martes, 23 de octubre de 2018

Bradford.


Papá miró por el retrovisor para adelantar un camión y chasqueó la lengua al ver lo que estaba haciendo Shasha.
               Mi hermana había exhalado disimuladamente sobre el cristal de su ventanilla y se había dedicado a poner unas cuantas rayas horizontales a modo de cajoncitos en los que se suponía que se posarían letras. Duna se llevó la mano a la mandíbula mientras estudiaba el pequeño desfile de orugas condensadas, que pronto fueron adquiriendo un matiz grisáceo a medida que el calor del aliento de mi hermana mediana se iba evaporando.
               Los viajes en coche eran todo un reto para la familia por culpa de Duna, que siempre terminaba aburridísima de mirar por la ventana e ir escuchando la música que yo iba escogiendo de mi teléfono, o del de Shasha, y proyectaba en los altavoces del coche a través de Bluetooth. Cuando el viaje era largo, la paciencia de Duna se agotaba muchísimo más rápido de lo que lo hacía cuando era corto. Si teníamos que ir a un centro comercial y nos llevaba media hora llegar, Duna no protestaba. Pero, cuando teníamos ante nosotros un viaje de varias horas, a los diez minutos de salir de casa Duna ya ponía morritos y empezaba a preguntar cuánto nos faltaba.
               Eso solía tener fácil solución. Normalmente Scott se ocupaba de entretener a la pequeña; se sentaban en los asientos de la segunda fila del coche y a Shasha y a mí nos tocaba ir en los plegables de la parte de atrás, acurrucadas y ocupándonos en enviar mensajes y controlar la música. Le daba a la pequeña su móvil y le dejaba echarle de comer a los cerditos de su granja o enviarle recursos a la aldea guerrera de Tommy en el otro juego que tenía instalado. El único juego que Duna no tenía permitido tocar era el Candy Crush, e incluso a veces Scott le permitía echar unas partidillas.
               Y, cuando Scott no venía con nosotros (aunque no era muy a menudo), mamá solía tenderle su iPad y dejar que jugara o viera algún episodio de Peppa Pig o Miraculous Lady Bug.
               Pero hoy mamá necesitaba usar el iPad para preparar un caso, y estaba examinando unos documentos que le habían enviado por correo concienzudamente, marcando diversos párrafos en colores chillones, así que todo eso estaba descartado. Yo no podía prestarle mi móvil a Duna (no estaba segura de cuándo sucumbiría al mono de enviarle mensajes a Alec, pero sabía que sería más pronto que tarde), y el de Shasha tampoco le sería de utilidad, porque las únicas aplicaciones que tenía instaladas en su teléfono, aparte de las de mensajes, Twitter e Instagram, era la aplicación de música, que ocupaba los 30 gigas que el teléfono tenía disponibles con toda la música coreana que a mi hermana le gustaba escuchar.
               Así que la única solución que teníamos para entretener a Duna era a la vieja usanza, como lo habían hecho nuestros padres antes que nosotras: jugando a juegos tradicionales como el veo-veo, o el ahorcado.
               -A-dijo Duna, y mamá siseó por lo bajo para que la dejáramos concentrarse. Shasha se volvió y escribió una A mayúscula en la penúltima línea. Miré con aburrimiento cómo papá se incorporaba de nuevo al carril de la izquierda para continuar avanzando, ya pasado el camión. Duna frunció el ceño-. A-insistió, y Shasha negó con la cabeza.
               -No hay más A.
               -No puede ser que no haya más A.
               -Hay muchas palabras que sólo tienen una A-expliqué yo para que me dejaran escuchar tranquilamente la canción de Nicki Minaj. Duna clavó sus ojos oscuros en mí.
               -¿De veras? Dime una.
               -Duna.
               -No es justo-se enfurruñó y cruzó los brazos, y Shasha y yo nos echamos a reír. Papá sólo sonrió mientras nos miraba un segundo por el retrovisor, y luego tocó el panel táctil del coche para reducir un poco el volumen. Mamá se revolvió en el asiento y se sacó unos auriculares del bolso que llevaba a sus pies. Empezó a mordisquearse la uña mientras nuestras carcajadas se hacían más escandalosas-. No tiene gracia. E.

               Shasha escribió una E a la mitad de la palabra. Me la quedé mirando y conté los cajoncitos; eran ocho.
               -I.
               Shasha colocó una en la tercera línea. Estudié las pistas, preguntándome en qué cantante coreano estaba pensando mi hermana para ponérselo difícil a Duna.
               -O.
               Shasha sacudió la cabeza, dibujó una L invertida.
               -¿U?
               Shasha dibujó un círculo a modo de cabeza y sonrió. Duna se pasó una mano por la cara.
               -Eh… eh… B.
               Ahora le tocó el cuerpo al ahorcado.
               -H.
               Shasha sonrió, asintió con la cabeza y dibujó una H espléndida en la segunda raya, digna como una medalla de plata en unas olimpiadas. Duna se amasó los mofletes, observando la palabra.
               -¿T?
               Shasha asintió de nuevo y colocó una T justo al lado de la E. Apoyó el codo en la puerta y se nos quedó mirando alternativamente a Duna y a mí, aunque yo no iba a participar. Ni siquiera estaba prestando atención a su juego, rapeando mentalmente la parte de Nicki en Feeling myself y preguntándome si sería capaz de hacerla en voz alta sin ahogarme.
               Duna se llevó una mano a la boca para contener su sonrisa, soltó una risita cómplice que Shasha reprodujo en su boca, y asintió con la cabeza. Parecía intuir la palabra.
               -¿Quieres jugar, Saab?-se ofreció, pero yo sacudí la cabeza.
               -No tiene gracia si ya has dicho letras.
               -L.
               Shasha escribió de nuevo en el cristal y Duna me cogió la mano con la que sujetaba el teléfono. Me la quedé mirando.
               -¿Por qué no dices tú la última letra?
               -No sé si la voy a adivin…-empecé, girándome, y me quedé estupefacta al ver lo que había en el cristal.
            _ H I T E L A _
               Shasha y Duna comenzaron a reírse a carcajada limpia, y empezaron a patalear con lágrimas en los ojos cuando yo me incliné hacia delante y borré el apellido sin terminar de Alec con la manga de mi jersey.
               -Sois muy tontas. No tiene gracia. Estúpidas… Pesadas.
               -¡Te has puesto roja!-celebró Shasha, señalándome con un dedo acusador. Dios, en ocasiones la odiaba. Mamá se quitó los auriculares y se giró para mirarnos.
               -¿Qué pasa?
               -¡No es verdad!
               -¡Mamá, Shasha me ha hecho adivinar el apellido de Alec y Sabrae se ha puesto roja!-rió Duna, agarrándose la tripa para intentar retener parte de sus carcajadas en ella y poder hablar con coherencia.
               -¡Es que sois muy lerdas! ¿No hay palabras en el mundo? ¡Qué pesaditas!
               -¡¡Ha borrado la palabra en cuanto se ha dado cuenta de lo que era, mamá!!
               -¡¡Alec y Sabrae, sentados bajo un árbol, dándose be e ese i te o ese!!-cantó Duna, dando palmadas al ritmo de las letras que iba enunciando.
               -¡¡Alec y Sabrae, están enamorados!!-chilló Shasha a mi lado, y yo le solté un tortazo y empecé a pelearme a muerte con ella, que no paraba de reírse y cubrirse la cara con los brazos (hacía bien, porque estaba dispuesta a cortar a una perra, y mi hermana era la mayor perra que había nacido nunca) mientras Duna continuaba con su banda sonora de película.
               -¡¡Alec y Sabrae, cogidos de la mano!!
               -¡CÁLLATE!
               -¡¡ALEC Y SABRAE, SENTADOS BAJO UN ÁRBOL!!-gritó Shasha, y papá puso los ojos en blanco. Tanto griterío no le dejaba escuchar la canción que había dejado reproduciéndose a pesar de que ya no le hacía caso. Le solté un manotazo a Shasha que le acertó en la cabeza, y ella exhaló un grito agudo que hizo que mamá se envarara.
               -¡NIÑAS! SC...-empezó con su típica riña: “¡Niñas, Scott!”. Pero Scott no estaba allí para liarla (o para impedir que lo hiciéramos, quién sabe, últimamente mi hermano era una caja de sorpresas incluso para su familia)-. ¡SABRAE!-se corrigió-. ¡DEJA DE PEGARLE A TU HERMANA!
               -¡DÁNDOSE BESITOS!-bramó Duna, palmeándose con tanta fuerza que las palmas de las manos se le estaban poniendo rojas. Shasha me agarró del pelo y tiró de él rápidamente antes de que yo girara la cara y le mordiera el pulgar.
               -¡HE DICHO QUE YA BASTA!
               -¡¡HACIENDO BEBÉS!!-gritó Duna a todo lo que daban sus pulmones.
               Y Shasha y yo nos detuvimos.
               Pero no fue por lo que había gritado Duna.
               O no directamente, al menos.
               Fue por el frenazo que dio papá al escuchar esto último.
               -¡¡Zayn!!-le recriminó mamá. No nos habíamos detenido, pero la bajada de velocidad había sido considerable. Por suerte, no había ningún vehículo cerca de nosotros, así que no había ni una posibilidad de peligro que lamentar.
               Papá clavó los ojos en mí en el retrovisor.
               -Bebés no, ¿eh, Sabrae?-me insistió, después de haber esperado pacientemente en casa a que mamá y yo llegáramos de comprar la píldora, después de ofrecerse a posponer el viaje por si yo me la tomaba y me sentaba mal, después de que decidiéramos salir finalmente y que yo me la tomara en Bradford, para que me pudiera echar en la cama de casa de la tía Waliyha si me encontraba mal, después de la charla que me había dado-. Bebés, no.
               Asentí con la cabeza, notando cómo me ruborizaba. Mamá lo fulminó con la mirada, cerró la tapa de su iPad y lo guardó de nuevo en su bolso.
               -En la próxima gasolinera, te metes y nos cambiamos.
               -¿Por qué?
               Mamá lo fulminó con la mirada.
               -¿A ti te parece normal lo que acabas de hacer?
               -Ha sido un acto reflejo, Sherezade-papá puso los ojos en blanco.
               -Ya, bueno, pues a mí no me hace gracia que hagas esas tonterías con las niñas en el coche. Cuando vayas solo, como si te da por ir haciendo trompos por la autopista. Paras en la siguiente gasolinera.
               -Es muy impactante que tu hija de ocho años grite que la de catorce está haciendo bebés.
               -A mí no me ha impactado.
               -Porque a ti te dará lo mismo ser abuela con 40 años, pero a mí no, Sherezade. Los abuelos son gente vieja. Y yo estoy demasiado bueno para ser abuelo aún.
               Mamá abrió la boca mientras nosotras disimulábamos un trío de risitas.
               -No puedo creerme que me casara contigo y formara una familia contigo.
               -Yo sí. Mira qué cara-papá se la acarició-. Ésta es la cara del padre de tus hijos, no de un abuelo. Y pretendo que siga así durante mucho tiempo, ¿me estáis escuchando, jovencitas?-papá clavó unos ojos miel en nosotras y todas asentimos, mordiéndonos los labios para no reírnos.
               -Vale, padre de mis hijos-mamá puso los ojos en blanco-; ahí hay una gasolinera. Para y nos cambiamos. Es hora de que descanses.
               Papá hizo lo que mamá le pedía, nos bajamos a por unas golosinas y una bolsa de gusanitos, y dedicamos el resto el viaje a ir cantando a voz en grito las canciones que iban saliendo con el aleatorio de mi teléfono.
               Mamá sonreía cada vez que aparecía una canción de papá y él las bordaba, demostrando que hacía cosas en el estudio que podía reproducir perfectamente en cualquier momento. Tamborileaba con los dedos al ritmo de nuestros aplausos al llegar los agudos de Sour Diesel o Dusk Till Dawn, y cuando miraba por el retrovisor, su sonrisa se ensanchaba un poco más, como sólo puede hacerlo una boca cuando recuerda la felicidad de tres regalos completamente inesperados, aunque sí muy deseados.
               Como lo hizo la mía cuando una notificación con un tono muy particular sonó en los altavoces del coche.
               Activé el audio del iPad y continué la reproducción por allí mientras me ponía los auriculares. Por mucho que el apellido de Alec estuviera inacabado, visible a contraluz, en la ventanilla de Shasha, él seguiría siendo mío.
               Sólo mío. 
              

No había nada que las albóndigas con zanahoria y guisantes de mi madre no pudieran curar. De verdad. Estaba bastante convencido de que la gente que moría en accidentes de coche o por enfermedades letales, lo hacía porque no les hacían llegar las albóndigas que mi madre preparaba con tanto esmero.
               Desde que tenía uso de razón el plato que estábamos comiendo hoy había sido mi preferido. Uno de mis primeros recuerdos consistía en una versión mucho más joven de mí mismo, metiéndome un cuarto de albóndiga en la boca (era tan pequeño que tenía que partirlas en cuatro pedazos; imagínate los años que tendría, dos como mucho, si ahora las comía metiéndomelas enteras en la boca y masticando muy despacio, deleitándome en su sabor), y mirando de reojo cómo Mimi comía en su trona unas papillas que mamá le había preparado con verduras, sintiendo lástima porque ella todavía no sabía lo que nuestra madre era capaz de hacer.
               Es por eso que no estaba prestando atención al incesante parloteo de Mimi, del que hacía gala cuando estaba emocionada por algo. Y hoy tenía muchas razones por las que estar emocionada: en cuanto termináramos de comer, ella subiría a lavarse los dientes, cambiarse de ropa (mamá la había convencido de que comiera con su pijama para no mancharse), recoger su maleta y bajar al trote la escaleras para subirse en el coche y esperar a que la lleváramos a la estación de trenes. Desde allí, cogería un tren en dirección a Canterbury con su grupo de amigas, en el primer viaje de fin de semana que hacían las chicas sin padres.
               Era la primera vez que mi hermana salía de casa para embarcarse en una pequeña aventura.
               Y yo estaba cometiendo la estupidez de no intentar alargar el tiempo con ella, aun sabiendo lo mucho que la echaría de menos (Mimi podía llegar a ser un coñazo de tía, una pesada de campeonato, pero yo estaba genéticamente programado para quererla, y al igual que la cabra tira al monte, el hermano mayor tira al pequeño), no haciéndole el más mínimo caso, concentrado en degustar la carne en su punto de cocción justo y la salsa que perfectamente aunaba todos los elementos.
               Las albóndigas estaban tan cojonudas que yo ni siquiera sentía lástima por mamá, que tenía en su cara la misma expresión de desamparo creciente que le atravesaba el semblante cuando era yo el que me iba de viaje. El verano pasado, cuando me había marchado con los chicos a Chipre, mamá se había echado a llorar en el aeropuerto y me había dicho que me echaría mucho de menos, que era el mejor hijo que nadie pudiera aspirar a tener, que me quería con locura y que haberme traído a este mundo había sido el mayor orgullo que había colmado su vida.
               -Mamá, ¿sabes que me voy a un resort, no? No me voy a la guerra. Me mantendré alejado de la zona ocupada por Turquía.
               Mi madre es muy sentida para esas cosas. Era la definición perfecta de mamá pata: les dejaba libertad a sus polluelos para que investigaran, pero en cuanto estos parecían acercarse demasiado a los bordes de la charca y amenazaban con un poco de independencia, en seguida acudía a nuestro rescate y se aseguraba de que no abandonáramos el nido.
               Me terminé las albóndigas y ni siquiera esperé a que mamá se ofreciera a echarme más. Me levanté y ella me miró con expresión desamparada, como diciendo “no quiero que te independices hasta que no tengas 70 años”.
               -¿Quieres más, Al?-se ofreció, ansiando sentirse útil ahora que su benjamina estaba a punto de irse a volar lejos en soledad.
               -Ya puedo yo…
               -Trae-sentenció, quitándome el plato y echándome pares de albóndigas hasta que yo le dije que bastaba. Me había comido diez y me comería otras veinte. Si tenía que morirme de un empacho, que así fuera.
               Mientras extendía la salsa por las patatas fritas, levanté la vista y empecé a prestar atención a lo que estaba contando Mimi. Supuse que estaría enumerando los sitios que tenía pensado visitar en Canterbury (llevaba una lista de un folio al completo, y yo la había visto tan ilusionada que ni siquiera me había atrevido a decirle que Canterbury era un pueblucho minúsculo poco más grande que nuestro barrio, y que lo único que había que ver allí era la catedral, que encima era un coñazo por culpa de los turistas japoneses), así que me sorprendí al descubrir que estaba hablando sobre cosas mucho más cotidianas.
               -… así que cuando empiece el año, no vamos a perder tiempo y tendremos que ir a entrenar ya el día 2, quizá el 3… todavía no lo hemos decidido de forma fija, pero estamos seguros de que queremos ir antes de que empiecen las clases. Así tendremos más tiempo para entrenar y ponernos en forma. Vamos a empezar a hacer pole dancing-explicó mientras se metía un trocito de lechuga en la boca, y continuaba hablando sin parar con ella dentro-. Las profesoras creen que eso nos dará más elasticidad, y en la Royal es lo que están buscando. Además, puede que incluso, si conseguimos hacer un buen número, se incluya para la audición. Si sale bien, es muy probable que quienes participen en él, entren. Es algo novedoso, no lo han hecho nunca. Es un poco arriesgado, sí, pero yo creo que merece la pena.
               -¿Quieres que te pongamos una barra?-sugirió Dylan, y Mimi se lo quedó mirando un momento, pensativa. Parpadeó, masticó, tragó, asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa reluciente mientras se echaba el pelo caoba tras el hombro y lanzaba un feliz:
               -¡Vale!
               -Ahora que Alec no tiene clase, seguro que la tendremos para cuando vuelvas-comentó mi padrastro, mirándome, y sentir sus ojos sobre mí hizo que, al terminar de comerme la decimoprimera albóndiga, respondiera:
               -Una barra, ¿para qué?
               -Para practicar, Al-Mimi esbozó una sonrisa radiante y pinchó un trozo de zanahoria con su tenedor. Mamá la miró como si fuera lo más bonito y frágil del mundo. Había luchado muchísimo por tener a mi hermana. Si yo la adoraba, no podía imaginarme cómo se sentiría mi madre con respecto a ella: Mary Elizabeth había sido, literalmente, su salvación.
               -Pero si ya tienes una-protesté, no porque no me gustara hacer chapuzas (a pesar del oficio de mi padrastro, el que se encargaba de arreglar cualquier cosa en casa era yo), sino porque no quería que se hiciera ilusiones si no podía instalarle la barra. El nivel de demanda en Amazon en época de Navidades se multiplicaba por 500. Me sorprendía que aún no me hubieran llamado para ir a trabajar y pudiera disfrutar de esta comida en familia. No iba a tener tiempo ni para respirar.
               Menos mal que no está Sabrae, me descubrí pensando, y combatí una sonrisa. Si ella me dijera que quería verme y yo estaba entregando un paquete urgentísimo en el Parlamento, bueno… que le jodieran el Primer Ministro, que mi chica me necesitaba. Y yo criaría alas.
               -Vertical no-Mimi negó con la cabeza y se acarició su flequillo recién planchado, que brillaba con tonos otoñales en su rostro. Ah, genial. Definitivamente, no podría instalarle la puñetera barra para cuando ella regresara. Y Dylan necesitaría mi ayuda. Sólo colocar la barra horizontal que atravesaba la habitación en la que Mimi practicaba sus pasos nos había llevado un día entero y media mañana del siguiente.
               -¿Para qué quieres una barra vertical?
               -Para hacer pole dancing.
               -¿Qué coño es pole dancing?
               Mimi parpadeó.
               -Alec-bufó, dejando su tenedor sobre el plato a medio comer. Sabía que yo sabía qué era pole dancing, sabía que tenía apalabrado con los chicos ir a un local en que se hiciera cuando todos fuéramos mayores de edad (había contado los días que faltaban para el cumpleaños de Tommy, el pequeño de todos). Probablemente sospechara lo que me hacían Six Feet Under y Party Monster por cómo hacía del espectáculo que se suponía que quería aprender.
               Pero, claro. Yo estaba de resaca, y comiendo albóndigas. No estaba para pensar en nada más que lo mucho que me dolía la cabeza cuando no tenía un poco de carne en la boca. Así que era normal que fuera tan lento en mis reflexiones.
               Fue ver su expresión ligeramente fastidiada lo que hizo que los dos hemisferios de mi cerebro se conectaran y empezaran a trabajar conjuntamente.
               -¿Lo de las strippers?-pregunté por asegurarme, y a nadie se le escapó el ligero tono escandalizado con el que lo dije-. ¡No jodas!
               No podía imaginarme a Mimi participando de un espectáculo así, a pesar de que ella me había demostrado que no era la niñita virginal que yo pensaba cuando fui a buscarla a la academia de danza.
               -Alec, no es sólo de strippers-protestó ella, serena, pero en sus ojos había una ferocidad que me dedicaba bastante a menudo, cuando estaba harta de mis gilipolleces.
               Una lástima que yo hubiera decidido que no iba a dejarla marchar sin que rabiara un poco. A fin de cuentas, iba a tardar en volver a tenerla en casa, así que mejor sería que se fuera con el cupo cubierto. Sólo por si acaso.
               -Sí que lo es-sonreí, pinchando una albóndiga y metiéndomela en la boca.
               -¿Cómo sabes tú cómo bailan las strippers, Alec? No todo es como en las pelis-mamá salió en defensa de su hija mientras Dylan disimulaba una sonrisa limpiándose con la servilleta.
               -¿Qué sabes tú de lo que hago yo de noche, mamá?
               -Yo sí lo sé-canturreó Mimi, pinchando una patata, agitando la cabeza y llevándosela a la boca. Me volví para mirarla mientras mamá abría la boca.
               -Tú te callas, Mary Elizabeth.
               Dylan se atragantó con el vino al intentar contener una risa, y Mimi apoyó la cabeza en la mano, el codo en la mesa.
               -¿Tú sabes con quién habla todas las noches, Mimi?-preguntó mamá, alzando una ceja.
               -¿Cómo sabéis que…?
               -No creo que te dediques a ver documentales sobre reproducción celular a altas horas de la madrugada. Y me consta que no has salido de casa los días que te da por beberte un tazón de café.
               Dylan sonrió sobre su copa y la dejó sobre la mesa. Me alzó las cejas cuando yo lo miré, ojiplático, y asintió con la cabeza.
               -Estuvo con ella ayer-reveló mi puñetera hermana, a la que debería haber ahogado en la cuna cuando se me presentó la ocasión.
               -¿Te quieres callar?-estallé.
               -Y de noche, se dedicó a enviarle mensajes-añadió-. Muchos men…
               -¡Qué tarde es!-me puse en pie de un brinco y le quité el plato a Mimi-. Venga, ¡vete a vestirte, que tenemos que recoger a Eleanor!
               Mis padres estallaron en una carcajada, insistieron en que no harían que yo les dijera con quién había estado hasta que no estuviera preparado, y me dejaron terminar la comida en paz. Casi enfermo de tantas albóndigas que comí, así que me tiré en el sofá a lamentarme de la vida, sujetándome la tripa y pensando por qué no había sido prudente y había dejado algunas albóndigas para cenar, mientras Mimi subía corriendo las escaleras y se preparaba.
               Bajó con la bolsa de ballet colgada del hombro, y Trufas pisándole los talones. El conejo parecía olerse que su dueña iba a marcharse, y no quería alejarse de ella ni un segundo. Rodeaba sus playeros blancos a la carrera y se frotaba contra los leggings de algodón de mi hermana, los que usaba para bailar, en un intento de hacer que cambiara de opinión.
               -Acuérdate de cepillar a Trufas cada dos días para que no se le hagan nudos en el pelo. Dale un par de galletitas de zanahoria por la mañana, para que no esté tanto tiempo sin comer. Échale un puñadito de pienso por las noches, acompañado con un poco de verdura cortada en taquitos. Llévalo al invernadero de mamá por la tarde para que estire las patitas y esté un poco entre verde, pero no dejes que vaya por el prado mojado o se resfriará. Llévalo en brazos, Alec-exigió mi hermana mientras yo tenía varias crisis estomacales encadenadas-. No quiero que se constipe. Sabes que odia las medicinas.
               -Que sí…
               -He puesto su camita en tu habitación, debajo del escritorio, porque así se siente cobijado. Asegúrate de no meter la silla en el hueco o lo aplastarás. Duerme con la puerta entreabierta para que pueda ir a hacer sus cosas si quiere. Ten mucho cuidado si se te sube a la cama; te mueves un montón y podrías…
               -Mary Elizabeth, no voy a cargarme a tu puto conejo en dos días que vas a estar fuera. Si me las apañé para impedir que metieras los dedos en un enchufe cuando tenías 8 años, creo que seré capaz de darle de comer a Trufas.
               -De comer y de beber-puntualizó ella, y yo me quedé mirando al animal, que me devolvió la mirada. Sus ojos negros transmitían intranquilidad; estaba claro que Mimi se marchaba y no le hacía ninguna gracia que no se lo llevara con él.
               La culpa era de nosotros dos, en realidad. Mía, por haberlo comprado siendo fiel al momento en que lo escogió; y de él, por ser un puto obeso. Si fuera del tamaño de una chinchilla, estaba seguro de que Mimi ni siquiera necesitaría que la convencieran para llevárselo con ella, metido en el bolso, como hacían las pijas de Hollywood con sus chihuahuas raquíticos.
               Pero, claro, siendo una bestia parda de más de 4 kilos, era normal que mi hermana decidiera dejarlo allí.
               Trufas avanzó lentamente hacia la puerta cuando Dylan anunció que era la hora de irse y todos nos levantamos del sofá. Meneó su naricita con lo que a mí me pareció que era un deje de preocupación, y se quedó mirando a Mimi, a la espera de un adiós.
               Mi hermana dejó su bolsa en el suelo y se acuclilló para acariciarle el lomo al conejo, que ni corto ni perezoso saltó a su regazo. Mimi soltó una risita adorable que hizo que yo sintiera ganas de imitar a su mascota, se levantó y hundió la cara en la de él mientras le susurraba una retahíla de carantoñas y promesas de amor y de regresar.
               -Pórtate bien, Trufi-le instó, colocándolo en el suelo. Trufas observó con una tristeza dibujada en sus orejas caídas cómo salíamos por la puerta y lo dejábamos encerrado en casa. Cuando avanzamos hacia el coche, Mimi y yo nos volvimos, sólo para comprobar lo que sospechábamos: el conejo nos miraba con la cara pegada al cristal, deseando venir con nosotros.
               Mimi se abrazó a sí misma, se montó en el coche y cerró la puerta. Se quedó mirando el cristal hasta que ya no pudo verlo más, instante en el que se volvió, mordiéndose el labio, y empezó a mirarse las manos, toqueteándose un par de anillos que llevaba puestos en el índice y el anular.
               -Te prometo que no me lo comeré-le dije, tocándole la rodilla, y ella se echó a reír y sacudió la cabeza.
               -Espero que no me eche mucho de menos.
               -Lo mantendremos entretenido, cariño-le prometió su padre desde el retrovisor, mientras mamá giraba una esquina y se dirigía a casa de Tommy para recoger a Eleanor.
               Lo que ninguno de nosotros sabía era que Trufas era un puñetero gamberro que estaba corriendo como loco por casa, festejando su soledad, mordisqueándome los guantes de boxeo que había dejado en el suelo y chocando contra todos los muebles de mi habitación, como si supiera que ahora la compartíamos y estuviera decidido a reclamarla a base de darse tortazos contra cada esquina.
               Demonio peludo.
               Mamá detuvo el coche enfrente del caminito de la casa de Tommy y la puerta de éste se abrió. Eleanor apareció por ella, cargando también con una bolsa de viaje blanca con costuras y cinta marrones. Me bajé del coche para ayudarla a meter la bolsa en el maletero porque soy un caballero (vale, me lo ordenó mi madre) y le devolví una sonrisa bastante menos radiante que la suya.
               -Acuérdate de darle diez libras al botones, El-se burló Tommy, que había aparecido por la puerta y se había apoyado en el quicio. Se cruzó de brazos mientras contenía una sonrisa. Eleanor se metió en el coche, al lado de Mimi, que la abrazó nada más verla, mientras yo cerraba la puerta del maletero y me encaraba a su hermano.
               -Cómeme los huevos.
               -¿Vas a echarme de menos el fin de semana?
               -Echaré de menos tener la certeza de que no soy el más gilipollas del grupo, pero si me gusta mucho tu ausencia creo que hablaré con el primer ministro de Irlanda para que cierren las fronteras y te impidan salir.
               Tommy se echó a reír, sacudió la cabeza y me enseñó el dedo corazón.
               -Que tengas un buen viaje.
               -Gracias, tío.
               Iba a ser un fin de semana interesante. Scott y Sabrae se habían ido a Bradford, mi hermana se marchaba a Canterbury, Diana volvía a Nueva York a pasar las Navidades, y Tommy se iba de excursión a Irlanda, a visitar a Niall Horan y a su hijo, para intentar acostumbrarse a lo que sería estar sin su americana. Nuestro grupo se veía reducido en, como mínimo, dos personas, aunque no tenía muy claro si conseguiría reunir a todos mis amigos como lo hacían Scott y Tommy, cuyas dotes de persuasión rozaban la hipnosis.
               Por suerte o por desgracia, estaría demasiado ocupado trabajando como un puto esclavo como para darme cuenta de la gran cantidad de ausencias que había en mi vida y echar de menos a gente a la que jamás pensé que añoraría.
               Me acurruqué en el asiento del copiloto y me dediqué a mirar por la ventana mientras Eleanor y Mimi parloteaban incesantemente sobre lo que harían el fin de semana, cogiéndose las manos y riendo, compartiendo confidencias al oído y soltando risitas ahogadas, cómplices.
               Eché muchísimo de menos a Sabrae en ese viaje, porque estaba seguro de que mi hermana y Eleanor podríamos ser perfectamente ella y yo. Emocionados ante un viaje, entusiasmados con los planes que habíamos trazado cuidadosamente en casa, incapaces de callarnos y mucho menos de dejar de tocarnos.
               Por fin llegamos a la estación de Victoria. Mi madre puso los intermitentes del coche y apagó el motor, pero mi hermana insistió en que no hacía falta que les acompañáramos. Se abrazó a nuestros padres y los cubrió de besos, pero cuando intentó despedirse de mí, yo negué con la cabeza y le quité su bolsa de viaje.
               Mimi y Eleanor intercambiaron una mirada; Eleanor se mordió el labio y echó a andar en dirección a los andenes mientras Mimi se frotaba las manos, nerviosa.
               -No hace falta que me…
               La tomé de la mandíbula y le levanté la cabeza para que me mirara.
               -Quiero hacerlo, Mím. Venga. Te llevaré la bolsa hasta que lleguen el resto de tus amigas.
               Mimi y Eleanor volvieron a mirarse, como si yo me hubiera vuelto loco o algo así. Eleanor se encogió de hombros, se rascó una oreja que tenía engalanada con un pendiente con dos partes, de esos que se ponían las chicas cuando querían ir más elegantes que de costumbre, y se giró sobre sus botas de tacón ancho hasta la pantorrilla para encaminarse hacia el andén. Mimi me miró de reojo un momento y luego trotó hacia Eleanor; las dos chicas intercambiaron un par de palabras mientras yo las seguía a una distancia prudencial, aunque eso sí, un poco molesto porque mi hermana no quisiera alargar un poco el disfrute de mi compañía.
               Siguieron cuchicheando hasta que llegaron a un pequeño círculo de chicas que tenían mochilas a las espaldas o bolsas como las de las mías a los pies. Las pacientes se giraron para saludar a las recién llegadas y me celebraron con un coro de sonrisas rotas y miradas nerviosas en varias direcciones.
               Marlene, la más descarada del grupo, fue la única capaz de canturrear mi nombre en un tono fingidamente ilusionado.
               -Hola, Alec.
               Mimi se volvió para mirarme mientras yo les hacía el saludo militar a las chicas, llevándome dos dedos a la frente y despegándolos con firmeza de ella. Mimi tiró de las mangas de su sudadera, cruzó los brazos, hundió los hombros y se acercó a mí con paso vacilante. Me miró los pies, se mordisqueó el labio, tragó saliva y por fin levantó sus ojos marrones para encontrarse con los míos.
               -Vamos, Mím, que no pasa nada-le acaricié la mandíbula y la mejilla al ver su comportamiento-. Estarás bien sin mí.
               Mimi asintió con la cabeza, rehuyendo de nuevo mi mirada. Era la primera vez que salía de casa, era la primera vez que se iba sola, era la primera vez que la que abandonaba al hermano era ella y no yo. Seguramente estuviera atravesando una tempestad de culpa y remordimientos, toda la incertidumbre de lo que sucedería en cuanto ella se subiera al tren en nuestra relación irguiéndose ante ella como un gigante de piedra al que tuvieras que derrotar en la batalla final de cualquier videojuego. Era imponente, la sombra que proyectaba era negra como las tinieblas del océano que nunca habían conocido el sol.
               -El fin de semana se te pasará rápido-le prometí, dándole un pellizquito. Mimi asintió con la cabeza, se colgó de mi cuello y me dio un beso en el punto donde la mandíbula se une con el cráneo. Dejé colgando la bolsa de mi hombro para atraerla hacia mí y abrazarla con tanta fuerza que nadie pudiera hacerle daño. Incluso si se cayera desde la más alta torre, la presión que estaba ejerciendo en su cuerpo impediría que ni un solo pedacito se desprendiera de ella. Le acaricié el pelo, sedoso como el de su mascota, e inhalé su perfume suave a canela y caramelo, su preferido, el que sólo se ponía para ocasiones especiales y con el que inundaba su habitación a base de encender velas aromáticas cuyos vasos traían estampados navideños.
               Iba a costarme decirle adiós y dejar que se marchara, pero era lo que tenía que hacer. Ser el hermano mayor y ser el protector a veces supone dejar margen de libertad para que tu hermanita empiece a cuidarse sola.
               Mimi se descolgó de mí y yo descubrí que no había tenido suficiente de su cuerpecito menudo y frágil. Me hacía sentirme más fuerte e importante de lo que en realidad era, y no hay nada más terrorífico que saberte vulnerable e insignificante, una margarita que crece entre robles.
               A regañadientes, la solté. Mimi cogió su bolsa y se la colgó de mi hombro; paseó el dedo por la cinta y se mordisqueó el labio.
               -Te voy a echar mucho de menos, Al-susurró con un hilo de voz, como si temiera que el tiempo acelerara al empezar a despedirse. Las chicas exhalaron una exclamación ante algo que dijo Eleanor, y comenzaron a abrazarla con más efusividad incluso.
               -Yo también, Mím.
               Mimi me cogió una mano y la sostuvo entre las suyas.
               -Te quiero.
               -Y yo a ti, enana.
               Mi hermana me dedicó una sonrisa triste y, después de darme un ligero apretón en la mano, se puso de puntillas, me dio un beso en la mejilla, y me soltó. Se afianzó el agarre de su bolsa sobre el hombro y se introdujo de nuevo en su círculo de amigas.
               Fue entonces cuando las cosas dejaron de encajar para mí.
               Mary jamás me habría dado la espalda, por mucho que le entusiasmara lo que tuviera frente a sí, cuando estaba a punto de no verme durante varios días. Puede que fuera una petarda, pero me quería lo suficiente como para no querer renunciar a mí demasiado pronto.
               Mi cerebro empezó a trabajar a toda velocidad mientras las chicas me lanzaban miradas rápidas, preocupadas. Algo entre ellas no terminaba de cuadrarme, y tardé poco en caer.
               Eleanor.
               Eleanor era la que no encajaba.
               Mientras las demás iban vestidas con leggings o pantalones de chándal y sudaderas cálidas y abrigadas, con el atuendo propio de quien está a punto de pasarse varias horas en un tren, Eleanor iba de punta en blanco. Lo único que llevaba un poco descuidado era el moño en el que se había recogido el pelo, e incluso en la forma en que varios mechones le enmarcaban la cara veías una sutil estrategia. Vestía un jersey gris que le llegaba hasta los muslos, botas negras hasta la pantorrilla que dejaban sólo unos centímetros de piel a la vista, y se había maquillado ligeramente, como si estuviera a punto de salir de fiesta. Llevaba un colgante pequeño y varios anillos en las manos, y los abrazos de sus amigas, más de despedida que de bienvenida, todavía le calentaban la piel.
               No estaba a punto de irse de vacaciones con sus amigas. Se iba a otro sitio.
               Con un chico.
               Ninguna chica se pondría unas botas como aquellas si no pretendía que un chico se metiera entre sus piernas.
               Hasta esos extremos me tenía Sabrae comiendo de la palma de la mano. Cuando yo le decía que no existía ninguna otra chica para mí desde que ella había entrado en mi vida por la puerta grande, lo decía totalmente en serio. Más de lo que pudiera pensar incluso yo.
               Me pregunté por qué Tommy no nos habría comentado nada de que su hermana tenía novio o se estuviera viendo con algún tío, y llegué a la conclusión de que seguramente no tuviera ni idea. A veces los que más cerca estamos del fuego somos los que más tardamos en oler a quemado.
               Las chicas estaban haciendo tiempo para permitirle que se subiera a un tren diferente y yo no pudiera irle con el cuento a su hermano.          Así que me metí las manos en los bolsillos y agaché la cabeza.
               -Que tengáis buen viaje, chicas.
               -Adiós, Al-se despidieron todas, agitando las manos sobre sus cabezas.
               Me giré sobre mis talones y eché a andar en dirección a la salida, pero en el último momento algo atrajo mi atención: un enorme cartel de uno de los restaurantes de comida rápida de la estación de Victoria, en el inmenso vestíbulo de techo acristalado y del que pendían decenas de banderas de la Unión, de ésas que tanto les gustaban a los turistas.
               ¿Por qué no?, me dije, acercándome al mostrador del Burger King y agradeciéndome a mí mismo la costumbre que tenía de no salir de casa sin la cartera. Sería la última ocasión en mucho tiempo que tendría de tomarme unos chili cheese bites.  Seguro que mis padres estaban dando una vuelta por el interior de la estación, pensando en qué regalarle a Mimi, sorteando a turistas que iban en manada de una tienda de souvenirs a otra, sosteniendo ante sí lémures de peluche disfrazados de policía o guardia real, con etiquetas prendidas de sus orejas mostrando un precio más grande incluso que sus monstruosos ojos. A Mimi le encantaban ese tipo de chorradas, y su obsesión por los peluches de esa marca era tal que sus amigas le habían regalado en su anterior cumpleaños, hacía poco más de un mes, un peluche gigante vestido como uno de los vigilantes de la puerta de Buckingham Palace. Me daba una vergüenza tremenda verlo presidiendo su escritorio, pero supongo que cada cual tiene sus gustos.
               Dejé un billete de cinco libras sobre el mostrador mientras la cajera le gritaba mi pedido a uno de los que estaban en cocinas, sudando la gota gorda. En menos de dos minutos, tenía unas cuantas monedas más en mi cartera y la mano calentita con las bolas recién hechas.
               Me metí una en la boca y me giré para marcharme en busca de mis padres, cuando algo me llamó la atención.
               Una chica con un vestido gris atravesaba con decisión el vestíbulo, consiguiendo miradas admiradas allí por donde pasaba. Iba siguiendo una de las líneas de colores del suelo, que marcaba la dirección en que se encontraba el metro para que los visitantes no se perdieran entre el laberinto de puestos y andenes, y sobre su hombro pendía una bolsa blanca.
               Me quedé helado al reconocer a Eleanor entre la multitud. Ella miró en todas direcciones, rascándose la nuca y mirando su reloj. Se quedó plantada un momento en el centro de la estancia, y creo que se mordió el labio. Un enjambre de payasos se acercó a ella, y sus rasgos se volvieron duros, sacando la sangre caliente española que había heredado de su madre que le permitía defenderse en situaciones de inferioridad numérica, y asintió con la cabeza cuando un par de chicas se acercaron a ella para preguntarle si estaba bien.
               Hubiera ido yo de no estar tan lejos de mí. No estaba a la suficiente distancia como para dudar de que fuera ella, pero sí la bastante como para creerme totalmente fuera de su órbita e incapaz de intervenir.
               Y lo que vino después no ayudó.
               Un chico de pelo oscuro y tez aceitunada se acercó a Eleanor por detrás, le puso las manos en los ojos y le arrancó una sonrisa. La escuché reírse en mi cabeza con esa risa adorable que ponía a veces, cuando Tommy conseguía hacerla reír en un momento de ilusión, y se giró para encontrarse con su cita.
               Dejé de sentir la bolsa de papel con los bites en mi mano. Era una locura lo que se me estaba pasando por la mente, era imposible, él no haría eso, pero…
               Está en Bradford.
               No le haría eso a Tommy jamás.
               Él no ve a Eleanor de esa manera.
               Está en Bradford con su familia.
               Tiene que ser otra persona. Un tío igual que él.
               … pero aquel chico era Scott.
               Mi mente trabajaba a toda velocidad, me daba vueltas la cabeza y me temblaban las rodillas. ¿Scott y Eleanor? ¿En serio?
               No puede ser…
               Un escalofrío me recorrió la columna vertebral.
               Si él está aquí, significa que Sabrae también. Y si Sabrae también está aquí, significa que te ha men…
               -¿Alec?
               Una voz familiar y totalmente inesperada hizo descarrilar el tren de mis pensamientos. Rompí el contacto visual con la pareja y me volví hacia el chico de pelo pajizo y ojos de un sucio tono verde. Llevaba un pendiente en la oreja y el mismo polo de Amazon que utilizaba yo para trabajar.
               -Wilson, ¿qué hay?-examiné sus manos un segundo y luego me volví hacia el lugar donde había creído ver a Scott con Eleanor, pero ya no estaban allí. Seguro que me lo había imaginado, me dije. Seguro que aquella chica sólo era otra chica con un vestido parecido al de Eleanor y un peinado similar. A las inglesas les gustaba mucho llevar moños desaliñados, y el pelo marrón no es tan poco común como intentan hacernos creer las noticias, ¿no? Yo mismo tengo el pelo marrón, y soy 100% inglés, así que imagínatelo una mestiza-. Espera, ¿qué haces aquí?-me volví hacia mi compañero de curro, con el que había compartido cigarrillos y cafés mientras esperábamos a que los de logística terminaran de localizar los paquetes que tendríamos que entrenar en cada turno. Wilson no se encargaba de la zona en la que caía la estación de Victoria. La estación de tren que más cerca quedaba de su zona asignada era King’s Cross-. ¿Estás de ruta?
               -Sí, tío-tamborileó con el paquete contra sus muslos y señaló una tienda que había a mis espaldas-. ¿No te han llamado aún?
               -¿Llamarme? No. Entro a las 6, se supone. De refuerzo de los de la tarde. Si no, libraría hoy.
               -Mira tu móvil.
               Me saqué el teléfono del bolsillo y me quedé helado. Tenía 4 llamadas perdidas de administración; la última, de hacía un par de minutos. Lo había puesto en silencio durante la comida y me había olvidado de quitarlo; como no esperaba ningún mensaje de Sabrae, no había echado de menos la actividad en el móvil.
               -Joder-mascullé. Por política de la empresa, en Navidad no podíamos separarnos del teléfono móvil. Un repunte en la demanda podía hacer que Amazon requiriera nuestros servicios inmediatamente, y teníamos un margen muy escaso de reacción. Si no contestábamos a la quinta llamada, nos ponían de patitas en la calle y nos cerraban el grifo en todos los sentidos. Adiós a mi fuente estable de ingresos y mi patrocinador del seguro y la gasolina de la moto-. ¿Cuánto llevas…?
               -Desde las doce.
               -¡No jodas!
               -Por lo menos cuentan como horas extras-masculló Wilson, mordisqueándose el labio.
               -¿Te han dicho por qué?
               -Ebay está caído-informó, y yo me quedé helado.
               -¿Cómo que está caído?
               -La página lleva sin cargar desde las tres de la madrugada. El almacén está colapsado desde las 7 de la mañana. Han cogido servidores de Facebook y Google para afrontar la avalancha de clientes. Tenemos el doble de curro que el año pasado.
               -Joooooooooooooodeeeeeeeeeeeer.
               Y yo que había pensado que a lo único que tendría que renunciar sería a comerme unos chili cheese bites cuando me diera la gana. A este paso, probablemente ni durmiera en casa esa noche.
               -Estate pendiente, que te echan. Han venido críos de 16 años a echar el currículum y están empezando a coger gente nueva-señaló mi teléfono y empezó a andar hacia atrás. Trotó hacia una de las tiendas y luego corrió de vuelta a la salida, donde le esperaba su moto cargada con paquetes por entregar.
               Decidí ir en busca de mis padres, y en ésas estaba cuando la pantalla de mi móvil se iluminó. Ni siquiera esperé a que empezara a sonar. Me lo llevé al oído de forma frenética a pesar de que no reconocí el número.
               -¿Sí?
               -¡Gracias a Dios!-exhaló Chrissy al otro lado de la línea-. ¿Dónde te habías metido? ¡Has gastado cuatro llamadas! He tenido que ir a llorarle a Rose para que me dejara llamarte desde otra terminal  y que tu llamada no quedara registrada. Van a mandarte venir, Alec. Esto es una puta locura. Están cargando mi furgoneta; me han asignado un puñetero novato que me ayudará con el reparto. Me mandan al distrito financiero, Alec, al puñetero distrito financiero, joder.
               -¿Cuánto crees que tengo de margen?
               -¿Estás en casa?
               -No, en Victoria.
               -Dios mío, dime que tienes la moto-jadeó ella.
               -Eh…
               -¡Alec! ¿¡Has salido de casa sin la moto!?
               -¡Me quedaban un par de horas para entrar, Chris, yo qué sabía!
               Chrissy se quedó en silencio al otro lado de la línea.
               -Puedo conseguirte diez minutos, no más. Vete a casa, Alec. Y despídete de tus seres queridos. Quién sabe si los volveremos a ver.
               Y colgó sin más. No necesité que me lo dijera dos veces. Corrí como alma que lleva el diablo por la estación hasta que me encontré con mis padres, que dejaron lo que estaban haciendo y me llevaron donde habían aparcado el coche.
               Dylan fue el que condujo, y se saltó un par de semáforos cuando mi móvil empezó a vibrarme en el bolsillo. Llegamos a casa siete minutos después de que colgara, y al minuto siguiente yo ya estaba en mi habitación, poniéndome los vaqueros y las zapatillas de currar, el mono con el logo de Amazon, y cogiendo el casco a toda hostia.
               -¿A qué hora vas a volver?-preguntó mamá.
               -¿Me tienes en Facebook?
               -¿Quieres responderme a…?
               -Es para que mires mis fotos de vez en cuando, por si me sueltan dentro de 20 años y vengo a casa. No te olvides de mi cara, mamá.
               Mamá se echó a reír, negó con la cabeza, y me tiró un beso mientras yo abría la puerta del garaje y empujaba la del exterior.
               Me llevé la mano al bolsillo del pantalón mientras me sentaba en la moto y me ponía los guantes. Lo coloqué sobre su soporte y me lo quedé mirando. Mientras retrocedía con los pies en dirección a la calle, abrí Telegram y toqué la cara de Sabrae. No quería que se sintiera desplazada si yo no le contestaba a los mensajes; no me hacía ni puta gracia que estuviera a cientos de kilómetros de mí, pero yo no era rencoroso, así que no tenía por qué preocuparse.
               Ya ni siquiera recordaba que creía haber visto a su hermano; era tan imposible que el chico al que había visto fuera Scott que mi cerebro había desechado el recuerdo.
               -No sé qué os pasa a todas las mujeres de mi vida-bromeé con el móvil de nuevo en la mano para que se me escuchara bien-, que de repente os ha dado por abandonarme. Primero tú, ahora mi hermana… ¿queréis matarme del disgusto, o de aburrimiento? Pues no lo vais a conseguir, porque me acaban de llamar para ir a currar. Tendré trabajo con el que entretenerme hasta casi medianoche. Gracias por explotarme, Jeff Bezos-me reí y sacudí la cabeza-. Envíame un mensaje cuando llegues, ¿vale? Toma Coca Cola, es buena para los viajes-añadí en un arranque de ternura, porque no quería imaginármela mareándose por releer nuestra conversación-. Hablamos de  noche, bombón. Me apeteces-puntualicé, y sonreí al imaginarme lo mucho que le gustaría oír esas palabras.
               Detuve el audio, se lo envié, coloqué el móvil en su soporte y arranqué la moto.


La puerta de la casa en la que papá había crecido y que ahora sólo ocupaba una de sus hermanas se abrió, y tía Waliyha salió de la casa con un papel en la mano. Mientras mamá terminaba de detener el coche y papá abría la puerta para encontrarse con su hermana, nuestra anfitriona desdobló el papel y nos lo mostró como uno de esos carteles que los transferistas blanden en los aeropuertos como blasones de guerra.
               BIENVENIDOS, SOBRINOS, CUÑADA, se leía en el folio blanco con letras negras y bordes dorados. Papá se detuvo a medio camino y frunció el ceño.
               -¿Y a mí qué?
               Tía Waliyha sonrió y le dio la vuelta a su cartel.
               A TI QUE TE JODAN, ZAIN.
               Todas las chicas nos echamos a reír mientras papá desencajaba la mandíbula y alzaba las cejas.
               -Eres una puta gilipollas, ¿lo sabías, Waliyha?
               -Mamá fue la que me convenció para no hacerte dormir en el garaje, hermano. Pero mamá no está aquí para comprobar que obedezco-amenazó mi tía, acercándose a papá y colgándose de su cuello. Papá dio un paso atrás para rechazarla, pero ella tenía más ganas de abrazarlo que él de resistirse. Le plantó un sonoro beso en la mejilla que papá fingió ni disfrutar, y le dejó la marca de sus labios en un tono chocolate en la piel. Papá protestó y se empezó a limpiar con la mano-. No te quejes, anda. Sabes que te encanta.
               -Me encantaría más ser hijo único-mintió papá, y la tía Waliyha se echó a reír, le dio otro beso que esta vez sí fue correspondido, y se inclinó para recibir a Duna, que había echado a correr hacia ella al grito de “¡tía Wali, tía Wali!”. La levantó en brazos y se rió cuando la niña empezó a comérsela a besos.
               -¿Cómo están mis sobrinas preferidas?-nos preguntó a Shasha y a mí, que trotamos dócilmente hasta ella para unirnos a un abrazo que la hizo tambalearse. Papá se nos quedó mirando mientras girábamos sobre nosotras mismas, en un sistema solar diminuto y apretado que apenas emitía calor.
               -¿Habéis tenido un buen viaje?-se volvió hacia mi madre y le dio un abrazo con fuerza, demostrándole que realmente tenía ganas de verla. Mamá solía ponerse tensa cada vez que veníamos a Bradford, porque la relación con mi abuela era bastante tirante (cuando se conocieron, mamá ya estaba embarazada de Scott, y la abuela pensó que era una farsante que lo único que quería era sacarle dinero a su hijo; aunque ahora estaba cien por cien demostrado que lo último que le interesaba a mamá de papá era su dinero, el hecho de que sus relaciones no hubieran empezado con buen pie todavía tenía consecuencias en nuestros días).
               -Todo genial, gracias, Waliyha-mamá le sonrió y le acarició los brazos.
               -Bueno, contigo al volante había posibilidades, pero con éste…-señaló a papá.
               -Llevo literalmente un minuto en Bradford, ¿puedes dejarme disfrutar aunque sea sólo un momento?
               -Hablando de disfrutar, ¿recuerdas aquella vez que fuimos a la feria de verano y tú quisiste montarte en los coches de choque y terminaste estampando el tuyo con tanta fuerza contra el borde que salió disparado?-Waliyha sonrió y papá la fulminó con la mirada-. ¿Te lo ha contado, Sher? Estuvo con el pie escayolado tres meses. Jamás en mi vida había visto a nadie usar tan torpemente unas muletas.
               -No me ha dicho nada, ¿Z?-mamá se inclinó hacia un lado para mirar a su marido.
               -Está mintiendo.
               -Enséñale el tobillo si es mentira. Seguro que aún tienes la cicatriz.
               -Tengo tatuajes.
               -Te los pusiste para tapártela.
               -¿Sabes, chavala? Estoy pensando en hacerme otro tatuaje. ¿Qué te parece “mi hermana es una jodida imbécil” en la frente? Seguro que muchos captarían la indirecta.
               -Yo de ti iría deprisa a hacérmelo-respondió mi tía-. Todos sabemos que Safaa es un pelín cortita.
               Papá abrió la boca para responder, pero no pudo más con la farsa y se echó a reír. Me encantaba venir a Bradford por esto: papá rejuvenecía, volvía a ser el chico que una vez se levantó para ir a un cásting y cuya vida dio un giro de 180 grados. Era como si el tiempo no hubiera pasado por él, como si la presión mediática no le hiciera ningún efecto allí donde una vez había sido anónimo.
               Además, en Bradford estaban mis abuelos y su hermana preferida. Él jamás lo reconocería, pero todos sabíamos que Waliyha era la favorita de papá; y él, el favorito de ella. Venir a Bradford significaba ver a su familia. Venir a Bradford significaba para mí ver una faceta de mi padre que rara vez se mostraba: la de hermano juguetón, cansado, borde.
               Me encantaba Zayn y me encantaba papá, pero había una autenticidad en la persona de mi padre que sólo conseguía sacar a relucir en Bradford. Dejaba de ser la estrella del R&B, y dejaba de ser el cabeza de una familia de 6.
               Volvía a ser Zain. Con i latina.
               -¿Dónde está mi cuñada?-reclamó mi padre, y a tía Waliyha se le iluminó la cara cuando le preguntaron por su mujer. Ésa era una de las cosas que más me gustaban de ser una Malik; aunque yo no lo llevara en la sangre, estaba convencida de que lo había mamado desde pequeñita y sería capaz de querer como querían en la rama de la familia de mi padre. Sin condiciones, contra viento y marea, a rabiar.
               Mi apellido me garantizaba una intensidad de emociones digna de una historia de mil capítulos.
               Sólo esperaba que alguien estuviera dispuesto a contar mi historia.
               -Ha salido con la peque a por unas cosas que nos faltaban para la cena de hoy.
               -Siempre dejándolo todo para última hora, chica-papá chasqueó la lengua y Waliyha dio una palmada.
               -¡No os quedéis ahí, venga! Os helaréis.
               -¿No está Khadija?-se lamentó Duna, que tenía unas ganas tremendas de encontrarse con nuestra prima, que tenía los mismos años que ella, y quedarse comiendo dulces y jugando a las muñecas hasta que mamá decidiera que era hora de irse a dormir. Waliyha negó con la cabeza.
               -Se ha ido con María. Me han dejado sola, ¿te lo puedes creer, Z?
               -Ellas que pueden… que aprovechen.
               -Por cierto, hablando de ausencias, ¿y mi sobrino?-acusó Waliyha, persiguiendo a papá en dirección al coche y negándose a aceptar una de las bolsas que le tendió para que le ayudara.
               -Se ha quedado en Londres-expliqué.
               -¿Con Tommy Tomlinson?-sonrió y se encaró a mi padre-. Zouis realmente vive, ¿no es así? Lo que unió el demonio de Simon Cowell, que no lo separe un tweet.
               Papá puso los ojos en blanco.
               -Son peores que Louis y yo cuando teníamos su edad.
               -Llegan a ponerse enfermos cuando no están juntos-añadió mamá-. Pero no está con Tommy. Se ha quedado con su novia.
               Waliyha abrió mucho los ojos y se giró en redondo para mirar a su hermano.
               -Me da igual que sea idéntico a ti. Ese chico no es tu hijo.
               -¿Nos expones tu tesis?-papá dio un portazo en el maletero y mamá cerró el coche, que emitió un pitido y un parpadeo de las luces. Seguí a Shasha dentro de la casa de mi tía, que olía a dulces navideños.
               -No es tonto, ni nada. Así que no puede ser tuyo.
               -Las chicas tampoco son tontas y son todas mías.
               -O eso te he hecho creer-pinchó mamá.
               -Sherezade, no me jodas, ¿eh?
               -Pero Sabrae, Shasha y Duna son mujeres. Scott es hombre, lo cual le da desventaja.
               -Amén, hermana-mamá levantó las manos y Waliyha se echó a reír. Papá se masajeó el puente de la nariz y suspiró.
               -Menuda semanita me espera…
               Subimos las escaleras de la diminuta casa en la que había crecido mi padre, que ahora ocupaban mis tías y una de mis primas medianas, en dirección a la habitación en la que se suponía que íbamos a dormir. Después de que papá se hiciera rico con las ganancias de One Direction, había cumplido la promesa que le había hecho a su madre años atrás y le había comprado una casa mucho más grande que aquella caja de cerillas, pero la familia no había podido desprenderse del que fuera el hogar en el que se habían criado sus retoños. Así que la habían convertido en la residencia de Waliyha, a la que le encantaban los espacios pequeños y que había encontrado trabajo como nutricionista en uno de los centros de salud de Bradford, donde había conocido a su mujer, María, una enfermera española a la que no le importó que mi tía tuviera una niña fruto de su anterior relación con un hombre al que seguía felicitándole las fiestas y el cumpleaños.
               Escuché los comentarios y las risas de mis padres en el piso de abajo mientras empujaba la puerta de la que había sido la habitación de Doniya, la hermana mayor de mi padre. Duna ya estaba saltando en la cama con una funda nórdica con dibujos de renos que atravesaban volando unas colinas cubiertas de nieve, tirando del trineo de Santa Claus.
               -¡Bájate de ahí!-la insté mientras Shasha se acercaba al enchufe de al lado de la mesilla de noche y ponía a cargar su móvil-. ¡Vas a hacerte daño!
               -¡Me! ¡Encanta! ¡Brad! ¡Ford!-celebraba Duna a cada brinco, sonriente, pero cuando me acerqué a ella decidió obedecerme. Sabía que yo no tenía las reservas de Scott, y que le dejaría el culo caliente si ella se atrevía a desafiarme lo suficiente. Scott no le daba porque se veía demasiado mayor para Duna, pero yo tenía 3 años menos que mi hermano y bastantes centímetros de diferencia con él, lo cual me permitía darme de hostias con todos mis hermanos (sin que me vieran mis padres, claro).
               -Perdón…-Duna se retorció las manos ante sí y agachó la cabeza.
               -Podrías haberte partido la crisma si te cayeras, ¿te parece divertido?
               -Pero no lo he hecho-Duna esbozó una radiante sonrisa, y luego me cogió la mano-. ¿Sabes cuándo va a venir Scott?
               Miré a Shasha y Shasha me miró a mí.
               -En un par de días-respondí-, ¿por qué?
               -Porque estamos muy apretados en la cama-soltó, para mi sorpresa. Pensé que me diría algo así como que lo echaba mucho de menos (Scott y Duna siempre dormían juntos cuando nos íbamos de viaje) y que se le haría raro estar sin él. Lo último que me esperaba era que mi hermanita se alegrara de que nuestro hermano mayor no estuviera y así tener toda la cama para sí.
               Shasha se puso en pie y se frotó las manos contra los vaqueros.
               -Voy a darme una ducha para despejarme. ¿Intentamos convencer a tía Waliyha para que nos lleve a ver las luces de Navidad en el ayuntamiento?
               Abrí la boca para responder, pero el estallido de entusiasmo de Duna me acalló.
               -¡SÍ!
                Shasha se echó a reír, cogió a nuestra hermana de la cintura y la metió en el baño con ella mientras yo me sentaba en el borde de la cama y sacaba mi móvil de la mochila. A pesar de que no había ninguna notificación de Alec, yo abrí Telegram y me metí en nuestra conversación, con la esperanza de que hubiera dado señales de vida en el intervalo que había pasado entre que le envié una foto del cartel de Bradford y el momento en el que me encontraba.
               Pero nada. Los dos últimos mensajes eran míos.
No te preocupes Y tampoco trabajes mucho, que no quiero que te quedes dormido cuando hablemos de noche 😉
Me apeteces .
               Releí mi mensaje, que él ni siquiera había abierto, una, dos, tres veces. Escuché de nuevo el audio que me había enviado y volví a mirar el vídeo que había recibido esta mañana, con su pelo revuelto, su pecho desnudo y su voz ronca.
               Sentí que la parte baja de mi vientre comenzaba a calentarse, pero no podía hacer nada. La casa estaba llena de gente, era minúscula y se oiría todo. Además, mi tía y mi prima estaban a punto de llegar, así que tenía todas las papeletas para que me saliera el tiro por la culata si empezaba a pasármelo bien conmigo misma.
               Así que le escribí un mensaje a Momo.
Acabo de llegar a Bradford. Entretenme.
Dile a Alec que lo haga él 😉
Está trabajando.
¿Soy el segundo plato? Qué mal me parece.
😂 Debería haberme quedado en Londres, con mi hermano. Tengo muchísimas ganas de verlo.
Le viste ayer, Saab.
Ya, pero me apetece muchísimo verlo ahora. Además, hoy es viernes. No debería haberme marchado.
No puedo dejar de mirar el vídeo que me envió por la mañana. Y de escuchar el audio que me mandó esta tarde. Mira.
               Le reenvié el audio y esperé a que lo escuchara.
Guau, realmente tienes una suerte con los tíos… Lo tienes comiendo de la palma de la mano.
Ya será para menos😂😂
Te lo digo yo, Saab. Éste se tatúa tu nombre. Guarda este mensaje.
Eres una exagerada😂
Chica, que te ha dado un consejo para que estés bien durante el viaje y luego te ha pedido que le mandes un mensaje cuando llegues. Y te ha dicho que le apeteces. Tengo CALOR😅.
Yo también lo tenía y por eso decidí abrirte, pero como no te pones en plan, creo que me buscaré otra distracción.
Sí, amiga. Pásatelo bien.
No voy a hacer eso, cochina.
Ya, ya 😉
Tonta.
               Me eché a reír y me quedé mirando el último mensaje de Amoke. Volví a entrar en la conversación con Alec. Cada vez tocarme me parecía mejor idea.
               Entré en su perfil de Instagram y caí en picado por las fotos que había subido hasta las del verano. Me quedé mirando su torso musculado, sus abdominales, sus brazos, recordando lo que se sentía al tenerlos a mi alrededor mientras mis pechos se frotaban contra su cuerpo, su miembro dentro de mí, haciendo que conociera el cielo como ningún chico lo había conseguido hasta entonces…
               Me llevé una mano a la boca y descendí despacio por mi anatomía, enloquecida de lujuria. Notaba mi respiración superficial, la piel erizándoseme allí donde yo me acariciaba.
               Estaba a punto de llegar a mi entrepierna. Me acaricié por encima del pantalón y me desabroché el botón, a punto de alcanzar con los dedos ese rinconcito de mí que tantas ganas tenía de regresar a mi ciudad natal.
               Y entonces se abrió la puerta y el alboroto inconfundible de una niña pequeña que regresa a una casa donde la espera la familia a la que lleva tiempo sin ver escaló hasta mí con la velocidad de un mono. Di un brinco en la cama y me abroché el pantalón un instante antes de que Khadija entrara en la habitación con una sonrisa.
               -¡Sabrae!-festejó, lanzándose a por mí, y yo bloqueé mi teléfono, lamentándome haber sido tan imprudente, y la recibí con los brazos abiertos. Saltó a mi pecho y se estrujó contra mí. Le di un beso en sus mofletes blanditos y ella se echó a reír.
               -¿Y Duna?
               -No ha venido-traté de engañarla-. Decía que no quería verte.
               Khadija se llevó las manos a la boca, estupefacta, pero se echó a reír.
               -¡Es mentira!
               Y corrió hacia el baño, donde empezó a chillar con mi hermana.
               Me coloqué el jersey, recogí mi teléfono, bajé las escaleras y fui al encuentro de mi tía, que me saludó con el entusiasmo propio de su país. Siempre había pensado que Eri era vivaracha por naturaleza, pero gran parte de su expresividad venía por haber nacido donde lo había hecho.
               -Qué grande estás-comentó María, dándome un toquecito en la cabeza-. Ya eres una señorita.
               Tía Waliyha salió de la cocina y fue al encuentro de su mujer. Le dio un piquito en los labios y aceptó la bolsa que ésta le tendía antes de regresar por donde había venido.
               María se sentó en uno de los sillones frente a la televisión, y se quedó mirando a mis padres. Al principio, se habían sentado en el sillón; mamá había apoyado la cabeza en el hombro de papá y había suspirado con satisfacción cuando éste le pasó una mano por la cintura, besándole la cabeza.
               Ahora estaban prácticamente tumbados uno sobre el otro, papá haciendo de colchón y acariciándole la espalda, y mamá parpadeando con pesadez sobre el pecho de él. María los miró con una sonrisa en los labios, y su sonrisa se ensanchó un poco más cuando papá le dio un beso a mamá en la cabeza y ella dejó escapar un suspiro de satisfacción, mimosa.
               Me habría gustado estar en la situación de papá y a la vez en la de mamá. No solían acaramelarse tanto a menudo, pero cuando lo hacían a mí me encantaba mirarlos, pensar en cómo sería encontrar a tu alma gemela y tenerla a tu entera disposición. Despertarte a su lado y acostarte también en su compañía, con su presencia a veces como única ropa.
               Me pregunté cómo sería despertarse al lado de Alec, cómo sería acostarme con él. Cómo sería su habitación, su cama; seguro que era gigantesca, viendo lo alto que era él. Seguro que se movía muchísimo por las noches y seguro que me tiraría varias veces de la cama hasta que su subconsciente registrara que no dormía solo. Seguro que me atraería hacia él en cuanto se despertara en mitad de la noche y se diera cuenta de que yo estaba allí. Seguro que soñaría conmigo, imbuido por mi perfume.
               Seguro que me despertaría con besos para hacerme el amor, como todos en casa sabíamos que hacía papá.
               Mamá apoyó la barbilla en el pecho de papá y lo miró a través de un pesado telón de somnolencia.
               -Hola-sonrió papá, acariciándole el pelo-. ¿Estás cansada?-mamá asintió-. ¿Quieres que te lleve a la habitación y te deje dormir?
               -No quiero que me dejes-susurró mamá, apoyándose de nuevo en él-. Quiero quedarme así para siempre.
               Papá exhaló una sonrisa entre dientes.
               -Vale-susurró, besándole la frente y acariciándole la cabeza, como hacía conmigo cuando estaba disgustada.
               Waliyha apareció por la puerta de la cocina y se quedó mirando a mis padres. Alzó las cejas y abrió la boca, pero María detuvo el comentario mordaz que estaba a punto de hacer.
               -¿Qué te parece si cogemos a las niñas y las llevamos a ver las luces del parque?
               Papá abrió un ojo.
               -Han puesto renos de luz al lado de los toboganes. Estoy segura de que a las niñas les encantará-urdió mi tía postiza. Papá miró a su hermana, que esbozó una sonrisa.
               -No puedo decirte que no cuando me hablas con ese acentito…
               -Siempre hablo con mi acentito-María alzó una ceja, tía Waliyha se echó a reír, le dio un beso en los labios y trotó escaleras arriba. Un cuarto de hora después, sorprendentemente mi madre todavía no se había dormido sobre el pecho de papá, acunada por su respiración. Puede que el entusiasmo de las pequeñas de la casa cuajado en gritos le impidiera conciliar el sueño.
               Me enrollé la bufanda de color café al cuello hasta que me cubrió la boca, me enfundé las manos en unos guantes y me aseguré por decimotercera vez de que el gorrito de lana de Duna estaba en su sitio. Nos giramos para despedirnos de papá y mamá, pero estaban tan ocupados besándose que decidimos no interrumpirles.
               Cuando cerramos la puerta, mamá se percató de su recién adquirida intimidad, se incorporó un poco y le aportó más profundidad a sus besos. Mientras enfilábamos el camino en dirección a la calle, le acarició el pelo recién rapado a su marido y sonrió en sus labios.
               -Eres tan precioso… estoy enamoradísima de ti, Zayn.
               Papá le devolvió la sonrisa, capaz de iluminar un universo entero durante la brevedad de un chispazo.
               -Ser tu marido es el privilegio de mi vida, Sher.
                Llegamos al parque del que hablaban Waliyha y María y nos hicimos un montón de fotos, tapadas hasta las cejas con nuestros abrigos. Después, fuimos a la plaza del ayuntamiento, donde habían instalado un árbol gigante de luces de colores que parpadeaban con el ritmo de los latidos de un corazón. Duna y Khadija corrían entre la multitud, jugando al pilla-pilla, bajo la atenta mirada de Waliyha y la mía. Shasha no paraba de hacer fotos de todo con lo que nos encontrábamos, y de vez en cuando se decidía a hacerme un reportaje.
               Le saqué la lengua después de que tratara de fotografiarme delante de un Santa Claus hinchable por sexta vez.
               -No he cambiado nada en el tiempo que ha pasado entre la última foto y ésta.
               -Es que quiero tener muchas para editarlas y hacer que des más miedo del que ya das-me respondió mi hermana, sacándome la lengua. Le hice un corte de manga y le di un empujón, pero terminé cediendo a la presión y sacando mi móvil. Hice varias historias con la ubicación activada; algunas, vídeos; otras, simples fotos, pero todo obedecía al mismo propósito.
               Quería que Alec viera dónde estaba y que se ofreciera a venir conmigo. Que me enviara un mensaje diciéndome que me echaba de menos y que había decidido que vendría a Bradford, dejando su trabajo, dejándolo todo, sólo porque el placer de estar juntos era más fuerte que las responsabilidades que le ataban a Londres.
                Quería que me dijera que en una batalla de Bradford contra Londres, nuestra capital no tenía nada que hacer por el mero hecho de que yo no estaba en ella.
               Las niñas se metieron en un túnel de estrellas y bastones de caramelo tras un montón de niños. Después de que salieran, tía Waliyha las regañó porque no le habían pedido permiso para hacer semejante travesura, así que las trajo de la mano al lugar donde María, Shasha y yo las esperábamos.
               -¿Queréis unas manzanas caramelizadas?-ofreció María, los ojos chispeando de ilusión. Waliyha desencajó la mandíbula.
               -Así no es como se supone que debo criar a Jade-comentó, y mi prima sonrió al mirar a su madre. Que hubiera utilizado el apelativo cariñoso con el que se referían a ella significaba que no estaba tan enfadada como pretendía hacer ver.
               -A ti te toca educarla; a mí, malcriarla-María sonrió y cogió las manos de Duna y Khadija, que trotaron a su lado hasta el puesto de manzanas con caramelo. Todas cogimos una, excepto las niñas, que las iban compartiendo, y después de pasear un poco para escuchar el villancico que el reloj emitía cada vez que se cambiaba de hora, regresamos a casa.
               Cerramos la puerta aprisa y comenzamos a desvestirnos, con el olor de la comida horneándose inundando la pequeña casa. Shash y yo nos acercamos a la cocina, donde mamá estaba revolviendo dentro de una olla mientras papá la abrazaba por la cintura y le daba besitos en el cuello. Mamá se reía, le pedía que se apartara, pero papá no cedía ni un milímetro.
               Ni a Shasha ni a mí se nos escapó que mamá llevaba puesta la camiseta con la que papá había pasado el día, ni que papá se había enfundado unos pantalones de chándal. Fue entonces cuando las dos caímos en la cuenta de que lo de las luces no había sido más que una excusa para que mis padres pudieran quedarse solos y disfrutaran de un poco de sexo antes de que terminara la semana.
               -Huele que alimenta, mamá-admiró Shasha, y nuestra madre le dio un beso en la cabeza.
               -Enseguida estará la cena. ¿Por qué no ayudáis a vuestras tías y ponéis vosotras la mesa?
               Tía Waliyha y María protestaron al ver que nos hacíamos con el control de su casa; éramos sus invitadas y no debíamos trabajar, según ellas. Pero mamá y papá nos habían inculcado que había que reducir la carga de trabajo de quien nos recibiera en su casa, así que no íbamos a ceder por muy fuerte que intentaran hacer presión.
               -Si tanto trabajo quiere evitarme, ¡que sea vuestro padre quien mueva el culo!
               -¡Llevo aquí una hora y ya estoy hasta los huevos de ti, Waliyha!
               -¡Y lo que te queda por aguantar, flipado!
                Por suerte, la sangre no llegó al río y tía Waliyha aplaudió la decisión de que fuera mi padre quien sirviera la comida (“ya era hora de que hicieras algo útil, Zayn”). Mamá llamó a Scott entre plato y plato y charló un poco con él; no quería tenerlo demasiado atosigado, pero el instinto la obligaba a preocuparse por lo que estaría haciendo. Y por si había dejado todo en orden en casa.
               Pero, sobre todo, quería asegurarse de que estaba bien. Le echaba muchísimo de menos a pesar de que estaba a un par de horas de viaje en tren, en muy buena compañía, en un sitio que conocía como la palma de su mano: el piso que papá había comprado, todavía de soltero, en el centro de Londres.
               Tía Waliyha y María insistieron en que serían ellas las que se encargaran de recoger los platos y fregarlos, y papá se llevó a Duna y Khadija a jugar al salón. Por mucho que pasaran los años, seguía encantándole ver a los niños jugar, y más cuando eran de su familia.
               Mamá me colocó un vaso de agua frente a mí y me acarició el hombro.
               -Deberías pensar en ir tomándote la píldora-me aconsejó, y yo asentí con la cabeza. Recogí el vaso y, acompañada de Shasha, subí las escaleras en dirección a la habitación que compartiríamos. Busqué en el bolsillo interior de mi mochila y extraje la pequeña pastilla blanca. Shasha se sentó en la cama y se aferró a los bordes mientras yo partía el pequeño envoltorio en el que venía la píldora. Nos la quedamos mirando un momento, y luego, me la llevé a la boca. Tomé un sorbo de agua y me la tragué.
               Shasha y yo volvimos a mirarnos, y ella dio unas palmadas en la cama, a su lado.
               Me senté junto a mi hermana y nos quedamos mirando la puerta, esperando no sé muy bien qué.
               -¿Quieres que bajemos para estar con mamá o nos quedamos aquí?
               -Estoy cansada-musité, mirándome las manos.
               -Vale.
               -¿Vemos una peli?
               -¡Vale!
               Shasha encendió su ordenador y tecleó a toda velocidad su contraseña, que yo conocía de sobra pero que jamás utilizaría. Ella no iniciaba sesión en mi cuenta, así que yo no lo haría en la suya. Así de sencilla era nuestra relación.
               Navegamos por el catálogo de todos los servicios de películas a los que estábamos suscritas y finalmente nos decantamos por un musical al que dejamos de hacerle caso a los pocos minutos de empezarlo. Shasha sacó su móvil y yo el mío, y nos dedicamos a jugar o a teclear mensajes mientras la película se desarrollaba ante nosotras.
               Mi hermana bloqueó el teléfono y lo dejó sobre su regazo. Se oyeron pasos por las escaleras, y al poco tiempo, una sombra se materializó en el pasillo. Mamá encendió la luz y se nos quedó mirando.
               -¿Qué hacéis?
               -Vemos una peli.
               -¿Cómo te encuentras, tesoro?-preguntó mi madre, acercándose a mí, poniéndome una mano en la frente para comprobar si tenía fiebre-. ¿Te notas algo raro?
               -No.
               Mamá asintió con la cabeza y depositó paquetitos de golosinas navideñas a mi lado, sobre el colchón.
               -Os he subido esto, por si queríais picar algo. ¿Prefieres que me quede contigo por si empiezas a sentirte mal?
               Shasha se incorporó un poco, preparada para irse. Pero yo no quería que se marchara, estaba demasiado a gusto en la intimidad de la habitación, notando el calorcito que desprendía su cuerpo. No me sentía mal, no me sentía niña, y mamá me estaba tratando un poco como si lo fuera.
               Aunque en cualquier otra ocasión me habría encantado que mamá se quedara conmigo, en ese instante quería un poco de independencia. Quizá suene un poco absurdo, pero dado que había cometido un error de adulta, me parecía que debía comportarme como una y dejar que mamá disfrutara de una noche calmada con dos de sus cuñadas, librándome así de sentirme pequeña.
               -Estoy bien. Shash está conmigo.
               Mamá nos miró a la una y a la otra.
               -Mis niñas-musitó con cariño, depositando un beso en nuestras frentes-. Si necesitáis algo, estaré abajo, ¿vale?
               -Vale.
               Asentimos con la cabeza y nos quedamos mirando cómo se marchaba. Shasha sonrió y se acurrucó contra mí, en un alarde de cariño fraternal al que no me tenía acostumbrada.
               -Gracias por elegirme-susurró.
               -Gracias por quedarte-contesté. Establecimos contacto visual y yo sentí que Shasha se abría para mí, haciéndome sentir como el botánico que presencia la floración de un cactus cuya flor tarda en madurar cuarenta años, y lo hace sólo durante unas horas antes de marchitarse.
               Shasha era con diferencia la más desapegada de la familia. A mí me dejaba mostrarle mi afecto físicamente porque sabía que yo era tremendamente mimosa y sufría si no me dejaban exteriorizar mi cariño, pero con el resto de la casa se limitaba a tolerar las muestras de amor. No es que les hiciera ascos, ni mucho menos, pero si nadie hacía amago de darle un beso o un abrazo, Shasha tampoco lo pedía.
               Por eso, que se acurrucara contra mí, era símbolo de que estaba muy a gusto conmigo y que estaba allí para apoyarme, como la mejor de las hermanas. Busqué su mano y entrelacé mis dedos con los de ella, perdiéndome en esos ojos chocolate que había heredado de papá. Shasha, por su parte, me dio un mordisquito en la mandíbula, y las dos nos echamos a reír.
               Jamás sabríamos que papá y mamá nos escucharon e intercambiaron una mirada cómplice. Creo que hay pocas cosas más hermosas que sentir el amor que tus hijos se profesan entre sí.
               En mi interior se desataba una tormenta. Por un lado me alegraba de que Scott no estuviera con nosotros para que así Shasha pudiera abrirse como lo estaba haciendo, sintiéndose necesitada (ella jamás lo decía, pero yo sabía que se consideraba la hija a la que papá y mamá menos querían, cuando yo estaba segura de que nos querían a todos por igual, pero de una forma distinta); por otro, echaba mucho de menos a mi hermano mayor. En su ausencia se suponía que yo debía ser la fuerte, pero en esos momentos me apetecía mucho tenerlo conmigo y poder arrimarme a él, confiar en que él conseguiría que todo saliera bien.
               -Saab…-murmuró Shasha, y yo la miré-. ¿Por qué has tomado esa pastilla?
               Me mordisqueé el labio. Definitivamente necesitaba que Scott estuviera allí.
               Al igual que él no me dejaba ver cómo metía la pata, yo no debía dejar que Shasha lo hiciera. Era una de las condiciones de ser hermanos mayores. Tienes que ser un ejemplo a seguir para los pequeños.
               -Ayer estuve con Alec. Como bien sabrás.
               -Lo sé-Shasha sonrió-. No soy tan tonta.
               -Me refiero a estar, estar-me senté a lo indio en la cama para mirarla, y Shasha se incorporó lo justo para abrazarse las piernas. Apoyó su barbilla en las rodillas y parpadeó, invitándome a seguir-. Y el caso es que… bueno. Fui una estúpida y no tomé precauciones.
               -¿Qué dijo para convencerte?
               -Nada-negué con la cabeza-. Alec… no quería hacerlo, de hecho. Se ofreció a hacer otras cosas, pero… yo quería. Me apetecía. Muchísimo. Lo hicimos sin nada y, buf…-sacudí la mano y Shasha se echó a reír-. Pero tú no lo hagas sin nada, ¿eh?
               -No creo que lo haga nunca-me confesó, y yo alcé las cejas.
               -Sí, ya. Eso dices ahora, pero cuando lo pruebes… te digo yo que le coges el gusto.
               -No le veo ninguna gracia, la verdad-tiró de un hilo de la colcha bajo mi atenta mirada-. No creo que sea para tanto.
               -A ver, las primeras veces es complicado, pero una vez que le coges el tranquillo…
               -¿Cómo va a ser complicado? Es… meterte algo ahí. Ni que hiciera falta un doctorado-Shasha puso los ojos en blanco y yo chasqueé la lengua.
               -Yo no conseguí tener un orgasmo la primera vez que me masturbé, ¿sabes? Y cuando perdí la virginidad, más de lo mismo. Ni de broma es meterte algo ahí y ya está. Los chicos lo tienen bastante fácil, tanto porque para ellos es sencillo como porque no hay estigma. En cambio, nosotras…
               Mi hermana frunció el ceño.
               -¿Qué diferencia hay?
               -Para empezar, una chica no puede decir que se masturba sin quedar como una puta. Las chicas sólo podemos ser criaturas sexuales cuando eso implica el placer de un chico. En el momento en que hagamos una mínima mención a que nos gusta el sexo en soledad… ¡alerta! ¡Zorra a la vista!-puse los ojos en banco, levanté las manos y Shasha se echó a reír-. Y luego está el hecho de que lo poco que puedes saber del sexo no se aplica a la masturbación femenina. Y casi nunca vas a llegar a un orgasmo con penetración.
               -Mamá llega-discutió, y yo me eché a reír.
               -Sí, vale, a mamá la escuchamos llegar, pero… seguro que papá le hace más cosas que eso. A mí Alec me hace más cosas que eso-le revelé, y Shasha alzó las cejas-. No eres un agujero, Shash. Lo que tienes ahí abajo es bastante más interesante que un mero hueco. De hecho, creo que el hueco es lo menos interesante de todo.
               -¿Y qué dirías que es lo más?-Shasha entrecerró los ojos y frunció el ceño, realmente me estaba prestando atención.
               -Nuestro amigo el clítoris-esbocé una radiante sonrisa y Shasha disimuló una risita-. Es genial, en serio. Una vez que aprendes que es a él a quien más atención debes prestarle, sentir placer es coser y cantar. Tanto en soledad como acompañada.
               -¿Alec le presta atención?-quiso saber, y yo noté que me ponía colorada, pero me reprendí a mí misma. No había nada de lo que sentir vergüenza: mi hermana no me juzgaría, y no hacía nada malo con él. De modo que asentí con la cabeza.
               -La primera vez que estuvimos juntos, yo no disfrutaba porque él es demasiado grande. Sí-asentí al ver su expresión-, eso puede resultar un problema. Así que… él decidió parar y prestarle a mi pequeño guisante las atenciones que se merecía.
               -¿Cómo?
               Le saqué la lengua, traviesa, y Shasha ahogó un alarido.
               -¡No!-respondió, divertida, y yo asentí con la cabeza y me eché a reír.
               -¡Sí!
               -Creía que a los chicos les daba asco hacer eso. A mí me lo daría.
               -A él le encanta. Me lo hace bastante a menudo. Y lo hace genial-suspiré y sentí un escalofrío que me recorría de arriba abajo, recordando lo que era sentir su lengua entre mis muslos-. El caso es que… haciéndome eso… consiguió que yo me excitara lo suficiente para disfrutar luego con la penetración.
               -¿Cómo es eso?
               -Te estiras.
               -¿Cómo que te estiras? Es un agujero, ¿cómo va a estirarse?
               -Shasha-puse los ojos en blanco-, que Alec la tendrá grande, pero no como la cabeza de un bebé.
               -Oh-mi hermana parpadeó-. Ya veo. Pero, ¿entonces? ¿Sola? ¿Cómo se hace? Porque está claro que no llegas con la lengua. Por muy larga que la tengas, tú tampoco llegas.
               -Hija, con lo que sabes de ordenadores, no puedo creerme que seas tan simple-puse los ojos en blanco y sacudí la cabeza-. No es por la lengua, es por lo que se hace con ella. Hay que estimular el clítoris, ¿sabes? Lo frotas como si fuera la lámpara de Aladín.
               -¿Durante cuánto tiempo?
               -Hasta que lo sientes.
               -Sentir, ¿qué?
               -El orgasmo.
               -¿Y cómo sabes cuando lo tienes?
               -Si tienes dudas, es que no lo has tenido.
               Shasha parpadeó.
               -Quizá me replantee mi postura respecto al sexo.
               -¿Vas a probar?
               -Puede. Cuando me aburra. ¿Cuándo empezaste tú?
               -El año pasado.
               -¿Y mamá?
               Me encogí de hombros.
               -¿A qué edad se suele empezar?
               -No lo sé. Quizá mamá lo sepa. Deberías preguntarle.
               Shasha se arrebujó en la cama, pensativa. Se sacó el móvil de debajo del cuerpo y lo encendió.
               -No lo busques en Google.
               -No lo estoy buscando en Google-protestó, pero me incliné hacia ella y sí que lo estaba buscando. Me eché a reír, le di un empujón, y le prometí que mañana mismo pillaríamos a mamá por banda y la bombardearíamos a preguntas. Sabía lo importante que era tener un apoyo en una situación así.
               Shasha me obligó a hacerle una promesa con el meñique, y en eso estábamos cuando mi móvil pitó con el sonido de un mensaje entrante. Un tono que yo conocía muy bien.
               Lo cogí y leí el mensaje que me había enviado Alec.
ÉXITO ROTUNDO. MERCADO LABORAL 0 ALEC 1.
               Me eché a reír y le enseñé el mensaje a Shasha, quien para mi sorpresa cerró la tapa del ordenador y lo recogió.
               -Te dejo para que charléis lo que os apetezca… o lo que surja-me guiñó un ojo y yo me eché a reír.
               -Eres tonta-le respondí, y empecé a teclear mi respuesta.
Sabía que lo conseguirías ¿qué tal el día?
Estoy muertísimo. 😪 y  encima llego a casa, todo ilusionado, pensando que es viernes y que voy a verte, y… resulta que NO.
Soy cruel.
Lo eres. Mucho.
Menos mal que yo soy un santo y te lo perdono todo. ¿Qué tal tu viaje?
Estuvo bien. Sin queja. ¿Y qué hay de la despedida de Mimi? ¿Muy lacrimógena?
Tuve que separarla de mí con una espátula. Suerte que los de seguridad estuvieron avispados y la cogieron antes de que me volviera a enganchar.
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA ME LO ESTOY IMAGINANDO Y ME AHOGO, TE LO JURO
Oye, Saab.
¿Te puedo llamar? Ha sido un día larguísimo y me apetece oír tu voz.
               Me quedé mirando su mensaje un momento. Me apetece oír tu voz.
               ¿Te puedo llamar?
               Claro que puedes llamarme, pensé. Puedes llamarme y venir a por mí cuando quieras.
               Toqué sobre su cara para abrir los ajustes de contacto y después toqué el icono del teléfono. Alec tardó tres toques en responder.
               -Hola-susurró con un jadeo de sorpresa, y yo sonreí, tumbándome en la cama.
               -Hola. Ya pensaba que no ibas a cogérmelo.
               -Tenía mis reservas-admitió, y yo me eché a reír-. Ya sabes. No vas a ganar tú siempre, bombón.
               -Jamás he perdido nada.
               -Bueno, cuando estás conmigo sí que pierdes algo…-bromeó, y yo volví a reírme.
               -No soy la única, me parece.
               -¿De qué hablas?
               -De la noción del tiempo.
               Ahora al que le tocó reírse fue a él.
               -Sí, a eso mismo me refería yo-exhaló un bufido y escuché cómo se acomodaba en la cama-.  Bueno, ¿has visto ya a toda tu familia, o no?
               -Qué va. Sólo a mi tía, su mujer y su hija. Mañana es cuando nos reunimos todos. Hoy era la jornada de reflexión.
               -Suena interesante. ¿A qué tía has visitado?
               -Waliyha. Estoy en su casa, de hecho. Me quedo a dormir en ella.
               -Waliyha-repitió Alec-. Suena guay.
               -¿Sabes cuál es?
               -No.
               -¿Has visto el vídeo de Story of my life?
               -Sí.
               -Pues es la que sale en la escena con mi padre.
               -¡Ah! Es guapa. ¿Y dices que es lesbiana?
               -Bisexual.
               -Joder con las bisexuales. Sois una plaga.
               -Creced y multiplicaos, dijo Dios-me eché a reír y él se rió conmigo-. ¿Cómo es que te llamaron para trabajar antes? Te había entendido que entrabas a las 6.
               -Y así era, pero eBay estaba caído por la tarde y Amazon tiene un repunte de visitas de la hostia. Tenemos zona universal.
               -¿Qué es eso?
               -Bueno, todos los repartidores tenemos una zona asignada por la que vamos entregando los paquetes. Normalmente hay puntos que coinciden con los de otros, pero son los menos. Londres se divide en sectores, y yo me ocupo de un sector concreto. Cojo mis paquetes y me muevo dentro de ese sector. Es más eficiente.
               -Comprendo.
               -El caso es que hoy se levantó esa norma y todos nos ocupábamos de todo Londres. Mi sector sería de los que menos demanda tienen, así que en vez de reasignarme a otro, lo que han hecho ha sido enviarnos a todos, a todas partes, por orden de llegada.
               -Suena caótico.
               -Es una puta locura, pero ya estoy acostumbrado. El año pasado fueron mis primeras Navidades y no me lo esperaba para nada.
               -¿Tienes que trabajar el 25?
               -No lo sé-suspiró, y yo me mordí el labio-. Creía que no porque había hecho cambios con algunos compañeros, pero visto lo visto… sólo espero que me dejen comer en casa. Sólo comer. A mamá le hace ilusión-musitó, y supe que estaba con la vista perdida en un punto de la pared de su habitación, jugueteando con las arrugas de la sábana.
               -Seguro que puedes comer en casa, Al. No te preocupes.
               -Mm. Bueno, de una mala, estará mi hermana, así que…
               -Pero no sería lo mismo sin ti.
               -Ya, ya. Todos quieren estar con sus seres queridos, y demás-escuché unos golpecitos-. Pero no va a ser posible.
               -¿Porque yo no estoy?-bromeé, y él se rió.
               -Tú lo has dicho, no yo.
               Me revolví en la cama y él se quedó en silencio un segundo.
               -¿Dónde estás?
               -Te lo he dicho. En la habitación.
               -Ya, Sabrae, pero dónde estás.
               -Ah. En la cama. ¿Y tú?
               -Yo también-escuché su sonrisa en sus palabras-. Joder, estamos conectados hasta para eso, ¿eh?
               -En mi defensa diré que hasta hace nada estaba con mi hermana, y vinimos aquí porque nos apetecía un poco de intimidad.
               -Qué casualidad. Yo estoy aquí con el conejo. No se despega de mí desde que he llegado a casa. Echa de menos a Mimi.
               -Los Whitelaw sois adictivos.
               Alec exhaló una sonrisa.
               -Podría decirse lo mismo de los Malik.
               Solté una risita y rodé para quedarme tumbada sobre el costado.
               -Joder, Sabrae-suspiró él-. No sabes la falta que me hacía escucharte reírte así.
               -¿De veras?
               -Sí. Tienes una voz preciosa, pero tu risa… tu risa me sana.
               Me mordisqueé el labio y me pegué el teléfono un poco más contra la oreja.
               -A mí también me encanta escucharte. Llamarte ha sido lo mejor que he hecho en todo el día.
               -¿Seguro que no quieres que vaya?
               -Seguro-me reí-. Por cierto, Al. Tengo que contarte una cosa.
               -Te escucho.
               -Les he contado a mis padres lo que hicimos ayer.
               -No se habrán enfadado contigo, ¿verdad? Lo último que quiero es buscarte problemas.
               -No, no te preocupes. Está todo genial. Han sido súper comprensivos. El caso es que… hemos decidido que sería mejor que tomara la píldora-me quedé callada un momento, esperando su reacción. Pensé que explotaría, que diría alguna estupidez.
               -Vale…-fue lo que respondió, cauto.
               -Ya sabes, para evitar cualquier riesgo.
               -Lo veo lógico.
               -Así que me la he tomado-informé de sopetón-. Me pareció que merecías saberlo. Ya sabes, después de las molestias que te tomaste ayer…
               -Olvídate de mis “molestias” de ayer, Sabrae. No me perdonaría nunca el hacerte pasar por algo que te hiciera un poco mal, aunque fuera un mal nimio. Me gustó lo de ayer. Disfruté muchísimo. Podría haber disfrutado más, sí, vale… pero no me arrepiento de nada.
               -¿No hay nada que cambiarías si supieras de antemano que yo tomaría la píldora?
               -Nos habría dejado acabar juntos-admitió-. Pero eso no quita de que ninguno tenía manera de saber qué pasaría. Así que te lo repito. No me arrepiento de nada.
               -Yo, de lo único que me arrepiento, es de haber dejado que seas así de tozudo.
               -Te saco dos cabezas, ¿qué vas a hacerme?
               -No puedo decirte lo que te haría. No es digno de una señorita.
               -Estoy a cientos de kilómetros de ti.
               -Y, si te lo dijera, seguro que buscarías una solución a eso, ¿verdad?
               -Verdad-consintió-. Todavía estoy intentando encontrar una razón para no solucionar esta situación.
               -¿Y tienes alguna idea?
               -Ligera-respondió, en tono oscuro. Un tono que yo conocía muy bien cerré los ojos, imaginándomelo a mi lado, y me giré para tumbarme de nuevo sobre mi espalda. Le escuché respirar despacio.
               -¿Me la cuentas?
               -¿Qué?-jadeó.
               -Tu idea. ¿Me la cuentas?
               -¿Pretendes torturarme?
               -Puede. ¿Está funcionando?
               -¿Tú qué crees?
               Escuché cómo su respiración se hacía un poco más superficial, y miré la puerta. Me incorporé y fui a cerrarla, confiando en que Shasha no entraría sin llamar antes. Saqué mis auriculares de la mochila y los conecté a mi teléfono. Me tumbé de nuevo.
               -¿Alec?
               -¿Sí?
               -¿Qué haces?-pregunté con inocencia, y él carraspeó. Escuché el susurro de la ropa de su cama al moverse, y sonreí.
               -Creo que lo sabes, ¿no? ¿Te molesta que…?
               -Me gusta-confesé. Alec sonrió.
               -Me encantaría verte.
               -No puedo. La casa está llena de gente.
               -¿Seguro que…?
               -Pero puedes escucharme.
               -Con eso me conformo, de momento-su sonrisa tiñó sus palabras de una ilusión sin fronteras.
               Llevé una mano al centro de mi ser, agradeciendo haberme cambiado de ropa y estar ahora en la comodidad de mi pijama. Me descubrí mojada y cálida, lista para que él me tomara. Recorrí los rincones del valle que me hacía mujer y exhalé un suspiro de satisfacción cuando mis dedos alcanzaron ese punto de mi cuerpo en el que más le pertenecía a Alec, el que más le echaba de menos.
               Sonreí escuchando cómo el jadeaba, y casi habría jurado que podía escuchar cómo se daba placer a sí mismo, escuchando mi voz. Mis jadeos se escapaban de mi boca entreabierta, me mordía el labio inferior para no gritar, intentaba tocarme sin hacer demasiado ruido pero sin privarlo a él del placer de escucharme…
               Escuché cómo se tensaba y le susurré las cosas que le haría, lo que debía imaginarse. Se corrió conmigo diciéndole cuánto le deseaba, lo que daría por estar con él, lo que le dejaría hacerme si estuviéramos juntos.
               -Sabrae-jadeó, y que mi nombre fuera la palabra que se caía de sus labios cuando estaba surcando el cielo causó estragos en mí. Me acerqué peligrosamente el orgasmo, gotitas de sudor me recorrían la espalda y me descendían por entre los muslos, mientras yo me arqueaba como hacía cuando él estaba entre mis piernas, poseyéndome con su boca o con su miembro.
               Nos intercambiamos los papeles. Alec se tendió en su cama mientras yo me retorcía en la mía; Alec me dirigió mientras yo me dejaba conducir; Alec me dijo por qué sitios debía acariciarme mientras yo seguía sus instrucciones con las manos.
               -Siénteme… eres mía… sólo mía… eres tan deliciosa. Te deseo, Sabrae. Eres la criatura más deliciosa que he probado nunca. Jamás me cansaría de beber de tu placer. Me pasaría la vida dentro de ti. Estoy a tu lado. Son mis manos las que te tocan así…
               -Alec…
               -Suplícame. Sabes lo que me gusta que me supliques.
               -Por favor, Alec…
               -¿Sí?
               -Voy a correrme. Voy a correrme-jadeé, al borde del precipicio, sin terminar de caer. Sentía la bomba en mi interior, a punto de explotar.
               Pero no encontraba la mecha.
               La tenía él.
               -Pues córrete. Córrete para mí.
               Y mi cuerpo le obedeció. Estallé en un millón de pedacitos minúsculos que se esparcieron por doquier, mientras mi ser por un momento abandonaba la carcasa en la que había estado encerrado. Dejé escapar un gemido ahogado mientras miraba la puerta, rezando porque nadie interrumpiera ese dulce momento prohibido.
               La puerta no se abrió y Alec y yo pudimos disfrutar de mi orgasmo en paz.
               Me desplomé sobre la cama, recobrando el aliento. Tomé aire varias veces y cerré los ojos, escuchando la respiración de Alec en mis oídos, como si estuviera conmigo. Si me concentraba lo suficiente, podía engañarme a mí misma y sentir su cuerpo a mi lado.
               -Dios mío-rompí el silencio echándome a reír, y le escuché sonreír al otro lado de la línea-. ¿Qué me estás haciendo, Alec?
               -¿No te ha gustado?-se burló, y yo negué con la cabeza.
               -Gustarme es poco. Ha estado bien.
               -Ha estado genial-me corrigió-. ¿Mañana a la misma hora?
               -Tengo reunión familiar, ¿recuerdas? No puedo.
               -De acuerdo. Pues, entonces, yo me ocuparé de unas gestiones mías para estar disponible para ti cuando tú quieras.
               Me eché a reír y asentí con la cabeza, a pesar de que no pudiera verme. Estaba tan atontada que ni me daba cuenta de que él no podría verme.
               -Vale. Te dejo que descanses. Buenas noches.
               -Buenas noches, bombón-aceptó.
               -Me apeteces-me despedí.
               -Me apeteces-fue su respuesta.
               Y yo sabía que le apetecía. No se me olvidaría nunca, me prometí a mí misma.


Era sábado por la noche. Mi pequeña aventura furtiva con Sabrae, tan cerca y tan lejos de mí, aún reverberaba.
               Me había pasado el día fuera de casa, volviendo sólo para comer. Una nevada había cubierto Londres de una capa blanca de azúcar glas, haciendo demasiado peligroso que los repartidores fuéramos en moto.
               Así que me había pasado el día entero con Chrissy, riendo y bromeando y anticipando la noche, que ella ya sabía que sería nuestra última. Le había explicado la situación, incluso le había dejado caer lo que Sabrae y yo habíamos hecho la noche anterior.
               Chrissy lo entendía. Lo entendía como sólo una amiga puede hacerlo.
               Así que allí estaba, mirándome en el espejo del baño de su apartamento, después de lavarme los dientes, despidiéndome del reflejo del chico que no le rendía cuentas a nadie. El chico que estaba a punto de dejar de ser.
               Sabrae me apetecía. Me apetecía incluso ahora que iba a tirarme a otra. Mi cuerpo sería de Chrissy, pero mi corazón, lo tenía ella.
               Salí del baño y atravesé el pasillo en dirección al salón.
               Chrissy estaba sentada con su ropa de siempre: camiseta de tirantes, vaqueros cortísimos. Dio un sorbo de su cerveza cuando me vio aparecer. Me recorrió con la mirada con hambre; no me iba a dar tregua esa noche, pero no me importaba.
               Estaba haciendo lo correcto. Estaba dejando de ser la peor versión de mí mismo para concentrarme en pulir la mejor.
               -Haz de ésta la despedida más memorable que ninguna mujer haya tenido nunca-me instó.
               Bebió un poco más de su cerveza, una sonrisa cruzándole la cara.
               Su sonrisa se hizo más amplia cuando yo se la devolví… y empecé a quitarme la ropa.

 



Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 

Además, ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. ¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

4 comentarios:

  1. ALEC PILLANDO A SCOTT Y ELEANOR ERA ALGO QUE NO SABÍA QUE NECESITABA HASTA QUE LO HE LEÍDO. De verdad, no supero a estos dos actuando como novios, no supero. Adoro la relación de Zayn con sus hermanas, porque es literalmente Scott con las suyas es que ay, me duele el corazón. Estoy deseando que sea el próximo capítulo para ver la reaccion de Alec a Sceleanor.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. EN REALIDAD NO LOS IBA A PILLAR PERO COMO PENSÉ QUE ERA UN MOMENTAZO DIJE PALANTE JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
      Podemos apreciar por favor que Scott es Zayn más joven en cada puñetera cosa que hace por favor

      Eliminar
  2. LO PRIMERO DE TODO MIL GRACIAS POR 289394 VEZ POR MI CAMEO EN EL CAPÍTULO, ME HA HECHO MUCHÍSIMA ILUSIÓN!!!

    y ahora vamos al cap. BUENO BUENO BUENO no me esperaba para nada que Alec se enterara así de lo de Scott y Eleanor, y la verdad creía que le iba a decir algo a Sabrae pero bueno tenían cosas más importantes que hacer *guiño guiño codazo codazo*

    y hablando de Sabrae qué TERNURITA cuando Shasha le hace lo del cristal, es que quería comerle los mofletines. Y cuando la parte con Shasha es que *inserta stick de Stich con los corazones*

    Y me encanta Waliyha tocándole los cojones a Zayn, es maravillosa.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. LO QUE TE MERECES MI NENAAAAAAAA
      Buah tía es que me dio una venada al meterlo, de hecho tengo un borrador en el que Alec es más consciente pero me parecía que no encajaba muy bien con cts y lo tengo guardado en Evernote así que nada jejejejejejejejejejejeje lo subiré al wordpress me imagino ☺
      BUENO MIRA ES QUE ME ENCANTA SABRAE POR HACER LAS DOS CARAS DE LA RELACIÓNDE SHASHA Y SABRAE PORQUE DELANTE DE SCOTT SE PELEAN TODO EL DÍA PEROESTANDO SOLAS SON SUPER COMPATIIBLES MIS HIJÍSIMAS LAS AMOOOOOOOOOOO

      Eliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤