…
Alec me separó de su cuerpo y rompió la deliciosa conexión que nos había unido
durante los últimos minutos.
Aprovechando que me tenía sujeta
por las caderas, con las uñas bien clavadas en mi piel para ayudarme a
acompañarlo mientras lo cabalgaba con una rabia que no habría reconocido en mí
misma jamás, me levantó de su regazo y me colocó a su lado, girándome en el
aire para hacer que quedara sentada en el banco como si no hubiera pasado nada
hasta hacía medio segundo.
En cualquier otra ocasión le
habría detestado por hacer aquello, le habría gritado y me habría puesto como
una verdadera furia con él. Pero no pude hacerlo, abandonada como estaba al
dulce clímax que me había regalado con su pasión, esa pasión que ardía en mi
pecho y en la parte más baja de mi vientre, llameando donde yo era una mujer.
Mi cuerpo se abandonó a sí mismo
y mi sexo buscó la presencia de algo que ya no estaba en su interior, la compañía
que había tenido hasta hacía un instante y que me había catapultado a las
estrellas. Giré la cara y lo miré mientras mis piernas temblaban por efecto de
orgasmo y todo mi ser se contraía y relajaba como una estrella en sus últimos
momentos de vida. Me mordí el labio para no ponerme a gritar, dejando escapar
unos jadeos ahogados que a él le volvían loco… en condiciones normales.
Alec, por su parte, se espatarró
en el banco hasta dejar su nuca apoyada en el borde de la espalda, sus piernas
extendidas, y cerró los ojos con fuerza. Apretó la mandíbula y yo experimenté
las últimas embestidas del orgasmo observando la línea que el hueso de su
mandíbula formaba al conectarse con el cuello, en ese ángulo casi recto que era
mi perdición en su perfil.
Le había visto adoptar esa
postura varias veces a lo largo de la tarde, pero jamás había emanado la
tensión que ahora manaba de ella. Parecía molesto consigo mismo, el ceño
fruncido y las ventanillas de la nariz abiertas a medida que respiraba por las
fosas nasales, tratando de tranquilizarse.
-Alec…-jadeé cuando recuperé por fin un poco
de mi discernimiento, y él abrió los ojos, pero no se atrevió a mirarme. Me
acerqué a él, que se encogió un poco, como luchando contra sí mismo-. ¿Por qué
has hecho eso?-me pegué a su costado y le pasé la mano por el vientre,
dispuesta a descender un poco más abajo-. Quiero seguir.
-Tú ya has acabado-jadeó con una
voz oscura, ronca, tremendamente sensual. Mis entrañas se encogieron y todo mi
cuerpo reclamó de nuevo su presencia en mi rincón más privado y sensible. Jamás
le había escuchado hablar así. Podría recitarme el código penal entero con esa
voz.
Supe que ese tono de voz suyo me
visitaría en mis mejores sueños y mis peores pesadillas, que él acuñaría el
término “pesadilla erótica” y no se cansaría de protagonizarlas.
-Pero quiero que acabes tú
también. Vuelve a entrar en mí-le mordisqueé la mandíbula y pasé una pierna por
encima de las suyas, dispuesta a continuar con la faena. Su miembro todavía se
asomaba por entre su ropa, grande, duro, deseoso de mí. Una fina película
brillante lo recubría, y me sorprendí al descubrir mis ganas de pasar la lengua
por la mezcla de nuestros placeres y saborearlos en mis papilas gustativas.
Alec sacudió la cabeza y se
mordió el labio, todo eso aún sin mirarme.
-Al…-jadeé en su cuello y él se
puso tenso cuando me froté contra él, ofreciéndole el mejor regalo que poseía
en ese instante: mi sensualidad, el placer que se guardaba entre mis muslos-.
No quiero que te quedes así. Déjame seguir contigo. Quiero que te corras.
-No voy a correrme dentro de
ti-trató de zanjar con esa voz sucia que despertaba instintos primarios en mi
interior. El saberme mujer y saberlo hombre era un sentimiento poderoso que me
hacía perder la razón. Pocas veces había tomado conciencia de una forma tan
clara de mi condición de parte de un juego ancestral que había llevado a la
vida donde se encontraba ahora: el juego del sexo.
Todas las veces en que había sido
plenamente consciente de mi condición de criatura programada por la naturaleza
para reproducirme, y por la evolución para disfrutar de cumplir con mi deber,
había tenido el mismo desencadenante: él.
-Pues déjame tocarte. O
chupártela-sonreí y busqué su boca, llevando una mano a su mandíbula mientras
con la otra descendía hacia su erección-. No quiero que te quedes con ganas.
-Me voy a tener que quedar con
las ganas, no es nada nuevo-espetó en un tono bastante más cortante del que
debería, pero también entendía que se pusiera así-. No quiero que me hagas nada
porque estoy bastante seguro de que me voy a poner a disparar como si fuera un
puto surtidor y no quiero ensuciarte.
-Pues seguimos follando hasta que
acabes, de verdad, me estaba gustando muchísimo, no me importa que termine; es
más, me pone un montón pensar en ti llenándome-hice
especial hincapié en esa palabra, sabedora de lo erótica que sonaba en su
contexto-, y yo…
-No vas a tomar la
píldora-sentenció Alec, con tanta claridad que me dejó sin habla por un
momento.
Fruncí el ceño y puse los brazos
en jarras, sacando la pierna de encima de su cuerpo y sentándome sobre la otra,
doblada, con una rodilla anclada en su cadera.
-¿Es porque me la tienen que dar
con el permiso de mi madre? Porque no va a hacernos nada por haber hecho esto.
Ella sabe que yo no soy virgen, y sabe de ti, y hasta ahora, aprobaba nuestra
relación…
-A la mierda tu madre. Y lo que
crea que sabe de nosotros. Y a la mierda la píldora. No quiero que te joda
todas las hormonas. Vas a marcharte, y yo he visto lo que os hace, y estás loca
si de verdad te crees que voy a dejar que lo pases fatal porque yo no he sabido
controlarme sin estar contigo para hacértelo todo un poco más ameno.
-Es una píldora, Alec, no un
aborto. Es inofensiva.
Soltó una risa entre dientes.
-¿Quién lo dice?
-Todos los médicos. ¿Quién apoya
tu teoría de que la píldora es tan mala, malísima?
-Mi experiencia-soltó, mirándome
a los ojos por fin después de mucho tiempo. En ellos había una determinación
fiera, pero yo no iba a amedrentarme.
Además, ¿qué cojones? Sentía los
rastros de mi placer entre mis muslos, empapando mis bragas. Llevaba demasiado
tiempo sin follar en condiciones, sin follármelo a él, como para ir a rendirme
tan fácilmente.
-Si soy mayorcita para follar
contigo, también lo soy para asumir las consecuencias. Lo que me haga la
píldora o me deje de hacer es mi problema, no el tuyo-me incorporé de nuevo
para volver a sentarme sobre él, pero me agarró de la muñeca y me impidió
acercarme a aquel delicioso apéndice que se erguía en sus pantalones como un
rascacielos en el skyline de una
ciudad.
-Tus problemas son los míos,
Sabrae.
Le atravesé con la mirada y traté de acercarme
a él, pero Alec era mucho más fuerte, más alto, y más todo, y no tenía ninguna
posibilidad contra él.
-Te he dicho que no.
Me mordí el labio y asentí con la
cabeza, sentándome a su lado en el banco. A pesar de que estaba enfurruñada, no
quería alejarme de él, con lo que me apoyé en su costado y dejé descansar la
cabeza sobre su hombro. Tentadora, llevé una mano de nuevo por el recorrido de
su vientre, pero él la agarró y me la apartó sin contemplaciones.
Observé su erección, sus ganas de
mí. Me pregunté una y mil veces por qué no me dejaba satisfacerlo como ambos
deseábamos que lo hiciera. Me apetecía chupársela; me había apetecido varias
veces a lo largo de nuestros encuentros, pero casi siempre las ganas de
sentirlo dentro de mí habían sido superiores a esas ganas de probarlo y
deleitarme en cómo gemía con lo que le haría con la boca. Y, ahora que la
penetración estaba más que descartada, el impulso de ponerme de rodillas frente
a él y meterme su hombría en la boca mientras lo miraba a los ojos y disfrutaba
de cómo se deformaba su rostro en una mueca de gozo, como casi había pasado en
el billar, crecía en mi interior a marchas forzadas.
Y él lo sabía. Me leía como un
libro abierto que estuviera escrito en un idioma inventado por él mismo. Sin
miramientos pero con delicadeza, sin vacilar pero con cuidado de no herir mi
orgullo, me separó de él para poder calmarse. Me regodeé en el hecho de que su
miembro no menguara mientras una parte de mí estuviera en contacto con una
parte de él.
Crucé las piernas de forma
sugerente, separando las rodillas con exageración para que viera lo que se
perdía, y me crucé de brazos. Sabía que estaba siendo injusta con él, que
estaba haciéndolo por mi bien, aunque me parecía una estupidez esa negativa
tajante a que yo tomara anticonceptivos. Para empezar, si tanto le molestaba
que yo estuviera decidida a tomar la píldora, ¿por qué había accedido a hacerlo,
ya en un principio?
Porque estaba tan cachondo como
tú y ya no podía más, Sabrae.
Puse los ojos en blanco y lo
observé, ceñuda, mientras él intentaba tranquilizarse. Varias veces se pasó una
mano por el pelo y se mordisqueó el pulgar.
-¿Por qué no te masturbas?-quise
saber. El hecho de que él no fuera a terminar esa tarde, de que yo fuera la
única que conseguía llegar al orgasmo me hacía sentir mal. Me hacía pensar que
empezaba a aprovecharme de él. El marcador Orgasmos
de Sabrae y Orgasmos de Alec estaba
demasiado aventajado en mi lado y muy poco en el de él. ¿Cuántas veces se había
corrido conmigo?
¿Cuántas veces había podido
disfrutar de sus gruñidos mientras perdía el control?
-Sabrae…
-Sólo he hecho una sugerencia.
Mastúrbate y ya está. Así se te bajará.
-No puedo.
-¿Por qué?-me crucé de brazos.
-Porque me conozco, y si empiezo
a masturbarme, sé que te terminaré pidiendo que te sientes encima de mí. Y me
da la sensación de que no te voy a pedir que lo hagas en mi cara.
Me eché a reír, negué con la
cabeza.
-¡Eres imposible!
Se llevó el índice a los labios y
una sonrisa se asomó en su boca.
-No puedo estar así tan cerca de
ti. Y encima, no llevas medias.
-Me pregunto quién tiene la
culpa-coqueteé, guiñándole un ojo y dejando que una sonrisa torcida, marca de
la casa patentada por Scott y copiada por mí, se extendiera por mi cara.
-Sabrae-murmuró, mirándome y
poniendo ojos de corderito degollado-. Por favor.
Alcé las manos y asentí con la
cabeza. A pesar del calentón, sabía que debía respetarle igual que él me
respetaba a mí. Es más, yo tenía más motivos para comportarme como una persona
decente que él: yo había sido satisfecha sexualmente; él, en cambio, luchaba
contra un deseo sexual que le susurraba en un rincón de su mente que lo que fuera
que le preocupaba de la píldora no era tan importante como el sentirme de nuevo
rodeando su sexo y moviéndome sobre él, agitando las caderas en una cadencia
lenta y dolorosamente deliciosa.
Nuestros cuerpos unidos sin
ningún tipo de barrera entre ellos tenían el mismo peligro que un volcán; en
una erupción podía salir algo que terminara generando vida, bien en forma de
isla o bien de una manera mucho menos metafórica.
Me reprendí a mí misma por
haberme dejado llevar por las circunstancias; vale que la píldora tenía una
altísima probabilidad de funcionar, pero, ¿y si yo era ese porcentaje mínimo,
del 5, del 3, del 1 por ciento, que la tomaba y se quedaba embarazada de todos
modos? La sola idea de tener que pasar por un aborto a mi edad, con todo lo que
ello implicaba, me producía escalofríos. Era normal que Alec fuera tan tajante
en ese aspecto; lo mejor sería minimizar los riesgos, y sin semen dentro de mi
vagina, sería imposible que un bebé se sumara a nuestra relación. Precisamente
ahora, que parecíamos estar simplificándola.
Descrucé las piernas y las volví
a cruzar, cambiando la posición, para combatir el frío que se instalaba poco a
poco en mi piel. Las medias estaban enrolladas allí donde Alec había conseguido
romperlas, y apenas me protegían del frío que me aguijoneaba la piel. Pasado el
calentón, ya volvía a notar cómo el aliento me ardía como sólo puede hacerlo el
hielo cuando respiraba, y cómo las gotitas de llovizna que caían sobre la piel
que ahora estaba desnuda eran como
alfileres microscópicos hundiéndose en mi piel.
Miré a Alec, que todavía no había
ocultado su erección dentro de sus pantalones, y me pregunté si estaba
esperando para relajarse un poco y que no le doliera. Mi estómago se retorció
de nuevo por la culpa. No se merecía tener que pasar por esto una y otra vez.
Lo del billar había sido divertido porque no le había visto la cara, pero ahora
que sabía lo mucho que le costaba tranquilizarse y rebajar su pulso, me sentí
el ser más rastrero del universo por haberle hecho pasar por eso a solas, y
para colmo, a propósito.
Observé su perfil, sus ojos
cerrados y cómo sus pestañas acariciaban la parte superior de sus mejillas,
cómo su nariz hacía un triángulo perfecto que caía luego sobre la atractiva
curva de sus labios, que se relajaba en su mentón y terminaba en una barbilla
que caía en picado hacia un cuello en el que el bulto de la manzana de Adán se
movía arriba y abajo mientras tragaba saliva.
No pude evitarlo. Estaba
demasiado cerca de él, el sexo era demasiado reciente, y mi cuerpo aún sentía
las huellas que había dejado el suyo, bien en mi interior, bien en mi exterior,
en forma de caricias, besos y gemidos que atesoraría en mi memoria por siempre.
Algún día querré que acabe, pensé mientras lo observaba. El peligro
de nuestros cuerpos del que Alec trataba de protegernos algún día sería la
herramienta perfecta para alcanzar la felicidad. Algún día, dentro de un
tiempo, no pensaría en tomarme una pastilla para que Alec no me dejara
embarazada. Pensaría en dejar de tomarla para que lo consiguiéramos.
Mi cabeza empezó a navegar a la
deriva, arrastrada por las olas formadas por el vaho que salía de su nariz y
boca. ¿Qué genes sería capaz de
transmitirle a un hijo? Si él y yo fuéramos padres de la misma criatura, ¿en
qué se parecería a él y en qué a mí?
Me gustaría que tuviera su pelo
revuelto y sus ojos castaños, esa forma de sonreír y hacerte sentir importante,
querida, protegida, completa y absolutamente a salvo incluso si estuvieras en
medio de un bombardeo. Si era un chico, que tuviera su altura. Si era una
chica, su agilidad para contestar. Yo pondría el color caramelizado de la piel,
la oscuridad del peinado, y el amor. A la gente que me importaba y a mí misma.
Fuera niño o niña, hablarían como
lo hacía yo. Fuera niño o niña, escucharía como lo hacía él.
Si era niña, su voz sería la mía.
Si era niño…
-Alec…-susurré, porque necesitaba
que me dijera algo, lo que fuera, y volver a escuchar su voz una vez más.
Cuando estás en la otra punta de un continente, la memoria es lo único que
tienes, e incluso entonces no sirve. Cuanto estás en la otra punta de un mismo
banco, no tienes memoria; tienes el presente.
-No-creyó retenerme con esa
simple palabra, pero yo ya no pensaba en eso. No sólo, quiero decir. Seguía
teniéndolo cerca y sintiéndome atraída hacia él como si fuera el canto de una
sirena, pero ya no era lo único que quería. Quería su cercanía, su calor.
Quería sentir que todo lo que se me pasaba por la cabeza no era una fantasía,
sino un plan de futuro, un futuro incierto pero que querríamos construir
juntos.
Todavía era pronto para romper el
silencio, pero algo me decía que él estaba listo para acortar distancias.
Así que me arrastré por el banco
despacio, sintiendo que la falda se me ensuciaba a medida que avanzaba sobre la
superficie deslizante de madera, y toqué su rodilla con las mías. Creí que
daría un brinco, pero se limitó a tragar saliva, bufar, abrir los ojos y
entrecerrar los párpados cuando las gotas de lluvia comenzaron a caerle encima.
-Tengo frío-susurré, y no era del
todo mentira. Sin medias, sin el abrigo, sentía que el invierno poco a poco
entraba en mí, como si quisiera mezclarse con mi alma. Atraído por el fuego que
había ardido en mí y del que ahora ya sólo quedaban las brasas, el frío me
abrazaba como esperaba que lo hiciera él.
Alec asintió, volvió a tragar
saliva, y apartó su brazo para que yo pudiera pegarme más a él. Justo cuando
pensaba que no iba a hacer nada más, que con eso era suficiente para rebosar su
línea de aguante, me pasó un brazo por la cintura y me atrajo hacia sí un poco
más, suavemente. Cerró los dedos en torno a mi cadera y tiró de la manga de su
sudadera para que el frío no ocupara sus dedos. Miró la parte de banco que
quedaba a su lado y recogió mi abrigo, que estaba calado hasta casi la mitad, y
me lo echó por encima sin preocuparse en ningún momento de taparse él, que
llevaba menos ropa, que estaba desnudo en una parte de su cuerpo que debía
notar el cambio de temperatura de medio grado como el resto del cuerpo notaba
el de diez.
Cuando no hizo amago de taparse
él también para que a mí me quedara todo mi abrigo, lo supe. Fue en ese preciso
instante, en que no me miraba, en que no me robaba una pizca de protección.
Él me quería.
Sin pensármelo dos veces, tiré de
mi abrigo y lo coloqué sobre su cuerpo. No serviría para taparlo en su
totalidad, incluso si lo tuviera sólo para él, pero seguro que impediría que se
quedara helado. Me miró con curiosidad cuando mi mano pasó por encima de su
entrepierna, en el aire, yo dejé caer la parte más baja del abrigo al otro lado
de su pierna. Después, asegurándome de que él no interpretaba que mi gesto
tenía segundas intenciones, agarré el borde de su sudadera y tapé su miembro
aún duro con él. Alec sonrió, enternecido, y me dio un dulce beso en la frente
a modo de agradecimiento. Apoyé la cabeza en su hombro y dejé escapar un
suspiro, arrebujándome bajo el abrigo, acurrucada a él, a unos pocos grados
sobre cero, mientras nos lloviznaba en una de las primeras tardes de invierno
que nuestra amistad conocía. Él me dio un pellizquito en la cintura y yo
sonreí, acusando las cosquillas.
-Siento no tener nada más con lo
que taparnos.
-No pasa nada. Estoy muy a gusto.
Escuché la sonrisa cuando me
respondió.
-Yo también, bombón.
Me besó la cabeza y continuó
acurrucado a mí un rato más, haciendo que me sintiera como la única persona del
universo. Era la única fuente de calor en una noche helada, el único manantial
de agua en un infinito desierto, la única estrella en una noche de verano
indicándole al barco que surcaba el océano hacia dónde dirigirse.
Y todo lo hacía porque él me lo
permitía. Él me daba el poder. Cerré lo ojos un segundo para poder inhalar su
aroma y apreciar cada molécula que lo componía.
Es bueno.
Es protector.
Y realmente se preocupa por mí.
El Alec
que yo pensé que era no existió nunca.
Nos quedamos un ratito
acurrucados el uno junto al otro, yo temiendo acariciarle y que malinterpretara
mi cercanía por un intento de continuar con lo que habíamos dejado a medias;
él, acariciándome para impedir que se me olvidara que estábamos juntos. Como si
todas mis neuronas no estuvieran revolucionadas transmitiendo en masa su
perfección a mi cerebro, que trataba de procesar tantísima información como
buenamente podía.
Por fin, después de un rato, Alec
carraspeó y se llevó una mano a la entrepierna. Empezó a guardarse el pene,
pero yo me revolví y le puse una mano en el antebrazo.
-¿Quieres un pañuelo?
-Por favor-respondió, y yo me
giré a recoger mi mochila. Saqué un paquete de pañuelos de papel y se lo tendí,
y juntos, pero no revueltos, comenzamos la dura tarea de limpiarnos.
Mamá me había hablado de que la
higiene después del sexo era crucial, hasta el punto de que podía pillar alguna
infección si no iba al baño o no me limpiaba correctamente. Había fluidos en mi
cuerpo que estaban hechos para impedir que las bacterias entraran dentro de mis
partes y me hicieran daño, y fluidos que hacían todo lo contrario, lubricando y
facilitando el paso de todo cuerpo externo para que el coito finalmente
terminara como la madre naturaleza había previsto. Y justo después del sexo era
cuando estos dos fluidos se mezclaban y la salud era más delicada, así que
visitar el baño después de tenerlo, sola o acompañada, era una norma de oro que
me saltaba en muy pocas ocasiones.
Todas habían sido con Alec, pero
la mayoría se debían a que él se había encargado de limpiarme con cierta parte
del cuerpo que tenía bastante larga y experimentada.
Hablo de la lengua.
Aunque la otra parte tampoco
tiene nada que envidiar, pero… ya sabes, hay que limpiarse.
Hice un cuadradito minúsculo con
mi pañuelo después de aprovechar cada rinconcito para terminar de limpiarme e
hice el amago de levantarme, pero Alec me puso una mano en el muslo desnudo
para evitar que lo hiciera. A pesar de que me daba bastante pudor aprovecharme
de él y hacer que se llevara mis desperdicios, especialmente teniendo en cuenta
de dónde salían, terminé entregándole el pañuelo y acurrucándome en el banco
mientras él se iba a la papelera más cercana.
Regresó conmigo y se escabulló en
el abrigo, estirándose cuan largo era en la misma pose que había puesto cuando
salió de mi interior, con la diferencia de que ahora volvía a ser el Alec de
siempre: relajado, satisfecho y seguro de sí mismo.
Se mordisqueó el pulgar un
momento y se giró para mirarme cuando yo jugueteé con un mechón de su pelo.
-No vas a contarle a tu hermano
que lo hemos hecho a pelo, ¿verdad que no?
-A Scott no le importa-respondí,
negando con la cabeza y apoyando la barbilla en una mano. Alec me dio un
toquecito en la nariz.
-Genial, porque si se entera… me
cortará los huevos.
Solté una carcajada y sacudí la
cabeza.
-Creo que podré vivir bastante
bien si te quitan una pieza tan valiosa de tu cuerpo. Al fin y al cabo n es de
eso precisamente de lo que tanto disfruto-coqueteé, acercándome a él y
depositando un beso en sus labios. Alec sonrió y respondió inclinando la cara
hacia mí cuando yo volví a mi posición original, miró al cielo un momento,
fingiendo que pensaba, y replicó:
-Mm, creo que en la amenaza se
incluye algo que sí que te gusta. Sería una lástima que ésta fuera nuestra
primera y última vez.
-¿Primera y última? Eres muy
modesto-me aparté un mechón de pelo de la cara y sacudí la cabeza-. Estoy
segura de que ya has estado con otras chicas sin tomar precauciones.
-No. Eres la primera.
Alcé las cejas. Eso me parecía
bastante increíble de cualquier chico, ya no digamos de uno que tuviera el
historial tan largo como el de Alec. Yo no me había encontrado en la situación,
pero sí que había escuchado (principalmente en encuentros sobre feminismo, pero
no sólo allí) testimonios de chicas a las que les había costado Dios y ayuda
que algún compañero sexual se pusiera condón. La imaginación de los tíos no
tenía límites: que si no disfrutaban, que si les hacían daño, que si les
apretaban, que si luego les olía raro… en fin, un montón de gilipolleces que
hacían que yo me alegrara muchísimo de ser bisexual.
Imagínate que el único género que
te atrae de la raza humana es el masculino. Yo acabaría tan harta de
gilipolleces que me metería a monja.
O cumpliría 25 años con 50
consoladores distintos en casa, todavía no lo tenía muy claro.
Alec tuvo que leer algo en mi
expresión, porque terminó reafirmándose:
-Nunca me había pasado esto de
tener un calentón sin condones a mano, y ponerme a ello.
-Espera, ¿nunca lo has hecho sin
preservativo?
-¡Claro que sí!
-O sea, que no siempre usas
protección-chasqueé la lengua y noté cómo mis alarmas comenzaban a dispararse.
Mierda, mierda, mierda. ¿Y si él no estaba limpio? ¿Y si me había pasado algo?
-Siempre uso protección,
Sabrae-corrigió en tono fastidiado-, es sólo que el condón no es la única que
hay. Te puedo asegurar que las chicas con las que me acuesto sin utilizarlo son
chicas con las que tengo confianza y que sé que no se van a quedar embarazadas
de mí.
-Como Pauline-solté sin poder
reprimirme, porque mamá se había esforzado en criarme feminista, pero lo había
hecho en una sociedad que había emponzoñado mi subconsciente hasta hacerme
decir cosas como aquella. Puse los ojos en blanco y comencé a formular mi
disculpa, porque ni Alec me debía ninguna explicación ni Pauline tenía culpa de
nada.
-Y como tú.
Noté cómo una sonrisa se cruzaba
en mi cara. Boba, ilusionada, infantil. Enamorada.
-Me sorprende lo responsable que
eres con esto.
-Soy muy joven para tener un
crío-sacudió la cabeza y barrió el parque con la mirada, como si fuera verano y
estuviera lleno de niños brincando, corriendo, jugando y riendo, a los que
temer.
-Sinceramente, y que no te
parezca mal, pareces de los típicos que se follan a todas las que pueden y
luego las acompañan a por la píldora del día después, y ya está. Claro que…
¡oye! Tienes una cruzada personal contra la píldora del día después, según he
podido comprobar hace unos minutos.
Se rió entre dientes, sin
intención de entrar al trapo.
-Soy bastante mejor persona de lo
que todo el mundo piensa, y le doy bastantes más vueltas al coco, aunque está
bien saber qué creen de ti los que te conocen-respondió, y yo me mordí el labio
y me abracé a mí misma. A pesar de que estaba oculta bajo el abrigo, que hacía
las veces de capa y tienda de campaña reducida, sabía que Alec podría decir
dónde tenía situado centímetro de mi piel.
-Esta ha sido la primera vez para
mí sin… ya sabes.
Parpadeé y me coloqué un rizo
tras la oreja, expectante. Me mordisqueé el labio y él luchó contra una sonrisa
que terminó por esbozar sin pretenderlo.
-¿Y qué tal ha ido?
-Me ha gustado-admití. Las
comisuras de mi boca se curvaron en una sonrisa.
-¡Nos ha jodido! Me he dado
cuenta. “Alec, Alec-me imitó-, por favor, no pares, me está gustando muchísimo…
no pares, por favor… Dios, lo haces taaaaaaaaaan bieeeeeeeeeeen, Alec”.
Se echó a reír y yo le di un
manotazo en el hombro.
-¡Yo no digo eso!
-¡No cierras la boca en todo lo
que dura el polvo, Sabrae! ¡Tú no te das cuenta, pero yo sí! Un día tenemos que
follar toda la noche, a ver si consigo dejarte afónica.
-¿Pretendes que me disculpe?
Porque no pienso hacerlo.
-Claro que no-contestó, y antes de
que intuyera lo que iba a hacer, me cogió por la cintura y me sentó sobre él.
Disfruté del contacto de mi piel desnuda contra sus vaqueros, cálidos por el
calor que desprendía su cuerpo-. Me pone muchísimo que seas incapaz de cerrar
la boca. Me gustan las escandalosas.
-Parece que estamos hechos el uno
para el otro-paseé dos dedos como si fuera una personita por su pecho; índice,
corazón, índice, corazón; derecha, izquierda, derecha, izquierda-. A ti te
gustan las que no se callan y a mí me gustan los que no se cortan un pelo
manoseando.
-¿Tienes queja?-ronroneó, dándome
una palmada juguetona en el culo, y yo ahogué una exclamación y sacudí la
cabeza. Me acerqué a él y deposité un beso en sus labios, húmedo y seductor.
-Ah, ah. Dios me ha dado un
cuerpo para que lo disfrute, y lo disfruto muchísimo cuando otra persona lo
toca.
-Debes disfrutar mucho conmigo,
entonces.
-Ya lo creo. Sabes lo que te
haces. No tienes miedo de pasarte de la raya.
-Es que hay confianza. ¿O no la
hay, Sabrae?-me dio un piquito y yo fingí pensar. Tamborileé con los dedos en
la barbilla mientras los otros los mantenía en su nuca, juguetona.
-Mm, no lo sé. Dicen que la
confianza da asco. ¿Tú qué opinas?
-Que la confianza es lo más
valioso que pueden tener dos personas.
-¿Cómo es eso?-me asenté sobre su
regazo, apoyada sobre sus muslos, y le pasé ambas manos por el cuello. Él se
encogió de hombros, acariciándome la cintura-. ¿Prefieres que te diga que
confío en ti a que te deseo, por ejemplo?
-El deseo es fugaz-reflexionó-.
Viene y va. En cambio, la confianza… es muy difícil conseguirla y tremendamente
fácil perderla. Tardas mucho en ir reuniéndola, y creo que es mucho más
profunda por esa misma razón. Es como
una carrera de fondo. Es fácil descolgarse y difícil mantenerla. Creo que se
parece más a la vida que el deseo. El deseo es como un parque de atracciones,
la confianza es la subida a una montaña.
-No estoy de acuerdo. En la vida
hay altibajos, no es todo subir. Pasas momentos buenos y momentos malos, y eso
es precisamente lo que la hace rica.
-Lo que la hace rica es tener
gente con quien compartirla-respondió mirándome a los ojos, y le sonreí. Hundí
los dedos en su pelo y me mordí el labio.
-Me gusta que te interese más la
confianza que el deseo porque eso me da un dato muy importante de ti.
-¿En serio? ¿Y cuál es?
-Te interesan las personas más
que sus cuerpos.
Soltó una carcajada cínica.
-¿Tú crees? ¿Y qué te hace llegar
a esa conclusión? ¿Mi largo historial delictivo con las mujeres?
-Estamos hablando a niveles diferentes.
Te vas con las chicas por deseo, que, como tú has dicho, es efímero. A tus
amigas, y me cuento entre ellas, nos eliges por confianza. La relación es más
estable. Y si me dices que prefieres la confianza al deseo, es que prefieres a
tus amigas por encima de tus ligues. A la mente por encima del cuerpo.
-La mente es parte del
cuerpo-reflexionó.
-Tú eres una mente que tiene un
cuerpo, y no al revés. Si te descargaran el cerebro en un ordenador, seguirías
siendo tú, sólo que… más manejable-sonreí.
-¿Quieres que sea manejable?-se
burló, y entonces mi sonrisa evolucionó a risa.
-Quiero que seas como tú eres,
Al.
-Pues eso es muy fácil cuando
estoy contigo.
Me pellizcó la barbilla y yo tiré
de los bordes del abrigo para impedir que se deslizara por mi espalda y nos
dejara aún más a la intemperie.
-¿Por qué te has empeñado en
hacer la marcha atrás?
-¿Por qué soy del Manchester
City?-soltó-. Soy masoquista por naturaleza.
Después de terminar de reírme
volví a la carga.
-¿La habías hecho más veces?
-No.
-¿Y qué tal la experiencia?
-Horrible. No la vamos a repetir.
La próxima vez que quieras tenerme dentro, te traes los condones en el bolso.
Te voy avisando por adelantado, porque o te lo digo ahora o me vuelves a liar y
terminamos haciéndolo así otra vez y a mí se me va la cabeza. Y era lo único
que le faltaba a mi madre: tener una excusa para echarme de casa.
-Si tan mal ha estado, ¿por qué
lo has hecho?
-No quería buscarte tus problemas
con tus padres-mintió, y por lo menos tuvo la decencia de apartar la mirada y
juguetear con las gotitas de lluvia que había en el banco. Dibujó una carita
sonriente con ellas y luego la borró con el dorso de la mano.
-Alec, mis padres no se van a
enfadar conmigo por esto. Estoy segura de que ellos estuvieron en la misma
situación. ¿Tengo que recordarte cómo hicieron a mi hermano?
-Lo de Scott es distinto. Se les
rompió el condón.
-Y la solución sería la misma: yo
tomaría la píldora.
-No me digas que la solución
sería la misma que en el caso de tus padres, porque si hay veces que no soporto
a tu hermano siendo amigo mío, imagínate cómo sería si fuera mi hijo-se
cachondeó.
-Mi hermano es genial.
-Tu hermano es un gallito de
mucho cuidado.
-Y eso te molesta porque tú
también lo eres. Estoy segura de que os disputáis el puesto.
-¿Disputar? Soy mayor que él. En
todos los sentidos. Soy un mes y dieciocho días mayor que tu puñetero hermano.
Y también soy más alto. El gallo cantante soy yo, y tu estúpido hermano debería
asumir su papel de segundón.
-Scott no podría ser un segundón
ni intentándolo.
-Ningún Malik puede ser un
segundón, me temo-suspiró trágicamente y sonrió cuando consiguió arrancarme una
carcajada.
-No vas a conseguir desviar el
tema, y no me he tragado lo de mis padres. Sé que tú sabes cómo son, igual que
yo. Especialmente, mamá.
-Ojalá supiera cómo es tu madre
como lo sabes tú-masculló.
-¡Alec!
-¡Perdón! Ya sabes que no pienso
la mitad de las cosas que digo.
-Sí las piensas, ¡las piensas
todas y cada una, el problema es que no filtras!
-Qué bien me conoces, bombón-me
guiñó un ojo-. ¿Ves? Confianza.
-Alec. Píldora-chasqueé los
dedos-. Vamos.
Bufó, agotado de mí. Puede que el
sexo no mereciera la pena tanto sufrimiento, después de todo.
-No quiero que tomes la píldora
por mí. Bey la tomó una vez, cuando a un gilipollas se le rompió el
preservativo con ella...
-No te celes, los accidentes
pasan.
-Me he tirado a más de cien tías,
¿quieres saber cuántas veces se me ha roto el condón estando con ellas? Cero.
Esas mierdas están hechas de titanio, pero no a prueba de imbéciles. Hay que
ser muy gilipollas para que se te rompa un condón.
-Lo pillo, eres un machito celoso
de los que se tiran a sus amigas. Igual que de la heterosexualidad se sale, de
esto también-le di unos toquecitos en la cabeza como si fuera un cachorrito que
se portaba especialmente bien-. Continúa con la trágica historia que de seguro
me hará llorar.
-El caso es que yo fui con ella a
buscarla, porque le daba cosa ir sola y, si vas en pareja al centro de
planificación familiar, te la dan gratis. Ventajas de la heterosexualidad-alzó
una ceja y yo fingí una arcada-. Nos contaron los efectos secundarios, yo me
rayé, y terminé acompañándola a casa y estando con ella después de tomarla. Le
dieron migrañas, vómitos y fiebre. Creo que hasta diarrea-frunció el ceño-,
pero bueno… de eso no estoy muy seguro, porque las tías sois así, no habláis de
estas cosas. Me tuvo de chico de los recados todo el fin de semana, llevándole
comida, recordándole cuándo tenía que tomarse las medicinas…
-Todo un papi, vaya.
-Sí, pero sin la parte divertida.
Lo de los azotes y las posturas guays en la cama, se lo reservaba para otros.
-Al, no tienes que fingir que no
disfrutaste cuidándola. Sé que lo haces. No hay necesidad de estar todo el rato
siendo un machito bravucón.
Puso los ojos en blanco y asintió
con la cabeza.
-Es una estupidez. No sé por qué
he dicho eso. No lo hice por el sexo. Bey me importa de verdad. Es mi mejor
amiga. No sé qué haría sin ella. Estaría perdidísimo-se miró las manos y yo le
di un beso en la frente.
-Estoy segura de que ella te
quiere tanto como tú a ella. Y de que te agradece un montón que la cuidaras.
-Bueno, es típico de nosotros.
Cuando uno está mal, el otro se queda cuidándolo. Me dejé el sueldo de un mes
en bombones para ella cuando el calzonazos de su exnovio cortó con
ella-meditó-. Le gustan los bombones de la caja de los campos Elíseos de Lindt,
¿sabes? No hago más que relacionarme con niños ricos.
-Esa caja es genial. Todos están
deliciosos.
-Ya, bueno, están deliciosos
cuando te comes una cada seis meses, no cada seis horas, Sabrae.
-Vamos, Alec, no finjas que ella
no te lo recompensó nunca. Fijo que ella ha hecho más sacrificios por ti que tú
por ella. Bey tiene pinta de ser tranquila, y tú eres un caos.
-Sí, la verdad que sí-sonrió,
perdido en sus recuerdos. Puede resultar raro, pero no me causaba ningún tipo
de sentimiento malo el verlo así pensando en su mejor amiga. Precisamente por
lo mucho que confiaba en él. Sabía que no me defraudaría. Que no había por qué
ponerse celosa.
Bey era una amiga.
Yo… también.
Pero con Bey no tenía sexo.
Conmigo, sí.
-¿Algún mal de amores en
particular?
-No, pero hace un par de
semanas-clavó sus ojos en mí-, me hizo ver que me estaba comportando como un
gilipollas con una chica que me importaba muchísimo, y que tenía que ser un
hombre, echarle cojones al asunto, y disculparme con ella por ser un capullo
integral.
-Bey me cae muy bien. Me pregunto
qué método infalible usará para meterme en vereda.
-Me da hostias.
-Bey me cae de puta
madre-contesté al cabo de unos segundos-. Es más, es mi persona favorita en el
mundo. En cuanto la vea, le pediré un autógrafo.
Esta vez el turno de reír fue de
Alec.
-No seas mala, bombón.
-Pero lo que yo no entiendo es,
¿por qué no quieres que yo la tome? Quizá a ella le sentó mal por cualquier
circunstancia. Lo cierto es que yo no he hablado de la píldora con mamá porque
es el último método, se supone que tengo que acudir a otros, pero… si tuviera
efectos secundarios tan duros, me lo diría.
-Os da un chute hormonal
impresionante. El tema me surgió con otras chicas, y todas me decían lo mismo.
No quiero que te pase a ti-susurró en tono íntimo, acariciándome la mejilla con
los nudillos. Descendió por mi mentón y se detuvo en la comisura de mi boca.
-Yo no puedo ser tan importante
como para no alcanzar un orgasmo.
-Llevas toda la vida siendo
esencial, Sabrae.
Me apoyé en él.
-No me parece justo.
Se encogió de hombros.
-Sacrificios que uno hace por la
chica que más le importa.
Aquella frase me dio alas. Que me
dijera de forma tan sincera y directa lo importante que era para él era una
dimensión completamente distinta a saberme importante. A veces lo que más te
gusta de una historia no es la trama, sino las palabras con las que te la
cuentan.
Y a mí me encantaba el giro que
estaban tomando los acontecimientos.
-¿Yo soy la chica que más te
importa?-coqueteé, acariciándole los hombros, acercándome a su boca pero sin
llegar a tocarla con mis labios. Sonreí tan cerca de su boca que estaba segura
de que él podía degustar mi sonrisa.
Alec no contestó. Creí que me
soltaría alguna frase listilla de las suyas, pero se limitó a mirarme,
acariciarme la cintura con mucho cariño, tragar saliva y dejarse llevar por la
tentación de mis labios. Me besó despacio, como quien es cocinero y prueba un
poco del plato que está a punto de sacar de cocinas para llevárselo a un
crítico gastronómico particularmente difícil. En su beso había cuidado, una
delicadeza infinita, la de un orfebre terminando los preparativos de una corona
para su emperatriz.
Qué curioso. Con él podía ser
todo, nuestro mundo no era blanco o negro, ni siquiera contaba sólo con las
infinitas tonalidades del gris: era multicolor, tenía gamas de colores
chillones que yo no había visto en mi vida. El rojo, el azul y el amarillo se
mezclaban en una danza perfecta cada vez que él entraba en mi vida. Éramos
otoño, invierno, primavera y verano, todo en una tarde.
Otoño, por el granate de mi falda
y el dorado de su mirada.
Invierno, por el frío que nos empujaba
a abrazarnos.
Primavera, por el infinito océano
de posibilidades que se abría ante nosotros, la explosión de vida que surgía
cada vez que nos tocábamos.
Verano, por la calidez de nuestra
cercanía, tan hermosa como un cielo cuajado de estrellas en una noche
despejada.
Me asombraba nuestra capacidad
para tontear con ternura, para confesarnos con timidez, para tener sexo salvaje
y desenfrenado, y luego volver a ser tiernos como lo estábamos siendo ahora.
Siempre había tenido que renunciar a algo cuando estaba con alguien, pero con
Alec no era así. Con Alec podía ser la versión de mí misma que deseara, porque
siempre había una versión de él que se acoplaría perfectamente a mí.
Definitivamente, la vida es una montaña rusa, pensé cuando me
separé de él y lo miré a los ojos. Él me pasó el pulgar por los labios,
recogiendo los restos de su beso. Incliné la cabeza hacia la palma de su mano y
suspiré, cerrando por un momento los ojos, concentrándome en la ligerísima
presión de su pulso que notaba en las mejillas.
-Deberíamos ir pensando en
marcharnos-murmuré para mi sorpresa. Ser prudente era lo último que me
apetecía, pero sabía que pronto empezaríamos a enfriarnos y no quería que Alec
pillara un catarro por mi culpa.
-Quedémonos un poco más, por
favor-me pidió en un susurro-. Todavía no quiero dejarte marchar.
Asentí con la cabeza y me
acurruqué en su pecho, pasándole los brazos por detrás de la espalda y soltando
un suspiro de satisfacción cuando él hizo lo mismo. Nos quedamos así un rato,
dándonos calor mutuamente, con la lluvia descargando débilmente sobre nosotros,
como si las nubes quisieran disfrutarnos pero sin llegar a hacerlo con tanta
intensidad como para que decidiéramos irnos.
Una de sus manos ascendió por mi
espalda y se enredó en el nacimiento de mi pelo, haciendo que una descarga
eléctrica descendiera por mi columna vertebral en dirección a mi sexo. Era
increíble cómo una caricia suya bastaba para romper el delicado equilibrio
entre mi libido y mis ganas de mimos. Había veces en que necesitaba que me
acariciara como si fuera una gatita; otras, que me follara como si me odiara.
-¿Te ha gustado?-preguntó en mi
oído, y yo asentí con la cabeza. Me parecía que se refería al sexo, aunque bien
podía referirse a su mano en mi nuca, que la respuesta sería idéntica.
-Sí. ¿Y a ti?
-Buf, ha sido un polvazo-noté que
sonreía y yo me eché a reír, me separé de él y apoyé las palmas de las manos en
sus pectorales-. Jamás me habían follado como acabas de hacerlo tú, Sabrae.
La sonrisa que había esbozado era
soñadora, la de un niño que se acuesta el día antes de Navidad confiando en que
Santa Claus le traerá el juguete que tantos meses lleva deseando. Me incliné
para besarlo; necesitaba probarlo, necesitaba que perdiera el control. Volvía a necesitarle en mi
interior, haciéndome perder la razón, completándome, haciéndome mujer.
Pero yo sabía que no podíamos
arriesgarnos, así que fui descendiendo poco a poco de su regazo hasta quedar
sentada a su lado. Llevé la mano a su entrepierna y acaricié el bulto de su
erección, que no estaba allí hacía apenas unos minutos, y empecé a bajarle la
bragueta.
-Saab…-sacudió la cabeza.
-Por favor. Quiero
complacerte-murmuré, besándole la mejilla y mordisqueándole el mentón. Quería
probarle a él y quería probarme a mí. Una parte de mí sabía que me encontraría
mi propio sabor en sus ganas de mí, igual que lo encontraba cuando me besaba
después de hacerme llegar al cielo con su lengua.
-No quiero que lo hagas porque
sientes que tienes que compensarme por algo, cuando yo he disfrutado como nunca
de lo que acabamos de hacer.
-No lo hago por compensarte.
Quiero que disfrutes.
-Yo ya disfruto-me apartó un
mechón de pelo de la cara y me miró como si fuera lo más bonito del mundo. Mi
reflejo en sus ojos lo parecía.
-Al…
-No quiero que me lo hagas aquí,
en un parque, como si fueras una cualquiera y nos diera el calentón. No estamos
de fiesta.
-Lo de “una cualquiera” es
machista.
-Pero sabes a lo que me quiero
referir, ¿no?
-Sigue siendo machista.
-Vale, pues lo reformularé…-se
presionó el puente de la nariz con dos dedos-. Veamos… no quiero que la primera
vez que me lo hagas sea aquí. Quiero que… sea porque realmente te apetece.
-Me apetece de verdad.
-Te apetece porque sientes que
tienes que compensarme por algo, Saab-me tomó de la mandíbula y me hizo
mirarlo-. No quiero que la primera vez que me dejes estar en tu boca sea porque
me debes un favor. Y no quiero que sea en un sitio en el que estés incómoda.
-No estoy incómoda.
-¿Cuál es tu plan?-inquirió en
tono irónico, y yo puse los ojos en blanco y miré el suelo-. Te destrozarás las
medias.
-Ya las tengo destrozadas. Son
para tirar.
-Y las rodillas.
-Debes de ser el único tío en
toda Inglaterra que no llora de felicidad cuando una chica hace un gesto que
indique mínimamente que está dispuesta a chuparle la polla.
Ahora el que puso los ojos en
blanco fue él.
-Soy una especie en peligro de
extinción.
Me reí entre dientes y sacudí la
cabeza.
-Dame ese gusto, nena.
-Entonces, ¿posponemos la mamada,
o no? Me estás liando, Al.
-La posponemos. Quiero poder
pensar después que tendrás tantas ganas de mí que necesitarás probarme. Y que
te gustará.
-Ya me gustaría ahora-contesté,
pero asentí con la cabeza y me quedé sentada a su lado.
Mi mano buscó la suya y empecé a
darle toquecitos en la palma, siguiendo las líneas que se la atravesaban como
ríos a un país. Alec miró mi dedo mientras éste iba dando saltos por su piel.
-¿Adónde vas este fin de
semana?-preguntó tras el silencio, y a mí no me sorprendió que me hiciera la pregunta.
Al fin y al cabo, Scott les había dicho a sus amigos que mis padres habían
decidido marcharse el fin de semana para visitar a las dos ramas de la familia:
la de mamá y la de papá. Como este año nos tocaba pasar la navidad en casa de
mamá, iríamos primero a Bradford y pasaríamos allí un par de días, para ver a
toda la familia, intercambiar regalos y las típicas frases sin gracia que los
tíos (en este caso, mis tías) te sueltan cuando te ven una vez al año. “¿Qué
tal el novio?”, “¿y los estudios?”, “¡qué grande estás, a este paso entras en
un equipo de baloncesto!”.
“¡Madre mía, Zayn/Sher, mira su
nariz/sus ojos/su pelo/su boca! Cada día se parece más a ti”.
Claro que eso jamás iban a
decirlo de mí.
-Ah. Adivinas-sonreí, apartando
ese pensamiento de mi mente como quien aparta
un bicho molesto-. ¿Dónde vas a ir tú?
-¿Qué te hace pensar que voy a ir
a ningún sitio?
-Todo el mundo se va de Londres
en Navidad, a visitar a los parientes.
-Tengo que vigilar la ciudad-se
burló.
-¿Por qué lo preguntabas?
-Por aparecer por sorpresa, y
tal-me guiñó un ojo y se pegó a mí.
-¿Y qué pasa si quiero un poco de
libertad? Descansar después de esta maravillosa sesión de…-dejé la frase en el
aire, pensando un nombre con el que referirme a lo que acabara de suceder con
el que sorprenderlo.
-Sigue, nena. Estoy en ascuas.
¿Le pondrás un nombre científico, o lo llamarás por su nombre: “sexo
desenfrenado”?
-Charla existencial-decidí
finalmente, sacándole la lengua, y él se echó a reír.
-Pues mira, si quieres un descanso,
mejor será que te vayas rápido a casa y te acuestes temprano. Porque no pienso
renunciar a nuestros fines de semana.
-Me temo que tendrás que
hacerlo-me encogí de hombros y me arrebujé en el abrigo.
-Vamos, bombón, si no me lo
dices, no podremos follar en algún baño.
-¿Y quién te dice que quiera que
follemos este fin de semana? Puede que me sirva con lo que acabamos de hacer.
-Sabrae-Alec alzó las cejas-. Por
favor. Que casi te echas a llorar cuando te la metí.
Me crucé de brazos e hice un
mohín.
-Es que soy una persona muy
sentida.
Alec se echó a reír y me besó la
sien.
-Primero voy a Bradford, y luego
a Burham on Sea.
-¿Dónde está eso?
-Cerca de Gales.
-Ya sé que es cerca de Gales,
Sabrae-puso los ojos en blanco-. Tengo oídos y sé perfectamente a qué suena el
acento de tu madre. Me refiero… ¿sabes las coordenadas de la casa?
-¿Vas a presentarte allí por
sorpresa?
-Depende, ¿hay autopista?-bromeó.
-No, Alec, hay un camino de
cabras. ¡Pues claro que hay autopista!
-Bueno, pues con el extra de
estos días de entrega, llenaré el depósito y me tendrás allí. Ponme plato,
¿vale?
-¡Eres increíble!-le di un
empujón y él se rió-. ¿Y tú? ¿No vas a ningún sitio?
-Creo que Dylan va a ir a por mi
abuela y cenaremos todos juntos en Nochebuena. Y luego, en Navidad, no sé si
iremos a Manchester, a ver a mi otra abuela. Todo depende-se encogió de
hombros.
-¿De qué?
-De si me pasas las coordenadas
de tu casa o no.
Volví a echarme a reír y
empezamos a besarnos de nuevo, pero esta vez con más ansia. Era como si nos
estuviéramos despidiendo. Alec me pellizcó la cintura y sonrió cuando yo dejé
escapar un suspiro tremendista.
-Recuperarte ha sido el mejor
regalo de Navidad que me han hecho nunca-murmuré cerca de su boca, y él frotó
su nariz con la mía.
-Pues espera un año, cuando haya
tenido tiempo para pensar qué regalarte.
Sonreí y le acaricié el cuello.
Volví a juntar mi boca con la suya y nuestras lenguas danzaron con tranquilidad
mientras un relámpago rasgaba el cielo, iluminándolo por un instante, y un
trueno se acercaba a nosotros como un tsunami a una isla en el Pacífico.
Me volví hacia la silueta
difuminada por la lluvia de Londres. La cortina de agua que se acercaba hacia
nosotros lenta pero irrefrenable amenazaba con engullirnos como lo había hecho
un poco antes esa misma tarde. Y yo no podía ir a casa empapada; mamá me
echaría la bronca del siglo. Es por eso que, a regañadientes, le dije a Alec
que iba siendo hora de marcharnos.
Él asintió con la cabeza, me dio
un último piquito, me tendió el abrigo y se levantó después de hacerlo yo.
Salimos del parque caminando con los pasos sincronizados a pesar de la
diferencia de altura, y, cuando llegamos a la moto, nos miramos, miramos la
cortina de agua que avanzaba hacia nosotros, y luego, la moto.
Alec le quitó el pie sin subirse
a ella y el freno de mano, y empezó a arrastrarla por la calle mientras yo
caminaba a su lado. Apenas intercambiamos un par de palabras durante nuestro
paseo a pie, pero cuando dos almas hablan tanto y durante tanto tiempo, a veces
el silencio es el mejor colofón para una conversación.
Fuimos despacio, atrasando en lo
posible la llegada a mi casa. Tanto, que incluso la tormenta nos alcanzó. A
pesar de que los rayos y los truenos aún estaban muy por detrás de nosotros, la
lluvia nos engulló como lo haría el monstruo de las galletas con la mercancía
de una chocolatería. Lo hizo de improviso, sin apenas avisar; estuvo chispeando
sobre nuestras cabezas durante la mitad del trayecto, y luego, de la nada, un
chaparrón se cernió sobre nosotros. Abrí rápidamente la mochila y saqué el
paraguas plegable que tan poco útil me habría resultado durante la tarde, y me
pegué más a Alec para taparlo. Él sonrió y continuó caminando un poco más
agachado, empujando la moto, para hacerme a mí más fácil la tarea de protegerlo
de la lluvia. Varias veces le di con el paraguas en la cabeza y varias veces me
disculpé, a lo que él siempre contestaba con un sincero “no pasa nada”.
Giramos la esquina de mi calle y
yo suspiré. Me detuve un segundo, haciendo que Alec saliera por un momento de
la zona protegida por el paraguas. Él se detuvo y me miró a través de la
lluvia, que empezó a mojarle el pelo y aplastárselo contra la cara, así que
rápidamente avancé para volver a taparlo.
-¿Qué pasa?
-Nunca había tenido tan pocas
ganas de llegar a casa-musité en tono lastimero, y él sonrió.
Llegamos a la verja que rodeaba
mi casa y la abrí con desgana, pensando que no quería separarme de él. Si
tardaba lo suficiente en cerrar la verja, si daba dos pasos en vez de uno para
subir cada escalón, estaría un poco más de tiempo con él…
-Te acompaño hasta la puerta-se
ofreció, poniéndome la mano en los lumbares y sonriéndome con una calidez que
me hizo olvidar por un momento que estábamos en invierno. Sonreí y asentí con
la cabeza. Terminé de descorrer el cerrojo y empujé la puerta, que chirrió un
poco. Noté que una de las cortinas que daban al salón se movían, y una sombra
apareció en la ventana, oscureciéndose mientras otra se le unía.
Alec puso la pata de la moto y
volvió a accionar el freno de mano y subió las escaleras conmigo, mientras
Shasha y Duna nos espiaban por entre la tela de las cortinas.
-Se ha traído a Alec-comentó
Shasha.
-¿Voy a abrirles la puerta y le
digo a él que pase?-sugirió Duna, pero Shasha la agarró del hombro de la
sudadera que llevaba puesta, bajo la cual estaba la camiseta de Amazon que Alec
le había regalado y que no se quitaba nunca, y negó con la cabeza.
-Dejad a vuestra hermana
tranquila-ordenó mamá desde la comodidad del sofá.
-Bueno…-murmuré, jugueteando con
las llaves entre los dedos, tremendamente consciente de que tanto Duna como
Shasha nos estudiaban. Sentí que me ponía colorada, pensando en lo que me
dirían mis hermanas nada más abrir la puerta. Podía darme con un canto en los
dientes si no se metían conmigo por haber llegado tan tarde y estar tan
empapada durante más de tres años.
-Bueno...-respondió Alec,
sonriendo con diversión ante mi lucha interna. No quería darles nada con lo que
vacilarme a mis hermanas, pero tampoco quería separarme de él. Me pasaría casi
una semana sin verlo, y después de esas dos semanas de silencio en las que no
habíamos intercambiado ni una sola palabra, una hora sin Alec se me antojaba
como un año de travesía en el desierto, sin ver llover.
Y yo soy inglesa. Adoro ver
llover.
Entonces, sucedió algo milagroso.
Una mano con un par de anillos en el dedo anular (una alianza y un anillo de
pedida) apareció por el hueco de las cortinas y enganchó a Shasha del brazo,
tirando de ella para hacerla desaparecer. Pronto Duna también se escabulló,
arrastrada por la misma mano justiciera que bajo ninguna circunstancia
permitiría que mis hermanas estropearan ese momento.
-¿Quieres… pasar?-ofrecí, movida
por una necesidad de tenerlo tumbado en mi cama que me consumía por dentro.
Necesitaba saber cómo sería él en mi cama, si cabría o los pies le colgarían en
el aire; necesitaba que me tomara allí, en mi habitación, en la calidez de mi
cama; sentir cómo su aroma se quedaba atrapado entre las cuatro paredes de mi
cuarto mezclándose para siempre con el de las velas que de vez en cuando me
daba por encender.
-¿Quieres que pase?-respondió
Alec, que siempre, siempre, siempre me
hacía decir en voz alta lo que yo quería. Un poco, por asegurarse de que no me
malinterpretaba; la mayor parte, por diversión.
-La verdad es que me
apetece-admití-, pero no sé cómo voy a explicar que estés aquí.
-Se me ocurren un par de
cosas-contestó, flirteando, y dio un paso hacia mí y me besó en los labios.
Sonreí en su boca y respondí a su beso con entusiasmo.
-No quiero marcharme.
-Ni yo que lo hagas-susurró tan
bajito que apenas le escuché por encima del ruido de la tormenta y la lluvia.
-Pero tengo que ver a mi familia.
-Y yo a la mía.
-Te voy a echar mucho de
menos-confesé, acariciándole los brazos, deleitándome en lo musculados que
estaban sus bíceps, y él sonrió.
-Y yo también. Pero, oye… dime
que no te vas a hacer la dura conmigo. Estaré disponible para cuando quieras
hablar, o lo que surja. Tú sólo dime qué es lo que quieres, en el momento que
lo quieras, y yo te lo daré. Te daré todo lo que me pidas-me prometió, y yo
sonreí, me colgué de su cuello, saqué mi móvil de la mochilita y lo desbloqueé.
Delante de él, entré en Telegram, toqué su icono y empecé a teclear en nuestra
conversación, que llevaba varios días detenida. Sonreí cuando apareció un
pequeño globito gris indicando la fecha en que se había enviado el mensaje que
aparecía debajo de él, con el día de hoy resaltado en letras blancas.
Quiero
que hagamos que esta tarde dura para siempre.
Alec sonrió al ver el mensaje en
su pantalla de bloqueo. Asintió con la cabeza y me dio otro beso.
-La repetiremos una y otra vez,
bombón.
-Es el único consuelo que me
queda. Que cuanto antes me vaya, menos tiempo quedará para que la repitamos.
Asintió con la cabeza, sonriente.
-¿Te veré esta noche? Voy a salir
con los nueve de siempre.
-No puedo-contesté, apartándome
un mechón de pelo de la cara y colocándolo tras mi oreja. A Alec no se le
escapó detalle de mi maniobra-. Tengo que quedarme en casa, envolviendo los
regalos y descansando. Mañana me esperan muchas horas de viaje en coche.
-Bueno, no pasa nada. Si cambias
de opinión y decides salir, aunque no sea de fiesta, yo tengo muchos sofás en
casa. El del salón es el más cómodo, pero hay mucho donde escoger.
Me eché a reír y él esbozó esa
sonrisa de Fuckboy® que estaba poco a poco traicionando a su nombre. Cuantas
más veces la esbozaba ante mí, menos pinta tenía de canalla y mucho más de
sincera, simplemente traviesa.
-Y oye, Saab… lo que te dije el
otro día acerca de salir si te apetece, o algo… sigue en pie.
Di un toquecito en el suelo con
la punta de mi bota. Me apetecía muchísimo salir con él, pero por otro lado
algo me lo impedía. Era una neblina a la que yo no podía terminar de darle forma.
Como no era nube, sino mucho más difusa, me era imposible relacionarla con algo
corpóreo a lo que poder ponerle nombre y contra lo que poder luchar.
-Lo pensaré-me excusé, y a
ninguno de los dos se nos escapó que le estaba rechazando. No sabía por qué,
pero le estaba rechazando-. Es que… verás, no sé si sería buena idea. Todavía
nos estamos conociendo, y…
-Ya, sí. Tienes razón. Nuestras
libertades, y todo eso.
-Exacto. No quiero restringirte
nada.
-Ni yo a ti.
-Guay-me mordí el labio y me di
un pequeño puñetazo en la palma de la mano-. Bueno, pues… que pases unas
felices fiestas.
-Y tú, bombón. Nos vemos-me dio
un beso en la mejilla como si fuera un hermano protector y no mi amante
favorito, y se encaminó hacia el porche. Bajó los escalones y se dirigió hacia
la moto. Yo me giré para entrar en casa, intentando reprimir las ganas de darme
de bofetadas a mí misma por haberle dicho que no quería verle cuando la
realidad es que ahora, la única función que tenían mis ojos era escrutar su
rostro. Acababa de poner un muro inmenso entre nosotros por el mero hecho de
haberle dicho que no dos veces, y lo mejor de todo era que los ladrillos del
muro no estaban hechos de mis negativas, sino de mi tozudez por no ver lo que
verdaderamente me pasaba: que estaba enamorada de él.
Pero Alec, gracias a Dios, tenía
formas de hacerme cambiar de opinión y ver que estaba en un error. Incluso
cuando nos peleáramos y yo dijera que no quería verle más (siempre por
teléfono, como tienen que ser las buenas discusiones y las mejores mentiras), él
se empeñaría en que se lo dijera a la cara. Alec se daría de hostias una y otra
vez contra todos los muros que yo intentara levantar entre nosotros. Porque él
sabía que yo le quería antes incluso de que yo me atreviera a admitirlo ante mí
misma. Lo sentía en mi piel cuando la acariciaba, en mis ojos cuando le
miraban, en mi boca cuando la besaba y en mi sexo cuando se estremecía de
placer al encontrarse con el suyo.
Sin miramientos, Alec me agarró
de las trabillas para el cinturón de la falda y me obligó a girarme. Me sujetó
por las caderas para que yo no me cayera y clavó sus ojos en mí.
Estaba dos escalones por debajo
de mí, con lo que nuestras miradas estaban a la misma altura. Me quedé sin
aliento, contemplando su cara tan cerca de la mía, en un ángulo recto, y me
perdí en sus ojos. Se acercó a mí y su mirada nadó en la mía, desnudando cada
milímetro de mi alma para descubrir mis secretos más oscuros.
-No voy a volver a hacerte
daño-me prometió.
-¿Qué quieres decir?
-No voy a volver a acostarme con
otras. No voy a volver a hacerte daño con eso.
-Lo que me duele es que resuelvas
tus idas de olla emocionales follando con otras cuando deberíamos hablarlo, Al.
No me importa que estés con otras. Entiendo que es tu vida. Eres libre.
-Quiero ser libre contigo, Saab.
Además… ya no es lo mismo. El sexo vacío está bien cuando no sientes nada, pero
yo siento algo cuando estamos juntos. Pienso en ti todo el rato cuando estoy
con otras, Sabrae. Las miro y te me apareces tú, las beso y recuerdo a qué
saben tus labios, se desnudan y yo fantaseo con cómo serás tú desnudándote para
mí… incluso entro en ellas y sólo pienso en lo delicioso que es cuando entro en
ti la primera vez. Ya no disfruto del sexo si no lo hago contigo. Así que…-se
pasó una mano por el pelo y asintió, la mirada perdida un momento-, sí. Voy a
dejar de follar con otras. Echaré un polvo de despedida con Pauline y con
Chrissy, porque se lo merecen y les tengo mucho cariño, pero…
-¿Quién es Chrissy?
-Mi otra amiga-explicó, y yo fruncí
el ceño y asentí con la cabeza-. Pues eso, para que lo sepas. Estaré con ellas
una última vez, y luego, seré todo tuyo.
-De verdad, Alec, no es necesario
que renuncies a nada de esto por mí. Sé que no eres de piedra y que tienes
necesidades, y yo a veces no voy a estar aquí para satisfacerlas, pero…
-¿Es que no me estás escuchando,
niña? Pienso en ti a todas horas. Me apeteces tú incluso cuando estoy con
otras. No es sólo por ti, también es por ellas. No voy a ser tan cabrón como
para estar con otras mientras pienso en ti. Se lo debo. Así que, ¡que le den a
mis necesidades! Si me pongo cachondo, me hago una paja, y ya está. Bien sabe
Dios que tengo experiencia con eso.
Noté cómo un huracán se desataba
en mi interior a medida que sus palabras iban calándome. Pensaba en mí todo el
rato, pensaba en mí estando con otras. Lo que a mí me había pasado con Hugo, a
él también le pasaba.
-Escucha… Sé que no estoy en
posición de pedirte nada. No me merezco estar a tu lado-continuó, y yo fruncí
el ceño.
-Eso no es verdad, tú…
-Déjame acabar, Sabrae, porque si
no te lo digo ahora, no voy a tener cojones a decírtelo jamás. Y necesito
hacerlo, de verdad. Llevo estas semanas volviéndome loco, pensando que te había
perdido, y… eres una tía cojonuda, me encantas, toda tú. Y sé que no me merezco
pedirte nada, así que hasta que lo haga, déjame regalarte esto. Considéralo mi
manera de disculparme por todo el tiempo en que me he comportado como un
gilipollas contigo.
-Estás siendo muy duro contigo
mismo, yo tampoco me he portado especialmente bien las últimas dos semanas,
pero eso ya es pasado.
-No me refiero a las últimas dos
semanas. No sólo, quiero decir.
-Entonces, ¿a qué te refieres?
-Debería haber dejado de ser un
capullo contigo hace años-espetó, y yo abrí los ojos, estupefacta-. Para que
así soportaras mirarme, y, bueno… haber empezado antes. Y no haber hecho
ninguno de los dos cosas de las que nos arrepintamos. Yo no he sabido lo que es
arrepentirme de nada en mi vida, hasta que apareciste tú. Eres preciosa, de
verdad, me importas muchísimo, y yo no debería dejar que mi puto orgullosa se
interpusiera entre nosotros. Me has... Dios-bufó, pasándose de nuevo una mano
por el pelo y cerrando los ojos, el ceño fruncido en un gesto de frustración-.
Tú no eres mía para que yo te reclame. Y ponerme celoso de un chico con el que
tienes perfecta libertad para estar…
No lo soporté más. No tenía
libertad para estar con nadie, porque mi libertad la tenía él, sólo que no lo
sabía. Y, aunque lo supiera, no iba a utilizarla, tan bueno como era. Así que
lo atraje hacia mí y lo besé.
-Sabrae-se quejó en tono
lastimero, y yo sacudí la cabeza.
-Para de hablar. Para de hablar ya, Alec no-sé-cuál-es-tu-segundo-nombre
Whitelaw-él sonrió y trató de hablar, pero yo le ignoré-. No voy a dejar que te
sigas menospreciando de esta manera. Te mereces a la chica que quieras, sea yo
o la emperatriz de Rusia.
-En Rusia ya no hay emperatrices.
-¿Te quieres callar? Estoy
intentando ponerme romántica, sin haberlo ensayado, cosa que tú no puedes
decir-tragué saliva y negué con la cabeza-. El caso es que… quiero que te
olvides de lo que te dije antes. Quiero verte. Nada más llegar de Bradford y
Burham, quiero verte. Y si tú me has prometido algo, yo también te prometeré
algo: yo tampoco te voy a hacer daño. Ya no quiero a otros, Al. Sólo me
apeteces tú. Si tú te sacrificas por mí, yo lo haré por ti.
-No lo hago para que…
-Por Dios bendito, Alec, ¡deja de
hablar! ¿Qué parte de sólo me apeteces tú
es la que no entiendes? Sólo. Me. Apeteces. Tú. No haré nada que te haga daño
deliberadamente. Y las cosas que te hieran, dejaré de hacerlas en cuanto tú me
lo pidas. Eso también es sinceridad. Es el compromiso que nos dos nos merecemos
ahora.
Le solté de la sudadera y me
llevé las manos al vientre, estirándome el jersey. Alec se me quedó mirando.
-¿Podrías volver a cogerme así?
-¿Por qué?
-Me has puesto
cachondísimo-espetó-. Madre mía, la paja que me voy a hacer en cuanto llegue a
casa… buf-sacudió la cabeza y yo estallé en una carcajada.
-¡Eres un puto bestia!
-¿Tú te has visto? Madre mía, si
al final no salgo hoy, que sepas que la culpa es tuya. Si me muero, espero que
tengas la decencia de ir a mi madre y pedirle disculpas. ¿Tienes que entrar en
casa? Se me han acabado las excusas para impedírtelo, y de verdad que si me
dejas ahora me matarás, Sabrae.
-Sobrevivirás-sonreí, besándole
en los labios.
-Que estoy muy mal, Sabrae, en
serio. No puedes agarrarme así y pretender que yo me quede tan pancho. Que no
soy de piedra, tía. Dios mío, necesito tumbarme un rato, ¿me prestas tu
cama?-aleteó con las pestañas, o por lo menos lo intentó, y yo me eché a reír.
-No puedo permitirte que entres
en mi casa, no me hago responsable de lo que podría hacerte en mi cama.
-Como si me quieres sacrificar al
demonio, chica. Destrózame la vida.
Volví a reírme y me colgué de su
cuello.
-Hace frío, y mañana me esperan
muchas horas en coche-le di un beso en los labios y le acaricié los rizos que
se le formaban en la nuca-. ¿Hablamos de noche?
Chasqueó la lengua.
-Voy a estar un pelín ocupado.
-¿De verdad? ¿En qué?
-Y luego soy yo el que no
escucha, ¿no? Que me la voy a cascar, Sabrae. Que yo no me voy a poder dormir
con este calentón.
Estallé en una risotada y sacudí
la cabeza.
-Piensa en mí-ronroneé.
-Pinsi in mi-me imitó-. Qué mal me caes, tía. Lo haces a propósito,
¿verdad? Joder. Voy a pedir que te pongan una orden de alejamiento. Eres mala.
Muy mala.
Volví a reírme y le besé una
última vez.
-Avísame cuando vuelvas de
Bradford. Me gustaría verte.
-Voy a ir a Burham.
-También te puedes ir a tomar por
culo, si quieres. Y, si no te importa, deja que te acompañe.
Una carcajada después, asentí con
la cabeza.
-Está bien. Estate pendiente del
móvil. A mí también me gustaría verte.
-No me extraña, con esta cara que
me ha dado mi madre…
Otro piquito y una sonrisa más, y
pronuncié las palabras mágicas.
-Me apeteces-me despedí.
-Me apeteces-contestó, y supe que
aquello sería nuestra manera de decirnos que nos queríamos, incluso cuando ya
no nos diera miedo hacerlo. Me besó otra vez y yo sonreí en su boca y le di un
empujón.
-Márchate. Vas a coger una
pulmonía.
-Te veo en cuatro días.
-Voy a estar fuera más de cuatro
días.
-Pues entonces, en unos minutos.
Abriré tu perfil de Instagram.
-Me pregunto para qué querrás
verlo, pervertido.
Alec me guiñó el ojo, se puso el
casco y arrancó la moto. Se llevó una mano a la frente y yo sonreí, sacudí la
mano y me metí en casa.
Cerré la puerta y dejé mis llaves
en el platillo del vestíbulo y contuve las ganas de ponerme a dar brincos…
… porque toda mi familia me
estaba mirando.
-¿Qué pasa, hermana?-se rió
Shasha, alargando las vocales como hacían en las películas americanas que
trataban sobre fraternidades de la universidad.
-¿Debería avisar a los chicos de
que Alec no sale hoy porque viene a cenar, y lo que surja?-quiso saber Scott, y
yo le hice un corte de manga y me dirigí a las escaleras con mi abrigo entre
las manos.
Papá garabateaba algo en un
cuaderno viejo, y levantó la vista cuando llamaron al timbre.
-Creo que es para ti, pequeña-me
dijo, y yo me volví, extrañada. En ningún momento se me pasó por la cabeza que
quien llamaba era Alec, que se había quedado apoyado en el marco de la puerta,
con las cejas alzadas.
-¿No se te olvida algo?-preguntó,
y yo me eché a reír, me puse de puntillas y le di un nuevo beso en los labios-.
Qué halagador, pero… no me refería a eso. ¿Qué mano, derecha o izquierda?
-¿A qué te refieres?
-Elige: ¿derecha o izquierda?
-Derecha.
-Fascismo, ¿eh? Muy mal-me mostró
su mano izquierda, dela que colgaban unas bolsas que me resultaban familiares.
Fue entonces cuando caí en la cuenta
de que no había recogido los regalos que había comprado esa tarde de la moto de
Alec. Oh, genial. ¿Te imaginas que cruzara toda
Inglaterra y me diera cuenta en la frontera con Escocia de que me había
dejado los regalos de Navidad en la moto de Alec?
-Anda que, con la lata que has
dado toda la tarde con los regalos, como para que me los dejaras a mí. Yo
envuelvo las cosas muy mal, que conste.
-Doy fe-espetó Scott desde dentro
de la casa.
-¡Tú te callas, fantasmón!
¡Cuando dejes de ser un tramposo al Fortnite, ya si eso me hablas!
-Alec, pasa, no te quedes en la
puerta-animó mi madre, y yo asentí con la cabeza y me hice a un lado para
permitirle entrar. Oculté los regalos tras mi cuerpo y sonreí con inocencia a
mis padres cuando Alec se plantó en la entrada del salón-. Gracias por traerla.
-Ha sido un placer.
-Qué mono.
-Lo dice en serio,
mamá-interrumpió Scott-. A Alec le encanta tener una excusa para que una chica
se pegue a él.
-Yo no necesito excusas, S, eso
te lo dejo para ti.
-Cabrón…-sonrió mi hermano,
negando con la cabeza y tecleando en su móvil.
-¿Te ha invitado a algo?
-Que sí, mamá. Déjalo irse, que
le están esperando en casa.
-Chica, sólo preguntaba.
-A ti también te esperábamos en
casa, y bien que te has hecho de rogar-intervino papá, y noté cómo Alec se
ponía rígido. Scott miró un segundo a nuestro padre y luego a su amigo, conteniendo
una sonrisa. Vaya, vaya, así que Alec le empezaba a tener respeto a papá. Eso era
muy interesante.
-Es que nos quedamos en un centro
comercial a esperar a que la tormenta amainara un poco. Era peligroso venir con
tanta lluvia-expliqué.
-¿Cinco horas?-papá cerró el
cuaderno que tenía entre las manos y pasó sus ojos de Alec hacia mí, con tanta
lentitud que parecía tener un cuchillo en la mirada con el que descuartizarlo.
-Es que fuimos a comer yogur
helado-expliqué, y Alec me miró, pero yo mantuve la vista fija en mi padre. No podía decirles a
mis padres que me había metido entre pecho y espalda un menú entero del Burger
King. Se suponía que iba a cenar en casa. Tenía pensado decirles que estaba
cansada y comer más bien poco.
-Vale, ¿y las cuatro horas y
cincuenta minutos restantes?
-Sabrae estuvo enseñándome
música-comentó Alec-. Me ha hecho fan de One Direction, Zayn.
Eso pareció ablandar ligerísimamente
a mi padre, que dejó sobre la mesa del salón el cuaderno y apoyó los codos en
las rodillas.
-¿Sí? ¿Y cuál es tu disco
preferido?
Me puse pálida y clavé los ojos en
Alec. Habíamos escuchado canciones aleatorias, no había ningún disco que
hubiera escuchado entero. Francamente ya me esperaba que dijera el primer
disco, o alguna burrada peor.
-Made in the AM-recordó él de repente, después de preguntarme
mientras sonaba Long way down a qué
disco pertenecía esa canción. Me llevé una mano a la cara y me froté la
mejilla.
Mamá contuvo una risita y Scott se
mordisqueó el piercing para no echarse a reír. Papá parpadeó una, dos, tres
veces.
-Fuera de mi puta casa-dijo por
fin, y mamá y Scott se empezaron a reír a carcajada limpia. Alec dio un paso
atrás, pero papá se relajó-. ¡Que es broma, hombre!-sacudió la cabeza-. Quédate
a cenar si quieres.
-Perdón, es que… ¿qué pasa? ¿He
tocado una fibra sensible?
-Te diría que lo compraras, pero
mira, te lo paso pirateado, si tanto te gusta. Todo sea por putear un poco a
Louis.
-¿Qué?
-Es que 2015 fue un año bastante
crítico en la vida de papá-le expliqué.
-Y justo has ido a elegir el
primer disco de One Direction en el que él no participa-añadió Shasha, y Alec abrió
la boca, la cerró, y la volvió a abrir.
-Ah.
-Pero 2016 mejoró
mucho-reflexionó papá.
-¿Por qué?
-Sacó Mind of mine-informó Shasha.
-Preñé a Sherezade-contestó mi
padre a la vez que mi hermana, y la miró-. Ah, sí. El disco también estuvo
bastante bien-asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa radiante, momento que
aproveché para sacar a Alec de allí.
-Bueno, ya no puedo cagarla más
con tu padre, así que…-se frotó las manos contra los pantalones y me miró-. Cuando
puedas, miras las bolsas. Te he dejado una cosita.
-¿Qué cosita?-empujé la puerta,
que no había cerrado, y recogí las bolsas. Las abrí todas y no fue hasta que no
abrí la última cuando encontré a lo que Alec se refería. En el interior había
una pequeña rosa amarilla, de las que mi madre había conseguido cultivar y trasplantar
hasta el jardín delantero para hacer las veces de seto. Estaba casi cerrada, y
en su centro pequeños remolinos de pétalos tenían todavía gotitas de rocío.
Me quedé mirando a Alec, que se rascó
la nuca con timidez.
-Yo… bueno, me apetecía dártela. Para
que tuvieras algo que te recordara a hoy.
-Es preciosa, Al. Gracias-la
saqué con cuidado y me la llevé a la nariz, su perfume aún resistía los embates
del invierno y del frío-. ¿Son de las de mi madre?
-Sí, es que… las vi y pensé en
ti. Te sienta genial el amarillo.
-Le alegrará saber que todos sus
esfuerzos para conseguir sacarlas adelante han servido para esto.
-Aprecia el gesto, Sabrae.
-Te lo digo a bien. Me encanta, de
verdad-volví a olerla y me acerqué a él-. Gracias.
-Un placer.
-Yo también quiero que tengas algo
que te recuerde a hoy-susurré, quitándome uno de los anillos que llevaba en los
dedos, un sencillo anillo plateado al que había tenido que darle una capa de
pintura de uñas transparente que tenía por casa después de comprarlo en un
mercadillo el verano pasado, cuando fui de excursión con mis amigas a la costa.
Se lo tendí y Alec lo cogió. A pesar de que yo lo llevaba en el dedo corazón, a
él no le entraría en ninguno.
-Puedes ponerlo en tu llavero.
-O de colgante-reflexionó él,
tocándose el diente de tiburón inconscientemente. Yo asentí con la cabeza.
-Así podrás llevarlo siempre
contigo, y tener algo que te recuerde a mí. Por el viaje en moto-sonreí, y él
se inclinó a besarme.
-Avísame cuando vuelvas para que
pase a buscarte, ahora que tu hermano ya sabe lo que hacemos-susurró contra mi
boca-. Si la recompensa por llevarte en moto va a ser siempre estar contigo y
recibir algo tuyo, dejaré el instituto para convertirme en tu chófer
particular.
Solté una risa dulce y me colgué
de su cuello.
-¿Y si yo quisiera a mi chófer con
estudios?
-Pues a sacarse un doctorado, se
ha dicho.
Volví a reírme y él me besó.
-Que tengas un buen viaje.
-Y tú, pásalo bien esta noche-le
acaricié la nuca y le dejé marchar-. Me apeteces.
-Me apeteces, bombón.
Se subió a la moto y se fue,
dejándome sola con mi rosa amarilla y mis regalos. Entré en casa sin poder
contener la sonrisa, y mamá suspiró.
-Ay, mi niña.
-¿Quieres ver To all the boys I’ve loved before, Shash?-le
ofrecí a mi hermana pequeña, que bloqueó su móvil y me miró.
-Sería la tercera vez esta semana
que la viéramos.
-¿Eso es un no?
-Eso es un “me encanta que seamos
hermanas”-sonrió, saltando del sofá-. Voy a hacer las palomitas, tú vete
encendiendo el ordenador.
-Vale.
-¿Puedo gorronear
palomitas?-pidió Scott.
-No-zanjé, subiendo las escaleras
de dos en dos.
-¡A que me chivo a Alec de todas
tus manías en casa!
-Déjate de historias y vete a
ducharte ya, S, que todavía llegas tarde-protestó mamá en tono fastidiado. Scott
subió las escaleras lentamente, pasó a su habitación y dio un toquecito en la
mía antes de entrar al baño.
-¿Emocionada por tu primer fin de
semana como hermana mayor en funciones?-preguntó, y yo dejé la rosa sobre la
cama.
-Preferiría que tú vinieras con
nosotros, S.
Él me dedicó su mejor sonrisa
torcida.
-Alec no va a ser el único que te
va a echar de menos estos días, piojo.
Desapareció por la rendija de la puerta,
y enseguida apareció Shasha. Nos sentamos a ver la película con Duna mientras papá
y mamá hacían la cena, y después de cenar, yo envolví los regalos en el
comedor, lejos de la vista de cualquier intruso, y fui a acostarme.
Me levanté por la mañana con un
montón de mensajes de Alec, que iban perdiendo sentido y teniendo más y más
faltas de ortografía a medida que había ido avanzando la noche. Incluso me dejó
algunos audios y vídeos en los que no se apreciaba prácticamente nada más que
luces y escándalo.
Mi nombre era la palabra que más
aparecía en los mensajes y que él más mencionaba en cada cosa que me enviaba. Estaba
muy borracho y no hacía más que pensar en mí con prácticamente cada canción que
comenzaba a sonar.
Me di la vuelta en la cama,
sonriendo como una boba, y decidí que no seríamos él y yo si no le hacía un
poco de rabiar.
Todo
esto está muy bien, pero, ¿y mi vídeo del amanecer?
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆
Además, ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. ¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
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MIRA DE VERDAD, NO SUPERO A SABRALEC NI EN MIL VIDAS Y LO NOVIOS QUE SON.
ResponderEliminarPara empezar Alec me parece de lo más bonito que existe preocupándose por lo que le pueda pasar si tona la píldora y ella lo más adorable imaginandose como serían sus hijos, o sea, Sabrae mi niña no puede estar más encoñada, rebaja las revoluciones.
Por otro lado, me va a dar un jamal porque no he podido shippear más la escena del porche o sea es que madre mía como pueden ser tan cuquis y el otro hablandole de que se la iba a cascar pensando en ella en cuanto llegara a casa, es que eso es couple goals joder, vamos no me jodas. El momento de cuando lo ha "rechazado" me ha partido en dos porque si ha he sufrido por mi niño Alec al que ya visualizo como Noah exceptuando ciertos maticescomentarios faciales, no quiero ni pensar como lo voyque a pasar cuando le pida salir oficialmente y ella le rechace ES QUE ME VOY A QUERER MORIR TÍO. Por otro lado necesito ya que follen en una cama, que se vean desnuditos y que duerman acurrucaditos porque quiero morir de una sobredosis de azúcar de una putisima vez. Odio que sean tan novios sin serlo. Me van a salir úlceras por su culpa.
Te quiero mucho, Eri. Gracias por otro capítulos tan genial.
Pd: Soy una persona horrible, que todavía no supera a Scott porque me ha dado una vuelta el corazón cuando he leído su nombre porque pensaba que no iba a estar en casa en el momento de "toda mi familia mirando"
SON NOVÍSIMOS GRACIAS POR VENIR A MI TED TALK
EliminarAlec es más bueno de verdad es que estoy enfadadísima deberías quererlo más que a Scott, y Sabrae tía, que llevas un mes tirándotelo, ¿te parece plan ir pensando ya en cómo serían vuestros bebés? Porque yo lo haría a los 3 días de estar con él la verdad.
TE DAS CUENTA DE CÓMO VAN CAMBIANDO LA RELACIÓN A MEDIDA QUE AVANZA UNA TARDE ES QUE NO PUEDO DE VERDAD
Tengo muchas ganas de escribir las calabazas porque soy una puta sádica pero es que se va a ver muy bien cuáles son los miedos de cada uno en la relación y cómo funcionan cuando las cosas no salen como ellos esperan y <3
Bueno y respecto a lo de Noah, no sé si es por tener el icon que tengo pero este finde mientras escribía a Sabrae me la imaginaba tal cual como Bella , es que la tenía delante como si yo fuera Alec y ella estuviera sentada en mi regazo *se limpia una lagrimita*
Nena no estás preparada para cuando estén en una cama y se vean desnudos por fin y se duerman acurrucaditos y se despierten de noche a la vez y se pongan de nuevo al lío y luego se duerman otra vez NO. LO. ESTÁS.
Yo también te quiero mucho ♥
PD: Scott Malik serving buenos capítulos desde siempre, amamos a un rey de la literatura.