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Mamá sólo me miró cuando dejé el platito con el bizcocho a su lado,
sobre la mesa de cristal del comedor, pero me dedicó una sonrisa de
agradecimiento que también tenía un poco de disculpa por el poco caso que me
había hecho cuando entré en la habitación.
Después de quedarme
toda la mañana en casa, viendo realities
con Shasha y jugando con Duna a conquistar el mundo, me había tirado en la cama
nada más comer y me había dedicado a contemplar el techo. Cada actividad que se
me ocurría para distraerme era desechado por insulso; tenía una cosa muy
concreta en mente y estaba claro que ninguna excusa serviría para distraerme.
Quería ver a Alec.
Incluso cuando bajé a darle unos golpes a mi saco de boxeo, ése que colgaba del
techo en una de las habitaciones que daba al jardín, donde mamá tenía su
esterilla de hacer yoga, no fui capaz de
sacármelo de la cabeza, a pesar de que hacer kick siempre me la despejaba. No podía dejar de pensar en él: se me
había pasado la resaca y lo único que me apetecía era celebrarlo por todo lo
alto con mi chico preferido en el mundo.
Además, estaba el
hecho de que teníamos que hablar sobre lo que había sucedido en Nochevieja, y
la posterior visita de Bey a su cama. Cuando llegué a casa después de que Scott
me obligara a ir a la de Alec para disculparme por mi comportamiento, le envié
un mensaje diciéndole que estaba disponible para hablar de lo que había pasado
cuando él quisiera; que no había prisa, pero que esperaba su respuesta.
Él me abrió
conversación después de que yo me echara una siesta reparadora que me dejó la
cabeza un poco mejor, justo mientras estaba con Shasha mirando ropa por
Internet.
Ya
estoy.
Dime
que no estás enfadada, por favor. Puedo explicártelo.
¿Puedo
mandarte un audio?
Sonreí, mirando la
pantalla, y me salí de la cama de mi hermana, que no protestó. Me dirigí a mi
habitación mientras tecleaba en la pantalla de mi teléfono.
Mejor
te llamo y hablamos
Toqué su foto y le
di al icono del teléfono; Alec no tardó ni un toque en responder.
-¿Hola?-prácticamente
jadeó, sin aliento. Parecía la borde de un colapso nervioso, y tuve que
controlarme para no echarme a reír. Le había asustado de verdad. Quizá debería
haberle aclarado que no le guardaba rencor por lo que había hecho, que no me
parecía mal, que él seguía siendo libre y no tenía por qué reprimirse si algo
le apetecía. Quería ir más en serio con él, quería tener la típica relación tradicional,
pero a la vez no quería sentir que él estaba renunciando a cosas cuando a mí
aún me daba demasiado miedo etiquetarnos como lo que todo el mundo pensaba que
éramos: novios.
-Hola-contesté,
sentándome en mi cama y acariciando las mantas. Alec suspiró.
-¿Estás enfadada,
nena?
-¿Tengo
motivos?-jugué, y miré mi reflejo en el espejo, que tenía una ceja alzada, y me
tapé la boca para que no me escuchara reírme.
-Dios…-bufó él al
otro lado de la línea, y me lo imaginé pasándose una mano por el pelo y
cerrando los ojos, lo cual lanzó una descarga eléctrica que descendió hasta mi
entrepierna-. Vale, si estás enfadada por lo que has visto esta mañana, créeme
que lo siento mucho. Sabes que mi intención no es hacerte daño, y si te ha
parecido mal, te pido perdón.
-¿Con quién
estabas?
-Ya sabes con
quién.
-Sí, pero quiero
que me lo digas.
Me lo imaginé
presionándose el puente de la nariz, cerrando los ojos de nuevo y asintiendo
con la cabeza para darse ánimos.
-Con Bey.
-Ajá-asentí, y no
dije nada más, y él se lo tomó como si acabara de darme una patada en el
estómago.
-Pero, nena, te
juro que no lo hice con la intención de hacerte daño. Simplemente sucedió,
¿vale? No lo planeé. Si te sirve de consuelo, no pude sacarte de la cabeza ni
un segundo. Y mira que es difícil, porque Bey está tremenda…-bromeó, y soltó
una risita, pero luego se quedó callado un segundo, dándose cuenta de que
acababa de meter la pata-. Mierda. No debería haber dicho eso. Perdona, bombón.
No quiero hacerte sentir mal. El caso es… que no se va a repetir. Y que no ha
sido un desliz. Es decir, un poco sí, pero… quiero decir que lo he hecho con
Bey porque sólo podría hacerlo con
Bey. Si hubiera venido cualquier otra chica, por muy buena que estuviera, le
habría dado la vuelta y la habría mandado derechita a su casa. Ya sabes lo que
siento por ti. Tú me importas. Muchísimo. Para mí es primordial que estés bien,
prefiero mil veces que estés contenta a echar yo 50 polvos. Me quedaría con las
ganas de 50 polvos si pudiera garantizarte la felicidad, Sabrae-me hice un
ovillo en la cama mientras le escuchaba, sonriendo-. Joder, me volvería célibe
si fuera el caso.
Alec esperó a que
yo dijera algo, con la esperanza de que fuera a detenerlo, pero no lo hice.
-El caso
es…-continuó al ver que yo no decía nada- que esto ha sido diferente para mí.
Quiero decir, no es como si me hubiera acostado con la primera chica con la que
me hubiera cruzado. Ni siquiera es como cuando me acosté con Pauline. Es Bey.
Mi mejor amiga. Y la quise en otra época, y bueno, la tensión sexual siempre ha
estado ahí, y además… creo que no he faltado a mi promesa. No del todo. Te
prometí que te sería fiel, y así ha sido. Créeme, si existieran los tríos por
pensamiento, yo he echado unos cuantos en las últimas 24 horas. Ya sé que suena
un poco horrible, sobre todo por la parte que le toca a Bey, pero… joder-bufó-.
Esto no se me da bien.
Yo creo que sí, Al, pensé, sonriendo.
-El caso… en fin.
Que me estoy yendo por las ramas. Y seguro que a estas alturas ya has dejado el
teléfono en la mesilla de noche, o donde quiera que estés, y te hayas pirado de
la habitación-aventuró, y volvió a callarse.
-Sigo aquí.
-Ah. Vale. Genial.
Bueno, ¿me estás entendiendo?
-Puede.
-Bueno, supongo que
“puede” es lo mejor que me merezco ahora. Lo que te quería decir es que… a ver,
evidentemente, tienes derecho a estar enfadada. Yo lo estaría. A mí no me haría
ni puta gracia pillarte con el pelo revuelto porque alguno de los payasos con
los que te has acostado antes estaba en tu cama. Especialmente si yo no he
visto tu cama aún. Ni me he metido en ella.
-¿Quieres enfadarme
más, Alec?-pregunté, y él chasqueó la lengua.
-¡No, no! Sólo digo
que… que entiendo tu posición. Pero a ver. Entiéndeme a mí, nena. Te hice una
promesa, sin esperar nada a cambio. Antes de que digas nada: sí, lo sé,
entiendo perfectamente que te la hice porque quise y que tú no me debes nada,
pero… quiero mantener mi palabra. De veras que sí. Si no la mantengo tú no
tienes por qué confiar en mí, y sabes lo mucho que valoro que lo hagas.
-Sí.
-Así que en mi
defensa diré… que realmente no la he roto del todo. O sea, había como… un
recoveco, por así decirlo, en la promesa que te hice. ¿Comprendes?
-Explícate.
-Bueno… te dije que
dejaría de acostarme con otras chicas que no fueras tú, pero que tendría que
despedirme de algunas, por el cariño que les tengo, y así lo hice… lo que pasa
es que no me había despedido de todas. Y yo no me di cuenta hasta que Bey
apareció en mi puerta.
Me mordí el labio,
intentando no sonreír. Le tiré el anzuelo y me senté en la orilla,
pacientemente, a esperar a ver si él picaba.
-¿Bey apareció en
tu puerta?
Alec se quedó
callado un momento.
-O sea… sí. Pero…
dos no follan si uno no quiere, ¿sabes? Y fundamentalmente, el que más tiene
que querer es el hombre, y yo, pues bueno… que no es por fardar, pero cumplí
bastante, ¿me entiendes? Podría haberle dicho que no. Y lo hice. Al principio.
Hasta que comprendí que tenía que hacer esto.
La sombra del
pececito que era Alec estaba nadando en círculos alrededor de mi anzuelo, así
que yo lo moví un poco, para que pareciera un bichito que se había caído al
agua.
-¿Ella tuvo que
convencerte?
Alec nadó hasta mi
anzuelo, silencioso. Lo examinó, lo inspeccionó desde todos los ángulos…
-Pues…
… y se marchó.
-Te voy a ser
sincero. No. Me convencí yo solo. Ella no me dijo nada.
Yo sonreí,
satisfecha con lo que me estaba contando. Después lo contrastaría con Bey, y
ella me confirmaría que le había dicho que prácticamente tenían mi permiso,
aunque no lo necesitaran, pero el hecho de que Alec decidiera no delatarla y
asumiera toda la culpa de lo que habían hecho ambos hizo que le quisiera un
poquito más, cosa que no creía posible.
Subí los pies al
colchón y me abracé las rodillas, mirándome en el espejo, resplandeciente de
felicidad por saber que mi chico me era fiel incluso cuando no lo era del todo.
Me mordí los labios.
Y supe que le
necesitaba, y que le necesitaba pronto.
-¿Saab? ¿Sigues
ahí?
-Sí.
-¿Y estás…-tragó
saliva-, estás enfadada?
-Pues un poco, Alec,
la verdad-chasqueé la lengua-. Quiero decir… ¿te acuestas con Bey y no me
llamas para que vaya a mirar?-bromeé, y él se quedó callado-. Jamás pensé que
serías así de egoísta, tío.
Entonces, Alec se
echó a reír, y su risa fue lo más bonito que escuché en todo el día… y mira que
Shasha y yo habíamos estado mirando ropa con el perfil de papá en Spotify
sonando en aleatorio.
-Estás un poco
loca, ¿lo sabes, no?
-Me pregunto quién
me tiene así.
Él sonrió, y le escuché tumbarse en la cama.
-Sé sincera, Sabrae:
¿has estado enfadada en algún momento de la conversación?
-Lo estoy ahora.
Cabreadísima. ¿Cómo puedes ser tan egoísta? Me dejaste irme de tu casa sabiendo
que Bey estaba en tu cama con muy poca ropa.
-Sí, bueno-oí su
sonrisa en su voz-. En realidad, estaba desnuda.
Le colgué, miré mi
reflejo en el espejo, y sacudí la cabeza. No podía creerme que Alec fuera capaz
de ser así, como tampoco podía creerme que lo hubiera detestado durante gran
parte de mi vida. Cuando me llamó, me hice de rogar hasta el punto de que su
llamada entró en mi buzón de voz, y sólo cuando él me dijo que sabía que estaba
allí, la acepté.
-¿Qué más quieres
restregarme, Alec?
-¿Quieres que la
llame y mañana echamos un polvo los tres? Puedo tratar de tener la casa vacía
para eso de las cinco.
-¿Mañana no tienes que ir a trabajar?
Se quedó callado.
-Puedo cogerme un
día de asuntos propios-soltó-. ¿Qué asunto hay más propio que el hacer un trío?
-¿No se supone que
habías gastado más de los que tenías el año pasado, y éste tienes menos para
compensar?
-Pues que me
echen-sentenció-. Pero yo no me quedo sin follar, vaya.
Vaya que no iba a
quedarse, pensé, ya en mi presente, viendo cómo mamá estiraba la mano en
dirección al bizcocho. Sonreí para mis adentros, sabedora de que a mamá se la
convencía fácilmente cuando seducías su estómago, y me froté las manos por
detrás de la espalda, dejando caer los brazos y enredando los dedos, viendo
cómo apretaba un poco el bizcocho para comprobar su esponjosidad.
-Gracias,
cariño-sonrió, y se lo llevó a la boca, que esbozó una sonrisa al probar el
delicioso sabor. Tengo que decir que me había salido genial, porque estaba
inspirada; después de tanto tiempo para mí sola, pensando en una buena excusa
para ir en busca de Alec, finalmente había dado con ella: un delicioso bizcocho
de limón sería mi caballo de Troya. Prepararía un postre que estuviera tan rico
que mamá se viera obligada a asentir cuando le sugiriera compartirlo, y ella
misma me abriría las puertas de la fortaleza que tenía pensado asaltar para
rescatar a mi príncipe azul, que vivía en lo más alto de la más alta torre,
custodiado por un gigantesco dragón que escupía fuego, al que yo no mataría,
sino que amansaría con mis artes culinarias.
Todo mi plan giraba
sobre un mismo eje, y curiosamente, Alec no era ese eje.
Annie.
Mamá se limpió una
miguita de la comisura del labio y continuó masticando, agitando
inconscientemente la cabeza al ritmo de la música que se escuchaba desde una de
las habitaciones del piso superior, donde papá estaba probando diferentes
mezclas y decidiendo cuál era la mejor para su siguiente disco. Tocó la
pantalla de su iPad con el dedo y siguió leyendo el documento que se traía
entre manos, y yo me senté a su lado, a esperar a que terminara de comer.
Quizá, con un poco
de suerte, si era paciente, ella misma me preguntaría qué tenía pensado hacer
con el bizcocho. No era la primera vez que preparaba algo para llevárselo a mis
amigas, así que el futuro de mis creaciones siempre estaba un poco en el aire.
Sin embargo, mamá
me decepcionó a base de seguir centrada en su trabajo. Cuando se terminó el
trozo, me sonrió y me dijo que estaba muy bueno, dio un sorbo de su botella de
agua y volvió a coger el lápiz táctil con el que estaba tomando apuntes en la
pantalla de su iPad, que no volvió a mostrar ese salvapantallas de dibujos de
orquídeas, a juego con la funda que le hacía las veces de soporte.
Tomé aire y lo
solté despacio; en una situación normal, yo habría recogido el plato
diligentemente, le habría dado un beso en la cabeza a mamá y me habría marchado
a hacer mis cosas, pero aquella no era una
situación normal. La necesitaba a ella, y ella se había ofrecido a ayudarme,
aunque inconscientemente, por el mero hecho de haberse sentado en el comedor y
no haber entrado en su despacho.
Iba al comedor
cuando tenía que trabajar, pero podía permitirse distracciones como la luz del
sol o la belleza de las flores que tenía repartidas aquí y allá en la estancia.
También trabajaba en el comedor cuando quería tener compañía, o por lo menos
estaba disponible para ella, y se pasaba tardes y tardes con Scott, con Shasha,
con Duna, con papá o conmigo, separados o combinados, cada uno a lo suyo, pero disfrutando del
saber que no estaba sola.
Mamá en el comedor
era accesible, disponible. En cambio, en su despacho estaba pertrechada en un
búnker, y no podías molestarla bajo ninguna circunstancia. Solía ir allí cuando
tenía que ocuparse de un caso particularmente complejo, cuando hacíamos
demasiado ruido o cuando se acercaba la fecha de un juicio que ella no había
repasado todo lo que le gustaría.
Así que, ¿por qué
no me prestaba atención? ¡La necesitaba! ¡Era mi madre! ¡Tenía la obligación de
ayudarme en todo lo que pudiera!
Crucé las piernas,
asegurándome de darle un disimulado golpecito en la rodilla de la que lo hacía,
y me la quedé mirando. Mamá ni siquiera se inmutó de mi golpe. Siguió leyendo
en su iPad, concentrada; pasó un par de hojas del papel que tenía entre las
manos y marcó algo a bolígrafo. Mordisqueó la parte posterior de éste mientras
entrecerraba los ojos. Se mordió el labio y volvió la vista a la pantalla del
aparato.
Carraspeé. Préstame atención.
Mamá se rascó la
cabeza, musitó algo para sí y extendió un par de hojas ante sí. Las examinó
mientras se mordisqueaba los labios, concentrada.
Una parte de mí, la
parte que respetaba y admiraba que mi madre no se hubiera conformado con el rol
que había tratado de ponerle la sociedad de esposa sumisa y madre sacrificada,
la que se enorgullecía de que me hubiera llevado en un portabebés anudado a la
espalda mientras cogía con firmeza la mano de Scott, de 4 años de edad, a la
primera manifestación del Día de la Mujer, se sintió un poco mal por cómo
estaba tratando de molestarla.
Pero otra parte,
mucho más egoísta, más primitiva, que sólo tenía una cosa en mente, y que
dominaba mi conciencia en ese momento, me decía que, si mamá no hubiera querido
que la molestáramos, se habría ido a su despacho. Que su mera presencia en el
comedor ya era una invitación a las interrupciones.
Carraspeé más
fuerte, y mamá me miró un segundo, por debajo de sus cejas.
-¿Te has resfriado,
pequeña?-preguntó, y volvió a sus papeles-. Al final iba a tener razón tu
padre, y fuiste demasiado escotada de fiesta…
Parpadeé despacio,
pero mamá no dio señales de haberse dado cuenta de mi vacilación.
Volví a carraspear,
y mamá tocó la pantalla de su iPad. ¡Pero
bueno! ¡Seguro que si fuera Scott, ya me habrías mirado la frente y te habrías
empeñado en que me tomara una pastilla! ¡Para que luego digas que no tienes
favoritos!
¡Yo
siempre he sido tu ojito derecho, mamá! ¿Me lo vas a pagar así?
Basta
de sutilezas, me dije a mí misma. Es
hora de sacar la artillería pesada.
-Mamá-murmuré
en tono casual, como si no estuviera a punto de pedirle, básicamente, que fuera
a ver a una de sus amigas para que yo pudiera follarme a su hijo.
-Mm-respondió ella,
en el mismo tono casual, porque sabía que iba a pedirle algo, pero seguro que
no se imaginaba lo que era. Fijo que pensaba que quería cinco libras para irme
a comprar gominolas, o algo por el estilo. Pero, ¡oye! Que ya no era una niña.
Yo tenía mis necesidades. Y entre ellas, ahora estaba el sexo.
Me toqueteé una de
las trenzas, me relamí los labios y tragué saliva, armándome de valor para
seguir con mi plan.
-¿Cuándo vas a ir
al té?
Mamá levantó la
mirada y clavó los ojos en mí, sorprendida por el rumbo de la conversación.
Bueno, al menos había conseguido pillarla desprevenida. Eso hacía que pudiera
tener la guardia baja y yo tuviera más posibilidades de convencerla de que
dejara aquel caso y decidiera ir a tomarse un té con una vieja amiga.
-¿A qué té?
¿Cómo que a qué té?, quise gritar,
estupefacta. No podía creérmelo.
-¡A casa de Annie,
mamá! ¡Te invitó a tomar el té!
-¡Oh!-mamá abrió
los ojos y formó una O con la boca, comprendiendo ahora por dónde estaba yendo
la conversación-. Pues no tengo ni idea. ¿Por qué?
-Bueno, es que…
siempre me dices que hay que cuidar de los amigos, y Annie es tu amiga, y hace
bastante tiempo que no la ves.
Mamá dejó el
bolígrafo que sostenía entre los dedos sobre la mesa.
-Es cierto-meditó,
y yo casi doy un salto de la silla. No me esperaba que fuera a ser tan
sencillo-. Tienes razón, cariño. Hace bastante que no voy a verla.
Sonreí, eligiendo
mentalmente mi atuendo de la tarde, pero entonces mamá decidió pinchar la
burbuja de mis ilusiones. Recogió de nuevo el bolígrafo y se inclinó hacia las
hojas que tenía delante, mucho más aburridas que una tarde tomando un té y
charlando con una amiga, dónde iba a parar.
-Tengo que ir. Sí.
Y subrayó una frase
en las hojas.
-Ya-insistí-. ¿Y
cuándo tienes pensado?
Mamá me miró y
soltó un bufido.
-Uf. No lo sé,
Sabrae. Ahora mismo estoy bastante ocupada… supongo que, como mínimo, tardaré
un par de semanas en librarme de este caso. Quizá un mes. Todo depende de cómo
marchen las cosas, tanto en el despacho como en casa, pero como mínimo… creo
que hasta dentro de tres semanas, no podré ir a verla.
¿Tres semanas?
¡¿Tres
semanas?!
¡Eso
es INACEPTABLE!
Noté
un tirón en el estómago al ver que el puente por el que estaba atravesando el
río de lava en dirección al castillo se desmoronaba. No pensé que pudiera
caerse; al fin y al cabo, era sólido, de piedra maciza, no como el puente
colgante de tablones medio podridos que aparecía en Shrek. ¡Mamá era la que me ayudaría a llegar hasta el dragón! ¿Y
así era como empezaba su papel en mi pequeña misión? ¿Torpedeándomela desde el
inicio?
¡Si le había hecho
un bizcocho!
-¿Tres
semanas?-repetí, escandalizada-. ¡No puede ser, mamá! ¡Debes ir ahora!-escuché
cómo mi voz subía varias octavas por encima de su tono normal, y mamá alzó una
ceja-. ¡Annie te dijo que tenías que ir! ¡Sois muy amigas! ¡No se puede
descuidar de esta forma a las amigas!
-Pero Sabrae, mi
vida… Annie también entiende que yo tengo mi trabajo, y mis tareas, y…-abogó
mamá, conciliadora, pero yo estaba decidida a salirme con la mía. Tenía unas
ganas de estar con Alec tremendas, y no iba a impedirme que me lo follara ni mi
madre. Nunca mejor dicho.
-¡Tienes que ir ya, mamá! ¡Se siente abandonada, te lo
dijo cuando nos la encontramos de compras!-le recordé, en un alarde de lucidez
por el que me felicitaría a mí misma hasta el día de mi muerte-. ¡No se puede
tratar tan mal a las amigas! ¡Ya viste que estaba hasta preocupada porque hace
muchísimo que no vas a verla, ¿y pretendes seguir así?! ¿¡Pero dónde se ha
visto, Dios mío!? ¡Está feísimo que la hagas esperar de esa manera, mamá!
¡Annie tiene sentimientos, y ha tenido la valentía de exponértelos, te ha
ofrecido su casa y su té, ¿y tú pretendes pagárselo haciéndola esperar?! ¡Eso
está feísimo!
Mamá parpadeó
despacio.
-Perdona que me
ponga así, mamá-gruñí, cruzándome de brazos, y mamá alzó una ceja-, pero, ¡es
que me parece súper fuerte! ¡O sea, estoy flipando! ¡Jamás pensé que podrías
descuidar de esta manera a una amiga! ¡De todas las personas del mundo, con lo
bien que nos cuidas a nosotros en casa, de la última que me esperaría que fuera
así de despegada es…!
No me dejó terminar
mi alegato final. Supongo que por eso era la mejor abogada de Gran Bretaña:
porque no daba oportunidad a sus oponentes de que le pasaran por encima, puesto
que siempre, siempre, iba un par de
pasos por delante de ellos.
-Tú lo que quieres
es que yo vaya a ver a Annie para que puedas acompañarme y de paso follarte a
Alec-sonrió-, ¿a que sí?
Me la quedé
mirando. Noté que me ponía roja como un tomate. Empezaron a arderme las
mejillas como si me hubiera caído al río de lava que hacía de foso del castillo
al que pretendía entrar.
Y yo que pensaba
que mi plan era maestro, sin fisuras, tan elaborado que sería imposible ver mis
verdaderas intenciones, digno de una serie dramática ambientada en el siglo
XVII… y seguro que mamá ya había adivinado por dónde quería ir yo antes incluso
de que yo misma lo decidiera.
-Pues sí-asentí. Ya
que me había cazado con las manos en la masa, lo mejor sería admitir el crimen
y quizá esperar que aquello ablandara su corazón. Puede que si le ponía ojitos,
no se enfadara conmigo por tratar de manipularla de una forma tan burda. Si yo
fuera ella, me molestaría más el hecho de que hubieran sido tan evidentes mis
verdaderas intenciones, que el intento de manipulación en sí. Mamá se merecía
algo mejor: para empezar, que no la manipularan; pero, de hacerlo, por lo menos
que lo hicieran con la destreza de un personaje ambiguo de Juego de Tronos.
Dejé las manos
entrelazadas encima de la mesa, tratando de conservar el miligramo de dignidad
que aún me quedaba, y parpadeé despacio.
Y mamá sonrió.
-Si me lo hubieras
pedido directamente, te habría dicho que sí.
-Si te lo hubiera
pedido directamente, habría quedado como una facilona-contesté.
-Yo no te he
enseñado a usar ese vocabulario, Sabrae-me regañó, y yo me eché a reír.
-Lo que quería
decir es que… ¿qué hija le va a su madre con el cuento de que quiere ir a
follarse al chico con el que tiene un lío, y que la necesita para propiciar el
polvo?
-La mía-contestó
mamá, levantándose y cogiéndome la mandíbula para darme un beso en la frente.
Su sonrisa se tatuó en mi piel-. Porque, gracias a Dios, tenemos la suficiente
confianza como para hablar de cualquier cosa sin tapujos.
Me abracé a su
cintura y suspiré. Tenía tanta suerte de que ella fuese mi madre… mamá me
acarició la cabeza.
-Además… si te
preocupa tu reputación machista, no tienes por qué temer. Yo me quedé preñada
de un tío al que había conocido una hora antes-levanté la cabeza y me la quedé
mirando-. Si alguna viene con una pestaña de abre fácil, no eres tú, mi amor.
Nos echamos a reír.
-Fijo que te
encantó, mamá.
-Evidentemente-ella
se puso una mano en la cadera-, de lo contrario, no me habría casado con tu
padre. Le habría sacado una buena pensión en condiciones, y estaría viviendo la
buena vida, con Scott metido en algún internado en el que lo hicieran un chico
de bien mientras yo me tumbaba a la bartola a beber daiquiris en alguna playa
de Barbados.
-¿Ésa es la versión
oficial que quieres contarle a la prensa? Porque hay cosas que no son propias
de ti-apoyé la barbilla en su tripa y ella me acarició las trenzas.
-¿Lo de Scott? Sí,
es verdad, cualquiera que me conozca aunque sólo sea mínimamente sabe que no
puedo alejarme de vosotros.
-Yo me refería a
los daiquiris. Los odias-le recordé, y mamá se echó a reír y me sacó la lengua.
Siguió dándome mimos, como si aquello fuera a tranquilizar mis hormonas
revolucionadas o mi excitación adolescente, y sonrió cuando yo me separé de
ella, decidida a ponernos en marcha.
-¿Tienes
preservativos?
-Los tiene Alec.
Mamá puso los ojos
en blanco.
-Respuesta
incorrecta.
-¡Mamá! ¡Es en
serio! Los tiene Alec. Compramos una caja la última vez que estuvimos juntos.
Sólo la va a usar conmigo.
-¿Y si, por lo que
sea, no los tenéis a mano cuando os veáis? ¿Y si te ve y decide llevársete a
otro sitio, porque le resulte violento acostarse contigo mientras su madre y yo
estamos en la misma casa? O puede que sea Annie a la que no le haga gracia.
Recuerda que no todos los padres tienen la mentalidad que tenemos papá y yo
respecto a la vida sexual de sus hijos, mi pequeña-me dio un beso en la raya
del pelo que lo dividía en las dos mitades de las que se ocupaban las trenzas,
y yo meneé los labios.
Tenía sentido. Es
más, era lógico que pensara así. Las posibilidades de que hiciéramos algo con
Annie y mamá en casa eran prácticamente nulas. Y sí, vale, Alec siempre podía
ir a su habitación aunque fuera sólo a por los condones, pero… ¿sería capaz?
¿Se lo permitiría yo?
La respuesta era
obvia: no. En cuanto lo viera, me abalanzaría sobre él. Sólo esperaba que el
concepto que Annie tenía de mí no cambiara mucho si veía mi faceta de
depredadora sexual.
-¿Me prestas de los
tuyos?-le puse ojitos de niña buena que no ha roto un plato en su vida a mamá,
pero ella, para mi sorpresa, se echó a reír y llamó a papá. Salimos al salón
para ver cómo se asomaba a las escaleras y alzaba la barbilla, invitando a su
esposa a hablar.
-Dice Sabrae que si
le presto condones. De los míos.
Papá por lo menos
tuvo la delicadeza de disimular una sonrisa pasándose la mano por la barba.
-Si dependes de los
nuestros, lo llevas chungo, Saab-sonrió papá, y mamá me enseñó el anillo donde
llevaba la alianza.
-Privilegios del
sistema matrimonial inglés.
-Hace tanto tiempo
que no me pongo un condón que ya creo que ni me acuerdo de cómo se
hace-reflexionó papá.
-Pues tampoco es
que te pierdas mucho. Si no recuerdo mal, eras pésimo poniéndolos-le pinchó
mamá, y papá se dio la vuelta.
-¿Lo dices por el
niño? Porque sigo convencido de que le hiciste algo para quedarte embarazada.
Fijo que lo rompiste con las uñas a propósito.
-En realidad, es
que tengo dientes ahí abajo.
-Ya me parecía a mí
que rascaba demasiado para ser sólo por el pelo…
Mamá se echó a reír
y se quedó mirando a papá con una sonrisa en los labios. Papá se la quedó
mirando desde arriba con la misma sonrisa.
Le tiré de la mano
a mamá.
-Mamá, mamá, ¡no!
Yo me he pedido primera. Vete a cambiarte, venga, que tenemos que ir a casa de
Annie.
-Por esto dicen que
los niños se cargan el sexo-se marchó papá, gruñendo-. Me cago en la puta. Con
lo bien que estábamos nosotros solos, coño.
-¿Me vas a desheredar, papá?-bromeé, subiendo
las escaleras en pos de él.
-¡Pues sí, debería!
¡Si no lo hago es porque soy tonto! ¡No me das más que disgustos, Sabrae!
¡Primero lo de la dichosa píldora, y ahora esto…!
-También te di un
Grammy-le recordé, aleteando con las pestañas, y papá me fulminó con la mirada.
-Hija mía… si crees
que los premios que me has hecho ganar me importan algo, o influyen en lo que
te quiero, es que tienes un concepto pésimo de mí, y estás convencida de que
soy un padre de mierda.
Me tiré en brazos
de papá y le di un buen achuchón. Cuando nos separamos, vi que mamá estaba
mirándonos con un destello en los ojos.
-Ponte medias,
Sabrae-me pidió-. Y póntelas despacio, no se te vaya a formar una carrera.
Mamá siguió a papá
al interior de su habitación, y cerraron la puerta.
Cuando llamáramos
al timbre de casa de Alec con el bizcocho en la mano, mamá tendría los ojos y
la piel relucientes, y el pelo brillante por la sesión de buen sexo rápido que
había tenido con papá, mientras yo trataba de vestirme lo más despacio posible
para dejarlos terminar. Ella habría atravesado el barrio agitando las caderas
de forma exagerada, y tratando de ocultar una sonrisa boba a base de mirar al
suelo y pensar en otras cosas, llenando el silencio con el que yo pretendía
hacerla sumirse aún más en sus pensamientos con una charla insustancial.
No podía culparla.
Sabía el efecto que el hombre de tu vida podía tener en ti, aunque el hombre de
mi vida aún no hubiera alcanzado oficialmente esa categoría. Ni siquiera me
pregunté cómo es que mamá había adivinado que yo quería llevar una falda a casa
de Alec; supongo que el tiempo te termina dando una experiencia respecto a cuál
es el mejor vestuario para volver loco a un chico, y yo estaba actuando por
instinto mientras que mamá ya conocía las estrategias de la seducción y
sensualidad. Saqué de mi armario una falda de cuero negro con cremallera y un
jersey azul, que deposité sobre mi cama. Me quedé mirando un instante la ropa,
pensando cómo podía mejorarla.
Cogí un par de
medias del cajón de mi cómoda y me senté en la cama, al lado de la ropa, y
mientras las enrollaba sentí que mi cuerpo comenzaba a encenderse con una
sensación que yo conocía muy bien. Metí un pie dentro de la tela, y como si
fuera una cerilla que prende la mecha de un explosivo, mi mente salió disparada
hacia otra dimensión.
A medida que me
subía la media por la pierna, notaba las caricias de Alec en mi piel. Noté cómo
me mordía el labio imaginándomelo, cómo sonreiría, cómo me acariciaría los pies
y bufaría al ver que había una barrera entre lo que más deseaba de mí y lo que
yo más deseaba de él. Habría salido a mi encuentro nada más oír mi voz, y yo
habría remoloneado mientras nuestras madres pasaban a la cocina, o adonde fuera
que Annie pensara llevarse a mamá, y luego subiría las escaleras al trote, a su
encuentro. Él me guiaría sin tocarme hacia su habitación, y se haría de rogar
haciéndome tomar la iniciativa, sentándome a horcajadas sobre su regazo y
besándolo.
-Te gusta hacer que
lo pase mal, ¿eh?-me provocaría, acariciándome el culo por encima de la falda,
y luego bajando y jugando con el elástico de mis medias, mientras yo me frotaba
contra él y le mordisqueaba la mandíbula. Jadearía en su boca y asentiría con
la cabeza.
-Dices que soy tu
bombón, ¿no? A ver cómo quitas el envoltorio que me recubre.
Alec exhalaría una
risa por la nariz, negaría con la cabeza, y con los ojos fijos en mí, decidiría
que ya estaba bien de preliminares. Que había venido buscando guerra, y sería
guerra lo que tendría.
-Estoy
hambriento-respondería, y sus manos volarían al espacio entre mis ingles.
Cogería el punto justo en que las medias se dividían para cubrir mis piernas, y
con una sonrisa chula, esa sonrisa de Fuckboy® que a mí me volvía loca, las
sujetaría con fuerza y terminaría-: Así que… así.
Y las rompería.
Sólo así podríamos tener lo que queríamos. Sólo así podríamos disfrutarnos.
Sería sucio, sería más ardiente, sería más nosotros.
Me tumbaría sobre
la cama y él me embestiría, recordándome de quién era el nombre del que era
sinónimo mi placer. Todavía llevaría puestos sus pantalones de andar por casa,
que con suerte serían unos vaqueros con los que mi sexo tendría mucha más
fricción, y yo me escucharía suplicándole entre jadeos mientras él disfrutaba del
morbo que daba tenerme así de dispuesta para él, con nuestras madres en el piso
inferior.
Que tuviéramos
ansia y no pudiéramos esperar a sentir el cuerpo del otro rodeando al nuestro
no significaba que tarde o temprano no termináramos desnudándonos. Y aquello
era todavía mejor. Sabía que él gozaría de mi desnudez, que usaría mi cuerpo
para su placer y me permitiría usar el suyo para el mío mientras yo adoraba
cada centímetro que lo componía, admirando una figura que nada tenía que
envidiar a las estatuas que llenaban los museos más prestigiosos del mundo. El David no tenía nada que hacer contra los
músculos de Alec. Él era mucho más perfecto, muy superior en todos los
sentidos, y para colmo, estaba hecho de carne,
el único material que podía corromperse por el placer.
Sabía que lo
volvería loco. Sabía que no podría controlarse conmigo delante con esas medias,
con esa falda, con las botas que tenía pensado ponerme, con un poco de tacón
para estar un poco más cerca de esa boca suya tan deliciosa.
Una idea me
atravesó la cabeza mientras observaba mi reflejo en el espejo, todavía con el
jersey sin poner. Sonreí para mis adentros, felicitándome a mí misma por haber
dado con una nueva clave para mi placer, y me volví hacia mi escritorio. Abrí
uno de los cajones, en los que había guardado cierta prenda que había tomado
prestado en Nochevieja y que yo ni siquiera recordaba. Saqué la corbata que me
había encontrado atada a la pierna cuando me desperté después de mi primera
siesta reparadora, que había guardado cuidadosamente en el primer cajón, bien
enrollada para mantener mi útil excusa en perfecto estado. Fui hasta mi
armario, saqué una blusa blanca vaporosa de su interior, y me anudé la corbata
de forma que quedara oculta bajo el jersey.
Me miré en el
espejo y descarté la idea de maquillarme un poco. Lo que tenía pensado hacer
con él haría más por mi piel que el mejor maquillaje del mundo: ni siquiera la
colección de belleza de Rihanna se podía comparar al brillo en la piel que sólo
el sexo podía darte.
Salí de mi
habitación en el momento justo en que mamá abría la puerta de la suya y se
atusaba el pelo, asegurándose de que todo estaba en orden. Nuestros ojos se
encontraron y ella alzó una ceja.
-¿Qué?
-Tienes el
pintalabios corrido.
Mamá se echó a
reír.
-Cuando los
críticos dicen que tu padre es un genio, me sorprende que lo digan por la
música que hace y no por ese don suyo de hacer que se te corra un maquillaje
que te venden a prueba de sexo.
-La publicidad es
engañosa-me encogí de hombros, bromeando.
-Cariño, llevo
usando la misma marca de maquillaje desde los 15. Créeme: las reseñas de otras
mujeres en internet son fiables. Sólo que ellas no están casadas con mi marido.
Yo, sí.
Tras llamar a la
puerta de la habitación de Shasha para avisarla de que nos íbamos para que
bajara a echarle un ojo a Duna, y de que mi hermana me lanzara una mirada
cargada de intención, nos dirigimos a casa de los Whitelaw con el bizcocho de
limón a modo de acompañante.
Fue mamá la que
tocó el timbre, y las dos nos quedamos esperando pacientemente mientras los
pasos del interior de la casa aumentaban de volumen a medida que su dueño se
acercaba a la puerta. Aquello me desilusionó un poco. Una parte de mí habría
deseado que nos hubiera abierto Alec: eso nos habría ahorrado bastante tiempo.
Sin embargo, era capaz de reconocerlo por su forma de caminar, y sabía que no
era él.
Nos abrió su madre,
que esbozó una sonrisa resplandeciente al descubrirnos. Llevaba puesto un
delantal y tenía el pelo cobrizo recogido en una coleta apresurada. Un poco de
harina le teñía una mejilla de blanco.
-¡Sher! ¡Qué
sorpresa más agradable!-sonrió, abriendo más la puerta para invitarnos a pasar.
Mamá depositó un beso en la mejilla que no tenía manchada.
-Perdona que nos
presentemos así, sin avisar, Annie, pero... si no recuerdo mal, me debes un
café.
Annie se echó a
reír.
-Así es. Lo
prometido es deuda, ¿verdad? Pasad-nos invitó-. Llegáis justo a tiempo. Acabo
de meter unos saladitos caseros en el horno. Estarán listos en una hora.
-¡Qué bien!-exclamé,
en un tono un poco más alto de lo normal, lanzando una mirada fugaz a las
escaleras, con la esperanza de que Alec apareciera por ellas al escuchar mi
voz.
-En realidad…
tenemos espías en tu casa que nos habían dicho que estabas haciéndolos-bromeó mamá,
y Annie sonrió.
-¿Es por eso que
vienes tan bien acompañada?-preguntó, acariciándome la cabeza con el cariño de
una madrina extraoficial. Me guiñó un ojo y yo me toqueteé las trenzas,
pensando a la velocidad del rayo, tratando de inventarme una excusa. Lo cierto
era que no había pensado en algo que decirle a Annie si ella se extrañaba de mi
presencia en su casa.
-Es que… me sentí
muy mal el otro día, Annie, cuando me dijiste que te tenía abandonada. Así que
aquí me tienes-sonreí.
-Qué bien, tesoro.
-Aunque no creo que
me quede mucho tiempo, es decir…-intenté no mirar hacia las escaleras, y
fracasé estrepitosamente-. Estoy un poco de paso, voy a quedar con una amiga.
Amoke-especifiqué, encogiéndome de hombros-. Es que… no se le da muy bien eso
de tener una hora fija.
-Ah. Muy bien, muy
bien-Annie me apretó los hombros-. Tú pásate todo lo que quieras, ¿vale? Eres
más que bienvenida. Bueno, ¡pasad un momento a la cocina, por favor! Tengo que
terminar unas cosillas, y así de paso voy preparando lo nuestro…
Mamá la siguió
diligentemente, pero yo me quedé atrás de forma deliberada.Rezongué en la
puerta de la cocina un momento, fingiendo que examinaba una pequeña escultura
que imitaba a la Venus de Milo,
colocada en una mesa de madera, pero no hubo suerte.
-Nena-me llamó
mamá, y yo troté obedientemente hacia ella, con el bizcocho en la mano. Le
tendí el bizcocho a Annie, que lo destapó y se lo acercó a la boca.
-Huele delicioso,
pero no os teníais que haber molestado.
-¡Tonterías! No
íbamos a venir con las manos vacías-protestó mamá.
-Sois mis
invitadas. Se supone que debería ponerlo yo todo.
-En ese caso…-mamá
cogió el bizcocho, lo tapó con la campana de cristal en que lo habíamos traído,
y me lo entregó de nuevo-. Sabrae, llévate esto a casa.
-¡Ni de
broma!-respondió Annie, arrebatándomelo-. ¡Ahora que lo he olido, necesito
probarlo! Tiene una pinta increíble.
Le dediqué mi
sonrisa más resplandeciente.
-Sabíamos que te
gustaría. Por eso decidimos traerlo.
-Pero qué rica
es-musitó Annie, acariciándome la mejilla. Se disculpó un momento para ir a
acicalarse, y nos dejó a mamá y a mí solas en la cocina. Cuando volvió, se
había quitado el delantal y la harina de la mejilla, y se había dejado el pelo
suelto en un semirrecogido que le quitaba años de encima-. ¿Qué queréis tomar?
¿Café? ¿Té? ¿Sabrae?
-¿Tienes chocolate?
-Claro, cariño.
¿Sher?
Mamá parpadeó.
-¿Qué te apetece?
Annie parpadeó.
-¿Vamos a criticar
a nuestros maridos?
Me quedé helada,
mirándolas a ambas, mientras mamá esbozaba una sonrisa.
-La duda ofende.
-Té, entonces.
Annie puso a hervir
el agua y mientras tanto se ocupó de mi chocolate, que no me permitió hacer por
mi condición de invitada. Yo procuré quedarme bien cerca de la puerta, metiendo
baza cada vez que podía en la conversación de las dos mujeres, que se basaba en
“déjame hacer algo” por parte de mi madre, y las negativas de Annie, “ni
hablar, estás en mi casa”.
Pero Alec no
aparecía.
Me saqué el
teléfono del bolsillo y comprobé la hora. Las seis y media. Era un poco tarde para
que hubiera entrado a trabajar, y me constaba que antes no había estado en el
almacén, porque me había enviado una foto de él tirado en el suelo en respuesta
a una historia en la que yo presumía de atuendo, preguntando:
¿Adónde
vas tan guapa?
Tengo
planes 😇
A
mí se me acaban de ocurrir unos cuantos…
Le había respondido
con un par de emoticonos riéndose a carcajada limpia, decidida a mantener la
sorpresa.
¿Dónde narices
estaba?
Seguí a mamá y a
Annie al comedor, que daba al jardín igual que el de mi casa. Nos sentamos a la
mesa cuadrada madera oscura y patas que terminaban en forma de zarpas de león,
y Annie colocó la tetera, dos tazas, y unos platitos con cupcakes y pastas frente a
nosotras. Me aferré a mi taza de chocolate caliente e inhalé su aroma.
Me puse colorada
pensando cómo sería tomar chocolate del pecho de Alec, y para disimular, di un
sorbo.
-Cuidado, Sabrae:
estará muy caliente.
-Me gustan las
cosas muy calientes.
Como tu hijo.
Sabrae, para, me recriminé, y entonces
entendí por qué Bey me había dicho que decidir algo con respecto a un chico era
mil veces más fácil si llevabas ropa interior que te hiciera sentirte sexy. Así
te valorabas más. Así sabías mejor lo que querías.
Y lo que yo quería
era que Alec bajara de su puñetera habitación, me sentara sobre aquella mesa,
me rompiera las medias y me follara con tanta fuerza que tuviera que andar como
una vaquera principiante durante una semana.
-Bueno, Sher-sonrió
Annie, tras servir a mi madre su té y luego echarse el suyo, mientras removía
su cucharilla en la taza-. Cuéntame. ¿Qué tal Zayn?
Mamá sonrió,
depositó su taza cuidadosamente sobre el platito y respondió:
-Mira, esperaba que
me preguntaras por él. Está calvo-espetó, y yo me la quedé mirando,
estupefacta, mientras Annie se echaba a reír-. Por voluntad propia. Me tiene
harta. No le reconocerías. A mí me cuesta a veces…-puso los ojos en blanco y
tomó otro sorbito.
-Yo creo que sí,
mujer. Por los tatuajes.
-Oh, no me hagas
hablar de los tatuajes-urgió mamá-. Cada vez que se aburre, va a hacerse uno.
Ya ni siquiera sé cuáles son nuevos y cuáles no. Cualquier día me pide que vaya
yo con él porque se queda sin espacio en el cuerpo.
-Todavía le quedan
las piernas.
-En las piernas no
le dejo yo hacérselos. Lo echo de casa como me aparezca con algo por debajo de
la ingle.
Annie soltó una
risotada.
-Es que… Annie, te
lo juro. Me llevan los demonios cuando me suelta “Sher, nena, voy a empezar un
disco”, porque sé de sobra lo que significa eso. Lo odio. Me encanta su pelo.
¿Por qué tiene que raparse cada vez que va a componer? Entiendo que es parte de
su proceso artístico y todo eso, pero, ¿te imaginas que yo me rapara cada vez
que voy a empezar un caso? ¿Por qué no puede hacer lo que hacen los artistas
normales, como… no sé, fumarse un porro o algo así?-mamá arrugó la nariz
mientras yo contenía una risa. No era ningún secreto que mamá detestaba que
papá se rapara el pelo. A la única que le hacía menos gracia que a ella, era a
mi yo más pequeño. La primera vez que papá se había cortado el pelo, yo me
había echado a llorar. Había pillado tal pataleta que no le había dejado darme
un beso en casi tres días, aunque eso sí, papá había sabido comprarme muy bien
a base de cosquillas en la tripa y de invitarme a dormir a su lado de la cama.
-A mí me pasa
igual. Los hombres, y su pelo. ¿Te he contado que Dylan está ahora con la
pájara de que quiere afeitarse todos los días?-mamá alzó las cejas-. Así es.
Dice que se ve “muy viejo con la barba”, porque le están saliendo canas.
-A todos los
hombres les terminan saliendo canas por la edad. De hecho, eso los hace más
interesantes. A mí me gustan más.
-A mí también. Zayn
no tiene, ¿no?
-Qué va a
tener-bufó mamá-. Si ni pelo tiene, ahora mismo-dio otro sorbo mientras Annie
reía y agitaba la mano.
-El caso es que
llevamos cerca de un mes con movidas por eso. Justo cuando parece que se le ha
quitado la idea de la cabeza, se vuelve a levantar temprano para afeitarse. Y
chica, qué quieres que te diga… Yo lo conocí con barba, me casé con él con
barba, crié a sus hijos con barba… si me gustaran los hombres afeitados, no me
habría fijado en él.
-La barba les queda
mejor. Y disfrutas más. Ya sabes, cuando…-mamá miró hacia abajo y Annie asintió
con la cabeza.
-Chica, y no es
sólo eso. Es raro para mí. No me acostumbro. Cuando está afeitado y me busca,
yo siento que me estoy metiendo en la cama con mi hijo.
Mamá sopesó lo que
le había dicho Annie, mientras la otra tomaba una pasta y se la llevaba a la
boca. Finalmente asintió: tenía sentido lo que ella decía.
Yo me removí en el
asiento, dejando la taza suspendida en el aire, atenta al rumbo que había
tomado la conversación. Sí. Hablemos de
Alec.
-Se piensan que somos unas caprichosas, pero
realmente una tiene sus necesidades, y ellos no las cubren…
-Habla por ti,
chica. A mí, mi hombre me tiene bien servida.
-Y el mío también,
guapa. A ver si te piensas que por sus tonterías me voy a quedar yo también
castigada-Annie le dio una palmada a mamá en el brazo, y mamá se echó a reír-.
Pero vamos, que tampoco es que yo esté muy participativa, si no tengo nada que
me haga cosquillas mientras nos besamos. ¿Cómo lo superas tú?
-Es que como casi
no le miro la cabeza… apenas me afecta a mi vida sexual.
-Pues qué suerte.
-¿Cuánto hace de la
última vez?
-Unas… dos semanas-meditó
Annie, frunciendo el ceño-. ¿Tú?
Mamá sonrió.
-Veinte minutos.
Annie se atragantó
con el té y se la quedó mirando.
-Sí, lo sé, estoy
hecha toda una golfa, y encima una falsa, criticando a mi marido cuando me tiro
encima de él a la mínima oportunidad que se me presenta-mamá sacudió la cabeza,
alzó una ceja y dio un sorbo de su té antes de echarse a reír.
-Chica, si yo haría
igual, lo que pasa es que soy demasiado rencorosa para estas cosas. Que me
guste quejarme de Dylan no significa que él no sea perfecto; créeme, me trata
como a una reina, ya lo sabes.
-Lo que te
mereces-respondió mamá, cogiéndole la mano a Annie, que se la apretó en un
gesto de agradecimiento.
Me metí un trocito
de bizcocho en la boca mientras las dos mujeres pasaban a hablar del trabajo de
mamá, primero, y de las plantas de Annie, después. Annie le habló de unas
ambrosías que estaba tratando de cruzar con una especie exótica de la que había
encontrado milagrosamente semillas en un mercado del lado sur de Londres, y
mamá escuchó con toda su atención, mientras yo daba cuenta de mi bizcocho,
dándole oportunidad a Alec de que entrara en escena.
Supuse que no me
había escuchado al entrar en su casa; puede que tuviera música puesta o que
estuviera ocupado con algo que requería toda su atención. Yo apenas había
intervenido en la conversación, de forma que mi voz no podía atraerle como la
belleza de una flor atraería a una abejita, de modo que me propuse hacer que la
conversación girara hacia mí.
Cogí un nuevo trozo
de bizcocho de limón y lancé un gemido cuando me lo metí en la boca. Mi plan
funcionó: mamá y Annie se giraron para mirarme, y esbozaron una sonrisa al ver
la mía mientras masticaba. Me llevé la mano a la boca para tapármela.
-Perdón. Es que…
creo que es el mejor bizcocho que he hecho en mi vida.
-¿Lo has hecho tú,
Sabrae?-preguntó Annie, sorprendida, y yo asentí con la cabeza. Le tiré un
anzuelo que Annie mordió con ansia, cuando le confesé que había usado un
ingrediente secreto, y mientras me lo inventaba y adornaba mi cocinado con
anécdotas y demás, fui subiendo más y más la voz hasta prácticamente terminar
gritando.
-Pues sí que te ha
quedado delicioso, sí. Buf-sonrió, satisfecha, sirviéndose un poco más-. Creo
que no vais a poder llevaros nada a casa, como sigamos así. Comed pastitas-nos
tendió el plato-. Son caseras. Mimi me ayudó a hacerlas.
Es tu oportunidad, Sabrae, me dije, y no
la desaproveché. Me lancé sobre ella como un leopardo que surge de entre las
sombras en la jungla y cae, letal, sobre la presa que no sabe la que se le
viene encima hasta después de que le rajen la garganta.
-¿Sólo de Mimi?
Mamá se volvió a
mí.
-Sabrae…-musitó.
-No, si sólo
preguntaba-me encogí de hombros y di un sorbo de mi chocolate. Annie parpadeó y
esbozó una sonrisa. ¿Iba a obligarme a preguntar por él?
Alzó una ceja y yo
lo supe: sí.
Iba a obligarme a
preguntar por él.
-Tu hijo…-empecé,
porque no me atrevía a pronunciar el delicioso nombre, que ella tan amablemente
le había puesto, en voz alta. Sospechaba que escucharía la adoración que me
teñía la voz cuando decía aquella palabra, que vería como me mordía
inconscientemente el labio al terminarla, como saboreando sus besos incluso
cuando él no estaba allí, o cómo se me instalaría un dulce rubor en las
mejillas que no tenía nada que ver con la calefacción de su casa.
Iba a seguir con mi
pregunta, y sinceramente no sé qué me iba a inventar, pero el caso es que Annie
recogió el guante con rapidez, de la misma forma en que yo había entrado al
trapo antes.
-Mirad, me alegra
que salga el tema, porque… hay una chica-le reveló a mamá, cosa que yo
agradecí. Principalmente porque todo el color huyó de mi rostro.
¿Qué?
¿Annie lo sabía?
¿Se lo había dicho
él ya? ¡Dios mío! ¡¿Y si se lo había dicho cuando yo me presenté en su casa, la
mañana anterior, para pedirle perdón por mi comportamiento?! ¿Y si Annie había
escuchado toda la conversación y Alec se había visto obligado a explicarle la
situación?
¡¡ ¿Y si ella ahora
mismo estaba poniéndome a prueba, viendo si me comportaba como una chica
valiente que admite lo que se trae entre manos con su hijo?!! ¡¡¿Y si yo no
estaba pasando aquella prueba secreta?!!
¡¡¡O peor… ¿y si
Alec le había dicho que yo le había rechazado, y por eso ella no reconocía
nuestro arreglo delante de mí, y me trataba como a la hija de una amiga y ya
está?!!!
Mamá alzó las
cejas, ajena a mi colapso nervioso, e invitó a Annie a continuar con su
silencio.
-Yo no sé quién es,
evidentemente-bufó, cogiendo un biscote y un poco de mermelada-. Ya sabes cómo
son los hijos, Sher. Los llevas en tu vientre durante nueve meses, te destrozas
el cuerpo por ellos, los pares entre gritos y dolor, luego dejas que se te
cuelguen de las tetas, y todo, ¿para qué? Para que sean más herméticos que la
cámara acorazada donde guardan las joyas de la Corona.
-Nos pasa a todas,
querida.
-Que tampoco me
estoy quejando, ¿sabes?-Annie dejó la tostada y jugueteó con la taza mientras
yo las observaba interactuar como quien ve a dos alienígenas invasores discutiendo
en su idioma de pitidos sobre si deben destruir la Tierra o no-. Si yo
encantada de que por fin haya encontrado a alguien. Está cambiadísimo. Casi no
parece él. O por lo menos, al principio. Incluso hace las tareas de la
casa-mamá se echó a reír-. Ya sé que en la tuya no es nada del otro mundo, pero
te puedo asegurar que aquí se abre la caja de Pandora cuando yo le pido a mi
hijo que haga algo por mí. Bueno, pues ahora, ni hace falta pedirlo. Va a ser
muy buen marido-espetó Annie, cogiendo de nuevo la mermelada y untándola en su biscote,
centrando toda su atención en su aperitivo en potencia-. Es que… mi hijo es un
partidazo-reflexionó-. Está mal que yo lo diga, pero mi hijo, cuando le da la
gana, es un partidazo, ¿no os parece?-preguntó, metiéndose la tostada en la
boca y mirándonos alternativamente a mamá y a mí.
Yo me metí un trozo
de bizcocho tan grande como mi antebrazo en la boca para evitar contestar
mientras mamá asentía con la cabeza, porque no había forma humana de que yo
saliera de aquel atolladero sola. Si decía que sí, me desenmascararía a mí
misma, porque antes de acostarme con Alec yo jamás habría dicho que él podría ser un buen partido. Y, si decía
que no, estaría siendo una mentirosa y me arriesgaría a que Annie ya lo supiera
todo y me cogiera tirria por ser capaz de hablar mal de Alec a sus espaldas.
Y mis padres no me
habían enseñado a ser una mentirosa.
Y además… ¿qué
demonios? La verdad es que Alec sí me parecía un partidazo. Era bueno,
inteligente, gracioso, cariñoso, amable, atento, cuidadoso, respetuoso, fogoso,
experto, paciente…
Ay, por Dios. ¿Qué
hago que no me apellido ya Whitelaw?
La conversación se
alejó de Alec y de nuevo adoptó derroteros en los que yo no podía participar.
Agotada, finalmente decidí renunciar al factor sorpresa y hallar la forma de
que él viniera en mi busca. Saqué el móvil del bolso y, sin tratar de
esconderme siquiera, empecé a enviarle mensajes, preguntándole qué estaba
haciendo, dónde estaba, si le apetecía que nos viéramos… incluso le dije que
bajara la música, si es que la estaba escuchando, para descubrir una sorpresa
que le tenía preparada.
Sinceramente, había
pensado que él bajaría las escaleras como un búfalo furioso en cuanto escuchara
mi voz, pero a aquellas alturas de la película yo ya no las tenía todas conmigo
respecto a su presencia en la casa. Sólo me aferraba al clavo ardiendo de que
quizá estuviera en la ducha porque no quería ponerme en lo peor, y creer que se
había ido a trabajar, con el correspondiente período laboral que impediría que
nos viéramos, justo después de enviarme la foto tirado sobre la alfombra de
pelo de su sofá.
¿Dónde estás?, le pregunté al aire,
dejando mi móvil encima de la mesa sin tomar siquiera la precaución de
bloquearlo para que Annie no viera que el nombre que coronaba la pantalla era
el de su primogénito. Si Alec no se lo había dicho, se enteraría ahora, aunque
fuera sólo por mi descuido.
Las cosas que hace
una cuando está necesitada de calor masculino.
Mamá se cruzó de
piernas a mi lado, dándome sin querer un toquecito en las mías, y yo la observé
mientras entrelazaba los dedos y charlaba sobre un musical al que había ido con
papá y al que Annie le apetecía ir, pero no encontraba entradas para ese año.
-Es desesperante
cada vez que intento entrar en la web de reserva y me encuentro con que todas
las butacas ya están cogidas, salvo las peores en el gallinero que, para colmo,
no están separadas. No quiero ir a ver El
Rey León a dos kilómetros del escenario, y mucho menos sin tener a Dylan al
lado. Llámame caprichosa, no sé, Sher, pero me gusta comentar las cosas que veo
con la gente con la que voy… fíjate, hace un mes fui con Mimi al ballet ruso, y
disfruté más por el hecho de ir con ella que por el espectáculo en sí (aunque
es precioso, si tienes la oportunidad, deberías ir)…
-¿Quieres que hable
con la organizadora, a ver si puedo conseguirte entradas? Es clienta mía. Le he
llevado varias cosas ya, y tenemos una relación bastante estrecha. De hecho,
cuando nos vio a Zayn y a mí, nos cambió las butacas a un palco que tenía
reservado, donde se ve todo precioso.
Me quedé mirando a
mamá. No sólo se estaba ofreciendo a ser la salvación de Annie; también podía
ser la mía.
Recogí el móvil y
le envié un mensaje.
Mamá,
pregúntale por Alec.
El móvil de mamá
vibró en su bolso, pero ella no hizo amago de cogerlo. Bufé y decidí
intentarlo.
Mamá,
por favor.
El teléfono vibró
de nuevo, pero ella no hizo más que estirar la mano y coger otra pastita.
Mamá,
pregúntale dónde está Alec, porfa.
Dio un sorbo y
siguió hablando con Annie, ultimando los detalles de su plan maestro para
conseguir que fuera a ver El Rey León.
Y yo me harté de
esperar.
Mamá.
Mamá.
MAMÁ.
MAMÁ.
MAMÁAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
M
A
M
A
M
A
M
A
M
A
M
A.
Mamá se volvió
hacia su bolso, por fin.
-Te echa humo el
móvil, Sher.
-Debería dejar de
darle mi número personal a los clientes-chistó, activando el modo no molestar…
… para lo cual tuvo
que encender la pantalla, y ver que todos los mensajes que había recibido eran
míos.
Me miró un segundo
y yo me mordí el labio, suplicante. Mamá asintió con la cabeza, tragó saliva y
se volvió hacia Annie... pero siguió hablando con ella como si nada.
Justo cuando pensé
que tendría que tragarme mi estúpido orgullo y mi más estúpida aún coartada y
preguntarle a ella personalmente (y, de
hecho, ya estaba reflexionando sobre cómo se lo diría a Alec y cómo iríamos los
dos juntos a explicárselo cuando yo ya estuviera más centrada después de echar
un puñetero polvo), Annie le contó a mamá que había tenido un par de faltas ese
verano.
Mamá abrió los ojos
como platos y yo procuré centrarme en mis uñas, decidiendo que aquel no era un buen momento para intervenir.
-¿De veras? Pero…
¿has…?
-Al final resultó
que sólo fue una falsa alarma. Un desajuste hormonal. Pero… no sé, Sher. La
verdad es que ya no me planteaba la maternidad de nuevo, ¿sabes? Creía que
estaba bien como estaba, pero…-Annie se sonrojó-. Bueno. Quizá un bebé
contribuiría a llenar un poco más la casa. Siempre he querido tener una gran
familia. Sabes lo mucho que me gustan los niños.
-¿Lo estás intentando?-sonrió
mamá, cogiéndole las manos, mientras yo cogía mi móvil y fingía responder a un
mensaje.
-Bueno, en
realidad… Dylan y yo lo hemos hablado un par de veces desde entonces, y él está
abierto a ampliar la familia, lo que pasa que… no sé-Annie suspiró-. Yo ya
tengo una edad, y las cosas sólo se complican con el paso del tiempo… ya has
visto lo que dicen en las noticias, cómo a partir de los 40 las posibilidades
de complicaciones en el embarazo o en el parto se multiplican por 5...
-Si es el parto lo
que te preocupa, no deberías. Ya has pasado por varios. Créeme, ni te enteras
del tercero-sonrió mamá-. Dar a luz a Duna para mí fue casi como
estornudar-sonrió.
-Ya, pero tú eras
más joven...-reflexionó Annie-. Además, está el hecho de los niños. Alec
tendría 18, o incluso 19, si el bebé llegara pronto. Es una diferencia muy
grande. No creo que él se acostumbrara.
Miré mi reflejo en
la pantalla de mi móvil, imaginándome a Alec sosteniendo a un bebé en brazos,
su hermanito pequeño… y tuve que contenerme para no empezar a babear. Se le
daban bien los niños pequeños. Trataba a Duna mejor incluso que Scott (y eso
que Scott adoraba a Duna), y por eso
ella besaba el suelo que él pisaba… así que con un bebé, su ternura sería
infinitamente mayor.
-Tonterías. Mira a Louis: tenía veintitantos
cuando nacieron sus hermanos más pequeños. No hay tanto desajuste. Hay muchas
familias en las que los hermanos se llevan más de dos décadas, y no pasa
absolutamente nada.
-Supongo que tienes
razón. De todas formas-Annie suspiró y miró al techo-, creo que sólo tengo un
poco de nostalgia de cuando Al y Mimi eran pequeños. Estaban mucho más en casa
de lo que están ahora.
Un calambrazo me
recorrió la columna vertebral. Ahora.
Ahora,
mamá.
AHORA.
La
miré e hice amago de tocarle el muslo, pero mamá ya estaba lanzada en su propia
Cruzada.
-Bueno, tú
piénsatelo. Todavía no eres vieja para ser madre, dicen que los 40 son los
nuevos 30. Y si no, siempre puedes adoptar-mamá sonrió y Annie clavó los ojos
en mí-. Las adopciones suelen salir bien. Quiero decir… a mí no me tomes de
ejemplo, yo estoy fuera de las estadísticas. Los hijos adoptados suelen ser
modélicos; Sabrae es la excepción a la regla.
Abrí la boca,
sorprendida, y le saqué la lengua a mamá mientras Annie se reía.
-Lo cierto es que
no lo había pensado… es buena idea. No tengo nada por seguro, pero es una buena
idea.
-Háblalo con
Dylan-sugirió mamá, echándose más té y rellenando la taza de Annie-. Pero con
los chicos en casa. Así ya no tendrás el síndrome del nido vacío sobrevolándote
las ideas.
-Como no lo haga a
la hora de comer, lo llevamos claro-Annie se echó a reír.
Y ahí fue donde
mamá entró a matar.
Por eso era la
mejor abogada de Inglaterra. Porque sabía elegir el momento perfecto.
-Por cierto, ¿dónde
los tienes?
Annie cogió su taza
de té y removió con la cucharilla.
-Mimi,
bailando-sentenció, y yo me quedé esperando, impaciente, a que terminara de
revolver. Cuando terminó de remover, pensé que hablaría, pero sólo se llevó la
taza a la boca y sopló. Cuando terminó de soplar, como reacia a dar un sorbo,
pensé que hablaría, aunque sólo fuera para darle más tiempo al té a enfriar.
Cuando terminó de esperar, pensé que hablaría, pero se llevó la taza a los
labios y finalmente dio un sorbo.
Cuando finalmente
dio un sorbo, pensé que hablaría, pero sólo dejó la taza en el platito con un
tintineo, y cogió una nueva tostada y comenzó a untarla con más mermelada.
Esperé.
Esperé.
Esperé.
Miró a mamá y abrió
la boca, y algo en mi interior, no sé el qué, me dijo que no iba a decir dónde
estaba Alec salvo que le preguntaran directamente por él. Puede que hubieran
discutido. Puede que aquella pequeña disertación sobre lo bueno que podía
llegar a ser Alec no fuera más que una reflexión que reforzara una discusión
anterior con él.
O puede que me
estuviera poniendo a prueba. Puede que tuviera una teoría, que él no le hubiera
dicho nada, pero, por la razón que fuera, Annie se oliera que la chica con la que
su hijo compartía cama estaba compartiendo en ese momento mesa con ella.
Es que, a esas
alturas, ya me daba igual. Como si no sabía nada y yo misma nos delataba. Quería
saber dónde estaba Alec.
Así que, rezando
porque la respuesta no fuera “trabajando”, me aferré al borde de la mesa y me
incliné ligeramente hacia ella, haciendo un esfuerzo por no sonar desesperada,
porque ya bastaba con que mi cuerpo lo gritara a los cuatro vientos; no había
necesidad de que también lo hiciera mi voz.
-¿Y Alec?
Mamá me miró de
reojo un único segundo, como recriminándome que hubiera puesto en peligro la
integridad de su móvil con tal de mantenerme en la sombra para acabar tirándolo
todo por la borda en cuanto las cosas se ponían feas. Annie podría cazarme.
Pero no lo hizo. Lo
cual me hizo pensar que Annie, de buena que era, podía llegar a ser tonta.
Al menos ya sabía
de dónde lo había sacado Alec.
-Ay, de verdad- suspiró
Annie, dejando la tostada al lado de su platito y llevándose una mano
trágicamente a la sien. Toqueteó su taza y comenzó con una diatriba en la que
me fue difícil no echarme a reír: cualquiera diría que estaba hablando del
mismo chico al que le había echado flores hacía media hora-. Es que no gano
para disgustos con este chaval. No puedo con él, Sherezade-confesó, girándose
hacia mi madre y hablándole a ella como si le hubiera preguntado ella y no yo-.
Está todo el día con lo mismo. No
piensa en nada más que en follar con chicas, los videojuegos puñeteros, y en
que tiene que ir a trabajar para ganar dinero para la maldita moto. La dichosa
moto-bufó, cogiendo la taza con las dos manos y llevándosela a los labios para
no sulfurarse-. Que cualquier día me da un disgusto con ella. O se lo doy yo,
porque cojo una llave inglesa y se la desguazo. Me tiene de la moto hasta el
coño, de verdad. Es que, ¡no se cansa de ella!-protestó, dejando sonoramente la
taza sobre el plato-. ¡Llega de clase, y ale, la puta moto para Amazon! Vuelve
de Amazon y, ¡ale!, a arreglar la moto, que tiene un ruido raro no sé dónde.
Termina de arreglarla y, ¡ale!, a mirar vídeos de motos en Internet. Le quito
el ordenador y, ¡ale!, a jugar a videojuegos de motos en el móvil. Le digo que
ya está bien de móvil y, ¡ale!, a jugar a videojuegos de motos en la consola.
Estoy hasta el coño. Motos por arriba, motos por abajo-bufó-. Y no te pienses
que puedo hacer nada, porque cuando no juega en casa con juegos de motos,
¡juega en casa de Jordan con juegos de motos! ¡Y si le castigo sin salir, es
peor, porque se me escapa por la claraboya de la habitación, se descuelga del
tejado y se pira igual! ¡Y cualquier día le pasa algo! ¡Todo por culpa de las
putas motos! ¡Estoy harta de las
putas motos!
Annie gruñó por lo
bajo y tomó un nuevo sorbo de su té para tranquilizarse.
-Scott es igual con
el tema de las galaxias. Está todo el día con lo mismo-murmuró-. Aunque supongo
que no puedo quejarme. A fin de cuentas, por lo menos con lo suyo aprende.
-Exactamente-espetó
Annie, tremendamente ofendida con el hijo que había traído al mundo. Yo me
revolví en el asiento. Acababa de darme varias pistas para localizar a Alec,
pero sólo una era verdadera. Tenía que andarme con cuidado si quería averiguar
cuál.
-Pero, ¿no se
cansa?-pregunté yo, alzando las cejas de manera que formaran una pequeña montaña
en mi ceño, mientras me estiraba para coger yo también un biscote y tener las
manos entretenidas con algo, o terminaría mordiéndome las uñas. Annie tomó otro
sorbo de su té.
-Qué se va a
cansar, nena, si ahora mismo está en casa de Jordan, jugando a juegos de motos.
Me miró por encima
del borde de su taza y tomó otro sorbo mientras mamá continuaba concentrada en
la suya, cuyo contenido estaba revolviendo también. Por la forma en que los ojos
de Annie se achinaron mientras me estudiaba, intuí una sonrisa, tan efímera
como la caricia de un amante secreto en una reunión social.
Mamá también sonrió
brevemente, pero a ella la pillé con las manos en la masa.
Por un instante
pensé que me había imaginado la de Annie, y que mamá sonreía sólo porque
finalmente había terminado sucumbiendo a la tentación…
… hasta que Annie depositó
su taza en el plato, de nuevo, y ni corta ni perezosa, apoyó ambos codos sobre
la mesa y se me quedó mirando con una ceja alzada y la boca rizada en una ligerísima
sonrisa, que en ella no tenía nombre, pero que en mi hermano y en Alec, sí.
Madre mía. Alec es igual que ella.
-Ah, muy bien, muy
bien-contesté, cogiendo tanta mermelada que terminé formando una especie de
volcán gigantesco en mi biscote, y clavando la vista en él para no tener que
seguir mirando a Annie y seguir poniéndome roja como un tomate-. No, si me
parece perfecto, es decir… ¿qué esperar de ellos?-pregunté, y mamá y Annie arquearon
las cejas. Me temblaban tanto las manos que tuve que emplear todas mis fuerzas
para evitar que la tostadita se me resbalara de entre los dedos-. Es que los
hombres son muy simples.
Annie parpadeó.
Mamá parpadeó.
Yo rompí mi biscote
a base de machacarlo con el cuchillo de untar, y traté de reunir la poquísima
dignidad que me quedaba (tuve que buscarla con lupa) mientras cogía los trozos
desmenuzados del mantel, frente a mí, y me los metía en la boca para tener la
lengua ocupada en algo que no fuera balbucear como una estúpida.
Ellas tuvieron el
detalle de retomar la conversación sobre bebés, de repente nostálgicas, mientras
yo cogía el teléfono y consideraba la posibilidad de encender una alarma para
fingir que me había llegado un mensaje y así poder largarme.
Alec estaba en casa
de Jordan. Y Jordan vivía enfrente de él.
Todo ese tiempo había
estado haciendo el bobo, metida en una casa a menos de veinte metros de aquella
en la que realmente estaba.
La situación era
incluso cómica.
Finalmente, opté
por pedirle a Momo que me enviara un mensaje.
¿Qué
necesitas que diga?
La notificación con
su respuesta, que no tardó ni medio minuto en encender la pantalla de mi
teléfono, fue lo que necesité para levantarme como un resorte.
-Dios mío, ¡llego
tarde!-grité, sosteniendo en alto mi móvil como si fuera un premio que me había
costado muchísimo ganar, y cogiendo apresuradamente mi bolso-. ¡Momo me acaba
de mandar un mensaje, me está esperando! ¡Se me ha hecho tardísimo! Me tengo
que ir ya-murmuré, empujando rápidamente la silla de vuelta en su sitio,
dándole un beso en la cabeza a mamá y otro en la mejilla a Annie-. No, no te
molestes, sé el camino hasta la puerta. Disfrutad del té. ¡Adiós!
-Cuidado al cerrar
la puerta, Sabrae, que se puede intentar escapar el conejo-me aconsejó Annie,
pero yo no la escuché; ya estaba trotando en dirección al timbre de la casa de Jordan,
con el eco del portazo que acababa de dar aún resonando por el barrio. Esperé
retorciéndome las manos en el regazo, inventándome alguna excusa por la que
llamaría a la puerta de un chico con el que apenas tenía relación.
Jordan por lo menos
me había caído bien toda la vida (de hecho, el único amigo de mi hermano al que
yo no había soportado durante un tiempo, resultaba ser Alec), pero nunca había
tenido tanta relación con él como la había tenido con Alec, por mucho que con
este último hubiera pasado una eternidad desde la última vez que nos habíamos
visto sin matarnos. La mejor virtud de Jordan era su capacidad de fingir que yo
no estaba allí cuando venía a casa de mi hermano; el mayor defecto de Alec, que
siempre me veía y me martirizaba en
cuanto me ponía a tiro, incluso cuando yo me escabullía a otra habitación o me
ocultaba tras un mueble sólo por no tener que inventarme un nuevo insulto con
el que dejarlo sin palabras.
Una chica de tez
oscura como el ébano y rizos azabache me abrió la puerta y se me quedó mirando desde
arriba. Parpadeó varias veces, como si nunca hubiera visto a una chica con
necesidad de sexo urgente en toda su vida.
-Hola, ¿está Jordan?
-¿Quién eres tú?
-Sabrae. Malik. Soy
hermana de Scott-expliqué, y la chica frunció el ceño-. Sí, ya sabes. Scott. Piercing
en el labio. Así de alto-levanté la mano-. Sospechosamente idéntico a Zayn cuando
tenía su edad.
-¿Perdona?
-Zayn. El de One
Direction-especifiqué-. El que hacía las notas altas.
-Ya, eh… mira, no
sé quién eres tú, ni quién es Scott, ni para qué necesitas a mi hermano, pero…
si vienes a liquidarlo, por la razón que sea-se revolvió en los bolsillos-, te
daré… ¡cinco libras!-celebró, extendiendo un billete ante mí-. Estoy harta de
que me chupen megas para ver mis series mientras juegan con la estúpida xbox.
-Hecho-respondí,
cogiendo el billete. La chica frunció el ceño; debería aprender a controlar sus
figuras retóricas en presencia de desconocidos-. ¿Dónde puedo encontrarlo?
Se recobró de su
sorpresa con una sacudida de melena y señaló con el pulgar al lateral de la casa.
-En el cobertizo. Tiene
puerta propia. Pasa sin miedo-añadió mientras yo salía disparada hacia el
jardín de la parte trasera del edificio-, el cartel de “perro peligroso” es
para los vendedores a domicilio.
Sinceramente, ni
siquiera había visto el cartel al que la chica se refería. Estaba demasiado
ocupada corriendo desquiciada hacia el lugar donde ahora sabía que iba a echar
un polvazo increíble. Es más; si hubieran tenido un foso de cocodrilos en el
jardín, habría saltado sobre sus lomos como en los juegos de plataformas
pixelados a los que a veces jugábamos en los recreativos las chicas y yo.
Crucé el jardín, de
césped crecido y salpicado de margaritas tempranas y dientes de león valientes,
y me encontré con una cabaña de madera, techo de pizarra y pequeñas ventanas en
la parte superior, para que se colara la luz pero nadie viera lo que pasaba en
su interior, conectada a la casa a través de un corredor de menos de un metro
de cemento y pintura desconchada.
Justo del lado al
que yo me acercaba a la construcción, había una puerta de madera más oscura que
el resto. A medida que me acercaba y el sonido de mis pasos quedaba amortiguado
por el suelo húmedo, el sonido procedente de su interior se volvía más nítido. Eran
dos voces, ambas masculinas; una que conocía muy bien, y otra que me resultaba
también familiar. A las palabras de Alec y Jordan los acompañaban sonidos de
disparos y música atronadora que hacía que te preguntaras lo roncos que
estarían al día siguiente si conseguían hacerse oír por encima de aquel
escándalo.
Giré la manilla de
hierro de la puerta y la abrí lo justo y necesario para entrar. Me quedé un
momento en el minúsculo vestíbulo, sorprendida de lo cuidado y funcional que lo
tenían los chicos: había un felpudo en el que limpiarse los pies después de
entrar y un escalón, como en las casas japonesas, al lado del cual un par de
playeros esperaban pacientemente a que su dueño los reclamara. En la pared
había un perchero del que colgaba un abrigo, y a continuación, la estancia se
abría hasta formar un cuadrado inmenso rodeado de estanterías llenas hasta
arriba de cajas de videojuegos curiosamente ordenadas (si teníamos en cuenta
que dos chicos eran los que habían reclamado aquel lugar). Había un equipo de
música en una esquina y una pequeña nevera en otra, en la que estaba segura que
había alcohol a rebosar.
Pero si había algo
que destacaba más que nada en la estancia, no era otra cosa que el sofá. En el
centro del cuadrado, casi con precisión milimétrica, estaba colocado un sofá en
forma de U que en otra vida había sido blanco, pero que el uso había teñido de
un sospechoso color café, era el rey del habitáculo. En la pared que daba a la
puerta, una televisión de no menos de 56 pulgadas bañaba la habitación con
todos los colores que uno pueda imaginarse. Rodeaba posesivamente una mesa de
madera oscura, baja, atestada de bolsas de palomitas, gusanitos, gominolas y
con varias latas de cerveza tiradas encima, arrugadas.
El sofá reposaba
sobre una alfombra de pelo blanca, marrón y negra, imitando los colores de un
animal de verdad.
Y sobre el sofá,
reposaban dos cuerpos, ambos espatarrados y ocupando el mayor espacio posible, en
la mejor exhibición de manspreading que
hubiera visto en mi vida. Jordan.
Y Alec.
Jordan fue el
primero en verme; a pesar de que estaba concentrado en el videojuego, mi
movimiento en un extremo de su campo de visión hizo que girara la cabeza hacia
mí, y abrió los ojos cuando registró mi rostro y se dio cuenta de que, ¡oye! Me
conocía.
Alec, por el
contrario, me daba la espalda; estaba tirado en la parte central de la U, con
la cabeza apoyada en un cojín y la cara girada hacia la televisión, moviendo
los dedos sobre el mando de la consola con una maestría que nada tenía que
envidiar a la forma en que los movía dentro de mí.
Estaba tan caliente
que envidié a ese mando.
Y él estaba tan
guapo… vestía una sudadera negra, pantalones de chándal grises, y tenía el pelo
revuelto y el ceño ligeramente fruncido por la concentración. Masticaba un
chicle que hacía que su mandíbula bailara a un son acelerado, al mismo son al
que quería que bailara su masculinidad dentro de mí.
Jordan soltó el
mando, lo que causó estragos en la partida, pues enseguida se escucharon los
típicos pitidos que preceden al desastre.
-Jordan, déjate de
mariconadas-gruñó Alec, todavía sin mirarme-, que todavía nos pesca la puta
pasma.
Y Jordan, ni corto
ni perezoso, agarró los pies de Alec y los tiró del sofá, puede que para
hacerme sitio a mí, o puede que para llamar su atención, lo cual hizo que su
amigo casi besara la alfombra peluda.
-¿De qué cojones
vas?-ladró Alec, molesto, encarándosele-. ¿No sólo me das siempre el mando que
menos carga tiene, sino que encima me boicoteas la partida cuando estoy a punto
de…?
Jordan le dio una
patada para que cerrara la boca y me señaló con la mandíbula.
Alec frunció el
ceño y se volvió, dispuesto a montarle el pollo del siglo a Jordan si aquello
era una broma…
… y abriendo tanto
la boca que casi se le cae el chicle cuando se dio cuenta de cuál había sido la
molesta interrupción. Sonreí.
-Hola.
-Que me jodan-gruñó
Alec, de rodillas frente a mí, y yo solté una risita. Así era como quería a mi
partidazo particular. Jordan se unió a mis risas.
-Me parece, hermano…
que es a eso a lo que ha venido, precisamente.
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Realmente lloro con el momento tomando el té, cuando Annie ha dicho donde estaba Alec realmente me esperaba que le dijera algo a Sabrae en plan zasca pero el hecho de quedarse simplemente bebiendo té mirandola ha sido la hostia.
ResponderEliminarLuego imaginarme el momento final de Alec arrodillado y diciendo No me jodas me ha puesto cachonda y descojonada a la vez, me lo he imagiando y realmente me despollo. Estoy impaciente por leer el polvo bestial que van a echar, te odio por cortarlo perra mala.
El capitulo no ha tenido la accion de otros pero tia cuanto mas lo pienso menos creo que es de relleno, o sea vale que puede que a la trama no le aporte mucho pero es super divertido, realmente se avanza aunque sea solo un poquito y ademas podemos conocer la dinamica de la relacion de Annie y Sher y como es Annie en realidad, y no solo lo que ve Alec, pero bueno me voy a callar un mes que estoy desvariando y no es plan jsjsjsjs
EliminarTremendo zasca le mete Annie a Sabrae estamos de acuerdo en que quien calla otorga, ya veras en el siguiente capitulo (el del 23, no el que acabo de subir) el salseisimo que hay, estoy ansiosa de escribirlo, a ver como me organizo a partir de ahora con las practicas, reza por mi
Y bueno el final??? La hostia en verso ya me diras si me odias despues de leer el siguente (la respuesta ya era NO incluso cuando no lo habia publicado, disfruta de tus dedos perra mala)