domingo, 16 de septiembre de 2018

Exótica.


A ninguno de los dos se nos escapó la complicidad y sintonía que necesitas tener con una persona para hacer lo que nosotros acabábamos de hacer. Intenté no pensar en que cualquiera que nos viera nos consideraría una pareja consolidada que incluso se las arreglaba para hablar a la vez, con las mismas palabras, en el mismo tono e incluso con los mismos gestos, porque pensar aquello me llevaría a una espiral de autocomplacencia que no podía permitirme ahora que estaba a punto de serle sincera.
               Alec se inclinó hacia atrás, apoyando la espalda en el respaldo de su sillón, y estirando las piernas como quien se repantiga en el sofá de su casa después de un durísimo día de trabajo, en busca de un descanso bien merecido. Se pasó una mano por el pelo, sonriente, probablemente pensando exactamente en lo mismo que yo.
               Que estábamos hechos el uno para el otro.
               -¿No te parece, bombón, que estamos un poco casados? Ni siquiera mi madre hace lo que acabamos de hacer tú y yo con Dylan-me guiñó un ojo y yo me eché a reír. Cogí una patata, me la llevé a la boca, di un sorbo de mi bebida y apoyé la mandíbula en la palma de la mano.
               -No hagas eso.
               -Que no haga, ¿el qué?
               -Lo del pelo-hice un gesto con la cabeza en dirección a su cabellera, despeinada, en la que se adivinaban unos rizos fruto de la lluvia torrencial de la que estábamos a salvo ahora. Dios, me encantaba el pelo de Alec, esa mata ensortijada del color del chocolate con leche, con tonos de tronco de árbol milenario, de esos que resisten tormentas que arrasan con todo lo demás.
               Alec era, en cierto sentido, una tormenta. Un huracán que había entrado en mi vida y lo había puesto absolutamente todo patas arriba cuando yo decidí abrirle las puertas de mi ser… metafórica y literalmente hablando.
               -¿Por qué?-inclinó la cabeza hacia un lado y un amago de sonrisa se dibujó en sus labios.
               -Me distrae. Si vamos a tener una conversación seria acerca de nosotros, necesito estar muy centrada.
               -¿Mi pelo te distrae?-Alec se echó a reír y volvió a pasarse una mano por él, de la frente a la nuca, y luego se lo revolvió y yo solté una carcajada.
               -¡Alec! No es tu pelo, sino tú. El aura que desprendes con ese gesto.
               -O sea, que si yo hago esto…-repitió la jugada, yo puse los ojos en blanco y me recliné sobre mi asiento, apoyando una mano al lado de mi cuerpo-, tú dejas de poder pensar bien, ¿no es así?
               -Concédeme este favor, no quiero que tengamos esta conversación con distracciones.
               -Yo te concedo los favores que tú me pidas, pero eso de hablar sin distracciones va a ser un poco difícil.
               -¿Y eso por qué?-coqueteé-. ¿Piensas que podrás ganarme en alguna discusión que tengamos sólo toqueteándote el pelo?
               -¿Vamos a discutir?-esbozó una sonrisa juguetona que me encantó.
               -¿Es lo que quieres?
               -Lo que quiero es lo que viene después de las peleas. El polvo de reconciliación-su sonrisa mudó hasta convertirse en aquella sonrisa canalla, su mejor sonrisa de Fuckboy®. Me eché a reír y sacudí la cabeza.
               -Vas bien por ahí, especialmente si tienes pensado seguir con lo del pelo.
               -Voy a dejarme el pelo tranquilo, no te preocupes por eso, bombón.
               -Guay, nada de distracciones. Genial-puse las manos sobre la mesa y me senté con la espalda recta-, vale, pues…
               -No, distracciones va a seguir habiendo-contestó en tono de sabelotodo, cruzándose de brazos y clavando en mí una mirada cargada de intención.
               -¿A qué te refieres?
               -¿Tienes pensado ponerte un burka?

               Me mordí el labio, intentando reprimir una sonrisa. No le dejaría ganar, es más, es que ni entraría en su juego. Necesitaba mantener una conversación seria con él; tenía un millón de cosas que decirle, cosas que se apelotonaban en mi pecho y amenazaban con hacerme explotar. Necesitaba estar completamente centrada para poder filtrar cuáles eran las que debía decirle y cuáles debía guardarme para mí.
               Alec, me gusta muchísimo estar contigo y no quiero que estemos peleados, era el buque insignia de las frases que yo tenía pensado pronunciar.
               Alec, pienso en ti estando con otros, estaba en la zona difusa, en un territorio gris al que yo accedería dependiendo de los derroteros que tomara nuestra conversación.
               Alec, creo que te quiero, era el corazón de la zona de peligro, un sitio al que yo no debía acceder bajo ninguna circunstancia.
               Y, sin embargo, era precisamente lo que a mí más me apetecía decirle. Porque la mera posibilidad de que me dijera que él también me quería a mí, por remota que fuera (y, desde luego, la sentía demasiado lejana de mí como para arriesgarme a saltar a la piscina, en la que sólo había un par de gotas de agua que no amortiguarían mi caída), hacía que sintiera que estaba flotando como si fuera un globo aerostático despegando del suelo, convirtiéndose en sí mismo por su propia ingravidez.
               Alec no debía ser mi razón de ser. Pero yo sentía que él era el único que podía convertirme en la persona que yo estaba destinada a ser algún día. Queriéndome. Cuidándome. Gozándome.
               -En casa no somos de esa rama del islam-contesté, juguetona, y Alec chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.
               -Entonces tu cara me va a impedir pensar con claridad, así que…-se inclinó hacia mí, apoyó los codos en la mesa-, creo que para estar en igualdad de condiciones, voy a seguir despeinándome un poco más.
               -Me parece estupendo-contesté, llevándome a la boca una de las últimas patatas y chupándome la punta del dedo, en el que me había quedado una gotita de kétchup. Alec no se perdió ni uno solo de mis movimientos, y abrió la boca inconscientemente cuando yo me metí el dedo en la mía. Jadeó y se echó hacia atrás, tapándose la cara con las manos-. ¿Te estás pensando lo de despeinarte?
               -Si te dijera en qué estoy pensando ahora mismo, me meterían en prisión-espetó, y yo me eché a reír tan sonoramente que varias mesas se giraron para mirarnos. La mayoría se ocuparon de nuevo de sus asuntos, casi todos comentando con una sonrisa qué sería lo que mi chico me había dicho para conseguir que me riera así.
               Alec se mordió el labio inferior, absolutamente hipnotizado.
               -¿Quieres una tregua?-ofrecí, y su sonrisa titiló.
               -Lo que quiero es que te rías así hasta el día en que me muera.
               -Tendrás que contarme muchos chistes.
               -Va un caracol y derrapa.
               Volví a soltar una risotada y Alec rió entre dientes.
               -Es imposible que te haga gracia esa mierda de chiste.
               -Eres tú el que me hace gracia.
               -Ah, ¡ahora va a resultar que tengo una cara graciosa!
               -¡Pues sí! Mira, no quería decírtelo para que no te pareciera mal, pero… así es, Alec: tienes una cara graciosa.
               -Eso explicaría por qué se te pone esa sonrisita cada vez que me ves-apoyó la cabeza en su mano y parpadeó deprisa, soñador.
               -A mí no se me pone ninguna sonrisita.
               -Sabrae, por favor, que cualquier día tenemos que vernos con botas de agua para que no nos empapen los pies tus…-alcé una ceja, expectante. Como dijera lo que yo creía que iba a decir, me levantaría de la mesa y me marcharía haciéndome la digna. Dios, sería divertidísimo verlo correr tras de mí-… babas-puntualizó al fin, disfrutando tanto o más que yo de aquel instante de vacilación.
               -Ya creía que ibas a decir otra cosa.
               -Las guarradas me las reservo para el momento en el que lo único que haya entre nosotros sea aire.
               -A veces hemos follado con algo más que aire entre nosotros.
               -Follarte con ropa ya no es a lo que aspiro.
               -¿Y qué es a lo que aspiras, exactamente?-coqueteé, llevándome la última patata a la boca y dándole un mordisco con toda la sensualidad que se me ocurrió. Había aprendido a utilizar mis armas de mujer (aunque no fuera estrictamente una mujer) tanto de las películas que veía con mis amigas como de la novela rosa que me descargaba de Internet, y mis lecturas de erótica (después de que mamá les echara un vistazo para decirme si eran adecuadas o mejor esperaba a madurar un poco más para poder leerlas) me hacían conocer al detalle cada milímetro de mi cuerpo y los efectos que tenía en el sexo contrario.
               Poner en práctica todo lo aprendido con Alec estaba siendo divertidísimo.
               Sus ojos se oscurecieron y su mirada me penetró de una manera en que casi dejé de sentir la ropa sobre mi piel. Ya había experimentado más veces la sensación de que Alec me desnudaba con la mirada, pero jamás había sentido físicamente que él me arrancaba la ropa con tan solo mirarme.
               Tenía que asegurarme de pedirle que hiciera eso cuando estuviéramos solos, sin tanta gente mirándonos.
               Espero que eso sea pronto, bufé para mis adentros. A esas alturas de la película, me moría de ganas de sentirlo dentro de mí.
               -Otra vez-sonrió con aquella sonrisa oscura, lasciva, que no prometía nada bueno y que te garantizaba un polvo mil veces mejor que sus intenciones-, si fuera sincero, iría a la cárcel.
               -No sé si hacerte hablar; estoy un poco intrigada por cómo funciona el tema del vis a vis.
               -Mañana mismo robo un banco-espetó, y los dos nos echamos a reír y nos ocupamos de nuestras bebidas. Alec sacudió la cabeza y posó su vaso de papel sobre la mesa-. ¿Ves cómo no íbamos a hacer más que distraernos? Basta de tonteo, al menos por un rato. Han pasado casi dos semanas desde la última vez que nos vimos, tenemos muchísimo de qué hablar.
               Asentí con la cabeza y me senté con las piernas cruzadas.
               -Han sido dos semanas muy largas.
               -Para mí también han sido…-empezó, pero no pudo continuar. Un hombre de mediana edad, orondo y con una sonrisa cálida, que me recordó en cierto sentido a Homer Simpson, se acercó por detrás a él y lo cogió del cuello, en ese gesto tan típicamente masculino con el que se saludan los hombres.
               No sé si es porque me he criado en una casa llena de chicas y los chicos siempre han sido minoría en mi vida, tanto en mi familia como en mi círculo de amistades, pero el caso es que hay cosas de los tíos que yo nunca me explicaré. Y una de ellas es esa manera de reconocer la presencia del otro a base de fingir que les estrangulan.
               Alec se dio la vuelta con tranquilidad, acostumbrado a esos extraños rituales, una pizca de curiosidad tiñendo sus ojos.
                -¿Qué pasa, hijo de puta?-saludó el hombre, que tendría unos años más que mi padre, según mis cálculos-. ¿Acaso te doy mal de comer?
               Alec se echó a reír y me señaló con la palma de la mano vuelta hacia el techo de cristal, donde la lluvia continuaba repiqueteando, con la diferencia de que ahora ya no lo hacía con tanta furia.
               -¿Y tú qué? ¿Qué haces pululando al lado de la competencia? ¿Piensas robarles más recetas?-se puso en pie y le dio la mano con afecto al hombre, cuyo rostro me sonaba muchísimo pero yo no sabía situarlo. ¿Competencia? ¿A qué se refería Alec?
               -Hay que sacarla de paseo de vez en cuando-comentó el recién llegado, señalando con el pulgar por encima del hombro a una mujer de más o menos la misma edad que él, también rechoncha, de mirada afectuosa y mejillas sonrosadas tanto por el calor del aire acondicionado y su jersey combinados como por la situación en sí. Parecía algo tímida, incluso diría que incómoda: estaba segura de que sabía que había interrumpido algo importante entre Alec y yo. Me dirigió una mirada con una disculpa sincera y yo le dediqué una sonrisa tranquilizadora-. Hay que demostrarle que sigo siendo un tío con mundo.
               -Hay que tener contenta a la parienta. ¿Te ha comprado algo caro, Betty?-Alec se volvió hacia ella, que se echó a reír y negó con la cabeza. Me gustó el cariño que se reflejó en sus ojos cuando se puso de puntillas para darle un beso a Alec en la mejilla. Era la mirada de una madrina que se encuentra con su ahijado después de mucho tiempo sin verlo.
               -Aún no, pero algo seguro que cae-comentó con voz cantarina, típica de alguien que tiene una tienda de barrio respetada entre los vecinos.
               O de alguien que se dedica a dar de comer a la gente y que acostumbra a recibir alabanzas por su manera de guisar, asar o freír.
               Competencia… de repente, caí en la cuenta de qué conocía al hombre. Era el dueño del restaurante al que Scott y sus amigos iban los fines de semana, algunas veces antes de una borrachera, la mayoría, después, para asentar un poco el estómago.
               -Veo que tú tampoco es que estés mal acompañado, ¿eh, muchacho?-el marido de Betty le dio un codazo a Alec, señalándome con la barbilla. Alec sonrió como si no hubiera roto un plato en su vida, se pasó una mano por el pelo y respondió a la provocación:
               -Jeff-¡eso es! Se llamaba Jeff, ahora recordaba la cantidad de veces que Scott lo había mencionado a medida que crecía y se iba haciendo un poco más independiente en sus salidas-, ¿te acuerdas de mi amiga Sabrae?
               Le dediqué una sonrisa dulce, y Jeff se pasó una mano por la barbilla.
               -Me suena tu cara, chica, ¿te ha metido mano este impresentable en mi local?
               -¡Jeff!-acusó su esposa, dándole un manotazo en el hombro-. ¿Cómo se te ocurre? ¡Deja en paz a la pobre niña!
               -No ha tenido el gusto-respondí yo, y Jeff se echó a reír-. Soy la hermana de Scott.
               Jeff le dirigió una mirada cargada de intención a Alec.
               -Así que la hermana de un amigo, ¿eh?
               -Sólo somos amigos, Jeff, tranqui, tío.
               -¿Lo sabe su hermano?
               -Sabrae puede hacer lo que le dé la gana. Además, ¿qué hay que saber? Tiene derecho a tener amigos, y yo a tener amigas, ¿o no?
               -Tú no tienes amigas, chico. Con esa cara que te ha dado Dios, sabes apañártelas para vivir mejor que bien, galán-le dio una palmada en la cara y Alec se echó a reír.
               -Ten cuidado con esas manos, no vaya a ser que te tenga que romper los dientes delante de tu señora. No querría disgustarla.
               -No lo harías, Al, cariño, créeme. Es más, tienes mi bendición.
                -¡Uy! ¿Qué le haces a tu mujer, descarado? ¿La tienes desatendida?
               -¡Pero si es ella!
               -Ten cuidado, que estás en una edad muy mala, y el barrigón cervecero ya no se lleva-Alec le dio una palmada en el vientre y Jeff alzó las manos.
               -¡Pero bueno! Yo que venía a saludarte con toda mi buena intención, por cuestiones de educación, ¡y no hago más que ser atacado por mi esposa y el niñato de los palitos de queso!
               -¿Quieres saber por qué no voy a tu local y sí vengo al Burger King?-Alec cogió un bite, el último de los que le correspondían, y lo sostuvo frente al rostro de Jeff-. Por estos pequeños pedacitos de cielo. El día que te animes a hacerlos en tu antro de mala muerte, volveré rodando a mi casa. Se acabaron estos abdominales esculpidos por los dioses-Alec se levantó un poco la camiseta para darse una palmadita en sus músculos bien definidos, y yo puse los ojos en blanco, muerta de risa, mientras Betty suspiraba y se ponía colorada-, y el echar polvos cada fin de semana. Adiós, mujeres, hola, colesterol.
               Jeff se masajeó la mandíbula, oculta tras una buena papada.
               -Mañana mismo los tienes disponibles en el menú. Eso de que dejes de ser un prepotente porque te llevas de calle a todas las mujeres me suena a planazo.
               -¡Jeff!-protestó Alec, abriendo muchísimo los ojos-. ¡Por favor! ¿Qué imagen le estás dando de mí a Sabrae?
               -Si la pobre chica está aquí sentada contigo, es porque ya te conoce… o no lo hace lo suficiente. Mejor que se entere pronto a que lo haga tarde.
               -Conozco sus antecedentes, tranquilo-agité una mano en el aire como restándole importancia-. Ésa era una de las principales razones por las que no le he soportado mientras crecía.
               -¿Y qué ha cambiado ahora, bonita?-quiso saber Betty, y Alec y yo nos miramos. En la boca de él apareció una sonrisa traviesa, su sonrisa de Fuckboy® pero mezclada con algo más. Tenía que decir que no me disgustaba el tinte que estaba tomando la conversación, ni tampoco su cambio de actitud. Incluso si decía lo que creía que iba a decir (o sea: que empezamos a follar), no me enfadaría con él.
               Estaba demasiado atrapada en las redes de su sonrisa y su mirada (y, ¿por qué no?, también de su pelo ensortijado por la lluvia y la sorpresa que había sido verme) como para enfadarme con él por cualquier bravuconada que estuviera a punto de soltar.
               -Que empezamos a conocernos-dijo, sin embargo, y yo le miré con un cariño infinito. Por su forma de escrutarme, supe que me habría dado un beso en los nudillos de esos que tanto terminarían por gustarnos. Noté que mis labios se curvaban en una sonrisa feliz mientras él esbozaba otra, y en ese momento, me sentí íntimamente ligada a él a pesar de que había incluso una mesa separándonos. Era como si mi cuerpo no terminara donde acababa la capa externa de mi piel, sino que se expandiera un poco más allá, por el aire, como una especie de extensión viscosa que rodeaba a Alec y me hacía estar ligada a él sin importar el espacio ni los obstáculos entre nosotros.
               Alec me guiñó un ojo y se centró en su conversación con Jeff, que yo escuché con algo de desinterés. Picoteé un poco de sus patatas por hacerle de rabiar y me eché a reír cuando me regañó, bebí de mi Coca Cola y le ofrecí a Betty, que se mantenía al lado de su marido, en la misma actitud pasiva pero estoica que había adoptado yo. Por fin, los dos hombres se separaron, Alec le dio una palmada en la espalda y Jeff respondió dándole unos cuantos manotazos en los lumbares.
               -Estás aburriendo a tu amiga, debería darte vergüenza.
               -Ella es muy paciente-respondió Alec, sentándose en la silla e inclinando la cabeza hacia un lado a modo de despedida-. ¡Eh, Jeff, acuérdate de que hoy vamos a cenar, ¿eh?! ¡No nos dejes tirados!
               -Con lo que os gastáis en mi negocio, os tendría que dar una llave.
               -Me parece un buen plan-se cachondeó Alec, y se giró para enfrentarse a mí. Alzó las cejas y soltó un suspiro-. Esto de ser un personaje público tiene sus desventajas, ¿no te parece?
               -Público no sé, pero personaje, desde luego que lo eres-me eché a reír y él hizo una mueca. Cogió su hamburguesa y le dio un buen bocado.
               Sus palabras me habían dado qué pensar, y estaba claro que la ocasión para sincerarnos había pasado. Me revolví, un poco inquieta ante la posibilidad de que no encontráramos otro momento sobre el que hablar de nosotros. Sin embargo, algo en mi interior me decía que debía estar tranquila: Alec mismo me había asegurado que la conversación también era algo crucial en su futuro más inmediato, así que si yo no encontraba la manera de sacarla a colación, él se las apañaría para reconducir nuestra charla.
               Yo, mientras tanto, podía centrarme en coquetear un poco más. Le di un mordisco a mi hamburguesa con timidez y lo mastiqué mientras pensaba en cómo afrontar la situación. Alec me había presentado como su “amiga”, y aunque eso no significaba nada realmente, descubrir que me hacía ilusión que me relacionara con él frente a otras personas estaba haciendo que me replanteara un montón de cosas.
               Y eso era sorprendente, porque yo desde luego que lo había considerado mi amigo (y había estado segura de que él me lo consideraba a mí también), pero escuchar la palabra flotando entre nosotros, catalogándonos, no dejaba de ser chocante. Por mucho que hubiéramos compartido noches en vela y posteriores ojeras, sentía que nuestra relación se basaba en pilares fuertes pero con conexiones muy débiles. Alec no era un amigo al uso: conocía mis temores, intuía mis secretos más profundos, aquellos que me daba vergüenza sacar a la luz incluso con Amoke, pero había cosas tan básicas de mí que le resultaban un absoluto misterio. Y eso hacía que me preguntara si no estaría precipitándome a la hora de ponerles nombre a mis sentimientos hacia él.
               Poniéndolo en términos de edificios, la relación que yo tenía con Alec era como la coraza de un templo griego: se mantenía estoico sobre sus pilares, cobijaba de la lluvia en gran medida, pero dentro no había nada. Ningún tipo de adorno lo cubría, todos los muebles y las decoraciones perecidas por el paso del tiempo.
               -Así que… tu amiga, ¿eh?-pregunté, concentrando mi vista en uno de los granos de sésamo del pan de la hamburguesa, fingiendo desinterés. Se me daba bien eso de hacer como que algo no me importaba mientras se me aceleraba el corazón por la posible respuesta.
               Alec se quedó parado un momento, su mandíbula marcándose en su cara. Joder, me apeteció dejar la hamburguesa sobre la bandeja y mordisquearlo a él.
               -Sí-tragó un poco preocupado, pero descifró algo en mi expresión que le permitió relajarse-. ¿O no eres mi amiga, Sabrae?-sonrió oculto tras el pan de su hamburguesa, y yo me encogí de hombros.
               -No sé, no sé. Creo que te tomas esa palabra un poquito a la ligera. ¿Crees que nuestra relación es de amistad?
               -Hombre, no es que yo sea un experto en relaciones interpersonales… más bien en las carnales-me guiñó un ojo y yo me eché a reír, y diría que disparé como un surtidor trozos de pepinillo y cebolla cruda recubiertos de kétchup y mostaza-, pero si tuviera que definir nuestra relación en términos de amistad o enemistad, me inclino por lo primero.
               -Para variar, ¿no? No ha sido así durante 14 años.
               -Ya, pero yo me refiero a ahora. Vivo en el presente, nena, y ahora mismo-clavó su dedo índice sobre la mesa desnuda- no pareces muy enemistada conmigo cuando gimes mi nombre como una perra mientras te corres.
               Alcé las cejas y abrí la boca, escandalizada.
               -¡Yo no gimo tu nombre como una perra!
               -Perdón-él juntó las manos y una gotita de salsa barbacoa cayó de su hamburguesa-, lenguaje feminista. Cuando gimes mi nombre, y ya.
               -Yo no gimo tu nombre-discutí, sacudiendo la cabeza y echando mano del vasito del refresco. Alec hizo una mueca, frunció el ceño, paseó los ojos de un lado a otro de su campo de visión y se inclinó hacia mí.
               -¿Ah, no? ¿Y qué haces?-quiso saber, curioso. Acerqué tanto la pajita del refresco a mi boca que la rocé con los labios, haciendo que bailara, cuando le contesté:
               -Lo grito. Como una zorra.
               Le dediqué mi sonrisa más radiante y di un sorbo de la bebida sin apartar los ojos de él. Alec dejó la boca entreabierta, completamente flipado con mi contestación digna de una secuaz del demonio que contrastaba a la perfección con mi semblante angelical. Sus ojos bajaron en caída libre a mi boca y yo me recliné en el asiento, dejando el vaso sobre la bandeja y centrándome de nuevo en mi comida. Él tardó un poco en recomponerse, pero cuando lo hizo, sacudió la cabeza y murmuró algo entre dientes que yo no conseguí entender.
               Aunque estaba bastante segura de que las palabras “follarte fuerte” iban en esa frase cuyo contenido no cacé al completo. Carraspeó y yo parpadeé en su dirección.
               -Así que… ¿qué somos, Sabrae? ¿Enemigos que se acuestan?
               -En absoluto. Ahora me caes bien. Es decir… tienes tus momentos.
               -Déjame adivinar, ¿en la ecuación de cómo de bien te caigo, mi ropa es una variable?
               -Mentiría si dijera que no-chasqueé la lengua y él levantó el puño, como diciendo ¡lo sabía!- Pero, ¿no crees que nuestra relación es un poco rara?
               -¿A qué te refieres?
               -Alec, ¿de verdad no te parece raro que sepa la marca de tu ropa interior y no cosas básicas sobre ti? Como… no sé. Tu color favorito o algo así.
               Él se encogió de hombros.
               -Medio Londres conoce la marca de mi ropa interior bombón, no eres especial.
               -Alec-puse los ojos en blanco y apoyé la cabeza en una mano.
               -Es un decir, Saab. Es decir… medio Londres son… ¿qué? ¿Siete millones de personas? Yo no sería un hombre si me hubiera tirado a siete millones de tías-reflexionó, y yo intenté contener una sonrisa. Fracasé en el intento.
               -Por mucho que intentes hacerte el listillo, sé que me entiendes. Y sé que compartes opinión conmigo.
               -No-contestó, apoyando los codos sobre la mesa.
               -¿No?
               -No. Creo que la amistad tiene muchos matices. Tú no eres menos amiga mía que la gente con la que salgo. O sea, no me refiero a mi círculo, en plan, los nueve de siempre. Porque ellos sí que saben cosas que otros no, pero… ¿la gente del trabajo? ¿O de clase? ¿Mis amigos de por ahí? Que ellos sepan cuál es mi asignatura favorita y todas esas polladas no implica que sean más cercanos a mí de lo que eres tú. Porque créeme, bombón. Hay muy poca gente más cercana a mí que tú.
               -Pues yo creo que la amistad se construye desde abajo. Las polladas, como tú dices… para mí, son importantes. Y no deja de chocarme el hecho de que seamos amigos y yo sepa cosas profundas sobre ti, pero de las básicas, de las que sabe todo el mundo, no tenga ni la más remota idea. Es como… si tuviera una versión de ti que nadie más tiene.
               -¿Qué cosas profundas sabes?-inquirió, juguetón. Le quité un grano de sésamo al pan de la hamburguesa y lo dejé sobre la bandeja.
               -Que tu relación con tu padre no es como la mía, por ejemplo-contesté en tono apaciguador, pero eso no evitó que la expresión de Alec cambiara radicalmente. Del fantasma de una sonrisa pasó a un semblante serio, incluso yo diría que asustado.
               -¿Y eso de dónde lo sacas?
               -Llamas a Dylan por su nombre. Las pocas veces que has hablado de él, lo has llamado por su nombre. Me choca. Yo nunca llamo a mi padre Zayn. Es papá. Simple y llanamente papá. Y tú… no usas esa palabra para referirte a él.
                -Me llevo muy bien con Dylan-contestó, y aunque me estaba corrigiendo, en su tono no había ningún tipo de reproche-. Es sólo que no me sale llamarlo papá. No es por otra cosa. Yo lo quiero mucho.
               -¿Por qué no?
               Me dedicó una sonrisa cansada.
               -Saab, oye… de verdad que no te quiero dar largas, pero… no me gusta hablar de este tema. Te garantizo que si te cuento toda la historia, te amargaré la tarde. Y la noche. Puede que incluso, la semana. Me duele hablar de ello, así que…
               -Pues no hablaremos-sentencié, tocándole el brazo. Él asintió con la cabeza y se recuperó un poco.
               -Bueno, aparte de eso, que es evidente, ¿qué otros trapos sucios tienes sobre mí?
               -Sé que te gusta más hacerlo de pie.
               Alec se rió.
               -Nunca lo hemos hecho de pie.
               -No es verdad. Hubo una vez.
               -Una. De varias. La balanza no está muy equilibrada-sonrió.
               -La forma en que me acariciabas y gemías… no sueles hacerlo así. Creo que fue la única vez que me tocaste así.
               -Hay más presión-aceptó-. Pero eso, también lo sabe medio Londres. El medio que lleva falda.
               -Sé que te preocupamos-atajé, y él parpadeó-. Las chicas. En general. Que te gusta que gimamos. Que gimamos tu nombre entero. Sé que te gusta que se me escapen palabras en urdu mientras lo hacemos. Porque te parece sucio. Te gusta que no me controle cuando estamos juntos.
               -¿Por qué iba a parecerme sucio que me hables en tu lengua materna?
               -Porque el urdu no es mi lengua materna. Es la lengua en la que rezo. Y te hace pensar que te confundo con mi dios. Que te elijo a ti antes que a Él.
               -¿Y lo haces?
               Otra vez intenté no sonreír, y de nuevo fracasé. ¿Cómo podía decirle que Alec precisamente me había abierto las puertas a esa sensación de divinidad que había entre mis piernas? ¿Cómo explicarle que yo había creído en Alá por inercia hasta el momento en que tuve mi primer orgasmo y sentí que aquello era una experiencia que no estaba hecha de mi mortalidad?
               ¿Cómo decirle que no había entendido la devoción de mamá por Dios hasta que me toqué pensando en él y Le descubrí?
               Todo aquello eran blasfemias, pero… Dios tenía 99 nombres. Todos empezaban por Al.
               ¿Tanta locura era que yo relacionara a Alec con Él? Incluso sus dos primeras letras eran las mismas. Alec podía ser su centésimo nombre.
               -Cuando estamos juntos… nosotros dos somos mi Dios-susurré, y noté que un poco del calor de mi interior escalaba hasta mis mejillas. Si se lo dijera a cualquier otra persona, me juzgaría. En ninguna religión se te permite compararte a ti misma unida a tu compañero durante el sexo con el ser al que idolatras. Pero aquella sensación de claridad y plenitud, de paz absoluta, que sentí cuando le dije a Alec aquello, como si me hubiera quitado un peso de encima, me hizo saber que no estaba haciendo nada malo. Vivía la libertad que me habían dado como yo lo deseaba, y ninguna divinidad concede libertad para atarte con cadenas después.
               Alec sonrió, mirándome. Sus ojos chispearon un momento con la emoción de mi confesión, y su boca se curvaba en un gesto tan adorable que me dieron ganas de probar su felicidad y la mía, mezcladas, en un beso.
               -¿Tú no sientes lo mismo? ¿Qué en la concepción que tienes de mí hay huecos?
               -Yo te conozco más porque soy amigo de tu hermano-reflexionó-, pero sí. También veo huecos en ti.
               -¿Y no te gustaría llenarlos?
               -Necesitaría mil años para preguntarte todo lo que te quiero preguntar, bombón. Ni viviendo cien vidas conseguiría saber todo lo que quiero sobre ti. Eres la criatura más compleja que he conocido en mi vida. Tienes el rostro de una reina, la boca de una diosa, y tu mente es un palacio.
               Suspiré, haciendo que sus palabras reverberaran en mi mente. Tienes el rostro de una reina, la boca de una diosa, y tu mente es un palacio.
               Si alguna vez encuentro a un hombre que me diga cosas la mitad de bonitas que las que me dices tú, y no tengo hijos con él, es que soy estúpida.
               -¿Y qué echas de menos saber de mí?-continuó, sus ojos estudiándome. Me encogí de hombros y tomé de nuevo la hamburguesa.
               -Todo. O sea… si fueras un puzzle, tengo las piezas del centro ya unidas, las más difíciles. Pero ni siquiera encuentro las esquinas.
               -Pídelas-contestó sin darle importancia a lo que acababa de decirme. Básicamente me había dado carta blanca, me había dicho que entrara en su cabeza y echara un vistazo en su interior.
               Estaba segura de que contestaría a todo lo que yo le preguntara, sin excepción. Yo lo haría con tacto, no volvería a presionarlo para que me confesara que había cuestiones que le incomodaban (aunque no tenía ni idea de que el tema de Dylan estuviera tan mal como para que se negara a hablar de ello, simplemente lo había achacado a alguna estúpida reacción de machito).
               Sacudí la cabeza. Precisamente esa sinceridad podía jugar en nuestra contra. Si yo formulaba las preguntas puede que Alec levantara barreras que no estaba preparado para levantar aún, simplemente por complacerme. Si era él, por el contrario, quien hablaba, sortearía cada obstáculo que no quisiera salvar. Y yo no era quién para reprocharle nada.
               -Quiero que me las des-repuse en tono suave, elocuente.
               -Te las daré si me las pides-fue su respuesta, y yo terminé de dar un sorbo de mi refresco.
               -Es que no debería pedírtelas. Quiero saber cosas como… no sé, si te gusta el mar o la montaña, si eres de dulce o de salado, si te gusta el picante, cuál es tu fruta favorita…
               -El plátano-espetó, cruzándose de brazos.
               -¿El plátano? ¿En serio?
               -¿Tengo cara de que me guste el plátano?
               -¿Te gusta el plátano?-me eché a reír y él puso los ojos en blanco.
               -No lo sé, Sabrae, ¿me gusta?
               Nos echamos a reír, y a mí no se me escapó que lo había dicho en el mismo tono en que Scott puntualizaría la frase con un no lo sé, ¿el agua moja? A veces se me olvidaba la influencia que mi hermano tenía en Alec, y que Alec tenía en mi hermano. Pertenecían a mundos totalmente diferentes, a partes de mi vida que no tenían relación por mucho que los dos no se separaran: la noche y el día, mi casa y la discoteca, yo tranquila y yo de fiesta.
               Ahora, esos mundos comenzaban a mezclarse, y a mí no terminaba de disgustarme lo que estaba saliendo de ellos.
               Jugueteé con la pajita, decidiendo cuál sería mi primera pregunta. Algo sencillo por lo que empezar para ir profundizando, pero no demasiado predecible y aburrido.
               -Mar-dijo, y yo lo miré-. Siempre. Nací en una isla. Aunque… me gusta esquiar. Pero mar-se pasó una mano por el pelo y se repantingó en la silla de nuevo. Se metió las manos en el bolsillo de la sudadera, la hamburguesa olvidada en su cajita de cartón-. Prefiero el dulce, pero para ocasiones especiales, porque enseguida me empalago. Tú eres la excepción a la regla, bombón-me guiñó un ojo y yo no pude evitar sonreír mientras masticaba-. Mi peli favorita es Marte. La de Matt Damon. ¿La has visto?
               -¿Por quién me tomas?
               -Tengo varias canciones favoritas. Van cambiando dependiendo de la época del año y del humor en que me encuentre. No quiero sacarme el carnet de conducir. O no quería hasta que me pediste que te llevara. Enrollarse en un coche es más fácil que en una moto. Pero prefiero mi moto mil veces. Te da más libertad. He estado en el continente.
               -Grecia-especifiqué, y él asintió.
               -Sí, pero no sólo.
               Me mordí los labios ocultando una sonrisa.
               -¿Y qué hay del picante? ¿Te gusta?
               -No me importa en la comida, pero lo adoro en las mujeres.
               Me miró de una forma que me robó el aliento. Era como si estuviera recubierta de salsa barbacoa y él se muriera de hambre. O como si yo fuera un vaso de agua al finalizar la travesía en un desierto. A pesar de que yo no era suficiente para saciarse, no iba a renunciar a mí.
               Me miraba como si estuviera desnuda y no hubiera un milímetro de mí que no le gustase.
               Ojalá estuviera desnuda.
               -¿Qué hay de ti?-mojó unas patatas en kétchup y se las metió en la boca-. ¿Cuál es tu información superficial? ¿La que pondrías en tu biografía en Twitter?
               -“Molo más que mi hermano, y eso es lo único que importa”-recité, alzando la barbilla. Alec se echó a reír y asintió con la cabeza.
               -Cero mentiras detectadas.
               -Mar. Me siento más conectada con la tierra. De ahí viene la vida. Además, me encanta el olor de la brisa marina y el sonido de las gaviotas y las olas rompiendo contra la costa. Aunque la montaña tampoco me importa. Me transmite mucha tranquilidad. Prefiero el salado, porque nunca te cansas de él, aunque cuando estoy en mis días no le hago ascos a nada que lleve azúcar. Cuanto más dulce, mejor-sonreí, y él asintió con la cabeza.
               -Tomo nota. Ahora sólo necesito tu calendario menstrual.
               -No tengo una peli favorita. No puedo elegir sólo una. Quiero sacarme el carnet de conducir de coche, porque es más útil que el de moto.
               -Díselo a los atascos.
               -También he estado en el continente. Y en otros continentes.
               -¿Podrías especificar?
               -He visitado América. Las Bahamas, concretamente-Alec silbó-. Sí, lo sé, es bastante impresionante. Luego, España todos los veranos… Francia, Bélgica, Luxemburgo. Noruega. Italia.
               -Qué suerte.
               -Sí, bueno, todavía me quedan algunos países por nombrarte, pero…
               -No, lo digo por Italia. Me encanta Italia. No quiero morirme sin visitarla.
               -¿En serio? ¿No es muy parecida a Grecia?
               -¿¡Italia!?
               -Sí. Ya sabes, la cultura y todo está copiada de los griegos. Creía que tú, precisamente, odiarías ese aspecto de ese país.
               -La cultura estará copiada, pero te puedo asegurar que hay cosas en Italia que no las hay en ningún otro lugar. Ni siquiera en Grecia. Grecia es más… natural, por así decirlo. Más espectacular porque es más virgen. Italia es diferente en ese sentido.
               -¿Y nunca has ido? Creía que todos los griegos visitaban Italia alguna vez. Está al lado. Siempre pensé que erais algo así como primos hermanos.
               Alec negó con la cabeza.
               -Las relaciones son buenas, y tenemos una conexión genial, especialmente con barcos, pero… no, nunca he estado-se encogió de hombros y se mordió el labio-. Misterios de la vida que jamás resolveremos. Aunque, si me gradúo, mis padres me pagan un viaje de una semana con mi hermana.
               -¡Eso suena genial!
               -Sí, bueno, todavía tengo que graduarme, así que-chasqueó la lengua y arqueó las cejas, evitando el contacto visual en un gesto muy típico de las comedias románticas en el que el protagonista masculino se debate entre mostrarse varonil y pasota o abrir su lado más sensible a la chica.
               -Vas a graduarte, Alec.
               -No te recomiendo que apuestes por mí. Los números juegan en mi contra.
               -¿Ves? Esa es otra de las cosas que prácticamente nadie sobre ti. Te subestimas. Muchísimo.
               -No me subestimo, Sabrae. Me quiero un huevo. Es sólo que soy realista. No voy al ritmo de mis compañeros. Tampoco es para matarse el hecho de que sea más lento que los demás.
               -No eres más lento. Me pareces súper inteligente.
               Alec se echó a reír.
               -Vale, ahora entiendo a qué venía toda la conversación respecto a la amistad y lo que los demás saben de mí. Está claro que no me conoces.
               -Precisamente porque te conozco sé que eres inteligente. Y que no sabes sacarte provecho a ti mismo, y por eso lo disfrazas todo con una capa de chulería que impide que nadie piense que eres inseguro.
               -No soy inseguro, ¿has visto qué cara tengo?
               -¿Qué es lo que más te gusta de ti?-decidí atacar, dispuesta a obligarlo a quererse un poco más. A mirarse con los mismos ojos con los que lo veía yo. Había tenido un montón de comentarios denigrándose a sí mismo a lo largo de las semanas que habíamos pasado hablando de noche, y a mí me dolían como si me clavaran un puñal en el corazón. Ya era hora de dejar de recibir puñaladas.
               -¿Te refieres a alguna parte del cuerpo?
               -Me refiero a lo que quieras que me refiera.
               Alec me dedicó su mejor sonrisa de Fuckboy®.
               -A ver si lo adivinas.
               -¿Sabes qué es lo que a mí más me gusta de ti?-esperó a que continuara-. Que eres noble. Y bueno. Y te preocupas. Y lo bien que se te da escuchar. Y lo intenso que eres. En todo lo que haces, pones una pasión… no he visto nadie poner la pasión con la que tú haces las cosas.
               -Bueno, Saab, tampoco es que me hayas visto en un abanico de actividades muy amplio. Y dice mucho de tus anteriores compañeros sexuales que no hayas visto esa pasión en ellos. Eso quiere decir que están ciegos, son imbéciles, o gays. O las tres cosas a la vez.
               -Eres todo lo contrario a lo que yo crecí pensando que eras. Salvo por una cosa: sigues siendo gilipollas, porque no sabes valorarte.
               Rió entre dientes.
               -¿Recuerdas lo que te dije sobre tu mente? Bueno, pues ahora parece que estamos paseando por las mazmorras.
               -Me duele muchísimo que no hagas más que infravalorarte. Te lo digo de verdad. Es como si… uno de los dos siempre tuviera que echarte mierda encima. Y, ahora que ya no lo hago, lo haces tú.
               -No creo que sea tan genial como me pintas, nena, pero… lo tendré en cuenta.
               -¿Ves a qué me refiero con lo de que sabes escuchar?-sonreí, y él me imitó, cansado.
               -¿Qué es lo que más te gusta de ti?
               -Que soy una mujer-me aparté el pelo de la cara y di un nuevo bocado.
               -¿Y eso te gusta porque…?
               -Porque ser una mujer en esta sociedad es un insulto a la sociedad. Algo por lo que pedir perdón. Y ser una mujer orgullosa de serlo es toda una declaración de intenciones. Es ser fuerte y levantarte cada día y luchar. Es ganarte cada cosa que consigues. Es disfrutar de un cuerpo que intentan robarte aunque sólo te pertenezca a ti. Es unirte a las demás y sentir una conexión con ellas por el mero hecho de que la sociedad dice que sois menos valiosas. Es tener un cuerpo que te permite crear vida, si así lo deseas, y alimentar a tus hijos, si así lo deseas, o simplemente tener esa posibilidad aunque no la uses. Es ser diez, quince, veinte, cien veces mejor que un hombre en tu misma posición. Es ser reina en un mundo que se empeña en ser república.
               Una sonrisa orgullosa apareció en los labios de Alec.
               -Yo iba a decirte que mi parte favorita de ti era tu boca por la forma en que nos besamos, pero ya no estoy seguro de que lo sea por eso.
               -La verdad es que tengo unos labios preciosos.
               -Y una mente para descargarla en un ordenador y estudiarla durante milenios. Platón a tu lado sería un gilipollas.
               -Platón era un poco gilipollas, con toda esa movida de la caverna-me eché a reír y Alec me siguió. Me fijé en que la comida había disminuido hasta el punto de que ya nos quedaban unos pocos bocados de nuestras hamburguesas, y los cinco chili cheese bites que Alec había dejado para mí.
               El hecho de que me hubiera cedido el sobrante decía mucho de él. Reforzaba mi teoría de que era bastante mejor persona de lo que prefería pensar.
               -¿Qué quieres ser de mayor?
               -Feliz.
               -¿Y quién no?-me reí, y él se encogió de hombros.
               -Te sorprendería la cantidad de gente que dice cualquier chorrada sobre el dinero, como si eso te regalara la felicidad.
               -No, pero te da muchísimas facilidades que te quitan preocupaciones.
               -Qué me vas a contar.
               -Me refería a de qué te gustaría trabajar.
               -¿Trabajar? ¿Yo? ¿Has escuchado mi pregunta? Trabajar y ser feliz son antónimos. Ya lo descubrirás cuando entres en el feroz mundo del mercado laboral-tuve que dejar la Coca Cola en la mesa y respirar hondo varias veces para no escupir la que había tomado como si fuera una fuente. Alec sonrió-. Aunque, bueno, si tengo que elegir una profesión, pues… yo diría que dueño de la mansión Playboy.
               -Qué respuesta más decepcionante.
               -¿Qué hay de malo en ser un viejo gruñón con una mansión de la hostia llena de tías en ropa interior muy desaprovechadas porque no se te levante?
               -¿Por dónde quieres que empiece?
               -Por el tema de la impotencia. Es algo que me quita el sueño. ¿Crees que los tíos tenemos un número limitado de erecciones a lo largo de nuestra vida? Porque imagínate que con 20 años ya he cubierto mi cupo y no se me vuelve a poner dura. Me suicidaría. Yo, y medio Londres.
               Ni siquiera me dejaba enfadarme con él. Era físicamente imposible. Chasqueé la lengua.
               -No creo que debas preocuparte por eso. No creo que tengas que entregar ningún vale por empalme cada vez que quieres pasártelo bien con tu amiguito.
               -¿Te imaginas?-se frotó los antebrazos-. Sería rarísimo. Bueno, ¿y tú? ¿Qué quieres ser de mayor?
               -Líder de algún movimiento revolucionario.
               -Sabrae Guevara. La cosa mejora por momentos.
               -Yo había pensado más bien en feminismo, pero… sí, algo así. Ah, y feliz-sonreí y Alec me devolvió la sonrisa--. ¿Tu color favorito?
               -El naranja.
               -¿A quién coño le gusta el naranja?
               -A todos los que tienen buen gusto, gracias por preguntar.
               -Es el color más estándar que he visto en mi vida.
               -Tu cara sí que es estándar.
               -Estándar en las pasarelas-aleteé con las pestañas y Alec me enseñó el dedo corazón.
               -¿Has visto En llamas? ¿Recuerdas la escena en la que Peeta habla de que su color favorito es el naranja del amanecer? Nadie que esté en su sano juicio y haya visto ese puto color puede preferir otro.
               -Muchos amaneceres habrás visto tú, volviendo de fiesta borracho.
               -Tengo una claraboya en mi habitación, todos los días veo amanecer. Y luego, me doy la vuelta y sigo durmiendo. Pero gracias por tu interés.
               -¿De verdad? ¿Y por qué no la cierras?
               -Ay, mi madre-se llevó las manos a la cabeza-. Voy a fingir que no has hecho esa pregunta, Sabrae. ¿Cerrarla? ¿Estás loca? Es lo puto mejor del mundo. He echado polvos que me han gustado menos que ver algunos amaneceres.
               -¿Conmigo?-tonteé, sorbiendo por la pajita. La Coca Cola se terminó y Alec sonrió, travieso.
               -Sabrae. Sabraeeeee. Sabrae-canturreó-. No me tires de la lengua.
               -¡Será que yo follo mal!-protesté, dando un manotazo en la mesa y haciendo que una pareja se girara para mirarnos.
               -Meh-se encogió de hombros-. Tienes margen de mejora. Menos mal que tu profesor es todo un experto.
               -Dime qué cosas hago mal en la cama. Venga. Ya que tan mal lo pasas conmigo…
               -No sé qué cosas haces mal en la cama porque no he estado en ninguna cama contigo, Sabrae.
               -Pues qué hago mal cuando estamos juntos. Dime eso al menos.
               -Te empeñas en pasarme las manos por la entrepierna mientras estamos dale que te pego-espetó, y yo abrí la boca.
               -¡¡Yo no hago eso!!
               -¡¡Sí que lo haces!! ¡¿Tienes idea de lo molesto que es?! ¡Ya! ¡Estoy! ¡Dentro! ¡De! ¡Ti! No hay necesidad de que me intentes hacer una paja mientras estamos en pleno acto de campaña, tía. Créeme, tus manos son lo que menos me apetece que me rodeen la polla cuando te abres de piernas para mí.
               -Yo hago unas pajas que te mueres del gusto.
               -¿Es eso una oferta?-arqueó una ceja.
               -Vete a la mierda. ¿Qué más?
               -Nada. Eso. Ya está, creo.
               -Genial, ¿es mi turno? Ahora te diré yo qué es lo que tú haces mal.
               -A ver qué trola te inventas, lo estoy deseando.
               -Tienes… esa puñetera costumbre… de darme besitos mientras me estás follando duro. ¡Un poco de coherencia, coño! Muérdeme las tetas como es debido.
               Alec estalló en una sonora carcajada.
               -Yo soy muy coherente, gracias por preocuparte. ¿Quieres que te recuerde lo que pasó la última vez que te sobé las tetas?
               -Las tenía sensibles porque estaba con la regla, animal. No son de cristal, ¿sabes? No se van a romper si haces un poco de presión.
               -No necesito hacer presión porque con sólo rozarte ya te tengo gimiendo como si no hubiera un mañana.
               Me abalancé hacia mi refresco y gruñí cuando recordé que estaba vacío.
               -No dices nada porque sabes que tengo razón-se burló él, y yo le hice un corte de manga.
               -No eres tan bueno como crees.
               -¿Repite eso?-se llevó una mano a la oreja y yo puse los ojos en blanco-. ¿Con cuántos tíos has estado?
               -¿¡Y a ti qué más te da!?
               -¿Tres? ¿Cuatro? ¿Cinco? Cinco es mi última oferta. Imposible que yo sea el sexto.
               -Tres.
               -¿Y a que yo soy tu top 10?
               -Hombre, si he estado con 3 chicos, en el top 10 tendrás que aparecer tú.
               -No. Me refiero a que yo soy los 10 mejores polvos que has echado en tu vida. Los 10 mejores han sido todos conmigo, ¿verdad?
               -Eres insoportable, ahora entiendo por qué te como la boca mientras follamos.
               -Tranquila, nena, que tú también estás en mi top 10. Y eso es todo un lujo, si consideramos que he hecho hasta tríos. La orgía todavía se me resiste, pero en ello estamos.
               -Me sorprende que haya algo que tú no hayas hecho.
               -Me queda poco, la verdad-se frotó la cara-. Orgías y posturas jodidas del kamasutra.
               -Ilumíname.
               -El candelabro italiano, por ejemplo-meditó, frunciendo el ceño, perdido en sus pensamientos-. Aunque si lo hiciera mataría dos pájaros de un tiro…
               -¿Qué es eso?
               Alec clavó los ojos en mí.
               -Joder. Joder, Sabrae. Lo siento. No tendría que haber dicho eso… no te lo puedo contar.
               -¿Cómo que no me lo puedes contar? Ahora lo tienes que hacer. No me vaciles, Alec. Venga. ¿Qué es eso?
               -Tienes 14 años.
               -Como si te importara cuando nos enrollamos. Venga. Soy madura para mi edad. No voy a coger ningún trauma-alcé las cejas y él suspiró.
               -Pues… es una chica… con cinco chicos.
               -¿Cómo, con cinco chicos? ¿En plan, sin parar? ¿Uno tras otro?
               -Eh, no. Dios mío, Scott me mata por contarte esto-se frotó la cara y bufó-. Los chicos son… a la vez.
               -¿Cómo que a la vez? ¿Pero aquí hay penetración, o…?
               -Sí, claro. O sea, bueno, no de todos.
               -Ah, bueno. Menos mal. Porque me parecía un poco imposible… ¿por qué cinco? ¿Por qué no cuatro o seis?
               Alec se me quedó mirando con semblante preocupado.
               -¿Cuántos agujeros tienes en el cuerpo?
               Parpadeé, sintiendo la boca seca.
               -Tres.
               -¿Y manos?
               Me las quedé mirando y dejé la hamburguesa sobre el cartón. Me limpié el sudor de las palmas contra la falda.
               -Dos.
               -Y tres y dos suman…
               -Joder, Alec.
               -¡Te dije que no te lo podía contar!
               -¡Eres un pervertido! ¿Cómo te puede atraer…? ¡Es denigrante! ¡Es IMPOSIBLE! Seguro que la mujer ni siquiera disfruta un poco. Dios. Qué agobio. Cinco chicos a la vez… menudo estrés. Yo no podría-clavé los ojos en él-. ¿Y la gente lo hace?
               -A ver, yo no conozco a nadie que lo haya hecho, porque es bastante difícil.
               -¿Y tú quieres?
               -Me da curiosidad. Es más bien el morbo de estar en la situación, ¿sabes? No me pone nada compartir a una tía con cuatro pavos, a mí esas cosas no me van-puso los ojos en blanco y yo alcé las cejas, estudiando la carne de mi hamburguesa para tratar de apartar la imagen mental que se me había formado-. Pero, de todas formas, por mucho que me ponga es bastante difícil que lo haga.
               -Porque el resto de tíos que conoces tienen sesera, ¿no?
               -Porque el resto de tíos que conozco no tienen mi aguante. El único que me sigue el ritmo es tu hermano.
               -A Scott no lo vas a meter en esta conversación.
               Alec alzó las manos y se inclinó hacia su hamburguesa, y yo tardé 30 segundos de reloj en volver a la carga:
               -¿Y tú cómo coño sabes lo que aguanta o deja de aguantar mi hermano?
               Alec se me quedó mirando como si fuera estúpida.
               -Vamos a ver, Sabrae, si de verdad te piensas que yo nunca he estado en ninguna casa haciendo el imbécil mientras Scott echaba un polvo en el piso de arriba… es que eres incluso más inocente de lo que pensaba y definitivamente no tendría que haberte contado lo que te acabo de contar.
               -Yo no soy nada inocente.
               -Hay opiniones.
               -Lo era, hasta hace dos minutos.
                -¡Me lo pediste tú, ahora no te hagas la mártir!
               -No sé cómo voy a poder mirarte a la cara después de enterarme de esto.
               -Usando los ojos-espetó Alec. Y así, sin más, se evaporó lo incómodo del momento.
               -¿Scott lo ha hecho a menudo?
               -¿El qué?
               -Irse con una chica mientras tú estabas en la misma casa.
               -La pubertad es muy mala-sonrió Alec, y yo asentí con la cabeza.
               -¿Con Ashley?
               -¿Para qué quieres saber eso, Sabrae? Dios. Scott ya no lo hace. Y es raro que me preguntes por la vida sexual de tu hermano.
               -¡Lo siento! Es que no me lo esperaba para nada. No sé. Siempre pensé que tenía más… vergüenza.
               -¿Vergüenza? ¿VERGÜENZA? ¡¿TU HERMANO?! ¿SCOTT MALIK? ¿DE ÉSE SCOTT ESTAMOS HABLANDO? Tu hermano tiene más morro que yo. Y eso ya es decir.
               -Eso explica que eche más polvos que tú-sonreí, ocultando mi sonrisa en un bocado de hamburguesa.
               -No te equivoques, niña-espetó Alec, de repente ofendido-. Tu hermano liga más, pero el que más repite soy yo. En realidad yo follo más que Scott, aunque no lo parezca.
               -Y entonces, te despiertas.
               Me lanzó una mirada envenenada.
               -Me estás buscando.
               -¿Cómo es eso?
               -A tu hermano se acercan tanto porque es un Malik como porque tiene una belleza como… exótica.
               -¿Mi hermano tiene una belleza exótica?
               -Eso dicen las tías, yo no entiendo de si un tío es guapo o no-soltó Alec, y yo puse los ojos en blanco. Dios, ya empezábamos con esos comentarios de mierda-. Les atrae, les apetece probarlo porque es algo como nuevo, ¿sabes?
               -¿Cómo es nuevo mi hermano, si lleva toda la vida aquí?
               -Joder, Sabrae: me refiero a que no es blanco.
               -Yo tampoco soy blanca y llevo toda la vida aquí, ¿te parezco exótica?
               Alec me miró de arriba abajo: pelo, cara, cuello, busto. Y luego, subió: busto, cuello, cara, pelo.
               -Bueno-dijo por fin tras un instante de meditación-. Yo te cambiaría una letra, pero es bastante cercano a lo que pienso de ti.
               Me reí entre dientes, pillando a la perfección su indirecta. Y sí, la verdad era que yo también le cambiaría una letra a Alec, pero esa única letra que bailaba en la palabra era suficiente para definirlo a todo él.
               -El lila.
               -¿Qué?
               -Mi color favorito. Es el lila.
               Alec gimió sonoramente.
               -Jo, ahora que la conversación se estaba poniendo interesante…
               Me eché a reír y cogí un bite.
               -¿Sabes? La verdad es que te pega un montón que el lila sea tu color favorito. Muy feminista-dijo en tono aprobatorio.
               -El morado es el color del feminismo, no el lila.
               -Ya, bueno, pero a medida que crezcas y tu alma se pudra y se vuelva oscura, tu color favorito también lo hará.
               -Voy a tener el alma fresca como una lechuga hasta el final de los tiempos, pero gracias por preocuparte.
               -Permíteme que lo dude.
               -Bueno, siempre y cuando evitemos volver a hablar del famoso candelabro…
               -¡Joder, Sabrae! ¡Te dije que no te lo iba a decir, fuiste tú la que insistió! ¿Hasta cuándo me lo vas a estar recordando?
               -¡Hasta el día en que me muera! ¿Tienes idea de cómo me has destrozado la infancia? ¡Ya no podré ver La bella y la bestia tranquila! ¡Pobrecito Lumiére! Con lo que a Duna le gusta esa película… jamás volveré a ver a Emma Watson de la misma forma.
               -La de dibujos es mejor.
               -Voy a fingir que no acabas de decir eso.
               -Al menos el príncipe en los dibujos es más guapo de príncipe que de bestia. El de la vida real no puede decir lo mismo.
               Me mordí el labio y miré el refresco. Estaba por ir a pedir otro sólo para que Alec no supiera que me acababa de dejar sin argumentos.
               -Otra discusión que gano con mi lógica irrefutable.
               -Hay una cosa que no entiendo-clavé los codos en la mesa y entrelacé los dedos frente a mi cara-. ¿Por qué te refieres al naranja del amanecer cuando hablas de tu color favorito, cuando también lo hay al atardecer?
               -Porque no es el mismo color.
               -Siento discrepar.
               -No son el mismo, Sabrae, no seas terca.
               -Es el mismo, Alec, no te hagas el místico.
               -¡Que no es el mismo!
               -¿Quién lo dice?
               -¡La NASA! ¿Quién dice que es el mismo?
               -Lo digo yo.
               -Ah, bueno, entonces, si lo dices tú, reina del universo…
               -¿No tengo una boca divina? Pues todo lo que yo digo se convierte en verdad. Ea. Fastídiate.
               -¿Cuántos años tienes? ¿Dos?
               Aleteé con las pestañas.
               -¿Cuántos quieres que tenga, guapo?
               Se rió entre dientes.
               -Y luego el insoportable soy yo. Mira, nena, estás en tu derecho a tener tu absurda opinión equivocada, pero déjame decirte una cosa-se inclinó hacia mí y yo me incliné hacia él-: los colores del atardecer y del amanecer no son los mismos. Lo dice la ciencia.
               -Es el mismo fenómeno, sólo que al revés.
               -¿Eso crees? Madruga un día y lo comprobarás.
               -Madruga tú. Yo estoy muy bien durmiendo hasta cansarme.
               -Yo no necesito madrugar, porque tengo la vista bien.
               -No quieres darme la razón.
               -¿Que no qué…? Te vas a enterar. Mañana mismo, cuando amanezca, te mando un puto vídeo. Te vas a cagar, Sabrae.
               -Me muero de ganas de ver cómo buscas en google cualquier foto del Caribe y la haces pasar por tuya.
               -Desde mi habitación. Te enseñaré mi claraboya y luego saldré afuera y te enseñaré el puto sol y tú tendrás que llamarme para decirme que tenía razón.
               -No pienso llamarte.
               -Sí que me vas a llamar. Pienso estar haciendo que te suene el móvil hasta que me lo cojas. Tengo tarifa plana y nada que hacer mañana.
               -Si me llamas, te bloqueo. Te lo juro, Alec. Te bloqueo y no te vuelvo a hablar en la vida.
               -No vas a bloquearme.
               -¿Quién lo dice?
               -Tú, echándome de menos-me guiñó un ojo y dio un sorbo de su bebida.
               -No lo digas como si tú te lo hubieras pasado genial estas semanas.
               -No, pero yo no hago amenazas que no estoy dispuesto a cumplir.
               -No hay quien te aguante.
               -Menos mal que follo bien-sonrió él, y yo puse los ojos en blanco mientras tamborileaba con las manos en la mesa. Dejé mi hamburguesa sobre la cajita y suspiré, deseando tener un poco más de Coca Cola que beber. Hice un mohín y Alec lo malinterpretó-. ¿No puedes más?-quiso saber en tono comprensivo, puede que incluso preocupado. Carraspeé y meneé la cabeza.
               -¿La quieres tú?
               -Yo lo que quiero son los bites.
               -Pues espera sentado, porque me los estoy reservando-él puso los ojos en blanco y se terminó la hamburguesa de un bocado. Cuando abrí la boca al coger él de nuevo su refresco, se me quedó mirando.
               -¿Qué pasa, Sabrae?
               -¿Te vas a beber todo eso?
               -¿Tienes sed?-al asentir yo con la cabeza, me pasó su vaso de papel-. ¿Y por qué no lo dices?
               -¡Porque no sé qué es lo que bebes! A mí normalmente me basta con el vaso, pero no sé qué ha pasado hoy.        
               -Mi presencia te deshidrata-se burló, y yo me eché a reír. Le tendí mi hamburguesa y se la zampó de dos bocados. Se chupó los dedos y se repantingó en la silla, mirando los bites.
               -No pienso cederte ni uno solo. Por ahí no voy a pasar-le advertí, y él hizo un mohín-. ¿De verdad sigues con hambre? Yo no puedo más. Me está saliendo tripita de embarazada, y todo-me puse la mano en el vientre y bufé, expulsando con disimulo parte de los gases que la Coca Cola me había producido. Él alzó las cejas.
               -Podría comerme una pizza familiar entera después de esto.
               -¡Vaya!
               -Es que lo quemo todo, bombón-me guiñó un ojo y yo me volví a reír.
               -Ya me lo imagino. Yo también, pero… no sé. Hemos comido muchísimo.
               -Para tu metro y medio, sí. Para mi metro ochenta y pico, no.
               Puse los ojos en blanco y fue a él a quien le tocó sonreír.
               -Mido más de metro y medio.
               -Discúlpame. Metro cincuenta y uno.
               -¡También mido más de metro cincuenta y uno!
               -Me hace una gracia que la gente baja sepa hasta los milímetros que mide… yo vivo de puta madre en mi ignorancia.
               -Seguro que si te comieran 5 centímetros no te enterarías.
               -Cuando a mí me comen centímetros me entero siempre, bombón-dejó las manos entrelazadas sobre su vientre y alzó las cejas.
               -Eres imbécil.
               Me llevé los bites a la boca y disfruté de la cara que puso Alec mientras los masticaba lentamente. No sabía qué era mejor, si el sentir cómo el queso se deshacía en mi boca y me resbalaba por la lengua o verlo a él pasándolo mal porque no había sabido racionarse bien sus aperitivos y ahora tenía que aguantarse mientras yo disfrutaba.
               Cuando sólo una bolita de queso era la que quedaba, estiré los dedos para cogerla, pero él se revolvió.
               -¿No vas a ofrecérmelo?
               -¿Debería?
               -Por cuestiones de cortesía, sí. Por eso lo he dejado ahí. 
               -Si te lo ofrezco, me vas a decir que sí, y medio cheese bite me pertenece.
               -Pues coge tu medio, que yo también quiero disfrutar del mío.
               ¿Esas teníamos? Muy bien. Disfrutaría del suyo con muchas ganas. Le di un bocado al cheese bite y me aseguré de dejar poco queso y poco pimiento en su interior con la lengua. Un pequeño hilillo amarillo se deslizó por mis dedos, y yo me encargué de limpiármelo después de masticar. Le tendí la mitad de la bolita a Alec, que la cogió y se la metió en la boca sin miramientos. Me lamí el queso de los dedos sin apartarla vista de él, decidida a hacérselo pasar muy mal.
               Pero él no estaba por la labor de rendirse sin luchar. Masticó despacio, saboreando el queso, asegurándose de mover la mandíbula de una forma que a mí me volvió loca. Incluso tuve que cruzar las piernas para contener los impulsos de mi sexo, que había decidido comparar el delicioso cheese bite con una noche con Alec. Y las noches con Alec ganaban, porque duraban más y eran más placenteras. Todo ventajas.
               -Mm, lo que hará esa boca-sonrió Alec al verme sonreír.
               -Pasárselo bien-me encogí de hombros, me pasé la punta de la lengua por el índice para recoger los últimos restos de queso y escuché cómo exhalaba un jadeo, seguramente pensando en cómo me empotraría y me poseería sobre ese mismo sofá si yo me dejara, a pesar de que todo el mundo nos vería.
               Y yo me dejaría empotrar, sinceramente.
               Nos limpiamos las manos con las servilletas y clavamos los codos en la mesa. Alec se inclinó hacia mí y yo me incliné hacia él.
               -¿Qué quieres hacer?
               -Seguir conociéndote-respondí, apoyando la cabeza en una mano y sonriendo con picardía. Me había encantado la forma en que le había dicho a Betty qué era lo que había pasado  entre nosotros, nuestra piedra angular. Me encantaba esa palabra, “conociéndonos”, porque sentía que era realmente la que nos definía, la que mejor conseguía envolver la realidad de nuestra relación. Porque estaba claro que teníamos una relación, aunque no en el término estricto de la palabra.
               Ahora que le había recuperado y había descubierto el capullo de mis sentimientos hacia él, los regaría con su experiencia para ver si terminaban siendo una flor o un arbusto. Esperaba que lo primero, aunque me aterrorizaba lo segundo. Y, sin embargo, por mucho miedo que me diera descubrir que no éramos compatibles como yo deseaba en el fondo de mi corazón sin aún saberlo, el hecho de que pudiéramos avanzar y convertirnos en un “nosotros” merecía la pena el riesgo.
               Además, me gustaba ver que Alec era más interesante de lo que yo había creído toda mi vida. Siempre lo había tomado por alguien unidimensional, un tío centrado en el sexo y sin ningún interés en la vida. Todavía no me creía del todo lo del amanecer, pero el hecho de que se le hubiera ocurrido sacarlo a colación para contarme sus gustos por el color naranja me había llenado de una esperanza que no estaba dispuesta a dejar escapar.
               -Suena peligroso. ¿Debería buscarme un abogado?-sonrió.
               -Te aseguro que mis preguntas son totalmente inocentes. Y no usaré nada de lo que me digas ante un tribunal.
               -¿Lo prometes?
               -Lo prometo.
               Le tendí el meñique para demostrarle lo en serio que iba mi propuesta. Él lo miró, sonrió, asintió con la cabeza y enganchó su meñique con el mío. Movimos las manos arriba y abajo para asegurarnos de que el universo se daba cuenta de lo que hacíamos, y nos separamos por fin. No se me escapó cómo las yemas de sus dedos buscaron las mías, cómo mi mano intentó quedarse con la suya un poco más.
               Dejé las manos sobre mi regazo.
               -¿Y bien? Estoy esperando, Sabrae.
               -¿Quieres no meterme presión, por favor? Es raro preguntarte cosas insustanciales cuando sé tu opinión sobre… no sé. La religión y cosas así.
               -Vale, pues mientras piensas, déjame hacerte yo una pregunta: ¿por qué eres musulmana?
               La pregunta me pilló tan de sorpresa que no supe qué responderle. Me lo quedé mirando con los ojos abiertos, impactada por lo directo que había sido. Me mordí el labio y me miré la palma de las manos. ¿Por qué era musulmana?
               Porque mi familia lo era.
               Porque era parte de mi cultura.
               Porque nunca me lo había planteado. Lo era y ya está.
               -¿A qué te refieres con que por qué soy musulmana?
               -Sí, bueno. Eres lista. Es decir, no te ofendas. No quiero decir que los musulmanes sean tontos. Es sólo que… me choca un poco que seas religiosa cuando por otro lado crees mucho en la ciencia. ¿No te parece que la religión hoy día tiene poco sentido? Ya conocemos todas esas movidas de la evolución, el Big Bang… no veo la razón de ser de seguir contando historias sobre un ser superior que lo creó todo y se creó a sí mismo cuando ya hay teorías que hablan sobre lo mismo y que encima aportan pruebas. Es algo que me choca un montón de tu familia-sonrió-. O sea, Scott tiene una obsesión con la astronomía bastante intensa. Y luego, de vez en cuando, le da por ir a una mezquita-sonrió.
               -Yo no me tomo la religión como un relato de dónde vienen las cosas. Vale que nació así, pero… para mí es una forma de tener esperanza. ¿A ti no te da miedo pensar en que después de la muerte no haya nada?-asintió con la cabeza-. Porque yo creo que me moriría de miedo si creyera realmente que estoy existiendo en un momento concreto del tiempo y no va a haber nada en cuanto mi corazón se detenga. Además… está bien creer que tus acciones son por algo. Que las cosas malas que te pasan responden a una especie de plan superior. Dios es eso para mí-respondí-. Un faro en la distancia en una noche de tormenta-miré el techo, sobre el que la lluvia seguía descargando con furia-. Algo a lo que aferrarme y en lo que puedo confiar cuando las cosas van mal.
               Alec asintió con la cabeza, mirando el techo también.
               -Y me gusta pensar que tenemos alma-añadí, y él volvió a mirarme-. Que existo más allá de mi cerebro. Porque, si lo piensas, técnicamente eres un cerebro que tiene un cuerpo. Según la ciencia. Pero yo creo que somos más que tres kilos de neuronas aquí dentro-me toqué la sien y Alec hizo sobresalir su labio inferior, pensativo-. ¿No te parece demasiado simple decir eso? Yo prefiero pensar que hay algo más mágico e intangible en mí que un mero órgano rugoso y blandito.
               -Creo que la palabra “blandito” se ajusta bien a ti.
               Me eché a reír.
               -¿Y tú? ¿No crees en nada?
               -Yo también pienso que tenemos alma-asintió con la cabeza-, pero no sé-jugueteó con una bola de papel manchada de kétchup, mostaza y saliva-. Todo eso de una entidad suprema que dirige la vida de todos… no lo compro. Cada cual es libre de tomar sus propias decisiones. Vale que estás bastante condicionado por el lugar del que procedes, pero…
               -No siempre-respondí, mirando sus manos. Alec clavó los ojos en mí y yo levanté la mirada hacia él.
               -¿Quieres hablar de eso?-se ofreció, y por un momento me sentí tentada de aceptar su invitación. Jamás había hablado del tema de mi adopción con nadie fuera de mi familia, y creo que nunca había sido totalmente sincera a la hora de abordar el tema. Sabía que había sido elegida en lugar de desechada, que era afortunada, más incluso que mis hermanos, por el mero hecho de que papá y mamá me habían elegido en lugar de conformarse conmigo, como habían hecho con Scott, Shasha y Duna (aunque poco tenían que conformarse con mis hermanos, la verdad), pero… había una parte de mí que sentía curiosidad. ¿Por qué me habían dejado en un capazo de madrugada con una escueta nota diciendo un nombre por el que yo no respondía y la fecha en la que nací?
               ¿Por qué tomarse tantas molestias por intentar definirme con una palabra cuando la mujer que me trajo al mundo no se iba a quedar conmigo para verme sobrevivir a él?
               ¿Y por qué me planteaba esas preguntas, sintiendo el amor que sentía hacia mi familia? ¿Hacia mi madre?
               No sentía que fuera justo para mamá que tuviera tantas duras y conflictos internos tan fuertes. Me había tratado como si me hubiera dado a luz, había arriesgado su salud por poder alimentarme, me había criado y amado como lo había hecho con mis hermanos, porque para ella no había diferencia entre ellos y yo. Pero, claro, ella no sabía que yo a veces me plantaba delante del espejo, colocándome en ángulos forzados, para intentar encontrar parecidos con ella o con papá que en Scott y mis hermanas estaban ahí de forma natural.
               Nadie sabía lo que yo sufría pensando que mis hijos no se parecerían a mis hermanos, ni a mis padres. No sólo por la familia que ya tenía, sino la que yo tendría en un futuro, la que yo misma crearía. Nadie se merecía crecer preguntándose si habrá alguien en el mundo a quien te parezcas, si tus rasgos son sólo tuyos o forman parte de alguna rama de tu ascendencia.
               Los niños que provienen de orfanatos crecen rodeados de otros muchos niños, y sin embargo todos sentimos una soledad inmensa ante el reflejo en el espejo.
               -Quizá en otro momento-susurré con un hilo de voz, y Alec asintió con la cabeza. Me tendió una servilleta que no habíamos utilizado y yo la acepté, me la llevé a los ojos y recogí un poco de humedad de ellos. Él estiró la mano y me acarició el brazo.
               -Sabes que estoy aquí, ¿no, Sabrae? Y lo voy a estar siempre. Incluso en el silencio. Incluso cuando pasen semanas sin que hablemos. Jamás te voy a dar la espalda.
               Tragué saliva y lo estudié.
               -Me da igual qué hora sea. Madrugada, tarde, mañana. Me da absolutamente igual. Y con quién esté. Puedes contar conmigo. Lo de que eres mi amiga, lo digo totalmente en serio. Y yo estoy ahí para mis amigos siempre que me necesiten.
               -Te lo agradezco.
               -No tienes nada que agradecer, amor.
               Sonreí. Amor. No me importaría que empezara a llamarme así.
               Díselo, Sabrae, me instó una voz en mi interior. Una voz que me decía que cuanto antes le confesara los sentimientos que había descubierto con otro, antes podríamos llegar a donde los dos no sabíamos que lo deseábamos aún. A poder mantener esas conversaciones tumbados en la cama, vestidos o desnudos, bajo las mantas o sobre ellas, mirándonos a los ojos en la oscuridad de la noche o con la luz del día. Quería descubrirlo todo sobre él, hasta sus más oscuros secretos. Quería que me abriera las puertas de su ser y me dejara explorar cada rinconcito que le componía, comprender cada experiencia vivida tan al detalle que me fuera imposible no adorarlo y no entender a la perfección por qué era así.
               Quería saber de dónde venía, y quería ir con él adonde fuera que se dirigiera.
               -Te he interrumpido, perdona-susurré, sonriendo con timidez, pasándome una mano por el cuello y mordiéndome el labio. Déjame seguir desmontando la imagen que he tenido de ti durante toda la vida.
               Puede que fuera un poco cobarde no decírselo en aquel momento, pero no me importaba. Quería seguir escuchándolo. Estábamos en un punto delicado, sobre la cuerda floja, y no sería yo quien hiciera un movimiento brusco que pudiera hacernos caer, y volver a las conversaciones estúpidas del principio de nuestra relación, cuando lo único que sabíamos del otro era cómo sonaba nuestra voz mientras teníamos un orgasmo.
               Alec me dedicó la misma sonrisa tímida, como si me estuviera diciendo que no tenía nada por lo que disculparme.
               -El caso es que… eso de que haya algo que nos controla y toma las decisiones por nosotros me da repelús-fingió un escalofrío-. Al margen de que, si realmente tiene tanto poder y lo controla absolutamente todo, creo que es tremendamente cruel y no se merece que el mundo le idolatre.
               -Pero si eres espiritual, un poco tendrás que creer en algo.
               -Creo que hay algo, sí, pero… es más… no sé cómo decirlo. Etéreo. Creo que todos tenemos algo dentro y cada uno le pone el nombre que quiere y lo define como mejor puede entenderlo. Y creo que todos somos libres de comportarnos como queramos.
               -¿Y cuando pasa algo malo, tú cómo lo defines?
               -Destino. O azar.
               -¿Y cuando alguien es malo?
               -La gente mala lo es porque quiere. Todos tenemos opción a ser de una forma o de otra-sentenció, de repente muy serio, y su mirada se volvió dura, pero no me dio la sensación de que estuviera enfadado conmigo, sino con algo de su pasado. Descrucé las piernas y las volví a cruzar, picada por la curiosidad, pero me prometí a mí misma que no le haría hablar de ello si él no quería continuar con el tema.
               Y parecía que no quería profundizar.
               -Pero bueno. Con mantenerse alejado de esa gente, tu vida mejora bastante-murmuró, recogiendo una servilleta y haciéndola una pelota en sus manos-. Menuda turra te acabo de dar, ¿eh?
               -Me ha parecido interesante.
               -Para que luego digan que un chico y una chica no pueden mantener conversaciones profundas.
               -Llevamos rompiendo con ese tópico un mes-sonreí, recordando la primera vez que recibí un mensaje suyo, mi sorpresa al verlo buceando por las publicaciones de mi perfil de Instagram.
               -Y lo hacemos muy bien, como todo lo que nos proponemos-se burló.
               -¿Por qué siempre nos las apañamos para hablar de cosas súper trascendentales cuando simplemente estamos charlando por matar el tiempo?
               -Yo nunca he charlado contigo por matar el tiempo.
               -Es un decir, Al.
               -Vale, Saab-se reclinó en la silla y entrecerró los ojos-. Puede que sea porque lo nuestro es un poco inesperado para ambos, y estamos intentando decidir qué hacer con el otro.
               -¿Y ya has decidido qué hacer conmigo?
               -Oh, cosas muy malas, nena-me guiñó el ojo y yo me reí a carcajadas.
               -¿Tu música preferida?-le atajé antes de que pudiera continuar coqueteando, porque cuanto más tiempo pasaba más segura estaba de que me sería imposible irme a Bradford mañana. Mañana era viernes, y los viernes eran nuestros días. No podía renunciar a volver a verlo de noche y volver a ser suya una vez más (porque estaba claro que volvería a serlo). Si Scott se iba a quedar en Londres en un fin de semana secreto con Eleanor, ¿por qué no podía hacerlo yo con Alec? Incluso me iría el sábado si mis padres se ponían difíciles, pero… ¡por favor, que no me hicieran perderme el viernes!
               -Tus gemidos-espetó, y yo puse los ojos en blanco.
               -Alec. Hablo en serio.
               -Yo también.
               -Estás decidido a orientar  esta conversación hacia el sexo, ¿eh?
               -Y lo voy a conseguir-me dedicó aquella sonrisa lobuna suya-. Todavía no me has dicho cuál es tu postura favorita, y eso que has intentado adivinar la mía.
               -No tengo una postura favorita-rodeé la parte superior de la pajita con la uña-, no es que tenga mucha experiencia en el mundo del sexo.
               -Pues no se te nota.
               -Soy buena actriz. ¿Tu canción favorita de todos los tiempos?-insistí, y por la forma en que me miró pensé que no me contestaría. Me equivocaba.
               -Hallelujah. La de Alexandra Burke, no la original. La tía tiene un vozarrón…-volvió a estremecerse-. Se me ponen los pelos de punta escuchándola.
               -Es genial-asentí.
               -¿Cuál es la tuya?
               -No te rías-exigí, cuadrando los hombros. No pensaba que fuera a juzgarme, porque lo conocía lo suficiente como para saber que él no era así, pero… mi reacción era una respuesta automática.
               Era la hija de Zayn Malik, que mi canción favorita fuera una de One Direction parecía un capricho del destino demasiado forzado. Pero así era.
               -¿Es La macarena?
               -¡No!-nos echamos a reír.
               -¿El Gangnam style?
               -¡Dios, no! ¿Por qué has pensado eso?
               -No sé. Tu hermana escucha música china, igual a ti también te gusta. Podría ser genético.
               Me lo quedé mirando, pero él no movió un músculo. Si se dio cuenta de su metedura de pata, lo disimuló a la perfección. Puede que él también fuera buen actor, porque eso de que pronunciara aquella palabra, “genético”, y no se percatara de ello cuando todo el mundo daba un respingo y empezaba con la retahíla de disculpas, me parecía demasiado bueno para ser real.
               Demasiado bueno incluso para él.
               Así que era sincero. No me pidió disculpas porque no lo sentía, y no lo sentía porque no había nada que sentir. Me mordisqueé una sonrisa y apoyé la mandíbula en una mano.
               -Me gusta estar contigo-confesé en un susurro, y él sonrió.
               -Y a mí también, Saab-me dio un toquecito en el pie con el suyo-. Pero, ¿a qué viene eso?
               -A que no estás constantemente recordándome que mis padres me adoptaron como hacen los demás.
               -Seguro que no lo hacen a posta.
               -No, estoy segura. Pero lo hacen, de todas formas. Strong.
               -¿Mm?-frunció ligeramente el ceño, sin entender.
               -Mi canción favorita es Strong.
               Su ceño se hizo más acentuado. No podía creérmelo. Definitivamente tenía que estar haciéndose el loco. ¿Quién coño nacía en Inglaterra y no conocía la mejor canción de todos los tiempos, compuesta, entre otros, por mi padrino?
               -¿Cómo que cuál? ¡Pues la de One Direction!
               -No la conozco-Alec se rascó el cuello y sacudió la cabeza.
               -Me vacilas.
               -Te lo juro. Es que ni me suena.
               -Tu mejor amigo es Scott Malik-escupí, escandalizada-, ¿nunca has…?
               -No te flipes. Mi mejor amigo es Jordan.
               -Vale, bueno, pues unos de tus mejores amigos son Scott Malik y Tommy Tomlinson, ¿de verdad nunca te ha dado por escuchar la música de sus padres?
               -Es que es música de tías.
               Me llevé una mano a la cara y suspiré.
               -Alec…
               -Bueno, vale, no es de tías, pero la gran mayoría de las canciones os gustan más a las tías. Ya me entiendes. Conozco las moviditas más famosas, como…
               -No digas Live while we’re young.
               -Live while we’re young.
               -El demonio-susurré por lo bajo, y Alec se echó a reír.
               -Y Midnight memories me parece una soberana pasada… pero no he escuchado la que me dices.
               -Pues Strong sale en el mismo disco que Midnight memories.
               Abrí mi mochila y saqué el móvil de su interior.
               -¿Tienes cascos?
               Alec asintió con la cabeza y los sacó de sus vaqueros. Los desenrolló y me los mostró con semblante triunfal.
               -Hazme sitio, que te voy a abrir el cielo.
               -¿Me vas a hacer un strip tease aquí, delante de todo el mundo?—se burló, echándose a reír.
               -Eres muy tonto, hijo mío-me levanté y me senté a su lado. Aparté un poco la bandeja de plástico para poder colocar el móvil. Abrí la aplicación de la música tras conectar los cascos y busqué la canción en mi lista de favoritos. Tenía muy pocas canciones con el corazoncito rojo activado al lado, pero Strong era una de aquellas afortunadas. Y la verdad era que no se merecía menos.
               Le di al play y me apoyé el codo en la mesa para poder estudiar las facciones de Alec mientras la canción avanzaba. Escuchó con atención el principio de la guitarra, el primer solo de papá, hablando de dos manos atadas como dos barcos que navegaban ligeros, sobreviviendo a las olas. Luego comenzó Liam comparando los corazones con libros.
               -Don’t wanna wait till it’s gone, you make me strong.
               Alec me miró en el instante de silencio de la canción, y dio un brinco cuando empezó la música más fuerte de la mano de Harry. Asintió con la cabeza, escuchando con atención, y perdió su mirada en el infinito durante el estribillo. Apoyó la mano en la barbilla y entrecerró los ojos escuchando a Louis hablando de amor desperdiciado, y sonrió para sus adentros cuando el padre de Tommy terminó:
               -But there’s nothing I’m running from, you make me strong.
               Sonrió un poco más cuando empezó el estribillo, se mordió el labio y continuó esperando.
               Y abrió la boca cuando llegó el puente con la primera nota alta de papá.
               -So baby hold on to my heart, yeah.
               Alec silbó. Prepárate, pensé.
               -Need you to keep me…
               -GUAU.
               -Pues ya ve…-empecé, pero él me puso una mano en la boca para hacerme callar.
               -I’ll always hold…
               -BUAH-gorjeó Alec, y yo me eché a reír mientras papá terminaba su parte y llegaba la de Niall. Se mordió el labio escuchando el final del puente y sonrió cuando todos se ocuparon del estribillo una última vez.
               Una vez la canción finalizó y el silencio volvió a reinar entre nosotros, nos miramos a los ojos.
               -¿Tienes más?
               Me eché a reír y asentí con la cabeza; tenía toda la discografía completa de One Direction en mi móvil, tanto de la banda como de los chicos en solitario. Cuando se trataba del grupo en el que estaba mi padre, no le hacía ascos a nada. Y, aunque la música en solitario de los cinco era muy variada y quizás más auténtica, la de la banda tenía algo mágico que no me permitía escapar de ella.
               One Direction tenía una canción para cada estado de ánimo, letras para cada sentimiento, música para cada situación que te encontraras. Si algún artista podía presumir de ser capaz de describir la vida de alguien con su música, esos eran mi padre y sus compañeros.
               Estuve enseñándole música y molestándome cada vez que me decía que pasara una canción porque no le gustaba, y me ponía un dedo en los labios cuando yo quería explicarle algo sobre la canción que estuviéramos oyendo y él prefería escucharla. Así fue como empezamos a enseñarnos música, una de las cosas que más me gustaría de nuestra relación: lo compartíamos todo y nos gustaba que nuestros artistas preferidos sacaran algo nuevo no sólo por descubrirlo, sino por hacerlo con el otro.
               Me pasaría semanas enteras anticipando la salida de un nuevo trabajo de algún artista que le gustara a Alec por el mero hecho de que eso significaba que iríamos a comprar el disco juntos, o iríamos derechos a su casa, para ponérnoslo en los auriculares, tumbarnos en la cama con las piernas colgando, disfrutando por primera vez de escuchar lo que fuera que acabara de salir.
               Y a Alec le gustaría que los cantantes que yo prefería regresaran de sus descansos exactamente por la misma razón.
               Yo no lo sabía en ese instante, pero acababa de hacer nacer una de las cosas más preciosas que Alec y yo íbamos a compartir. Me gustaba estar con él ya no sólo porque podíamos hablar de cualquier cosa sin que el tema fuera espinoso y tuviéramos que sacrificar sinceridad por comodidad, sino porque la relación nos aportaba algo a ambos. Él aprendía de mí, pero yo también aprendía de él.
               Estábamos oyendo Long way down después de que yo consiguiera que Alec no pasara la canción, convenciéndole de que la letra ya sólo merecía su tiempo, cuando se nos acercó una chica con uniforme oscuro y una gorra en la cabeza.
               -¿Os retiro la bandeja, chicos?
               Los dos dimos un brinco. Nos habíamos olvidado por completo de que estábamos en el Burger King. Nos habíamos olvidado por completo de que no estábamos solos. Perdidos con la música de One Direction, habíamos dejado que las voces de los cinco (o los cuatro, dependiendo del disco) nos envolvieran e hipnotizaran hasta el punto de perder incluso la sensación de la propia existencia.
               Abrí la boca para decirle que sí, pero Alec, que era capaz de regresar de la abstracción de la música mucho antes que yo, me atajó:
               -No, gracias. Ya la quitamos nosotros.
               La chica sonrió, asintió con la cabeza y se dirigió hacia una mesa donde un grupo de críos habían dejado todo hecho un asco.
               -Es hora de irse, creo-murmuré, estirándome, desconectando los auriculares y entregándoselos bien enrollados a Alec.
               -Me debías un postre, si mal no recuerdo.
               Me eché a reír.
               -Te acabo de enseñar música genial, ¿no me lo cambias?
               -Yo un postre no lo perdono, Sabrae-sentenció él, fingiéndose muy serio. Volví a reírme, me puse en pie, recogí mi mochila y me peleé con Alec por llevar la bandeja hasta la basura, pero terminé perdiendo porque él era más alto y tenía más determinación que yo.
               Se volvió hacia mí una vez se hubo deshecho de los desperdicios y puso los brazos en jarras.
               -Bueno, ¿adónde me llevas para terminar de cebarme?
               -Te va a encantar-contesté, tirando de las cintas de mi mochila y dirigiéndome a las escaleras mecánicas. Alec me siguió sin decir nada, seguramente algo confuso porque le estaba sacando de la zona de los restaurantes. Pero, créeme, sabía exactamente adónde me dirigía.
               Mientras pasábamos por delante de los mapas del centro comercial cuando llegamos, yo me había fijado en que en él había una cadena de yogur helado a la que iba muchísimo con mis amigas. Tenía decoración en blanco y un azul celeste suavísimo que nos encantaba, mesas redondas pequeñitas y dispensadores con diferentes tipos de yogur y siropes que podías usar a tu antojo. Poder construir nuestros postres como nos apeteciera sin tener que dar explicaciones extrañas a los empleados, que se encargaban de limpiar las mesas y cobrarte y nada más, nos encantaba.
               Alec giró sobre sí mismo, estudiando el pequeño espacio en el interior del centro comercial. Otra de las cosas peculiares del lugar era que no tenía puertas; era casi como una cueva dentro de la pared de los centros comerciales, lo que hacía mucho más fácil entrar y salir.
               Cogí dos cuencos de cartón y le entregué uno a Alec, que se me quedó mirando sin saber qué hacer con él.
               -¿Qué se supone que…?
               -Aquí te lo echas todo tú-expliqué, y tiré de su manga para llevarlo hasta los dispensadores de yogur, chocolate, o helado de frutas. Eché un chorro de yogur griego helado en mi cuenco hasta formar una modesta montañita y luego me encaminé a la zona de los siropes. Abrí uno de los cuencos de plástico y me eché miel.
               -¿No te daba asco a miel?-acusó Alec, frunciendo el ceño.
               -En el yogur no.
               -Mira que eres mentirosa... toda la vida fingiendo que me odias cuando te mueres por mí; hace dos semanas, fingiendo que te da asco la miel…
               -Es que me gusta mucho fingir. A veces lo hago hasta por vicio. Incluso los orgasmos, los finjo a veces-espeté sin darle importancia, pero sentí una punzada en el cuello del estómago pensando en Hugo.
               -¿Qué coño? ¿Me estás vacilando, Sabrae?
               -Jamás lo adivinarás-le saqué la lengua y fui hasta los toppings, con Alec todavía inspeccionando los siropes, decidiendo qué se iba a servir. Me eché un par de cucharaditas de semillas de amapola en el yogur y me acerqué a él, que miró con desconfianza mi postre.
               -¿Qué es eso?
               -Yogur con miel y semillas de amapola.
               -Pues parece alpiste.
               -Pues son semillas de amapola. Están deliciosas. Deberías probarlas.
               -Eh, creo que no-sacudió la cabeza-. Iba a tomar lo mismo que tú porque nunca he estado en este sitio, pero si te soy sincero, no me apetece morir intoxicado.
               -Tú te lo pierdes-me encogí de hombros y me lamí un dedo, en el que una gotita de miel se deslizaba por mi piel. Contemplé cómo Alec se echaba yogur en el vasito de cartón, lo completaba con sirope de chocolate y avellanas y se echaba unas galletas oreo. Fuimos a la caja, le tendí un billete a la dependienta, que debía de tener un año menos que Alec, y nos fuimos a dar una vuelta para estirar las piernas. La negrura de la tormenta todavía absorbía el cielo, y Alec contemplaba mi yogur con estupefacción.
               -¿Qué?
               -Nada.
               -Algo te pasará, ¿por qué pones esa cara?
               -Es que me parece una tontería que te hagas un yogur simplón con miel y alpiste cuando te lo puedes hacer en casa.
               -Mira quién habla, don sirope de chocolate y galletas oreo.
               -Sólo digo que me parece una incongruencia-alzó una mano-. Si puedes tomarlo en casa con facilidad, ¿por qué pedirlo ahora en lugar de aprovechar y tomarte algo un poco más… exótico?
               -¿“Exótico” es la palabra del día?
               -Sí, me salió en la app de juegos mentales por la mañana.
               Me eché a reír.
               -Lo tomo porque está delicioso, y porque no soy una gilipollas pretenciosa como tú.
               Él se detuvo y se llevó una mano al corazón.
               -Oye, Saab, ¿no crees que estás siendo un poco dura conmigo?
               Fingí que me lo pensaba colocando un dedo en la barbilla.
               -Tienes razón. Tampoco eres tan pretencioso.
               Los dos nos echamos a reír y continuamos caminando despacio, con los pasos sincronizados, disfrutando de la compañía del otro.
               -Se me está solidificando el sirope-comentó-, ¿te apetece probarlo?
               -¿Me das tus sobras llenas de babas?
               -Perdona, ¿tienes que estar un poco borracha para que mis babas no te den asco?
               Me eché a reír y abrí la boca para aceptar la cucharilla que me tendió, cargada de sirope, trocitos de galleta y yogur. Cerré los ojos, disfrutando del sabor dulce de la mezcla que, por mucho que fuera muy típica, seguía siendo genial. Me relamí los labios y Alec me estudió con los ojos oscurecidos por la cercanía.
               -Es una lástima que yo no haya cogido un cubo inmenso y apenas queden semillas de amapola, porque te las daría a probar.
               -Todavía puedo hacerlo-él se encogió de hombros y dio un paso hacia mí.
               -¿Has cambiado de opinión?
               Sonrió.
               -Algo así.
               Asentí con la cabeza, recogí las pocas semillas de amapola que quedaban en el cuenco, las envolví en una película de miel, tomé algo de yogur y me preparé para darle la cucharilla como él me la había dado a mí.
               Lo que no me esperaba era que Alec tuviera otra cosa en mente para probar el yogur.
               Me tomó de la mandíbula, me acarició la mejilla con el pulgar, y de un paso, salvó la distancia que nos separaba. Se inclinó hacia mí y posó sus labios sobre los míos…
               … y…
               … madre…
               … mía.
               Sentí la misma sensación de ingravidez mientras su boca estaba en la mía, atravesando el espacio a la misma velocidad a la que lo había hecho la primera vez que nos besamos, en la discoteca.
               Es increíble cómo tu universo puede explotar en un colapso de color y tú no darte cuenta de absolutamente nada de lo que te rodea, igual que los demás no saben que ti primer eso con la persona a la que estás destinada a estar lo es; que no es un beso más, que no lleváis meses o años, sino que estáis empezando, que incluso aún no habéis empezado.
               Su lengua se movió despacio por mi boca, acariciando cada milímetro de mi piel mientras la mía hacía lo mismo. Era casi como un apretón de manos en que ambas partes encajaban a la perfección. Me besó con dulzura, con un cariño infinito, como si me correspondiera, como si supiera exactamente cómo me sentía yo con respecto a él porque lo experimentaba en sus propias carnes. A pesar de su ternura y su cuidado, me transmitía un millón de cosas con el contacto de su boca sobre la mía. Me besaba con furia y tranquilidad, como si el mundo fuera a acabarse y sólo en ese instante se le permitiera.
               Un millón de fuegos artificiales comenzaron a estallar en mi vientre. Hablar de mariposas en el estómago no era nada apropiado para lo que yo sentía dentro de mí. Creo que el término más cercano serían aviones supersónicos impactando contra las paredes de mi estómago, haciendo que flotara como si fuera una pompa de jabón.
               Sonreí en su boca y noté que Alec sonreía también, mordisqueándome el labio al contagiarse de mi felicidad. Esto es lo que he nacido para hacer. Besarte.
               Le pasé los dedos por la nuca y él me atrajo hacia sí, acariciándome la cintura con infinito amor. ¿Cómo un chico que ha estado con tantas chicas y folla en baños de discoteca puede dar unos besos tan suaves y acariciar de esa forma tan dulce?
               Nos separamos despacio, nos miramos a los ojos, y fue ahí cuando lo entendimos. Siempre habíamos tenido alguna excusa a la que aferrarnos: el alcohol, la música, la noche, la fiesta, la adrenalina. Pero ahora lo sabíamos. No era la noche, ni la música, ni el alcohol.
               Éramos nosotros.
               Y eso era aterrador.
               Alec sonrió, jadeando por el beso. Tenía las mejillas un poco encendidas y el pelo revueltos por mis manos. Ya lo decía Dua Lipa: sólo un beso era lo que hacía falta para enamorarse otra vez.
               -Sí-susurró-, definitivamente ha sido una buena decisión. Creo que la próxima vez yo también tomaré yogur de alpiste.
               -Estabas esperando eso, ¿no es así? A que me quedara sin él para que te quedara el buen sabor del tuyo.
               -Siempre me reservo lo mejor para el final.
               -Yo soy la revés-contesté, divertida, todavía un poco mareada por lo que acababa de suceder. Nada más y nada menos que el descubrimiento de un nuevo mundo cargado de posibilidades-. Lo más rico me lo como primero por cuestiones de espacio.
               -La paciencia es una virtud-me provocó, frotando su nariz contra mi frente.
               -La ambición también.
               -¿Quién es la pretenciosa ahora?
               -Se te ha olvidado el “gilipollas”.
               -No creo que lo seas-contestó, besándome la frente. Me quedé callada un momento, porque no quería estropear la sensación de sus labios en mi piel, lo tierno de aquel beso inocente.
               -¿Sabes, Alec? Creo que en el fondo, te pega dejar lo mejor para el final.
               -¿Qué crees que llevaba haciendo toda la tarde?-respondió, mirándome de arriba abajo. Y yo no pude más.
               Me puse de puntillas, lo atraje hacia mí y volví a besarlo, con la certeza de que ya no era la anticipación, el alcohol o la música la que actuaba por mí.
               Era yo.








Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆

4 comentarios:

  1. ERIKA ES LA TERCERA VEZ QUE INTENTO PONER UN MALDITO COMENTARIO. TU BLOG ME ODIA, YO YA NO AGUANTO MAS.
    DECIRTE QUE ME HA ENCANTADO EL CAPITULO Y QUE NO ESTOY PREPARADA PARA QUE LLEGUE EL MOMENTO EN EL QUE SE ABRAN POR COMPLETO Y HABLEN DE SUS TRAUMAS. QUE VOY A LLORAR MUCHO. Y QUE AMO COMO SE COMPORTAN CUANDO ESTAN EL UNO CON EL OTRO. QUE PARECEN DOS BEBES DE 6 MESES. LES AMO.
    Y BUENO QUE ESTABA DESEANSO QUE SE COMIESEN LA PUTA BOCA YA. Y ENCIMA EN UN LUGAR COMO ES EL CENTRO COMERCIAL. QUE VALE QUE ELLOS NO INTENTAN ESCONDERSE PERO ES QUE QUE SE COMPORTEN ASI FUERA DE LA DISCOTECA HACE QUE SEAN MAS NOVIOS DE LOS QUE YA SON Y LLORO .
    Y LO DEJO YA PORQUE SEGURO QUE TU BLOG ME LO BORRA DE NUEVO Y NO ME GUSTARÍA TENER QUE PEGARME CON INTERNET

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    1. AY PATRI DE VERDAD YO NO SÉ POR QUÉ TE ODIA TANTO EL BLOG EL DÍA QUE DEJES DE COMENTAR POR SU CULPA LLORARÉ
      Me alegro muchísimo de que te haya encantado el capítulo jo es que te juro que disfruté muchísimo escribiendo pero a la vez me puse a pensar que me estaba sobrando al meter tanto diálogo y tanta historia que en realidad no le aportaba mucho a la trama pero mira EL DÍA QUE HABLEN EN SERIO (que no será un día concreto sino a lo largo del tiempo porque así creo que es más creíble) VAIS A FLIPAR PORQUE SON MONÍSIMOS COMO BEBÉS DE 5 MESES NO DE 6
      Tía no había pensado en lo del centro comercial siendo un lugar público pero BUAH tienes razón es súper importante que lo hagan en un sitio en el que les puede ver cualquiera en plan ME DA IGUAL LO QUE PIENSE LA GENTE YO TE QUIERO A TI AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

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  2. Me puto encanta lo domésticos que de están volviendo Sabrae y Alec. Me gusta muchísimo las conversaciones que tienen porque se nota que es como todo muy natural entre ellos, se nota que quieren conocerse y enamorarse del otro a pesar de que están muertos de miedo por hacerlo. Adoro como Sabrae poco a poco empieza a conocerlo y a darse cuenta de la inseguridad que tiene, voy a adorar ver como poco a poco va a ayudarlo a hacerse fuerte y a sentirse válido e importante.
    No puedo esperar a que tengan esa conversacion y ese polvo de reconciliación y comiencen a forjar la relación tsn bonita que van a tener.
    Por cierto, he puto muerto con el momento beso porque ha sido la primera vez en todos estos años que te leo que consigo ver en mi mente mientras leo a dos personajes hacer lo que estot leyendo, con su cara y su cuerpo totalmente claros y nítidos. Y déjame decirte que Alec eran escandalosamente parecido a Noah y Sabrae era directamente Bella.

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    1. SON MONÍSIMOS PAULA ESTOY TIERNITA :((((((((((( AUXILIO
      buah menos mal que te gustan las conversaciones porque fui un poco extra metiendo 12 páginas de tira y afloja de diálogo pero bueno es que me salió natural como tú dices y pues PALANTE
      El momento en que Sabrae termine de sacarlo del cascarón va a ser precioso dios mío no puedo esperar a escribirlo voy a dejar de dormir y de comer para poder dedicarme totalmente a esto.
      El polvo va a ser bonito y a la vez sucio me muero de ganas de escribirlo también me muero de ganas de escribir hasta la lista dela compra del día que se vayan a vivir juntos
      ME PASÓ DE VERDAD DESDE QUE VI TO ALL THE BOYS ME IMAGINO A ALEC NÍTIDAMENTE Y AUNQUE NO ES #EXACTAMENTE NOAH ES QUE BUAH SON TAN PARECIDOS QUE AHORA SE ME HACE MUCHO MÁS SENCILLO ESCRIBIRLO A ÉL Y A SUS GESTOS

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