domingo, 28 de octubre de 2018

Esto es un adiós.


La vibración de un teléfono un segundo antes de que el tono de llamada empezara a sonar me arrancó de mi estado de tranquilidad en el sueño e hizo que todo mi cuerpo se pusiera tenso. Chrissy, por el contrario, se limitó a revolverse y a murmurar algo en sueños.
               Sólo protestó cuando le quité la mano de la cintura y me di la vuelta para ver quién coño me llamaba tan temprano una mañana de domingo, cuando incluso la gente que lo único que sabía de mí era mi nombre sabía que yo las mañanas de los domingos no recibía a nadie, bien por tener una resaca impresionante, o bien por haber estado toda la noche echando un polvo.
               Chrissy bufó y se giró conmigo, buscando la manta que yo le había quitado y tapándose de nuevo el pecho desnudo. Sus pezones se habían endurecido por el frío de la habitación.
               -¿Es el mío?
               -No es para ti, nena.
               -Bien-masticó su somnolencia y luego abrió un ojo.
               -¿Es Sabrae?
               No se me escapó la forma en que las comisuras de su boca se curvaron en una sonrisa divertida, al igual que no se me escapó que las mías lo hicieron en una ilusionada. Sólo escuchar su nombre ya hacía que yo atravesara el cielo.
               -No. No es su tono.
               -¿Tiene un tono diferenciado?-se burló, y yo siseé para que se callara. No me apetecía que empezara a tomarme el pelo con Sabrae cuando todavía estaba metido en su cama.
               Metí la mano debajo de mis calzoncillos, que se habían quedado colgados de un poste de la cama antes de caer sobre la mesilla de noche, y alcancé el teléfono. Chrissy se acurrucó sobre sí misma, la manta cubriéndole los hombros. Tiró un poco de ella y el frío de la habitación me arañó la espalda mientras yo intentaba enfocar el nombre que aparecía en la pantalla de mi teléfono.
               Al ver cómo fruncía el ceño, ella se incorporó un poco para estudiar también la fuente de dolorosa luz.
               -¿Es del curro?-preguntó al ver cómo vacilaba. Podría arriesgarme y no cogerlo y rezar porque no insistieran, podría jugármela y pasar de los de administración y darme la vuelta para volver a tirármela.
               Pero no era eso lo que me pasaba por la mente.
               Lo único que se me ocurría era que este gilipollas estuviera aún borracho, aburrido, o las dos cosas, y hubiera decidido pasárselo bien despertándome a mí y recordándome quién estaba con Sabrae (Scott) y quién no (yo).
               -Scott-gruñí con una voz que casi no parecía la mía, y la sola mención del nombre de mi amigo me supuso un esfuerzo hercúleo. Bostecé para que supiera que me había despertado y hacer que se sintiera un poco mal-. Qué pasa.
               -Necesito que me abras la tienda-informó en tono neutro, como si no me estuviera pidiendo un favor de los gordos. Volví a bufar, separándome para mirar la hora en la pantalla del teléfono.
               -Scott, será puta coña. Son las… once de la mañana de un puto domingo.
               -Deberías estar en misa-discutió él-, para contrarrestar tus pecados, y seguro que estás rebozándote en lujuria. Tu alma no tiene salvación.
               -Joder, la lujuria es lo mejor-me giré y miré a Chrissy, que se había vuelto a quedar dormida, las manos a ambos lados de la cara. La destapé y le pasé una mano por las tetas, arrancándole un gemido y consiguiendo endurecerme. Meneó las piernas por el colchón, disfrutando del contacto-. Pero no te voy a abrir la puta tienda de mi hermano-espeté.

               Había empezado el día de puta madre. Técnicamente, cuando el reloj marcó las doce y el domingo comenzó, yo tenía los huevos en los labios de Chrissy y su coño en mi boca. Habíamos follado como putos animales en celo. Todavía me dolía la espalda de los arañazos que ella me había dejado por los músculos mientras la penetraba sin piedad.
               Ni de coña el gilipollas de Scott iba a conseguir jodérmelo haciendo que fuera a la tienda del subser de mi hermano. Cuanto menos contacto tuviera con Aaron, mejor. Seguro que mamá me obligaría a llamarlo para invitarlo a venir a comer a casa el día de Navidad, y con ese contacto al año me bastaba y me sobraba. Lo último que necesitaba era darle una excusa para que el muy gilipollas se pusiera chulito porque había vuelto a su tienda después de jurarle que no volvería a poner un pie en ese antro que regentaba hacía más de un año.
               Aunque, pensándolo bien, me vendría genial que Aaron se pusiera gallito. Eso me daría una excusa para romperle la cara.
               Si su cadáver aparecía dos meses después en la costa de Dinamarca… bueno, que probaran que lo había tirado yo al Támesis, que para algo vivíamos en un estado de derecho en que la presunción de inocencia estaba recogida en nuestras leyes.
               -¿Te acuerdas de aquella vez que se te jodió la moto, y Tommy y yo nos recorrimos medio Londres para conseguirte la pieza que te faltaba?
               Me quedé mirando el cabecero de la cama de Chrissy, donde pequeñas medias lunas aquí y allá eran las pruebas de lo que habíamos hecho durante meses. Ni siquiera habíamos reparado la hendidura que hice yo en la madera un día en que ella decidió poner en práctica una postura del Kamasutra que yo no le dejé probar más veces. Me hacía correrme demasiado deprisa.
               Como si supiera en qué estaba pensando, Chrissy se giró y se incorporó hasta pegarse a mi espalda. Sus pechos me acariciaron seductoramente los omóplatos mientras sus manos hacían lo mismo con mis brazos.
               -¿Quién es?
               -Scott.
               -Mándalo a la mierda; dile que estás conmigo-me mordisqueó el hombro, pero yo me centré de nuevo en la conversación con mi amigo. Iba a hacer lo que él me pidiera, y los dos lo sabíamos. Estaba en mi naturaleza ser casi como un perrito, presto a ponerme panza arriba y dejar que me rascaran la tripa mientras me decían con esa voz que sólo se usa para los perros ¿quién es un buen chico? ¿Quién es un buen chico? ¡Lo eres tú, sí, lo eres tú!
               -Además de musulmán, rencoroso. Desde luego, chaval, lo tienes todo-me pasé una mano por el pelo y Chrissy se mordió el labio, hambrienta de mí.
               -¿Qué te cuesta, tío?-peleó Scott, con su golpe de gracia-. Por un amigo, lo que sea. Bros before hoes, y toda esa mierda.
               Chrissy se separó un poco de mí. Había escuchado el alegato final de Scott, pero no iba a dejar que me fuera tan fácilmente. Volvió al ataque cogiéndome de la mandíbula, mordiéndome la boca y haciendo que una de mis manos descendiera a su entrepierna, que empezaba a humedecerse.
               Joder… ¿habría alguna manera de follármela mientras me vestía e iba al encuentro de Scott?
               Fue entonces cuando se me encendió la bombilla. Me sentía como si hubiera estado cayendo sin remedio al vacío, y de repente hubiera encontrado una cornisa a la que agarrarme.
               -¿No se supone que estás en Bradford?
               Scott se echó a reír al otro lado de la línea.
               -La gente supone muchas cosas hoy en día.
               Saqué la mano de la entrepierna de Chrissy y le guiñé el ojo cuando ella hizo un puchero. Me chupé el dedo con el que se había acariciado, que sabía a sal y a placer, y luego le di un profundo beso.
               Estaba emocionado, y me fastidiaba admitirlo. Puede que no todo estuviera perdido. Puede que hoy fuera a meterme entre las piernas de una chica diferente a aquella con la que había empezado el día.
               No me malinterpretes, no es que Chrissy tuviera nada malo, pero… después de escuchar a Sabrae gemir mi nombre mientras se corría por teléfono, estaba más que decidido a disfrutar de ese glorioso espectáculo en vivo y en directo.
               En mi mundo de yupi, que Scott estuviera en Londres significaba que Sabrae lo estaba también.
               -Ya me parecía a mí que ibas a pasar demasiado tiempo fuera, y más teniendo en cuenta que no protestaste ni una sola vez por los planes de tus padres-ataqué, sentándome e inclinándome hacia delante, hasta acodarme en las rodillas. No pude evitar sonreír mientras cargaba contra Scott-. ¿Qué haces en Londres?
               -Te lo cuento cuando te vea.
               -No, me lo cuentas ahora-ladré, dando un manotazo sobre mi rodilla. Chrissy hizo un mohín.
               -¿Qué os pasa?
               -Nada, nena. Que Scott es imbécil-miré de refilón el teléfono, asegurándome de que me escuchaba-. Y un mentiroso.
               -Pídele perdón a tu chica de mi parte, pero ahora el que te necesita soy yo.
               Ahora el que te necesita soy yo.
               Suspiré.
               La gente normal respondería a la típica pregunta de madre preocupada “¿si tus amigos se tiran por un puente, lo harías tú también?” con un “no, yo me reiría”.
               Pero claro, yo no soy una persona normal.
               Si mi madre me hiciera esa pregunta, lo que le contestaría sería: “sí, y procuraría hacerlo con bastante impulso para llegar al suelo antes que ellos y amortiguarles la caída”.
               La única razón por la que había llegado vivo a los 17 era porque nadie que me importara me había pedido que muriera por él.
               Y ahora la lista había aumentado en una persona.
               -Me visto, y te la abro-cedí, y Scott lanzó una exclamación victoriosa-. Pero, ¡eh! El próximo viernes, me invitas a chupitos. A los que a mí me dé la gana.
               -Interesado de los cojones…
               -Hay que andar espabilado en la vida; vivimos en un sistema capitalista, cariño. Nada es gratis.
               -Ya lo veo-protestó-. Ni el cariño de un amigo.
               -Uf. Eso, especialmente-ambos nos reímos. Chrissy se tumbó de nuevo sobre la cama, boca abajo, de forma que no podía echarle un vistazo a sus magníficas tetas. Puede que lo hiciera para facilitarme la partida, o puede que fuera un castigo. Miré la curva que su culo hacía bajo las sábanas-. ¿Cuánto tiempo me das?
               -En media hora estaré ahí.
               -Vuela. Los dos estamos de humor para un polvo mañanero, ¿eh, preciosa?-le di una palmada en el culo y Chrissy se rió.
               -Dale lo que quiera y luego vete, no seas sinvergüenza y avaricioso-atacó Scott, que sabía de sobra que yo no echaba polvos rapiditos cuando me llamaban mis amigos. Si el trabajo me llamaba, era otra historia, porque entonces ni de coña renunciaría a otro orgasmo con tal de llegar antes a casa.
               Pero la cosa cambiaba cuando no era el deber el que me llamaba, sino la amistad.
               -Voy a colgar-anuncié-, porque me excita que me digas esas cosas y me hables en ese tono.
               -De puta madre-respondió-, nos vemos en media hora.
               Tiré el teléfono sobre la mesilla y me volví hacia Chrissy, que me miraba parpadeando lentamente.
               -Me piro-anuncié.
               -¿Te vas?
               -Sí, pero tranqui, nena. Seguro que volveré.
               -Oh, ya lo creo que vas a volver. No te pongas los calzoncillos.
               -¿Qué?-me eché a reír, y ella se incorporó y trató de alcanzarlos antes que yo, pero fracasó en el intento. Me los pasé por los pies y me los subí hasta dejarlos en su sitio, mi miembro con ganas de guerra ahora cubierto por la tela de algodón-. Éxito rotundo, ya nada me ata a ti.
               -¿Tú crees?
               Chrissy se destapó, se sentó sobre la cama, abrió las piernas y apoyó las muñecas en sus rodillas, exhibiendo todas sus armas de mujer ante mí. Su sonrisa orgullosa al ver cómo mis ojos descendían por su busto hasta su sexo, que también tenía ganas de fiesta, era para enmarcar.
               Ni siquiera me di cuenta de que me estaba moviendo hasta que mis rodillas se posaron de nuevo sobre el colchón, y mis dedos tocaron los de sus pies.
               Entonces, Chrissy cerró las piernas y se tapó los pechos con un brazo. Me preguntó algo, pero yo todavía seguía viéndola desnuda y ofrecida ante mí, por lo que no la escuché.
               -¿Qué?-pregunté con un hilo de voz, la visión de su sexo ligeramente húmedo y ansioso del mío todavía torturándome. Ni siquiera me acordaba de cómo me llamaba, ya no digamos de por qué razón estaba de pie, con los calzoncillos puestos, en lugar de hundiéndome en lo más profundo de su ser.
               Chrissy se echó a reír y negó con la cabeza.
               -Olvídalo. Ya tengo mi respuesta. Vete-me dio un ligero empujón mientras se cubría con la sábana-, no quieres dejar a Scott esperando fuera, con este tiempo.
               La observé, su pelo alborotado por la noche anterior y las horas de ese sueño placentero que sólo una buena sesión de sexo puede darte, la piel brillante por el sudor que no había terminado de secarse del todo, los ojos chispeantes por las endorfinas que mi cuerpo había depositado en el suyo… y la sonrisa divertida de la chica que sabe que tiene al chico con el que pretende acostarse comiendo de la palma de su mano.
               -Creo… que me daré una duchita de agua fría-murmuré-. Para despejarme, y tal.
               -Sí-Chrissy amplió su sonrisa-, me parece buena idea. Creo que vas a necesitarla-se echó a reír y se tumbó sobre la cama, con las mantas cubriéndole los hombros. Me despidió con la mano mientras yo salía de su habitación en dirección al baño, y agradecí el que sus compañeras de piso todavía durmieran, porque de lo contrario tendría que esperar para entrar y sabía que terminaría metiéndome de nuevo en la cama de Chrissy y negándome a salir hasta que ella diluyera mi nombre en su próximo orgasmo.
               Abrí el grifo del agua caliente al máximo y esperé a que los cristales de la mampara de la ducha se empañaran para entrar de un salto. El calor ardiente de la ducha activó todas mis células, y no necesité más que un par de segundos bajo el grifo para sentir que todo mi cuerpo se despertaba. Entonces, cambié el chorro de lava por uno de agua helada, y me quedé un momento bajo la ducha mientras las gotas me bajaban por la espalda y el torso, lamiéndome las piernas y perdiéndose en el desagüe, llevándose con ellas todo lo que me había perturbado hasta entonces.
               Incluido el calentón. Notaba que podía pensar con más claridad, y gracias a eso pude centrarme en establecer la ruta más rápida hacia la calle en la que había quedado con Scott mientras me vestía.
                Fui a la habitación de Chrissy a recoger mi abrigo, y me sorprendió no encontrármela durmiendo en la cama. Me lo enfundé y me dirigí hacia la puerta, confiando en que ella saldría a mi encuentro, como efectivamente hizo.
               Lo que no me esperaba era que lo hiciera cubierta con una bata de algodón blanco que resaltara el bronceado de su piel y una taza de café humeante entre las manos.
               -¿Y esto?-pregunté, aceptando la taza y dándole un sorbo al café cargadísimo mientras la miraba a los ojos. Chrissy se apoyó en el marco de la puerta de la cocina y se cruzó de brazos.
               -Así me aseguro de que vuelvas, por si lo otro no funciona.
               -¿Qué otro?
               Sonrió, se descruzó de brazos y, aún apoyada un poco en el marco de la puerta, deshizo el nudo del cordón de su bata y la abrió.
               Estaba deliciosamente desnuda debajo de aquella prenda, la única que llevaba. Chrissy separó sus bordes un poco, lo justo y necesario para darme una visión perfecta de una de sus tetas. No pude evitar acercarme a ella y acariciársela, descendiendo hacia su cintura.
               Di otro sorbo de la taza y ella se mordió el labio, deseando ser el café para colarse en mi boca.
               -Te gusta hacerme sufrir, ¿no es así?-me burlé.
               -Aún no he acabado contigo, niño-atacó, altiva, alzando ligeramente la mandíbula. Solía llamarme así, “niño”, cuando quería que la follara con fuerza y yo le mostraba reseñas. En parte nos gustaba ese contraste entre nosotros dos, cómo todo el mundo vería que bailábamos en una frontera difusa, ella una mujer adulta y yo todavía un chaval que ni siquiera había cumplido la mayoría de edad, cuando lo cierto era que nos considerábamos iguales, y desde luego nuestros gustos así lo eran.
               Deslicé la mano libre de su cintura hasta su entrepierna, y acaricié su monte de Venus con la palma de la mano, haciendo la presión justa sobre su clítoris, mientras con dos dedos masajeaba los pliegues de su sexo. Chrissy dejó escapar un jadeo.
               -No vas a dejarme marchar tan fácilmente, ¿verdad?
               Para reforzar la respuesta que estaba a punto de darme, me agarró del cuello y tiró de mí hasta tener mi boca a milímetros de la suya. Me quedé mirando sus labios hinchados, sus dientes clavándose en la piel que los cubría, deseosos de hincarse en mí.
               -Sabrae está lejos-dijo-. Tú todavía eres mío.
               Puede que esté lejos, escuché una voz en mi interior, pero eso no hace que deje de ser menos suyo.
               No soy de nadie más que de ella.
               Introduje un dedo en su cueva de las maravillas y Chrissy arqueó la espalda, ofreciéndoseme. Me habría encantado abrirle la bata, magrearle las tetas mientras le mordía la boca y la penetraba con fuerza, o ponerme de rodillas frente a ella y comerle el coño hasta que no pudiera tenerse en pie, siguiendo entonces en el suelo hasta conseguir que se desmayara de placer (había descubierto ese mismo verano que era posible que las mujeres lo hicieran, en Grecia, con Perséfone), llevarla a la cama y dejarla cubierta por las mantas mientras me marchaba.
               Me habría encantado follármela con tanta fuerza que, cuando volviera, sus compañeras de piso estuvieran haciendo cola para que yo les diera lo que fuera que le daba a Chrissy y que la hacía gritar tan fuerte.
               Pero el deber me llamaba, así que me despedí con un:
               -No te toques. Ese orgasmo es mío. Volveré.
               A pesar de que sabía en lo más hondo de mi ser que Sabrae no estaba en Londres, incluso cuando una parte incluso más profunda deseaba estar equivocado, en el momento en que cerré la puerta del apartamento de Chrissy supe que le preguntaría a Scott.
               Y que si él me decía que su hermana me había engañado, regresaría a casa de Chrissy, sí. Pero no reclamaría el orgasmo del que me acababa de apropiar.
               Me despediría de ella y me iría a mi barrio, dispuesto a darle a la única mujer que se me aparecía en sueños con más frecuencia que en la vida real todo lo que ella quisiera tomar de mí.


Decir que me moría de curiosidad por saber para qué coño me había pedido Scott que fuera a abrirle la tienda de Aaron era quedarse muy, muy corto. El gusanillo de saber a qué venía tanta prisa y por qué necesitaba de un favor tan raro me picaba en el cerebro y se revolvía dentro de él, aunque en el fondo yo ya sospechaba a qué podía deberse toda esta situación.
               No había vuelto a pensar en Eleanor destacando entre sus amigas hacía dos días, en la estación de tren de Victoria, ni en la chica que se parecía terriblemente a ella, esperando a un chico que se parecía terriblemente a Scott, hasta que me senté en el bordillo de la calle a esperar a que mi amigo apareciera.
               El por qué quería verme allí, sin embargo, era un misterio.
               Aaron era cinco años mayor que yo, y había aprovechado la jubilación del dueño de la tienda de deportes en la que había empezado a trabajar para hacerse con ella hacía un par de años. Nuestra relación era más que tirante: Aaron no tenía ningún interés en ser mi amigo, y el único motivo que yo encontraba para no estamparle la cabeza contra un bordillo era que mamá se disgustaría muchísimo, a pesar de que mi hermano había dejado de vivir con nosotros siendo Mimi apenas una niña. Creo que su pronta mudanza era lo único que le agradecería a la parte de mi familia paterna, a la que Aaron pertenecía sin lugar a dudas. Eso de volver corriendo a casa del cole para llegar antes que él, salir corriendo de clase para alcanzar el patio cuando lo hiciera él, y marcharme después de que lo hiciera él, era tremendamente estresante.
               Pero más estresantes eran las pocas ocasiones en que yo no podía ser tan rápido como mi hermano mayor y descubría que Aaron había estado a solas con Mimi un tiempo. Nunca había llegado a hacerle nada malo, porque yo llegaba en el momento justo, pero todavía se me ponían los pelos de punta cuando recordaba cómo aprovechaba cada ocasión que se le presentaba para zurrarle cuando ella no era más que un bebé.
               Aaron culpaba a Mimi de que nuestros padres se hubieran separado.
               Porque cuando creces en una casa como la que había crecido él, te parece perfectamente normal que tu madre se levante un par de horas antes de ir a trabajar para cubrirse los moratones con maquillaje. O que tu padre le ponga un cuchillo en el cuello y le diga que terminará matándola.
               Aaron era igual de psicópata que mi padre, y yo tenía también ese monstruo oscuro y hambriento en mi interior. Nunca había conseguido definirlo tanto hasta saber qué forma tenía como cuando me puse celoso de Sabrae, y me asusté al reconocerlo, pero siempre había estado ahí. Preparado para matar, si era necesario.
               La diferencia era que el monstruo de Aaron sería el primero en atacar, y el mío, en defender. Me habría cargado a mi propio hermano hacía mucho tiempo si hubiera puesto en peligro a Mimi.
               Al menos yo estaba dispuesto a utilizar mi parte oscura para el bien, aunque siempre temía que se me escapara de las manos y terminara haciendo más daño, pero Aaron… Aaron simplemente era mala persona, y yo no quería que él estuviera cerca de mi familia.
               Así que, hasta cierto punto, yo no tenía problema en echarle un cable y tenerlo contento para que dejara a Mimi y Dylan tranquilos; sabía que no podía hacer nada con respecto a mamá, que incluso lo buscaba, porque también era su madre aunque de muy pequeño hubiera renegado de ella. Si Aaron estaba bien, se mantendría lejos de mi casa. Ése era un pacto tácito al que habíamos llegado de adolescentes, cuando él se dio cuenta de que había aprendido a pelear mejor que él.
               Había sido por eso por lo que había ido a ayudarle con los cambios en la tienda, después de que mamá me insistiera en que nos vendría bien pasar tiempo juntos para limar nuestras “asperezas”. Ella no tenía ni idea de que nos detestábamos profundamente, pero bastante sufría ya sabiendo que no había visto crecer a su primogénito porque éste era gilipollas perdido como para que encima yo le contara que debía dar las gracias de que esto fuera así, pues de lo contrario habría tenido que enterrar a su niñita. Aaron me había explicado escuetamente para qué necesitaba mi ayuda cuando mamá me dijo que quería pedirme un favor, y se había ofrecido a pagarme por horas una tarifa “más que razonable” (un tercio de lo que yo cobraba ahora, currando para Amazon, y eso sin contar lo que la empresa desembolsaba para mi seguro y la gasolina), a cambio de que yo le echara una mano con todo lo de cambiar la tienda. Yo había aceptado, y había recibido una llave que no le había devuelto, ni pensaba hacerlo.
               Nos habíamos pasado una semana tensa pero a la vez bastante relajada; puede que fuera porque estábamos demasiado ocupados cambiándolo todo, pintando las paredes, poniendo el parqué en el suelo y atornillando las estanterías y los ganchos para los esquíes y las tablas de surf, pero el caso es que no nos peleamos ni una sola vez. Incluso llegué a pensar que el tiempo había hecho que a mi hermano le creciera un cerebro, como hace la primavera con las hojas de los árboles.
               Hasta que me soltó que nuestro padre acababa de conseguir el tercer grado en la cárcel y había conocido a una mujer.
               -Espero que no le pegue las palizas que le pegaba a mamá-espeté, y Aaron dejó caer su brazo con el taladro un momento para mirarme. Yo seguí con la vista en la tuerca que estaba apretando.
               -Ha cambiado.
               -Como todos los presos. Seguro que se ha hecho un tatuaje de “amo a mi madre”, el muy hijo de puta. Como si no hubiera intentado cargarse a la de sus hijos.
               -Nunca llegó a intentar una cosa así-gruñó, a la defensiva-. Y eres gilipollas si has dejado que te laven el cerebro de ésta manera.
               Tiré la llave inglesa al suelo y salté del taburete al que me había subido para enfrentarme a Aaron. Era un poco más alto que yo, pero me daba igual. No iba a consentirle que me dijera que me habían lavado el cerebro cuando al que le habían comido el coco de manera muy experta había sido a él. Se había ido a vivir con una de mis tías, hermana de mi padre, cuando se marchó de casa. Y ella nunca había soportado a mamá, ya antes de que se divorciara de mi padre.
               -El gilipollas eres tú, tío. Gilipollas, e hijo de puta. Debería darte vergüenza intentar hacerle un lavado de cara. Yo sé lo que hizo. Me acuerdo. Todavía tengo pesadillas en las que le escucho cómo pega a mamá-acusé-. Lo intentaba todos los días.
               -Eso es lo que tú te crees, pero no eras más que un mocoso. Todas las parejas tienen problemas, ¿crees que los padres de tus amigos no tienen movidas como las tenían los nuestros?
               -Te puedo asegurar que los padres de mis amigos no les dan patadas en el estómago a tus mujeres. Y eres un desgraciado por defender a tu padre sabiendo todo lo que hizo.
               -¿“Tu padre”?-se echó a reír, cínico-. También es el tuyo, ¿recuerdas?
               -Cada puto día de mi miserable vida.
               Recogí la llave inglesa y miré la tuerca.
               -¿No te cansas de vivir con tanto odio?
               -Si él no se cansa de vivir, yo no me canso de hacerlo como lo hago.
               -¿Por qué te cierras en banda? Todo el mundo merece una segunda oportunidad.
               -Él ya la tuvo.
               -Le haría ilusión que…
               -Me da igual lo que le haga ilusión a ese hijo de puta, Aaron. No voy a ir a verlo. Yo sé dónde están mis lealtades. Los monstruos no dejan de ser monstruos por mucho tiempo que estén encerrados. Yo jamás daré de lado a mi madre como lo hiciste tú.
               Tiré la llave inglesa al suelo y me volví hacia la puerta.
                -¿Le sigues teniendo miedo?-Aaron rió con crueldad, y yo di las gracias al cielo por haber tirado la llave inglesa al suelo, porque se la habría estampado en el cráneo, aunque fuera sólo un acto reflejo.
                Se reía igual que lo hacían las sombras de mis pesadillas. Tenía la misma risa que papá.
               Me volví hacia él.
               -No voy a ponerle en bandeja lo que más quiere.
               -¿Que es…?
               -Hacerle daño a mamá una última vez.
               -No va a hacerte nada.
               -Ya sé que no va a hacerme nada. Puedo defenderme solo, pero el mero hecho de que lo intente ya le haría bastante daño a mamá. Tú no sabes cómo está. Venir tres veces al año a verla no es conocerla. Todavía da respingos de vez en cuando, cuando escucha las llaves en la puerta. No voy a volver a ver a nuestro padre, Aaron. El único momento en que me acercaré a él será para asegurarme de que enterráis bien profundo su puñetero ataúd. En lo que a mí respecta, soy huérfano.
               -E hijo único-intentó atacarme, pero no me molestó en absoluto.
               -No. Tengo una hermana. ¿Qué tienes tú?
               Aaron me había fulminado con la mirada, y no dijo nada hasta mucho después de que yo cerrara la puerta y me marchara de aquella calle, con las llaves aún en el bolsillo y el corazón latiéndome a mil.
               -Niñato cobarde y consentido…
               Un par de figuras aparecieron por una esquina y yo me erguí, masticando el chicle. Salté de vuelta a la realidad y traté de controlar mi respiración. Pensar en ese episodio, la última vez que había estado a solas con Aaron en ningún sitio, todavía hacía que se me cerrase el estómago.
               Necesitaba un cigarro, la sensación de la nicotina colándose en mi torrente sanguíneo y relajando mis nervios. Pero sólo tenía un chicle.
               Por suerte, Scott no había dejado de fumar oficialmente, así que…
               Sonreí al verlo aparecer acompañado de su novia como el científico que lleva meses tratando de probar una teoría enrevesada y por fin consigue hacerla irrefutable. Llevaba un tiempo rarísimo, saltando a la mínima, escondiéndose de nosotros cuando iba a disfrutar de un polvo con alguna chica. Una de las veces en que se había puesto arisco conmigo, había llegado a pensar que Scott tenía novio y se avergonzaba de ello (cuando no era nada de lo que avergonzarse), y por eso no nos quería decir nada.
               Cualquier rastro de veneno que el recuerdo de mi hermano pudiera haber inoculado en mi sangre se disipó en el momento en que vi cómo Scott y Eleanor se plantaban delante de mí, caminando demasiado cerca como para ser sólo amigos.
               Noté la energía protectora que manaba de él. Y la forma en que ella trataba de hacerse pequeña, invisible, para que yo no me fijara en cómo orbitaba a su alrededor, cómo ambos se ajustaban automáticamente a la posición del otro.
               Mastiqué lentamente mi chicle, saboreando el momento triunfal, y esbocé una sonrisa macabra cuando clavé los ojos en mi amigo, que estaba decidido a no decir la primera palabra. Me encantaba la forma tan chula que tenía de presentarse ante mí, como si yo fuera el enemigo.
               -¿Tienes un cigarro?
               Eleanor tragó saliva y miró a Scott.
               -¿No habías dejado de fumar?-inquirió su acompañante.
               -¿Quién eres? ¿Mi madre?
               Scott puso los ojos en blanco, se sacó un paquete de tabaco del bolsillo interno de la chaqueta y me lo lanzó, ignorando la mirada reprobatoria que Eleanor le lanzó. Vaya, vaya, parece que no le gustaba que su chico fumaba. La verdad era que no me sorprendía: si Mimi protestaba cuando me encontraba de fiesta y olía mi aliento a tabaco después de darme un beso, no quería ni pensar en cómo sería besar a alguien con una boca que apestara a ese sabor.
               Scott me miró como diciéndome que aquel sería mi último cigarro, lo cual me hizo mucha gracia, pues fumaba más que yo. Lo encendí con parsimonia, disfrutando por un momento de cómo el mechero me calentaba las manos.
               -Más vale que sea importante el motivo por el que me has despertado de mi apetitosa siesta-sonreí, alzando las cejas, soltando el aire muy despacio.
               No fue hasta entonces cuando me decidí a mirar a Eleanor. Y me encantó haberme tomado mi tiempo.
               Podía ser muchas cosas, pero desde luego, no era estúpido. Si Scott había venido con ella, y había estado tan raro últimamente, estaba claro que Eleanor era la protagonista del cambio en el carácter de mi amigo. La muchacha se hizo pequeña bajo la intensidad de mi mirada. Ante mí no sólo estaba la novia de Scott, sino muchísimo más: la hermana pequeña de Tommy, la mejor amiga de mi hermana pequeña… Eleanor era muchas cosas en mi vida, y me sorprendió no haberme dado cuenta hasta entonces del papel que había jugado en mi existencia. Ante mí no tenía a la chica que pululaba de vez en cuando por mi casa o a la que habíamos acompañado mi hermana y yo a su casa cuando aún iba a ballet, no era la joven a la que le había la puerta de vez en cuando para que viniera a quedarse a dormir en la habitación de Mimi, ni era la que compartía el desayuno conmigo por las mañanas.
               Sonreí estudiándola, viendo cómo en su cara desfilaban los mismos pensamientos que en la mía. Puede que me sorprendiera un poco encontrármela ahora en esta guisa, en un papel que yo no me había esperado, aunque podía quedarle bien; pero para ella, verme a mí fuera de mi papel de hermano mayor de su mejor amiga, en la piel del amigo de su novio, era todavía más impactante.
               Estaba disfrutando amedrentándola, la verdad. Me gustaba la forma en que se le ruborizaban las mejillas y cómo apartaba sus mechones de pelo tras su oreja, cómo se mordía el labio y se pegaba a Scott, buscando su protección. Él se la brincó cogiéndole la mano, consiguiendo establecer contacto visual con ella. Eleanor se abrazó al brazo de mi amigo y le acarició la cara interna. Eso envalentonó a Scott, que me miró desafiante.
               Mi sonrisa se hizo más amplia. Puede que no me lo hubiera dicho en voz alta, pero ningún chico miraba así a otro salvo si estaba en compañía de su novia.
               -Sabía que te pasaba algo, tío-me incorporé-. No es normal que no intentes quitarme a las castañas-busqué en el bolsillo de mi chaqueta el manojo de llaves que siempre me acompañaba-. Para que luego digas que no tienes un tipo de tía-hice un gesto con la cabeza en dirección a la melena de Eleanor, de un dulce color chocolate que no tenía nada que envidiar al mío… pero que no se parecía en nada al chocolate de la piel de Sabrae.
               La de ella era mucho más dorada, más brillante, propia de una diosa. Donde Sabrae me recordaba a una divinidad, Eleanor me recordaba a un manjar.
               -Yo no te quito a nadie-protestó Scott, y yo puse los ojos en blanco. Qué mentiroso era, ¡le encantaba intentar levantarme a las tías! Una pena que las que se decantaban por mí nunca se pasaran al otro lado; no así las que primero lo probaban a él, y después satisfacían su curiosidad conmigo.
               -Eres envidioso, Scott. Asúmelo, y viviremos mejor todos. Además, ya me parecía a mí que estabas de demasiado buen humor a pesar de que llevabas varios fines de semana sin terminar de echar un polvo-sonreí, dándole un codazo.
               -Llevo echando polvos todos los fines de semana desde hace mes y pico, pero gracias por tu interés-ironizó él, y yo sacudí la cabeza.
               -Y luego todavía tienes los huevos de tomarme el pelo por lo mucho que estoy yo con tu hermana. Vale.
               Me robó el cigarro y le dijo a Eleanor que no empezara a fumar, a pesar de que estaba claro que ella jamás lo haría. La forma en que puso los ojos en blanco después de que Scott diera la calada ya era bastante prueba de que ella no tenía interés en llevarse un cigarro a la boca.
               -Hay vicios mejores, El-me burlé, y ella sonrió levemente mientras yo abría la puerta y la invitaba a pasar. Así lo hizo después de mirar a Scott como pidiéndole permiso, y atravesó la puerta de cristal con paso firme. Scott y yo la seguimos al interior, y mientras ella comenzaba a pulular por entre las estanterías y las perchas, él se acercó al mostrador y se quedó mirando varias muestras de ruedas para un patinete. Desactivé la alarma en el último segundo, después de decidir que no quería provocar un enfrentamiento con Aaron… aún.
               -Eres un temerario-acusó Scott.
               -Soy un puto ninja, chaval-repliqué, robándole el cigarro y dando otra calada. Recogí un skate chulísimo del expositor, en el que le habían dibujado rayos y nubes con la estética de un cómic-. Mira cómo mola esta mierda, y el hijo de puta dice que no tiene pasta para comprarle nada a mamá.
               Scott puso los ojos en blanco y se volvió para mirar cómo Eleanor se estiraba para alcanzar una sudadera blanca con letras en azul eléctrico.
               -¿Quieres que te ayude?-preguntamos ambos a la vez, pero ella negó con la cabeza, sus rizos de chocolate bailando a su espalda. Revolvió, intentando encontrar su talla, estirada cuan larga era y tanto como se lo permitían sus pies. Se le subió un poco la falda en la maniobra, y yo no pude evitar inclinar la cabeza un poco para inventar echar un vistazo de su culo. Supongo que es el instinto, o la costumbre. O que simplemente Eleanor tenía un cuerpo precioso, y a mí me encantaba admirar los cuerpos femeninos. Especialmente cuando estaban esculpidos por algún deporte, o por el ballet, como era el caso de la hermana de Tommy.
               -Eh-Scott me dio un golpe en el pecho más fuerte de lo que yo me habría esperado, aunque, claro, ya no estábamos jugando. Estaba marcando territorio, diciendo “esta hembra es mía”.
               Yo sería igual con Sabrae, la verdad. No podía culparlo. Por mucho que me gustara que otros hombres me envidiaran por tenerla a ella, eso no quería decir que me hiciera gracia cazarlos deseándola, mirándola como yo acababa de mirar a Eleanor.
               -Nunca me había fijado en lo guapa que es-me excusé, y Scott sonrió, agradecido de que no hubiera dicho que “estaba buena”, sino que era bonita. Era una cuestión de respeto, tanto para él como para Tommy. No trataría a Eleanor como a un polvo de una noche, porque no era eso ni de lejos. Jamás la tocaría de esa manera, y menos ahora.
               No se me escapó la ironía que era que yo nunca hubiera considerado a Eleanor de esa forma, y sin embargo no pudiera dejar de pensar en Sabrae como lo estaba haciendo… a pesar de que ambas eran la hermana pequeña de uno de mis mejores amigos.
               -Buen gusto y buena suerte-comenté, y Scott sonrió y se apoyó en el mostrador-. La mejor combinación de cualidades que puede tener un tío.
               -¿Te gusta cómo le quedan mis bóxers?
               Me lo quedé mirando. Descarado.
               -Ya me parecía am í que me sonaban de verlos tirados por mi habitación después de esas noches tontas de sexo salvaje heteroflexible que nos dan de vez en cuando.
               Nos echamos a reír.
               -Eres gilipollas, Alec-se cachondeó mi amigo. Se mordisqueó el labio cuando Eleanor fue por un taburete y se subió a él con decisión, resuelta a no recurrir a nosotros para nada. Bastante había dependido de nosotros ya como para que ahora le volviéramos a sacar las castañas del fuego.
               Miré a Scott. Su mirada chispeaba de una forma muy intensa, como una noche de verano en un lugar desértico donde ni una estrella quedara ahogada en la atmósfera o en la contaminación lumínica de ninguna ciudad.  Parecía genuinamente feliz, brillante, muchísimo más ilusionado por el futuro y emocionado con todo ahora que Eleanor estaba en su vida.
               Me encantaba Scott estando enamorado. Era una de las cosas más bonitas que había visto nunca. La última vez que lo había estado, con Ashley, había sido genial. Incluso a pesar de que no había salido bien, Scott se había involucrado tanto con ella, se había emocionado tanto con cada cosa buena que le pasaba, y nos las había contado con tantísimo entusiasmo, que era imposible no alegarse por él y entender por qué ninguna chica podía resistírsele.
               Me encantaba verlo enamorado y me dolía muchísimo que lo ocultara.
               -¿Por qué no nos lo dijiste, Scott? Somos tus amigos, joder. No sólo quedamos para echar unas canastas. También nos contamos las cosas buenas.
               -Tommy no lo sabe.
               -¿Y?
               -Que sois unos putos bocazas. Es más fácil guardar un secreto entre dos que entre cinco. Pero si esos cinco sois vosotros, olvídate-sacudió la cabeza y yo puse los ojos en blanco. Se sorprendería de la cantidad de cosas que no había contado porque eran secretos que no me pertenecían. Yo aireaba sin darme cuenta cosas de mí mismo que otras personas se reservarían, pero en cambio, de mis amigos, jamás se me había escapado nada. Ni media palabra.
               Cogí el paquete de tabaco de nuevo y le tendí un cigarro.
               -Voy a dejarlo.
               -¿Por ella?
               -Alec.
               -Me hace gracia, eso es todo-le di una calada al nuevo cigarro-. Deberías contárselo a Tommy-lo señalé con el dedo que sostenía el pitillo-. Te está matando por dentro. Lo veo.
               -¿Y si se cabrea conmigo?
               -No va a dejar de hablarte siempre. Joder, Scott, ¡sois hermanos! Todos lo somos, pero vosotros dos, más.  Yo me cabreo con vosotros, no nos hablamos en  un par de días, nos damos de hostias y volvemos a echar partidos y hacer las cosas de siempre.
               -No aguanto dos días sin ella, como para pasarlos también sin él-murmuró.
               -Estáis tan enamorados el uno del otro-suspiré trágicamente, como el protagonista de una telenovela.
               -Y no llevamos ni dos meses.
               -Hablo de Tommy y de ti, retrasado-espeté, y Scott alzó una ceja y me fulminó con la mirada, aunque sabía que en el fondo yo tenía razón. Su relación con Tommy no era una amistad normal. Jamás había visto a dos personas tan íntimamente conectadas como lo estaban ellos dos. Parecían pensar con el mismo cerebro y actuar por el mismo patrón, ser las dos mitades de un  todo mucho más grande que ellos dos. No eran Scott y Tommy, eran Scommy, la suma de sus dos nombres que sin embargo no sólo definía a la pareja, sino a la relación al completo.
                Incluso enfermaban si estaban demasiado tiempo separados. La felicidad de Tommy tenía directa relación con la de Scott, y viceversa.
               Su mejor época había sido cuando los dos habían estado enamorados, y ahora que Tommy había conseguido superar a la zorra de Megan con Diana, y Scott estaba con Eleanor… realmente nos estaban privando a todos de verlos siendo monísimos.
               Eleanor alcanzó su sudadera, e hizo amago de coger el taburete para devolverlo a su sitio, pero yo le dije que lo dejara allí. Quería que Aaron supiera que había estado allí; no sabía por qué, tenía muchísimas ganas de bronca con él, pero no era tan estúpido como para empezarla yo. Mamá no me lo perdonaría.
               Pasamos a la parte interna del mostrador y apoyé los codos en el cristal.
               -No veas lo bien que me siento por dentro estando con ella, Al-murmuró, observando con infinita adoración los tobillos de ella, que se colaban por debajo de la cortina del probador.
               -S, no me digas que el sexo no es cojonudo.
               Se mordió el piercing, conteniendo su mejor sonrisa de Seductor™. Le devolví mi sonrisa de Fuckboy®.
               -¿Tan bueno es?
               -¿Crees que es genético?-inquirió, acariciando el cristal y paseando los ojos por las ruedas de los patinetes.
               No lo sé, quise decirle, pero tengo una teoría. Las chicas se mueren por estar contigo, y yo me muero por estar con Sabrae. Ambos sois Malik, así que… os tiene que ir de familia, definitivamente.
               -¿La calidad? Sin duda.
               -Entonces, Tommy es mil veces mejor que yo.
               -Dios nos libre-repliqué-. No soportaría que alguien fuera 999 veces peor que yo. Ni yo, ni Londres. Son ellas-dije tras una pausa-. Lo hacen mejor.
               Scott esperó pacientemente, y yo no lo pude soportar más. Quería que le fuera con el cuento a Sabrae, quería picarle la curiosidad y que le preguntara por mí nada más verla.
               -Tu hermana me debe una mamada.
               ¿Eso te ha dicho, el muy gilipollas?, le respondería ella cuando Scott se lo comentara como por casualidad, y me llamaría muy enfadada, y me gritaría y me juraría y perjuraría que ella había estado más que dispuesta, incluso ansiosa, por hacerme una mamada y probar por fin mis ganas de ella en su boca, como yo bien sabía. Y a mí me daría igual, porque yo lo que quería era volver a escuchar su voz. Que me gritara, que se enfadara, que me siguiera demostrando que yo le importaba como ella me importaba a mí.
               -Y me lo cuentas, porque…
               -Que lo sepas-me encogí de hombros, y Scott se puso rígido.
               -¿Qué coño soy, Alec? ¿Su secretario sexual? ¿Quieres pedir cita? ¿La llamo, y comparamos fechas? ¿Te viene bien el jueves?
               -A mí me vienen bien todos los días.
               -Me cago en tu madre-escupió Scott.
               -Me la ha metido doblada. Tu hermana, no mi madre. Dios nos libre; en mi familia no somos tan pervertidos.
               -En algún momento tenía que pasar-comentó-. Y me alegro de que haya sido ella.
               -Pero yo se la metí antes-solté antes de poder frenarme, porque realmente me interesaba la trayectoria de la conversación. Me permitiría preguntarle dónde estaba, si estaba en Londres o en Bradford, como me había dicho.
               -Mi más sincera enhorabuena. Y ahora, te alejas de mi hermana.
               -Aléjate tú antes de la de Tommy.
               Se mordió el piercing para no echarse a reír.
               -Hijo de puta…
               -Tenía que pasar, S. Sabrae es hembra, yo soy macho. Así son las cosas, así han sido siempre. Además… tenemos química. No me lo puedes negar.
               -Y poca cabeza.
               -¿A qué te refieres?-me incorporé y me lo quedé mirando.
               -Sé que lo hicisteis sin condón.
               -Tío…
               -No estoy interesado en tus excusas. Lo único que te pido es que no lo vuelvas a repetir, Al. No quiero que pase nada.
               -Estoy limpio.
               -Ya, bueno…
               -Scott, en serio. Estoy limpio, de verdad. Jamás la tocaría si no estuviera cien por cien seguro. No le he pegado nada a tu hermana. Y no voy a dejarla embarazada.
               -Más te vale.
               -Tomé precauciones, pero, por si acaso… ha tomado la píldora.
               Scott asintió con la cabeza.
               -Para la próxima vez que no tengáis preservativo, intenta… no sé. Comérselo, o lo que sea.
               -¿Te crees que no lo hice? Me ofrecí a ello, pero ella quería hacerlo de verdad. Sentirme. Tenerme dentro. Y, si te soy sincero, me alegro de que insistiera en que lo hiciéramos. No tienes ni idea de cómo me siento cuando estamos juntos, juntos. Jamás he sentido tanto estando con una chica como lo hago con Sabrae.
               Scott sonrió, tapándose la boca con la mano.
               -Y pensar que este mismo verano te odiaba y no quería ir a la playa cuando iba a ir contigo…
               -Fui un gilipollas con ella.
               -Ella tampoco es que fuera modélica contigo.
               -Ya, bueno, mejor dejamos de intercambiarnos los papeles que nos han venido siempre, ¿vale?-sonreí, y Scott alzó las cejas.
               -Tío, de verdad que no te lo digo por gusto, pero como su hermano mayor, tengo que advertirte sobre pasarte con ella.
               -¿Crees de verdad que Sabrae dejaría que me extralimitara un pelo? ¿Incluso aunque yo quisiera? ¿Seguro que estamos hablando de la misma chica?
               -No, porque aunque es la misma persona, tu Sabrae no es la misma que mi Sabrae-Scott negó con la cabeza y yo sonreí.
               -No va a volver a pasar, S. Te lo prometo. A partir de ahora, siempre llevaré un preservativo encima. Y no te lo voy a prestar, así que no me lo pidas. Es por si aparece tu hermana.
               Scott rió entre dientes.
               -Realmente no tienes ni pizca de vergüenza, ¿no es así?
               -De la vergüenza no se come.
               Scott sacudió la cabeza y se irguió cuando Eleanor salió del probador y se paseó por la tienda un poco más.
               -¿Está aquí?
               Se me quedó mirando, descolocado por mi pregunta. Habíamos estado charlando un poco sobre él, así que no entendía muy bien a qué me refería.
               -Sabrae. ¿Está aquí?
               -No. Está en Bradford. Estoy solo-aclaró, y mentiría si dijera que una parte de mí no murió al escucharle aquella frase. Asentí con la cabeza.
               -No desconfiaba de ella, pero… tenía esperanzas. Quería asegurarme-me miré las manos mientras me las frotaba y tragué saliva.
               -Le pedí que no te dijera nada para que tú no le dijeras nada a Tommy.
               -Ya, bueno, hasta el jueves pasado no había mucho que decir-musité, y Scott me puso una mano en el hombro.
               -Para ella también fueron difíciles esas semanas en las que no hablasteis. Me pidió contártelo, pero yo le pedí que no lo hiciera. No sé cómo me deja eso, porque en cierto sentido, Sabrae se fía más de ti que yo.
               -Me conoce menos.
               -O te conoce mejor-Scott me dedicó una sonrisa.
               -Tengo muchas ganas de volver a verla-dije con un hilo de voz, estudiándome las líneas de la palma de la mano. Esperaba que en ellas estuviera escrito que Sabrae se quedara conmigo durante mucho, mucho tiempo.
               -Ella también te estará echando muchísimo de menos.
               -¿Te lo ha dicho? ¿Has hablado con ella?
               -No, pero tampoco me ha hecho falta. Me lo chivó la sonrisa tonta con la que llegó a casa el día en que tú la acompañaste. No sé qué le haces a mi niña, Al, pero espero que no pares.
               Me revolvió el pelo y yo noté cómo sonreía como un imbécil.
               -Me parece surrealista que estemos hablando de mis sentimientos hacia tu hermana mientras tu novia recién descubierta se prueba unos leggings.
               -Ya ha terminado de probárselos-observó Scott, y yo puse los ojos en blanco.
               -Tú ya me entiendes.
               -¿Y tú? ¿Has hablado con ella?
               -Hablé ayer un poco por la mañana. Como me contó que le tocaba reunión familiar por la noche, decidí no molestarla.
               -E irte a casa de Pauline.
               -Vengo de casa de Chrissy, en realidad. Pero Sabrae ya lo sabe.
               -No te estoy juzgando, simplemente…
               -Me estoy despidiendo de ellas. Creo que se lo merecían, después de todo lo que hemos pasado juntos.  Tú mismo les has dicho a las chicas con las que has tenido rollos más o menos serios que estabas interesado en alguna otra cuando te carcomía la conciencia.
               -Sí, la diferencia está en que yo se lo decía y no me las tiraba.
               -Es que yo soy muy cariñoso-comenté, y Scott se echó a reír-. ¡Es verdad! Soy un sentimental, ya sabes que me encariño muy rápido y luego me cuesta mucho decir adiós. Soy como un perrito.
               -Si a mi hermana le parece bien…
               -Sabrae ni siquiera quería que parara de follar con otras.
               -Y entonces, ¿por qué vas a hacerlo?
               -Porque no es lo mismo-me encogí de hombros-. Y no me parece justo estar con cien chicas cuando les pongo a todas la misma cara. Además… sé que ella me lo dice un poco por quedar bien. Sé que le hace ilusión. Quiero que vea que me importa de verdad.
               -Ya lo sabe, Al.
               -Sabe que me importa, pero no sabe cuánto. Quiero merecérmela, S. Quiero ser digno de ella y que ella esté orgullosa de que yo la…
               -¿Tú la…?-me animó Scott, divertido, pero Eleanor me salvó de caer por el precipicio tendiéndome una mano amiga. Me volví hacia ella en el momento en que dejó las cosas sobre el mostrador, y contuve un suspiro de alivio. No estaba preparado para decirle a Scott lo que me pasaba realmente con Sabrae. Si no se lo había dicho a Jordan y a Bey aún era porque quería tenerla a ella delante para que fuera la primera en enterarse de cómo terminaba la frase.
               Quiero ser digno de ella y que ella esté orgullosa de que yo la quiera.
               -¿Es todo?
               Eleanor comenzó a revolver en su bolso, pero yo le dije que no hacía falta que me pagara. Salimos de la tienda y remoloneé cuando la hube cerrado. Ahora que tenía a Sabrae tan presente en mi cabeza, ya no me parecía tan buena idea ir a casa de Chrissy a terminar lo que había empezado con ella, pero era un hombre, así que tenía que cumplir mis promesas. Me enfrentaría a mi pasado y lo cerraría con firmeza aunque sin dar un portazo, lo cual requería bastante más madurez de lo que parecía.
               Eleanor y Scott se me quedaron mirando, cobijados bajo el mismo paraguas. Me los quedé mirando un segundo, pensando en lo diferente que sería la escena si ellos dos fuéramos Sabrae y yo. Seguramente que ella se pondría de puntillas para tratar de taparme, y yo la agarraría de la cintura y le haría cosquillas hasta conseguir que se le cayera el paraguas y poder besarla bajo la lluvia.
               Madre mía, Alec, tío, estás un poco en la mierda, ¿eh?
               -¿Quieres que te acompañemos hasta el metro?-se ofreció Scott, pero sacudí la cabeza.
               -Sólo es agua. Además, seguro que a mi chica le gusta verme así, mojadito-me pasé una mano por el vientre y Eleanor se echó a reír.
               -Gracias por esto, Alec. Eres un sol-dijo, poniéndose de puntillas y dándome un beso en la mejilla. Me dejé hacer, porque jamás le he hecho ascos a una muestra de cariño que venga de una mujer.
               Además… Sabrae me decía que yo era un sol. No podía resistirme a ningún mimo que viniera acompañado de esa palabra.
               -Menuda novedad. El día que te canses de este payaso, ven a verme. Y, si se pasa contigo, me lo dices, y el rompemos la cara entre tu hermano y yo.
               -Me portaré bien-cedió Scott, tendiéndome el meñique.
               -Promesa de meñique-acepté-, quien la incumpla, que muera. Pero, ahora en serio. No le pases ni media, El. Por muy guapo que sea.
               -Tampoco pensaba hacerlo, aunque él es bueno…-contestó ella, anclando en él una mirada cargada de emoción. Pues nada. Voy a tener que ahorrar para el esmoquin, porque estos son capaces de casarse en Año Nuevo.
               -Hasta que coge confianza-me puse la capucha de la sudadera y tiré un poco de los cordones para ajustármela a la cabeza, sintiendo que el pelo me acariciaba la frente-. Me voy antes de que os empecéis a morrear y me propongáis un trío, porque llevo unos días muy tontos y le digo que sí a cualquier cosa. Pasadlo bien, ¿vale? Usad condón, y todo ese rollo.
               -Tengo la regla-comentó Eleanor con resignación, y yo me di la vuelta, caminando hacia atrás en dirección a la entrada de metro más cercana.
               -¿Y? No nos importa ensuciarnos de vez en cuando. Merece la pena, ¿o no, S?-él asintió con la cabeza, y yo me giré para seguir andando, pero me detuve un segundo. Había alguien por quien no había preguntado-. Oye, El… ¿Mimi no estará en Londres también, tirándose a cualquier mamarracho?
               -Qué va-Eleanor se echó a reír-. Mimi no es de ésas. No es como yo-se rió de nuevo ante su propia ocurrencia.
               -Pero no tiene novio, ¿no?
               -Bueno, eso ya no te lo puedo asegurar. Iba a Canterbury con ganas de ligar-se encogió de hombros y yo forcé una mueca de espanto.
               -Ay, mi niña preciosa. Que me la van a pervertir en el puto sur.
               Los dos se rieron y se despidieron de mí. Me llevé dos dedos a la frente y me marché en dirección al metro.
               Cuando llamé al timbre de casa de Chrissy, la descubrí vestida. Abrió los ojos con sorpresa al verme allí, plantado delante de su puerta.
               -¿A qué esa cara? Te dije que volvería.
               -Y tú siempre cumples con tu palabra-consintió ella, cerrando la puerta tras de mí-. Tienes razón. Es sólo que me sorprende que me hayas dado de verdad un último polvo de despedida.
               -Sé que me vas a echar mucho de menos, así que…-me encogí de hombros y Chrissy sonrió. Me cogió de la mano y me guió hasta su habitación, como si yo necesitara que me dirigieran. Cuando cerró la puerta, se quitó la camiseta rápidamente, pero yo me acerqué a ella. Le puse las manos en la cintura y la besé despacio. Ella me acarició las mejillas con la punta de los dedos.
               -Hagamos algo un poco diferente-susurré.
               -¿Como qué?
               -Esto es un adiós, Chris. Así que quiero hacerte el amor.
               Ella sonrió, sus ojos se empañaron un poco con lágrimas. Me guió hasta la cama  y me tumbó allí, sobre ella.
               Nuestra despedida fue totalmente diferente al desencadenante de aquella última mañana juntos. La noche en que había ido a su casa y había descubierto que estaba enamorándome de Sabrae había supuesto un punto de inflexión no sólo en mi vida, sino en todas las relaciones que había mantenido hasta entonces.
               Fingir que no me importaba que Sabrae tonteara con otros, cuando en realidad me apetecía reventarles la puta cabeza y reclamarla ante todo el mundo como mía, me había llevado al límite de mis fuerzas. Así que allí había acabado hacía dos semanas, con los calzoncillos por los tobillos y dándole duro a una Chrissy que estaba disfrutando como pocas veces lo había hecho conmigo. Su técnica para ponerse a cuatro patas quitaba el hipo, pero era incapaz de apartar la imagen de Sabrae enrollándose con el gilipollas de Hugo, frotándose contra él, mientras clavaba los ojos en mí para asegurarse de que estaba mirándola.
               Había agarrado a Chrissy por las caderas y, mientras ella gritaba, yo le había clavado los dedos en las caderas y la había dejado bien pegada a mí durante el que fue uno de los orgasmos más intensos de mi vida, y con diferencia el más insípido. A continuación, desesperado por apartar los ojos de Sabrae de mi mente, había agarrado a Chrissy y la había sentado sobre mi entrepierna, y habíamos seguido moviéndonos hasta que volví a estallar, agarrándole un pecho y el cuello también. Jamás en mi vida había follado de esa forma tan sucia, y jamás en mi vida había estado tan distraído durante un polvo.
               Chrissy sería capaz de quitarme el hipo, pero no mi mono de Sabrae. Así que no era de extrañar que cuando me desplomé a su lado, agotado, con el aliento entrecortado y los latidos de mi corazón a mil por hora, no fuera capaz de regresar al lado de mi amiga, demasiado perdido en los recuerdos de la boca de Sabrae, de su sabor prohibido, sus labios chispeando y su cuerpo de chocolate y miel acoplándose al mío.
               No podía hablar; apenas podía pensar con claridad, casi ni recordaba mi nombre, demasiado perdido en lo que el cuerpo de Sabrae me hacía incluso en los recuerdos. Chrissy había rodado en la cama y se había puesto a juguetear con el vello de mi pecho. De manera mecánica le pasé un brazo tras los hombros y la atraje hacia mí, pero su cuerpo no tenía la calidez hogareña que yo me imaginaba que tendría el de Sabrae, tendida en una cama, desnuda a mi lado, sudorosa por el sexo y feliz por tener mi amor.
               -¿Quién te ha enfadado tanto?
               -¿Quién dice que esté enfadado?
               A modo de respuesta, Chrissy nos destapó y me mostró los cardenales que le había dejado en las caderas, prueba de mi pasión irrefrenable. Me mordí el labio.
               -Lo siento muchísimo.
               -No te preocupes. Lo he disfrutado-nos tapó de nuevo y me miró, a la espera de su contestación. Suspiré. Consideré un instante la posibilidad de mentirle, pero, ¿para qué? Algo dentro de mí me decía que terminaría sabiendo la verdad de un modo u otro. Mejor serle sincero ahora y que se preparara para lo inevitable: la redacción de nuestro punto final.
               -La chica que me gusta-revelé, y ella alzó las cejas, sinceramente impresionada.
               -¿De veras? ¿Cómo?
               -Se lía con otros.
               -No sabía que fueras celoso-no se me escapó el tono divertido de su voz; no se le habría escapado ni a un sordo.
               -Yo tampoco.
               -Si eso te molesta, ¿por qué no la conviertes en tu novia?
               -Nunca he tenido novia-le había contestado en tono cortante, a la defensiva. Ni siquiera había… ni me había rondado por la cabeza el…
               Jamás se me había ocurrido esa posibilidad. Que el hecho de que yo quisiera más de Sabrae era porque realmente sabía que podía tener más. El tipo de más que te venden en las películas, el más de los libros que tanto le gustaban a mi madre y a mi hermana, el más que cada 14 de febrero teñía el mundo de rosa, y lo cubría de un manto de corazones y flores.
               Lo peor de todo no era que no lo hubiera pensado hasta entonces. Lo peor de todo era que, aunque yo siempre me había declarado muy en contra de las relaciones (me habían parecido hasta entonces una pérdida de tiempo que no hacía más que ilusionarte con cosas que no sucederían, vendiéndote restricciones como una liberación), el mero hecho de pensar en tener una con Sabrae me parecía la razón que todo el mundo buscaba para emparejarse.
               En la cama de Chrissy había empezado a sentir que mi sitio estaba con ella.
               Y qué mal me harían las semanas siguientes en las que Sabrae y yo no hicimos otra cosa más que alejarnos del radar del otro.
               -Calma, gatito, que sólo era una sugerencia-Chrissy me dio una palmada en el pecho-. Además, que nunca hayas tenido novia no es excusa. También eras virgen antes.
               -Pfjé.
               -Siempre tiene que haber una primera vez para todo en la vida, y si esa tal Sabrae es capaz de ponerte así, bien podría ser tu primera novia-me acorraló, y yo aparté la mirada. No quería pensar en eso, no con ella en la cama, no con ella desnuda, no con ella con mi semen en su interior.
               No quería pensar en ello, punto.
               Y en esa situación, todavía menos.
               Pero Chrissy no iba a dejar que yo me escaqueara de esa conversación. Estaba más que dispuesta a darme una lección. Yo era un niño; ella, una mujer. Y, ¿qué hacen las mujeres con los niños? Les enseñan.
               Así que me agarró de la mandíbula y me obligó a mirarla.
               -Incluso debería ser tu primera novia-constató con el ceño fruncido, una silenciosa determinación en su mirada. Parpadeé.
               -¿Cómo sabes que se llama Sabrae?
               -Gemías su nombre-explicó, alisando las sábanas sobre ella.
               -¿Otras noches? ¿En sueños?
               -No. Cuando estábamos… dale que te pego-puso los ojos en blanco.
               Hostia, Chrissy, yo… lo siento un montón, de veras…
               Me puso un dedo en los labios para hacerme callar.
               -No pasa nada. El polvo fue bestial, de verdad. De los mejores de mi vida. Si tengo que aguantar de vez en cuando que me llames por el nombre de otra… lo volvería a hacer.
               Aquella noche, se lo había compensado follándomela con más ganas que nunca, aunque no había podido evitar que mi mente siguiera a la deriva.
               Esa mañana, nuestra última mañana, estaba decidido a quedarme con ella y sólo con ella. Sin embargo, fui incapaz. La besaba y pensaba en la boca de Sabrae, hundía la nariz en su melena y no podía dejar de oler el perfume de mi chica, acariciaba sus curvas y no dejaba de recordar las de Sabrae, acariciaba su sexo y rememoraba la forma en que Sabrae me apartaba a veces, cuando iba demasiado deprisa, o se unía a mí, cuando quería más de mí.
               -Alec…-gemía siempre, siempre, siempre, y yo jamás me había alegrado tanto de tener mi nombre como en esos momentos, en que mis manos me conectaban con Sabrae y su lengua la conectaba conmigo.
               Jugueteé con la humedad de Chrissy y ella abrió los ojos. Me acarició la nuca y nos miramos un instante. Su mano se deslizó por mi ropa interior, liberando mi erección.
               -¿Estás aquí?
               Asentí con la cabeza.
               -¿Al cien por cien?
               Me mordí el labio y, aunque eso le bastó, respondí.
               -Nunca volveré a estar el cien por cien para nadie más que para ella.
               Chrissy asintió, hundió sus manos en mi pelo y me ayudó a meterme entre sus piernas. Me acarició el pecho mientras yo hacía lo propio con sus rodillas y la penetraba suavemente. Me hundí en ella y la embestí despacio, mirándola a los ojos.
               -Alec…-susurró, y aunque no era la voz de Sabrae… era la palabra de Sabrae. Mi nombre ya no me pertenecía. Dejó de hacerlo en el momento en que ella lo pronunció en un jadeo la primera vez.
               -Chrissy…-la besé en los labios y ella me acarició los hombros, acompañando mi lento baile con sus caderas.
               -No quiero que salgas de mi vida-me pidió-. Un uno por ciento de ti vale más que todos los chicos con los que he estado, juntos.
               Le besé la cara interna de la muñeca y asentí.
               -Un cien por cien no, pero un uno por ciento puedo garantizártelo. Lo tendrás solo para ti.
               Chrissy sonrió, asintió con la cabeza y me besó. La poseí despacio, como si fuera la chica que me llevaba gustando toda la vida y con la que me había terminado casando.
               Creo que los dos, en algún momento, habíamos creído que terminaríamos juntos. Pauline era mi amiga, una amiga con la que disfrutaba mucho, pero Chrissy… Chrissy había sido mi compañera en muchos sentidos, no sólo en el curro. Por eso había venido a despedirme de ella antes que de mi francesa.
               Era mi forma de demostrarme a mí mismo que no había vuelta atrás.
               Terminé antes que ella, pero seguí moviéndome hasta que se abandonó a un dulce y tierno orgasmo en el que yo la besé y la acaricié mientras se dejaba llevar. Cerró los ojos, disfrutando de la sensación, y cuando los volvió a abrir, me acarició los mechones de pelo que me caían sobre la frente y me dio un piquito.
               -No quiero ni imaginarme la suerte que tiene esa chica. Si tan dulce eres capaz de hacérmelo mientras piensas en ella, cómo será cuando estéis juntos de verdad…
               -He estado aquí, contigo-le respondí con suavidad, besándole la clavícula. Chrissy sonrió, hundiendo los dedos en mi pelo.
               -Tienes razón. Lo he notado. Y te lo agradezco. A lo que me refiero es… si eres así al uno por ciento, cómo serás al cien.
               -Cuando lo averigüe, te lo contaré.
               Chrissy se echó a reír, asintió con la cabeza y me dio un toquecito en la cintura con la pierna. Era hora de salir por última vez de su interior.
               Nos separamos y nos quedamos tumbados, uno al lado del otro, asumiendo lo que acababa de suceder. Un torbellino de emociones nos consumía. Vértigo, nostalgia, anhelo y felicidad por lo que me sucedía.
               Chrissy giró la cara y me miró. Nos estudiamos un momento, como memorizando nuestras facciones después del sexo. Todas las despedidas son agridulces, pero mucho más cuando son con alguien con quien has compartido tantos buenos momentos. Una parte de mí se quedaría con ella por siempre, y una parte de ella me pertenecería sólo a mí hasta el fin de mis días.
               -¿Puedo verla?-me pidió, y yo asentí con la cabeza y recogí mi móvil. Abrí Instagram y toqué el perfil de Sabrae, y le entregué el teléfono a mi amiga. Chrissy lo cogió, sonrió al ver la foto de Sabrae con su hermana, y se deslizó por la pantalla.
               -Es preciosa-comentó-. Tienes mucha, mucha suerte.
               -Lo sé.
               Bloqueó el teléfono y me lo entregó de nuevo. Se quedó acurrucada a mi lado, su mano sobre mi pecho.
               -¿Al?
               -¿Sí?
               -Creo que deberías reconsiderar tu posición respecto a lo de tener novia.
               Sonreí, le di un beso en la cabeza y le acaricié la cintura.
               -Y tú no deberías preocuparte porque tus amigas se estén casando y tú aún no tengas pareja. Es imposible que acabes sola. Cualquier hombre sería tremendamente afortunado de tenerte. Harás muy feliz al que termines eligiendo.
               Sus ojos se encontraron con los míos, marrón y marrón. Al contrario de lo que decía la ciencia, los polos idénticos sí podían atraerse.
               -¿Tú crees?
               -Lo sé de primera mano. Yo he sido ese hombre. Y me has hecho muy feliz.
               Chrissy cerró un momento los ojos, se apoyó en mi pecho y sorbió por la nariz.
               Cuando volvió a abrirlos, fue para echarse a llorar. 




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4 comentarios:

  1. Bueno mira, estot harta de reafirmarme a mi misma cada vez que leo un capítulo que no soy capaz de superar a Scott ni queriendo. Así acordarme de cuando escondía su relación con Eleanor y la pelea con Tommy y me ha dolido el corazón recordando esos capítulos.
    Me ha encantando ver a Alec narrando esa parte, como se entera de Sceleanor, súper cuqui. Aunqur la actitud de mi hembra, etc me ha chirriado un poquito, pero bueno, typical Alec mi niño, ya evolucionará. Acabo diciendo que casi echo la lagrimita con Chrissy al final, pobre mujer macho. En fin.

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    1. Ya verás cuando llegue la pelea y Scott aparezca mucho más es que fijo que te reactivo el trauma, disculpas de antemano
      Yo creo que aquí ya se nota que Alec ya no cree realmente en las polladas que dice, en plan, mi hembra y tal ya es sólo para cubrir con el cupo y hacer lo que todos esperan que haga, pero sin creérselo de verdad. Aquí se ven las dos caras de Alec, la que tiene con todo el mundo y la que está escondida, que Sabrae va a ir desenterrando a lo largo de la novela, y chica, qué ganas de que lo haga♡♡

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  2. Lo que he odiado a Alec y lo muchísimo que le quiero ahora, yo sí que soy un character development y no lo que los escritores nos quieren colar.

    "- Cualquier hombre sería tremendamente afortunado de tenerte. Harás muy feliz al que termines eligiendo.
    + ¿Tú crees?
    - Lo sé de primera mano. YO he sido ese hombre. Y me has hecho muy feliz."
    Estas cosas de Alec ME ENCANTAN, yo ya no puedo más.

    La parte de Sceleanor con Alec me ha gustado, aunque creía que Alec le iba a meter mucha más caña a Scott. Yyyyy qué ganas de que vuelva a ver a Sabrae dios

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    1. ES QUE CAADA VEZ QUE VEO UN MENSAJE O UN TWEET TUYO HABLANDO BIEN DE ÉL TE JURO QUE FLIPO MARÍA JAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA

      Es un cuquito de verdad le amo por siempre <33333333333333333333333
      Buah es que en el fondo debería haber sido mucho más vacilón con Scott porque en cts lo es pero como yo ya estoy con el chip de que está casi enamorado pues no puedo imaginármelo no sacándole a Sabrae en la conversación a Scott cada vez que puede jajajajajaj
      Ya verás lo mucho que te gusta cuando vuelva a verla, porque es un momento súper divertido y a la vez tierno 😉 tengo muchas ganas de escribirlo, y como este finde es largo podré explayarme en el siguiente capítulo bastante, aunque el principio es un poco resumen ☺

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