A ninguno de los dos se nos escapó la complicidad y
sintonía que necesitas tener con una persona para hacer lo que nosotros
acabábamos de hacer. Intenté no pensar en que cualquiera que nos viera nos
consideraría una pareja consolidada que incluso se las arreglaba para hablar a
la vez, con las mismas palabras, en el mismo tono e incluso con los mismos
gestos, porque pensar aquello me llevaría a una espiral de autocomplacencia que
no podía permitirme ahora que estaba a punto de serle sincera.
Alec
se inclinó hacia atrás, apoyando la espalda en el respaldo de su sillón, y
estirando las piernas como quien se repantiga en el sofá de su casa después de
un durísimo día de trabajo, en busca de un descanso bien merecido. Se pasó una
mano por el pelo, sonriente, probablemente pensando exactamente en lo mismo que
yo.
Que
estábamos hechos el uno para el otro.
-¿No
te parece, bombón, que estamos un poco casados? Ni siquiera mi madre hace lo
que acabamos de hacer tú y yo con Dylan-me guiñó un ojo y yo me eché a reír.
Cogí una patata, me la llevé a la boca, di un sorbo de mi bebida y apoyé la
mandíbula en la palma de la mano.
-No
hagas eso.
-Que
no haga, ¿el qué?
-Lo
del pelo-hice un gesto con la cabeza en dirección a su cabellera, despeinada,
en la que se adivinaban unos rizos fruto de la lluvia torrencial de la que
estábamos a salvo ahora. Dios, me encantaba el pelo de Alec, esa mata
ensortijada del color del chocolate con leche, con tonos de tronco de árbol
milenario, de esos que resisten tormentas que arrasan con todo lo demás.
Alec
era, en cierto sentido, una tormenta. Un huracán que había entrado en mi vida y
lo había puesto absolutamente todo patas arriba cuando yo decidí abrirle las
puertas de mi ser… metafórica y literalmente hablando.
-¿Por
qué?-inclinó la cabeza hacia un lado y un amago de sonrisa se dibujó en sus
labios.
-Me
distrae. Si vamos a tener una conversación seria acerca de nosotros, necesito
estar muy centrada.
-¿Mi
pelo te distrae?-Alec se echó a reír y volvió a pasarse una mano por él, de la
frente a la nuca, y luego se lo revolvió y yo solté una carcajada.
-¡Alec!
No es tu pelo, sino tú. El aura que desprendes con ese gesto.
-O
sea, que si yo hago esto…-repitió la jugada, yo puse los ojos en blanco y me recliné
sobre mi asiento, apoyando una mano al lado de mi cuerpo-, tú dejas de poder
pensar bien, ¿no es así?
-Concédeme
este favor, no quiero que tengamos esta conversación con distracciones.
-Yo
te concedo los favores que tú me pidas, pero eso de hablar sin distracciones va
a ser un poco difícil.
-¿Y
eso por qué?-coqueteé-. ¿Piensas que podrás ganarme en alguna discusión que
tengamos sólo toqueteándote el pelo?
-¿Vamos
a discutir?-esbozó una sonrisa juguetona que me encantó.
-¿Es
lo que quieres?
-Lo
que quiero es lo que viene después de las peleas. El polvo de reconciliación-su
sonrisa mudó hasta convertirse en aquella sonrisa canalla, su mejor sonrisa de
Fuckboy®. Me eché a reír y sacudí la cabeza.
-Vas
bien por ahí, especialmente si tienes pensado seguir con lo del pelo.
-Voy
a dejarme el pelo tranquilo, no te preocupes por eso, bombón.
-Guay,
nada de distracciones. Genial-puse las manos sobre la mesa y me senté con la
espalda recta-, vale, pues…
-No,
distracciones va a seguir habiendo-contestó en tono de sabelotodo, cruzándose
de brazos y clavando en mí una mirada cargada de intención.
-¿A
qué te refieres?
-¿Tienes
pensado ponerte un burka?
Me
mordí el labio, intentando reprimir una sonrisa. No le dejaría ganar, es más,
es que ni entraría en su juego. Necesitaba mantener una conversación seria con
él; tenía un millón de cosas que decirle, cosas que se apelotonaban en mi pecho
y amenazaban con hacerme explotar. Necesitaba estar completamente centrada para
poder filtrar cuáles eran las que debía decirle y cuáles debía guardarme para
mí.
Alec, me gusta muchísimo estar contigo y no
quiero que estemos peleados, era el buque insignia de las frases que yo
tenía pensado pronunciar.
Alec, pienso en ti estando con otros, estaba
en la zona difusa, en un territorio gris al que yo accedería dependiendo de los
derroteros que tomara nuestra conversación.
Alec, creo que te quiero, era el corazón
de la zona de peligro, un sitio al que yo no debía acceder bajo ninguna
circunstancia.
Y,
sin embargo, era precisamente lo que a mí más me apetecía decirle. Porque la
mera posibilidad de que me dijera que él también me quería a mí, por remota que
fuera (y, desde luego, la sentía demasiado lejana de mí como para arriesgarme a
saltar a la piscina, en la que sólo había un par de gotas de agua que no
amortiguarían mi caída), hacía que sintiera que estaba flotando como si fuera
un globo aerostático despegando del suelo, convirtiéndose en sí mismo por su
propia ingravidez.
Alec
no debía ser mi razón de ser. Pero yo sentía que él era el único que podía
convertirme en la persona que yo estaba destinada a ser algún día. Queriéndome.
Cuidándome. Gozándome.
-En
casa no somos de esa rama del islam-contesté, juguetona, y Alec chasqueó la
lengua y sacudió la cabeza.
-Entonces
tu cara me va a impedir pensar con claridad, así que…-se inclinó hacia mí,
apoyó los codos en la mesa-, creo que para estar en igualdad de condiciones,
voy a seguir despeinándome un poco más.
-Me
parece estupendo-contesté, llevándome a la boca una de las últimas patatas y
chupándome la punta del dedo, en el que me había quedado una gotita de kétchup.
Alec no se perdió ni uno solo de mis movimientos, y abrió la boca
inconscientemente cuando yo me metí el dedo en la mía. Jadeó y se echó hacia
atrás, tapándose la cara con las manos-. ¿Te estás pensando lo de despeinarte?
-Si
te dijera en qué estoy pensando ahora mismo, me meterían en prisión-espetó, y
yo me eché a reír tan sonoramente que varias mesas se giraron para mirarnos. La
mayoría se ocuparon de nuevo de sus asuntos, casi todos comentando con una
sonrisa qué sería lo que mi chico me había dicho para conseguir que me riera
así.
Alec
se mordió el labio inferior, absolutamente hipnotizado.
-¿Quieres
una tregua?-ofrecí, y su sonrisa titiló.
-Lo
que quiero es que te rías así hasta el día en que me muera.
-Tendrás
que contarme muchos chistes.
-Va
un caracol y derrapa.
Volví
a soltar una risotada y Alec rió entre dientes.
-Es
imposible que te haga gracia esa mierda de chiste.
-Eres
tú el que me hace gracia.
-Ah,
¡ahora va a resultar que tengo una cara graciosa!
-¡Pues
sí! Mira, no quería decírtelo para que no te pareciera mal, pero… así es, Alec:
tienes una cara graciosa.
-Eso
explicaría por qué se te pone esa sonrisita cada vez que me ves-apoyó la cabeza
en su mano y parpadeó deprisa, soñador.
-A mí
no se me pone ninguna sonrisita.
-Sabrae,
por favor, que cualquier día tenemos que vernos con botas de agua para que no
nos empapen los pies tus…-alcé una ceja, expectante. Como dijera lo que yo
creía que iba a decir, me levantaría de la mesa y me marcharía haciéndome la
digna. Dios, sería divertidísimo verlo correr tras de mí-… babas-puntualizó al
fin, disfrutando tanto o más que yo de aquel instante de vacilación.
-Ya
creía que ibas a decir otra cosa.
-Las
guarradas me las reservo para el momento en el que lo único que haya entre
nosotros sea aire.
-A
veces hemos follado con algo más que aire entre nosotros.
-Follarte
con ropa ya no es a lo que aspiro.
-¿Y
qué es a lo que aspiras, exactamente?-coqueteé, llevándome la última patata a
la boca y dándole un mordisco con toda la sensualidad que se me ocurrió. Había
aprendido a utilizar mis armas de mujer (aunque no fuera estrictamente una
mujer) tanto de las películas que veía con mis amigas como de la novela rosa
que me descargaba de Internet, y mis lecturas de erótica (después de que mamá
les echara un vistazo para decirme si eran adecuadas o mejor esperaba a madurar
un poco más para poder leerlas) me hacían conocer al detalle cada milímetro de
mi cuerpo y los efectos que tenía en el sexo contrario.
Poner
en práctica todo lo aprendido con Alec estaba siendo divertidísimo.
Sus
ojos se oscurecieron y su mirada me penetró de una manera en que casi dejé de
sentir la ropa sobre mi piel. Ya había experimentado más veces la sensación de
que Alec me desnudaba con la mirada, pero jamás había sentido físicamente que él me arrancaba la ropa
con tan solo mirarme.
Tenía
que asegurarme de pedirle que hiciera eso cuando estuviéramos solos, sin tanta
gente mirándonos.
Espero que eso sea pronto, bufé para mis
adentros. A esas alturas de la película, me moría de ganas de sentirlo dentro
de mí.
-Otra
vez-sonrió con aquella sonrisa oscura, lasciva, que no prometía nada bueno y
que te garantizaba un polvo mil veces mejor que sus intenciones-, si fuera
sincero, iría a la cárcel.
-No
sé si hacerte hablar; estoy un poco intrigada por cómo funciona el tema del vis a vis.
-Mañana
mismo robo un banco-espetó, y los dos nos echamos a reír y nos ocupamos de
nuestras bebidas. Alec sacudió la cabeza y posó su vaso de papel sobre la
mesa-. ¿Ves cómo no íbamos a hacer más que distraernos? Basta de tonteo, al
menos por un rato. Han pasado casi dos semanas desde la última vez que nos
vimos, tenemos muchísimo de qué hablar.
Asentí
con la cabeza y me senté con las piernas cruzadas.
-Han
sido dos semanas muy largas.
-Para
mí también han sido…-empezó, pero no pudo continuar. Un hombre de mediana edad,
orondo y con una sonrisa cálida, que me recordó en cierto sentido a Homer
Simpson, se acercó por detrás a él y lo cogió del cuello, en ese gesto tan
típicamente masculino con el que se saludan los hombres.
No sé
si es porque me he criado en una casa llena de chicas y los chicos siempre han
sido minoría en mi vida, tanto en mi familia como en mi círculo de amistades,
pero el caso es que hay cosas de los tíos que yo nunca me explicaré. Y una de
ellas es esa manera de reconocer la presencia del otro a base de fingir que les
estrangulan.
Alec
se dio la vuelta con tranquilidad, acostumbrado a esos extraños rituales, una
pizca de curiosidad tiñendo sus ojos.
-¿Qué pasa, hijo de puta?-saludó el hombre,
que tendría unos años más que mi padre, según mis cálculos-. ¿Acaso te doy mal
de comer?
Alec
se echó a reír y me señaló con la palma de la mano vuelta hacia el techo de
cristal, donde la lluvia continuaba repiqueteando, con la diferencia de que
ahora ya no lo hacía con tanta furia.
-¿Y
tú qué? ¿Qué haces pululando al lado de la competencia? ¿Piensas robarles más
recetas?-se puso en pie y le dio la mano con afecto al hombre, cuyo rostro me
sonaba muchísimo pero yo no sabía situarlo. ¿Competencia? ¿A qué se refería
Alec?
-Hay
que sacarla de paseo de vez en cuando-comentó el recién llegado, señalando con
el pulgar por encima del hombro a una mujer de más o menos la misma edad que
él, también rechoncha, de mirada afectuosa y mejillas sonrosadas tanto por el
calor del aire acondicionado y su jersey combinados como por la situación en
sí. Parecía algo tímida, incluso diría que incómoda: estaba segura de que sabía
que había interrumpido algo importante entre Alec y yo. Me dirigió una mirada
con una disculpa sincera y yo le dediqué una sonrisa tranquilizadora-. Hay que
demostrarle que sigo siendo un tío con mundo.
-Hay
que tener contenta a la parienta. ¿Te ha comprado algo caro, Betty?-Alec se
volvió hacia ella, que se echó a reír y negó con la cabeza. Me gustó el cariño
que se reflejó en sus ojos cuando se puso de puntillas para darle un beso a
Alec en la mejilla. Era la mirada de una madrina que se encuentra con su
ahijado después de mucho tiempo sin verlo.
-Aún
no, pero algo seguro que cae-comentó con voz cantarina, típica de alguien que
tiene una tienda de barrio respetada entre los vecinos.
O de
alguien que se dedica a dar de comer a la gente y que acostumbra a recibir
alabanzas por su manera de guisar, asar o freír.
Competencia… de repente, caí en la
cuenta de qué conocía al hombre. Era el dueño del restaurante al que Scott y
sus amigos iban los fines de semana, algunas veces antes de una borrachera, la
mayoría, después, para asentar un poco el estómago.
-Veo
que tú tampoco es que estés mal acompañado, ¿eh, muchacho?-el marido de Betty
le dio un codazo a Alec, señalándome con la barbilla. Alec sonrió como si no
hubiera roto un plato en su vida, se pasó una mano por el pelo y respondió a la
provocación:
-Jeff-¡eso
es! Se llamaba Jeff, ahora recordaba la cantidad de veces que Scott lo había
mencionado a medida que crecía y se iba haciendo un poco más independiente en
sus salidas-, ¿te acuerdas de mi amiga Sabrae?
Le
dediqué una sonrisa dulce, y Jeff se pasó una mano por la barbilla.
-Me
suena tu cara, chica, ¿te ha metido mano este impresentable en mi local?
-¡Jeff!-acusó
su esposa, dándole un manotazo en el hombro-. ¿Cómo se te ocurre? ¡Deja en paz
a la pobre niña!
-No
ha tenido el gusto-respondí yo, y Jeff se echó a reír-. Soy la hermana de
Scott.
Jeff
le dirigió una mirada cargada de intención a Alec.
-Así
que la hermana de un amigo, ¿eh?
-Sólo
somos amigos, Jeff, tranqui, tío.
-¿Lo
sabe su hermano?
-Sabrae
puede hacer lo que le dé la gana. Además, ¿qué hay que saber? Tiene derecho a
tener amigos, y yo a tener amigas, ¿o no?
-Tú
no tienes amigas, chico. Con esa cara que te ha dado Dios, sabes apañártelas
para vivir mejor que bien, galán-le dio una palmada en la cara y Alec se echó a
reír.
-Ten
cuidado con esas manos, no vaya a ser que te tenga que romper los dientes
delante de tu señora. No querría disgustarla.
-No
lo harías, Al, cariño, créeme. Es más, tienes mi bendición.
-¡Uy! ¿Qué le haces a tu mujer, descarado? ¿La
tienes desatendida?
-¡Pero
si es ella!
-Ten
cuidado, que estás en una edad muy mala, y el barrigón cervecero ya no se
lleva-Alec le dio una palmada en el vientre y Jeff alzó las manos.
-¡Pero
bueno! Yo que venía a saludarte con toda mi buena intención, por cuestiones de
educación, ¡y no hago más que ser atacado por mi esposa y el niñato de los
palitos de queso!
-¿Quieres
saber por qué no voy a tu local y sí vengo al Burger King?-Alec cogió un bite, el último de los que le
correspondían, y lo sostuvo frente al rostro de Jeff-. Por estos pequeños
pedacitos de cielo. El día que te animes a hacerlos en tu antro de mala muerte,
volveré rodando a mi casa. Se acabaron estos abdominales esculpidos por los
dioses-Alec se levantó un poco la camiseta para darse una palmadita en sus
músculos bien definidos, y yo puse los ojos en blanco, muerta de risa, mientras
Betty suspiraba y se ponía colorada-, y el echar polvos cada fin de semana.
Adiós, mujeres, hola, colesterol.
Jeff
se masajeó la mandíbula, oculta tras una buena papada.
-Mañana
mismo los tienes disponibles en el menú. Eso de que dejes de ser un prepotente
porque te llevas de calle a todas las mujeres me suena a planazo.
-¡Jeff!-protestó
Alec, abriendo muchísimo los ojos-. ¡Por favor! ¿Qué imagen le estás dando de
mí a Sabrae?
-Si
la pobre chica está aquí sentada contigo, es porque ya te conoce… o no lo hace
lo suficiente. Mejor que se entere pronto a que lo haga tarde.
-Conozco
sus antecedentes, tranquilo-agité una mano en el aire como restándole
importancia-. Ésa era una de las principales razones por las que no le he
soportado mientras crecía.
-¿Y
qué ha cambiado ahora, bonita?-quiso saber Betty, y Alec y yo nos miramos. En
la boca de él apareció una sonrisa traviesa, su sonrisa de Fuckboy® pero
mezclada con algo más. Tenía que decir que no me disgustaba el tinte que estaba
tomando la conversación, ni tampoco su cambio de actitud. Incluso si decía lo
que creía que iba a decir (o sea: que
empezamos a follar), no me enfadaría con él.
Estaba
demasiado atrapada en las redes de su sonrisa y su mirada (y, ¿por qué no?,
también de su pelo ensortijado por la lluvia y la sorpresa que había sido
verme) como para enfadarme con él por cualquier bravuconada que estuviera a
punto de soltar.
-Que
empezamos a conocernos-dijo, sin embargo, y yo le miré con un cariño infinito.
Por su forma de escrutarme, supe que me habría dado un beso en los nudillos de
esos que tanto terminarían por gustarnos. Noté que mis labios se curvaban en
una sonrisa feliz mientras él esbozaba otra, y en ese momento, me sentí
íntimamente ligada a él a pesar de que había incluso una mesa separándonos. Era
como si mi cuerpo no terminara donde acababa la capa externa de mi piel, sino
que se expandiera un poco más allá, por el aire, como una especie de extensión
viscosa que rodeaba a Alec y me hacía estar ligada a él sin importar el espacio
ni los obstáculos entre nosotros.
Alec
me guiñó un ojo y se centró en su conversación con Jeff, que yo escuché con
algo de desinterés. Picoteé un poco de sus patatas por hacerle de rabiar y me
eché a reír cuando me regañó, bebí de mi Coca Cola y le ofrecí a Betty, que se
mantenía al lado de su marido, en la misma actitud pasiva pero estoica que
había adoptado yo. Por fin, los dos hombres se separaron, Alec le dio una
palmada en la espalda y Jeff respondió dándole unos cuantos manotazos en los
lumbares.
-Estás
aburriendo a tu amiga, debería darte vergüenza.
-Ella
es muy paciente-respondió Alec, sentándose en la silla e inclinando la cabeza
hacia un lado a modo de despedida-. ¡Eh, Jeff, acuérdate de que hoy vamos a
cenar, ¿eh?! ¡No nos dejes tirados!
-Con
lo que os gastáis en mi negocio, os tendría que dar una llave.
-Me
parece un buen plan-se cachondeó Alec, y se giró para enfrentarse a mí. Alzó
las cejas y soltó un suspiro-. Esto de ser un personaje público tiene sus
desventajas, ¿no te parece?
-Público
no sé, pero personaje, desde luego que lo eres-me eché a reír y él hizo una
mueca. Cogió su hamburguesa y le dio un buen bocado.
Sus
palabras me habían dado qué pensar, y estaba claro que la ocasión para
sincerarnos había pasado. Me revolví, un poco inquieta ante la posibilidad de
que no encontráramos otro momento sobre el que hablar de nosotros. Sin embargo,
algo en mi interior me decía que debía estar tranquila: Alec mismo me había
asegurado que la conversación también era algo crucial en su futuro más
inmediato, así que si yo no encontraba la manera de sacarla a colación, él se
las apañaría para reconducir nuestra charla.
Yo,
mientras tanto, podía centrarme en coquetear un poco más. Le di un mordisco a
mi hamburguesa con timidez y lo mastiqué mientras pensaba en cómo afrontar la
situación. Alec me había presentado como su “amiga”, y aunque eso no
significaba nada realmente, descubrir que me hacía ilusión que me relacionara
con él frente a otras personas estaba haciendo que me replanteara un montón de
cosas.
Y eso
era sorprendente, porque yo desde luego que lo había considerado mi amigo (y
había estado segura de que él me lo consideraba a mí también), pero escuchar la
palabra flotando entre nosotros, catalogándonos, no dejaba de ser chocante. Por
mucho que hubiéramos compartido noches en vela y posteriores ojeras, sentía que
nuestra relación se basaba en pilares fuertes pero con conexiones muy débiles.
Alec no era un amigo al uso: conocía mis temores, intuía mis secretos más
profundos, aquellos que me daba vergüenza sacar a la luz incluso con Amoke,
pero había cosas tan básicas de mí que le resultaban un absoluto misterio. Y
eso hacía que me preguntara si no estaría precipitándome a la hora de ponerles
nombre a mis sentimientos hacia él.
Poniéndolo
en términos de edificios, la relación que yo tenía con Alec era como la coraza
de un templo griego: se mantenía estoico sobre sus pilares, cobijaba de la
lluvia en gran medida, pero dentro no había nada. Ningún tipo de adorno lo
cubría, todos los muebles y las decoraciones perecidas por el paso del tiempo.
-Así
que… tu amiga, ¿eh?-pregunté, concentrando mi vista en uno de los granos de sésamo
del pan de la hamburguesa, fingiendo desinterés. Se me daba bien eso de hacer
como que algo no me importaba mientras se me aceleraba el corazón por la
posible respuesta.
Alec
se quedó parado un momento, su mandíbula marcándose en su cara. Joder, me apeteció
dejar la hamburguesa sobre la bandeja y mordisquearlo a él.
-Sí-tragó
un poco preocupado, pero descifró algo en mi expresión que le permitió
relajarse-. ¿O no eres mi amiga, Sabrae?-sonrió oculto tras el pan de su
hamburguesa, y yo me encogí de hombros.
-No
sé, no sé. Creo que te tomas esa palabra un poquito a la ligera. ¿Crees que
nuestra relación es de amistad?
-Hombre,
no es que yo sea un experto en relaciones interpersonales… más bien en las
carnales-me guiñó un ojo y yo me eché a reír, y diría que disparé como un
surtidor trozos de pepinillo y cebolla cruda recubiertos de kétchup y mostaza-,
pero si tuviera que definir nuestra relación en términos de amistad o
enemistad, me inclino por lo primero.
-Para
variar, ¿no? No ha sido así durante 14 años.
-Ya,
pero yo me refiero a ahora. Vivo en el presente, nena, y ahora mismo-clavó su
dedo índice sobre la mesa desnuda- no pareces muy enemistada conmigo cuando
gimes mi nombre como una perra mientras te corres.
Alcé
las cejas y abrí la boca, escandalizada.
-¡Yo
no gimo tu nombre como una perra!
-Perdón-él
juntó las manos y una gotita de salsa barbacoa cayó de su hamburguesa-,
lenguaje feminista. Cuando gimes mi nombre, y ya.
-Yo
no gimo tu nombre-discutí, sacudiendo la cabeza y echando mano del vasito del
refresco. Alec hizo una mueca, frunció el ceño, paseó los ojos de un lado a
otro de su campo de visión y se inclinó hacia mí.
-¿Ah,
no? ¿Y qué haces?-quiso saber, curioso. Acerqué tanto la pajita del refresco a
mi boca que la rocé con los labios, haciendo que bailara, cuando le contesté:
-Lo
grito. Como una zorra.
Le
dediqué mi sonrisa más radiante y di un sorbo de la bebida sin apartar los ojos
de él. Alec dejó la boca entreabierta, completamente flipado con mi
contestación digna de una secuaz del demonio que contrastaba a la perfección
con mi semblante angelical. Sus ojos bajaron en caída libre a mi boca y yo me
recliné en el asiento, dejando el vaso sobre la bandeja y centrándome de nuevo
en mi comida. Él tardó un poco en recomponerse, pero cuando lo hizo, sacudió la
cabeza y murmuró algo entre dientes que yo no conseguí entender.
Aunque
estaba bastante segura de que las palabras “follarte fuerte” iban en esa frase
cuyo contenido no cacé al completo. Carraspeó y yo parpadeé en su dirección.
-Así
que… ¿qué somos, Sabrae? ¿Enemigos que se acuestan?
-En
absoluto. Ahora me caes bien. Es decir… tienes tus momentos.
-Déjame
adivinar, ¿en la ecuación de cómo de bien te caigo, mi ropa es una variable?
-Mentiría
si dijera que no-chasqueé la lengua y él levantó el puño, como diciendo ¡lo sabía!- Pero, ¿no crees que nuestra
relación es un poco rara?
-¿A
qué te refieres?
-Alec,
¿de verdad no te parece raro que sepa la marca de tu ropa interior y no cosas
básicas sobre ti? Como… no sé. Tu color favorito o algo así.
Él se
encogió de hombros.
-Medio
Londres conoce la marca de mi ropa interior bombón, no eres especial.
-Alec-puse
los ojos en blanco y apoyé la cabeza en una mano.
-Es
un decir, Saab. Es decir… medio Londres son… ¿qué? ¿Siete millones de personas?
Yo no sería un hombre si me hubiera tirado a siete millones de tías-reflexionó,
y yo intenté contener una sonrisa. Fracasé en el intento.
-Por
mucho que intentes hacerte el listillo, sé que me entiendes. Y sé que compartes
opinión conmigo.
-No-contestó,
apoyando los codos sobre la mesa.
-¿No?
-No.
Creo que la amistad tiene muchos matices. Tú no eres menos amiga mía que la
gente con la que salgo. O sea, no me refiero a mi círculo, en plan, los nueve
de siempre. Porque ellos sí que saben cosas que otros no, pero… ¿la gente del
trabajo? ¿O de clase? ¿Mis amigos de por ahí? Que ellos sepan cuál es mi
asignatura favorita y todas esas polladas no implica que sean más cercanos a mí
de lo que eres tú. Porque créeme, bombón. Hay muy poca gente más cercana a mí
que tú.
-Pues
yo creo que la amistad se construye desde abajo. Las polladas, como tú dices…
para mí, son importantes. Y no deja de chocarme el hecho de que seamos amigos y
yo sepa cosas profundas sobre ti, pero de las básicas, de las que sabe todo el
mundo, no tenga ni la más remota idea. Es como… si tuviera una versión de ti
que nadie más tiene.
-¿Qué
cosas profundas sabes?-inquirió, juguetón. Le quité un grano de sésamo al pan
de la hamburguesa y lo dejé sobre la bandeja.
-Que
tu relación con tu padre no es como la mía, por ejemplo-contesté en tono
apaciguador, pero eso no evitó que la expresión de Alec cambiara radicalmente.
Del fantasma de una sonrisa pasó a un semblante serio, incluso yo diría que
asustado.
-¿Y
eso de dónde lo sacas?
-Llamas
a Dylan por su nombre. Las pocas veces que has hablado de él, lo has llamado
por su nombre. Me choca. Yo nunca llamo a mi padre Zayn. Es papá. Simple y llanamente papá. Y tú… no usas esa palabra
para referirte a él.
-Me llevo muy bien con Dylan-contestó, y
aunque me estaba corrigiendo, en su tono no había ningún tipo de reproche-. Es
sólo que no me sale llamarlo papá. No
es por otra cosa. Yo lo quiero mucho.
-¿Por
qué no?
Me
dedicó una sonrisa cansada.
-Saab,
oye… de verdad que no te quiero dar largas, pero… no me gusta hablar de este
tema. Te garantizo que si te cuento toda la historia, te amargaré la tarde. Y
la noche. Puede que incluso, la semana. Me duele hablar de ello, así que…
-Pues
no hablaremos-sentencié, tocándole el brazo. Él asintió con la cabeza y se
recuperó un poco.
-Bueno,
aparte de eso, que es evidente, ¿qué
otros trapos sucios tienes sobre mí?
-Sé
que te gusta más hacerlo de pie.
Alec
se rió.
-Nunca
lo hemos hecho de pie.
-No
es verdad. Hubo una vez.
-Una.
De varias. La balanza no está muy equilibrada-sonrió.
-La
forma en que me acariciabas y gemías… no sueles hacerlo así. Creo que fue la
única vez que me tocaste así.
-Hay
más presión-aceptó-. Pero eso, también lo sabe medio Londres. El medio que
lleva falda.
-Sé
que te preocupamos-atajé, y él parpadeó-. Las chicas. En general. Que te gusta
que gimamos. Que gimamos tu nombre entero.
Sé que te gusta que se me escapen palabras en urdu mientras lo hacemos.
Porque te parece sucio. Te gusta que no me controle cuando estamos juntos.
-¿Por
qué iba a parecerme sucio que me hables en tu lengua materna?
-Porque
el urdu no es mi lengua materna. Es la lengua en la que rezo. Y te hace pensar
que te confundo con mi dios. Que te elijo a ti antes que a Él.
-¿Y
lo haces?
Otra
vez intenté no sonreír, y de nuevo fracasé. ¿Cómo podía decirle que Alec
precisamente me había abierto las puertas a esa sensación de divinidad que
había entre mis piernas? ¿Cómo explicarle que yo había creído en Alá por
inercia hasta el momento en que tuve mi primer orgasmo y sentí que aquello era
una experiencia que no estaba hecha de mi mortalidad?
¿Cómo
decirle que no había entendido la devoción de mamá por Dios hasta que me toqué
pensando en él y Le descubrí?
Todo
aquello eran blasfemias, pero… Dios tenía 99 nombres. Todos empezaban por Al.
¿Tanta
locura era que yo relacionara a Alec con Él? Incluso sus dos primeras letras
eran las mismas. Alec podía ser su centésimo nombre.
-Cuando
estamos juntos… nosotros dos somos mi Dios-susurré, y noté que un poco del
calor de mi interior escalaba hasta mis mejillas. Si se lo dijera a cualquier
otra persona, me juzgaría. En ninguna religión se te permite compararte a ti
misma unida a tu compañero durante el sexo con el ser al que idolatras. Pero
aquella sensación de claridad y plenitud, de paz absoluta, que sentí cuando le
dije a Alec aquello, como si me hubiera quitado un peso de encima, me hizo
saber que no estaba haciendo nada malo. Vivía la libertad que me habían dado
como yo lo deseaba, y ninguna divinidad concede libertad para atarte con
cadenas después.
Alec
sonrió, mirándome. Sus ojos chispearon un momento con la emoción de mi
confesión, y su boca se curvaba en un gesto tan adorable que me dieron ganas de
probar su felicidad y la mía, mezcladas, en un beso.
-¿Tú
no sientes lo mismo? ¿Qué en la concepción que tienes de mí hay huecos?
-Yo
te conozco más porque soy amigo de tu hermano-reflexionó-, pero sí. También veo
huecos en ti.
-¿Y
no te gustaría llenarlos?
-Necesitaría
mil años para preguntarte todo lo que te quiero preguntar, bombón. Ni viviendo
cien vidas conseguiría saber todo lo que quiero sobre ti. Eres la criatura más
compleja que he conocido en mi vida. Tienes el rostro de una reina, la boca de
una diosa, y tu mente es un palacio.
Suspiré,
haciendo que sus palabras reverberaran en mi mente. Tienes el rostro de una reina, la boca de una diosa, y tu mente es un
palacio.
Si alguna vez encuentro a un
hombre que me diga cosas la mitad de bonitas que las que me dices tú, y no
tengo hijos con él, es que soy estúpida.
-¿Y
qué echas de menos saber de mí?-continuó, sus ojos estudiándome. Me encogí de
hombros y tomé de nuevo la hamburguesa.
-Todo.
O sea… si fueras un puzzle, tengo las piezas del centro ya unidas, las más
difíciles. Pero ni siquiera encuentro las esquinas.
-Pídelas-contestó
sin darle importancia a lo que acababa de decirme. Básicamente me había dado
carta blanca, me había dicho que entrara en su cabeza y echara un vistazo en su
interior.
Estaba
segura de que contestaría a todo lo que yo le preguntara, sin excepción. Yo lo
haría con tacto, no volvería a presionarlo para que me confesara que había
cuestiones que le incomodaban (aunque no tenía ni idea de que el tema de Dylan
estuviera tan mal como para que se negara a hablar de ello, simplemente lo había
achacado a alguna estúpida reacción de machito).
Sacudí
la cabeza. Precisamente esa sinceridad podía jugar en nuestra contra. Si yo
formulaba las preguntas puede que Alec levantara barreras que no estaba
preparado para levantar aún, simplemente por complacerme. Si era él, por el
contrario, quien hablaba, sortearía cada obstáculo que no quisiera salvar. Y yo
no era quién para reprocharle nada.
-Quiero
que me las des-repuse en tono suave, elocuente.
-Te
las daré si me las pides-fue su respuesta, y yo terminé de dar un sorbo de mi
refresco.
-Es
que no debería pedírtelas. Quiero saber cosas como… no sé, si te gusta el mar o
la montaña, si eres de dulce o de salado, si te gusta el picante, cuál es tu
fruta favorita…
-El
plátano-espetó, cruzándose de brazos.
-¿El
plátano? ¿En serio?
-¿Tengo
cara de que me guste el plátano?
-¿Te
gusta el plátano?-me eché a reír y él puso los ojos en blanco.
-No
lo sé, Sabrae, ¿me gusta?
Nos
echamos a reír, y a mí no se me escapó que lo había dicho en el mismo tono en
que Scott puntualizaría la frase con un no
lo sé, ¿el agua moja? A veces se me olvidaba la influencia que mi hermano
tenía en Alec, y que Alec tenía en mi hermano. Pertenecían a mundos totalmente
diferentes, a partes de mi vida que no tenían relación por mucho que los dos no
se separaran: la noche y el día, mi casa y la discoteca, yo tranquila y yo de
fiesta.
Ahora,
esos mundos comenzaban a mezclarse, y a mí no terminaba de disgustarme lo que
estaba saliendo de ellos.
Jugueteé
con la pajita, decidiendo cuál sería mi primera pregunta. Algo sencillo por lo
que empezar para ir profundizando, pero no demasiado predecible y aburrido.
-Mar-dijo,
y yo lo miré-. Siempre. Nací en una isla. Aunque… me gusta esquiar. Pero mar-se
pasó una mano por el pelo y se repantingó en la silla de nuevo. Se metió las
manos en el bolsillo de la sudadera, la hamburguesa olvidada en su cajita de
cartón-. Prefiero el dulce, pero para ocasiones especiales, porque enseguida me
empalago. Tú eres la excepción a la regla, bombón-me guiñó un ojo y yo no pude
evitar sonreír mientras masticaba-. Mi peli favorita es Marte. La de Matt Damon. ¿La has visto?
-¿Por
quién me tomas?
-Tengo
varias canciones favoritas. Van cambiando dependiendo de la época del año y del
humor en que me encuentre. No quiero sacarme el carnet de conducir. O no quería
hasta que me pediste que te llevara. Enrollarse en un coche es más fácil que en
una moto. Pero prefiero mi moto mil veces. Te da más libertad. He estado en el
continente.
-Grecia-especifiqué,
y él asintió.
-Sí,
pero no sólo.
Me
mordí los labios ocultando una sonrisa.
-¿Y
qué hay del picante? ¿Te gusta?
-No
me importa en la comida, pero lo adoro en las mujeres.
Me
miró de una forma que me robó el aliento. Era como si estuviera recubierta de
salsa barbacoa y él se muriera de hambre. O como si yo fuera un vaso de agua al
finalizar la travesía en un desierto. A pesar de que yo no era suficiente para
saciarse, no iba a renunciar a mí.
Me
miraba como si estuviera desnuda y no hubiera un milímetro de mí que no le
gustase.
Ojalá
estuviera desnuda.
-¿Qué
hay de ti?-mojó unas patatas en kétchup y se las metió en la boca-. ¿Cuál es tu
información superficial? ¿La que pondrías en tu biografía en Twitter?
-“Molo
más que mi hermano, y eso es lo único que importa”-recité, alzando la barbilla.
Alec se echó a reír y asintió con la cabeza.
-Cero
mentiras detectadas.
-Mar.
Me siento más conectada con la tierra. De ahí viene la vida. Además, me encanta
el olor de la brisa marina y el sonido de las gaviotas y las olas rompiendo
contra la costa. Aunque la montaña tampoco me importa. Me transmite mucha
tranquilidad. Prefiero el salado, porque nunca te cansas de él, aunque cuando
estoy en mis días no le hago ascos a nada que lleve azúcar. Cuanto más dulce,
mejor-sonreí, y él asintió con la cabeza.
-Tomo
nota. Ahora sólo necesito tu calendario menstrual.
-No
tengo una peli favorita. No puedo elegir sólo una. Quiero sacarme el carnet de
conducir de coche, porque es más útil que el de moto.
-Díselo
a los atascos.
-También
he estado en el continente. Y en otros continentes.
-¿Podrías
especificar?
-He
visitado América. Las Bahamas, concretamente-Alec silbó-. Sí, lo sé, es
bastante impresionante. Luego, España todos los veranos… Francia, Bélgica,
Luxemburgo. Noruega. Italia.
-Qué
suerte.
-Sí,
bueno, todavía me quedan algunos países por nombrarte, pero…
-No,
lo digo por Italia. Me encanta Italia. No quiero morirme sin visitarla.
-¿En
serio? ¿No es muy parecida a Grecia?
-¿¡Italia!?
-Sí.
Ya sabes, la cultura y todo está copiada de los griegos. Creía que tú,
precisamente, odiarías ese aspecto de ese país.
-La
cultura estará copiada, pero te puedo asegurar que hay cosas en Italia que no
las hay en ningún otro lugar. Ni siquiera en Grecia. Grecia es más… natural,
por así decirlo. Más espectacular porque es más virgen. Italia es diferente en
ese sentido.
-¿Y
nunca has ido? Creía que todos los griegos visitaban Italia alguna vez. Está al
lado. Siempre pensé que erais algo así como primos hermanos.
Alec
negó con la cabeza.
-Las
relaciones son buenas, y tenemos una conexión genial, especialmente con barcos,
pero… no, nunca he estado-se encogió de hombros y se mordió el labio-.
Misterios de la vida que jamás resolveremos. Aunque, si me gradúo, mis padres
me pagan un viaje de una semana con mi hermana.
-¡Eso
suena genial!
-Sí,
bueno, todavía tengo que graduarme, así que-chasqueó la lengua y arqueó las
cejas, evitando el contacto visual en un gesto muy típico de las comedias
románticas en el que el protagonista masculino se debate entre mostrarse
varonil y pasota o abrir su lado más sensible a la chica.
-Vas
a graduarte, Alec.
-No
te recomiendo que apuestes por mí. Los números juegan en mi contra.
-¿Ves?
Esa es otra de las cosas que prácticamente nadie sobre ti. Te subestimas.
Muchísimo.
-No
me subestimo, Sabrae. Me quiero un huevo. Es sólo que soy realista. No voy al
ritmo de mis compañeros. Tampoco es para matarse el hecho de que sea más lento
que los demás.
-No
eres más lento. Me pareces súper inteligente.
Alec
se echó a reír.
-Vale,
ahora entiendo a qué venía toda la conversación respecto a la amistad y lo que
los demás saben de mí. Está claro que no me conoces.
-Precisamente
porque te conozco sé que eres inteligente. Y que no sabes sacarte provecho a ti
mismo, y por eso lo disfrazas todo con una capa de chulería que impide que
nadie piense que eres inseguro.
-No
soy inseguro, ¿has visto qué cara tengo?
-¿Qué
es lo que más te gusta de ti?-decidí atacar, dispuesta a obligarlo a quererse
un poco más. A mirarse con los mismos ojos con los que lo veía yo. Había tenido
un montón de comentarios denigrándose a sí mismo a lo largo de las semanas que
habíamos pasado hablando de noche, y a mí me dolían como si me clavaran un
puñal en el corazón. Ya era hora de dejar de recibir puñaladas.
-¿Te
refieres a alguna parte del cuerpo?
-Me
refiero a lo que quieras que me refiera.
Alec
me dedicó su mejor sonrisa de Fuckboy®.
-A
ver si lo adivinas.
-¿Sabes
qué es lo que a mí más me gusta de ti?-esperó a que continuara-. Que eres noble.
Y bueno. Y te preocupas. Y lo bien que se te da escuchar. Y lo intenso que
eres. En todo lo que haces, pones una pasión… no he visto nadie poner la pasión
con la que tú haces las cosas.
-Bueno,
Saab, tampoco es que me hayas visto en un abanico de actividades muy amplio. Y
dice mucho de tus anteriores compañeros sexuales que no hayas visto esa pasión
en ellos. Eso quiere decir que están ciegos, son imbéciles, o gays. O las tres
cosas a la vez.
-Eres
todo lo contrario a lo que yo crecí pensando que eras. Salvo por una cosa:
sigues siendo gilipollas, porque no sabes valorarte.
Rió
entre dientes.
-¿Recuerdas
lo que te dije sobre tu mente? Bueno, pues ahora parece que estamos paseando
por las mazmorras.
-Me
duele muchísimo que no hagas más que infravalorarte. Te lo digo de verdad. Es
como si… uno de los dos siempre tuviera que echarte mierda encima. Y, ahora que
ya no lo hago, lo haces tú.
-No
creo que sea tan genial como me pintas, nena, pero… lo tendré en cuenta.
-¿Ves
a qué me refiero con lo de que sabes escuchar?-sonreí, y él me imitó, cansado.
-¿Qué
es lo que más te gusta de ti?
-Que
soy una mujer-me aparté el pelo de la cara y di un nuevo bocado.
-¿Y
eso te gusta porque…?
-Porque
ser una mujer en esta sociedad es un insulto a la sociedad. Algo por lo que
pedir perdón. Y ser una mujer orgullosa de serlo es toda una declaración de
intenciones. Es ser fuerte y levantarte cada día y luchar. Es ganarte cada cosa
que consigues. Es disfrutar de un cuerpo que intentan robarte aunque sólo te
pertenezca a ti. Es unirte a las demás y sentir una conexión con ellas por el
mero hecho de que la sociedad dice que sois menos valiosas. Es tener un cuerpo
que te permite crear vida, si así lo deseas, y alimentar a tus hijos, si así lo
deseas, o simplemente tener esa posibilidad aunque no la uses. Es ser diez,
quince, veinte, cien veces mejor que un hombre en tu misma posición. Es ser
reina en un mundo que se empeña en ser república.
Una
sonrisa orgullosa apareció en los labios de Alec.
-Yo
iba a decirte que mi parte favorita de ti era tu boca por la forma en que nos
besamos, pero ya no estoy seguro de que lo sea por eso.
-La
verdad es que tengo unos labios preciosos.
-Y
una mente para descargarla en un ordenador y estudiarla durante milenios.
Platón a tu lado sería un gilipollas.
-Platón
era un poco gilipollas, con toda esa movida de la caverna-me eché a reír y Alec
me siguió. Me fijé en que la comida había disminuido hasta el punto de que ya
nos quedaban unos pocos bocados de nuestras hamburguesas, y los cinco chili cheese bites que Alec había dejado
para mí.
El
hecho de que me hubiera cedido el sobrante decía mucho de él. Reforzaba mi
teoría de que era bastante mejor persona de lo que prefería pensar.
-¿Qué
quieres ser de mayor?
-Feliz.
-¿Y
quién no?-me reí, y él se encogió de hombros.
-Te
sorprendería la cantidad de gente que dice cualquier chorrada sobre el dinero,
como si eso te regalara la felicidad.
-No,
pero te da muchísimas facilidades que te quitan preocupaciones.
-Qué
me vas a contar.
-Me
refería a de qué te gustaría trabajar.
-¿Trabajar?
¿Yo? ¿Has escuchado mi pregunta? Trabajar y ser feliz son antónimos. Ya lo
descubrirás cuando entres en el feroz mundo del mercado laboral-tuve que dejar
la Coca Cola en la mesa y respirar hondo varias veces para no escupir la que
había tomado como si fuera una fuente. Alec sonrió-. Aunque, bueno, si tengo
que elegir una profesión, pues… yo diría que dueño de la mansión Playboy.
-Qué
respuesta más decepcionante.
-¿Qué
hay de malo en ser un viejo gruñón con una mansión de la hostia llena de tías
en ropa interior muy desaprovechadas porque no se te levante?
-¿Por
dónde quieres que empiece?
-Por
el tema de la impotencia. Es algo que me quita el sueño. ¿Crees que los tíos
tenemos un número limitado de erecciones a lo largo de nuestra vida? Porque
imagínate que con 20 años ya he cubierto mi cupo y no se me vuelve a poner
dura. Me suicidaría. Yo, y medio Londres.
Ni
siquiera me dejaba enfadarme con él. Era físicamente imposible. Chasqueé la
lengua.
-No
creo que debas preocuparte por eso. No creo que tengas que entregar ningún vale
por empalme cada vez que quieres pasártelo bien con tu amiguito.
-¿Te
imaginas?-se frotó los antebrazos-. Sería rarísimo. Bueno, ¿y tú? ¿Qué quieres
ser de mayor?
-Líder
de algún movimiento revolucionario.
-Sabrae
Guevara. La cosa mejora por momentos.
-Yo
había pensado más bien en feminismo, pero… sí, algo así. Ah, y feliz-sonreí y
Alec me devolvió la sonrisa--. ¿Tu color favorito?
-El
naranja.
-¿A
quién coño le gusta el naranja?
-A todos
los que tienen buen gusto, gracias por preguntar.
-Es
el color más estándar que he visto en mi vida.
-Tu
cara sí que es estándar.
-Estándar
en las pasarelas-aleteé con las pestañas y Alec me enseñó el dedo corazón.
-¿Has
visto En llamas? ¿Recuerdas la escena
en la que Peeta habla de que su color favorito es el naranja del amanecer? Nadie que esté en su sano juicio y haya
visto ese puto color puede preferir otro.
-Muchos
amaneceres habrás visto tú, volviendo de fiesta borracho.
-Tengo
una claraboya en mi habitación, todos los días veo amanecer. Y luego, me doy la
vuelta y sigo durmiendo. Pero gracias por tu interés.
-¿De
verdad? ¿Y por qué no la cierras?
-Ay,
mi madre-se llevó las manos a la cabeza-. Voy a fingir que no has hecho esa
pregunta, Sabrae. ¿Cerrarla? ¿Estás loca? Es lo puto mejor del mundo. He echado
polvos que me han gustado menos que ver algunos amaneceres.
-¿Conmigo?-tonteé,
sorbiendo por la pajita. La Coca Cola se terminó y Alec sonrió, travieso.
-Sabrae.
Sabraeeeee. Sabrae-canturreó-. No me tires de la lengua.
-¡Será
que yo follo mal!-protesté, dando un manotazo en la mesa y haciendo que una
pareja se girara para mirarnos.
-Meh-se
encogió de hombros-. Tienes margen de mejora. Menos mal que tu profesor es todo
un experto.
-Dime
qué cosas hago mal en la cama. Venga. Ya que tan mal lo pasas conmigo…
-No
sé qué cosas haces mal en la cama porque no he estado en ninguna cama contigo,
Sabrae.
-Pues
qué hago mal cuando estamos juntos. Dime eso al menos.
-Te
empeñas en pasarme las manos por la entrepierna mientras estamos dale que te
pego-espetó, y yo abrí la boca.
-¡¡Yo
no hago eso!!
-¡¡Sí
que lo haces!! ¡¿Tienes idea de lo molesto que es?! ¡Ya! ¡Estoy! ¡Dentro! ¡De!
¡Ti! No hay necesidad de que me intentes hacer una paja mientras estamos en
pleno acto de campaña, tía. Créeme, tus manos son lo que menos me apetece que
me rodeen la polla cuando te abres de piernas para mí.
-Yo
hago unas pajas que te mueres del gusto.
-¿Es
eso una oferta?-arqueó una ceja.
-Vete
a la mierda. ¿Qué más?
-Nada.
Eso. Ya está, creo.
-Genial,
¿es mi turno? Ahora te diré yo qué es lo que tú haces mal.
-A
ver qué trola te inventas, lo estoy deseando.
-Tienes…
esa puñetera costumbre… de darme besitos mientras me estás follando duro. ¡Un
poco de coherencia, coño! Muérdeme las tetas como es debido.
Alec
estalló en una sonora carcajada.
-Yo
soy muy coherente, gracias por preocuparte. ¿Quieres que te recuerde lo que
pasó la última vez que te sobé las tetas?
-Las
tenía sensibles porque estaba con la regla, animal. No son de cristal, ¿sabes?
No se van a romper si haces un poco de presión.
-No
necesito hacer presión porque con sólo rozarte ya te tengo gimiendo como si no
hubiera un mañana.
Me
abalancé hacia mi refresco y gruñí cuando recordé que estaba vacío.
-No
dices nada porque sabes que tengo razón-se burló él, y yo le hice un corte de
manga.
-No
eres tan bueno como crees.
-¿Repite
eso?-se llevó una mano a la oreja y yo puse los ojos en blanco-. ¿Con cuántos
tíos has estado?
-¿¡Y
a ti qué más te da!?
-¿Tres?
¿Cuatro? ¿Cinco? Cinco es mi última oferta. Imposible que yo sea el sexto.
-Tres.
-¿Y a
que yo soy tu top 10?
-Hombre,
si he estado con 3 chicos, en el top 10 tendrás que aparecer tú.
-No.
Me refiero a que yo soy los 10
mejores polvos que has echado en tu vida. Los 10 mejores han sido todos
conmigo, ¿verdad?
-Eres
insoportable, ahora entiendo por qué te como la boca mientras follamos.
-Tranquila,
nena, que tú también estás en mi top 10. Y eso es todo un lujo, si consideramos
que he hecho hasta tríos. La orgía todavía se me resiste, pero en ello estamos.
-Me
sorprende que haya algo que tú no hayas hecho.
-Me
queda poco, la verdad-se frotó la cara-. Orgías y posturas jodidas del
kamasutra.
-Ilumíname.
-El
candelabro italiano, por ejemplo-meditó, frunciendo el ceño, perdido en sus
pensamientos-. Aunque si lo hiciera mataría dos pájaros de un tiro…
-¿Qué
es eso?
Alec
clavó los ojos en mí.
-Joder.
Joder, Sabrae. Lo siento. No tendría que haber dicho eso… no te lo puedo
contar.
-¿Cómo
que no me lo puedes contar? Ahora lo tienes que hacer. No me vaciles, Alec.
Venga. ¿Qué es eso?
-Tienes
14 años.
-Como
si te importara cuando nos enrollamos. Venga. Soy madura para mi edad. No voy a
coger ningún trauma-alcé las cejas y él suspiró.
-Pues…
es una chica… con cinco chicos.
-¿Cómo,
con cinco chicos? ¿En plan, sin parar? ¿Uno tras otro?
-Eh,
no. Dios mío, Scott me mata por contarte esto-se frotó la cara y bufó-. Los
chicos son… a la vez.
-¿Cómo
que a la vez? ¿Pero aquí hay penetración, o…?
-Sí,
claro. O sea, bueno, no de todos.
-Ah,
bueno. Menos mal. Porque me parecía un poco imposible… ¿por qué cinco? ¿Por qué
no cuatro o seis?
Alec
se me quedó mirando con semblante preocupado.
-¿Cuántos
agujeros tienes en el cuerpo?
Parpadeé,
sintiendo la boca seca.
-Tres.
-¿Y
manos?
Me
las quedé mirando y dejé la hamburguesa sobre el cartón. Me limpié el sudor de
las palmas contra la falda.
-Dos.
-Y
tres y dos suman…
-Joder,
Alec.
-¡Te
dije que no te lo podía contar!
-¡Eres
un pervertido! ¿Cómo te puede atraer…? ¡Es denigrante! ¡Es IMPOSIBLE! Seguro
que la mujer ni siquiera disfruta un poco. Dios. Qué agobio. Cinco chicos a la vez… menudo estrés. Yo no
podría-clavé los ojos en él-. ¿Y la gente lo hace?
-A
ver, yo no conozco a nadie que lo haya hecho, porque es bastante difícil.
-¿Y
tú quieres?
-Me
da curiosidad. Es más bien el morbo de estar en la situación, ¿sabes? No me
pone nada compartir a una tía con cuatro pavos, a mí esas cosas no me van-puso
los ojos en blanco y yo alcé las cejas, estudiando la carne de mi hamburguesa
para tratar de apartar la imagen mental que se me había formado-. Pero, de
todas formas, por mucho que me ponga es bastante difícil que lo haga.
-Porque
el resto de tíos que conoces tienen sesera, ¿no?
-Porque
el resto de tíos que conozco no tienen mi aguante. El único que me sigue el
ritmo es tu hermano.
-A
Scott no lo vas a meter en esta conversación.
Alec
alzó las manos y se inclinó hacia su hamburguesa, y yo tardé 30 segundos de
reloj en volver a la carga:
-¿Y
tú cómo coño sabes lo que aguanta o deja de aguantar mi hermano?
Alec
se me quedó mirando como si fuera estúpida.
-Vamos
a ver, Sabrae, si de verdad te piensas que yo nunca he estado en ninguna casa
haciendo el imbécil mientras Scott echaba un polvo en el piso de arriba… es que
eres incluso más inocente de lo que pensaba y definitivamente no tendría que haberte contado lo que te
acabo de contar.
-Yo
no soy nada inocente.
-Hay
opiniones.
-Lo
era, hasta hace dos minutos.
-¡Me lo pediste tú, ahora no te hagas la mártir!
-No
sé cómo voy a poder mirarte a la cara después de enterarme de esto.
-Usando
los ojos-espetó Alec. Y así, sin más, se evaporó lo incómodo del momento.
-¿Scott
lo ha hecho a menudo?
-¿El
qué?
-Irse
con una chica mientras tú estabas en la misma casa.
-La
pubertad es muy mala-sonrió Alec, y yo asentí con la cabeza.
-¿Con
Ashley?
-¿Para
qué quieres saber eso, Sabrae? Dios. Scott ya no lo hace. Y es raro que me
preguntes por la vida sexual de tu hermano.
-¡Lo
siento! Es que no me lo esperaba para nada. No sé. Siempre pensé que tenía más…
vergüenza.
-¿Vergüenza?
¿VERGÜENZA? ¡¿TU HERMANO?! ¿SCOTT MALIK? ¿DE ÉSE SCOTT ESTAMOS HABLANDO? Tu
hermano tiene más morro que yo. Y eso ya es decir.
-Eso
explica que eche más polvos que tú-sonreí, ocultando mi sonrisa en un bocado de
hamburguesa.
-No
te equivoques, niña-espetó Alec, de repente ofendido-. Tu hermano liga más,
pero el que más repite soy yo. En realidad yo follo más que Scott, aunque no lo
parezca.
-Y
entonces, te despiertas.
Me
lanzó una mirada envenenada.
-Me
estás buscando.
-¿Cómo
es eso?
-A tu
hermano se acercan tanto porque es un Malik como porque tiene una belleza como…
exótica.
-¿Mi
hermano tiene una belleza exótica?
-Eso
dicen las tías, yo no entiendo de si un tío es guapo o no-soltó Alec, y yo puse
los ojos en blanco. Dios, ya empezábamos con esos comentarios de mierda-. Les
atrae, les apetece probarlo porque es algo como nuevo, ¿sabes?
-¿Cómo
es nuevo mi hermano, si lleva toda la vida aquí?
-Joder,
Sabrae: me refiero a que no es blanco.
-Yo
tampoco soy blanca y llevo toda la vida aquí, ¿te parezco exótica?
Alec
me miró de arriba abajo: pelo, cara, cuello, busto. Y luego, subió: busto,
cuello, cara, pelo.
-Bueno-dijo
por fin tras un instante de meditación-. Yo te cambiaría una letra, pero es
bastante cercano a lo que pienso de ti.
Me
reí entre dientes, pillando a la perfección su indirecta. Y sí, la verdad era
que yo también le cambiaría una letra a Alec, pero esa única letra que bailaba
en la palabra era suficiente para definirlo a todo él.
-El
lila.
-¿Qué?
-Mi
color favorito. Es el lila.
Alec
gimió sonoramente.
-Jo,
ahora que la conversación se estaba poniendo interesante…
Me
eché a reír y cogí un bite.
-¿Sabes?
La verdad es que te pega un montón que el lila sea tu color favorito. Muy
feminista-dijo en tono aprobatorio.
-El
morado es el color del feminismo, no el lila.
-Ya,
bueno, pero a medida que crezcas y tu alma se pudra y se vuelva oscura, tu
color favorito también lo hará.
-Voy
a tener el alma fresca como una lechuga hasta el final de los tiempos, pero
gracias por preocuparte.
-Permíteme
que lo dude.
-Bueno,
siempre y cuando evitemos volver a hablar del famoso candelabro…
-¡Joder,
Sabrae! ¡Te dije que no te lo iba a decir, fuiste tú la que insistió! ¿Hasta
cuándo me lo vas a estar recordando?
-¡Hasta
el día en que me muera! ¿Tienes idea de cómo me has destrozado la infancia? ¡Ya
no podré ver La bella y la bestia tranquila!
¡Pobrecito Lumiére! Con lo que a Duna le gusta esa película… jamás volveré a
ver a Emma Watson de la misma forma.
-La
de dibujos es mejor.
-Voy
a fingir que no acabas de decir eso.
-Al
menos el príncipe en los dibujos es más guapo de príncipe que de bestia. El de
la vida real no puede decir lo mismo.
Me
mordí el labio y miré el refresco. Estaba por ir a pedir otro sólo para que
Alec no supiera que me acababa de dejar sin argumentos.
-Otra
discusión que gano con mi lógica irrefutable.
-Hay
una cosa que no entiendo-clavé los codos en la mesa y entrelacé los dedos
frente a mi cara-. ¿Por qué te refieres al naranja del amanecer cuando hablas
de tu color favorito, cuando también lo hay al atardecer?
-Porque
no es el mismo color.
-Siento
discrepar.
-No
son el mismo, Sabrae, no seas terca.
-Es
el mismo, Alec, no te hagas el místico.
-¡Que
no es el mismo!
-¿Quién
lo dice?
-¡La
NASA! ¿Quién dice que es el mismo?
-Lo
digo yo.
-Ah,
bueno, entonces, si lo dices tú, reina del universo…
-¿No
tengo una boca divina? Pues todo lo que yo digo se convierte en verdad. Ea.
Fastídiate.
-¿Cuántos
años tienes? ¿Dos?
Aleteé
con las pestañas.
-¿Cuántos
quieres que tenga, guapo?
Se
rió entre dientes.
-Y
luego el insoportable soy yo. Mira, nena, estás en tu derecho a tener tu
absurda opinión equivocada, pero déjame decirte una cosa-se inclinó hacia mí y
yo me incliné hacia él-: los colores del atardecer y del amanecer no son los
mismos. Lo dice la ciencia.
-Es
el mismo fenómeno, sólo que al revés.
-¿Eso
crees? Madruga un día y lo comprobarás.
-Madruga
tú. Yo estoy muy bien durmiendo hasta cansarme.
-Yo
no necesito madrugar, porque tengo la vista bien.
-No
quieres darme la razón.
-¿Que
no qué…? Te vas a enterar. Mañana mismo, cuando amanezca, te mando un puto
vídeo. Te vas a cagar, Sabrae.
-Me
muero de ganas de ver cómo buscas en google cualquier foto del Caribe y la
haces pasar por tuya.
-Desde
mi habitación. Te enseñaré mi claraboya y luego saldré afuera y te enseñaré el
puto sol y tú tendrás que llamarme para decirme que tenía razón.
-No
pienso llamarte.
-Sí
que me vas a llamar. Pienso estar haciendo que te suene el móvil hasta que me
lo cojas. Tengo tarifa plana y nada que hacer mañana.
-Si
me llamas, te bloqueo. Te lo juro, Alec. Te bloqueo y no te vuelvo a hablar en
la vida.
-No
vas a bloquearme.
-¿Quién
lo dice?
-Tú,
echándome de menos-me guiñó un ojo y dio un sorbo de su bebida.
-No
lo digas como si tú te lo hubieras pasado genial estas semanas.
-No,
pero yo no hago amenazas que no estoy dispuesto a cumplir.
-No
hay quien te aguante.
-Menos
mal que follo bien-sonrió él, y yo puse los ojos en blanco mientras
tamborileaba con las manos en la mesa. Dejé mi hamburguesa sobre la cajita y
suspiré, deseando tener un poco más de Coca Cola que beber. Hice un mohín y
Alec lo malinterpretó-. ¿No puedes más?-quiso saber en tono comprensivo, puede
que incluso preocupado. Carraspeé y meneé la cabeza.
-¿La
quieres tú?
-Yo
lo que quiero son los bites.
-Pues
espera sentado, porque me los estoy reservando-él puso los ojos en blanco y se
terminó la hamburguesa de un bocado. Cuando abrí la boca al coger él de nuevo
su refresco, se me quedó mirando.
-¿Qué
pasa, Sabrae?
-¿Te
vas a beber todo eso?
-¿Tienes
sed?-al asentir yo con la cabeza, me pasó su vaso de papel-. ¿Y por qué no lo
dices?
-¡Porque
no sé qué es lo que bebes! A mí normalmente me basta con el vaso, pero no sé
qué ha pasado hoy.
-Mi
presencia te deshidrata-se burló, y yo me eché a reír. Le tendí mi hamburguesa
y se la zampó de dos bocados. Se chupó los dedos y se repantingó en la silla,
mirando los bites.
-No
pienso cederte ni uno solo. Por ahí no voy a pasar-le advertí, y él hizo un
mohín-. ¿De verdad sigues con hambre? Yo no puedo más. Me está saliendo tripita
de embarazada, y todo-me puse la mano en el vientre y bufé, expulsando con
disimulo parte de los gases que la Coca Cola me había producido. Él alzó las
cejas.
-Podría
comerme una pizza familiar entera después de esto.
-¡Vaya!
-Es
que lo quemo todo, bombón-me guiñó un ojo y yo me volví a reír.
-Ya
me lo imagino. Yo también, pero… no sé. Hemos comido muchísimo.
-Para
tu metro y medio, sí. Para mi metro ochenta y pico, no.
Puse
los ojos en blanco y fue a él a quien le tocó sonreír.
-Mido
más de metro y medio.
-Discúlpame.
Metro cincuenta y uno.
-¡También
mido más de metro cincuenta y uno!
-Me
hace una gracia que la gente baja sepa hasta los milímetros que mide… yo vivo
de puta madre en mi ignorancia.
-Seguro
que si te comieran 5 centímetros no te enterarías.
-Cuando
a mí me comen centímetros me entero siempre, bombón-dejó las manos entrelazadas
sobre su vientre y alzó las cejas.
-Eres
imbécil.
Me
llevé los bites a la boca y disfruté
de la cara que puso Alec mientras los masticaba lentamente. No sabía qué era
mejor, si el sentir cómo el queso se deshacía en mi boca y me resbalaba por la
lengua o verlo a él pasándolo mal porque no había sabido racionarse bien sus
aperitivos y ahora tenía que aguantarse mientras yo disfrutaba.
Cuando
sólo una bolita de queso era la que quedaba, estiré los dedos para cogerla,
pero él se revolvió.
-¿No
vas a ofrecérmelo?
-¿Debería?
-Por
cuestiones de cortesía, sí. Por eso lo he dejado ahí.
-Si
te lo ofrezco, me vas a decir que sí, y medio cheese bite me pertenece.
-Pues
coge tu medio, que yo también quiero disfrutar del mío.
¿Esas
teníamos? Muy bien. Disfrutaría del suyo con muchas ganas. Le di un bocado al cheese bite y me aseguré de dejar poco
queso y poco pimiento en su interior con la lengua. Un pequeño hilillo amarillo
se deslizó por mis dedos, y yo me encargué de limpiármelo después de masticar.
Le tendí la mitad de la bolita a Alec, que la cogió y se la metió en la boca
sin miramientos. Me lamí el queso de los dedos sin apartarla vista de él,
decidida a hacérselo pasar muy mal.
Pero
él no estaba por la labor de rendirse sin luchar. Masticó despacio, saboreando
el queso, asegurándose de mover la mandíbula de una forma que a mí me volvió
loca. Incluso tuve que cruzar las piernas para contener los impulsos de mi
sexo, que había decidido comparar el delicioso cheese bite con una noche con Alec. Y las noches con Alec ganaban,
porque duraban más y eran más placenteras. Todo ventajas.
-Mm,
lo que hará esa boca-sonrió Alec al verme sonreír.
-Pasárselo
bien-me encogí de hombros, me pasé la punta de la lengua por el índice para
recoger los últimos restos de queso y escuché cómo exhalaba un jadeo,
seguramente pensando en cómo me empotraría y me poseería sobre ese mismo sofá
si yo me dejara, a pesar de que todo el mundo nos vería.
Y yo
me dejaría empotrar, sinceramente.
Nos
limpiamos las manos con las servilletas y clavamos los codos en la mesa. Alec
se inclinó hacia mí y yo me incliné hacia él.
-¿Qué
quieres hacer?
-Seguir
conociéndote-respondí, apoyando la cabeza en una mano y sonriendo con picardía.
Me había encantado la forma en que le había dicho a Betty qué era lo que había
pasado entre nosotros, nuestra piedra
angular. Me encantaba esa palabra, “conociéndonos”, porque sentía que era
realmente la que nos definía, la que mejor conseguía envolver la realidad de
nuestra relación. Porque estaba claro que teníamos una relación, aunque no en
el término estricto de la palabra.
Ahora
que le había recuperado y había descubierto el capullo de mis sentimientos
hacia él, los regaría con su experiencia para ver si terminaban siendo una flor
o un arbusto. Esperaba que lo primero, aunque me aterrorizaba lo segundo. Y,
sin embargo, por mucho miedo que me diera descubrir que no éramos compatibles
como yo deseaba en el fondo de mi corazón sin aún saberlo, el hecho de que
pudiéramos avanzar y convertirnos en un “nosotros” merecía la pena el riesgo.
Además,
me gustaba ver que Alec era más interesante de lo que yo había creído toda mi
vida. Siempre lo había tomado por alguien unidimensional, un tío centrado en el
sexo y sin ningún interés en la vida. Todavía no me creía del todo lo del
amanecer, pero el hecho de que se le hubiera ocurrido sacarlo a colación para
contarme sus gustos por el color naranja me había llenado de una esperanza que
no estaba dispuesta a dejar escapar.
-Suena
peligroso. ¿Debería buscarme un abogado?-sonrió.
-Te
aseguro que mis preguntas son totalmente inocentes. Y no usaré nada de lo que
me digas ante un tribunal.
-¿Lo
prometes?
-Lo
prometo.
Le
tendí el meñique para demostrarle lo en serio que iba mi propuesta. Él lo miró,
sonrió, asintió con la cabeza y enganchó su meñique con el mío. Movimos las
manos arriba y abajo para asegurarnos de que el universo se daba cuenta de lo
que hacíamos, y nos separamos por fin. No se me escapó cómo las yemas de sus
dedos buscaron las mías, cómo mi mano intentó quedarse con la suya un poco más.
Dejé
las manos sobre mi regazo.
-¿Y
bien? Estoy esperando, Sabrae.
-¿Quieres
no meterme presión, por favor? Es raro preguntarte cosas insustanciales cuando
sé tu opinión sobre… no sé. La religión y cosas así.
-Vale,
pues mientras piensas, déjame hacerte yo una pregunta: ¿por qué eres musulmana?
La
pregunta me pilló tan de sorpresa que no supe qué responderle. Me lo quedé
mirando con los ojos abiertos, impactada por lo directo que había sido. Me
mordí el labio y me miré la palma de las manos. ¿Por qué era musulmana?
Porque
mi familia lo era.
Porque
era parte de mi cultura.
Porque
nunca me lo había planteado. Lo era y ya está.
-¿A
qué te refieres con que por qué soy musulmana?
-Sí,
bueno. Eres lista. Es decir, no te ofendas. No quiero decir que los musulmanes
sean tontos. Es sólo que… me choca un poco que seas religiosa cuando por otro
lado crees mucho en la ciencia. ¿No te parece que la religión hoy día tiene
poco sentido? Ya conocemos todas esas movidas de la evolución, el Big Bang… no
veo la razón de ser de seguir contando historias sobre un ser superior que lo
creó todo y se creó a sí mismo cuando ya hay teorías que hablan sobre lo mismo
y que encima aportan pruebas. Es algo que me choca un montón de tu
familia-sonrió-. O sea, Scott tiene una obsesión con la astronomía bastante
intensa. Y luego, de vez en cuando, le da por ir a una mezquita-sonrió.
-Yo
no me tomo la religión como un relato de dónde vienen las cosas. Vale que nació
así, pero… para mí es una forma de tener esperanza. ¿A ti no te da miedo pensar
en que después de la muerte no haya nada?-asintió con la cabeza-. Porque yo
creo que me moriría de miedo si creyera realmente que estoy existiendo en un
momento concreto del tiempo y no va a haber nada en cuanto mi corazón se
detenga. Además… está bien creer que tus acciones son por algo. Que las cosas
malas que te pasan responden a una especie de plan superior. Dios es eso para
mí-respondí-. Un faro en la distancia en una noche de tormenta-miré el techo,
sobre el que la lluvia seguía descargando con furia-. Algo a lo que aferrarme y
en lo que puedo confiar cuando las cosas van mal.
Alec
asintió con la cabeza, mirando el techo también.
-Y me
gusta pensar que tenemos alma-añadí, y él volvió a mirarme-. Que existo más
allá de mi cerebro. Porque, si lo piensas, técnicamente eres un cerebro que
tiene un cuerpo. Según la ciencia. Pero yo creo que somos más que tres kilos de
neuronas aquí dentro-me toqué la sien y Alec hizo sobresalir su labio inferior,
pensativo-. ¿No te parece demasiado simple decir eso? Yo prefiero pensar que
hay algo más mágico e intangible en mí que un mero órgano rugoso y blandito.
-Creo
que la palabra “blandito” se ajusta bien a ti.
Me
eché a reír.
-¿Y
tú? ¿No crees en nada?
-Yo
también pienso que tenemos alma-asintió con la cabeza-, pero no sé-jugueteó con
una bola de papel manchada de kétchup, mostaza y saliva-. Todo eso de una
entidad suprema que dirige la vida de todos… no lo compro. Cada cual es libre
de tomar sus propias decisiones. Vale que estás bastante condicionado por el
lugar del que procedes, pero…
-No
siempre-respondí, mirando sus manos. Alec clavó los ojos en mí y yo levanté la
mirada hacia él.
-¿Quieres
hablar de eso?-se ofreció, y por un momento me sentí tentada de aceptar su
invitación. Jamás había hablado del tema de mi adopción con nadie fuera de mi
familia, y creo que nunca había sido totalmente sincera a la hora de abordar el
tema. Sabía que había sido elegida en lugar de desechada, que era afortunada,
más incluso que mis hermanos, por el mero hecho de que papá y mamá me habían
elegido en lugar de conformarse conmigo, como habían hecho con Scott, Shasha y
Duna (aunque poco tenían que conformarse con mis hermanos, la verdad), pero…
había una parte de mí que sentía curiosidad. ¿Por qué me habían dejado en un
capazo de madrugada con una escueta nota diciendo un nombre por el que yo no
respondía y la fecha en la que nací?
¿Por
qué tomarse tantas molestias por intentar definirme con una palabra cuando la
mujer que me trajo al mundo no se iba a quedar conmigo para verme sobrevivir a
él?
¿Y
por qué me planteaba esas preguntas, sintiendo el amor que sentía hacia mi
familia? ¿Hacia mi madre?
No
sentía que fuera justo para mamá que tuviera tantas duras y conflictos internos
tan fuertes. Me había tratado como si me hubiera dado a luz, había arriesgado
su salud por poder alimentarme, me había criado y amado como lo había hecho con
mis hermanos, porque para ella no había diferencia entre ellos y yo. Pero,
claro, ella no sabía que yo a veces me plantaba delante del espejo, colocándome
en ángulos forzados, para intentar encontrar parecidos con ella o con papá que
en Scott y mis hermanas estaban ahí de forma natural.
Nadie
sabía lo que yo sufría pensando que mis hijos no se parecerían a mis hermanos,
ni a mis padres. No sólo por la familia que ya tenía, sino la que yo tendría en
un futuro, la que yo misma crearía. Nadie se merecía crecer preguntándose si
habrá alguien en el mundo a quien te parezcas, si tus rasgos son sólo tuyos o
forman parte de alguna rama de tu ascendencia.
Los
niños que provienen de orfanatos crecen rodeados de otros muchos niños, y sin
embargo todos sentimos una soledad inmensa ante el reflejo en el espejo.
-Quizá
en otro momento-susurré con un hilo de voz, y Alec asintió con la cabeza. Me
tendió una servilleta que no habíamos utilizado y yo la acepté, me la llevé a
los ojos y recogí un poco de humedad de ellos. Él estiró la mano y me acarició
el brazo.
-Sabes
que estoy aquí, ¿no, Sabrae? Y lo voy a estar siempre. Incluso en el silencio.
Incluso cuando pasen semanas sin que hablemos. Jamás te voy a dar la espalda.
Tragué
saliva y lo estudié.
-Me
da igual qué hora sea. Madrugada, tarde, mañana. Me da absolutamente igual. Y
con quién esté. Puedes contar conmigo. Lo de que eres mi amiga, lo digo totalmente
en serio. Y yo estoy ahí para mis amigos siempre que me necesiten.
-Te
lo agradezco.
-No
tienes nada que agradecer, amor.
Sonreí.
Amor. No me importaría que empezara a
llamarme así.
Díselo, Sabrae, me instó una voz en mi
interior. Una voz que me decía que cuanto antes le confesara los sentimientos
que había descubierto con otro, antes podríamos llegar a donde los dos no
sabíamos que lo deseábamos aún. A poder mantener esas conversaciones tumbados
en la cama, vestidos o desnudos, bajo las mantas o sobre ellas, mirándonos a
los ojos en la oscuridad de la noche o con la luz del día. Quería descubrirlo
todo sobre él, hasta sus más oscuros secretos. Quería que me abriera las
puertas de su ser y me dejara explorar cada rinconcito que le componía, comprender
cada experiencia vivida tan al detalle que me fuera imposible no adorarlo y no
entender a la perfección por qué era así.
Quería
saber de dónde venía, y quería ir con él adonde fuera que se dirigiera.
-Te
he interrumpido, perdona-susurré, sonriendo con timidez, pasándome una mano por
el cuello y mordiéndome el labio. Déjame
seguir desmontando la imagen que he tenido de ti durante toda la vida.
Puede
que fuera un poco cobarde no decírselo en aquel momento, pero no me importaba.
Quería seguir escuchándolo. Estábamos en un punto delicado, sobre la cuerda
floja, y no sería yo quien hiciera un movimiento brusco que pudiera hacernos
caer, y volver a las conversaciones estúpidas del principio de nuestra
relación, cuando lo único que sabíamos del otro era cómo sonaba nuestra voz
mientras teníamos un orgasmo.
Alec
me dedicó la misma sonrisa tímida, como si me estuviera diciendo que no tenía
nada por lo que disculparme.
-El
caso es que… eso de que haya algo que nos controla y toma las decisiones por
nosotros me da repelús-fingió un escalofrío-. Al margen de que, si realmente
tiene tanto poder y lo controla absolutamente todo, creo que es tremendamente
cruel y no se merece que el mundo le idolatre.
-Pero
si eres espiritual, un poco tendrás que creer en algo.
-Creo
que hay algo, sí, pero… es más… no sé cómo decirlo. Etéreo. Creo que todos
tenemos algo dentro y cada uno le pone el nombre que quiere y lo define como
mejor puede entenderlo. Y creo que todos somos libres de comportarnos como
queramos.
-¿Y
cuando pasa algo malo, tú cómo lo defines?
-Destino.
O azar.
-¿Y
cuando alguien es malo?
-La
gente mala lo es porque quiere. Todos tenemos opción a ser de una forma o de
otra-sentenció, de repente muy serio, y su mirada se volvió dura, pero no me
dio la sensación de que estuviera enfadado conmigo, sino con algo de su pasado.
Descrucé las piernas y las volví a cruzar, picada por la curiosidad, pero me
prometí a mí misma que no le haría hablar de ello si él no quería continuar con
el tema.
Y
parecía que no quería profundizar.
-Pero
bueno. Con mantenerse alejado de esa gente, tu vida mejora bastante-murmuró,
recogiendo una servilleta y haciéndola una pelota en sus manos-. Menuda turra
te acabo de dar, ¿eh?
-Me
ha parecido interesante.
-Para
que luego digan que un chico y una chica no pueden mantener conversaciones
profundas.
-Llevamos
rompiendo con ese tópico un mes-sonreí, recordando la primera vez que recibí un
mensaje suyo, mi sorpresa al verlo buceando por las publicaciones de mi perfil
de Instagram.
-Y lo
hacemos muy bien, como todo lo que nos proponemos-se burló.
-¿Por
qué siempre nos las apañamos para hablar de cosas súper trascendentales cuando simplemente
estamos charlando por matar el tiempo?
-Yo
nunca he charlado contigo por matar el tiempo.
-Es
un decir, Al.
-Vale,
Saab-se reclinó en la silla y entrecerró los ojos-. Puede que sea porque lo
nuestro es un poco inesperado para ambos, y estamos intentando decidir qué
hacer con el otro.
-¿Y ya
has decidido qué hacer conmigo?
-Oh,
cosas muy malas, nena-me guiñó el ojo y yo me reí a carcajadas.
-¿Tu
música preferida?-le atajé antes de que pudiera continuar coqueteando, porque cuanto
más tiempo pasaba más segura estaba de que me sería imposible irme a Bradford mañana.
Mañana era viernes, y los viernes eran nuestros días. No podía renunciar a
volver a verlo de noche y volver a ser suya una vez más (porque estaba claro
que volvería a serlo). Si Scott se iba a quedar en Londres en un fin de semana
secreto con Eleanor, ¿por qué no podía hacerlo yo con Alec? Incluso me iría el
sábado si mis padres se ponían difíciles, pero… ¡por favor, que no me hicieran
perderme el viernes!
-Tus
gemidos-espetó, y yo puse los ojos en blanco.
-Alec.
Hablo en serio.
-Yo
también.
-Estás
decidido a orientar esta conversación hacia el sexo, ¿eh?
-Y lo
voy a conseguir-me dedicó aquella sonrisa lobuna suya-. Todavía no me has dicho
cuál es tu postura favorita, y eso que has intentado adivinar la mía.
-No
tengo una postura favorita-rodeé la parte superior de la pajita con la uña-, no
es que tenga mucha experiencia en el mundo del sexo.
-Pues
no se te nota.
-Soy
buena actriz. ¿Tu canción favorita de todos los tiempos?-insistí, y por la
forma en que me miró pensé que no me contestaría. Me equivocaba.
-Hallelujah. La de Alexandra Burke, no
la original. La tía tiene un vozarrón…-volvió a estremecerse-. Se me ponen los
pelos de punta escuchándola.
-Es
genial-asentí.
-¿Cuál
es la tuya?
-No
te rías-exigí, cuadrando los hombros. No pensaba que fuera a juzgarme, porque
lo conocía lo suficiente como para saber que él no era así, pero… mi reacción
era una respuesta automática.
Era la
hija de Zayn Malik, que mi canción favorita fuera una de One Direction parecía
un capricho del destino demasiado forzado. Pero así era.
-¿Es La macarena?
-¡No!-nos
echamos a reír.
-¿El Gangnam style?
-¡Dios,
no! ¿Por qué has pensado eso?
-No
sé. Tu hermana escucha música china, igual a ti también te gusta. Podría ser genético.
Me lo
quedé mirando, pero él no movió un músculo. Si se dio cuenta de su metedura de
pata, lo disimuló a la perfección. Puede que él también fuera buen actor,
porque eso de que pronunciara aquella palabra,
“genético”, y no se percatara de ello cuando todo el mundo daba un respingo y
empezaba con la retahíla de disculpas, me parecía demasiado bueno para ser
real.
Demasiado
bueno incluso para él.
Así que
era sincero. No me pidió disculpas porque no lo sentía, y no lo sentía porque
no había nada que sentir. Me mordisqueé una sonrisa y apoyé la mandíbula en una
mano.
-Me
gusta estar contigo-confesé en un susurro, y él sonrió.
-Y a
mí también, Saab-me dio un toquecito en el pie con el suyo-. Pero, ¿a qué viene
eso?
-A
que no estás constantemente recordándome que mis padres me adoptaron como hacen
los demás.
-Seguro
que no lo hacen a posta.
-No,
estoy segura. Pero lo hacen, de todas formas. Strong.
-¿Mm?-frunció
ligeramente el ceño, sin entender.
-Mi
canción favorita es Strong.
Su ceño
se hizo más acentuado. No podía creérmelo. Definitivamente tenía que estar
haciéndose el loco. ¿Quién coño nacía en Inglaterra y no conocía la mejor
canción de todos los tiempos, compuesta, entre otros, por mi padrino?
-¿Cómo
que cuál? ¡Pues la de One Direction!
-No
la conozco-Alec se rascó el cuello y sacudió la cabeza.
-Me
vacilas.
-Te lo
juro. Es que ni me suena.
-Tu mejor
amigo es Scott Malik-escupí,
escandalizada-, ¿nunca has…?
-No
te flipes. Mi mejor amigo es Jordan.
-Vale,
bueno, pues unos de tus mejores amigos son Scott Malik y Tommy Tomlinson, ¿de
verdad nunca te ha dado por escuchar la música de sus padres?
-Es
que es música de tías.
Me llevé
una mano a la cara y suspiré.
-Alec…
-Bueno,
vale, no es de tías, pero la gran mayoría de las canciones os gustan más a las
tías. Ya me entiendes. Conozco las moviditas más famosas, como…
-No
digas Live while we’re young.
-Live while we’re young.
-El demonio-susurré por lo
bajo, y Alec se echó a reír.
-Y Midnight memories me parece una soberana
pasada… pero no he escuchado la que me dices.
-Pues
Strong sale en el mismo disco que Midnight memories.
Abrí mi
mochila y saqué el móvil de su interior.
-¿Tienes
cascos?
Alec asintió
con la cabeza y los sacó de sus vaqueros. Los desenrolló y me los mostró con
semblante triunfal.
-Hazme
sitio, que te voy a abrir el cielo.
-¿Me
vas a hacer un strip tease aquí,
delante de todo el mundo?—se burló, echándose a reír.
-Eres
muy tonto, hijo mío-me levanté y me senté a su lado. Aparté un poco la bandeja
de plástico para poder colocar el móvil. Abrí la aplicación de la música tras
conectar los cascos y busqué la canción en mi lista de favoritos. Tenía muy
pocas canciones con el corazoncito rojo activado al lado, pero Strong era una de aquellas afortunadas. Y
la verdad era que no se merecía menos.
Le di
al play y me apoyé el codo en la mesa
para poder estudiar las facciones de Alec mientras la canción avanzaba. Escuchó
con atención el principio de la guitarra, el primer solo de papá, hablando de
dos manos atadas como dos barcos que navegaban ligeros, sobreviviendo a las
olas. Luego comenzó Liam comparando los corazones con libros.
-Don’t wanna wait till it’s gone, you make
me strong.
Alec me
miró en el instante de silencio de la canción, y dio un brinco cuando empezó la
música más fuerte de la mano de Harry. Asintió con la cabeza, escuchando con
atención, y perdió su mirada en el infinito durante el estribillo. Apoyó la
mano en la barbilla y entrecerró los ojos escuchando a Louis hablando de amor
desperdiciado, y sonrió para sus adentros cuando el padre de Tommy terminó:
-But there’s nothing I’m running from, you
make me strong.
Sonrió
un poco más cuando empezó el estribillo, se mordió el labio y continuó
esperando.
Y abrió
la boca cuando llegó el puente con la primera nota alta de papá.
-So baby hold on to my heart, yeah.
Alec silbó.
Prepárate, pensé.
-Need you to keep me…
-GUAU.
-Pues
ya ve…-empecé, pero él me puso una mano en la boca para hacerme callar.
-I’ll always hold…
-BUAH-gorjeó Alec, y yo me
eché a reír mientras papá terminaba su parte y llegaba la de Niall. Se mordió
el labio escuchando el final del puente y sonrió cuando todos se ocuparon del estribillo
una última vez.
Una vez
la canción finalizó y el silencio volvió a reinar entre nosotros, nos miramos a
los ojos.
-¿Tienes
más?
Me eché
a reír y asentí con la cabeza; tenía toda la discografía completa de One
Direction en mi móvil, tanto de la banda como de los chicos en solitario. Cuando
se trataba del grupo en el que estaba mi padre, no le hacía ascos a nada. Y,
aunque la música en solitario de los cinco era muy variada y quizás más
auténtica, la de la banda tenía algo mágico que no me permitía escapar de ella.
One Direction
tenía una canción para cada estado de ánimo, letras para cada sentimiento,
música para cada situación que te encontraras. Si algún artista podía presumir
de ser capaz de describir la vida de alguien con su música, esos eran mi padre
y sus compañeros.
Estuve
enseñándole música y molestándome cada vez que me decía que pasara una canción
porque no le gustaba, y me ponía un dedo en los labios cuando yo quería
explicarle algo sobre la canción que estuviéramos oyendo y él prefería
escucharla. Así fue como empezamos a enseñarnos música, una de las cosas que
más me gustaría de nuestra relación: lo compartíamos todo y nos gustaba que
nuestros artistas preferidos sacaran algo nuevo no sólo por descubrirlo, sino
por hacerlo con el otro.
Me pasaría
semanas enteras anticipando la salida de un nuevo trabajo de algún artista que
le gustara a Alec por el mero hecho de que eso significaba que iríamos a
comprar el disco juntos, o iríamos derechos a su casa, para ponérnoslo en los
auriculares, tumbarnos en la cama con las piernas colgando, disfrutando por
primera vez de escuchar lo que fuera que acabara de salir.
Y a Alec
le gustaría que los cantantes que yo prefería regresaran de sus descansos
exactamente por la misma razón.
Yo no
lo sabía en ese instante, pero acababa de hacer nacer una de las cosas más
preciosas que Alec y yo íbamos a compartir. Me gustaba estar con él ya no sólo
porque podíamos hablar de cualquier cosa sin que el tema fuera espinoso y
tuviéramos que sacrificar sinceridad por comodidad, sino porque la relación nos
aportaba algo a ambos. Él aprendía de mí, pero yo también aprendía de él.
Estábamos
oyendo Long way down después de que
yo consiguiera que Alec no pasara la canción, convenciéndole de que la letra ya
sólo merecía su tiempo, cuando se nos acercó una chica con uniforme oscuro y
una gorra en la cabeza.
-¿Os
retiro la bandeja, chicos?
Los dos
dimos un brinco. Nos habíamos olvidado por completo de que estábamos en el
Burger King. Nos habíamos olvidado por completo de que no estábamos solos. Perdidos
con la música de One Direction, habíamos dejado que las voces de los cinco (o
los cuatro, dependiendo del disco) nos envolvieran e hipnotizaran hasta el
punto de perder incluso la sensación de la propia existencia.
Abrí la
boca para decirle que sí, pero Alec, que era capaz de regresar de la
abstracción de la música mucho antes que yo, me atajó:
-No,
gracias. Ya la quitamos nosotros.
La chica
sonrió, asintió con la cabeza y se dirigió hacia una mesa donde un grupo de
críos habían dejado todo hecho un asco.
-Es
hora de irse, creo-murmuré, estirándome, desconectando los auriculares y
entregándoselos bien enrollados a Alec.
-Me
debías un postre, si mal no recuerdo.
Me eché
a reír.
-Te
acabo de enseñar música genial, ¿no me lo cambias?
-Yo
un postre no lo perdono, Sabrae-sentenció él, fingiéndose muy serio. Volví a
reírme, me puse en pie, recogí mi mochila y me peleé con Alec por llevar la
bandeja hasta la basura, pero terminé perdiendo porque él era más alto y tenía
más determinación que yo.
Se volvió
hacia mí una vez se hubo deshecho de los desperdicios y puso los brazos en
jarras.
-Bueno,
¿adónde me llevas para terminar de cebarme?
-Te
va a encantar-contesté, tirando de las cintas de mi mochila y dirigiéndome a
las escaleras mecánicas. Alec me siguió sin decir nada, seguramente algo
confuso porque le estaba sacando de la zona de los restaurantes. Pero, créeme,
sabía exactamente adónde me dirigía.
Mientras
pasábamos por delante de los mapas del centro comercial cuando llegamos, yo me
había fijado en que en él había una cadena de yogur helado a la que iba
muchísimo con mis amigas. Tenía decoración en blanco y un azul celeste
suavísimo que nos encantaba, mesas redondas pequeñitas y dispensadores con
diferentes tipos de yogur y siropes que podías usar a tu antojo. Poder
construir nuestros postres como nos apeteciera sin tener que dar explicaciones
extrañas a los empleados, que se encargaban de limpiar las mesas y cobrarte y
nada más, nos encantaba.
Alec giró
sobre sí mismo, estudiando el pequeño espacio en el interior del centro
comercial. Otra de las cosas peculiares del lugar era que no tenía puertas; era
casi como una cueva dentro de la pared de los centros comerciales, lo que hacía
mucho más fácil entrar y salir.
Cogí dos
cuencos de cartón y le entregué uno a Alec, que se me quedó mirando sin saber
qué hacer con él.
-¿Qué
se supone que…?
-Aquí
te lo echas todo tú-expliqué, y tiré de su manga para llevarlo hasta los
dispensadores de yogur, chocolate, o helado de frutas. Eché un chorro de yogur
griego helado en mi cuenco hasta formar una modesta montañita y luego me
encaminé a la zona de los siropes. Abrí uno de los cuencos de plástico y me
eché miel.
-¿No
te daba asco a miel?-acusó Alec, frunciendo el ceño.
-En
el yogur no.
-Mira
que eres mentirosa... toda la vida fingiendo que me odias cuando te mueres por
mí; hace dos semanas, fingiendo que te da asco la miel…
-Es
que me gusta mucho fingir. A veces lo hago hasta por vicio. Incluso los
orgasmos, los finjo a veces-espeté sin darle importancia, pero sentí una
punzada en el cuello del estómago pensando en Hugo.
-¿Qué
coño? ¿Me estás vacilando, Sabrae?
-Jamás
lo adivinarás-le saqué la lengua y fui hasta los toppings, con Alec todavía
inspeccionando los siropes, decidiendo qué se iba a servir. Me eché un par de
cucharaditas de semillas de amapola en el yogur y me acerqué a él, que miró con
desconfianza mi postre.
-¿Qué
es eso?
-Yogur
con miel y semillas de amapola.
-Pues
parece alpiste.
-Pues
son semillas de amapola. Están deliciosas. Deberías probarlas.
-Eh,
creo que no-sacudió la cabeza-. Iba a tomar lo mismo que tú porque nunca he
estado en este sitio, pero si te soy sincero, no me apetece morir intoxicado.
-Tú
te lo pierdes-me encogí de hombros y me lamí un dedo, en el que una gotita de
miel se deslizaba por mi piel. Contemplé cómo Alec se echaba yogur en el vasito
de cartón, lo completaba con sirope de chocolate y avellanas y se echaba unas
galletas oreo. Fuimos a la caja, le tendí un billete a la dependienta, que
debía de tener un año menos que Alec, y nos fuimos a dar una vuelta para
estirar las piernas. La negrura de la tormenta todavía absorbía el cielo, y Alec
contemplaba mi yogur con estupefacción.
-¿Qué?
-Nada.
-Algo
te pasará, ¿por qué pones esa cara?
-Es
que me parece una tontería que te hagas un yogur simplón con miel y alpiste
cuando te lo puedes hacer en casa.
-Mira
quién habla, don sirope de chocolate y galletas oreo.
-Sólo
digo que me parece una incongruencia-alzó una mano-. Si puedes tomarlo en casa
con facilidad, ¿por qué pedirlo ahora en lugar de aprovechar y tomarte algo un
poco más… exótico?
-¿“Exótico”
es la palabra del día?
-Sí,
me salió en la app de juegos mentales por la mañana.
Me eché
a reír.
-Lo
tomo porque está delicioso, y porque no soy una gilipollas pretenciosa como tú.
Él se
detuvo y se llevó una mano al corazón.
-Oye,
Saab, ¿no crees que estás siendo un poco dura conmigo?
Fingí
que me lo pensaba colocando un dedo en la barbilla.
-Tienes
razón. Tampoco eres tan pretencioso.
Los dos
nos echamos a reír y continuamos caminando despacio, con los pasos
sincronizados, disfrutando de la compañía del otro.
-Se
me está solidificando el sirope-comentó-, ¿te apetece probarlo?
-¿Me
das tus sobras llenas de babas?
-Perdona,
¿tienes que estar un poco borracha para que mis babas no te den asco?
Me eché
a reír y abrí la boca para aceptar la cucharilla que me tendió, cargada de
sirope, trocitos de galleta y yogur. Cerré los ojos, disfrutando del sabor
dulce de la mezcla que, por mucho que fuera muy típica, seguía siendo genial. Me
relamí los labios y Alec me estudió con los ojos oscurecidos por la cercanía.
-Es
una lástima que yo no haya cogido un cubo inmenso y apenas queden semillas de
amapola, porque te las daría a probar.
-Todavía
puedo hacerlo-él se encogió de hombros y dio un paso hacia mí.
-¿Has
cambiado de opinión?
Sonrió.
-Algo
así.
Asentí
con la cabeza, recogí las pocas semillas de amapola que quedaban en el cuenco,
las envolví en una película de miel, tomé algo de yogur y me preparé para darle
la cucharilla como él me la había dado a mí.
Lo que
no me esperaba era que Alec tuviera otra cosa en mente para probar el yogur.
Me tomó
de la mandíbula, me acarició la mejilla con el pulgar, y de un paso, salvó la
distancia que nos separaba. Se inclinó hacia mí y posó sus labios sobre los
míos…
… y…
…
madre…
…
mía.
Sentí
la misma sensación de ingravidez mientras su boca estaba en la mía, atravesando
el espacio a la misma velocidad a la que lo había hecho la primera vez que nos
besamos, en la discoteca.
Es increíble
cómo tu universo puede explotar en un colapso de color y tú no darte cuenta de
absolutamente nada de lo que te rodea, igual que los demás no saben que ti
primer eso con la persona a la que estás destinada a estar lo es; que no es un
beso más, que no lleváis meses o años, sino que estáis empezando, que incluso
aún no habéis empezado.
Su lengua
se movió despacio por mi boca, acariciando cada milímetro de mi piel mientras
la mía hacía lo mismo. Era casi como un apretón de manos en que ambas partes
encajaban a la perfección. Me besó con dulzura, con un cariño infinito, como si
me correspondiera, como si supiera exactamente cómo me sentía yo con respecto a
él porque lo experimentaba en sus propias carnes. A pesar de su ternura y su
cuidado, me transmitía un millón de cosas con el contacto de su boca sobre la
mía. Me besaba con furia y tranquilidad, como si el mundo fuera a acabarse y
sólo en ese instante se le permitiera.
Un millón
de fuegos artificiales comenzaron a estallar en mi vientre. Hablar de mariposas
en el estómago no era nada apropiado para lo que yo sentía dentro de mí. Creo
que el término más cercano serían aviones supersónicos impactando contra las
paredes de mi estómago, haciendo que flotara como si fuera una pompa de jabón.
Sonreí
en su boca y noté que Alec sonreía también, mordisqueándome el labio al
contagiarse de mi felicidad. Esto es lo
que he nacido para hacer. Besarte.
Le pasé los dedos por la nuca
y él me atrajo hacia sí, acariciándome la cintura con infinito amor. ¿Cómo un
chico que ha estado con tantas chicas y folla en baños de discoteca puede dar
unos besos tan suaves y acariciar de esa forma tan dulce?
Nos
separamos despacio, nos miramos a los ojos, y fue ahí cuando lo entendimos. Siempre
habíamos tenido alguna excusa a la que aferrarnos: el alcohol, la música, la
noche, la fiesta, la adrenalina. Pero ahora lo sabíamos. No era la noche, ni la
música, ni el alcohol.
Éramos
nosotros.
Y eso
era aterrador.
Alec sonrió,
jadeando por el beso. Tenía las mejillas un poco encendidas y el pelo revueltos
por mis manos. Ya lo decía Dua Lipa: sólo un beso era lo que hacía falta para
enamorarse otra vez.
-Sí-susurró-,
definitivamente ha sido una buena decisión. Creo que la próxima vez yo también
tomaré yogur de alpiste.
-Estabas
esperando eso, ¿no es así? A que me quedara sin él para que te quedara el buen
sabor del tuyo.
-Siempre
me reservo lo mejor para el final.
-Yo
soy la revés-contesté, divertida, todavía un poco mareada por lo que acababa de
suceder. Nada más y nada menos que el descubrimiento de un nuevo mundo cargado
de posibilidades-. Lo más rico me lo como primero por cuestiones de espacio.
-La
paciencia es una virtud-me provocó, frotando su nariz contra mi frente.
-La
ambición también.
-¿Quién
es la pretenciosa ahora?
-Se
te ha olvidado el “gilipollas”.
-No
creo que lo seas-contestó, besándome la frente. Me quedé callada un momento,
porque no quería estropear la sensación de sus labios en mi piel, lo tierno de
aquel beso inocente.
-¿Sabes,
Alec? Creo que en el fondo, te pega dejar lo mejor para el final.
-¿Qué
crees que llevaba haciendo toda la tarde?-respondió, mirándome de arriba abajo.
Y yo no pude más.
Me puse
de puntillas, lo atraje hacia mí y volví a besarlo, con la certeza de que ya no
era la anticipación, el alcohol o la música la que actuaba por mí.
Era yo.
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆
ERIKA ES LA TERCERA VEZ QUE INTENTO PONER UN MALDITO COMENTARIO. TU BLOG ME ODIA, YO YA NO AGUANTO MAS.
ResponderEliminarDECIRTE QUE ME HA ENCANTADO EL CAPITULO Y QUE NO ESTOY PREPARADA PARA QUE LLEGUE EL MOMENTO EN EL QUE SE ABRAN POR COMPLETO Y HABLEN DE SUS TRAUMAS. QUE VOY A LLORAR MUCHO. Y QUE AMO COMO SE COMPORTAN CUANDO ESTAN EL UNO CON EL OTRO. QUE PARECEN DOS BEBES DE 6 MESES. LES AMO.
Y BUENO QUE ESTABA DESEANSO QUE SE COMIESEN LA PUTA BOCA YA. Y ENCIMA EN UN LUGAR COMO ES EL CENTRO COMERCIAL. QUE VALE QUE ELLOS NO INTENTAN ESCONDERSE PERO ES QUE QUE SE COMPORTEN ASI FUERA DE LA DISCOTECA HACE QUE SEAN MAS NOVIOS DE LOS QUE YA SON Y LLORO .
Y LO DEJO YA PORQUE SEGURO QUE TU BLOG ME LO BORRA DE NUEVO Y NO ME GUSTARÍA TENER QUE PEGARME CON INTERNET
AY PATRI DE VERDAD YO NO SÉ POR QUÉ TE ODIA TANTO EL BLOG EL DÍA QUE DEJES DE COMENTAR POR SU CULPA LLORARÉ
EliminarMe alegro muchísimo de que te haya encantado el capítulo jo es que te juro que disfruté muchísimo escribiendo pero a la vez me puse a pensar que me estaba sobrando al meter tanto diálogo y tanta historia que en realidad no le aportaba mucho a la trama pero mira EL DÍA QUE HABLEN EN SERIO (que no será un día concreto sino a lo largo del tiempo porque así creo que es más creíble) VAIS A FLIPAR PORQUE SON MONÍSIMOS COMO BEBÉS DE 5 MESES NO DE 6
Tía no había pensado en lo del centro comercial siendo un lugar público pero BUAH tienes razón es súper importante que lo hagan en un sitio en el que les puede ver cualquiera en plan ME DA IGUAL LO QUE PIENSE LA GENTE YO TE QUIERO A TI AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Me puto encanta lo domésticos que de están volviendo Sabrae y Alec. Me gusta muchísimo las conversaciones que tienen porque se nota que es como todo muy natural entre ellos, se nota que quieren conocerse y enamorarse del otro a pesar de que están muertos de miedo por hacerlo. Adoro como Sabrae poco a poco empieza a conocerlo y a darse cuenta de la inseguridad que tiene, voy a adorar ver como poco a poco va a ayudarlo a hacerse fuerte y a sentirse válido e importante.
ResponderEliminarNo puedo esperar a que tengan esa conversacion y ese polvo de reconciliación y comiencen a forjar la relación tsn bonita que van a tener.
Por cierto, he puto muerto con el momento beso porque ha sido la primera vez en todos estos años que te leo que consigo ver en mi mente mientras leo a dos personajes hacer lo que estot leyendo, con su cara y su cuerpo totalmente claros y nítidos. Y déjame decirte que Alec eran escandalosamente parecido a Noah y Sabrae era directamente Bella.
SON MONÍSIMOS PAULA ESTOY TIERNITA :((((((((((( AUXILIO
Eliminarbuah menos mal que te gustan las conversaciones porque fui un poco extra metiendo 12 páginas de tira y afloja de diálogo pero bueno es que me salió natural como tú dices y pues PALANTE
El momento en que Sabrae termine de sacarlo del cascarón va a ser precioso dios mío no puedo esperar a escribirlo voy a dejar de dormir y de comer para poder dedicarme totalmente a esto.
El polvo va a ser bonito y a la vez sucio me muero de ganas de escribirlo también me muero de ganas de escribir hasta la lista dela compra del día que se vayan a vivir juntos
ME PASÓ DE VERDAD DESDE QUE VI TO ALL THE BOYS ME IMAGINO A ALEC NÍTIDAMENTE Y AUNQUE NO ES #EXACTAMENTE NOAH ES QUE BUAH SON TAN PARECIDOS QUE AHORA SE ME HACE MUCHO MÁS SENCILLO ESCRIBIRLO A ÉL Y A SUS GESTOS