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Una
sombra marrón bosque se precipitó hacia mí en el momento en que abrí la puerta
del garaje para entrar en casa, pero yo ya me lo esperaba. Entrar a hurtadillas
sin que mamá se enterara era muy complicado, misión reservada a la élite de
algún cuerpo especial del ejército. Hacerlo sin que Trufas se enterara era directamente imposible; con esas orejotas
inmensas que tenía, podía escuchar los latidos de tu corazón a un kilómetro de
distancia.
Trufas trotó hasta mí y de un brinco impactó contra mis piernas,
embistiéndome como si de un toro lanudo y diminuto se tratara. Supongo que
muchas tonterías de las que hacía el conejo se debían a sus tendencias
suicidas, pero la verdad es que no podía culparle por comportarse así. Estas
tendencias eran características del género masculino: Trufas se empotraba contra las piernas de todo aquel que llegara a
casa, arriesgándose a una lesión cerebral; yo me estaba enamorando de Sabrae.
Cada loco, con su tema.
Sonreí, recordando por enésima
vez en todo el trayecto a casa lo que había sido sentirla sobre mí. Gimiendo,
jadeando, susurrando mi nombre atropelladamente entre dientes: sucio, animal,
primitivo, salvaje, tremendamente sexual. Había hecho de la palabra con la que
respondía ante el mundo la más erótica que había escuchado jamás. Mi madre
había tenido muy bien criterio llamándome Alec. Estaba seguro de que sólo ese
nombre podía sonar de esa manera de boca de Sabrae mientras ella empapaba mi
erección con su placer y sus ganas de mí.
-Hola, gordo-murmuré entre
dientes, inclinándome para acariciarle la cabeza y también la tripa al animal,
que se tumbó a mis pies exigiendo mis atenciones. Cuando hundí los dedos en el
vientre suave y mullido de Trufas, no
pude evitar pensar en lo a gusto que se sentía meter los dedos en los rizos de
Sabrae. La escuché gemir en mi cabeza, musitar “sí, sí” mientras yo le desenredaba
los rizos, sosteniendo su cabeza en un ángulo perfecto para poder saborear su
mandíbula, su aliento ardiendo en mi sien, y la empalaba como si no hubiera un
mañana, con todas las ganas de ella acumuladas durante esas dos semanas en que
había estado sin poseerla saliendo a presión.
Dame una buena razón por la que no debería dar la vuelta, ir a su casa
y volver a hacerla gritar mi nombre, esta vez en su cama, reté al universo,
y el silencio me dibujó una respuesta. Scott estaba en casa, Zayn estaba en
casa. Era un poco faltarle al respeto a mi amigo plantarme allí y subir las
escaleras para encontrarme con su hermana. El padre directamente no me
perdonaría jamás que hubiera pervertido a su niña.
No podía importarme menos.
Es más, es que de hecho incluso
tenía su morbo. Colarme en casa de los Malik, visitar a Sabrae, quitarle la
ropa y follármela sabiendo que en cualquier momento alguien podía entrar y
pillarnos. No hay nada como fantasear
con que te interrumpan un polvo para que te mueras de ganas por echarlo.
Visualicé el escenario: cogería
de nuevo la moto (ni de coña perdería tiempo en ir andando), aparcaría en el
camino de su garaje y subiría las escaleras de porche de dos en dos. Llamaría a
la puerta y seguramente me abriría Shasha, que siempre estaba en el salón
cuando su familia recibía una visita. Y, sonriendo, la mediana de las hermanas
me franquearía el paso. Siempre le había gustado, puede que un poco por hacer
rabiar a su hermana mayor, y de toda la vida Shasha y yo nos habíamos llevado bastante
bien. Teníamos la misma afición por hacerle la puñeta a Sabrae, sólo que ahora
yo me estaba retirando del juego.
Subiría las escaleras con sigilo
y rapidez, como un leopardo acechando, y sin llamar a la puerta de la
habitación de Sabrae, me plantaría en ella. Sabrae estaría sentada en su cama,
con las piernas cruzadas, a lo indio, sonriendo y tecleando en su móvil,
contándoles a sus amigas lo que habíamos hecho. Porque oh, claro que les
estaría contando en este mismo instante el soberano polvazo que habíamos echado
en el parque. Hasta yo no veía la hora de ver a Jordan y contárselo todo con
pelos y señales, ¿de qué sirve follar así si no puedes revivirlo contándoselo a
un amigo?
El caso es que ella levantaría la
vista y sonreiría, sorprendida.
-¿Qué haces aquí?
-Terminar lo que
empecé-contestaría yo, cerrando la puerta de una patada y abalanzándome sobre
ella. Me quitaría la sudadera de camino a su cama y la camiseta cuando mis
rodillas tocaran su colchón; me descalzaría usando sólo los pies y me bajaría
la bragueta de los vaqueros, sacando mi polla dura y erguida mientras tiraba a
Sabrae sobre el colchón. Le separaría las piernas y terminaría de romperle las
medias, e incluso las bragas, para poder entrar en ella con fuerza. Ella
dejaría escapar una exclamación, sorprendida por la furia con la que tenía
pensado hacerla mía, pero su cuerpo rápidamente se adaptaría al mío cuando se
diera cuenta de que yo de verdad estaba allí. Y aquella presión que notara
alrededor de mi polla menguaría, a la vez que los deliciosos ruidos que
escaparan de su boca aumentarían en volumen, todo porque se había dado cuenta
de una cosa: estábamos retomándolo de
verdad, estábamos haciéndolo tal cual lo hicimos en el banco, con rabia,
con pasión, echándonos de menos incluso teniéndonos.
Y entrando en pleno campo de
batalla sin ningún tipo de casco o escudo. El peligro de nuestros cuerpos
unidos de veras haría saltar todas las alarmas. Sabrae sentía mi excitación y
yo me hundía de verdad en la suya, sumergiéndome en las profundidades de su
océano, zambulléndome en los recovecos que la componían. Se quitaría el jersey
y yo le desabrocharía la falda, arrojándola a un lado cuando se hubiera
convertido en un trozo de tela inservible, y Sabrae se quitaría el sujetador y
llevaría mis manos a sus pechos, que yo me encargaría de adorar a base de
acariciarlos, pellizcarlos, manosearlos y sobarlos como si ésa fuera la única
función para la que mis manos habían sido creadas.
-Alec…-jadearía en mi oído,
suplicante, excitada, desinhibida totalmente. Me pasaría las piernas por las
caderas y echaría la cabeza hacia atrás-. Sí, así, por favor…
Trufas se incorporó de un brinco y corrió hacia el centro del
salón, de donde había venido, sacándome así de mi fantasía sexual.
-Al-ronroneó
mamá, reconociendo mi presencia. Traté de espantar aquellos pensamientos de mi
cabeza: por mucho que me gustara pensar que estaba dentro de Sabrae, estaba en
mi casa, a más de un kilómetro de distancia de ella, sus muslos y la deliciosa
fruta que había entre ellos. Que sintiera que la habitación en la que estaba
caldeada no tenía nada que ver con el hecho de que estuviera en su interior,
con sus brazos rodeándome. La lluvia me hacía de banda sonora, en lugar de su
voz rota por la respiración agitada. Tiré de mi sudadera un poco para disimular
mi erección y me acerqué con cautela.
No me esperaba que me llamara
así, ya no digamos que hubiera usado ese tono conmigo. Seguramente había estado
preocupadísima, contemplando los relámpagos mientras yo atravesaba Londres y rezando
porque la moto no se me fuera en cualquier giro brusco de esos que ella sabía
que yo gustaba de hacer, por mucho que se lo negara.
-Ven, ricura-murmuró, animando al
conejo. Trufas se colocó en su regazo
de un brinco, y se arrebujó en él mientras los dedos de mi madre lo recorrían.
Mamá se volvió para mirarme por encima del hombro, y una sonrisa danzó en sus
labios sonrojados-. Hola, cariño. Estaba preocupada por ti. ¿Has llegado bien?
-Sí-por fin llegué a ella y le di
un beso en la frente. Mamá estiró el brazo y me acarició el cuello, tirando de
mí para que le pusiera la mejilla a tiro y así poder besarme.
-Mi niño-susurró con ternura,
acariciándome la nuca y enredando la punta de los dedos en mi pelo. Cuando me
separé de ella para mirarla y comprender qué le pasaba, sus ojos claros
saltaron hacia mi melena, que todavía tenía gotas de lluvia prendidas entre los
rizos que se me terminaban formando cuando llevaba el pelo lo suficientemente
largo, como ahora. Al agua no la doblegaba nadie y ella lo esculpía todo: si
las montañas caían a sus pies y las playas podían convertirse en acantilados,
estaba claro que la lluvia bien podía convertirme en un adorable caniche de
pelo rizado que las mujeres de mi vida adorasen acariciar-. Mira tu pelo
mojado-comentó como quien ve el proyecto de ciencias de un hijo particularmente
aplicado y creativo-. Me encanta. Qué guapo me has salido, mi amor…-tiró de mí
de nuevo para volver a besarme, y yo me eché a reír.
-Mamá, ¿estás bien?
-Estoy un poco
borrachilla-admitió, y como para reforzar su estado de ánimo, se inclinó hacia
delante y dio un sorbo de su copa de vino. Al lado de la suya había una vacía,
con manchas de unos labios ausentes en los bordes.
-Ya me he dado cuenta-dejé
escapar una risa entre dientes y deposité otro beso, esta vez en la mejilla, en
la piel de mi madre. Ella sonrió, se inclinó un poco hacia mí, siguiendo con su
rostro la trayectoria de mi boca.
-Estás empapado-pasó una mano por
el pecho de mi sudadera, de un modo muy diferente a como lo había hecho Sabrae
a pesar de que siguió exactamente el mismo recorrido, y sacudió la cabeza-.
Quítate esa ropa y date un baño con agua bien caliente, ¿vale?
Guau, sí que está borracha, pensé, observando la copa de vino, que
no mostraba signos de haberse rellenado. ¿Habría bebido más? De normal, mi
madre se habría puesto como una fiera, gritándome que estaba poniéndolo todo
perdido y recriminándome que yo nunca fregaba, que vivía como un rey…
Hasta que caí. La casa estaba
llena de un aroma a comida cocinándose con mimo y esmero; el olor a hogar
impregnaba toda la estancia. El calor de la felicidad por una celebración
flotaba en el ambiente, y se te pegaba en la piel, acariciándote como si de las
manos de una amante se trataran.
Miré a mamá y se confirmaron mis
teorías. Estaba preciosa: con el pelo suelto y un poco alborotado, las mejillas
ligeramente coloreadas, los ojos brillantes y una sonrisa boba en los labios,
cómplice, típica de una niña que se porta bien todos los días de la semana,
pero que se permite una travesura los domingos. Acariciaba a Trufas con sincera adoración y
contemplaba la lluvia deslizarse por el gran ventanal del salón como si
estuviera viendo la película más hermosa de todas.
Había tenido sexo. No, no había
tenido sexo: había hecho el amor con su marido a modo de celebración de un
acontecimiento muy importante, su aniversario. Hoy era 17 de diciembre. Hacía
16 años que mamá y Dylan se habían visto por primera vez.
-¿Dónde está Dylan?-quise saber,
a modo de confirmación. Me extrañaría mucho que estuviera en el baño y que
fuera Mimi la que estuviera cocinando, aunque mi hermana había heredado las
dotes culinarias de nuestra madre. Mimi sería una muy buena ama de casa y aún
mejor madre, si conseguía superar su timidez y salir por fin de su caparazón
para abrirse al amor.
Me reí para mis adentros.
¿“Abrirse al amor”? Sabrae Malik, cómo me afecta verte. Yo antes no era así de ñoño.
-Está cocinando-mamá se estiró,
perezosa-. Dice que hoy hace la cena él. Quiere que sea un día especial-se inclinó
y toqueteó un jarrón de cristal con un ramo de flores muy diferentes, de
diversos colores, en su interior. Las flores se unían como un matrimonio en la
boca del jarrón, y se bifurcaban al terminar éste como unos fuegos artificiales
en Fin de Año-. Me ha traído esto. Está en todo, ¿no crees?
Asentí, le di un beso en la
cabeza y me disculpé diciendo que sería mejor que me metiera en la ducha. Fui a
saludar a Dylan, porque si mamá estaba así no quería imaginarme cómo estaría él
(seguramente revoloteando por la cocina como un abejorro en primavera) y la
dejé a ella llevándose una azucena a la nariz y cerrando los ojos mientras
inhalaba su perfume.
Empujé la puerta de la cocina y
la música de los guisos y fritos me recibió como la entrada triunfal del protagonista
de una película. Como sospechaba, mi padrastro presentaba los mismos síntomas
que mi madre: cabello revuelto, mofletes colorados, sonrisa distraída. Sus ojos
pasaban de un lado a otro de la cocina, manteniendo bajo control cada guiso que
se traía entre manos.
-Huele que alimenta-me apoyé en
el vano de la puerta y Dylan se volvió y sonrió.
-Gracias, hijo. Has tardado en
llegar. ¿Te ha pillado la tormenta?
-Sí, y también una chica-solté,
llevándome a la boca un trozo de manzana que Dylan tenía cortado y listo para
caramelizar. Parecía que tenía pensado hacer pato con manzana y perejil, uno de
los platos preferidos de mi madre, de los primeros que mi abuela le había
enseñado a preparar. Echó un poco de vino en la olla donde tenía haciéndose
lentamente el pato y sonrió.
-Así que has aprovechado la
tarde-rió Dylan, y yo le di una palmada en el hombro.
-Y parece que no soy el único.
Dylan echó un vistazo hacia la
puerta, dispuesto a confiarme un secreto siempre y cuando mamá no lo
descubriera.
-He salido antes de trabajar para
poder venir y preparar yo la cena. Además, quería pasar por la floristería para
cogerle un ramo de flores a Annie…
-Podrías habérmelo encargado a
mí. Ya sabes que me chifla hacer de chico de los recados-puse los ojos en blanco
y Dylan hizo un gesto con la mano.
-Sí, pero bueno, me hacía ilusión
dárselo yo. Además, también tenía que recoger unos pendientes que encargué en
Harrod’s, y la floristería me quedaba de camino, así que…
-¿Vas a regalarle unos
pendientes?
Dylan sonrió.
-Dieciséis años desde la primera
vez que viste a tu mujer no los cumples todos los días, ¿sabes, Al?
-No puedes hacerme esto, Dylan,
tío. Que me voy a cenar con los colegas. ¿Me prometes que grabarás a mamá?
-No sé si ella me dejará-se echó
a reír y sacudió la cabeza-. Dios, Al, te parecerá una tontería, y que estoy
siendo un poco cruel, pero… no veo la hora de que Mimi y tú terminéis de
prepararos y nos dejéis solos.
-No vais a estar solos. Trufas se encargará de vigilar que corra
el aire entre vosotros-bromeé, y Dylan volvió a reírse-. Pero, ¡eh! Indirecta
captada. Me ducho, me visto, y me piro-señalé la puerta-. Te prometo que no
tendrás que esperar mucho por nosotros.
-No me molestáis.
-Ya, pero bueno, a mí también me
hace ilusión que paséis vuestro aniversario lo mejor posible, papá-contesté, y
Dylan me miró. En sus ojos había una emoción latente, difícil de disimular. Me
estrechó entre sus brazos y asintió de nuevo con la cabeza cuando me despedí
también de él. Subí las escaleras en dirección a mi habitación, y toqué la
puerta de Mimi. Me la encontré planchándose el pelo mientras hacía una
videollamada con Eleanor, que se estaba aplicando brillo de labios en un espejo
que ni Mimi ni yo podíamos ver.
-Hola, fea-me crucé de brazos y
me apoyé de nuevo en el marco de su puerta. Mimi se volvió para mirarme.
-Ah, ya estás aquí.
-Hola, Al-canturreó Eleanor desde
su casa, y yo la saludé con una inclinación de cabeza.
-¿No te da vergüenza? Tu mejor
amiga me trata mejor que tú.
-Porque no vive contigo y no sabe
lo plasta que puedes llegar a ser.
-Soy tu hermano, Mary Elizabeth.
Exijo la dosis de mimos que me pertenece por derecho natural.
Mimi se echó a reír y capturó de
nuevo un mechón de pelo de su cabeza.
-¿Te ha pillado la tormenta? Has
tardado un montón.
-Me encontré con Sabrae.
Tanto Eleanor como Mimi
sonrieron. Mientras Eleanor nos miraba desde su pantalla, Mimi depositó la
plancha cuidadosamente sobre su soporte de cerámica a prueba de calor y se
volvió para mirarme con una ceja alzada. Entrelazó las manos sobre el regazo y
parpadeó.
-¿Y?
-¿Cómo que “y”?-cogí una de las
bolas de nieve que tenía en su estantería y la agité. El Partenón de Atenas se
ocultó tras una ventisca-. Creía que soy un plasta, ¿ahora resulta que quieres
que te cuente mi vida?
-Sí, desde que se ha vuelto
interesante.
-Ya, bueno… pues el caso es que
no pienso decirte una palabra, Mary Elizabeth. No te lo mereces. Y seguro que
te escandalizaría saber a qué perversiones me he dedicado esta tarde.
-¿Pretendes que te suplique para
que me cuentes qué es lo que has hecho con Sabrae?-Mimi se cruzó de brazos.
-Sí.
-No pienso pasar por ahí.
-Suplícale, Mimi-ordenó Eleanor,
tajante, y mi hermana se volvió para mirarla.
-No voy a rebajarme a darle a mi
hermano lo que quiere cuando podemos enterarnos por otros métodos.
-Cierto-Eleanor asintió con la
cabeza y se rió.
-Disculpa, ¿qué métodos son esos?
-Podemos preguntarle directamente
a Sabrae.
-Creía que no te llevabas con
ella-refuté, y también me crucé de brazos. Mi hermana se pasó una pierna por
encima de la otra y esperó a que continuara con mi ataque-. Ya sabes, no tenías
la suficiente confianza para preguntarle directamente a ella si yo le interesaba.
-Pero Eleanor sí se lleva.
-Espera, ¿necesitáis que le
pregunte a Sabrae si le interesas? Porque, hola, Alec-Eleanor chasqueó los
dedos-. Está claro que le interesas. Estoy segura de que le interesas a todas
las chicas de Londres.
-A mí no me interesa-intervino
Mimi.
-Está por demostrarse que tú seas
una chica-la corté-. Venga, me voy a ducharme antes de que me ponga malo, que
esto de estar a la intemperie haciendo cosas sucias es fatal para los pulmones.
-¿Y no nos vas a contar qué tal
con Sabrae?-Eleanor hizo un puchero desde la pantalla del ordenador.
-No, y todo por culpa de tu
amiga, aquí presente. Hay que dejar de ser tan orgullosos, Mary. El orgullo no
te lleva a ningún sitio.
-¿Lo dices por experiencia?
-Mím, pídele disculpas y que nos
cuente qué ha hecho con Sabrae. Necesito cotilleos jugosos.
-¡No pienso arrastrarme por él,
El, tía! Es mucho más fácil que se lo sonsaques a Scott, y ya está.
Mimi parpadeó, estupefacta ante
lo que acababa de decir. Se llevó una mano a la boca y se giró para enfrentarse
a la pantalla, donde Eleanor la miraba (a su versión en la pantalla, quiero
decir) con la boca abierta formando un cuadrado de tan abajo tenía la barbilla.
Yo fruncí el ceño. ¿Qué coño
tenía que ver Scott en todo esto? Eleanor era amiga de Sabrae, y vale, tenía
relación con Scott por ser la hermana de Tommy, y Tommy básicamente el alma
gemela de Scott, pero… ¿por qué iba Scott a contarle a Eleanor nada de lo que
Sabrae hacía conmigo? Si a lo único a lo que se limitaban sus interacciones era
a tontear un poco sólo por hacer de rabiar a Tommy, que les tenía prohibidísimo
empezar a salir.
-¿Alguna de las dos puede
explicarme por qué iba a Scott a deciros nada sobre Sabrae y sobre mí?
-Te mato…-bufó Eleanor por lo
bajo, pasándose una mano por la frente. Mimi se retorció las manos, nerviosa, y
se volvió para mirarme. En sus ojos había pánico, y el labio le desaparecía y
la volvía a aparecer como siempre le sucedía cuando se ponía nerviosa y no
sabía qué mentira soltar para salir del paso, con lo que decidía inclinarse por
morderse el labio hasta casi hacerse sangre.
-Porque… le gusta pincharte-se le
ocurrió, y sonrió, y Eleanor dio un brinco en la silla de su escritorio y
asintió con la cabeza-. ¡Eso es! Y, ¿qué mejor manera de pincharte que haciendo
que yo sepa exactamente a qué te dedicas con su hermana?
-Ya sabes a qué me dedico. Te lo
he contado yo.
-Ya, cierto, pero me refiero a
qué te dedicas con pelos y señales. No tengo tu diario a mano.
-No tengo diario.
-Pero no sabes si Sabrae lo
tiene.
-¿Sabrae tiene un diario?
-No-corearon Mimi y Eleanor a la
vez, demasiado rápido como para que eso no fuera una trola.
-¡No me jodáis! ¡Tiene un diario!
¿Sabe Scott dónde lo guarda? ¿Sabe si habla de mí?
-Vaya, Al-Eleanor se echó a
reír-. No sé qué habréis hecho esta tarde, pero me encanta este giro de los
acontecimientos. Mimi me contó que llevabas una semanita insoportable porque no
os habíais visto, y ahora… en fin, creo que hablaré con mi hermano para que le
pregunte a Scott qué ha pasado hoy, si tú no quieres darnos los detalles de
esta deliciosa historia.
-Dudo que nadie esté al corriente aún.
-Entonces, ¿me das la
exclusiva?-Eleanor juntó las manos en la pantalla de su ordenador y Mimi se
giró para mirarla con el ceño fruncido.
-Estoy a dos segundos de cerrar
sesión, ¡deja de prestarle tantas atenciones, que es exactamente lo que quiere!
-Ni confirmo ni desmiento que
haya tachado de mi lista de deseos el tener sexo en un lugar público-solté, y
Eleanor y Mimi abrieron los ojos como platos. Lanzaron un chillido y Mimi se
levantó, y empezó a tirar de mí para sentarme en su cama.
-¡Cuéntamelo todo, hermano!
-¡Espera, espera, que quiero
estar presente! ¡Me visto y me calzo y en diez minutos me tenéis ahí!
-A vosotras os voy a contar, par
de marujas. Un caballero no cuenta lo que hace con una dama-me pasé una cremallera
imaginaria por los labios mientras Eleanor se enfundaba unas botas de tacón a
base de brincar en su habitación.
-¡No puedes hacernos esto, Alec!
¡Ponernos la miel en los labios y luego no darnos nada!
-Hasta ahí puedo leer. Dale las
gracias a Mimi por no tener más información.
-¿Qué quieres? ¿Que te pida
perdón? ¡Pues discúlpame! ¡No quería ofenderte! ¡Y ahora cuéntame! ¡Necesito un
cotilleo para comentar mañana de camino a Canterbury!
-Ni loco te digo qué más he hecho
con Sabrae para que lo vayas largando por ahí. No quiero que se entere todo el
instituto y que Sabrae se sienta incómoda.
-No se va a enterar todo el
instituto-Mimi puso los ojos en blanco-. Sólo se lo voy a contar a las chicas
en el tren.
-Marlene viene a Canterbury-le
recordó Eleanor, y Mimi suspiró, angustiada.
-Jolín, pues sí que no voy a
poder contar nada…
Abrí las manos y le sonreí a mi
hermana. Le di un beso en la frente y me levanté.
-Te dejo, que pareces liada. Me
voy a dar un bañito.
-Jopé, Al…
-Ni jopé, Al, ni leches. Ya me he
ido bastante de la lengua. Ale, termina de pintarte como una puerta, que bien
sabe Dios que lo necesitas para que no se te lleven a la perrera.
-Eres un gilipollas.
-Entonces, ¿no hay
cotilleo?-protestó Eleanor-. ¡Que estoy ya calzada!
-Cancelamos el salseo, El-suspiró
Mimi, apoyando la barbilla en un hombro y cerrando los ojos. Exhaló un suspiro
trágico.
-No, lo que te voy a cancelar es
a ti la existencia, Mimi-protestó Eleanor mientras salía por la puerta-. ¡Que
siempre me la estás liando, chica! Anda que, menuda lengüita tienes, hija…
-¿Por qué lo dices?-escuché que
replicaba Mimi desde mi habitación, mientras cogía ropa limpia.
-Hija, ¿por qué crees que lo
digo?
-¿Es por Scott?-preguntó Mimi, y
Eleanor siseó, pero yo ya no les estaba prestando atención, así que no pude
colocar el último punto que me faltaba en la hoja con la figura oculta para
empezar a trazar una silueta que descubriría dentro de unos días.
-¡Baja la voz! Sí, ¡por supuesto
que es por Scott! ¿Cómo se te ocurre? ¡Tu hermano se ha dado cuenta de que pasa
algo raro! ¡Seguro que sospecha! Tommy todavía no se imagina nada, ¡imagínate
la que se lía si Alec va y se lo casca!
-Alec es un bocas de primera
categoría, pero tampoco es imbécil, El-protestó Mimi-. Estoy segura de que no
le diría nada a Tommy antes de hablarlo con Scott.
-¿Tú crees? Los tíos son
imbéciles, del primero al último. No me extrañaría nada que no le soltara
alguna burrada…
-Te digo que no, El-Mimi sacudió
la cabeza y, aunque ya me había escuchado cerrar la puerta del baño, que estaba
lo bastante lejos como para que yo no pudiera escuchar su conversación, y menos
siendo susurrada, se inclinó hacia delante y bajó aún más la voz en tono
confidente-: conozco a mi hermano, y sé que primero iría a tomarle el pelo a
Scott con ese tema. Y Scott le diría que no dijera nada, y en ese sentido, Alec
es una tumba. Te lo prometo. Si le dices que no cuente algo, él no lo cuenta.
Es que ni se le escapa.
Eleanor suspiró y sacudió la
cabeza. Se mordisqueó las uñas.
-Es que… con la ilusión que me
hace lo de mañana… no quiero que nada lo estropee.
-Y nada lo estropeará, Eleanor,
de verdad. Nadie se huele nada, vuestra escapadita secreta de enamorados está a
salvo en mis manos. Aunque… quizá deberíamos insistirle un poco más a mi
hermano. ¿Has visto qué cara traía? No le he visto así en la vida. Sea lo que
sea lo que haya hecho con Sabrae, creo que deberías preguntarle directamente
para que te lo cuente… e impresionar a Scott-Mimi le guiñó un ojo y Eleanor se
echó a reír.
-Qué tonta. Pero bueno, como te
decía, esta tarde he ido con Diana a comprar un conjunto de lencería que es que
te mueres de lo mono que es, ¡te lo juro, Mím! Te lo enseñaría, pero es que
está en su habitación por si alguien lo encontraba y que nadie se extrañara de
que lo tuviera ella…
-¡Pues sube a su habitación!
Necesito verlo.
-Es que está con mi
hermano-explicó Eleanor.
-Ah. ¡Jolín! Aquí todo el mundo
tiene sexo, menos yo-hizo un puchero y Eleanor se echó a reír-. Es que… ay. Me
dais una envidia. Tú y Scott, Diana y Tommy, Sabrae y mi hermano… estáis todos
tan monos, y yo voy a acabar solísima, con un ejército de conejos en un piso de
30 metros cuadrados. Incluso he pensado en buscarle una novia a Trufas…
-Chica, ya te llegará tu momento.
Además, yo creo que lo de estar así de bien es temporal. Es decir, mis padres
están enamorados y todo eso, pero yo no los veo tan ilusionados como lo están
Diana y Tommy, o Alec y Sabrae…
-Te digo yo que a mi hermano le
dura la ilusión años. Que lo sé, que lo conozco-Mimi asintió con la cabeza-.
Cuando a Alec se le mete algo, cualquier cosa, entre ceja y ceja, no hay manera
de hacer que se lo saque. Y a Sabrae la tiene bien dentro.
-¡Será al revés!
-¡Serás cochina!
Mi hermana no andaba nada
desencaminada conmigo. Hasta yo me había dado cuenta de que era imposible
sacarme de la cabeza a Sabrae, y normalmente los que están en mi situación son
los que más la niegan. Pero, sinceramente, me daba igual. A estas alturas yo
estaba tan atrapado en su red que era incapaz de ver una salida, y de querer
alcanzarla aun habiéndola encontrado.
Me desvestí pensando en ella, e
incluso me descubrí a mí mismo quitándome algunas prendas como pensé que lo
haría ella. Con lentitud, disfrutando de cada músculo de mi cuerpo… una Sabrae fantasmal
de manos hechas por las mías se materializó ante mí mientras el agua corría,
cubriendo la bañera con un espejo de superficie desigual y animada de la que
ascendían nubes de vapor. Sus ojos oscuros se teñían de ardor cuando me quitaba
la camiseta, sus manos descendían por mis abdominales, siguiendo la línea que
separaba el músculo, en dirección a los vaqueros. Me los desabroché despacio y
no pude evitar que llevara su mano entre los rizos negros de mi entrepierna,
reconociendo mi erección con la yema de los dedos. Exhalé un suspiro cuando
cerré la mano en torno a mi paquete y lo extraje de la tela de los vaqueros y
los bóxers.
Los restos de nuestro reciente
encuentro aún estaban en mi sexo, y yo pensaba aprovecharlos. La Sabrae
imaginaria que estaba frente a mí se relamió el labio mientras llevaba mi mano
de la base de mi polla hasta la punta, siguiendo un ligerísimo movimiento
circular que me volvió totalmente loco. Me quité el calzado y los pantalones, y
pronto estuve desnudo mirándome en el espejo del baño, el pelo revuelto,
enredado en mis rizos todavía más ensortijados; las mejillas ligeramente
encendidas, los labios un poco hinchados de los mordiscos que me había dado
Sabrae, una sonrisa tonta…
Y abajo, mucho más abajo, donde
el espejo perdía su visión, mi miembro ansioso de ella. Me quedé un momento de
pie, visualizando a la Sabrae de mi sueño pasándose la lengua por los labios
mientras contemplaba mi erección.
-Mío-dijo en tono hambriento, y
se puso de rodillas ante mí. Continuó acariciándome mientras aprovechaba su
posición para darse placer a sí misma. Besó la punta de mi polla y yo dejé
escapar un gemido, pasándome el pulgar por donde deberían estar sus labios.
Ella ahogó una exclamación mientras su mano se perdía entre sus piernas.
Me metí en la bañera y continué
acariciándome mientras me imaginaba que seguía de pie, con ella arrodillada, a
mi merced. Me encantaba imaginármela en esa posición, metiéndose mi hombría en
la boca mientras me regalaba un ángulo perfecto de sus pechos.
La Sabrae de mi cabeza tenía una
técnica increíble con la lengua, y era capaz de meterse mi miembro entero en la
boca, soportando las arcadas que les producía a todas las chicas que me
complacían haciéndome una mamada. Incluso sonreía al escucharme gemir como lo
estaba haciendo ahora, alentado por el conocimiento de que nadie podría oírme
por encima del ruido del agua.
Un pitido muy característico en
el móvil, que llevaba muchísimo tiempo sin oír, me sacó de mi ensoñación. Era
el tono de la notificación de Sabrae.
Me estiré para coger mis vaqueros
y busqué en los bolsillos hasta dar con mi móvil. Me pasé la punta de la lengua
por las muelas, anticipando lo que fuera que estuviera a punto de ver. Sabrae
me había enviado un vídeo privado por Instagram, y el teléfono me mostraba
justo debajo que había subido una historia. Decidí hacerme un poco de rogar y
disfrutar de esa dulce sensación de anticipación antes de descubrir de qué se
trataba un regalo, y toqué la segunda notificación.
La pantalla se puso en negro durante
un segundo, y luego me mostró a Sabrae sonriente, todavía con su jersey
mostaza, y con la rosa amarilla que le había regalado aún en el pelo. Su boca
todavía tenía los signos de mis besos, y sus mejillas también tenían ese
delicioso toque cereza que el sexo pinta en todas las personas. En sus ojos,
que estaban ligeramente achinados por la sonrisa sincera que esbozaba, se
reflejaba no sólo su felicidad, sino la ligera chispa de satisfacción que sólo
un buen encuentro íntimo con otra persona podía darte.
No tuve que pensármelo dos veces:
hice una captura de pantalla y guardé esa foto en mi galería, asegurándome así
de que podría verla cuando quisiera. Podría dormirme observando su belleza, los
vestigios que mi cuerpo tenía en ella, la pruebas de los delitos que cometíamos
juntos. Acariciar sus facciones con el pulgar, como si la tuviera delante,
imaginándome que la superficie plana y fría del móvil era su piel caliente y
suave.
Después de que la foto
desapareciera e Instagram me mostrara la siguiente imagen que había subido otra
persona a la que seguía, salí de la galería de historias y me metí en los
mensajes directos, cuyo avión de papel brillaba sobre un círculo azul, un
minúsculo 1 anclado en una de sus alas.
Toqué la conversación con Sabrae,
que estaba en negrita, y me encontré con que me había enviado no una foto, sino
un vídeo. Sonreí, apoyando ambos codos en los bordes de la bañera y, mientras
el agua seguía subiendo por mi cuerpo (ya estaba cubierto prácticamente en toda
mi cintura), toqué el vídeo.
Una nueva versión de Sabrae en
dos dimensiones apareció frente a mí, sonriéndole a la cámara. Sin decir nada,
se quitó la flor del pelo y se la llevó a la nariz. Cerró los ojos un momento
mientras inhalaba, y sus pestañas oscuras, no tan largas como cuando se echaba
rímel, pero sí lo suficiente como para admirar cómo acariciaban sus mejillas,
cayeron en picado. Las comisuras de sus labios se curvaron en una sonrisa
adorable y ligeramente traviesa.
-Huele genial-dijo, y abrió los
ojos-. Gracias, Al. Me la voy a llevar conmigo para acordarme de ti, igual que
tú llevarás mi anillo para no olvidarte de mí.
No podría olvidarme de ti aunque quisiera, niña.
Sabrae paseó entonces la rosa por
su boca, y se mordió ligeramente el labio. Contuve la respiración cuando
depositó un suave beso entre los pétalos, de la misma forma en que yo lo hacía
entre los suyos cuando la tenía excitada y lista para mí.
A continuación, hizo que la rosa
descendiera por su mentón, acariciándole la barbilla. Cerró los ojos un momento
y luego los abrió, dedicándome una mirada de inocencia fingida. Si la hubiera
tenido delante, la habría hecho mía en ese mismo instante, sin importarme que
el mundo pudiera estar viniéndose abajo fuera de aquel baño. Todo lo que me
importaba, mi universo, se reducía a esa chica de menos de metro sesenta que
sabía exactamente qué tenía que hacer para tenerme comiendo de su mano.
Sabrae se mordisqueó la sonrisa y
entonces dejó que la rosa se deslizara por su cuello, que me encantaría
explorar con un sendero de besos. Se revolvió un poco para hacer que su jersey
se deslizara por su hombro, y la flor llegó hasta el tirante de su sujetador,
de un color granate que me volvió loco. Lo que daría por verla con ropa
interior de ese mismo color, enmarcando sus curvas, quitándosela con los
dientes, adorando sus pechos con la boca mientras me perdía en los pliegues de
su sexo y le arrancaba mi nombre en forma de gemido.
Sabrae descendió entonces un poco
con la rosa por su piel, mostrándome una perspectiva de su escote que bien
podría ser la última cosa que viera en esta vida, que yo no me quejaría. Su
boca seguía en la pantalla, al borde del plano; ahora, el valle de su canalillo
era el protagonista absoluto. Sonrió, con esos dientes blanquísimos y esos
labios llenos, que tan deliciosos estaba y tanto deseaba tener rodeando el
lugar donde yo era un hombre, y la flor terminó de tocar uno de sus pechos,
llegando al límite de su sujetador, que resultaba tener un poco de encaje.
Me llevé una mano a mi miembro,
que había crecido considerablemente mientras veía aquel jugoso espectáculo,
pero entonces, la función se terminó. La pantalla se volvió negra medio segundo
y luego el vídeo fue absorbido por un agujero de gusano que lo convirtió en un
rectángulo gris sobre fondo blanco. Me eché a reír; debería haberme supuesto
que Sabrae no me permitiría ver lo que yo más deseaba. Lo que mejor le
funcionaba conmigo era dejarme siempre en el momento más culminante, tenerme de
rodillas ante ella, suplicando su lluvia divina, y obsequiándome con una ligera
llovizna que mantuviera mis campos solamente moribundos durante una semana más,
cuando yo volviera de nuevo a postrarme ante ella y suplicarle un poco más.
Reproduje de nuevo el vídeo, esta
vez acariciándome ya desde el principio, y no pude evitar dejar escapar un
jadeo ahogado cuando Sabrae volvió a mostrarme el tirante de su sujetador. Hice
un poco más de fuerza en mi sexo mientras ella se paseaba la rosa por la
clavícula en dirección a sus pechos, y, cuando el vídeo se terminó, supe que
necesitaba más. Si al menos no iba a darme la secuela de ese corto, por lo
menos que me dejara verlo las veces que yo quisiera.
Así que solté mi polla y tecleé.
¿Me estás torturando?
Su respuesta no se hizo esperar.
Que
disfrutes de mi regalo de Navidad. 😉
Está envenenado.
Como
todo lo que viene de mí.
Uf. Pues ojalá me dieras un
mordisquito para inyectarme tu veneno.
Te
dejo elegir el sitio, Al. 😏
Pásatelo
bien.
Piensa
en mí.
Como
yo no podré parar de pensar en ti.💞
Me pasé una mano por la cara y
sacudí la cabeza. Piensa en mí como yo no
podré parar de pensar en ti.
¿Significaba eso lo que yo creía
que significaba?
Me hundí un poco más en la
bañera, hasta que el agua cubrió mi cara. Cerré el grifo con el pie (uno de mis
muchos talentos) y me quedé un momento bajo la superficie, en ese mundo
subacuático en el que los latidos de mi corazón sonaban atronadores, como
truenos en un huracán.
Como yo no podré parar de pensar en ti. Como yo no podré parar de
pensar en ti. Como yo no podré parar de pensar en ti.
Me la imaginé en su habitación.
Desnuda, porque soy un puto morboso. Me la imaginé con la puerta cerrada y una
silla en la puerta para que nadie la molestara. Me la imaginé echada sobre sus
mantas, completamente a la intemperie, sus pezones duros tanto por el frío como
por la necesidad de mí. Mirando mi perfil en Instagram, leyendo nuestros
mensajes, deslizando una mano por sus senos y, después, lenta, muy lentamente,
con su respiración agitada como única armonía, llevándose la mano a la entrepierna.
Acariciando ese botoncito que había en su cuerpo y preparándose para lo que
tenía que venir a continuación.
Saqué la cabeza de debajo del
agua, apoyé la nuca en el borde de la bañera y, con los recuerdos de lo que
habíamos hecho aquella misma tarde, sobre el banco de un parque que yo jamás
podría ver con los mismos ojos, me masturbé. La escuché en mi cabeza jadear,
gemir mi nombre, suplicar por más como lo había hecho cuando estábamos juntos. No pares, Alec, me está gustando muchísimo,
por favor, no pares.
No voy a parar, mi amor.
Alec, por favor, sigue así…
Sí, no voy a parar nunca, Sabrae.
Dios mío, Alec, así…
Mi mente bailaba de mis recuerdos
a mis ensoñaciones: tres Sabraes distintas estaban en la habitación conmigo.
Una se tendía en su cama y se daba placer a sí misma; otra me montaba como a un
corcel indómito en el parque, absorbiéndome en su interior; y una tercera
estaba sobre mí en aquel mismo instante, llenando el baño con sus gemidos,
dejando que la acariciara, que me la follara como si no hubiera un mañana. Se
movía en el agua como una sirena, y podría serlo de no ser porque no era medio
pez, medio mujer, sino completa y absolutamente mujer. Una verdadera diosa del
sexo. Sus caderas creaban pequeños maremotos en mi interior, y, cuando yo me
tensé, ella puso una mano sobre mis abdominales y continuó follándome como si
hubiera nacido para echar ese polvo pasado por agua.
Me derramé en su interior como
casi lo hice en el banco, y como la Sabrae de su habitación se imaginó que lo
hacía cuando alcanzó el clímax.
Con el corazón acelerado, abrí
los ojos. Estaba solo, evidentemente, pero una sonrisa boba me atravesaba la
cara. Me quedé un momento en el agua, mientras las endorfinas del sexo (aunque
fuera en solitario) terminaban de diluírseme en la sangre. Entonces, abrí de
nuevo la conversación y decidí enviarle un mensaje. Puede que fuera
inapropiado, o directamente de baboso, pero en ese momento la mera idea de que
Sabrae supiera exactamente lo que acababa de hacer pensando en ella me ponía a
mil.
Me lo he pasado genial,
bombón, y siempre pensando en ti. Para que veas que soy fiel. 😉
Por cierto, ¿podrías enviarme
el vídeo de la rosa? Cuando la inhalas, los pétalos le hacen una forma muy
graciosa.
¡Qué
morro tienes!😂😂 ¿No te bastaba con las capturas?
¿Te molesta?
En
absoluto. Me gusta saber que no te cansas de mí.
Demasiado no es suficiente.
😂 Me pondría a cantar, pero no
sé si pillarías mis referencias. Además, estoy viendo una peli con Shasha. Y tú
tienes que prepararte para salir hoy.
Si te envío una foto de cómo
voy a ir vestido, ¿no podré convencerte, verdad?
¿“Cómo
vas a ir”? ¿Es que aún no estás listo?
Estoy dándome un baño
relajante. Ha sido un día muy estresante para mí, ¿sabes?
Apuesto
a que sí.😂 Bueno, quizá, si me envías
una foto ahora, pueda replantearme lo de mi agenda para esta noche…😏
Vaya, vaya, la gatita quiere
jugar, ¿eh? 😉
Tamborileé con los dedos a los
lados del móvil, y luego, abrí la aplicación de la cámara y me hice una foto.
Estudié la forma en que mi pelo mojado me caía sobre los ojos y cómo las gotas
de agua se deslizaban por mis hombros, la forma en que el colgante del diente
de tiburón se adhería a mi piel. Satisfecho con el resultado, le envié la foto,
en la que salía con los ojos cerrados, haciendo el símbolo de la victoria y
sacándole la lengua.
No
era a eso a lo que me refería L
Me la imaginé haciendo un puchero
al recibir la foto, y me eché a reír.
Estás castigada, por portarte
mal hoy.
Te
encanta que me porte mal.
Me habría encantado más
terminar de verdad lo que empezamos.
Pues
fue cosa tuya…
Ya lo hablamos, bombón. No
quiero que tomes la píldora.
Lo
sé, lo sé, lo has hecho por mí, y tal. Pero aun así… no sé. Me ponía pensar que
ibas a terminar dentro de mí. Soy una cochina, lo sé. 🙈
No sé qué me gusta más, si
que te ponga eso o que te llames a ti misma “cochina”. Qué mona eres. Es que te
comería la cara.
Prefiero
que me comas otras cosas, la verdad.
¡Sabrae!
¡Deja
de enviarme mensajes! Dios mío, ¿qué me estás haciendo, Alec? Yo antes no era
así. Te dejo antes de que me convenzas para enviarte una foto desnuda.
¿Me enviarías una foto
desnuda?😏😏
En
condiciones normales no, pero en condiciones normales tampoco te dejaría
follarme en un lugar público y encima sin protección.
¡Ahora seré yo el culpable!
Me ofrecí a usar la lengua, y tú dijiste, y cito textualmente, “te quiero
dentro de mí, Alec”.
¡Estaba
muy cachonda, ¿vale?! ¡Además, quién me iba a decir a mí que tú saldrías de
casa sin preservativos!
¿Tengo cara de accionista
mayoritario de Durex? Porque dudo que den los condones gratis a gente que no
posea la mitad de la empresa.
No
te voy a decir de qué tienes cara, porque no es propio de una señorita.
😂 ahora va a resultar que tú eres una señorita.
Se
puede ser una señorita y una perra en la cama. Se llama versatilidad.
Sabrae, de verdad, no me
digas estas cosas, porque estoy planteándome seriamente la posibilidad de pasar
de salir hoy con mis amigos e ir a tu casa a impedir que duermas en toda la
noche.
Prometo
no oponer resistencia 😉
😂😂 te dejo, disfruta de la peli
con tu hermana.
Vale,
pásalo bien ❤
Se
desconectó en el momento, dejándome con una ligera sensación de vacío. Aunque
le había dicho que me marchaba, una parte de mí deseaba que hubiera seguido
dándome bola un rato más. En cuanto saliera de la bañera, la burbuja en la que
ella y yo nos habíamos metido cuando nos encontramos en la tienda de discos
explotaría. Y yo no estaba preparado para salir aún al mundo real.
Jugueteé
con el agua, formando pequeños remolinos en el agua a medida que hacía figuras
deformes con cada movimiento de los dedos. Preguntándome cómo sería ella en el agua,
intenté recordar las pocas veces en que nos habíamos bañado juntos en la playa,
en cualquier verano. No habían sido demasiadas ocasiones, siempre habíamos
estado lo suficiente alejados el uno del otro como para que se nos olvidara la
presencia mutua. O, más bien, para que Sabrae no tuviera que recordar que yo
estaba allí, compartiendo chapuzón con ella.
Evitar
sonreír era una tarea imposible. La recordé en la playa la vez en que le
recuperé la parte de arriba del bikini, la sensación de estar haciendo algo
bueno por ella, por nosotros dos (aunque en aquella época no hubiera un
“nosotros dos”) y lo bien que me había sentido conmigo mismo cuando localicé en
el fondo arenoso el trozo de tela que tanto le había preocupado. Aquella tarde
en la playa era lo más cerca que habíamos estado ella y yo de ser ella y yo
ahora en toda nuestra vida. Sin contar, claro está, cuando era pequeña y su
persona favorita en el mundo era yo.
Decidido
a no cagarla y no permitirle a nadie, ni siquiera a mí mismo, que me quitara
esa sensación de estar en las nubes por ser alguien tan importante en la vida
de Sabrae, me juré a mí mismo que no le haría daño.
El
Alec que había sido durante toda mi vida acababa de ahogarse en esa misma
bañera, y el nuevo Alec, el Alec contra el que Sabrae se acurrucaba, el Alec al
que Sabrae tenía tanto aprecio, el Alec al que Sabrae buscaba en las fiestas,
el Alec en el que Sabrae confiaba, salió del agua como lo hiciera el primer pez
de la historia, preparado para dar un salto de gigante en la evolución.
Ya
estaba bien de sentir a través del sexo. Era hora de tener sexo a través de los
sentimientos.
El
saber que me había comprometido con algo más grande que yo y con alguien mil
veces mejor me llenó de una calma que nunca pensé que alguien como yo podía
conocer. Ahora entendía por qué mamá gustaba tanto de darse baños cuando yo no
era apenas un bebé: cuando cerrabas la puerta y abrías el grifo, y te metías en
el agua caliente a limpiarte la suciedad, tu alma también pasaba por un proceso
de purificación que hacía que tus males se fueran lejos. Me sentía cándido,
impoluto, prácticamente a estrenar.
Recordé
que mamá siempre se daba un baño conmigo cuando yo no era más que un niño
demasiado pequeño para entender lo que sucedía entre sus padres. Recordé su
sonrisa mientras yo chapoteaba en el agua, jugando con un patito de goma o un
barquito velero de los que me traía Santa Claus. Incluso ya siendo un bebé me
preguntaba por qué mamá lloraba tanto; a mí no me gustaba llorar, y mamá lo
hacía tan de seguido que siempre había pensado que lo hacía por gusto, que algo
le reconfortaba en que los ojos se le inundaran y no pudiera respirar por los
sollozos.
Claro
que todas esas ideas se me iban de la mente en cuanto ella se metía conmigo en
el baño, abría el grifo y ponía el tapón en la bañera. Me cantaba canciones de
cuna mientras me arrullaba, abrazándome a ella como si fuera lo más bonito que
tuviera en la vida. Nos quitaba la ropa a ambos y se metía en el agua con
delicadeza, e incluso yo a pesar de mi corta edad era capaz de distinguir el
cambio por el que pasaba. Sus hombros se relajaban, sus ojos se encendían con
un brillo que no solían tener, y su boca se curvaba en una sonrisa sincera que
jamás exhibía fuera del baño de la casa que me vio nacer.
Mamá
sonreía cuando me trajo al mundo llorando, pero luego el llanto se lo había
quedado ella, y sólo era capaz de controlarlo cuando yo me acercaba para intentar
consolarla, incluso cuando no sabía lo que le pasaba. Sólo en nuestros baños
mamá volvía a sonreír, tranquila, relajada, joven y confiando en que días
mejores estaban a la vuelta de la esquina.
Y
los días mejores habían empezado hacía 16 años, cuando entró en una cafetería y
allí se encontró con Dylan.
Mis
días mejores estaban empezando ahora, cuando entré en una tienda de discos y
allí me encontré con Sabrae. No sería tan tonto como para desperdiciar la
segunda oportunidad que me había dado el destino. Sabía muy bien que era un
privilegiado por tener siquiera una ocasión para enmendarme.
Salí
de la bañera y me envolví la cintura con una toalla, sin poder quitarme a Sabrae
de la cabeza. Mi mente funcionaba a toda velocidad, trazando planes alocados
con un único objetivo: hacerla feliz. Joder, si incluso me planteé seriamente
la posibilidad de pedirme unos días en Amazon (aunque probablemente me echaran
si lo hacía) y perderme el momento con más demanda del año para plantarme en Bradford
y darle una sorpresa que, estaba seguro, le haría muchísima ilusión.
Me
puse la ropa de andar por casa y recogí la que había llevado puesta hasta
ahora. Incluso sentí lástima de mí mismo cuando pensé en no echarla a lavar
aún: le había cogido cariño a cada manchita que había en las prendas, porque habían
sido testigos de cómo Sabrae y yo nos prometíamos cómo seríamos lo más parecido
a una pareja que nos podíamos permitir aún.
Además,
prácticamente nos habíamos declarado mientras yo llevaba esa ropa.
Y,
aunque pueda parecer una tontería, mi sudadera gris y mis vaqueros se habían
convertido rápidamente en mis prendas preferidas.
Chasqueé
la lengua.
-Alec,
tío, relájate un poquito-me dije, e hice una bola con mis vaqueros y la
sudadera. El tintineo de algo metálico captó mi atención mientras introducía la
bola en la cesta de la colada. Me giré para mirar el pequeño objeto de plata
que ahora reposaba en el suelo, después de hacer varios saltos mortales como
una gimnasta y descansar finalmente sobre los azulejos como un escarabajo
plateado.
El
anillo de Sabrae.
No,
el anillo de Sabrae.
El
anillo que me había dado Sabrae. Mi anillo.
Lo
recogí y fui derechito a la habitación de Mimi, que ya había terminado de
peinarse y ahora miraba tres conjuntos que había dejado cuidadosamente
colocados sobre su cama, tratando de decidir cuál ponerse.
-Mím,
¿tienes una cadena que te sobre?
-¿Una
cadena?
-Sí.
De plata, a poder ser.
Mimi
frunció el ceño, pero no me preguntó para qué la quería. Se giró hacia su escritorio
y sacó una cajita de uno de los cajones. Una bailarina de porcelana empezó a
dar vueltas sobre sí misma, con su tutú enrollado a su cintura como el brazo de
un novio, y mi hermana empezó a revolver.
-¿Para
qué la quieres?-preguntó, sacando un par de colgantes que nunca se ponía y
dejándolos hechos una maraña sobre su escritorio. Le mostré el anillo y ella se
lo quedó mirando. Lo tomó de mi mano y lo estudió. Incluso se lo puso en la
mano-. ¿Para quién es?
-Para
ti, desde luego que no. Es más, no es para nadie. Me lo han regalado-expliqué,
sacándoselo del anular y cerrando el puño en torno al pequeño objeto metálico. Mimi
no comentó la brusquedad con la que había recuperado aquella pequeña pieza,
porque seguro que dedujo que era importante para mí.
Sonaba
cruel decirlo, pero no quería que nadie se pusiera ese anillo. Sabrae lo había
llevado toda la tarde, y ahora a quien le pertenecía, era a mí. No iba a haber
intermediarios entre nosotros, de la misma manera que no los había entre la
rosa y ella.
-¿Quién
te lo ha dado?
-Sabrae.
Mimi
intentó no sonreír, pero no lo consiguió. Se apartó un mechón de pelo tras la
oreja y se mordió el labio inferior para disimular la gracia que le hacía la
situación.
-¿Primero
te enrollas con ella y después te da un anillo? Guau, Al, lo debes de hacer
genial.
-Lo
hago genial, sí-asentí-, pero no me lo ha dado por eso. ¿Tienes una cadena para
ponerle, o no?
-Son
todas finas y cortitas. No creo que te sirvan-meditó, negando con la cabeza.
-Pues
tendré que ir mañana a buscar una. Me lo dio para que lo llevara, y la verdad
es que me apetece.
-Algo
se nos ocurrirá, Al. Oye, ¿puedes ayudarme? No sé qué ponerme. ¿Tú qué opinas?
¿Vestido o pantalón?-preguntó, señalando su cama.
-La
respuesta es evidente.
-¿Ah,
sí?
-Sí.
Cualquier tío al que le preguntes eso, te dirá que vestido. Es más práctico. Si
te dice que pantalón… ni te molestes en intentarlo con él.
-¿Por
qué?
-Porque
será maricón.
-Alec-puso
los ojos en blanco.
-¿Qué?
¡Es la verdad! ¿En qué crees que me fijaba yo cuando salía con los chicos y
quería tirarme a alguna tía? Los vestidos son mucho más cómodos. Los subes, y
ya.
-¿“Te
fijabas”?-sonrió Mimi, acariciando el cabecero de su cama con una mano y
poniendo la otra en su cintura. Mi hermana sería muy tímida, pero también era
cuatro veces más espabilada que yo-. ¿Te refieres a esa época de tu vida en la
que no estabas casado?
-¿Es
que lo estoy ahora?-me burlé, y Mimi chasqueó la lengua, alzó una ceja, sacudió
ligeramente la cabeza y señaló la mano en la que tenía el anillo.
-Pretendes
pasearte por Inglaterra con un anillo colgado al cuello y llegas tarde a casa
por estar con una chica, ¿qué quieres que piense?
-Y
eso que todavía no te he contado que le he prometido a Sabrae que no me voy a
acostar con otras chicas.
Mimi
abrió muchísimo los ojos y ocultó su boca abierta en forma de O tras su mano.
-Madre
mía.
-¿Qué
pasa?
-¡Que
me encanta cómo se están desarrollando los acontecimientos, Al! ¡Guau! Creo que
mañana finalmente no iré con mis amigas a Canterbury. Tienes mucho que
contarme, ¿no es así?
-No
pienso contarte nada. Son cosas entre Sabrae y yo.
-¡Pero
soy tu hermanita!
-¡Y
también una cotilla! No te diré nada de
lo que me ha pasado esta tarde, que lo vas largando por ahí.
-Te
prometo que no lo contaré. ¡Por favor, Al!
-No.
-¡Porfis!-juntó
las palmas de sus manos e hizo un puchero.
-No.
-¡Porfi,
porfi, porfi!
-No
tienes cadena, ¿no? Pues me piro-me giré para marcharme, pero Mimi tiró de mí.
-Venga,
Al, ¡no seas así! Te prometo que no lo contaré. Te juro por Trufas que no le diré nada a nadie.
-¿Por
Trufas?
-Sí.
-¿Lo
juras?
-Por
Trufi, te lo juro. Bueno, Eleanor queda fuera, ¿verdad? A Eleanor se lo puedo
contar.
-A
nadie, Mary Elizabeth.
-¡Venga!
Si terminará sabiéndolo. ¿No prefieres que lo haga de una fuente fiable como
yo? Además, así podremos contrastar información. Imagínate que lo habla con Sabrae
y ella le cuenta algo totalmente distinto.
-Sabrae
no es una mentirosa.
-Y
tú tampoco, pero toda verdad tiene versiones. ¡Venga, Al! Necesito saber qué es
lo que ha hecho Sabrae para que Alec, el príncipe de los polvos, haya decidido
echar el cierre a su desierto.
Fruncí
el ceño y me eché a reír.
-¿De
qué desierto me estás hablando? ¿Es otra frase de tus novelas románticas?
Mimi
juntó las palmas de sus manos rápidamente, dando una palmada, y aleteó con las
pestañas. Suspiré.
-Odio
que uses tus trucos de hermanita pequeña conmigo.
-¿ME
LO VAS A CONTAR?-chilló ella, emocionada, y yo asentí con la cabeza. Se sentó
en la cama, apartó de un manotazo sus candidatos a vestuario de la noche, y dio
unas palmadas en el colchón a su lado.
-Ni
de coña. Ahora no. Nos vestimos y nos largamos, que mamá y papá quieren tener
la casa para ellos solos.
Mimi
parpadeó un instante, y luego, esbozó una sonrisa radiante.
-¿Y
ahora qué pasa?
-Has
llamado “papá” a papá-explicó.
-¿Sí?
Pues no me he dado cuenta. ¿Sabes a quién me refiero?
-Pues
claro que sí. ¿Cuándo fue la última vez que lo llamaste así?
-No
me acuerdo-musité, pero sí que me acordaba. Tenía 9 años y me había pasado la
tarde cuidando de Mimi y de mamá, porque a ésta le había sentado algo mal de la
comida y se había pasado vomitando desde la hora de comer. Finalmente terminé
llamando a Dylan, preocupado, y diciéndole que se apresurara, papá, que mamá lo necesitaba.
A los
15 minutos, Dylan estaba entrando por la puerta. Lo cual parece el
comportamiento de un buen marido, salvo por un pequeño detalle: Dylan tardaba
tres cuartos de hora en llegar desde casa al trabajo.
No
me salía llamar papá a mi padrastro. La
persona a la que asociaba con esa palabra era un monstruo de mi pasado y del de
mi madre que, si bien no se merecía que yo reservara esa palabra para él, desde
luego tampoco se merecía compartirla con Dylan, que era en nuestras vidas todo
lo contrario a lo que había sido él.
-Debes
de estar muy feliz.
-¿No
se me nota?-me burlé, sacándole la lengua. Y Mimi se levantó y corrió hacia mí.
Me pasó los brazos por la cintura y me abrazó con fuerza, consiguiendo que yo
le diera un beso en la cabeza y le acariciara la espalda.
-¿Mím?
-Mm…
-Termina
de vestirte y nos largamos escopetados de casa.
-¿A
qué tanta prisa?-entrecerró los ojos-. ¿Es que vas a volver a verla esta noche?
-No-me
eché a reír, le revolví el pelo y ella protestó cuando le despeiné el
flequillo.
-Jo-Mimi
hinchó los carrillos y se separó de mí-. ¿Seguro?
-Por
desgracia.
-Jo-repitió
ella-. Me hacía ilusión veros juntos. Seguro que sois muy cuquis.
-Ya
nos verás, niña. Tampoco quieras correr antes de andar.
-¿Me
lo prometes?-Mimi sonrió, entusiasmada como una niña la mañana de Navidad. Yo puse
los ojos en blanco y asentí-. Alec. Tienes que decirlo.
-Sí,
te lo prometo.
-¿Promesa
de meñique?-me tendió su dedo más pequeño y yo me reí.
-Promesa
de meñique-acepté, enganchando el mío con el suyo. Mimi sonrió, satisfecha, se
volvió hacia la cama y, con los brazos en jarras, comentó:
-¿Sabes?
Creo que voy a llevar pantalones.
Puse
los ojos en blanco y retrocedí hasta la puerta de su habitación.
-Haz
lo que te dé la gana.
-Lo
cual es justo lo contrario a lo que vas a hacer tú con otras chicas que no sean
Sabrae-me pinchó, riéndose, recogiendo los dos vestidos que había dejado sobre
la cama y colocándolos en una percha.
Salí
de su habitación sacudiendo la cabeza y decidido a no entrarle al trapo.
Todas
las chicas de mi vida vivían para hacerme rabiar, así que yo ya estaba
acostumbrado.
Seguramente
que Sabrae fuera la que más me picaba, y también la que más me gustaba, no era
casualidad.
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆
Además, ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. ¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
Además, ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. ¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
Me muero de amor con Alec enamorado.
ResponderEliminarEs realmente un niño pequeño ilusionado por la Navidad, me lo quiero comer con patatas.
Ahogadisima estoy tambien con el momento de la metedura de pata de Mimi con lo de Scott. Es que me he ahogado yo sola imaginando la cara de Eleanor.
Me muero por leer el siguiente cap y ver a Alec más perdido aún cuando la vuelva a ver.
Es tan cuqui Dios mío y borracho lo va a ser más, qué ganas de empezar a escribir un poco esta noche cómo va a estar de fiesta y sin poder dejar de pensar en Sabrae ♥♥♥
EliminarBUAH lo de Mimi ha sido un momentazo realmente es que JAJAJAJAJAJAJA
Voy a ampliar un poco el capítulo, tenía pensado que fuera sólo de él de fiesta pero ahora ya sé dónde terminarlo y uf, qué ganas de verdad <3