domingo, 30 de septiembre de 2018

Me apeteces.


… Alec me separó de su cuerpo y rompió la deliciosa conexión que nos había unido durante los últimos minutos.
               Aprovechando que me tenía sujeta por las caderas, con las uñas bien clavadas en mi piel para ayudarme a acompañarlo mientras lo cabalgaba con una rabia que no habría reconocido en mí misma jamás, me levantó de su regazo y me colocó a su lado, girándome en el aire para hacer que quedara sentada en el banco como si no hubiera pasado nada hasta hacía medio segundo.
               En cualquier otra ocasión le habría detestado por hacer aquello, le habría gritado y me habría puesto como una verdadera furia con él. Pero no pude hacerlo, abandonada como estaba al dulce clímax que me había regalado con su pasión, esa pasión que ardía en mi pecho y en la parte más baja de mi vientre, llameando donde yo era una mujer.
               Mi cuerpo se abandonó a sí mismo y mi sexo buscó la presencia de algo que ya no estaba en su interior, la compañía que había tenido hasta hacía un instante y que me había catapultado a las estrellas. Giré la cara y lo miré mientras mis piernas temblaban por efecto de orgasmo y todo mi ser se contraía y relajaba como una estrella en sus últimos momentos de vida. Me mordí el labio para no ponerme a gritar, dejando escapar unos jadeos ahogados que a él le volvían loco… en condiciones normales.
               Alec, por su parte, se espatarró en el banco hasta dejar su nuca apoyada en el borde de la espalda, sus piernas extendidas, y cerró los ojos con fuerza. Apretó la mandíbula y yo experimenté las últimas embestidas del orgasmo observando la línea que el hueso de su mandíbula formaba al conectarse con el cuello, en ese ángulo casi recto que era mi perdición en su perfil.
               Le había visto adoptar esa postura varias veces a lo largo de la tarde, pero jamás había emanado la tensión que ahora manaba de ella. Parecía molesto consigo mismo, el ceño fruncido y las ventanillas de la nariz abiertas a medida que respiraba por las fosas nasales, tratando de tranquilizarse.
                -Alec…-jadeé cuando recuperé por fin un poco de mi discernimiento, y él abrió los ojos, pero no se atrevió a mirarme. Me acerqué a él, que se encogió un poco, como luchando contra sí mismo-. ¿Por qué has hecho eso?-me pegué a su costado y le pasé la mano por el vientre, dispuesta a descender un poco más abajo-. Quiero seguir.
               -Tú ya has acabado-jadeó con una voz oscura, ronca, tremendamente sensual. Mis entrañas se encogieron y todo mi cuerpo reclamó de nuevo su presencia en mi rincón más privado y sensible. Jamás le había escuchado hablar así. Podría recitarme el código penal entero con esa voz.
               Supe que ese tono de voz suyo me visitaría en mis mejores sueños y mis peores pesadillas, que él acuñaría el término “pesadilla erótica” y no se cansaría de protagonizarlas.
               -Pero quiero que acabes tú también. Vuelve a entrar en mí-le mordisqueé la mandíbula y pasé una pierna por encima de las suyas, dispuesta a continuar con la faena. Su miembro todavía se asomaba por entre su ropa, grande, duro, deseoso de mí. Una fina película brillante lo recubría, y me sorprendí al descubrir mis ganas de pasar la lengua por la mezcla de nuestros placeres y saborearlos en mis papilas gustativas.
               Alec sacudió la cabeza y se mordió el labio, todo eso aún sin mirarme.
               -Al…-jadeé en su cuello y él se puso tenso cuando me froté contra él, ofreciéndole el mejor regalo que poseía en ese instante: mi sensualidad, el placer que se guardaba entre mis muslos-. No quiero que te quedes así. Déjame seguir contigo. Quiero que te corras.
               -No voy a correrme dentro de ti-trató de zanjar con esa voz sucia que despertaba instintos primarios en mi interior. El saberme mujer y saberlo hombre era un sentimiento poderoso que me hacía perder la razón. Pocas veces había tomado conciencia de una forma tan clara de mi condición de parte de un juego ancestral que había llevado a la vida donde se encontraba ahora: el juego del sexo.
               Todas las veces en que había sido plenamente consciente de mi condición de criatura programada por la naturaleza para reproducirme, y por la evolución para disfrutar de cumplir con mi deber, había tenido el mismo desencadenante: él.

               -Pues déjame tocarte. O chupártela-sonreí y busqué su boca, llevando una mano a su mandíbula mientras con la otra descendía hacia su erección-. No quiero que te quedes con ganas.
               -Me voy a tener que quedar con las ganas, no es nada nuevo-espetó en un tono bastante más cortante del que debería, pero también entendía que se pusiera así-. No quiero que me hagas nada porque estoy bastante seguro de que me voy a poner a disparar como si fuera un puto surtidor y no quiero ensuciarte.
               -Pues seguimos follando hasta que acabes, de verdad, me estaba gustando muchísimo, no me importa que termine; es más, me pone un montón pensar en ti llenándome-hice especial hincapié en esa palabra, sabedora de lo erótica que sonaba en su contexto-, y yo…
               -No vas a tomar la píldora-sentenció Alec, con tanta claridad que me dejó sin habla por un momento.
               Fruncí el ceño y puse los brazos en jarras, sacando la pierna de encima de su cuerpo y sentándome sobre la otra, doblada, con una rodilla anclada en su cadera.
               -¿Es porque me la tienen que dar con el permiso de mi madre? Porque no va a hacernos nada por haber hecho esto. Ella sabe que yo no soy virgen, y sabe de ti, y hasta ahora, aprobaba nuestra relación…
               -A la mierda tu madre. Y lo que crea que sabe de nosotros. Y a la mierda la píldora. No quiero que te joda todas las hormonas. Vas a marcharte, y yo he visto lo que os hace, y estás loca si de verdad te crees que voy a dejar que lo pases fatal porque yo no he sabido controlarme sin estar contigo para hacértelo todo un poco más ameno.
               -Es una píldora, Alec, no un aborto. Es inofensiva.
               Soltó una risa entre dientes.
               -¿Quién lo dice?
               -Todos los médicos. ¿Quién apoya tu teoría de que la píldora es tan mala, malísima?
               -Mi experiencia-soltó, mirándome a los ojos por fin después de mucho tiempo. En ellos había una determinación fiera, pero yo no iba a amedrentarme.
               Además, ¿qué cojones? Sentía los rastros de mi placer entre mis muslos, empapando mis bragas. Llevaba demasiado tiempo sin follar en condiciones, sin follármelo a él, como para ir a rendirme tan fácilmente.
               -Si soy mayorcita para follar contigo, también lo soy para asumir las consecuencias. Lo que me haga la píldora o me deje de hacer es mi problema, no el tuyo-me incorporé de nuevo para volver a sentarme sobre él, pero me agarró de la muñeca y me impidió acercarme a aquel delicioso apéndice que se erguía en sus pantalones como un rascacielos en el skyline de una ciudad.
               -Tus problemas son los míos, Sabrae.
                Le atravesé con la mirada y traté de acercarme a él, pero Alec era mucho más fuerte, más alto, y más todo, y no tenía ninguna posibilidad contra él.
               -Te he dicho que no.
               Me mordí el labio y asentí con la cabeza, sentándome a su lado en el banco. A pesar de que estaba enfurruñada, no quería alejarme de él, con lo que me apoyé en su costado y dejé descansar la cabeza sobre su hombro. Tentadora, llevé una mano de nuevo por el recorrido de su vientre, pero él la agarró y me la apartó sin contemplaciones.
               Observé su erección, sus ganas de mí. Me pregunté una y mil veces por qué no me dejaba satisfacerlo como ambos deseábamos que lo hiciera. Me apetecía chupársela; me había apetecido varias veces a lo largo de nuestros encuentros, pero casi siempre las ganas de sentirlo dentro de mí habían sido superiores a esas ganas de probarlo y deleitarme en cómo gemía con lo que le haría con la boca. Y, ahora que la penetración estaba más que descartada, el impulso de ponerme de rodillas frente a él y meterme su hombría en la boca mientras lo miraba a los ojos y disfrutaba de cómo se deformaba su rostro en una mueca de gozo, como casi había pasado en el billar, crecía en mi interior a marchas forzadas.
               Y él lo sabía. Me leía como un libro abierto que estuviera escrito en un idioma inventado por él mismo. Sin miramientos pero con delicadeza, sin vacilar pero con cuidado de no herir mi orgullo, me separó de él para poder calmarse. Me regodeé en el hecho de que su miembro no menguara mientras una parte de mí estuviera en contacto con una parte de él.
               Crucé las piernas de forma sugerente, separando las rodillas con exageración para que viera lo que se perdía, y me crucé de brazos. Sabía que estaba siendo injusta con él, que estaba haciéndolo por mi bien, aunque me parecía una estupidez esa negativa tajante a que yo tomara anticonceptivos. Para empezar, si tanto le molestaba que yo estuviera decidida a tomar la píldora, ¿por qué había accedido a hacerlo, ya en un principio?
               Porque estaba tan cachondo como tú y ya no podía más, Sabrae.
               Puse los ojos en blanco y lo observé, ceñuda, mientras él intentaba tranquilizarse. Varias veces se pasó una mano por el pelo y se mordisqueó el pulgar.
               -¿Por qué no te masturbas?-quise saber. El hecho de que él no fuera a terminar esa tarde, de que yo fuera la única que conseguía llegar al orgasmo me hacía sentir mal. Me hacía pensar que empezaba a aprovecharme de él. El marcador Orgasmos de Sabrae y Orgasmos de Alec estaba demasiado aventajado en mi lado y muy poco en el de él. ¿Cuántas veces se había corrido conmigo?
               ¿Cuántas veces había podido disfrutar de sus gruñidos mientras perdía el control?
               -Sabrae…
               -Sólo he hecho una sugerencia. Mastúrbate y ya está. Así se te bajará.
               -No puedo.
               -¿Por qué?-me crucé de brazos.
               -Porque me conozco, y si empiezo a masturbarme, sé que te terminaré pidiendo que te sientes encima de mí. Y me da la sensación de que no te voy a pedir que lo hagas en mi cara.
               Me eché a reír, negué con la cabeza.
               -¡Eres imposible!
               Se llevó el índice a los labios y una sonrisa se asomó en su boca.
               -No puedo estar así tan cerca de ti. Y encima, no llevas medias.
               -Me pregunto quién tiene la culpa-coqueteé, guiñándole un ojo y dejando que una sonrisa torcida, marca de la casa patentada por Scott y copiada por mí, se extendiera por mi cara.
               -Sabrae-murmuró, mirándome y poniendo ojos de corderito degollado-. Por favor.
               Alcé las manos y asentí con la cabeza. A pesar del calentón, sabía que debía respetarle igual que él me respetaba a mí. Es más, yo tenía más motivos para comportarme como una persona decente que él: yo había sido satisfecha sexualmente; él, en cambio, luchaba contra un deseo sexual que le susurraba en un rincón de su mente que lo que fuera que le preocupaba de la píldora no era tan importante como el sentirme de nuevo rodeando su sexo y moviéndome sobre él, agitando las caderas en una cadencia lenta y dolorosamente deliciosa.
               Nuestros cuerpos unidos sin ningún tipo de barrera entre ellos tenían el mismo peligro que un volcán; en una erupción podía salir algo que terminara generando vida, bien en forma de isla o bien de una manera mucho menos metafórica.
               Me reprendí a mí misma por haberme dejado llevar por las circunstancias; vale que la píldora tenía una altísima probabilidad de funcionar, pero, ¿y si yo era ese porcentaje mínimo, del 5, del 3, del 1 por ciento, que la tomaba y se quedaba embarazada de todos modos? La sola idea de tener que pasar por un aborto a mi edad, con todo lo que ello implicaba, me producía escalofríos. Era normal que Alec fuera tan tajante en ese aspecto; lo mejor sería minimizar los riesgos, y sin semen dentro de mi vagina, sería imposible que un bebé se sumara a nuestra relación. Precisamente ahora, que parecíamos estar simplificándola.
               Descrucé las piernas y las volví a cruzar, cambiando la posición, para combatir el frío que se instalaba poco a poco en mi piel. Las medias estaban enrolladas allí donde Alec había conseguido romperlas, y apenas me protegían del frío que me aguijoneaba la piel. Pasado el calentón, ya volvía a notar cómo el aliento me ardía como sólo puede hacerlo el hielo cuando respiraba, y cómo las gotitas de llovizna que caían sobre la piel que ahora estaba desnuda eran como  alfileres microscópicos hundiéndose en mi piel.
               Miré a Alec, que todavía no había ocultado su erección dentro de sus pantalones, y me pregunté si estaba esperando para relajarse un poco y que no le doliera. Mi estómago se retorció de nuevo por la culpa. No se merecía tener que pasar por esto una y otra vez. Lo del billar había sido divertido porque no le había visto la cara, pero ahora que sabía lo mucho que le costaba tranquilizarse y rebajar su pulso, me sentí el ser más rastrero del universo por haberle hecho pasar por eso a solas, y para colmo, a propósito.
               Observé su perfil, sus ojos cerrados y cómo sus pestañas acariciaban la parte superior de sus mejillas, cómo su nariz hacía un triángulo perfecto que caía luego sobre la atractiva curva de sus labios, que se relajaba en su mentón y terminaba en una barbilla que caía en picado hacia un cuello en el que el bulto de la manzana de Adán se movía arriba y abajo mientras tragaba saliva.
               No pude evitarlo. Estaba demasiado cerca de él, el sexo era demasiado reciente, y mi cuerpo aún sentía las huellas que había dejado el suyo, bien en mi interior, bien en mi exterior, en forma de caricias, besos y gemidos que atesoraría en mi memoria por siempre.
               Algún día querré que acabe, pensé mientras lo observaba. El peligro de nuestros cuerpos del que Alec trataba de protegernos algún día sería la herramienta perfecta para alcanzar la felicidad. Algún día, dentro de un tiempo, no pensaría en tomarme una pastilla para que Alec no me dejara embarazada. Pensaría en dejar de tomarla para que lo consiguiéramos.
               Mi cabeza empezó a navegar a la deriva, arrastrada por las olas formadas por el vaho que salía de su nariz y boca.  ¿Qué genes sería capaz de transmitirle a un hijo? Si él y yo fuéramos padres de la misma criatura, ¿en qué se parecería a él y en qué a mí?
               Me gustaría que tuviera su pelo revuelto y sus ojos castaños, esa forma de sonreír y hacerte sentir importante, querida, protegida, completa y absolutamente a salvo incluso si estuvieras en medio de un bombardeo. Si era un chico, que tuviera su altura. Si era una chica, su agilidad para contestar. Yo pondría el color caramelizado de la piel, la oscuridad del peinado, y el amor. A la gente que me importaba y a mí misma.
               Fuera niño o niña, hablarían como lo hacía yo. Fuera niño o niña, escucharía como lo hacía él.
               Si era niña, su voz sería la mía.
               Si era niño…
               -Alec…-susurré, porque necesitaba que me dijera algo, lo que fuera, y volver a escuchar su voz una vez más. Cuando estás en la otra punta de un continente, la memoria es lo único que tienes, e incluso entonces no sirve. Cuanto estás en la otra punta de un mismo banco, no tienes memoria; tienes el presente.
               -No-creyó retenerme con esa simple palabra, pero yo ya no pensaba en eso. No sólo, quiero decir. Seguía teniéndolo cerca y sintiéndome atraída hacia él como si fuera el canto de una sirena, pero ya no era lo único que quería. Quería su cercanía, su calor. Quería sentir que todo lo que se me pasaba por la cabeza no era una fantasía, sino un plan de futuro, un futuro incierto pero que querríamos construir juntos.
               Todavía era pronto para romper el silencio, pero algo me decía que él estaba listo para acortar distancias.
               Así que me arrastré por el banco despacio, sintiendo que la falda se me ensuciaba a medida que avanzaba sobre la superficie deslizante de madera, y toqué su rodilla con las mías. Creí que daría un brinco, pero se limitó a tragar saliva, bufar, abrir los ojos y entrecerrar los párpados cuando las gotas de lluvia comenzaron a caerle encima.
               -Tengo frío-susurré, y no era del todo mentira. Sin medias, sin el abrigo, sentía que el invierno poco a poco entraba en mí, como si quisiera mezclarse con mi alma. Atraído por el fuego que había ardido en mí y del que ahora ya sólo quedaban las brasas, el frío me abrazaba como esperaba que lo hiciera él.
               Alec asintió, volvió a tragar saliva, y apartó su brazo para que yo pudiera pegarme más a él. Justo cuando pensaba que no iba a hacer nada más, que con eso era suficiente para rebosar su línea de aguante, me pasó un brazo por la cintura y me atrajo hacia sí un poco más, suavemente. Cerró los dedos en torno a mi cadera y tiró de la manga de su sudadera para que el frío no ocupara sus dedos. Miró la parte de banco que quedaba a su lado y recogió mi abrigo, que estaba calado hasta casi la mitad, y me lo echó por encima sin preocuparse en ningún momento de taparse él, que llevaba menos ropa, que estaba desnudo en una parte de su cuerpo que debía notar el cambio de temperatura de medio grado como el resto del cuerpo notaba el de diez.
               Cuando no hizo amago de taparse él también para que a mí me quedara todo mi abrigo, lo supe. Fue en ese preciso instante, en que no me miraba, en que no me robaba una pizca de protección.
               Él me quería.
               Sin pensármelo dos veces, tiré de mi abrigo y lo coloqué sobre su cuerpo. No serviría para taparlo en su totalidad, incluso si lo tuviera sólo para él, pero seguro que impediría que se quedara helado. Me miró con curiosidad cuando mi mano pasó por encima de su entrepierna, en el aire, yo dejé caer la parte más baja del abrigo al otro lado de su pierna. Después, asegurándome de que él no interpretaba que mi gesto tenía segundas intenciones, agarré el borde de su sudadera y tapé su miembro aún duro con él. Alec sonrió, enternecido, y me dio un dulce beso en la frente a modo de agradecimiento. Apoyé la cabeza en su hombro y dejé escapar un suspiro, arrebujándome bajo el abrigo, acurrucada a él, a unos pocos grados sobre cero, mientras nos lloviznaba en una de las primeras tardes de invierno que nuestra amistad conocía. Él me dio un pellizquito en la cintura y yo sonreí, acusando las cosquillas.
               -Siento no tener nada más con lo que taparnos.
               -No pasa nada. Estoy muy a gusto.
               Escuché la sonrisa cuando me respondió.
               -Yo también, bombón.
               Me besó la cabeza y continuó acurrucado a mí un rato más, haciendo que me sintiera como la única persona del universo. Era la única fuente de calor en una noche helada, el único manantial de agua en un infinito desierto, la única estrella en una noche de verano indicándole al barco que surcaba el océano hacia dónde dirigirse.
               Y todo lo hacía porque él me lo permitía. Él me daba el poder. Cerré lo ojos un segundo para poder inhalar su aroma y apreciar cada molécula que lo componía.
               Es bueno.
               Es protector.
               Y realmente se preocupa por mí.
               El Alec que yo pensé que era no existió nunca.
               Nos quedamos un ratito acurrucados el uno junto al otro, yo temiendo acariciarle y que malinterpretara mi cercanía por un intento de continuar con lo que habíamos dejado a medias; él, acariciándome para impedir que se me olvidara que estábamos juntos. Como si todas mis neuronas no estuvieran revolucionadas transmitiendo en masa su perfección a mi cerebro, que trataba de procesar tantísima información como buenamente podía.
               Por fin, después de un rato, Alec carraspeó y se llevó una mano a la entrepierna. Empezó a guardarse el pene, pero yo me revolví y le puse una mano en el antebrazo.
               -¿Quieres un pañuelo?
               -Por favor-respondió, y yo me giré a recoger mi mochila. Saqué un paquete de pañuelos de papel y se lo tendí, y juntos, pero no revueltos, comenzamos la dura tarea de limpiarnos.
               Mamá me había hablado de que la higiene después del sexo era crucial, hasta el punto de que podía pillar alguna infección si no iba al baño o no me limpiaba correctamente. Había fluidos en mi cuerpo que estaban hechos para impedir que las bacterias entraran dentro de mis partes y me hicieran daño, y fluidos que hacían todo lo contrario, lubricando y facilitando el paso de todo cuerpo externo para que el coito finalmente terminara como la madre naturaleza había previsto. Y justo después del sexo era cuando estos dos fluidos se mezclaban y la salud era más delicada, así que visitar el baño después de tenerlo, sola o acompañada, era una norma de oro que me saltaba en muy pocas ocasiones.
               Todas habían sido con Alec, pero la mayoría se debían a que él se había encargado de limpiarme con cierta parte del cuerpo que tenía bastante larga y experimentada.
               Hablo de la lengua.
               Aunque la otra parte tampoco tiene nada que envidiar, pero… ya sabes, hay que limpiarse.
               Hice un cuadradito minúsculo con mi pañuelo después de aprovechar cada rinconcito para terminar de limpiarme e hice el amago de levantarme, pero Alec me puso una mano en el muslo desnudo para evitar que lo hiciera. A pesar de que me daba bastante pudor aprovecharme de él y hacer que se llevara mis desperdicios, especialmente teniendo en cuenta de dónde salían, terminé entregándole el pañuelo y acurrucándome en el banco mientras él se iba a la papelera más cercana.
               Regresó conmigo y se escabulló en el abrigo, estirándose cuan largo era en la misma pose que había puesto cuando salió de mi interior, con la diferencia de que ahora volvía a ser el Alec de siempre: relajado, satisfecho y seguro de sí mismo.
               Se mordisqueó el pulgar un momento y se giró para mirarme cuando yo jugueteé con un mechón de su pelo.
               -No vas a contarle a tu hermano que lo hemos hecho a pelo, ¿verdad que no?
               -A Scott no le importa-respondí, negando con la cabeza y apoyando la barbilla en una mano. Alec me dio un toquecito en la nariz.
               -Genial, porque si se entera… me cortará los huevos.
               Solté una carcajada y sacudí la cabeza.
               -Creo que podré vivir bastante bien si te quitan una pieza tan valiosa de tu cuerpo. Al fin y al cabo n es de eso precisamente de lo que tanto disfruto-coqueteé, acercándome a él y depositando un beso en sus labios. Alec sonrió y respondió inclinando la cara hacia mí cuando yo volví a mi posición original, miró al cielo un momento, fingiendo que pensaba, y replicó:
               -Mm, creo que en la amenaza se incluye algo que sí que te gusta. Sería una lástima que ésta fuera nuestra primera y última vez.
               -¿Primera y última? Eres muy modesto-me aparté un mechón de pelo de la cara y sacudí la cabeza-. Estoy segura de que ya has estado con otras chicas sin tomar precauciones.
               -No. Eres la primera.
               Alcé las cejas. Eso me parecía bastante increíble de cualquier chico, ya no digamos de uno que tuviera el historial tan largo como el de Alec. Yo no me había encontrado en la situación, pero sí que había escuchado (principalmente en encuentros sobre feminismo, pero no sólo allí) testimonios de chicas a las que les había costado Dios y ayuda que algún compañero sexual se pusiera condón. La imaginación de los tíos no tenía límites: que si no disfrutaban, que si les hacían daño, que si les apretaban, que si luego les olía raro… en fin, un montón de gilipolleces que hacían que yo me alegrara muchísimo de ser bisexual.
               Imagínate que el único género que te atrae de la raza humana es el masculino. Yo acabaría tan harta de gilipolleces que me metería a monja.
               O cumpliría 25 años con 50 consoladores distintos en casa, todavía no lo tenía muy claro.
               Alec tuvo que leer algo en mi expresión, porque terminó reafirmándose:
               -Nunca me había pasado esto de tener un calentón sin condones a mano, y ponerme a ello.
               -Espera, ¿nunca lo has hecho sin preservativo?
               -¡Claro que sí!
               -O sea, que no siempre usas protección-chasqueé la lengua y noté cómo mis alarmas comenzaban a dispararse. Mierda, mierda, mierda. ¿Y si él no estaba limpio? ¿Y si me había pasado algo?
               -Siempre uso protección, Sabrae-corrigió en tono fastidiado-, es sólo que el condón no es la única que hay. Te puedo asegurar que las chicas con las que me acuesto sin utilizarlo son chicas con las que tengo confianza y que sé que no se van a quedar embarazadas de mí.
               -Como Pauline-solté sin poder reprimirme, porque mamá se había esforzado en criarme feminista, pero lo había hecho en una sociedad que había emponzoñado mi subconsciente hasta hacerme decir cosas como aquella. Puse los ojos en blanco y comencé a formular mi disculpa, porque ni Alec me debía ninguna explicación ni Pauline tenía culpa de nada.
               -Y como tú.
               Noté cómo una sonrisa se cruzaba en mi cara. Boba, ilusionada, infantil. Enamorada.
               -Me sorprende lo responsable que eres con esto.
               -Soy muy joven para tener un crío-sacudió la cabeza y barrió el parque con la mirada, como si fuera verano y estuviera lleno de niños brincando, corriendo, jugando y riendo, a los que temer.
               -Sinceramente, y que no te parezca mal, pareces de los típicos que se follan a todas las que pueden y luego las acompañan a por la píldora del día después, y ya está. Claro que… ¡oye! Tienes una cruzada personal contra la píldora del día después, según he podido comprobar hace unos minutos.
               Se rió entre dientes, sin intención de entrar al trapo.
               -Soy bastante mejor persona de lo que todo el mundo piensa, y le doy bastantes más vueltas al coco, aunque está bien saber qué creen de ti los que te conocen-respondió, y yo me mordí el labio y me abracé a mí misma. A pesar de que estaba oculta bajo el abrigo, que hacía las veces de capa y tienda de campaña reducida, sabía que Alec podría decir dónde tenía situado centímetro de mi piel.
               -Esta ha sido la primera vez para mí sin… ya sabes.
               Parpadeé y me coloqué un rizo tras la oreja, expectante. Me mordisqueé el labio y él luchó contra una sonrisa que terminó por esbozar sin pretenderlo.
               -¿Y qué tal ha ido?
               -Me ha gustado-admití. Las comisuras de mi boca se curvaron en una sonrisa.
               -¡Nos ha jodido! Me he dado cuenta. “Alec, Alec-me imitó-, por favor, no pares, me está gustando muchísimo… no pares, por favor… Dios, lo haces taaaaaaaaaan bieeeeeeeeeeen, Alec”.
               Se echó a reír y yo le di un manotazo en el hombro.
               -¡Yo no digo eso!
               -¡No cierras la boca en todo lo que dura el polvo, Sabrae! ¡Tú no te das cuenta, pero yo sí! Un día tenemos que follar toda la noche, a ver si consigo dejarte afónica.
               -¿Pretendes que me disculpe? Porque no pienso hacerlo.
               -Claro que no-contestó, y antes de que intuyera lo que iba a hacer, me cogió por la cintura y me sentó sobre él. Disfruté del contacto de mi piel desnuda contra sus vaqueros, cálidos por el calor que desprendía su cuerpo-. Me pone muchísimo que seas incapaz de cerrar la boca. Me gustan las escandalosas.
               -Parece que estamos hechos el uno para el otro-paseé dos dedos como si fuera una personita por su pecho; índice, corazón, índice, corazón; derecha, izquierda, derecha, izquierda-. A ti te gustan las que no se callan y a mí me gustan los que no se cortan un pelo manoseando.
               -¿Tienes queja?-ronroneó, dándome una palmada juguetona en el culo, y yo ahogué una exclamación y sacudí la cabeza. Me acerqué a él y deposité un beso en sus labios, húmedo y seductor.
               -Ah, ah. Dios me ha dado un cuerpo para que lo disfrute, y lo disfruto muchísimo cuando otra persona lo toca.
               -Debes disfrutar mucho conmigo, entonces.
               -Ya lo creo. Sabes lo que te haces. No tienes miedo de pasarte de la raya.
               -Es que hay confianza. ¿O no la hay, Sabrae?-me dio un piquito y yo fingí pensar. Tamborileé con los dedos en la barbilla mientras los otros los mantenía en su nuca, juguetona.
               -Mm, no lo sé. Dicen que la confianza da asco. ¿Tú qué opinas?
               -Que la confianza es lo más valioso que pueden tener dos personas.
               -¿Cómo es eso?-me asenté sobre su regazo, apoyada sobre sus muslos, y le pasé ambas manos por el cuello. Él se encogió de hombros, acariciándome la cintura-. ¿Prefieres que te diga que confío en ti a que te deseo, por ejemplo?
               -El deseo es fugaz-reflexionó-. Viene y va. En cambio, la confianza… es muy difícil conseguirla y tremendamente fácil perderla. Tardas mucho en ir reuniéndola, y creo que es mucho más profunda por esa misma razón.  Es como una carrera de fondo. Es fácil descolgarse y difícil mantenerla. Creo que se parece más a la vida que el deseo. El deseo es como un parque de atracciones, la confianza es la subida a una montaña.
               -No estoy de acuerdo. En la vida hay altibajos, no es todo subir. Pasas momentos buenos y momentos malos, y eso es precisamente lo que la hace rica.
               -Lo que la hace rica es tener gente con quien compartirla-respondió mirándome a los ojos, y le sonreí. Hundí los dedos en su pelo y me mordí el labio.
               -Me gusta que te interese más la confianza que el deseo porque eso me da un dato muy importante de ti.
               -¿En serio? ¿Y cuál es?
               -Te interesan las personas más que sus cuerpos.
               Soltó una carcajada cínica.
               -¿Tú crees? ¿Y qué te hace llegar a esa conclusión? ¿Mi largo historial delictivo con las mujeres?
               -Estamos hablando a niveles diferentes. Te vas con las chicas por deseo, que, como tú has dicho, es efímero. A tus amigas, y me cuento entre ellas, nos eliges por confianza. La relación es más estable. Y si me dices que prefieres la confianza al deseo, es que prefieres a tus amigas por encima de tus ligues. A la mente por encima del cuerpo.
               -La mente es parte del cuerpo-reflexionó.
               -Tú eres una mente que tiene un cuerpo, y no al revés. Si te descargaran el cerebro en un ordenador, seguirías siendo tú, sólo que… más manejable-sonreí.
               -¿Quieres que sea manejable?-se burló, y entonces mi sonrisa evolucionó a risa.
               -Quiero que seas como tú eres, Al.
               -Pues eso es muy fácil cuando estoy contigo.
               Me pellizcó la barbilla y yo tiré de los bordes del abrigo para impedir que se deslizara por mi espalda y nos dejara aún más a la intemperie.
               -¿Por qué te has empeñado en hacer la marcha atrás?
               -¿Por qué soy del Manchester City?-soltó-. Soy masoquista por naturaleza.
               Después de terminar de reírme volví a la carga.
               -¿La habías hecho más veces?
               -No.
               -¿Y qué tal la experiencia?
               -Horrible. No la vamos a repetir. La próxima vez que quieras tenerme dentro, te traes los condones en el bolso. Te voy avisando por adelantado, porque o te lo digo ahora o me vuelves a liar y terminamos haciéndolo así otra vez y a mí se me va la cabeza. Y era lo único que le faltaba a mi madre: tener una excusa para echarme de casa.
               -Si tan mal ha estado, ¿por qué lo has hecho?
               -No quería buscarte tus problemas con tus padres-mintió, y por lo menos tuvo la decencia de apartar la mirada y juguetear con las gotitas de lluvia que había en el banco. Dibujó una carita sonriente con ellas y luego la borró con el dorso de la mano.
               -Alec, mis padres no se van a enfadar conmigo por esto. Estoy segura de que ellos estuvieron en la misma situación. ¿Tengo que recordarte cómo hicieron a mi hermano?
               -Lo de Scott es distinto. Se les rompió el condón.
               -Y la solución sería la misma: yo tomaría la píldora.
               -No me digas que la solución sería la misma que en el caso de tus padres, porque si hay veces que no soporto a tu hermano siendo amigo mío, imagínate cómo sería si fuera mi hijo-se cachondeó.
               -Mi hermano es genial.
               -Tu hermano es un gallito de mucho cuidado.
               -Y eso te molesta porque tú también lo eres. Estoy segura de que os disputáis el puesto.
               -¿Disputar? Soy mayor que él. En todos los sentidos. Soy un mes y dieciocho días mayor que tu puñetero hermano. Y también soy más alto. El gallo cantante soy yo, y tu estúpido hermano debería asumir su papel de segundón.
               -Scott no podría ser un segundón ni intentándolo.
               -Ningún Malik puede ser un segundón, me temo-suspiró trágicamente y sonrió cuando consiguió arrancarme una carcajada.
               -No vas a conseguir desviar el tema, y no me he tragado lo de mis padres. Sé que tú sabes cómo son, igual que yo. Especialmente, mamá.
               -Ojalá supiera cómo es tu madre como lo sabes tú-masculló.
               -¡Alec!
               -¡Perdón! Ya sabes que no pienso la mitad de las cosas que digo.
               -Sí las piensas, ¡las piensas todas y cada una, el problema es que no filtras!
               -Qué bien me conoces, bombón-me guiñó un ojo-. ¿Ves? Confianza.
               -Alec. Píldora-chasqueé los dedos-. Vamos.
               Bufó, agotado de mí. Puede que el sexo no mereciera la pena tanto sufrimiento, después de todo.
               -No quiero que tomes la píldora por mí. Bey la tomó una vez, cuando a un gilipollas se le rompió el preservativo con ella...
               -No te celes, los accidentes pasan.
               -Me he tirado a más de cien tías, ¿quieres saber cuántas veces se me ha roto el condón estando con ellas? Cero. Esas mierdas están hechas de titanio, pero no a prueba de imbéciles. Hay que ser muy gilipollas para que se te rompa un condón.
               -Lo pillo, eres un machito celoso de los que se tiran a sus amigas. Igual que de la heterosexualidad se sale, de esto también-le di unos toquecitos en la cabeza como si fuera un cachorrito que se portaba especialmente bien-. Continúa con la trágica historia que de seguro me hará llorar.
               -El caso es que yo fui con ella a buscarla, porque le daba cosa ir sola y, si vas en pareja al centro de planificación familiar, te la dan gratis. Ventajas de la heterosexualidad-alzó una ceja y yo fingí una arcada-. Nos contaron los efectos secundarios, yo me rayé, y terminé acompañándola a casa y estando con ella después de tomarla. Le dieron migrañas, vómitos y fiebre. Creo que hasta diarrea-frunció el ceño-, pero bueno… de eso no estoy muy seguro, porque las tías sois así, no habláis de estas cosas. Me tuvo de chico de los recados todo el fin de semana, llevándole comida, recordándole cuándo tenía que tomarse las medicinas…
               -Todo un papi, vaya.
               -Sí, pero sin la parte divertida. Lo de los azotes y las posturas guays en la cama, se lo reservaba para otros.
               -Al, no tienes que fingir que no disfrutaste cuidándola. Sé que lo haces. No hay necesidad de estar todo el rato siendo un machito bravucón.
               Puso los ojos en blanco y asintió con la cabeza.
               -Es una estupidez. No sé por qué he dicho eso. No lo hice por el sexo. Bey me importa de verdad. Es mi mejor amiga. No sé qué haría sin ella. Estaría perdidísimo-se miró las manos y yo le di un beso en la frente.
               -Estoy segura de que ella te quiere tanto como tú a ella. Y de que te agradece un montón que la cuidaras.
               -Bueno, es típico de nosotros. Cuando uno está mal, el otro se queda cuidándolo. Me dejé el sueldo de un mes en bombones para ella cuando el calzonazos de su exnovio cortó con ella-meditó-. Le gustan los bombones de la caja de los campos Elíseos de Lindt, ¿sabes? No hago más que relacionarme con niños ricos.
               -Esa caja es genial. Todos están deliciosos.
               -Ya, bueno, están deliciosos cuando te comes una cada seis meses, no cada seis horas, Sabrae.
               -Vamos, Alec, no finjas que ella no te lo recompensó nunca. Fijo que ella ha hecho más sacrificios por ti que tú por ella. Bey tiene pinta de ser tranquila, y tú eres un caos.
               -Sí, la verdad que sí-sonrió, perdido en sus recuerdos. Puede resultar raro, pero no me causaba ningún tipo de sentimiento malo el verlo así pensando en su mejor amiga. Precisamente por lo mucho que confiaba en él. Sabía que no me defraudaría. Que no había por qué ponerse celosa.
               Bey era una amiga.
               Yo… también.
               Pero con Bey no tenía sexo. Conmigo, sí.
               -¿Algún mal de amores en particular?
               -No, pero hace un par de semanas-clavó sus ojos en mí-, me hizo ver que me estaba comportando como un gilipollas con una chica que me importaba muchísimo, y que tenía que ser un hombre, echarle cojones al asunto, y disculparme con ella por ser un capullo integral.
               -Bey me cae muy bien. Me pregunto qué método infalible usará para meterme en vereda.
               -Me da hostias.
               -Bey me cae de puta madre-contesté al cabo de unos segundos-. Es más, es mi persona favorita en el mundo. En cuanto la vea, le pediré un autógrafo.
               Esta vez el turno de reír fue de Alec.
               -No seas mala, bombón.
               -Pero lo que yo no entiendo es, ¿por qué no quieres que yo la tome? Quizá a ella le sentó mal por cualquier circunstancia. Lo cierto es que yo no he hablado de la píldora con mamá porque es el último método, se supone que tengo que acudir a otros, pero… si tuviera efectos secundarios tan duros, me lo diría.
               -Os da un chute hormonal impresionante. El tema me surgió con otras chicas, y todas me decían lo mismo. No quiero que te pase a ti-susurró en tono íntimo, acariciándome la mejilla con los nudillos. Descendió por mi mentón y se detuvo en la comisura de mi boca.
               -Yo no puedo ser tan importante como para no alcanzar un orgasmo.
               -Llevas toda la vida siendo esencial, Sabrae.
               Me apoyé en él.
               -No me parece justo.
               Se encogió de hombros.
               -Sacrificios que uno hace por la chica que más le importa.
               Aquella frase me dio alas. Que me dijera de forma tan sincera y directa lo importante que era para él era una dimensión completamente distinta a saberme importante. A veces lo que más te gusta de una historia no es la trama, sino las palabras con las que te la cuentan.
               Y a mí me encantaba el giro que estaban tomando los acontecimientos.
               -¿Yo soy la chica que más te importa?-coqueteé, acariciándole los hombros, acercándome a su boca pero sin llegar a tocarla con mis labios. Sonreí tan cerca de su boca que estaba segura de que él podía degustar mi sonrisa.
               Alec no contestó. Creí que me soltaría alguna frase listilla de las suyas, pero se limitó a mirarme, acariciarme la cintura con mucho cariño, tragar saliva y dejarse llevar por la tentación de mis labios. Me besó despacio, como quien es cocinero y prueba un poco del plato que está a punto de sacar de cocinas para llevárselo a un crítico gastronómico particularmente difícil. En su beso había cuidado, una delicadeza infinita, la de un orfebre terminando los preparativos de una corona para su emperatriz.
               Qué curioso. Con él podía ser todo, nuestro mundo no era blanco o negro, ni siquiera contaba sólo con las infinitas tonalidades del gris: era multicolor, tenía gamas de colores chillones que yo no había visto en mi vida. El rojo, el azul y el amarillo se mezclaban en una danza perfecta cada vez que él entraba en mi vida. Éramos otoño, invierno, primavera y verano, todo en una tarde.
               Otoño, por el granate de mi falda y el dorado de su mirada.
               Invierno, por el frío que nos empujaba a abrazarnos.
               Primavera, por el infinito océano de posibilidades que se abría ante nosotros, la explosión de vida que surgía cada vez que nos tocábamos.
               Verano, por la calidez de nuestra cercanía, tan hermosa como un cielo cuajado de estrellas en una noche despejada.
               Me asombraba nuestra capacidad para tontear con ternura, para confesarnos con timidez, para tener sexo salvaje y desenfrenado, y luego volver a ser tiernos como lo estábamos siendo ahora. Siempre había tenido que renunciar a algo cuando estaba con alguien, pero con Alec no era así. Con Alec podía ser la versión de mí misma que deseara, porque siempre había una versión de él que se acoplaría perfectamente a mí.
               Definitivamente, la vida es una montaña rusa, pensé cuando me separé de él y lo miré a los ojos. Él me pasó el pulgar por los labios, recogiendo los restos de su beso. Incliné la cabeza hacia la palma de su mano y suspiré, cerrando por un momento los ojos, concentrándome en la ligerísima presión de su pulso que notaba en las mejillas.
               -Deberíamos ir pensando en marcharnos-murmuré para mi sorpresa. Ser prudente era lo último que me apetecía, pero sabía que pronto empezaríamos a enfriarnos y no quería que Alec pillara un catarro por mi culpa.
               -Quedémonos un poco más, por favor-me pidió en un susurro-. Todavía no quiero dejarte marchar.
               Asentí con la cabeza y me acurruqué en su pecho, pasándole los brazos por detrás de la espalda y soltando un suspiro de satisfacción cuando él hizo lo mismo. Nos quedamos así un rato, dándonos calor mutuamente, con la lluvia descargando débilmente sobre nosotros, como si las nubes quisieran disfrutarnos pero sin llegar a hacerlo con tanta intensidad como para que decidiéramos irnos.
               Una de sus manos ascendió por mi espalda y se enredó en el nacimiento de mi pelo, haciendo que una descarga eléctrica descendiera por mi columna vertebral en dirección a mi sexo. Era increíble cómo una caricia suya bastaba para romper el delicado equilibrio entre mi libido y mis ganas de mimos. Había veces en que necesitaba que me acariciara como si fuera una gatita; otras, que me follara como si me odiara.
               -¿Te ha gustado?-preguntó en mi oído, y yo asentí con la cabeza. Me parecía que se refería al sexo, aunque bien podía referirse a su mano en mi nuca, que la respuesta sería idéntica.
               -Sí. ¿Y a ti?
               -Buf, ha sido un polvazo-noté que sonreía y yo me eché a reír, me separé de él y apoyé las palmas de las manos en sus pectorales-. Jamás me habían follado como acabas de hacerlo tú, Sabrae.
               La sonrisa que había esbozado era soñadora, la de un niño que se acuesta el día antes de Navidad confiando en que Santa Claus le traerá el juguete que tantos meses lleva deseando. Me incliné para besarlo; necesitaba probarlo, necesitaba que perdiera  el control. Volvía a necesitarle en mi interior, haciéndome perder la razón, completándome, haciéndome mujer.
               Pero yo sabía que no podíamos arriesgarnos, así que fui descendiendo poco a poco de su regazo hasta quedar sentada a su lado. Llevé la mano a su entrepierna y acaricié el bulto de su erección, que no estaba allí hacía apenas unos minutos, y empecé a bajarle la bragueta.
               -Saab…-sacudió la cabeza.
               -Por favor. Quiero complacerte-murmuré, besándole la mejilla y mordisqueándole el mentón. Quería probarle a él y quería probarme a mí. Una parte de mí sabía que me encontraría mi propio sabor en sus ganas de mí, igual que lo encontraba cuando me besaba después de hacerme llegar al cielo con su lengua.
               -No quiero que lo hagas porque sientes que tienes que compensarme por algo, cuando yo he disfrutado como nunca de lo que acabamos de hacer.
               -No lo hago por compensarte. Quiero que disfrutes.
               -Yo ya disfruto-me apartó un mechón de pelo de la cara y me miró como si fuera lo más bonito del mundo. Mi reflejo en sus ojos lo parecía.
               -Al…
               -No quiero que me lo hagas aquí, en un parque, como si fueras una cualquiera y nos diera el calentón. No estamos de fiesta.
               -Lo de “una cualquiera” es machista.
               -Pero sabes a lo que me quiero referir, ¿no?
               -Sigue siendo machista.
               -Vale, pues lo reformularé…-se presionó el puente de la nariz con dos dedos-. Veamos… no quiero que la primera vez que me lo hagas sea aquí. Quiero que… sea porque realmente te apetece.
               -Me apetece de verdad.
               -Te apetece porque sientes que tienes que compensarme por algo, Saab-me tomó de la mandíbula y me hizo mirarlo-. No quiero que la primera vez que me dejes estar en tu boca sea porque me debes un favor. Y no quiero que sea en un sitio en el que estés incómoda.
               -No estoy incómoda.
               -¿Cuál es tu plan?-inquirió en tono irónico, y yo puse los ojos en blanco y miré el suelo-. Te destrozarás las medias.
               -Ya las tengo destrozadas. Son para tirar.
               -Y las rodillas.
               -Debes de ser el único tío en toda Inglaterra que no llora de felicidad cuando una chica hace un gesto que indique mínimamente que está dispuesta a chuparle la polla.
               Ahora el que puso los ojos en blanco fue él.
               -Soy una especie en peligro de extinción.
               Me reí entre dientes y sacudí la cabeza.
               -Dame ese gusto, nena.
               -Entonces, ¿posponemos la mamada, o no? Me estás liando, Al.
               -La posponemos. Quiero poder pensar después que tendrás tantas ganas de mí que necesitarás probarme. Y que te gustará.
               -Ya me gustaría ahora-contesté, pero asentí con la cabeza y me quedé sentada a su lado.
               Mi mano buscó la suya y empecé a darle toquecitos en la palma, siguiendo las líneas que se la atravesaban como ríos a un país. Alec miró mi dedo mientras éste iba dando saltos por su piel.
               -¿Adónde vas este fin de semana?-preguntó tras el silencio, y a mí no me sorprendió que me hiciera la pregunta. Al fin y al cabo, Scott les había dicho a sus amigos que mis padres habían decidido marcharse el fin de semana para visitar a las dos ramas de la familia: la de mamá y la de papá. Como este año nos tocaba pasar la navidad en casa de mamá, iríamos primero a Bradford y pasaríamos allí un par de días, para ver a toda la familia, intercambiar regalos y las típicas frases sin gracia que los tíos (en este caso, mis tías) te sueltan cuando te ven una vez al año. “¿Qué tal el novio?”, “¿y los estudios?”, “¡qué grande estás, a este paso entras en un equipo de baloncesto!”.
               “¡Madre mía, Zayn/Sher, mira su nariz/sus ojos/su pelo/su boca! Cada día se parece más a ti”.
               Claro que eso jamás iban a decirlo de mí.
               -Ah. Adivinas-sonreí, apartando ese pensamiento de mi mente como quien aparta  un bicho molesto-. ¿Dónde vas a ir tú?
               -¿Qué te hace pensar que voy a ir a ningún sitio?
               -Todo el mundo se va de Londres en Navidad, a visitar a los parientes.
               -Tengo que vigilar la ciudad-se burló.
               -¿Por qué lo preguntabas?
               -Por aparecer por sorpresa, y tal-me guiñó un ojo y se pegó a mí.
               -¿Y qué pasa si quiero un poco de libertad? Descansar después de esta maravillosa sesión de…-dejé la frase en el aire, pensando un nombre con el que referirme a lo que acabara de suceder con el que sorprenderlo.
               -Sigue, nena. Estoy en ascuas. ¿Le pondrás un nombre científico, o lo llamarás por su nombre: “sexo desenfrenado”?
               -Charla existencial-decidí finalmente, sacándole la lengua, y él se echó a reír.
               -Pues mira, si quieres un descanso, mejor será que te vayas rápido a casa y te acuestes temprano. Porque no pienso renunciar a nuestros fines de semana.
               -Me temo que tendrás que hacerlo-me encogí de hombros y me arrebujé en el abrigo.
               -Vamos, bombón, si no me lo dices, no podremos follar en algún baño.
               -¿Y quién te dice que quiera que follemos este fin de semana? Puede que me sirva con lo que acabamos de hacer.
               -Sabrae-Alec alzó las cejas-. Por favor. Que casi te echas a llorar cuando te la metí.
               Me crucé de brazos e hice un mohín.
               -Es que soy una persona muy sentida.
               Alec se echó a reír y me besó la sien.
               -Primero voy a Bradford, y luego a Burham on Sea.
               -¿Dónde está eso?
               -Cerca de Gales.
               -Ya sé que es cerca de Gales, Sabrae-puso los ojos en blanco-. Tengo oídos y sé perfectamente a qué suena el acento de tu madre. Me refiero… ¿sabes las coordenadas de la casa?
               -¿Vas a presentarte allí por sorpresa?
               -Depende, ¿hay autopista?-bromeó.
               -No, Alec, hay un camino de cabras. ¡Pues claro que hay autopista!
               -Bueno, pues con el extra de estos días de entrega, llenaré el depósito y me tendrás allí. Ponme plato, ¿vale?
               -¡Eres increíble!-le di un empujón y él se rió-. ¿Y tú? ¿No vas a ningún sitio?
               -Creo que Dylan va a ir a por mi abuela y cenaremos todos juntos en Nochebuena. Y luego, en Navidad, no sé si iremos a Manchester, a ver a mi otra abuela. Todo depende-se encogió de hombros.
               -¿De qué?
               -De si me pasas las coordenadas de tu casa o no.
               Volví a echarme a reír y empezamos a besarnos de nuevo, pero esta vez con más ansia. Era como si nos estuviéramos despidiendo. Alec me pellizcó la cintura y sonrió cuando yo dejé escapar un suspiro tremendista.
               -Recuperarte ha sido el mejor regalo de Navidad que me han hecho nunca-murmuré cerca de su boca, y él frotó su nariz con la mía.
               -Pues espera un año, cuando haya tenido tiempo para pensar qué regalarte.
               Sonreí y le acaricié el cuello. Volví a juntar mi boca con la suya y nuestras lenguas danzaron con tranquilidad mientras un relámpago rasgaba el cielo, iluminándolo por un instante, y un trueno se acercaba a nosotros como un tsunami a una isla en el Pacífico.
               Me volví hacia la silueta difuminada por la lluvia de Londres. La cortina de agua que se acercaba hacia nosotros lenta pero irrefrenable amenazaba con engullirnos como lo había hecho un poco antes esa misma tarde. Y yo no podía ir a casa empapada; mamá me echaría la bronca del siglo. Es por eso que, a regañadientes, le dije a Alec que iba siendo hora de marcharnos.
               Él asintió con la cabeza, me dio un último piquito, me tendió el abrigo y se levantó después de hacerlo yo. Salimos del parque caminando con los pasos sincronizados a pesar de la diferencia de altura, y, cuando llegamos a la moto, nos miramos, miramos la cortina de agua que avanzaba hacia nosotros, y luego, la moto.
               Alec le quitó el pie sin subirse a ella y el freno de mano, y empezó a arrastrarla por la calle mientras yo caminaba a su lado. Apenas intercambiamos un par de palabras durante nuestro paseo a pie, pero cuando dos almas hablan tanto y durante tanto tiempo, a veces el silencio es el mejor colofón para una conversación.
               Fuimos despacio, atrasando en lo posible la llegada a mi casa. Tanto, que incluso la tormenta nos alcanzó. A pesar de que los rayos y los truenos aún estaban muy por detrás de nosotros, la lluvia nos engulló como lo haría el monstruo de las galletas con la mercancía de una chocolatería. Lo hizo de improviso, sin apenas avisar; estuvo chispeando sobre nuestras cabezas durante la mitad del trayecto, y luego, de la nada, un chaparrón se cernió sobre nosotros. Abrí rápidamente la mochila y saqué el paraguas plegable que tan poco útil me habría resultado durante la tarde, y me pegué más a Alec para taparlo. Él sonrió y continuó caminando un poco más agachado, empujando la moto, para hacerme a mí más fácil la tarea de protegerlo de la lluvia. Varias veces le di con el paraguas en la cabeza y varias veces me disculpé, a lo que él siempre contestaba con un sincero “no pasa nada”.
               Giramos la esquina de mi calle y yo suspiré. Me detuve un segundo, haciendo que Alec saliera por un momento de la zona protegida por el paraguas. Él se detuvo y me miró a través de la lluvia, que empezó a mojarle el pelo y aplastárselo contra la cara, así que rápidamente avancé para volver a taparlo.
               -¿Qué pasa?
               -Nunca había tenido tan pocas ganas de llegar a casa-musité en tono lastimero, y él sonrió.
               Llegamos a la verja que rodeaba mi casa y la abrí con desgana, pensando que no quería separarme de él. Si tardaba lo suficiente en cerrar la verja, si daba dos pasos en vez de uno para subir cada escalón, estaría un poco más de tiempo con él…
               -Te acompaño hasta la puerta-se ofreció, poniéndome la mano en los lumbares y sonriéndome con una calidez que me hizo olvidar por un momento que estábamos en invierno. Sonreí y asentí con la cabeza. Terminé de descorrer el cerrojo y empujé la puerta, que chirrió un poco. Noté que una de las cortinas que daban al salón se movían, y una sombra apareció en la ventana, oscureciéndose mientras otra se le unía.
               Alec puso la pata de la moto y volvió a accionar el freno de mano y subió las escaleras conmigo, mientras Shasha y Duna nos espiaban por entre la tela de las cortinas.
               -Se ha traído a Alec-comentó Shasha.
               -¿Voy a abrirles la puerta y le digo a él que pase?-sugirió Duna, pero Shasha la agarró del hombro de la sudadera que llevaba puesta, bajo la cual estaba la camiseta de Amazon que Alec le había regalado y que no se quitaba nunca, y negó con la cabeza.
               -Dejad a vuestra hermana tranquila-ordenó mamá desde la comodidad del sofá.
               -Bueno…-murmuré, jugueteando con las llaves entre los dedos, tremendamente consciente de que tanto Duna como Shasha nos estudiaban. Sentí que me ponía colorada, pensando en lo que me dirían mis hermanas nada más abrir la puerta. Podía darme con un canto en los dientes si no se metían conmigo por haber llegado tan tarde y estar tan empapada durante más de tres años.
               -Bueno...-respondió Alec, sonriendo con diversión ante mi lucha interna. No quería darles nada con lo que vacilarme a mis hermanas, pero tampoco quería separarme de él. Me pasaría casi una semana sin verlo, y después de esas dos semanas de silencio en las que no habíamos intercambiado ni una sola palabra, una hora sin Alec se me antojaba como un año de travesía en el desierto, sin ver llover.
               Y yo soy inglesa. Adoro ver llover.
               Entonces, sucedió algo milagroso. Una mano con un par de anillos en el dedo anular (una alianza y un anillo de pedida) apareció por el hueco de las cortinas y enganchó a Shasha del brazo, tirando de ella para hacerla desaparecer. Pronto Duna también se escabulló, arrastrada por la misma mano justiciera que bajo ninguna circunstancia permitiría que mis hermanas estropearan ese momento.
               -¿Quieres… pasar?-ofrecí, movida por una necesidad de tenerlo tumbado en mi cama que me consumía por dentro. Necesitaba saber cómo sería él en mi cama, si cabría o los pies le colgarían en el aire; necesitaba que me tomara allí, en mi habitación, en la calidez de mi cama; sentir cómo su aroma se quedaba atrapado entre las cuatro paredes de mi cuarto mezclándose para siempre con el de las velas que de vez en cuando me daba por encender.
               -¿Quieres que pase?-respondió Alec, que siempre, siempre, siempre me hacía decir en voz alta lo que yo quería. Un poco, por asegurarse de que no me malinterpretaba; la mayor parte, por diversión.
               -La verdad es que me apetece-admití-, pero no sé cómo voy a explicar que estés aquí.
               -Se me ocurren un par de cosas-contestó, flirteando, y dio un paso hacia mí y me besó en los labios. Sonreí en su boca y respondí a su beso con entusiasmo.
               -No quiero marcharme.
               -Ni yo que lo hagas-susurró tan bajito que apenas le escuché por encima del ruido de la tormenta y la lluvia.
               -Pero tengo que ver a mi familia.
               -Y yo a la mía.
               -Te voy a echar mucho de menos-confesé, acariciándole los brazos, deleitándome en lo musculados que estaban sus bíceps, y él sonrió.
               -Y yo también. Pero, oye… dime que no te vas a hacer la dura conmigo. Estaré disponible para cuando quieras hablar, o lo que surja. Tú sólo dime qué es lo que quieres, en el momento que lo quieras, y yo te lo daré. Te daré todo lo que me pidas-me prometió, y yo sonreí, me colgué de su cuello, saqué mi móvil de la mochilita y lo desbloqueé. Delante de él, entré en Telegram, toqué su icono y empecé a teclear en nuestra conversación, que llevaba varios días detenida. Sonreí cuando apareció un pequeño globito gris indicando la fecha en que se había enviado el mensaje que aparecía debajo de él, con el día de hoy resaltado en letras blancas.
Quiero que hagamos que esta tarde dura para siempre.
               Alec sonrió al ver el mensaje en su pantalla de bloqueo. Asintió con la cabeza y me dio otro beso.
               -La repetiremos una y otra vez, bombón.
               -Es el único consuelo que me queda. Que cuanto antes me vaya, menos tiempo quedará para que la repitamos.
               Asintió con la cabeza, sonriente.
               -¿Te veré esta noche? Voy a salir con los nueve de siempre.
               -No puedo-contesté, apartándome un mechón de pelo de la cara y colocándolo tras mi oreja. A Alec no se le escapó detalle de mi maniobra-. Tengo que quedarme en casa, envolviendo los regalos y descansando. Mañana me esperan muchas horas de viaje en coche.
               -Bueno, no pasa nada. Si cambias de opinión y decides salir, aunque no sea de fiesta, yo tengo muchos sofás en casa. El del salón es el más cómodo, pero hay mucho donde escoger.
               Me eché a reír y él esbozó esa sonrisa de Fuckboy® que estaba poco a poco traicionando a su nombre. Cuantas más veces la esbozaba ante mí, menos pinta tenía de canalla y mucho más de sincera, simplemente traviesa.
               -Y oye, Saab… lo que te dije el otro día acerca de salir si te apetece, o algo… sigue en pie.
               Di un toquecito en el suelo con la punta de mi bota. Me apetecía muchísimo salir con él, pero por otro lado algo me lo impedía. Era una neblina a la que yo no podía terminar de darle forma. Como no era nube, sino mucho más difusa, me era imposible relacionarla con algo corpóreo a lo que poder ponerle nombre y contra lo que poder luchar.
               -Lo pensaré-me excusé, y a ninguno de los dos se nos escapó que le estaba rechazando. No sabía por qué, pero le estaba rechazando-. Es que… verás, no sé si sería buena idea. Todavía nos estamos conociendo, y…
               -Ya, sí. Tienes razón. Nuestras libertades, y todo eso.
               -Exacto. No quiero restringirte nada.
               -Ni yo a ti.
               -Guay-me mordí el labio y me di un pequeño puñetazo en la palma de la mano-. Bueno, pues… que pases unas felices fiestas.
               -Y tú, bombón. Nos vemos-me dio un beso en la mejilla como si fuera un hermano protector y no mi amante favorito, y se encaminó hacia el porche. Bajó los escalones y se dirigió hacia la moto. Yo me giré para entrar en casa, intentando reprimir las ganas de darme de bofetadas a mí misma por haberle dicho que no quería verle cuando la realidad es que ahora, la única función que tenían mis ojos era escrutar su rostro. Acababa de poner un muro inmenso entre nosotros por el mero hecho de haberle dicho que no dos veces, y lo mejor de todo era que los ladrillos del muro no estaban hechos de mis negativas, sino de mi tozudez por no ver lo que verdaderamente me pasaba: que estaba enamorada de él.
               Pero Alec, gracias a Dios, tenía formas de hacerme cambiar de opinión y ver que estaba en un error. Incluso cuando nos peleáramos y yo dijera que no quería verle más (siempre por teléfono, como tienen que ser las buenas discusiones y las mejores mentiras), él se empeñaría en que se lo dijera a la cara. Alec se daría de hostias una y otra vez contra todos los muros que yo intentara levantar entre nosotros. Porque él sabía que yo le quería antes incluso de que yo me atreviera a admitirlo ante mí misma. Lo sentía en mi piel cuando la acariciaba, en mis ojos cuando le miraban, en mi boca cuando la besaba y en mi sexo cuando se estremecía de placer al encontrarse con el suyo.
               Sin miramientos, Alec me agarró de las trabillas para el cinturón de la falda y me obligó a girarme. Me sujetó por las caderas para que yo no me cayera y clavó sus ojos en mí.
               Estaba dos escalones por debajo de mí, con lo que nuestras miradas estaban a la misma altura. Me quedé sin aliento, contemplando su cara tan cerca de la mía, en un ángulo recto, y me perdí en sus ojos. Se acercó a mí y su mirada nadó en la mía, desnudando cada milímetro de mi alma para descubrir mis secretos más oscuros.
               -No voy a volver a hacerte daño-me prometió.
               -¿Qué quieres decir?
               -No voy a volver a acostarme con otras. No voy a volver a hacerte daño con eso.
               -Lo que me duele es que resuelvas tus idas de olla emocionales follando con otras cuando deberíamos hablarlo, Al. No me importa que estés con otras. Entiendo que es tu vida. Eres libre.
               -Quiero ser libre contigo, Saab. Además… ya no es lo mismo. El sexo vacío está bien cuando no sientes nada, pero yo siento algo cuando estamos juntos. Pienso en ti todo el rato cuando estoy con otras, Sabrae. Las miro y te me apareces tú, las beso y recuerdo a qué saben tus labios, se desnudan y yo fantaseo con cómo serás tú desnudándote para mí… incluso entro en ellas y sólo pienso en lo delicioso que es cuando entro en ti la primera vez. Ya no disfruto del sexo si no lo hago contigo. Así que…-se pasó una mano por el pelo y asintió, la mirada perdida un momento-, sí. Voy a dejar de follar con otras. Echaré un polvo de despedida con Pauline y con Chrissy, porque se lo merecen y les tengo mucho cariño, pero…
               -¿Quién es Chrissy?
               -Mi otra amiga-explicó, y yo fruncí el ceño y asentí con la cabeza-. Pues eso, para que lo sepas. Estaré con ellas una última vez, y luego, seré todo tuyo.
               -De verdad, Alec, no es necesario que renuncies a nada de esto por mí. Sé que no eres de piedra y que tienes necesidades, y yo a veces no voy a estar aquí para satisfacerlas, pero…
               -¿Es que no me estás escuchando, niña? Pienso en ti a todas horas. Me apeteces tú incluso cuando estoy con otras. No es sólo por ti, también es por ellas. No voy a ser tan cabrón como para estar con otras mientras pienso en ti. Se lo debo. Así que, ¡que le den a mis necesidades! Si me pongo cachondo, me hago una paja, y ya está. Bien sabe Dios que tengo experiencia con eso.
               Noté cómo un huracán se desataba en mi interior a medida que sus palabras iban calándome. Pensaba en mí todo el rato, pensaba en mí estando con otras. Lo que a mí me había pasado con Hugo, a él también le pasaba.
               -Escucha… Sé que no estoy en posición de pedirte nada. No me merezco estar a tu lado-continuó, y yo fruncí el ceño.
               -Eso no es verdad, tú…
               -Déjame acabar, Sabrae, porque si no te lo digo ahora, no voy a tener cojones a decírtelo jamás. Y necesito hacerlo, de verdad. Llevo estas semanas volviéndome loco, pensando que te había perdido, y… eres una tía cojonuda, me encantas, toda tú. Y sé que no me merezco pedirte nada, así que hasta que lo haga, déjame regalarte esto. Considéralo mi manera de disculparme por todo el tiempo en que me he comportado como un gilipollas contigo.
               -Estás siendo muy duro contigo mismo, yo tampoco me he portado especialmente bien las últimas dos semanas, pero eso ya es pasado.
               -No me refiero a las últimas dos semanas. No sólo, quiero decir.
               -Entonces, ¿a qué te refieres?
               -Debería haber dejado de ser un capullo contigo hace años-espetó, y yo abrí los ojos, estupefacta-. Para que así soportaras mirarme, y, bueno… haber empezado antes. Y no haber hecho ninguno de los dos cosas de las que nos arrepintamos. Yo no he sabido lo que es arrepentirme de nada en mi vida, hasta que apareciste tú. Eres preciosa, de verdad, me importas muchísimo, y yo no debería dejar que mi puto orgullosa se interpusiera entre nosotros. Me has... Dios-bufó, pasándose de nuevo una mano por el pelo y cerrando los ojos, el ceño fruncido en un gesto de frustración-. Tú no eres mía para que yo te reclame. Y ponerme celoso de un chico con el que tienes perfecta libertad para estar…
               No lo soporté más. No tenía libertad para estar con nadie, porque mi libertad la tenía él, sólo que no lo sabía. Y, aunque lo supiera, no iba a utilizarla, tan bueno como era. Así que lo atraje hacia mí y lo besé.
               -Sabrae-se quejó en tono lastimero, y yo sacudí la cabeza.
               -Para de hablar. Para de hablar ya, Alec no-sé-cuál-es-tu-segundo-nombre Whitelaw-él sonrió y trató de hablar, pero yo le ignoré-. No voy a dejar que te sigas menospreciando de esta manera. Te mereces a la chica que quieras, sea yo o la emperatriz de Rusia.
               -En Rusia ya no hay emperatrices.
               -¿Te quieres callar? Estoy intentando ponerme romántica, sin haberlo ensayado, cosa que tú no puedes decir-tragué saliva y negué con la cabeza-. El caso es que… quiero que te olvides de lo que te dije antes. Quiero verte. Nada más llegar de Bradford y Burham, quiero verte. Y si tú me has prometido algo, yo también te prometeré algo: yo tampoco te voy a hacer daño. Ya no quiero a otros, Al. Sólo me apeteces tú. Si tú te sacrificas por mí, yo lo haré por ti.
               -No lo hago para que…
               -Por Dios bendito, Alec, ¡deja de hablar! ¿Qué parte de sólo me apeteces tú es la que no entiendes? Sólo. Me. Apeteces. Tú. No haré nada que te haga daño deliberadamente. Y las cosas que te hieran, dejaré de hacerlas en cuanto tú me lo pidas. Eso también es sinceridad. Es el compromiso que nos dos nos merecemos ahora.
               Le solté de la sudadera y me llevé las manos al vientre, estirándome el jersey. Alec se me quedó mirando.
               -¿Podrías volver a cogerme así?
               -¿Por qué?
               -Me has puesto cachondísimo-espetó-. Madre mía, la paja que me voy a hacer en cuanto llegue a casa… buf-sacudió la cabeza y yo estallé en una carcajada.
               -¡Eres un puto bestia!
               -¿Tú te has visto? Madre mía, si al final no salgo hoy, que sepas que la culpa es tuya. Si me muero, espero que tengas la decencia de ir a mi madre y pedirle disculpas. ¿Tienes que entrar en casa? Se me han acabado las excusas para impedírtelo, y de verdad que si me dejas ahora me matarás, Sabrae.
               -Sobrevivirás-sonreí, besándole en los labios.
               -Que estoy muy mal, Sabrae, en serio. No puedes agarrarme así y pretender que yo me quede tan pancho. Que no soy de piedra, tía. Dios mío, necesito tumbarme un rato, ¿me prestas tu cama?-aleteó con las pestañas, o por lo menos lo intentó, y yo me eché a reír.
               -No puedo permitirte que entres en mi casa, no me hago responsable de lo que podría hacerte en mi cama.
               -Como si me quieres sacrificar al demonio, chica. Destrózame la vida.
               Volví a reírme y me colgué de su cuello.
               -Hace frío, y mañana me esperan muchas horas en coche-le di un beso en los labios y le acaricié los rizos que se le formaban en la nuca-. ¿Hablamos de noche?
               Chasqueó la lengua.
               -Voy a estar un pelín ocupado.
               -¿De verdad? ¿En qué?
               -Y luego soy yo el que no escucha, ¿no? Que me la voy a cascar, Sabrae. Que yo no me voy a poder dormir con este calentón.
               Estallé en una risotada y sacudí la cabeza.
               -Piensa en mí-ronroneé.
               -Pinsi in mi-me imitó-. Qué mal me caes, tía. Lo haces a propósito, ¿verdad? Joder. Voy a pedir que te pongan una orden de alejamiento. Eres mala. Muy mala.
               Volví a reírme y le besé una última vez.
               -Avísame cuando vuelvas de Bradford. Me gustaría verte.
               -Voy a ir a Burham.
               -También te puedes ir a tomar por culo, si quieres. Y, si no te importa, deja que te acompañe.
               Una carcajada después, asentí con la cabeza.
               -Está bien. Estate pendiente del móvil. A mí también me gustaría verte.
               -No me extraña, con esta cara que me ha dado mi madre…
               Otro piquito y una sonrisa más, y pronuncié las palabras mágicas.
               -Me apeteces-me despedí.
               -Me apeteces-contestó, y supe que aquello sería nuestra manera de decirnos que nos queríamos, incluso cuando ya no nos diera miedo hacerlo. Me besó otra vez y yo sonreí en su boca y le di un empujón.
               -Márchate. Vas a coger una pulmonía.
               -Te veo en cuatro días.
               -Voy a estar fuera más de cuatro días.
               -Pues entonces, en unos minutos. Abriré tu perfil de Instagram.  
               -Me pregunto para qué querrás verlo, pervertido.
               Alec me guiñó el ojo, se puso el casco y arrancó la moto. Se llevó una mano a la frente y yo sonreí, sacudí la mano y me metí en casa.
               Cerré la puerta y dejé mis llaves en el platillo del vestíbulo y contuve las ganas de ponerme a dar brincos…
               … porque toda mi familia me estaba mirando.
               -¿Qué pasa, hermana?-se rió Shasha, alargando las vocales como hacían en las películas americanas que trataban sobre fraternidades de la universidad.
               -¿Debería avisar a los chicos de que Alec no sale hoy porque viene a cenar, y lo que surja?-quiso saber Scott, y yo le hice un corte de manga y me dirigí a las escaleras con mi abrigo entre las manos.
               Papá garabateaba algo en un cuaderno viejo, y levantó la vista cuando llamaron al timbre.
               -Creo que es para ti, pequeña-me dijo, y yo me volví, extrañada. En ningún momento se me pasó por la cabeza que quien llamaba era Alec, que se había quedado apoyado en el marco de la puerta, con las cejas alzadas.
               -¿No se te olvida algo?-preguntó, y yo me eché a reír, me puse de puntillas y le di un nuevo beso en los labios-. Qué halagador, pero… no me refería a eso. ¿Qué mano, derecha o izquierda?
               -¿A qué te refieres?
               -Elige: ¿derecha o izquierda?
               -Derecha.
               -Fascismo, ¿eh? Muy mal-me mostró su mano izquierda, dela que colgaban unas bolsas que me resultaban familiares.
               Fue entonces cuando caí en la cuenta de que no había recogido los regalos que había comprado esa tarde de la moto de Alec. Oh, genial. ¿Te imaginas que cruzara toda Inglaterra y me diera cuenta en la frontera con Escocia de que me había dejado los regalos de Navidad en la moto de Alec?
               -Anda que, con la lata que has dado toda la tarde con los regalos, como para que me los dejaras a mí. Yo envuelvo las cosas muy mal, que conste.
               -Doy fe-espetó Scott desde dentro de la casa.
               -¡Tú te callas, fantasmón! ¡Cuando dejes de ser un tramposo al Fortnite, ya si eso me hablas!
               -Alec, pasa, no te quedes en la puerta-animó mi madre, y yo asentí con la cabeza y me hice a un lado para permitirle entrar. Oculté los regalos tras mi cuerpo y sonreí con inocencia a mis padres cuando Alec se plantó en la entrada del salón-. Gracias por traerla.
               -Ha sido un placer.
               -Qué mono.
               -Lo dice en serio, mamá-interrumpió Scott-. A Alec le encanta tener una excusa para que una chica se pegue a él.
               -Yo no necesito excusas, S, eso te lo dejo para ti.
               -Cabrón…-sonrió mi hermano, negando con la cabeza y tecleando en su móvil.
               -¿Te ha invitado a algo?
               -Que sí, mamá. Déjalo irse, que le están esperando en casa.
               -Chica, sólo preguntaba.
               -A ti también te esperábamos en casa, y bien que te has hecho de rogar-intervino papá, y noté cómo Alec se ponía rígido. Scott miró un segundo a nuestro padre y luego a su amigo, conteniendo una sonrisa. Vaya, vaya, así que Alec le empezaba a tener respeto a papá. Eso era muy interesante.
               -Es que nos quedamos en un centro comercial a esperar a que la tormenta amainara un poco. Era peligroso venir con tanta lluvia-expliqué.
               -¿Cinco horas?-papá cerró el cuaderno que tenía entre las manos y pasó sus ojos de Alec hacia mí, con tanta lentitud que parecía tener un cuchillo en la mirada con el que descuartizarlo.
               -Es que fuimos a comer yogur helado-expliqué, y Alec me miró, pero yo mantuve la  vista fija en mi padre. No podía decirles a mis padres que me había metido entre pecho y espalda un menú entero del Burger King. Se suponía que iba a cenar en casa. Tenía pensado decirles que estaba cansada y comer más bien poco.
               -Vale, ¿y las cuatro horas y cincuenta minutos restantes?
               -Sabrae estuvo enseñándome música-comentó Alec-. Me ha hecho fan de One Direction, Zayn.
               Eso pareció ablandar ligerísimamente a mi padre, que dejó sobre la mesa del salón el cuaderno y apoyó los codos en las rodillas.
               -¿Sí? ¿Y cuál es tu disco preferido?
               Me puse pálida y clavé los ojos en Alec. Habíamos escuchado canciones aleatorias, no había ningún disco que hubiera escuchado entero. Francamente ya me esperaba que dijera el primer disco, o alguna burrada peor.
               -Made in the AM-recordó él de repente, después de preguntarme mientras sonaba Long way down a qué disco pertenecía esa canción. Me llevé una mano a la cara y me froté la mejilla.
               Mamá contuvo una risita y Scott se mordisqueó el piercing para no echarse a reír. Papá parpadeó una, dos, tres veces.
               -Fuera de mi puta casa-dijo por fin, y mamá y Scott se empezaron a reír a carcajada limpia. Alec dio un paso atrás, pero papá se relajó-. ¡Que es broma, hombre!-sacudió la cabeza-. Quédate a cenar si quieres.
               -Perdón, es que… ¿qué pasa? ¿He tocado una fibra sensible?
               -Te diría que lo compraras, pero mira, te lo paso pirateado, si tanto te gusta. Todo sea por putear un poco a Louis.
               -¿Qué?
               -Es que 2015 fue un año bastante crítico en la vida de papá-le expliqué.
               -Y justo has ido a elegir el primer disco de One Direction en el que él no participa-añadió Shasha, y Alec abrió la boca, la cerró, y la volvió a abrir.
               -Ah.
               -Pero 2016 mejoró mucho-reflexionó papá.
               -¿Por qué?
               -Sacó Mind of mine-informó Shasha.
               -Preñé a Sherezade-contestó mi padre a la vez que mi hermana, y la miró-. Ah, sí. El disco también estuvo bastante bien-asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa radiante, momento que aproveché para sacar a Alec de allí.
               -Bueno, ya no puedo cagarla más con tu padre, así que…-se frotó las manos contra los pantalones y me miró-. Cuando puedas, miras las bolsas. Te he dejado una cosita.
               -¿Qué cosita?-empujé la puerta, que no había cerrado, y recogí las bolsas. Las abrí todas y no fue hasta que no abrí la última cuando encontré a lo que Alec se refería. En el interior había una pequeña rosa amarilla, de las que mi madre había conseguido cultivar y trasplantar hasta el jardín delantero para hacer las veces de seto. Estaba casi cerrada, y en su centro pequeños remolinos de pétalos tenían todavía gotitas de rocío.
               Me quedé mirando a Alec, que se rascó la nuca con timidez.
               -Yo… bueno, me apetecía dártela. Para que tuvieras algo que te recordara a hoy.
               -Es preciosa, Al. Gracias-la saqué con cuidado y me la llevé a la nariz, su perfume aún resistía los embates del invierno y del frío-. ¿Son de las de mi madre?
               -Sí, es que… las vi y pensé en ti. Te sienta genial el amarillo.
               -Le alegrará saber que todos sus esfuerzos para conseguir sacarlas adelante han servido para esto.
               -Aprecia el gesto, Sabrae.
               -Te lo digo a bien. Me encanta, de verdad-volví a olerla y me acerqué a él-. Gracias.
               -Un placer.
               -Yo también quiero que tengas algo que te recuerde a hoy-susurré, quitándome uno de los anillos que llevaba en los dedos, un sencillo anillo plateado al que había tenido que darle una capa de pintura de uñas transparente que tenía por casa después de comprarlo en un mercadillo el verano pasado, cuando fui de excursión con mis amigas a la costa. Se lo tendí y Alec lo cogió. A pesar de que yo lo llevaba en el dedo corazón, a él no le entraría en ninguno.
               -Puedes ponerlo en tu llavero.
               -O de colgante-reflexionó él, tocándose el diente de tiburón inconscientemente. Yo asentí con la cabeza.
               -Así podrás llevarlo siempre contigo, y tener algo que te recuerde a mí. Por el viaje en moto-sonreí, y él se inclinó a besarme.
               -Avísame cuando vuelvas para que pase a buscarte, ahora que tu hermano ya sabe lo que hacemos-susurró contra mi boca-. Si la recompensa por llevarte en moto va a ser siempre estar contigo y recibir algo tuyo, dejaré el instituto para convertirme en tu chófer particular.
               Solté una risa dulce y me colgué de su cuello.
               -¿Y si yo quisiera a mi chófer con estudios?
               -Pues a sacarse un doctorado, se ha dicho.
               Volví a reírme y él me besó.
               -Que tengas un buen viaje.
               -Y tú, pásalo bien esta noche-le acaricié la nuca y le dejé marchar-. Me apeteces.
               -Me apeteces, bombón.
               Se subió a la moto y se fue, dejándome sola con mi rosa amarilla y mis regalos. Entré en casa sin poder contener la sonrisa, y mamá suspiró.
               -Ay, mi niña.
               -¿Quieres ver To all the boys I’ve loved before, Shash?-le ofrecí a mi hermana pequeña, que bloqueó su móvil y me miró.
               -Sería la tercera vez esta semana que la viéramos.
               -¿Eso es un no?
               -Eso es un “me encanta que seamos hermanas”-sonrió, saltando del sofá-. Voy a hacer las palomitas, tú vete encendiendo el ordenador.
               -Vale.
               -¿Puedo gorronear palomitas?-pidió Scott.
               -No-zanjé, subiendo las escaleras de dos en dos.
               -¡A que me chivo a Alec de todas tus manías en casa!
               -Déjate de historias y vete a ducharte ya, S, que todavía llegas tarde-protestó mamá en tono fastidiado. Scott subió las escaleras lentamente, pasó a su habitación y dio un toquecito en la mía antes de entrar al baño.
               -¿Emocionada por tu primer fin de semana como hermana mayor en funciones?-preguntó, y yo dejé la rosa sobre la cama.
               -Preferiría que tú vinieras con nosotros, S.
               Él me dedicó su mejor sonrisa torcida.
               -Alec no va a ser el único que te va a echar de menos estos días, piojo.
               Desapareció por la rendija de la puerta, y enseguida apareció Shasha. Nos sentamos a ver la película con Duna mientras papá y mamá hacían la cena, y después de cenar, yo envolví los regalos en el comedor, lejos de la vista de cualquier intruso, y fui a acostarme.
               Me levanté por la mañana con un montón de mensajes de Alec, que iban perdiendo sentido y teniendo más y más faltas de ortografía a medida que había ido avanzando la noche. Incluso me dejó algunos audios y vídeos en los que no se apreciaba prácticamente nada más que luces y escándalo.
               Mi nombre era la palabra que más aparecía en los mensajes y que él más mencionaba en cada cosa que me enviaba. Estaba muy borracho y no hacía más que pensar en mí con prácticamente cada canción que comenzaba a sonar.
               Me di la vuelta en la cama, sonriendo como una boba, y decidí que no seríamos él y yo si no le hacía un poco de rabiar.
Todo esto está muy bien, pero, ¿y mi vídeo del amanecer?





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2 comentarios:

  1. MIRA DE VERDAD, NO SUPERO A SABRALEC NI EN MIL VIDAS Y LO NOVIOS QUE SON.
    Para empezar Alec me parece de lo más bonito que existe preocupándose por lo que le pueda pasar si tona la píldora y ella lo más adorable imaginandose como serían sus hijos, o sea, Sabrae mi niña no puede estar más encoñada, rebaja las revoluciones.
    Por otro lado, me va a dar un jamal porque no he podido shippear más la escena del porche o sea es que madre mía como pueden ser tan cuquis y el otro hablandole de que se la iba a cascar pensando en ella en cuanto llegara a casa, es que eso es couple goals joder, vamos no me jodas. El momento de cuando lo ha "rechazado" me ha partido en dos porque si ha he sufrido por mi niño Alec al que ya visualizo como Noah exceptuando ciertos maticescomentarios faciales, no quiero ni pensar como lo voyque a pasar cuando le pida salir oficialmente y ella le rechace ES QUE ME VOY A QUERER MORIR TÍO. Por otro lado necesito ya que follen en una cama, que se vean desnuditos y que duerman acurrucaditos porque quiero morir de una sobredosis de azúcar de una putisima vez. Odio que sean tan novios sin serlo. Me van a salir úlceras por su culpa.
    Te quiero mucho, Eri. Gracias por otro capítulos tan genial.
    Pd: Soy una persona horrible, que todavía no supera a Scott porque me ha dado una vuelta el corazón cuando he leído su nombre porque pensaba que no iba a estar en casa en el momento de "toda mi familia mirando"

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    Respuestas
    1. SON NOVÍSIMOS GRACIAS POR VENIR A MI TED TALK
      Alec es más bueno de verdad es que estoy enfadadísima deberías quererlo más que a Scott, y Sabrae tía, que llevas un mes tirándotelo, ¿te parece plan ir pensando ya en cómo serían vuestros bebés? Porque yo lo haría a los 3 días de estar con él la verdad.
      TE DAS CUENTA DE CÓMO VAN CAMBIANDO LA RELACIÓN A MEDIDA QUE AVANZA UNA TARDE ES QUE NO PUEDO DE VERDAD
      Tengo muchas ganas de escribir las calabazas porque soy una puta sádica pero es que se va a ver muy bien cuáles son los miedos de cada uno en la relación y cómo funcionan cuando las cosas no salen como ellos esperan y <3
      Bueno y respecto a lo de Noah, no sé si es por tener el icon que tengo pero este finde mientras escribía a Sabrae me la imaginaba tal cual como Bella , es que la tenía delante como si yo fuera Alec y ella estuviera sentada en mi regazo *se limpia una lagrimita*
      Nena no estás preparada para cuando estén en una cama y se vean desnudos por fin y se duerman acurrucaditos y se despierten de noche a la vez y se pongan de nuevo al lío y luego se duerman otra vez NO. LO. ESTÁS.
      Yo también te quiero mucho ♥
      PD: Scott Malik serving buenos capítulos desde siempre, amamos a un rey de la literatura.

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