domingo, 4 de noviembre de 2018

Héroes.


Normalmente yo no tendría preferencia por ninguna de las dos ramas de mi familia. Siempre me encantaba visitar Bradford y visitar Burnham on Sea, a partes iguales, porque los dos lugares eran parte de mis padres de la misma forma que lo eran de mí, las dos mitades de un todo. A pesar de que eran diferentes, ninguna de las dos conseguía destacar por encima de la otra: Bradford tenía cerca la frontera con Escocia; Burnham, la de Gales. Bradford tenía nieve garantizada, y Burnham una playa en la que jugar. Bradford era el hogar de mi padre y Burnham, el de mi madre.
               Aunque esas Navidades intentaron que yo me decantara más por un lugar que por otro. Y me dolió que fuera prácticamente desde el principio.
               Me lo había pasado bien en casa de los abuelos Malik las veces que fuimos a visitarlos, tan a menudo que a lo único a lo que íbamos a casa de la tía Waliyha era a dormir y poco más. Pero ya el primer día había habido algo que se me clavó un poco en el corazón, algo que, visto en retrospectiva, sucedía todos los años, pero que yo era incapaz de ver.
               Me había colocado detrás de Duna, con Shasha a mis espaldas y mis padres cerrando la marcha. Mamá estaba en un discreto último plano mientras los hombros de la mediana de nosotras estaban cubiertos por las manos de papá, como una especie de capa de protección. Llamamos al timbre y Duna se revolvió, impaciente, hasta que la abuela Trisha vino trotando a la puerta para poder vernos por fin. Dejó escapar una exclamación y se abrazó a mi hermana más pequeña, para luego volverse hacia mí, estrecharme entre sus brazos, cubrirme con un sonoro beso y acariciarme las mejillas.
               -Mi niñita-sonrió, dejándome pasar y acariciándome la barbilla-. Cariño, qué guapa estás-admiró, y lo decía en serio. Me gustaba muchísimo ver a mi familia, y ponerme guapa para mis abuelos era una de las cosas intrínsecas de la Navidad de las que yo más disfrutaba-. Pero…-fue entonces cuando la abuela Trisha empezó a construir el fuerte en el que se alojarían mis dudas y mi necesidad de tener a Scott conmigo, pero él aún estaba demasiado lejos de mí, en los brazos de Eleanor, incapaz de consolarme de cosas que ninguno de los dos podía definir con claridad. La abuela Trisha deslizó sus dedos por mi cuello; de mi cuello, pasó a los hombros, y de los hombros, a mis trenzas, que reposaban sobre mi pecho como un par de pendientes tremendamente gruesos y oscuros-, ¿por qué no traes el pelo suelto? Con lo bonitos que son tus rizos… te hacen destacar-me guiñó un ojo y yo forcé una sonrisa, aunque en mi interior acabara de caerme por el borde de una catarata.
               La abuela Trisha me dio un beso en la frente mientras entraba en casa y tiraba de las mangas de mi jersey, ocupada ahora en agasajar a Shasha.
               No podía dejar de pensar en que la razón de que tuviera que llevar mis rizos sueltos fuera porque  me hacían destacar, y si me hacían destacar era porque mis hermanas no los tenían…
               Y sabes por qué no los tienen, ¿verdad?, me susurró una voz malévola en mi interior, esa voz que se encargaba de dictar mis pesadillas, aquellas que aún tenía en la que yo me veía de nuevo envuelta en una mantita, dentro del capazo en el que me habían llevado a casa, llorando para que una puerta que se había abierto en el pasado lo volviera a hacer… pero esta vez, la puerta permanecía cerrada a cal y canto, y yo continuaba llorándole a una ciudad desierta que se negaba a salir a ayudar a un bebé indefenso como yo.

               No pasa nada, me dije a mí misma, intentando tranquilizarme. La abuela Trisha sólo quería hacerme sentir especial, hacer que apreciara las cosas que me hacían diferente precisamente porque me hacían diferente. Estaba reforzando sin pretenderlo la idea de que yo competía contra el resto de chicas, cuando la verdad era que mi belleza no tenía nada de amenazante para las de las demás, y lo reforzaba porque quería hacerme un cumplido. Recordarme esas pesadillas no era su intención.
               Pero lo había hecho igual.
               Ya necesito a Alec, pensé, palpándome el bolsillo del pantalón donde llevaba guardado el móvil, como deseando que con el mero contacto Alec supiera que debía ponerse en contacto conmigo y arrastrarme lejos de las zarzas venenosas de mis inseguridades.
               Esbocé una sonrisa que fue sorprendentemente sincera para el abuelo Yaser, que vino a darme su abrazo de oso reglamentario. Me levantó del suelo y me cubrió de besos mientras yo me echaba a reír y Duna saltaba a nuestro lado, con las manos levantadas, exigiendo que el que acababa de tener para sí se repitiera.
               Me sentía segura en brazos del abuelo como lo hacía en brazos de papá y de Scott. Cuando él estaba cerca, nada podía hacerme daño. Puede que tuviera algo que ver con el hecho de que los rasgos de Scott fueran heredados de papá directamente, y que papá, a su vez, hubiera sacado toda su apariencia del abuelo. Descendían del mismo punto, eran la misma cosa: tronco, ramas y hojas del mismo árbol con raíces en Pakistán.
               -¿Y el heredero?-preguntó el abuelo, frunciendo el ceño y mirando tras mamá para asegurarse de que Scott no se había quedado rezagado. En Bradford, se referían a Scott cariñosamente como “el heredero” porque era el único que sería capaz de transmitir nuestro apellido a la siguiente generación, perpetuando el apellido Malik más allá de la nuestra.
               Además, técnicamente… Scott, Shasha, Duna y yo éramos los únicos Malik de nuestra generación. El resto de nuestros primos tenían los apellidos de sus respectivos padres, con lo que la esperanza de que el apellido no se extinguiera recaía sobre mi hermano. Quien, por otra parte, tenía todas las papeletas para volver a diversificarlo como lo había estado en la familia del abuelo.
               -De luna de miel-explicó papá, poniendo los ojos en blanco y yendo a saludar a las tías. La abuela Trisha frunció el ceño; mamá se sentó sobre el reposabrazos de un sofá y cruzó una pierna sobre la otra.
               -¿A qué te refieres?
               Mamá y papá se miraron un momento, sonrieron, y mientras mamá se miraba los pies, papá se pasó una mano por la barba.
               -Se está asegurando de que el piso del centro no tenga okupas. Y de que la cama funcione correctamente.
               -Oh-asintió la abuela. El abuelo se echó a reír.
               -En realidad, creo que la está estrenando-meditó mamá, mirando a papá. Parpadeó despacio-. ¿Te acuerdas?
               -Como para no acordarme, Sherezade-sonrió papá, y me habría encantado ver a mis padres tonteando delante de mis abuelos, pero no pudo ser, porque la tía Safaa bajó como un tornado las escaleras que conducían al primer piso y se puso a gritar al ver a su hermano. También preguntó por el mío y les explicamos durante la cena a qué se había ocupado Scott.
               A alguien se le ocurrió que sería buena idea poner vídeos caseros de la familia cuando era bastante más pequeña, tanto en edad como en tamaño, para tener a Scott presente a pesar de que no estaba allí. Una de mis primas, Jazz, con la que Scott se había enrollado el año pasado, fue la encargada de ir saltando de vídeo en vídeo, sentada al lado del televisor con el portátil entre las rodillas.
               Sé que no debería, y la verdad es que no entendía por qué lo hacía, pero no dejé de pensar durante todo el espectáculo de niños pequeños correteando y siendo monísimos, niños que ahora eran padres o madres, lo injusto que era que yo no tuviera una ecografía como la tenían ellos. Lo injusto que era que mi vida empezara el 1 de mayo, cuando me habían adoptado, y no el 26 de abril, cuando había venido al mundo realmente.
               Cada vez que se anunciaba un embarazo o se pasaba una ecografía grabada, ya fuera de mamá o de alguna de mis tías, yo me mordisqueaba la cara interna del carrillo y tenía que aguantar mis ganas de llorar. ¿Qué me pasaba? Antes de esa noche, jamás había sufrido estando con mi familia y viendo vídeos de la infancia de mis padres o de mis primos. Jamás me había preocupado durante más de un minuto el hecho de que mi familia tratara  de hacerme sentir especial por ser diferente.
               Sospechaba que esa sensibilidad tenía nombre y apellidos. Alec estaba haciendo que hablara de cosas que ni siquiera me reconocía a mí misma frente al espejo, y aunque me sentía liberada con él, tampoco disfrutaba en exceso de la sensación de vulnerabilidad.
               Quizá fuera por tener con quién hablar por fin de mis orígenes sin que me interrumpiera para decirme lo mucho que me querían en casa, cosa que yo ya sabía, o quizá se debía a que por primera vez yo era la hermana mayor. La pieza fundamental de mi familia, sobre la que se había construido todo nuestro hogar, no estaba con nosotros.
               Echaba muchísimo de menos a Scott. Y la forma que tenía de añorarlo era diciéndome  a mí misma que sin él, ninguno de nosotros teníamos sentido. Y mi falta de sentido pasaba por mi falta de coincidencia de ADN con papá y mamá.
               Suerte que ellos estaban allí para salir a mi rescate, y cuando más revuelta emocionalmente me sentía, papá salió a cuidarme. Se sentó a mi lado, haciéndose hueco entre Waliyha y Khadija, y me acarició la cintura cuando salió un vídeo de nosotros dos cuando yo era pequeña. Mamá estaba embarazadísima, se la veía en el reflejo del espejo del baño, y se reía mientras papá me sostenía en brazos, yo vestida con uno de esos albornoces de colores que perfectamente pueden usarse en Halloween, y él con una toalla anudada en la cintura, sujetándome con fuerza mientras fingíamos que cantábamos a nuestro reflejo en el espejo Girls like you.
               -Trying to get way up-cantaba Adam Levine en su canción, que sonaba por los altavoces.
               -Oh, ooh-gesticuló una versión poco más pequeña y cien veces más mona que yo ahora mismo, separándome un poco de papá y poniendo los labios como si fuera a soplar en un pompero, cual lobezno a la luna llena.
               Mi gesto era coreado por las carcajadas de mamá, papá, y Scott, que pululaba por detrás de nosotros dos, mirándonos al espejo con absoluta fascinación. Miré a papá, que me miró también a mí; me puso una mano en la rodilla con infinito cariño y me guiñó un ojo.
               Mi pequeñita, decía ese gesto.
               Y todos mis miedos y mi dolor por esa noche se disolvieron de un plumazo. Estaba donde quería estar. Estaba donde debía estar. La sangre es más densa que el agua, pero un lazo une más que un reguero, aunque éste sea de sangre.
               Disfruté de mi estancia en Bradford hasta la última noche. Scott se reunió con nosotros el lunes en vez del domingo porque había decidido alargar sus vacaciones con Eleanor un poco más. A pesar de que la abuela no dejó de lamentarse de que vería a su nieto poquísimo cuando le dimos la noticia de que había pospuesto su llegada, en el momento en que Scott se bajó del coche del abuelo (sin echar el freno de mano), que fue quien había ido a buscarle, todo el rencor que le hubiera podido coger al mayor de sus nietos biológicos se evaporó.
               Ojalá pudiera decir que yo no dejé de estar molesta con él por no estar con nosotros y preferirnos a Eleanor nada más verlo, pero el abrazo que me dio era jugar muy, muy sucio. Scott me achuchó con fuerza y me dio un beso en la cabeza, y a mí se me olvidaron todas las afrentas que había ido acumulando. La miríada de debería que se fueron reuniendo con cada cosa que sucedía el fin de semana que pasamos separados se espachurró con nuestro abrazo. Debería haber estado aquí para comer manzana caramelizada y terminarse la mía; debería haber estado aquí para robar un poco de turrón de la cocina y compartirlo en la cama antes de acostarnos; debería haber sido él contra quien me acurrucara por la noche, y no contra Shasha; debería haber estado tirado a mi lado, dándome mimos mientras superaba las náuseas que me produjo la píldora del día después al día siguiente de tomarla; debería, debería, debería… todo eso desapareció en el momento en que mi piel volvió a entrar en contacto con la de mi hermano, y pude sentir la presión del hierro de su piercing en mi cabeza cuando me depositó un suave beso.
               Con Scott cerca, nada podía hacerme daño.
               O eso pensaba yo.
               Porque estuve bien hasta el último día, cuando estaba en la cocina con los abuelos, viendo cómo terminaban de preparar la cena. Dado que nos iríamos a la mañana siguiente para poner rumbo a Burnham y pasar allí el 25 de diciembre, la abuela Trisha se había pasado la mañana entera cocinando, y tenía pensado que la tarde siguiera de la misma manera, mientras sus hijos y nietos pululaban por la casa, y su marido la ayudaba como buenamente podía.
               Dado que a mí me encantaba echar una mano, especialmente en la cocina, porque siempre caía algo y además me sentía tremendamente útil, allí estaba yo en modo pinche, mientras Scott y Jazz, mi prima mayor, cuidaban del resto de mis primos que jugaban en el salón. Jazz era un año mayor que Scott, fruto de una relación anterior del marido de tía Doniya, y era muy cercana a mi hermano. Demasiado cercana, diría yo.
               El caso es que allí estaba yo, entre las cacerolas y pequeñas montañas de harina de amasar bizcochos y preparar rebozados, con el móvil en la mano mientras escribía a Alec, a la espera de que mis abuelos me requirieran de nuevo. El abuelo Yaser revolvía en una olla mientras la abuela Trisha trituraba almendras, así que yo no tenía mucho más que hacer.
               No pude evitar esbozar una sonrisa cuando leí la respuesta de Alec al recriminarle yo, medio en broma medio en serio, que estuviera tardando mucho en contestarme. Le había preguntado si trataba de hacerse el difícil y de dejarme con las ganas, a lo que me contestó:
¿Verdad que estaría bien? Es lo que te mereces, porque eres MUY mala. Mira que dejarme aquí solo… y encima durante, ¿qué? ¿10 días? No tienes corazón, Sabrae.
Pero no, estoy con mi madre, preparando algunas cosas. Para que luego digas que yo no te hago caso.
               Me eché a reír sonoramente mientras tecleaba mi respuesta, complacida de que Alec hubiera cambiado aunque fuera sólo un poco, influido por nuestras interminables conversaciones nocturnas. Aunque ahora hablábamos menos, porque quería estar concentrada en mi familia y no me apetecía pasarme somnolienta todo el día (no me parecía justo para mi familia, a la que veía poquísimo), los momentos que sacábamos a lo largo del día merecían la pena. Y los dos intentábamos estirarlos en la medida de lo posible, hasta el punto de lanzarnos pullitas porque el otro “no quería hacernos caso”. Así había sido hacía un par de días, cuando le dije a Alec que hablaríamos en unos 20 minutos, cuando yo terminara de lavar los platos y colocarlos en su respectivo lugar. Le eché un poco la bronca por no colaborar en casa y dejar que toda la carga de trabajo recayera en su madre, y parece que funcionó, porque ahora, según él, ponía y recogía la mesa y fregaba los platos sin que ella se lo pidiera. Puede que, incluso, aprendiera cómo funcionaba la lavadora y sorprendiera a Annie haciendo él mismo la colada.
Así me gusta, que seas eficiente 😉
Que, por cierto, no vale eso de dejarme como la mala de la película, ¿sabes? Yo no les dije a mis padres de quedarnos tanto tiempo. Me encanta ver a mi familia, pero este año me apetecían más otras cosas.
¿Sí? ¿Qué cosas?
Estar un poco más cerca de Londres y que fuera más fácil vernos.
¿Me echas de menos? 😏
Sí, mucho 😟
¿Y tú a mí?
Me acabo de acordar de que existes.
Gilipollas
😂😂
               Bloqueé el teléfono y me mordisqueé la sonrisa para no volver a reírme. Seguro que mis abuelos se sentían mal porque no les estaba prestando la atención que se merecían.
               Claro que todo eso se me olvidó en el momento en que mi móvil pitó y en la pantalla me apareció una notificación de que Alec me había enviado un vídeomensaje.
               Lo abrí y toqué su cara para escuchar lo que me decía. Se pasaba una mano por el pelo y me guiñaba un ojo.
               -No te celes, nena, que sabes que no es verdad-casi intuí que decía de tan bajo que tenía el volumen.
Quiero que me lo digas.
               Debajo de su nombre, en letras azules, apareció “está grabando un videomensaje”.
               Y enseguida pude ver su cara enmarcada en un círculo.
               -Te echo de menos-sonrió, y me tiró un beso, y yo me eché a reír, sacudí la cabeza y me guardé el móvil en el bolsillo. Aquello fue demasiado para mi abuelo, que se volvió hacia mí.
               -¡Uy! ¿Quién es el afortunado que te tiene así, mi niña?
               -Podría ser afortunada, abuelo-le dije, acercándome a él, dándole un achuchón y arrebatándole la cuchara de madera.
               -¿A qué te refieres?-preguntó él, todo curiosidad-. ¿Qué nos quieres decir con eso, Saab?
               Sentí un pequeño tirón en el estómago. Claro, los abuelos desconocían mi orientación sexual. Sólo había salido del armario con mis padres, hacía un tiempo. Se lo había dicho a la hora de la comida, cuando ya no podía seguir sintiéndome culpable por ocultarles ese secreto. Se lo habían tomado muy bien, mamá incluso bromeó para quitarle hierro al asunto y hacer que dejara de preocuparme por si les dolía lo mucho que había tardado en contárselo soplando sobre su cuchara de la sopa y diciéndonos:
               -Yo no os he criado para que me salgáis heteros.
               -Mamá, yo soy hetero-había protestado Scott.
               -Ya, bueno, pero tú eres el mayor, Scott. Y el mayor es un poco como el borrador.
               -Como la primera canción que compones-soltó papá-. Que es un poco una mierda, pero es tu mierda.
               -Gracias, papá-ironizó Scott, alzando una ceja.
               -El caso, cariño-mamá le cogió la mano-, es que nos alegramos con que nos hayas salido medio normal.
               Papá bufó una risa nasal.
               -Sí, medio.
               Y así había quedado el tema, pero claro… con mis abuelos podía ser distinto. No sabía si les había costado aceptar que Waliyha fuera como yo; era demasiado pequeña para recordarlo. Y ellos pertenecían a otra generación.
               -Pues… que creo-decidí edulcorarlo un poco, dar vueltas para preparar el terreno, aunque de “creer”, nada. Yo sabía que me gustaban las chicas. Me habían gustado demasiado los besos que había intercambiado con Amoke cuando aprendimos a besarnos, los que habíamos intercambiado después, como para no estar dentro del colectivo queer—que me gustan las chicas. También-el nudo de mi estómago se hizo más tenso, y mis abuelos se miraron.
               Y luego, se sonrieron.
               -¿Qué pasa?
               -Nada, cielo-la abuela Trisha siguió amasando-. Que ya nos parecía que tenías mucho amor dentro como para que sólo te gustaran los chicos.
               -Trisha, ¡esto tenemos que celebrarlo!
               La abuela Trisha parpadeó y se giró hacia él.
               -Yaser, que es bisexual, no un unicornio.
               -Bueno, mi amor, pero estas cosas hay que celebrarlas, ¿no te parece? Deberíamos encargar una tarta.
               Jazz entró en la cocina en el momento en que la abuela Trisha dejaba de amasar, daba un golpe en la encimera y ponía los brazos en jarras.
               -Está bien, Yaser, ¿qué pasa? Llevas desde que dije que iba a hacer tarta de almendra de postre para esta cena sacando el tema de encargar una dichosa tarta cada vez que puedes. ¿Qué pasa? ¿No te gusta cómo la hago y la prefieres de pastelero? ¿Tienes algún problema con mi receta?
               -Con tu receta ninguno, mujer.
               -Ya, seguro-la abuela se cruzó de brazos y alzó una ceja-. A ver, dímelo claramente, Yaser, que ya son muchos años.
               -¡Que no tengo ningún problema con tu receta, mujer! Si quieres discutir, vaya que sí discutimos; yo no tengo problema alguno con eso tampoco.
               -¡Pues entonces, ¿por qué quieres encargar una tarta?!
               -¡Porque no me gusta la tarta de almendra!
               Jazz y yo nos miramos; ella recogió con disimulo un par de mazapanes y se los metió en el bolsillo de la chaqueta de lana que llevaba. Yo me retiré un poco para ponerme a su lado mientras la abuela Trisha fruncía el ceño.
               -¿Desde cuándo?
               -Pues… desde que vine de Pakistán y la probé por primera vez.
               -¿Cómo es posible que me entere ahora, después de tantos años?
               -No lo sé, Trisha, ¿cómo lo es?-inquirió el abuelo-. Porque creo que es evidente.
               -¿Vosotras sabíais algo?-la abuela nos miró a Jazz y a mí, y nos encogimos de hombros, sacudiendo la cabeza-. ¿Ves?
               -Es normal que Jasmine y Sabrae no sepan nada; al fin y al cabo, no viven con nosotros. Pregúntale a uno de tus hijos, a ver qué te contesta.
               La abuela llamó a papá, que apareció por la puerta de la cocina con mamá a su lado, dispuesta a ofrecer su ayuda.
               -¿Tú sabías que a tu padre no le gusta la tarta de almendra?
               -Sí.
               La abuela Trisha lo fulminó con la mirada.
               -¿Desde cuándo?
               -Desde siempre. Nunca la ha comido.
               -¿Lo dijo alguna vez?
               -A ver, mamá… no hizo falta. Si nunca la ha probado siquiera, yo di por sentado que no le…
               -¡Ajá! ¿Lo ves?-acusó la abuela-. ¡Jamás lo dijiste!
               El abuelo miró a papá y puso los ojos en blanco.
               -No puedo con ella, te lo juro.
               -Sherezade es igual-le confesó papá, y mamá abrió la boca, estupefacta.
               -¿Discúlpame?
               -Siempre me estás intentando dar brócoli.
               -¡Porque se me olvida que no te gusta, Zayn!
               -¿Sabéis qué?-la abuela se masajeó las sienes y tiró su delantal sobre la encimera-. Si tantas quejas tenéis de lo que os cocinamos, ¡preparad vosotros la cena! Vamos, niñas; hacedme la manicura o vuestro abuelo terminará consiguiendo que me destroce las uñas.
               -¡No, si todavía tendré yo la culpa de que no me hagas ni puñetero caso!-protestó el abuelo mientras papá se hacía cargo del guiso y mamá se inclinaba a estudiar la masa de la tarta.
               -¡Tira eso, Sherezade, no vaya a ser que a Yaser le dé asco y no pruebe bocado de la cena!-urgió la abuela, y mamá se rió entre dientes mientras el abuelo se volvía hacia papá y le soltaba:
               -Cuando tú estabas en casa besaba el suelo por donde yo pisaba, ¿te acuerdas?-papá asintió-. ¿Qué hiciste?
               -Volverme más guapo que tú, papá.
               El abuelo se envaró.
               -Ya te gustaría, crío.
               La abuela se sentó a que le pintáramos las uñas y yo de vez en cuando sacaba mi móvil y contestaba algún mensaje de Alec, bajo la atenta mirada de Jazz. Cuando terminamos y se le secó la pintura, volvió a la cocina y continuó con la cena, que el abuelo tenía muy adelantada. Incuso le hizo probar la tarta de almendra, que siguió sin gustarle, pero por intentarlo no se perdía nada.
               Fue esa noche, después de reposar la cena y charlar en pequeños grupos sentados a la mesa frente a bandejas de dulces, cuando empecé a desear por primera vez en mi vida marcharme de Bradford. Scott, Shasha, Jazz y yo nos habíamos sentado en el sofá del salón a jugar a juegos de mesa mientras el resto de la familia bien se quedaba en la mesa, hablando de política y estas historias, y los más pequeños se dedicaban a corretear por la casa jugando al pilla-pilla. Jazz se volvió hacia mí y me preguntó a bocajarro:
               -¿Quién era el chico con el que te escribías esta tarde? ¿Tu novio?
               Me revolví en el sofá, al que había subido los pies y en el que me había acurrucado mientras echábamos una partida al Monopoly. Aunque la banca ya se había hecho con todo el dinero, como no podía ser de otra manera, y la partida había terminado, Jazz y yo no nos habíamos movido del sitio, mientras que Scott había vuelto a la mesa de los mayores y Shasha dormitaba en el sillón de al lado de la chimenea, que tenía la forma del cuerpo del abuelo grabada en él. Me froté las manos contra los pantalones gorditos y asentí prudentemente con la cabeza.
               Estaba hecha un lío. Llevaba varios días dándome cuenta de que estaba comportándome con Alec como no lo había hecho nunca con ningún otro chico, ni siquiera con Hugo. Me encantaba hablar con él y contaba, muy a mi pesar, los minutos que faltaban para que nos reencontrásemos. Pero no sentía que hubiera nada tangible entre nosotros porque, si bien habíamos hablado de lo mal que lo habíamos pasado las dos semanas que estuvimos separados, no concretado qué era lo que nos unía. Estaba decidida a tener una conversación con él al respecto, porque en el fondo yo sabía que ambos queríamos lo mismo. O quería pensarlo, al menos.
               -Algo así-susurré, mirándome las manos, los surcos de las palmas en los que, si miraba atentamente y con la suficiente experiencia, sería capaz de distinguir mi futuro. Sin embargo, lo que ponía en esas líneas era un absoluto misterio para mí.
               Jazz frunció el ceño, cogió su taza de chocolate caliente, que aún ahumaba, y le dio un sorbo despacio. Lo hizo con la suficiente delicadeza como para que ni una gota de chocolate se quedara en su labio superior, a modo de bigote. En otra vida, habría dado una mano por ser como era Jazz. Alta, delgada, preciosa y perfecta, sin ninguna preocupación de lo que los demás pensaran de ella, hasta el punto de que vivía su vida sin rendir cuentas ante nadie, ni siquiera ante su padre o su madrastra.
               Esa noche fue cuando empecé a descubrir que mi prima era una mala persona.
               -¿Algo así?-repitió, un poco confusa. Dejó su taza sobre la mesa de nuevo, formando un nuevo círculo marrón sobre su servilleta, y entrelazó sus manos sobre el regazo-. ¿A qué te refieres con “algo así”?
               Shasha dormitaba frente al fuego, las llamas formando una compañía de ballet de sombras en sus caras. Scott estaba lejos, Duna correteaba con los demás niños. Jazz y yo estábamos en una burbuja de soledad y confidencias dentro de una casa llena de gente. Bien podía contarle mis secretos.
               Y, además, me apetecía hablar de Alec. Así que se lo conté todo: le expliqué nuestra relación hasta antes de la primera noche que estuvimos juntos, cómo no lo soportaba y pensaba que era un capullo y un egocéntrico, hasta que nos acostamos por primera vez y descubrí su faceta más dulce. Le conté por encima nuestros posteriores encuentros y la relación que habíamos ido tejiendo entre los dos, atándonos el uno al otro de una forma en que, cuando nos intentamos separar, en lugar de cortar nos desgarramos, como quien trata de dividir un trozo de tela en dos mitades sin tijeras y termina destrozándola y dejándola inservible…
               … como aquellas medias que Alec me había roto para poder entrar en mi interior la última vez que nos habíamos visto.
               Jazz quiso saber por qué no había querido darle ninguna oportunidad antes, por qué alguien tan cercano a mí estaba siendo un descubrimiento precisamente ahora, después de haber crecido a su lado, y me descubrí a mí misma contándole cómo era Alec con las chicas después de repasar cómo había sido conmigo a lo largo de mi vida. Empecé a excusar que me vacilara y a admitir que había veces en que comentarios inocentes suyos me habían ofendido profundamente por el hecho de salir de su boca (cuando ahora sucedía precisamente al revés, yo le perdonaría cualquier cosa que dijera con tal de que la dijera él), a que simplemente le tenía tirria porque me parecía un plasta y un chulo que se aprovechaba de las chicas. Chicas que seguramente tuviera haciendo cola en la puerta de su casa. Chicas que yo pensaba que eran de usar y tirar para él. Chicas cuyos nombres no conocía y no le importaba desconocerlos, cuyas palabras sólo eran legítimas cuando gemían su nombre mientras él las embestía. Chicas cuyos cuerpos sólo existían allá donde él las acariciaba, cuyas piernas sólo servían para abrirse ante él y no para caminar.
               Chicas que sólo existían para su placer, su uso y disfrute, algo así como el accesorio de lujo que acompaña al preservativo.
               Jazz frunció ligeramente el ceño, sus ojos entrecerrados, sus pestañas larguísimas y tupidas uniéndose hasta hacer una cordillera de cuchillos de ébano tremendamente afilados.
               -¿Has tenido otro novio?-me soltó a bocajarro cuando yo terminé de contarle cuál era el deporte favorito de Alec, confirmado por los rumores que circulaban sobre él y mi propia experiencia, pero no por él mismo: follar.
               Y, si ya había hecho cosas que me dejaran atónita esa noche, lo que hice a continuación estaba directamente a otro nivel: negué con la cabeza.
               Ojalá pudiera excusarme en que quería conservar lo que había tenido con Hugo, mi primer amor, para mí. Guardar un pedacito de lo que había sido descubrirme a mí misma a través de sus ojos. Ojalá pudiera decir que no quería que Jazz se enterara de lo nuestro. Pero la realidad era muy diferente.
               Negué con la cabeza porque no sentía que lo que había tenido con Hugo tuviera comparación con lo que podría tener con Alec. Mientras que Hugo había sido el chispazo de una hoguera, Alec era un incendio forestal. Hugo había sido una cálida mañana; Alec, un amanecer.
               Hugo tendría mi virginidad y yo jamás podría recuperarla, pero había algo que Alec nos había robado a ambos: mi despertar sexual.
               Mi primer orgasmo le había pertenecido a Alec.
               Y la primera vez en que disfruté de verdad con el sexo oral, había sido con Alec.
               Donde Hugo era una brisa, Alec era un huracán. Y yo me sentía como una cría de gaviota presta a extender las alas y zambullirme en la tormenta.
               ¿Cómo de miserable hay que ser para renegar del chico con el que te diste tu primer beso, con el que descubriste lo que era el sexo, con el que descubriste lo que es el amor, en favor del hombre que te hacía gritar con fuerza cada vez que entraba en ti, cuyas ganas incluso podían llegar a hacerte daño?
               Puede que fuera por eso por lo que le dije a Jazz que no había tenido novio antes que Alec, al margen de porque fuera una mentirosa y una desconsiderada: porque Hugo era un chico, pero yo consideraba a Alec un hombre.
               Mi hombre.
               Jazz me puso una mano en la rodilla y me sonrió con calidez.
               -Pues entonces… no empieces con éste.
               Su consejo me dejó sin aliento. Había escuchado con una sonrisa en los labios cómo yo me explayaba hablando sobre Alec y lo bien que me hacía sentirme, ¿y ahora me salía con esas?
               Había habido momentos en los que había contenido para no seguir hablando bien de él, incluso metiéndole alguna que otra pulla, por la forma que tenía mi prima de mirarme y sonreír. Como si lo deseara. Como si estuviera preparando el terreno con mi disertación para plantarse en Londres y quitármelo, a pesar de que Alec no me perteneciese.
               A todas las chicas de mi entorno les gustaba Alec, y mi prima no iba a ser una excepción. O eso pensaba yo.
               -¿Por… por qué?-tartamudeé, estupefacta, retorciéndome las manos y clavándome las uñas en las palmas. ¿Qué había leído entre líneas Jazz que yo era incapaz de ver? ¿Qué detalle se me escapaba sobre el que ella había puesto toda su atención?
               Mi prima cogió de nuevo su taza de chocolate y dio un sorbo, disfrutando de mi tensión.
               -Pues… porque…-se relamió los labios y la dejó sobre la mesa de nuevo-, tal cual me lo has descrito, este tío es un figura. Te está embaucando. Eres una presa particularmente difícil de conseguir. Un reto. A los tíos les gustan las chicas así. Pregúntale, si no, a tu hermano.
               ¿Que le pregunte a mi hermano?, me habría gustado decirle. ¡No lo dirás por ti! Todos sabemos que prácticamente te abalanzaste sobre Scott en cuanto él dio una mínima muestra de interés por ti.
               -Alec no… él… su interés es sincero. Yo no soy una presa fácil.
               -¿Te lo ha dicho él?-rió Jazz, cogiendo de nuevo su taza.
               -Es horrible, esa palabra-medité, tirando de las mangas de mi sudadera-. Presa. Él no es ningún cazador, ni mucho menos.
               -¿Tú crees? No lo sé, Saab, pero por lo que me has contado sobre él, no es precisamente un santo.
               -Te equivocas. Él es bueno. Es muy, muy bueno-es mejor que Scott, me habría gustado soltarle, pero me mordí la lengua en el momento justo. No era justo decir eso de mi hermano.
               Por mucho que yo lo pensara.
               -Sí, eso es de lo poco que me ha quedado claro de él. Aunque… más le vale. Si ha estado con tantas chicas…-dio otro sorbo, alzó las cejas y apartó la mirada, como diciendo eres tonta por no darte cuenta de que te la está metiendo doblada.
               -Pero las trataba bien. A mí me trata bien.
               -Y no lo dudo, tesoro-me tomó una mano y me la apretó con cariño, como haría una maestra con su joven aprendiz-. Sólo digo que este chico, este tal Alec… no merece la pena que intentes nada con él. Está claro que la cagará. No puedes capturar a un abejorro, y a este chico le gusta demasiado ir de flor en flor como para que yo piense que es una simple hormiguita trabajadora.
                -Me ha dicho que no va a estar con más chicas-le defendí, a la desesperada. Él era un huracán, yo una cría de gaviota aprendiendo a volar, y… y… todavía no tenía la suficiente experiencia como para enfrentarme a esos vientos.
               No va a hacerme dudar. Jazz no va a hacerme dudar. Le quiero. Y él me quiere a mí. La forma en que me mira… su manera de besarme… eso no puede fingirse. Sus sentimientos son tan reales como la flor que me regaló.
               Los ojos se me llenaron de lágrimas, y parpadeé intentando contenerlas. De momento, conseguí no derramar ninguna; otra cosa era que Jazz pudiera ver lo confusa que estaba a través de la cortina que me nublaba la vista.
               -¿Te lo ha dicho él?
               -Me lo ha prometido-jadeé, expulsando todo el aire que no supe que estaba conteniendo, de un golpe. Shasha se revolvió en el sillón, la manta que la cubría y que Duna le había puesto por encima con cuidado y mucho esfuerzo se deslizó por su torso.
               -¿Y tú te lo crees?-prácticamente se mofó Jazz, y yo me sentí una niñita estúpida, tonta y crédula por confiar en Alec. Todo el mundo sabía que los chicos como él sólo querían una cosa, meterse en tus bragas, y una vez que lo hacían pasaban de ti. Te dejaban rota y utilizada en un rincón, donde fuera fácil apartar la vista y no verte.
               El corazón me dio un vuelco, acusando mi dolor. Dividida como estaba entre dos mitades de mí misma, no sabía cuál era peor: la Sabrae que se sentía traicionada, abriendo los ojos por primera vez en mucho tiempo; y la Sabrae que se sentía miserable por albergar una sombra de duda con respecto a Alec.
               La confianza es lo más valioso que pueden tener dos personas, le escuché decir en mi mente, y eso fue una tabla del naufragio a la que decidí aferrarme con fuerza. Sorbí por la nariz y clavé los ojos en Jazz.
               -Confío en él-constaté, y Jazz soltó una carcajada cínica, lobuna.
               -Pobre de ti. Los chicos no son de fiar. Todos ellos mienten. Hasta Scott.
               -Scott no tiene nada que ver en esto.
               -Scott le ha mentido este fin de semana a su mejor amigo, con el que lleva unido desde que nació, sólo por echar unos cuantos polvos-acusó Jazz-. ¿Qué te hace pensar que este tal Alec va a ser más sincero contigo, que llevas tirándotelo un mes, que Scott con Tommy?
                -Jasmine-la interpeló una voz a nuestro costado, y las dos nos volvimos para mirar a su dueño. A pesar de que yo la reconocería entre un millón, el corazón me dio un vuelco al constatar que Scott efectivamente estaba allí, de pie, con las manos caídas al costado, manando confianza en sí mismo. Detrás de él se situaba Shasha, a la que yo no había visto levantarse. Un rápido vistazo a su sillón y la manta que reposaba en el suelo, arrugada y pisoteada, me permitió confirmar la teoría que elaboré en apenas un segundo: Shasha se había despertado y había ido en busca de Scott en cuanto vio la conversación que estaba manteniendo con Jazz. Y Scott había acudido raudo y veloz.
               No en vano su inicial coincidía con la de Superman.
               -Para hablar de mis amigos-continuó mi hermano, ante la mirada gélida de nuestra prima-, te rogaría que primero te lavaras la boca. Con ácido. Sólo para asegurarnos de que está bien desinfectada.
               -¿Te ha molestado que saque el tema de tu novio con Sabrae?
               -No me mola escuchar que nadie habla mierda de mis amigos. Y Alec es mi amigo-constató con voz gélida, y Jazz puso los ojos en blanco y se inclinó hacia su taza. Scott se volvió hacia mí y sus rasgos se dulcificaron cuando me tendió la mano-. Vamos, peque. Me debes una noche de amor fraternal.
               No necesité que me lo dijera dos veces. Me levanté de aquel sofá infernal como alma que lleva el diablo y troté escaleras arriba, en dirección a una habitación, la que fuera. No podía estar en el salón ni un minuto más, no con Jazz, no con toda la familia, no con mis dudas.
               Me senté en la cama un segundo y, cuando Scott y Shasha me alcanzaron, me puse de rodillas sobre el colchón y me dediqué a mirar por la ventana. Me daba vergüenza mirar a mis hermanos por temor a que descubrieran el torrente de emociones que había en mi interior. Me daban vergüenza mis dudas. Me daba vergüenza lo poco profunda que la confianza que había depositado en Alec resultaba ser. Y estaba segura de que Scott sería capaz de ver esas dudas en cuanto nuestros ojos se encontraran.
               Miré la Luna, que brillaba con furia en aquella noche de ambiente falsamente navideño. Shasha me acarició los hombros, Scott cerró la puerta, y yo me eché a llorar. Mi hermana me acunó contra su pecho, retirándome del alféizar de la ventana, y me dio un beso en la cabeza. Scott, por su parte, se quedó en la puerta, dándonos espacio.
               -¿Qué te ha dicho?-quiso saber, y yo sacudí con la cabeza.
               -Jazz es gilipollas-gruñó Shasha.
               -Muy gilipollas-concedió él.
               -Escucha a Scott, que habla con conocimiento de causa-soltó Shasha, y miró a Scott con intención. Nos echamos a reír; yo, entre lágrimas, Shasha, nerviosa, por si la jugada no le salía bien. Scott puso los ojos en blanco y se acercó a nosotras dos.
               -Algún día serás una adolescente alocada con las hormonas revolucionadas y te apetecerá hacer cosas con morbo como, no sé, follarte a tus primos. Todos tenemos una etapa en la que somos imbéciles, la diferencia está en que yo ya la he superado y tú llevas en ella prácticamente desde que aprendiste a hablar.
               -Hay que tener mal gusto para liarse con alguien como Jazz.
               -Tiene unas tetas de cine-Scott se cruzó de hombros-, pero, ¿podemos dejar de hablar de ella y centrarnos en Sabrae, por favor? ¿Qué es lo que te ha dicho, peque?
               Sacudí de nuevo la cabeza y escondí la cara.
               -Estaban hablando de Alec-informó Shasha, y escuché la sonrisa de Scott.
               -Menuda feminista de medalla-se cachondeó mi hermano-, hablando de un tío en lugar de la opresión estructural a la que os veis sometidas las mujeres. Te tendría que dar vergüenza.
               -El patriarcado es algo serio, Scott-acusé, girándome y mirándolo.
               -Ya lo sé-se encogió de hombros-, pero esto, también.
               -Es una tontería.
               -¿Desde cuándo tú lloras por tonterías? Nada de lo que te haga sufrir es una tontería. No para mí. ¿Qué te ha dicho?
                Sorbí por la nariz, tomé aire y me enfrenté a la mirada de mi hermano. Aquellos ojos eran demasiado parecidos a los de mamá como para no sentirse intimidada y a la vez totalmente protegida. Mamá no juzgaba en su forma de mirar, y Scott había heredado sus ojos, así que Scott tampoco podía juzgar.
               -¿Crees que Alec me está utilizando?
               Scott rió entre dientes, se mordió el piercing, se frotó la cara con las manos y exhaló un bufido. Puso los brazos en jarras y clavó su mirada en mí.
               -¿Eso te ha dicho esa gilipollas? La mato.
               -Scott-casi supliqué, y él puso los ojos en blanco.
               -¿Crees que yo dejaría que Alec te utilizara, Sabrae?
               Ahí estaba. La calma.
               Acababa de llegar, milagrosamente, al ojo del huracán.
               Todo lo que Jazz me había dicho de Alec tenía perfecto sentido si sacábamos un elemento crucial de aquella mezcla: Scott, mi hermano, conocía a Alec. Scott era amigo de Alec. Scott sabía lo mío con Alec.
               Y Scott no había movido un músculo para intentar separarnos.
               Ergo…
               … todas aquellas dudas de mierda que Jasmine había intentado transmitirme no eran más que eso. Dudas de mierda. Scott me protegería, aquí y en la otra punta del universo.
               Scott se sentó al borde de la cama y me cogió la mano.
               -¿Es que no te llegaron los millones de mensajes que te envió estando borracho la última vez que salí con él? Porque prácticamente no soltó el móvil en toda la noche. Vaya lo que le dura la batería, al golfo éste.
               -Sí-murmuré, un poco cohibida.
               -¿Y tú te piensas que Alec tiene tantas luces como para seguir camelándote estando borracho? Por favor, Sabrae. Que se sentó en el suelo en medio de la pista cuando empezó a sonar Jason Derulo, porque se supone que sólo puede bailarlo contigo.
               Miré a Shasha en busca de algún tipo de apoyo moral. Puede que Scott estuviera diciendo eso para proteger a su amigo y su reputación. Yo no lo creía, pero… cuando estás desesperada y todo te parece negro, tu cerebro se las apaña para oscurecer al nivel de las tinieblas incluso al gris perla.
               Shasha asintió con la cabeza, como diciendo sí hija, sí, al ver mi expresión.
               -Alec es muchas cosas. Es testarudo, es pasota, es faltón e incluso un poco prepotente. Pero, ¿sabes qué es, sobre todo?
               -¿Cojonudo eligiendo a sus amigos?-ironicé, poniendo los ojos en blanco, y Scott se echó a reír, negó con la cabeza y me apartó un mechón de pelo de la cara. Tras colocarme el rizo detrás de la oreja, continuó:
               -Un bocazas. Un bocazas de manual. Si hubiera un campeonato, lo descalificarían porque pensarían que se dopa. Dice todo lo que piensa sin pensarlo. ¿Sabes en qué lo convierte eso? En alguien totalmente sincero. Transparente, diría yo. Todo lo que piensa, te lo va a soltar, pero tiene ese don increíble que sólo tiene una persona entre un millón de decir sólo cosas buenas. Las malas, las que hacen daño, jamás se le escapan. ¿No te ha dicho que le importas? ¿Que le gustar estar contigo? ¿No se queda hablando contigo hasta las tantas y se toma tazones de café por las mañanas porque no le dejas dormir? ¿No busca excusas tontas para venir a buscarte a casa?
               Me mordisqueé el labio y asentí con la cabeza.
               -Todo eso es de verdad, Saab. No se está aprovechando de ti. Cuando está contigo, está sólo contigo. Y tú consigues que esté también contigo incluso cuando no estáis juntos. Me vio con Eleanor este fin de semana, ¿te lo dijo?-abrí los ojos y negué con la cabeza-. Eso es porque yo se lo pedí. Y me preguntó por ti un montón de veces. Quería saber si estabas en Londres. ¿Tienes idea de la cantidad de veces que ha preguntado por una chica?
               -¿Muchas?
               -Ni una sola vez, Saab. Vamos, pequeña. Que te va a acompañar a casa, que te regala flores, que te trae paquetes a pesar de que no estés en su zona asignada, y ha dejado de dormir por las noches para poder estar contigo. ¿Y tú me preguntas que si te está utilizando?
               -Es que… Jazz… yo… no le digas nada, por favor.
               -Porque es verdad. Te está utilizando-comentó Scott, y yo me lo quedé mirando con el corazón en un puño-. Para enamorarse de ti.
                

Mamá se volvió para mirarme cuando escuchó que me acercaba a la cocina. A pesar de que aún era por la mañana, ya estaba en plena faena preparando la cena de por la noche. Para ella, Nochebuena era el día más especial del año, porque suponía reunir a sus tres hijos en torno a la misma mesa, tenernos a todos juntos aunque fuera sólo por unas horas.
               Yo normalmente me levantaba tarde, casi a la hora de comer, no sólo porque el trabajo me dejaba agotado sino también porque acostumbraba a salir del 23 por la noche, aunque no trasnochara tanto como solía hacerlo. Ese año no había sido diferente: había ido a tomar algo con el grupo, o por lo menos los que se habían quedado en Londres, y después de bailar un poco había regresado a casa a eso de las 3, mucho antes de lo que tenía a mi madre acostumbrada.
               Por eso no dejaba de ser sorprendente que, después de coger un donut recubierto de chocolate de la encimera y tomarme un vaso de leche, me acercara a mamá y le diera un beso en la mejilla. Le dejé una marca de chocolate que le borré con la lengua mientras ella se reía.
               -Buenos días, mi amor-canturreó, ilusionada, preparando una mezcla viscosa que sólo podía ser la salsa de frutos rojos en que tenía pensado servir el pato.
               -¿Fé faces?-inquirí con la boca llena, un poco esperanzado porque eso fuera nuestra comida, y no lo que tenía pensado servirle al gilipollas de Aaron. Mamá puso los ojos en blanco.
               -No hables con la boca llena, Al.
               -¿Es la cena?
               Mamá asintió con la cabeza, golpeó repetidas veces la cuchara de madera contra el borde de metal de la olla y la empujó para que se hiciera a fuego lento.
               -Ya sabes que me gusta prepararlo todo con calma-murmuró, frotándose las manos contra el delantal y estirando los dedos, observando la cocina. Asintió con la cabeza y se inclinó a por harina y leche para la tarta que tenía pensado hacer. Todos los años era la misma: con una capa turrón en la base y una de chocolate sobre bizcocho haciendo de cobertura, mi madre preparaba un flan y lo montaba con una maestría digna de la mujer de un arquitecto que había aprendido el oficio de su marido a base de verlo esbozar planos.
               -Te ayudo-me ofrecí, metiéndome la mitad que me quedaba del donut en la boca y empujándolo por mi garganta con un sorbo de leche. Mamá alzó las cejas.
               -Cualquier día te vas a ahogar, Alec.
               -No tendrás esa suerte.
               -Alec-protestó, severa, poniendo los brazos en jarras. Le arrebaté el trapo que tenía en la mano y sequé los platos que había en el fregadero, apilados con esmero, para dejarnos más espacio a mamá y a mí. Mamá se me quedó mirando, atónita. No la tenía acostumbrada a embarcarme en las tareas de la casa, y menos cuando se suponía que estaba cansado por trabajar y por divertirme, así que todo esto era nuevo para ella. Igual que para mí, tenía que decir.
               Pero había hablado largo y tendido con Sabrae durante nuestras vacaciones, todo lo que mis descansos daban de sí, y nos habíamos puesto al día. Me había dicho en una ocasión que tenía que dejarme un momento, durante mi pausa para comer, porque tenía que hacer una tarea en Bradford, a lo que yo había contestado:
¿Ayudas a tu madre también ahí?
               No es que me sorprendiera la tendencia a colaborar de los Malik. De hecho, me parecía lógica. Al fin y al cabo, tanto Sherezade como Zayn trabajaban, y en su casa vivían dos personas más de lo que lo hacían en la nuestra. Sherezade no podría llevar la casa y su trabajo ella sola, y estaba claro que, siendo una mujer de armas tomar como era, no iba a renunciar a su fructífera carrera profesional por lavarle los gayumbos al fantasma de Scott. Así que todos arrimaban el hombro.
               Pero, aun así, me costaba entender por qué estando de vacaciones, en una casa ajena, Sabrae tenía que trabajar también. ¿No iba eso en contra de todo el código de la hospitalidad? Mamá no dejaba que ningún invitado suyo moviera un dedo para echar una mano en su casa. Si lo hacía fuera era porque le gustaban hacer las tareas del hogar, pero…
No, lo que pasa es que yo COLABORO en casa, y ahora mismo estoy en casa. Así que me voy a poner la mesa. Hablamos después si quieres.
               Vale, puede que me la hubiera metido doblada cuando puso la palabra “colaboro” en mayúsculas y cursiva, pero yo no iba a entrarle al trapo. La echaba demasiado de menos como para arriesgarme a provocar una pelea y que ella no me hablara por varias horas. Bien sabía Dios lo que me costaba no enviarle un mensaje cada vez que me detenía en un semáforo.
Bueno, chica eficiente, cuando termines de COLABORAR me avisas y seguimos hablando. Si no estoy currando, claro.
               Su respuesta me llegó mientras hacía un reparto, y abrí el mensaje mientras esperaba a que el ascensor del piso al que iba viniera a recogerme.
Ya he terminado de COLABORAR, criatura. ¿Qué tal la economía del país?
Boyante.
Jamás habría sospechado que conocieras esa palabra.
Ni yo que serías tan buena hija y ayudarías a mamá incluso fuera de casa.
Yo no “ayudo a mamá”, Alec. Que tú seas un consentido y un egoísta que no echa una mano en casa no quiere decir que yo ayude a mi madre. Vivo en el mismo sitio que ella, así que mi casa también es mi responsabilidad.
Ahora me dirás que tengo que hacer yo la comida después de una durísima jornada de trabajo.
Hombre, pues no estaría mal, porque seguro que ni sabes freír un huevo.😂
Puedo pasar perfectamente sin freírme un huevo, muchas gracias. No me voy a morir de hambre; preparo unos fideos instantáneos de rechupete.
Dirás que los preparan las multinacionales.
Como te digo, la economía del país es boyante. Inglaterra no se irá a la quiebra si a mí me da por coger algo en Tesco.
               Llegó el ascensor y me metí dentro.
Ya. Al margen de eso, ¿sabes hacer algo más en casa?
Me hago la cama.
¡Toma ya, con el sultán! Y yo que pensaba que me estaba acostando con un chico normal y corriente, ¡y resulta que estoy liada con un miembro de la realeza!
¿Qué parte de mi cuerpo te parece más regia? 😉
Alec.😒
               Me encantaba cuando ponía solamente “Alec”. Me hacía recordar su forma de decir mi nombre. Cómo lo gemía mientras estaba dentro de ella, o comiéndomela, o acariciándola. Dios, definitivamente mi nombre era la palabra más erótica que se hubiera inventado nunca.
¿A ti no se te cae la cara de vergüenza? Tienes 17 años, deberías dejar de tener tanto morro.
¿Discúlpame? ¿Yo tengo morro? Que yo sepa, mi madre no tiene queja ninguna de cómo me comporto. Bueno, más allá de los estudios, quiero decir. Pero en eso, poco podemos hacer. Si no me da la cabeza para más, pues no me da.
Sí te da. Y no cambies de tema. Como me entere yo de que no le levantas la carga de trabajo a Annie, tú y yo vamos a tener más que palabras.
Vale, ¿y qué sugieres que haga? Porque mi madre realmente no hace nada.
               En cuanto recibió mi mensaje, se puso a teclear, y yo sabía que estaba con las mayúsculas activadas, así que me apresuré a seguir con mi mensaje.
Es decir, yo estoy yendo al instituto y a trabajar, ¿y me estás diciendo que después de eso tengo que ir también a ayudarla a limpiar, y todas esas historias?
Que a ver, es mi madre. Si quiere que la ayude, yo evidentemente le echo una mano, pero es que yo ya hago mis cosas, y ella hace las suyas. Tenemos así repartidas las tareas.
               Sabrae dejó de escribir por un instante, borró todo su texto y comenzó de nuevo para rebatir todos y cada uno de mis argumentos.
Ser tu madre no es su trabajo, Alec. Además, ella está haciendo las tareas de la casa. Y tú también estás en esa casa, así que lo lógico sería que COLABORARAS. Yo colaboro en casa, y no “ayudo a mi madre” porque no le estoy haciendo ningún trabajo a mamá. Ella no es la única que vive en casa. Yo también me beneficio de todo lo bueno que pase en casa y del mejor estado en que se encuentre, así que tengo que trabajar en ella igual que trabaja mamá, o papá, o mis hermanos.
               Me quedé mirando su texto, pensando en cómo responder, como si su lógica no fuera irrefutable. Con el tiempo aprendería que lo mejor era darle la razón y no meterme en una discusión, porque jamás ganaría.
               Y creo que empecé a aprenderlo ahí.
Ok.
Voy a hacer una entrega.
Chao.
¿Te has picado?
               Bloqueé el teléfono y me dirigí hacia la puerta, sin contar con que Sabrae me enviaría otro mensaje mientras preguntaba por el destinatario. Cuando le pasé el móvil para que me echara una firma, el nombre de Sabrae apareció en la pantalla y bloqueó el proceso de recepción. Tuve que activar el modo No molestar y reiniciarlo todo otra vez.
               Para cuando me metí en el ascensor, tenía treinta mensajes de ella, todos variantes de “¿estás enfadado?”, “no te piques”, y sucedáneos.
               El último de ellos era un videomensaje de ella retozando en una cama, tumbada boca abajo y mordisqueándose los dedos mientras sonreía. Hizo un puchero y ronroneó:
               -Pero noooooo teeeeeeeeee piiiiiiiiiiiiqueeeeeeeeeeeeees, jooooooooooo, Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaal.
               Soltaba una risita adorable, me guiñaba el ojo, y ahí se acababa el vídeo.
               Algo me empujó por un lado, aprisionándome. Las puertas del ascensor. Me había quedado clavado como un gilipollas mirando el vídeo en silencio de Sabrae en bucle en plena puerta. Las hojas podrían haberme aplastado como si fuera un chicle en el asfalto.
               -No me he picado-le respondí en un audio-, es sólo que tengo que trabajar, Sabrae. Y, vale, me parece muy fuerte que me digas que soy un vago y un egoísta.
               -No te he llamado vago-respondió ella de la misma forma-. Sólo te he llamado egoísta.
               -Sigue, que lo estás arreglando, nena.
               -Piénsalo así-me instó, y un rumor me hizo saber que se había echado el pelo hacia atrás y se había sentado a lo indio, como solía hacer cuando estaba a punto de darme uno de sus sermones de te voy a cambiar la forma que tienes de ver la vida y ni siquiera lo sabes-. Tu madre es una persona. De carne y hueso. Le apetece hacer muchas cosas que no puede porque no tiene tiempo libre. Como… no sé. Hacer crucigramas, leer, ver una serie, o cuidar de sus plantas. Me dijiste que le gustaban sus plantas, y que en invierno las abandona un poco. Me pregunto por qué será.
               -A mi madre ya le encanta cocinar. Eso cuenta como hobby-rebatí-. Y a las plantas no las cuida en invierno porque se mueren todas.
               -¿En un invernadero?
               -El ciclo de la vida.
               -¿Y no será porque en invierno tiene muchísima más comida que preparar, al margen de limpiar la casa para las visitas, y demás?
               Me había quedado clavado en el sitio. Me quedé mirando el móvil y toqué el icono de llamada. Sabrae no tardó ni un segundo en responder.
               -¿Me estás diciendo que descuida las plantas por mi culpa?
               -No por tu culpa, pero no es normal que en un invernadero se mueran unas flores, sea la época que sea. Estos días hay mucho que hacer, Al. No te cuesta nada echar una mano y quitarle trabajo, ¿no te parece? No te estoy diciendo que friegues la casa con tu cepillo de dientes, pero… no sé. Lava los platos tú, tiende tú la ropa… seguro que se te ocurre algo.
               -Ya. ¿Cuándo vuelves?
               -El 28.
               -Joder. El puto 28. No me lo puedo creer-bufé-. Tienes un sentido de la oportunidad pésimo, ¿lo sabías, bombón?
               -Algo me habían dicho, sí-se echó a reír-. ¿Tienes libre la noche?
               -Depende, ¿por qué? ¿Quieres hacer Skype?
               -Pues sí. Tengo la habitación para mí sola. Podríamos repetir lo del viernes-ronroneó, y yo me perdí ahí.
               Al final no hicimos nada. Para mi desgracia.
               Pero ella ya había conseguido lo que quería: hacer de mí un hijo decente que ayudaba a su madre.
               -Va en serio, mamá-aseguré, y ella alzó una ceja, incrédula-. Quiero ayudarte.
               -Pero, cariño… Aaron no te cae bien-murmuró, porque llevaba unos días muy raro: recogiendo yo la mesa, poniéndola, lavando los platos, recopilando toda la ropa sucia y dejándola en el cesto del cuarto de la lavadora para ahorrarle trabajo… incluso me había dado por pasar la aspiradora el martes porque Trufas se estaba dedicando a soltar pelos como un poseso. Había tenido que explicarme cómo montarla, porque estos aparatos los hacen a prueba de tíos. Me sentí gilipollas siendo capaz de montar una moto y luego no pudiendo adivinar dónde coño iba el depósito del agua de la aspiradora, suerte que mamá fue paciente y me lo enseñó.
               El caso es que una cosa era que yo la ayudara a ella por ser ella y otra muy diferente era que le adelantara trabajo en algo de lo que Aaron iba a disfrutar. Decir que mi hermano me caía mal era quedarse muy, muy corto, y mi madre en el fondo lo sabía: si Aaron estuviera en llamas y yo tuviera un vaso de agua y yo no tuviera ni una gota de sed, me lo bebería igual, sólo por el mero placer de ver a mi hermanito del alma arder.
               -Ya, pero yo te quiero más de lo que no soporto a Aaron-creo que mamá agradeció que tuviera el detalle de no decir odio-, así que… quiero ayudarte, mamá. ¿Qué puedo hacer?
               -No tienes necesidad de… seguro que estarás cansado. Han sido unos días muy intensos para ti. Y no es que duermas mucho, precisamente-me escrutó con la mirada, estudiando si acusaba el golpe, pero yo no iba a entrar al trapo. No le diría nada de Sabrae.
               Con que Mimi supiera sobre ella en mi casa ya tenía bastante. Quería que fuera mi pequeño secreto un tiempo más.
               -Pero así estarás más descansada. Y podrás disfrutar de esta noche como te mereces.
               Mamá sonrió, se acercó a mí, me acarició la cara y susurró un cálido:
               -Mi leoncito.
               Antes de darme un beso en la mejilla y ordenarme que me ocupara de la masa del pan.
               Porque ah, sí. Mamá también hacía el pan en Nochebuena.
               Preparamos rápido la comida, para sorpresa de Mimi, que vio su puesto de pinche reemplazado, y mientras mi hermana y mi padrastro terminaban de ponerle los últimos detalles al árbol y perseguían a Trufas para ponerle una diadema para conejos con cuernos de reno, yo ponía la mesa y mamá terminaba de colar la pasta.
               Después de comer me fui a boxear, como siempre hacía en Nochebuena. Dado que era el día en que veía a mi hermano, siempre quería estar preparado. Con los músculos bien calientes y prestos a defender a mi familia, si llegaba el caso (como, secretamente, deseaba que así fuera).
               Cuando Sergei me vio entrar por la puerta con la bolsa de deporte al hombro, se echó a reír.
               -¿Ansioso por ver a tu hermano?
               -Yupi-ironicé, poniendo los ojos en blanco.
               -Lo de siempre, ¿no?
               -Ración y media. Nos quiere presentar a su novia.
               -¡Ajá! Y tú quieres estar más mazado para impresionar a la zorrita y tratar de levantársela, ¿no es así?
               En realidad, lo que quería era asegurarme de que nuestro padre no le había transmitido los genes violentos. Los que a mí se me despertaban imaginándome a Sabrae con otros tíos. Pero, claro, no podía decirle a mi entrenador que quería vigilar de cerca a mi hermano, al que veía una vez al año, para ver si era un puto maltratador como lo era el hijo de puta de nuestro padre, y poder defender a su novia llegado el caso.
               -Sergei-bufé, poniéndome los guantes, y él se echó a reír.
               -Cierto, campeón. Se me olvidaba que tú ya tienes a tu propia zorrita.
               Lo taladré con la mirada. Sabía que lo hacía para provocarme y que no tenía nada en contra de Sabrae, pero… que la metiera en una frase en que se incluía la palabra zorrita no me hacía ni puta gracia. Estaba con los guantes puestos: podían cruzárseme los cables.
               -Llámala así otra vez-le insté-. Y tú serás mi saco esta tarde.
               Sergei rió y se acercó al ring.
               -Llámala así otra vez-exigí.
               -Tranquilo, tigre. Respetaré a tu hembra. Venga, quítate esas mierdas-señaló el colgante que me pendía del cuello, una cadena larga que me llegaba hasta entre los pectorales, por la que había pasado el anillo que me había dado Sabrae y una chapita que Mimi me había traído de su excursión a Canterbury con las iniciales AQMQMMHTERDCanterbury (alguien que me quiere mucho me ha traído este regalo de Canterbury –sí, lo sé, mi hermana no junta ni dos neuronas, la pobre-) –y hazme quince minutos de saco.
               -No voy a quitarme nada.
               -¿Cómo dices? ¿Quieres que en vez de 15 minutos, sean 30?
               Le dediqué mi mejor sonrisa torcida, aquella que hacía que cualquier chica se bajara las bragas y me suplicara que se la metiera.
               La que hacía que Sabrae se bajara las bragas y me suplicara que se la metiera.
               No pienses en ella abierta de piernas para ti, tío, me recriminé demasiado tarde, notando cómo mi miembro despertaba.
               -¿Qué clase de boxeador sería si protestara por hacer saco?
               -Uno acabado.
               -Estoy retirado, no acabado.
               Sergei puso los ojos en blanco.
               -Menos lengua y más puños, campeón.
               El hijo de puta se cebó conmigo. Y yo que se lo agradecí. No hay nada como el agotamiento de un buen entrenamiento para hacer que se te despeje la mente.
               Bueno, sí que la hay. Una cosa, nada más. Pero la chica con la que quería hacer esa cosa estaba demasiado lejos de mí, en Bradford, prácticamente en la otra punta del país.
               Cuando llegué a casa, me pegué una duchita y me tiré en el sofá hasta que escuché que mamá encendía de nuevo los fogones, con mi sudadera negra de boxear, el enorme y resplandeciente WHITELAW 05 en la espalda.
               No me la quitaría hasta que llegara Aaron. Quería que me viera con ella puesta. Quería que recordara quién era. Quería que recordara qué era.
               A pesar de mis ansias por camorra, mi valentía era todo fachada. Cuando escuché que un coche se detenía en el camino de la entrada y el motor dejaba de rugir, miré a Mimi, que se había vestido y maquillado para la ocasión (incluso cuando no teníamos visita pero sí una celebración especial, a mi hermana le gustaba pintarse y vestirse como si fuera una niña bien que acude a una gala benéfica o algo así), y ella me devolvió la mirada.
               -Empieza la función-le dije, ignorando el tirón en el estómago que me produjo el sonido de la puerta de un coche cerrándose y unos pasos en la gravilla de la entrada. Aaron.
               Mimi asintió con la cabeza y recogió a Trufas de mi regazo, donde el conejo había estado descansando, aprovechando mi necesidad de algo que toquetear para tratar de tranquilizarme y no retorcerme las manos hasta romperme los nudillos.
               Mamá trotó a toda velocidad hacia la puerta de entrada y exhaló una exclamación, extasiada, al abrirla, como si fuera la sorpresa más inesperada pero ansiada del mundo. El hijo pródigo volvía a casa.
               Caminé hasta situarme un poco por detrás de ella, dejándole libertad y guardando las distancias, pero también presto a ayudarla si me necesitaba. Mamá ni siquiera esperó a que Aaron llamara a la puerta; nunca lo hacía. La abrió de par en par y le dedicó una sonrisa radiante, cargada de la energía que iba recolectando durante el tiempo que tardaba en verlo.
               Clavé la mirada en mi hermano, que vestía un jersey negro y unos vaqueros oscuros, acompañado de una americana gris que se le ceñía a los brazos. Tenía el aspecto del heredero de un imperio de la mafia. Sabía que estaba cuidado al detalle.
               Aaron le devolvió la sonrisa a mamá y la estrechó entre sus brazos como si se vieran poco por los compromisos profesionales de él, cuando la realidad era que ni le daba la gana venir a verla más a menudo ni yo tampoco lo toleraría. Vale que mamá añorara a su primogénito, pero bastante poca gracia me hacía verlo una vez al año como para que encima tuviera que preocuparme de que viniera a casa más a menudo.
               Mamá se estrechó contra él, de puntillas sobre sus tacones; inhaló el aroma del champú del pelo de Aaron, y sonrió acariciándole el cuello en el mismo gesto cariñoso que solía tener conmigo. Me puse un poco celoso, lo admito.
               -Mamá-susurró Aaron, tomándola de la cintura como si estuviera a punto de levantarla en volandas y ponerse a dar vueltas en círculo con ella-. Estás genial.
               -Tú estás guapísimo, como siempre, cariño.
               Entonces, ignorándonos tanto a Mimi como a mí, Aaron se volvió hacia la chica que le había seguido desde el coche. Su novia. Me había pedido que le preguntara a mamá si podía traer una acompañante a nuestra cena de Nochebuena cuando ella me encargó llamarlo para confirmar que venía, a lo que ella respondió con entusiasmo que por supuesto.
               Una delicia de pelo negro como la noche, rostro dulce y rasgos perfectos, piernas interminables y pechos bien puestos se acercó con timidez a Aaron, sonriéndole a mamá como si se estuviera enfrentando a una fiera salvaje. Aaron le cogió la mano y la ayudó a subir el escalón hacia nuestra entrada.
               -Mamá, quiero presentarte a alguien-anunció-. Ésta es Yara, mi novia. Nena, ésta es mi madre.
               Yara salvó la distancia que separaba a ambas mujeres con dos pasos equilibrados sobre unos tacones de aguja que hacían que sus piernas se alargaran incluso más y le plantó dos besos, que no dejaron marca de pintalabios en las mejillas de mi madre.
               Fue entonces cuando Aaron y yo nos miramos por primera vez. El amago de sonrisa que se dibujó en su boca al haber visto cómo escaneaba a su chica confirmó una teoría que yo ni siquiera había terminado de formar en mi mente: lo que más disfrutaba de traerse a su novia a mi casa no era que mamá la conociera, sino poder restregármela a mí. Yara era exactamente el tipo de chica que yo prefería: alta, delgada, con buenas tetas, buen culo, piernas larguísimas y melena oscura en cascada, de las que podrías enredarte en la mano mientras follabais a lo perrito, con unos ojos inocentes que en la intimidad arderían con todo lo contrario a la pureza.
               Lamentablemente, a mi hermano le había salido el tiro por la culata. No podía importarme menos esta chica, por mucho que hace dos meses hubiera matado por poder meterme aunque fuera sólo una vez entre sus piernas.
               Yo ya tenía a la mía.
               Estaba lejos, pero la tenía.
               -Encantada de conocerla, señora Cooper-Yara amplió su sonrisa, y mi madre ni pestañeó-. Aaron me ha hablado mucho de usted.
               Aaron tragó saliva y miró a su novia, como si hubieran planeado la confusión. Me metí las manos en el bolsillo de la sudadera y decidí recordarle a ese gilipollas qué éramos ahora. Allí sólo había un Cooper. Y estaba de visita.
               -Es Whitelaw-corregí, y Aaron entrecerró los ojos. Puede que él le hablara a su chica de mamá como Cooper, pero mamá había dejado de serlo hacía mucho, mucho tiempo, al igual que yo.
               -Oh, Dios mío-Yara se llevó una mano a la boca, sus cejas unidas como dos orugas que levantan las cabezas para conseguir abrazarse-. ¡Lo siento muchísimo!
               -No te preocupes, querida-mamá sacudió la cabeza-. Llámame Annie.
               -De acuerdo-Yara suspiró aliviada y se volvió hacia Aaron, que imitó mi gesto en los bolsillos de la americana y le guiñó un ojo.
               -Deja que te presente a mis otros dos hijos. Alec (quien se va a cambiar ahora mismo)-gruñó en tono severo-, y Mimi.
               -Me gusta el logo-observó Yara, señalando el pequeño guante de boxeo que había bordado a la altura del corazón. Me plantó un beso en la mejilla y yo le acaricié la cintura al devolvérselo, disfrutando de la forma en que los ojos de Aaron llamearon. Puede que Yara no me interesase, pero eso no quería decir que no pudiera aprovecharme un poco de ella para hacer que él lo pasara mal.
               Casi deseé que Sabrae no estuviera en mi vida. Así podría centrar mis esfuerzos durante la noche en levantársela a mi hermano y terminar follándomela sobre el sofá. Puede que él nos cazara (ojalá) y montáramos tal pollo que mamá lo terminara echando de casa (ojalá) y nunca más se acercara esta chica (ojalá), que no sabía que se había metido en la boca del lobo. Le sonreía a un verdadero animal, un lobo con piel de cordero. Sólo esperaba que la luna llena llegara antes de que las cosas se torcieran, y le escuchara aullar antes de que la mordiera.
               -Gracias. Es que acabo de llegar del gimnasio.
               -¿Boxeas?
               -Sí. Profesional, de hecho-hinché un poco el pecho y Mimi se me quedó mirando, estupefacta.
               -Está retirado-interrumpió Aaron, y Yara se volvió hacia él.
               -Pero tengo mis medallas.
               -Quedó subcampeón en las nacionales.
               -Así fue como me retiré, pero me robaron un campeonato.
               -Lo descalificaron-Yara frunció el ceño-. Por darle una patada en los huevos a un rival.
               -Tenía un calambre, y ese árbitro me la tenía jurada-me encogí de hombros y Yara se echó a reír. Mientras pasaba a darle dos besos a Mimi para terminar con la tanda de presentaciones, miré a Aaron y alcé las cejas, inclinando la cabeza ligeramente. Le gusto más que tú.
               En tus sueños, niñato, casi pude escuchar que pensaba él.
               -Hola, Mimi. Es diminutivo de algo, ¿verdad?
               -De Mary-Mimi asintió con la cabeza, devolviéndole los besos-. El Elizabeth, siempre nos lo comemos.
               -¿Te llamas Mary Elizabeth? ¡Qué rica!
               -En honor a mi mejor amiga-explicó mamá, y Yara sonrió.
               -¡Qué bonito! Yo siempre he querido ponerle a mi hija el nombre de mi mejor amiga, pero Aaron se resiste.
               -Alessandra no es un nombre que me entusiasme-confesó Aaron, y yo me hice el sorprendido.
               -¿Por qué? Si es muy bonito. Yara, si vas a parir tú, ponle a tu hija el nombre que te dé la gana.
               -No puedo creerme que ya estés teniendo conversaciones sobre nombres para tus hijos-comentó mamá, maravillada, y Aaron se rascó la nuca.
               -Sí, bueno, aún es pronto para eso…
               -Sí, no tenemos ninguna prisa-coincidió Yara-. Es sólo que tenemos mucho tiempo libre ahora, en el piso, y… pues estos temas salen. Supongo que a ti te pasó lo mismo, Annie.
               -Algo parecido-contestó mamá en tono cordial, pero detrás de la sonrisa vacía que esbozó yo vi que el nerviosismo comenzaba a apoderarse de ella. No le gustaba recordar su época universitaria, porque estaba emponzoñada por la presencia de mi padre. Toda su vida había comenzado a irse a la mierda en el momento en que mamá empezó la universidad y conoció a mi padre. Huelga decir que quedarse embarazada de Aaron sin pretenderlo y tener que mudarse con él para hacerse cargo de él no contribuyó, precisamente, a que pudiera ser independiente.
                En ese momento, el conejo decidió hacer acto de presencia a lo grande: derrapó al bajar las escaleras y se deslizó por el suelo de mármol hasta impactar contra los tacones de Mimi, que lo recogió y le hizo un arrumaco.
               -¡Pero qué cosa más linda!-Yara se acercó a él y le acarició entre las orejas, a lo que Trufas respondió revolviéndose en el regazo de mi hermana y mostrándole la tripa para que se la acariciara. Yara se echó a reír.
               -Le gustas-dijo Mimi, hundiendo la cara en el pelaje del animal.
               -Como para no-soltó Aaron, y Yara se volvió hacia él y siseó para hacerlo callar. Mamá los miraba como si estuvieran a punto de darle nietos. Voy a vomitar.
               En ese momento, la puerta de la cocina se abrió y Dylan la atravesó con una botella de champán en la mano. Aaron se puso tenso un nanosegundo, no lo bastante para que los demás se percataran de ello, pero sí lo suficiente como para que yo viera el cambio en su rictus.
               Aaron le echaba la culpa a dos personas de que nuestra familia se hubiera desintegrado, y las dos habían nacido Whitelaw. Que mi padre tuviera por afición pegarle palizas a mi madre no tenía nada que ver con el hecho de que ella finalmente nos cogiera a ambos de madrugada y saliera literalmente corriendo de casa con lo puesto, para refugiarse en casa de Dylan. No. La culpa del divorcio la tenían Dylan por un lado, y luego Mimi, la consecuencia principal de que Dylan hubiera entrado en la vida de mi madre.
               Lo que yo consideraba que era lo mejor que le había pasado a mi madre era, casualmente, a lo que Aaron achacaba que nuestra vida en familia se hubiera acabado. Es increíble lo diferente que puede resultar una historia dependiendo de quién te la cuente. Dylan y Mimi habían salvado a mi madre. Para Aaron, habían hecho que ella se cansara de intentar perdonar a mi padre y renunciara a un proyecto de vida común.
               Vida a la que él terminaría poniendo punto y final a cuchilladas… y eso si mi madre tenía suerte y no la mataba de una paliza.
               -No os había oído llegar-se excusó Dylan, y mamá sacudió la cabeza.
               -Yara, mi marido, Dylan. Dyl, la novia de mi hijo.
               Dylan saludó con calidez a Yara e instó a Aaron a entrar en la que podría haber sido también su casa, y lo fue durante unos pocos años. Disfruté un montón del hecho de que mamá hubiera dicho mi hijo, porque yo sabía que en presencia de Dylan no se referiría a mí así. Aaron era “mi hijo”, yo era “nuestro hijo”, y aunque la diferencia fuera una palabra más bien corta en el idioma en que era pronunciada, para mí era un mundo. Aaron era de fuera, por mucho que mamá tratara de incluirlo.
               En cambio, yo era tan de casa como las lámparas que colgaban del techo.
               Aaron le dio la mano y se la sacudió con calidez a mi padrastro después de darle un beso a Mimi en la mejilla y obsequiarme con un abrazo tan fuerte que creo que intentó romperme una costilla; por suerte, había demasiados músculos en medio.
               -Bueno, ¿pasamos a cenar ya?-ofreció Dylan, y Yara se acercó a Aaron y le cogió de la mano. Adonde él fuera, iría ella. Pobre infeliz.
               -Iré a por los entrantes. Alec, ¿te cambias y me ayudas?
                -De acuerdo.
               Y yo, ni corto ni perezoso, me quité la sudadera primero, y la camiseta después. Aaron cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro y arrugó la nariz como si hubiera pisado una mierda, mientras Mimi se ponía colorada pero ocultaba una risita tras su mano.
               -¡Alec!-me recriminó mamá al verme el torso desnudo. Y, vale, puede que me estuviera comportando como un crío, pero no estaba presumiendo de nada que no fuese mío, a fin de cuentas, ¿no?
               Y para algo que tenía que Aaron no, había que lucirlo.
               Tengo que admitir que me gustó la forma de mirarme con disimulo de Yara. Parecía que se estaba empezando a plantear que había elegido al hermano equivocado. No lo sabes tú bien, muñeca.
               -Tranqui, mamá, que he bajado el jersey. Así no me resfrío. Y, de todas formas, tengo las defensas bien altas.
               -¿Dónde están tus modales?-casi rugió mamá-. ¡No estás solo en casa!
               -Chica, ni que pesara 200 kilos-me reí, pasándome el jersey de punto blanco por la cabeza y metiendo los brazos por en medio. No se me escapó que Aaron y yo íbamos vestidos con colores totalmente opuestos.
               -Déjalo que se luzca, Annie-se cachondeó Yara, que cada vez me caía mejor-. Tampoco está haciendo nada malo.
               -¿Vamos ya al comedor?-Aaron decidió salirse por la tangente, y prácticamente arrastró a Yara consigo en dirección al comedor con vistas al jardín. Vaya, vaya. Parece que ya no se lo estaba pasando tan bien. Supongo que entre saber que tu hermano pequeño es un as del boxeo y ver lo que ese deporte hace en su cuerpo hay una diferencia abismal.
               Lo había hecho a propósito, lo admito. Había bajado el jersey con el único motivo de cambiarme de ropa delante de Aaron (aunque tengo que decir que también me gustó la reacción de mi cuñada) y que él viera a qué tendría que enfrentarse si le chafaba la noche a mamá. Yo ya no era ningún niño.
               Seguí a mi madre hasta la cocina y me hice con una de las bandejas de paté que había preparado esa tarde. Eché un vistazo al comedor, donde Yara se sentaba en la silla que Aaron empujó para ella, justo enfrente de Mimi, quien le comentó que le gustaba el colgante que llevaba al cuello. Se había quitado el abrigo y ahora lucía un vestido negro con destellos azul marino, como si se hubiera vestido de una noche estrellada.
               -Gracias, me lo regaló Ar por nuestro aniversario-le puso una mano cariñosamente en el antebrazo y él se la cogió y se la llevó a los labios.
               Me llevé la mano al bulto que sentía en el pecho, donde el anillo que me había regalado Sabrae me arañaba la piel. Debería ser ella quien estuviera allí. Debería ser ella a quien uno de los hijos de mi madre la ayudara a sentarse. Debería ser ella a quien le besaban la mano, a quien le regalaban colgantes.
               Me la imaginé entrando en casa después de que yo fuera a buscarla a la suya, quitándole el abrigo y colgándolo en los percheros de la entrada en lugar de en las sillas del comedor; alabando la ropa que sabía que se pondría un poco por complacerme y otro poco por hacerme rabiar, quizá unas botas altas por encima de la rodilla y un jersey como el que había llevado Eleanor, pero de color mostaza, que tan bien le quedaba; sentándose a mi lado y riéndose y disimulando cuando yo no pudiera más y le pusiera una mano en la rodilla y fuera subiendo hasta acariciarla con disimulo en la entrepierna; separando las piernas para franquearme la entrada o cerrándolas y riñéndome por ser tan travieso; acariciándome la pierna con el pie y mirándome y sonriéndome como lo hacía ella entre plato y plato, puede que incluso jugueteando con el postre…
               … subiendo a mi habitación terminada la noche, cerrando la puerta, quitándose el vestido por la cabeza y quedándose con las botas y la ropa interior, botas que yo le pediría que no se quitara, que querría sentir en mis caderas cuando ella cerrara las piernas en torno a ellas, asegurando nuestra unión. Follaríamos. Follaríamos como conejos, como queríamos follarnos ahora que estábamos separados, cumpliendo todas las cosas que nos decíamos por teléfono cuando nos sobraban la distancia que nos separaba y la ropa que llevábamos puesta, cuando dejáramos de decir cosas con sentido y nos escucháramos gemir al otro lado de la línea.
               Follaríamos, y puede que incluso hiciéramos el amor. Me apetecía tenerla en mi cama, desnuda para mí, dispuesta, anhelante. Hundirme despacio en ella y decirle lo que yo ya sabía y seguramente ella también, que la quería, mientras navegaba las profundidades de su mar y la hacía suspirar, llena, completa, radiante de mí. La miraría a los ojos y le diría que era mi mejor regalo de Navidad, uno que hacía que todas mis noches fueran la más mágica del año. Que no quería que se separara de mí jamás. Y ella me sonreiría y me besaría y su boca sabría a la cena que mi madre había preparado con tanto esmero, a ese postre con el que habíamos empezado a flirtear… y me diría que me querría, allí, en mi cama, desnuda, poseyendo mi cuerpo como ya poseía mi corazón.
               Un toquecito en el hombro me sacó de mi ensoñación.
               -Alec-susurró mi madre, y me odié a mí mismo por decepcionarme por lo diferente que sonaba mi nombre pronunciado por la mujer que me lo había dado y no por la que realmente le daba un significado. Es increíble cómo una palabra puede ser irreconocible cuando no la pronuncia la persona que tú esperas.
                -Perdona, mamá. Se me ha ido… la cabeza-musité, mirando de nuevo hacia el comedor. Mimi le pasaba la cestita del pan a su padre mientras Aaron se inclinaba a darle un pico a Yara. Yara debería ser Sabrae. Mi hermano debería ser yo.
               -El año que viene, si quieres, puedes traértela-mamá señaló a Yara con la mandíbula y yo fruncí el ceño.
               -¿Qué? ¿A quién?
               -No sé a quién, cariño. No quieres decirme quién es. Aunque… seguro que ella piensa tanto en ti como tú lo haces en ella.
               Me acarició la mandíbula y salió de la cocina. Dejó los entremeses sobre la mesa y se sentó al lado de Dylan, también junto a Aaron.
               Yo fui a ocupar mi lugar entre Mimi y Yara, y caí en la cuenta de que no podría traerme a Sabrae, ni a nadie, el año que viene. Porque me marcharía el año entero de voluntariado y no podría regresar a estas minucias.
               Por primera vez, añadí a una persona más a la lista de razones por las que no debería haberme apuntado a aquel programa. Echaría de menos a mis padres, a mi hermana… incluso a su puñetero conejo. Y a mis amigos. Y ahora, encima, había una chica por la que yo estaba dispuesto a no sólo posponer el viaje, sino directamente no ir.
               Me saqué el móvil disimuladamente del bolsillo del pantalón y toqué la conversación con Sabrae.
Última oportunidad para pedirme una nude antes de que empiece a comer y me ponga gordito y ya no esté de buen ver.
               Contéstame pronto. Contéstame pronto. Contéstame pronto.
               Mi letanía debió de llegarle, porque enseguida me respondió:
Ojalá te pongas gordito; estoy segura de que no lo soportarías. Y se me ocurren un par de cosas que puedes hacer para adelgazar. Alguna incluso requiere compañía. 😉
😩 PERO CÓMO ERES TAN MALA. QUE TENGO QUE COMER CON MI FAMILIA TRANQUILO, SABRAE. NO ME PUEDES HACER ESTO.
😂😂 así tienes más ganas de hablar esta noche.
Ya las tenía, bombón.
Pff, yo también. No veo la hora de que terminemos la cena, y eso que nosotros no hemos empezado.
               -Alec-instó mi madre al cazarme in fraganti, y yo asentí con la cabeza. Me disculpé con el resto y tecleé una despedida.
Yo sí he empezado, así que te dejo. Y ojalá comerte a ti, sinceramente.
               Bloqueé el teléfono y empecé a guardarlo en el bolsillo, pero ella respondió antes de que terminara.
😩 INSHALLAH.
               Sonreí. Inshallah. Si Dios quiere, ojalá. Sí, chica, ojalá.
               La cena fue bastante bien. Mejor de lo que esperaba, la verdad. Aaron estaba demasiado ocupado haciendo que Yara se sintiera a gusto como para adoptar la pose prepotente y perdona vidas a la que me tenía acostumbrado. Confieso que me sorprendió ver a mi hermano así, parecía incluso bueno. Comencé a preguntarme si no habría decidid finalmente tomar el mismo camino que había tomado yo de pequeño, sólo que muchos años después que yo.
               O eso pensé que había sucedido hasta que las chicas salieron del comedor para ver el invernadero de mamá, ya terminados tanto el postre como los cafés. Trufas acompañó a las mujeres, y Dylan, Aaron y yo nos miramos alternativamente los unos a los otros durante un momento. Puede que la noche hubiera ido bien, pero entre nosotros habían sucedido demasiadas cosas como para que no se solucionaran en una simple cena.
               Dylan sorbió por la nariz un segundo.
               -Os dejo solos, chicos-informó, levantándose de la mesa y recogiendo el vaso en el que se había tomado su café con caramelo. Comenzó a recoger los cubiertos, y a mí no se me escapó que se llevó todos los cuchillos que habían quedado sin utilizar en la mesa. Contuve una sonrisa y miré cómo mi padrastro desaparecía por la puerta que daba a la cocina. El sonido de los vasos entrechocándose y tintineando nos hizo de música ambiental a Aaron y a mí.
               Aaron se sacó una cajetilla de tabaco del bolsillo interior de la americana y la abrió para extraer un cigarrillo.
               -Has crecido-observó, llevándoselo a la boca. Se acercó el mechero y prendió el cigarro.
               -Tres centímetros-constaté, recostándome en la mesa. Aaron se pasó una mano por el pelo ensortijado, de color negro. Mi hermano era más alto que yo, y de facciones más duras; todo en él era más oscuro que en mí, salvo los ojos, de un marrón sucio que podía confundirse con verde dependiendo de cómo le diera la luz.
               -¿Fumas?
               Asentí con la cabeza y atrapé al vuelo la cajetilla que me lanzó. Alcé una ceja al ver su expresión de fastidio.
               -Quiero hacer las paces-dijo una vez hube encendido mi propio cigarro y le hube dado una calada. Puede que estuviera esperando a que la nicotina me hiciera efecto y así resultara más receptivo a lo que fuera que tuviera que contarle. Levanté las cejas.
               -Tío, está claro que ella te ha cambiado, pero tanto…-puse los ojos en blanco y tiré un poco de la ceniza sobre mi vaso de café cargado, vacío salvo por el poso parduzco del fondo. Aaron dio una calada a su vez, quizá para ganar tiempo.
               No me gustaba estar a solas con mi hermano porque era como una bomba de relojería. O, mejor dicho, como dos. Cuando los dos estábamos juntos, estaba claro que uno terminaría explotando, pero la incertidumbre de no saber cuál de los dos sería era lo que acababa conmigo.
               -No soy el único, según he oído.
               La nicotina volvió a inundarme el torrente sanguíneo cuando di una nueva calada, decidiendo mi siguiente movimiento.
               -¿A qué te refieres?
               -Ya sabes a qué me refiero-rió Aaron, inclinando la cabeza hacia un lado-. Chrissy y yo seguimos teniendo amigos en común.
               Vaya, las noticias volaban. Jamás hubiera pensado que Aaron fuera a tardar tan poco en enterarse de que Chrissy y yo habíamos pasado de ser follamigos a quitar las cuatro primeras letras de la palabra y hacer que todo fuera más sencillo. Habría visto normal que se enterara de que se había acabado nuestro pacto sexual si nos hubiera costado volver a la realidad, pero al día siguiente de nuestra despedida, las cosas con ella estaban tan encauzadas que por un brevísimo instante dudé de que no me lo hubiera imaginado todo yo.
               Claro que los arañazos que tenía en la espalda y los mordiscos en el pecho y el cuello estaban ahí para recordarme que aquello había sido muy real.
               -Bien follada-decidí ponerme por delante de él en la carrera por los insultos, porque si Aaron estaba dispuesto a sacar a Chrissy en la conversación, era que el hombre cuidadoso y detallista que era con Yara no existía de verdad. Era una fachada, uno de los muchos niveles que tenía mi hermano. Niveles que había heredado de nuestro padre.
               Podría haberle dicho que les preguntara a sus amigos en común, pero a Aaron le importaba una mierda Chrissy. Ya se lo importaba cuando empezaron a salir hacía unos años, así que imagínate cuando te enteras de que la que fuera tu novia hace tiempo se había empezado a tirar a tu hermano y parecía más feliz con él, a quien sólo veía por las noches, que contigo, a quien se suponía que tenía que querer.
                Mentiría si dijera que parte del encanto de estar con Chrissy pasaba por el hecho de saberme comparado con Aaron y saber que las comparaciones me beneficiaban. El día que la conocí se me había quedado mirando fijamente, reconociendo los rasgos de su exnovio en mí y trazando una ruta imaginaria que resultó ser cierta. La primera noche que estuvimos juntos, durante una fiesta de bienvenida a los recién incorporados a la empresa, Chrissy, ni corta ni perezosa, se había acercado a mí y me había soltado que me parecía un montón a un ex suyo.
               -Seguro que él no folla como lo hago yo.
               Ella se había descojonado y se había encogido de hombros.
               -No puedo saberlo.
               -Pero puedes descubrirlo, muñeca.
               A los cincos minutos nos estábamos enrollando de una forma tan obscena que me sorprende aún que no termináramos haciéndolo allí, delante de todo el mundo. Conseguimos llegar a su casa e incluso alcanzar la cama, y después de hacerlo como locos (de las pocas veces en que usamos protección), ella se me había quedado mirando, envuelta con la sábana, y había vuelto sobre el mismo tema.
               -Es que… es increíble lo que os parecéis. Que no te parezca mal, pero es que la voz, la forma de moveros, la cara…
               -Nada, oye; que voy a tener que ir a darle las gracias a este pavo por el polvazo que acabo de echar de rebote.  ¿Cómo le localizo?
               -Pf. Te puedo llevar a su casa, pero con lo poco que la pisa no creo que le encuentres allí.
               -¿Cómo se llama este galán?-le acaricié el brazo con la yema de los dedos y ella parpadeó al mirarme.
               -Aaron.
               Me había incorporado como un resorte, estupefacto. Casi me entraron ganas de reír ante lo surrealista de la situación.
               -¿Aaron qué?
               -Cooper.
               -¿Qué años tiene?
               -Unos pocos más que yo, ¿por qué?
               Había soltado una carcajada y me había inclinado hacia ella.
               -Nena… ¿cómo no me voy a parecer a tu exnovio, si tenemos los mismos padres?
               Estar con Chrissy aquella noche me había supuesto dos regalos. El primero y más importante, Chrissy en sí.
               El segundo, el saber que Aaron tampoco hablaba de mí igual que yo no lo hacía de él. Así sería mucho más difícil que alguien nos relacionara y nos encontráramos por casualidad.
               -Eso ya lo estaba antes-atajó Aaron, dando una calada de su cigarro. Solté una risotada.
               -Ya, vale, pero ahora lo está más. Al fin y al cabo, eligió al mejor Whitelaw-alcé una ceja.
               -Yo no soy un Whitelaw-Aaron me señaló con los dos dedos entre los que sostenía el cigarro-. Y tú tampoco.
               -Ya te gustaría, chaval.
               -Debería hacerle una visita-Aaron expulsó el humo de sus pulmones y, sin mirarme, tiró la colilla de su cigarro sobre su plato de postre-. Por si necesita algo.
               -Ella no necesita nada de ti-mi semblante se volvió duro, mis palabras, lacerantes. Mi voz era tajante: Aaron no se acercaría a Chrissy. No volvería a hacerle daño como se lo había hecho antaño. Puede que mis noches con Chrissy se hubieran terminado, pero desde luego, no permitiría que se le acercase. Seguía siendo amiga mía.
               -¿Te lo ha dicho durante la cena?-acusó, señalando mi teléfono-. ¿O era la nueva?
               Joder. Si ya me había puesto en tensión pensando en que Aaron se pudiera acercar a Chrissy, el imaginármelo acercándose a Sabrae hizo que se me activaran todos los instintos. El monstruo de garras afiladas y colmillos larguísimos que se desperezaba cuando veía a Sabrae con otros lanzó un rugido y destrozó su jaula.
               Cada célula que me componía se volvió venenosa. Todos mis músculos se pusieron en tensión, preparados para la batalla. Mis sentidos se agudizaron. No sería una pelea limpia, y yo lo sabía.
               Al igual que sabía que no iba a pasarle por el aro a Aaron.
               -No vas a ir por ahí.
               -¿Ah, no? ¿Quién lo dice?
               -Lo digo yo.
               -¿Piensas que te tengo miedo?
               -Si no lo haces, es que eres gilipollas, Aaron. Pero, vistas las decisiones que has ido tomando en la vida… no es nada nuevo.
               -Calma, fiera. Ni que me importara con qué zorra te estás acostando ahora-Aaron sacudió la cabeza y se llevó el cigarro a la boca de nuevo.
               Esa palabra. Zorra.
               Lo mato.
               -No voy a entrar en tu juego. Sé que lo estás haciendo para provocarme, por no soy tan imbécil como tú te piensas. No vas a calentarme lo suficiente como para que te diga su nombre y vayas a por ella. Me gustaría que lo intentaras, sin embargo-Aaron no parpadeaba, y yo tampoco-. Así tendría una excusa que mamá pudiera aceptar por la que matarte.
               -Cuidado, chaval. Puede que tú estés más cachas que yo, pero yo soy más mayor y más listo. Sé jugar más sucio que tú.
               -De casta le viene al galgo.
               -Venimos del mismo sitio, ¿recuerdas? La diferencia es que yo asumo la mierda que hay en mi casa-se inclinó hacia delante y pinchó la mesa con un dedo-. No salgo corriendo en cuanto las cosas se ponen feas.
               -Y así te ha ido. Quedarse en un barco que se hunde es de gilipollas.
               -Me ha ido mejor que tú. Yo sé de dónde vengo. ¿Lo sabes tú?
               -Para mi desgracia-aplasté el cigarro contra el suelo del cenicero y me volví para mirar el jardín. Las chicas seguían dentro del invernadero, sus siluetas se difuminaban en los cristales.
               -Esa actitud de mierda es la que te va a perder, Alec. Eres un desconfiado de los cojones.
               -Vosotros dos me habéis dado razones de sobra para que no baje la guardia ni un segundo cuando os tengo cerca.
               -¿Vosotros dos?-Aaron se echó a reír-. ¿Cuándo hemos metido a papá en la conversación?
               -Papá siempre está en la conversación. Cada vez que abres la puta boca, él entra en la conversación-siseé-. Eres igual que él. Asquerosamente igual que él. Tóxico, manipulador… un hijo de puta de manual. Os importan una mierda el resto de personas, lo único que queréis es hacer daño. Acabas de demostrármelo sacándome a Chrissy y a Sabra…
               ALEC.
               Me quedé mirando los restos aún humeantes de mi cigarro. Gilipollas. Puto gilipollas. Qué has hecho. Imbécil de mierda…
               -¿Sabrae?-Aaron alzó las cejas, sorprendido, y luego, soltó una risotada. Puto psicópata-. ¿La de los mensajes era Sabrae? ¿Sabrae Malik? ¿Esa Sabrae? Vaya, vaya. Qué interesante. Ya me parecía a mí que la protegías demasiado en el colegio… la pequeña Sabrae, abriéndose de piernas para…
               -NO VUELVAS A PRONUNCIAR SU NOMBRE-ladré, poniéndome en pie de un brinco y empujando la mesa varios centímetros lejos de mí-. NO TE MERECES PRONUNCIAR SU NOMBRE. SUCIO HIJO DE PUTA… ¿CÓMO TIENES LOS COJONAZOS DE VENIR A MI CASA, JODER TODO LO QUE PUEDES A MI MADRE, Y AHORA METERTE TAMBIÉN CON ELLA?
               -Ésta no es tu casa.
               -¡Ya lo creo que lo es! ¡Y jamás será la tuya!
               Vi que Dylan se asomaba al comedor, pero cuando me senté, se ocultó de nuevo tras las paredes. Puede que se hubiera ido para dejar que me peleara tranquilo con Aaron (todos los años teníamos algún encontronazo, y nunca era delante de mamá, así que le teníamos acostumbrado), o puede que hubiera adivinado que lo de este año no era una pelea común y estuviera escuchando tras la pared.
               -Todos los años vienes a intentar impedir que mamá siga adelante. Eres un mierdas, igual que el hijo de puta que nos engendró. No me extraña que prefirieras irte con él, Dios os cría y vosotros os juntáis-ladré-. Y ella, pobrecita, te sigue queriendo porque no tiene ni idea del monstruo al que ha parido fruto de la pesadilla que ese… ese…
               No había palabras. Directamente no había palabras para describir lo que mi padre había supuesto para mi madre, y para mí, pero sobre todo para mi madre.
               -A ti no te hizo dibujándote-Aaron sonrió, cínico, dando una nueva calada a su cigarro, como si estuviéramos hablando de política o algo así y no de nuestros respectivos traumas infantiles.
               -Yo intento compensarle cada día de mi vida que le vea cada vez que me mira a la cara. Tú, por el contrario, te limitas a venir aquí, a hacer que retroceda, recordarle todo lo que puedas de lo de…
               -Si tan mal le hago, ¿por qué no me dice que deje de venir?
               Un fuego explotó dentro de mí, incendiando mis entrañas. Me costaba respirar. Me costaba pensar. Me costaba quedarme en mi lado de la mesa en lugar de saltar sobre mi hermano y estrangularlo, o reventarle la cabeza como hacían en Juego de Tronos.
               ¿Que por qué no le pedía que dejara de venir?
               Por la misma razón por la que intentó mil veces dejar a nuestro padre y no fue capaz. Por la misma razón que sólo lo consiguió a la milésima.
               Porque le quería. Y estaba convencida de que él la quería a ella.
               -Si vienes cada año… si te dejo venir… es porque le hace ilusión verte.
               -¿“Si me dejas venir”? ¿Quién hostias eres? ¿El rey de Inglaterra?
               -Estás en mi puta casa-le recordé, incorporándome de nuevo-. No te quiero ni a cien kilómetros de ellas. Ni de mamá, ni de Mimi. Pero yo quiero a mi madre, a diferencia de ti, y no voy a amargarle la ilusión de cada año. Otra cosa es que te la vaya a servir en bandeja de plata para que hagas lo que quieras con ella.
               -Si quisiera hacerle algo, se lo habría hecho hace mucho tiempo, puto enfermo.
               -Ya, bueno, lo habrías intentado, jodido gilipollas. Lo habrías intentado y yo estaría haciéndole compañía a papá en prisión.
               Aaron se levantó, estupefacto.
               -¿Estás haciendo lo que creo que estás haciendo?
               -Depende-gruñí-, ¿qué crees que estoy haciendo?
               -¿Me estás amenazando, Alec?
               -Es una forma de llamarlo, sí. Yo lo llamaría leerte el futuro, pero supongo que amenazar es la forma corta de llamarlo.
               -¿Por qué debería tenerle miedo a un niñato prepotente como tú? No puedes hacerme nada. Nada. Soy más fuerte que tú. Puede que yo no tenga medallitas de mierda en mi casa, pero no me han criado entre algodones como te ha sucedido a ti. Sé cuidar de mí mismo. Puedo defender a los que me importan. ¿Y tú? ¿Puedes decir lo mismo? Sabes que no-rió-. No te creas que no me he dado cuenta de que nunca me dejas solo cuando mamá o tu estúpida hermanastra están…
               -Mimi es más hermana mía de lo que jamás lo serás tú, puta escoria.
               -… en la misma habitación que yo. ¿Crees que las estás protegiendo? ¿Que puedes protegerlas?  Yo no les hago nada porque no quiero-sonrió, cruel-. Les haría daño si quisiera, y tú no podrías impedírmelo. Pero no lo voy a hacer. No soy tan cabrón como te piensas. Quiero a mi madre. Que no viva con ella y que la vea poco no quiere decir que no la quiera. Y sé que la mocosa de la que se quedó preñada estando todavía con nuestro padre le importa. Tu zorrita, en cambio…-su sonrisa titiló en su boca-. Puede que, dándole una lección a ella, consiga meterte en la mollera quién es el hermano mayor.
               Ni siquiera sé cómo lo hice. Un momento la mesa nos separaba, y al instante siguiente, yo tenía a Aaron contra la pared, agarrado del cuello. Lo levantaba sobre mi cabeza y apretaba con tanta fuerza que me dolían las manos.
               No sé qué era peor. Que la llamara mi zorrita…
               … o que yo le creía verdaderamente capaz de hacerle algo a Sabrae.
               La sola idea de que estuviera a menos de 20 kilómetros de ella me volvía loco. Literalmente. La cabeza me daba vueltas y no podía dejar de pensar en que tenía que quitarlo de en medio para asegurarme de que todos quienes me importaban estaban bien.
               Algo me agarró del hombro y empezó a tirar de mí.
               -Alec-urgió Dylan, pasándome una mano por el vientre y arrastrándome lejos de Aaron. Me revolví como un gato acorralado, y le habría zurrado a mi padrastro de no haber tenido él buenos reflejos, y no estar Aaron frente a mí y no detrás. Yo era como un jaguar. En el momento en que encontraba a mi presa y la enganchaba, ya no la soltaba, pasara lo que pasara.
               -Alec, ya basta. No merece la pena, hijo.
               -No vuelvas a hablar de ella. En tu puta vida, ¿me oyes?-Aaron tosió y se me quedó mirando. Me zafé de las manos de mi padrastro y le señalé con el dedo-. Ni se te ocurra pensar siquiera en ella. Te mataré. Lo juro por mi madre. Te mataré si te acercas a ella, Aaron.
               -Vale ya, Alec.
               -No te tengo miedo, niñato.
               -Porque no me conoces, gilipollas. Si me conocieras, sabrías que cumplo mis promesas. Todas mis promesas.
               Le había prometido a Sabrae que no me acostaría con más chicas y así lo había hecho.
               Le había prometido a mi hermano que lo mataría si se le acercaba, y así lo haría.
               Aaron gruñó algo por lo bajo y salió del comedor. A los pocos segundos, atravesaba el jardín en dirección al invernadero. Debió de inventarse una excusa para marcharse, porque su novia lo siguió al trote y se plantó en el comedor con mi madre y con mi hermana pisándoles los talones. Aaron salió de la casa y volvió a entrar con una caja, que le entregó a nuestra madre.
               Mamá se lo quedó mirando. Era la primera vez que mi hermano le traía un regalo de Navidad. Deshizo el lazo de tul en que venía asegurada la caja y la abrió. Extrajo un bolso de mano rígido de su interior con un jaguar en la cerradura. Su reciente dueña sonrió.
               -¡Cariño, es precioso, muchas gracias!
               -Lo ha escogido Yara-informó Aaron después de darle un abrazo a mamá, y Yara estrechó a nuestra madre entre sus manos.
               -La comida estaba deliciosa, Annie. Gracias. Me lo he pasado genial. Tienes unos hijos increíbles-nos miró a Mimi y a mí-. Y un bichito muy mono-añadió, acariciándole entre las orejas a Trufas.
               -Nena-instó Aaron, y la llevó de la mano hasta la puerta. Allí se despidió de mamá con otro abrazo. Le dio un rápido beso a Mimi y le estrechó la mano con frialdad a Dylan. Luego, me tocó el turno a mí.
               Nos miramos un momento y dimos un paso hacia el otro. Nos dimos un abrazo incómodo, que se me antojó a la versión light del beso de Judas a Jesucristo.
               -Los bolsos así no le gustan-le dije al oído-. Si te molestaras en conocer a la mujer que te dio la vida lo sabrías. Claro que entonces le darías la espalda al hombre que se la destrozó. Y no puedes permitirte eso, ¿verdad, Aaron?
               Me fulminó con la mirada cuando nos separamos, pero yo se la sostuve con rabia.
               -Nos vemos pronto, hermanito-me revolvió el pelo y exhaló una risa desenfadada que tenía mucho que ocultar. Me dieron ganas de volver a estrangularlo.
               -Volved cuando queráis. Para el cumpleaños de Alec, por ejemplo-mamá parecía incluso esperanzada-. Es el 5 de marzo.
               -Aquí estaremos-zanjó Yara, dándole un último abrazo de despedida a su suegra. Se metieron en el coche, que avanzó hacia atrás y, con un pitido, se marchó. Mamá exhaló un suspiro de satisfacción y se volvió hacia nosotros.
               -La noche ha ido genial, ¿verdad?
               -Sí-confirmé, presa de un frío que me atenazaba las entrañas-. Genial.
               -Hijo, ¿qué te pasa? Estás temblando-mamá se acercó a mí y me puso una mano en la frente, para comprobar si tenía fiebre.
               -Nada, es que tengo un poco de frío-murmuré-. Voy a echarme un poco, a ver si se me pasa en la cama. Ya friego yo.
               -Tonterías. Has estado muy bien hoy, así que te mereces un descanso-depositó un beso en mi mejilla y me la acarició-. Te quiero muchísimo, cariño. Gracias por esta noche tan maravillosa.
               -Yo también, mamá.
               Se fue hacia la cocina, y yo me giré hacia las escaleras.
               Empecé a subirlas como alma en pena, porque me daba miedo caerme de lo mucho que me temblaban las rodillas. Dylan subió un par, tras de mí.
               -¿Es que no vas a decirle nada?
               Me volví. Mimi había recogido a Trufas del suelo, y lo tenía de nuevo en su regazo. Miraba a su padre con el ceño fruncido.
               -No.
               -Pero, Alec…
               -No quiero preocuparla. Ya la has visto. Está feliz y no quiero amargarle la noche.
               -No puedes seguir así.
               -Sí que puedo, y es lo que me toca. Es mi madre. Tengo que tragar.
               Terminé de subir las escaleras y me apoyé en la barandilla.
               -Dylan… no le digas nada tú tampoco, ¿vale?
               -¿Sobre qué?-metió baza Mimi.
               -Alec…
               -Por favor, Dylan-supliqué, lo cual me costó horrores. Me estaba quedando sin aire. Dylan aceptó a regañadientes, y yo me encerré en mi habitación. Me eché en la cama con la ropa puesta y me tapé con 4 mantas, pero ni con eso conseguí mantener a raya el frío que me hacía temblar de pies a cabeza. Me castañeteaban los dientes y el corazón me latía a mil por hora, no podía respirar, se me nublaba la vista, sentía círculos negros en los bordes de mi campo de visión que se iban estrechando a cada segundo que pasaba, hasta que no pude ver nada. Mis pulmones se negaban a aceptar el aire, y la cabeza me daba vueltas.
               Estaba seguro de que me moriría.
               Me llevé una mano al pecho y toqueteé el anillo que me había regalado Sabrae, pero eso sólo sirvió para que me pusiera peor. Estúpido. Había dejado que su nombre se me escapara delante de Aaron, y ahora él sabía cuál era mi talón de Aquiles: ella.  
               Eres un puto bocazas, Alec.
               Como buen masoquista que era, no pude dejar de imaginármelo encontrándosela por la calle, yendo a por ella, haciéndole daño.
               Mi cerebro detuvo la rotación sin control y se focalizó en una imagen. Sabrae, en el cuarto morado de la discoteca donde la había tenido por primera vez, esperándome sentada sobre el sofá que hacía maravillas, y frunciendo el ceño cuando alguien entraba y ese alguien no era yo. Se intentaba levantar, pero la figura negra, cuya silueta yo conocía muy bien, le daba una bofetada que la dejaba sin aliento y Sabrae se caía sobre el sofá.
               Empezó a gemir y suplicar que parara cuando Aaron se desabrochó la bragueta, mientras yo no podía dejar de mirar sin hacer nada más que boquear como un puto pez fuera del agua. Sabrae comenzó a gritar y yo intenté moverme, pero mis músculos no me respondían. Aaron le arrancó las medias como se las había arrancado yo sobre el banco del parque, y Sabrae dejó escapar un alarido que me heló la sangre cuando Aaron…
               -¡Alec! ¡Alec! Estoy aquí-Jordan me sacó de debajo de la cama y me acunó contra su pecho. Le miré sin enfocar su rostro, pero sabía que era él en lo más profundo de mi ser-. Estoy aquí. No pasa nada. Está en tu cabeza. No es de verdad. Concéntrate en mí. Me oyes, ¿verdad? Claro que sí-asintió, acariciándome la cara, arrancándome de aquel lugar oscuro.
               Jordan estaba acostumbrado a tratar con ataques de ansiedad. Su hermana los sufría, y Tamika había tenido varios a lo largo de nuestra vida. Él siempre había sido el encargado de cuidarla cuando le sucedía, por eso supo qué hacer conmigo y cómo impedir que siguiera volviéndome loco.
               -Jordan, Jordan…-jadeé, agarrándome a su sudadera.
               -Sh, sh. Estás aquí. No pasa nada. Sólo estoy yo. Nadie te va a hacer daño.
               -Lo sabe, Jor. Lo sabe.
               -¿Quién lo sabe?
               -Aaron. Mi hermano. Sabe lo de Sabrae. Va a hacerle daño.
               -Eso es imposible-constató.
               -Se lo he dicho yo. Soy tan gilipollas que…-hipé-. Se lo he dicho yo.
               -No, me refiero a lo de que le va a hacer daño. Sabrae es la persona que más a salvo se encuentra en toda Inglaterra. La cuidaremos tú, yo, Tommy y Scott. Cuatro guardaespaldas de élite para una chica que no levanta un palmo del suelo.
               -Va a pillarla a solas, y yo no me lo perdonaré jamás.
               -Yo no me preocuparía mucho por ella, sino por Aaron. Ya has visto que me tumba sin ningún esfuerzo; estoy seguro de que tu hermano no le supondrá ningún problema. Y es buena peleando, tú mismo lo dijiste.
               -Pero Aaron…
               -Alec-me cortó Jordan, agarrándome por los hombros-. Eres subcampeón de boxeo nacional. Sabes pelear. E incluso a ti, a Sabrae no le cuesta vencerte. ¿Crees que el soplapollas de tu hermano pelea mejor que tú? No te preocupes por ella. Sabe cuidarse solita.
               -Pero… Aaron es más alto que yo. Le saca mucha ventaja.
               Jordan puso los ojos en blanco y soltó la mejor frase de la historia de las frases:
               -Todos somos muy altos hasta que nos dan una patada en los cojones.
               Me lo quedé mirando, estupefacto. Y luego, empecé a reírme como un verdadero histérico.
               -Y Sabrae tiene experiencia en esto de las patadas, ¿no? Hace kick boxing. Fijo que te pone la mandíbula en la nuca de una patada. O hace que los huevos se te salgan por las fosas nasales.
               -Pagaría por ver que le hacen eso a mi hermano-bufé.
               -Vale, ¿me cuentas qué ha pasado?-me pidió, y se lo conté de forma atropellada e inconexa, como sucedía cuando estaba nervioso, pero Jordan ya estaba acostumbrado. Me aconsejó que hablara con ella para terminar de tranquilizarme, porque según él, yo tenía la costumbre de minusvalorar a Sabrae cuando no tenía contacto directo con ella.
               Tenía razón. En cuanto vi que se conectaba y me enviaba un mensaje para hablar, me tranquilicé. Porque, para empezar, estaba lejos, fuera del alcance de Aaron. Y, como Jordan decía, era fuerte.
               Jordan se marchó a su casa y me avisó de que no me acostara demasiado temprano, porque vendría por la mañana para que le contara los detalles de mi sesión de sexo cibernético con ella. Le tiré la almohada mientras aceptaba la petición de videollamada de ella, que alzó las cejas y se mordió el labio cuando me vio aparecer frente a su pantalla.
               -Hola-sonrió, y juro que con esa sonrisa se me curaron todos los males. No porque pensara que ella podría protegerse, sino porque con esa sonrisa yo me sentía el tío más fuerte del mundo. Nadie podría alcanzarla si ella me sonreía así.  
               Su sonrisa era mi traje de Iron Man personal.
               -Hola-saludé, acurrucándome en la cama y aplastándome el pelo-. Has tardado.
               -Sí, es que la pesada de mi hermana no quería irse a dormir-puso los ojos en blanco y ella también se arrebujó en la cama-. ¿Qué tal la cena?
               -Pf. Mejorable, la verdad, ¿y la tuya?
               -La mía genial. ¿Qué ha pasado?
               -Pues… que no estabas, Sabrae.
               Sabrae convirtió su boca en una gigantesca D vertical, sonriente.
               -¡Alec!-protestó, como a mí me encantaba que lo hiciera, convirtiendo la E de mi nombre en un triple salto mortal.
               -¿Qué pasa?
               -Acabas de hacer que quede como una gilipollas. Jo-hundió la cabeza-. A mí me habría encantado estar ahí también. Deberíamos hacer una iniciativa de fusión de cenas familiares. Tomlinson, Malik y Whitelaw, unidos durante Nochebuena.
               -¿Seguro que quieres que tu hermano y tu padre vean cómo te meto mano mientras tomamos sopa?
               -Me preocupa más Tommy-murmuró-. Creo que todavía tengo posibilidades con él. Ahora que Diana se ha marchado a Nueva York…-se echó a reír y yo con ella.
               -Ya está. El robo del siglo. Tú te lías con Tommy y yo con Diana. Y todos contentos.
               -¡Eh! Ni de coña te quedas tú a Diana. ¡Es la mejor parte de la pareja!
               -Cierto-chasqueé la lengua-. Te van los coños y las pollas. Se me olvida que eres un partidazo-me toqué la sien y Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Eres más tonto… bueno, mira, tengo una cosita para ti-se sentó sobre sus piernas dobladas y se inclinó hacia la cámara mientras se estiraba para coger algo.
               -Uf, feliz Navidad para mí-comenté al ver el increíble primer plano que me estaba haciendo de sus tetas sin querer.
               Sabrae se sentó de nuevo sobre su culo y se llevó las manos al pecho.
               -¡Serás imbécil! Pues ya no te lo enseño-hizo un mohín y yo me eché a reír.
               -No seas así, nena, venga-supliqué, y Sabrae volvió a poner los ojos en blanco.
               -Vale, pero… no te hagas unas ilusiones tremendas; no es nada del otro mundo-me enseñó una cajita blanca en la que había anudado un lazo rojo, muy típico de la Navidad. Se sentó de nuevo a lo indio, empujó lo que fuera que tuviera consigo para hacer la videollamada (supongo que era un ordenador, o quizá un iPad) para abarcarse más cómodamente a sí misma, y deshizo el lazo de la cajita.
               -¡Eh! ¿No se supone que, si es un regalo mío, debería desenvolverlo yo?
               -¿Vas a venir a Burnham para desenvolverlo?
               -¿Quieres que vaya?-coqueteé, y Sabrae se echó a reír.
               -Algún día, te traeré.
               -O puedes invitarme. Tengo medios para ir.
               -No creo que a tu madre le haga gracia que te cruces Inglaterra en moto.
               -Mi segundo nombre es Disgustos.
               Sabrae se echó a reír y destapó la cajita. Sacó con cuidado una bola de cristal con algo amarillo dentro, y se revolvió para acercarla a la cámara. Me incliné para mirar el móvil.
               -No se ve bien…-se lamentó ella-. Espera, voy a encender la luz del techo, a ver si así…-se escuchó un clic y la imagen cobró más nitidez-. ¡Ahora!
               Examiné el contorno de lo que Sabrae sostenía en la mano. No era una bola de cristal, sino un pisapapeles. Y en su interior había algo amarillo, algo con la forma de un jarrón tumbado en un ángulo imposible sobre su lado más amplio.
               Cuando miré la boca del diminuto jarrón, me di cuenta de que no lo era, porque ningún jarrón tenía una forma tan irregular. Eran los pétalos de una flor, el capullo de una flor.
               La rosa amarilla que yo le había regalado la última noche que estuvimos juntos.
               -Sabrae…-jadeé, conmovido porque hubiera inmortalizado mi pequeño regalo en un pisapapeles.
               -¿Te gusta?-sonrió, apartándola de la cámara y mirándola-. En Bradford había un puesto en el que hacían bolitas de nieve con fotos y recuerdos de ese estilo con varias cosas. Les llevé la rosa y me la guardaron. Así nunca se marchitará. La pena es que ya no huele-se la acercó a la nariz y cerró los ojos-. Pero no pasa nada. Creo que la pondré al lado de un jarrón con flores en mi habitación, y dará el pego.
               -Joder, tía…-mascullé, frotándome los ojos. Me apetecía llorar. No sabía si era por la tensión del día o lo bonito del gesto, pero… me encantaba que Sabrae hubiera tenido una iniciativa así. Que quisiera tener algo que le recordara siempre aquella tarde tan especial, igual que yo tenía su anillo colgando de mi cuello como tenía el colmillo de aquel tiburón de Grecia.
               -Jo, Al. No llores.
               -No lloro, pero… buah. Eres flipante, Saab. Te lo juro.
               Ella se encogió de hombros y soltó una risita.
               -¿Sabes? Yo también tengo algo que enseñarte. Se me ha ocurrido cómo llevar siempre el anillo que me diste conmigo. Pero para eso… tienes que esperar.
               -¿Qué vas a hacer?-frunció el ceño y apoyó una mano en su rodilla. Me llevé un dedo a los labios y me levanté-. ¡Alec!
               -Voy a cambiarme de ropa, chica, tranquila.
               -Bueno, ¿y no lo puedo ver?-protestó-. Me parece súper ofensivo, chico. Qué quieres que te diga.
               Me eché a reír mientras me quitaba el jersey y los vaqueros, y me ponía el pantalón de chándal que usaba de pijama y una camisa. En invierno dormía con una camiseta de algodón, pero esa noche no me servía para lo que tenía en mente. Sabrae había desenvuelto el regalo delante de mí, y yo tenía pensado hacer lo mismo.
               Recogí el móvil y me enfoqué los ojos muy de cerca mientras Sabrae esperaba a que terminara de tirarme en la cama.
               -Vale, ¿estás lista?
               -Depende de para…-empezó, pero se quedó callada en cuando me enfoqué por debajo del cuello y empecé a desabrocharme, con una sola mano, los botones de la camisa. Observó en silencio cómo me la abría y recogía la cadena plateada en la que tenía la chapa y su anillo, y, cuando agarré el anillo con los dedos y comencé a exhalar con él, exhaló-. Guau.
               -Me queda un poco larga-comenté, volviendo a enfocarme la cara y mirando el anillo-. Pero peor es nada. No me la quito, ¿sabes?
               -¿Ni para ducharte?
               Le dediqué mi mejor sonrisa torcida.
               -Eso son cosas íntimas, Sabrae. No pretenderás que te responda.
               -Ojalá me lo enseñaras, sinceramente.
               Alcé las cejas y ella se echó a reír.
               -¡Lo siento! Es que… estás muy guapo con tu pelo revuelto y mi anillo en el cuello.
               -Perdona, ahora es mi anillo. Me lo regalaste, ¿recuerdas?
                -Puedo quitártelo cuando yo quiera.
               -Me gustaría verte intentándolo-me eché a reír y ella apoyó la mejilla en una mano.
               -Jo, Al… me parece precioso que lo lleves siempre contigo.
               -Hasta cuando entreno-asentí.
               -¿Seguro que no quieres responderme a lo de la ducha?
               -Te repito que son intimidades.
               -Vamos, que tendré que espiarte-chasqueó la lengua.
               -O puedes pedir que te haga una exhibición-jugueteé con el anillo y la miré con intención, y Sabrae soltó una carcajada-. ¿Cuándo vuelves?
               -Mis padres no van a querer volver antes, por mucho que me lo preguntes.
               -¿Y no hay posibilidad de que te escapes?
               -No voy a escaparme, Alec.
               -¿Fijo? ¿Ni por esta carita?-sonreí, pasándome la mano por ella.
               -No-contestó, implacable.
               -¿Ni por este cuerpo?-me enfoqué el torso desnudo y Sabrae sacudió la cabeza-. ¿Ni por estos abdominales?-descendí un poco más y ella chasqueó la lengua. Cambié entonces a la cámara trasera del móvil y me agarré el paquete-. ¿Ni por esto?
               Sabrae estudió la imagen, pensativa.
               -Bueno-cedió-. Por eso, igual sí.
               -¡Qué simples sois las mujeres!-solté una risotada-. Veis una polla y ya sólo pensáis en una cosa.
               -Ja. Ja. Qué. Gracioso.
               No había sido una buena idea tocarme el rabo hablando con ella, porque ahora no podía apartar la mano de ahí.
               -¿Podemos volver a hacer lo del otro día, pero por aquí? Me muero por verte.
               Sabrae se apartó un mechón de pelo de la cara y se mordió el labio.
               -No puedo, Al. Tengo la casa llena de gente.
               -Menuda mierda.
               -Puedes hacerlo tú.
               -Ya, pero no tiene gracia hacerlo yo solo.
               -¡Habla por ti! Yo creo que tendría mucho morbo verte. A mí me pone muchísimo imaginarme que te tocas pensando en mí.
               -Imaginas porque te da la gana, porque puedes venir a mirar cuando quieras.
               Sabrae sonrió, se tumbó sobre su costado y ahogó un bostezo. Esperó para ver si yo finalmente cedía a mis instintos e hizo un mohín cuando por fin reuní la fuerza de voluntad suficiente para apartar la mano de mi incipiente erección y se la mostré. Charlamos hasta bien entrada la madrugada, todo lo que me había dicho Aaron, ya olvidado.
               Me prometió que sería la primera persona a la que iría a ver cuando regresara a Londres el 28 de diciembre, de modo que yo tomé la decisión de aprovechar esa oportunidad que iba a darme invitándola al cine o algo por el estilo. El 25 no trabajé, pero el 26 salí ya por la mañana, con tan mala suerte que después de la hora de comer, en pleno pico de pedidos, un gilipollas de Pizza Hut se me cruzó en el camino e hizo que yo chocara contra un bus. No me pasó nada, pero la moto se hizo un abollón importante, así que les pasé mis encargos a Chrissy y a Wilson y me fui a casa.
               Estuve toda la puñetera tarde intentando reparar el abollón de los huevos, porque no sólo era un abollón: se me había soltado una tuerca de las que sujetaban un lateral del motor, y toda la maquinaria de la moto corría peligro.
               Así que allí estaba, tirado sobre la tabla que usaba como apoyo fabricada a partir de dos monopatines que había pegado juntos, cuando a Mimi le pareció buena idea venir a tocarme los cojones. Sus pies aparecieron por encima de mi cabeza, y ni me molesté en mirarla a la cara, demasiado ocupado en apretar una tuerca del ventilador, cuando le dije:
               -Nena, hazme el favor del siglo y pásame la llave inglesa del tres.
               Tardó un momento en acatar mi orden, pero sus pies desaparecieron. De unos cuantos pasos se acercó al panel de las llaves inglesas y, tras un instante de vacilación, dejó caer una al lado de mi cabeza. La cogí y me la quedé mirando.
               -Del tres, Mary Elizabeth, no del cuatro. Sé útil por una vez en tu vida-le tendí la llave y ella la aceptó.
               Sólo que ella no era la ella que yo pensaba.
               -No soy Mary Elizabeth-dijo Sabrae-, pero puedo hacértelo igual.
               Tal fue la impresión que me dio escuchar su voz que me intenté levantar de un brinco, con tan buena suerte que me di un cabezazo con el manillar de la moto. Sabrae dio un paso hacia mí y se apoyó en el sillín.
               -¿Estás bien?
               -Sí, sí. Tengo la cabeza dura, eh…-me froté donde seguro que me saldría un chichón-. ¡Hola!
               -Hola-sonrió ella.
               -Hola-repetí, porque soy gilipollas perdido.
               -Hola-repitió ella, y soltó una carcajada.
               -¿Qué… qué haces aquí?
               -Resulta que he venido antes. ¿No te alegras de verme?
               -Pues… ¡claro! Es sólo que… hoy no es 28. Hoy no es 28, ¿verdad?-me volví hacia el calendario de la pared, rascándome la cabeza-. Es que hoy me dieron un golpe y, aunque iba con el casco, bueno…
               Cuando me volví hacia ella, Sabrae me agarró de la camiseta y tiró de mí con ímpetu. Su boca encontró la mía y juro que fue la mejor sensación del mundo.
               Iluso de mí, preocupándome por lo que Aaron pudiera hacerle. Como si yo no desarrollara superpoderes cuando de Sabrae se trataba.
               -Puede que te echara mucho de menos y adelantara un poco mi llegada-ronroneó como una gatita-. O puede que te mintiera desde el principio porque quería darte una sorpresa, y en realidad volvía el 26.
               Me pasó las manos por los hombros y gimió. Yo la agarré de la cintura y traté de separarla hacia mí, pero como mi cuerpo quería otra cosa, terminé levantándola por encima de la moto y haciendo que se sentara sobre el sillín.
               -Voy a mancharte de grasa-jadeé en su boca, pero ella empezó a tirar de mi camiseta.
               -Me da igual-respondió, pasándome las piernas por los lados del cuerpo y suspirando cuando yo me metí entre ellas. Mi lengua entró en su boca, invasiva. Sabrae tiró de mi camiseta hasta que consiguió sacármela por la cabeza, y recorrió mi cuerpo con los dedos-. Dios mío… cómo te he echado de menos.
               La sujeté por las caderas y la cargué sobre mi erección.
               -Alec-jadeó, frotándose como una gatita mimosa contra el bulto de mis pantalones. Cada vez que nos separábamos, nuestro aliento formaba una nube de vaho-. ¿Tienes frío?
               Negué con la cabeza, aunque tenía la puerta del garaje abierta y fuera estaríamos a 10 grados, como mucho.
               -Yo te caliento-se ofreció, y me cogió las manos y las puso sobre sus pechos. Estaba como loca por probarme. Tenía un hambre de hombre que no podía con ella.
               Menos mal, porque yo estaba famélico de mujer.
               Separé una de mis manos de sus pechos y la llevé a sus rodillas. Comprobé con alegría que no sólo no llevaba pantalones, sino que tampoco llevaba medias. Iba en falda.
               Me colé debajo de la tela de su parte inferior y alcancé sus bragas. Sabrae dio un brinco y se separó de mí.
               -Te juro que no lo hago a posta.
               -¿El qué?-pregunté, llegando al elástico de sus bragas y colando un dedo entre la tela. Sabrae dejó escapar un gemido.
               -Calentarte así. No es a propósito, de verdad.
               -Caliéntame como te dé la gana, nena-gemí en su boca cuando mis dedos alcanzaron su sexo y ella suspiró. Clavó las uñas en mi espalda y negó con la cabeza.
               -No podemos, Al. Tengo la regla.
               -Y yo, toallas en casa.
               -Alec-casi suplicó, y en su tono se veía que no sabía si quería parar o continuar-. No quiero así. En serio, me apeteces muchísimo, quiero follarte y que me folles muy fuerte, pero… no puedo, de verdad.
               -¿En qué día estás?
               -Acaba de empezarme. Apenas mancho, pero…
               -Voy a quitarte las bragas-anuncié, y ella abrió los ojos.
               -¿Qué?
               -Que te voy a quitar las bragas, Sabrae, joder. Te voy a comer el coño como si no hubiera un mañana. Llevo recordando cómo gemías mientras te masturbabas por teléfono desde que lo hicimos. No puedo dormir, no puedo comer, no puedo pensar, sin escucharte así. Necesito volver a oírte gemir, Sabrae. Por favor. Déjame quitarte las bragas. Déjame escucharte gemir.
               -Tienes otras formas de hacerme gemir-contestó ella, y yo sonreí. Y si antes estábamos descontrolados, ahora directamente estábamos para encerrar. Masajeé su sexo húmedo mientras ella se frotaba contra mi mano; hacía la presión justa con la palma de la mano sobre su clítoris para que ella no pudiera contemplar otra cosa que no fuera tenerme bien pegada a sí.
               Y entonces…
               -A la mierda-jadeó-. ¿Tienes un condón? Necesito que me la metas.
               Sonreí, rebusqué hasta encontrar la cartera en uno de los compartimentos de la moto, mientras ella me bajaba la bragueta y me abría los vaqueros y sostenía mi erección entre los dedos y…
               La desgraciada de mi hermana carraspeó en la puerta del garaje. Tanto Sabrae como yo dimos un brinco; yo me subí deprisa los pantalones y ella cerró las piernas y se colocó el sujetador en su sitio, para que no se notara que se le habían puesto los pezones duros.
               Mimi se cruzó de brazos, divertida, y se apoyó en el marco de la puerta.
               -Estábamos…-empezó Sabrae, roja como un tomate. Qué irónico que ella, que no tenía vergüenza, se pusiera roja mientras mi hermana, Doña Timidez, disfrutaba con la situación.
               -¿Haciéndote una exploración de cáncer de mama?-sugirió mi hermana.
               -¿Qué cojones quieres, Mary Elizabeth?-gruñí.
               -Mamá quiere saber qué te apetece cenar. Aunque, bueno… está bastante claro. ¿Con qué quieres hacer la digestión?
               Me volví hacia Sabrae.
               -¿Has cenado ya, Saab?
               Mi chica negó con la cabeza, y yo me encaré a mi hermana, que alzó las cejas.
               -Dile a mamá que haga lo que le parezca. Yo hoy no ceno en casa.





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4 comentarios:

  1. BUENO CHILLANDO ESTOY CON EL REENCUENTRO. O sea conforme iba acabando el capítulo decia yo "jolines, otro cap que no se reencuentran" y cuando he leído lo de los pies ha sido como "Ay, que es Sabrae, chillo."
    Me han parecido cuquisimos, preciosisimos, monisimos y todos los adjetivos que se te ocurran.
    Odio profundamente a Aaron, quiero estamparle la cara con una farola y usarsela de matasellos. Me cae mal la Jazz esta de los huevos, pero bueno ya vien de lejos. Y el Sergei este más de lo mismo, es un machirulo de la noche.
    Hw sufrido con la parte de Alec y la cena y el ataque de ansiedad porque me han dado ganitas de llorar, mi pobre niño pequeñito, que quiero arroparlo y amamantarlo.
    Por otro lado casi me caigo de la cama con lo de "-Porque es verdad. Te está utilizando-comentó Scott, y yo me lo quedé mirando con el corazón en un puño-. Para enamorarse de ti." O SEA ES QUE EL PUTO SCOTT MALIK NO DEJA DE HACERME DAÑO AUN CUANDO LA HISTORIA ES SUYA. ES QUE DE VERDAD QUE ME HE QUEDADO PILLADA CON ESA PARTE DE LO QUE HE CHILLADO INTERNAMENTE. PUEDE DEJAR DE SER JODIDAMENTE ICÓNICO AUN CUANDO LA NOVELA YA NO ES SUYA, PORQUE ASÍ NO HAY NI DIOS QUE LO SUPERE Y YO ASÍ NO PUEDO SEGUIR VALE, QUE HACE UN AÑO QUE ESTE TIPEJO MURIÓ Y YO TODAVÍA NO LO SUPERO NI VEO SEÑALES DE HACERLO Y ESTOY MUY ENFADAD, WS UN PUTO TERRORISTA EMOCIONAL.

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    1. Mujer de poca fe, como iba a dejaros y sin reencuentro JAJAJAJAJAJAJA tuve que cortarlo bastante porque originariamente iban a salir y medio declararse como hicierion en el que subi antes de ayer en este mismo capítulo, pero visto lo visto hice bien dividiendolo todo JAJAJAJAJA
      Aaron es puto hirrible en serio es que es malo hasta decir basta, no se como Alec puede haber salido de las mismas personas que el y ser tan distinto, tan bueno y tan puro cuando su hermano es tan mala persona, es que uf, como se nota con quien se crio cada uno mIRA LE PEGO EH
      Jazz una lerda, ademas de intentar meterse entre Scott y Eleanor tambien lo hace entre Sabrae y Alec otra a la que pegamos
      Podemos hablar porfitas de lo mucho que quiere Alec a Sabrae, que literalmente se vuelve loco cuando alguien menciona la mera posibilidad se hacerle daño???? Es que a su lado Scott y Tommy sudan de sus chicas bua
      QUE NO SE NOTE ESE FAVORITISIMO QUE LE TENEMOS TU Y YO A SCOTT O SEA ES QUE CADA VEZ QUE ABRE LA BOCA ES PARA SOLTAR UNA PERLITA PRECIOSA QUE SOLA ESTOY QUE SOLAAAAAAAA

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  2. EL REENCUENTRO ME MUERO, QUE NO ME LO ESPERABA VALE Y HA SIDO ICÓNICO!!!!! por cierto puñetera Mimi es que me encanta

    he sentido por dentro la ira de Alec respecto al capullo de Aaron, que ganas de matarle dios mío de mi vida, yo no sé cómo no le ha dado 50 mil puñetazos. Y pobre con el ataque de ansiedad que le ha dado, Jordan es otro que siempre está ahí y no tenemos en cuenta

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    1. EL SORPRESON DEL MILENIO QUE POCA FE TENEIS DEPOSITADA EN MI ojala pudiera culparos pero es que os he dado motivos de sobra para no fiaros asi que 🙆🏽
      Mimi es una reina es que no puedo con ella menudas ganas tengo de escribir su spinoff Y EL DE TRUFAS, PA QUE RABIES JEJEJEJE😉😉😉😏
      Fuera bromas, este capitulo me ha encantado porque aqui se ven genial los sentimientos de Alec por Sabrae , lo que esta dispuesto a hacer por ella, es que apreciemos que solo se vuelve loco cuando Aaron la saca a colacion, amamos a un rey enamorado de su reina bua, le quiero mucho, es mi hijito 😢

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