lunes, 26 de noviembre de 2018

Acquainted.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Me detuve frente a la estantería con dulces especiales que sólo venían en Navidad y me giré para ponerme ojitos a mamá. Como si hiciera falta intentar seducirla mínimamente cuando se trataba de bombones.
               Si mis padres ya me consentían muchísimo durante el resto del año, cuando llegaban las Navidades prácticamente era imposible que me dijeran que no. Además, en lo que respectaba a los dulces, en muy pocas ocasiones papá o mamá se negaban a comprarme algo que me apeteciera. Y menos cuando se trataba de un antojo por estar con la regla.
               Siempre me había preguntado a qué se debía aquello, porque los padres de mis amigas estaban todo el rato controlándoles lo que comían, especialmente a Amoke. Tenía antecedentes de diabetes en la familia, así que les preocupaba mucho lo que mi mejor amiga comiera, a pesar de que estaba en plena forma y no tenía un gramo de grasa en su cuerpo, como me pasaba a mí. Un día, después de hacerme con una caja de roquitas de  cereales recubiertas de chocolate, le había preguntado a mamá por qué nunca me decía que no a un dulce, a lo que me contestó:
               -Porque estás sana. Si no lo estuvieras, ya verías lo rápido que te cerraba el grifo.
               No habíamos vuelto a hablar del tema y habíamos seguido con nuestra política de pide-y-se-te-dará.
               Mamá soltó una risita, asintió con la cabeza, y dejó que metiera en el carrito a medio llenar la caja de bombones austríacos con la cara de Mozart en todos los lados del pequeño envoltorio. Los bombones de Mozart eran mi perdición: recubiertos con una capa de chocolate negro puro, tenían un interior de mazapán y un corazón de trufa que se te deshacía en la boca cuando lo probabas. La primera vez que los habíamos comprado, me había ventilado una caja entera yo sola; me sentaron mal y estuve fatal de la barriga durante más de dos días, así que a mis padres no les hizo falta darme una lección sobre razonamiento de azúcar: yo misma la aprendí por las malas.
               -Están de oferta-comentó mamá, guiñándome un ojo, y se echó a reír cuando yo intenté vaciar la estantería en el carro, pero había demasiados productos y no teníamos suficiente espacio-. Coge otras tres y ya vale, Saab-me aconsejó, y yo las coloqué obedientemente en una pila perfecta, ansiosa por guardarlas en la despensa y tenerlas disponibles para mí incluso en verano.
               Estaba de muy buen humor, y cuando estaba de muy buen humor, compraba compulsivamente. La noche anterior, después de llegar de dar una vuelta con Alec, había terminado de cerrar mis planes para ese día. Iba a salir con mis amigas, las cuatro en grupo, por el centro de Londres durante la tarde, justo después de ir con Eleanor a la tienda donde Scott se había hecho el piercing. Les enseñaría lo que tenía pensado hacerme a las chicas y, tras recibir su aprobación por mi pequeño arrebato de libertad, quedaría con Alec de noche y nos iríamos por ahí, no sé si a cenar, a enrollarnos, a las dos cosas o sólo a una (y yo sabía cuál preferíamos los dos). Él todavía no me había confirmado si podía por la noche, pero yo daba por hecho que movería cielo y tierra para que estuviéramos juntos.
               La única parte del día que había pensado que tendría libre era la mañana, en la que pensaba remolonear leyendo un libro, dibujando o viendo una película con mis hermanas, seguramente alguna comedia romántica de las que nunca veíamos cuando Scott estaba en casa (porque a Scott le entretenían las comedias románticas, así que nos las reservábamos para nosotras y a él lo obligábamos a ver un dramón importante, sólo para que se durmiera y poder pintarrajearle la cara).
               Por supuesto, cuando mamá se sentó en mi cama y me acarició la frente para despertarme, me dio un beso en la sien a modo de saludo y me dijo “vámonos de compras”, decidí cancelar todos mis planes mañaneros. Me gustaba muchísimo ir de compras con mamá, ya fuera al súper o a por ropa. Y cuando se acercaba Fin de Año, más todavía: no sólo porque tenía que ayudarla a elegir el mejor atuendo para la comida anual de su bufete, sino porque siempre me concedía algún caprichito y, para colmo, nos permitíamos la una a la otra llenar el carrito de la compra con manjares en los que papá ni se fijaba cuando íbamos a por provisiones.
               Se acercaba la hora de comer, y en el coche nos esperaban el traje de falda-pantalón que mamá había cogido en la tienda en que yo había comprado el mono de Nochevieja, y las dos cajas de diseñador con el bolso de mano dorado y las botas del mismo material y color que habíamos cogido para terminar mi atuendo.
               -¿Se lo vamos a decir a papá?-le pregunté con inocencia cuando vi el ticket con la firma de mamá en el que el precio de mis accesorios ascendía a las cinco cifras. Mamá se limitó a guardar la cartera en su bolso y recoger la bolsa mayor. Ellos nunca me habían dicho nada respecto a las cosas que compraba, principalmente porque nadábamos en la abundancia, pero no estaba segura de si a papá le parecería adecuado que me gastara cerca de 15 mil libras en mi primera Nochevieja.
               -Sí, porque al contrario de lo que te pueda parecer, yo gano más dinero que tu padre. Una de las razones de que lo aguante es que, como no firmamos acuerdo prenupcial, si nos divorciáramos, él saldría ganando.
               -Y porque le quieres-atajé, echándome a reír. Mamá siempre se mostraba indiferente cuando hablaba de papá en tono ligeramente negativo, pero cualquiera con ojos en la cara podía ver lo mucho que se le iluminaba la mirada cada vez que hablaba del hombre con el que había formado una familia. La verdad es que no me extrañaba: papá la quería tanto como una persona puede querer a otra.
               Yo sólo aspiraba a conocer una décima parte del amor que se profesaban mis padres.
               Con Alec estaba empezando a conocer la mitad.

               -Y por el sexo-añadió ella, sumándose a mis carcajadas. Me besó en la cabeza y me llevó al supermercado, y allí estábamos, sirviéndonos de carne de primerísima calidad, frutas exóticas y golosinas exclusivas, cuando una pareja familiar giró la esquina y empezó a comparar latas de panettone. Dos melenas pelirrojas se detuvieron ante una caja azul con flores blancas, imitando margaritas que volaban por el cielo.
               Me las quedé mirando sin ser capaz de reaccionar; era la primera vez que me encontraba con Annie desde que había empezado a acostarme con su hijo. Ella no sabía nada, y yo sabía que ella no sabía nada, pero aun así me producía muchísimo respeto tenerla delante sabiendo las cosas que Alec y yo nos hacíamos.
               El ligero nudo en el estómago que sentí al pensar que puede que ella creyera que yo no fuera lo bastante buena para Alec me hizo ser un poco más comprensiva con la aprensión que él sentía cada vez que se cruzaba con mi padre, que al principio había disimulado un poco su recién adquirida hostilidad hacia él pero, desde el incidente en el parque, dejaba campar a sus anchas.
               Mimi se apoyó en la barra del carrito e hizo una mueca cuando su madre le dijo algo. Entonces, mamá se giró para ver qué había atraído mi atención de esa manera, si una pirámide de Ferrero Rocher o qué.
               Y sonrió al reconocerlas.
               -¡Annie!-exclamó mamá con ilusión. Mi madre y la de Alec eran bastante amigas; su relación se extendía más allá incluso de la confianza que habían ido cogiendo con el tiempo las madres de los distintos componentes del grupo de mi hermano. A veces incluso diría que mamá prefería a Annie antes que a Eri, a pesar de la diferencia de edad que había entre ambas (más de diez años) y la obligada cercanía con la Tomlinson por culpa de los primogénitos de ambas.
               Annie se volvió y, al reconocer a mamá, esbozó una sonrisa radiante. Mimi se irguió cuan larga era, presumiendo sin pretenderlo de cuerpo (tenía un cuerpo perfecto, con ligeras curvas que siempre se intuían debajo del uniforme del instituto, y larguísimas piernas trabajadas por las horas que dedicaba a la danza) y se pasó una mano inconscientemente por el pelo en un gesto de nerviosismo y timidez contenida, antes de que sus labios se rizaran en una leve sonrisa al posar los ojos en mí.
               Empujó el carro tras su madre, que todavía no había soltado la caja de panettone que sostenía en la mano, y se detuvo para rodearlo mientras Annie y mamá se fundían en un cálido abrazo.
               -¿De compras navideñas?
               -Siempre hay algún apurón de última hora, ya sabes cómo va-Annie se encogió de hombros y se afianzó la correa de su bolso por el hombro. Se apartó un mechón de pelo tras la oreja y le acarició el brazo a mi madre con gesto nostálgico-. ¡Hace mucho que no te veo! No te dejas caer nada por casa, ¿es que tengo que conseguir que me denuncien para que me prestes atención?
               -Sí que te he tenido desatendida-rió mamá, negando con la cabeza-, pero en mi defensa diré que estoy hasta arriba de trabajo. Cuando salgo del despacho, lo único que me apetece es llegar a casa, tomarme una copa de vino y acurrucarme contra Zayn-mamá se mordisqueó la sonrisa mientras Mimi se ponía colorada y Annie se echaba a reír.
               -Te entiendo mejor de lo que piensas. Dylan es igual. Llega matado cada día, pero aun así siempre saca tiempo para ayudarme un poco con la casa. Normalmente friega él mientras yo veo las noticias, y luego, cuando termina, viene conmigo y nos echamos un poco en el sofá. No está de más darle atenciones a tu marido, ¿no te parece?
               Mimi y yo nos miramos y nos sonrojamos un poco más, pensando en la escena, imaginándonos a nuestros respectivos padres haciéndose arrumacos en el sofá.
               -¡Totalmente! Y yo más que tú, que ya sabes-mamá hizo una mueca-. Como me cruce con Zayn, me escribe una canción tremenda y todavía lo tengo recogiendo un Grammy a los dos años y dándome las gracias por sacarlo tanto de sus casillas.
               -¡Poca queja tendrá contigo, mujer!
               -Siempre hay algo por lo que protestar.
               Annie puso los ojos en blanco y asintió por la cabeza.
               -No, si tienes razón. A veces Dylan viene con los cables cruzados, y lo único que quiere es discutir, y yo tampoco me voy a quedar atrás, ¿sabes? Le entro al trapo y no dejo que me pise.
               -Como tiene que ser, chica-mamá le dio un toquecito en el brazo y Annie se echó a reír-. A ver qué se van a pensar. Que luego te ganas una reputación de pacífica, y cuando quieres camorra se sorprenden.
               Annie esbozó una sonrisa malévola.
               -No te quiero ver yo en un día atravesado.
               -Créeme, y Zayn tampoco. Es listo, el tío. Cuando me nota que estoy con ganas de guerra, enseguida me dice que sí a todo. Entonces tengo que tirar de la artillería pesada y sacar a colación a mi suegra-mamá le guiñó un ojo y se cruzó de brazos-. Y chica, es que no falla.
               -Yo no puedo decir nada malo de la mía, la verdad es que es un amor.
               -A ver, que la mía tampoco es que sea un ogro, pero al principio nos tuvimos muy cruzadas, ¿sabes? Y yo tengo buena memoria, no se me olvidan esas cosas fácilmente.
               -Ya será para menos, mujer-Annie se echó a reír y entonces posó la vista en mí-. ¡Bueno! Veo que vienes muy bien acompañada-dio un paso hacia mí y me estrechó entre sus brazos, y yo sentí que el nudo en mi estómago se deshacía. Annie siempre me había tenido mucho cariño, había apoyado mucho a mamá cuando ella estaba intentando quedarse embarazada por segunda vez. Como por la misma época en la que mi madre vigilaba su ciclo menstrual Annie estaba embarazada, y se convertía en madre por segunda vez de la mano de Mimi, le había ofrecido mucho apoyo y la había tranquilizado cuando las cosas se le venían un poco encima.
               Además, Scott había estado encantado conmigo desde el momento en que llegué a casa, y como todavía era demasiado pequeño para ir a jugar a casa de Alec, o que Alec viniera a nuestra casa sin acompañante, Annie había aprovechado para sostenerme en brazos y hacerme carantoñas mientras mi hermano y el que ahora era mi chico jugaban.
               Una parte de mí se deshizo con alivio al pensar que ya tenía un poco ganada a Annie, que puede que pensara bien de mí por el mero hecho de que me conocía desde que era un bebé, y se notaba que me apreciaba y me quería como si fuera casi una sobrina.
               -Madre mía, Sabrae, ¿hace cuánto que no te veía? Has crecido muchísimo, y estás hecha una señorita-me acarició los hombros y yo sonreí, complacida-. Tendrás a todos los chicos detrás de ti.
               Mamá abrió los ojos, sorprendida, durante un segundo. El mismo segundo en que Mimi se dio la vuelta para no empezar a reírse en la cara de su madre. El mismo segundo que yo tardé en ponerme roja como un tomate.
               Si tú supieras…
               -¡Uy!-Annie se giró hacia mamá y se echó a reír-. ¡Se ha puesto roja! Eso es que alguno, hay.
               -Algo tiene por ahí, sí-coincidió mamá, mientras Mimi tosía para disimular la carcajada que intentaba manarle de la boca.
               -Chica, pues qué suerte tienes de que te lo cuenten. Debe de ser el frío, o algo, pero últimamente todos se nos emparejan. Yo tengo a Alec igual-espetó, y me noté abrir los ojos tanto que mis cejas prácticamente tocaron el inicio de mi cuero cabelludo.
               -¿De veras? ¿Alec con novia?
               -No sé si es su novia o qué le pasa, pero te digo yo que es más serio de lo que tiene con otras chicas. Porque mi hijo es muy moderno y tiene sus rollos fijos de una noche-Annie puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
               -Mujer, si ellas quieren, deja que lo disfrute.
               -No, si yo no digo nada. Está en la edad, evidentemente. Sinceramente, me doy con un canto en los dientes por el mero hecho de que todavía no me haya venido a decirme que ha dejado a una chica embarazada. Porque lo veo perfectamente capaz.
               -¿De decírtelo?-pregunté, inocente, y Annie me miró.
               -¡No, mujer, de dejarla embarazada! Que yo, a ver, no es que lo juzgue ni nada por el estilo, porque Alec en el fondo es muy buen chico y no le haría daño a una mosca-madre mía, señora, que se dedica a pegar palizas en su tiempo libre
               Eso no es justo, Sabrae, me dije a mí misma, tú también fuiste a esa pelea y también participaste de ella. Más que Alec, incluso. ¿Y por eso ya no eres buena chica? Sólo les diste a aquellos imbéciles lo que se merecían.
               -…, pero el caso es que a mi niño le gusta más andar folleteando por ahí que un caramelo a un tonto.
               -Eso me suena de algo-mamá se echó a reír-. Scott es igual. Pero bueno. Ya que son guapos, que aprovechen, ¿no?
               -Pero Sher, que no te parezca mal, pero al tuyo le viene de familia.
               -¿Por qué iba a parecerme mal, si es verdad?
               -¡Pero es que al mío no sé de dónde le viene! Le va mucho el vicio, ya sabes-Annie suspiró-, pero bueno, confió en que me sorprenda y tenga la cabeza más en su sitio de lo que parece y tome precauciones.
               -Mamá, a ver, que Alec tampoco es un mandril-protestó Mimi, y su madre se la quedó mirando.
               -Tu hermano es un golfo, Mary-soltó Annie-. Todavía no ha dejado de serlo por mucho que esté cambiando por la chica con la que se ve.
               -¿Y si es un chico?-sugirió Mimi sólo por provocar, y Annie parpadeó.
               -Tu hermano no es gay, Mary Elizabeth.
               -¿Cómo lo sabes?-pregunté.
               -Le he pillado bastantes revistas guarras de chicas como para que ahora de repente le gusten los hombres.
               Mamá estalló en una sonora carcajada mientras yo me reía suavemente y Mimi abría los ojos como platos y esbozaba una sonrisa maligna.
               -Eso no lo sabía yo…
               -El caso-Annie agitó la mano, recuperando la atención de mamá-. Que aproveches para sonsacarle a Sabrae todo lo que puedas de su novio, tú que puedes. La señorita aquí presente sabe quién es la chica en cuestión-fulminó a su hija con la mirada-, pero no quiere decírmelo.
               -Alec me hizo prometer que no se lo diría a nadie.
               -¿Ves, Sherezade? Pactos entre hermanos-Annie suspiró.
               -Creo que sé algo de eso-mamá me rodeó la cintura y me dio un pellizco, sabedora de la cantidad de secretos que Scott y las chicas compartían conmigo, pero sin tener ni idea de su contenido-. Lo veo ahora en mi casa y lo viví cuando era pequeña.
               -Estoy segura de que le dice que va a ser padre y Mary Elizabeth no me cuenta ni esto-protestó Annie, juntando sus dedos índice y pulgar-. Ni esto, me cuenta.
               -Mamá, qué pesada estás con los posibles embarazos de Alec. Te digo yo que si una de las chicas con las que anda tuviera un retraso, se enteraría todo Londres. Es transparente, no puede guardar secretos que le conciernen a él. Se le escapa todo.
               -El día que te venga con el cuento de que vas a tener nietos ya podrás agobiarte por estas cosas, Annie. Mientras tanto, relájate y disfruta.
               -¿Agobiarme? ¡Si no me agobio! Antes me preocupaba, porque sabe Dios con quién andaba, pero, ¿ahora? Mira, no conozco a esta chica y ya la adoro, Sherezade. Antes me daba pánico pensar que me plantara a una chavalita de 17 años con un barrigón impresionante en casa, me dijera que se llamaba no-sé-cómo y que teníamos que acogerla porque sus padres la habían echado por quedarse embarazada. No digo que ahora me apetezca que pase-le puso una mano en el brazo a mamá-, pero bueno… tampoco me disgustaría tanto. Con la chica con la que se está viendo ahora, le vendría hasta bien. Así tendría que verla toda la vida, y por lo menos se seguiría comportando como lo está haciendo últimamente.
               -Pero, ¿qué es lo que hace?-quise saber, y Mimi se colocó una mano en la cadera y musitó por lo bajo:
               -Qué no hace…
               -Pues mira, partimos de la base de que ahora no duerme y se bebe cada tazón de café que parece que quiere hacer submarinismo en él. Pero yo no digo nada-Annie alzó las manos-, porque mientras siga yendo al instituto y demás, todo correcto. Pero es que ahora, de repente, le ha dado por ayudarme en casa.
               -¿Y te quejas?-mamá se echó a reír.
               -¡Por supuesto que no! Pero es que me da qué pensar, ¿sabes, Sher? Que es mi hijo, vamos a ver. No te voy a decir que sea vago, porque no lo es: trabaja y entrena y no para quieto en todo el día, pero créeme si te digo que antes ni de coña se ponía a, no sé, fregar los platos o ayudarme a tender la ropa sin tener que pedírselo tres veces y gritárselo seis.
                -Y eso no es todo-aportó Mimi, y Annie asintió.
               -No, no lo es. Está contentísimo todo el rato. Y no sabes lo que me alegra ver a mi niño así-Annie esbozó una sonrisa radiante y yo me congratulé por ser la causa de aquella sonrisa-. No suelta el móvil ni para ir al baño y siempre anda muy pendiente de él, pero eso no es nuevo. Pero hay veces que lo escucho hablando con ella, y…-Annie suspiró, poniéndose una mano en el pecho, sobre el corazón-. Nunca le he escuchado hablar con alguien así, Sher. Me encanta cómo le suena la voz cuando habla con esa chica.
               Mamá me miró y yo la miré a ella, nos sonreímos cómplices, y asentimos con la cabeza. Las dos habíamos escuchado cómo cambiaba la voz de Alec cuando hablaba conmigo. Incluso cuando discutíamos, tenía un tono diferente.
               -Al se esfuerza en ser mejor persona por ella. Y ella lo hace muy, muy feliz. Ayer mismo salieron juntos-explicó, y mamá alzó las cejas, Mimi se mordió el labio y yo me saqué el móvil del bolsillo para disimular. Miré la hora que era, sin verlo realmente-. Fueron a cenar y luego estuvieron por ahí. Me trajeron pastas.
               -Qué detalle.
               -Sé que es cosa de ella. Si la tuviera delante, le diría que no hace falta que intente ganarme por mi estómago, que ya me gana por los ojos. Veo cómo está mi hijo desde hace unas semanas, que debe de ser cuando la conoció.
               -Antes, mamá-Mimi sonrió, y Annie agitó la mano.
               -A Mary le gusta recordarme que ella sabe cosas que yo no, pero, ¿sabéis? Me da lo mismo.
               -¿Y por qué no le dices que te la presente?-pregunté, y Annie sacudió la cabeza.
               -¡Se cierra en banda totalmente cuando intento sacarle el tema! Incluso le dije que la trajera en Navidad si quería, pero me dijo que no estaba en la ciudad. Dice que quiere que sea su pequeño secreto un poco más.
               -¿Podemos culparle, realmente?-mamá se apartó el pelo de la cara-. A mí me pasaba igual con mis novios. Cuando los traía a casa, había algo en mi relación con ellos que cambiaba. El flirteo del principio es lo mejor. Yo tampoco querría renunciar a ello tan pronto.
               Annie sonrió.
               -A él le va a durar. Te lo digo yo. Incluso cuando la traiga a casa. Nunca ha tenido novia, pero cuando la tenga, será el típico novio monísimo que moriría por su chica. Otra cosa no, pero Alec sabe querer-Annie se abrazó a sí misma, como si quisiera darse cariño.
               -Y es fiel-aportó Mimi, y Annie  se giró y le sonrió.
               -Le diré que has dicho eso.
               -No se lo cuentes, mamá.
               -Hablando de él, ¿dónde lo tienes ahora?
               -Con Dylan, haciendo “cosas de chicos”-Annie hizo el gesto de las comillas y puso una cara que hizo que la quisiera un poquito más. No sólo por el cariño que nos habíamos cogido mutuamente mientras yo crecía, ni por ser la mujer que había hecho posible que Alec existiera, sino también por su sarcasmo y por lo que le repateaban los roles de género. Aunque ella los cumpliera a rajatabla, se reía de ellos, y yo no podía hacer otra cosa que no fuera respetarlo.
               -Pareces entusiasmada-mamá se echó a reír y Annie se giró para acariciarle la barbilla a su hija, en un gesto muy típico suyo que a Alec le encantaba y al que yo no tardaría en acostumbrarme.
               -Así nos dejan más a gusto, con tiempo para nosotras, ¿verdad, mi tierna galletita?-le preguntó a su hija, que asintió con la cabeza. Annie se giró entonces hacia nosotras y nos preguntó por mis hermanos. Después de lamentar lo poco que Scott se dejaba caer por su casa, y las muchas veces en que se presentaba cuando no estaban en ella porque Alec decidía aprovechar que salían para hacer una fiesta, Annie y mamá se prometieron mutuamente que se visitarían y que se llevarían a sus hijos consigo.
               -Pero primero te toca a ti-le advirtió mamá, dándole sendos besos en las mejillas-. Hace mucho que no veo a Alec.
               Mimi frunció ligeramente el ceño cuando yo sonreí y agaché la mirada, calculando cuántas horas hacía desde que Alec había atravesado la puerta de mi casa y obteniendo un resultado inferior a las dos cifras. Sonrió al comprender el motivo de mi gracia y empujó el carro tras su madre en dirección a la carnicería, agitando la mano con timidez a modo de despedida.
               -Eres retorcida, mamá-le dije cuando nos quedamos solas, y mamá se llevó una mano al pecho.
               -Encima que te allano el camino para que vuelvas a verlo, ¡no tengas morro, chiquilla! O, si lo prefieres, te doy motivos para que digas que soy retorcida con conocimiento de causa-cogió las cajas de bombones de Mozart e hizo amago de ponerlas de nuevo en el estante, pero yo la detuve a tiempo.
               Por suerte, el espíritu navideño y el aire cargado de regalos y sorpresas mágicas no tenía pensado abandonarme aún. Me sentía tremendamente afortunada de lo mucho que me estaba sonriendo la vida, viendo lo bien que me iba y la cantidad de sorpresas agradables que tenía.
               Porque, mientras descargábamos las compras en el maletero del coche traspasándolas a las bolsas de papel ecológico que siempre llevábamos con nosotras, la puerta automática se abrió de nuevo y Mimi y Annie aparecieron acompañadas por Dylan y Alec a través de ellas.
               Los Whitelaw pasaron a nuestro lado en dirección a su coche, y se detuvieron frente a nosotras, un regalo más del que yo no me creía merecedora. Alec llevaba puestos unos vaqueros oscuros y unas botas militares, una camisa azul claro bajo un jersey azul oscuro que le marcaba los músculos de una forma que hizo que quisiera mordérselos.
               Ni siquiera miré a Dylan. O a Annie. O a Mimi. Podrían haberse convertido perfectamente en cíclopes, que yo no me habría dado cuenta. Estaba demasiado embobada mirando a Alec, y él demasiado embobado mirándome a mí.
               Él fue el primero en reponerse de los dos, y clavó los ojos en mi madre durante un momento muy doloroso en el que rompió el contacto visual conmigo, pero sólo lo hizo por cortesía: mi madre se estaba dirigiendo a él.
               -Alec, precisamente le estaba diciendo a tu madre que hace mucho que no venías por casa.
               Alec sonrió, se metió las manos en los bolsillos y se balanceó sobre la planta de sus pies, adelante y atrás, como un niño bueno al que pillan haciendo una travesura impropia de él.
               -Es que… los exámenes, ya sabes, Sher. A mí también me duele no poder ir a verte.
               -Tendrás morro-protestó Annie, en un tono duro que sólo utilizaba con su primogénito. Quería con locura a Alec y se le notaba cuando él no estaba presente, pero en el momento en que él entraba en escena lo trataba con mano dura. La verdad es que sí que le vendría bien un poco de disciplina…
               -¿Seguro que son los exámenes?-pinchó mamá, cruzándose de brazos-. Porque yo tengo información contrastada que echa abajo tu teoría.
               -¿Ah, sí?-parecía genuinamente sorprendido.
               -Annie nos ha dicho que tienes novia.
               -¡MAMÁ!-bramó Alec, girándose hacia ella y abriendo muchísimo los ojos y la boca, como un precioso pececito que acostumbra a hacer piruetas en el aire y por un descuido cae en la orilla, lejos del alcance de las olas. Adoré cómo pronunció la palabra con la que todos los hijos nos referimos a nuestras madres, ondulando las vocales como la silueta de una montaña rusa recortada contra el cielo.
               Annie levantó las manos y luego se cruzó de brazos. Alec chasqueó la lengua, se mordió el labio, alzó la vista al cielo y sacudió la cabeza.
               -Es increíble… uno no puede tener amigas, ¿sabes, Sher? Mamá está chapada a la antigua. Va de moderna, pero en cuanto me ve cerca de una chica, escucha campanas de boda.
               -Ya sabes lo que dicen: cuando el río suena…-mamá le guiñó un ojo y Alec sonrió. Entonces, sus ojos se posaron en los míos, y un calambre me recorrió entera, encendiendo cada fibra de mi ser. Percibí en sus ojos la luz residual de nuestra noche en el iglú; en su boca, los restos de sus sonrisas entre beso y beso.
               -Bueno, tenemos que irnos-instó Annie-, o se nos descongelarán los helados. Sher, hablamos para ese café, ¿vale?-le dio un toquecito a Mimi para que volviera a empujar el carro, y éste se puso a andar. Dylan pasó al lado de su hijo, que seguía plantado mirándome como si fuera la obra de arte más fascinante que hubiera visto en su vida.
               -Estoy impaciente.
               -¿Al?-llamó Dylan, y él se mordisqueó el labio y echó a andar. Durante un angustioso momento, pensé que no me diría nada, pero parece que se arrepintió o no se pudo resistir, porque se giró sobre sus talones y, caminando hacia atrás, con las manos en los bolsillos de los vaqueros, se despidió:
               -Adiós, Sabrae-lo ronroneó cual gatito necesitado de atenciones, y yo le dediqué mi mejor sonrisa torcida.
               -Adiós, Alec-respondí en el mismo tono.
               Annie se detuvo en seco mientras su hijo se giraba y nos miró a ambos alternativamente. El coche de los Whitelaw emitió un pitido cuando se desactivó la alarma y abrieron el maletero para descargar la compra.
               Creo que fue en ese instante cuando Annie lo descubrió, aunque no terminara de creérselo. No pudimos disimularlo ni tampoco resistirnos a la tentación.
               Habíamos metido la pata hasta el fondo, pero no podía importarnos menos. No sólo porque él me habría soltado un provocativo “no me estarás mirando el culo, ¿eh, Sabrae?” a lo que yo le habría respondido con un fastidiado “vete a la mierda, Alec”.
               También porque él había usado su tono de hablar conmigo. Ese tono que sólo usaba con la chica misteriosa con la que hablaba por las noches, la que lo sacaba de casa en planes improvisados que hacían que su madre se muriera de curiosidad.
               Su madre había escuchado ese tono las suficientes veces como para no reconocerlo.
               Annie y yo nos miramos un instante en el que ella empezó a pensar, atando cabos, formando teorías imposibles. Alec y yo no pegábamos ni con cola, nos detestábamos; ¿cómo iba a ser yo la chica por la que su hijo trasnochaba?
               Y, sin embargo, ahí estaba la verdad.
                -Pequeña, ¿me echas una mano?-me pidió mamá, sacándome del perímetro de atención de Annie, a quien también reclamaron en su lado del aparcamiento. Comprobé con desilusión que habíamos terminado de meter toda nuestra compra en bolsas y que nos marcharíamos en cuestión de segundos.
               Eso, claro, si mamá no se hubiera puesto a reorganizar todo el maletero. Recolocó bolsas, sacó cosas de un lado para meterlas en otro, ajustó cajas y asintió con la cabeza, satisfecha, en el mismo momento en que la puerta del maletero de los Whitelaw se cerraba con un clic.
               -Alec, lleva tú el carro, que estoy cansada-le ordenó Mimi a su hermano.
               -Cansado estoy yo de tener que verte la cara cada día.
               -Alec-rugió Annie, y él avanzó hacia la zona de los carros, empujando el suyo echando pestes, mientras yo caminaba despacio, demasiado cerca de ese lugar, demasiado aventajada en el tiempo.
               Introduje el mío entre los otros, y traté de sacar la moneda de cincuenta peniques del interior de la cerradura. Estaba atascada, pero dejó de importarme en el momento en que él llegó  mi lado e introdujo su carro en la fila contigua.
               -¿Has dormido bien?-me descubrí preguntándole, con diferencia la pregunta más remotamente estúpida que puedes hacerle al chico al que quieres después de pedirle que os veáis esa misma tarde.
               -Habría dormido mejor si estuvieras en mi cama-me soltó él, que era un rey de las buenas contestaciones; como tal había nacido y como tal moriría.
               Se me hincharon las mejillas al sonreír.
               -¿Hace esta noche en mi cama?-le ofrecí, y él se me quedó mirando, un chispazo explotando en el fondo de su mirada-. Nada de sexo-le corté las alas antes de que se lanzara al vacío-. Sólo mimos, como los de ayer.
               -¿Lo de ayer no fue sexo? Porque te juro que me pareció que le estabas haciendo el amor hasta a mi alma.
               Me mordí el labio y sus ojos cayeron en picado hacia mi boca. Bésame. Bésame. Ya has usado tu tono de novio conmigo, Annie sabe que soy la chica misteriosa.
               He tomado leche y galletas, pero no he probado tu boca, así que no he desayunado aún.
               -Suena a planazo, bombón-comentó, en el sí más glorioso que me había dado nunca. Luego, se inclinó hacia el enganche de mi carro y sacó con facilidad la moneda de cincuenta de la ranura donde estaba, depositándola después en mi mano con gracilidad.
               Sus dedos se pasearon efímeramente por las líneas de la palma de mi mano, y juro que esa caricia fue todo lo que necesité para terminar de volverme loca por él. Era ese tipo de caricia que toda chica quiere experimentar una vez en su vida, como un encuentro secreto en las catacumbas de un castillo gótico protagonizado por nobles de alta cuna comprometidos a otras personas, pero más aún al amor imposible que compartían, propio de una novela del siglo XVII.
               Sólo que nuestra historia no era una novela, o al menos, no una al uso.
               De ser así, le habría entregado mi virginidad a él.
               Alec me guiñó un ojo y me dejó allí plantada, con un te quiero en los labios que no terminó de florecer. Lamentaría toda mi vida no habérselo dicho entonces, aunque fuera a hacerlo en un momento más interesante y romántico que en el parking de un puñetero supermercado, pero… el daño que nos haríamos mutuamente por no haber reunido la valentía suficiente para expresarle mis sentimientos en el primer momento en que me apeteció hacerlo bien merecía que Alec escuchara mi primer te quiero en un parking.
               Me monté en el coche y me abroché el cinturón, le di las gracias a mamá por haber hecho tiempo para que yo pudiera intercambiar unas palabras con Alec, por pocas que fueran, y me pasé el trayecto a casa en silencio, mirando por la ventana, pensando en qué estatus social tendríamos cada uno de pertenecer a la alta sociedad de la era victoriana.
               Decidí que yo sería una joven duquesa testaruda con opiniones férreas en cuanto a lo encorsetado de mi posición y voz firme a la hora de denunciar las injusticias del mundo. Y Alec, el heredero de un conde de renombre cuyo objetivo principal en la vida era dilapidar la fortuna familiar en el juego y en mujeres. Yo le detestaría por inconsciente y sexista, y él pensaría que era una aburrida niñita frígida estirada que preferiría que un carro de caballos le pasara por encima antes que tener que sonreírle a un hombre.
               Hasta que bailáramos una pieza en la corte y descubriéramos que nuestras manos encajaban a la perfección.
               Empecé a sonrojarme pensando en cómo estaría escrita una historia protagonizada por mí y por él creada hacía cuatro siglos, especialmente las indudables escenas de cama (yo seguiría siendo feminista, claro, pero tampoco iba a ser tan estirada como Alec creería), y decidí que ocuparía lo que me quedase de mañana buscando una novela así… o considerando seriamente la posibilidad de empezar a escribirla yo.


No sé si las jóvenes herederas de ducados del siglo XVII comerían ramen (aunque lo dudo bastante), pero de lo que sí estoy segura es de que no harían jamás lo que yo había hecho esa tarde después de comer. No dejaba de darle vueltas mientras estaba en el salón de la casa de Taïssa, sentada en el suelo alrededor del círculo de comida que habíamos cogido después de dar una vuelta por el centro de Londres.
               Nada más lavarme los dientes, me había vestido y había ido corriendo al encuentro de Eleanor, ya preparada para quedar con mis amigas y con la esperanza de que me diera tiempo de cambiarme de ropa de nuevo por la noche, para cuando Alec se pasara por mi casa. Habíamos cogido el bus y luego el metro y nos habíamos plantado en el local del tatuador donde Scott se había hecho el piercing, y mi padre, sus tatuajes, y había cogido de la mano a Eleanor mientras le agujereaban la oreja, en cuyo cartílago llevaba ahora un pendiente medicinal. Mimi no había podido ir con ella porque había quedado con sus compañeros de baile, y mi cuñada me agradeció mi presencia cogiéndome también de la mano y no juzgándome cuando le expliqué a la tatuadora lo que quería que me hiciera, y en qué parte del cuerpo lo quería.
               -¿Tienes el permiso de tus padres?-me preguntó mientras esterilizaba la aguja con la que perforaría mi piel.
               -¿Lo tenía mi hermano, Scott Malik, cuando le hicisteis el agujero en el labio con un año menos que yo?
               -Estoy obligada por ley a preguntártelo-la tatuadora levantó las manos-. Que me quieras mentir o no, es cosa tuya.
               Eleanor había mirado hacia otro lado mientras me hacían el agujero, cosa que no había hecho yo, pero tampoco podía culparla.
               Después, había ido al encuentro de mis amigas en pleno centro y las había abrazado con mucho cuidado. Me puse al día con Taïssa y Kendra sobre lo que había hecho en Bradford y Burnham, tomamos tortitas con dulce de leche en la pastelería de Pauline (cuando les expliqué quién era Pauline, Taïssa abrió mucho la boca y se la quedó mirando mientras Kendra la fulminaba, literalmente, con la mirada) y, después de que Alec me dijera que no creía que pudiera quedar conmigo hasta bien entrada la noche porque tenía una cena de empresa de la que se había olvidado (me pareció extraño que no la hubiera tenido ya, cuando lo más común era hacerla antes de Navidad, pero no quise darle mucha importancia), decidimos que iríamos a casa de Taïssa a cenar comida japonesa, sentadas en el suelo con las piernas cruzadas como verdaderas niponas, y veríamos películas o series hasta que Alec viniera a buscarme. La casa de Taïssa era la que más cerca quedaba de la de él, había observado mi amiga, así que sería más cómodo para nosotros que yo le esperara allí en lugar de hacerlo en mi casa.
               Cuando los padres de Taïssa se despidieron de nosotras y cerraron la puerta, nos miramos entre nosotras y empezamos a reírnos, anticipando la diversión de la noche. Amoke sorbió un poco más de ramen y se repantingó hacia atrás, apoyada sobre sus codos.
               -Sabrae tiene muchas cosas que contar, chicas.
               Me la quedé mirando, estupefacta, con la boca abierta y una expresión de exagerada sorpresa en el rostro, y la golpeé con el cojín. Después, estiré la espalda y me senté como una señorita, con los hombros bien cuadrados y gesto indiferente.
               -Bueno, la verdad es que sí: en Burnham, Duna y Kumiko encontraron una estrella de mar. Decidieron llamarla Patricia, porque están seguras de que es una chica, aunque he mirado en internet y, por lo que se ve, las estrellas de mar no tienen sexo.
               -¡Eres más tonta!-Taïssa se echó a reír y me dio un manotazo en el brazo.
               -Cuéntaselo, tía-urgió Amoke, tumbándose sobre su vientre y adoptando una expresión soñadora con su mirada. Retorcí la manta entre mis manos y suspiré. Son tus amigas, me dije para intentar calmar la espiral de nervios que sentía retorciéndose en mi estómago, estrujándolo como si fuera un estropajo una vez que terminas de fregar, no van a juzgarte. Además, no has hecho nada malo.
               Noté cómo me sonrojaba al recordar el cuerpo de Alec debajo del mío, mis ensoñaciones de tener sexo sin penetración mientras estaba encima de él, sus manos acariciándome y yo acariciándolo a él. Cómo me había imaginado que me quitaba la poca ropa que me quedaba, yo hacía lo mismo con él, y disfrutábamos del cuerpo del otro totalmente, siempre con la barrera infranqueable del coito como última frontera, pero con una infinidad de posibilidades en la tierra donde nos estaba permitido jugar.
               -Ayer vi a Alec después de quedar con Momo para ir de compras-revelé, y Taïssa abrió mucho los ojos y Kendra alzó las cejas-. Fuimos a cenar al Imperium, y luego a un museo, y después, a los iglús-me aparté un mechón de pelo que coloqué tras mi oreja y me miré las manos. Sentía un calor en las mejillas que no tenía nada que ver con mi vergüenza, sino más bien al contrario: mi vergüenza era fruto de ese calor.
               Estaba recordando la forma en que Alec me acarició, cómo adoró mis pechos con su boca, lo agitado de su respiración mientras nos reconocíamos mutuamente como amantes en la oscuridad, y la dureza de su erección entre mis muslos cuando me giró para colocarme sobre él. La urgentísima necesidad de tenerlo en mi interior, haciéndome suya, suya como no podía serlo de nadie.
               -Y…-me empujó Momo, y yo miré a Kendra y Taïssa.
               -Casi lo hacemos en el iglú-les revelé, y Kendra y Taïssa se miraron.
               -Pero, ¿no estás con la regla?-preguntó Kendra, y Amoke la miró.
               -De ahí el casi.
               Kendra frunció los labios y arrugó la nariz, como si acabara de pisar una mierda tremendamente apestosa, y no dijo nada más.
               -¿Y qué hicisteis?-urgió Taïssa, y yo me retorcí las manos, enredando mis dedos cual zarza en la valla de una casa abandonada.
               -Bueno, no mucho, en realidad. O sea, como os digo, no lo hicimos del todo, pero sí que lo hicimos un poco.
               -¿Cómo puedes hacerlo un poco con un chico?
               -No me la metió-expliqué-. Pero me hizo otras cosas con las que disfruté igual-sonreí, y Taïssa y Momo sonrieron. Yo no me fijé demasiado en ello, demasiado atrapada como estaba en la bruma de mis recuerdos, pero Kendra sólo amagó una sonrisa que, si no consiguió tatuarse en la cara, menos aún le subió a los ojos-. Nos quitamos la ropa y nos acariciamos, él me besó por prácticamente todo el cuerpo, y yo hice lo mismo con él… aunque no le hice, ya sabéis… eso.
               -¿Eso?-preguntó Taïssa.
               -Que no se la chupó, Taïs, tía. Que pareces boba-Momo puso los ojos en blanco y Kendra masculló un:
               -Hizo bien.
               -Sigue contando.
               -No hay mucho más que contar, realmente. Fue muy especial y muy bonito. Si vierais cómo me tocaba… tenéis que probar a quitaros la ropa estando a oscuras con el chico que os gusta en un sitio semipúblico, chicas. Si supierais el morbo que me daba pensar que en cualquier momento podían entrar y pillarnos… aunque eso no era lo mejor de todo. No-sacudí la cabeza-. Lo mejor de todo era saber que yo estaba desnuda y él estaba desnudo frente a mí. Que le tenía a centímetros, al alcance de la mano, y que podría tocarlo como yo quisiera… y él, tocarme a mí como le apeteciera… y vaya si lo hizo.
               -Me estoy poniendo a tono-bromeó Momo, y Taïssa se echó a reír.
               -Y, bueno… como me gustó muchísimo lo de ayer, y quiero recordarlo, pues… sabéis que esta tarde he ido con Eleanor a acompañarla a hacer una cosa. El caso es que quería ir al sitio donde Scott se hizo su piercing para darle una sorpresa, y… a mí también me apetece darle una sorpresa a Alec-expliqué, quitándome el jersey y tapándome el vientre con la manta que haría las veces de mantel en el que envolver los desperdicios para ir a tirarlos más rápidamente.
               Taïssa, Kendra y Momo se me quedaron mirando sin entender, hasta que yo me desabroché el sujetador (que había sacado de la cómoda de mamá, quien aún guardaba los de lactancia y eran los únicos que podía cogerle prestados) y lo deslicé por mi piel.
               El silencio sepulcral que impactó en la habitación cuando los tres pares de ojos de mis amigas se deslizaron a mis pechos desnudos pesaba como una losa. Las tres abrieron la boca, alucinadas, al ver que mis tetas ya no eran gemelas: en la derecha, una pequeña varilla plateada con dos bolitas del mismo color me atravesaba el pezón. Todavía sentía molestias cada vez que me movía, y más aún cuando éste se contrajo hasta formar una montañita por culpar del frío, pero era soportable. En el bolso tenía la pomada que la tatuadora me había dado, que debía aplicarme cuando empezara a notar dolor.
               Los ojos de mis amigas bailaban de mi cara a mi piercing como los limpiaparabrisas de los coches: arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo.
               -¿Qué os parece?-pregunté con la voz cargada de miedo. En sus caras se intuía algo que a mí no me gustaba nada. Era algo muy parecido a preocupación: ¿realmente había cometido esa locura?
               ¿Cómo podía haber sido tan estúpida?
               -Es…-empezó Taïssa, quien tragó saliva, se aclaró la garganta y miró a las otras dos-, ¿chicas?
               -Inesperado-soltó Amoke mientras Kendra contemplaba el pequeño pendiente.
               -¡Sí! Exacto. Ésa es la palabra. Inesperado. Jamás habría pensado que tú te harías algo así.
               -Pero le pega-discutió Momo, a quien le daría un buen morreo de no estar medio comprometida con otra persona en ese mismo instante-. Es picante, como Saab. Y provocativo.
               -Y sexy-añadió Taïssa, esbozando una sonrisa traviesa.
               -¡Súper sexy!-asintió Momo.
               -¡Requete sexy!-puntualizó Taïssa.
               -¡Hiper mega ultra sexy!-festejó Momo, y las tres nos echamos a reír-. Aunque no te voy a mentir, Saab: lo que más me gusta es la idea del piercing en sí. Éste es bastante sosillo-murmuró, acercándose a mí y examinándolo de cerca. Taïssa la imitó, y tiró un poco de mi pecho hacia arriba para poder contemplarlo con más detenimiento.
               -Es que es el medicinal-expliqué-. Tengo que llevarlo puesto hasta que se me cure de todo la herida. Luego ya puedo ponerme uno más fino. De hecho, ya lo tengo comprado-comenté, estirándome a por mi bolso y buscando mi cartera, donde había guardado el pequeño pendiente que utilizaría una vez que se pasara el período de asentamiento del otro. Lo saqué y lo sostuve en la palma de mi mano, y Momo lo cogió: se trataba de un par de alitas plateadas que se conectaban las unas a las otras a través de una varilla fina de metal. La habían esterilizado delante de mí y la habían metido en un saquito a prueba de bacterias, según me habían explicado, pero aun así tendría que lavarla con agua y jabón, sólo por si acaso, antes de ponérmela.
               -Ésta está mucho mejor-aprobó Amoke, pasándosela a Taïssa, que la sostuvo entre sus dedos y asintió con la cabeza-. ¡Dios! ¿Te imaginas la cara que pondrá Alec cuando la vea?
               -En cierto sentido por eso me lo he hecho. O sea, no sé, siempre quise hacerme un piercing, desde que mi hermano llegó con el suyo a casa, pero no se me ocurría dónde: en la nariz no me gusta, en el labio ni de coña porque seguro que Scott dice que me lo he puesto por él, en la ceja es jodidamente horrible y en la oreja está muy visto.
               -Es muy tú-coincidió Taïssa, señalando las bolitas que surgían de mi piel-. Pero, ¿no crees que será molesto? Encima justo en la teta izquierda, encima del corazón…
               -Es que es la que más le gusta a Alec. Quiero decir, no es que hayamos tenido una conversación sobre mis tetas, ni nada, pero ayer le prestó el doble de atención a la izquierda que a la derecha mientras básicamente las devoraba. Y siempre que lo hacemos se inclina primero hacia ésta, y luego hacia la otra. Tiene como una predilección-me la quedé mirando, rememorando cómo los rizos sin domar de Alec la ocultaban a medias mientras él la amaba con su boca-. Y me apetece ver qué me hace ahora que tiene algo con lo que jugar.
               -Chica, ¿es que no le basta con jugar con tus pezones?-Taïssa se echó a reír y Amoke y yo nos unimos a ella. Kendra, sin embargo, no abrió la boca, y ni siquiera parecía querer mirarme. Cuando terminamos de reírnos y caímos en que Kendra no había dicho absolutamente nada, el ambiente festivo que había entre nosotras se evaporó, porque cuando sólo una zona de una habitación está de juerga y la otra no hace nada, en realidad no hay ninguna celebración dentro de esa habitación.
               -¿Qué te pasa, Ken? Estás muy callada-murmuré con preocupación, y Kendra clavó sus ojos oscuros en mí. Sacudió la cabeza y frunció los labios-. Chica, dime algo.
               -Es que no tengo nada bueno que decirte, Sabrae-espetó, molesta, en un tono chulo que no me gustó nada.
               -¿Cómo dices?
               -Kendra-advirtió Momo, pero Kendra ya había cogido carrerilla y estaba en el borde del trampolín. No iba a dejar de saltar al vacío sólo porque Amoke pronunciara su nombre.
               -Es que no me cabe en la cabeza cómo puedes ser así de estúpida-soltó con asco, y no sé qué fue lo que más me hirió: si sus palabras o la tremenda repulsa que había en su voz.
               -¿Discúlpame?-rugí, sentándome sobre mis rodillas e irguiéndome cuan larga era. Kendra me imitó, y antes de que nos diéramos cuenta, nos estábamos enfrentando como dos leonas hambrientas dispuestas a luchar a muerte por el trozo más suculento de la presa que acaban de conseguir.
               -He dicho que eres estúpida, Sabrae. ¿Quieres que te lo deletree?
               -¿Y por qué soy estúpida? ¿Tanto te molesta que haga con mi cuerpo lo que a mí me da la gana?
               -Es que no estás haciendo lo que a ti te dé la gana. Te haces cambios por complacer a un tío. Y encima, ese tío, es Alec. Me parece surrealista toda esta situación, sinceramente.
               -¿Por qué coño te parece surrealista? ¿Ahora resulta que no me puede gustar un tío, o qué pasa?
               -¡Si yo no lo digo porque te guste un tío, por mí, como si te gustan cincuenta, pero, ¿no te das cuenta?! ¡Que te has hecho un puñetero piercing sólo por complacer al gilipollas de Alec!
               -¡Yo no me hago nada por complacer a nadie! ¡Y no hables así de él!
               -¡Pero si acabas de decirlo! ¡Que te lo hiciste para sorprenderlo! ¿Cómo puedes ser tan subnormal? ¡Que estás aquí contándonos que te estás agujereando el cuerpo mientras él probablemente tenga la polla metida en el coño de sabe Dios quién!-ladró Kendra.
               -¡KENDRA!-ladró Amoke mientras Taïssa se sentaba sobre sus nalgas y se miraba las rodillas.
               -Me ha dicho que no va a estar con más chicas-constaté con fría indiferencia, apoyando de nuevo el culo en el suelo. Kendra dejó escapar una risa cínica.
               -Eso es lo que más me preocupa: que estás ciega con respecto a él. Lo que él te diga, para ti ya va a misa. Podría decirte que el cielo es amarillo y tú lo único que harías sería decir “tienes razón, Alec, ¿te la chupo ya o dentro de cinco minutos?”
               Le pegué un empujón que la tiró al suelo.
               -¿A ti qué coño más te da lo que yo haga o deje de hacer con él, Kendra? ¿Es que tienes envidia porque jamás te tocaría como me toca a mí?-acusé, y tiempo después me arrepentiría de darle un golpe tan bajo a mi amiga, aunque a ella no le afectó. Pero que no lo acusara no dejaba de implicar que hubiera jugado sucio: no estaba bien que la valorara conforme a cuánto la deseara un hombre o no; Kendra tenía valor por sí misma por el mero hecho de ser persona, y el nivel de atracción que despertara en el sexo contrario no tenía nada que ver con ese valor.
               -Yo no quiero a un fuckboy como Alec cerca de mí. Y tú tampoco lo querías antes de montarte en su polla.
               -Kendra, te estás pasando-rugió Momo.
               -¿Cómo que me estoy pasando? ¡Le estoy diciendo la puta verdad!
               -¡Tú fuiste la primera en animarme a que siguiera liada con él cuando os conté que me lo había tirado!
               -¡Porque nunca pensé que llegara a gustarte como lo hace!
               -¿Y cómo lo hace?-rugí.
               -¡Lo suficiente como para que le dejes pisotearte! ¡Sabrae, joder, que se lió con otras tías, que te dejó hecha mierda, que estuvo dos semanas pasando de tu puta cara sólo porque tú decidiste pagarle con la misma moneda y liarte con Hugo! ¿NO TE DAS CUENTA DE CÓMO ES?
               -Tú no sabes nada de cómo es Alec. Absolutamente nada. No pasó de mí, estuvo igual de mal que yo. Cuando nos vimos en Camden, me contó que había pasado una semana de mierda, que nada es lo mismo desde que empezamos a acostarnos, que está dispuesto a ser mejor persona por mí, y…
               -Si escucharas a una chica diciendo esto en una película, o lo leyeras en cualquier libro, te reirías de ella por ser tan tonta de creérselo hasta la semana que viene.
               -Hay personas y personas. Yo confío en Alec. Sé cuándo me dice la verdad y cuándo me está regalando los oídos. Y si él me dice que va a dejar de hacer las cosas que me molestan mirándome a los ojos siendo sincero, yo le voy a creer.
               Kendra rió entre dientes.
               -¿Dónde está ahora?
               -Ken…-susurró Taïssa.
               -En una cena de empresa.
               -¿Con quién? ¿Con la chica de la furgoneta?
               -Chrissy y él son amigos. Además, trabajan juntos cuando llueve.
               -Y también cuando no llueve. ¿O no te has fijado esta tarde? En el semáforo, cuando salíamos de la pastelería de su otra “amiga”-hizo el gesto de las comillas con las manos y Amoke tuvo que sujetarme para que no le zurrara de nuevo-. Momo y Taïs le vieron, ¿tú no?-sonrió.
               -¿Ver qué?
               Tanto Momo como Taïssa se quedaron en silencio.
               -A tu Alec. Ése que no iba a estar con más chicas. En una furgoneta con la tal Chrissy.
               -¿Es que ahora no puede tener compañeras de trabajo?
               -No, si yo no digo nada, pero… si tú quieres ser imbécil y pensar que realmente está en una cena de empresa en vez de entre las piernas de esa tipa, allá tú-Kendra se encogió de hombros.
               -Al contrario de ti, yo no soy una insegura de mierda que duda de todo lo que le dicen. Pero está bien saber que piensas que te mentimos cada vez que abrimos la boca.
               -No pienso que me mintáis, no tergiverses mis palabras, Sabrae-ladró Kendra, incorporándose y haciendo que yo la imitara. Me pasé el jersey por la cabeza sin importarme que el sujetador estuviera en el suelo, donde yo lo había dejado, en lo que parecía una vida anterior-. Yo confío plenamente en vosotras porque sois mis amigas…
               -Alec y yo también somos amigos.
               -… y porque no me habéis dado motivos para dudar jamás.
               -¿Y por qué se supone que debo dudar de Alec?
               Kendra se echó a reír, cínica.
               -Porque es Alec-espetó-. Y tú no eres tonta. Dices que no habéis follado, vale. Que no va a tocar a más chicas en ese sentido nunca más. Entonces, tampoco las habrá tocado antes, ¿no? ¿Me estás diciendo que lleva sin follar desde que os visteis en Camden? ¿Y que le parece bien?
               -En ningún momento he dicho que lleve sin follar desde Camden. Yo no soy la última chica con la que se ha acostado.
               -Más a mi favor, entonces.
               -Echó polvos de despedida con Chrissy y con Pauline porque son importantes para él. Pero eso fue hace ya tiempo.
               Kendra volvió a reírse y yo tuve ganas de estrangularla.
               -¿Cuándo fue?
                -¿A ti qué más te da?
               -Me estás contando una trola.
               -¡A mí no me llamas mentirosa, payasa!-volví a darle un empujón y Kendra me lo devolvió. De no ser porque Taïssa y Momo se levantaron y nos separaron, nos habríamos enzarzado en una furiosa pelea entonces mismo.
               -Ni siquiera te ha dado una fecha, ¿verdad? Como se la haya tirado ayer por la mañana y luego tú te lo llevaras de cena, lo siento mucho pero me descojonaré viva.
               -No es que te importe, pero fue el 21-exploté.
               -Ajá, y se supone que Alec va a esperar pacientemente a que a ti se te quite la regla, con lo que igual hasta enero no va a volver a echar un polvo, lo cual nos deja en…-fingió por los dedos-. ¡Guau! ¡La friolera de 10 días! ¿Seguro que no reventará?
               -Ni que fuera un puto adicto al sexo, Kendra.
               Taïssa y Momo me miraron.
               -Saab… a ver. Que tú le quieres mucho, y tal, y lo respetamos, pero… sigue siendo Alec-musitó Taïssa, y yo me volví para mirarla. No me esperaba eso de ella. No me esperaba que se pusiera del lado de Kendra en esta discusión, a pesar de que Kendra era su mejor amiga. Pero Taïssa era una persona justa y razonable, no se pondría del lado de quien no considerara que llevaba la razón.
               -Alec Whitelaw-añadió Kendra, y me volví hacia ella-. ¿Recuerdas? Le odiabas hace dos meses. Y ahora te haces piercings por un tío que claramente no te merece. Y lo peor de todo es que tú crees que lo hace.
               -No tienes ni zorra idea de cómo es Alec, Kendra.
               -Puede que no sepa cómo de grande tiene la polla, pero yo no estoy tan cegada como lo estás tú. Puede que sea precisamente porque no le he visto desnudo nunca, pero sé cómo es él. Como tú sabías que era antes-acusó-. Como nos lo ha demostrado un montón de veces. ¡Despierta, Sabrae! ¡Es imposible que lleve tanto tiempo sin echar un polvo y te respete como dices que lo hace! Es imposible de hecho e imposible de creer.
               -No sabes cómo es cuando está conmigo-jadeé, y me di cuenta un poco tarde de que Kendra se había empezado a nublar ante mis ojos porque se me estaban llenando de lágrimas. Amoke dio un paso hacia mí y me acarició la espalda, los hombros y la cintura.
               -No, no lo sé, pero sí sé cómo es cuando no estáis juntos. Nos lo encontramos la noche que tú no saliste. La noche en que se emborrachó. Si vieras como bailaba con cada chica que se le acercaba…
               -Eso no es justo, Ken. Alec siempre ha bailado así-protestó Amoke.
               -¡Por eso precisamente! Nada ha cambiado para él, Saab. No te lo digo para hacerte daño; te lo digo porque soy tu amiga y no quiero que te pegues la gran hostia.
               -Tiene derecho a pasárselo bien-en ese instante fue cuando rompí a llorar, porque ocurrió algo terrible: me lo imaginé bailando como bailaba conmigo, muy pegado y disfrutando como nunca, pero con una chica que no era yo.
               Dejé que los celos que yo no sabía que tenía dentro se apoderaran de mi mente y envenenaran mi corazón.
               -Sólo quiero que tengas cuidado. Está muy bien que estéis juntos si folla bien y tal, pero no quiero que te ilusiones-Kendra me puso las manos en los hombros y yo me zafé de ella-. Saab, sólo digo que si es así cuando sabe que nosotras le vemos y podemos contártelo, si hace esas cosas… ¿qué hará cuando lo vea gente que no le conozca? ¿Cuando no le vea nadie?
               -Él me es fiel-conseguí decir entre sollozos, y Taïssa me recogió entre sus brazos.
               -Saab, de verdad, está bien que os lo paséis juntos, pero no te ilusiones. No pienses lo mejor de él, porque si te decepciona será mucho peor. Si tienes ilusiones con él, puede romperte el corazón-Kendra me acarició la espalda y yo me estremecí. No quería que me tocara-. Y no se merece que le des el privilegio de poder romperte el corazón.
               -No sabes nada-escupí-. No sabes nada de él ni de mí, Kendra. Él me quiere. Puede que te parezca imposible, pero es la verdad. Él me quiere, está dispuesto a mover cielo y tierra por verme, ya lo verás.
               -Cariño, de verdad que nada me gustaría más que fuera así, pero… él no está en ninguna cena. Está con Chrissy. Los hemos visto juntos. Tienes que hacerte a la idea de que las cosas que te dice para encandilarte son sólo eso: cosas que te dice para encandilarte.
               Me lo imaginé efectivamente como Kendra decía que estaba: con Chrissy, en la cena, sentados a la mesa repleta de sus compañeros de trabajo, todos demasiado borrachos y eufóricos como para descubrir cómo se metían mano por debajo de la mesa, o para recordar más tarde cómo lo hacían violentamente en el baño. Llevándola a casa y quitándose la ropa para ella, metiéndose entre sus piernas y jadeando un “sí, por fin” cuando se introdujera en su interior, demasiado ansioso por las veces en que yo había excitado sin terminar con el trabajo, anhelando el sexo que yo no podía darle.
               Me separé de Taïssa y me volví hacia Kendra.
               -No tenías ningún derecho a hacerme esto-escupí-. Yo le quiero-Kendra y Taïssa abrieron los ojos mientras Amoke cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro-. Le quiero de una manera en que no he querido a ningún chico. Le quiero más de lo que llegué a querer a Hugo. No tenías ningún derecho a hacer que dude de él, o de mis sentimientos hacia él. No necesitaba que me protegieras-casi chillé, entre hipidos y sollozos-. Necesitaba que te alegraras de que he encontrado alguien sobre el que volcar todo mi amor.
               Kendra abrió la boca para contestar, pero no tuvo ocasión, porque Taïssa le dijo que cerrara el pico, yo me volví rápidamente para coger mi abrigo, y salí corriendo de casa de Taïssa, con Amoke pisándome los talones, deseando como nunca en mi vida que en ese momento mi móvil sonara por una llamada de Alec.
               Pero Alec no me llamó.


 -Joder-me escuché decir a mí mismo cuando Jackson y Wilden me hicieron girarme. Habíamos ido a buscar a Chrissy a su casa después de que ella me recordara que hoy era la cena de empresa (con todo el tema de salir con Sabrae, se me había olvidado por completo) y tuvieran que llevarme a toda hostia para que cogiera una camisa y una chaqueta, tiempo que ella había aprovechado para arreglarse y ponerse tan guapa como una estrella de cine el día del estreno de una película con la que confía ganar un Oscar. Mientras mis amigos abrían la boca y se quedaban ojipláticos dentro del coche, Wilden apoyado en el volante y Jackson con una mano sacada por la ventanilla, yo la miraba en la puerta de su portal.
               Tenía la intención de abrirle la puerta del coche como si fuera un chófer, lo que no me esperaba era que ella apareciera así. Se había recogido unos mechones de pelo de forma que la melena ondulada le cayera por los hombros, enmarcando su cara perfectamente maquillada en un halo del color de la miel, y se había puesto una falda de tubo en cuero negro y una blusa blanca que le hacía unas curvas increíbles. En los pies llevaba unos zapatos plateados de tiras finas, a juego con su bolso.
               Chrissy sonrió al ver nuestras caras, soltó una carcajada y les espetó a Jackson y Wilden:
               -Parece que gano bastante cuando no llevo el uniforme, ¿eh?-bromeó.
               -Guau-silbó Wilden, y ella alzó una ceja. Pasó a mi lado y agitó el pelo, apoyándose en el coche, sugerente.
               -Estás increíble, muñeca-la alabé, abriéndole la puerta, y su sonrisa escaló a sus ojos cuando entró en el interior.
               -Hoy salgo a matar-explicó cuando yo entré dentro y me hube abrochado el cinturón.
               -Ya te veo.
               -Y no sabes lo mejor-contestó en un susurro, alejando la conversación del foco de atención de nuestros acompañantes. Me la quedé mirando.
               -Que es…
               -Que no llevo bragas, aunque sería lo prudente-sonrió, apoyando un codo en el reposabrazos del asiento y mirando por la ventana. La sola idea de que no llevara ropa interior bastó para que yo me quedara sin aire un segundo.
               -¿Cómo que no llevas bragas?-jadeé.
               -Tranquilo, fiera-Chrissy se echó a reír-, que tampoco estoy desnuda. Estoy segura de que te suena el conjuntito que llevo. Ya sabes, dado que ahora tengo que seducir porque no tengo los polvos garantizados…-se encogió de hombros y yo la miré sin entender, aunque pronto desvelé el misterio. Cuando nos sentamos a la mesa en el amplio comedor que la oficina había reservado para nosotros, pude entrever el conjunto de encaje gris perla que llevaba por debajo de la blusa mientras se inclinaba hacia mí para hablar con Roxanne, que estaba a mi derecha. Ojalá no me hubiera quedado mirando sus tetas como un puto baboso, pero, ¿qué puedo decir? No soy de piedra y estaba bastante necesitado de mujer, así que cuando le pones a un perro un suculento hueso delante, lo normal es que se le haga la boca agua como a mí me pasó con Chrissy.
               Estaba seguro de que lo había hecho a posta. Me acordaba perfectamente de cómo había sido el día que compró aquel conjunto: no había necesitado mucho más que decirme a qué tienda de ropa pensaba ir para que yo me ofreciera a acompañarla, confiando en que la suerte me sonreiría como lo había terminado haciendo. Había esperado como el más diligente de los novios mientras Chrissy escogía lencería en las distintas secciones de la tienda, la había seguido cual perrito obediente hacia los probadores, y me había sentado a esperar pacientemente mientras ella se probaba conjunto tras conjunto, dándole mi aprobación a todos, porque cuando una chica semidesnuda se me planta delante, en lo último en que me fijo es en si esas bragas le marcan los michelines o ese tono de amarillo le hace la piel más blanca. Me la quiero follar, simple y llanamente.
               Y Chrissy lo sabía. Había abierto ligeramente la cortina, enfundada en un conjunto de bralette gris claro y tanga de hilo del mismo color con el que había conseguido que me metiera dentro del probador con ella y me ofreciera a darle todo lo que me pidiera. Por suerte para mí, no me pidió que le fuera a recoger la ropa del tinte, sino que le cerrara la boca cuando empezara a gemir de lo bien que iba a hacérselo pasar con mi lengua.
               De repente me pasó lo que me llevaba pasando un par de meses. Un segundo estaba ahí, disfrutando de la compañía femenina, y al siguiente me veía tragado por el huracán de mi imaginación. Recordé cómo había sido con Chrissy, sólo que ya no estaba con Chrissy: estaba con Sabrae. La seguía igual que a Chrissy, asentía igual que con Chrissy, pero insistía en ver todos y cada uno de los conjuntos que ella se probaba, alababa cada cosa que llevaba puesta, porque era imposible que nada le quedara mal; y, cuando Sabrae descorriera la cortina y me mirara con una sonrisa tatuada tanto en su boca como en sus ojos, mientras lucía el mismo conjunto que Chrissy, entraría como un vendaval en el probador y la haría mía con tantas ganas que me sentiría en su interior incluso semanas después.
               Me imaginé el sonido de sus suspiros mientras yo la besaba, el aroma a excitación que desprendía su sexo, la dulzura que salpicaba sus muslos y la presión en mi nuca cuando mi lengua entrara en sus profundidades y la hiciera gemir mi nombre. Probaría fuegos artificiales de su interior mientras ella gemía y se frotaba contra mí, y cuando estuviera a punto de llegar al orgasmo, entonces, y sólo entonces, liberaría mi erección y la haría alcanzar las estrellas con mi miembro. Renunciaría a un manjar por una increíble conexión, a satisfacerla con mi boca a cambio de hacerla con la parte de mi cuerpo que más le pertenecía.
               -Mal momento para dejar de follar, ¿eh, Al?-se cachondeó Wilden cuando me pilló mirándole descaradamente el escote a Chrissy, aunque ya no les estuviera haciendo caso a sus tetas (lo cual tiene mucho mérito, eso tengo que concedérselo a Sabrae). Chrissy miró a Wilden, luego me miró a mí, me tomó de la mandíbula y me hizo mirarla a la cara.
               -Mis ojos están aquí arriba, cariño.
               -Eh…
               -Deja al chico, Chrissy, que tú también vienes con ganas de guerra.
               -¿Qué puedo decir?-contestó, cogiendo una copa en la que había pedido que le sirvieran champán, porque pagaba la empresa y Chrissy sabía tener mucho estilo cuando quería-. Siempre estoy golosa en Navidad. Ya sabéis, chicos, que necesito a alguien que me caliente la cama ahora que no me funciona la calefacción, y ahora que ya no tengo jugador titular-me miró con intención-, tengo que buscar al suplente.
               Toda la mesa se echó a reír, yo incluido, pero el pensamiento de tener a Sabrae a mi alrededor, prácticamente desnuda como la había tenido ayer por la noche y como jamás la había visto, besándome con aquella lengua hecha por el demonio y rodeándome por ese cuerpo que encarnaba el pecado estaba demasiado enraizado en mi piel. La sentía a mi alrededor, podía olerla, y lo más importante, notaba la ardiente presión en mis pantalones mientras recordaba el delicioso sabor de su placer.
               Desbloqueé el teléfono y entré en la conversación con ella. Miré su último mensaje, en el que me decía que no pasaba nada, que nos veríamos después, tras comunicarle yo que tenía la puñetera cena de empresa que no podía saltarme. Me había enviado un emoticono guiñando el ojo, y eso significaba que quería lío. Yo lo sabía.
               Sin pensar, alentado por el alcohol y mis ganas de ella, escribí:
No sabes cómo te echo de menos. Lo que daría por tenerte aquí conmigo, poder sentirte como te sentí ayer.
Me vuelves loco, Sabrae, te lo juro. Dios. Voy a hacerte todo lo que me dejes esta noche.
Me MUERO por estar dentro de ti. Quiero sentirte con cada fibra de mi ser. Te comería entera, hasta que no pudieras soportarlo más y necesitaras que entrara en ti. Y lo haría con muchas ganas, bombón, créeme. Adoro cómo sabes y adoro cómo te sientes. Joder, te estaría follando hasta la semana que viene.
               Alec, tío, me recriminé, mirando el mensaje. Lo toqué y detuve el dedo en el aire cuando apareció el pequeño cuadro de diálogo en el que la aplicación me preguntaba qué quería hacer: editar el mensaje, anclarlo, eliminarlo, o reenviarlo.
               Toqué la única palabra en rojo, eliminar. ¿Quieres eliminar este mensaje para ti, o para ti y Sabrae?
               Observé la pequeña disyuntiva, mi mente trabajando a toda velocidad a pesar de la excitación y el alcohol, o precisamente por la excitación y el alcohol. Una idea se deslizó por mi subconsciente y entró de lleno en el primer plano de mi cabeza. Puede que el mensaje fuera demasiado explícito e incluso de mal gusto, pero sabía que a Sabrae no le parecería mal. Es más, ya habíamos tenido conversaciones subidas de tono antes, y en ocasiones incluso habían acabado con final feliz.
               Puede que me respondiera mientras yo siguiera en la cena. Puede que nos enzarzáramos en una discusión casi tan placentera como un polvo. Puede que me sugiriera ir al baño para enviarnos fotos. Puede que aceptara. ¿Qué cojones? Claro que aceptaría. Le mandaría todas las fotos que quisiera, iría donde ella me mandara. Puede que me pidiera que le enviara un audio para escuchar mi voz ronca; le encantaba cómo se me ponía la voz cuando me excitaba.
               Puede que me ordenara ir al baño para enviarme fotos ella, y yo iría prácticamente corriendo; incluso echaría la puerta abajo, si hacía falta. Nunca me había enviado fotos y usaría eso como baza para que yo me fuera antes de la fiesta.
               Puede que consiguiera que fuera a un  rincón apartado y repitiéramos lo que habíamos hecho en Bradford.
               Cerré la aplicación sin eliminar el mensaje, una nueva esperanza aleteando en mi interior, los gemidos de Sabrae mientras se masturbaba en la otra punta de Inglaterra susurrando mi nombre reverberándome en la cabeza.
               Intenté concentrarme en la comida y no consultar mi teléfono compulsivamente, pero fracasé en las dos cosas. Aunque sí di buena cuenta de todo lo que me ponían en el plato, estaba tan pendiente de si Sabrae se conectaba o no que no habría sabido decir si comí carne o pescado o ambas cosas, si me fumé un cigarrillo o quince, si todos iban elegantemente vestidos o habían decidido quitarse la ropa y cenar en bañador, o directamente como Dios los había traído al mundo.
               Lo que sí hice fue beber. Como un cabrón, además. Para cuando llegó el postre, me daba vueltas la cabeza, aunque estaba milagrosamente lúcido como para saber dónde me encontraba y que tenía que comportarme aunque fuera sólo un poco. Chrissy y Roxanne se reían a mis lados, conversando con Jackson y Wilden, que se habían sentado frente a nosotros, y tomaban un postre que yo no tenía ni puta idea de quién era.
               De forma totalmente descarada y desconsiderada, me apoyé con los codos en la mesa y abrí de nuevo la conversación con Sabrae.
               En ningún momento se me pasó por la cabeza borrar el mensaje, sino que decidí contribuir a que la bola de nieve creciera y creciera, enredándome a mí mismo en la telaraña de mi impulsividad.
Vale, ¿te has enfadado? Perdona, no debería hablarte así.
Es que te echo un montón de menos y no dejo de pensar en ti.
Espero que no te parezca mal.
Bueno, y que te lo estés pasando bien con tus amigas. Que igual paso a buscarte y no has leído los mensajes, y flipas cuando los abras delante de mí.
Que, por cierto, si los abres delante de mí, que sepas que seguiré cachondo. Estoy cien por cien seguro de que esto no se me va a pasar. Y que hacemos lo que quieras. Me da igual cómo estés. No me da asco hacerlo contigo con la regla.
No podría darme asco nada que viniera de ti.
Bueno, a ver, igual temas de orina y caca están fuera de límites, pero todo es hablarlo.
Mira, me voy a callar un mes antes de que termine de asustarte.
Espero que te lo estés pasando genial con las chicas. Lo siento si me he pasado
               Toqué su foto de perfil y me quedé mirando sus bucles negros, enmarcando su precioso rostro del color del tofe. Sonreía a la cámara con una sonrisa blanquísima y tremendamente hermosa, y su mirada desprendía una felicidad de la que me encantaría ser el autor.
               Empecé a sonreír como un puto gilipollas y Roxanne se inclinó para ver de qué me reía.
               -¿Quién es esa, Al?-preguntó.
               -La novia-contestó Chrissy antes de que yo pudiera decir nada.
               -¡¿Tienes novia?!-Roxanne parecía estupefacta.
               -No. Sí. No sé. Es complicado.
               -Es muy guapa, ¿me dejas ver?
               -Claro-contesté, entregándole el teléfono. Roxanne examinó la foto y me lo volvió a pasar, pero cuando los chicos pidieron ver a Sabrae, les tendió el teléfono. Todos alabaron la belleza de mi chica mientras Chrissy daba otro sorbo de su champán y asentía a lo que decían.
               -Es tan mona que ni siquiera puedo enfadarme con ella por haberme quitado a Alec.
               La foto de Sabrae empezó a rular por nuestra mesa, y cuando me quise dar cuenta estaba insistiéndole a todo el mundo para que me hicieran caso: Sabrae era la chica más guapa de la puta historia y tenía pruebas irrefutables que lo demostraban.
               Incluso les enseñé fotos suyas a mis jefes. A mis jefes. Deberían prohibirme acercarme al alcohol.
               Todo el mundo se fue a bailar en una pista de baile que había en el piso superior del local y yo me senté en una de las sillas del fondo, mirando fotos de Sabrae, releyendo nuestras conversaciones, sonriendo cada vez que me encontraba con un batallón de emoticonos cariñosos por su parte.
Ay, Saab. Eres más bonita. Es que te adoro.😍😍😍😍😍😍
Me encanta tu piel, me da mucha hambre porque es como una película de chocolate.
Y tus ojos son preciosos.
Y tu pelo parece una nube negra, como de una tormenta o algo así. Es súper suave.
               -Romeo-me llamó Chrissy, y yo levanté la cabeza. Extendió una mano-. Ven a bailar, venga. Deja de atosigar a tu novia.
               -Sabrae no es mi novia.
               -¿No? Y, ¿qué piensas hacer al respecto?-me agarró de la mano y tiró de mí para levantarme. Me llevó hasta la pista de baile y se dedicó a dar brincos a mi alrededor, hasta que le dije que quería irme, que había quedado con Sabrae, y ella aceptó marcharse con la condición de que la acompañara hasta casa. Se me había ido bajando poco a poco la borrachera y ahora sólo me notaba el puntito de felicidad que te ocasiona el alcohol, así que no tuve problema en bajar las escaleras y pedir un taxi para ir hasta casa de Chrissy. Volví a abrirle la puerta y le sonreí al taxista cuando me dijo que ya no quedaban caballeros y que era la segunda vez ese año que veía a un hombre hacerle eso a una mujer, y la primera había sido en un acto oficial al que acudió una de las ministras del gobierno.
               Le tendí el billete del que Chrissy se empeñó en desprenderse y le dije que se quedara con el cambio. Subí con ella hasta su casa y entré tras ella, que me ofreció un vaso de agua y una barrita energética.
               -No puedo, Sabrae me está esperando, me tengo que ir-protesté, pero Chrissy me agarró del cuello de la camisa y me obligó a sentarme en el sofá, comerme la barrita energética y beberme el agua para que se me bajara más la borrachera y estuviera más en mis cabales.
               -Si te dejo coger el metro así, seguro que terminas en Escocia.
               -A mí no se me ha perdido nada en Escocia-protesté-. Y Sabrae está en Londres, ¿por qué iba a querer ir a Escocia?
                Chrissy sonrió, se quitó los zapatos y los pendientes, y subió las piernas al sofá.
               -¿Quieres que te acerque a casa con el coche?
               -No, que tú también vas guapa.
               Chrissy sonrió y se miró las manos.
               -¿Has encontrado ya sustituto para mí?
               -¿Qué?
               -¿Te has acostado con alguien ya?-le pregunté, acabándome el vaso-. Está deliciosa, esta agua. ¿Me das más?
               Chrissy se levantó del sofá y regresó al cabo con el vaso lleno hasta arriba. Me lo bebí de un trago y chasqueé la lengua.
               -La de mi casa no sabe así.
               -Serán las tuberías.
               -Mf-expiré por la boca, estudiando el vaso.
               -¿Por qué no le has pedido salir?
               -¿Eh?
               -A Sabrae. ¿Por qué no se lo has pedido?
               Jugueteé con el vaso, la borrachera bajada de un plumazo por la impresión de la pregunta. Era la segunda vez que Chrissy me sacaba el tema, y ya lo había hablado con Jordan. Me parecía que el mundo estaba empeñado en solucionar el tema de mi soltería, al que veían como un problema más que como lo que realmente era: una situación que no me definía, ni a mí ni a mi relación con Sabrae.
               -¿Qué te hace pensar que no se lo he pedido?
               -Ninguna chica en su sano juicio le diría a un chico que le enseña fotos suyas borracho a sus compañeros de trabajo que no quiere ser su novia.
               -¡Eh! Eso no es justo. También le he enseñado fotos suyas al señor Anderton-protesté, y Chrissy se echó a reír.
               -Vale, fotos a sus compañeros de trabajo y a sus jefes.
               -¿En qué coño estaría pensando?-me froté el pelo y sacudí la cabeza-. Fijo que me echan mañana. Ya verás cómo llego y me dan el finiquito nada más verme.
               -Yo creo que te van a subir el sueldo. Les has hecho gracia.
               -Yo me descojonaría si estuviera en su situación. Imagínate un puto niñato empleado tuyo que te viene a decirte “mira qué guapa es mi novia”.
               -¿No habíamos quedado en que no era tu novia?-preguntó Chrissy, sonriendo.
               -Deja de liarme, que estoy borracho, Christine. Debería darte vergüenza aprovecharte de un niño indefenso y bebido como yo.
               Chrissy se echó a reír, me apoyó una mano en el pecho y se inclinó para darme un beso en la mejilla.
               -Hazte un favor, Alec: termínate esa barrita, ve con ella, y pídele salir. Lo estás deseando.
               Me la quedé mirando fijamente cuando me metí lo que quedaba de la barrita en la boca, me llevé una mano a la frente para hacerle el saludo militar, y me levanté del sofá tras ella. Abrió la puerta y yo la atravesé, pero me detuve en el quicio y me giré.
               -A Jackson le gustas.
               -Eres un lince-observé, y yo puse los ojos en blanco.
               -Deberías darle una oportunidad. Los chicos Amazon no somos tan malos. Somos amazing, de hecho.
               Chrissy se me quedó mirando.
               -Ni se te ocurra decirle eso a Sabrae.
               -Ha sido pésimo, ¿verdad?
               -Sí-contestó, y se echó a reír. Se inclinó para darme un beso de despedida, y yo di un paso atrás-. ¿Qué haces? ¡Que no te voy a dar ningún pico, hombre!-me agarró de la camisa y me plantó un sonoro besazo en la mejilla, donde me dejó una mancha de carmín que se afanó en quitar con el pulgar humedecido.
               -Así que, ¿esto es lo que se siente al hacer una cobra?-bromeé.
               -Fuera de mi casa-ordenó, y yo no necesité que me lo dijera dos veces. Troté escaleras abajo y empujé la puerta del portal en el momento justo en que un taxi pasaba zumbando por la calle, tan rápido que era imposible que llevara gente. Me lo quedé mirando, considerando si llamar a uno, pero decidí que sería mejor usar el metro. Mi bolsillo lo agradecería.
               Así que eché a andar y abrí de nuevo la conversación con Sabrae.
Voy de camino. En media horita o así me tienes ahí
               Me quedé mirando los mensajes. Los primeros estaban bien, pero los otros, enviados en el momento culminante de mi ebriedad, daban bastante lástima. Por suerte ella aún no se había conectado, y, como no los había visto, decidí eliminarlos, no sin antes hacer una captura de pantalla, pues era un sentimental.
               La parada del metro más cercana a la casa de Chrissy estaba en el extremo de una de las calles que más de moda estaban últimamente para salir de fiesta. En ella había multitud de locales, cada cual con su propio público y sus diferentes pistas de música, que se complementaban perfectamente.
               Me saqué de nuevo el móvil del bolsillo para ver si Sabrae había visto ya mis mensajes y avisarla de que estaba a punto de entrar en la boca del metro cuando la señal romboidal apareció sobre las escaleras que daban al corazón subterráneo de Londres. Desbloqueé el teléfono y toqué el icono de Telegram mientras pasaba la mano por la barandilla, mirando en todas direcciones, a los grupos de chicas subidas a taconazos y con faldas minúsculas que enfilaban hacia las discotecas, los tíos que se las quedaban mirando e inclinaban la cabeza para echar un vistazo a la ropa interior, los grupos de amigos fumando cigarrillos o porros en alguna esquina…
               Bajo una farola, una figura solitaria estaba de pie, apoyada contra el metal, mirando en todas direcciones como si hubiera quedado con alguien y ese alguien no apareciera. Me detuve en seco. Aquella figura me resultaba familiar.
               Tamborileé con los dedos sobre la barandilla, preguntándome qué hacer. Quería ir con Sabrae y meterme en su cama y dormirme acurrucado a su lado, pero también sentía que no era eso lo que debía hacer entonces.
               La figura detectó mi presencia y se giró para mirarme, y las facciones de mi amigo se descubrieron bajo la luz pálida de la farola.
               -¿Logan?
               Vi cómo los ojos de mi amigo se abrían hasta adquirir el tamaño de dos lunas.
               -¿Alec?-preguntó a modo de confirmación, con una mezcla de esperanza y algo muy parecido al miedo en su voz. Me acerqué a él y comprobé con horror que estaba tiritando de frío, y que se abrazaba a sí mismo para entrar en calor.
               -¿Qué haces aquí, sin abrigo y sin nada? ¡Te va a dar una pulmonía!
               -Es que… es que…
               -Ven, tío. Toma mi abrigo. Joder, Logan, macho, ¡que estamos a cinco grados! Hay que usar la cabeza para más que para llevar pelo, ¿eh?
               -No, si he salido con abrigo. Es que… me han robado.
               Me quedé a cuadros.
               -¿Cómo que te han robado? ¿Te han robado el puto abrigo? ¡Chorizos de mierda!-le grité a Londres, y varias personas se giraron hacia mí-. ¿Tan muertos de hambre sois que tenéis que ir robando abrigos por ahí, hijos de puta? ¡Robad iPhones, miserables, pero no putas cazadoras!
               -No, no lo entiendes-Logan se aferró a la cremallera de mi abrigo, que ahora cubría sus hombros, y me cogió del pecho para que lo mirara-. Verás, es que… había quedado con una persona en un club cercano. Estuve un rato bebiendo y charlando con… esa persona-continuó tras un momento de duda-, y tuve que ir al baño, y cuando volví, no estaba. Ni… mi acompañante, ni mi abrigo. Ni mi móvil, ni mi cartera. Pregunté a los que teníamos al lado, y me dijeron que fumaba y en el local estaba prohibido, y que puede que hubiera salido y se hubiera llevado mis cosas para que no me las robaran, pero… nada. Cuando salí, no estaba. Creo que se largó con mis cosas. Y ahora no tengo ni dinero para el metro ni móvil para pedir un taxi, y me da cosa pedírselo a…-señaló al grupo de chicos tirados en el suelo fumando unos porros del tamaño de mi antebrazo, y yo le entendí. A mí también me causarían respeto si no fuera boxeador.
               -Vale, vamos a hacer una cosa. Vamos al sitio donde estabais, preguntas al camarero y a la gente a ver si conocen a la ladrona ésa, y la buscamos por el interior. Quizá siga dentro, buscándote. ¿Has tardado mucho?
               -No, no.
               -Pues igual es eso. Venga. Voy contigo, y no te separes de mí. Si no la encontramos, por lo menos tendremos mi móvil y mi pasta. Espera, tengo que avisar a Sabrae de que voy a tardar.
               Tras grabarle un videomensaje explicándole la situación, le dije a Logan que me llevara hasta el local en el que había estado tomando algo.
               -Y esa tía, ¿cómo es?
               Logan se me quedó mirando como si me viera por primera vez.
                -¿Para qué quieres saberlo?
               -Joder, tío, pues… por si la veo, poder reconocerla. ¿Cómo tiene el pelo? ¿Es rubia, morena…? ¿Es alta o baja? En referencia a ti, quiero decir.
               -Tiene el pelo rubio. Y de estatura, más o menos, como yo.
               -Así que rubia, ¿eh, Log?-le di un codazo para tranquilizarlo, pues de su boca salían nubes de vapor que le hacían parecer una locomotora a plena potencia-. Nunca hubiera dicho que te gustaran las rubias. O, bueno, para serte sincero, habría jurado que directamente les tienes miedo a las chicas. Eres tan tímido, me parece acojonante que hayas venido a una cita a ciegas tú solo. Podría ser una psicópata, ¿sabes? Podría ser una asesina en serie coleccionista de pollas disecadas, o una integrante de una banda criminal femenina que secuestra británicos para llevarlos a Indonesia y tenerlos esclavizados dando clases de inglés sin descanso, o…-me quedé callado cuando Logan se detuvo frente a una puerta con luces de neón en sus bordes. Levanté la mirada y, tras leer el nombre del local y reconocerlo al instante, mi cabeza sumó dos y dos.
               Mi acompañante.
               Esa persona.
               Siempre había usado palabras neutras.
               Y se había detenido frente a un bar gay. Si Freddie Mercury hubiera estado vivo cuando lo abrieron, probablemente lo hubiera inaugurado en persona. No todos los días abren una puta discoteca cuyo nombre es “Los muslos de Lucifer”.
                Bajé la mirada de las nalgas del demonio (literalmente) y clavé los ojos en Logan, que claramente lo estaba pasando fatal.
               -O un tío-terminé por decir, y él se revolvió bajo mi abrigo.
               -Entendería que no quisieras entrar. Supongo que te resultará violento.
               Hombre, la verdad es que no me hacía especial ilusión meterme en un sitio donde todos los tíos se me comerían con la mirada, pero supongo que me respetarían si dijera que me iban las tías y que por favor, dejaran de arrimarme cebolleta.
               Además, Logan era amigo mío. Si tenía que soportar que me entraran 20 maricones y me metieran mano otros 20, pues lo haría por él. Que igual les rompía la cara a los últimos 20, no te digo que no, pero por lo menos intentaría tragar.
               -¿Violento? ¿A mí? Que soy boxeador, tío. A no ser que los gays liguen sacándose la navaja mutuamente, creo que lo soportaré.
               Logan parpadeó.
               -Eh, esto… eso no iba con segundas. O sea. Respeto muchísimo el sexo homosexual. Cada uno puede hacer lo que quiera con su vida. Siempre y cuando tomen precauciones, claro. Entre hombres es muy fácil pasarse el sida. Freddie Mercury, que en paz descanse, murió por eso. Pero bueno, creo que la gente está muy concienciada hoy en día con esos temas.
               Logan seguía sin decir nada.
               -Con las navajas me refería a navajas literales. Nada de la polla ni nada por el estilo. Claro que sé que los gays terminan enseñándose la polla mutuamente, al fin y al cabo de alguna forma tendrán que tener sexo, pero…
               -Alec.
               -¿Qué?
               -Cállate.
               -Vale.
               Logan se acercó al segurata, que me fulminó con la mirada porque seguro que podía oler mi heterosexualidad (no es por perpetuar estereotipos ni nada, pero cuando llevas un puto esmoquin rosa siendo el portero de una discoteca gay, es normal que yo sospeche que no te van mucho los coños) y tiró de la puerta para dejarme entrar delante de él.
               -No digas nada de ir con el culo pegado a la pared.
               -¿Por qué iba a ir con el culo pegado a la pared?-pregunté con inocencia, y Logan sonrió tras de mí. Sabía de sobra por qué lo decía, pero bastante había metido la pata ya como para encima ponerme a hacer bromas homófobas.
               Además, se le notaba agobiado, y yo no quería contribuir a que se pusiera peor.
               Nos recibió un caos absoluto de luces estroboscópicas de todos los colores y música electrónica que reverberaba en nuestra caja torácica. Me acerqué a la primera línea de gente que había a la entrada y me giré para preguntarle a Logan por dónde sería mejor empezar, cuando el movimiento en una gogotera atrajo mi atención. Un tío de unos dos metros bailaba en ella dándolo todo. Hasta ahí, todo normal.
               Lo especial venía cuando te fijabas en que el señor en cuestión iba en tacones de aguja con una plataforma que, si no medía diez centímetros no media nada; mientras vestía un tanga verde neón y nada más. No tenía un puto pelo en el cuerpo, el susodicho animal, y estaba recubierto de lo que yo quería pensar que era una película de sudor en lugar de lubricante o aceite para motor de coche. La sala empezó a chillar, eufórica, cuando se restregó contra la barandilla de la gogotera como si estuviera follándose a una tía a la que pretendía impresionar con sus dotes amatorias.
               Me volví para mirar a Logan, alucinado. A pesar del cambio de luces, pude ver que mi amigo se ponía colorado.
               -Si sirve de algo para que no te asustes con la nueva imagen que te estás formando de mí, yo estaba en la parte superior, que es un poco más tranquila.
               -¿Un poco?-pregunté, apartándome para que un par de tíos con camisetas de tirantes finos, las mismas que me ponía yo para boxear, pasaran a mi lado en dirección a la puerta. Se giraron para hacerme un escaneo descarado y uno de ellos me guiñó un ojo. Me pregunté si en el piso superior los gogós bailarían alrededor de una barra vertical, como la que le había instalado a Mary en la sala de baile de casa, mientras un público igual de entregado se afanaba en meterle billetes de veinte en el tanga, eso sí, en absoluto silencio, para mantener la tranquilidad.
               -Sí, bueno…-Logan miró en derredor y suspiró con la cabeza. Me agarró del antebrazo y empezó a tirar de mí en dirección al lugar donde supuse que había estado con su cita, y cuando llegamos a la barra, le preguntó algo al camarero mientras yo me daba la vuelta y estudiaba el local.
               Varios tíos se me quedaron mirando, todos sonriendo mientras estudiaban mi vestuario. Debería haberme molestado que me consideraran uno de los suyos, según tengo entendido, pero el caso es que iba vestido de punta en blanco y la verdad es que me cuidaba, así que en lugar de molestarme porque estuvieran considerando seriamente la posibilidad de entrarme, me molestó que sólo me prestaran atención 7 tíos en lugar de 70.
               Pero si tengo un cuerpazo, joder. A las tías les encanta, ¿por qué no iba a ser igual con los tíos gays?
               Me fijé en que uno de los que más me miraba vestía una camiseta de rejilla como las que se veían en las películas. Me tiró un beso y yo me di la vuelta para no tener que mirarlo, rezando para que no considerara eso una invitación a que viniera a tocarme el culo e inclinándome hacia Logan en un mecanismo de defensa. Con un poco de suerte, pensarían que estábamos juntos y me dejarían tranquilo.
               Logan me miró con preocupación cuando notó cómo prácticamente me echaba sobre él.
               -¿Estás bien, tío?
               -Creo que ese pavo va a entrarme. Acaba de tirarme un beso-expliqué, señalándolo con la cabeza. Logan se giró y yo lo agarré del cuello-. ¡Pero no le mires, tronco, que se va a dar cuenta!
               -¿El de rejilla?
               -Sí, tío. Parece un puto mejillón en una de estas redes que compra mi madre cuando están de oferta-Logan se echó a reír-. A mí no me hace ni puta gracia. Luego os metéis conmigo cuando os abro la puerta en sudadera.
               -Es que tú tienes mucho estilo, Al-contestó Logan, mirando por encima del hombro y riéndose.
               -¿De veras lo piensas? Porque, bueno, ahora que sé lo que eres… supongo que tu opinión sobre la moda está revalorizada, ¿no?
               Logan me atravesó con la mirada.
               -Alec, me gustan las pollas, no las revistas de tías con las últimas tendencias.
               -Vale, perdona-musité, agachando la cabeza y considerando si pedirme algo que me pegara un viaje lo bastante fuerte como para dejar de pensar en el tío de la rejilla. Logan volvió a reírse y yo lo miré.
               -¡Menuda cara que has puesto, tío!-sacudió la cabeza-. Ni que me acabaras de decir algo horrible.
               -Es que no quiero que te ofendas. Me imagino que ya será lo bastante duro para ti todo esto, como para que yo encima te haga sentir mal.
               Logan meneó la mandíbula y chasqueó la lengua. Tiró de mi chaqueta para que le siguiera, y nos pasamos lo que a mí me pareció una eternidad nadando entre mares de cuerpos, preguntando a gente si habían visto al tío que se la había pegado a Logan. Llegamos al sitio donde se habían sentado para hablar en la zona tranquila del local (una especie de balcón cuadrado que rodeaba su perímetro, en el que había mesas y sillas donde sentarse a tomar algo y hablarse a gritos para poder escucharse por encima de la música) y Logan se dirigió a un grupo de tíos que tomaban cócteles de todos los colores mientras se reían a carcajadas.
               -Perdonad, pero, ¿no habréis visto a un chico rubio, de ojos azules, más o menos tan alto como mi amigo-me señaló-, con jersey de cuello vuelto…?
               -Nada de rubios, pero a tu amigo sí que le hemos visto-ronroneó uno, escaneándome de nuevo. ¿Así se sentían las chicas cuando un tío baboso las miraba? Pobrecitas, empezaba a compadecerlas. Llevar escote y minifalda es un acto de valentía que no todo el mundo aprecia-. Hola, guapo. ¿Cómo es que no te he visto por aquí?
               -Es que es mi primera vez-expliqué.
               -Eh, volviendo al tema…-continuó Logan, pero volvieron a interrumpirle.
               -¿Te dolió?
               -Si me dolió, ¿el qué?
               -Cuando te caíste del cielo.
               Logan y yo nos miramos y yo empecé a descojonarme.
               -Si me conocieras, dirías que vengo de cualquier sitio menos del cielo, chaval.
               -¿Eso es una oferta?-el tío con el que estaba hablando jugueteó con la cereza de su bebida y luego se la metió en la boca-. Porque si es así, acepto.
               -Me van las tías-constaté en tono neutro, casi aburrido. Puse los ojos en blanco y todos lanzaron un aullido de interés.
               -¿Cómo sabes cuál es tu lugar si no has probado lo que hay al otro lado de la acera?-bromeó uno de ellos.
               -No quiero probarlo y cogerle el punto, que luego medio Londres entra en depresión.
               -Alec es muy hetero. Lo más hetero que os podáis encontrar. Hetero nivel me-quedo-despierto-para-ver-la-final-de-la-Superbowl-explicó Logan, y los chicos volvieron la atención hacia él.
               -¿Qué tiene de malo la final de la Superbowl? Está interesante. Y el año pasado, la presentación de mitad de partido la hizo Rihanna.
               -¿Veis? Rihanna-me señaló Logan, y los chicos se rieron.
               -Eso no prueba nada, a todo el mundo le gusta Rihanna. Es guapísima y muy inteligente.
               -Y tiene unas peras de infarto-agregué, y todos se me quedaron mirando.
               -Vale-coincidieron-. Es un hetero sin solución. Una verdadera lástima. ¿Qué querías, ricura?-concentraron su atención en Logan, que comenzó a explicarles su situación.
               En defensa de los gays, diré que son gente muy maja. Apenas Logan les expuso lo que había pasado, el grupo al completo se movilizó y todos se afanaron en encontrar al cabrón que se la había jugado a mi amigo, pero no hubo suerte. Nos reunimos de nuevo en la mesa donde habíamos conocido a los tíos para darnos el informe de búsqueda, y me llevé a Logan a una esquina para poder hablar con él más tranquilos cuando nos dijeron que no había habido suerte.
               -Puedes pedirles a tus padres que te compren otro móvil, tío. Siempre haces copia de seguridad, seguro que aún la tienes en la nube, o incluso en el ordenador. No te preocupes. Hablaré con los nueve de siempre y te conseguiremos un teléfono idéntico. El problema es la pasta, pero bueno, supongo que no llevabas mucha; ya te la habrías gastado la mayor parte aquí, ¿no?
               Y entonces, Logan empezó a llorar. Se tapó la cara con las manos para que yo no lo viera, muerto de vergüenza. Me quedé paralizado un segundo, observando cómo mi amigo se derrumbaba ante mí, y cuando pude procesar lo que ocurría, lo estreché entre mis brazos y le acaricié la cabeza, dejando que se desahogara. Pobrecito. Seguro que había esperado con mucha ilusión a que llegara este día, seguro que había sufrido no pudiendo contarnos a ninguno lo que tenía pensado hacer y cómo era realmente; seguro que se había preparado a conciencia, contando los días, horas y minutos que lo separaban de su primera cita, sólo para que su príncipe le saliera rana.
               -No pasa nada, Log, no pasa nada. Yo tengo pasta para volver a casa, no te preocupes por eso. Y podemos hablar con alguien para que te rastree el móvil para descargar las fotos que no estén en la copia de seguridad; Sabrae dice que Shasha, su hermana, es muy buena con los ordenadores. Todo tiene solución, Log.
               -No, no todo-gimió, y yo me separé de él para mirarlo. Logan se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y, entre hipidos, me dijo-: es que… llevaba hablando con este chico cerca de seis meses. Era la primera vez que nos veíamos en persona. Tenía muchas esperanzas puestas en él, ¿sabes? Yo… ya sabes cómo soy. Con los nueve de siempre no me importa hablar, porque sois mis amigos, pero sabes que me cuesta mucho abrirme con otras personas, y… no sé, realmente sentía que había conectado con él. Pero eso no es lo peor de todo-sacudió la cabeza.
               -Ah, ¿no? ¿Y qué es?
               -Pues… que me habló un montón de este sitio. Casi todos sus amigos encontraron pareja aquí. Me ha jodido un montón. No voy a encontrar pareja en la vida-sollozó.
               -No digas eso, Logan, tío. Eres súper guapo y muy bueno. Tienes chicas haciendo cola por ti sin saber que eres… bueno… eh… homosexual. Seguro que también tendrás tíos cuando te des un poco a conocer.
               -No quiero volver aquí. Me ha jodido la experiencia. Tendré malos recuerdos cada vez que piense en este sitio, y terminaré muriéndome solo, rodeado de gatos, deprimido y gordo.
               -De malos recuerdos, nada-sentencié, dando un golpe en la pared que hizo que Logan diera un brinco y se me quedara mirando-. Nos lo vamos a pasar bien tú, y yo. ¡No necesitas a ese gilipollas! Ahora mismo vamos a la barra, nos pedimos lo más fuerte que tengan, y luego venimos aquí y nos hacemos más amigos de esos gays tan simpáticos-los señalé con la mano y ellos fingieron no llevar mirándonos desde que nos apartamos.
               Los ojos de Logan se iluminaron.
               -¿Harías eso de verdad, Al?
               Alcé las cejas.
               -Pues claro que sí. Somos amigos. No quiero que estés mal. Ni que te quedes solo, rodeado de gatos, deprimido y gordo. Tienes una estructura ósea muy buena-le di un toquecito en la mejilla y él se rió-. No voy a consentir que la escondas debajo de dos toneladas de grasa. Y menos si tu plan es acabar con una granja felina en tu casa. Los perros son el futuro, amigo mío.
               Logan volvió a reírse y me estrechó entre sus brazos, agradecido. Hicimos lo que le dije, y cuando me quise dar cuenta, estaba discutiendo sobre la capacidad para reinventarse a sí misma de Lady Gaga con cinco gays.
               Huelga decir que ser capaz de hablar con cinco gays sobre Lady Gaga te convalida varios cursos de debate para la universidad.
               Para cuando salimos del local, Logan había intercambiado su disgusto por una borrachera del quince. Conseguí arrastrarlo hasta la boca del metro y, tras darle su teléfono al chico con el que más había estado hablando durante la noche, el que más le había hecho reír, lo senté en un banco mientras le sacaba un billete de una máquina expendedora.
               Lo llevé a casa y lo subí a su habitación, le cambié la ropa (le dije que menudo paripé había montado para conseguir que yo lo desnudara, cuando habría sido mucho más fácil pedírmelo y ya está) y le puse el pijama, me aseguré de que tuviera agua cerca y desactivé su despertador.
               -Alec-gimió desde las profundidades de su cama, sorprendiéndome: estaba tan borracho que sinceramente creía que ni siquiera se acordaba de mi nombre.
               -Estoy aquí. ¿Qué necesitas?
               -No lo cuentes, por favor-jadeó ante la perspectiva de verse arrastrado fuera del armario por mí. Debía de ser horrible. Sabrae me había contado que para ella la experiencia no había sido nada traumática, pero que conocía a gente a la que incluso habían llegado a echar de casa. A mí me parecía flipante, estábamos en 2034. Si pensabas que había algo mal en tu hijo porque le gustara gente de su mismo sexo es que en realidad había algo mal en ti: no juntabas una puta neurona en todo tu cuerpo.
               -Claro que no, Log. Tu secreto está a salvo conmigo.
               -No quiero que os enfadéis conmigo-gimoteó de nuevo, y yo sacudí la cabeza.
               -¿Cómo nos vamos a enfadar, macho? No te preocupes. No pasa nada porque seas gay, en serio. ¿Qué hay de malo en que te gusten las pollas? Nada. A la mayoría de tías les gustan (y mucho, además), y nadie las juzga.
               Logan sonrió, apoyó la cabeza en la almohada y murmuró:
               -Eres el mejor amigo del mundo. Les pondré tu nombre a mis hijos.
               Se quedó dormido antes de que yo pudiera decirle que, si le iban los tíos, pocos hijos iba a tener, así que le di un beso en la frente para que descansara y me marché a mi casa.
               Me pasé todo el trayecto dándole vueltas a lo mismo: había dejado de ser diferente. Todo el mundo se agobiaba por si no encontraba el amor; antes, yo había pasado olímpicamente del tema. Tenía sexo y con eso me bastaba, mujeres hasta hartarme, amigas y compañeras con las que compartir mi cuerpo.
               Pero ahora, desde que Sabrae había entrado en mi vida poniéndolo todo patas arriba, nada era igual. Había empezado a preocuparme por las mismas cosas que lo hacía la gente de mi edad, o la gente soltera como yo: ¿me querría? ¿Le gustaría pasar a mayores? ¿Cuánto necesitaba ella de mí, y cuánto necesitaba yo de ella?
               Cuando la había visto en el súper, con sus trenzas gruesas y su cara lavada, sólo había podido pensar en una cosa: ¿de verdad vas a ir a trabajar hoy? ¿Qué haces poniendo una tarde entera entre esta joven mujer y tú?
               No me malinterpretes: no me arrepentía en absoluto de haberle echado un cable a Logan. Lamentaba que a él, que era un ser de luz, le hubieran hecho una putada tan gorda como la que le habían hecho, pero una mezquina parte de mí lo detestaba no porque mi amigo no se lo mereciera, sino porque eso había impedido que fuera a ver a Sabrae. Que pasara la noche con ella, acurrucado en su cama, nada de sexo, sólo pura presencia.
               Me había privado de saber qué se sentía moviéndome en la cama y notándola a mi lado, soñando con ella por olerla mientras dormía, ver su cara de recién levantada y escuchar su voz somnolienta dándome los buenos días.
               Si tan sólo hubiera podido verla… aunque fuera sólo verla. Un segundo. Un único segundo.
               Me metí en la ducha para quitarme el sudor y el olor a alcohol del cuerpo recordando lo que había hablado anoche con Jordan. Él me había preguntado que por qué no le pedía a Sabrae que fuéramos en serio, y yo le había contestado con un montón de polladas que ambos sabíamos que eran mentira desde el momento en que las pronuncié: que yo era un espíritu libre, que no me veía como novio de nadie, que estaba muy bien como estaba y me gustaba la relación que tenía con ella, que el compromiso suponía muchas cosas, y bla, bla, bla, todas esas polladas que dices cuando eres un puto vividor de mierda que se está enamorando de una chica increíble capaz de hacer que te quedes en casa un sábado por la noche sólo porque ella tampoco va a salir.
               ¿A quién cojones quería engañar? Mi libertad no servía de nada si no la usaba en estar con ella; no me veía de novio de nadie, me veía novio de ella; estaba muy bien como estaba porque estaba espiritualmente con ella, y me gustaba la relación con ella porque era una relación que tenía con ella. Yo quería comprometerme con ella, quería que ella supusiera cosas para mí, quería que tuviera un título que esgrimir conmigo, una excusa para dejar una huella imborrable en mi piel.
               Salí de la ducha en calzoncillos, recorrí la casa dormida prácticamente desnudo, sin notar el frío del invierno a mi alrededor. Me metí en la cama y me puse los auriculares, con el mejor disco que se hubiera hecho en toda la historia en aleatorio: Beauty behind the madness.
               No dejé de pensar en ella mientras las canciones se sucedían. En ella riéndose, en ella hablándome, en ella comiendo, en ella compartiendo bebida conmigo, en ella cogiéndome de la mano, en ella escuchándome hablar sobre arte griego, en ella besándome, en ella quitándose la ropa, en ella acariciándome, en ella dejándome poseerla, en ella, en ella, en ella. Sabrae, Sabrae, Sabrae.
               Entré en esos dulces momentos en que el tiempo y el espacio se doblaban y te hacían estar en el momento idóneo, en el lugar exacto. De los auriculares empezaron a manar unas notas que yo conocía a la perfección y que nos venían a la perfección a Sabrae y a mí: los primeros acordes de Acquainted.
               Escuché cómo The Weeknd hablaba de una chica que no era buena para él, sobre la que le habían advertido y, a pesar de todo, él se había acercado a ella, había caído en su red.
               Sabrae era todo lo contrario a la chica de la que The Weeknd hablaba en su canción, salvo por un único detalle: el estribillo era suyo. Sabrae era el estribillo de Acquainted.
               -You got me touching on your body, to say that we’re in love is dangerous, but girl I’m so glad we’re acquainted…-cantamos Abel y yo-. I get you touching on your body, I know I’d rather be complacent, but girl I’m so glad we’re acquainted.
               Miré la luna a través mi claraboya. Ella me devolvió la mirada, rebotando el eco de la canción contra mí. Sabrae me tocaba y yo la tocaba ella, ella me buscaba y yo la buscaba a ella.
               Decir que estábamos enamorados era peligroso, porque yo no sabía si ella lo estaba de mí, y tampoco sabía si yo lo estaba de ella (aunque era un sentimiento tan poderoso el que me arrastraba hacia ella que juraría que así era).
               Puede que dejara de ser ambicioso, porque ella me hacía boxear mal.
               Pero tío, es que me la sudaba todo. Me la sudaba todo porque Sabrae se merecía todo eso y mucho más. Puede que no estuviéramos enamorados, pero a mí me encantaba que fuéramos así de cercanos.
               Me incorporé de un brinco, movido por una nueva férrea determinación. Me puse unos pantalones y una camiseta a toda velocidad, y un minuto después estaba entrando en la habitación de Jordan, que dormía profundamente. Le desperté sin miramientos.
               -Jor. Jor. Jor. Necesito tu ayuda. Jordan. Jordan, me cago en tu puta madre, despierta.
               Él se revolvió y abrió un ojo. Miró el reloj y se cagó en mi puta madre también, porque eran más de las cuatro de la madrugada.
               -¿Qué cojones quieres?
               -Necesito tu consejo.
               -¿Para qué?
               Sonreí y él bufó.
               -Voy a pedirle a Sabrae.

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2 comentarios:

  1. ME QUIERO CAGAR EN LA MADRE QUE PARIÓ A KENDRA MISMAMENTE Y QUIERO LLORAR DE LO BONITO QUE ES ALEC NO PUEDO MÁS JODEEEEEEEEEEER

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