martes, 11 de septiembre de 2018

Elefante.


¡He vuelto! Y pronto volveré con muy buenas noticias, ¡estad atentas! 

Los colores del arcoíris estaban desordenados en el inmenso cajón con los discos de la tienda a la que había ido a la desesperada. En la forma en que había esquinas todavía sin tocar, podías notar que los dependientes los habían colocado por orden cromático, mucho más bonito que el alfabético al que solían recurrir el resto de tiendas de música, o incluso los grandes almacenes.
               Más bonito, sí, pero también más inútil y desesperante. Los clientes en potencia enseguida rompían el delicado equilibrio que se formaba en las olas de color.
               Suspiré mientras pasaba los dedos por las carátulas de los discos, maldiciéndome a mí misma por no haber insistido un poco más en Internet. Después de buscar en todas las tiendas que se me ocurrió en Oxford Street, había decidido usar el bono de transporte para venir hasta Camden y perderme en sus puestos de mercadillo interminables, pero ni por ésas había conseguido encontrar lo que buscaba: un disco de una banda coreana con la que Shasha había decidido obsesionarse después de vaciar, literalmente, las estanterías de las tiendas de música de las secciones de música extranjera.
               Me estaban entrando ganas de llorar pensando en que no conseguiría encontrarle el disco, y eso le chafaría el regalo a mi hermana. Me había acercado a los vendedores de los puestos, de rasgos asiáticos y aspecto aburrido, y les había preguntado por el nombre de la banda completo.
               -Hola, perdona, ¿tendrás algo de Bangtan Sonyeondan?
               El chico había parpadeado en mi dirección, masticando un chicle.
               -¿Quién?
               -Bangtan Sonyeondan. Es un grupo de la década de 2010-le tendí el móvil con una foto del logo de la banda, con la esperanza de que le sonara de algo. El chico chasqueó la lengua y se dio una palmada en la frente.
               -¡Te refieres a BTS!-se acercó a uno de sus cajoncitos de verja de metal y examinó por encima los títulos. Me sentí estúpida creyendo que Shasha llamaba a la banda BTS por abreviarlo, y que nadie me entendería si no usaba su nombre completo-. No, lo siento-negó con la cabeza-. Toda su discografía está descatalogada. Por los problemas que tuvieron con las empresas de entretenimiento más grandes. Es casi imposible encontrar nada-se encogió de hombros y seleccionó un disco del que tenía un montón de copias-. Pero, ¡oye! Esta banda tiene un sonido bastante parecido, quizás te guste…
               -Lo siento. Necesito que sea de BTS. Es para mi hermana.
               -Es una lástima-respondió en tono cortante el chico, y dejó que me fuera sin tan siquiera responder a mi despedida.
               Había caminado por el barrio esquivando a los turistas, tragándome el nudo de mi garganta, hasta que encontré la tienda en la que me encontraba ahora. Había bastante gente en su interior y parecía tener varios pisos, así que me animé a entrar, sólo para descubrir un santuario del rock y del indie en el que la música que Shasha solía escuchar quedaba relegada a la sección de curiosidades. Y allí estaba yo, revolviendo en un cajón de ofertas con la esperanza de encontrarme con las caras de los chicos con los que Shash había decidido obsesionarse, angustiándome porque ya veía que mi regalo tremendamente bien planeado no podría ser tal.
               Shasha nos había contado a Scott y a mí que quería ponerse pañuelo, y después de comentárselo a papá y mamá y decirle ellos que esperaran, a mí se me había ocurrido que podría regalarle su primera prenda con tintes religiosos. Aunque no pudiera ponérsela hasta dentro de un par de años (cuando estuviera “realmente preparada”), sabía que le haría ilusión tener una pieza de suave seda con la que fantasear. Y llevaba varios meses navegando por Internet en busca del disco que yo ahora buscaba a la desesperada en Camden, así que no podía dejar de sonreír pensando en la cara que pondría cuando le entregara la carátula del disco que tanto le había costado encontrar, con un pañuelo de seda doblado cuidadosamente dentro a modo de sorpresa.

               Cerré los ojos, levanté la cabeza y me masajeé los hombros un momento. Suspiré despacio, abrí los ojos, miré los fluorescentes del techo, parpadeé para acostumbrarme a la luz, y asentí para mí misma.
               Puedes con esto. Lo encontrarás. No eres una mala hermana.
               Bueno, eso estaba por ver. Todavía tenía que encontrar los regalos de toda mi familia: mamá, papá, Duna, Shasha, y Scott. Y el de Scott iba a darme mucha guerra, por ese vicio que tenía de coger videojuegos que salían en diciembre el mismo día que aparecían en tiendas. ¿Qué se supone que le regalaría yo entonces? A este paso, tendría que quedarme todo el fin de semana sola en casa, mientras mis padres se llevaban a mis hermanas a Bradford y mi hermano pasaba un fin de semana idílico con su novia en el piso del centro de Londres en que habían vivido papá y mamá durante el primer embarazo de ella.
               Bajé la vista, terminé de pasear los dedos por la última fila, y chasqueé la lengua. Levanté la mirada, armándome de valor para ir a por el siguiente cajón, mi ánimo un poco más mermado.
               Y entonces, lo vi.
               Estaba frente a mí, a dos cajones de distancia. El que sería mi siguiente objetivo hacía de barrera entre los dos. Llevaba puesta una sudadera de color gris oscuro, y la capucha sobre su cabeza impedía que viera su pelo alborotado al completo. Sólo unos cuantos mechones caían sobre su frente mientras paseaba los ojos por los cartones de los vinilos que tenía entre las manos, que iba pasando cuidadosamente con unos dedos que yo sabía lo bien que eran capaces de acariciar y de seguir mis curvas.
               Como si hubiera notado mi mirada sobre él, Alec levantó la vista con curiosidad.
               Nuestros ojos se encontraron y, aunque no podía escucharme por el alboroto tímido de la tienda y los auriculares que le cubrían los oídos, pronuncié una única palabra que él leyó perfectamente de mis labios.
               -Alec.
               Su nombre se cayó de mi boca como se escurría una pieza de cerámica por el sudor de una sorpresa.
               Una sonrisa apareció en su boca, seductora e inocente, feliz con tintes cautos. Se quitó la capucha y los auriculares, y caminó hacia mí para salvar la distancia que yo también estaba salvando. Cuando lo tuve a un par de pasos de mí, me detuve, guardando las distancias, y él hizo lo mismo. Nos miramos un segundo como quien examina a un ejemplar raro de una especie exótica. Mis ojos se pasearon por su mentón, en el que se adivinaba una sombra de barba que me dieron ganas de acariciar.
               Los suyos se pasearon por mi rostro, examinando mi piel sin una pizca de maquillaje, mis ojos abiertos contemplándole con curiosidad y con algo más, mis labios recuperando el color por la forma en que me mordía inconscientemente el labio.
               -Sabrae-susurró, y yo noté que me sonrojaba, como si me hubiera dicho algo sucio, tremendamente erótico.
               Era la primera vez que nos veíamos en más de una semana, desde aquella fiesta en la discoteca en la que yo me fui con Hugo para darle celos, y él se marchó antes de que yo pudiera caer presa de mi conciencia.
               Sus labios dibujaron una sonrisa y a mí se me olvidó todo lo que nos habíamos hecho el uno al otro, incluida ese angustioso tiempo en el que dejamos de saber el uno del otro. Me había dormido esa semana mirando su nombre, la pequeña frase azul que me indicaba debajo de éste que se encontraba conectado en Telegram. No habíamos vuelto a hablar desde la discoteca.
               Alec movió la mandíbula, examinándome, y yo recordé la última vez que le había visto hacer eso. Cuando me puse de rodillas frente a él y le di un beso en la punta de su miembro, ansioso de entrar en mi boca.
               Me sonrojé un poco más al recordar cómo me había hecho gritar sobre la mesa de billar, cómo se había emborrachado de mi placer hasta ahogarse en él. Cómo todo mi cuerpo se había destrozado para él, cayendo en un abismo de gozo al que luego Hugo había sido incapaz de hacerme entrar.
               Había discutido con Amoke sobre si hablar con él sobre nuestra última relación sexual, y finalmente habíamos decidido que lo mejor para ambos sería que no le dijera nada sobre mi orgasmo fingido. Bastante mal debía de sentirse ya Hugo viendo cómo miraba el móvil con la esperanza de que Alec me estuviera hablando como para encima contarle que no me había hecho disfrutar como quería.
               Sólo hay un hombre que pueda hacerte disfrutar, y lo tienes delante, me susurró, malicioso, mi subconsciente.
               Carraspeé para apartar de mi mente esos pensamientos y señalé el vinilo que había cogido.
               -¿De compras?
               Alec se miró la mano, como si se hubiera olvidado de lo que tenía entre manos.
               -Sí, regalos-explicó, y también se aclaró la garganta. La nuez de su cuello subió y bajó y tuve que contener el impulso de mordérsela. Dios, ¿qué me pasaba? Vale que me atraía como la miel a una mosca, pero, ¡por Dios! Estábamos en una tienda llena de gente, no podía pensar en abalanzarme sobre él como si fuera un animal salvaje-. Para el amigo invisible-aclaró-. Que, bueno…-se pasó una mano por el pelo y se mordió el labio, y yo puede que mojara un poquito mis bragas.
               Vale, las mojé mucho.
               Hacía lo mismo cuando estaba a punto de entrar en mí. Y lo peor de todo era que él no se daba cuenta de ello.
               -Ya no es invisible-comentó, ajeno totalmente a mi lucha interna por dejar que mis instintos se sobrepusieran a mi saber estar y saltar encima de él o comportarme como una señorita y ofrecerle una conversación mínimamente decente.
               Ojalá él conversara entre mis piernas, me lamenté internamente.
               ¡Sabrae!, me recriminé acto seguido.
               -¿Y eso?-parpadeé, confusa. Lo mejor del amigo invisible era, precisamente, no saber quién te regalaba qué. Tommy nos había explicado las reglas a mí y a mis amigas hacía años, y nos encantaba regalarnos una cosa extra cada Navidad y tratar de averiguar quién había hecho la compra. Era más divertido elucubrar que recibir el regalo en sí.
               -Hemos pasado a comprarnos cosas todos a todos-se encogió de hombros y miró el vinilo-. Lo cual está genial, porque así tengo nueve regalos, pero… bueno, yo también tengo que comprar nueve, y claro, la pasta vuela, ¿sabes?
               -Ahora tienes más pasta que cuando eras pequeño-sonreí, y él frunció el ceño un segundo. Mi sonrisa se reflejó en su cara.
               -¿Y eso a qué viene?
               -Tú boicoteaste el juego.
               -¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho Scott?-soltó una risita y yo negué con la cabeza.
               -Estaba ahí cuando lo demás se enteraron.
               -Pero, ¡si eso fue hace años!
               -Sí-me encogí de hombros y él se echó a reír. Varias chicas se lo quedaron mirando. Si Alec ya era guapo de por sí, cuando sonreía o se reía era directamente un ángel venido del cielo. No me sorprendería nada encontrarme con estatuas griegas que tuvieran sus rasgos calcados.
               -No puedo creer que te acuerdes.
               -¡Pues sí! Tengo muy buena memoria.
               -Imposible, Saab-se apoyó en el cajón que había estado entre nosotros y chasqueó la lengua tras arquear las cejas-. Tienes que estar vacilándome, eso fue hace… ¿cuatro años? ¿Cinco?
               -Seis-corregí, y él me miró-. Tú tenías 11. Yo, 8.
               -Eres buena con las mates-se llevó una mano a la cara y apoyó la cabeza en su palma. Me eché a reír-, pero eso no demuestra nada.
               -¡Te prometo que me acuerdo! Mira, yo iba con Scott y con Tommy, y os encontrasteis a la puerta de una tienda. Les convencisteis para decir a quién tenían que hacerle el regalo cada uno y todos dijeron tu nombre a la vez. Después, fuimos a una tienda de animales, a jugar con unos conejitos, y luego a comer al Burger, y…
               Me quedé callada de repente. Me mordí la lengua en el momento preciso, justo antes de revelarle una de las primeras cosas que más me habían marcado de él. El momento de la salsa de miel y mostaza.
               Alec inclinó la cabeza hacia el otro lado, como hacen los cachorros cuando parecen entender lo que les estás diciendo.
               -¿Y?
               -Nada.
               -¿Lagunas mentales?-se burló, y yo puse los ojos en blanco.
               -Yo pedí salsa de miel y mostaza, y tú dijiste “ésa es mi chica”.
               La sonrisa que le atravesó el rostro borró de un plumazo la angustia que había sentido durante toda la tarde. Si él podía sonreír como si yo fuera la cosa más importante del universo, estaba segura de que era lo suficiente poderosa como para encontrarle un regalo decente a Shasha. Un regalo que le chiflara.
               -Llevas siendo mi chica mucho tiempo, ¿eh, bombón?
               -Tu chica, no lo sé; pero tengo un gusto que te mueres-respondí, cruzándome de brazos y adoptando una actitud chulesca. Alec se mordió el labio y asintió con la cabeza, examinándome de arriba abajo con una expresión que me hizo sospechar que sabía de qué color era mi ropa interior.
               -Con los hombres, sobre todo-se dio una palmadita en el pecho y yo me eché a reír.
               -Bueno, tengo que dejarte. Tú ya habrás terminado con tus compras, pero yo no he hecho más que empezar.
               -¿Terminado? Para nada. Todavía me quedan un montón de cosas que buscar, pero espero encontrar muchas aquí. Oye, ¿necesitas ayuda? ¿Qué buscas? Puede que yo haya visto…
               -Busco un disco de pop coreano que salió hace 20 años.
               Alec parpadeó y esbozó una sonrisa.
               -¿Has visto algo por el estilo?
               -No. Pero te mantendré informada-me guiñó un ojo y señaló con el pulgar sobre su hombro hacia su cajón-. Me voy con los vinilos. Si necesitas algo, ya sabes dónde buscarme.
               -Eres alto. Se te ve bien.
               -No se me ve bien, Sabrae: soy alto y guapo. Se me ve genial.
               Me eché a reír y continué con mi búsqueda, mucho más animada. Examiné a conciencia cada fila, sintiendo que la mera presencia de Alec llenaba de esperanza cada célula de mi ser. Incluso cuando él terminó de revolver en el cajón y se perdió por entre las estanterías de la tienda, su aura vibrante de energía positiva me alentaba a continuar.
               Y ese aura hizo que sucediera. Entre un par de discos de música italiana, me encontré con la carátula de un disco que más bien parecía un libro. Era plateada con reflejos sonrosados y azulados, con una línea de un suave tono gris que se enredaba en el centro de la portada hasta dibujar el garabato de un corazón. En la parte superior, letras en tonos arcoíris rezaban LOVE YOURSELF. En la esquina inferior izquierda, un caligrama coreano traducido como Answer completaba la escritura del disco. No había ni rastro del logo de la banda por ningún sitio, pero me bastó con verlo para recordar que Shasha había estado mirando aquel álbum por Internet, visitando incluso foros de kpop para preguntar si alguien lo tenía disponible.
               Sin poder evitarlo, me llevé el disco al pecho y lo abracé con ganas. Me mordí la sonrisa y miré en todas direcciones, esperando que alguien se diera cuenta del milagro que acababa de suceder, pero, por suerte o por desgracia, todo el mundo estaba ocupado en sus propios asuntos y a nadie le interesaba la ilusión de una niña que avanza en el proceso se hacerse con los regalos para su hermana pequeña.
               Me separé un poco del disco, todavía sin poder creerme mi golpe de suerte. Había hecho bien siguiendo mi corazón y confiando en que mi instinto no se equivocaría: lo que no podías encontrar en Camden, era porque no existía.
               -¿Ha habido suerte?-preguntó Alec, que pasó a un par de metros de distancia de mí. En su boca bailaba una sonrisa tierna al ver en qué humor me encontraba yo.
               -¡Así es!-levanté el disco sobre mi cabeza y él silbó, impresionado.
               -¡Guau! Qué… plateado. Me gusta. ¿Ya está todo?
               -Aquí, creo que sí-me encogí de hombros y señalé el fino paquete que sostenía entre sus dedos-. ¿Y tú? ¿También has acabado?
               -Bueno, he encontrado algo, pero todavía quiero mirar un poco más. Hay un montón de chollos por aquí, ¿sabes? Quizá me ahorren alguna que otra quebradura de cabeza.
               Asentí, y me descubrí un poco desilusionada ante la perspectiva de que no iba a verlo durante mi tarde de compras. Seguramente él se quedara un par de horas curioseando en la tienda, con la calma y la tranquilidad de quien tiene todo el tiempo del mundo para sí. Yo, por desgracia, no disponía de ese tiempo. Mañana a mediodía saldríamos para Bradford, y tenía que marcharme de Londres con los regalos ya comprados, envueltos y etiquetados, metidos en una caja del maletero del coche destinada a tal fin.
               Alec se llevó dos dedos a la frente y me guiñó un ojo.
               -Nos vemos, Saab.
               -Adiós-susurré en tono lastimero, y contemplé con un poco de tristeza cómo se iba en busca de más gangas. Sacudí la cabeza, apartando esos pensamientos de mi mente, y me centré de nuevo en la alegría luminosa de haber encontrado el disco.
               Mis ánimos flaquearon un poco cuando me acerqué a la línea de caja, que resultaba ser interminable. La cola rodeaba el interior de la tienda y entorpecía el paso de posibles compradores que iban derechos a la sección de nuevos lanzamientos, muchos de los cuales se marchaban sacudiendo la cabeza porque no les merecía la pena pelearse con tantos cuerpos y luego, encima, unirse al ejército de paciencia.
               Saqué mi móvil del bolsillo y me entretuve mirando mensajes, publicaciones en Instagram y tweets. Poco a poco, la cola fue avanzando, pero a más velocidad lo hacían los números de la parte superior de la pantalla. Estuve 20 minutos de reloj esperando a llegar a la parte con cintas que separaba las líneas de caja del resto de la tienda. Y, al ritmo que íbamos, sospechaba que me llevaría otros 10 llegar a pagar. Genial, media hora perdida. Estaba claro que eso de dejar las compras para última hora no era muy buena idea, por muy londinense que fuera.
               Me balanceé sobre mis pies, apoyándome en los tacones de mis botas y luego, las punteras, y eché un vistazo alrededor. Varias personas salieron con bolsitas de papel bailando en sus dedos, paquetitos de colores navideños enjaulados dentro de ellas. Un grupo de chicas chismorreaba varias personas por detrás de mí. Una pareja de chicos de pelo azul chillón peinado en pincho y un montón de tatuajes se inclinaban sobre la sección heavy metal.
               Una figura gris, alta y musculosa, se plantó en una esquina de mi campo de visión. Me giré para mirarla bien en el momento preciso: pude leer cómo Alec bufaba un no me jodas al ver la cola que tendría que hacer.
               Levanté una mano para llamar su atención y sus ojos chocolate se posaron en los míos. Le dediqué una sonrisa tímida mientras le hacía gestos para que viniera conmigo, sin poder creerme mi suerte. No sólo había encontrado el regalo para mi hermana, sino que ahora podría estar unos minutos más charlando con él. Aunque fuera de cosas insustanciales que no me llenaran; por lo menos, escucharía su voz.
               Era preferible escucharle hablar sobre el tiempo a las semanas de silencio que se habían instalado entre nosotros.
               -Me sabe mal colarme-dijo en tono de disculpa cuando se acercó a mí, y yo puse los ojos en blanco.
               -No te estás colando; te he guardado el sitio-le saqué la lengua y él alzó las cejas.
               -¿Y te lo pedí yo?
               -Considéralo mi acción solidaria del día.
               Alec rió entre dientes y sacudió la cabeza.
               -No tengo tanto morro como te crees.
               -Tienes más.
               -Me voy atrás.
               -Por favor-susurré, cogiéndole la mano para impedirle que se fuera. No te vayas. Por favor.
               La puerta se abrió para dejar entrar a tres potenciales clientes y trajo la brisa exterior consigo. La colonia de Alec flotó sutilmente hasta mi nariz, y a modo de respuesta, yo tiré sutilmente de él.
               -Quédate conmigo-musité, y al ver cómo él tragaba saliva, un poco asustado por las implicaciones de lo que acababa de pedirle, añadí-: sólo un ratito más. No quiero que hagas toda esta cola. No me cuesta nada hacerte este favor.
               Volvió a mirar por encima de los hombros de quienes tenía detrás, sopesando las posibilidades. ¿Tan incómodo se sentía en mi presencia? Sentía una piedra hundiendo mi estómago un poco más con cada segundo que pasaba. Sus dudas me hacían daño.
               Me lo habrían hecho hacía un mes, cuando habíamos empezado a acostarnos y él había pasado a formar una parte crucial de mi rutina y mi felicidad. Pero ahora, después de haber pensado en él mientras estaba con otro, después de haber descubierto que lo quería… sus reticencias a quedarse conmigo eran como un cuchillo al rojo que se clavaba en una herida supurante.
               Me lo había jugado todo a una carta y la mano no era la mejor. Había perdido. Marchándome con Hugo, no había atraído a Alec. Le había empujado lejos de mí.
               Tragué saliva y parpadeé. Me giré hacia delante para que él no me viera emocionada, casi al borde de las lágrimas ante la perspectiva de haberlo perdido, cuando resultaba ser lo mejor que me había pasado en mucho, mucho tiempo.
               Mi vida consistía en una serie de descubrimientos geniales que se iban encadenando hasta formar todo mi ser. El primero de los descubrimientos, había resultado ser yo: una sorpresa oculta en un capazo al que Scott se asomó por casualidad.
               El segundo de los descubrimientos, era Alec: un diamante en bruto al que sólo podías ver de noche, con un poco de alcohol y algo menos de ropa.
               No quería renunciar a él tan pronto.
               Sentí que se acercaba y me reprendí a mí misma por dejar que mi cerebro me torturara de esa forma. Pero no me estaba torturando: él se había inclinado realmente hacia mí, me apartó un mechón de pelo de la cara y, con la yema de sus dedos, hizo que girara la cabeza para encontrarme con su mirada.
               -Siempre, bombón-me susurró, y la piedra de mi estómago se pulverizó. Me mordí los labios para no reírme abiertamente y me giré de nuevo, sintiendo un dulce calor extenderse por mi cuerpo y llegar a la superficie de mis mejillas.
               Alec se puso a mi lado, su brazo rozando el mío, los dedos de sus manos muy cerca de mi cintura. Deseé que la rodeara.
               -¿Está en inglés?-preguntó, señalando con la barbilla el disco que tenía entre mis manos. Lo sostuve frente a mí y me encogí de hombros.
               -Sinceramente, no lo sé. Meten palabras en inglés en sus canciones, pero nunca me he fijado en los discos de Shasha. Puede que ésta sea una edición inglesa, o algo así.
               -¿Y le gustará si cantan en inglés?
               Me lo quedé mirando, los ojos como platos. Mierda. No se me había ocurrido que puede que lo que le interesara a Shasha del kpop no fuera la música en sí, sino el hecho de que no podía entenderla. Eri, la madre de Tommy, nos había contado que se aficionó de muy pequeña a la música en inglés precisamente porque no sabía lo que decía: si se ponía canciones en español mientras trataba de leer en su habitación para bloquear el sonido de la televisión del salón de sus padres, lo único que conseguía era distraerse más. ¿La solución? Muy fácil: ponerse a Rihanna y Britney Spears, que por aquella época balbuceaban cosas que ella no entendía.
               Poco sabía aquella niña que leía Harry Potter en su habitación que, cuando fuera adulta, sus hijos tendrían como primer idioma aquel que ella usaba de barrera.
               -Eh, seguro que le gustan. No te preocupes-me dio un toquecito en el hombro y yo giré la caja en mis manos-. A mí me gusta cuando artistas internacionales cantan en inglés.
               -¿Qué artista internacional no canta en inglés?
               -Los griegos-se encogió de hombros y yo abrí la boca a modo de asentimiento.
               -¿Es eso lo que llevas? ¿Música griega?
               Alec miró el paquete cuadrado que llevaba bajo el brazo, confuso, y me lo mostró. Una chica de tez oscura, brillante por los focos y el aceite que nos echaban los fotógrafos, con una red que le cubría el rostro y una corona como de un santo cristiano aparecía en la portada.
               -¡Dirty Computer!
               -¿Conoces a Janelle Monáe?
               -¡Pues claro! Es amiga de Kehlani, y Kehlani es amiga de papá. Colaboraron en su primer disco, ¿sabes?
               Alec trató de disimular una sonrisa.
               -Sí, Saab, la verdad es que estoy bastante familiarizado con la discografía de tu padre.
               Me aparté un rizo de la frente.
               -Ya, bueno, perdona. A veces se me olvida que papá no es sólo… ya sabes. Mi padre.
               -Hombre, te puedo asegurar que en mi casa no tenemos una colección de Grammys en exhibición.
               -A veces siento que esos Grammys no los consiguió la misma persona que me da un beso de buenas noches todos los días-chasqueé la lengua-. ¿Tiene sentido lo que digo?
               -Si te sirve de consuelo, a mí también me pasa lo mismo con tu padre y con el de Tommy. Me gusta su música (individual, quiero decir), pero ya no me parecen tan guays cuando me mandan al despacho del director y me ponen un parte.
               -¡Algo harás!
               -¡Existir! Me tienen una tirria que no veas. Creo que les jode que yo no sea su hijo.
               -Papá adora a Scott.
               -¿Y yo he dicho lo contrario? El caso es que si yo fuera hijo de Zayn, podría tenerme más controlado. Atarme más en corto.
               -¿A qué te refieres?
               Alec arqueó las cejas.
               -¿No has visto la cara que puso cuando te fui a llevar el paquete? Poco más, y me saca los ojos.
               -Son imaginaciones tuyas.
               -Sí, va a ser eso-asintió con la cabeza y yo le di un suave empujón.
               -¡De verdad! ¡Papá no es nada celoso!
               -Ah, ¿que tiene motivos para serlo?
               Puse los ojos en blanco y saqué la lengua.
               -Yo no he dicho eso. ¿Sabes qué? Creo que tienes razón. Seguro que papá no te soportó nunca.
               -Tu padre me adoró toda la vida, hasta que empezó a sospechar lo que hacemos tú y yo.
               -Espera, ¿no sólo me estás diciendo que crees que papá te está cogiendo tirria, sino que encima sabes por qué?
               -Usa la cabecita, Sabrae: un tío se planta en la puerta de tu casa cuando está cayendo la noche, dice que tiene un paquete para tu hija, y ella viene corriendo a verlo y te echa lo antes posible para poder quedarse a solas con él.
               -Así que lo que dices es que papá te tiene tirria porque piensa que estás corrompiendo a su pura niñita, ¿no es así?
               -Niña no sé, pero de pura no tienes nada, chica-me dio un beso en la cabeza y yo me eché a reír-. Pero en serio, deberías comentárselo a Zayn.
               -¿El qué?
               -Que yo no te estoy corrompiendo. Ya estabas así cuando yo llegué a ti.
               -¿Estrenada?-sugerí, lanzándole el anzuelo con la esperanza de que lo mordiera y pudiera sobrevivir a unas vacaciones sin él.
               Pero estábamos hablando de Alec Whitelaw.
               Michael Jackson escribió Smooth criminal hablando sobre él.
               No se iba a dejar pescar tan fácilmente.
               -Cachonda perdida-sonrió sobre mi cabeza y yo le di un manotazo.
               -¿Y no te molesta?
               -¿El qué?
               -Que sean otros los que me pongan así antes de acudir a ti.
               -Buen intento, bombón, pero te olvidas de un detalle.
               -¿Que es…?
               -El único hombre con el que estuviste en toda la noche fui yo.
               Sacudí la cabeza, miré al techo y me mordí el labio inferior.
               -Vete a la parte de atrás de la fila.
               -Que te lo has creído.
                Le saqué la lengua, él me la sacó, yo se la volví a sacar y él me respondió de la misma manera. Nos echamos a reír y nos miramos un momento antes de continuar en la cola, sumidos en nuestros pensamientos. Aquella pequeña interacción cargada de confianza me dio esperanzas. Puede que las cosas no pudieran ser como antes; estaba claro que aquella semana había sido una piedra en nuestro camino que había terminado separándonos de nuevo, pero…
               No quería que Alec se alejara de mí. No quería tener que soportar más silencio entre nosotros. Quería hablar con él por las noches, recibir un mensaje y saber sólo por el tono con el que el móvil había sonado si debía abalanzarme sobre él o no.
               Le quería en mi vida. Le quería a él y me quería a mí cuando estaba con él. Me encantaba la Sabrae que era cuando tenía sus efectos todavía influenciándome.
               Mis pies tocaron la línea de cinta aislante que iniciaba la fila, y yo decidí aferrarme a esos segundos que aún me quedaban cerca de Alec. Inhalé con discreción el aroma que desprendía su cuerpo, esa colonia fresca y atractiva que tanto me gustaba oler cuando estaba con él. Disfruté de la calidez que manaba de él como si de una estufa se tratara, y contuve la respiración para permitirme el simple placer de disfrutar de escuchar la suya en el ambiente tan alborotado.
               Alec me dio un toquecito en la espalda, no demasiado arriba para considerarlo totalmente inocente, pero tampoco lo suficientemente abajo como para que fuera una invitación a algo más, cuando una de las cajas se quedó libre.
               -No voy a dejar que me cueles también aquí.
               Puse los ojos en blanco en su dirección y me acerqué con paso fingidamente decidido hacia la caja. Dejé el disco que sería para Shasha sobre el mostrador y me volví para comprobar si Alec me esperaba, pero no era así. Había encontrado sitio libre en el otro extremo de la línea de cajas, y le dedicaba una sonrisa que yo preferí pensar que era meramente cortés a la chica que lo atendió. Me lamenté por no haberle dicho que viniera conmigo y así tenerlo un poco más cerca, ¿qué se supone que iba a hacer ahora?
               El cajero terminó de envolver el disco de Shasha con papel con motivos navideños, le colocó un pequeño adorno de madera en forma de abeto, y me tendió un bolígrafo para que escribiera en la etiqueta el nombre del destinatario. Garabateé el nombre de mi hermana, le devolví el boli y, por hacer un poco más de tiempo, pedí un ticket regalo.
               Miré de nuevo por encima de mi hombro, sólo para encontrarme con que la chica que atendía a Alec tonteaba de forma muy descarada con él. Recogí la bolsa que el dependiente me tendió y me retiré de la caja después de que él me lo pidiera amablemente dos veces.
               La chica coló una piruleta en la bolsa de Alec, y luego comenzó a envolver con muchísima parsimonia el papel con el que envolvería su compra. Parecía que estuviera preparando el envoltorio para follárselo sobre el mostrador. Había tíos que me habían acariciado antes de follar con más desinterés que esa chica doblando el papel con dibujos de renos.
               Miré el perfil de Alec una última vez, lamentando de nuevo no haberle dicho nada, y remoloneé en las estanterías de las últimas llegadas al mercado musical, esperando a que terminara.
               Intenté pasar por alto el hecho de que la chica había escrito algo en el regalo de Alec, pero, como me fue imposible, decidí bromear con ello como si no me importara lo más mínimo.
               -Parece que has triunfado, ¿eh?-hice un gesto con la cabeza hacia la chica, que levantó la mirada y buscó a Alec entre la multitud mientras escaneaba varios recopilatorios de artistas ya fallecidos, que estaban al 70% de descuento. Alec se pasó una mano por el pelo y se volvió para mirarla; se encogió de hombros cuando sus ojos volvieron hacia mí.
               -¿Qué puedo decir? No me termino de acostumbrar a mi innegable atractivo sexual-solté una carcajada sincera y me encaminé hacia la puerta-. ¿Me has estado esperando?
               -Simplemente me di cuenta de que no me había despedido de ti. Porque, ya sabes, como no me debes ningún favor…
               -Respecto a eso, gracias-atajó el camino y me sostuvo la puerta abierta para que yo pudiera pasar. Le dediqué una sonrisa de agradecimiento y esperé a que él la atravesara también, quedando ambos en el pequeño pasillo que hacía las veces de entrada y escaparate-. Me has ahorrado como… media vida esperando.
               -No todos los héroes llevan capa-le guiñé un ojo y puse un pie en la calle. Luego, el otro. Y, así, ya estaba fuera totalmente de la tienda en la que me lo había encontrado. No quería alejarme más. No sin él.
               -Ya veo.
               Nos quedamos parados el uno frente al otro, sin saber qué decir. Unas nubes oscuras se cernían sobre Londres, pero no nos asustaban: estábamos más que acostumbrados a que el tiempo no acompañara. Además, el cielo londinense era como un pedro ladrador: parecía amenazante, pero rara vez atacaba.
               Se me pasó por la cabeza preguntarle si tenía un paraguas, si quería acompañarme por si se ponía a llover… pero, entonces, sacó unas llaves de una moto del bolsillo de su pantalón, y jugueteó con ellas entre sus dedos.
               -Bueno, Saab… no quiero distraerte más-me miró a los ojos y yo tuve que recordarme a mí misma que no tenía tiempo que perder. No podía irme con él a ningún sitio, mucho menos a las profundidades de su mirada. Tenía que encontrar todos los regalos para mi familia en lo que me quedaba de tarde.
               Dios, había veces en las que detestaba tener tantos hermanos. Estaba segura de que en las familias de hijos únicos, o las monoparentales, las Navidades no eran ni de lejos tal quebradero de cabeza. Esto de pensar 5 regalos diferentes podía volverte loca.
               -Seguro que tienes todavía un montón de sitios que visitar y toda la tarde planificada, así que… será mejor que nos despidamos ya.
               -¿Tú también tienes que hacer compras?
               Alec asintió.
               -Sí, pero no creo que vayamos por los mismos sitios, ¿no?
               -¿Qué tienes en mente?
               -Necesito encontrar unas Nike para Jordan. Lleva dándome el coñazo con ellas desde las Navidades pasadas. Parece ser que han sacado un modelo con alitas-puso los ojos en blanco y yo me eché a reír-. Debe de pensarse que es Pegaso, o algo así.
               -Las zapatillas con alitas son monas. Seguro que las encuentras en la tienda de playeros, la que tiene unas Converse gigantes en la fachada.
               -¿Cuál es tu itinerario?
               -Voy a ir a mirar una sudadera para Scott. Básico, lo sé, pero infalible-me encogí de hombros-. Además, yo termino heredándolas, así que está bien elegir sus regalos. Es como comprar con mucha antelación.
               -Deben de quedarte enormes-sonrió él.
               -Me gustan sus sudaderas. Huelen a él. Y son muy cómodas.
               -Apuesto a que estás monísima con una de las sudaderas de tu hermano.
               Noté cómo el rubor se subía a mis mejillas, notando lo arriesgado de aquel comentario. Lo arriesgado en otra persona, quiero decir. En Alec, todo era un flirteo constante y natural. Seguro que ni siquiera se daba cuenta de la mitad de las cosas que decía.
               -Por desgracia, vas a ir a por la sudadera en dirección contraria a la que yo iré por las zapatillas, ¿no es así?
               -Me temo que sí.
               -Pues aquí es donde nos separamos-me guiñó un ojo y sostuvo la bolsa en alto-. Gracias de nuevo por lo de antes.
               -No se dan.
               -Nos vemos por ahí, Saab.
               Asentí con la cabeza y esbocé una sonrisa a modo de despedida. Me odié a mí misma por no decirle que perfectamente podía ir con él, que seguro que encontraría algo que me gustara de camino y que no había necesidad de que nos separáramos tan pronto. Pero, si era sincera conmigo misma, acompañar a Alec no me llevaría a ningún lado. Tenía bastante claro lo que quería y dónde iba a encontrarlo.
               Además, ¿qué haría con él? No es que tuviéramos mucho de qué hablar. La última semana de silencio me había dejado claro que había un muro impenetrable entre nosotros. Que nuestra relación basada en el sexo era precisamente eso, una relación basada en el sexo. Era lo más importante de nuestro vínculo.
               Pensaba que la atracción física no superaba a la mental, y en cierto modo, yo así lo sentía. O así había creído que era, y que no tenía remedio, hasta que me acosté con Hugo después de que Alec desapareciera. La conexión que nos unía resultaba ser más débil de lo que había creído en un principio.
               La atracción mental no era tan fuerte, lo cual debería ser un alivio. Un cuerpo no te llama cuando se apaga la luz; sin embargo, de una mente no te libras ni a oscuras.
               El silencio era otra historia.
               Me giré sobre los talones y di un par de pasos calle arriba, en dirección a la zona de los puestos de mercadillo. No le escuché moverse, así que me giré de nuevo. Procuré no ilusionarme demasiado al ver que no se había movido ni un centímetro de su posición, y que me contemplaba con una expresión curiosa, mezcla de un poco de deseo y algo más. Parecía añoranza.
               -¿No tenías prisa?-me reí, y él dejó escapar un bufido a modo de respuesta.
               -¿Y tú?
               -No lo sé-reproduje la sonrisa que le atravesó la boca.
               -Lo que tengo delante es más interesante que unas estúpidas zapatillas.
               -Me alegra saberlo.
               -Es una mierda ser guapo, ¿sabes?
               -Creo que me hago una idea, pero, ¿te importaría confirmarme mi teoría?
               -Cuando una chica se gira para volver a mirarte… te caza mirándole el culo.
               Solté una risotada que hizo que varias personas se giraran y me miraran con curiosidad. Comportarte de forma extraña en un espacio público era la mejor manera que tenías de distinguir a los turistas de los nativos.
               -Es imposible que me veas el culo con este abrigo. Es de plumas.
               -Que te crees tú eso.
               Sacudí la cabeza, notando cómo las comisuras de mis labios se alzaban. Alec señaló la calle a su espalda con el pulgar por encima de su hombro.
               -Tengo que irme.
               -Yo también.
               -Me ha gustado verte.
               -A mí también. Y más con esa sudadera-la señalé con el dedo-. Nunca te había visto con sudadera.
               -Es que vengo del gimnasio.
               -Pues te sienta bien el gimnasio.
               -Lo que me sienta bien es verte, bombón-me guiñó un ojo y yo volví a reírme. Su sonrisa traviesa bailaba en sus labios, sinuosa. Su sonrisa de Fuckboy®.
               -Adiós, criatura.
               Crucé la calle antes de darle tiempo a darme una contestación de listillo y me alejé de él. Una palabra retumbaba en mi cabeza. Bombón, bombón, bombón.
               Me colé en el laberinto de puestos con ropa a precio regalado con esa palabra reverberando en cada rincón de mi mente. Se me hizo cortísimo el tiempo de búsqueda del regalo de Scott, una sudadera amarillo chillón que tenía que brillar a la fuerza como si tuviera luz propia en las discotecas. Me imaginé a mi hermano llevándola puesta de fiesta, y después a mí vistiéndola en las noches de maratón de realities que compartía con Shasha.
               No pudieron envolvérmela, así que iba escribiendo en la lista de regalos que llevaba en el móvil comprar papel de regalo cuando sucedió. En mi defensa diré que iba demasiado distraída, tanto por el encuentro con Alec como por la cantidad de cosas que todavía me quedaban por comprar.
               Así que no vi una de las barras de metal que había tiradas en el suelo, atravesando el pequeño pasillo que había entre las tiendas. Tropecé contra ellas y no me dio tiempo a reaccionar: me vi cayendo hacia el suelo con la bolsa de la sudadera de Scott en una mano, abierta y preparada para verter su contenido sobre el suelo ennegrecido por la lluvia y el barro, y mi móvil en la otra, que con toda seguridad no sobreviviría a la caída.
               Exhalé una exclamación ahogada, pero algo me detuvo. Una mano amiga me agarró del antebrazo y tiró de mí para hacerme avanzar, dándome el margen de maniobra suficiente para dar un paso y salvar el obstáculo.
               -¡Hey! ¿Adónde ibas, bombón?-Alec intentó no reírse ante mi torpeza, lo cual me molestó un poco. Le di un empujón y esbocé una sonrisa.
               -De fiesta, estúpido.
               -Ya, ¿es que no han invitado a tus piños a esa fiesta tan exclusiva, o qué?-se giró para mirar al chico que me acababa de vender la sudadera-. ¿Has comprobado que no te haya dado un billete falso? Mira que las guapas son muy traicioneras, ¿eh? Hay que tener mucho cuidado con ellas.
               -¡Claro que no le he dado un billete falso!-le di un manotazo en el hombro y Alec se echó a reír-. ¿Eres tonto o qué?
               -Relájate, nena, sólo bromeaba. Veo que ya has conseguido gastarte otras libras. ¿Quién va a ir a un aeropuerto a hacer las señales para los aviones en pista con un chaleco reflectante?-inquirió, husmeando dentro de la bolsa. La aparté de su alcance y le saqué la lengua.
               -Scott.
               -¡Joder! ¿Eso es para él? No puedo esperar a que se lo ponga. Le voy a amargar la existencia.
               -Es una sudadera súper chula. A ti, lo que te pasa, es que tienes envidia porque seguro que no te quedaría tan bien como a mi hermano.
               -Todo lo que me ponga me queda bien, bombón.
               -Fijo.
               -Aunque he de reconocer que gano mucho desnudo.
               Intenté no sonreír, pero fracasé estrepitosamente.
               -Eres imposible-sacudí la cabeza y me fijé en que también llevaba una bolsa-. ¿Ha habido suerte?
               -De hecho, sí. Tenían el modelo que buscaba, y el número que necesitaba. Gracias otra vez.
               -Llámame Super Sabrae a partir de ahora.
               Alec alzó las cejas.
               -Déjame, no puedo creer que acabe de decir eso.
               -Has sido muy mona.
               -Estás siendo amable conmigo, nada más.
               -Puede. Pero eres mona.
               Noté que volvía a sonrojarme.
               -¿No tienes que ir a camelarte a ninguna chica, o algo así?
               -¿Y qué se supone que estoy haciendo contigo?
               Me crucé de brazos e hinché los carrillos.
               -Alec.
               -Sabrae.
               -Tengo que seguir con mi tarde de compras. Harías bien en hacer lo mismo.
               -No te perderé de vista, por si vuelves a tropezarte.
               -Sé cuidarme solita.
               -Ya lo veo-señaló las barras con la cabeza y yo puse los ojos en blanco. Eché a andar en dirección a la calle, pensando en mi siguiente parada: una tienda de seda turca en la que vendían pañuelos que podían servirle a Shasha. Las dependientas me mostrarían todo su género en abanico y yo tendría que enfrentarme a la difícil tarea de elegir mi obra maestra entre un millón de obras de arte.
               Escuché los pasos de Alec detrás de mí, peligrosamente cerca.
               -¿Me estás siguiendo?
               -No seas egocéntrica, Sabrae. Voy por la calle, nada más.
               -Sí, justo detrás de mí.
               -Tengo que ir a comprar fruta y, que yo sepa, el mercado de comida está en la misma dirección en la que estás caminando tú.
               -¿Ah, sí? ¿Qué fruta vas a comprar?
               -Papayas.
               -Papayas-repetí, incrédula.
               -¿Por qué me miras así? Mimi me las ha pedido.
               -No es temporada de papayas.
               -Oh, vaya, ¿ahora eres una experta en papayas?
               -Sólo te lo digo, para que no pierdas el tiempo.
               -Estoy perdiendo el tiempo ahora mismo-refunfuñó, y me habría sentido atacada de no ser por la mirada que me echó. De sus palabras, podía leerse que, quedándose a hablar conmigo, estaba perdiendo un tiempo precioso que podía invertir mucho mejor en terminarr sus recados y largarse pronto a casa. Básicamente, lo que me sucedía a mí.
               Pero, del tono en que lo dijo, la pausa que hubo entre mis palabras y su respuesta, y la mirada que me lanzó, recorriéndome como quien examina un cuadro que su museo acaba de recibir para comprobar que no es ninguna imitación, supe que los tiros iban por otro sitio. No estaba perdiendo el tiempo por hablar conmigo, estaba perdiendo el tiempo por hablar, cuando podríamos estar haciendo cosas mucho más interesantes.
               Me relamí al ver su sonrisa ladina y le dediqué una pícara. Me giré sobre los tacones de mis botas ocre, afiancé la bolsa que sostenía entre mis dedos y me alejé de él sacudiendo las caderas.
               -No me mires el culo, Whitelaw-le dije por encima del hombro, sin volverme siquiera a mirarlo. Le conocía lo suficientemente bien como para saber exactamente cuál era su expresión entonces.
               -Intenta impedírmelo, Malik.
               Me eché a reír, sacudí la cabeza, me pasé una mano por el pelo para controlar mis rizos, que había decidido llevar sueltos (mala decisión) y crucé la calle con paso ligero. Me fui derecha a una de las pequeñas tiendas de las calles perpendiculares a la principal, situada a la ribera de un arroyo que dividía la zona del mercado de comida del resto del barrio. La barandilla blanca, oscurecida por la contaminación y oxidada por la lluvia y el paso del tiempo, me hizo compañía mientras avanzaba segura de mí misma en dirección a la tienda. Eché un vistazo más allá del riachuelo, observando los pequeños puestos de comida que se iban preparando para una lluvia que yo estaba segura de que no llegaría a caer.
               No vi a Alec por ningún sitio, y eso que era capaz de distinguirlo en una multitud. Estaba segura de que, si asistía a alguna de las manifestaciones del Día de la Mujer, yo me las apañaría para encontrarlo.
               Preguntándome si sería de los chicos que acompañan a sus amigas a las manifestaciones feministas, aunque sea por hacer bulto, entré en la tienda. El tintineo de la campanilla avisó de mi llegada y una de las dependientas salió de la trastienda para venir a recibirme. Esbozó una sonrisa sincera al reconocerme: mamá compraba sus pañuelos de seda allí. Incluso algunos de los velos que poseía, y que se ponía muy de vez en cuando (principalmente en fiestas religiosas, así como bodas), procedían de aquel pequeño local. Mamá nos había inculcado a mí y a mis hermanos que teníamos que apoyar al pequeño comercio, el verdadero corazón de nuestra ciudad. No había nada como el trato amable de alguien que es experto en lo poco que tiene en su tienda, y que se moverá mucho más por ti que otra persona vestida de uniforme y en lo más bajo de una jerarquía que formaba una larga cadena de explotación.
               -¡Sabrae! ¿Cómo estás, cariño?-salió del mostrador y vino a darme un beso en la mejilla.
               -Bien, Seyf, ¿y tú qué tal?
               -No me quejo. Estamos teniendo un buen principio de Navidad. ¿En qué te puedo ayudar?
               -Quiero un pañuelo de seda, para cubrirse la cabeza.
               -¡Ajá! ¿Tienes algún color en mente? El verde es el que más favorece a tu madre, por lo bonitos que tiene los ojos. Sin embargo, se ha llevado bastantes. Acaban de llegarme unos de Turquía con encaje dorado que estoy segura de que le encantarán…
               -Enséñamelos, pero no son para mi madre. Son para mi hermana.
               Seyf parpadeó, sus ojos oscuros con una chispa de ilusión.
               -¿Quiere cubrirse el pelo?
               -Va a esperar un poco, pero le apetece. Supongo que la oveja negra de la familia terminaré siendo yo-me encogí de hombros y las dos nos reímos.
               -Tenéis todas una melena preciosa, es normal que no queráis tapárosla.
               Se volvió hacia una de las estanterías y comenzó a extender telas y telas ante mí, colocándolos cuidadosamente de forma que pudiera ver sus dibujos.
               Terminé llevándome un pañuelo de color lila, con pequeñas zonas en azul y rosa y una inmensa figura de estampado paisley como protagonista absoluta de la prenda, cuyos extremos iban del azul al rosa, haciendo la preciosa mezcla del lila en el centro. Seyf me la envolvió cuidadosamente en un trozo de papel de charol, la metió en una bolsita y me la entregó. Se despidió de mí y se inclinó a anotar la compra en su libro de cuentas con el sonido del tintineo de la campana como único acompañante.
               Rehíce el camino hacia la entrada del mercado de comida, y como si el destino quisiera unirnos a toda costa ese día, vi a Alec caminando por delante de los puestos del principio (o del final, según se mire) con gesto compungido. Me acerqué a él y le di un toquecito en el codo.
               -Veo que vas cargado de papayas.
               Él puso los ojos en blanco.
               -Cállate, anda, Sabrae.
               Me eché a reír y negué con la cabeza.
               -¿Sabes que puedes llevarle un montón de frutas tropicales que saben incluso mejor?
               -Sí, bueno, mi hermana tiene unos gustos bastante especiales, así que...
               -Prueba con unos lichis.
               Me miró como si estuviera loca.
               -¿Qué es eso?
               -Madre mía, ¡no puedo creerme que nunca hayas probado los lichis! Son la fruta más rica que hayas comido en toda tu vida. Y son monísimos. Súper cuquis. En casa siempre tenemos unos pocos.
               -¿Y se supone que voy a encontrar esos maravillosos lichis por aquí?
               Le cogí de la muñeca y le indiqué que me siguiera. Atravesé con decisión el mercado en busca del puesto en el que siempre nos deteníamos cuando decidíamos ir a dar una vuelta por Camden. Yo nunca perdonaba la parada reglamentaria en el puesto de la anciana caribeña, que me entregaba las frutas en una bolsita de papel y que pronto se aprendería mi nombre. Siempre me detenía en el mismo lugar, fuera con quien fuera: incluso cuando iba sola y tenía que dar un poco de rodeo, terminaba acudiendo al puesto y llevarme un puñadito de lichis.
               Me detuve ante la mujer, que me dedicó una sonrisa de reconocimiento. Se había enfundado un abrigo de color azul oscuro, a cuyos bordes se agarraba.
               -Hola, bonita.
               -Hola, ¿tienes lo de siempre?
               -Claro que sí, guapa-se levantó de su silla de plástico y se inclinó a una caja en la que tenía almacenados las frutas, que eran como pequeñas piñas con pinchos en lugar de un patrón de rombos. Alec frunció el ceño al ver de qué se trataban, pero no me expresó sus dudas en voz alta.
               -No te dejes engañar por su aspecto. No son venenosos. Aprenderás a apreciarlos.
               -Sí, bueno, procuro mantenerme alejado de todo lo que tiene pinchos, llámame loco.
               -Las rosas tienen espinas-respondí, estirando el brazo-. ¿Puedo? No los ha probado, y son para su hermana-señalé a Alec con la cabeza y cogí un lichi cuando la mujer asintió con la cabeza. Hundí la uña en el pequeño agujero que había dejado el rabito del lichi y lo pelé con rapidez. Se lo tendí a Alec, que me miró con desconfianza-. Tengo las manos limpias.
               -No es por tus manos, es que… es muy… muy…
               -¿Muy qué?
               -Muy blanco-dijo por fin, inclinándose hacia mi mano-. ¿Estás segura de que está maduro?
               -Deberías probar las cosas blancas. Te puedes llevar una grata sorpresa-bromeé, estirando más el brazo para que lo cogiera. Alec ahogó una carcajada, musitó un escueto vale y recogió la pequeña frutita-. Ten cuidado, tiene mucho hueso.
               Le dio un mordisquito bajo la atenta mirada de la vendedora y de mí. Un poco del zumo del lichi se cayó por su barbilla, pero se pasó rápidamente los dedos por el mentón para limpiárselo. Intentó ocultar su sonrisa tras sus manos.
               -¿Y bien?
               -¿Cuánto te sueles llevar?
               -Como… medio kilo, o así.
               -¿Y sólo te lo comes tú?
               -Bueno, en casa pican algo, pero la que se los come principalmente, soy yo.
               -¿Me pones un kilo?
               La vendedora se echó a reír y asintió con la cabeza. Alec se lanzó lo que quedaba de lichi a la boca y masticó con decisión.
               -Parece que te ha gustado, ¿eh?
               -No sé si más que a ti las cosas blancas que has probado, pero sí.
               Le tendió un billete de diez libras para los 7 que le costaba según el cartelito de la mujer, y se sorprendió cuando ella le devolvió un billete de cinco.
               -Pero…
               -A mi nena siempre le hago precio-fue todo lo que dijo, y yo sonreí, aceptando la bolsita que me tendió a mí también. Me la guardé en la mochila y fui con Alec hasta el final del mercado. Unos cuantos coches circulaban por la calle, con gotitas de lluvia en su capó y las luces encendidas.
               Alec me ofreció una pieza de fruta y yo la acepté. Le di un mordisco y saqué el hueso de su interior.
               -¿Qué te ha parecido el pequeño descubrimiento?
               -Alucinante-contestó, cerrando la bolsa de papel marrón y metiéndola en la de plástico con la caja de las zapatillas-. Gracias, Saab.
               -Es mi deber como embajadora oficial del lichi-hinché el pecho con orgullo y me eché a reír con él.
               -Tienes un montón de títulos, ¿eh?
               -Scott no es el que más mola de los hijos de mis padres. Es un pensamiento errado que mucha gente comparte.
               -Empiezo a preguntarme por qué piensan así los demás-me dedicó su mejor sonrisa torcida y yo me estremecí, intentando no echarme a volar ante lo que aquello significaba. ¿Soy yo o acaba de decirme que empieza a preferirme sobre Scott?
               Iba a darle una contestación mordaz cuando un trueno retumbó en la distancia. Me volví para contemplar el origen del sonido, sólo para descubrir que una cortina de lluvia se cernía sobre nosotros, acercándose con más velocidad de la que me hubiera esperado. Me mordí el labio y me quedé mirando las bolsas. Mierda. Podría guardar el disco de Shasha en mi pequeña mochila; puede que incluso los lichis, pero no podía hacer nada con la sudadera de Scott y con el pañuelo que acababa de comprar.
               Además, el pañuelo no podía mojarse. Se arruinaría antes incluso de que mi hermana pudiera siquiera verlo, ya no digamos estrenarlo.
               -¿Qué pasa?-preguntó Alec al ver mi expresión.
               -He venido en metro-expliqué.
               -¿Y no tienes paraguas?
               -Sí, pero se van a arruinar mis regalos. Además, no he terminado mis compras-chasqueé la lengua, lamentándome haber perdido tanto tiempo en la estúpida tienda, esperando a que él saliera, y haber ido a por los lichis cuando el cielo ya me estaba advirtiendo de que me quedaba menos tiempo de aquel con el que yo contaba.
               Alec se sacó las llaves con las que había jugueteado a la salida de la tienda de discos del bolsillo y las hizo tintinear.
               -¿Quieres que te acerque?-ofreció, y yo abrí la boca, la cerré, y la volví a abrir.
               -Es que todavía tengo que buscar cosas para mis padres y Duna.
               -No pasa nada; conozco un centro comercial cerca de aquí.
               -No quiero molestarte, Al.
               -No es molestia, Saab, de verdad. Mira, te diré lo que hacemos: vamos donde tengo la moto, guardamos las cosas en ella, nos vamos al centro comercial que te digo y terminamos nuestras compras juntos. ¿Qué te parece?
               Me volví de nuevo hacia las nubes. Por muy buen plan que me pareciera eso de quedarme con él un rato más, sabía que en el fondo me dedicaría a perder el tiempo babeando a su lado y no terminaría con mis compras.
               Y, sin embargo… Alec era la única esperanza que tenía de llegar a casa con los regalos intactos. Porque estaba claro que no me daría tiempo a alcanzar mi calle antes de que empezara a llover a cántaros sobre mí. Y parecía que me esperaba bastante viento, así que no las tenía todas conmigo con respecto a la supervivencia de mi paraguas.
               -¿O es que has quedado con otro?-me pinchó, y yo puse los ojos en blanco y me volví hacia él.
               -Los tíos no sois el centro de la vida de las chicas.
               -Ojalá pudiera decir yo lo mismo.
               Me eché a reír.
               -Voy a tardar.
               -Tranquila, bombón: estoy acostumbrado a esperarte.
               Echó a andar por delante de mí.
               -¿Qué se supone que significa eso?
               -¿Qué crees tú?
               Corrí para alcanzarle y fuimos haciéndonos de rabiar todo el trayecto. Pero no el rabiar que había sido durante toda mi vida, sino más bien el típico rabiar de las parejas cuando están empezando su relación, o están pasando por un momento muy bueno. Ese tipo de rabiar.
               Alec se metió por una pequeña calle paralela a la principal y se detuvo ante una moto negra, alta, de asiento ancho y ligeramente escalonado en el que cabrían dos personas. Me la quedé mirando; la verdad era que nunca les había prestado mucha atención a las motos, pero aquella tenía un corte aerodinámico que no dejaba de tener un toque de sensualidad.
               Sin hacer caso de mi instante de admiración, Alec puso la llave en la cerradura y la hizo girar. La moto emitió un pitido y sus luces se encendieron. Levantó el asiento y me mostró el hueco para dejar las cosas. Sacó un casco negro con visera y se volvió hacia mí.
               -¿Qué pasa?
               -Me gusta tu moto.
               -Gracias, nena-sonrió, acariciándola con cariño. Aquella moto era la representación de su libertad y de la poca independencia de la que disfrutaba. Y, para colmo, era bonita. Me imaginé a mí misma sentada sobre esa moto, con Alec acariciándome como lo hacía con el chasis.
               Le tendí mis cosas y él las depositó con cuidado en el minúsculo maletero, con una delicadeza que me sorprendió. Dejó también el vinilo que había comprado y, tras un instante de vacilación, decidió colgar del manillar la bolsa con las zapatillas de Jordan.
               -¿Quieres que las lleve yo?
               Se volvió hacia mí.
               -Nunca has montado en moto, ¿a que no?
               -No. ¿Por qué dices eso?
               -Se te nota-sonrió, colocando el asiento de nuevo en su posición hasta que se escuchó un clic.
               -¿En qué?
               -En que no sabes que vas a tener las manos ocupadas.
               Fruncí el ceño hasta que caí. Claro. Él era el que iba a conducir, y yo iría de acompañante detrás.
               Agarrada a él.
               -Así que… tu primera vez. Guau. Me siento responsable. Y muy afortunado.
               -Eres tonto-acusé entre risas, y acepté el casco que me tendió-. ¿Tú no te pones?
               -No pensaba traer paquete, así que dejé el de Mimi en casa cuando salí-se encogió de hombros-. Pero no pasa nada. Ya he ido sin casco más veces.
               -Eso es peligrosísimo.
               -Estaba borracho.
               -¡Alec!
               -¡Es broma! ¿Cómo voy a coger la moto borracho, Sabrae? Podría caerme. Ya conduciré borracho cuando tenga coche.
               -Ni de coña vas a conducir borracho. Ni cuando tengas coche ni ahora.
               -¿Es que me lo vas a impedir?-sonrió, divertido, pasando una pierna por encima de la moto y sentándose sobre ella. El vehículo se acomodó al peso de su cuerpo con un leve bufido. Me miró y yo me acerqué a la moto. Apoyé una mano en el asiento, que me quedaba por encima de la cintura, y me pregunté cómo demonios iba a conseguir subir-. ¿Quieres que te ayude?
               -Puedo sola.
               Le di un espectáculo que le costaría olvidar. Incluso bromeó con grabar mis intentos de subirme a la moto. Justo cuando parecía que lo iba a conseguir, Alec dio un acelerón y la moto se movió un metro, haciendo que yo perdiera el equilibrio y trastabillara, casi cayéndome al suelo.
               -¿TÚ ERES TONTO?-le grité, dándole un empujón. De no ser por la rapidez con la que apoyó el pie en el suelo para evitar caerse, habría conseguido que la moto perdiera el equilibrio y se terminara estrellando contra el suelo.
               Por fin, después de que él me indicara cómo subir (sentándome en la parte trasera del sillín, girándome y apoyando el pecho en su espalda, se giró hacia mí.
               -Vale, lo básico: agárrate bien fuerte. Cógeme de la cintura-señaló la parte de su cuerpo a la que tenía que aferrarme y yo le pasé los brazos por allí. Le di un pellizco en los abdominales y él dio un brinco-. Ni se te ocurra hacerme cosquillas mientras conduzco.
               -No pude resistirme-reí dentro del casco, apoyando la cabeza en su hombro.
               -Sigue el movimiento de mi cuerpo. Cuando yo me incline, tú te inclinas. Sujétate bien fuerte sobre todo cuando acelere, ¿vale?
               -Estoy familiarizada con eso de seguir a tu cuerpo, tranquilo.
               Alec sonrió, mirando hacia delante. Se mordió el labio y le quitó la pata a la moto de una patada. Toda la moto vibró al sostenerse sobre sus dos ruedas y las piernas de Alec.
               -¿Por qué me da la sensación de que me va a encantar este paseo?
               -Porque lo va a hacer-respondí, sujetándome con un poco más de fuerza a su vientre. Él sacudió la cabeza, rió y me aconsejó:
               -Agárrate fuerte.
               Pensé que haría que la moto saliera disparada, pero la arrancó de una forma suave que le agradecí. Parecía darme tiempo a acostumbrarme a la sensación de estar moviéndome sin yo hacer absolutamente nada. Me sentía un poco vulnerable, porque no se parecía a andar en bici: mientras que con la bicicleta todo tu cuerpo es el que domina el vehículo, en la moto simplemente eres un apéndice. Cerré bien las piernas en torno al cuerpo de Alec y el chasis, y me sujeté con fuerza a él cuando giró para incorporarse al tráfico.
               Era más prudente de lo que yo pensaba. Parecía controlar todo lo que había a su alrededor, incluso más de lo que hacían mis padres a la hora de conducir (y mamá conducía genial). Siempre vigilaba cada calle por la que se pudiera incorporar un coche, frenaba despacio y con tiempo cuando veía a peatones acercarse a un paso de cebra… me sorprendió ver que se comportaba en la carretera como lo hacía en la intimidad de la habitación morada. Con tacto. Con delicadeza. Una parte de mí sospechaba que estaba intentando que me sintiera cómoda.
               Nos incorporamos a una de las arterias de Londres y fuimos sorteando el tráfico con cuidado. Nos colamos por huecos entre buses y nos acercamos a la parte frontal de los semáforos. Aquí, Alec salía con más rapidez para evitar tener que pelearse con el tráfico, pero yo ya me esperaba sus reacciones y estaba lista para ellas.
               Lo que no me esperaba era que la lluvia nos pillara todavía en la carretera. Creí que nos daría tiempo a llegar al centro comercial del que hablaba antes de que la tormenta nos alcanzara, pero no fue así.
               Me sorprendió la violencia con la que comenzó a llover sobre nosotros. Las nubes descargaban toda su rabia sobre los coches atrapados en la carretera en pleno atasco de la ciudad; las calles estaban abarrotadas de gente que escapaba del centro, seguramente con la misma intención que nosotros: ir a algún centro comercial en el que pasar la tarde, calentitos y secos.
               El viento empujaba la moto y Alec redujo la velocidad. Dejó de sortear a los coches y, con las luces encendidas, se dedicó a ocupar el centro del carril para que todo el mundo nos viera y nadie nos embistiera. Incluso se llegó a pasar la capucha de la sudadera por la cabeza para apartarse el pelo de la cara, pero pronto le fue imposible seguir conduciendo. Se metió hacia un callejón con techo y le puso la pata a la moto.
               -Necesito el casco-dijo, y yo asentí con la cabeza, me lo saqué y se lo entregué. Él ajustó las correas de memoria y limpió la visera-. Es que no veo…
               -Es lo justo. El casco es tuyo.
               Clavó en mí una mirada cargada de sinceridad.
               -Créeme, no me hace ni pizca de gracia llevarte sin protección, nena, pero o nos quedamos aquí a esperar que amaine…
               -Creo que preferiré la segunda opción.
               -O me das el casco para que pueda ver con la visera.
               -Definitivamente prefiero la segunda opción.
               Él sonrió, levantó un dedo y se sacó los auriculares del bolsillo de la sudadera. Me sorprendió que no se le hubieran caído en todo el trayecto. Se colocó uno en la oreja y dejó el otro colgando sobre su pecho. Por un instante deseé ser aquel casco y poder acariciarlo cuando y como quisiera, sin temor a distraerlo tanto que nos pusiera en peligro a ambos.
               Enchufó el cable de los auriculares al móvil, que había dejado en un soporte al lado de los indicadores de velocidad y revoluciones del motor, y lo desbloqueó.
               -Ponte los cascos. No voy a poder oírte si no te llamo.
               -Estaré bien.
               -Quiero escucharte si necesitas algo.
               -Alec, de verdad, no es necesario.
               -No vas a ver nada.
               Parpadeé al darme cuenta de que probablemente la lluvia me molestaría tanto que tuviera que ir todo el trayecto con los ojos cerrados. No sabía si terminaría de gustarme la sensación de velocidad mezclada con la incertidumbre de no saber qué sucedía a mi alrededor.
               Alec llevó una mano a mi muslo, donde descansaba la mía.
               -¿Confías en mí?-preguntó con un hilo de voz.
               -¿Qué?-inquirí, sumida en mis pensamientos. No entendía a qué venía esa pregunta.
               ¿Cómo podía decirle que estando tras él me había sentido segura como pocas veces en mi vida? Incluso circulando a toda velocidad por las calles con nada más que unos cuantos kilos de metal entre mis piernas y un casco recubriendo mi cabeza, me había sentido protegida y a salvo. Todo porque había estado con él.
               Confiaba en él más de lo que confiaba en ninguna otra persona. Probablemente no hubiera ido en una moto tan tranquila con Scott como iba con Alec.  En ocasiones, la confianza daba asco, y seguro que Scott se ponía a hacer el canelo sólo por asustarme. Pero Alec no era así. No conmigo, al menos. Me había demostrado muchísimas cosas en el poco tiempo que habíamos compartido juntos, cosas que había ido reforzando en su conducción.
               Se giró para encontrarse con mis ojos. Su boca estaba peligrosamente cerca de la mía. Su cuerpo, entre mis piernas, donde más me gustaba que estuviera. Inclinarme y besarlo y pedirle que me hiciera suya sobre su moto era tan sencillo que apenas podía resistir la tentación.
               -¿Confías en mí?-repitió en tono intenso, y yo me mordí el labio y asentí con la cabeza.
               -Sabes que sí, Al.
               -Ya-contestó en tono un poco chulito, pero cargado de ilusión-, pero me gusta oírtelo decir. Venga, como antes: pégate todo lo que puedas a mí, y no tengas miedo. Iremos despacio. Tú solo sigue tu instinto y sigue mis movimientos. Se te ha dado bien-me acarició la mano-. Y ponte los cascos.
               -No quiero distraerte.
               -¿Tan poco te gusta mi voz? No me prives del placer de escuchar la tuya mientras conduzco bajo la lluvia, nena.
               -Tu voz me encanta-respondí, mimosa, abrazándome a su vientre y dándole un beso en el hombro. Alec sonrió, se echó el pelo hacia atrás y se colocó el casco sobre la cabeza.
               -Recuérdame que te haga de chófer cada vez que salgas de casa-le dio al icono del teléfono y buscó mi nombre en la lista de contactos. Lo tocó y se terminó de poner el casco, ajustándolo con la correa, mientras yo aceptaba su llamada.
               -¿Vas a ser mi motorista personal gratis?
               -Gratis, no-contestó, arrancando la moto de una patada-. Vas a pagarme en besos.
               -Me parece que prefiero ir andando.
               -No te lo crees ni tú-se echó a reír y se lanzó hacia la carretera. Escuché cómo sonreía en cada semáforo cuando la inercia trataba de dejarme atrás y yo me sujetaba con más fuerza contra él. Apoyé la mejilla en su espalda y me dediqué a mirar las luces pasar, difuminadas por la lluvia. Era una sensación mágica, estar moviéndose a toda velocidad con la noche navideña londinense a mi alrededor. Parecía que estaba volando dentro de una espiral de arcoíris tremendamente húmeda.
               -¿Estás bien?
               -Sí-susurré en tono meloso, escuchando los latidos de mi corazón en los tímpanos. Al principio habían sido acelerados, pero a medida que me acostumbraba a la sensación y me dejaba llevar por la tranquilidad que me transmitía la cercanía de Alec, habían ido relajándose hasta su ritmo habitual.
               No quería llegar al centro comercial nunca. Quería seguir sentada en la moto, abrazada a él, viendo pasar las luces como rayas de colores a mi alrededor, toda la vida. Incluso la lluvia, que comenzaba a calar mi abrigo y aplastaba mi pelo, había dejado de molestarme para empezar a formar parte de ese escenario de ensueño.
               -¿Y tú?
               -Como nunca, bombón.
               Dejé escapar un suspiro de satisfacción, cerré de nuevo los ojos y me concentré en el olor a tormenta invernal del entorno y de tranquilidad de Alec.
               Él malinterpretó mi suspiro como uno de impaciencia.
               -Ya estamos llegando-me comentó, y yo asentí con la cabeza, estirándome un momento tras él todo lo que me atreví. Volví a abrazarme a su cintura y cambié la mejilla que apoyé en su espalda. El calor de su cuerpo contribuyó a relajarme, y casi podía quedarme dormida.
               Alec tomó una salida y me sacó de mi letargo inducido. Aunque seguía lloviendo a mares, me permití entreabrir los ojos para inspeccionar lo que había a mi alrededor. Las calles estaban ahora salpicadas de casitas individuales, con su propio jardín y garaje privado, y un bosque de setos otorgaba un poco de  intimidad. Estábamos a las afueras, en uno de los barrios residenciales.
               Ni siquiera podría decir cuánto tiempo nos llevó llegar al centro comercial, que se irguió ante nosotros como un mastodonte.
               Giramos en una rotonda y nos colamos en el parking subterráneo, donde una cola de coches buscaba un lugar donde aparcar. Con confianza, Alec se dirigió directamente hacia la zona de las puertas que te llevaban al interior del centro comercial, y aparcó en una de las plazas reservadas para las motos. Apagó el motor y se volvió un poco para mirarme de reojo.
               -Hemos llegado.
               Se puso en pie y pasó la pierna por encima de la moto sin quitarse el casco, de lo cual me aprovecharía más adelante. Me tendió una mano para ayudarme a bajar y me tomó de la cintura instintivamente cuando yo di un salto para aterrizar sobre el suelo asfaltado. Se levantó la visera y llevó una mano al teléfono, dispuesto a finalizar la llamada.
               -¿Qué tal el servicio?
               -De cinco estrellas-respondí, poniéndome de puntillas y dándole un beso en el casco, donde calculaba que tendría la boca. Puede que fuera demasiado arriesgado o nada en absoluto, pero el caso era que no me salía darle un beso en la mejilla, y la frente quedaba totalmente descartada debida a su altura.
               Alec se sacó el casco e hizo un puchero.
               -No era a esto a lo que me refería cuando dije que me tendrías que pagar con un beso.
               -Pues ya he pagado mi parte, y no pienso dejarte propina-contesté, desabrochándome el abrigo y colgándolo de mi brazo. Miré a mi alrededor. Las plazas de garaje estaban clasificadas por colores, y nosotros estábamos en la sección verde. Mientras yo estudiaba los dibujos de flores de las paredes, Alec abrió el pequeño maletero de la moto, sacó todo lo que había dentro y dejó en su interior el casco. Me tendió mis cosas.
               -Hay taquillas dentro-comentó, recogiendo la caja de zapatos, que estaba reblandecida debido al efecto de la lluvia allí donde las asas no habían podido tapar el cartón-. Podemos dejar las cosas allí, incluidos los abrigos, para estar más cómodos.
               -Te sigo.
               -No me mires el culo, Malik-se burló, pasando delante de mí.
               -Intenta impedírmelo, Whitelaw.
               Alec se echó a reír y me tendió la mano, que me colocó en la cintura mientras echábamos a andar en dirección a las puertas automáticas. Me condujo hacia la zona de las taquillas de las que hablaba, y me quedé sorprendida al descubrir que se parecían a aquellas que poblaban los pasillos de los institutos americanos. No eran taquillas pequeñas y de madera como solía haberlas en los gimnasios, sino de metal y de altura superior a la mía. Incluso había perchas en el interior para que dejaras la ropa de abrigo colgada de la barra de la parte superior.
               Mientras él dejaba las cosas en las baldas de la taquilla, yo me desabroché el abrigo, lo sacudí un poco, lo estrujé y me quedé esperando a que terminara. Se lo tendí doblado y él lo desdobló para colocarlo en la percha.
               -Bueno, ¿por dónde quieres…?-comenzó, girándose hacia mí, pero se quedó callado a media frase. Me estudió de arriba abajo con gesto asombrado: mi jersey de lana merino color mostaza, mi falda de ante granate con abultados botones plateados entre las piernas, para que yo decidiera cuánto quería enseñar y cuánta libertad necesitaba; mis medias negras, mis botas camel con tacón grueso que ascendían un poco por encima del tobillo.
               Alec volvió a subir por mi anatomía, acariciándome con su mirada como no se atrevía a hacerlo con las manos. Como yo deseaba que lo hiciera con las manos.
               Tragó saliva al llegar a mis colgantes y, por fin, se instaló en mi cara. Sus ojos bailaron entre mis ojos y mi boca.
               -¿Qué pasa?
               -A ti la luz del día no te hace justicia-soltó, y como si la madre naturaleza quisiera corroborar su afirmación, un relámpago iluminó el cielo gris oscuro que se veía más allá de los cristales de la inmensa cúpula del centro comercial.
               -¿Qué quieres decir?-él jadeó, observándome, y yo puse los brazos en jarras e hice una mueca juguetona-. ¿Es porque me deja más fea?
               -Porque ya no sé qué excusa ponerle a que seas la criatura más hermosa que he visto en mi vida. Cuando estamos de fiesta lo puedo achacar a las luces, la música, el alcohol o lo deliciosa que tienes la boca, pero ahora… sinceramente, no sé por qué no se hace de noche cuando sales de casa; el sol debería esconderse para no quedar mal.
               Noté cómo el calor que le había robado a su cuerpo corría a instalarse en mis mejillas, y Alec sonrió, enternecido.
               -Y te pones todavía más guapa cuando te sonrojas.
               -Puede que sea porque no lo hago muy a menudo-respondí, arrebujándome en el jersey y apartándome el pelo tras la oreja durante un nanosegundo, el tiempo que tardó en volver a liberarse. Intenté domesticar mis rizos empapados, sin éxito, para no tener que pensar en por qué me decía esto ahora, cuando estaba tan involucrada con él.
               No era justo que nos comportáramos así el uno con el otro.
               -Es que para sonrojarse hay que tener vergüenza-bromeó, rebajando la tensión sexual que se había instaurado entre nosotros. Como siguiéramos por esa senda (y yo no tenía pensado desviarme), acabaríamos buscando un rincón apartado en el que le diría lo mucho que le había echado de menos esas semanas.
               -Me imagino que tú no debes de haberlo conseguido nunca, ¿no?-le piqué, arqueando las cejas.
               -¿Me estás llamando sinvergüenza?
               -Sí, además de gilipollas-me eché a reír.
               -Si te hubiera visto ponerte roja antes, habría dejado inmediatamente de ser un gilipollas sinvergüenza contigo para poder tenerte como te tengo ahora-me tomó de la cintura y me pegó a él, se inclinó hacia mí que pensé que me ahogaría en sus ojos chocolate.
               Eso, y que me besaría. Podía saborear su aliento a menta y lichi en mis papilas gustativas. No había nada que me apeteciera más en ese momento que sentir su lengua cálida enredándose con la mía.
               -Si te sirve de consuelo, creo que sigues siendo un gilipollas sinvergüenza conmigo. La diferencia es que yo ahora tengo más paciencia-repliqué, acariciándole el pecho y tratando de evitar que mi mente vagara a esos rincones en los que Alec podía poseerme y hacerme gritar como ningún hombre era capaz de conseguirlo. Di un paso atrás y él exhaló una exclamación a modo de asentimiento-. ¿Qué decías antes de que mi belleza te cautivara?
               -La madre que…-Alec se echó a reír, se pasó una mano por el pelo húmedo y comentó-: seré tu botones personal hoy, Saab. ¿Por dónde quieres empezar?
               -Por el principio-contesté, girándome sobre mis talones y echando a andar por los pasillos de losas blancas con virutas cristalinas. La tormenta continuó descargando con fiereza sobre Londres mientras Alec y yo íbamos de tienda en tienda, a veces deteniéndonos por hacer tiempo más que por otra cosa, a veces comprando y comparando y dándonos mutuamente la opinión. Él me aconsejó sobre una muñeca y yo le di mi opinión acerca de una funda de iPad que quería comprarle a su hermana.  Se tomó mi consejo muy en serio porque yo misma también me había hecho con una funda para la tableta de mamá.
               Y, a pesar de que nos lo tomamos todo con calma, la lluvia no arreció. Incluso parecía más torrencial cuando nos acercamos a las ventanas y nos quedamos mirando un momento el skyline difuminado de Londres, que luchaba contra la oscuridad de una noche que caía y la sombra de las nubes de tormenta. Torcí la boca y me quedé mirando el reloj. Aunque todavía no pasaban de las seis, empezaba a impacientarme. Habíamos dado un par de vueltas extra ya al centro comercial, por si había alguna tienda en la que quisiéramos entrar que hubiéramos pasado por alto, pero nos quedábamos sin opciones de visitas que hacer.
               Alec apoyó la frente en el cristal y entrecerró los ojos, oteando el horizonte que para mí resultaba invisible. Después de un instante de reflexión en el que su aliento dejó una mancha de vaho en el cristal, se puso rígido y sacudió la cabeza.
               -No creo que vaya a parar en un rato.
               -Deberíamos quedarnos un poco más. No es seguro ir con la moto estando el tiempo así.
               -Lo sé-suspiró de nuevo, y se pasó otra vez una mano por el pelo-. Dios, si al menos tuviera carnet de coche…
               -¿Qué sugieres? No tenemos coche, y, además, hemos traído la moto. No podemos dejarla aquí.
               -Ya, pero si pudiera conducir coches, seguro que no habría traído la moto y ahora no estaríamos aquí, esperando a que deje de llover.
               -¿Tan mala es mi compañía?-bromeé, dándole un toquecito en las piernas con las bolsas que colgaban de mis manos. Alec me miró de reojo, esbozó su típica sonrisa de Fuckboy®, y se echó a reír cuando yo le llamé la atención y volví a darle con las bolsas.
               -Bueno, si vamos a empezar a pelearnos, creo que se me hará más llevadera la espera-me provocó, y yo le saqué la lengua y dejé mis bolsas tranquilas. Nos sentamos en uno de los bancos de madera que había en el interior del centro comercial, yo con las piernas cruzadas, mis pies orientados hacia él; él, con las piernas abiertas, el torso apoyado ligeramente en mí. Comprobamos nuestros móviles y respondimos algunos mensajes. Yo incluso saqué un par de fotos de la tormenta para colgarlas en mis historias de Instagram.
               Una notificación salió en la parte superior del móvil de Alec al segundo de subir yo mis historias, y no pude evitar sentir la atracción de lo desconocido llamándome.
               -¿Tienes activadas mis notificaciones?
               -No hagas como si te sorprendiera, bombón. No quiero perderme ningún nude que subas de manera accidental-comentó como quien habla del tiempo en un día primaveral al que la sol ha decidido asomarse. Tocó la notificación y se quedó mirando la pantalla de su teléfono, estudiando la foto de la lluvia deslizándose por el cristal-. Se ve mi rodilla. Te voy a cobrar derechos de imagen.
               -Ya te gustaría. Doblemente.
               -¿Doblemente?
               -Yo no me hago nudes.
               Alec me miró.
               -Menuda manera de perderte lo divertido de la vida.
               -Ahora va a resultar que tú eres un experto en fotos subiditas de tono.
               -Si tengo mucho espacio de almacenamiento en el móvil, es por algo, Sabrae.
               -Ya. ¿Tuyas, o de chicas que no conoces y que encuentras en páginas porno?
               La sonrisa que le cruzó la cara me dio ganas de tenerlo entre mis piernas. Más intensamente, quiero decir.
               -Te puedo asegurar que conozco a todas y cada una de las chicas que tengo en mi móvil. Pero la mitad son suyas, y la mitad son mías. Me gusta que haya paridad en este sentido. Tú me mandas, yo te mando.
               -Qué caballero.
               -¿Quieres verlas?
               -¿Las de ellas? Paso. Y no se las enseñes a nadie. Te las enviaron a ti.
               -No le enseño a nadie las fotos que me envían las chicas, tranquila. No soy tan cabrón-su tono ofendido me hizo pensar que no era la primera persona que le insinuaba eso, y que realmente le molestaba que alguien pudiera considerarlo capaz de ir compartiendo todos comprometidas de chicas que se las habían enviado a él y sólo a él. Sonreí para mis adentros, confirmando la teoría que había ido tejiendo cuando Amoke trató de convencerme de que le mandara una foto picante fingiendo que era por equivocación-. Me refería a las mías.
               -¡Vale!-canturreé, apoyándome en su costado y aleteando con las pestañas. Alec alzó las cejas-. ¿Qué? Ni que fuera a ver algo nuevo.
               -No te voy a enseñar las fotos de mi polla en público.
               -¡Ahora resulta que vas a ser tímido!
               -No quiero que te pongas cachonda perdida.
               -No pasa nada si me pongo cachonda perdida. A las chicas no se nos nota, cosa que los chicos no podéis decir-sonreí, pasándole una pierna por encima de las suyas, en actitud posesiva y juguetona. Alec se quedó mirando mi rodilla.
               -Si te piensas que con una pierna vas a conseguir encenderme, es que no me conoces, bombón.
               Me mordí el labio a modo de respuesta y él se quedó mirando mi boca.
               -Ya nos vamos entendiendo-musitó, y yo me eché a reír, bajé mi pierna de las suyas y volví la atención a mi teléfono-. ¡Eh! ¿Te he dicho que podías dejar de estar acaramelada conmigo?
               Volví a reírme, apoyé la cabeza en su hombro y me hice una foto. A pesar de que no llevaba nada de maquillaje, me veía guapa como pocas veces en mi vida. Mi cara resplandecía y mi melena, que ya se había secado, lucía unos rizos preciosos e indomables, perfectamente definidos. Tenía un brillo en la mirada que me costaría mucho recuperar cuando no estuviera con Alec.
               Él me besó la cabeza y me pasó una mano por la cintura. Cerré los ojos y me quedé así, apoyada sobre su hombro, un ratito, con el ruido de la música del centro comercial y la lluvia y los truenos del exterior cantándome una nana.
               -Te aburro-comentó Alec-. Es la segunda vez que te duermes estando conmigo.
               -No me aburres. Eres cómodo-me arrebujé en su costado-. Además, no estaba dormida.
               -Seguro, nena-volvió a besarme y yo sonreí, mimosa-. Tengo una idea, ¿tienes hambre?
               Me llevó al piso superior después de dejar las nuevas compras en la taquilla, que estaba llena prácticamente hasta arriba. Me pregunté cómo haríamos para llevárnoslo todo a casa después de terminar de comer, pero Alec enseguida me tranquilizó diciéndome que podíamos dejar sus cosas en la taquilla y llevarnos las mías. Al fin y al cabo, él no tenía ninguna prisa por sus regalos, y yo tenía que llevármelos al día siguiente. Aunque me sentía un poco mal por aprovecharme así de él, asentí con la cabeza y le di las gracias por su amabilidad, a lo que él respondió con un gesto de la mano y su típica frase de “el placer es mío”.
               Como en la mayoría de centros comerciales, en el piso superior de techo acristalado era donde se situaban todos los restaurantes y zonas recreativas. Me fijé en que había una bolera en el otro extremo de la gran estancia cuya mitad estaba ocupada por un cine en el que la gente hacía cola sin dejar de mirar los carteles de películas disponibles: estaba claro que no tenían pensado qué ver cuando decidieron ir al cine. Al lado de la bolera, varias máquinas de air hockey y de otros juegos de mesa se repartían por el espacio semicerrado de una empresa de juegos, que se distinguía del resto del centro comercial por tener el suelo enlosado en negro y no en blanco.
               Nos detuvimos en el centro de la gran plazoleta, al lado de las escaleras mecánicas. Eché un vistazo a los restaurantes, decidiéndome entre una hamburguesería, un italiano o un japonés. No tenía mucha hambre, así que el italiano quedaba descartado, porque no iba a pagar 20 libras por una pizza. La cosa estaba entre el japonés o el Burger King.
               -¿No te decides?
               -¿Sushi o hamburguesa?
               Alec entrecerró los ojos.
               -¿Es una pregunta con trampa? ¿A lo “carne o pescado”?
               -Es una pregunta completamente inocente.
               -Entonces, hamburguesa.
               -¡Genial!
               Caminamos hacia el Burger King y nos pusimos a la cola. Una familia con dos hijos se peleaba por ver qué era lo que los pequeños querían de comer. Aproveché para inclinarme y mirar las ofertas de los paneles luminosos. Había una cajita con cuatro tipos diferentes de snacks  que me llamó la atención. Había cuatro aros de cebolla, cuatro palitos de queso, cuatro nuggets de pollo…
               … y cuatro deliciosos chili cheese bites.
               Me volví hacia Alec, preparada para negociar con él lo que fuera con tal de que me dejara comerme los chili cheese bites. Incluso le dejaría todo lo demás, a cambio de aquellos deliciosos mordisquitos de queso y jalapeños.
               -Al...-ronroneé, y él se volvió hacia mí conteniendo un brinco. O bien no se acordaba de que estaba ahí conmigo, o le alucinó que me pusiera tan melosa, tan de repente.
               -Sabrae…
               -¿Compartimos la cajita?-inquirí con inocencia, señalando el dibujo que bailaba en las pantallas. Alec leyó su contenido y se encogió de hombros.
               -Si quieres…
               -¡Genial! Puedes quedarte todo, a mí sólo me interesan los chili cheese bites.


               Si le dejaba ganar desde el principio, seguro que no se opondría a mis condiciones.
               -Guo, guo, guo, ¿qué?-sacudió la cabeza, estupefacto, y me miró con ojos como platos-. ¡Ni de coña te vas a comer tú sola los chili cheese bites! ¡Son mis preferidos!
               -¡Pues tenemos un problema, porque yo no estoy dispuesta a renunciar a ellos!
               -¡No te jode! ¡Ni yo! No me voy a comer los puñeteros aros de cebolla mientras tú te comes esos trocitos de cielo, Sabrae. Vas guapa si te piensas que te los voy a ceder por tu cara bonita.
               -Te dejo que te tomes la mitad de mi hamburguesa.
               -No.
               -Y mi ración de patatas.
               -No.
               -Me refiero a todo. La mitad de mi hamburguesa y mis patatas. Incluidas. Como un pack.
               Por dios, era vergonzoso cómo me estaba prostituyendo por cuatro bolitas de queso ni nada, pero cuando las tienes delante es mucho más fácil vender tu dignidad.
               -No me interesa.
               -¿Qué puedo darte que a ti te interese?
               Alec sonrió y se me quedó mirando.
               -Que no sea una mamada-dije en voz demasiado alta, y la pareja que estaba frente a nosotros se giró y se nos quedó mirando. El chico y Alec intercambiaron una mirada y él se encogió de hombros. Yo me puse de morros y me crucé de brazos-. Pues no hay cajita con snacks.
               -Podemos pedirlos sueltos.
               -Yo quería la cajita.
               -Ya, bueno, y yo quería ser millonario, y me tengo que aguantar, Sabrae. No me la vas a pegar con los snacks, ya te lo digo. Seré tonto, pero no soy gilipollas.
               -¿Pedimos seis o cuatro?
               -¿Prefieres tener cuatro orgasmos o tener seis?
               -A veces en la moderación está la perfección-espeté. Alec se echó a reír.
               -Te recordaré lo que acabas de decirme cuando tengas las bragas por los tobillos delante de mí.
               La pareja intercambió una mirada cómplice y trató de no echarse a reír. Por fin, nos llegó nuestro turno, y Alec se inclinó sobre el mostrador a recitar de memoria su pedido, en el orden en que le salía en la pantalla a la chica que tomó nota de su orden.
               -¿Algún complemento?
               -Chili cheese bites.
               -¿De cuatro, seis, o nueve?
               Me envaré.
               -¿Cómo que de nueve?
               -Tenemos un nuevo pack de nueve. Os sale más económico que coger…
               -Nueve-sentenció Alec, y la chica sonrió.
               -Alec…-mascullé, y él me miró-. Son impares.
               -Y son más.
               -Pero son impares.
               -¿Y?
               -¿Qué hacemos? ¿Nos comemos el último a medias, o qué?
               -Hay dos cosas que no comparto en esta vida, Sabrae: las mujeres y los chili cheese bites.
               -¿Me los vas a dejar a mí? Qué detalle-ironicé, sabiendo que tenía pensado salir por otro sitio.
               ­-Yo todavía estoy pegando el estirón. La ciencia dice que los chicos no paramos de crecer hasta los 20 años. A ti te queda un año, dos como mucho.
               -La mitad del último me pertenece, y pienso cobrármela.
               -Ibas a conformarte con el pack de cuatro, deberías besar el suelo por donde yo piso.
               -¿Alguna cosa más?-inquirió la chica.
               -Sí, mira, me pones un BK Fusion de brownie.
               -Recibido, ¿algo más?
               -Sabrae-Alec hizo un gesto con la cabeza en dirección a la chica.
               -Yo pido luego.
               -Tú pides ahora, venga-dio unas palmadas sobre el mostrador y se separó de él para dejarme sitio.
               -No vas a invitarme.
               -Sí te voy a invitar.
               -No quiero que pagues.
               -Ya, bueno, pero lo voy a hacer-se encogió de hombros-, que yo tengo un trabajo estable, ¿qué es lo que tienes tú? Un apellido.
               -Un apellido muy cotizado-me eché a reír y me volví hacia la chica. Le recité mi pedido y terminé con un-: ¿Puedes cancelar lo del helado?
               Alec alzó las manos.
               -¡Eh! ¡Necesito postre!
               -Si tú vas a pagar esto, el postre corre de mi cuenta.
               Alec puso los ojos en blanco y asintió con la cabeza a la chica. Depositó un billete de veinte y recogió el cambio lentamente, haciendo cuentas por si se lo habían dado mal.
               -Está bien-le dije.
               -Estaba contando si me da para otra bolsita de nueve bites.
               -¡Te vas a morir de un empacho!
               -Y lo haré feliz-sentenció, guardándose las monedas en la cartera. Esperamos por nuestro pedido y fuimos a sentarnos a una mesa con dos sofás a cada lado. Saqué mis patatas de la bolsa de papel en la que venían y vertí el kétchup por encima mientras Alec rompía la bolsa con los bites y se llevaba uno a la boca.
               -¿No queman?
               -Me da igual que quemen-contestó, cerrando los ojos y moviendo la mandíbula de una forma exagerada.
               Abrió la bolsa de su hamburguesa y le dio un bocado mientras yo daba cuenta de mis patatas.
               -Si no te comes el pepino, dámelo-le dije-, que a mí me gusta.
               Alec parpadeó.
               -Yo también me lo como.
               Y empezó a reírse, de una forma tan adorable y contagiosa que yo también estallé en una carcajada. Dejó la hamburguesa en su caja y sacudió la cabeza, bebiendo de su pajita.
               -¿De qué nos estamos riendo?
               -De que nos vamos a casar-espetó, y yo abrí los ojos y me reí, nerviosa.
               -Sí, ya te gustaría.
               No, Sabrae, ya te gustaría a ti.
               -Te lo digo yo. Si te lo pido, me dices que sí-se reclinó en su asiento y alzó las cejas, dando un nuevo sorbo de su bebida.
               -¿Cuál es tu dote?-bromeé, llevándome una patata a la boca.
               -¿Disculpa? ¿Mi dote? ¿Qué es esto, el siglo XI?
               -No, es el 21-me encogí de hombros y le guiñé un ojo-. Y el feminismo está en pleno apogeo. Pronto daremos paso al hembrismo, y los hombres daréis dote como tuvimos que darla las mujeres durante siglos.
               -Ya veo, ya. ¿Y crees que será para dentro de unos años, cuando estés en edad casadera?
               -Yo ya estoy en edad casadera.
               -Uf, pues a Scott se le pasará el arroz enseguida.
               -No, me refiero a… en África-expliqué, chupándome un poco de salsa de tomate del dedo índice-. Muchas niñas ya son madres a mi edad.
               -Creí que hablabas de Pakistán.
               Negué con la cabeza y me concentré en romper el sobrecito de kétchup, pero se me hizo cuesta arriba, tanto por lo pringosos que tenía los dedos por con cómo me temblaban las manos.
               Se supone que lo tenía superado, y así era el 95% del tiempo. Sin embargo, siempre había un 5% que me golpeaba de lleno y me dejaba sin aliento. Alec no lo había hecho con mala intención, pero sin quererlo, me había recordado mi procedencia. Y la de mi familia.
               Que, por desgracia, no coincidían.
               Adoraba a mis padres y a mis hermanos, me sentía parte de ellos igual que ellos lo eran de mí. Pero había veces en que sentir y ser eran completamente opuestos, y yo estaba en una de esas veces.
               Alec se inclinó hacia mí, estiró la mano y la posó sobre las mías. Levanté la vista para encontrarme con sus ojos. Luché con todas mis fuerzas por impedir transmitirle algún tipo de desasosiego. Debía llevar mi luto en silencio, guardármelo para mí.
               -Sabrae…
               -Soy africana-me aclaré la garganta y dije en un tono fingidamente seguro-: no es ningún trauma para mí.
               -Pero… ¿te gustaría ser pakistaní?
               Me lo quedé mirando y sus ojos se dulcificaron un poco.
               -Lo siento si me estoy metiendo en lo que no me llaman, pero…
               -Te he echado de menos-susurré, y las comisuras de su boca titilaron un momento en una sonrisa-. A ti y a esa capacidad tuya que tienes para hacer que sea sincera contigo como no lo soy con nadie.
               -Conmigo no tienes que fingir que eres fuerte-me cogió la mano y depositó un suave beso en mis nudillos. Un torrente de calor se deslizó por mi piel en dirección a mi pecho, insuflándome el valor y el ánimo que me faltaba.
               -Me encantaría haber nacido de mi madre y parecerme a mis hermanas, pero también me gusta ser diferente. Es lo que hay, de todas formas.
               Retiré la mano y la dejé caer en la mesa, pero Alec no se dio por vencido.
               -Pero…
               -Pero moriría por tener su sangre en mis venas. No ser un fraude. Ser perfecta.
               -No eres ningún fraude-se inclinó y su mano tocó mi rostro. Sus dedos se deslizaron por mi piel, su pulgar acarició mi mejilla-. Y eres perfecta tal y como eres.
               -¿Para ti?-me escuché preguntar, y él sonrió con tristeza.
               -Para tu familia.
               Noté que una sonrisa empezaba a nacer en mi boca.
               -Y para mí también.
               La sonrisa se amplió un poco.
               -Para todos los que te conocemos, en realidad.
               Asentí con la cabeza, las mejillas hinchadas de tanto sonreír.
               -No vas a conseguir que te dé el bite que sobra.
               -Pero valió la pena intentarlo, aunque sea sólo por hacer que te animes un poco-me guiñó un ojo y yo saqué la lengua y puse los ojos en blanco. Tomé una patata de nuevo y me concentré en masticarla, diciéndome que era demasiado pronto para tener esa conversación.
               Que él no estaba listo.
               Que seguramente me había consolado porque me tenía cariño, nada más.
               Él jugueteó con otro bite, con actitud distraída. Me lo quedé mirando cuando se acercó la hamburguesa a la boca y se detuvo a medio camino.
               La dejó sobre la bandeja y me miró.
               -¿Iba en serio lo de antes?
               Parpadeé y recogí un poco de kétchup de otra patata para no mirarlo. Me daba miedo lo que podía encontrarme en sus ojos.
               -¿El qué?
               -Lo que acabas de decir. Sobre que me echabas de menos.
               Levanté la vista con timidez y me descubrí asintiendo con la cabeza, porque las palabras se atascaban en mi garganta y eran incapaces de subir más allá.
               -Porque… yo también te he echado de menos-confesó, juntando sus manos por debajo de la mesa y mordiéndose los labios, como si a él también le costara hablar-. Joder, te he echado terriblemente de menos, y créeme si te digo que no he dejado de comerme la cabeza porque no me siento preparado para tener esta conversación.
               -Podemos tenerla cuando tú quieras-contesté, encogiéndome de hombros-. No es necesario que sea ahora.
               -Sí, ya, pero mientras no la tengamos, las cosas no van a volver a ser como antes. Y yo necesito que sean como antes, bombón. Necesito vivir a base de café porque me paso las noches en vela hablando contigo, necesito esperar como loco a que sea viernes para poder verte, necesito… necesito que volvamos a ser los que éramos antes de que yo lo estropeara todo.
               Dejé la patata que sostenía en la bandeja y entrelacé los dedos para transmitir tranquilidad.
               -Yo también necesito que las cosas sean como antes. Necesito volver a tener ilusión por los fines de semana. Y porque llegue la noche y tú me esperes en Telegram.
               Alec sonrió.
               -El otro día me comporté como una cría-continué, apartándome el pelo de la cara-, y es hora de tratar el elefante en la habitación.
               Él asintió con la cabeza, se limpió las manos con una servilleta y la hizo una bola en un rincón de la bandeja.
               -Sí, yo también me estoy comportando como un crío dejando que crezca y fingiendo que no está ahí.
               Nos miramos a los ojos, nos revolvimos en nuestro asiento, y decidimos poner las cartas sobre la mesa.
               -Hablemos de nosotros-dijimos a la vez, a coro. Como los dos esperábamos que empezaríamos a hacer las cosas a partir de entonces.






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6 comentarios:

  1. POR DIOS ESTÁN CASADISIMOS LA MADRE QUE ME PARIÓ. ME HE IMAGINADO EL OUTFIT DE SABRAE, CON SU MELENAZA SUELTA Y TAN CHIQUITITA Y DESDE LA ALTURA DE ALEC Y MADRE MÍA NO SÉ COMO NO SE HA CAÍDO AL SUELO.
    SON SÚPER MONOS JODER Y SON SÚPER NOVIOS.

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    1. POR FAVOR ESTÁ MONÍSIMA ENCIMA ALEC LA ADORA CON EL PELO SUELTO Y ELLA NO LLEVA MAQUILLAJE Y ES MUY ADOPTABLE NOS LA QUEDAMOS HASTA EL FIN DE LOS TIEMPOS

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  2. Llevo esperando este capitulo desde que empezaste la novela. Han parecido una pareja real durante todo el capitulo, es que parecía que estaban de cita, yo me quiero moemo dios mio. Diciendose que se echan de menos, cco sus piques, Alec mirandole el culo, peleandose por los chilli cheese bites (qUE SIN DUDA ES LO MEJOR QUE TIENE EL BURGUER DIOS MIO MENUDA MARAVILLA DE COMIDA ENCIMA HACE MUCHO QUE NO COMO) y por ultimo animandola para que hable clmo se siente repesto a su procedencia es que le amo señor. LE AMO. No estoy preparada a leer los capitulos de cuando esten en Barcelona porque me van a dar parraques muu fuertes, muy serios. ENCIMA HAS HABLADO DE BTS YO ME CAGO. Erika te amo, gracias por tanto perdon por tan poco.
    (maria mi lees eso no se porque odias a Alec si es un cacho de pan)

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    1. Buah pues si parece que están de cita (que LO ESTÁN aunque no la hayan organizado), ya verás cuando se vayan de cita en serio, y de viaje, y sean novios, y ay dios mío, mi coraçao.
      Los chili cheese bites son lo mejor del mundo madre mía el día que Burger King los quite del catálogo habrá un suicidio colectivo encabezado por MÍ.
      Dios es que Alec es tan bueno con ella y Sabrae es tan buena con él me muero de ganas de escribir cómo evoluciona su relación porque son preciosísimos qué dos seres más puros no puedo más mis hijos
      MADRE MÍA CUANDO ESTÉN EN BARCELONA!!!!!!!!!! NO VAS A SOBREVIVIR
      TÍA PATRI NO SABÍA QUE TE GUSTABA BTS UY TIENES UNOS GUSTOS MUY AMPLIOS TÚ EH eso me gusta en realidad aunque no los escuche
      Yo sí que te amo me pide me perdona
      María si lees esto eres una sinvergüenza que quede constancia oficial

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  3. LLEVO 80 AÑOS INTENTANDO COMENTAR Y NO ME DEJA A VER SI CON ESTA POR FIN, jo no sabes la ilusión que me ha hecho lo de bts tia te comeria la cara a besos y mira Alec y Sabrae otp pero no solo de mi vida si no de la maldits galaxia entera. Alec mirandole el culo me representa a niveles espirituales muy heavys. LAS PUTAS CHILLI CHEESE BITES SON EL MEJOR INVENTO DE ESTE PLANETA YO APUÑALARIA POR ELLAS ENTIENDO TANTO SU PELEA ES QUE AAAAAAAAAAAAAAAAH, ya me calmo. Otro capitulo en el que se me han caido las bragas al suelo Erika, me vas a tener que comprar ropa interior nueva pero aun asi te amo ��

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    1. GRACIAS SEÑOR QUE BLOGGER TE HA DEJADO MARÍA
      ESTOY EN EL SUELO CON TU ICON ASÍ DE CLARO TE LO DIGO
      Ay me alegro mucho de que te haya hecho ilusión es que como siempre meto algo que les gusta a las demás pues dije MIRA METO ESTO además que encajaba perfectamente con la trama porque Shasha es kpoper (no sé si se dice así, espero que sí) y no me costaba nada y si te hago felís pues oye ☺
      Alec mirándole el culo amamos a este chaval es que es tan sencillo el líder que nos merecemos le amamos per secula seculorum
      LAS CHILI CHEESE BITES LO MEJOR DEL CAPÍTULO ESTUVE A ESTO // DE PONERLAS DE TÍTULO PERO NO ME ENCAJABA PORQUE NARRA SABRAE
      Si con este se te han caído las bragas, con el siguiente se te caerán los ovarios amiga, prepárate para grapártelos
      (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞

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