domingo, 7 de octubre de 2018

El príncipe de los polvos.

¡Pss! ¡Oye! Que, si me paso de explícita en alguna escena sexual, no tienes más que decírmelo. Me gusta mucho escribirlas, pero no quiero incomodarte. Así que tú manifiéstate sin problemas: quéjate o dame las gracias sin pudor alguno, ¿vale?
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Una sombra marrón bosque se precipitó hacia mí en el momento en que abrí la puerta del garaje para entrar en casa, pero yo ya me lo esperaba. Entrar a hurtadillas sin que mamá se enterara era muy complicado, misión reservada a la élite de algún cuerpo especial del ejército. Hacerlo sin que Trufas se enterara era directamente imposible; con esas orejotas inmensas que tenía, podía escuchar los latidos de tu corazón a un kilómetro de distancia.
               Trufas trotó hasta mí y de un brinco impactó contra mis piernas, embistiéndome como si de un toro lanudo y diminuto se tratara. Supongo que muchas tonterías de las que hacía el conejo se debían a sus tendencias suicidas, pero la verdad es que no podía culparle por comportarse así. Estas tendencias eran características del género masculino: Trufas se empotraba contra las piernas de todo aquel que llegara a casa, arriesgándose a una lesión cerebral; yo me estaba enamorando de Sabrae. Cada loco, con su tema.
               Sonreí, recordando por enésima vez en todo el trayecto a casa lo que había sido sentirla sobre mí. Gimiendo, jadeando, susurrando mi nombre atropelladamente entre dientes: sucio, animal, primitivo, salvaje, tremendamente sexual. Había hecho de la palabra con la que respondía ante el mundo la más erótica que había escuchado jamás. Mi madre había tenido muy bien criterio llamándome Alec. Estaba seguro de que sólo ese nombre podía sonar de esa manera de boca de Sabrae mientras ella empapaba mi erección con su placer y sus ganas de mí.
               -Hola, gordo-murmuré entre dientes, inclinándome para acariciarle la cabeza y también la tripa al animal, que se tumbó a mis pies exigiendo mis atenciones. Cuando hundí los dedos en el vientre suave y mullido de Trufas, no pude evitar pensar en lo a gusto que se sentía meter los dedos en los rizos de Sabrae. La escuché gemir en mi cabeza, musitar “sí, sí” mientras yo le desenredaba los rizos, sosteniendo su cabeza en un ángulo perfecto para poder saborear su mandíbula, su aliento ardiendo en mi sien, y la empalaba como si no hubiera un mañana, con todas las ganas de ella acumuladas durante esas dos semanas en que había estado sin poseerla saliendo a presión.
               Dame una buena razón por la que no debería dar la vuelta, ir a su casa y volver a hacerla gritar mi nombre, esta vez en su cama, reté al universo, y el silencio me dibujó una respuesta. Scott estaba en casa, Zayn estaba en casa. Era un poco faltarle al respeto a mi amigo plantarme allí y subir las escaleras para encontrarme con su hermana. El padre directamente no me perdonaría jamás que hubiera pervertido a su niña.
               No podía importarme menos.
               Es más, es que de hecho incluso tenía su morbo. Colarme en casa de los Malik, visitar a Sabrae, quitarle la ropa y follármela sabiendo que en cualquier momento alguien podía entrar y pillarnos. No hay nada como fantasear con que te interrumpan un polvo para que te mueras de ganas por echarlo.
               Visualicé el escenario: cogería de nuevo la moto (ni de coña perdería tiempo en ir andando), aparcaría en el camino de su garaje y subiría las escaleras de porche de dos en dos. Llamaría a la puerta y seguramente me abriría Shasha, que siempre estaba en el salón cuando su familia recibía una visita. Y, sonriendo, la mediana de las hermanas me franquearía el paso. Siempre le había gustado, puede que un poco por hacer rabiar a su hermana mayor, y de toda la vida Shasha y yo nos habíamos llevado bastante bien. Teníamos la misma afición por hacerle la puñeta a Sabrae, sólo que ahora yo me estaba retirando del juego.

               Subiría las escaleras con sigilo y rapidez, como un leopardo acechando, y sin llamar a la puerta de la habitación de Sabrae, me plantaría en ella. Sabrae estaría sentada en su cama, con las piernas cruzadas, a lo indio, sonriendo y tecleando en su móvil, contándoles a sus amigas lo que habíamos hecho. Porque oh, claro que les estaría contando en este mismo instante el soberano polvazo que habíamos echado en el parque. Hasta yo no veía la hora de ver a Jordan y contárselo todo con pelos y señales, ¿de qué sirve follar así si no puedes revivirlo contándoselo a un amigo?
               El caso es que ella levantaría la vista y sonreiría, sorprendida.
               -¿Qué haces aquí?
               -Terminar lo que empecé-contestaría yo, cerrando la puerta de una patada y abalanzándome sobre ella. Me quitaría la sudadera de camino a su cama y la camiseta cuando mis rodillas tocaran su colchón; me descalzaría usando sólo los pies y me bajaría la bragueta de los vaqueros, sacando mi polla dura y erguida mientras tiraba a Sabrae sobre el colchón. Le separaría las piernas y terminaría de romperle las medias, e incluso las bragas, para poder entrar en ella con fuerza. Ella dejaría escapar una exclamación, sorprendida por la furia con la que tenía pensado hacerla mía, pero su cuerpo rápidamente se adaptaría al mío cuando se diera cuenta de que yo de verdad estaba allí. Y aquella presión que notara alrededor de mi polla menguaría, a la vez que los deliciosos ruidos que escaparan de su boca aumentarían en volumen, todo porque se había dado cuenta de una cosa: estábamos retomándolo de verdad, estábamos haciéndolo tal cual lo hicimos en el banco, con rabia, con pasión, echándonos de menos incluso teniéndonos.
               Y entrando en pleno campo de batalla sin ningún tipo de casco o escudo. El peligro de nuestros cuerpos unidos de veras haría saltar todas las alarmas. Sabrae sentía mi excitación y yo me hundía de verdad en la suya, sumergiéndome en las profundidades de su océano, zambulléndome en los recovecos que la componían. Se quitaría el jersey y yo le desabrocharía la falda, arrojándola a un lado cuando se hubiera convertido en un trozo de tela inservible, y Sabrae se quitaría el sujetador y llevaría mis manos a sus pechos, que yo me encargaría de adorar a base de acariciarlos, pellizcarlos, manosearlos y sobarlos como si ésa fuera la única función para la que mis manos habían sido creadas.
               -Alec…-jadearía en mi oído, suplicante, excitada, desinhibida totalmente. Me pasaría las piernas por las caderas y echaría la cabeza hacia atrás-. Sí, así, por favor…
               Trufas se incorporó de un brinco y corrió hacia el centro del salón, de donde había venido, sacándome así de mi fantasía sexual.
               -Al-ronroneó mamá, reconociendo mi presencia. Traté de espantar aquellos pensamientos de mi cabeza: por mucho que me gustara pensar que estaba dentro de Sabrae, estaba en mi casa, a más de un kilómetro de distancia de ella, sus muslos y la deliciosa fruta que había entre ellos. Que sintiera que la habitación en la que estaba caldeada no tenía nada que ver con el hecho de que estuviera en su interior, con sus brazos rodeándome. La lluvia me hacía de banda sonora, en lugar de su voz rota por la respiración agitada. Tiré de mi sudadera un poco para disimular mi erección y me acerqué con cautela.
               No me esperaba que me llamara así, ya no digamos que hubiera usado ese tono conmigo. Seguramente había estado preocupadísima, contemplando los relámpagos mientras yo atravesaba Londres y rezando porque la moto no se me fuera en cualquier giro brusco de esos que ella sabía que yo gustaba de hacer, por mucho que se lo negara.
               -Ven, ricura-murmuró, animando al conejo. Trufas se colocó en su regazo de un brinco, y se arrebujó en él mientras los dedos de mi madre lo recorrían. Mamá se volvió para mirarme por encima del hombro, y una sonrisa danzó en sus labios sonrojados-. Hola, cariño. Estaba preocupada por ti. ¿Has llegado bien?
               -Sí-por fin llegué a ella y le di un beso en la frente. Mamá estiró el brazo y me acarició el cuello, tirando de mí para que le pusiera la mejilla a tiro y así poder besarme.
               -Mi niño-susurró con ternura, acariciándome la nuca y enredando la punta de los dedos en mi pelo. Cuando me separé de ella para mirarla y comprender qué le pasaba, sus ojos claros saltaron hacia mi melena, que todavía tenía gotas de lluvia prendidas entre los rizos que se me terminaban formando cuando llevaba el pelo lo suficientemente largo, como ahora. Al agua no la doblegaba nadie y ella lo esculpía todo: si las montañas caían a sus pies y las playas podían convertirse en acantilados, estaba claro que la lluvia bien podía convertirme en un adorable caniche de pelo rizado que las mujeres de mi vida adorasen acariciar-. Mira tu pelo mojado-comentó como quien ve el proyecto de ciencias de un hijo particularmente aplicado y creativo-. Me encanta. Qué guapo me has salido, mi amor…-tiró de mí de nuevo para volver a besarme, y yo me eché a reír.
               -Mamá, ¿estás bien?
               -Estoy un poco borrachilla-admitió, y como para reforzar su estado de ánimo, se inclinó hacia delante y dio un sorbo de su copa de vino. Al lado de la suya había una vacía, con manchas de unos labios ausentes en los bordes.
               -Ya me he dado cuenta-dejé escapar una risa entre dientes y deposité otro beso, esta vez en la mejilla, en la piel de mi madre. Ella sonrió, se inclinó un poco hacia mí, siguiendo con su rostro la trayectoria de mi boca.
               -Estás empapado-pasó una mano por el pecho de mi sudadera, de un modo muy diferente a como lo había hecho Sabrae a pesar de que siguió exactamente el mismo recorrido, y sacudió la cabeza-. Quítate esa ropa y date un baño con agua bien caliente, ¿vale?
               Guau, sí que está borracha, pensé, observando la copa de vino, que no mostraba signos de haberse rellenado. ¿Habría bebido más? De normal, mi madre se habría puesto como una fiera, gritándome que estaba poniéndolo todo perdido y recriminándome que yo nunca fregaba, que vivía como un rey…
               Hasta que caí. La casa estaba llena de un aroma a comida cocinándose con mimo y esmero; el olor a hogar impregnaba toda la estancia. El calor de la felicidad por una celebración flotaba en el ambiente, y se te pegaba en la piel, acariciándote como si de las manos de una amante se trataran.
               Miré a mamá y se confirmaron mis teorías. Estaba preciosa: con el pelo suelto y un poco alborotado, las mejillas ligeramente coloreadas, los ojos brillantes y una sonrisa boba en los labios, cómplice, típica de una niña que se porta bien todos los días de la semana, pero que se permite una travesura los domingos. Acariciaba a Trufas con sincera adoración y contemplaba la lluvia deslizarse por el gran ventanal del salón como si estuviera viendo la película más hermosa de todas.
               Había tenido sexo. No, no había tenido sexo: había hecho el amor con su marido a modo de celebración de un acontecimiento muy importante, su aniversario. Hoy era 17 de diciembre. Hacía 16 años que mamá y Dylan se habían visto por primera vez.
               -¿Dónde está Dylan?-quise saber, a modo de confirmación. Me extrañaría mucho que estuviera en el baño y que fuera Mimi la que estuviera cocinando, aunque mi hermana había heredado las dotes culinarias de nuestra madre. Mimi sería una muy buena ama de casa y aún mejor madre, si conseguía superar su timidez y salir por fin de su caparazón para abrirse al amor.
               Me reí para mis adentros. ¿“Abrirse al amor”?  Sabrae Malik, cómo me afecta verte. Yo antes no era así de ñoño.
               -Está cocinando-mamá se estiró, perezosa-. Dice que hoy hace la cena él. Quiere que sea un día especial-se inclinó y toqueteó un jarrón de cristal con un ramo de flores muy diferentes, de diversos colores, en su interior. Las flores se unían como un matrimonio en la boca del jarrón, y se bifurcaban al terminar éste como unos fuegos artificiales en Fin de Año-. Me ha traído esto. Está en todo, ¿no crees?
               Asentí, le di un beso en la cabeza y me disculpé diciendo que sería mejor que me metiera en la ducha. Fui a saludar a Dylan, porque si mamá estaba así no quería imaginarme cómo estaría él (seguramente revoloteando por la cocina como un abejorro en primavera) y la dejé a ella llevándose una azucena a la nariz y cerrando los ojos mientras inhalaba su perfume.
               Empujé la puerta de la cocina y la música de los guisos y fritos me recibió como la entrada triunfal del protagonista de una película. Como sospechaba, mi padrastro presentaba los mismos síntomas que mi madre: cabello revuelto, mofletes colorados, sonrisa distraída. Sus ojos pasaban de un lado a otro de la cocina, manteniendo bajo control cada guiso que se traía entre manos.
               -Huele que alimenta-me apoyé en el vano de la puerta y Dylan se volvió y sonrió.
               -Gracias, hijo. Has tardado en llegar. ¿Te ha pillado la tormenta?
               -Sí, y también una chica-solté, llevándome a la boca un trozo de manzana que Dylan tenía cortado y listo para caramelizar. Parecía que tenía pensado hacer pato con manzana y perejil, uno de los platos preferidos de mi madre, de los primeros que mi abuela le había enseñado a preparar. Echó un poco de vino en la olla donde tenía haciéndose lentamente el pato y sonrió.
               -Así que has aprovechado la tarde-rió Dylan, y yo le di una palmada en el hombro.
               -Y parece que no soy el único.
               Dylan echó un vistazo hacia la puerta, dispuesto a confiarme un secreto siempre y cuando mamá no lo descubriera.
               -He salido antes de trabajar para poder venir y preparar yo la cena. Además, quería pasar por la floristería para cogerle un ramo de flores a Annie…
               -Podrías habérmelo encargado a mí. Ya sabes que me chifla hacer de chico de los recados-puse los ojos en blanco y Dylan hizo un gesto con la mano.
               -Sí, pero bueno, me hacía ilusión dárselo yo. Además, también tenía que recoger unos pendientes que encargué en Harrod’s, y la floristería me quedaba de camino, así que…
               -¿Vas a regalarle unos pendientes?
               Dylan sonrió.
               -Dieciséis años desde la primera vez que viste a tu mujer no los cumples todos los días, ¿sabes, Al?
               -No puedes hacerme esto, Dylan, tío. Que me voy a cenar con los colegas. ¿Me prometes que grabarás a mamá?
               -No sé si ella me dejará-se echó a reír y sacudió la cabeza-. Dios, Al, te parecerá una tontería, y que estoy siendo un poco cruel, pero… no veo la hora de que Mimi y tú terminéis de prepararos y nos dejéis solos.
               -No vais a estar solos. Trufas se encargará de vigilar que corra el aire entre vosotros-bromeé, y Dylan volvió a reírse-. Pero, ¡eh! Indirecta captada. Me ducho, me visto, y me piro-señalé la puerta-. Te prometo que no tendrás que esperar mucho por nosotros.
               -No me molestáis.
               -Ya, pero bueno, a mí también me hace ilusión que paséis vuestro aniversario lo mejor posible, papá-contesté, y Dylan me miró. En sus ojos había una emoción latente, difícil de disimular. Me estrechó entre sus brazos y asintió de nuevo con la cabeza cuando me despedí también de él. Subí las escaleras en dirección a mi habitación, y toqué la puerta de Mimi. Me la encontré planchándose el pelo mientras hacía una videollamada con Eleanor, que se estaba aplicando brillo de labios en un espejo que ni Mimi ni yo podíamos ver.
               -Hola, fea-me crucé de brazos y me apoyé de nuevo en el marco de su puerta. Mimi se volvió para mirarme.
               -Ah, ya estás aquí.
               -Hola, Al-canturreó Eleanor desde su casa, y yo la saludé con una inclinación de cabeza.
               -¿No te da vergüenza? Tu mejor amiga me trata mejor que tú.
               -Porque no vive contigo y no sabe lo plasta que puedes llegar a ser.
               -Soy tu hermano, Mary Elizabeth. Exijo la dosis de mimos que me pertenece por derecho natural.
               Mimi se echó a reír y capturó de nuevo un mechón de pelo de su cabeza.
               -¿Te ha pillado la tormenta? Has tardado un montón.
               -Me encontré con Sabrae.
               Tanto Eleanor como Mimi sonrieron. Mientras Eleanor nos miraba desde su pantalla, Mimi depositó la plancha cuidadosamente sobre su soporte de cerámica a prueba de calor y se volvió para mirarme con una ceja alzada. Entrelazó las manos sobre el regazo y parpadeó.
               -¿Y?
               -¿Cómo que “y”?-cogí una de las bolas de nieve que tenía en su estantería y la agité. El Partenón de Atenas se ocultó tras una ventisca-. Creía que soy un plasta, ¿ahora resulta que quieres que te cuente mi vida?
               -Sí, desde que se ha vuelto interesante.
               -Ya, bueno… pues el caso es que no pienso decirte una palabra, Mary Elizabeth. No te lo mereces. Y seguro que te escandalizaría saber a qué perversiones me he dedicado esta tarde.
               -¿Pretendes que te suplique para que me cuentes qué es lo que has hecho con Sabrae?-Mimi se cruzó de brazos.
               -Sí.
               -No pienso pasar por ahí.
               -Suplícale, Mimi-ordenó Eleanor, tajante, y mi hermana se volvió para mirarla.
               -No voy a rebajarme a darle a mi hermano lo que quiere cuando podemos enterarnos por otros métodos.
               -Cierto-Eleanor asintió con la cabeza y se rió.
               -Disculpa, ¿qué métodos son esos?
               -Podemos preguntarle directamente a Sabrae.
               -Creía que no te llevabas con ella-refuté, y también me crucé de brazos. Mi hermana se pasó una pierna por encima de la otra y esperó a que continuara con mi ataque-. Ya sabes, no tenías la suficiente confianza para preguntarle directamente  a ella si yo le interesaba.
               -Pero Eleanor sí se lleva.
               -Espera, ¿necesitáis que le pregunte a Sabrae si le interesas? Porque, hola, Alec-Eleanor chasqueó los dedos-. Está claro que le interesas. Estoy segura de que le interesas a todas las chicas de Londres.
               -A mí no me interesa-intervino Mimi.
               -Está por demostrarse que tú seas una chica-la corté-. Venga, me voy a ducharme antes de que me ponga malo, que esto de estar a la intemperie haciendo cosas sucias es fatal para los pulmones.
               -¿Y no nos vas a contar qué tal con Sabrae?-Eleanor hizo un puchero desde la pantalla del ordenador.
               -No, y todo por culpa de tu amiga, aquí presente. Hay que dejar de ser tan orgullosos, Mary. El orgullo no te lleva a ningún sitio.
               -¿Lo dices por experiencia?
               -Mím, pídele disculpas y que nos cuente qué ha hecho con Sabrae. Necesito cotilleos jugosos.
               -¡No pienso arrastrarme por él, El, tía! Es mucho más fácil que se lo sonsaques a Scott, y ya está.
               Mimi parpadeó, estupefacta ante lo que acababa de decir. Se llevó una mano a la boca y se giró para enfrentarse a la pantalla, donde Eleanor la miraba (a su versión en la pantalla, quiero decir) con la boca abierta formando un cuadrado de tan abajo tenía la barbilla.
               Yo fruncí el ceño. ¿Qué coño tenía que ver Scott en todo esto? Eleanor era amiga de Sabrae, y vale, tenía relación con Scott por ser la hermana de Tommy, y Tommy básicamente el alma gemela de Scott, pero… ¿por qué iba Scott a contarle a Eleanor nada de lo que Sabrae hacía conmigo? Si a lo único a lo que se limitaban sus interacciones era a tontear un poco sólo por hacer de rabiar a Tommy, que les tenía prohibidísimo empezar a salir.
               -¿Alguna de las dos puede explicarme por qué iba a Scott a deciros nada sobre Sabrae y sobre mí?
               -Te mato…-bufó Eleanor por lo bajo, pasándose una mano por la frente. Mimi se retorció las manos, nerviosa, y se volvió para mirarme. En sus ojos había pánico, y el labio le desaparecía y la volvía a aparecer como siempre le sucedía cuando se ponía nerviosa y no sabía qué mentira soltar para salir del paso, con lo que decidía inclinarse por morderse el labio hasta casi hacerse sangre.
               -Porque… le gusta pincharte-se le ocurrió, y sonrió, y Eleanor dio un brinco en la silla de su escritorio y asintió con la cabeza-. ¡Eso es! Y, ¿qué mejor manera de pincharte que haciendo que yo sepa exactamente a qué te dedicas con su hermana?
               -Ya sabes a qué me dedico. Te lo he contado yo.
               -Ya, cierto, pero me refiero a qué te dedicas con pelos y señales. No tengo tu diario a mano.
               -No tengo diario.
               -Pero no sabes si Sabrae lo tiene.
               -¿Sabrae tiene un diario?
               -No-corearon Mimi y Eleanor a la vez, demasiado rápido como para que eso no fuera una trola.
               -¡No me jodáis! ¡Tiene un diario! ¿Sabe Scott dónde lo guarda? ¿Sabe si habla de mí?
               -Vaya, Al-Eleanor se echó a reír-. No sé qué habréis hecho esta tarde, pero me encanta este giro de los acontecimientos. Mimi me contó que llevabas una semanita insoportable porque no os habíais visto, y ahora… en fin, creo que hablaré con mi hermano para que le pregunte a Scott qué ha pasado hoy, si tú no quieres darnos los detalles de esta deliciosa historia.
                -Dudo que nadie esté al corriente aún.
               -Entonces, ¿me das la exclusiva?-Eleanor juntó las manos en la pantalla de su ordenador y Mimi se giró para mirarla con el ceño fruncido.
               -Estoy a dos segundos de cerrar sesión, ¡deja de prestarle tantas atenciones, que es exactamente lo que quiere!
               -Ni confirmo ni desmiento que haya tachado de mi lista de deseos el tener sexo en un lugar público-solté, y Eleanor y Mimi abrieron los ojos como platos. Lanzaron un chillido y Mimi se levantó, y empezó a tirar de mí para sentarme en su cama.
               -¡Cuéntamelo todo, hermano!
               -¡Espera, espera, que quiero estar presente! ¡Me visto y me calzo y en diez minutos me tenéis ahí!
               -A vosotras os voy a contar, par de marujas. Un caballero no cuenta lo que hace con una dama-me pasé una cremallera imaginaria por los labios mientras Eleanor se enfundaba unas botas de tacón a base de brincar en su habitación.
               -¡No puedes hacernos esto, Alec! ¡Ponernos la miel en los labios y luego no darnos nada!
               -Hasta ahí puedo leer. Dale las gracias a Mimi por no tener más información.
               -¿Qué quieres? ¿Que te pida perdón? ¡Pues discúlpame! ¡No quería ofenderte! ¡Y ahora cuéntame! ¡Necesito un cotilleo para comentar mañana de camino a Canterbury!
               -Ni loco te digo qué más he hecho con Sabrae para que lo vayas largando por ahí. No quiero que se entere todo el instituto y que Sabrae se sienta incómoda.
               -No se va a enterar todo el instituto-Mimi puso los ojos en blanco-. Sólo se lo voy a contar a las chicas en el tren.
               -Marlene viene a Canterbury-le recordó Eleanor, y Mimi suspiró, angustiada.
               -Jolín, pues sí que no voy a poder contar nada…
               Abrí las manos y le sonreí a mi hermana. Le di un beso en la frente y me levanté.
               -Te dejo, que pareces liada. Me voy a dar un bañito.
               -Jopé, Al…
               -Ni jopé, Al, ni leches. Ya me he ido bastante de la lengua. Ale, termina de pintarte como una puerta, que bien sabe Dios que lo necesitas para que no se te lleven a la perrera.
               -Eres un gilipollas.
               -Entonces, ¿no hay cotilleo?-protestó Eleanor-. ¡Que estoy ya calzada!
               -Cancelamos el salseo, El-suspiró Mimi, apoyando la barbilla en un hombro y cerrando los ojos. Exhaló un suspiro trágico.
               -No, lo que te voy a cancelar es a ti la existencia, Mimi-protestó Eleanor mientras salía por la puerta-. ¡Que siempre me la estás liando, chica! Anda que, menuda lengüita tienes, hija…
               -¿Por qué lo dices?-escuché que replicaba Mimi desde mi habitación, mientras cogía ropa limpia.
               -Hija, ¿por qué crees que lo digo?
               -¿Es por Scott?-preguntó Mimi, y Eleanor siseó, pero yo ya no les estaba prestando atención, así que no pude colocar el último punto que me faltaba en la hoja con la figura oculta para empezar a trazar una silueta que descubriría dentro de unos días.
               -¡Baja la voz! Sí, ¡por supuesto que es por Scott! ¿Cómo se te ocurre? ¡Tu hermano se ha dado cuenta de que pasa algo raro! ¡Seguro que sospecha! Tommy todavía no se imagina nada, ¡imagínate la que se lía si Alec va y se lo casca!
               -Alec es un bocas de primera categoría, pero tampoco es imbécil, El-protestó Mimi-. Estoy segura de que no le diría nada a Tommy antes de hablarlo con Scott.
               -¿Tú crees? Los tíos son imbéciles, del primero al último. No me extrañaría nada que no le soltara alguna burrada…
               -Te digo que no, El-Mimi sacudió la cabeza y, aunque ya me había escuchado cerrar la puerta del baño, que estaba lo bastante lejos como para que yo no pudiera escuchar su conversación, y menos siendo susurrada, se inclinó hacia delante y bajó aún más la voz en tono confidente-: conozco a mi hermano, y sé que primero iría a tomarle el pelo a Scott con ese tema. Y Scott le diría que no dijera nada, y en ese sentido, Alec es una tumba. Te lo prometo. Si le dices que no cuente algo, él no lo cuenta. Es que ni se le escapa.
               Eleanor suspiró y sacudió la cabeza. Se mordisqueó las uñas.
               -Es que… con la ilusión que me hace lo de mañana… no quiero que nada lo estropee.
               -Y nada lo estropeará, Eleanor, de verdad. Nadie se huele nada, vuestra escapadita secreta de enamorados está a salvo en mis manos. Aunque… quizá deberíamos insistirle un poco más a mi hermano. ¿Has visto qué cara traía? No le he visto así en la vida. Sea lo que sea lo que haya hecho con Sabrae, creo que deberías preguntarle directamente para que te lo cuente… e impresionar a Scott-Mimi le guiñó un ojo y Eleanor se echó a reír.
               -Qué tonta. Pero bueno, como te decía, esta tarde he ido con Diana a comprar un conjunto de lencería que es que te mueres de lo mono que es, ¡te lo juro, Mím! Te lo enseñaría, pero es que está en su habitación por si alguien lo encontraba y que nadie se extrañara de que lo tuviera ella…
               -¡Pues sube a su habitación! Necesito verlo.
               -Es que está con mi hermano-explicó Eleanor.
               -Ah. ¡Jolín! Aquí todo el mundo tiene sexo, menos yo-hizo un puchero y Eleanor se echó a reír-. Es que… ay. Me dais una envidia. Tú y Scott, Diana y Tommy, Sabrae y mi hermano… estáis todos tan monos, y yo voy a acabar solísima, con un ejército de conejos en un piso de 30 metros cuadrados. Incluso he pensado en buscarle una novia a Trufas
               -Chica, ya te llegará tu momento. Además, yo creo que lo de estar así de bien es temporal. Es decir, mis padres están enamorados y todo eso, pero yo no los veo tan ilusionados como lo están Diana y Tommy, o Alec y Sabrae…
               -Te digo yo que a mi hermano le dura la ilusión años. Que lo sé, que lo conozco-Mimi asintió con la cabeza-. Cuando a Alec se le mete algo, cualquier cosa, entre ceja y ceja, no hay manera de hacer que se lo saque. Y a Sabrae la tiene bien dentro.
               -¡Será al revés!
               -¡Serás cochina!
               Mi hermana no andaba nada desencaminada conmigo. Hasta yo me había dado cuenta de que era imposible sacarme de la cabeza a Sabrae, y normalmente los que están en mi situación son los que más la niegan. Pero, sinceramente, me daba igual. A estas alturas yo estaba tan atrapado en su red que era incapaz de ver una salida, y de querer alcanzarla aun habiéndola encontrado.
               Me desvestí pensando en ella, e incluso me descubrí a mí mismo quitándome algunas prendas como pensé que lo haría ella. Con lentitud, disfrutando de cada músculo de mi cuerpo… una Sabrae fantasmal de manos hechas por las mías se materializó ante mí mientras el agua corría, cubriendo la bañera con un espejo de superficie desigual y animada de la que ascendían nubes de vapor. Sus ojos oscuros se teñían de ardor cuando me quitaba la camiseta, sus manos descendían por mis abdominales, siguiendo la línea que separaba el músculo, en dirección a los vaqueros. Me los desabroché despacio y no pude evitar que llevara su mano entre los rizos negros de mi entrepierna, reconociendo mi erección con la yema de los dedos. Exhalé un suspiro cuando cerré la mano en torno a mi paquete y lo extraje de la tela de los vaqueros y los bóxers.
               Los restos de nuestro reciente encuentro aún estaban en mi sexo, y yo pensaba aprovecharlos. La Sabrae imaginaria que estaba frente a mí se relamió el labio mientras llevaba mi mano de la base de mi polla hasta la punta, siguiendo un ligerísimo movimiento circular que me volvió totalmente loco. Me quité el calzado y los pantalones, y pronto estuve desnudo mirándome en el espejo del baño, el pelo revuelto, enredado en mis rizos todavía más ensortijados; las mejillas ligeramente encendidas, los labios un poco hinchados de los mordiscos que me había dado Sabrae, una sonrisa tonta…
               Y abajo, mucho más abajo, donde el espejo perdía su visión, mi miembro ansioso de ella. Me quedé un momento de pie, visualizando a la Sabrae de mi sueño pasándose la lengua por los labios mientras contemplaba mi erección.
               -Mío-dijo en tono hambriento, y se puso de rodillas ante mí. Continuó acariciándome mientras aprovechaba su posición para darse placer a sí misma. Besó la punta de mi polla y yo dejé escapar un gemido, pasándome el pulgar por donde deberían estar sus labios. Ella ahogó una exclamación mientras su mano se perdía entre sus piernas.
               Me metí en la bañera y continué acariciándome mientras me imaginaba que seguía de pie, con ella arrodillada, a mi merced. Me encantaba imaginármela en esa posición, metiéndose mi hombría en la boca mientras me regalaba un ángulo perfecto de sus pechos.
               La Sabrae de mi cabeza tenía una técnica increíble con la lengua, y era capaz de meterse mi miembro entero en la boca, soportando las arcadas que les producía a todas las chicas que me complacían haciéndome una mamada. Incluso sonreía al escucharme gemir como lo estaba haciendo ahora, alentado por el conocimiento de que nadie podría oírme por encima del ruido del agua.
               Un pitido muy característico en el móvil, que llevaba muchísimo tiempo sin oír, me sacó de mi ensoñación. Era el tono de la notificación de Sabrae.
               Me estiré para coger mis vaqueros y busqué en los bolsillos hasta dar con mi móvil. Me pasé la punta de la lengua por las muelas, anticipando lo que fuera que estuviera a punto de ver. Sabrae me había enviado un vídeo privado por Instagram, y el teléfono me mostraba justo debajo que había subido una historia. Decidí hacerme un poco de rogar y disfrutar de esa dulce sensación de anticipación antes de descubrir de qué se trataba un regalo, y toqué la segunda notificación.
               La pantalla se puso en negro durante un segundo, y luego me mostró a Sabrae sonriente, todavía con su jersey mostaza, y con la rosa amarilla que le había regalado aún en el pelo. Su boca todavía tenía los signos de mis besos, y sus mejillas también tenían ese delicioso toque cereza que el sexo pinta en todas las personas. En sus ojos, que estaban ligeramente achinados por la sonrisa sincera que esbozaba, se reflejaba no sólo su felicidad, sino la ligera chispa de satisfacción que sólo un buen encuentro íntimo con otra persona podía darte.
               No tuve que pensármelo dos veces: hice una captura de pantalla y guardé esa foto en mi galería, asegurándome así de que podría verla cuando quisiera. Podría dormirme observando su belleza, los vestigios que mi cuerpo tenía en ella, la pruebas de los delitos que cometíamos juntos. Acariciar sus facciones con el pulgar, como si la tuviera delante, imaginándome que la superficie plana y fría del móvil era su piel caliente y suave.
               Después de que la foto desapareciera e Instagram me mostrara la siguiente imagen que había subido otra persona a la que seguía, salí de la galería de historias y me metí en los mensajes directos, cuyo avión de papel brillaba sobre un círculo azul, un minúsculo 1 anclado en una de sus alas.
               Toqué la conversación con Sabrae, que estaba en negrita, y me encontré con que me había enviado no una foto, sino un vídeo. Sonreí, apoyando ambos codos en los bordes de la bañera y, mientras el agua seguía subiendo por mi cuerpo (ya estaba cubierto prácticamente en toda mi cintura), toqué el vídeo.
               Una nueva versión de Sabrae en dos dimensiones apareció frente a mí, sonriéndole a la cámara. Sin decir nada, se quitó la flor del pelo y se la llevó a la nariz. Cerró los ojos un momento mientras inhalaba, y sus pestañas oscuras, no tan largas como cuando se echaba rímel, pero sí lo suficiente como para admirar cómo acariciaban sus mejillas, cayeron en picado. Las comisuras de sus labios se curvaron en una sonrisa adorable y ligeramente traviesa.
               -Huele genial-dijo, y abrió los ojos-. Gracias, Al. Me la voy a llevar conmigo para acordarme de ti, igual que tú llevarás mi anillo para no olvidarte de mí.
               No podría olvidarme de ti aunque quisiera, niña.
               Sabrae paseó entonces la rosa por su boca, y se mordió ligeramente el labio. Contuve la respiración cuando depositó un suave beso entre los pétalos, de la misma forma en que yo lo hacía entre los suyos cuando la tenía excitada y lista para mí.
               A continuación, hizo que la rosa descendiera por su mentón, acariciándole la barbilla. Cerró los ojos un momento y luego los abrió, dedicándome una mirada de inocencia fingida. Si la hubiera tenido delante, la habría hecho mía en ese mismo instante, sin importarme que el mundo pudiera estar viniéndose abajo fuera de aquel baño. Todo lo que me importaba, mi universo, se reducía a esa chica de menos de metro sesenta que sabía exactamente qué tenía que hacer para tenerme comiendo de su mano.
               Sabrae se mordisqueó la sonrisa y entonces dejó que la rosa se deslizara por su cuello, que me encantaría explorar con un sendero de besos. Se revolvió un poco para hacer que su jersey se deslizara por su hombro, y la flor llegó hasta el tirante de su sujetador, de un color granate que me volvió loco. Lo que daría por verla con ropa interior de ese mismo color, enmarcando sus curvas, quitándosela con los dientes, adorando sus pechos con la boca mientras me perdía en los pliegues de su sexo y le arrancaba mi nombre en forma de gemido.
               Sabrae descendió entonces un poco con la rosa por su piel, mostrándome una perspectiva de su escote que bien podría ser la última cosa que viera en esta vida, que yo no me quejaría. Su boca seguía en la pantalla, al borde del plano; ahora, el valle de su canalillo era el protagonista absoluto. Sonrió, con esos dientes blanquísimos y esos labios llenos, que tan deliciosos estaba y tanto deseaba tener rodeando el lugar donde yo era un hombre, y la flor terminó de tocar uno de sus pechos, llegando al límite de su sujetador, que resultaba tener un poco de encaje.
               Me llevé una mano a mi miembro, que había crecido considerablemente mientras veía aquel jugoso espectáculo, pero entonces, la función se terminó. La pantalla se volvió negra medio segundo y luego el vídeo fue absorbido por un agujero de gusano que lo convirtió en un rectángulo gris sobre fondo blanco. Me eché a reír; debería haberme supuesto que Sabrae no me permitiría ver lo que yo más deseaba. Lo que mejor le funcionaba conmigo era dejarme siempre en el momento más culminante, tenerme de rodillas ante ella, suplicando su lluvia divina, y obsequiándome con una ligera llovizna que mantuviera mis campos solamente moribundos durante una semana más, cuando yo volviera de nuevo a postrarme ante ella y suplicarle un poco más.
               Reproduje de nuevo el vídeo, esta vez acariciándome ya desde el principio, y no pude evitar dejar escapar un jadeo ahogado cuando Sabrae volvió a mostrarme el tirante de su sujetador. Hice un poco más de fuerza en mi sexo mientras ella se paseaba la rosa por la clavícula en dirección a sus pechos, y, cuando el vídeo se terminó, supe que necesitaba más. Si al menos no iba a darme la secuela de ese corto, por lo menos que me dejara verlo las veces que yo quisiera.
               Así que solté mi polla y tecleé.
¿Me estás torturando?
               Su respuesta no se hizo esperar.
Que disfrutes de mi regalo de Navidad. 😉
Está envenenado.
Como todo lo que viene de mí.
Uf. Pues ojalá me dieras un mordisquito para inyectarme tu veneno.
Te dejo elegir el sitio, Al. 😏 Pásatelo bien.
Piensa en mí.
Como yo no podré parar de pensar en ti.💞
               Me pasé una mano por la cara y sacudí la cabeza. Piensa en mí como yo no podré parar de pensar en ti.
               ¿Significaba eso lo que yo creía que significaba?
               Me hundí un poco más en la bañera, hasta que el agua cubrió mi cara. Cerré el grifo con el pie (uno de mis muchos talentos) y me quedé un momento bajo la superficie, en ese mundo subacuático en el que los latidos de mi corazón sonaban atronadores, como truenos en un huracán.
               Como yo no podré parar de pensar en ti. Como yo no podré parar de pensar en ti. Como yo no podré parar de pensar en ti.
               Me la imaginé en su habitación. Desnuda, porque soy un puto morboso. Me la imaginé con la puerta cerrada y una silla en la puerta para que nadie la molestara. Me la imaginé echada sobre sus mantas, completamente a la intemperie, sus pezones duros tanto por el frío como por la necesidad de mí. Mirando mi perfil en Instagram, leyendo nuestros mensajes, deslizando una mano por sus senos y, después, lenta, muy lentamente, con su respiración agitada como única armonía, llevándose la mano a la entrepierna. Acariciando ese botoncito que había en su cuerpo y preparándose para lo que tenía que venir a continuación.
               Saqué la cabeza de debajo del agua, apoyé la nuca en el borde de la bañera y, con los recuerdos de lo que habíamos hecho aquella misma tarde, sobre el banco de un parque que yo jamás podría ver con los mismos ojos, me masturbé. La escuché en mi cabeza jadear, gemir mi nombre, suplicar por más como lo había hecho cuando estábamos juntos. No pares, Alec, me está gustando muchísimo, por favor, no pares.
               No voy a parar, mi amor.
               Alec, por favor, sigue así…
               Sí, no voy a parar nunca, Sabrae.
               Dios mío, Alec, así…
               Mi mente bailaba de mis recuerdos a mis ensoñaciones: tres Sabraes distintas estaban en la habitación conmigo. Una se tendía en su cama y se daba placer a sí misma; otra me montaba como a un corcel indómito en el parque, absorbiéndome en su interior; y una tercera estaba sobre mí en aquel mismo instante, llenando el baño con sus gemidos, dejando que la acariciara, que me la follara como si no hubiera un mañana. Se movía en el agua como una sirena, y podría serlo de no ser porque no era medio pez, medio mujer, sino completa y absolutamente mujer. Una verdadera diosa del sexo. Sus caderas creaban pequeños maremotos en mi interior, y, cuando yo me tensé, ella puso una mano sobre mis abdominales y continuó follándome como si hubiera nacido para echar ese polvo pasado por agua.
               Me derramé en su interior como casi lo hice en el banco, y como la Sabrae de su habitación se imaginó que lo hacía cuando alcanzó el clímax.
               Con el corazón acelerado, abrí los ojos. Estaba solo, evidentemente, pero una sonrisa boba me atravesaba la cara. Me quedé un momento en el agua, mientras las endorfinas del sexo (aunque fuera en solitario) terminaban de diluírseme en la sangre. Entonces, abrí de nuevo la conversación y decidí enviarle un mensaje. Puede que fuera inapropiado, o directamente de baboso, pero en ese momento la mera idea de que Sabrae supiera exactamente lo que acababa de hacer pensando en ella me ponía a mil.
Me lo he pasado genial, bombón, y siempre pensando en ti. Para que veas que soy fiel. 😉
Por cierto, ¿podrías enviarme el vídeo de la rosa? Cuando la inhalas, los pétalos le hacen una forma muy graciosa.
¡Qué morro tienes!😂😂  ¿No te bastaba con las capturas?
¿Te molesta?
En absoluto. Me gusta saber que no te cansas de mí.
Demasiado no es suficiente.
😂 Me pondría a cantar, pero no sé si pillarías mis referencias. Además, estoy viendo una peli con Shasha. Y tú tienes que prepararte para salir hoy.
Si te envío una foto de cómo voy a ir vestido, ¿no podré convencerte, verdad?
¿“Cómo vas a ir”? ¿Es que aún no estás listo?
Estoy dándome un baño relajante. Ha sido un día muy estresante para mí, ¿sabes?
Apuesto a que sí.😂 Bueno, quizá, si me envías una foto ahora, pueda replantearme lo de mi agenda para esta noche…😏
Vaya, vaya, la gatita quiere jugar, ¿eh? 😉
               Tamborileé con los dedos a los lados del móvil, y luego, abrí la aplicación de la cámara y me hice una foto. Estudié la forma en que mi pelo mojado me caía sobre los ojos y cómo las gotas de agua se deslizaban por mis hombros, la forma en que el colgante del diente de tiburón se adhería a mi piel. Satisfecho con el resultado, le envié la foto, en la que salía con los ojos cerrados, haciendo el símbolo de la victoria y sacándole la lengua.
No era a eso a lo que me refería L
               Me la imaginé haciendo un puchero al recibir la foto, y me eché a reír.
Estás castigada, por portarte mal hoy.
Te encanta que me porte mal.
Me habría encantado más terminar de verdad lo que empezamos.
Pues fue cosa tuya…
Ya lo hablamos, bombón. No quiero que tomes la píldora.
Lo sé, lo sé, lo has hecho por mí, y tal. Pero aun así… no sé. Me ponía pensar que ibas a terminar dentro de mí. Soy una cochina, lo sé. 🙈
No sé qué me gusta más, si que te ponga eso o que te llames a ti misma “cochina”. Qué mona eres. Es que te comería la cara.
Prefiero que me comas otras cosas, la verdad.
¡Sabrae!
¡Deja de enviarme mensajes! Dios mío, ¿qué me estás haciendo, Alec? Yo antes no era así. Te dejo antes de que me convenzas para enviarte una foto desnuda.
¿Me enviarías una foto desnuda?😏😏
En condiciones normales no, pero en condiciones normales tampoco te dejaría follarme en un lugar público y encima sin protección.
¡Ahora seré yo el culpable! Me ofrecí a usar la lengua, y tú dijiste, y cito textualmente, “te quiero dentro de mí, Alec”.
¡Estaba muy cachonda, ¿vale?! ¡Además, quién me iba a decir a mí que tú saldrías de casa sin preservativos!
¿Tengo cara de accionista mayoritario de Durex? Porque dudo que den los condones gratis a gente que no posea la mitad de la empresa.
No te voy a decir de qué tienes cara, porque no es propio de una señorita.
😂 ahora va a resultar que tú eres una señorita.
Se puede ser una señorita y una perra en la cama. Se llama versatilidad.
Sabrae, de verdad, no me digas estas cosas, porque estoy planteándome seriamente la posibilidad de pasar de salir hoy con mis amigos e ir a tu casa a impedir que duermas en toda la noche.
Prometo no oponer resistencia 😉
😂😂 te dejo, disfruta de la peli con tu hermana.
Vale, pásalo bien
               Se desconectó en el momento, dejándome con una ligera sensación de vacío. Aunque le había dicho que me marchaba, una parte de mí deseaba que hubiera seguido dándome bola un rato más. En cuanto saliera de la bañera, la burbuja en la que ella y yo nos habíamos metido cuando nos encontramos en la tienda de discos explotaría. Y yo no estaba preparado para salir aún al mundo real.
               Jugueteé con el agua, formando pequeños remolinos en el agua a medida que hacía figuras deformes con cada movimiento de los dedos. Preguntándome cómo sería ella en el agua, intenté recordar las pocas veces en que nos habíamos bañado juntos en la playa, en cualquier verano. No habían sido demasiadas ocasiones, siempre habíamos estado lo suficiente alejados el uno del otro como para que se nos olvidara la presencia mutua. O, más bien, para que Sabrae no tuviera que recordar que yo estaba allí, compartiendo chapuzón con ella.
               Evitar sonreír era una tarea imposible. La recordé en la playa la vez en que le recuperé la parte de arriba del bikini, la sensación de estar haciendo algo bueno por ella, por nosotros dos (aunque en aquella época no hubiera un “nosotros dos”) y lo bien que me había sentido conmigo mismo cuando localicé en el fondo arenoso el trozo de tela que tanto le había preocupado. Aquella tarde en la playa era lo más cerca que habíamos estado ella y yo de ser ella y yo ahora en toda nuestra vida. Sin contar, claro está, cuando era pequeña y su persona favorita en el mundo era yo.
               Decidido a no cagarla y no permitirle a nadie, ni siquiera a mí mismo, que me quitara esa sensación de estar en las nubes por ser alguien tan importante en la vida de Sabrae, me juré a mí mismo que no le haría daño.
               El Alec que había sido durante toda mi vida acababa de ahogarse en esa misma bañera, y el nuevo Alec, el Alec contra el que Sabrae se acurrucaba, el Alec al que Sabrae tenía tanto aprecio, el Alec al que Sabrae buscaba en las fiestas, el Alec en el que Sabrae confiaba, salió del agua como lo hiciera el primer pez de la historia, preparado para dar un salto de gigante en la evolución.
               Ya estaba bien de sentir a través del sexo. Era hora de tener sexo a través de los sentimientos.
               El saber que me había comprometido con algo más grande que yo y con alguien mil veces mejor me llenó de una calma que nunca pensé que alguien como yo podía conocer. Ahora entendía por qué mamá gustaba tanto de darse baños cuando yo no era apenas un bebé: cuando cerrabas la puerta y abrías el grifo, y te metías en el agua caliente a limpiarte la suciedad, tu alma también pasaba por un proceso de purificación que hacía que tus males se fueran lejos. Me sentía cándido, impoluto, prácticamente a estrenar.
               Recordé que mamá siempre se daba un baño conmigo cuando yo no era más que un niño demasiado pequeño para entender lo que sucedía entre sus padres. Recordé su sonrisa mientras yo chapoteaba en el agua, jugando con un patito de goma o un barquito velero de los que me traía Santa Claus. Incluso ya siendo un bebé me preguntaba por qué mamá lloraba tanto; a mí no me gustaba llorar, y mamá lo hacía tan de seguido que siempre había pensado que lo hacía por gusto, que algo le reconfortaba en que los ojos se le inundaran y no pudiera respirar por los sollozos.
               Claro que todas esas ideas se me iban de la mente en cuanto ella se metía conmigo en el baño, abría el grifo y ponía el tapón en la bañera. Me cantaba canciones de cuna mientras me arrullaba, abrazándome a ella como si fuera lo más bonito que tuviera en la vida. Nos quitaba la ropa a ambos y se metía en el agua con delicadeza, e incluso yo a pesar de mi corta edad era capaz de distinguir el cambio por el que pasaba. Sus hombros se relajaban, sus ojos se encendían con un brillo que no solían tener, y su boca se curvaba en una sonrisa sincera que jamás exhibía fuera del baño de la casa que me vio nacer.
               Mamá sonreía cuando me trajo al mundo llorando, pero luego el llanto se lo había quedado ella, y sólo era capaz de controlarlo cuando yo me acercaba para intentar consolarla, incluso cuando no sabía lo que le pasaba. Sólo en nuestros baños mamá volvía a sonreír, tranquila, relajada, joven y confiando en que días mejores estaban a la vuelta de la esquina.
               Y los días mejores habían empezado hacía 16 años, cuando entró en una cafetería y allí se encontró con Dylan.
               Mis días mejores estaban empezando ahora, cuando entré en una tienda de discos y allí me encontré con Sabrae. No sería tan tonto como para desperdiciar la segunda oportunidad que me había dado el destino. Sabía muy bien que era un privilegiado por tener siquiera una ocasión para enmendarme.
               Salí de la bañera y me envolví la cintura con una toalla, sin poder quitarme a Sabrae de la cabeza. Mi mente funcionaba a toda velocidad, trazando planes alocados con un único objetivo: hacerla feliz. Joder, si incluso me planteé seriamente la posibilidad de pedirme unos días en Amazon (aunque probablemente me echaran si lo hacía) y perderme el momento con más demanda del año para plantarme en Bradford y darle una sorpresa que, estaba seguro, le haría muchísima ilusión.
               Me puse la ropa de andar por casa y recogí la que había llevado puesta hasta ahora. Incluso sentí lástima de mí mismo cuando pensé en no echarla a lavar aún: le había cogido cariño a cada manchita que había en las prendas, porque habían sido testigos de cómo Sabrae y yo nos prometíamos cómo seríamos lo más parecido a una pareja que nos podíamos permitir aún.
               Además, prácticamente nos habíamos declarado mientras yo llevaba esa ropa.
               Y, aunque pueda parecer una tontería, mi sudadera gris y mis vaqueros se habían convertido rápidamente en mis prendas preferidas.
               Chasqueé la lengua.
               -Alec, tío, relájate un poquito-me dije, e hice una bola con mis vaqueros y la sudadera. El tintineo de algo metálico captó mi atención mientras introducía la bola en la cesta de la colada. Me giré para mirar el pequeño objeto de plata que ahora reposaba en el suelo, después de hacer varios saltos mortales como una gimnasta y descansar finalmente sobre los azulejos como un escarabajo plateado.
               El anillo de Sabrae.
               No, el anillo de Sabrae.
               El anillo que me había dado Sabrae. Mi anillo.
               Lo recogí y fui derechito a la habitación de Mimi, que ya había terminado de peinarse y ahora miraba tres conjuntos que había dejado cuidadosamente colocados sobre su cama, tratando de decidir cuál ponerse.
               -Mím, ¿tienes una cadena que te sobre?
               -¿Una cadena?
               -Sí. De plata, a poder ser.
               Mimi frunció el ceño, pero no me preguntó para qué la quería. Se giró hacia su escritorio y sacó una cajita de uno de los cajones. Una bailarina de porcelana empezó a dar vueltas sobre sí misma, con su tutú enrollado a su cintura como el brazo de un novio, y mi hermana empezó a revolver.
               -¿Para qué la quieres?-preguntó, sacando un par de colgantes que nunca se ponía y dejándolos hechos una maraña sobre su escritorio. Le mostré el anillo y ella se lo quedó mirando. Lo tomó de mi mano y lo estudió. Incluso se lo puso en la mano-. ¿Para quién es?
               -Para ti, desde luego que no. Es más, no es para nadie. Me lo han regalado-expliqué, sacándoselo del anular y cerrando el puño en torno al pequeño objeto metálico. Mimi no comentó la brusquedad con la que había recuperado aquella pequeña pieza, porque seguro que dedujo que era importante para mí.
               Sonaba cruel decirlo, pero no quería que nadie se pusiera ese anillo. Sabrae lo había llevado toda la tarde, y ahora a quien le pertenecía, era a mí. No iba a haber intermediarios entre nosotros, de la misma manera que no los había entre la rosa y ella.
               -¿Quién te lo ha dado?
               -Sabrae.
               Mimi intentó no sonreír, pero no lo consiguió. Se apartó un mechón de pelo tras la oreja y se mordió el labio inferior para disimular la gracia que le hacía la situación.
               -¿Primero te enrollas con ella y después te da un anillo? Guau, Al, lo debes de hacer genial.
               -Lo hago genial, sí-asentí-, pero no me lo ha dado por eso. ¿Tienes una cadena para ponerle, o no?
               -Son todas finas y cortitas. No creo que te sirvan-meditó, negando con la cabeza.
               -Pues tendré que ir mañana a buscar una. Me lo dio para que lo llevara, y la verdad es que me apetece.
               -Algo se nos ocurrirá, Al. Oye, ¿puedes ayudarme? No sé qué ponerme. ¿Tú qué opinas? ¿Vestido o pantalón?-preguntó, señalando su cama.
               -La respuesta es evidente.
               -¿Ah, sí?
               -Sí. Cualquier tío al que le preguntes eso, te dirá que vestido. Es más práctico. Si te dice que pantalón… ni te molestes en intentarlo con él.
               -¿Por qué?
               -Porque será maricón.
               -Alec-puso los ojos en blanco.
               -¿Qué? ¡Es la verdad! ¿En qué crees que me fijaba yo cuando salía con los chicos y quería tirarme a alguna tía? Los vestidos son mucho más cómodos. Los subes, y ya.
               -¿“Te fijabas”?-sonrió Mimi, acariciando el cabecero de su cama con una mano y poniendo la otra en su cintura. Mi hermana sería muy tímida, pero también era cuatro veces más espabilada que yo-. ¿Te refieres a esa época de tu vida en la que no estabas casado?
               -¿Es que lo estoy ahora?-me burlé, y Mimi chasqueó la lengua, alzó una ceja, sacudió ligeramente la cabeza y señaló la mano en la que tenía el anillo.
               -Pretendes pasearte por Inglaterra con un anillo colgado al cuello y llegas tarde a casa por estar con una chica, ¿qué quieres que piense?
               -Y eso que todavía no te he contado que le he prometido a Sabrae que no me voy a acostar con otras chicas.
               Mimi abrió muchísimo los ojos y ocultó su boca abierta en forma de O tras su mano.
               -Madre mía.
               -¿Qué pasa?
               -¡Que me encanta cómo se están desarrollando los acontecimientos, Al! ¡Guau! Creo que mañana finalmente no iré con mis amigas a Canterbury. Tienes mucho que contarme, ¿no es así?
               -No pienso contarte nada. Son cosas entre Sabrae y yo.
               -¡Pero soy tu hermanita!
               -¡Y también una cotilla! No te diré nada de lo que me ha pasado esta tarde, que lo vas largando por ahí.
               -Te prometo que no lo contaré. ¡Por favor, Al!
               -No.
               -¡Porfis!-juntó las palmas de sus manos e hizo un puchero.
               -No.
               -¡Porfi, porfi, porfi!
               -No tienes cadena, ¿no? Pues me piro-me giré para marcharme, pero Mimi tiró de mí.
               -Venga, Al, ¡no seas así! Te prometo que no lo contaré. Te juro por Trufas que no le diré nada a nadie.
               -¿Por Trufas?
               -Sí.
               -¿Lo juras?
               -Por Trufi, te lo juro. Bueno, Eleanor queda fuera, ¿verdad? A Eleanor se lo puedo contar.
               -A nadie, Mary Elizabeth.
               -¡Venga! Si terminará sabiéndolo. ¿No prefieres que lo haga de una fuente fiable como yo? Además, así podremos contrastar información. Imagínate que lo habla con Sabrae y ella le cuenta algo totalmente distinto.
               -Sabrae no es una mentirosa.
               -Y tú tampoco, pero toda verdad tiene versiones. ¡Venga, Al! Necesito saber qué es lo que ha hecho Sabrae para que Alec, el príncipe de los polvos, haya decidido echar el cierre a su desierto.
               Fruncí el ceño y me eché a reír.
               -¿De qué desierto me estás hablando? ¿Es otra frase de tus novelas románticas?
               Mimi juntó las palmas de sus manos rápidamente, dando una palmada, y aleteó con las pestañas. Suspiré.
               -Odio que uses tus trucos de hermanita pequeña conmigo.
               -¿ME LO VAS A CONTAR?-chilló ella, emocionada, y yo asentí con la cabeza. Se sentó en la cama, apartó de un manotazo sus candidatos a vestuario de la noche, y dio unas palmadas en el colchón a su lado.
               -Ni de coña. Ahora no. Nos vestimos y nos largamos, que mamá y papá quieren tener la casa para ellos solos.
               Mimi parpadeó un instante, y luego, esbozó una sonrisa radiante.
               -¿Y ahora qué pasa?
               -Has llamado “papá” a papá-explicó.
               -¿Sí? Pues no me he dado cuenta. ¿Sabes a quién me refiero?
               -Pues claro que sí. ¿Cuándo fue la última vez que lo llamaste así?
               -No me acuerdo-musité, pero sí que me acordaba. Tenía 9 años y me había pasado la tarde cuidando de Mimi y de mamá, porque a ésta le había sentado algo mal de la comida y se había pasado vomitando desde la hora de comer. Finalmente terminé llamando a Dylan, preocupado, y diciéndole que se apresurara, papá, que mamá lo necesitaba.
               A los 15 minutos, Dylan estaba entrando por la puerta. Lo cual parece el comportamiento de un buen marido, salvo por un pequeño detalle: Dylan tardaba tres cuartos de hora en llegar desde casa al trabajo.
               No me salía llamar papá a mi padrastro. La persona a la que asociaba con esa palabra era un monstruo de mi pasado y del de mi madre que, si bien no se merecía que yo reservara esa palabra para él, desde luego tampoco se merecía compartirla con Dylan, que era en nuestras vidas todo lo contrario a lo que había sido él.
               -Debes de estar muy feliz.
               -¿No se me nota?-me burlé, sacándole la lengua. Y Mimi se levantó y corrió hacia mí. Me pasó los brazos por la cintura y me abrazó con fuerza, consiguiendo que yo le diera un beso en la cabeza y le acariciara la espalda.
               -¿Mím?
               -Mm…
               -Termina de vestirte y nos largamos escopetados de casa.
               -¿A qué tanta prisa?-entrecerró los ojos-. ¿Es que vas a volver a verla esta noche?
               -No-me eché a reír, le revolví el pelo y ella protestó cuando le despeiné el flequillo.
               -Jo-Mimi hinchó los carrillos y se separó de mí-. ¿Seguro?
               -Por desgracia.
               -Jo-repitió ella-. Me hacía ilusión veros juntos. Seguro que sois muy cuquis.
               -Ya nos verás, niña. Tampoco quieras correr antes de andar.
               -¿Me lo prometes?-Mimi sonrió, entusiasmada como una niña la mañana de Navidad. Yo puse los ojos en blanco y asentí-. Alec. Tienes que decirlo.
               -Sí, te lo prometo.
               -¿Promesa de meñique?-me tendió su dedo más pequeño y yo me reí.
               -Promesa de meñique-acepté, enganchando el mío con el suyo. Mimi sonrió, satisfecha, se volvió hacia la cama y, con los brazos en jarras, comentó:
               -¿Sabes? Creo que voy a llevar pantalones.
               Puse los ojos en blanco y retrocedí hasta la puerta de su habitación.
               -Haz lo que te dé la gana.
               -Lo cual es justo lo contrario a lo que vas a hacer tú con otras chicas que no sean Sabrae-me pinchó, riéndose, recogiendo los dos vestidos que había dejado sobre la cama y colocándolos en una percha.
               Salí de su habitación sacudiendo la cabeza y decidido a no entrarle al trapo.
               Todas las chicas de mi vida vivían para hacerme rabiar, así que yo ya estaba acostumbrado.
               Seguramente que Sabrae fuera la que más me picaba, y también la que más me gustaba, no era casualidad.




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2 comentarios:

  1. Me muero de amor con Alec enamorado.
    Es realmente un niño pequeño ilusionado por la Navidad, me lo quiero comer con patatas.
    Ahogadisima estoy tambien con el momento de la metedura de pata de Mimi con lo de Scott. Es que me he ahogado yo sola imaginando la cara de Eleanor.
    Me muero por leer el siguiente cap y ver a Alec más perdido aún cuando la vuelva a ver.

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    1. Es tan cuqui Dios mío y borracho lo va a ser más, qué ganas de empezar a escribir un poco esta noche cómo va a estar de fiesta y sin poder dejar de pensar en Sabrae ♥♥♥
      BUAH lo de Mimi ha sido un momentazo realmente es que JAJAJAJAJAJAJA
      Voy a ampliar un poco el capítulo, tenía pensado que fuera sólo de él de fiesta pero ahora ya sé dónde terminarlo y uf, qué ganas de verdad <3

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