Dicen que lo bueno se hace esperar, y vosotros habéis tenido que esperar mucho, pero...
¡¡LA SEGUNDA PARTE DE CHASING THE STARS, MOONLIGHT, YA ESTÁ DISPONIBLE EN PAPEL EN AMAZON!! Comprende los capítulos desde el final de Chasing the Stars hasta Moonlight, así que es la segunda parte de la serie más especial que he escrito nunca. ¡Me hacía muchísima ilusión poder enseñaros la portada y el producto final por fin! Recordad que por vuestra compra de mi libro, plantaré un árbol.
¡Y acordaos de marcarlo como leído y reseñarlo en Goodreads! Un añadido más al reading challenge nunca viene mal. Muchísimas gracias por haberme animado hace tanto tiempo a publicar y haberme apoyado tanto durante la escritura de cts. Sin vosotros, esto no habría sido posible❤
No noté que me estaba comportando como una chiquilla
imprudente hasta que Alec comenzó a sonreír durante nuestro beso.
En
cualquier otra circunstancia lo habría achacado a que le estaba besando genial
(y, créeme, cuando besaba a Alec después de mucho tiempo sin hacerlo, lo hacía
mejor que cuando nos pasábamos la tarde enrollándonos, porque volcaba todo mi
entusiasmo en la tarea), a que se me notaban a leguas las ganas que había
pasado durante dos semanas de hacerlo. La anticipación corría por mis venas con
tanta fuerza que incluso podría saborearla en mi lengua.
Pero
yo sabía que había algo que no
cuadraba con toda la situación. A pesar de que estaba disfrutando del beso, de
acariciarle el pelo y la nuca, de hundir los dedos en esos mechones de color
castaño, algo seguía sin cuadrar. Mi cerebro me decía que algo no encajaba del
todo.
Y su
sonrisa mientras mi lengua continuaba explorando su boca le delató.
Me
separé de él y me relamí el labio, mirándolo desde abajo a través de mis
pestañas. Él sonrió, me acarició la mejilla con la mano izquierda y me besó la
frente, enternecido por aquel pequeño arrebato de pasión que acababa de sufrir.
-¿No
notas nada raro?-quiso saber, luchando contra una sonrisa que hacía lo
imposible por formarse en sus labios.
-¿Debería?-respondí,
apartándome un rizo de la cara y comprobando que estaba un poco húmedo debido a
nuestro beso. Ni siquiera nos habíamos dado cuenta de que mi melena había
tratado de interponerse entre nosotros.
Sinceramente,
dudaba que pudiéramos enterarnos de un bombardeo cuando nuestras bocas estaban
unidas.
Alec
dejó de luchar contra su sonrisa, que se extendió por su cara como haría un
pastelero con una capa de chocolate en la tarta en que llevaba trabajando toda
la mañana, y me enseñó un pequeño vasito de color blanco con círculos azules de
diferentes colores.
Fue
entonces cuando me miré las manos, y descubrí que Alec me había quitado mi
vasito de yogur… o, más bien, me había salvado del desastre que habría supuesto
que yo lo soltara. Estaba segura de que lo habría tirado al suelo y me habría
salpicado de miel, semillas de amapola y yogur las botas y parte de las medias.
O quizás se habría resbalado primero por entre nuestros cuerpos y me hubiera
puesto el jersey perdido. Con lo que me gustaba ese jersey…
Puse
los brazos en jarras y alcé una ceja, dispuesta a jugar.
-¿Así
que es en eso en lo que piensas cuando me besas? ¿En robarme mi yogur?
-No
le hago ascos a un poco de miel-bromeó, y se llevó el vaso a los labios. Clavó
los ojos en mí mientras se bebía el poco contenido que quedaba, tan recalentado
por el aire acondicionado y el contacto de mis manos que ni siquiera se
conservaba sólido.
No
pude evitarlo. Mi cabeza voló a otras veces, en las que había menos luz y menos
ropa con nosotros. Veces en las que yo era la que estaba encima y él, debajo.
Veces en las que Alec volvía a tomar miel, miel que yo misma le proporcionaba.
En las que sonreía mientras se inclinaba entre mis piernas y me lanzaba a un
cielo cargado de fuegos artificiales, en los que la oscuridad sufría los
ataques constantes de luces tan efímeras como preciosas. Veces en las que él
sonreía mientras me escuchaba perder el control de mí misma.
Lo
había hecho a posta. Estaba segura. Esa sonrisa chula, esa forma de mirarme, la
manera en que su mandíbula se marcó mientras se tomaba el poco yogur que quedaba…
no le hacía ascos a un poco de miel de la misma forma en que no le hacía ascos
a meterse entre mis piernas, ya fuera con su boca o con su masculinidad.
Me
colgué de él de nuevo, ansiosa de que me apagara el fuego que acababa de
explotar en mi interior o de que hiciera que terminara de consumirme. Le comí
la boca y él me pegó tantísimo a él que por un momento pensé que conseguiría
que nos fusionáramos y fuéramos solo uno. Más o menos, como cuando nuestros
cuerpos se conectaban y él y yo nos convertíamos en una única criatura cuya
respiración estaba compuesta por nuestros jadeos, gemidos, y dos nombres
coreados a dúo.
El
suave pero grave tintineo de un vaso de cartón duro rebotando contra el suelo a
nuestro lado nos hizo salir de nuestra ensoñación. Miré hacia el suelo, donde
lo que quedaba de su yogur, apenas una rastro de blanco y marrón, se deslizaba
lentamente hacia el borde del vaso que había sostenido entre sus manos. Decía
mucho de mí y de cómo me sentía que ni siquiera me hubiera dado cuenta de que
Alec había tenido consigo los dos yogures todo el tiempo.
-Dios,
no sé qué me pasa, perdona-susurré, recogiendo el vasito y limpiándolo con los
dedos. Alec me puso una mano en las mías al ver cómo me temblaba el pulso. No la cagues, no la cagues, no la cagues, me
decía a mí misma como si del mantra más importante de una religión se tratara.
Esas
dos semanas podían haber sido cruciales en nuestra relación. Antes estaba
segura de que nos habíamos sumergido en un abismo del que no seríamos capaces
de salir, pero ahora, después de aquel beso, después de sentirme ligera como me
había hecho sentir su boca, ya no estaba tan segura. Su lengua se había
convertido en un faro de esperanza, sus ojos, en la constelación que me ayudaba
a orientarme en la noche.
Necesitaba
que él pensara que no estaba todo perdido, que el hecho de que yo hubiera
creído conveniente comportarme como una niñata caprichosa la última vez que
habíamos estado juntos había sido algo puntual. Necesitaba que él creyera que
no estábamos en abismos separados, que no estábamos demasiado profundo, que
podíamos salir.
En
las casi dos semanas que habíamos pasado sin vernos, en mi vida no había pasado
absolutamente nada destacable. Sólo noches en vela en que me había pasado las
horas mirando su perfil en Instagram, leyendo nuestras conversaciones, riéndome
de nuestros chistes y considerando si tocarme o no cuando llegaba a partes de
nuestra conversación más subidas de tono… y acariciándome imaginándome que
quien paseaba los dedos por mi anatomía era Alec, y no yo.
En
cambio… el silencio no me daba ninguna pista de lo que había pasado en su vida.
Podría haber estado con Pauline. Podría haber estado con cien chicas más,
podría no haber pensado en mí ni un segundo más de lo que duraban las historias
que subía a Instagram fingiendo que no había cambios en mi vida. Podría haberse
ido con una, dos, tres, o cincuenta; podía haber estado solo y pensando en mí,
o acompañado todo el tiempo y sin recordar siquiera mi nombre.
Pero
me había dicho que me echaba de menos. Me lo había dicho mirándome a los ojos,
y yo creía que Alec jamás me mentiría. Estaba segura de ello. No necesitaba
pedirle que fuéramos sinceros; la única que era capaz de mentir en la relación
era yo. Por protegerle, por protegerme a mí, por mantener las distancias y
evitar lo que ya era inevitable… pero Alec era de aquellas personas que te
decía la verdad aunque te doliera. Me lo había demostrado confesándome su
error.
Con
la única persona con la que estaba dispuesto a hacer una excepción respecto a
eso era conmigo, y yo le había pedido expresamente que no lo hiciera.
-Saab,
tranquila-susurró en un tono apaciguador que tuvo justo el efecto contrario. Me
puse aún más nerviosa: estaba segura de que podría leerme el pensamiento y
verse a sí mismo encima de mí, poseyéndome, hablándome al oído de esa forma
mientras su sexo se hundía en el mío y me volvía completamente loca-. Que ya sé
que te pongo nerviosa, no hay necesidad de disimular.
Me
eché a reír y sacudí la cabeza.
-Me
siento mal por haberte tirado el yogur, tampoco te flipes.
-Sí,
bueno, a mí no me da ninguna lástima. Prefiero mil veces saborearte a ti que a
una oreo-espetó, y yo me lo quedé mirando. Intenté que no me saliera la vena de
la familia, pero luchar contra tu propia naturaleza era complicado.
Así
que adopté mi mejor tono de listilla y repliqué:
-Pues
mira que están buenas las oreo, no sé yo cómo tienes las prioridades.
-Muy
bien ordenadas, dado que tú sabes mejor-contestó, y me tomó de nuevo de la
mandíbula, haciendo que me pusiera de puntillas instintivamente para recibir de
nuevo su boca sobre la mía. Dios… podría vivir de sus besos el resto de mi
vida. Me encantaba ese regusto a chocolate que tenía su lengua, las ganas que
se notaban en su manera de atraerme hacia él, esa necesidad urgente que había
en sus labios. Capturó mi labio inferior entre sus dientes y le escuché sonreír
cuando yo solté un suspiro, atrayéndolo más hacia mí, acariciándole la nuca.
Eso
le volvió completamente loco. Me sujetó de la cintura y tiró de mí hasta
tenerme prácticamente sobre la punta de mis botas, como si fuera una bailarina
en el número final del baile con el que se estrenaba como prima. Apenas podía respirar, apenas podía pensar, lo único que
podía hacer era tirar de él para impedir que hubiera el espacio necesario
siquiera para que un átomo se interpusiera entre nosotros dos. Su nariz me
acariciaba la mía mientras nos besábamos, su lengua jugueteaba con la mía, sus
dientes me rozaban los labios, y yo me perdía y me perdía y me perdía en…
… cuánto
le echaba de menos.
… qué
mal lo había pasado.
… lo
mucho que me estaba gustando.
… la
forma en que me hacía disfrutar.
…
cuánto le quería.
La
cabeza me daba vueltas, mi cuerpo sólo existía en aquellos puntos en que estaba
en contacto con Alec: nariz, boca, manos, pecho, cintura. Especialmente, la
cintura. Me encantaba cómo me pegaba contra él, la fuerza de sus manos, la poca
delicadeza y a la vez la abundancia de ella que había en su manera de
sujetarme.
Me
estaba mareando, absolutamente borracha de él, de su boca, de sus manos, de su
lengua, de su pelo, y de las ganas que nos teníamos.
Tampoco
es que la falta de oxígeno ayudara.
Me
separé de él un segundo para poder respirar, y él jadeó, agradeciendo que
tuviera un poco más de control sobre mí misma que él cuando estábamos juntos.
Estaba segura de que si yo no hubiera parado, él habría seguido hasta
asfixiarse.
Me
apoyé de nuevo para aterrizar sobre mis talones, y de paso en la Tierra tras mi
paseo por las estrellas, y miré a mi alrededor. Me decepcionó un poco que nadie
nos hubiera estado mirando. Realmente pensaba que acabábamos de crear algo
precioso los dos juntos, aunque fuera intangible, y el hecho de que
absolutamente nadie lo apreciara me decepcionaba y me dolía en lo más profundo
de mi ser.
-El
gobierno tiene que enterarse de ti-acusé, clavando los ojos en Alec, que se
echó a reír y se pasó una mano por el pelo, revolviéndoselo para hacer que
volviera a su sitio. Me encantaba que lo tuviera despeinado, especialmente
habiéndoselo despeinado yo.
-¿Y
eso, por qué?-coqueteó, clavando en mí una mirada de translúcida inocencia,
detrás de la cual se adivinaban mil y una travesuras.
-Deberían
prohibirte besar así de bien.
Se
echó a reír, un sonido tan agradable y precioso que me gustaría ponérmelo de
tono de llamada, o grabarlo y hacer una mezcla de varias horas para subirla a
Internet y escucharla cuando me sintiera mal o le echara de menos.
Me
tomó de la cintura y me pegó de nuevo contra él. Le escuché murmurar un
seductor “ven aquí” que hizo que me temblaran las rodillas.
-¿Crees
que beso bien?-preguntó, dándome un piquito, y yo asentí con la cabeza,
siguiendo sus labios con los míos, dejándolos a unos pocos milímetros de
distancia.
-Besas
genial.
-¿Sí?-coqueteó,
y de nuevo me dio un beso.
-Sí.
-Quizás
sea—otro piquito—porque tengo—otro más—una compañera de besos—uno un poco más
largo y profundo que me llevó catapultada hasta las nubes—estupenda—dejó su
frente apoyada en la mía y frotó su
nariz contra la mía, sonriendo de una forma increíblemente adorable. Era como
si yo fuera la criatura más bonita en la que hubiera posado jamás los ojos, el
primer cachorro de una mascota querida con todo el corazón.
Si su
mirada ayudaba poco, no quiero ni pensar en lo que hacía lo que acababa de
decirme. Volví a inclinarme para darle un beso y saboreé la deliciosa sonrisa
que le bailaba en la boca. Mis dedos buscaron los suyos y, cuando quise darme
cuenta, nos habíamos cogido de las manos con la tranquilidad de quien sabe que
tiene toda la vida por delante para estar con una persona y disfrutar de
conocer su cuerpo hasta el más pequeño detalle.
Necesitaba
quedarme a vivir en aquella sonrisa tierna, y la única manera de hacerlo era
tomarle un poco el pelo. Así que le acaricié la palma de la mano antes de
pincharle un poco con un:
-Menos mal que en algo soy estupenda-me separé un
poco de él, lo justo y necesario para tirar un poco de su brazo, fingiéndome
inocente. Alec alzó una ceja.
-¿Qué
quieres decir? Eres estupenda en muchas cosas.
-Si
no recuerdo mal-aduje, llevándome un dedo a la mejilla y dándome unos
toquecitos en ella, haciendo como que pensaba, como si no hubiera decidido ya
qué iba a decirle-, dijiste que podía mejorar en otros aspectos.
Aquella
sonrisa pícara volvió a aparecer en su boca, y de nuevo me sentí la chica más
afortunada del mundo porque, por mucho que fuera la marca de la casa y su señal
de identidad como seductor, cuando me la dedicaba a mí, su sonrisa de Fuckboy®
tenía un tinte sincero que no tenía con las demás. Era como si expresara su
amor a través de ella, como si el mismo gesto tuviera dos variantes y una sólo
se manifestara conmigo.
-Mm,
¿eso dije?-tiró un poco de mí para volver a pegarme a él y su sonrisa se
acentuó cuando yo me eché a reír, totalmente entregada a este flirteo que tanto
me estaba gustando.
-Creo
que las palabras que utilizaste fueron “margen de mejora”.
-“Margen
de mejora”-meditó-. Me gusta cómo suena. Pero no creo que esté reñido con que
seas estupenda en muchas otras cosas.
-¿Ah,
sí? Explícame eso. Quizá sea por mi falta de experiencia-casi ronroneé-, pero
no logro entenderlo.
-Un
9,9 sigue teniendo margen de mejora, pero es una nota estupenda, ¿no te parece?
-¿Me
pondrías un 9,9?-me burlé, poniéndome de puntillas y acercándome peligrosamente
a su boca. Sus labios eran incluso más apetecibles vistos desde tan cerca. No
era como esos planos que hacían en los programas de televisión en los que
invitaban a los espectadores a jugar en casa, donde se acercaban muchísimo a un
objeto cotidiano y tú tenías que reprimir las arcadas para intentar adivinar si
aquella maraña de hilos amarillentos era un plátano o un trozo de bizcocho de
leche. Cuanto más cerca estuviera de Alec, más guapo me parecía.
No
era un objeto de concurso; era un cuerpo astral. A más cercanía, mayor era su
gravedad y más difícil era resistirme a la atracción que sentía por él.
-Bueno,
quizás… un 9,5. No vamos a hacer que se te suba mucho el ego.
-Ah,
ah-sacudí la cabeza y esta vez fui yo quien tomó la iniciativa. Le di un piquito
y sonreí al separarnos-. Has dicho un 9,9 por algo. Te ha traicionado el
subconsciente. Me alegra saber que estoy más cerca de la matrícula de honor de
lo que estás dispuesto a admitir.
-Te
gusta ser una alumna aplicada en todo lo que puedas, ¿no es así?
-Lo
único que me interesa es ser la mejor. O vas a tope, o te vas a casa-me aparté
un mechón de pelo de la cara y me eché a reír. Alec chasqueó la lengua y miró
en todas direcciones, sacudiendo la cabeza como si no pudiera creerse que
tuviera delante a tal elementa.
Algo
en su interior cambió. Lo noté en cómo su expresión pasaba de ser juguetona a
tener una candente determinación. A pesar de que seguía pareciendo feliz, la
ligereza del momento se había evaporado para él. No pude evitar preocuparme de
que hubiera dicho algo que no debiera. Quizá la mención a mi expediente
académico le había hecho pensar en que éramos demasiado diferentes, en que
había más cosas que nos separaban que las que nos juntaban pero… sinceramente,
a mí me daba igual. Me daba igual que Alec fuera el primero, el segundo, el
último de su clase o incluso de su promoción. Lo que me atraía de él era lo que
había dentro de su pecho, no en su cabeza.
Bueno,
mentiría si dijera que lo único que me interesaba de él era su corazón, porque también
tenía una cabeza en la que disfrutaría buceando durante 7 días y 7 noches.
Pero, de momento, con conseguir que él mismo se diera cuenta de su potencial,
me daría con un canto en los dientes. No había necesidad comerme el coco cuando
yo sabía que él no era tan tonto como pensaba.
Y
porque era mil veces más bueno de lo que yo jamás había imaginado que podía
serlo no sólo él, sino cualquier persona.
A
estas alturas de la película, estaba convencida de que si Alec no existiera,
tendrían que inventarlo.
Él se
dio cuenta de que yo había notado el cambio en su aura, porque bajó de nuevo la
mirada hacia mí y trató de transmitirme la mayor tranquilidad posible.
-Hablando
de antes… creo que teníamos una conversación pendiente, ¿no, bombón?-su tono
fue conciliador, dándome a entender que yo era la que tenía la última palabra.
Sólo hablaríamos de nosotros si yo lo deseaba, no había razón de forzarme a
mantener aquella conversación.
Pero
yo quería mantenerla. Por mucho que
me asustara lo que podría salir de allí, confiaba en él ciegamente. Estaba casi
convencida de que ambos queríamos lo mismo, o cosas tan parecidas que no podían
resultar incompatibles más que en pequeños detalles, así que… ¿qué perdíamos
poniendo las cartas sobre la mesa cuando la partida estaba tan igualada?
Asentí
con la cabeza y me pasé de nuevo un mechón de pelo detrás de la oreja. Busqué a
mi alrededor un sitio libre en el que sentarnos; cualquier cosa serviría, desde
un par de sillas individuales de las que había repartidas por el centro
comercial, a uno de esos mullidos sillones en forma de banco con enchufes a
ambos lados para recargar la batería del ordenador, pasando por los bordes de
las inmensas macetas en las que crecían las plantas del interior, que se
alimentaban de la luz que se filtraba a través de los cristales del techo.
-¿Te
parece si nos sentamos…?-señalé uno de los sillones de color beige que acababa
de ser desocupado por un grupo de chicas cargadas de bolsas de papel hasta las
cejas, pero Alec sacudió la cabeza.
-¿Y
si vamos donde los yogures?-sugirió-. Podemos tomar algo mientras hablamos.
Asentí
con la cabeza y rehíce con él el camino hacia la pequeña tienda, en la que la
chica que nos había cobrado sonrió al reconocernos. Alec cogió un vasito de
yogur de mayor tamaño que los que habíamos cogido antes, y me lo tendió. Dejó
que fuera yo quien lo llenara, y me afané en echarle una espiral de yogur hasta
culminarla con un una pequeña montañita en forma de estrella cuya punta caía
hacia un lado delicadamente, como si una brisa invisible hubiera erosionado la
cumbre hasta hacer de la tierra un elemento viscoso.
Eché
sirope de higos en abundancia sobre la montaña y luego, sabedora de lo mucho
que le gustaba el regaliz y en una verdadera declaración de intenciones,
salpiqué la mezcla con trocitos de regaliz relleno de nata.
Deposité
el yogur en el mostrador y abrí la mochila para sacar la cartera.
-¿Qué
se supone que haces?-quiso saber Alec, que se había sacado la suya del bolsillo
del pantalón.
-Pagar.
Habíamos quedado en que yo pagaría el postre.
-Y
esto ya no es postre, sino un aperitivo. Además, la idea de venir aquí fue mía,
así que…
-Ya,
pero yo te enseñé el sitio. Además, a ti te ha costado más lo del Burger King
que los yogures de antes.
-Da
igual, Saab.
-Pues
si no pago esto, te voy a pagar la gasolina-sentencié, sacando un billete de la
cartera.
-Me
la apaga Amazon.
-Qué
buen negocio-me burlé, y él se encogió de hombros.
-El
capitalismo en pleno apogeo. Pero Sabrae, en serio, no seas tozuda. Voy a pagar
yo.
Le
entregué el billete a la cajera y le saqué la lengua a Alec cuando él puso los
ojos en blanco al aceptarlo la chica. Recogí el cambio y lo guardé en un
departamento mientras cogía una cucharilla y la clavaba en el montículo de
yogur helado.
-Pues
te doy la mitad.
-Mira
que eres terco, ¿eh? Guárdate el dinero. Seguro que te vendrá bien para seguir
pagando la moto.
-¿Te
crees que con dos libras de nada hay algún cambio en mi vida?
-¿Y
en la mía? Bastante mal me siento ya sabiendo que he dejado que me invites a
merendar cuando tendrás un montón de gastos, y trabajas para ganarte la pasta
cuando a mí me la dan mis padres.
-Lo
quemo todo en alcohol y condones, y lo poco que me sobra me lo saca mi hermana,
así que no te preocupes ni por mí, ni por la financiación de mi vida, nena-me
calmó, siguiéndome a uno de las mesas del fondo del local, donde no había nada
más que un parque infantil vacío en el que ningún niño le daba uso a las bolas
de colores.
-¿Alcohol
y condones?-me reí-. ¿Y qué hay de la moto?
-Ya
está pagada.
Me lo
quedé mirando y hundí la cuchara en el yogur.
-Vaya,
pues igual me compensaría echar el currículum en Amazon cuando tenga edad para
trabajar.
-En
realidad, ya la tenía pagada cuando empecé a trabajar. Era una de las
condiciones para que me contrataran: tener vehículo propio.
-¿De
veras? Sí que debías de ahorrar antes-me llevé la cuchara a la boca.
-Bueno,
algo menos gastaba-admitió, encogiéndose de hombros y rascándose el cuello-.
Pero te ahorras bastante cuando vas cogiendo piezas y la moto la construyes tú.
Fruncí
el ceño y dejé la cuchara en el aire, a medio camino entre el yogur y mi boca.
Noté cómo mis labios se quedaban entreabiertos por la sorpresa. ¿Acababa de
decir lo que creo que acababa de decir?
-¿Me
vas a dar la cuchara o no?-preguntó, mirándonos alternativamente a ella y a mí.
-¿Qué?
-La
cuchara. Que si me la vas a dar, o vas a hacer que me levante y vaya a por
otra. Porque a tu madre le disgustaría muchísimo saber la cantidad de plástico
que estamos consumiendo hoy.
Qué
rastrero había que ser para meter a mi madre, que se había especializado en
derecho medioambiental y nos había inculcado una mentalidad ecologista a mis
hermanos y a mí desde pequeños, en la conversación.
-Si
tanta ilusión te hace comerte mis babas…-me burlé, tendiéndosela.
-Tus
babas no es lo más sucio de ti que me he llevado a la boca.
-¡Alec!-protesté,
escandalizada, y él sonrió mientras se metía en la boca la cucharilla. Me guiñó
un ojo.
-No
te hagas la mojigata, que tú ya no puedes decir que mis babas sea lo más
cochino que te has llevado a la boca.
-No
intentes cambiar de tema mencionando ese momento-alcé una ceja-. ¿A qué te
refieres con lo de construir la moto?
-Creo
que es bastante gráfico-se encogió de hombros y me tendió la cuchara, con la
que recogí más yogur-. La moto la construí yo. Es decir, las piezas las
conseguía en algún desguace o taller mecánico… conozco bastantes gracias a mis
contactos del gimnasio, y bueno…-se encogió de nuevo de hombros-. Algunas cosas
las compraba nuevas por Internet, y luego, miraba cómo montarla y esas cosas.
-¿Hay
muchos blogs sobre eso?
-Más
que blogs, son libros. Y es todo muy… instintivo, ¿sabes? Si buscas “partes de
una moto” en Google, te salen un porrón de resultados, y lo único que tienes que
hacer es saber dónde va cada cosa y no hay necesidad de que te lo enseñen en un
vídeo. Todo va por encaje.
-Sabes
que la gente normal se compra una moto y ya, ¿no? Eso de ir comprándola por
fascículos… hacerlo con un robot de juguete cuando eres pequeño, vale, pero,
¿una moto?
-Mi
madre me dijo que no me compraba una moto, y que me echaría de casa si se me
ocurría comprarla a sus espaldas-pasó el dedo por el vaso del yogur y se lo
llevó a la boca, pringado de sirope.
-¿Y
por qué te deja vivir en su casa?
-Porque
no me compré una moto-Alec sonrió-. Me compré las partes. La moto, la construí
yo.
Me
eché a reír.
-¡Tu
madre debe de estar hasta el coño de ti!
-Si
soy un amor-contestó él, robándome la cuchara y sonriendo al escuchar mis
carcajadas.
-Aunque
debo decir que llevas razón. Técnicamente… no la has desobedecido.
-Eso
le dijo tu madre cuando fue a preguntarle si podía meterme en un reformatorio
para que intentaran… ¿cómo dijo?-se rascó la barbilla-. Ah, sí.
“Domesticarme”-hizo el gesto de las comillas con los dedos y yo volví a reírme.
-No
aguantarías ni dos días en un reformatorio.
-¿Dos
días? Ni una hora me deja esa mujer ahí. Me quiere demasiado. No sé qué será de
ella el día que me independice. Yo creo que la mato del disgusto.
El día que me independice. Guau. Me
entró vértigo pensando en lo cerca que estaba Alec de ese día. Normalmente, los
chicos que se graduaban en el instituto se quedaban un par de meses en su casa,
ultimando detalles de alquileres y presupuestos antes de hacer las maletas e
irse a vivir por su cuenta una vez iniciaban la etapa universitaria. En
Inglaterra, vivir con tus padres en la universidad era poco menos que el peor
de los pecados que podías cometer como persona. Una vez obtenías tu título de
graduado en el instituto, se suponía que tenías las alas lo suficientemente
fortalecidas como para echar a volar fuera del nido.
Sabía
que había otros países en que no era así, y yo lamentaba profundamente haber
nacido donde lo había hecho. Pensar que en un año la casa de Scott no
coincidiría con la mía me llenaba de angustia. ¿Qué iba a hacer yo sin mi
hermano mayor? ¿A quién le haría putadas? ¿A quién le invadiría la cama cuando
hiciera frío en invierno? ¿De quién serían los refrescos que yo me terminaría a
traición?
¿Y de
quién heredaría las sudaderas viejas a partir de entonces?
Bueno…
siempre quedaba Shasha. Al fin y al cabo, ya era más alta que yo.
Aunque
las sudaderas de Shasha jamás olerían tan bien como lo hacían las de Scott.
Alec
me dio un toquecito en la mano y yo di un respingo y lo miré. Recogí la cuchara
y la hundí en el yogur, pensativa.
-¿Qué
te pasa?
-Estaba
pensando… en lo cerca que lo tenéis para iros-murmuré-. Es un paso importante,
¿sabes? Independizarse, y tal. Entiendo perfectamente que creas que tu madre lo
llevará mal. Sinceramente, yo no sé cómo será el día que Scott se vaya de casa.
No me imagino mi familia sin él.
-Seguirá
siendo tu familia, Saab. Sólo que en otro sitio. Es como ahora, en el
instituto, que está en otra clase y en otro pasillo. Que no le veas nada más
atravesar la puerta de clase, o de tu habitación, no quiere decir que no esté
ahí.
-Ya.
Supongo que tienes razón. Pero no sé. Hay una parte de él que voy a dejar de
tener, ¿sabes? No será lo mismo.
-Pero
es lo natural.
-Pero
duele igual-me encogí de hombros y me llevé una cucharada a la boca mientras él
me observaba con semblante triste. Parecía estar buscando algo que decirme y
con lo que consolarme, pero no iba a pasársele nada por la cabeza que no se me
hubiera pasado a mí en los meses que había estado dándole vueltas a todo
aquello. El último año de Scott en casa se había convertido en una cuenta atrás
de la que él no era consciente y a la que iba apurando con cada salida, cada
fiesta, cada noche que no dormía en casa.
Cada
minuto que Scott pasaba en casa de Tommy era un minuto que el mayor de los
Tomlinson me robaba a mí. Y yo no le culpaba por hacerlo (de hecho, yo haría lo
mismo en su lugar), pero que me hubiera acostumbrado a lo largo de mi vida no
significaba que aquello me fuera a disgustar menos. Tommy se iría con Scott
cuando terminaran el instituto, a pasar un año genial ellos dos solos, y yo… yo
me quedaría en casa, echando de menos a mi hermano, intentando llenar unos
zapatos, los de nueva hermana mayor, que me quedarían gigantescos.
No
era justo. Nadie debería pasar por la independencia de un hermano, todos
deberíamos marcharnos a la vez. Eso me daría mucho más margen, porque no sólo
Scott no se me escurriría entre los dedos como un puñado de arena que recogía
en la playa, sino que todavía tenía tiempo de ponerme a hacer auténticas
fortalezas con él, hasta que fuera Duna la que fuera a entrar en la
universidad, y no Scott, Shasha o yo.
Alec
se aclaró la garganta, atrayendo mi atención hacia él, y en cierto modo lo consiguió.
Una garra helada se cerró en torno a mi cuello cuando me di cuenta de una cosa.
No
sólo se iba a marchar Scott.
Alec
también se iría.
Y yo
tendría que querer en la distancia a dos personas, no sólo a una.
Tranquilízate, Saab. Todavía hay muchas
cosas de las que tenéis que hablar.
-Bueno,
bombón, yo no quería disgustarte así… perdona.
-No
pasa nada. Es que estoy un poco sensible-le tendí la cuchara y decidí centrarme
en el presente, en la tarea mecánica de pasarle el cubierto de plástico azul y
recibirlo cuando él terminaba de usarlo. A pesar de lo agridulce del momento
por haber metido a Scott en la conversación, me sentía feliz. Feliz de estar
allí con Alec, feliz de tenerlo para mí sola, feliz de estar tomando un yogur
delicioso y feliz de haberlo recuperado por fin después de casi dos semanas que
se me habían hecho cuesta arriba. Una esperanza egoísta creció en mi pecho: si
Alec finalmente no se graduaba, como él juraba y perjuraba que iba a hacer,
puede que lo tuviera un año más para mí. Puede que él pudiera llenar el vacío
que mi hermano iba a dejar en mi interior-. Perdona tú. Así que… ¿qué piensas
hacer cuando te independices? ¿Qué vas a estudiar? ¿Ingeniería mecánica?
Alec
frunció el ceño y clavó los ojos en mí.
-¿Ingeniería?
¿Yo? Cómo se nota que no vas conmigo a clase y nunca has visto mi boletín de
notas-sonrió, cínico, revolviendo un poco el yogur-. Si ya dudo bastante que
consiga llegar a la universidad, imagínate para estudiar una carrera así de
jodida.
-¿No
te gustaría?
-Yo
no sirvo para eso.
-Yo
creo que sí. Como ya te he dicho antes, te subestimas un montón, Al. Estoy
segura de que te sacarías la carrera con bastante facilidad.
-¿Has
visto los temarios?
-¿A
cuánta gente conoces que pueda montar una moto con sólo ver fotos de las partes
por Internet?
-Yo
no soy ningún genio de las mates ni nada por el estilo.
-Que
a mi hermano se le den bien los números, y le gusten, no significa que sea más
listo que tú. ¿No has oído hablar de los distintos tipos de inteligencia?
-Seguro
que te acabas de inventar eso para hacerme sentir un poco mejor. Lo cual te
agradezco, pero… no me cuentes trolas, nena-me tendió la cuchara y yo la
recogí, pero no la hundí en el yogur, sino que le expuse mi tesis:
-Verás,
he leído en varios libros que hay distintos tipos de inteligencia y que todo el
mundo tiene una más desarrollada que las demás. De hecho, es común que los
genios en una de ellas sean nulos en otra. Mark Zuckerberg, por ejemplo-por fin
clavé la pala de la cuchara en el yogur y recogí un poco de sirope de higo-. Es
un genio de los ordenadores, pero un auténtico gilipollas. Un sociópata, más
bien. ¿Sabías que creó Facebook, en su origen, como una especie de web en la
que decidir qué chica era la que estaba más buena de la universidad? Hackeó la
seguridad de la página web de Harvard.
-Seguro
que tenían una seguridad de mierda.
-Bueno,
Shasha dice que la de ahora tampoco es que esté para tirar cohetes, pero cuando
tienes por vicio ponerte a mirar las cámaras de Buckingham Palace, hasta un búnker
nuclear te parece una caja de cerillas-solté antes de poder frenarme, y abrí
mucho los ojos al darme cuenta de lo que acababa de decir. Se suponía que el
talento informático de mi hermana era un secreto de familia. Papá y mamá ni
siquiera sabían que Shasha era capaz de conseguir las lecturas de la Estación
Espacial Internacional, o que ya había impedido tres veces que se filtrara la
música en la que Liam y Louis llevaban meses trabajando con la productora que
compartían con sede en Wolverhampton. En lo que respectaba a nuestros padres, a
Shasha se le daban bien los ordenadores, y ya. Era capaz de configurarlos en
varios idiomas de forma simultánea y de instalarles programas de pago sin tan
siquiera tener que piratearlos.
Scott
y yo sabíamos que, si queríamos mantener un secreto a salvo de nuestra hermana,
teníamos que tener el móvil bien guardado en el bolsillo y el portátil en un
cajón de la habitación. Preferiblemente, sin batería.
-¿Que
Shasha mira qué?-inquirió Alec,
confuso, y yo me metí un buen montículo de yogur en la boca mientras pensaba
cómo salir del atolladero y mi cerebro coreaba como si fuera un loro un
aterrorizado mierda, mierda, mierda,
mierda.
-Nada,
son coñas que tenemos con ella. Es que siempre es ella la que configura el iPad
de mamá después de que ella lo resetee tras un juicio. Temas de propiedad
intelectual y todas esas movidas-me encogí de hombros-. Te lo explicaría, pero
la verdad es que yo ni siquiera lo entiendo muy bien. El caso, que me iba por
la tangente… es que este tío, Zuckerberg, es un genio y todo lo que tú quieras
de la informática, pero de relaciones sociales no tiene ni idea. Hay varios
tipos de inteligencia, y mientras una la tiene muy desarrollada,
otras…-chasqueé la lengua y negué con la cabeza, y Alec sonrió.
-Vale,
tía lista, ¿y qué tipos se supone que hay?
-No
me los sé de memoria, pero sé que algunos son: matemática…
-Me
pregunto a quién conoceremos tú y yo que la tiene así.
Sonreí.
-Lingüística, espacial, emocional, musical…
-¿Y
quién me dice a mí que no hay alguien por ahí suelto que tiene la que se supone
que es mía? Porque yo no creo que encaje en esos moldes-meditó.
-Tienes
alguna más desarrollada que las demás, estoy segura-entrelacé los dedos
deposité las manos sobre la mesa, y Alec puso los ojos en blanco.
-No
me digas que la emocional, anda. Debe de ser la más inútil de todas…
-A mí
me parece importante saber manejar tus emociones y entender las de los demás.
La empatía es una buena cualidad.
-La
verdad es que, ahora que lo dices, si descubriera la manera de darle lástima a
mi corrector del examen de acceso a la universidad para que me pusiera un
aprobado, no estaría tan mal ser imbécil después de todo.
-No
eres imbécil, Alec-bufé.
-Voy
a repetir curso, Sabrae.
-¿Y?
Que no tengas capacidad para estudiar y luego vomitarlo todo en el examen como
un loro no quiere decir que seas menos válido como persona. Un estudiante
debería ser el que analiza las cosas y las traduce de manera que pueda
comprenderlas mejor, no el que tiene más capacidad para memorizar algo y
repetirlo al pie de la letra como un loro.
Se me
quedó mirando con una ceja alzada.
-¿Y
esta propaganda?
-El
sistema educativo da asco-gruñí-. No deberían valorarnos a todos por el mismo
patrón cuando está demostrado que hay rasgos de la personalidad que nos definen
y nos condicionan. Tal y como está diseñado, sería como decirle a un pez que es
un inútil porque no puede escalar una cuerda en la clase de gimnasia. El pez es
perfecto para su entorno-sentencié-, no tiene sentido que se le pongan pruebas
que no encajan con él y que no necesita para absolutamente nada.
Alec
parpadeó.
-¿Ahora
soy un pez?
Me
eché a reír.
-Perdón,
es que estas cosas me enfadan muchísimo.
-Me
he dado cuenta-sonrió, chupando la cuchara y tendiéndomela.
-Es que…
¡me molesta tanto que nos infravaloremos así! No somos las notas que sacamos.
¿Tú de verdad piensas que yo soy más lista que tú?
-Sí-respondió
con toda la tranquilidad del mundo.
-Pues
no es así.
-A
ver, Sabrae, no lo digo porque saques ochos en biología…
-Saco
nueves, pero entiendo a qué te refieres.
-…
sino porque, ¡joder! ¿Tú te das cuenta de lo que acabas de hacer? Te has
marcado un discurso de la hostia sobre inteligencias y sobre… el puñetero Mark
Zuckerberg… ¡sin haberlo ensayado siquiera! Y luego el que no se da cuenta de
las cosas y es un poco corto soy yo. ¿Tú de verdad piensas que las chicas de 14
años hablan como lo haces tú?
-No,
pero yo leo un montón. Y soy curiosa. Soy de Ravenclaw-expliqué, encogiéndome
de hombros-. Es normal que hable así.
Él
sonrió, divertido.
-La
mayoría de gente tarda 70 años en hablar como acabas de hacerlo tú. Algunos no
lo consiguen nunca.
-¿Acabas
de llamarme anciana?
-Te
estoy llamando poetisa. Todavía me resuena en la cabeza el discursito que me
diste mientras tomábamos la hamburguesa sobre lo que supone ser mujer.
Me
eché a reír.
-Estoy
muy sensibilizada con la causa. Pero, si te soy sincera, no creo que sea para
tanto. Es decir, sí. Se me dan bien las palabras: mi madre es abogada, diría
que es su principal arma a la hora de enfrentarse a un juicio. Y mi padre es
profesor de literatura y compositor.
Tengo facilidad de palabra, y mis ideas… bueno, me vienen porque lo vivo.
-¿Qué
quieres decir?
-A ti
estas cosas ni te van ni te vienen porque eres hombre, blanco, de clase media
tirando a alta y apuesto la cabeza a que eres heterosexual.
Él
sonrió, con su típica sonrisa de Fuckboy®. La versión que yo compartía con todo
Londres, no la que me pertenecía sólo a mí.
-¿Tengo
pinta de gay, Sabrae? Porque no creo que te haya dado motivos para dudar de lo
que me gustan las mujeres.
-Podrías
ser bisexual. Pero no me líes-bufé y tomé un poco más de yogur-. A ti todo esto
te parece la hostia porque tienes que pensar
en ello y estudiártelo para entenderlo. Yo lo vivo. Soy mujer. Negra.
Musulmana. Y bisexual. Lo único que tengo que no conozca opresión es el hecho
de que me identifico con mi género y que en mi familia abunda el dinero.
Alec
abrió la boca, y vi algo en sus ojos que no me gustó. El mismo algo que llevaba
viendo años. No iba a consentirle que lo sacara de la tumba ahora que yo había
conseguido enterrarlo.
-Si
vas a comentar algo acerca de mi orientación sexual y algún trío, te sugiero
que te lo guardes para ti. Que me guste el sexo contigo no significa que esté
hecha para que me consumas como si fuera un producto.
Alec
se apoyó en la mesa, los codos en el borde, y se inclinó hacia mí. Entrecerró
ligeramente los ojos.
-Y
luego dices que tienes facilidad de palabra. No es sólo de palabra. Es de todo.
-Si
vivieras escuchando las gilipolleces que dicen de mí por el mero hecho de ser
como soy, no te parecería que estoy siendo rápida ni que me estoy adelantando a
los acontecimientos. Cariño, tú no eres un acontecimiento al que me esté
adelantando. Eres el enésimo en una cola de estereotipos que llevo aguantando
desde que nací-aleteé con las pestañas-. Tendrías que pensar en algo creativo
para sorprenderme y que yo tuviera que usar mi agilidad mental, porque la
mayoría de cosas racistas, misóginas u homófobas que vayas a decirme, ya me las
han dicho antes, y ya he tenido tiempo de ensayar mi respuesta.
-¿Por
qué sería homófobo que yo dijera algo sobre que seas bisexual?
-Porque
seguro que ibas a decir algo tipo “qué bien que seas bisexual, Sabrae, así
tenemos más posibilidades de invitar a una chica a que se lo pase bien con
nosotros”, ¿a que sí?
Alec
se mordió el labio y por lo menos tuvo la integridad de asentir con la cabeza.
-Y
creo que no hace falta que te explique lo que hay de malo en eso, ¿no?
-Por
si acaso, léeme la cartilla-se reclinó en la silla y se acarició la mandíbula,
y yo me eché el pelo hacia atrás, dejé la espalda recta y me aclaré la
garganta.
-Para
empezar, porque asumes que yo voy a querer estar contigo y otra chica por el
mero hecho de que me gusten. También me gustan los tíos y no me ves largándome
con todos. Así que, en el fondo, piensas que los bisexuales somos viciosos. Por
otro lado, porque nos cosificas a las dos.
-¿Cómo
es eso?
-Con
esa frase, lo que importa no es mi placer ni el de ella. Es el tuyo.
-La
frase la has dicho tú, no yo.
-¿No
ibas a decirla?
Alec
se quedó callado, pero tras la mano que tenía apoyada en su boca se intuía una
sonrisa como diciendo ups, pues me has
pillado.
-Y
además... porque quizá quiera hacer un trío, pero no con un chico y una
chica-bromeé, metiéndome la cuchara en la boca y clavando una mirada traviesa
en él. Alec simplemente parpadeó-. Te puedes reír, Al. Te estoy tomando el
pelo.
-Si
te soy sincero, no tengo ganas. No sé si son celos y eso es malo, pero el caso
es que imaginarte con otra persona en la cama, sea chico o chica, no me mola
nada.
Crucé
las piernas por debajo de la mesa y me miré un momento las manos entrelazadas.
-Pues
he estado con otro desde la última vez que tú y yo estuvimos juntos.
-Sí,
y créeme, el cabreo que me producía eso era lo único que me impedía ir a tu
casa y suplicarte como si fuera lo más patético del mundo que volviéramos a
hablar como hasta entonces.
En
sus ojos había la intensidad de mil soles, la emoción contenida de cien parejas
de novios el día de sus bodas. No podía soportar mirarlo y que me revolviera
por dentro, me desnudara hasta dejarme completamente expuesta ante él. No había
ni una voluta de la barrera que había levantado a lo largo de toda mi vida para
que la gente no me hiciera daño. Sus ojos castaños la habían reducido a
unidades inferiores incluso que protones, electrones y neutrones. Era imposible
recuperar nada de ella.
Estaba
total y absolutamente expuesta ante él, en sus manos. Era la materia que
necesitaría para moldear un nuevo universo, el mármol en el que tallar una obra
maestra, las teclas del piano con el que tocar una melodía, la más hermosa de
todas.
Noté
cómo se me encendían las mejillas, cohibida ante la intensidad de sus ojos. Me
sentía tremendamente pequeña, más de lo que me había sentido nunca. Era una
hormiguita con sentimientos de gigante.
-Te
lo voy a decir-anunció, aclarándose la garganta, y yo volví a levantar la vista
y me encontré de nuevo con aquellos ojos preciosos. Si las miradas matasen,
Alec me habría convertido en inmortal en ese instante, de tantas veces que me
mató mirándome de una forma tan preciosa y me trajo de vuelta consigo para que
jamás pudiera separarme de él-. Te lo voy a decir y me da igual que pienses que
soy patético porque tengo 17 años y estoy loco por una chiquilla de 14, o que
soy un puto orgulloso de mierda por no habértelo dicho mucho antes, pero… te he
echado de menos, Sabrae. Te he echado de menos como no he echado de menos a
nadie en toda mi puta vida. Joder…-se pasó una mano por el pelo y exhaló una
sonrisa, negando con la cabeza-. No sé qué hostias me estás haciendo, pero de
verdad espero que no te canses jamás y pares de hacérmelo. He estado con otras
chicas-confesó, y yo asentí con la cabeza. La verdad era que no me sorprendía,
es más, incluso me lo esperaba-. A algunas no las conoces, de otras sabes sus
nombres, pero… no te he sacado de la cabeza ni un segundo. Ni un jodido
segundo, Sabrae. Se quitaban la ropa delante de mí y yo sólo podía imaginarte a
ti conmigo. Me besaban y yo sólo podía recordar tus labios. Entraba en ellas y
lo único que me ocupaba la mente era la sonrisa que se te pone cuando por fin
estamos juntos como los dos queremos estarlo. Soy un golfo, la verdad. No
puedes haber escogido peor a un tío con el que liarte, pero…
-No
estoy de acuerdo-sacudí la cabeza-. He escogido muy bien.
-Gracias,
nena, pero… mira, a veces siento que tengo demasiada suerte de que hayamos
decidido dejar de detestarnos un segundo y habernos dado la oportunidad de
conocernos. Porque te juro que eres la criatura más fascinante que he conocido
nunca. Te juro que cada cosa que te digo es en serio. Desde lo más profundo
hasta las tonterías más insignificantes. Antes creía que había nacido para
tirarme a todo lo que se movía; ahora estoy seguro de que estoy en este mundo
para hacerte sonreír. Como lo estás haciendo ahora-susurró, y yo noté cómo mis
mejillas se rellenaban un poco más cuando la sonrisa que había esbozado, de la
que ni siquiera me había percatado, se amplió-. Estas dos semanas han sido un
infierno para mí, porque no hay nada como estar en casa pensando con quién
estarías, si te lo estarías pasando bien, si pensarías en mí… esperar con ansia
que llegara la noche y descubrir que iba a pasarla solo una vez más.
-No
he dejado de pensar en ti-le aseguré-. A cada cosa que hacía, pensaba en que te
la contaría de noche, y luego se ponía el sol y yo sólo… sólo miraba el móvil,
esperando una señal.
-He
sido un puto cobarde. Debería haberte enviado algo. Aunque fuera una
gilipollez. Un meme, o cualquier tontería.
-Yo
también te podría haber enviado algo. No eres el único que no ha tenido huevos
en este asunto.
-No
sé lo que es esto, Sabrae-confesó, y yo tragué saliva-. No sé si es una amistad
muy profunda, o es amor, o es algo intermedio, pero…
-¿Pero?
-Pero
creo que es lo segundo. Estoy casi convencido, vaya-se cruzó de brazos-. O, si
no lo es aún, va a serlo. Estoy seguro como hacía años que no estaba tan seguro
de nada. La última cosa que supe con tanta certeza era que no dejaría que nadie
le hiciera daño jamás a Mary.
-Yo
sé que es lo segundo.
Él
sonrió, divertido, afectuoso.
-¿Ves
cómo tú eres la lista de los dos?
-Ya
lo he experimentado otra vez-me excusé, y él sacudió la cabeza.
-Yo,
nunca. Es decir… creo que he estado enamorado antes. De hecho, estoy bastante
seguro de que lo estuve, pero… no me esperaba que fuera así.
-Así,
¿cómo?
-Sucio-dijo
sin tan siquiera necesitar pensarlo, como si hubiera reflexionado sobre ello
durante toda una noche-. Frustrante. Poderoso. Por ti estoy dispuesto a hacer
cosas que nunca creí que haría por nadie.
-Como
pasarte la noche en vela enviando mensajes-bromeé, y los dos nos echamos a
reír.
-Te
he cogido muchísimo cariño-susurró en tono de confidencia, y yo tragué saliva-.
Y no tienes idea de lo confuso que es todo para mí. Es que… te imagino con
otros (bueno, y después de esta información en primicia, ahora también empezaré
a imaginarte con otras), y me pongo celoso, pero de ellos, ¿sabes? Joder, ni siquiera
me pongo celoso de que tengas sexo o sólo te enrolles con ellos. Me pongo
celoso porque quiero estar contigo. Cada. Minuto. Del. Día. No es nada del tipo
“sólo la quiero para mí”. Lo que yo no quiero es que nos separemos.
Me
eché el pelo a la espalda y me puse las manos en las mejillas.
-Madre
mía-suspiré-. No te haces una idea de lo que me alegra que estemos manteniendo
esta conversación, es que… sinceramente, no sabía cómo iba a sobrevivir a las
vacaciones sin saber nada de ti. Durante las clases, por lo menos podía verte,
pero ahora… al margen de que te voy a necesitar más que nunca porque me voy a
ver a mi familia, te he echado muchísimo de menos. Y sé que me moriría
añorándote si no te tuviera ahora, con todo el tema de Navidad, y el caso es que…
te necesito en mi vida-confesé, y noté cómo mis ojos transmitían toda la
energía que habían transmitido los de Alec. Estudié sus facciones: sus ojos
castaños, su nariz griega, sus labios arqueados en una sonrisa. No quería dejar
de verlo ni un segundo de mi vida-. Y puede que esto sí suene patético, pero…
como mínimo te considero un gran amigo. Eso como mínimo, al margen de todo lo
demás que hacemos-sonreí, apartándome un mechón de pelo tras la oreja-. A pesar
del poco tiempo que hace que nos conocemos de verdad, ya eres de mis mejores
amigos, Al. Contigo siento que estoy en la intimidad, en un espacio seguro.
Eres mi espacio seguro, la persona con la que quiero compartirlo todo porque sé
que no va a juzgarme, y… Dios-me froté los ojos y él sonrió.
-Oye,
no vale llorar, que entonces igual empiezo yo también.
-No,
no voy a llorar, es que…-me mordí el labio y noté cómo se me humedecían los
ojos.
-Oh,
Sabrae-sonrió él, negando con la cabeza y parpadeando fuerte para impedir
echarse a llorar también. Jopé, si se ponía a llorar por eso, definitivamente
me casaría con él. No había criatura más adorable en el mundo que Alec.
-Lo
siento, es que… lo he pasado fatal estos días. No he parado de comerme la
cabeza, estaba segura de que te había perdido para siempre, y… al margen del
sexo, que es increíble… o sea,
literalmente increíble; me has hecho sentir cosas que creía que se exageraban
en los libros y en las películas… me has regalado un pedacito de mí. Me siento
como si estuviera completa ahora que tú estás en mi vida. Es como si tú
hubieras terminado de encontrarme. Scott me encontró en el orfanato hace 14
años, pero faltaba un trocito que tú has conseguido después de todo este
tiempo, y… eres muy importante para mí, Alec. Y me dolía muchísimo pensar que
quizá yo estuviera comiéndome la cabeza pensando cómo recuperarte mientras tú
estabas por ahí sin detenerte a pensar en mí ni un segundo.
-No
me paraba a pensar en ti, Saab. Lo que hacía era no parar de pensar en ti.
-Y
ahora que lo dices en realidad tiene sentido, porque sé que eres sincero en
cada cosa que me dices. Y yo también lo soy. Las cosas que te digo de noche no
las digo porque esté cansada, y las cosas que te digo borracha no las digo
porque esté borracha. Te las digo porque de veras es como me siento con
respecto a ti. Tú también eres mi casa. Eres el rinconcito donde puedo ser yo
misma, porque eres tan bueno que sé que jamás me juzgarás. Jamás-sacudí la
cabeza-. Y no sabes lo estúpida que me siento pensando que me he pasado la vida
detestándote cuando lo único que ha cambiado entre nosotros ha sido mi actitud
hacia ti, y…
-A
ver, yo también soy un poco difícil de llevar cuando me lo propongo. No te
tortures con eso. Entre nosotros no había conexión antes. Y ahora la hay. No
pasa nada. Las cosas cambian.
-Ya,
pero aun así… no dejo de pensar que por mi culpa hemos perdido el tiempo. Que
podríamos haber sido amigos siempre y que luego ese sentimiento hubiera ido
evolucionando poco a poco al que tenemos ahora. El que empezamos a tener. Sé
que tú vas a quererme y yo voy a quererte a ti-dije, y él se mordió el labio y
tragó saliva, y asintió con la cabeza-. No he estado tan segura de nada en toda
mi vida, salvo de lo mucho que quiero a mi familia y de cómo estás pasando a
formar parte de ella igual que un día también lo hizo Amoke. Quiero que estas
dos semanas no hayan existido nunca. Quiero que nos pongamos al día y que las
borremos de nuestra historia lo más pronto posible. Necesito olvidarme de lo
mal que lo he pasado y que todo vuelva a ser como antes.
-Todo
es como antes, Saab, ¿no te das cuenta? Ya estamos como hace dos semanas. Como
hace tres, contigo sobre mí, los dos tumbados sobre el sofá de la habitación
morada. Nunca había sido tan feliz con una chica como lo fui contigo-sonrió, y
yo sonreí también, recordando sus manos en mi pelo, sus dedos en mi espalda,
sus labios en mi boca y su respiración acariciándome el rostro, emborrachándome
de él, intoxicándome de él-. Yo no quiero olvidarme de estas dos semanas. He
aprendido muchísimo de ellas. Ahora sé que no me gusta estar contigo porque me
haces sentir bien. Me gusta estar contigo porque me haces sentir yo. En cuanto
te pierdo, ya no soy Alec. Soy otra cosa. Una sombra. Ahora es cuando más
quiero que hablemos porque sé valorar tus palabras mejor que nunca. Sé lo que
pesa tu silencio, y ahora sé bien cómo suena tu voz. Aunque la ponga yo en mi
cabeza-puntualizó con voz tímida, dándome a entender que le servía incluso lo
que yo tecleaba en la pantalla de mi móvil y le enviaba fuera por la aplicación
que fuera.
No
pude más. Necesitaba tenerlo conmigo físicamente igual que lo tenía de corazón.
Así que arrastré la silla, me levanté, y me senté en la que había a su lado. Me
colgué de su cuello y le di un profundo beso en los labios. Noté algo salado en
nuestras bocas unidas, y descubrí al separarnos que estaba llorando. Alec me
limpió las lágrimas con los pulgares y me besó los dos ojos antes de besarme la
frente.
-Mi
niña-susurró.
-Lo
he pasado muy mal, Alec…-jadeé, terminando de desmoronarme. Ahora que estaba
con él, podía permitirme el lujo de caerme al suelo y romperme en la caída.
Sabía que él tenía la paciencia y las ganas de recoger cada pedacito que me
componía y pegarlo, haciéndome más valiosa incluso después, cuando llenara mis
grietas de oro, igual que las piezas de porcelana oriental.
-Pero
ahora ya estoy aquí. Y no pienso irme a ningún sitio. Soy más tuyo que
orgulloso-me acarició la espalda y yo hundí la cara en su cuello, aferrándome a
su cuerpo.
-Prométeme
que no vas a dejar que nada se interponga entre nosotros. Ni siquiera tú o yo.
-Te
prometo que voy a luchar por ti hasta mi último aliento. Y que nada nos va a separar. Ni yo-su mano
descendió por mi costado hasta mi cintura, y luego volvió a subir-. Ni tú. Ni
nadie. Van a tener que pasarme por encima para conseguirlo. Y lo tienen un poco
jodido, porque soy bastante alto-bromeó, y yo me eché a reír entre hipidos.
Sorbí por la nariz.
-Y
estás bastante cachas.
-Gracias
por apreciarlo, bombón, la verdad es que me gusta cuidarme-me eché a reír y
sacudí la cabeza. Me dio un beso en la mejilla y aprovechó para inclinarse
hacia mi oído-. Te lo prometo por nuestras noches-me acarició la oreja con una
mano mientras la otra buscaba mis dedos-. Y por los días y lo que haya entre
medias que quieras darme.
-Te
lo voy a dar todo-prácticamente le juré, en un tono cargado de emoción que hizo
que todo mi ser vibrara.
-Todo,
no-contestó Alec-. Que no eras virgen cuando nos acostamos.
Abrí
la boca y me separé de él para mirarlo, alucinada. Se echó a reír al ver mi
reacción, y yo le di un empujón que casi lo tira de la silla.
-Realmente
sabes cómo cargarte un momento, ¡eh, Whitelaw!
-Nos
estábamos poniendo un poco melodramáticos, bombón. No sé si te das cuenta, pero
prácticamente nos estábamos despidiendo, y todavía tenemos que terminarnos el
yogur, y tenemos que ir a tu casa.
-Eres
un puto gilipollas-me senté bien en la silla y la arrastré hacia la mesa,
decidida a no mirarlo-. Que sepas que sólo te aguanto porque follas que te
mueres.
-Me
lo suelen decir-tiró de la silla para acercarla a la suya y me dio un beso en
la sien.
-¿Y
que eres muy modesto?-le pinché sin mirarle. Recogí la cuchara y me la llevé a
la boca.
-Mira,
de mi modestia legendaria, la verdad es que no hablan mucho-se encogió de
hombros-. Eso sí, no sé por qué, pero siempre termino liándome con las
religiosas. No paran de mencionar a Dios mientras estamos dándole. Somos una
generación muy beata, ¿no te parece?
-Imbécil-me
eché a reír y él sacudió la cabeza y rió conmigo. Abrió la boca para que le
diera yogur, y yo fingí hacerlo. En el último momento, sin embargo, torcí la
muñeca y me llevé una cuchara cargada de yogur, sirope y muchos trozos de
regaliz a la boca. Alec puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
-Mujeres.
Quién os entiende-chasqueó la lengua y me miró de reojo-. Te voy a dejar sin
terapia familiar, que conste. No haces más que dejarme con las ganas de cosas.
-Es
que es divertido dejarte con ganas. Pones una cara graciosa.
-¡Y
dale! ¿Qué te ha dado hoy por decirme que tengo una cara graciosa? No me
estarás llamando feo…
-Pues
mira, no quería decírtelo por si tenías problemas de autoestima, pero sí, Alec:
eres bastante feo.
-Y
bajo.
-Tirando
a tapón, diría yo.
-Y
fondón.
-Sí.
-Y
tengo una personalidad peculiar.
-“Peculiar”
es poco. Y no hablemos de tu polla. Minúscula. Como un cacahuete. Todavía estoy
esperando a que me demuestres que existe. Seguro que es un cuento chino.
Sin
decir nada, me arrebató el vaso de yogur.
-Puedo
pasarte que te metas con mi cara, con mi estatura, e incluso con mi complexión
atlética, ¡pero de mi polla no vas a decir ni una mala palabra, Sabrae! ¡Eso te
lo puedo asegurar!
Estallé
en una carcajada y traté de arrebatarle el yogur, pero él fue más rápido y lo
impidió.
-Machitos-me
burlé-. Menudas prioridades tenéis.
-Ahora
me dirás que a ti no te importa que me meta con tus partes nobles.
-Me
da lo mismo lo que me digas de mi coño. Me lo paso por él, sinceramente.
-Es
una lástima, porque es bastante bonito.
-Gracias.
-Y no
está mal para… ya sabes…-me sacó la lengua y yo me eché a reír.
-¡Alec,
por Dios! Estoy comiendo, no seas cochino.
-Mmf,
ojalá estuviera comiendo yo otra cosa.
-¡¡ALEC!!-bramé.
-¡Que
es broma, joder! Ya ni te puedo tomar el pelo, hostia. Si lo llego a saber, no me
pongo intensito-me quitó la cuchara y se la llevó a la boca-. Sólo bromeaba. A
no ser, claro, que tú quieras. En ese caso, iba totalmente en serio.
-Llevo
medias.
Sonrió.
-Si
supieras la cantidad de veces que me pusieron esa excusa y a los tres minutos
estaban como motos…-sacudió la cabeza y yo puse los ojos en blanco.
-No
creo que te diera tiempo a hacerlo en uno.
-¿A
qué te refieres?
-Si
la media es tres minutos, y yo soy una chica fácil…-me encogí de hombros.
-No
eres fácil, Sabrae.
-Sí
lo soy.
-No,
no lo eres. Joder, que tuve que pedir 40 y pico canciones de Jason Derulo para
poder besarte. Tienes un concepto un tanto trastocado de lo que significa ser
fácil. Yo soy fácil. Scott es fácil. Tommy con un par de copas de más encima es
fácil. Tú, no.
-Bueno,
yo sólo quiero que sepas que sé cómo me trata la sociedad por el mero hecho de
vivir mi sexualidad como quiero. Ventajas del feminismo, que estoy liberada y
me da igual lo que digan de mí-me encogí de hombros y Alec levantó las dos
manos unidas por las palmas al techo y proclamó:
-¡Gracias,
Simone de Beauvoir!
-¡Déjala
descansar tranquila!
-¡Perdona,
Simone de Beauvoir!–repitió el gesto y yo me eché a reír. Acepté la cuchara que
me tendió y escarbé en la montañita, que menguaba por momentos.
-Eres
imposible.
-Había
que rebajar un poco la tensión, antes de que volvieras a marcarte un discursito
intenso digno de darse ante la ONU. Te iría bien en la política.
-¿A
mí? ¡Por Dios!-sacudí la cabeza-. Ni de broma.
-Pues
yo creo que te pegaría muchísimo estar de primera ministra o algo por el
estilo.
-Apuntas
alto para mí, ¿eh?
-Sólo
lo digo-esta vez fue él quien se encogió de hombros y jugueteó con el yogur-.
Yo te votaría.
-Gracias,
pero yo no me veo en el Parlamento, la verdad. La política va siempre un paso
por detrás de la sociedad, y yo quiero que la sociedad cambie. Los ingleses en
sí, no Inglaterra. ¿Tiene sentido lo que digo?
-De
momento te sigo.
-Pues
eso. Creo que en política lo que puedes hacer es consolidar lo que haya
conseguido la sociedad. Algo así como blindar los cambios. Pero los cambios no
suceden solos. Tienes que provocarlos tú.
-Es
curioso que digas eso y seas creyente-sonrió, tomando una cucharada, y yo puse
los ojos en blanco.
-En
realidad, estoy siendo bastante consecuente. El islam habla de la igualdad y
del progreso. Desde sus orígenes abrazó a la ciencia, así que es natural que
piense así siendo musulmana. Es decir… musulmana de la rama a la que yo
pertenezco, no pongas esa cara-le atajé al ver su expresión escéptica-. Que los
países en que las mujeres son poco más que objetos que se mueven por sí solos y
también siguen el islam pertenecen a otra rama.
-¿Como
los anglicanos y católicos?
-Más
bien como los ortodoxos y los católicos. Pero sí-asentí con la cabeza y sonreí
al coger la cuchara que me tendió. Alec se me quedó mirando un momento, su
semblante opaco ante las preguntas que se formaban en su mente.
-Ya
hemos discutido sobre religión, ¿qué otros temas nos quedan para ponernos al
día?
-Raza
o feminismo. Elige.
-Raza.
De eso sé un poco más-se cruzó de brazos y se repantingó para mirarme. Sonreí,
haciendo que cráteres en forma de medias lunas aparecieran en el yogur,
cráteres que rápidamente se llenaron del líquido rojizo de los higos.
-No
sabes tanto como crees.
-Y
dices eso, porque…
-Es
muy típico de los blancos. Os pensáis que sois unos expertos en temas raciales
sólo porque tenéis amigos negros y cosas así, cuando en realidad no entendéis
nada de lo que es el racismo. Incluso vosotros mismos tenéis actitudes racistas
con ellos.
-Ahora
resultará que yo soy racista contigo.
-No
lo haces a posta.
-Espera,
¿lo soy?-asentí con la cabeza y él frunció el ceño-. ¿Cuándo?
-Pues…
cuando te pones como un energúmeno porque te digo que no uses una palabra
porque sólo podemos usarla los negros, por ejemplo.
-Pero
el caso es-se irguió en el asiento y giró la silla para ponerse frente a mí, de
manera que sus rodillas tocaban las mías. Su costado se apoyaba en el borde de
la mesa, pero ya no le prestaba atención a nada más que a mí-, que Jordan, Bey
y Tam nunca me han dicho que me censure en tal canción porque dicen tal palabra
que es ofensiva. A ellos no les ofende.
-Porque
estarán menos concienciados.
-No
te ofendas, Sabrae, pero… Jordan es más oscuro que tú. ¿No debería experimentar
más racismo él?
-Eso
también es muy de blancos-sonreí-, catalogarnos por escalas.
-No
pretendo faltarte ni nada por el estilo.
-No
te preocupes. Ya sé que no.
-Es
sólo que quiero entenderlo.
-Escucha…
todo esto son corrientes de pensamiento, ¿vale? Hay gente que tiene unas
opiniones y gente que tiene otras. Gente que sufre la opresión y lucha contra
ella a modo de reacción, y gente que la ataca para conseguir erradicarla algún
día. Yo estoy en la segunda parte, y probablemente tus amigos estén en la
primera. Pasa con todos los movimientos sociales que luchan contra alguna
opresión. El hecho de que, por ejemplo, una mujer maltratada diga que el hecho
de que su marido le coja el móvil para leerle los mensajes no es machismo y que
las palizas que le pega sí que lo son (cuando consiguen empezar a tomar
conciencia), no significa que el quitarle la privacidad no venga del mismo
sitio. Yo puedo tener actitudes machistas o incluso racistas de las que no me
dé cuenta, y el mero hecho de que no las perciba como tales no quiere decir que
no lo sean.
-No
te imagino siendo machista, la verdad.
-Oh,
pues tengo mis momentos. Por ejemplo-dejé la cuchara sobre el yogur-, cuando me
contaste lo de Pauline, yo me metí a buscarla en Instagram.
-¿Y
eso qué tiene de malo?
-Pues
que me sentí una mierda al verla tan… perfecta, y yo tan… yo. Y llegué a
bloquearla. Es triste, pero es así. Por un momento la percibí como mi
competencia cuando en realidad ella no me ha hecho nada, e incluso llegué a
enfadarme con ella por haberse acostado contigo cuando Pauline no me debía
nada. Ninguno de los dos me lo debíais ni me lo debéis-aclaré-, pero ella menos
todavía. Y creo que, en cierta medida, lo quise pagar más con ella que contigo.
-Pero
sigo sin entender en qué es eso machista.
-En
que, de alguna manera, intenté como… exculparte, por así decirlo. A los chicos
no se os hace responsable de vuestros actos, porque sois chicos.
-Espera,
espera, espera. Vale. Yo no me porté bien contigo y te pedí disculpas por ello,
y te las vuelvo a pedir si es lo que quieres, pero… ¿qué tiene que ver Pauline
en todo esto? Como tú bien has dicho, ella no te debía nada. Ni siquiera os
conocíais. ¿Por qué la bloqueaste?
-No
lo sé, Alec. Una parte de mí pensó que… no sé. Al ver que me seguía, me dije
que seguro que lo había hecho para reírse de mí, que incluso puede que después
de hacerlo entrarais a mi perfil y…-bufé-. No sé. Me agobié bastante y me puse
en el peor escenario posible a pesar de que me han criado para que jamás piense
lo que pensé de ella.
-¿Y
por qué pensarías algo así de Pauline? Porque es muy buena chica. No tiene un
ápice de maldad.
-No
sé. ¿Qué hacía siguiéndome? Si lo piensas, no tiene sentido. ¿Qué interés puede
tener en mí? Ella tiene un cuerpo perfecto, es la típica chica que sólo sigue a
modelos y marcas de ropa para saber qué puede comprarse durante el fin de
semana y marcar tendencia entre sus miles de seguidores, y yo… ¡ay, Dios! ¿Lo
ves? Ya estoy haciéndolo otra vez-me llevé una mano a la cara y suspiré.
-¿Lo
que te agobia de Pauline es que es guapa? Porque tú también lo eres.
-No,
lo que me agobiaba de Pauline es que es perfecta. Su cuerpo, su… todo.
-¿Y
tú no lo eres?
Alcé
las cejas.
-Alec.
A ver. Que estoy empoderada, pero… tengo espejos en casa. Soy bajita y no estoy
precisamente delgada.
-Ahora
me dirás que estás gorda.
-Gorda
tampoco, pero no sé. No soy como ella.
-¿Es
que hay algo en ti que no
funcione?-insistió él, frunciendo ligeramente el ceño-. ¿Eres ciega, o sorda, o
te falta alguna pierna?
-No-contesté
en tono de pregunta. Realmente no sabía adónde quería ir él a parar, pero algo
me decía que confiando en él pronto se me quitaría un peso de encima.
-Entonces
tu cuerpo es perfecto, bombón. Perfecto significa que funciona bien. Sin errores.
Me
pasé una mano por el cuello y dejé que cayera sobre mi regazo.
-Por
eso te he echado tanto de menos-susurré-. Siempre sabes qué es lo que tienes
que decirme. Y lo mejor de todo es que te sale solo. Lo dices por instinto.
-Ya
he tenido conversaciones parecidas con mis amigas. E incluso con rollos más o
menos duraderos que he tenido a lo largo de mi vida. A todas os raya tanto que
las demás con las que ande sean más guapas… ¡disfrutad y ya está!
-No
podemos-sacudí la cabeza-. Nos crían para que nos comparemos siempre con las
demás. Tenemos que ser la mejor.
-Debe
ser una mierda ser mujer.
-Y
eso que no sabes lo peor.
-¿Las
violaciones?
-Sí,
y la regla.
Alec
sonrió.
-Creo
que yo me moriría si sangrara una vez al mes.
-Es
un poco una putada, pero es lo que hay-me crucé de piernas y me encogí de
hombros.
-Y
yo, ¿te hago sentir mal? Quiero decir, ¿tengo actitudes machistas? ¿O racistas?
-Sí,
y sí. Eres chico. Y blanco. Pero no me haces sentir mal. Me molesta un poco que
las tengas, pero también es lo normal por el ambiente en el que te has criado.
Y la verdad es que me da esperanza pensar que seguro que te esfuerzas por
corregirlas.
-No
quiero que te sientas mal conmigo, Saab. Me he tomado en serio lo del espacio
seguro. Me ha hecho ilusión, de hecho-sonrió y yo también sonreí.
-No
lo digo por decir. Contigo puedo hablar de cosas sobre las que no puedo hablar
en casa. No porque me lo prohíban o no quieran tocar esos temas, pero… yo sé
que son espinosos. Que les duele. Mis orígenes, por ejemplo. No sé qué me pasa
últimamente, pero llevo bastante dándole vueltas al asunto. Me suele pasar en
Navidades porque veo a toda mi familia, pero lo de estos últimos días ha sido
exagerado. Y no puedo hablarlo con nadie porque es un poco tabú en mi casa.
-Estoy
seguro de que no tocan el tema por no herirte. A nadie le gusta que le
recuerden que es diferente, por mucho que la diferencia las haga especiales.
¿Recuerdas cuando viniste a la playa con nosotros y perdiste el bañador y yo te
lo encontré? ¿La cara que puso Scott cuando Megan soltó lo de que si eras… esa hermana?
-Es
que es la verdad. Soy esa hermana. Es
mi distintivo.
-Tu
sangre no es tu distintivo, Sabrae. Joder, con la cantidad de cosas que hacen
que destaques por encima del resto, ¿y decides quedarte con algo tan simple y
aleatorio como el hecho de quién te parió?
-Si
estuvieras en mi situación tú también te harías preguntas.
-Y yo
no te digo que me parezca mal que te hagas preguntas. Por supuesto que tienes
todo el derecho del mundo a hacerte preguntas. Lo que me molesta es que eres
una chica increíble, ¿y lo que escoges para definirte es tu adopción? No, si al
final, el más tonto de los dos no voy a terminar siendo yo.
Puse
los ojos en blanco.
-El
caso es que yo muchas veces me cuestiono cosas, y no las saco a colación por no
herir a mi madre, pero… a veces me corroen las dudas; aunque también la
entiendo a ella, porque… a ver, la gente normal no tiene dos madres. Yo soy la
rara que tiene dos.
-Y tú
tampoco tienes dos madres. Padres son los que te crían y te dan amor. Tienes a
tu madre y a tu creadora.
Detuve
mi juego con el sirope y lo miré.
-¿“Creadora”?
Suena muy mecánico.
-Era
eso o “pastelera”.
Solté
una risotada y Alec sonrió para sí mismo, felicitándose por haber conseguido
sacarme del pozo antes incluso de que yo me metiera.
-Y
luego soy yo la de la facilidad de palabra.
-Es
que me inspiras, bombón-apoyó el codo en la mesa y la cabeza en la mano y yo
jugué un poco más con el yogur.
-“Creadora”
está bien. Me gusta. Desde luego, es mejor que “madre biológica”. No creo que
se merezca que la llame así.
-Estoy
seguro de que ella se alejó de ti-tuvo la delicadeza de no decir “te abandonó”
como lo hacía el resto de la gente que no era de mi entorno familiar, y se lo
agradecí tremendamente-por tu bien. Seguro que le dolía.
-Pero
fue una irresponsable. Me dejó de madrugada, donde podría haberme pasado
cualquier cosa.
-¿Tú
crees? Yo creo que no. Te dejó una mantita y una nota con tu fecha de
nacimiento. Te dio calor y la certeza de tu cumpleaños. Yo creo que le
importabas. Le importabas lo suficiente como para desprenderse de ti y dejarte
algo con lo que pudieras pasar de una vida a otra.
Le
tendí la cuchara y él la recogió. Escarbó un poco en el yogur y se la llevó a
la boca. Un trocito de regaliz estaba en el borde de la cuchara.
-Mamá
habla de ella igual que lo haces tú-medité.
-¿Cómo
hablamos de ella?
-Con
agradecimiento. Como si… le debierais algo.
Alec
dejó la cuchara sobre el vaso casi vacío.
-Te
dejó en el sitio donde Scott iba a encontrarte. Lo que nos dio fuiste tú. ¿No
te parece que vales lo bastante para que le estemos agradecidos durante mil
años?
Recogí
la cuchara y jugueteé con ella entre los dedos, pensando en las implicaciones
de lo que acababa de decirme. Siempre me había chocado la forma en que mi madre
hablaba de la mujer que me había traído al mundo; incluso sin conocerla, mamá
se refería a ella con gran respeto. En ocasiones, incluso se podría decir que,
las pocas veces que habíamos hablado de ella, lo había hecho con cariño, a
pesar de no haberla conocido. Una parte de mí siempre había creído que mamá lo
hacía por impedir que yo me sintiera mal, por hacerme pensar que no le
importaba que otra mujer hubiera sido la que me había llevado en su vientre (y,
en cierto sentido, así era; lo único que mamá lamentaba de no haberme dado a
luz era que no había tenido los nueve meses de los que disfrutó con mis
hermanos para hacerse a la idea de que estaban en camino, e incluso por eso de
la sorpresa decía que yo era más valiosa); pero ahora, después de haber
escuchado a Alec decir eso, todo cobraba un sentido que yo no había sabido
verle antes.
Mamá
no hablaba de la mujer que me había alumbrado con respeto por hacerme sentir
mejor, sino porque realmente le estaba agradecida de que me hubiera traído al
mundo. Si ella no me hubiera dado a luz, yo no existiría. Y, por mucho que mamá
hubiera deseado quedarse embarazada cuando Scott comenzó a insistir en que
quería una hermanita, sabía que yo era un regalo precioso, una sorpresa deliciosa
de la que no se había creído merecedora pero que había aceptado y amado como
quien lucha por algo y por fin lo obtiene tras mucho esfuerzo.
-Tengo
que mirar en qué tipo de inteligencia encaja que hagas sentir a todos los que
te rodean tan cómodos como lo haces, Al. Estoy segura de que eres un
genio-sonreí, tomando una cucharada de yogur y dejándola dentro del pequeño
vaso de cartón. Alec sonrió, asintió con la cabeza y se llevó una mano al pecho
a modo de agradecimiento.
-No
sabes lo que me alegra saber que te sientes lo bastante a gusto conmigo como
para sacarme estas cosas. No te lo puedes guardar dentro, Saab. A veces
explotarías.
-No
me importaría explotar si eso le ahorrara dolor a mi familia.
-Sé
cómo te sientes-murmuró con la vista perdida. Tomó la última cucharada y dejó
el instrumento, ya inútil, dentro del vaso vacío-. Déjame hacer que te sientas
incluso más cómoda-dijo tras una pausa en la que cada uno se hundió en sus
propios pensamientos, explorando las profundidades de un pasado que pronto nos
mostraríamos el uno al otro-, ¿por qué es racista que yo diga nigga?
-Porque
es la palabra que usaban los blancos durante la segregación racial en Estados
Unidos. Era el peor insulto que le podías decir a nadie de color en aquella
época. Les recordaba que eran ciudadanos de tercera, sin derechos. Esclavos que
trabajaban por dinero y no por comida, pero nada más-Alec tragó saliva,
escuchándome-. Incluso… a algunos los torturaban y llegaban a matarlos mientras
les gritaban la misma palabra una y otra vez.
-Pero…
con lo horrible que es la palabra, ¿por qué la música está tan llena de ella?
-Porque
nos reapropiamos de ella. Es como “maricón”, “bollera” y todas esas. Que
alguien a quien antes insultaban con esa palabra la use la normaliza y hace que
ya no duela. Le da un nuevo significado. Pero tiene un nuevo significado
precisamente porque es otra persona la que lo usa. Yo puedo usar esa palabra
con otra gente como hacen continuamente muchos cantantes. Sobre todo raperos,
como Nicki Minaj, pero no necesariamente. También The Weeknd hace eso. El
problema viene cuando es un blanco el que la usa, porque, por mucho que tenga
otra intención, no la va a usar como un sinónimo de “tío”. Va a ser siempre un
insulto.
Alec
tomó el vasito de cartón y jugueteó con él. Arrancó golpecitos rítmicos de la
mesa haciendo que el vaso se convirtiera en la percusión y se mordisqueó la
cara interna de la mejilla. La mandíbula se le marcaba muchísimo mientras
asimilaba la información que yo acababa de darle, y sus ojos seguían fijos en
el vaso, sin verlo, mientras su mente se ocupaba de desgranar las implicaciones
de lo que yo acababa de decirle.
-¿En
qué piensas?-inquirí, y él contestó sin mirarme.
-En
que deberías haberme dado una hostia y ya está en cuanto te dije que no me ibas
a quitar de cantar mi canción preferida como a mí me da la gana.
Una
vez hubo terminado de hablar, sus ojos se encontraron con los míos y sentí un
torrente de energía atravesándome. La mirada se volvió física en el sentido pleno de la palabra. No sólo sentía sus ojos
sobre los míos, percibía su atención
sobre mí como si me estuviera tocando con una mano invisible y gigante. Todo su
mundo tenía poco más de metro y medio de longitud, exactamente mi estatura.
-¿De
qué habría servido eso? Sólo para que tú me cogieras un poco más de tirria por
todo lo que hice esa noche.
-No
te cogí tirria.
-Me
comporté como una cabrona de campeonato contigo, Al.
-Nada
que yo no me mereciera. Pero… decirte eso… sin dejar siquiera que te explicaras… estuvo
mal-sacudió la cabeza-. No lo sabía, Saab. Perdona.
-No
me duele que la digas porque sé que no lo haces a mal-me estiré hacia él y le
acaricié el dorso de ambas manos con los dedos-. Sólo te lo dije porque por un
momento me enfadé muchísimo contigo. Pensé que no ibas a perdonarme lo que te
había hecho en la sala de billar.
-Hombre,
me hiciste una putada, las cosas como son-sonrió-. Aunque en retrospectiva creo
que me diste lo que me merecía. Y yo reaccioné mal. Tengo un pronto muy malo.
-Yo
me habría puesto peor de haberme visto en tu situación.
Una
de las comisuras de su boca titiló en el amago de una sonrisa.
-La
diferencia está en que tú podrías machacarme todo lo que quisieras, que yo
seguiría complaciéndote hasta que decidieras que ya no me quieres más cerca de
ti.
-No
voy a decidir eso nunca, Al.
Ahora
fue la otra comisura la que titiló y, siguiendo el ejemplo de su compañera, se
levantó y ayudó a construir una sonrisa preciosa, redondeada, cargada de
posibilidades. Alec me miró durante un instante y por un momento no dijo nada,
y luego…
-Deberíamos
ir pensando en irnos. Se está haciendo tarde y seguro que en casa se
preguntarán dónde estamos.
Miré el reloj que llevaba prendido de su
muñeca y abrí los ojos, impresionada. Habían pasado más de cuatro horas desde
que me había encontrado con Alec por primera vez, en la tienda de discos.
Mamá
y papá sabían que tardaría en llegar en condiciones normales, pero con la
tormenta que acababa de descargar sobre Londres, estaba bastante segura de que
me esperaban mucho antes.
Saqué
el móvil de mi mochila y me encontré con un panorama que hasta hacía unos
minutos no me esperaba: un montón de llamadas perdidas, tanto de mi madre como
de mi padre y del teléfono de casa, y varios mensajes, casi todos en
mayúsculas, casi todos de mamá, salvo por un par de Scott.
¿Dónde andas, enana?
Bueno, mira, si necesitas que vaya a por ti, cuando te dé la
gana de mirar el móvil, me lo dices.
Pero no me metas prisa que me voy a duchar.
Si alguien la ha secuestrado: mandadnos el número de cuenta
corriente, os pagaremos lo que digáis para que os la quedéis hasta que tenga 90
años.
Qué gracioso.
Caminé
tras Alec en dirección al aparcamiento subterráneo mientras desbloqueaba el
teléfono y tocaba en la foto de mi hermano para llamarlo. Después de un par de
toques, finalmente Scott se dignó a contestar.
-¿No
podías llamar, puta cría?-ladró sin molestarse siquiera en que asegurarse de
que era yo quien le llamaba, y no unos secuestradores-. Mamá está
preocupadísima, está hablando con papá para que vuelva del estudio e iniciar un
dispositivo policial de búsqueda.
-Lo
siento, tío, se me fue el santo al cielo. Estoy bien, me pilló la tormenta en
pleno Camden y he tenido que venir a un centro comercial a esperar a que se
pasara.
-¿Es
que no llevabas paraguas…?-protestó Scott, pero se quedó callado a media
frase-. Sí, es ella. Parece que está entera. ¿Quieres que…? Oh, jojojojo-Scott
se empezó a reír al otro lado de la línea-. Vaya cómo te la has cargado, piojo.
Te voy a pasar con mamá. Reza lo que…
-¿SABRAE?-gritó
mamá nada más cogerle el teléfono a Scott-. ¿DÓNDE COÑO ESTÁS? TU PADRE Y YO
ESTÁBAMOS PREOCUPADÍSIMOS.
-Lo
siento, es que me pilló la tormenta encima y con toda la preocupación de que no
se me estropearan los regalos y venir a un sitio con techo, no me di cuenta de
que estaba tardando y no saqué el móvil de…
-¿DE
DÓNDE, SABRAE? ¡SI TIENES MÓVIL ES PARA QUE NOS COJAS LAS LLAMADAS! CASI ME DA
ALGO. ¿¡Cómo puedes ser tan inconsciente!? ¿Dónde estás? Voy ahora mismo a
llamar a tu padre y decirle que vaya a recogerte y te enfrentas tú a él. Estaba
grabando y le hemos interrumpido.
-Esto…
es un centro comercial-miré en derredor buscando el nombre en alguna pancarta o
mural, pero no aparecía por ninguna parte. Llegamos a las taquillas y me acerqué
a Alec-. ¿Cómo se llama este sitio?
-New
Eden.
-New
Eden.
-¿Y
eso dónde queda? No hemos ido a ese sitio nunca. ¿Es uno nuevo que han abierto
cerca?
-Está
un poco lejos de Camden-expliqué, y le di un toquecito a Alec para preguntarle
más o menos a qué distancia se encontraba del lugar donde nos habíamos subido a
la moto.
-Espera,
¿no estás en Camden?
-No,
mamá, he venido a este sitio para que no me pillara la tormenta. Tengo un
paraguas plegable y empezó a llover a mares; seguro que no me aguantaría la
tromba de…
-¡SÚBETE
AHORA MISMO AL METRO, SEÑORITA!
-¿Hay
alguna parada de metro cerca?
-Diles
que te llevo yo.
-¿CON
QUIÉN COÑO ESTÁS HABLANDO?
-Me
ha traído Alec, mamá.
Se
hizo el silencio al otro lado de la línea. Noté cómo se me retorcía el estómago
como si estuviera calentando para salir actuar con el Circo del Sol. Ay, Dios,
me la había cargado de una forma espectacular. Seguro que a mis padres no les
haría gracia que me dedicara a ir en moto (y encima, sin casco; claro que eso
ellos no lo sabían) por Londres mientras caía el diluvio.
-¿Mamá?
¿Sigues ahí? Escucha, no sé si me oyes, pero Alec dice que no hace falta que
vengáis a recogerme. Me va a llevar él.
-¿Por
qué no lo has dicho antes?
Me
mordí el labio y me quedé mirando a Alec, que frunció el ceño y meneó la cabeza
preguntando qué me decían.
-Es
que me lo acaba de decir. O sea, ya teníamos el plan de que me llevara, pero
como tú has dicho…
-¿Qué?
¿De qué hablas? No, no-casi pude ver a mamá agitando la mano en el aire-. No me
refiero a que te traiga o te deje de traer, sino a que estabas con él.
-Ah-abrí
los ojos y fruncí el ceño, estupefacta. ¿De verdad se le iba a pasar el cabreo
sólo por el hecho de que Alec estaba conmigo?
Bueno, tiene sentido, pensé mirándolo de
reojo. A fin de cuentas, era alto y fuerte. Estaba claro que, incluso en el
caso de que yo estuviera indefensa (cosa que no era así, podía dar unas patadas
geniales incluso con mis botas de tacón grueso), él sería más que capaz de
defenderme. Y su mera presencia bastaría para disuadir a todo aquel que tuviera
intención de hacerme daño de alguna manera.
-Pensábamos
que estabas sola y que te había pasado algo. ¿Vas bien abrigada?
-S-sí,
eh… tengo el abrigo y… el jersey gordito mostaza-me pasé la mano por el
vientre, tirando de él, sintiendo la suave tela en mis dedos, y me mordí el
labio, esperando a que volvieran los gritos y todo lo demás.
-Vale,
entonces voy a llamar a tu padre y decirle que estás bien. No cojas frío y
venid despacio-se despidió.
-¿Qué
pasa?-preguntó Alec al verme la cara, y yo negué con la cabeza.
-¿Mamá?
-¿Qué,
tesoro?
Ay, dios, que me ha llamado “tesoro”. Me ha
perdonado hasta las estrías que le salieron en los pechos por culpa de
amamantarme.
-¿No estás enfadada?
-Estaba
preocupadísima, pero ahora que sé que estás bien, y además bien acompañada… no
tengas prisa, cariño. Voy a hacer raviolis para cenar. Intenta llegar para esa
hora.
-Quedan
dos horas para que cenemos, mamá-le
recordé después de mirar el reloj de la muñeca de Alec.
-Bueno,
es que no sé dónde estáis ni dónde tenéis pensado ir. Ale, ya dejo de
molestaros. Respetad los semáforos, ¿queréis?
-Cla…
-¿Y
ya está?-protestó Scott desde casa-. ¿No la vas a reñir más? ¡Si llego a
armarla así de gorda yo, me dejarías castigado un mes!
-¡Estuve
tres días pariéndote, Scott, y te comportas como si hubiera estornudado y ya te
hubiera tenido en brazos! ¡No intentas compensarme nada de lo que sufrí
trayéndote al mundo!
-¡ESTOY
HASTA LOS COJONES DE VIVIR EN ESTA CASA!
-PUES
AHÍ TIENES LA PUERTA, Y A MÍ NO ME DES GRITOS.
-¡Scott,
favorito!-bufó mi hermano, alejándose de mamá y dando pisotones al subir las
escaleras-. ¡MIS COJONES, SCOTT EL FAVORITO! ¡AQUÍ SOY LA ÚLTIMA MIERDA! ¡LES
TIENES MÁS CARIÑO A TUS ORQUÍDEAS QUE A MÍ!
-MIS
ORQUÍDEAS NO DEJAN LA COCINA HECHA UNOS ZORROS CADA VEZ QUE FRIEGAN.
-¿Mamá?-la
reclamé, mordisqueándome la uña del pulgar.
-¿Qué,
mi vida?-volvió su tono más dulce y comprensivo, alejado del que estaba
empleando con mi hermano.
-Nada,
eso, que ya voy en camino.
-Ah,
¿sí? Bueno, pero sólo si ya habéis acabado, ¿eh? Vosotros no tengáis prisa.
Tomaos el tiempo que necesitéis. E invítalo a algo por las molestias. Hasta
luego, cariño.
Y,
sin esperar mi contestación, colgó el teléfono. Me quedé mirando el nombre de
mi hermano un momento mientras parpadeaba y finalmente daba paso a la pantalla
de inicio con las aplicaciones que más utilizaba.
Alec
frunció el ceño al ver mi expresión.
-¿Qué
pasa?
-Acaba
de colgarme.
-¿Y
te extraña? Yo le estaría dando las gracias a todos los dioses habidos y por
haber si mi madre se diera por satisfecha con pegarme cuatro gritos.
-Es
que eso es lo raro. Hasta que yo no le he dicho que estaba contigo, estaba
enfadadísima, y luego… nada. Absolutamente nada. Incluso me ha dicho que no nos
apresuremos.
Él
sonrió, porque contener una carcajada le suponía demasiado esfuerzo.
-Estoy
seguro de que lo decía para que yo no corra con la moto.
-No
iba en ese sentido.
-Sí,
a ti también te lo parece, ¿no?-no pudo aguantarse más las ganas de reír y
soltó una carcajada. Le di un codazo, divertida, recogí mis cosas y fui tras
él. Esta vez me costó un poco menos subirme a la moto, y cuando ya lo teníamos
todo preparado, la arrancó de una patada y salimos del aparcamiento en el más
absoluto silencio. Escuchaba su respiración dentro del casco a través de los
auriculares.
Subida
la rampa que nos ponía al nivel de la calle, el cielo encapotado de la noche de
diciembre nos recibió con destellos a lo lejos. Ya no llovía, pero las calles
refulgían con ese brillo mágico que sólo una tormenta combinada con las farolas
puede darle a las cosas. Alec se detuvo en un semáforo, se quitó el casco con
rapidez y, mientras la moto vibraba bajo nosotros, sostenida por sus pies, me
lo tendió por encima de su hombro.
-Voy
más tranquilo si lo llevas tú-explicó, y yo asentí. Me lo pasé por la cabeza y
me pegué a él mientras arrancaba de nuevo, incorporándose al tráfico,
zigzagueando y yendo más despacio de lo que habíamos ido en dirección al centro
comercial. Tomamos un desvío en la circunvalación y pasamos por encima de una
calle mientras dábamos media vuelta para dirigirnos a nuestro barrio, y al
pasar a un lado del centro comercial, no pude evitar detenerme y separarme un
poco de Alec para poder admirar su belleza a través de la visera del casco.
Estaba
hecho como de pétalos de una flor de loto gigantesca, blanca y perfecta,
imitando a la perfección la ópera de Sídney. Las distintas capas que la
componían parecían olas petrificadas chocando contra una roca invisible,
vertiéndose sobre un costado del centro comercial mientras el otro se estiraba
hacia el cielo. Se intuían las luces del interior, que le daban el aspecto de
un esqueleto blanco y dorado, e incluso se veían puntitos paseando por las
entrañas de aquella extraña criatura, puntitos que no podían ser otra cosa que
personas acercándose a las cristaleras.
-Es
precioso…-susurré, y Alec me miró por encima del hombro y dirigió la vista
luego al centro comercial. Asintió con la cabeza y comentó en mi oído:
-En
algunos días de lluvia he tenido que venir a entregar paquetes. Me encanta este
sitio. Tiene de todo.
-Y
además es precioso…-admiré de nuevo, apoyándome en su espalda. Alec se rió en
mi oreja, asintió con la cabeza, y giró la muñeca para que saliéramos disparados
hacia delante, en dirección a nuestra casa. La noche y las nubes se tragaron al
centro comercial, pero su imagen seguía grabada en mis retinas.
Habían
pasado demasiadas cosas hermosas como para que yo me olvidara de él fácilmente.
Todo lo que nos habíamos dicho Alec y yo en aquel lugar, que yo no sabía tan
bonito, quedaría para siempre atesorado
en mi corazón. Impulsada tanto por su cuerpo como por la velocidad, me abracé a
su cintura con más fuerza y apoyé la cabeza en su espalda. Miré las luces de Navidad
como luciérnagas ebrias de color pasar a toda velocidad a nuestro alrededor,
las figuras recortadas contra las luces de los escaparates difuminándose hasta
que fuera imposible distinguir las unas de las otras…
No
podía dejar de pensar en los puntitos negros en el interior de New Eden. Alec y
yo habíamos sido esos puntitos sin saberlo, e incluso en lo inmensos que nos
habíamos sentido estando juntos, no éramos más que dos pequeños lazos en una
maraña inmensa; dos puntitos en la oscuridad.
Había
pocas cosas que me hicieran sentir mejor que el saberme pequeña en un mundo
inmenso que sin embargo me acogía como el hogar que era para mí. Y no podía
dejar de pensar en la tarde increíble que había pasado con él, en los caprichos
del destino que nos habían juntado.
Todo
con Alec discurría con la facilidad de las aguas de un río cuyo cauce ha sido
esculpido por la erosión durante miles de años. La franqueza con la que
habíamos hablado no era fruto de algo pasajero, sino algo en lo que habíamos
trabajado los dos durante muchas semanas, muchísimas noches en vela,
desnudándonos y recorriéndonos en el silencio de nuestras respectivas
habitaciones. La confianza que había entre nosotros era como la flor de un
cactus que tarda años y años en florecer, pero que una vez lo hace es la más
hermosa que hayas visto nunca.
Y la
intimidad que se había instalado entre nosotros… aquella dulce intimidad que
habíamos compartido al tomar el yogur de la misma cuchara, mirándonos a los
ojos, confesándonos nuestros sentimientos en un lugar atestado de gente…
Puede
que estuviera exagerando, que su influencia en mí fuera tan poderosa que me
nublaba la percepción, pero… sentía que todo lo que habíamos hecho esa tarde
había supuesto un salto al vacío que nos había salido más que bien. Nunca había
tenido una conversación tan abierta y tan franca con nadie, y nunca había
sentido que un lugar público fuera el sitio perfecto para desnudarme delante de
alguien como Alec lo había conseguido.
Sólo
él tenía ese efecto en mí, convertirme en otra persona totalmente distinta, más
pura, más perfecta, sin bordes irregulares.
Sólo
Alec podía hacer que el simple hecho de compartir una cuchara, cosa que hacía
con mi hermano constantemente cuando íbamos por ahí y decidíamos tomar un
helado, alcanzara una nueva dimensión. Con Scott, aquello era una prueba de
confianza.
Con
Alec, había sido de intimidad. Una intimidad que ahora nos regalaban las calles
vacías por culpa del frío y del mal tiempo. Sólo las farolas del parque al que
yo siempre iba con mis amigas eran testigos de nuestro paseo vespertino.
Me
descubrí a mí misma afianzando mi abrazo alrededor de su cintura por el mero
placer de sentir sus músculos bajo mis dedos, amortiguados por las capas de
ropa que guardaban su calor corporal. A pesar de todo, seguía notando la dureza
y la firmeza de su cuerpo, la potencia que había en él.
Sólo
había una manera de terminar aquella tarde. La única manera posible.
La
primera manera en que yo había empezado a conocer a Alec.
-Al.
Al, Al-le llamé, y le di un pellizco en el vientre.
-¿Qué
pasa, nena?
-¿Podemos
parar?
-¿Por
qué? ¿Estás mareada?
Detuvo
la moto al momento, de una forma sutil que le agradecería de haber estado
realmente indispuesta. Pero no era eso lo que quería. Sentía la cabeza
embotada, pero no tenía nada que ver con las curvas de Londres.
-No,
es que… no quiero irme a casa todavía.
Escuché
la sonrisa pícara que le atravesó la boca cuando me contestó un rápido:
-Vale,
vale. Paramos donde tú quieras, nena.
Apagó
la moto, dejó que me bajara y guardó el casco con el resto de las cosas. Hice
un gesto con la cabeza en dirección al parque y me dirigí hacia la entrada
mientras me quitaba los auriculares y los guardaba en un bolsillo de mi
mochila. Alec me siguió en silencio, arrastrando la moto con él, expectante.
-Ahora que tu madre te ha dado carta blanca
para llegar tarde…
-…
pienso aprovecharla-terminé la frase por él, y me detuve frente a uno de mis
bancos preferidos, que siempre ocupábamos Kendra, Taïssa, Amoke y yo cuando no
teníamos nada más que hacer que ponernos a comer pipas mientras observábamos a
los cisnes y los patos nadando perezosamente en el estanque de más allá.
Alec
le puso la pata a la moto y se acercó a mí. Me atrajo hacia sí y hundió la cara
en mi melena, inhalando el perfume de mi champú y la noche combinados en mis
rizos. Cerré los ojos y me pegué a él.
-Quiero
pagarte este viaje.
Me
incliné hacia un lado y busqué su boca, ansiosa de sentir de nuevo sus labios
sobre los míos. Le besé con tantas ganas que cualquiera diría que llevaba años
sin hacerlo. Y, en cierto modo, para mí, así era.
Hacía
milenios que no le besaba con esa intensidad que sólo la certeza de que estás a
punto de tener sexo con esa persona puede otorgarte.
Lo
conduje hasta el banco y él tomó la iniciativa de sentarse. Yo no me lo pensé
dos veces: me bajé la cremallera del abrigo y lo abrí para poder sentarme con
más comodidad sobre él. Al ver que la falta me molestaba, me desabroché el
botón de más abajo y me incliné a continuar besándole.
Tenía
las manos de Alec por todas partes. No sé cómo, se las apañó para librarme de
mi abrigo y tirarlo a un lado, en el banco, mientras yo metía las manos por
debajo de su sudadera y camiseta y le acariciaba los abdominales, duros,
definidos, cálidos.
-Joder,
tienes las manos heladas, nena.
-En
compensación con lo calientes que noto otras partes de mi cuerpo-respondí en su
oreja, y le di un mordisco en el lóbulo mientras él bufaba y me agarraba del
culo, restregándome contra él y su dureza.
Su
erección era increíblemente grande, un delicioso bulto rozando el centro de mi
ser a través de mis medias y mis bragas, consiguiendo que me humedeciera a
marchas forzadas. Comencé a notar que mi sexo palpitaba, hambriento de hombre,
de él.
-Sí,
Sabrae… Dios...-jadeó a un lado de mi cara mientras continuaba masturbándose
con mi entrepierna, cada vez más caliente y cada vez más ansiosa. Gemí en su
cuello y empecé a darle mordisquitos-. Estoy a punto de perdonarte que no me
hayas comprado ningún regalo.
-¿Quién
dice que no lo haya hecho?-pregunté, y él se echó a reír. Metió la lengua en mi
boca y la paseó a sus anchas, invadiendo mi interior como esperaba que pronto
lo hiciera más abajo.
-¿Qué
vas a regalarme?
-¿Qué
te apetece?-respondí, y él me soltó el culo. Estuve a punto de protestar, pero
llevó sus manos a mi cuello y me miró a los ojos cuando dijo:
-Tu
boca.
Y se
abalanzó sobre ella. A pesar de su ímpetu, fue un beso profundo, lento,
invasivo, húmedo. Gemí en su boca y él bajó una de sus manos por mi costado.
-¿Estás
seguro de que no quieres pedir nada más?
-Dame
ideas, bombón.
Me
separé de él, le cogí las dos manos y las hice descender por mi anatomía. Sentí
que el bulto en sus pantalones crecía cuando dejé las palmas de sus manos por
encima de mis pechos, abarcándolos en toda su extensión. Me incliné un poco
hacia él para que hiciera más presión, lo que arrancó un gemido de mi interior
al sentarme directamente sobre su miembro erecto.
-Tus
tetas-celebró, y yo volví a inclinarme hacia su boca, dispuesta a devorarla.
-¿Y
nada más?-coqueteé, deseosa de que se volviera absolutamente loco. Quería todo
su descontrol, y lo quería sólo para mí.
Sus
manos descendieron hacia mi culo, con una energía que hasta entonces no me
había demostrado. Noté cómo sus ganas de mí crecían entre mis piernas y cómo
sus besos se hacían más insistentes, más profundos. Vamos a hacerlo, pensé para mis adentros, y lo festejé con un beso
más atrevido que los demás.
-Y
este culo.
Entonces,
movido por una osadía que siempre terminaba saliéndole, Alec metió las manos
por dentro de mi falda, mis medias y mis bragas, y siguió las curvas de mi
anatomía.
-Y
este sexo. Sólo para mí-gruñó, hundiendo un dedo en mi humedad y sonriendo
cuando yo dejé escapar un gemido ahogado.
-A mí
me apeteces todo tú.
-Me
apeteces tanto, bombón-jadeó cuando me moví para acomodarme a sus caricias, escuchando
la música de mis jadeos ahogados.
-Estoy
muy cachonda, criatura. Necesito que me folles.
Sonrió
en mi boca, feliz de que me dejara llevar hasta el punto de que expresara de
forma tan explícita cómo me sentía.
-No
me digas-me guiñó el ojo y yo suspiré, me abalancé sobre sus labios e hice todo
lo que pude por sentir su dedo con más intensidad. Concentré todas mis energías
en sentir cada sensación entre mis muslos, el roce de su pecho contra el mío.
-Te
echo muchísimo de menos. Quiero follarte-le miré desde arriba, frotándome
contra él sin ningún tipo de pudor. Alec abrió los ojos y se me quedó mirando. Una
fina película de lluvia le cubría las pestañas. Descubrí en ese instante que se
había puesto a lloviznar sobre nosotros, y no pude evitar pensar que el tiempo
acompañaba a cómo me sentía en mi feminidad.
Quería
tener su hombría zambulléndose en mi humedad, buceando hasta lo más profundo de
mi interior, descubriendo sensaciones conmigo que ninguno de los dos
olvidaríamos. Me daba lo mismo que estuviéramos al aire libre, que la
temperatura no tuviera más de una cifra, o que nos lloviera encima. Necesitaba sentir
a Alec dentro. Le necesitaba como al aire que respiraba. Quería sentir su
fuerza dentro de mí, su vigor abriéndose paso por mis recovecos, su pasión
embistiéndome, llenándome, acoplándose a mí y haciéndome sentir completa.
Alec empezó
a pelearse con mis medias, intentando bajármelas, sin éxito. A pesar de lo
mucho que le costaba librarse de mi prenda, se las apañó para también seguir
magreándome contra él y volverme absolutamente loca de placer. Jadeé contra su
oído, pidiéndole que no parara, abrazada a él mientras intentaba casi con
desesperación deslizar la tela por mi piel. Pero no iba a ser fácil, tenía las
piernas demasiado separadas.
Tenía
que quitarme de encima, y yo no estaba dispuesta a renunciar a la cercanía de
la que estábamos disfrutando así como así. Y él no parecía muy por la labor,
tampoco. Me encantaba la manera que tenía de tocarme, como si llevara toda la
vida deseando hacerlo y yo fuera la persona más deseable del mundo; la única
deseable, en realidad.
-Vamos
a mojarnos-comentó a modo de débil disuasión cuando yo hundí las manos en su
ropa y seguí las líneas marcadas de sus músculos, aquellos que tanto disfrutaba
contemplando mientras Alec me follaba como no me habían follado en toda mi
vida.
-Me
da igual-respondí, frotándome contra su sexo-. Esta tormenta eres tú. Cálame
entera. Usa hasta la última gota. Llega hasta el último rincón de mis huesos.
Alec detuvo
su erótico masaje y se separó de mí. Me agarró del pelo para obligarme a
mirarlo y clavó en mí unos ojos oscuros, llenos de lujuria y de malas
intenciones.
-Voy
a comerte hasta que te deshagas en mi boca y no va a haber nada que pueda
separarme de tu cuerpo. Vamos a recuperar el tiempo perdido estas dos semanas.
Intentó
separarme de él agarrándome por las caderas, pero yo clavé las uñas en sus
brazos y sacudí la cabeza. Esto no era lo que yo quería. Por mucho que su
lengua me volviera loca y me descubriera universos de placer que jamás hubiera
creído que existieran, ya no digamos que pudiera visitarlos, le necesitaba a
él. Necesitaba que me follara a la vieja usanza.
Que me
clavara su miembro en mi interior y me hiciera gritar mientras nuestros cuerpos
permanecían unidos.
-Quiero
tenerte dentro-gemí, acariciándole la nuca-. A todo tú.
Y entonces
ocurrió algo que yo jamás pensé que podría pasar. Alec se puso rígido. Clavó
los ojos en mí y pronunció unas palabras que me sorprendieron por lo poco que
me importaron.
-No
llevo condones encima.
No podía
hacerme esto. Si se negaba a tenerme por algo tan nimio como la falta de
anticonceptivos con la cantidad de opciones que había a nuestra disposición… sé
que en circunstancias normales mi reacción no habría estado justificada, pero
entiéndeme: yo no estaba en una
situación normal. Le quería dentro de mí, y lo quería ya. Le echaba de menos,
echaba de menos el disfrutar con otra persona, el sentir cómo un hombre me hacía
mujer y le daba sentido a cada fibra de mi ser.
-¿Cómo
que no? Tú siempre llevas-le mordisqueé el cuello y Alec se tensó debajo de mí.
Su lado racional, que perdía terreno a pasos agigantados, le decía que no
podíamos hacer aquello. Era una responsabilidad.
Pero su
lado animal, salvaje, le decía que en el fondo eso era lo que él más deseaba. Sentirme
rodeándole sin nada que nos separara.
-No
pensaba encontrarme contigo, la verdad. Cuando me pasa esto, tengo sexo oral y
ya está.
-Buen
intento-jadeé-, pero no me lo trago-me froté contra él y Alec soltó un bufido-.
Hemos pasado varias tiendas en las que vendían condones y tú no entraste en
ninguna.
-Ya,
bueno, Sabrae, es que yo no pensé que te fuera a apetecer follar en un banco
del parque.
-Ni
que estuviéramos haciendo algo horrible. No hay nadie. Por favor, Alec-empecé a
suplicar y eso hizo que él sacudiera la cabeza, luchando contra sí mismo.
-Ya,
vale, el caso es que yo nunca he follado en un sitio público.
-¿No?-le
mordisqueé el lóbulo de la oreja y Alec, a modo de respuesta, me pegó más a él
y prácticamente me clavó sobre el bulto de su pantalón. Ni siquiera me estaba
diciendo que no quería hacer nada conmigo, sino que estábamos en una auténtica
negociación, la más dura de nuestras vidas. Y yo no pensaba dar mi brazo a
torcer.
-No,
¿tú sí?
-No,
tampoco, pero es que yo tengo poca experiencia, y tú…
-¿Pero
se puede saber qué imagen tienes de mí, chiquilla?
-Una
muy mala-coqueteé-. ¿La ensuciamos más?
-Sin
condón hay dos opciones, Sabrae: o follamos a pelo, o no follamos-sentenció, y
yo me separé de él, apoyada en sus hombros, lo suficiente para que viera mi
expresión y descubriera que entendía las consecuencias de mi decisión y que aun
así pensaba llevarla hasta el final.
-Pues
lo hacemos a pelo.
-Vale,
genio, ¿y si te dejo embarazada?
-Tomaré
la píldora y ya está-dejé un rastro de besos por su piel, desde su oreja hasta
su hombro, volviendo a subir de nuevo por su mandíbula y terminando en su boca.
-No.
-No,
¿qué?
-La
píldora es una puta mierda. No la tomes.
-¿Entonces,
qué sugieres? Porque yo no me voy a ir de aquí sin tenerte entre mis
piernas-froté mi nariz contra la suya y me restregué sobre su paquete, y Alec
profirió un gemido. Apartó la cara para que le dejara pensar y yo decidí
juguetear con su oreja.
-A la
mierda-bufó cuando mis dientes pasaron por enésima vez por el lóbulo de su
oreja. Me tomó de la mandíbula y me obligó a mirarlo a los ojos-. Vamos a hacerlo.
-¿Sí?
-Sí-sentenció,
y, sin previo aviso, metió las manos por dentro de mi falda y rasgó la tela de
mis medias. Estaba harto de esperar. Harto de tenerme a mano y no poder
degustarme. Harto de que estuviera encima de él y no pudiera sentarme a
horcajadas sobre su ser.
-¡Alec!-casi
chillé, al notar el aire frío de la tarde clavárseme en los muslos, pero él
rápidamente lo tapó con su piel mientras seguía abriendo el agujero en mis
medias, preso de una pasión que nos consumía a los dos y nos impedía percibir
nada más que no fuera el cuerpo del otro-. ¡Eran mis medias favoritas!
Cuando
se dio por satisfecho con el agujero que hizo, metió el pulgar por un lado de
mis bragas y tiró de ellas para apartarlas. Con la otra mano, se bajó la
cremallera de la bragueta, y a mí me entraron ganas de echarme a llorar. Nunca pensé
que un ruido tan simple podría gustarme tanto.
-¿Y
no es mi polla tu juguete favorito?
Sacó su
impresionante miembro de dentro de sus pantalones y colocó la punta en la
entrada de mi sexo. Acarició mis labios con él y sonrió al escuchar mi gemido
cuando hizo presión en mi clítoris, antes de entrar en mí.
-Dios mío, ¡SÍ!-bramé, y él sonrió,
embistiéndome y gruñendo en mi oído mientras su miembro se abría paso dentro de
mí.
-Qué preparada
estás para mí, nena…
-Y tú
que no querías sentirme por una estúpida pastilla.
-No
vas a tomar la pastilla.
-¿Quién
lo dice?
-No
habrá necesidad.
Me separé
un poco de él y lo miré mientras movía las caderas, acompañando el movimiento
de su miembro en mi interior.
-¿Vas
a sacarla antes de…?-Alec asintió y se pegó a mí; estaba claro que no quería
pensar en eso ahora. De momento sólo quería disfrutar, pero yo me sentiría
fatal si supiera que mi placer no sería compartido, como nos había sucedido
tantas otras veces-. ¿La has hecho alguna vez?
Se detuvo
dentro de mí, su miembro estaba en su punto más profundo, y me sentía palpitar
a su alrededor, caliente, húmeda, lista.
-¿Tengo
yo cara de hacer la marcha atrás, Sabrae?
-No
quiero que lo hagas, Alec. Follamos y punto, no te preocupes por mí.
-Vale,
lo que tú digas. Follamos y ya. Pero siempre me voy a preocupar por ti. Por ti
y por tus estúpidas medias-gruñó, rasgándolas más para permitirme abrir más las
piernas y así empalarme mejor-. Mañana iré
a comprarte otras.
-Olvídate
de mis putas medias, Alec, y fóllame como si llevaras un siglo esperando
hundirte en mi coño.
Sonrió,
una sonrisa oscura, lasciva, gozando lo que estábamos haciendo.
-Tus
deseos son órdenes para mí, joder.
Y empezó a embestirme a un ritmo frenético,
totalmente adecuado a como los dos lo deseábamos. Nos íbamos a mojar y nos daba
igual. Puede que cogiéramos una pulmonía, y nos daba igual. Lo estábamos
haciendo sin protección, y nos daba igual. Alec había entrado en mí en su
máximo apogeo y yo le había recibido con todos los honores sin la más mínima
molestia, lo cual le sorprendió, como me diría después. No era muy común entre
nosotros que yo estuviera tan preparada para recibirlo, pero el tiempo que
había estado fantaseando con tenerle encima, las veces que me había acariciado
pensando en él, las noches que me había despertado empapada en sudor pensando
que estaba desnuda a su lado, me habían hecho anticipar ese momento como si
fuera el recibimiento de un premio a la trayectoria profesional de un artista
reputado.
Alec me
folló y yo me lo follé como no lo habíamos hecho con nadie en la vida. Con fuerza,
con dureza, casi como si nos odiáramos. Fue uno de los mejores polvos que
echamos, y el hecho de que no hubiera absolutamente nada separándonos, más allá
de nuestra ropa, le daba muchísimo más morbo a la situación. Cerramos los ojos,
arqueamos la espalda, nos besamos y nos arañamos y nos dijimos mil y una
obscenidades al oído. Nos miramos a los ojos y nuestras almas se conectaron de
la misma forma en que lo hicieron nuestros cuerpos.
Yo sentí
que todo mi ser colapsaba, un tsunami comenzaba a descender a mi sexo,
preparado para barrerlo como si fuera una hoja de otoño en plena calle. Me eché
a temblar y Alec clavó las uñas en mi cadera.
Íbamos
a llegar a la vez. Lo supe por cómo me miró, por cómo se mordió el labio, por
cómo me besó y me sujetó con las manos, como si fuera lo más precioso que había
en toda su vida, lo más ansiado, lo más deseable.
El escalofrío
previo al orgasmo que arrastraba consigo ese tsunami con chasquido descendió
por la parte baja de mi espalda y comenzó a abrirse camino en mi sexo,
preparado para explotar entre mis piernas.
-Alec…-jadeé,
extasiada, total y absolutamente borracha de él.
Alec se
puso tenso y me clavó las uñas en las caderas.
Y
entonces, justo cuando notaba que mi cuerpo comenzaba a abandonarse a ese
delicioso orgasmo compartido...
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆
No sé si es porque llevo hecha mierda varios días o qué, pero el capítulo me ha puesto súper soft. Real que cuando estaban "declarándose" el uno al otro me he puesto a llorar porque ha sido precioso. Eran tan bonito, directo y claro lo que se estaban diciendo que me los he imaginado tal cual y me ha parecido enternecedor y mágico. Estos dos cuando empiecen a quedar más veces como no no novios me van a provocar mil embolias porque real que son lo más adorable del planeta. El momento descripción de besos me ha parecido de pelicula y cada vez que hablabas de la sonrisa de Alec yo solo me podía imaginar a Noah sonriendo (la obsesión maricarmen)
ResponderEliminarDe verdad, Eri, no dejes de escribir nunca porque no sé como lo haces pero debes de ser la única persona en este planeta que consiga ponerme como la mierda y sentir que me han quitado algo de mí con un par de palabras y hacerme sonreír con otras tantas cuando más hecha polvo estoy.
Te quiero mucho 💜
Ay jo Paula, me alegro mucho de haberte alegrado y espero que la semana fuera a mejor a partir del domingo ♥ El momento declaración fue precioso, tan sincero, tenía muchísimas ganas de escribirlo aunque si te soy sincera no iba a ponerlo ahí sino un poquito más adelante, con ellos juntos juntos, ya me entiendes.
EliminarBUENO yo también me imagino a Noah ahora y no puedo dejar de verlo auxilio jesús
Tranquila que no lo voy a dejar y menos mientras tú sigas disfrutando con lo que hago así ☺ yo también te quiero mucho ♥
Oye mira llevo unos dias hecha una mierda emocionalmente y encima me pongo a leer esto, manda cojones. Alec y Sabrae me ponen super blanda ya de costumbre pero ya declarándose me dan ganas de querer morirme ahogada en mis lágrimas. Encima mientras Alec se declaraba se tocaba el pelo y mira yo asi no puedo. Que sola estoy señor jesus, que sola.
ResponderEliminar¿Va haber todos los capitulos un discurso sobre algun tema? Porque si es asi aCEPTO TOTALMENTE. Me has dado un mini discurso sobre la bisexualidad y otro sobre el racismo, eres iconica. Encima ayer fue el dia de la visibilidad bi y AY LLORO.
Espero que lo que has dejado para el siguiente capito es que un viejo con bastón y gorra les vea follar y se oonga a chillarles que la juventud de hoy en dia no tiene vergüenza ninguna, y ello claramente salgan corriendo descojonandose. AH Y QUE LES ABRA LA PUERTA DE LA CASA DE SABRAE ZAYN POR FAVOR Y GRACIAS.
Tenía muchas ganas de leer el capitulo y ha superado todas mis expectativas, si si. ❤️
AY PATRI POR FAVOR espero que ya estés mejor ♥ En este capítulo han estado cuquísimos de verdad es que no puedo con ellos estoy muy tiernita.
EliminarOjalá tuviera imaginación para hacer que Sabrae diera un discursito en cada capítulo porque te juro que esta nena es increíble, o sea tiene una cabeza que ya le gustaría a muchos, y encima Alec la escucha encantado así que ella habla más todavía y <33333
Buah la verdad es que lo del señor con bastón habría sido un puntazo pero creo que te va a gustar más lo del siguiente capítulo así que o voy a dejar como está jajajajajaj
Me alegro de que te haya gustado ay te como la cara ♥