domingo, 10 de febrero de 2019

Invasores.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Mamá sólo me miró cuando dejé el platito con el bizcocho a su lado, sobre la mesa de cristal del comedor, pero me dedicó una sonrisa de agradecimiento que también tenía un poco de disculpa por el poco caso que me había hecho cuando entré en la habitación.
               Después de quedarme toda la mañana en casa, viendo realities con Shasha y jugando con Duna a conquistar el mundo, me había tirado en la cama nada más comer y me había dedicado a contemplar el techo. Cada actividad que se me ocurría para distraerme era desechado por insulso; tenía una cosa muy concreta en mente y estaba claro que ninguna excusa serviría para distraerme.
               Quería ver a Alec. Incluso cuando bajé a darle unos golpes a mi saco de boxeo, ése que colgaba del techo en una de las habitaciones que daba al jardín, donde mamá tenía su esterilla de hacer yoga, no fui capaz de  sacármelo de la cabeza, a pesar de que hacer kick siempre me la despejaba. No podía dejar de pensar en él: se me había pasado la resaca y lo único que me apetecía era celebrarlo por todo lo alto con mi chico preferido en el mundo.
               Además, estaba el hecho de que teníamos que hablar sobre lo que había sucedido en Nochevieja, y la posterior visita de Bey a su cama. Cuando llegué a casa después de que Scott me obligara a ir a la de Alec para disculparme por mi comportamiento, le envié un mensaje diciéndole que estaba disponible para hablar de lo que había pasado cuando él quisiera; que no había prisa, pero que esperaba su respuesta.
               Él me abrió conversación después de que yo me echara una siesta reparadora que me dejó la cabeza un poco mejor, justo mientras estaba con Shasha mirando ropa por Internet.
Ya estoy.
Dime que no estás enfadada, por favor. Puedo explicártelo.
¿Puedo mandarte un audio?
               Sonreí, mirando la pantalla, y me salí de la cama de mi hermana, que no protestó. Me dirigí a mi habitación mientras tecleaba en la pantalla de mi teléfono.
Mejor te llamo y hablamos
               Toqué su foto y le di al icono del teléfono; Alec no tardó ni un toque en responder.
               -¿Hola?-prácticamente jadeó, sin aliento. Parecía la borde de un colapso nervioso, y tuve que controlarme para no echarme a reír. Le había asustado de verdad. Quizá debería haberle aclarado que no le guardaba rencor por lo que había hecho, que no me parecía mal, que él seguía siendo libre y no tenía por qué reprimirse si algo le apetecía. Quería ir más en serio con él, quería tener la típica relación tradicional, pero a la vez no quería sentir que él estaba renunciando a cosas cuando a mí aún me daba demasiado miedo etiquetarnos como lo que todo el mundo pensaba que éramos: novios.
               -Hola-contesté, sentándome en mi cama y acariciando las mantas. Alec suspiró.
               -¿Estás enfadada, nena?
               -¿Tengo motivos?-jugué, y miré mi reflejo en el espejo, que tenía una ceja alzada, y me tapé la boca para que no me escuchara reírme.
               -Dios…-bufó él al otro lado de la línea, y me lo imaginé pasándose una mano por el pelo y cerrando los ojos, lo cual lanzó una descarga eléctrica que descendió hasta mi entrepierna-. Vale, si estás enfadada por lo que has visto esta mañana, créeme que lo siento mucho. Sabes que mi intención no es hacerte daño, y si te ha parecido mal, te pido perdón.
               -¿Con quién estabas?
               -Ya sabes con quién.
               -Sí, pero quiero que me lo digas.
               Me lo imaginé presionándose el puente de la nariz, cerrando los ojos de nuevo y asintiendo con la cabeza para darse ánimos.
               -Con Bey.
               -Ajá-asentí, y no dije nada más, y él se lo tomó como si acabara de darme una patada en el estómago.
               -Pero, nena, te juro que no lo hice con la intención de hacerte daño. Simplemente sucedió, ¿vale? No lo planeé. Si te sirve de consuelo, no pude sacarte de la cabeza ni un segundo. Y mira que es difícil, porque Bey está tremenda…-bromeó, y soltó una risita, pero luego se quedó callado un segundo, dándose cuenta de que acababa de meter la pata-. Mierda. No debería haber dicho eso. Perdona, bombón. No quiero hacerte sentir mal. El caso es… que no se va a repetir. Y que no ha sido un desliz. Es decir, un poco sí, pero… quiero decir que lo he hecho con Bey porque sólo podría hacerlo con Bey. Si hubiera venido cualquier otra chica, por muy buena que estuviera, le habría dado la vuelta y la habría mandado derechita a su casa. Ya sabes lo que siento por ti. Tú me importas. Muchísimo. Para mí es primordial que estés bien, prefiero mil veces que estés contenta a echar yo 50 polvos. Me quedaría con las ganas de 50 polvos si pudiera garantizarte la felicidad, Sabrae-me hice un ovillo en la cama mientras le escuchaba, sonriendo-. Joder, me volvería célibe si fuera el caso.
               Alec esperó a que yo dijera algo, con la esperanza de que fuera a detenerlo, pero no lo hice.

               -El caso es…-continuó al ver que yo no decía nada- que esto ha sido diferente para mí. Quiero decir, no es como si me hubiera acostado con la primera chica con la que me hubiera cruzado. Ni siquiera es como cuando me acosté con Pauline. Es Bey. Mi mejor amiga. Y la quise en otra época, y bueno, la tensión sexual siempre ha estado ahí, y además… creo que no he faltado a mi promesa. No del todo. Te prometí que te sería fiel, y así ha sido. Créeme, si existieran los tríos por pensamiento, yo he echado unos cuantos en las últimas 24 horas. Ya sé que suena un poco horrible, sobre todo por la parte que le toca a Bey, pero… joder-bufó-. Esto no se me da bien.
               Yo creo que sí, Al, pensé, sonriendo.
               -El caso… en fin. Que me estoy yendo por las ramas. Y seguro que a estas alturas ya has dejado el teléfono en la mesilla de noche, o donde quiera que estés, y te hayas pirado de la habitación-aventuró, y volvió a callarse.
               -Sigo aquí.
               -Ah. Vale. Genial. Bueno, ¿me estás entendiendo?
               -Puede.
               -Bueno, supongo que “puede” es lo mejor que me merezco ahora. Lo que te quería decir es que… a ver, evidentemente, tienes derecho a estar enfadada. Yo lo estaría. A mí no me haría ni puta gracia pillarte con el pelo revuelto porque alguno de los payasos con los que te has acostado antes estaba en tu cama. Especialmente si yo no he visto tu cama aún. Ni me he metido en ella.
               -¿Quieres enfadarme más, Alec?-pregunté, y él chasqueó la lengua.
               -¡No, no! Sólo digo que… que entiendo tu posición. Pero a ver. Entiéndeme a mí, nena. Te hice una promesa, sin esperar nada a cambio. Antes de que digas nada: sí, lo sé, entiendo perfectamente que te la hice porque quise y que tú no me debes nada, pero… quiero mantener mi palabra. De veras que sí. Si no la mantengo tú no tienes por qué confiar en mí, y sabes lo mucho que valoro que lo hagas.
               -Sí.
               -Así que en mi defensa diré… que realmente no la he roto del todo. O sea, había como… un recoveco, por así decirlo, en la promesa que te hice. ¿Comprendes?
               -Explícate.
               -Bueno… te dije que dejaría de acostarme con otras chicas que no fueras tú, pero que tendría que despedirme de algunas, por el cariño que les tengo, y así lo hice… lo que pasa es que no me había despedido de todas. Y yo no me di cuenta hasta que Bey apareció en mi puerta.
               Me mordí el labio, intentando no sonreír. Le tiré el anzuelo y me senté en la orilla, pacientemente, a esperar a ver si él picaba.
               -¿Bey apareció en tu puerta?
               Alec se quedó callado un momento.
               -O sea… sí. Pero… dos no follan si uno no quiere, ¿sabes? Y fundamentalmente, el que más tiene que querer es el hombre, y yo, pues bueno… que no es por fardar, pero cumplí bastante, ¿me entiendes? Podría haberle dicho que no. Y lo hice. Al principio. Hasta que comprendí que tenía que hacer esto.
               La sombra del pececito que era Alec estaba nadando en círculos alrededor de mi anzuelo, así que yo lo moví un poco, para que pareciera un bichito que se había caído al agua.
               -¿Ella tuvo que convencerte?
               Alec nadó hasta mi anzuelo, silencioso. Lo examinó, lo inspeccionó desde todos los ángulos…
               -Pues…
               … y se marchó.
               -Te voy a ser sincero. No. Me convencí yo solo. Ella no me dijo nada.
               Yo sonreí, satisfecha con lo que me estaba contando. Después lo contrastaría con Bey, y ella me confirmaría que le había dicho que prácticamente tenían mi permiso, aunque no lo necesitaran, pero el hecho de que Alec decidiera no delatarla y asumiera toda la culpa de lo que habían hecho ambos hizo que le quisiera un poquito más, cosa que no creía posible.
               Subí los pies al colchón y me abracé las rodillas, mirándome en el espejo, resplandeciente de felicidad por saber que mi chico me era fiel incluso cuando no lo era del todo. Me mordí los labios.
               Y supe que le necesitaba, y que le necesitaba pronto.
               -¿Saab? ¿Sigues ahí?
               -Sí.
               -¿Y estás…-tragó saliva-, estás enfadada?
               -Pues un poco, Alec, la verdad-chasqueé la lengua-. Quiero decir… ¿te acuestas con Bey y no me llamas para que vaya a mirar?-bromeé, y él se quedó callado-. Jamás pensé que serías así de egoísta, tío.
               Entonces, Alec se echó a reír, y su risa fue lo más bonito que escuché en todo el día… y mira que Shasha y yo habíamos estado mirando ropa con el perfil de papá en Spotify sonando en aleatorio.
               -Estás un poco loca, ¿lo sabes, no?
               -Me pregunto quién me tiene así.
                Él sonrió, y le escuché tumbarse en la cama.
               -Sé sincera, Sabrae: ¿has estado enfadada en algún momento de la conversación?
               -Lo estoy ahora. Cabreadísima. ¿Cómo puedes ser tan egoísta? Me dejaste irme de tu casa sabiendo que Bey estaba en tu cama con muy poca ropa.
               -Sí, bueno-oí su sonrisa en su voz-. En realidad, estaba desnuda.
               Le colgué, miré mi reflejo en el espejo, y sacudí la cabeza. No podía creerme que Alec fuera capaz de ser así, como tampoco podía creerme que lo hubiera detestado durante gran parte de mi vida. Cuando me llamó, me hice de rogar hasta el punto de que su llamada entró en mi buzón de voz, y sólo cuando él me dijo que sabía que estaba allí, la acepté.
               -¿Qué más quieres restregarme, Alec?
               -¿Quieres que la llame y mañana echamos un polvo los tres? Puedo tratar de tener la casa vacía para eso de las cinco.
                -¿Mañana no tienes que ir a trabajar?
               Se quedó callado.
               -Puedo cogerme un día de asuntos propios-soltó-. ¿Qué asunto hay más propio que el hacer un trío?
               -¿No se supone que habías gastado más de los que tenías el año pasado, y éste tienes menos para compensar?
               -Pues que me echen-sentenció-. Pero yo no me quedo sin follar, vaya.
               Vaya que no iba a quedarse, pensé, ya en mi presente, viendo cómo mamá estiraba la mano en dirección al bizcocho. Sonreí para mis adentros, sabedora de que a mamá se la convencía fácilmente cuando seducías su estómago, y me froté las manos por detrás de la espalda, dejando caer los brazos y enredando los dedos, viendo cómo apretaba un poco el bizcocho para comprobar su esponjosidad.
               -Gracias, cariño-sonrió, y se lo llevó a la boca, que esbozó una sonrisa al probar el delicioso sabor. Tengo que decir que me había salido genial, porque estaba inspirada; después de tanto tiempo para mí sola, pensando en una buena excusa para ir en busca de Alec, finalmente había dado con ella: un delicioso bizcocho de limón sería mi caballo de Troya. Prepararía un postre que estuviera tan rico que mamá se viera obligada a asentir cuando le sugiriera compartirlo, y ella misma me abriría las puertas de la fortaleza que tenía pensado asaltar para rescatar a mi príncipe azul, que vivía en lo más alto de la más alta torre, custodiado por un gigantesco dragón que escupía fuego, al que yo no mataría, sino que amansaría con mis artes culinarias.
               Todo mi plan giraba sobre un mismo eje, y curiosamente, Alec no era ese eje.
               Annie.
               Mamá se limpió una miguita de la comisura del labio y continuó masticando, agitando inconscientemente la cabeza al ritmo de la música que se escuchaba desde una de las habitaciones del piso superior, donde papá estaba probando diferentes mezclas y decidiendo cuál era la mejor para su siguiente disco. Tocó la pantalla de su iPad con el dedo y siguió leyendo el documento que se traía entre manos, y yo me senté a su lado, a esperar a que terminara de comer.
               Quizá, con un poco de suerte, si era paciente, ella misma me preguntaría qué tenía pensado hacer con el bizcocho. No era la primera vez que preparaba algo para llevárselo a mis amigas, así que el futuro de mis creaciones siempre estaba un poco en el aire.
               Sin embargo, mamá me decepcionó a base de seguir centrada en su trabajo. Cuando se terminó el trozo, me sonrió y me dijo que estaba muy bueno, dio un sorbo de su botella de agua y volvió a coger el lápiz táctil con el que estaba tomando apuntes en la pantalla de su iPad, que no volvió a mostrar ese salvapantallas de dibujos de orquídeas, a juego con la funda que le hacía las veces de soporte.
               Tomé aire y lo solté despacio; en una situación normal, yo habría recogido el plato diligentemente, le habría dado un beso en la cabeza a mamá y me habría marchado a hacer mis cosas, pero aquella no era una situación normal. La necesitaba a ella, y ella se había ofrecido a ayudarme, aunque inconscientemente, por el mero hecho de haberse sentado en el comedor y no haber entrado en su despacho.
               Iba al comedor cuando tenía que trabajar, pero podía permitirse distracciones como la luz del sol o la belleza de las flores que tenía repartidas aquí y allá en la estancia. También trabajaba en el comedor cuando quería tener compañía, o por lo menos estaba disponible para ella, y se pasaba tardes y tardes con Scott, con Shasha, con Duna, con papá o conmigo, separados o combinados,  cada uno a lo suyo, pero disfrutando del saber que no estaba sola.
               Mamá en el comedor era accesible, disponible. En cambio, en su despacho estaba pertrechada en un búnker, y no podías molestarla bajo ninguna circunstancia. Solía ir allí cuando tenía que ocuparse de un caso particularmente complejo, cuando hacíamos demasiado ruido o cuando se acercaba la fecha de un juicio que ella no había repasado todo lo que le gustaría.
               Así que, ¿por qué no me prestaba atención? ¡La necesitaba! ¡Era mi madre! ¡Tenía la obligación de ayudarme en todo lo que pudiera!
               Crucé las piernas, asegurándome de darle un disimulado golpecito en la rodilla de la que lo hacía, y me la quedé mirando. Mamá ni siquiera se inmutó de mi golpe. Siguió leyendo en su iPad, concentrada; pasó un par de hojas del papel que tenía entre las manos y marcó algo a bolígrafo. Mordisqueó la parte posterior de éste mientras entrecerraba los ojos. Se mordió el labio y volvió la vista a la pantalla del aparato.
               Carraspeé. Préstame atención.
               Mamá se rascó la cabeza, musitó algo para sí y extendió un par de hojas ante sí. Las examinó mientras se mordisqueaba los labios, concentrada.
               Una parte de mí, la parte que respetaba y admiraba que mi madre no se hubiera conformado con el rol que había tratado de ponerle la sociedad de esposa sumisa y madre sacrificada, la que se enorgullecía de que me hubiera llevado en un portabebés anudado a la espalda mientras cogía con firmeza la mano de Scott, de 4 años de edad, a la primera manifestación del Día de la Mujer, se sintió un poco mal por cómo estaba tratando de molestarla.
               Pero otra parte, mucho más egoísta, más primitiva, que sólo tenía una cosa en mente, y que dominaba mi conciencia en ese momento, me decía que, si mamá no hubiera querido que la molestáramos, se habría ido a su despacho. Que su mera presencia en el comedor ya era una invitación a las interrupciones.
               Carraspeé más fuerte, y mamá me miró un segundo, por debajo de sus cejas.
               -¿Te has resfriado, pequeña?-preguntó, y volvió a sus papeles-. Al final iba a tener razón tu padre, y fuiste demasiado escotada de fiesta…
               Parpadeé despacio, pero mamá no dio señales de haberse dado cuenta de mi vacilación.
               Volví a carraspear, y mamá tocó la pantalla de su iPad. ¡Pero bueno! ¡Seguro que si fuera Scott, ya me habrías mirado la frente y te habrías empeñado en que me tomara una pastilla! ¡Para que luego digas que no tienes favoritos!
               ¡Yo siempre he sido tu ojito derecho, mamá! ¿Me lo vas a pagar así?
               Basta de sutilezas, me dije a mí misma. Es hora de sacar la artillería pesada.
               -Mamá-murmuré en tono casual, como si no estuviera a punto de pedirle, básicamente, que fuera a ver a una de sus amigas para que yo pudiera follarme a su hijo.
               -Mm-respondió ella, en el mismo tono casual, porque sabía que iba a pedirle algo, pero seguro que no se imaginaba lo que era. Fijo que pensaba que quería cinco libras para irme a comprar gominolas, o algo por el estilo. Pero, ¡oye! Que ya no era una niña. Yo tenía mis necesidades. Y entre ellas, ahora estaba el sexo.
               Me toqueteé una de las trenzas, me relamí los labios y tragué saliva, armándome de valor para seguir con mi plan.
               -¿Cuándo vas a ir al té?
               Mamá levantó la mirada y clavó los ojos en mí, sorprendida por el rumbo de la conversación. Bueno, al menos había conseguido pillarla desprevenida. Eso hacía que pudiera tener la guardia baja y yo tuviera más posibilidades de convencerla de que dejara aquel caso y decidiera ir a tomarse un té con una vieja amiga.
               -¿A qué té?
               ¿Cómo que a qué té?, quise gritar, estupefacta. No podía creérmelo.
               -¡A casa de Annie, mamá! ¡Te invitó a tomar el té!
               -¡Oh!-mamá abrió los ojos y formó una O con la boca, comprendiendo ahora por dónde estaba yendo la conversación-. Pues no tengo ni idea. ¿Por qué?
               -Bueno, es que… siempre me dices que hay que cuidar de los amigos, y Annie es tu amiga, y hace bastante tiempo que no la ves.
               Mamá dejó el bolígrafo que sostenía entre los dedos sobre la mesa.
               -Es cierto-meditó, y yo casi doy un salto de la silla. No me esperaba que fuera a ser tan sencillo-. Tienes razón, cariño. Hace bastante que no voy a verla.
               Sonreí, eligiendo mentalmente mi atuendo de la tarde, pero entonces mamá decidió pinchar la burbuja de mis ilusiones. Recogió de nuevo el bolígrafo y se inclinó hacia las hojas que tenía delante, mucho más aburridas que una tarde tomando un té y charlando con una amiga, dónde iba a parar.
               -Tengo que ir. Sí.
               Y subrayó una frase en las hojas.
               -Ya-insistí-. ¿Y cuándo tienes pensado?
               Mamá me miró y soltó un bufido.
               -Uf. No lo sé, Sabrae. Ahora mismo estoy bastante ocupada… supongo que, como mínimo, tardaré un par de semanas en librarme de este caso. Quizá un mes. Todo depende de cómo marchen las cosas, tanto en el despacho como en casa, pero como mínimo… creo que hasta dentro de tres semanas, no podré ir a verla.
               ¿Tres semanas?
               ¡¿Tres semanas?!
               ¡Eso es INACEPTABLE!
               Noté un tirón en el estómago al ver que el puente por el que estaba atravesando el río de lava en dirección al castillo se desmoronaba. No pensé que pudiera caerse; al fin y al cabo, era sólido, de piedra maciza, no como el puente colgante de tablones medio podridos que aparecía en Shrek. ¡Mamá era la que me ayudaría a llegar hasta el dragón! ¿Y así era como empezaba su papel en mi pequeña misión? ¿Torpedeándomela desde el inicio?
               ¡Si le había hecho un bizcocho!
               -¿Tres semanas?-repetí, escandalizada-. ¡No puede ser, mamá! ¡Debes ir ahora!-escuché cómo mi voz subía varias octavas por encima de su tono normal, y mamá alzó una ceja-. ¡Annie te dijo que tenías que ir! ¡Sois muy amigas! ¡No se puede descuidar de esta forma a las amigas!
               -Pero Sabrae, mi vida… Annie también entiende que yo tengo mi trabajo, y mis tareas, y…-abogó mamá, conciliadora, pero yo estaba decidida a salirme con la mía. Tenía unas ganas de estar con Alec tremendas, y no iba a impedirme que me lo follara ni mi madre. Nunca mejor dicho.
               -¡Tienes que ir ya, mamá! ¡Se siente abandonada, te lo dijo cuando nos la encontramos de compras!-le recordé, en un alarde de lucidez por el que me felicitaría a mí misma hasta el día de mi muerte-. ¡No se puede tratar tan mal a las amigas! ¡Ya viste que estaba hasta preocupada porque hace muchísimo que no vas a verla, ¿y pretendes seguir así?! ¿¡Pero dónde se ha visto, Dios mío!? ¡Está feísimo que la hagas esperar de esa manera, mamá! ¡Annie tiene sentimientos, y ha tenido la valentía de exponértelos, te ha ofrecido su casa y su té, ¿y tú pretendes pagárselo haciéndola esperar?! ¡Eso está feísimo!
               Mamá parpadeó despacio.
               -Perdona que me ponga así, mamá-gruñí, cruzándome de brazos, y mamá alzó una ceja-, pero, ¡es que me parece súper fuerte! ¡O sea, estoy flipando! ¡Jamás pensé que podrías descuidar de esta manera a una amiga! ¡De todas las personas del mundo, con lo bien que nos cuidas a nosotros en casa, de la última que me esperaría que fuera así de despegada es…!
               No me dejó terminar mi alegato final. Supongo que por eso era la mejor abogada de Gran Bretaña: porque no daba oportunidad a sus oponentes de que le pasaran por encima, puesto que siempre, siempre, iba un par de pasos por delante de ellos.
               -Tú lo que quieres es que yo vaya a ver a Annie para que puedas acompañarme y de paso follarte a Alec-sonrió-, ¿a que sí?
               Me la quedé mirando. Noté que me ponía roja como un tomate. Empezaron a arderme las mejillas como si me hubiera caído al río de lava que hacía de foso del castillo al que pretendía entrar.
               Y yo que pensaba que mi plan era maestro, sin fisuras, tan elaborado que sería imposible ver mis verdaderas intenciones, digno de una serie dramática ambientada en el siglo XVII… y seguro que mamá ya había adivinado por dónde quería ir yo antes incluso de que yo misma lo decidiera.
               -Pues sí-asentí. Ya que me había cazado con las manos en la masa, lo mejor sería admitir el crimen y quizá esperar que aquello ablandara su corazón. Puede que si le ponía ojitos, no se enfadara conmigo por tratar de manipularla de una forma tan burda. Si yo fuera ella, me molestaría más el hecho de que hubieran sido tan evidentes mis verdaderas intenciones, que el intento de manipulación en sí. Mamá se merecía algo mejor: para empezar, que no la manipularan; pero, de hacerlo, por lo menos que lo hicieran con la destreza de un personaje ambiguo de Juego de Tronos.
               Dejé las manos entrelazadas encima de la mesa, tratando de conservar el miligramo de dignidad que aún me quedaba, y parpadeé despacio.
               Y mamá sonrió.
               -Si me lo hubieras pedido directamente, te habría dicho que sí.
               -Si te lo hubiera pedido directamente, habría quedado como una facilona-contesté.
               -Yo no te he enseñado a usar ese vocabulario, Sabrae-me regañó, y yo me eché a reír.
               -Lo que quería decir es que… ¿qué hija le va a su madre con el cuento de que quiere ir a follarse al chico con el que tiene un lío, y que la necesita para propiciar el polvo?
               -La mía-contestó mamá, levantándose y cogiéndome la mandíbula para darme un beso en la frente. Su sonrisa se tatuó en mi piel-. Porque, gracias a Dios, tenemos la suficiente confianza como para hablar de cualquier cosa sin tapujos.
               Me abracé a su cintura y suspiré. Tenía tanta suerte de que ella fuese mi madre… mamá me acarició la cabeza.
               -Además… si te preocupa tu reputación machista, no tienes por qué temer. Yo me quedé preñada de un tío al que había conocido una hora antes-levanté la cabeza y me la quedé mirando-. Si alguna viene con una pestaña de abre fácil, no eres tú, mi amor.
               Nos echamos a reír.
               -Fijo que te encantó, mamá.
               -Evidentemente-ella se puso una mano en la cadera-, de lo contrario, no me habría casado con tu padre. Le habría sacado una buena pensión en condiciones, y estaría viviendo la buena vida, con Scott metido en algún internado en el que lo hicieran un chico de bien mientras yo me tumbaba a la bartola a beber daiquiris en alguna playa de Barbados.
               -¿Ésa es la versión oficial que quieres contarle a la prensa? Porque hay cosas que no son propias de ti-apoyé la barbilla en su tripa y ella me acarició las trenzas.
               -¿Lo de Scott? Sí, es verdad, cualquiera que me conozca aunque sólo sea mínimamente sabe que no puedo alejarme de vosotros.
               -Yo me refería a los daiquiris. Los odias-le recordé, y mamá se echó a reír y me sacó la lengua. Siguió dándome mimos, como si aquello fuera a tranquilizar mis hormonas revolucionadas o mi excitación adolescente, y sonrió cuando yo me separé de ella, decidida a ponernos en marcha.
               -¿Tienes preservativos?
               -Los tiene Alec.
               Mamá puso los ojos en blanco.
               -Respuesta incorrecta.
               -¡Mamá! ¡Es en serio! Los tiene Alec. Compramos una caja la última vez que estuvimos juntos. Sólo la va a usar conmigo.
               -¿Y si, por lo que sea, no los tenéis a mano cuando os veáis? ¿Y si te ve y decide llevársete a otro sitio, porque le resulte violento acostarse contigo mientras su madre y yo estamos en la misma casa? O puede que sea Annie a la que no le haga gracia. Recuerda que no todos los padres tienen la mentalidad que tenemos papá y yo respecto a la vida sexual de sus hijos, mi pequeña-me dio un beso en la raya del pelo que lo dividía en las dos mitades de las que se ocupaban las trenzas, y yo meneé los labios.
               Tenía sentido. Es más, era lógico que pensara así. Las posibilidades de que hiciéramos algo con Annie y mamá en casa eran prácticamente nulas. Y sí, vale, Alec siempre podía ir a su habitación aunque fuera sólo a por los condones, pero… ¿sería capaz? ¿Se lo permitiría yo?
               La respuesta era obvia: no. En cuanto lo viera, me abalanzaría sobre él. Sólo esperaba que el concepto que Annie tenía de mí no cambiara mucho si veía mi faceta de depredadora sexual.
               -¿Me prestas de los tuyos?-le puse ojitos de niña buena que no ha roto un plato en su vida a mamá, pero ella, para mi sorpresa, se echó a reír y llamó a papá. Salimos al salón para ver cómo se asomaba a las escaleras y alzaba la barbilla, invitando a su esposa a hablar.
               -Dice Sabrae que si le presto condones. De los míos.
               Papá por lo menos tuvo la delicadeza de disimular una sonrisa pasándose la mano por la barba.
               -Si dependes de los nuestros, lo llevas chungo, Saab-sonrió papá, y mamá me enseñó el anillo donde llevaba la alianza.
               -Privilegios del sistema matrimonial inglés.
               -Hace tanto tiempo que no me pongo un condón que ya creo que ni me acuerdo de cómo se hace-reflexionó papá.
               -Pues tampoco es que te pierdas mucho. Si no recuerdo mal, eras pésimo poniéndolos-le pinchó mamá, y papá se dio la vuelta.
               -¿Lo dices por el niño? Porque sigo convencido de que le hiciste algo para quedarte embarazada. Fijo que lo rompiste con las uñas a propósito.
               -En realidad, es que tengo dientes ahí abajo.
               -Ya me parecía a mí que rascaba demasiado para ser sólo por el pelo…
               Mamá se echó a reír y se quedó mirando a papá con una sonrisa en los labios. Papá se la quedó mirando desde arriba con la misma sonrisa.
               Le tiré de la mano a mamá.
               -Mamá, mamá, ¡no! Yo me he pedido primera. Vete a cambiarte, venga, que tenemos que ir a casa de Annie.
               -Por esto dicen que los niños se cargan el sexo-se marchó papá, gruñendo-. Me cago en la puta. Con lo bien que estábamos nosotros solos, coño.
                -¿Me vas a desheredar, papá?-bromeé, subiendo las escaleras en pos de él.
               -¡Pues sí, debería! ¡Si no lo hago es porque soy tonto! ¡No me das más que disgustos, Sabrae! ¡Primero lo de la dichosa píldora, y ahora esto…!
               -También te di un Grammy-le recordé, aleteando con las pestañas, y papá me fulminó con la mirada.
               -Hija mía… si crees que los premios que me has hecho ganar me importan algo, o influyen en lo que te quiero, es que tienes un concepto pésimo de mí, y estás convencida de que soy un padre de mierda.
               Me tiré en brazos de papá y le di un buen achuchón. Cuando nos separamos, vi que mamá estaba mirándonos con un destello en los ojos.
               -Ponte medias, Sabrae-me pidió-. Y póntelas despacio, no se te vaya a formar una carrera.
               Mamá siguió a papá al interior de su habitación, y cerraron la puerta.
               Cuando llamáramos al timbre de casa de Alec con el bizcocho en la mano, mamá tendría los ojos y la piel relucientes, y el pelo brillante por la sesión de buen sexo rápido que había tenido con papá, mientras yo trataba de vestirme lo más despacio posible para dejarlos terminar. Ella habría atravesado el barrio agitando las caderas de forma exagerada, y tratando de ocultar una sonrisa boba a base de mirar al suelo y pensar en otras cosas, llenando el silencio con el que yo pretendía hacerla sumirse aún más en sus pensamientos con una charla insustancial.
               No podía culparla. Sabía el efecto que el hombre de tu vida podía tener en ti, aunque el hombre de mi vida aún no hubiera alcanzado oficialmente esa categoría. Ni siquiera me pregunté cómo es que mamá había adivinado que yo quería llevar una falda a casa de Alec; supongo que el tiempo te termina dando una experiencia respecto a cuál es el mejor vestuario para volver loco a un chico, y yo estaba actuando por instinto mientras que mamá ya conocía las estrategias de la seducción y sensualidad. Saqué de mi armario una falda de cuero negro con cremallera y un jersey azul, que deposité sobre mi cama. Me quedé mirando un instante la ropa, pensando cómo podía mejorarla.
               Cogí un par de medias del cajón de mi cómoda y me senté en la cama, al lado de la ropa, y mientras las enrollaba sentí que mi cuerpo comenzaba a encenderse con una sensación que yo conocía muy bien. Metí un pie dentro de la tela, y como si fuera una cerilla que prende la mecha de un explosivo, mi mente salió disparada hacia otra dimensión.
               A medida que me subía la media por la pierna, notaba las caricias de Alec en mi piel. Noté cómo me mordía el labio imaginándomelo, cómo sonreiría, cómo me acariciaría los pies y bufaría al ver que había una barrera entre lo que más deseaba de mí y lo que yo más deseaba de él. Habría salido a mi encuentro nada más oír mi voz, y yo habría remoloneado mientras nuestras madres pasaban a la cocina, o adonde fuera que Annie pensara llevarse a mamá, y luego subiría las escaleras al trote, a su encuentro. Él me guiaría sin tocarme hacia su habitación, y se haría de rogar haciéndome tomar la iniciativa, sentándome a horcajadas sobre su regazo y besándolo.
               -Te gusta hacer que lo pase mal, ¿eh?-me provocaría, acariciándome el culo por encima de la falda, y luego bajando y jugando con el elástico de mis medias, mientras yo me frotaba contra él y le mordisqueaba la mandíbula. Jadearía en su boca y asentiría con la cabeza.
               -Dices que soy tu bombón, ¿no? A ver cómo quitas el envoltorio que me recubre.
               Alec exhalaría una risa por la nariz, negaría con la cabeza, y con los ojos fijos en mí, decidiría que ya estaba bien de preliminares. Que había venido buscando guerra, y sería guerra lo que tendría.
               -Estoy hambriento-respondería, y sus manos volarían al espacio entre mis ingles. Cogería el punto justo en que las medias se dividían para cubrir mis piernas, y con una sonrisa chula, esa sonrisa de Fuckboy® que a mí me volvía loca, las sujetaría con fuerza y terminaría-: Así que… así.
               Y las rompería. Sólo así podríamos tener lo que queríamos. Sólo así podríamos disfrutarnos. Sería sucio, sería más ardiente, sería más nosotros.
               Me tumbaría sobre la cama y él me embestiría, recordándome de quién era el nombre del que era sinónimo mi placer. Todavía llevaría puestos sus pantalones de andar por casa, que con suerte serían unos vaqueros con los que mi sexo tendría mucha más fricción, y yo me escucharía suplicándole entre jadeos mientras él disfrutaba del morbo que daba tenerme así de dispuesta para él, con nuestras madres en el piso inferior.
               Que tuviéramos ansia y no pudiéramos esperar a sentir el cuerpo del otro rodeando al nuestro no significaba que tarde o temprano no termináramos desnudándonos. Y aquello era todavía mejor. Sabía que él gozaría de mi desnudez, que usaría mi cuerpo para su placer y me permitiría usar el suyo para el mío mientras yo adoraba cada centímetro que lo componía, admirando una figura que nada tenía que envidiar a las estatuas que llenaban los museos más prestigiosos del mundo. El David no tenía nada que hacer contra los músculos de Alec. Él era mucho más perfecto, muy superior en todos los sentidos, y para colmo, estaba hecho de carne, el único material que podía corromperse por el placer.
               Sabía que lo volvería loco. Sabía que no podría controlarse conmigo delante con esas medias, con esa falda, con las botas que tenía pensado ponerme, con un poco de tacón para estar un poco más cerca de esa boca suya tan deliciosa.
               Una idea me atravesó la cabeza mientras observaba mi reflejo en el espejo, todavía con el jersey sin poner. Sonreí para mis adentros, felicitándome a mí misma por haber dado con una nueva clave para mi placer, y me volví hacia mi escritorio. Abrí uno de los cajones, en los que había guardado cierta prenda que había tomado prestado en Nochevieja y que yo ni siquiera recordaba. Saqué la corbata que me había encontrado atada a la pierna cuando me desperté después de mi primera siesta reparadora, que había guardado cuidadosamente en el primer cajón, bien enrollada para mantener mi útil excusa en perfecto estado. Fui hasta mi armario, saqué una blusa blanca vaporosa de su interior, y me anudé la corbata de forma que quedara oculta bajo el jersey.
               Me miré en el espejo y descarté la idea de maquillarme un poco. Lo que tenía pensado hacer con él haría más por mi piel que el mejor maquillaje del mundo: ni siquiera la colección de belleza de Rihanna se podía comparar al brillo en la piel que sólo el sexo podía darte.
               Salí de mi habitación en el momento justo en que mamá abría la puerta de la suya y se atusaba el pelo, asegurándose de que todo estaba en orden. Nuestros ojos se encontraron y ella alzó una ceja.
               -¿Qué?
               -Tienes el pintalabios corrido.
               Mamá se echó a reír.
               -Cuando los críticos dicen que tu padre es un genio, me sorprende que lo digan por la música que hace y no por ese don suyo de hacer que se te corra un maquillaje que te venden a prueba de sexo.
               -La publicidad es engañosa-me encogí de hombros, bromeando.
               -Cariño, llevo usando la misma marca de maquillaje desde los 15. Créeme: las reseñas de otras mujeres en internet son fiables. Sólo que ellas no están casadas con mi marido. Yo, sí.
               Tras llamar a la puerta de la habitación de Shasha para avisarla de que nos íbamos para que bajara a echarle un ojo a Duna, y de que mi hermana me lanzara una mirada cargada de intención, nos dirigimos a casa de los Whitelaw con el bizcocho de limón a modo de acompañante.
               Fue mamá la que tocó el timbre, y las dos nos quedamos esperando pacientemente mientras los pasos del interior de la casa aumentaban de volumen a medida que su dueño se acercaba a la puerta. Aquello me desilusionó un poco. Una parte de mí habría deseado que nos hubiera abierto Alec: eso nos habría ahorrado bastante tiempo. Sin embargo, era capaz de reconocerlo por su forma de caminar, y sabía que no era él.
               Nos abrió su madre, que esbozó una sonrisa resplandeciente al descubrirnos. Llevaba puesto un delantal y tenía el pelo cobrizo recogido en una coleta apresurada. Un poco de harina le teñía una mejilla de blanco.
               -¡Sher! ¡Qué sorpresa más agradable!-sonrió, abriendo más la puerta para invitarnos a pasar. Mamá depositó un beso en la mejilla que no tenía manchada.
               -Perdona que nos presentemos así, sin avisar, Annie, pero... si no recuerdo mal, me debes un café.
               Annie se echó a reír.
               -Así es. Lo prometido es deuda, ¿verdad? Pasad-nos invitó-. Llegáis justo a tiempo. Acabo de meter unos saladitos caseros en el horno. Estarán listos en una hora.
               -¡Qué bien!-exclamé, en un tono un poco más alto de lo normal, lanzando una mirada fugaz a las escaleras, con la esperanza de que Alec apareciera por ellas al escuchar mi voz.
               -En realidad… tenemos espías en tu casa que nos habían dicho que estabas haciéndolos-bromeó mamá, y Annie sonrió.
               -¿Es por eso que vienes tan bien acompañada?-preguntó, acariciándome la cabeza con el cariño de una madrina extraoficial. Me guiñó un ojo y yo me toqueteé las trenzas, pensando a la velocidad del rayo, tratando de inventarme una excusa. Lo cierto era que no había pensado en algo que decirle a Annie si ella se extrañaba de mi presencia en su casa.
               -Es que… me sentí muy mal el otro día, Annie, cuando me dijiste que te tenía abandonada. Así que aquí me tienes-sonreí.
               -Qué bien, tesoro.
               -Aunque no creo que me quede mucho tiempo, es decir…-intenté no mirar hacia las escaleras, y fracasé estrepitosamente-. Estoy un poco de paso, voy a quedar con una amiga. Amoke-especifiqué, encogiéndome de hombros-. Es que… no se le da muy bien eso de tener una hora fija.
               -Ah. Muy bien, muy bien-Annie me apretó los hombros-. Tú pásate todo lo que quieras, ¿vale? Eres más que bienvenida. Bueno, ¡pasad un momento a la cocina, por favor! Tengo que terminar unas cosillas, y así de paso voy preparando lo nuestro…
               Mamá la siguió diligentemente, pero yo me quedé atrás de forma deliberada.Rezongué en la puerta de la cocina un momento, fingiendo que examinaba una pequeña escultura que imitaba a la Venus de Milo, colocada en una mesa de madera, pero no hubo suerte.
               -Nena-me llamó mamá, y yo troté obedientemente hacia ella, con el bizcocho en la mano. Le tendí el bizcocho a Annie, que lo destapó y se lo acercó a la boca.
               -Huele delicioso, pero no os teníais que haber molestado.
               -¡Tonterías! No íbamos a venir con las manos vacías-protestó mamá.
               -Sois mis invitadas. Se supone que debería ponerlo yo todo.
               -En ese caso…-mamá cogió el bizcocho, lo tapó con la campana de cristal en que lo habíamos traído, y me lo entregó de nuevo-. Sabrae, llévate esto a casa.
               -¡Ni de broma!-respondió Annie, arrebatándomelo-. ¡Ahora que lo he olido, necesito probarlo! Tiene una pinta increíble.
               Le dediqué mi sonrisa más resplandeciente.
               -Sabíamos que te gustaría. Por eso decidimos traerlo.
               -Pero qué rica es-musitó Annie, acariciándome la mejilla. Se disculpó un momento para ir a acicalarse, y nos dejó a mamá y a mí solas en la cocina. Cuando volvió, se había quitado el delantal y la harina de la mejilla, y se había dejado el pelo suelto en un semirrecogido que le quitaba años de encima-. ¿Qué queréis tomar? ¿Café? ¿Té? ¿Sabrae?
               -¿Tienes chocolate?
               -Claro, cariño. ¿Sher?
               Mamá parpadeó.
               -¿Qué te apetece?
               Annie parpadeó.
               -¿Vamos a criticar a nuestros maridos?
               Me quedé helada, mirándolas a ambas, mientras mamá esbozaba una sonrisa.
               -La duda ofende.
               -Té, entonces.
               Annie puso a hervir el agua y mientras tanto se ocupó de mi chocolate, que no me permitió hacer por mi condición de invitada. Yo procuré quedarme bien cerca de la puerta, metiendo baza cada vez que podía en la conversación de las dos mujeres, que se basaba en “déjame hacer algo” por parte de mi madre, y las negativas de Annie, “ni hablar, estás en mi casa”.
               Pero Alec no aparecía.
               Me saqué el teléfono del bolsillo y comprobé la hora. Las seis y media. Era un poco tarde para que hubiera entrado a trabajar, y me constaba que antes no había estado en el almacén, porque me había enviado una foto de él tirado en el suelo en respuesta a una historia en la que yo presumía de atuendo, preguntando:
¿Adónde vas tan guapa?
Tengo planes 😇
A mí se me acaban de ocurrir unos cuantos…
               Le había respondido con un par de emoticonos riéndose a carcajada limpia, decidida a mantener la sorpresa.
               ¿Dónde narices estaba?
               Seguí a mamá y a Annie al comedor, que daba al jardín igual que el de mi casa. Nos sentamos a la mesa cuadrada madera oscura y patas que terminaban en forma de zarpas de león, y Annie colocó la tetera, dos tazas, y unos platitos con cupcakes  y pastas frente a nosotras. Me aferré a mi taza de chocolate caliente e inhalé su aroma.
               Me puse colorada pensando cómo sería tomar chocolate del pecho de Alec, y para disimular, di un sorbo.
               -Cuidado, Sabrae: estará muy caliente.
               -Me gustan las cosas muy calientes.
               Como tu hijo.
               Sabrae, para, me recriminé, y entonces entendí por qué Bey me había dicho que decidir algo con respecto a un chico era mil veces más fácil si llevabas ropa interior que te hiciera sentirte sexy. Así te valorabas más. Así sabías mejor lo que querías.
               Y lo que yo quería era que Alec bajara de su puñetera habitación, me sentara sobre aquella mesa, me rompiera las medias y me follara con tanta fuerza que tuviera que andar como una vaquera principiante durante una semana.
               -Bueno, Sher-sonrió Annie, tras servir a mi madre su té y luego echarse el suyo, mientras removía su cucharilla en la taza-. Cuéntame. ¿Qué tal Zayn?
               Mamá sonrió, depositó su taza cuidadosamente sobre el platito y respondió:
               -Mira, esperaba que me preguntaras por él. Está calvo-espetó, y yo me la quedé mirando, estupefacta, mientras Annie se echaba a reír-. Por voluntad propia. Me tiene harta. No le reconocerías. A mí me cuesta a veces…-puso los ojos en blanco y tomó otro sorbito.
               -Yo creo que sí, mujer. Por los tatuajes.
               -Oh, no me hagas hablar de los tatuajes-urgió mamá-. Cada vez que se aburre, va a hacerse uno. Ya ni siquiera sé cuáles son nuevos y cuáles no. Cualquier día me pide que vaya yo con él porque se queda sin espacio en el cuerpo.
               -Todavía le quedan las piernas.
               -En las piernas no le dejo yo hacérselos. Lo echo de casa como me aparezca con algo por debajo de la ingle.
               Annie soltó una risotada.
               -Es que… Annie, te lo juro. Me llevan los demonios cuando me suelta “Sher, nena, voy a empezar un disco”, porque sé de sobra lo que significa eso. Lo odio. Me encanta su pelo. ¿Por qué tiene que raparse cada vez que va a componer? Entiendo que es parte de su proceso artístico y todo eso, pero, ¿te imaginas que yo me rapara cada vez que voy a empezar un caso? ¿Por qué no puede hacer lo que hacen los artistas normales, como… no sé, fumarse un porro o algo así?-mamá arrugó la nariz mientras yo contenía una risa. No era ningún secreto que mamá detestaba que papá se rapara el pelo. A la única que le hacía menos gracia que a ella, era a mi yo más pequeño. La primera vez que papá se había cortado el pelo, yo me había echado a llorar. Había pillado tal pataleta que no le había dejado darme un beso en casi tres días, aunque eso sí, papá había sabido comprarme muy bien a base de cosquillas en la tripa y de invitarme a dormir a su lado de la cama.
               -A mí me pasa igual. Los hombres, y su pelo. ¿Te he contado que Dylan está ahora con la pájara de que quiere afeitarse todos los días?-mamá alzó las cejas-. Así es. Dice que se ve “muy viejo con la barba”, porque le están saliendo canas.
               -A todos los hombres les terminan saliendo canas por la edad. De hecho, eso los hace más interesantes. A mí me gustan más.
               -A mí también. Zayn no tiene, ¿no?
               -Qué va a tener-bufó mamá-. Si ni pelo tiene, ahora mismo-dio otro sorbo mientras Annie reía y agitaba la mano.
               -El caso es que llevamos cerca de un mes con movidas por eso. Justo cuando parece que se le ha quitado la idea de la cabeza, se vuelve a levantar temprano para afeitarse. Y chica, qué quieres que te diga… Yo lo conocí con barba, me casé con él con barba, crié a sus hijos con barba… si me gustaran los hombres afeitados, no me habría fijado en él.
               -La barba les queda mejor. Y disfrutas más. Ya sabes, cuando…-mamá miró hacia abajo y Annie asintió con la cabeza.
               -Chica, y no es sólo eso. Es raro para mí. No me acostumbro. Cuando está afeitado y me busca, yo siento que me estoy metiendo en la cama con mi hijo.
               Mamá sopesó lo que le había dicho Annie, mientras la otra tomaba una pasta y se la llevaba a la boca. Finalmente asintió: tenía sentido lo que ella decía.
               Yo me removí en el asiento, dejando la taza suspendida en el aire, atenta al rumbo que había tomado la conversación. Sí. Hablemos de Alec.
                -Se piensan que somos unas caprichosas, pero realmente una tiene sus necesidades, y ellos no las cubren…
               -Habla por ti, chica. A mí, mi hombre me tiene bien servida.
               -Y el mío también, guapa. A ver si te piensas que por sus tonterías me voy a quedar yo también castigada-Annie le dio una palmada a mamá en el brazo, y mamá se echó a reír-. Pero vamos, que tampoco es que yo esté muy participativa, si no tengo nada que me haga cosquillas mientras nos besamos. ¿Cómo lo superas tú?
               -Es que como casi no le miro la cabeza… apenas me afecta a mi vida sexual.
               -Pues qué suerte.
               -¿Cuánto hace de la última vez?
               -Unas… dos semanas-meditó Annie, frunciendo el ceño-. ¿Tú?
               Mamá sonrió.
               -Veinte minutos.
               Annie se atragantó con el té y se la quedó mirando.
               -Sí, lo sé, estoy hecha toda una golfa, y encima una falsa, criticando a mi marido cuando me tiro encima de él a la mínima oportunidad que se me presenta-mamá sacudió la cabeza, alzó una ceja y dio un sorbo de su té antes de echarse a reír.
               -Chica, si yo haría igual, lo que pasa es que soy demasiado rencorosa para estas cosas. Que me guste quejarme de Dylan no significa que él no sea perfecto; créeme, me trata como a una reina, ya lo sabes.
               -Lo que te mereces-respondió mamá, cogiéndole la mano a Annie, que se la apretó en un gesto de agradecimiento.
               Me metí un trocito de bizcocho en la boca mientras las dos mujeres pasaban a hablar del trabajo de mamá, primero, y de las plantas de Annie, después. Annie le habló de unas ambrosías que estaba tratando de cruzar con una especie exótica de la que había encontrado milagrosamente semillas en un mercado del lado sur de Londres, y mamá escuchó con toda su atención, mientras yo daba cuenta de mi bizcocho, dándole oportunidad a Alec de que entrara en escena.
               Supuse que no me había escuchado al entrar en su casa; puede que tuviera música puesta o que estuviera ocupado con algo que requería toda su atención. Yo apenas había intervenido en la conversación, de forma que mi voz no podía atraerle como la belleza de una flor atraería a una abejita, de modo que me propuse hacer que la conversación girara hacia mí.
               Cogí un nuevo trozo de bizcocho de limón y lancé un gemido cuando me lo metí en la boca. Mi plan funcionó: mamá y Annie se giraron para mirarme, y esbozaron una sonrisa al ver la mía mientras masticaba. Me llevé la mano a la boca para tapármela.
               -Perdón. Es que… creo que es el mejor bizcocho que he hecho en mi vida.
               -¿Lo has hecho tú, Sabrae?-preguntó Annie, sorprendida, y yo asentí con la cabeza. Le tiré un anzuelo que Annie mordió con ansia, cuando le confesé que había usado un ingrediente secreto, y mientras me lo inventaba y adornaba mi cocinado con anécdotas y demás, fui subiendo más y más la voz hasta prácticamente terminar gritando.
               -Pues sí que te ha quedado delicioso, sí. Buf-sonrió, satisfecha, sirviéndose un poco más-. Creo que no vais a poder llevaros nada a casa, como sigamos así. Comed pastitas-nos tendió el plato-. Son caseras. Mimi me ayudó a hacerlas.
               Es tu oportunidad, Sabrae, me dije, y no la desaproveché. Me lancé sobre ella como un leopardo que surge de entre las sombras en la jungla y cae, letal, sobre la presa que no sabe la que se le viene encima hasta después de que le rajen la garganta.
               -¿Sólo de Mimi?
               Mamá se volvió a mí.
               -Sabrae…-musitó.
               -No, si sólo preguntaba-me encogí de hombros y di un sorbo de mi chocolate. Annie parpadeó y esbozó una sonrisa. ¿Iba a obligarme a preguntar por él?
               Alzó una ceja y yo lo supe: sí.
               Iba a obligarme a preguntar por él.
               -Tu hijo…-empecé, porque no me atrevía a pronunciar el delicioso nombre, que ella tan amablemente le había puesto, en voz alta. Sospechaba que escucharía la adoración que me teñía la voz cuando decía aquella palabra, que vería como me mordía inconscientemente el labio al terminarla, como saboreando sus besos incluso cuando él no estaba allí, o cómo se me instalaría un dulce rubor en las mejillas que no tenía nada que ver con la calefacción de su casa.
               Iba a seguir con mi pregunta, y sinceramente no sé qué me iba a inventar, pero el caso es que Annie recogió el guante con rapidez, de la misma forma en que yo había entrado al trapo antes.
               -Mirad, me alegra que salga el tema, porque… hay una chica-le reveló a mamá, cosa que yo agradecí. Principalmente porque todo el color huyó de mi rostro.
               ¿Qué?
               ¿Annie lo sabía?
               ¿Se lo había dicho él ya? ¡Dios mío! ¡¿Y si se lo había dicho cuando yo me presenté en su casa, la mañana anterior, para pedirle perdón por mi comportamiento?! ¿Y si Annie había escuchado toda la conversación y Alec se había visto obligado a explicarle la situación?
               ¡¡ ¿Y si ella ahora mismo estaba poniéndome a prueba, viendo si me comportaba como una chica valiente que admite lo que se trae entre manos con su hijo?!! ¡¡¿Y si yo no estaba pasando aquella prueba secreta?!!
               ¡¡¡O peor… ¿y si Alec le había dicho que yo le había rechazado, y por eso ella no reconocía nuestro arreglo delante de mí, y me trataba como a la hija de una amiga y ya está?!!!
               Mamá alzó las cejas, ajena a mi colapso nervioso, e invitó a Annie a continuar con su silencio.
               -Yo no sé quién es, evidentemente-bufó, cogiendo un biscote y un poco de mermelada-. Ya sabes cómo son los hijos, Sher. Los llevas en tu vientre durante nueve meses, te destrozas el cuerpo por ellos, los pares entre gritos y dolor, luego dejas que se te cuelguen de las tetas, y todo, ¿para qué? Para que sean más herméticos que la cámara acorazada donde guardan las joyas de la Corona.
               -Nos pasa a todas, querida.
               -Que tampoco me estoy quejando, ¿sabes?-Annie dejó la tostada y jugueteó con la taza mientras yo las observaba interactuar como quien ve a dos alienígenas invasores discutiendo en su idioma de pitidos sobre si deben destruir la Tierra o no-. Si yo encantada de que por fin haya encontrado a alguien. Está cambiadísimo. Casi no parece él. O por lo menos, al principio. Incluso hace las tareas de la casa-mamá se echó a reír-. Ya sé que en la tuya no es nada del otro mundo, pero te puedo asegurar que aquí se abre la caja de Pandora cuando yo le pido a mi hijo que haga algo por mí. Bueno, pues ahora, ni hace falta pedirlo. Va a ser muy buen marido-espetó Annie, cogiendo de nuevo la mermelada y untándola en su biscote, centrando toda su atención en su aperitivo en potencia-. Es que… mi hijo es un partidazo-reflexionó-. Está mal que yo lo diga, pero mi hijo, cuando le da la gana, es un partidazo, ¿no os parece?-preguntó, metiéndose la tostada en la boca y mirándonos alternativamente a mamá y a mí.
               Yo me metí un trozo de bizcocho tan grande como mi antebrazo en la boca para evitar contestar mientras mamá asentía con la cabeza, porque no había forma humana de que yo saliera de aquel atolladero sola. Si decía que sí, me desenmascararía a mí misma, porque antes de acostarme con Alec yo jamás habría dicho que él podría ser un buen partido. Y, si decía que no, estaría siendo una mentirosa y me arriesgaría a que Annie ya lo supiera todo y me cogiera tirria por ser capaz de hablar mal de Alec a sus espaldas.
               Y mis padres no me habían enseñado a ser una mentirosa.
               Y además… ¿qué demonios? La verdad es que Alec sí me parecía un partidazo. Era bueno, inteligente, gracioso, cariñoso, amable, atento, cuidadoso, respetuoso, fogoso, experto, paciente…
               Ay, por Dios. ¿Qué hago que no me apellido ya Whitelaw?
               La conversación se alejó de Alec y de nuevo adoptó derroteros en los que yo no podía participar. Agotada, finalmente decidí renunciar al factor sorpresa y hallar la forma de que él viniera en mi busca. Saqué el móvil del bolso y, sin tratar de esconderme siquiera, empecé a enviarle mensajes, preguntándole qué estaba haciendo, dónde estaba, si le apetecía que nos viéramos… incluso le dije que bajara la música, si es que la estaba escuchando, para descubrir una sorpresa que le tenía preparada.
               Sinceramente, había pensado que él bajaría las escaleras como un búfalo furioso en cuanto escuchara mi voz, pero a aquellas alturas de la película yo ya no las tenía todas conmigo respecto a su presencia en la casa. Sólo me aferraba al clavo ardiendo de que quizá estuviera en la ducha porque no quería ponerme en lo peor, y creer que se había ido a trabajar, con el correspondiente período laboral que impediría que nos viéramos, justo después de enviarme la foto tirado sobre la alfombra de pelo de su sofá.
               ¿Dónde estás?, le pregunté al aire, dejando mi móvil encima de la mesa sin tomar siquiera la precaución de bloquearlo para que Annie no viera que el nombre que coronaba la pantalla era el de su primogénito. Si Alec no se lo había dicho, se enteraría ahora, aunque fuera sólo por mi descuido.
               Las cosas que hace una cuando está necesitada de calor masculino.
               Mamá se cruzó de piernas a mi lado, dándome sin querer un toquecito en las mías, y yo la observé mientras entrelazaba los dedos y charlaba sobre un musical al que había ido con papá y al que Annie le apetecía ir, pero no encontraba entradas para ese año.
               -Es desesperante cada vez que intento entrar en la web de reserva y me encuentro con que todas las butacas ya están cogidas, salvo las peores en el gallinero que, para colmo, no están separadas. No quiero ir a ver El Rey León a dos kilómetros del escenario, y mucho menos sin tener a Dylan al lado. Llámame caprichosa, no sé, Sher, pero me gusta comentar las cosas que veo con la gente con la que voy… fíjate, hace un mes fui con Mimi al ballet ruso, y disfruté más por el hecho de ir con ella que por el espectáculo en sí (aunque es precioso, si tienes la oportunidad, deberías ir)…
               -¿Quieres que hable con la organizadora, a ver si puedo conseguirte entradas? Es clienta mía. Le he llevado varias cosas ya, y tenemos una relación bastante estrecha. De hecho, cuando nos vio a Zayn y a mí, nos cambió las butacas a un palco que tenía reservado, donde se ve todo precioso.
               Me quedé mirando a mamá. No sólo se estaba ofreciendo a ser la salvación de Annie; también podía ser la mía.
               Recogí el móvil y le envié un mensaje.
Mamá, pregúntale por Alec.
               El móvil de mamá vibró en su bolso, pero ella no hizo amago de cogerlo. Bufé y decidí intentarlo.
Mamá, por favor.
               El teléfono vibró de nuevo, pero ella no hizo más que estirar la mano y coger otra pastita.
Mamá, pregúntale dónde está Alec, porfa.
               Dio un sorbo y siguió hablando con Annie, ultimando los detalles de su plan maestro para conseguir que fuera a ver El Rey León.
               Y yo me harté de esperar.
Mamá.
Mamá.
MAMÁ.
MAMÁ.
MAMÁAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
M
A
M
A
M
A
M
A
M
A
M
A.
               Mamá se volvió hacia su bolso, por fin.
               -Te echa humo el móvil, Sher.
               -Debería dejar de darle mi número personal a los clientes-chistó, activando el modo no molestar…
               … para lo cual tuvo que encender la pantalla, y ver que todos los mensajes que había recibido eran míos.
               Me miró un segundo y yo me mordí el labio, suplicante. Mamá asintió con la cabeza, tragó saliva y se volvió hacia Annie... pero siguió hablando con ella como si nada.
               Justo cuando pensé que tendría que tragarme mi estúpido orgullo y mi más estúpida aún coartada y preguntarle a ella personalmente  (y, de hecho, ya estaba reflexionando sobre cómo se lo diría a Alec y cómo iríamos los dos juntos a explicárselo cuando yo ya estuviera más centrada después de echar un puñetero polvo), Annie le contó a mamá que había tenido un par de faltas ese verano.
               Mamá abrió los ojos como platos y yo procuré centrarme en mis uñas, decidiendo que aquel no era un buen momento para intervenir.
               -¿De veras? Pero… ¿has…?
               -Al final resultó que sólo fue una falsa alarma. Un desajuste hormonal. Pero… no sé, Sher. La verdad es que ya no me planteaba la maternidad de nuevo, ¿sabes? Creía que estaba bien como estaba, pero…-Annie se sonrojó-. Bueno. Quizá un bebé contribuiría a llenar un poco más la casa. Siempre he querido tener una gran familia. Sabes lo mucho que me gustan los niños.
               -¿Lo estás intentando?-sonrió mamá, cogiéndole las manos, mientras yo cogía mi móvil y fingía responder a un mensaje.
               -Bueno, en realidad… Dylan y yo lo hemos hablado un par de veces desde entonces, y él está abierto a ampliar la familia, lo que pasa que… no sé-Annie suspiró-. Yo ya tengo una edad, y las cosas sólo se complican con el paso del tiempo… ya has visto lo que dicen en las noticias, cómo a partir de los 40 las posibilidades de complicaciones en el embarazo o en el parto se multiplican por 5...
               -Si es el parto lo que te preocupa, no deberías. Ya has pasado por varios. Créeme, ni te enteras del tercero-sonrió mamá-. Dar a luz a Duna para mí fue casi como estornudar-sonrió.
               -Ya, pero tú eras más joven...-reflexionó Annie-. Además, está el hecho de los niños. Alec tendría 18, o incluso 19, si el bebé llegara pronto. Es una diferencia muy grande. No creo que él se acostumbrara.
               Miré mi reflejo en la pantalla de mi móvil, imaginándome a Alec sosteniendo a un bebé en brazos, su hermanito pequeño… y tuve que contenerme para no empezar a babear. Se le daban bien los niños pequeños. Trataba a Duna mejor incluso que Scott (y eso que Scott adoraba a Duna), y por eso ella besaba el suelo que él pisaba… así que con un bebé, su ternura sería infinitamente mayor.
                -Tonterías. Mira a Louis: tenía veintitantos cuando nacieron sus hermanos más pequeños. No hay tanto desajuste. Hay muchas familias en las que los hermanos se llevan más de dos décadas, y no pasa absolutamente nada.
               -Supongo que tienes razón. De todas formas-Annie suspiró y miró al techo-, creo que sólo tengo un poco de nostalgia de cuando Al y Mimi eran pequeños. Estaban mucho más en casa de lo que están ahora.
               Un calambrazo me recorrió la columna vertebral. Ahora.
               Ahora, mamá.
               AHORA.
               La miré e hice amago de tocarle el muslo, pero mamá ya estaba lanzada en su propia Cruzada.
               -Bueno, tú piénsatelo. Todavía no eres vieja para ser madre, dicen que los 40 son los nuevos 30. Y si no, siempre puedes adoptar-mamá sonrió y Annie clavó los ojos en mí-. Las adopciones suelen salir bien. Quiero decir… a mí no me tomes de ejemplo, yo estoy fuera de las estadísticas. Los hijos adoptados suelen ser modélicos; Sabrae es la excepción a la regla.
               Abrí la boca, sorprendida, y le saqué la lengua a mamá mientras Annie se reía.
               -Lo cierto es que no lo había pensado… es buena idea. No tengo nada por seguro, pero es una buena idea.
               -Háblalo con Dylan-sugirió mamá, echándose más té y rellenando la taza de Annie-. Pero con los chicos en casa. Así ya no tendrás el síndrome del nido vacío sobrevolándote las ideas.
               -Como no lo haga a la hora de comer, lo llevamos claro-Annie se echó a reír.
               Y ahí fue donde mamá entró a matar.
               Por eso era la mejor abogada de Inglaterra. Porque sabía elegir el momento perfecto.
               -Por cierto, ¿dónde los tienes?
               Annie cogió su taza de té y removió con la cucharilla.
               -Mimi, bailando-sentenció, y yo me quedé esperando, impaciente, a que terminara de revolver. Cuando terminó de remover, pensé que hablaría, pero sólo se llevó la taza a la boca y sopló. Cuando terminó de soplar, como reacia a dar un sorbo, pensé que hablaría, aunque sólo fuera para darle más tiempo al té a enfriar. Cuando terminó de esperar, pensé que hablaría, pero se llevó la taza a los labios y finalmente dio un sorbo.
               Cuando finalmente dio un sorbo, pensé que hablaría, pero sólo dejó la taza en el platito con un tintineo, y cogió una nueva tostada y comenzó a untarla con más mermelada.
               Esperé.
               Esperé.
               Esperé.
               Miró a mamá y abrió la boca, y algo en mi interior, no sé el qué, me dijo que no iba a decir dónde estaba Alec salvo que le preguntaran directamente por él. Puede que hubieran discutido. Puede que aquella pequeña disertación sobre lo bueno que podía llegar a ser Alec no fuera más que una reflexión que reforzara una discusión anterior con él.
               O puede que me estuviera poniendo a prueba. Puede que tuviera una teoría, que él no le hubiera dicho nada, pero, por la razón que fuera, Annie se oliera que la chica con la que su hijo compartía cama estaba compartiendo en ese momento mesa con ella.
               Es que, a esas alturas, ya me daba igual. Como si no sabía nada y yo misma nos delataba. Quería saber dónde estaba Alec.
               Así que, rezando porque la respuesta no fuera “trabajando”, me aferré al borde de la mesa y me incliné ligeramente hacia ella, haciendo un esfuerzo por no sonar desesperada, porque ya bastaba con que mi cuerpo lo gritara a los cuatro vientos; no había necesidad de que también lo hiciera mi voz.
               -¿Y Alec?
               Mamá me miró de reojo un único segundo, como recriminándome que hubiera puesto en peligro la integridad de su móvil con tal de mantenerme en la sombra para acabar tirándolo todo por la borda en cuanto las cosas se ponían feas. Annie podría cazarme.
               Pero no lo hizo. Lo cual me hizo pensar que Annie, de buena que era, podía llegar a ser tonta.
               Al menos ya sabía de dónde lo había sacado Alec.
               -Ay, de verdad- suspiró Annie, dejando la tostada al lado de su platito y llevándose una mano trágicamente a la sien. Toqueteó su taza y comenzó con una diatriba en la que me fue difícil no echarme a reír: cualquiera diría que estaba hablando del mismo chico al que le había echado flores hacía media hora-. Es que no gano para disgustos con este chaval. No puedo con él, Sherezade-confesó, girándose hacia mi madre y hablándole a ella como si le hubiera preguntado ella y no yo-. Está todo el día con lo mismo. No piensa en nada más que en follar con chicas, los videojuegos puñeteros, y en que tiene que ir a trabajar para ganar dinero para la maldita moto. La dichosa moto-bufó, cogiendo la taza con las dos manos y llevándosela a los labios para no sulfurarse-. Que cualquier día me da un disgusto con ella. O se lo doy yo, porque cojo una llave inglesa y se la desguazo. Me tiene de la moto hasta el coño, de verdad. Es que, ¡no se cansa de ella!-protestó, dejando sonoramente la taza sobre el plato-. ¡Llega de clase, y ale, la puta moto para Amazon! Vuelve de Amazon y, ¡ale!, a arreglar la moto, que tiene un ruido raro no sé dónde. Termina de arreglarla y, ¡ale!, a mirar vídeos de motos en Internet. Le quito el ordenador y, ¡ale!, a jugar a videojuegos de motos en el móvil. Le digo que ya está bien de móvil y, ¡ale!, a jugar a videojuegos de motos en la consola. Estoy hasta el coño. Motos por arriba, motos por abajo-bufó-. Y no te pienses que puedo hacer nada, porque cuando no juega en casa con juegos de motos, ¡juega en casa de Jordan con juegos de motos! ¡Y si le castigo sin salir, es peor, porque se me escapa por la claraboya de la habitación, se descuelga del tejado y se pira igual! ¡Y cualquier día le pasa algo! ¡Todo por culpa de las putas motos! ¡Estoy harta de las putas motos!
               Annie gruñó por lo bajo y tomó un nuevo sorbo de su té para tranquilizarse.
               -Scott es igual con el tema de las galaxias. Está todo el día con lo mismo-murmuró-. Aunque supongo que no puedo quejarme. A fin de cuentas, por lo menos con lo suyo aprende.
               -Exactamente-espetó Annie, tremendamente ofendida con el hijo que había traído al mundo. Yo me revolví en el asiento. Acababa de darme varias pistas para localizar a Alec, pero sólo una era verdadera. Tenía que andarme con cuidado si quería averiguar cuál.
               -Pero, ¿no se cansa?-pregunté yo, alzando las cejas de manera que formaran una pequeña montaña en mi ceño, mientras me estiraba para coger yo también un biscote y tener las manos entretenidas con algo, o terminaría mordiéndome las uñas. Annie tomó otro sorbo de su té.
               -Qué se va a cansar, nena, si ahora mismo está en casa de Jordan, jugando a juegos de motos.
               Me miró por encima del borde de su taza y tomó otro sorbo mientras mamá continuaba concentrada en la suya, cuyo contenido estaba revolviendo también. Por la forma en que los ojos de Annie se achinaron mientras me estudiaba, intuí una sonrisa, tan efímera como la caricia de un amante secreto en una reunión social.
               Mamá también sonrió brevemente, pero a ella la pillé con las manos en la masa.
               Por un instante pensé que me había imaginado la de Annie, y que mamá sonreía sólo porque finalmente había terminado sucumbiendo a la tentación…
               … hasta que Annie depositó su taza en el plato, de nuevo, y ni corta ni perezosa, apoyó ambos codos sobre la mesa y se me quedó mirando con una ceja alzada y la boca rizada en una ligerísima sonrisa, que en ella no tenía nombre, pero que en mi hermano y en Alec, sí.
               Madre mía. Alec es igual que ella.
               -Ah, muy bien, muy bien-contesté, cogiendo tanta mermelada que terminé formando una especie de volcán gigantesco en mi biscote, y clavando la vista en él para no tener que seguir mirando a Annie y seguir poniéndome roja como un tomate-. No, si me parece perfecto, es decir… ¿qué esperar de ellos?-pregunté, y mamá y Annie arquearon las cejas. Me temblaban tanto las manos que tuve que emplear todas mis fuerzas para evitar que la tostadita se me resbalara de entre los dedos-. Es que los hombres son muy simples.
               Annie parpadeó.
               Mamá parpadeó.
               Yo rompí mi biscote a base de machacarlo con el cuchillo de untar, y traté de reunir la poquísima dignidad que me quedaba (tuve que buscarla con lupa) mientras cogía los trozos desmenuzados del mantel, frente a mí, y me los metía en la boca para tener la lengua ocupada en algo que no fuera balbucear como una estúpida.
               Ellas tuvieron el detalle de retomar la conversación sobre bebés, de repente nostálgicas, mientras yo cogía el teléfono y consideraba la posibilidad de encender una alarma para fingir que me había llegado un mensaje y así poder largarme.
               Alec estaba en casa de Jordan. Y Jordan vivía enfrente de él.
               Todo ese tiempo había estado haciendo el bobo, metida en una casa a menos de veinte metros de aquella en la que realmente estaba.
               La situación era incluso cómica.
               Finalmente, opté por pedirle a Momo que me enviara un mensaje.
¿Qué necesitas que diga?
               La notificación con su respuesta, que no tardó ni medio minuto en encender la pantalla de mi teléfono, fue lo que necesité para levantarme como un resorte.
               -Dios mío, ¡llego tarde!-grité, sosteniendo en alto mi móvil como si fuera un premio que me había costado muchísimo ganar, y cogiendo apresuradamente mi bolso-. ¡Momo me acaba de mandar un mensaje, me está esperando! ¡Se me ha hecho tardísimo! Me tengo que ir ya-murmuré, empujando rápidamente la silla de vuelta en su sitio, dándole un beso en la cabeza a mamá y otro en la mejilla a Annie-. No, no te molestes, sé el camino hasta la puerta. Disfrutad del té. ¡Adiós!
               -Cuidado al cerrar la puerta, Sabrae, que se puede intentar escapar el conejo-me aconsejó Annie, pero yo no la escuché; ya estaba trotando en dirección al timbre de la casa de Jordan, con el eco del portazo que acababa de dar aún resonando por el barrio. Esperé retorciéndome las manos en el regazo, inventándome alguna excusa por la que llamaría a la puerta de un chico con el que apenas tenía relación.
               Jordan por lo menos me había caído bien toda la vida (de hecho, el único amigo de mi hermano al que yo no había soportado durante un tiempo, resultaba ser Alec), pero nunca había tenido tanta relación con él como la había tenido con Alec, por mucho que con este último hubiera pasado una eternidad desde la última vez que nos habíamos visto sin matarnos. La mejor virtud de Jordan era su capacidad de fingir que yo no estaba allí cuando venía a casa de mi hermano; el mayor defecto de Alec, que siempre me veía y me martirizaba en cuanto me ponía a tiro, incluso cuando yo me escabullía a otra habitación o me ocultaba tras un mueble sólo por no tener que inventarme un nuevo insulto con el que dejarlo sin palabras.
               Una chica de tez oscura como el ébano y rizos azabache me abrió la puerta y se me quedó mirando desde arriba. Parpadeó varias veces, como si nunca hubiera visto a una chica con necesidad de sexo urgente en toda su vida.
               -Hola, ¿está Jordan?
               -¿Quién eres tú?
               -Sabrae. Malik. Soy hermana de Scott-expliqué, y la chica frunció el ceño-. Sí, ya sabes. Scott. Piercing en el labio. Así de alto-levanté la mano-. Sospechosamente idéntico a Zayn cuando tenía su edad.
               -¿Perdona?
               -Zayn. El de One Direction-especifiqué-. El que hacía las notas altas.
               -Ya, eh… mira, no sé quién eres tú, ni quién es Scott, ni para qué necesitas a mi hermano, pero… si vienes a liquidarlo, por la razón que sea-se revolvió en los bolsillos-, te daré… ¡cinco libras!-celebró, extendiendo un billete ante mí-. Estoy harta de que me chupen megas para ver mis series mientras juegan con la estúpida xbox.
               -Hecho-respondí, cogiendo el billete. La chica frunció el ceño; debería aprender a controlar sus figuras retóricas en presencia de desconocidos-. ¿Dónde puedo encontrarlo?
               Se recobró de su sorpresa con una sacudida de melena y señaló con el pulgar al lateral de la casa.
               -En el cobertizo. Tiene puerta propia. Pasa sin miedo-añadió mientras yo salía disparada hacia el jardín de la parte trasera del edificio-, el cartel de “perro peligroso” es para los vendedores a domicilio.
               Sinceramente, ni siquiera había visto el cartel al que la chica se refería. Estaba demasiado ocupada corriendo desquiciada hacia el lugar donde ahora sabía que iba a echar un polvazo increíble. Es más; si hubieran tenido un foso de cocodrilos en el jardín, habría saltado sobre sus lomos como en los juegos de plataformas pixelados a los que a veces jugábamos en los recreativos las chicas y yo.
               Crucé el jardín, de césped crecido y salpicado de margaritas tempranas y dientes de león valientes, y me encontré con una cabaña de madera, techo de pizarra y pequeñas ventanas en la parte superior, para que se colara la luz pero nadie viera lo que pasaba en su interior, conectada a la casa a través de un corredor de menos de un metro de cemento y pintura desconchada.
               Justo del lado al que yo me acercaba a la construcción, había una puerta de madera más oscura que el resto. A medida que me acercaba y el sonido de mis pasos quedaba amortiguado por el suelo húmedo, el sonido procedente de su interior se volvía más nítido. Eran dos voces, ambas masculinas; una que conocía muy bien, y otra que me resultaba también familiar. A las palabras de Alec y Jordan los acompañaban sonidos de disparos y música atronadora que hacía que te preguntaras lo roncos que estarían al día siguiente si conseguían hacerse oír por encima de aquel escándalo.
               Giré la manilla de hierro de la puerta y la abrí lo justo y necesario para entrar. Me quedé un momento en el minúsculo vestíbulo, sorprendida de lo cuidado y funcional que lo tenían los chicos: había un felpudo en el que limpiarse los pies después de entrar y un escalón, como en las casas japonesas, al lado del cual un par de playeros esperaban pacientemente a que su dueño los reclamara. En la pared había un perchero del que colgaba un abrigo, y a continuación, la estancia se abría hasta formar un cuadrado inmenso rodeado de estanterías llenas hasta arriba de cajas de videojuegos curiosamente ordenadas (si teníamos en cuenta que dos chicos eran los que habían reclamado aquel lugar). Había un equipo de música en una esquina y una pequeña nevera en otra, en la que estaba segura que había alcohol a rebosar.
               Pero si había algo que destacaba más que nada en la estancia, no era otra cosa que el sofá. En el centro del cuadrado, casi con precisión milimétrica, estaba colocado un sofá en forma de U que en otra vida había sido blanco, pero que el uso había teñido de un sospechoso color café, era el rey del habitáculo. En la pared que daba a la puerta, una televisión de no menos de 56 pulgadas bañaba la habitación con todos los colores que uno pueda imaginarse. Rodeaba posesivamente una mesa de madera oscura, baja, atestada de bolsas de palomitas, gusanitos, gominolas y con varias latas de cerveza tiradas encima, arrugadas.
               El sofá reposaba sobre una alfombra de pelo blanca, marrón y negra, imitando los colores de un animal de verdad.
               Y sobre el sofá, reposaban dos cuerpos, ambos espatarrados y ocupando el mayor espacio posible, en la mejor exhibición de manspreading que hubiera visto en mi vida. Jordan.
               Y Alec.
               Jordan fue el primero en verme; a pesar de que estaba concentrado en el videojuego, mi movimiento en un extremo de su campo de visión hizo que girara la cabeza hacia mí, y abrió los ojos cuando registró mi rostro y se dio cuenta de que, ¡oye! Me conocía.
               Alec, por el contrario, me daba la espalda; estaba tirado en la parte central de la U, con la cabeza apoyada en un cojín y la cara girada hacia la televisión, moviendo los dedos sobre el mando de la consola con una maestría que nada tenía que envidiar a la forma en que los movía dentro de mí.
               Estaba tan caliente que envidié a ese mando.
               Y él estaba tan guapo… vestía una sudadera negra, pantalones de chándal grises, y tenía el pelo revuelto y el ceño ligeramente fruncido por la concentración. Masticaba un chicle que hacía que su mandíbula bailara a un son acelerado, al mismo son al que quería que bailara su masculinidad dentro de mí.
               Jordan soltó el mando, lo que causó estragos en la partida, pues enseguida se escucharon los típicos pitidos que preceden al desastre.
               -Jordan, déjate de mariconadas-gruñó Alec, todavía sin mirarme-, que todavía nos pesca la puta pasma.
               Y Jordan, ni corto ni perezoso, agarró los pies de Alec y los tiró del sofá, puede que para hacerme sitio a mí, o puede que para llamar su atención, lo cual hizo que su amigo casi besara la alfombra peluda.
               -¿De qué cojones vas?-ladró Alec, molesto, encarándosele-. ¿No sólo me das siempre el mando que menos carga tiene, sino que encima me boicoteas la partida cuando estoy a punto de…?
               Jordan le dio una patada para que cerrara la boca y me señaló con la mandíbula.
               Alec frunció el ceño y se volvió, dispuesto a montarle el pollo del siglo a Jordan si aquello era una broma…
               … y abriendo tanto la boca que casi se le cae el chicle cuando se dio cuenta de cuál había sido la molesta interrupción. Sonreí.
               -Hola.
               -Que me jodan-gruñó Alec, de rodillas frente a mí, y yo solté una risita. Así era como quería a mi partidazo particular. Jordan se unió a mis risas.
               -Me parece, hermano… que es a eso a lo que ha venido, precisamente.     






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2 comentarios:

  1. Realmente lloro con el momento tomando el té, cuando Annie ha dicho donde estaba Alec realmente me esperaba que le dijera algo a Sabrae en plan zasca pero el hecho de quedarse simplemente bebiendo té mirandola ha sido la hostia.
    Luego imaginarme el momento final de Alec arrodillado y diciendo No me jodas me ha puesto cachonda y descojonada a la vez, me lo he imagiando y realmente me despollo. Estoy impaciente por leer el polvo bestial que van a echar, te odio por cortarlo perra mala.

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    1. El capitulo no ha tenido la accion de otros pero tia cuanto mas lo pienso menos creo que es de relleno, o sea vale que puede que a la trama no le aporte mucho pero es super divertido, realmente se avanza aunque sea solo un poquito y ademas podemos conocer la dinamica de la relacion de Annie y Sher y como es Annie en realidad, y no solo lo que ve Alec, pero bueno me voy a callar un mes que estoy desvariando y no es plan jsjsjsjs
      Tremendo zasca le mete Annie a Sabrae estamos de acuerdo en que quien calla otorga, ya veras en el siguiente capitulo (el del 23, no el que acabo de subir) el salseisimo que hay, estoy ansiosa de escribirlo, a ver como me organizo a partir de ahora con las practicas, reza por mi
      Y bueno el final??? La hostia en verso ya me diras si me odias despues de leer el siguente (la respuesta ya era NO incluso cuando no lo habia publicado, disfruta de tus dedos perra mala)

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