae-me recriminó, y yo me oculté tras el jersey que había rescatado, como si estuviera desnuda y quisiera cubrirme.
               -Lo siento, mamá.
               -Ni se te ocurra volver a hacer una cosa así, ¿estamos? Si te apetece tener sexo, adelante, pero siempre tomando precauciones.
               -Si las habríamos tomado, mamá, de verdad, es sólo que… no teníamos a mano.
               -¿Y por qué no teníais?
               -Pues… porque no, mamá.
               Ella parpadeó un instante, decidiendo si seguir adelante o no.
               -Bien, cogeremos una caja de preservativos de la que volvemos del médico. Y quiero que lleves uno siempre encima, por si las moscas. Y, por favor, Sabrae… cuando se te terminen… dímelo.
               -Es que yo no los llevo encima-contesté, roja de vergüenza-. Siempre los pone Alec. Él es quien los lleva.
               -¿No eres feminista?
               -¿Qué tiene eso que…?  
               -El feminismo nos enseña que no necesitamos depender de ningún hombre, para absolutamente nada. ¿Eres feminista o no, Sabrae?
               -Sí.
               -Pues lleva tus propios condones, chica-mamá cerró la puerta de mi habitación para darme más intimidad.
               Me volví hacia Amoke, flipando en colores.
               -Tu madre es una jodida leyenda, ¿acaba de relacionar el feminismo con llevar siempre un condón encima?
               Me eché a reír y asentí con la cabeza, quitándome la sudadera de estar por casa y poniéndome el jersey. Un sonido emitido por mi móvil me interrumpió. Amoke y yo nos miramos un momento.
               -¿Es él?-preguntó, y yo asentí. Me acerqué al móvil y toqué el botón de inicio. Noté cómo el aliento se me escapaba de la boca al leer la notificación.
               Alec me había enviado un videomensaje.
               -Dios mío, ¿me dejas verlo?-preguntó Amoke, y por toda respuesta, me senté en la cama a su lado y abrí la conversación con él.
               Toqué el pequeño círculo en el que había empezado a moverse, en silencio, y la reproducción se reinició. Alec estaba tumbado sobre su costado; se giró para colocarse boca arriba y se frotó la cara.
               No llevaba camiseta.
               -Buenos días, lo primero-murmuró, dejando un momento su brazo sobre sus preciosos ojos. Crucé las piernas al escuchar su voz ronca de recién levantado, y en ese instante decidí que haría lo que fuera por despertarme cada mañana escuchándolo hablar así. Lo pondría de alarma, si era necesario, pero bajo ningún concepto permitiría que otro día mío empezara sin oír esa voz raspada, sensual, ronca-. Lo segundo… no te he grabado ningún puñetero vídeo del jodido amanecer-lo único mejor que Alec con su voz ronca de recién levantado, es Alec diciendo palabrotas con su voz ronca de recién levantado. Dios mío. Te haría gemelos hasta que nos salieran impares-, porque no sé si en tu casa tienes ventanas, bombón, pero mira-se puso en pie y me dejó una vista increíble de sus abdominales mientras abría algo en el techo de su habitación y escalaba hasta mostrarme el cielo encapotado de la ciudad. Había nubes que yo misma podía ver, desde otra perspectiva, por mi ventana-. Ni un solo huequecito entre nubes. Ugh. Adoro esta ciudad-bufó, sacudiendo la cabeza y echándose a reír. Se tiró de nuevo en la cama y se pasó una mano por el pelo-. El caso… tengo una resaca del quince, así que…-hizo una mueca y Amoke y yo nos reímos-. Es una lástima que te vayas hoy, el sexo va genial para las migrañas-tamborileó con los dedos sobre su pecho desnudo-. Te voy a echar mucho de menos. Vuelve cuanto antes. O te petaré el móvil con vídeos borracho. Va en serio, Sabrae-me señaló con el índice y yo volví a reírme-. Tengo una cámara y no dudaré en utilizarla-se rió, y no había cosa más adorable que su risa-. Bueno-bufó-. Que tengas un buen viaje. Habla conmigo, ¿vale? Mándame audios, o vídeos, o llámame y hacemos Skype. Echo de menos tu voz. Me apeteces-me guiñó el ojo y el vídeo se detuvo ahí, reiniciando la reproducción en silencio.
               Me quedé mirando el pequeño círculo en el que Alec se movía y hablaba sin decir nada. Momo se quedó callada, estudiando con aire soñador el vídeo.
               -¿Tiene hermanos?
               -Sólo a Mimi.
               -Pues tenemos que ahorrar para mandarlo a la Nasa y que lo clonen. Ni de coña te vas a quedar tú sola a un chico así. Dejaría que me pegara hasta un cáncer.
               Me eché a reír y sacudí la cabeza.
               -¿Te quedas hasta que me marche? Tengo que buscar un vestido para Nochevieja.
               -Creía que ya tenías ropa para Nochevieja.
               Puse los ojos en blanco.
               -Alec va a estar en Nochevieja. Ni de coña voy a llevar el vestido que compré la semana pasada. Abajo los cuellos cisne, arriba los escotes y las pulmonías, Momo.
               -Yas, bitch!-canturreó Amoke, y las dos nos echamos a reír. Dado que mis padres no me habían dicho nada de mis compañías, sino de cómo debía estar con ellas, pensaba disfrutarlas al máximo.
               Contaría las horas para volver a Londres y repetir lo que había hecho la tarde anterior con Alec. ¿Él me decía que yo le apetecía? Bueno, pues yo me moría de ganas de él. Qué larga se me iba a hacer esa semana de síndrome de abstinencia.
               Suerte que se había inventado el sexting.  





Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 

Además, ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. ¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

2 comentarios:

  1. Me parece demasiado puto adorable que todavía no sean nada (aunque en verdad lo sean todo) y se traten ya como si fuesen novios. Es que si esto es ahora, yo no me quiero imaginar cuando se declaren o ya se junten,posiblemente muera de una embolia porque no voy a aguantar tanta adorabilidad. En serio, es que me parece tan puto adorablr de que Alec se acordase constantemente de Sabrae de fiesta, no puedo con él. No sé en que posición me deja eso a mí cuando yo borracha de fiesta solo me acuerdo de que Scott está muerto en fin.
    Mención especial a Zayn que me alegra la vida cada vez que abre la boca y suelta una sobrada como una casa.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es que son tan preciosos, dios mío, me duele el corazón. Acabo de empezar con el siguiente y te juro que aun estando separados siguen estando en plan juntísimos, no puedo con ellos.
      Mujer es que Scott es mucho Scott.
      Y Zayn también es mucho Zayn, es icónico este hombre

      Eliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤