La vibración de un teléfono un segundo antes de que el
tono de llamada empezara a sonar me arrancó de mi estado de tranquilidad en el
sueño e hizo que todo mi cuerpo se pusiera tenso. Chrissy, por el contrario, se
limitó a revolverse y a murmurar algo en sueños.
Sólo
protestó cuando le quité la mano de la cintura y me di la vuelta para ver quién
coño me llamaba tan temprano una mañana de domingo, cuando incluso la gente que
lo único que sabía de mí era mi nombre sabía que yo las mañanas de los domingos
no recibía a nadie, bien por tener una resaca impresionante, o bien por haber
estado toda la noche echando un polvo.
Chrissy
bufó y se giró conmigo, buscando la manta que yo le había quitado y tapándose
de nuevo el pecho desnudo. Sus pezones se habían endurecido por el frío de la
habitación.
-¿Es
el mío?
-No
es para ti, nena.
-Bien-masticó
su somnolencia y luego abrió un ojo.
-¿Es
Sabrae?
No se
me escapó la forma en que las comisuras de su boca se curvaron en una sonrisa
divertida, al igual que no se me escapó que las mías lo hicieron en una
ilusionada. Sólo escuchar su nombre ya hacía que yo atravesara el cielo.
-No.
No es su tono.
-¿Tiene
un tono diferenciado?-se burló, y yo siseé para que se callara. No me apetecía
que empezara a tomarme el pelo con Sabrae cuando todavía estaba metido en su
cama.
Metí
la mano debajo de mis calzoncillos, que se habían quedado colgados de un poste
de la cama antes de caer sobre la mesilla de noche, y alcancé el teléfono.
Chrissy se acurrucó sobre sí misma, la manta cubriéndole los hombros. Tiró un
poco de ella y el frío de la habitación me arañó la espalda mientras yo
intentaba enfocar el nombre que aparecía en la pantalla de mi teléfono.
Al
ver cómo fruncía el ceño, ella se incorporó un poco para estudiar también la
fuente de dolorosa luz.
-¿Es
del curro?-preguntó al ver cómo vacilaba. Podría arriesgarme y no cogerlo y
rezar porque no insistieran, podría jugármela y pasar de los de administración
y darme la vuelta para volver a tirármela.
Pero
no era eso lo que me pasaba por la mente.
Lo
único que se me ocurría era que este gilipollas estuviera aún borracho,
aburrido, o las dos cosas, y hubiera decidido pasárselo bien despertándome a mí
y recordándome quién estaba con Sabrae (Scott) y quién no (yo).
-Scott-gruñí
con una voz que casi no parecía la mía, y la sola mención del nombre de mi
amigo me supuso un esfuerzo hercúleo. Bostecé para que supiera que me había
despertado y hacer que se sintiera un poco mal-. Qué pasa.
-Necesito
que me abras la tienda-informó en tono neutro, como si no me estuviera pidiendo
un favor de los gordos. Volví a bufar, separándome para mirar la hora en la
pantalla del teléfono.
-Scott,
será puta coña. Son las… once de la mañana de un puto domingo.
-Deberías
estar en misa-discutió él-, para contrarrestar tus pecados, y seguro que estás
rebozándote en lujuria. Tu alma no tiene salvación.
-Joder,
la lujuria es lo mejor-me giré y miré a Chrissy, que se había vuelto a quedar
dormida, las manos a ambos lados de la cara. La destapé y le pasé una mano por
las tetas, arrancándole un gemido y consiguiendo endurecerme. Meneó las piernas
por el colchón, disfrutando del contacto-. Pero no te voy a abrir la puta
tienda de mi hermano-espeté.
Había
empezado el día de puta madre. Técnicamente, cuando el reloj marcó las doce y
el domingo comenzó, yo tenía los huevos en los labios de Chrissy y su coño en
mi boca. Habíamos follado como putos animales en celo. Todavía me dolía la
espalda de los arañazos que ella me había dejado por los músculos mientras la
penetraba sin piedad.
Ni de
coña el gilipollas de Scott iba a conseguir jodérmelo haciendo que fuera a la
tienda del subser de mi hermano. Cuanto menos contacto tuviera con Aaron,
mejor. Seguro que mamá me obligaría a llamarlo para invitarlo a venir a comer a
casa el día de Navidad, y con ese contacto al año me bastaba y me sobraba. Lo
último que necesitaba era darle una excusa para que el muy gilipollas se
pusiera chulito porque había vuelto a su tienda después de jurarle que no
volvería a poner un pie en ese antro que regentaba hacía más de un año.
Aunque,
pensándolo bien, me vendría genial que Aaron se pusiera gallito. Eso me daría
una excusa para romperle la cara.
Si su
cadáver aparecía dos meses después en la costa de Dinamarca… bueno, que
probaran que lo había tirado yo al Támesis, que para algo vivíamos en un estado
de derecho en que la presunción de inocencia estaba recogida en nuestras leyes.
-¿Te
acuerdas de aquella vez que se te jodió la moto, y Tommy y yo nos recorrimos
medio Londres para conseguirte la pieza que te faltaba?
Me
quedé mirando el cabecero de la cama de Chrissy, donde pequeñas medias lunas
aquí y allá eran las pruebas de lo que habíamos hecho durante meses. Ni
siquiera habíamos reparado la hendidura que hice yo en la madera un día en que
ella decidió poner en práctica una postura del Kamasutra que yo no le dejé
probar más veces. Me hacía correrme demasiado deprisa.
Como
si supiera en qué estaba pensando, Chrissy se giró y se incorporó hasta pegarse
a mi espalda. Sus pechos me acariciaron seductoramente los omóplatos mientras
sus manos hacían lo mismo con mis brazos.
-¿Quién
es?
-Scott.
-Mándalo
a la mierda; dile que estás conmigo-me mordisqueó el hombro, pero yo me centré
de nuevo en la conversación con mi amigo. Iba a hacer lo que él me pidiera, y
los dos lo sabíamos. Estaba en mi naturaleza ser casi como un perrito, presto a
ponerme panza arriba y dejar que me rascaran la tripa mientras me decían con
esa voz que sólo se usa para los perros ¿quién
es un buen chico? ¿Quién es un buen chico? ¡Lo eres tú, sí, lo eres tú!
-Además de musulmán,
rencoroso. Desde luego, chaval, lo tienes todo-me pasé una mano por el pelo y
Chrissy se mordió el labio, hambrienta de mí.
-¿Qué
te cuesta, tío?-peleó Scott, con su golpe de gracia-. Por un amigo, lo que sea.
Bros before hoes, y toda esa mierda.
Chrissy
se separó un poco de mí. Había escuchado el alegato final de Scott, pero no iba
a dejar que me fuera tan fácilmente. Volvió al ataque cogiéndome de la
mandíbula, mordiéndome la boca y haciendo que una de mis manos descendiera a su
entrepierna, que empezaba a humedecerse.
Joder… ¿habría alguna manera de
follármela mientras me vestía e iba al encuentro de Scott?
Fue
entonces cuando se me encendió la bombilla. Me sentía como si hubiera estado
cayendo sin remedio al vacío, y de repente hubiera encontrado una cornisa a la
que agarrarme.
-¿No
se supone que estás en Bradford?
Scott
se echó a reír al otro lado de la línea.
-La
gente supone muchas cosas hoy en día.
Saqué
la mano de la entrepierna de Chrissy y le guiñé el ojo cuando ella hizo un
puchero. Me chupé el dedo con el que se había acariciado, que sabía a sal y a
placer, y luego le di un profundo beso.
Estaba
emocionado, y me fastidiaba admitirlo. Puede que no todo estuviera perdido.
Puede que hoy fuera a meterme entre las piernas de una chica diferente a
aquella con la que había empezado el día.
No me
malinterpretes, no es que Chrissy tuviera nada malo, pero… después de escuchar
a Sabrae gemir mi nombre mientras se corría por teléfono, estaba más que
decidido a disfrutar de ese glorioso espectáculo en vivo y en directo.
En mi
mundo de yupi, que Scott estuviera en Londres significaba que Sabrae lo estaba
también.
-Ya
me parecía a mí que ibas a pasar demasiado tiempo fuera, y más teniendo en
cuenta que no protestaste ni una sola vez por los planes de tus padres-ataqué,
sentándome e inclinándome hacia delante, hasta acodarme en las rodillas. No
pude evitar sonreír mientras cargaba contra Scott-. ¿Qué haces en Londres?
-Te
lo cuento cuando te vea.
-No,
me lo cuentas ahora-ladré, dando un manotazo sobre mi rodilla. Chrissy hizo un
mohín.
-¿Qué
os pasa?
-Nada,
nena. Que Scott es imbécil-miré de refilón el teléfono, asegurándome de que me
escuchaba-. Y un mentiroso.
-Pídele
perdón a tu chica de mi parte, pero ahora el que te necesita soy yo.
Ahora el que te necesita soy yo.
Suspiré.
La
gente normal respondería a la típica pregunta de madre preocupada “¿si tus
amigos se tiran por un puente, lo harías tú también?” con un “no, yo me
reiría”.
Pero
claro, yo no soy una persona normal.
Si mi
madre me hiciera esa pregunta, lo que le contestaría sería: “sí, y procuraría
hacerlo con bastante impulso para llegar al suelo antes que ellos y
amortiguarles la caída”.
La
única razón por la que había llegado vivo a los 17 era porque nadie que me
importara me había pedido que muriera por él.
Y
ahora la lista había aumentado en una persona.
-Me
visto, y te la abro-cedí, y Scott lanzó una exclamación victoriosa-. Pero, ¡eh!
El próximo viernes, me invitas a chupitos. A los que a mí me dé la gana.
-Interesado
de los cojones…
-Hay
que andar espabilado en la vida; vivimos en un sistema capitalista, cariño.
Nada es gratis.
-Ya
lo veo-protestó-. Ni el cariño de un amigo.
-Uf. Eso, especialmente-ambos nos
reímos. Chrissy se tumbó de nuevo sobre la cama, boca abajo, de forma que no
podía echarle un vistazo a sus magníficas tetas. Puede que lo hiciera para
facilitarme la partida, o puede que fuera un castigo. Miré la curva que su culo
hacía bajo las sábanas-. ¿Cuánto tiempo me das?
-En
media hora estaré ahí.
-Vuela.
Los dos estamos de humor para un polvo mañanero, ¿eh, preciosa?-le di una
palmada en el culo y Chrissy se rió.
-Dale
lo que quiera y luego vete, no seas sinvergüenza y avaricioso-atacó Scott, que
sabía de sobra que yo no echaba polvos rapiditos cuando me llamaban mis amigos.
Si el trabajo me llamaba, era otra historia, porque entonces ni de coña
renunciaría a otro orgasmo con tal de llegar antes a casa.
Pero
la cosa cambiaba cuando no era el deber el que me llamaba, sino la amistad.
-Voy
a colgar-anuncié-, porque me excita que me digas esas cosas y me hables en ese
tono.
-De
puta madre-respondió-, nos vemos en media hora.
Tiré
el teléfono sobre la mesilla y me volví hacia Chrissy, que me miraba
parpadeando lentamente.
-Me
piro-anuncié.
-¿Te
vas?
-Sí,
pero tranqui, nena. Seguro que volveré.
-Oh,
ya lo creo que vas a volver. No te pongas los calzoncillos.
-¿Qué?-me
eché a reír, y ella se incorporó y trató de alcanzarlos antes que yo, pero
fracasó en el intento. Me los pasé por los pies y me los subí hasta dejarlos en
su sitio, mi miembro con ganas de guerra ahora cubierto por la tela de
algodón-. Éxito rotundo, ya nada me ata a ti.
-¿Tú
crees?
Chrissy
se destapó, se sentó sobre la cama, abrió las piernas y apoyó las muñecas en
sus rodillas, exhibiendo todas sus armas de mujer ante mí. Su sonrisa orgullosa
al ver cómo mis ojos descendían por su busto hasta su sexo, que también tenía
ganas de fiesta, era para enmarcar.
Ni
siquiera me di cuenta de que me estaba moviendo hasta que mis rodillas se
posaron de nuevo sobre el colchón, y mis dedos tocaron los de sus pies.
Entonces,
Chrissy cerró las piernas y se tapó los pechos con un brazo. Me preguntó algo,
pero yo todavía seguía viéndola desnuda y ofrecida ante mí, por lo que no la escuché.
-¿Qué?-pregunté
con un hilo de voz, la visión de su sexo ligeramente húmedo y ansioso del mío
todavía torturándome. Ni siquiera me acordaba de cómo me llamaba, ya no digamos
de por qué razón estaba de pie, con los calzoncillos puestos, en lugar de
hundiéndome en lo más profundo de su ser.
Chrissy
se echó a reír y negó con la cabeza.
-Olvídalo.
Ya tengo mi respuesta. Vete-me dio un ligero empujón mientras se cubría con la
sábana-, no quieres dejar a Scott esperando fuera, con este tiempo.
La
observé, su pelo alborotado por la noche anterior y las horas de ese sueño
placentero que sólo una buena sesión de sexo puede darte, la piel brillante por
el sudor que no había terminado de secarse del todo, los ojos chispeantes por
las endorfinas que mi cuerpo había depositado en el suyo… y la sonrisa
divertida de la chica que sabe que tiene al chico con el que pretende acostarse
comiendo de la palma de su mano.
-Creo…
que me daré una duchita de agua fría-murmuré-. Para despejarme, y tal.
-Sí-Chrissy
amplió su sonrisa-, me parece buena idea. Creo que vas a necesitarla-se echó a
reír y se tumbó sobre la cama, con las mantas cubriéndole los hombros. Me
despidió con la mano mientras yo salía de su habitación en dirección al baño, y
agradecí el que sus compañeras de piso todavía durmieran, porque de lo
contrario tendría que esperar para entrar y sabía que terminaría metiéndome de
nuevo en la cama de Chrissy y negándome a salir hasta que ella diluyera mi
nombre en su próximo orgasmo.
Abrí
el grifo del agua caliente al máximo y esperé a que los cristales de la mampara
de la ducha se empañaran para entrar de un salto. El calor ardiente de la ducha
activó todas mis células, y no necesité más que un par de segundos bajo el
grifo para sentir que todo mi cuerpo se despertaba. Entonces, cambié el chorro
de lava por uno de agua helada, y me quedé un momento bajo la ducha mientras
las gotas me bajaban por la espalda y el torso, lamiéndome las piernas y
perdiéndose en el desagüe, llevándose con ellas todo lo que me había perturbado
hasta entonces.
Incluido
el calentón. Notaba que podía pensar con más claridad, y gracias a eso pude
centrarme en establecer la ruta más rápida hacia la calle en la que había
quedado con Scott mientras me vestía.
Fui a la habitación de Chrissy a recoger mi
abrigo, y me sorprendió no encontrármela durmiendo en la cama. Me lo enfundé y
me dirigí hacia la puerta, confiando en que ella saldría a mi encuentro, como
efectivamente hizo.
Lo
que no me esperaba era que lo hiciera cubierta con una bata de algodón blanco
que resaltara el bronceado de su piel y una taza de café humeante entre las
manos.
-¿Y
esto?-pregunté, aceptando la taza y dándole un sorbo al café cargadísimo
mientras la miraba a los ojos. Chrissy se apoyó en el marco de la puerta de la
cocina y se cruzó de brazos.
-Así
me aseguro de que vuelvas, por si lo otro no funciona.
-¿Qué
otro?
Sonrió,
se descruzó de brazos y, aún apoyada un poco en el marco de la puerta, deshizo
el nudo del cordón de su bata y la abrió.
Estaba
deliciosamente desnuda debajo de aquella prenda, la única que llevaba. Chrissy
separó sus bordes un poco, lo justo y necesario para darme una visión perfecta
de una de sus tetas. No pude evitar acercarme a ella y acariciársela,
descendiendo hacia su cintura.
Di
otro sorbo de la taza y ella se mordió el labio, deseando ser el café para
colarse en mi boca.
-Te
gusta hacerme sufrir, ¿no es así?-me burlé.
-Aún
no he acabado contigo, niño-atacó, altiva, alzando ligeramente la mandíbula.
Solía llamarme así, “niño”, cuando quería que la follara con fuerza y yo le
mostraba reseñas. En parte nos gustaba ese contraste entre nosotros dos, cómo
todo el mundo vería que bailábamos en una frontera difusa, ella una mujer
adulta y yo todavía un chaval que ni siquiera había cumplido la mayoría de
edad, cuando lo cierto era que nos considerábamos iguales, y desde luego
nuestros gustos así lo eran.
Deslicé
la mano libre de su cintura hasta su entrepierna, y acaricié su monte de Venus
con la palma de la mano, haciendo la presión justa sobre su clítoris, mientras
con dos dedos masajeaba los pliegues de su sexo. Chrissy dejó escapar un jadeo.
-No
vas a dejarme marchar tan fácilmente, ¿verdad?
Para
reforzar la respuesta que estaba a punto de darme, me agarró del cuello y tiró
de mí hasta tener mi boca a milímetros de la suya. Me quedé mirando sus labios
hinchados, sus dientes clavándose en la piel que los cubría, deseosos de
hincarse en mí.
-Sabrae
está lejos-dijo-. Tú todavía eres mío.
Puede que esté lejos, escuché una voz en
mi interior, pero eso no hace que deje de
ser menos suyo.
No soy de nadie más que de ella.
Introduje un dedo en su cueva
de las maravillas y Chrissy arqueó la espalda, ofreciéndoseme. Me habría
encantado abrirle la bata, magrearle las tetas mientras le mordía la boca y la
penetraba con fuerza, o ponerme de rodillas frente a ella y comerle el coño
hasta que no pudiera tenerse en pie, siguiendo entonces en el suelo hasta
conseguir que se desmayara de placer (había descubierto ese mismo verano que
era posible que las mujeres lo hicieran, en Grecia, con Perséfone), llevarla a
la cama y dejarla cubierta por las mantas mientras me marchaba.
Me
habría encantado follármela con tanta fuerza que, cuando volviera, sus
compañeras de piso estuvieran haciendo cola para que yo les diera lo que fuera
que le daba a Chrissy y que la hacía gritar tan fuerte.
Pero
el deber me llamaba, así que me despedí con un:
-No
te toques. Ese orgasmo es mío. Volveré.
A
pesar de que sabía en lo más hondo de mi ser que Sabrae no estaba en Londres, incluso
cuando una parte incluso más profunda deseaba estar equivocado, en el momento
en que cerré la puerta del apartamento de Chrissy supe que le preguntaría a
Scott.
Y que
si él me decía que su hermana me había engañado, regresaría a casa de Chrissy,
sí. Pero no reclamaría el orgasmo del que me acababa de apropiar.
Me
despediría de ella y me iría a mi barrio, dispuesto a darle a la única mujer
que se me aparecía en sueños con más frecuencia que en la vida real todo lo que
ella quisiera tomar de mí.
Decir que me moría de curiosidad por saber para qué coño
me había pedido Scott que fuera a abrirle la tienda de Aaron era quedarse muy,
muy corto. El gusanillo de saber a qué venía tanta prisa y por qué necesitaba
de un favor tan raro me picaba en el cerebro y se revolvía dentro de él, aunque
en el fondo yo ya sospechaba a qué podía deberse toda esta situación.
No
había vuelto a pensar en Eleanor destacando entre sus amigas hacía dos días, en
la estación de tren de Victoria, ni en la chica que se parecía terriblemente a
ella, esperando a un chico que se parecía terriblemente a Scott, hasta que me
senté en el bordillo de la calle a esperar a que mi amigo apareciera.
El
por qué quería verme allí, sin embargo, era un misterio.
Aaron
era cinco años mayor que yo, y había aprovechado la jubilación del dueño de la
tienda de deportes en la que había empezado a trabajar para hacerse con ella
hacía un par de años. Nuestra relación era más que tirante: Aaron no tenía
ningún interés en ser mi amigo, y el único motivo que yo encontraba para no
estamparle la cabeza contra un bordillo era que mamá se disgustaría muchísimo,
a pesar de que mi hermano había dejado de vivir con nosotros siendo Mimi apenas
una niña. Creo que su pronta mudanza era lo único que le agradecería a la parte
de mi familia paterna, a la que Aaron pertenecía sin lugar a dudas. Eso de
volver corriendo a casa del cole para llegar antes que él, salir corriendo de
clase para alcanzar el patio cuando lo hiciera él, y marcharme después de que
lo hiciera él, era tremendamente estresante.
Pero
más estresantes eran las pocas ocasiones en que yo no podía ser tan rápido como
mi hermano mayor y descubría que Aaron había estado a solas con Mimi un tiempo.
Nunca había llegado a hacerle nada malo, porque yo llegaba en el momento justo,
pero todavía se me ponían los pelos de punta cuando recordaba cómo aprovechaba
cada ocasión que se le presentaba para zurrarle cuando ella no era más que un
bebé.
Aaron
culpaba a Mimi de que nuestros padres se hubieran separado.
Porque
cuando creces en una casa como la que había crecido él, te parece perfectamente
normal que tu madre se levante un par de horas antes de ir a trabajar para
cubrirse los moratones con maquillaje. O que tu padre le ponga un cuchillo en
el cuello y le diga que terminará matándola.
Aaron
era igual de psicópata que mi padre, y yo tenía también ese monstruo oscuro y
hambriento en mi interior. Nunca había conseguido definirlo tanto hasta saber
qué forma tenía como cuando me puse celoso de Sabrae, y me asusté al reconocerlo,
pero siempre había estado ahí. Preparado para matar, si era necesario.
La
diferencia era que el monstruo de Aaron sería el primero en atacar, y el mío,
en defender. Me habría cargado a mi propio hermano hacía mucho tiempo si
hubiera puesto en peligro a Mimi.
Al
menos yo estaba dispuesto a utilizar mi parte oscura para el bien, aunque
siempre temía que se me escapara de las manos y terminara haciendo más daño,
pero Aaron… Aaron simplemente era mala persona, y yo no quería que él estuviera
cerca de mi familia.
Así
que, hasta cierto punto, yo no tenía problema en echarle un cable y tenerlo
contento para que dejara a Mimi y Dylan tranquilos; sabía que no podía hacer
nada con respecto a mamá, que incluso lo buscaba, porque también era su madre
aunque de muy pequeño hubiera renegado de ella. Si Aaron estaba bien, se
mantendría lejos de mi casa. Ése era un pacto tácito al que habíamos llegado de
adolescentes, cuando él se dio cuenta de que había aprendido a pelear mejor que
él.
Había
sido por eso por lo que había ido a ayudarle con los cambios en la tienda,
después de que mamá me insistiera en que nos vendría bien pasar tiempo juntos
para limar nuestras “asperezas”. Ella no tenía ni idea de que nos detestábamos
profundamente, pero bastante sufría ya sabiendo que no había visto crecer a su
primogénito porque éste era gilipollas perdido como para que encima yo le
contara que debía dar las gracias de que esto fuera así, pues de lo contrario
habría tenido que enterrar a su niñita. Aaron me había explicado escuetamente
para qué necesitaba mi ayuda cuando mamá me dijo que quería pedirme un favor, y
se había ofrecido a pagarme por horas una tarifa “más que razonable” (un tercio
de lo que yo cobraba ahora, currando para Amazon, y eso sin contar lo que la
empresa desembolsaba para mi seguro y la gasolina), a cambio de que yo le
echara una mano con todo lo de cambiar la tienda. Yo había aceptado, y había
recibido una llave que no le había devuelto, ni pensaba hacerlo.
Nos
habíamos pasado una semana tensa pero a la vez bastante relajada; puede que
fuera porque estábamos demasiado ocupados cambiándolo todo, pintando las
paredes, poniendo el parqué en el suelo y atornillando las estanterías y los
ganchos para los esquíes y las tablas de surf, pero el caso es que no nos
peleamos ni una sola vez. Incluso llegué a pensar que el tiempo había hecho que
a mi hermano le creciera un cerebro, como hace la primavera con las hojas de
los árboles.
Hasta
que me soltó que nuestro padre acababa de conseguir el tercer grado en la cárcel
y había conocido a una mujer.
-Espero
que no le pegue las palizas que le pegaba a mamá-espeté, y Aaron dejó caer su
brazo con el taladro un momento para mirarme. Yo seguí con la vista en la
tuerca que estaba apretando.
-Ha
cambiado.
-Como
todos los presos. Seguro que se ha hecho un tatuaje de “amo a mi madre”, el muy
hijo de puta. Como si no hubiera intentado cargarse a la de sus hijos.
-Nunca
llegó a intentar una cosa así-gruñó, a la defensiva-. Y eres gilipollas si has
dejado que te laven el cerebro de ésta manera.
Tiré
la llave inglesa al suelo y salté del taburete al que me había subido para
enfrentarme a Aaron. Era un poco más alto que yo, pero me daba igual. No iba a
consentirle que me dijera que me habían lavado el cerebro cuando al que le habían
comido el coco de manera muy experta había sido a él. Se había ido a vivir con
una de mis tías, hermana de mi padre, cuando se marchó de casa. Y ella nunca
había soportado a mamá, ya antes de que se divorciara de mi padre.
-El
gilipollas eres tú, tío. Gilipollas, e hijo de puta. Debería darte vergüenza
intentar hacerle un lavado de cara. Yo sé lo que hizo. Me acuerdo. Todavía
tengo pesadillas en las que le escucho cómo pega a mamá-acusé-. Lo intentaba
todos los días.
-Eso
es lo que tú te crees, pero no eras más que un mocoso. Todas las parejas tienen
problemas, ¿crees que los padres de tus amigos no tienen movidas como las
tenían los nuestros?
-Te
puedo asegurar que los padres de mis amigos no les dan patadas en el estómago a
tus mujeres. Y eres un desgraciado por defender a tu padre sabiendo todo lo que
hizo.
-¿“Tu
padre”?-se echó a reír, cínico-. También es el tuyo, ¿recuerdas?
-Cada
puto día de mi miserable vida.
Recogí
la llave inglesa y miré la tuerca.
-¿No
te cansas de vivir con tanto odio?
-Si
él no se cansa de vivir, yo no me canso de hacerlo como lo hago.
-¿Por
qué te cierras en banda? Todo el mundo merece una segunda oportunidad.
-Él
ya la tuvo.
-Le
haría ilusión que…
-Me
da igual lo que le haga ilusión a ese hijo de puta, Aaron. No voy a ir a verlo.
Yo sé dónde están mis lealtades. Los monstruos no dejan de ser monstruos por
mucho tiempo que estén encerrados. Yo jamás daré de lado a mi madre como lo
hiciste tú.
Tiré
la llave inglesa al suelo y me volví hacia la puerta.
-¿Le sigues teniendo miedo?-Aaron rió con
crueldad, y yo di las gracias al cielo por haber tirado la llave inglesa al
suelo, porque se la habría estampado en el cráneo, aunque fuera sólo un acto
reflejo.
Se reía igual que lo hacían las sombras de mis
pesadillas. Tenía la misma risa que papá.
Me
volví hacia él.
-No
voy a ponerle en bandeja lo que más quiere.
-¿Que
es…?
-Hacerle
daño a mamá una última vez.
-No
va a hacerte nada.
-Ya
sé que no va a hacerme nada. Puedo defenderme solo, pero el mero hecho de que
lo intente ya le haría bastante daño a mamá. Tú no sabes cómo está. Venir tres
veces al año a verla no es conocerla. Todavía da respingos de vez en cuando,
cuando escucha las llaves en la puerta. No voy a volver a ver a nuestro padre,
Aaron. El único momento en que me acercaré a él será para asegurarme de que
enterráis bien profundo su puñetero ataúd. En lo que a mí respecta, soy
huérfano.
-E
hijo único-intentó atacarme, pero no me molestó en absoluto.
-No.
Tengo una hermana. ¿Qué tienes tú?
Aaron
me había fulminado con la mirada, y no dijo nada hasta mucho después de que yo
cerrara la puerta y me marchara de aquella calle, con las llaves aún en el
bolsillo y el corazón latiéndome a mil.
-Niñato
cobarde y consentido…
Un
par de figuras aparecieron por una esquina y yo me erguí, masticando el chicle.
Salté de vuelta a la realidad y traté de controlar mi respiración. Pensar en
ese episodio, la última vez que había estado a solas con Aaron en ningún sitio,
todavía hacía que se me cerrase el estómago.
Necesitaba
un cigarro, la sensación de la nicotina colándose en mi torrente sanguíneo y
relajando mis nervios. Pero sólo tenía un chicle.
Por
suerte, Scott no había dejado de fumar oficialmente, así que…
Sonreí
al verlo aparecer acompañado de su novia como el científico que lleva meses
tratando de probar una teoría enrevesada y por fin consigue hacerla
irrefutable. Llevaba un tiempo rarísimo, saltando a la mínima, escondiéndose de
nosotros cuando iba a disfrutar de un polvo con alguna chica. Una de las veces
en que se había puesto arisco conmigo, había llegado a pensar que Scott tenía
novio y se avergonzaba de ello (cuando no era nada de lo que avergonzarse), y
por eso no nos quería decir nada.
Cualquier
rastro de veneno que el recuerdo de mi hermano pudiera haber inoculado en mi
sangre se disipó en el momento en que vi cómo Scott y Eleanor se plantaban
delante de mí, caminando demasiado cerca como para ser sólo amigos.
Noté
la energía protectora que manaba de él. Y la forma en que ella trataba de
hacerse pequeña, invisible, para que yo no me fijara en cómo orbitaba a su
alrededor, cómo ambos se ajustaban automáticamente a la posición del otro.
Mastiqué
lentamente mi chicle, saboreando el momento triunfal, y esbocé una sonrisa
macabra cuando clavé los ojos en mi amigo, que estaba decidido a no decir la
primera palabra. Me encantaba la forma tan chula que tenía de presentarse ante
mí, como si yo fuera el enemigo.
-¿Tienes
un cigarro?
Eleanor
tragó saliva y miró a Scott.
-¿No
habías dejado de fumar?-inquirió su acompañante.
-¿Quién
eres? ¿Mi madre?
Scott
puso los ojos en blanco, se sacó un paquete de tabaco del bolsillo interno de
la chaqueta y me lo lanzó, ignorando la mirada reprobatoria que Eleanor le
lanzó. Vaya, vaya, parece que no le gustaba que su chico fumaba. La verdad era
que no me sorprendía: si Mimi protestaba cuando me encontraba de fiesta y olía
mi aliento a tabaco después de darme un beso, no quería ni pensar en cómo sería
besar a alguien con una boca que apestara a ese sabor.
Scott
me miró como diciéndome que aquel sería mi último cigarro, lo cual me hizo
mucha gracia, pues fumaba más que yo. Lo encendí con parsimonia, disfrutando
por un momento de cómo el mechero me calentaba las manos.
-Más
vale que sea importante el motivo por el que me has despertado de mi apetitosa
siesta-sonreí, alzando las cejas, soltando el aire muy despacio.
No
fue hasta entonces cuando me decidí a mirar a Eleanor. Y me encantó haberme
tomado mi tiempo.
Podía
ser muchas cosas, pero desde luego, no era estúpido. Si Scott había venido con
ella, y había estado tan raro últimamente, estaba claro que Eleanor era la
protagonista del cambio en el carácter de mi amigo. La muchacha se hizo pequeña
bajo la intensidad de mi mirada. Ante mí no sólo estaba la novia de Scott, sino
muchísimo más: la hermana pequeña de Tommy, la mejor amiga de mi hermana
pequeña… Eleanor era muchas cosas en mi vida, y me sorprendió no haberme dado
cuenta hasta entonces del papel que había jugado en mi existencia. Ante mí no
tenía a la chica que pululaba de vez en cuando por mi casa o a la que habíamos
acompañado mi hermana y yo a su casa cuando aún iba a ballet, no era la joven a
la que le había la puerta de vez en cuando para que viniera a quedarse a dormir
en la habitación de Mimi, ni era la que compartía el desayuno conmigo por las
mañanas.
Sonreí
estudiándola, viendo cómo en su cara desfilaban los mismos pensamientos que en
la mía. Puede que me sorprendiera un poco encontrármela ahora en esta guisa, en
un papel que yo no me había esperado, aunque podía quedarle bien; pero para
ella, verme a mí fuera de mi papel de hermano mayor de su mejor amiga, en la
piel del amigo de su novio, era todavía más impactante.
Estaba
disfrutando amedrentándola, la verdad. Me gustaba la forma en que se le
ruborizaban las mejillas y cómo apartaba sus mechones de pelo tras su oreja,
cómo se mordía el labio y se pegaba a Scott, buscando su protección. Él se la
brincó cogiéndole la mano, consiguiendo establecer contacto visual con ella.
Eleanor se abrazó al brazo de mi amigo y le acarició la cara interna. Eso
envalentonó a Scott, que me miró desafiante.
Mi
sonrisa se hizo más amplia. Puede que no me lo hubiera dicho en voz alta, pero
ningún chico miraba así a otro salvo si estaba en compañía de su novia.
-Sabía
que te pasaba algo, tío-me incorporé-. No es normal que no intentes quitarme a
las castañas-busqué en el bolsillo de mi chaqueta el manojo de llaves que
siempre me acompañaba-. Para que luego digas que no tienes un tipo de tía-hice
un gesto con la cabeza en dirección a la melena de Eleanor, de un dulce color
chocolate que no tenía nada que envidiar al mío… pero que no se parecía en nada
al chocolate de la piel de Sabrae.
La de
ella era mucho más dorada, más brillante, propia de una diosa. Donde Sabrae me
recordaba a una divinidad, Eleanor me recordaba a un manjar.
-Yo
no te quito a nadie-protestó Scott, y yo puse los ojos en blanco. Qué mentiroso
era, ¡le encantaba intentar levantarme a las tías! Una pena que las que se
decantaban por mí nunca se pasaran al otro lado; no así las que primero lo
probaban a él, y después satisfacían su curiosidad conmigo.
-Eres
envidioso, Scott. Asúmelo, y viviremos mejor todos. Además, ya me parecía a mí
que estabas de demasiado buen humor a pesar de que llevabas varios fines de
semana sin terminar de echar un polvo-sonreí, dándole un codazo.
-Llevo
echando polvos todos los fines de semana desde hace mes y pico, pero gracias
por tu interés-ironizó él, y yo sacudí la cabeza.
-Y
luego todavía tienes los huevos de tomarme el pelo por lo mucho que estoy yo
con tu hermana. Vale.
Me
robó el cigarro y le dijo a Eleanor que no empezara a fumar, a pesar de que
estaba claro que ella jamás lo haría. La forma en que puso los ojos en blanco
después de que Scott diera la calada ya era bastante prueba de que ella no
tenía interés en llevarse un cigarro a la boca.
-Hay
vicios mejores, El-me burlé, y ella sonrió levemente mientras yo abría la
puerta y la invitaba a pasar. Así lo hizo después de mirar a Scott como
pidiéndole permiso, y atravesó la puerta de cristal con paso firme. Scott y yo
la seguimos al interior, y mientras ella comenzaba a pulular por entre las
estanterías y las perchas, él se acercó al mostrador y se quedó mirando varias
muestras de ruedas para un patinete. Desactivé la alarma en el último segundo,
después de decidir que no quería provocar un enfrentamiento con Aaron… aún.
-Eres
un temerario-acusó Scott.
-Soy
un puto ninja, chaval-repliqué, robándole el cigarro y dando otra calada.
Recogí un skate chulísimo del
expositor, en el que le habían dibujado rayos y nubes con la estética de un
cómic-. Mira cómo mola esta mierda, y el hijo de puta dice que no tiene pasta
para comprarle nada a mamá.
Scott
puso los ojos en blanco y se volvió para mirar cómo Eleanor se estiraba para
alcanzar una sudadera blanca con letras en azul eléctrico.
-¿Quieres
que te ayude?-preguntamos ambos a la vez, pero ella negó con la cabeza, sus
rizos de chocolate bailando a su espalda. Revolvió, intentando encontrar su
talla, estirada cuan larga era y tanto como se lo permitían sus pies. Se le
subió un poco la falda en la maniobra, y yo no pude evitar inclinar la cabeza
un poco para inventar echar un vistazo de su culo. Supongo que es el instinto,
o la costumbre. O que simplemente Eleanor tenía un cuerpo precioso, y a mí me
encantaba admirar los cuerpos femeninos. Especialmente cuando estaban
esculpidos por algún deporte, o por el ballet, como era el caso de la hermana
de Tommy.
-Eh-Scott
me dio un golpe en el pecho más fuerte de lo que yo me habría esperado, aunque,
claro, ya no estábamos jugando. Estaba marcando territorio, diciendo “esta
hembra es mía”.
Yo
sería igual con Sabrae, la verdad. No podía culparlo. Por mucho que me gustara
que otros hombres me envidiaran por tenerla a ella, eso no quería decir que me
hiciera gracia cazarlos deseándola, mirándola como yo acababa de mirar a
Eleanor.
-Nunca
me había fijado en lo guapa que es-me excusé, y Scott sonrió, agradecido de que
no hubiera dicho que “estaba buena”, sino que era bonita. Era una cuestión de
respeto, tanto para él como para Tommy. No trataría a Eleanor como a un polvo
de una noche, porque no era eso ni de lejos. Jamás la tocaría de esa manera, y
menos ahora.
No se
me escapó la ironía que era que yo nunca hubiera considerado a Eleanor de esa
forma, y sin embargo no pudiera dejar de pensar en Sabrae como lo estaba
haciendo… a pesar de que ambas eran la hermana pequeña de uno de mis mejores
amigos.
-Buen
gusto y buena suerte-comenté, y Scott sonrió y se apoyó en el mostrador-. La
mejor combinación de cualidades que puede tener un tío.
-¿Te
gusta cómo le quedan mis bóxers?
Me lo
quedé mirando. Descarado.
-Ya
me parecía am í que me sonaban de verlos tirados por mi habitación después de
esas noches tontas de sexo salvaje heteroflexible que nos dan de vez en cuando.
Nos
echamos a reír.
-Eres
gilipollas, Alec-se cachondeó mi amigo. Se mordisqueó el labio cuando Eleanor
fue por un taburete y se subió a él con decisión, resuelta a no recurrir a
nosotros para nada. Bastante había dependido de nosotros ya como para que ahora
le volviéramos a sacar las castañas del fuego.
Miré
a Scott. Su mirada chispeaba de una forma muy intensa, como una noche de verano
en un lugar desértico donde ni una estrella quedara ahogada en la atmósfera o
en la contaminación lumínica de ninguna ciudad.
Parecía genuinamente feliz, brillante, muchísimo más ilusionado por el
futuro y emocionado con todo ahora que Eleanor estaba en su vida.
Me
encantaba Scott estando enamorado. Era una de las cosas más bonitas que había
visto nunca. La última vez que lo había estado, con Ashley, había sido genial.
Incluso a pesar de que no había salido bien, Scott se había involucrado tanto
con ella, se había emocionado tanto con cada cosa buena que le pasaba, y nos
las había contado con tantísimo entusiasmo, que era imposible no alegarse por
él y entender por qué ninguna chica podía resistírsele.
Me
encantaba verlo enamorado y me dolía muchísimo que lo ocultara.
-¿Por
qué no nos lo dijiste, Scott? Somos tus amigos, joder. No sólo quedamos para
echar unas canastas. También nos contamos las cosas buenas.
-Tommy
no lo sabe.
-¿Y?
-Que
sois unos putos bocazas. Es más fácil guardar un secreto entre dos que entre
cinco. Pero si esos cinco sois vosotros, olvídate-sacudió la cabeza y yo puse
los ojos en blanco. Se sorprendería de la cantidad de cosas que no había
contado porque eran secretos que no me pertenecían. Yo aireaba sin darme cuenta
cosas de mí mismo que otras personas se reservarían, pero en cambio, de mis
amigos, jamás se me había escapado nada. Ni media palabra.
Cogí
el paquete de tabaco de nuevo y le tendí un cigarro.
-Voy
a dejarlo.
-¿Por
ella?
-Alec.
-Me
hace gracia, eso es todo-le di una calada al nuevo cigarro-. Deberías
contárselo a Tommy-lo señalé con el dedo que sostenía el pitillo-. Te está
matando por dentro. Lo veo.
-¿Y
si se cabrea conmigo?
-No
va a dejar de hablarte siempre. Joder, Scott, ¡sois hermanos! Todos lo somos,
pero vosotros dos, más. Yo me cabreo con
vosotros, no nos hablamos en un par de
días, nos damos de hostias y volvemos a echar partidos y hacer las cosas de
siempre.
-No
aguanto dos días sin ella, como para pasarlos también sin él-murmuró.
-Estáis
tan enamorados el uno del otro-suspiré trágicamente, como el protagonista de
una telenovela.
-Y no
llevamos ni dos meses.
-Hablo
de Tommy y de ti, retrasado-espeté, y Scott alzó una ceja y me fulminó con la
mirada, aunque sabía que en el fondo yo tenía razón. Su relación con Tommy no
era una amistad normal. Jamás había visto a dos personas tan íntimamente
conectadas como lo estaban ellos dos. Parecían pensar con el mismo cerebro y
actuar por el mismo patrón, ser las dos mitades de un todo mucho más grande que ellos dos. No eran
Scott y Tommy, eran Scommy, la suma de sus dos nombres que sin embargo no sólo
definía a la pareja, sino a la relación al completo.
Incluso enfermaban si estaban demasiado tiempo
separados. La felicidad de Tommy tenía directa relación con la de Scott, y
viceversa.
Su
mejor época había sido cuando los dos habían estado enamorados, y ahora que
Tommy había conseguido superar a la zorra de Megan con Diana, y Scott estaba
con Eleanor… realmente nos estaban privando a todos de verlos siendo monísimos.
Eleanor
alcanzó su sudadera, e hizo amago de coger el taburete para devolverlo a su
sitio, pero yo le dije que lo dejara allí. Quería que Aaron supiera que había
estado allí; no sabía por qué, tenía muchísimas ganas de bronca con él, pero no
era tan estúpido como para empezarla yo. Mamá no me lo perdonaría.
Pasamos
a la parte interna del mostrador y apoyé los codos en el cristal.
-No
veas lo bien que me siento por dentro estando con ella, Al-murmuró, observando
con infinita adoración los tobillos de ella, que se colaban por debajo de la
cortina del probador.
-S,
no me digas que el sexo no es cojonudo.
Se
mordió el piercing, conteniendo su mejor sonrisa de Seductor™. Le devolví mi
sonrisa de Fuckboy®.
-¿Tan
bueno es?
-¿Crees
que es genético?-inquirió, acariciando el cristal y paseando los ojos por las
ruedas de los patinetes.
No lo sé, quise decirle, pero tengo una teoría. Las chicas se mueren
por estar contigo, y yo me muero por estar con Sabrae. Ambos sois Malik, así
que… os tiene que ir de familia, definitivamente.
-¿La calidad? Sin duda.
-Entonces,
Tommy es mil veces mejor que yo.
-Dios
nos libre-repliqué-. No soportaría que alguien fuera 999 veces peor que yo. Ni
yo, ni Londres. Son ellas-dije tras una pausa-. Lo hacen mejor.
Scott
esperó pacientemente, y yo no lo pude soportar más. Quería que le fuera con el
cuento a Sabrae, quería picarle la curiosidad y que le preguntara por mí nada
más verla.
-Tu
hermana me debe una mamada.
¿Eso te ha dicho, el muy gilipollas?, le
respondería ella cuando Scott se lo comentara como por casualidad, y me
llamaría muy enfadada, y me gritaría y me juraría y perjuraría que ella había
estado más que dispuesta, incluso ansiosa, por hacerme una mamada y probar por
fin mis ganas de ella en su boca, como yo bien sabía. Y a mí me daría igual,
porque yo lo que quería era volver a escuchar su voz. Que me gritara, que se
enfadara, que me siguiera demostrando que yo le importaba como ella me
importaba a mí.
-Y me
lo cuentas, porque…
-Que
lo sepas-me encogí de hombros, y Scott se puso rígido.
-¿Qué
coño soy, Alec? ¿Su secretario sexual? ¿Quieres pedir cita? ¿La llamo, y
comparamos fechas? ¿Te viene bien el jueves?
-A mí
me vienen bien todos los días.
-Me
cago en tu madre-escupió Scott.
-Me
la ha metido doblada. Tu hermana, no mi madre. Dios nos libre; en mi familia no
somos tan pervertidos.
-En
algún momento tenía que pasar-comentó-. Y me alegro de que haya sido ella.
-Pero
yo se la metí antes-solté antes de poder frenarme, porque realmente me
interesaba la trayectoria de la conversación. Me permitiría preguntarle dónde
estaba, si estaba en Londres o en Bradford, como me había dicho.
-Mi
más sincera enhorabuena. Y ahora, te alejas de mi hermana.
-Aléjate
tú antes de la de Tommy.
Se
mordió el piercing para no echarse a reír.
-Hijo de puta…
-Tenía
que pasar, S. Sabrae es hembra, yo soy macho. Así son las cosas, así han sido
siempre. Además… tenemos química. No me lo puedes negar.
-Y
poca cabeza.
-¿A
qué te refieres?-me incorporé y me lo quedé mirando.
-Sé
que lo hicisteis sin condón.
-Tío…
-No
estoy interesado en tus excusas. Lo único que te pido es que no lo vuelvas a
repetir, Al. No quiero que pase nada.
-Estoy
limpio.
-Ya,
bueno…
-Scott,
en serio. Estoy limpio, de verdad. Jamás la tocaría si no estuviera cien por
cien seguro. No le he pegado nada a tu hermana. Y no voy a dejarla embarazada.
-Más
te vale.
-Tomé
precauciones, pero, por si acaso… ha tomado la píldora.
Scott
asintió con la cabeza.
-Para
la próxima vez que no tengáis preservativo, intenta… no sé. Comérselo, o lo que
sea.
-¿Te
crees que no lo hice? Me ofrecí a ello, pero ella quería hacerlo de verdad.
Sentirme. Tenerme dentro. Y, si te soy sincero, me alegro de que insistiera en
que lo hiciéramos. No tienes ni idea de cómo me siento cuando estamos juntos,
juntos. Jamás he sentido tanto estando con una chica como lo hago con Sabrae.
Scott
sonrió, tapándose la boca con la mano.
-Y
pensar que este mismo verano te odiaba y no quería ir a la playa cuando iba a
ir contigo…
-Fui
un gilipollas con ella.
-Ella
tampoco es que fuera modélica contigo.
-Ya,
bueno, mejor dejamos de intercambiarnos los papeles que nos han venido siempre,
¿vale?-sonreí, y Scott alzó las cejas.
-Tío,
de verdad que no te lo digo por gusto, pero como su hermano mayor, tengo que
advertirte sobre pasarte con ella.
-¿Crees
de verdad que Sabrae dejaría que me extralimitara un pelo? ¿Incluso aunque yo
quisiera? ¿Seguro que estamos hablando de la misma chica?
-No,
porque aunque es la misma persona, tu Sabrae no es la misma que mi Sabrae-Scott
negó con la cabeza y yo sonreí.
-No
va a volver a pasar, S. Te lo prometo. A partir de ahora, siempre llevaré un
preservativo encima. Y no te lo voy a prestar, así que no me lo pidas. Es por
si aparece tu hermana.
Scott
rió entre dientes.
-Realmente
no tienes ni pizca de vergüenza, ¿no es así?
-De
la vergüenza no se come.
Scott
sacudió la cabeza y se irguió cuando Eleanor salió del probador y se paseó por
la tienda un poco más.
-¿Está
aquí?
Se me
quedó mirando, descolocado por mi pregunta. Habíamos estado charlando un poco
sobre él, así que no entendía muy bien a qué me refería.
-Sabrae.
¿Está aquí?
-No.
Está en Bradford. Estoy solo-aclaró, y mentiría si dijera que una parte de mí
no murió al escucharle aquella frase. Asentí con la cabeza.
-No
desconfiaba de ella, pero… tenía esperanzas. Quería asegurarme-me miré las
manos mientras me las frotaba y tragué saliva.
-Le
pedí que no te dijera nada para que tú no le dijeras nada a Tommy.
-Ya,
bueno, hasta el jueves pasado no había mucho que decir-musité, y Scott me puso
una mano en el hombro.
-Para
ella también fueron difíciles esas semanas en las que no hablasteis. Me pidió
contártelo, pero yo le pedí que no lo hiciera. No sé cómo me deja eso, porque
en cierto sentido, Sabrae se fía más de ti que yo.
-Me
conoce menos.
-O te
conoce mejor-Scott me dedicó una sonrisa.
-Tengo
muchas ganas de volver a verla-dije con un hilo de voz, estudiándome las líneas
de la palma de la mano. Esperaba que en ellas estuviera escrito que Sabrae se
quedara conmigo durante mucho, mucho tiempo.
-Ella
también te estará echando muchísimo de menos.
-¿Te
lo ha dicho? ¿Has hablado con ella?
-No,
pero tampoco me ha hecho falta. Me lo chivó la sonrisa tonta con la que llegó a
casa el día en que tú la acompañaste. No sé qué le haces a mi niña, Al, pero
espero que no pares.
Me
revolvió el pelo y yo noté cómo sonreía como un imbécil.
-Me
parece surrealista que estemos hablando de mis sentimientos hacia tu hermana
mientras tu novia recién descubierta se prueba unos leggings.
-Ya
ha terminado de probárselos-observó Scott, y yo puse los ojos en blanco.
-Tú
ya me entiendes.
-¿Y
tú? ¿Has hablado con ella?
-Hablé
ayer un poco por la mañana. Como me contó que le tocaba reunión familiar por la
noche, decidí no molestarla.
-E
irte a casa de Pauline.
-Vengo
de casa de Chrissy, en realidad. Pero Sabrae ya lo sabe.
-No
te estoy juzgando, simplemente…
-Me
estoy despidiendo de ellas. Creo que se lo merecían, después de todo lo que
hemos pasado juntos. Tú mismo les has
dicho a las chicas con las que has tenido rollos más o menos serios que estabas
interesado en alguna otra cuando te carcomía la conciencia.
-Sí,
la diferencia está en que yo se lo decía y no me las tiraba.
-Es
que yo soy muy cariñoso-comenté, y Scott se echó a reír-. ¡Es verdad! Soy un
sentimental, ya sabes que me encariño muy rápido y luego me cuesta mucho decir
adiós. Soy como un perrito.
-Si a
mi hermana le parece bien…
-Sabrae
ni siquiera quería que parara de follar con otras.
-Y
entonces, ¿por qué vas a hacerlo?
-Porque
no es lo mismo-me encogí de hombros-. Y no me parece justo estar con cien
chicas cuando les pongo a todas la misma cara. Además… sé que ella me lo dice
un poco por quedar bien. Sé que le hace ilusión. Quiero que vea que me importa
de verdad.
-Ya
lo sabe, Al.
-Sabe
que me importa, pero no sabe cuánto. Quiero merecérmela, S. Quiero ser digno de
ella y que ella esté orgullosa de que yo la…
-¿Tú
la…?-me animó Scott, divertido, pero Eleanor me salvó de caer por el precipicio
tendiéndome una mano amiga. Me volví hacia ella en el momento en que dejó las
cosas sobre el mostrador, y contuve un suspiro de alivio. No estaba preparado
para decirle a Scott lo que me pasaba realmente con Sabrae. Si no se lo había
dicho a Jordan y a Bey aún era porque quería tenerla a ella delante para que
fuera la primera en enterarse de cómo terminaba la frase.
Quiero ser digno de ella y que ella esté
orgullosa de que yo la quiera.
-¿Es
todo?
Eleanor
comenzó a revolver en su bolso, pero yo le dije que no hacía falta que me
pagara. Salimos de la tienda y remoloneé cuando la hube cerrado. Ahora que
tenía a Sabrae tan presente en mi cabeza, ya no me parecía tan buena idea ir a
casa de Chrissy a terminar lo que había empezado con ella, pero era un hombre,
así que tenía que cumplir mis promesas. Me enfrentaría a mi pasado y lo cerraría
con firmeza aunque sin dar un portazo, lo cual requería bastante más madurez de
lo que parecía.
Eleanor
y Scott se me quedaron mirando, cobijados bajo el mismo paraguas. Me los quedé
mirando un segundo, pensando en lo diferente que sería la escena si ellos dos
fuéramos Sabrae y yo. Seguramente que ella se pondría de puntillas para tratar
de taparme, y yo la agarraría de la cintura y le haría cosquillas hasta
conseguir que se le cayera el paraguas y poder besarla bajo la lluvia.
Madre mía, Alec, tío, estás un poco en la
mierda, ¿eh?
-¿Quieres que te acompañemos
hasta el metro?-se ofreció Scott, pero sacudí la cabeza.
-Sólo
es agua. Además, seguro que a mi chica le gusta verme así, mojadito-me pasé una
mano por el vientre y Eleanor se echó a reír.
-Gracias
por esto, Alec. Eres un sol-dijo, poniéndose de puntillas y dándome un beso en
la mejilla. Me dejé hacer, porque jamás le he hecho ascos a una muestra de
cariño que venga de una mujer.
Además…
Sabrae me decía que yo era un sol. No podía resistirme a ningún mimo que
viniera acompañado de esa palabra.
-Menuda
novedad. El día que te canses de este payaso, ven a verme. Y, si se pasa
contigo, me lo dices, y el rompemos la cara entre tu hermano y yo.
-Me
portaré bien-cedió Scott, tendiéndome el meñique.
-Promesa
de meñique-acepté-, quien la incumpla, que muera. Pero, ahora en serio. No le
pases ni media, El. Por muy guapo que sea.
-Tampoco
pensaba hacerlo, aunque él es bueno…-contestó ella, anclando en él una mirada
cargada de emoción. Pues nada. Voy a
tener que ahorrar para el esmoquin, porque estos son capaces de casarse en Año
Nuevo.
-Hasta
que coge confianza-me puse la capucha de la sudadera y tiré un poco de los
cordones para ajustármela a la cabeza, sintiendo que el pelo me acariciaba la
frente-. Me voy antes de que os empecéis a morrear y me propongáis un trío,
porque llevo unos días muy tontos y le digo que sí a cualquier cosa. Pasadlo
bien, ¿vale? Usad condón, y todo ese rollo.
-Tengo
la regla-comentó Eleanor con resignación, y yo me di la vuelta, caminando hacia
atrás en dirección a la entrada de metro más cercana.
-¿Y?
No nos importa ensuciarnos de vez en cuando. Merece la pena, ¿o no, S?-él
asintió con la cabeza, y yo me giré para seguir andando, pero me detuve un
segundo. Había alguien por quien no había preguntado-. Oye, El… ¿Mimi no estará
en Londres también, tirándose a cualquier mamarracho?
-Qué
va-Eleanor se echó a reír-. Mimi no es de ésas. No es como yo-se rió de nuevo
ante su propia ocurrencia.
-Pero
no tiene novio, ¿no?
-Bueno,
eso ya no te lo puedo asegurar. Iba a Canterbury con ganas de ligar-se encogió
de hombros y yo forcé una mueca de espanto.
-Ay,
mi niña preciosa. Que me la van a pervertir en el puto sur.
Los
dos se rieron y se despidieron de mí. Me llevé dos dedos a la frente y me
marché en dirección al metro.
Cuando
llamé al timbre de casa de Chrissy, la descubrí vestida. Abrió los ojos con
sorpresa al verme allí, plantado delante de su puerta.
-¿A
qué esa cara? Te dije que volvería.
-Y tú
siempre cumples con tu palabra-consintió ella, cerrando la puerta tras de mí-.
Tienes razón. Es sólo que me sorprende que me hayas dado de verdad un último
polvo de despedida.
-Sé
que me vas a echar mucho de menos, así que…-me encogí de hombros y Chrissy
sonrió. Me cogió de la mano y me guió hasta su habitación, como si yo
necesitara que me dirigieran. Cuando cerró la puerta, se quitó la camiseta
rápidamente, pero yo me acerqué a ella. Le puse las manos en la cintura y la
besé despacio. Ella me acarició las mejillas con la punta de los dedos.
-Hagamos
algo un poco diferente-susurré.
-¿Como
qué?
-Esto
es un adiós, Chris. Así que quiero hacerte el amor.
Ella
sonrió, sus ojos se empañaron un poco con lágrimas. Me guió hasta la cama y me tumbó allí, sobre ella.
Nuestra
despedida fue totalmente diferente al desencadenante de aquella última mañana
juntos. La noche en que había ido a su casa y había descubierto que estaba
enamorándome de Sabrae había supuesto un punto de inflexión no sólo en mi vida,
sino en todas las relaciones que había mantenido hasta entonces.
Fingir
que no me importaba que Sabrae tonteara con otros, cuando en realidad me
apetecía reventarles la puta cabeza y reclamarla ante todo el mundo como mía,
me había llevado al límite de mis fuerzas. Así que allí había acabado hacía dos
semanas, con los calzoncillos por los tobillos y dándole duro a una Chrissy que
estaba disfrutando como pocas veces lo había hecho conmigo. Su técnica para
ponerse a cuatro patas quitaba el hipo, pero era incapaz de apartar la imagen de
Sabrae enrollándose con el gilipollas de Hugo, frotándose contra él, mientras
clavaba los ojos en mí para asegurarse de que estaba mirándola.
Había
agarrado a Chrissy por las caderas y, mientras ella gritaba, yo le había
clavado los dedos en las caderas y la había dejado bien pegada a mí durante el
que fue uno de los orgasmos más intensos de mi vida, y con diferencia el más
insípido. A continuación, desesperado por apartar los ojos de Sabrae de mi
mente, había agarrado a Chrissy y la había sentado sobre mi entrepierna, y
habíamos seguido moviéndonos hasta que volví a estallar, agarrándole un pecho y
el cuello también. Jamás en mi vida había follado de esa forma tan sucia, y
jamás en mi vida había estado tan distraído durante un polvo.
Chrissy
sería capaz de quitarme el hipo, pero no mi mono de Sabrae. Así que no era de
extrañar que cuando me desplomé a su lado, agotado, con el aliento entrecortado
y los latidos de mi corazón a mil por hora, no fuera capaz de regresar al lado
de mi amiga, demasiado perdido en los recuerdos de la boca de Sabrae, de su
sabor prohibido, sus labios chispeando y su cuerpo de chocolate y miel
acoplándose al mío.
No
podía hablar; apenas podía pensar con claridad, casi ni recordaba mi nombre,
demasiado perdido en lo que el cuerpo de Sabrae me hacía incluso en los
recuerdos. Chrissy había rodado en la cama y se había puesto a juguetear con el
vello de mi pecho. De manera mecánica le pasé un brazo tras los hombros y la
atraje hacia mí, pero su cuerpo no tenía la calidez hogareña que yo me
imaginaba que tendría el de Sabrae, tendida en una cama, desnuda a mi lado,
sudorosa por el sexo y feliz por tener mi amor.
-¿Quién
te ha enfadado tanto?
-¿Quién
dice que esté enfadado?
A
modo de respuesta, Chrissy nos destapó y me mostró los cardenales que le había
dejado en las caderas, prueba de mi pasión irrefrenable. Me mordí el labio.
-Lo
siento muchísimo.
-No
te preocupes. Lo he disfrutado-nos tapó de nuevo y me miró, a la espera de su
contestación. Suspiré. Consideré un instante la posibilidad de mentirle, pero,
¿para qué? Algo dentro de mí me decía que terminaría sabiendo la verdad de un
modo u otro. Mejor serle sincero ahora y que se preparara para lo inevitable:
la redacción de nuestro punto final.
-La
chica que me gusta-revelé, y ella alzó las cejas, sinceramente impresionada.
-¿De
veras? ¿Cómo?
-Se
lía con otros.
-No
sabía que fueras celoso-no se me escapó el tono divertido de su voz; no se le
habría escapado ni a un sordo.
-Yo
tampoco.
-Si
eso te molesta, ¿por qué no la conviertes en tu novia?
-Nunca
he tenido novia-le había contestado en tono cortante, a la defensiva. Ni
siquiera había… ni me había rondado por la cabeza el…
Jamás
se me había ocurrido esa posibilidad. Que el hecho de que yo quisiera más de
Sabrae era porque realmente sabía que podía tener más. El tipo de más que te
venden en las películas, el más de los libros que tanto le gustaban a mi madre
y a mi hermana, el más que cada 14 de febrero teñía el mundo de rosa, y lo
cubría de un manto de corazones y flores.
Lo
peor de todo no era que no lo hubiera pensado hasta entonces. Lo peor de todo
era que, aunque yo siempre me había declarado muy en contra de las relaciones
(me habían parecido hasta entonces una pérdida de tiempo que no hacía más que
ilusionarte con cosas que no sucederían, vendiéndote restricciones como una
liberación), el mero hecho de pensar en tener una con Sabrae me parecía la razón que todo el mundo buscaba para
emparejarse.
En la
cama de Chrissy había empezado a sentir que mi sitio estaba con ella.
Y qué
mal me harían las semanas siguientes en las que Sabrae y yo no hicimos otra
cosa más que alejarnos del radar del otro.
-Calma,
gatito, que sólo era una sugerencia-Chrissy me dio una palmada en el pecho-.
Además, que nunca hayas tenido novia no es excusa. También eras virgen antes.
-Pfjé.
-Siempre
tiene que haber una primera vez para todo en la vida, y si esa tal Sabrae es
capaz de ponerte así, bien podría ser tu primera novia-me acorraló, y yo aparté
la mirada. No quería pensar en eso, no con ella en la cama, no con ella
desnuda, no con ella con mi semen en su interior.
No
quería pensar en ello, punto.
Y en
esa situación, todavía menos.
Pero
Chrissy no iba a dejar que yo me escaqueara de esa conversación. Estaba más que
dispuesta a darme una lección. Yo era un niño; ella, una mujer. Y, ¿qué hacen
las mujeres con los niños? Les enseñan.
Así
que me agarró de la mandíbula y me obligó a mirarla.
-Incluso
debería ser tu primera novia-constató
con el ceño fruncido, una silenciosa determinación en su mirada. Parpadeé.
-¿Cómo
sabes que se llama Sabrae?
-Gemías
su nombre-explicó, alisando las sábanas sobre ella.
-¿Otras
noches? ¿En sueños?
-No.
Cuando estábamos… dale que te pego-puso los ojos en blanco.
Hostia,
Chrissy, yo… lo siento un montón, de veras…
Me
puso un dedo en los labios para hacerme callar.
-No
pasa nada. El polvo fue bestial, de verdad. De los mejores de mi vida. Si tengo
que aguantar de vez en cuando que me llames por el nombre de otra… lo volvería
a hacer.
Aquella
noche, se lo había compensado follándomela con más ganas que nunca, aunque no
había podido evitar que mi mente siguiera a la deriva.
Esa
mañana, nuestra última mañana, estaba decidido a quedarme con ella y sólo con
ella. Sin embargo, fui incapaz. La besaba y pensaba en la boca de Sabrae,
hundía la nariz en su melena y no podía dejar de oler el perfume de mi chica,
acariciaba sus curvas y no dejaba de recordar las de Sabrae, acariciaba su sexo
y rememoraba la forma en que Sabrae me apartaba a veces, cuando iba demasiado
deprisa, o se unía a mí, cuando quería más de mí.
-Alec…-gemía
siempre, siempre, siempre, y yo jamás me había alegrado tanto de tener mi
nombre como en esos momentos, en que mis manos me conectaban con Sabrae y su
lengua la conectaba conmigo.
Jugueteé
con la humedad de Chrissy y ella abrió los ojos. Me acarició la nuca y nos
miramos un instante. Su mano se deslizó por mi ropa interior, liberando mi
erección.
-¿Estás
aquí?
Asentí
con la cabeza.
-¿Al
cien por cien?
Me
mordí el labio y, aunque eso le bastó, respondí.
-Nunca
volveré a estar el cien por cien para nadie más que para ella.
Chrissy
asintió, hundió sus manos en mi pelo y me ayudó a meterme entre sus piernas. Me
acarició el pecho mientras yo hacía lo propio con sus rodillas y la penetraba
suavemente. Me hundí en ella y la embestí despacio, mirándola a los ojos.
-Alec…-susurró,
y aunque no era la voz de Sabrae… era la palabra
de Sabrae. Mi nombre ya no me pertenecía. Dejó de hacerlo en el momento en
que ella lo pronunció en un jadeo la primera vez.
-Chrissy…-la
besé en los labios y ella me acarició los hombros, acompañando mi lento baile
con sus caderas.
-No
quiero que salgas de mi vida-me pidió-. Un uno por ciento de ti vale más que
todos los chicos con los que he estado, juntos.
Le
besé la cara interna de la muñeca y asentí.
-Un
cien por cien no, pero un uno por ciento puedo garantizártelo. Lo tendrás solo
para ti.
Chrissy
sonrió, asintió con la cabeza y me besó. La poseí despacio, como si fuera la
chica que me llevaba gustando toda la vida y con la que me había terminado
casando.
Creo
que los dos, en algún momento, habíamos creído que terminaríamos juntos.
Pauline era mi amiga, una amiga con la que disfrutaba mucho, pero Chrissy…
Chrissy había sido mi compañera en muchos sentidos, no sólo en el curro. Por
eso había venido a despedirme de ella antes que de mi francesa.
Era
mi forma de demostrarme a mí mismo que no había vuelta atrás.
Terminé
antes que ella, pero seguí moviéndome hasta que se abandonó a un dulce y tierno
orgasmo en el que yo la besé y la acaricié mientras se dejaba llevar. Cerró los
ojos, disfrutando de la sensación, y cuando los volvió a abrir, me acarició los
mechones de pelo que me caían sobre la frente y me dio un piquito.
-No
quiero ni imaginarme la suerte que tiene esa chica. Si tan dulce eres capaz de
hacérmelo mientras piensas en ella, cómo será cuando estéis juntos de verdad…
-He
estado aquí, contigo-le respondí con suavidad, besándole la clavícula. Chrissy
sonrió, hundiendo los dedos en mi pelo.
-Tienes
razón. Lo he notado. Y te lo agradezco. A lo que me refiero es… si eres así al
uno por ciento, cómo serás al cien.
-Cuando
lo averigüe, te lo contaré.
Chrissy
se echó a reír, asintió con la cabeza y me dio un toquecito en la cintura con
la pierna. Era hora de salir por última vez de su interior.
Nos
separamos y nos quedamos tumbados, uno al lado del otro, asumiendo lo que
acababa de suceder. Un torbellino de emociones nos consumía. Vértigo,
nostalgia, anhelo y felicidad por lo que me sucedía.
Chrissy
giró la cara y me miró. Nos estudiamos un momento, como memorizando nuestras
facciones después del sexo. Todas las despedidas son agridulces, pero mucho más
cuando son con alguien con quien has compartido tantos buenos momentos. Una
parte de mí se quedaría con ella por siempre, y una parte de ella me
pertenecería sólo a mí hasta el fin de mis días.
-¿Puedo
verla?-me pidió, y yo asentí con la cabeza y recogí mi móvil. Abrí Instagram y
toqué el perfil de Sabrae, y le entregué el teléfono a mi amiga. Chrissy lo
cogió, sonrió al ver la foto de Sabrae con su hermana, y se deslizó por la
pantalla.
-Es
preciosa-comentó-. Tienes mucha, mucha suerte.
-Lo
sé.
Bloqueó
el teléfono y me lo entregó de nuevo. Se quedó acurrucada a mi lado, su mano
sobre mi pecho.
-¿Al?
-¿Sí?
-Creo
que deberías reconsiderar tu posición respecto a lo de tener novia.
Sonreí,
le di un beso en la cabeza y le acaricié la cintura.
-Y tú
no deberías preocuparte porque tus amigas se estén casando y tú aún no tengas
pareja. Es imposible que acabes sola. Cualquier hombre sería tremendamente
afortunado de tenerte. Harás muy feliz al que termines eligiendo.
Sus
ojos se encontraron con los míos, marrón y marrón. Al contrario de lo que decía
la ciencia, los polos idénticos sí podían atraerse.
-¿Tú
crees?
-Lo
sé de primera mano. Yo he sido ese hombre. Y me has hecho muy feliz.
Chrissy
cerró un momento los ojos, se apoyó en mi pecho y sorbió por la nariz.
Cuando
volvió a abrirlos, fue para echarse a llorar.
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Bueno mira, estot harta de reafirmarme a mi misma cada vez que leo un capítulo que no soy capaz de superar a Scott ni queriendo. Así acordarme de cuando escondía su relación con Eleanor y la pelea con Tommy y me ha dolido el corazón recordando esos capítulos.
ResponderEliminarMe ha encantando ver a Alec narrando esa parte, como se entera de Sceleanor, súper cuqui. Aunqur la actitud de mi hembra, etc me ha chirriado un poquito, pero bueno, typical Alec mi niño, ya evolucionará. Acabo diciendo que casi echo la lagrimita con Chrissy al final, pobre mujer macho. En fin.
Ya verás cuando llegue la pelea y Scott aparezca mucho más es que fijo que te reactivo el trauma, disculpas de antemano
EliminarYo creo que aquí ya se nota que Alec ya no cree realmente en las polladas que dice, en plan, mi hembra y tal ya es sólo para cubrir con el cupo y hacer lo que todos esperan que haga, pero sin creérselo de verdad. Aquí se ven las dos caras de Alec, la que tiene con todo el mundo y la que está escondida, que Sabrae va a ir desenterrando a lo largo de la novela, y chica, qué ganas de que lo haga♡♡
Lo que he odiado a Alec y lo muchísimo que le quiero ahora, yo sí que soy un character development y no lo que los escritores nos quieren colar.
ResponderEliminar"- Cualquier hombre sería tremendamente afortunado de tenerte. Harás muy feliz al que termines eligiendo.
+ ¿Tú crees?
- Lo sé de primera mano. YO he sido ese hombre. Y me has hecho muy feliz."
Estas cosas de Alec ME ENCANTAN, yo ya no puedo más.
La parte de Sceleanor con Alec me ha gustado, aunque creía que Alec le iba a meter mucha más caña a Scott. Yyyyy qué ganas de que vuelva a ver a Sabrae dios
ES QUE CAADA VEZ QUE VEO UN MENSAJE O UN TWEET TUYO HABLANDO BIEN DE ÉL TE JURO QUE FLIPO MARÍA JAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
EliminarEs un cuquito de verdad le amo por siempre <33333333333333333333333
Buah es que en el fondo debería haber sido mucho más vacilón con Scott porque en cts lo es pero como yo ya estoy con el chip de que está casi enamorado pues no puedo imaginármelo no sacándole a Sabrae en la conversación a Scott cada vez que puede jajajajajaj
Ya verás lo mucho que te gusta cuando vuelva a verla, porque es un momento súper divertido y a la vez tierno 😉 tengo muchas ganas de escribirlo, y como este finde es largo podré explayarme en el siguiente capítulo bastante, aunque el principio es un poco resumen ☺