sábado, 23 de febrero de 2019

Marido interino.


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… me zambullí en su delicioso interior.
               Y me sorprendió la rapidez con que me hundí en sus profundidades mientras me catapultaba con ella hacia arriba.
               No me había resultado nada fácil. No sólo había tenido que enfrentarme a mis propias reticencias de abandonarla: jamás había estado comiéndole el coño a una chica mientras nos mirábamos a los ojos y nos cogíamos de las manos, compartiendo toda nuestra presencia y nuestra atención; nunca había tenido una conexión tan fuerte con nadie como acababa de tenerla con Sabrae. Verla mientras subía poco a poco, enredándose en las nubes cual grulla nocturna que quiere besar a la luna, mientras nuestras manos estaban juntas y nuestras almas se comunicaban en silencio, en un idioma que no entendíamos, fue una auténtica sesión de hipnosis para mí. Todos mis sentidos estaban centrados en ella: olfato, oído, tacto, gusto, vista. Sólo existía en lo que ella me tocaba, en lo que ella me respiraba, en lo que ella gemía y en lo que ella escuchaba de mí. Pero como lo tocaba todo, lo respiraba todo, lo gemía todo y lo escuchaba todo, estaba al completo, como no lo había estado jamás con ninguna chica.
               Ni con ninguna mujer.
               Con nadie.
               Sentía que era ahí donde debía estar, era ahí donde era yo mismo, al cien por cien; era ahí donde estaba mi propósito: mirándola a los ojos, cogiéndole las manos, mientras le daba un placer que nos recorría a ambos en oleadas con la boca.
                A toda aquella nueva dimensión que estaba descubriendo en mi interior, debíamos añadirle el hecho de que Sabrae no me habría dejado escaparme ni aunque yo quisiera. En sus manos había una velada desesperación; en sus piernas alrededor de mi torso, ansia; en su mirada, un amor tan infinito que se estaba cristalizando en forma de lágrimas.
               Mi chica era una sirena; la única sirena con la suficiente magia a su alrededor como para poder hacer de la cima de una montaña, laguna; de un desierto, un océano. La única sirena que podría atraerme a su costa, hacer que me estrellara con mi barco y besarme en el último momento para insuflarme un poco de aire.
               No podía quererla más. Era imposible. No había espacio físico en mi pecho para más sentimientos. Y pensar que se le veía a leguas que todo lo que yo sentía, ella lo sentía también. Como era más pequeña, su amor era más denso.
                Y como era más denso, le estaba gustando más.
               Sabrae había empezado a acompañar el movimiento de mi boca con las caderas, a contraer y relajar la boca en unos gemidos ahogados que yo me moría por escuchar. Sonreía entre dientes mientras se balanceaba para mí, casi desnuda, sólo cubierta por las mangas de su blusa y aquella corbata mía de la que se había adueñado en cuanto se la anudó al cuello.
               Entonces, ella me había soltado una mano, borracha de mis atenciones, tan enganchada a mí que era como una drogadicta que va aumentando su dosis hasta que termina siendo letal. Por suerte, yo no tenía más efectos secundarios que un momento de clímax en el que todo a tu alrededor se detenía un segundo, se olvidaba de la gravedad, y flotaba en torno a ti.
               Sabrae había llevado la mano al sofá, para empujarse más contra mi boca, mientras me suplicaba que continuara, que no parara, me decía que le gustaba mucho y que jamás había disfrutado tanto con nadie como lo hacía conmigo (estaba bastante seguro de que ella no se daba cuenta de que me decía esas cosas, lo cual no hacía sino enorgullecerme aún más), que tenía una boca que era increíble, que era imposible que algo pudiera hacerla disfrutar tanto…
               Y yo había aprovechado para alcanzar la caja de preservativos. Di gracias al cielo de que ya estuviera abierta mientras metía la mano en su interior, en busca de un paquete que se me resistió entre los dedos. Sabrae me soltó la otra mano y recorrió mi brazo en dirección al hombro cuando yo la sujeté de la cadera para acercármela más.
               -Alec…
               Empezó a temblar a mi alrededor, y yo supe que se me acababa el tiempo, incluso cuando no sabía todavía lo que tenía pensado hacer. Me bajé los calzoncillos hasta las rodillas, todo lo que me permitió mi posición de creyente rezándole a su diosa, liberando así mi erección. Empecé a cubrirla con el preservativo y confirmé lo que ya sospechaba: que nunca había estado tan grande, nunca había estado tan listo.
               La mano que me había recorrido el brazo llegó a mi cabeza. Los pies de Sabrae se enroscaron por culpa de lo que estaba haciéndole, de lo que estábamos haciendo.
               -A…l…-gimió, y arqueó la espalda y empezó a correrse.
               Y entonces, yo la cogí de las caderas, me incorporé, le abrí los muslos y entré en ella.
               Y dos palabras:
               Jo.
               Der.
               El interior de Sabrae palpitaba a un ritmo acelerado que me resultó insoportable.
               Pero no fue eso lo que me desquició.
               Lo que me desquició fue que ella dejó escapar un alarido y pasó a un nuevo nivel en el que yo no pensé que fuera capaz de jugar. Me clavó la uñas en el pecho hasta casi hacerme sangre, como alejándome de ella, pero no había nada que quisiera menos que el que nos separáramos: arqueó la espalda, dejándome llegar más lejos, y cerró las piernas en torno a mis caderas para que yo no pudiera escaparme.
               Casi sin moverme por culpa de la preocupación que me producía pensar que puede que le estuviera haciendo daño (había sido demasiado brusco y ella había chillado muy fuerte), me abandoné a su cuerpo y dejé que mi mente se quedara en blanco mientras volaba en su mismo cielo, pero muy por debajo de ella. Si yo acariciaba las nubes, Sabrae orbitaba en torno a la atmósfera.
               ¿Que por qué lo sé?
               Fácil.
               Porque hizo squirting.
               Y yo no me lo esperaba.
               De hecho, es que nunca había conseguido que ninguna chica hiciera squirting estando conmigo durante la penetración. Siempre había sido estimulándolas con la boca, y en todas las ocasiones, mi mordisquito de clítoris marca de la casa había jugado un papel clave.
               Y puede que hubiera acabado incluso antes de empezar, pero ni de coña quería terminar. Cuando Sabrae dejó de contraerse y de temblar como el móvil de un ejecutivo en plena reunión de negocios, le besé los pechos y ella abrió los ojos.
               -¿Estás bien?-le pregunté, y ella asintió. La corbata se deslizaba por su piel como una serpiente aplastada particularmente juguetona. Una sonrisa preciosa le cruzó la boca.
               -Creo que sí.
               -¿Crees?-repliqué, embistiéndola suavemente, y haciendo que ahogara un siseo. Se presionó los ojos con las palmas de las manos.
               -No lo sé, Al. Ahora mismo estoy en una nube. Dios mío…-susurró, ida, mirando mi pecho sin verlo realmente, acariciando las marcas de sus uñas en forma de medias lunas que poco a poco se iban haciendo más y más incandescentes en mi piel. Le besé la cabeza y froté mi nariz con la suya, un gesto que no solía usar con las chicas con las que me acostaba, pero con Sabrae estaba dispuesto a hacer una excepción, y ella me besó los labios y me acarició la mejilla.
               -¿Puedes seguir?
               Sonrió, y sus mejillas teñidas de rojo por lo que mi cuerpo había ocasionado en el suyo se hincharon como dos globos aerostáticos.
               -Lo que no puedo es parar.
               -Dios, menos mal-suspiré, y ella se echó a reír, lo cual tuvo un efecto curioso en nuestra unión-, porque es genial como estás ahora.
               -La cuestión es… ¿puedes seguir tú?-me dio un toquecito en la nariz y me sacó la lengua, y yo alcé las cejas, fingiéndome ofendido.
               -Podría seguir hasta el mes que viene, nena.
               -Supongo que tiene más mérito que digas esto ahora que estamos en enero, que cuando lo dices en febrero, ¿no? Qué suerte la mía, que te tengo más días para mí sola-estiró los brazos y sonrió, satisfecha, cuando mis manos recorrieron sus curvas y la tomaron de las caderas. Iba a moverla, pero ella se movió antes. Se balanceó en círculos a mi alrededor, haciendo que mi sexo alcanzara rincones curiosos del suyo.
               -¿Te estás riendo de mí? ¿Te parecen pocos los días que nos quedan para el mes que viene? ¿Me deseas hasta el año que viene?
               -Te deseo hasta mi último día-respondió, incorporándose. Me empujó suavemente para que me quedara arrodillado sobre la alfombra de pelo, y ella se sentó a horcajadas encima de mí. Comenzó a besarme hasta conseguir que me tumbara, y en ese momento ella tomó las riendas de todo: del polvo, de la situación, de mi vida, de mi corazón.
               Se inclinó para besarme y continuó agitando las caderas, sin prisa, mientras mis manos recorrían su cuerpo y las suyas recorrían el mío. No estábamos sólo follando: a pesar de que estábamos en el suelo, en un sitio no planeado, y que ella había venido sin previo aviso motivada por unas ganas de sexo que la consumían por dentro, nos las estábamos apañando para hacer el amor. Su forma de moverse, mi forma de acoplarme a ella, su forma de acariciarme, mi forma de sentirla y nuestra forma de besarnos no casaba del todo bien con la situación. Habíamos estado calentándonos el uno al otro hasta que explotamos en la misma erupción; pero ahora, pasados los terremotos y los ríos de lava, habíamos pasado de ser dos islas a una sola, el doble de grande que nuestra unión, de tierras negras y fértiles en las que ya empezaba a aflorar la vegetación.
               Sabrae apoyó las yemas de sus dedos en mis hombros y siguió moviéndose despacio, con los ojos cerrados y los dientes asomándose en su boca mientras se mordía el labio. Exhaló un suave gemido que me prendió de nuevo, como si yo fuera un incendio y aquel sonido una ráfaga de viento inesperada que hacía dudar la victoria de los bomberos que habían venido a extinguirme.
               Sabrae hizo una mueca y se quedó quieta.
               -¿Qué ocurre?
               -Es que… me está empezando a molestar un poco-murmuró, mirando nuestra unión. Yo hice lo propio, y procuré no calentarme todavía más al ver cómo mi miembro se hundía en el suyo, explorando aquellas profundidades en las que sólo unos pocos privilegiados habíamos podido bucear. Sabrae se movió de nuevo, sacándome un poco de su interior y aliviando la presión que ejercía en ella. No. Por favor.
               Me incorporé hasta quedar sentado, con la cara a la altura de la suya y le acaricié el mentón.
               -No me saques de tu interior-le pedí-. Por favor.
               Sabrae sacudió la cabeza despacio, de forma que sus trenzas y la corbata bailaron por su pecho. Le rodeé la cintura con los brazos y tiré un poco de ella para tener su nariz pegada a la mía, y las volví a frotar a modo de saludo esquimal. Sabrae respiró despacio en mi boca, y su aliento sabía a cielo y a un millón de promesas que sabía que estaba destinada a cumplir.
               -No podría ni aunque quisiera-murmuró-. Mi cuerpo es tu casa.
               Puso las palmas de sus manos en mis pectorales y subió hasta mis hombros. Me recorrió los brazos con los dedos mientras sus ojos inspeccionaban mi boca, examinando cada detalle de mis labios, cada pequeño surco que los hacía míos.
               -Me encanta estar en casa.
               Sabrae se mordió el labio y yo le besé los dientes. Esbozó una débil sonrisa y me abrazó el cuello.
               -Marca tú nuestro ritmo-le susurré al oído, y ella asintió y jugó con el principio de mi pelo en mi nuca-. No tenemos ninguna prisa. Podemos ir todo lo despacio que queramos.
               La escuché sonreír en su forma de respirar (es increíble cómo puedes conocer a alguien tanto hasta el punto de saber exactamente cuál es su expresión incluso sin tener que verle la cara), me dio un beso en el cuello y volvió a centrar sus ojos en los míos. Empezamos a besarnos despacio, como había hecho con Bey hacía lo que me parecía una eternidad, pero de una forma en que no lo había hecho con mi mejor amiga, ni tampoco lo había hecho con nadie. La atraje aún más hacia mí hasta tenerla entre mis brazos, abrazándome y cubriendo todo mi cuerpo con el suyo, y metí las manos por debajo de su blusa, que estaba un poco húmeda por culpa de su sudor. Le ayudé a quitársela, la lancé sobre el sofá, y luego, lentamente, le deshice las trenzas. Sus dedos se hundieron en su melena recién liberada para darle más libertad, y yo me descubrí envidiándolos. Quería ser yo quien acariciara su pelo, quien la peinara con los dedos, besarle cada mechón.
               Sabrae cogió las dos gomas que había usado para mantener las trenzas en su sitio, y con una sonrisa traviesa me las dejó en la muñeca.
               -¿Para mí?-pregunté en tono suave, juguetón, y ella sonrió.
               -Un regalo.
               -Qué generosa.
               -Siempre, sol-contestó, mirándome a los ojos y agitando la cabeza de forma que su pelo cayera sobre su espalda y me hiciera cosquillas en las pantorrillas, allí donde su cuerpo no me protegía.
               Nos besamos y acariciamos, adorándonos con boca y manos, hasta que ella se sintió preparada para volver a la acción. Empezó a mover ligeramente las caderas, y yo contrarrestaba sus movimientos yendo siempre en dirección contraria. Sus mejillas volvieron a teñirse de ese delicioso tono sonrosado y su respiración comenzó a acelerarse. Nos miramos a los ojos mientras nuestros cuerpos hablaban por sí solos, y nos sonreímos y nos seguimos besando a medida que la acompañábamos, poco a poco, a aquella cima del mundo desde la que debería reinar. Yo sabía que llegaría un punto en el que no podría ascender más, que mi cuerpo tenía unas limitaciones que el suyo no tenía, pero no me importaba: verla disfrutar era recompensa suficiente para mí.
               Suspiró profundamente cuando su ser empezó a contraerse, y cerró los ojos.
               -Saab. Bombón. Mírame-la tomé de la mandíbula y le acaricié la barbilla con el pulgar, y Sabrae, con mucho esfuerzo, consiguió hacer lo que le pedía, levantar los párpados y mirarme. Sus pupilas oscuras me devoraron, y me vi arrastrado a todo un universo que ella tenía dentro, dueña y señora de los cielos, de la tierra, el mar, y también del infierno. En aquellas pupilas oscuras y grandes, su alma brillaba con furia, la estrella más ardiente de cualquier universo, iluminando una verdad.
               En todos los universos que existieran, ella y yo estaríamos juntos.
               En todos los universos que existieran, ella y yo nos querríamos.
               En todos los universos que existieran, yo siempre encontraría las fuerzas para seguir luchando por ella.
               En todos los universos que existieran, ella seguiría haciendo que todo lo que yo hiciera por ella mereciera la pena. Con su cuerpo. Con sus besos. Con su amor.
               -Eres la chica más hermosa que he visto en toda mi vida-susurré, y Sabrae sonrió, y se contrajo en un dulce y suave orgasmo que me dejó ver los hilos de luz que la componían. Acaricié su boca mientras se curvaba en una sonrisa; poseí su sexo mientras éste se bañaba en un dulce maremoto que se convirtió en una tímida ola al llegar a la costa…
               Y ella me besó.
               -No ha estado a la altura-musitó en mis labios, pero yo sacudí la cabeza.
               -¿Eso crees? Yo creo que ha sido exactamente como era de esperar. Consecuente. Dulce. Me ha gustado.
               -¿De veras? ¿Incluso aunque no…?-señaló con un gesto de la cabeza en dirección a nuestros genitales, y yo fruncí el ceño.
               -Aunque no, ¿qué?
               -Aunque no hayas acabado-contestó, acariciándome los bíceps con las manos. Dios. No sabía qué le había dado hoy por mis brazos, pero fuera el que fuera el bicho que le había picado, deseé que fuera una enfermedad sin cura que sólo iba a más. Me gustaba mucho que me tocara como lo estaba haciendo. Sabrae no podía, literalmente, quitarme las manos de encima.
               -He acabado. A la vez que tú.
                Arqueó las cejas.
               -¿En serio?  Pues no me he dado cuenta. Vaya. Con lo que me gusta sentir cómo te corres dentro de mí-hizo una mueca y se apartó un rizo de la cara, y yo me eché a reír.
               -Sinceramente, bombón, me sorprendería que te hubieras dado cuenta de nada mientras te corrías. Nunca has tenido un orgasmo tan intenso estando conmigo.
               -Nunca he tenido un orgasmo tan intenso, en toda mi vida, punto-mi ego se hinchó como un globo al que le insuflan aire, y yo sonreí, orgulloso de mis dotes amatorias-. Pero, ¿tú cómo sabes eso? Porque ya he gritado mucho otras veces. Por ejemplo, en la mesa de billar, sin ir más lejos…
               -Aquella vez no hiciste squirting. Y hoy, sí.
               Sabrae frunció el ceño.
               -¿Que no hice qué?
               -¿No sabes qué es eso?
               -Suena a Pokémon-se echó a reír, como una niña pequeña e inocente que le coge una revista a su madre y la abre justo por la página en la que hay alguna modelo haciendo topless para anunciar una colonia. Aquel comentario me hizo preguntarme si Squirtle tendría alguna relación; al fin y al cabo, hacían básicamente lo mismo, ¿no?
               -Tienes que estar tomándome el pelo. ¿De veras no lo sabes? Es decir… los vídeos porno con más visitas son los que tienen a tías haciendo squirting. Es algo muy jodido. Y muy morboso.
               -Yo no veo porno-respondió, sacudiendo la cabeza con los ojos cerrados. Aquella fue una de esas ocasiones en las que fui consciente de repente de la edad que nos separaba, y las diferencias que suponían aquellos tres años que yo le sacaba tanto por experiencias como por nuestro género. Yo había empezado a ver porno a los 13 años. Puede que las chicas empezaran más tarde.
               La verdad es que nunca lo había hablado con Bey. Era algo que me había limitado a comentar con Jordan, y ambos habíamos dado por sentado que nuestra curiosidad por el mundo del sexo era algo propio a nuestra condición de adolescentes que acababan de entrar en esa etapa de la vida, y no por ser varones.
               Alcancé mi teléfono, que seguía encima de la mesa, a la espera de que termináramos, y toqué la aplicación de Twitter. Toqué mis favoritos y me puse a buscar algún vídeo que hubiera guardado en mi perfil por su contenido de alto voltaje, y cuando di con uno de una cuenta que contenía la misma palabra en su usuario, lo toqué, lo adelanté, y le tendí el móvil a Sabrae, que lo cogió con una mezcla de curiosidad y recelo. Frunció el ceño mientras miraba cómo un payaso que no sabía ni dónde tenía la mano derecha se la frotaba a una tía de tetas redondas y duras como piedras, labios hinchados y cara saturada de maquillaje, en el coño.
               Sabrae se revolvió, incómoda, y empezó a tenderme el móvil cuando la mujer se corrió.
               Mi chica abrió muchísimo los ojos, observando cómo del sexo de aquella mujer salía, básicamente, su orgasmo a chorro.
               -¿¡Yo he hecho esto!?-preguntó con voz aguda Sabrae, y yo asentí con la cabeza-. Dios mío-musitó, tapándose media cara con la mano y bloqueando el teléfono. Estaba roja como un tomate-. Lo siento. Yo…
               -Espera, ¿qué? ¿Cómo que lo sientes? ¡Pero si me ha encantado!
               -Pero… yo… te habré salpicado, y…
               -Joder, Sabrae, ¿tienes idea del morbo que da estar con una chica y que haga eso? Ya no sólo por lo que me gusta hacerte disfrutar. También hace que yo disfrute, ¿sabes? Si hubiera sabido que podías hacer eso, lo habríamos intentado mucho antes.
               Sabrae me miraba con expresión indescifrable.
               -¿Qué?
               -Eres un cochino.
               -Mira quién habla. Doña Squirtle, pistola de agua-me burlé, echándome a reír, y Sabrae empezó a golpearme en los hombros y en el pecho, llamándome gilipollas, zopenco, imbécil, chulo…
               Hasta que la cogí de la cintura y la atraje hacia mí.
               -Y todavía no has visto nada, nena. ¿Tienes idea del subidón que me acabas de dar? Lo único mejor que escucharte gemir lo bien que te follo y lo grande que la tengo y lo mucho que te gusta sentirme dentro, es conseguir que hagas squirting para mí.
               -No lo he hecho para ti, listo-me sacó la lengua-. Es que todavía no controlo del todo mis poderes de diosa del sexo.
               -¿Quieres que te ayude a aprender?-sugerí, alzando las cejas, y  Sabrae se echó a reír.
               -Creo que puedo sola, gracias.
               -¿Me dejarías mirar mientras aprendes?-le puse ojitos y ella volvió a reírse.
               -Eres un sinvergüenza.
               -Eso dice mi madre.
               -Y un bobo.
               -Eso dice mi hermana. Bueno, lo decía. Cuando tenía seis años.
               Sabrae se mordió el labio.
               -Te tengo muchas ganas.
               -Eso digo yo. Siempre que te veo. No me copies la frase.
               -Pero estoy cansada.
               Hice un mohín.
               -¿Y?
               -Que no podemos hacer nada más. Estoy cansada.
               -Sí que podemos. Puedes tumbarte aquí-señalé el espacio libre, a mi lado-, abrir las piernas, y dejar que yo haga el resto.
               -A ti te gusta que yo me mueva.
               -Oh, y te terminarías moviendo, Sabrae. ¿Por qué siempre subestimas mis capacidades? Soy un profesional de los orgasmos. Si te he hecho hacer squirting con penetración, imagínate lo que puedo hacer poniéndome encima de ti.
               -Deja de decir eso. Me da muchísima vergüenza-se tapó la cara con las manos y se balanceó a derecha e izquierda.
               -¿Por qué? No hay nada de malo en disfrutar del sexo, Saab.
               -¡Pues porque me he corrido a chorro en el sofá de casa de Jordan, Alec!-protestó, y yo abrí los ojos y miré en derredor.
               -Ah.
               No habíamos dejado rastro de lo que acababa de pasar, pero también es verdad que era un poco complicado que hubiéramos manchado nada porque lo que salía de dentro de las chicas cuando tenían un orgasmo tan intenso como el que acababa de tener Sabrae era de color transparente. Como agua, más bien.
               -Agua de coño-reflexioné en voz alta, y Sabrae me dio un manotazo en el hombro cuando me eché a reír.
               -¡Deja de pasártelo bien a mi costa, Alec! Me estoy cabreando contigo.
               -¿Quieres que repita la jugada, a ver cuánto te dura el enfado?
               Sabrae se me quedó mirando, con el ceño ligeramente fruncido en una mueca de niña obcecada… pero no consiguió ocultar su sonrisa durante mucho tiempo.
               -Serás gilipollas…-murmuró, y aunque sus palabras fueron un poco feas, el tono en que lo dijo y la sonrisa que le adornaba la boca no lo eran, así que no me lo tomé a mal.
               Es que… a ver. Era Sabrae. Nada que ella me dijera podría sentarme mal.
               O eso pensaba yo, hasta que me  dio un toquecito en los hombros y me dijo que se iba al baño.
               -Espera, ¿qué? ¿No puedes aguantar? Estoy muy cómodo…-musité, pero ella se echó a reír, negó con la cabeza y cogió la manta que habíamos dejado toda arrugada en el sofá para echársela por los hombros. Ahora que nuestro incendio se había reducido hasta una pequeña hoguera que no nos sumiera en la oscuridad, empezábamos a acusar un poco el frío del cobertizo. No es que estuviéramos helados como podíamos estarlo si estuviéramos fuera o no tuviéramos la estufa encendida, pero Jordan y yo siempre dejábamos el calorcito justo para estar cómodos llevando unos pantalones de chándal y sudadera.
               Y, claro… Sabrae y yo no llevábamos nada puesto.
               -Hay que ser responsables. Venga. Primero yo, y luego tú.
               -Pero yo no tengo ganas-bufé, cansado, con la esperanza de que mi pequeño intento de resistencia hiciera que se apiadara de mí y la hiciera quedarse. Me dio un beso en los labios para que dejara de hacer un mohín de disgusto y se puso en pie. Enseguida se cubrió con la manta, privándome de verla en todo su esplendor, con la corbata que me había robado y el sudor que yo le había regalado como únicas prendas que cubrieran su desnudez. Sabrae me guiñó un ojo al ver mi expresión disgustada y alzó la barbilla, altiva.
               A ninguno de los dos se nos escapó la mirada que me dirigió cuando se giró para rodear el sofá, aprovechando que yo sí que estaba desnudo y que la carne era demasiado débil como para dejar escapar la oportunidad de echarme aunque fuera un único vistazo.
                -Si no vas a ir, ¿quieres que me ocupe de algo?-preguntó, caminando para rodear el sofá con lentitud, como una geisha que entra en uno de los locales que regenta. Me miró por encima del hombro y yo alcé las cejas.
               -¿No me dejas verte desnuda, pero quieres vérmelo tú?
               -No estoy desnuda. Llevo tu corbata-me recordó, abriendo la manta lo justo como para que yo pudiera ver el tenue brillo plateado destacando contra su piel oscura.
               -Entonces yo tampoco estaré desnudo, porque todavía llevo puesto el condón, ¿no?
               -Eso es algo que podemos arreglar-contestó, guiñándome un ojo. Se dejó caer de rodillas a mi lado y aprovechó que teníamos que tirar el preservativo para acariciarme en todo mi esplendor, y yo me encendí. Le cogí la mano por la muñeca y le pedí, con la voz ronca:
               -Quítate la manta.
               Sabrae sonrió, se levantó con el condón usado en una mano y un extremo de la manta en la otra, y rodeó el sofá despacio, dándome tiempo a levantarme e ir tras ella para quitarle lo poco que la cubría y poder verla, por fin, desnuda. Alcancé la manta con el pie y la apreté contra el suelo con el talón. Contemplé desesperado cómo Sabrae se la pasaba por la piel a medida que se alejaba, y cuando por fin ya no podía llevársela más lejos, simplemente la dejó caer y caminó, desnuda, hacia el baño.
               Abrió la puerta, me miró por encima del hombro, vuelta lo suficiente como para que yo pudiera verle solamente el culo, y esbozó una sonrisa lasciva cuando entró en su interior y yo lancé un gruñido de disconformidad.
               Me incorporé hasta quedar sentado y me estiré en dirección a la cajetilla de tabaco. Escuché cómo Sabrae bajaba la tapa del retrete, y me descubrí pensando si sería la primera chica que lo utilizaba. Que yo supiera, sólo Jordan y yo pasábamos en el cobertizo el tiempo suficiente como para utilizar el baño: su hermana había venido algunas veces con sus amigas, pero odiaba el pequeño lavabo y siempre se iba a la casa, atravesando el pequeño corredor de madera y hormigón que Jordan y yo habíamos construido cuando teníamos 14 años (antes de eso, mi padrastro y su padre se habían limitado a poner un techo rudimentario sostenido sobre unas cuantas vigas, pero el primer día que llovió Jordan y yo descubrimos que nada podía hacer la lámina de uralita que se suponía que debía evitar que nos empapáramos).
               Mi miembro empezó a despertar al imaginármela en el baño, estrenando una de tantas cosas en mi vida, y tuve que reprimir el impulso de levantarme e ir a buscarla para reclamarla de nuevo. Sin embargo, que pudiera contener mi cuerpo no significaba que fuera a contener mi imaginación: me vi a mí mismo levantándome, yendo hacia el baño y descubriendo la puerta entreabierta, dejándome ver el interior, en el que Sabrae se contemplaba en el espejo mientras se pasaba las manos por el pelo, haciéndose una coleta apresurada en la que domar sus rizos… aún con mi corbata al cuello, y nada más. Sus pechos estarían redondeados y ligeramente levantados por su posición, haciendo que fueran mucho más apetitosos, y sus pezones estarían aún endurecidos por lo que acabábamos de hacer, y también por el frío.
               Nuestras miradas se encontrarían en el espejo, y Sabrae parpadearía. No diría nada cuando abriera la puerta. No diría nada cuando me acercara a ella. Sólo se daría la vuelta, se sentaría en el pequeño lavamanos y abriría las piernas, prometiéndome su delicioso paraíso.
               Busqué mis calzoncillos, porque si seguía en ese plan, no sería responsable de mis actos. Sólo con un poco de ropa cubriéndome era capaz de pensar con claridad; mi desnudez podía ser la perdición de Sabrae, sí, pero también sería la mía.
               Encendí un cigarro y le di una calada apresurada, tratando de desviar mi mente de la gravedad de Sabrae, que no dejaba de recordarme que estaba allí con los ruidos que hacía en el interior del baño: tapar la taza, tirar de la cadena, arrojar el condón a la basura y lavarse las manos.
               Me quedé tumbado en el suelo, mirando al techo, contando hasta 50 en griego y ruso intercalados para estar distraído y no pensar en ella. Escuchar el pomo de la puerta girándose para que ella saliera me empujó a dar otra calada apresurada, y lancé la nube de humo bien lejos de mí mientras Sabrae se arrodillaba, recogía la manta y se enrollaba de nuevo en ella. Hizo una mueca cuando vio que me había puesto los calzoncillos.
               -Creía que habíamos quedado en quitarnos cosas, no ponérnoslas.
               -Ojo por ojo-contesté, aplastando el cigarro contra el cenicero y mirándola desde abajo. Vista en aquella perspectiva, parecía hecha de contrastes: toda negro y marrón, blanco y gris.
                Era igual que una reina del invierno, con su manto blanco para pasear por sus tierras, y su cabellera oscura como las noches sin luna. La piel le brillaba por el sudor y las endorfinas, sus ojos chispeaban y su melena era suave incluso a la vista. Sus labios estaban un poco más hinchados por mis besos y sus mordeduras, y a pesar de lo basto de la manta con la que se cubría, se podían intuir sus preciosas curvas por debajo.
               Tenía ante mí a toda una diosa.
               -Dios-susurré, contemplándola e incorporándome hasta quedar sentado-. Estoy enamoradísimo de ti.
               Sabrae sonrió, y de entre los pliegues de la manta surgió su rodilla cuando se inclinó para besarme. Nos cubrió a ambos de forma que estuviéramos bajo una tienda de campaña improvisada, y me pasó las piernas alrededor de la cintura. Metió una mano por el interior de mis calzoncillos y jadeó en mi boca al encontrarse con mi erección, que acarició con ternura.
               A la mierda todo.
               Le ayudé a quitarme los calzoncillos y la agarré de la cintura. Con rapidez, nos hice rodar para acabar yo entre sus piernas, y ella entre mi cuerpo y el suelo. Sabrae soltó una risita adorable y sus piernas rodearon mi cintura, lo que hizo que mi imaginación saliera volando hacia el sur, hacia el este, a un país donde el agua cristalina cambiaba de color a cada hora del día, donde había siempre dos amaneceres y dos atardeceres: el verdadero, y el reflejado en el Mediterráneo.
               Recordé que le había prometido que me la llevaría a Grecia algún día, y supe en ese instante, cuando me la imaginé en la cama que yo siempre había ocupado en el país donde había nacido mi madre, hecho de salpicaduras de tierra en el mar, recibiéndome mientras yo me apoyaba en el vano de la ventana para colmarla mejor, con las cortinas blancas enredándose en nuestros cuerpos, que sería ese mismo verano. No podía esperar. No sabía cómo lo haría, cómo lo compaginaría con el voluntariado, pero no podía dejar pasar otra Nochevieja sin saber lo que era poseerla en Grecia.
               Empecé a besarla y a acariciarla, y pronto mis dedos llegaron a su entrepierna y Sabrae ahogaba suspiros y gemidos.
               -Alec… tenemos que hablar.
               -Sí, mi polla aún tiene unas cuantas cosas que decirle a tu coño-asentí con la cabeza, buscando la cajita de condones, calculando cuántos nos quedarían y cuánto tardaríamos en necesitar otra al ritmo que íbamos.
               -¡Alec!-me riñó ella, llenando la sala de su risa musical.
               -Madre mía, es que, ¡mira qué buena estás!-jadeé, tirando de la manta y contemplándola debajo de mí, en todo su esplendor: su pelo negro hacía de halo oscuro que enmarcaba su preciosa cara, sonriente por la sonrisa luminosa que le ocupaba toda la boca. Su pecho subía y bajaba, haciendo que sus senos se balanceaban, al compás de su respiración acelerada. Sus caderas hacían una pequeña hendidura antes de escalar por sus piernas separadas, mi nueva casa.
               -Estoy cansada-susurró, pero me acarició el pecho y los abdominales, y jugó con el vello que enmarcaba mi erección. Sus dedos despertaron ríos de fuego en mi cuerpo, y una erupción estalló en mi entrepierna.
               -Sólo necesitamos que abras las piernas, bombón. Yo me ocupo del resto.
               -Ya las tengo abiertas-fue su respuesta, parpadeando despacio. Sonreí. Mi niña traviesa, siempre dispuesta a jugar.
               Saqué un paquetito plateado del interior de la caja morada e hice ademán de rasgarlo, pero Sabrae me cogió las manos y sacudió la cabeza.
               -Al, de verdad… quiero hablar primero. También he venido para eso.
               Dejé el paquetito de la mesa, recriminándome a mí mismo ser tan unineuronal y tan corto de miras. Por supuesto que Sabrae quería hablar. Teníamos mucho de lo que hablar. No sólo de mi polvo con Bey, aunque estaba seguro de que eso ocuparía la primera página de nuestra conversación: también debíamos tratar el tema de lo que habíamos hecho y no en Nochevieja. Debía ayudarla a llenar todas las lagunas que tenía en la noche.
               No necesitaba a su amante ahora mismo. Aunque había venido a buscarlo a él también, lo había encontrado antes que a la otra versión de mí mismo que también le pertenecía. Ya había tenido sexo, ya estaba tranquila y satisfecha: ahora, no quería orgasmos, sino respuestas. Quería a Alec amigo, no al Alec novio-en-funciones.
               -Gracias, amor-sonrió, dándome un pellizquito en la barbilla cuando yo dejé el paquetito encima de la mesa. Me negué a meterlo en la caja: siempre he sido una persona optimista.
               Y, sinceramente, dudaba que Sabrae quisiera que lo metiera en la caja.
               Me tumbé de costado a su lado y la atraje hacia mí para darle un beso en la frente.
               -¿Has comprobado que el condón no se hubiera roto?-ella me miró un momento y asintió despacio-. Vale. Genial. Es que… con Bey se nos rompieron unos cuantos-Sabrae parpadeó, a la espera de que continuara, y como se mantuvo callada, yo seguí-. Al final, tuvimos que hacerlo sin nada.
               Alzó una ceja.
               -Vaya, ¿así que con Bey sí, y conmigo no?
               -No te celes, nena. Bey toma la píldora todos los días. Problemas hormonales. Si lo hicimos sin protección fue por eso. Bueno, y porque se nos acababa el tiempo.
               -¿A qué te refieres?
               -Me dijo que si no lo hacíamos esa noche, yo ya no querría hacerlo con ella. Que era nuestra última oportunidad-la miré-. Al principio pensé que sólo estaba siendo un poco melodramática, pero… tenía razón. Ahora lo sé-volví a besarla en la frente-. Ya no habrá ninguna que me atraiga tanto como lo haces tú, nena. No después de esto-reflexioné, enredando mis dedos con los suyos y mirando nuestras manos unidas. Sabrae hizo un mohín.
               -No es tan fácil encontrar a una chica que haga squirting, ¿eh?
               -No es por eso. Es por la conexión. Disfruté con Bey, no te lo voy a negar, pero… ninguna se compara con lo que tú puedes hacerme-Sabrae se mordió el labio, mirándome-. Nunca había hecho esto. Mirar a una chica a los ojos mientras se lo estoy comiendo, quiero decir. Siempre estaba demasiado ocupado haciéndolo más sucio, más profundo, de forma que ella disfrutara más, pudiera correrse y luego folláramos muy sucio, como a veces me apetece hacerlo. Nunca me había parado a disfrutar de lo que es estar aquí con una chica. Nunca había querido que el momento se acabara nunca como me acaba de pasar contigo.
               Sabrae me escuchaba con toda su atención; sus ojos estaban húmedos, y su mirada se centraba exclusivamente en mí.
               -No quería que se acabara jamás. No quería que llegaras nunca-confesé-. Quería pasarme toda la tarde devorándote, toda la noche, toda la semana. No quería que me soltaras las manos ni que cerraras los ojos. Sé que piensas que para ti es más especial porque tienes menos experiencia; pero créeme, bombón: cuando llevas toda la vida buscando un tesoro, te alegras más cuando por fin lo encuentras que si simplemente te tropiezas con él. La anticipación es mejor que la sorpresa. Y tú combinas las dos cosas. Lo que yo estaba buscando, y lo que no sabía que buscaba.
               Cogí su mano y le besé la palma, y Sabrae sonrió.
               -¿Recuerdas que te prometí que te diría que te quería sólo cuando no tuviera nada más que decirte? Bueno, pues… cuando estábamos ahí, era una de las dos únicas cosas que podía decirte. Eso, y que no quería que pararas, porque disfrutaba muchísimo-dejó su frente pegada a la mía y suspiró.
               -No me importaría que rompieras tu promesa.
               -Aún tenemos mucho de qué hablar. Y sé que, el día en que te lo diga, no podremos hablar demasiado.
               -Hablar está sobrevalorado-le mordisqueé el cuello y ella soltó una risita.
               -Pero te necesito, Al. Necesito que me aclares algunas cosas.
               -Lo que quieras, bombón.
               -Vale…-se mordió el labio un momento y se apartó un mechón de pelo de la cara.
               -¿Por qué quieres empezar?
               -Antes que nada, por simple curiosidad… ¿te gustaría que la tomara yo?
               -¿El qué?
               -La píldora-explicó-. Como Bey. ¿Te gustaría?
               Solté un bufido y me reí entre dientes.
               -No me hagas pensar en cómo sería correrme dentro de ti y ver mi semen saliendo después de tu interior, Sabrae. Dijiste que querías hablar. Hagámoslo. Pero no de eso, por favor.
               -Entonces, ¿el tema Bey queda vetado oficialmente?-se apoyó en su codo y se me quedó mirando, con los ojos entrecerrados-. Me parece súper mal.
               -¿Vamos a empezar, entonces, por eso?
               Sabrae caviló un momento, meneando la boca a un lado y a otro.
               -No-decidió por fin-. Empecemos por el principio. Cuéntame qué sucedió en Nochevieja.
                La tensión debió de reflejarse en mi rostro, porque apenas habló, frunció el ceño y me atravesó con su mirada, leyendo mis pensamientos incluso cuando a mí me costaba descifrarlos. No sabía cómo iba a contarle todo lo que había pasado aquella noche sin asustarla, pero tampoco quería guardarme nada para mí que a ella, más que a nadie, le interesaría saber. Se me ocurrió que quizá debía contárselo todo sin más, como si lo estuviera comentando con mis amigos, como si estuviera dándole el parte el parte a su hermano de lo que había pasado y por qué tenía sangre en mi camisa, como Scott había hecho con Tommy cuando se propasaron con Eleanor y había empezado todo aquello, pero deseché rápidamente la idea: no podía contárselo como Scott se lo había contado a Tommy, porque no estaba en la misma situación con Sabrae que Scott con Eleanor.
               Scott se había comportado hasta entonces como un hermano para Eleanor. Yo había pasado de esa categoría hacía mucho tiempo.
               -Alec-urgió Sabrae-. Sea lo que fuera lo que pasara entre nosotros, te aseguro que para mí no significa nada. Sé que no fue tan gordo como tú lo estás considerando ahora. Venga, habla-me dio un toquecito en el hombro para darme fuerzas, y yo suspiré.
               -No ha pasado nada entre nosotros-aclaré, y ella asintió con la cabeza.
               -¿Lo ves? Lo sabía. Así que, si no es nada entre nosotros, no tienes por qué preocuparte. Vamos, di.
               -Bueno… como sabrás, te emborrachaste mucho. Esa fue la razón de que no hiciéramos nada. Absolutamente nada-alegué cuando sus cejas se arquearon un poco-. Va en serio. Me tomo muy a pecho el tema de la sobriedad, especialmente después de hablar contigo y que me cuentes todo eso de los abusos sexuales y… en fin. Siempre había sido muy consciente de qué está bien y qué está mal, especialmente con respecto a las chicas. Tú sólo me has ayudado a perfilar un poco más esa línea.
               Una sonrisa torcida le asomó en la boca.
               -El caso es que… bueno, Scott te estuvo cuidando un rato, mientras yo buscaba comida y agua para que tomaras y que te sentara un poco mejor al estómago. No hay mucho que contar respecto a eso.
               -Tengo algunos recuerdos de eso-asintió con la cabeza, tamborileando con los dedos en mi pecho-. De ti quitándote la camisa.
               -Era para ponértela. Sabrae, te lo juro: no hicimos nada. Estabas muy mal, y yo jamás me aprovecharía de ninguna chica en esa situación, ya no digamos de ti. Sólo quería… estabas revolviéndote en la cama, y bueno, llevabas ese mono tan bonito que a mí me parecía un poco incómodo…
               -Lo es, si estás tumbada en una cama-se echó a reír, relajando la tensión del ambiente. Suspiré y negué con la cabeza.
               -Qué buena persona soy, siempre pensando en tu comodidad-puse los ojos en blanco mientras Sabrae se reía-. El caso es que… bueno, estabas bastante mal, yo te cuidé, no hicimos nada, a pesar de que tú insistías mucho. Porque sí, nena: eres la típica borracha caprichosa. ¿Quién lo iba a decir, eh?
               Sabrae se tumbó a mi lado, con los codos abiertos y la mejilla apoyada en una mano.
               -Hay algo que no me estás contando. ¿Qué es?
               Me quedé de piedra. Por supuesto que se iba a dar cuenta de que le estaba ocultando algo; me conocía mejor que a la palma de su mano, y podía leerme incluso mejor que a ésta. Dicen que en nuestras manos se esconde nuestro futuro, pero a Sabrae no le interesaba su futuro: le interesaba su presente, y su presente era yo.
               Sabrae parpadeó, a la espera de que por fin llegara al puerto al que las aguas me estaban arrastrando: era fuerte, podía manejarlo. Además, ella era la protagonista de lo que había sucedido en aquella cocina; no se merecía que la dejara a oscuras.
               De modo que tomé aire y decidí soltar la bomba, con la mayor delicadeza posible, eso sí, para que la onda expansiva no fuera demasiado grande.
               -Verás… antes de eso, tuvimos una pequeña… “incidencia”, por así decirlo.
               -Ajá.
               -No sé cómo es que te emborrachaste tanto en tan poco tiempo. Supongo que al ser tu primera vez saliendo en Nochevieja, era de esperar que te descontrolaras un poco, pero el caso es que tuve que ir a buscarte. Tus amigas vinieron a mi encuentro; yo estaba con mis amigos, esperando a que llegara la hora a la que habíamos quedado para subir a la habitación y estar solos por fin, y de repente las veo aparecer entre la gente. Imagínate mi cara cuando vi que sólo eran tres, y que tú no eras ninguna de esas tres.
               -¿Me escapé?
               -No sé si te escapaste o te dejaron sola o simplemente no se dieron cuenta de que te habías marchado. A decir verdad, ellas también estaban bastante mal. Por eso pienso que lo de la borrachera fue por ser vuestra primera vez; me imagino que lo era de todas. Así que fui en tu busca.
               -¿Te costó encontrarme?
               -Hombre, me agobié un poco, no te voy a mentir, porque viendo cómo estaban tus amigas… rastreé todo el piso de arriba, por si habías ido a esperarme a alguna habitación, o habías subido con la intención de que yo fuera detrás; luego miré en el jardín, y en el último momento se me ocurrió ir a buscarte a la cocina. Estabas allí.
               -Emborrachándome más-dedujo ella, y yo chasqueé la lengua.
               -En… cierto sentido.
               -¿Cómo que “en cierto sentido”, Alec? ¿Qué estaba haciendo en la cocina? No recuerdo mucho de la noche después de empezar a emborracharme, pero te aseguro que recuerdo que todo el alcohol estaba allí. Y que nos vimos después de que yo empezara a beber. Y lo que hicimos en el pequeño pasillo-añadió en voz baja, como si alguien pudiera escucharnos, aunque supongo que no hay tono de voz adecuado en el que confesar que te acuerdas perfectamente de cómo el chico con el que estás enrollada básicamente te chupó un pezón en público, aunque eso sí, cobijados por la oscuridad. No sabía qué me había pasado aquella noche, pero si te soy sincero, no me arrepentía de todo lo que había hecho con ella antes de que ella se emborrachara tanto-. ¿Qué haría si no en la cocina?
               -Supongo que fuiste porque querías beber más. Te habrías bebido el agua de la taza del váter de la habitación si yo te hubiera dejado.
               -Alec-musitó, impaciente.
               -Estabas con un tío-dije sin rodeos, porque no encontraba la forma de decírselo de otra manera. No podía dejar de pensar en lo que habría pasado de no haber llegado yo a tiempo: ahora que se había abierto la caja de Pandora, mi cabeza estaba trabajando a la velocidad del rayo, poniéndose  en un escenario peor que el anterior a cada segundo que pasaba.
               Supongo que en eso consiste, en cierto sentido, querer a alguien, ¿no? Angustiarte por las cosas que podrían haber salido mal cuando te encuentras a esa persona en una situación complicada, como Sabrae lo había estado con aquel payaso.
               Sabrae abrió los ojos y parpadeó despacio, digiriendo la información.
               -¿Con un tío? ¿Yo?
               -Bueno, más bien él estaba contigo. No quiero que te asustes, nena: te prometo que no pasó nada. Yo mismo lo evité. Te estaba metiendo el hocico, pero tú no parecías muy convencida, así que todavía estaba en proceso de convencerte cuando yo llegué.
               -Dios mío… yo… lo siento muchísimo. No me acuerdo de nada. No pretendía.
               -No te disculpes. No es culpa tuya-le besé la frente y le puse la mano en la cabeza-. Es más, verte con él me hizo entender lo mucho que yo significo para ti-Sabrae frunció el ceño y abrió la boca para preguntar, pero se calló cuando yo le expliqué-: la única razón por la que le permitías estar tan cerca y tratando de besarte, era porque pensabas que era yo. Aunque una parte de ti no se lo creía del todo, así que por eso te apartabas.
               Sabrae se mordió el labio y se quedó mirando el borde del sofá, que hacía las veces de fuerte para nuestra pequeña conversación. Le pasé un brazo por la cintura y la atraje un poco hacia mí mientras ella digería la información que yo acababa de darle. No podía imaginar lo que estaría sintiendo en aquel momento: se sentiría utilizada, sucia, engañada. Todo lo que habíamos pasado, los sacrificios que habíamos hecho el uno por el otro, las continuas conversaciones nocturnas y las veces que habíamos desnudado nuestras almas, la forma en que estábamos aprendiendo a amoldarnos al otro… en peligro por culpa de un hijo de puta que no había aceptado un no por respuesta.
               Seguro que se sentía vulnerable. Seguro que se sentía impotente. Seguro que una parte de ella pensaba ridículamente que me había traicionado, cuando todo había escapado a su control.
               La atraje un poco más hacia mí, dándole calor y protección, haciéndole saber que yo entendía lo que había pasado y que no le guardaba ningún tipo de rencor, porque sabía que era totalmente inocente, y le di un beso en la mejilla.
               -¿Qué me hizo?
               Negué con la cabeza.
               -Nada. No fue lo bastante rápido. Ni siquiera te besó, ni una sola vez. Te lo prometo.
                Joder, era un puto gilipollas. Yo pensando en que Sabrae podría sentirse mal por mí, y ella mientras tanto siendo consecuente y preocupándose primero por sí misma. Al fin y al cabo, ella era la víctima en la situación, no yo. Yo sólo había sido un simple efecto colateral.
               Me pasé la lengua por las muelas. Ella había sido más lista que yo, siempre. Por eso me había dicho que no. No se merecía a alguien que pensara primero en sí mismo y después en ella, especialmente en estas situaciones. Menudo gilipollas me había vuelto.
               -Alec. Sol-susurró, tomándome la cara entre las manos-. ¿Qué te pasa? ¿Me estás mintiendo?
               -No.
               -Entonces, ¿qué ocurre? ¿Por qué has cambiado de humor tan de repente?
               -Porque soy un capullo, Sabrae. Mientras te lo contaba y tú estabas callada, no hacía más que pensar en que te sentirías mal porque sentirías que de alguna forma me habrías traicionado. Y no sería así ni en broma-Sabrae frunció el ceño-. Mientras tú pensabas en lo que te había hecho y en lo que podría haberte pasado, yo estaba aquí, como un gilipollas, comiéndome la cabeza por lo que tú crees que eso significaría para mí.
               -Sé que sería duro para ti-respondió-. Pero entiéndeme, Alec. Me estás contando algo desagradable. Primero debo mirar por mí misma. Aunque, ahora que lo dices… ¿tú estás bien?
               -¿Yo?
               Me tocó la cara y asintió con la cabeza, y yo sentí que un nudo se me deshacía en el estómago para instalárseme en la garganta. Dios mío, no me la merecía. Incluso en ese momento en el que debería mirar por sí misma sólo y exclusivamente, lamiéndose las heridas en soledad si era necesario, tenía un trocito de corazón reservado para su preocupación por mí.
               Ni viviendo mil vidas llegaría a ser digno de ella.
               Ni viviendo mil vidas llegarían a quererla tanto como la quería yo.
               Me incliné y le di un beso en los labios.
               -Yo estoy bien si tú estás bien, bombón.
               -Estoy bien-me aseguró-. Sólo tengo un poco de mal cuerpo, pero...-se estremeció-. Se me pasará, estoy segura. Es sólo el shock del momento.
               -¿Puedo hacer algo por ti?
               Sabrae se me quedó mirando un instante.
               -Sí. Un par de cosas-sentenció por fin, tras un momento de silenciosa reflexión-. Contéstame a algo: ¿qué hiciste cuando lo viste? ¿Te enfadaste?
               -¡Pues claro!
               -¿Con quién?
               Alcé una ceja.
               -¿Crees que me enfadaría contigo?
               -Sólo compruebo una cosa-contestó, encogiéndose de hombros.
               -Pues, ¡con él, por supuesto! Tú no tenías culpa de nada. Estabas borracha. No sabías dónde estabas. No sabías con quién estabas. Pensabas que estabas conmigo.
               Sabrae esbozó una dulce sonrisa.
               -De acuerdo, ¿y qué fue del chico? ¿Yo le hice algo? ¿Me defendí de alguna manera, o…?
               -Apenas te tenías en pie-solté un bufido a modo de risa y ella puso los ojos en blanco y susurró un fastidiado “qué lástima”-. Pero yo te vengué, no te preocupes.
               -¿Qué hiciste?
               -Le reventé la cara contra la encimera-proclamé, orgulloso-. Lo hice tan bien que seguro que ni su madre lo reconoció cuando llegó a casa… si es que llegó.
               Sabrae sonrió, se inclinó hacia mí y empezó a besarme despacio, con besos que no obstante fueron invasivos a pesar de su dulzura. Nuestras lenguas se enredaron y noté cómo Sabrae dejaba de estremecerse por los nervios, toda ansiedad borrada de su cuerpo a golpe de caricias y besos. Sus manos recorrieron mi cuerpo; las mías recorrieron el suyo.
               -¿Y la segunda cosa que puedo hacer por ti?-pregunté, y ella sonrió.
               -Esperaba que me lo preguntaras-puso su mano entre nosotros, con un paquetito plateado entre los dedos-. Haz que olvide lo que me acabas de contar. Hazme el amor.
               No tuvo que pedírmelo dos veces. La dejé en el suelo, sobre la alfombra tupida y suave, y la penetré mirándola a los ojos. Lo hicimos despacio, como se merecía nuestra primera vez tumbados. Había pasado el tiempo suficiente como para que los dos termináramos, y yo lo hice antes que ella, que al principio estuvo un poco tensa, pero pronto se relajó gracias a mis besos y a que fui obediente cuando me pidió un nuevo favor, mientras aún estaba dentro de ella y nuestros cuerpos todavía eran uno:
               -Dime lo que sientes por mí. Me gusta oírlo.
               Dejé un reguero de besos y dulces te quieros por toda su boca, su cara y el resto de su cuerpo que podían alcanzar mis labios sin que nuestra conexión corriera peligro. Ella se estremeció, y poco a poco empezó a subir hacia aquellas estrellas que la miraban con envidia cada vez que las alcanzaba, pues ninguna era tan hermosa ni tan brillante como Sabrae cuando llegaba al orgasmo.  
               -Te quiero-le dije mientras se abandonaba al placer de su cuerpo, dejando un beso en sus labios entreabiertos, que se ahogaban en busca de aire y de mí. Nos habíamos dado la mano y mi otra mano descansaba en su cadera, disfrutando de aquel dulce ritmo inestable que seguía su cuerpo cuando por fin culminaba.
               -Y yo a ti-me respondió en pleno abandono a sí misma, y sonreí. Me la quedé mirando desde arriba, disfrutando de ese plano a vista de pájaro del que podía ver tantas cosas. A veces hay milagros de la naturaleza que sólo los dioses pueden ver; por eso, los mortales debíamos conformarnos con aprovechar al máximo cuando, por la razón que fuera, disfrutábamos de sus mismas vistas.
               Sabrae abrió los ojos por fin y se me quedó mirando. Se tapó la boca con la mano al darse cuenta de lo que me había dicho, y yo me eché a reír.
               -Técnicamente no me has dicho que me quieres, aún. Sí me has dicho otras cosas en otras ocasiones.
               -Déjame adivinar-se pasó una mano por la cara, espabilándose y abrió un ojo-. Estando borracha, ¿verdad?
               -Sí. En Nochevieja-anuncié, triunfal-. Me dijiste que estabas enamorada de mí.
               -Estaba borracha-se justificó.
               -Ya sabes lo que dicen: los niños y los borrachos siempre dicen la verdad, así que…-me encogí de hombros, abriendo las manos y dejando las palmas vueltas hacia arriba, y Sabrae se revolvió debajo de mí, aún rodeándome.
               -Así que imagínate una niña borracha.
               -No eres una niña-protesté-. Lo que quería decir es que te imaginaras las ganas que tengo de que salgamos, tú bebas y me lo repitas.
               Sabrae abrió la boca y se rió.
               -Puede que empiece a controlarme con el alcohol. Mi última experiencia con él no ha sido muy buena, ¿sabes? No puedo ir por ahí despendolada. Podría pasarme algo. Últimamente mis compañías no son las más adecuadas.
               -¿Discúlpame? ¿Cómo que te podría pasar algo? ¿Y que tus compañías no son adecuadas? ¡Ja! No habrías estado mejor cuidada en esa fiesta con ninguna otra persona. Yo soy quien mejor podría haberse ocupado de ti.
               -Scott estaba allí.
               Me eché a reír. Sí, Scott, el que perdía piercings dentro de sus novias. Ése Scott.
               -Sobrestimas mucho a tu hermano y me subestimas mucho a mí. ¿Dónde estaba él entonces, cuando te encontré? ¿Eh?
               -Es una persona ocupada-respondió Sabrae, echándose a reír, pero yo no iba a dar mi brazo a torcer tan fácilmente.
               -Sabrae. Te estuve cuidando. Con un calentón de la virgen. Admite que no hay nadie que pudiera hacerlo mejor que yo. Ni siquiera tu hermano. Es más, es que me atrevería a decir que ni tu padre te habría cuidado mejor que yo en esa situación, tan cachondo como estaba yo.
               Hizo una mueca.
               -Eso ha sonado rarísimo, Alec.
               -No me refiero a que le pongas tú, imbécil. Me refiero a que…-suspiré y hundí los hombros, haciendo un gesto con la mano como si tuviéramos a Sher y Zayn delante-. Mira la mujer que tiene. Ni de coña habría sido tan responsable con ella como yo lo fui contigo. Así que yo ayer me puse en modo padre. Y me lo puse mejor que él.
               -¿Significa eso que tengo que empezar a llamarte “papi” a partir de ahora?-preguntó, inclinando la cabeza hacia un lado. Chasqueé la lengua.
               -Hombre, no te voy a negar que dicho de tus labios suena bien, pero es que todo lo que tú digas me va a sonar bien, así que…
               Sabrae me empujó fuera de ella y se quedó mirando su entrepierna mojada. Alcanzó un paquete de pañuelos cuya función en aquella habitación no pienso desvelar ni bajo tortura, y se acurrucó a mi lado después de que yo anudara el condón.
               -¿Quieres tener hijos?-soltó de repente.
               -¡Guo!-salté yo, sorprendido porque me hubiera salido por ahí. No pude frenarme, ni siquiera pensé en mi contestación-. ¿Qué es esto? ¿Una proposición? ¿He ascendido de novio en funciones a marido interino?
               Por toda respuesta, Sabrae esbozó una sonrisa y se acurrucó contra mí. Me dio un beso en el hombro para decirme que esperaba mi contestación, y que esperaba que fuera sincero. Que me había hecho una pregunta improvisada, pero no quería una respuesta así. Quería que me lo pensara, que buscara dentro de mí y le dijera la verdad. Incluso le valdría con un “la verdad es que no lo he pensado”, pero ambos sabíamos, en cuanto se hizo un huequecito a mi lado, que aquella no iba a ser mi contestación.
               Recordaba haber tenido esa misma conversación con Chrissy. Cómo me había inclinado en la furgoneta y le había dicho que no había pensado en críos, que tenía 17 años y toda la vida por delante para preocuparme por ellos. Cómo le había dicho, en tono de broma aunque totalmente en serio, que podía contar conmigo si no encontraba un tío con el que tenerlos y quería quedarse embarazada. A fin de cuentas, a una mala yo tendría que soltar mi materia prima en un botecito y la ciencia se encargaría del resto; a una buena, Chrissy se abriría de piernas en un día marcado por las apps de ovulación que usan las mujeres y los dos disfrutaríamos del proceso.
               A Chrissy le había dicho que no me lo planteaba y que no se preocupara por eso.
               Pero claro, cuando había hablado con Chrissy, estábamos en una furgoneta, y ella estaba vestida.
               Y, sobre todo, sobre todo…
               ... igual que me había pasado con Bey…
               … no era Sabrae.
               -Sí-me escuché decir, y Sabrae sonrió, y yo sonreí, y por dentro algo en mi interior se removió, porque, ¡GUAU! ¡QUIERO TENER HIJOS! ¡Y PARECE QUE LOS QUIERO CON LA CHICA QUE TENGO AL LADO!
               Por supuesto, ¿con quién, si no?
               -¿Y tú?
               -Sí-murmuró-. ¿Sabes cuántos? ¿O sólo uno?
               -No, uno no-arrugué la nariz-. Uno es poco. Y no tendría hermanos.
               -Tener hermanos es genial.
               -Sí. Aunque las hermanas pequeñas sois muy cargantes a veces.
               -Y los hermanos mayores sois unos pesados.
               -¿Sexo?
               -¿No te parece que lo hemos hecho bastante ya?
               -¡Hablo del sexo de tus hijos, Sabrae!
               -¡Oh!-Sabrae se echó a reír-. No sé. Supongo que ambos. Me gustaría la parejita, como mínimo. Y adoptar.  Me gustaría mucho adoptar un niño. O un adolescente. Lo tienen muy crudo a medida que se hacen mayores, como los animales de perrera; a más viejos, menos posibilidades de encontrar una familia-reflexionó, y sus ojos se nublaron un momento mientras estaba perdida en sus ensoñaciones-. ¿Y tú?
               -El primero, niño. Seguro.
               -¿De veras? Vaya. Yo prefiero niña. Somos más fáciles de criar, según mamá. Yo le he salido más dócil que Scott.
               -He visto burros menos tozudos que tu hermano-solté, y Sabrae se echó a reír y asintió-. Pero a vosotras os pueden dejar embarazadas.
               -Qué desastre, ¿eh? Lo peor que le pueden hacer a una chica es un bombo.
               -No, pero su hermano mayor estaría ahí para alejar a los buitres, como hago yo con Mary.
               -Se me había olvidado que eres todo un hermano protector, marca registrada-se burló Sabrae.
               -Tú ríete, pero anda que no le habré sacado yo las castañas del fuego poco a Mary Elizabeth. Y Scott contigo, igual.
               -Yo no me meto en líos.
               -¿Con esa cara? No me sorprendería nada si tu segundo nombre fuera “Problemas”. Sabrae Problemas Malik-me eché a reír y Sabrae hinchó los carrillos.
               -Muy gracioso, pero yo soy muy buena chica. Me porto bien siempre y Scott no tiene que mover un dedo para resolver mis problemas. Sé hacerlo yo solita.
               -Eso te crees tú. Y eso se cree Mimi. Y luego venís corriendo a la mínima ocasión a lloriquearnos, “ay, Alec, ay, Scott, ay, Tommy”.
               -Alec-murmuró.
               -¿Qué?
               -¿A ti te gusta ser hermano mayor?
               -Pues claro. Si no fuera un hermano mayor, sería porque Mimi no existiría. Y tengo que reconocer que es bastante toca cojones si se lo propone, pero es mi hermana. La quiero con locura.
               -Eso me pasa a mí-musitó, abrazándose a mi costado.
               -¿Tú también quieres a Mimi con locura?
               -No, bobo. Yo también quiero a Shasha y Duna con locura. No las cambiaría por nada del mundo. Ni a Scott.
               -No hacía falta la aclaración.
               -Sí que la hacía. Si no, le irías con el cuento; te conozco.
               -Él fue tu primera palabra. Igual que yo fui la de Mimi. Eso ya dice más que nada.
               Sabrae se mordisqueó el pulgar.
               -¿Cuál fue tu primera palabra?
               -Mamá.
               -Qué original-Sabrae puso los ojos en blanco.
               -¡Oye! No todos tenemos hermanos mayores a los que adorar, ¿sabes?-protesté. Algunos aprendemos a llamar a mamá pronto para que ella pueda venir a impedir que nos caneen.
               Aunque la culpa no la tenía Aaron. No del todo, al menos. La tenía mi padre.
               Era un milagro que yo no hubiera aprendido de él. Gracias a Dios, mamá me había sacado de su zona de influencia antes de que yo pudiera empezar a imitarlo. Aaron, en cambio… tardaría años en aprender que pegar a la gente a la que debía querer no estaba bien.
               Y que pegar a la gente a la que odiaba, como Mimi, tampoco estaba bien, por mucho que él lo creyera justificado.
               Sabrae se quedó callada, dejándome pensar, sumida ella en sus propios pensamientos. Estiró la cabeza en todas direcciones, examinando el cobertizo y los muebles que Jordan y yo habíamos elegido a conciencia para poder entrar en aquel lugar con la certeza de que podríamos sobrevivir en él una semana.
               -Todavía nos queda algo por hablar-le recordé, dándole un mordisquito en la piel del hombro.
               -¿Te refieres a los nombres?-bromeó, y se incorporó un poco-. ¿No te parece que este sitio no es el adecuado para tener una conversación tan trascendental?
               -¡Oye! No te metas con el cobertizo. Jordan y yo lo acondicionamos. Era un puto garaje de mierda en el que su padre guardaba el cortacésped. Él y yo lo hicimos habitable hace tres veranos: le cambiamos el tejado, lo recubrimos de madera por dentro y le hicimos una cámara de aire a las paredes para que aísle el ruido y el frío. El parqué lo puse yo-informé, orgulloso, y Sabrae echó un vistazo a los rincones de madera ocre que asomaban aquí y allá-. Jordan montó los muebles mientras yo lo iba colocando. Entre los dos forramos las paredes de madera después de darle la capa de hormigón. Lo único que no hicimos nosotros fueron los conductos de la calefacción del suelo: eso era cosa de expertos, así que lo hicieron nuestros padres.
               -¿Qué hay del baño?
               -Los azulejos los puso Jordan, pero las juntas del retrete y el lavamanos son cosa mía.
               Sabrae se incorporó hasta quedar sentada, examinándolo todo con una nueva curiosidad.
               -¡Ah! Y los cables fue cosa de los dos. Jordan se ocupó del de Internet. Yo hice la instalación eléctrica. Es fácil una vez que le pillas el tranquillo. Cuando quieras enchufes nuevos en tu casa, me llamas, que todavía me acuerdo de cómo se ponen.
               -¿Por qué no estudias arquitectura, o una ingeniería?-quiso saber ella, volviendo la vista hacia mí-. Se te da bien construir cosas.
               Puse los ojos en blanco y me dejé caer sobre la alfombra, cubriéndome con la manta.
               -No me da la cabeza para tanto, Sabrae. Todavía estoy pendiente de si repetiré curso o no, ¿recuerdas?
               -Si repites va a ser porque te dé la gana. ¿Por qué no te quieres, aunque sea solo un poco?
               -Pero, ¡si yo me quiero!-protesté, destapándome y mostrándole mi torso desnudo-. ¡Mira qué bueno estoy!
               Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Ya me entiendes Al.
               -Sí, ya te entiendo, Sabrae-asentí, tapándome de nuevo. Ella me arrebató la manta y corrió hacia el baño otra vez. Dejé el condón encima de la mesa, en el cenicero, y miré por la ventana; ya era noche cerrada, aunque puede que ya lo hubiera sido cuando llegó Sabrae. La verdad es que siempre perdía la noción del tiempo cuando entraba en el cobertizo de Jordan; habíamos decidido ponerle ventanas pequeñas no sólo porque así se conservaría mejor el calor, sino también porque así tendríamos más intimidad. En lo que no habíamos pensado era que, cuando no tenías la referencia del sol, era imposible que te orientaras bien. Acababas pasándote horas en un lugar en el que sólo querías pasar tres cuartos, como máximo.
               Cuando regresó, lo hizo de nuevo enredada en la manta, tan preciosa como siempre y a la vez como nunca. Se sentó a mi lado aún embutida en la manta, y luego la extendió para taparme con mimo.
               -¿Estás psicológicamente preparada para…?
               -Quiero hablar de lo de Bey.
               Asentí con la cabeza.
               -Es justo. Bueno, me imagino que no pretenderás que te cuente lo que hicimos, ¿no?
               -Hombre, ya que no me avisaste para que me uniera a la fiesta, estaría bien hacerme una imagen mental-puso los ojos en blanco y se echó a reír.
               -No te voy a decir que no disfruté, porque sería mentir. Y tampoco que no significó nada para mí. Es la primera chica de la que me enamoré. Aunque no lo hice tan intensamente como lo estoy ahora. Además… es mi mejor amiga.
               -Ajá.
               -Pero sí que pensé en ti. Muchísimo. Apenas te pude sacar de la cabeza, y… no sé. No hay mucho más que contar. No le puse tu cara, eso sí. No soy tan cabrón.
               -Problema tuyo.
               Me reí.
               -Créeme, nena: si tuvieras a Bey desnuda delante de ti, tú tampoco le pondrías la cara de otra chica. Está muy, muy buena. Las dos lo estáis-añadí apresuradamente.
               -No tienes que hacer eso, Al. Sé que lo haces con buena intención, pero mi belleza no tiene nada que ver con la de Bey. Las dos podemos ser guapas, las dos podemos estar buenas, y puedes querernos a las dos sin que eso influya en lo que sientes por la otra.
               -Vale. Sólo… no quería que te sintieras mal. Simplemente. Estoy de acuerdo, pero las chicas sois muy sensibles con el tema de con quién os comparáis.
               -Bey siempre me ha caído bien; incluso diría que somos amigas lejanas. No me molesta que me comparen con ella más de lo que me molesta que me comparen con otras. Yo valgo por mí misma, no por lo que mejore o empeore en otras chicas.
               -Eso es lo que más me gusta de ti-sonreí, acariciándole la boca, y Sabrae imitó mi sonrisa-. Entonces, ¿todo bien con el tema de Bey?
               -Depende. ¿Hiciste que se corriera?
               -La duda ofende.
               -Entonces sí. Todo bien.
               -Varias veces, además. Como contigo.
               -¡Oh! Así que, ¿no soy especial?
               -¿Tú que crees?-pregunté, agarrándola de la cintura y tirando de ella para sentarla en mi regazo. Sabrae sonrió, me acarició la nuca y me dio un piquito.
               -¿Te dijo algo sobre mí?
               -No hablamos mucho, Sabrae. La verdad es que fue un poco aquí te pillo, aquí te mato.
               Entrecerró los ojos.
               -Sabes que mientes fatal, ¿no?
               -¿Desde cuándo?
               -A mí me mientes muy mal.
               -No pienso decirte lo que hablé con Bey. Es privado.
               -O sea, que si quiero saber si te dijo expresamente que yo aprobaba lo vuestro antes de que accedieras a acostarte con ella para saber si me puedo fiar de ti, tendré que preguntárselo directamente, ¿no?
               -Es mi mejor amiga. No pienso delatarla. ¿Delatarías tú a Amoke?
               Sabrae sonrió.
               -Te lo dijo, ¿no es así?-al ver que yo no decía nada, su sonrisa se amplió un poco más, y sus dedos hicieron una pirueta en mi nuca, haciendo que se me acelerara la respiración-. Sí. Te lo dijo. Si no, tú no te habrías acostado con ella. Te daría miedo hacerme daño.
               -Te prometí que te sería fiel, pero que primero me despediría de mis chicas. Bey también es mi chica.
               -¿Y eso lo recordaste tú solo, o te echaron una mano?
               Me relamí los labios y clavé la vista en el techo mientras esbozaba una sonrisa.
               -Se lo dijiste tú, ¿a que sí?-adiviné-. Que sólo faltaba ella. Y que era su oportunidad.
               -No pensaba que Nochevieja fuera a ser su oportunidad, sinceramente. Pero sí que le dije que tenía que acostarse contigo aunque sólo fuera una vez. Para no sentirse tonta por quererte aunque tú me quisieras a mí. Por dos cosas: porque la sigues queriendo… y porque te mereces que te quieran, Al.
               -Nena, si estás tratando de convencerme para lo del trío… de verdad que no tienes necesidad. Sólo tienes que convencerla a ella. Yo ya estoy más que dispuesto.
               Sabrae se echó a reír, negó con la cabeza.
               -Te quiero sólo para mí.
               Nos besamos un poco más, hasta que nos cansamos de estar sentados en el suelo del cobertizo. A regañadientes, accedí a levantarme, pero protesté tanto cuando Sabrae cogió su blusa para empezar a vestirse que ella me ofreció un regalo inesperado.
               -¿Quieres una foto?
               -¿Qué?
               -No tienes ninguna foto mía que sólo tengas tú-explicó-. Todas las que tienes, son porque te las has bajado de las redes sociales, o son las fotos chorra que te he pasado por Telegram. ¿Quieres una para acordarte de hoy?
               -¿Crees que voy a olvidarme de lo que ha pasado hoy?
               -Alec-Sabrae puso los brazos en jarras-. Te estoy ofreciendo un regalo muy apetitoso.  Mira cómo estoy-aludió, abriendo los brazos, y los botones del centro de su blusa se pusieron en tensión. Quise preguntarle cómo tenía pensado ponerse el sujetador, pero entonces comprendí lo que estaba diciendo.
               -Vale. Quítate la blusa.
               -¿Qué?
               -Confía en mí. Quítate la blusa. He decidido que sí que quiero mi foto.
               Sabrae parpadeó, confusa, y se llevó unas manos indecisas a los botones de su blusa.
               -No vas a hacerme una foto en tetas, Alec. Por ahí no pienso pasar.
               -¿Quieres callarte? Tengo una idea.
               -Soy hija de mi padre. ¿Tienes idea de lo que vale una nude mía?
               -No vale más para la prensa de lo que vale para mí, créeme, pero no estoy interesado en hacerles una foto a tus tetas. Aún llevas mi corbata-señalé-. Quiero tener algo que poder mirar por las noches, cuando no pueda dormir, y quiera recordar lo bien que te quedaba mi corbata.
               Sabrae se mordió el labio.
               -Sólo hay una persona que tiene menos interés que tú en que una foto íntima tuya se filtre a la prensa, Sabrae. No seas desconfiada.
               -¿Quién?
               -Yo-me encogí de hombros-. Eres mi chica. No eres mi novia. No quiero perder las pocas papeletas que tengo de que esto vaya a más. No se te va a ver nada, créeme.
               Sabrae sonrió, se desanudó la blusa y se quedó de pie frente a mí. Se apartó el pelo de  los hombros y se tapó instintivamente su sexo, pero yo no estaba interesado en retratarlo… aún.
               -Yo me refería a una foto más… de nosotros-musitó.
               -Va a ser de nosotros-respondí, arrodillándome. Sabrae hizo lo propio y se me quedó mirando. Se cubrió los pechos con la mano mientras y encendía la cámara, sólo por si acaso. Me incliné para darle un beso en los labios y tranquilizarla-. No se te va a ver nada. No te preocupes.
               -No estoy nerviosa por eso. Es que… nunca había posado para nadie.
               -Eso no es problema.
               -¿Me sacarás bien?
               -Eres la chica más hermosa del mundo, Sabrae. Es imposible que no te saque bien.
               Sabrae sonrió, jugueteó con su pelo y se quedó mirando a la cámara. Lentamente, retiró las manos de sus pechos, y yo me quedé sin aliento, contemplándolos en la pantalla…
               … pero, aunque la tentación fuera fuerte, más lo eran mis ganas de tener algo que pudiera mirar sin temor a que alguien lo viera. No podíamos arriesgarnos, no todavía. Quería que la primera vez que me enviara fotos de su cuerpo fuera porque a ella le apetecía, no porque yo se lo pidiera. Vale que había sido ella quien me lo había ofrecido pero… no era lo mismo.
               Sabrae tragó saliva y sus mejillas se encendieron.
               -Hazla. Quiero que me veas.
               -Y yo poder ponérmela de fondo de pantalla en nuestra conversación. Tápate.
               Sabrae sonrió.
               -Eres espíritu de contradicción, ¿eh?
               Se llevó las manos a los senos, pero luego se lo pensó mejor, y en su lugar los cubrió con los codos. Se mordió la uña del pulgar y miró directamente a cámara, hermosa, lasciva, desafiante y confiada. Su piel era de chocolate; su melena, negra como el carbón, y sus ojos brillaban como dos luceros en la noche, haciéndole competencia a la sonrisa pícara que se intuía tras su mano. Mi corbata contrastaba en su cuerpo, acorralada entre sus pechos redondeados y bien sostenidos por sus brazos.
               -Mi regalo de Navidad-dijo, sonriente, cuando se la mostré y me dio un beso.
               -¿Otro más?
               -Te lo mereces. Por lo bien que me has tratado hoy.
               -¿Es que no te trato bien siempre?
               -Pero hoy has estado mejor que el resto de días.
               Le dediqué una sonrisa torcida.
               -Sabía que conseguir que hicieras squirting tendría su recompensa, pero no me imaginaba que no sería la recompensa en sí.
               Sabrae se echó a reír y comenzó a vestirse, dándome la espalda.
               -¿Qué haces esta noche?-preguntó cuando estuvo ya vestida, con toda la ropa salvo las medias rotas, que hechas un ovillo en la mano.
               -Qué hacemos esta noche, querrás decir-respondí, ajustándome la capucha de la sudadera y consiguiendo que una de las comisuras de su boca se elevara en una nueva sonrisa torcida. La tomé de la cintura y la acompañé a la calle, cerrando con el talón la puerta del cobertizo de Jordan. Necesitaba parar en casa antes de irme con ella; ni de coña iría yo a ningún sitio que no fuera el gimnasio con los pantalones de chándal y la sudadera, ya no digamos a una cita con Sabrae.
               -¿Quieres que espere aquí?-preguntó Sabrae, mordiéndose el labio, de repente tímida cuando llegamos a la puerta de mi casa y yo metí las llaves en la cerradura. Me volví para mirarla.
               -No sé. ¿Prefieres esperar?
               -No le has dicho nada todavía a Annie de lo nuestro, ¿verdad?
               -Eh… no. No ha salido el tema de conversación, la verdad.
               -Entonces, quizá sea mejor que espere fuera.
               -Entra hasta el hall. Hace frío. Y no tienes medias-insistí. Sabrae sonrió, se abrazó a sí misma cuando atravesó la puerta y se quedó esperando en el vestíbulo. Le susurré que no tardaría un minuto y me lancé escaleras arriba.
               Con la mala suerte de que no lo hice lo bastante rápido.
               -¡Alec!-celebró mi madre, que estaba sentada en el sofá en L, tomándose una taza de té con la mismísima Sherezade Malik.
               Joder.
               Mi suegra.
               ¿Qué coño hace todavía aquí? Si habrán pasado horas desde que Sabrae…
               Sher esbozó una sonrisa cómplice mientras se llevaba la taza de té a los labios. Fuera lo que fuera lo que hubieran estado hablando, estaba claro que era un tema de conversación largo. O puede que simplemente hubieran estado esperando a verme llegar.
               -Eh… hola, Sher. No te había visto. Perdona, llevo un poco de prisa, es que…
               -¿Adónde vas?–inquirió mi madre-¿Hay algún fuego?
               -Qué va, es que… he quedado y ya voy tarde.
               -Para no perder la costumbre-suspiró ella, dejando la taza de té en su platito-. Dile a Sabrae que pase, y así no coge frío.
               Me quedé a cuadros. Literalmente sentí el suelo fundiéndose bajo mis pies.
               ¿Cómo que dile a Sabrae?
               ¿Desde cuándo coño sabía esta mujer que yo estaba con…?
               La madre que me parió.
               Claro.
               Nochevieja.
               -¿Perdón?-pregunté, y mamá hizo un gesto con la mano.
               -No seas maleducado, Alec. Dile que entre y se tome una tacita de té con nosotras mientras te cambias.
               -Pasa, bombón-la llamé, y mamá esbozó una sonrisa marisabidilla. Sentí, más que vi, cómo Sabrae salía del vestíbulo y se quedaba en la planta baja, a mi espalda, mirando a nuestras madres con ojos como platos, sin saber qué decir. Tenía la espalda rígida y las manos apretadas en un puño para disimular lo mucho que le temblaba el pulso.
               -¿Y tus medias, Sabrae?-preguntó Sher, y me giré al tiempo de ver cómo Sabrae las sostenía en alto. Sherezade se las quedó mirando.
               -Bueno, parece que te viene de familia que te gusten los hombres que rompen medias.               -Vas a comprarle otras inmediatamente-ordenó mamá, y yo asentí.
               -A eso venía, mamá. A por pasta y a cambiarme. Nos vamos al centro.
               -Trae el pelo suelto-observó mi madre, a la que debían fichar urgentemente en la Nasa. Clavó sus ojos castaños en mí y su boca se vistió con una sonrisa malévola-. Pobrecilla. Debes de ser un peligro con algo a lo que agarrarte mientras folleteas.
               -¡MAMÁ!-protesté, escandalizado, mientras las dos mujeres se echaban a reír y Sabrae se ponía roja como un tomate-. ¿Qué coño dices
               -¿Te parece bien, Annie?-preguntó Sabrae con un hilo de voz, y yo me la quedé mirando. A mi madre que le parezca como quiera. Tú y yo vamos a seguir juntos contra viento y marea.
               -Sí, mujer, por supuesto que sí-mamá agitó la mano en el aire-. Si es que realmente tú eras la única que podía domar al toro bravo que tengo por hijo. Menudo espécimen has ido a escoger, hija mía.
               -¡Mamá! ¡Que yo soy un chico muy formal! ¡Que visto de camisas!
               -Si fuera tan simple…-gruñó, y Sabrae dio un paso hacia mí y se colocó a mi lado. Me acarició la mano y yo respondí entrelazando mis dedos con los suyos. Nuestras dos madres se miraron y empezaron a reírse como dos colegialas. Ni Sabrae se reía ya así.
               -¿Cómo lo…?-empecé, pero mi madre me cortó.
               -Alec. Por favor. Cuando tú vas a un sitio, yo ya he venido de ahí lo menos siete veces.
               -Así tienes las piernas tan estilizadas y esa cinturita de avispa, mami.
               Mamá se me quedó mirando.
               -Tía buena.
               -¿No tenías que ir a cambiarte?
               -Cierto. Perdón. Ahora vuelvo, nena-le di un beso en la cabeza a Sabrae y salí corriendo escaleras arriba. Entré en mi habitación con la sudadera y la camiseta ya en la mano, y me afané en desvestirme lo más rápido posible para salir pitando de mi casa.
               Sabrae se limitó a sentarse en un extremo del sofá y a sacar su móvil para no tener que mirar a mi madre, que la escaneó con la mirada como quien examina un cuadro que está decidiendo si comprar o no.
               Ella no me había dicho nada, pero había empezado a sospechar que mi madre sabía lo nuestro esa tarde, cuando vino a mi casa con el pretexto de visitarla para poder verme a mí. Después de que Sabrae hiciera de tripas corazón y terminara preguntando dónde me encontraba, y se fuera prácticamente corriendo en mi busca, mamá había tomado un sorbo de su té y había comentado:
               -Ha sido paciente.
               -¿Cómo dices?-inquirió Sherezade, relamiéndose los labios.
               -Tu hija. Es la que está con mi hijo-constató mamá como quien dice que el cielo es azul, o la Tierra, redonda.
               -¿Cómo lo sabes?
               -Venga, Sher-mamá miró a su amiga-. Que no soy boba. Que piensen ellos que nací ayer, vale, pero que lo pienses tú… antes Sabrae no vendría por casa ni a tiros por si se lo encontraba, ¿y ahora le decimos dónde está y se va? Y Alec ahora se comporta como un aprendiz de amo de casa conmigo. Me sigue a todas partes y me pregunta cómo me puede ayudar. No hay que ser un lince para adivinar lo que pasa. Sé que todo esto es por influencia de Sabrae.
               Sher parpadeó.
               -Además-continuó mi madre-, se metieron mano delante de mí. Y tenías que ver cómo Sabrae se comía con los ojos a mi Alec. Aunque no puede culparla, la verdad. Otra cosa no, pero hijos guapos sí que me permitió tenerlos Brandon.
               -Pues si vieras tú a Alec babeando delante de mi Sabrae cuando ella bajó las escaleras de casa de Louis y Erika con ese mono…
               -Se debe de pensar que yo soy tonta-había protestado mamá-. Que no tengo ojos en la cara, ¿sabes? Habla con ella de la misma forma en persona que por teléfono.
               -Chica, lo hacen todos-Sher le había tocado la rodilla a mi madre y se la había acariciado, en un gesto cómplice muy propio de las mujeres-. Scott nos metió a Eleanor en casa y pretendía sacarla a hurtadillas. Evidentemente, no lo consiguió.
               -¿Cómo? ¿Están enrollados?
               -No, no. Son novios, creo. No sé lo que hay entre tu hijo y mi hija, la verdad. Ni ellos saben definirlo. Son más estables que un simple rollo, pero no son novios oficiales. Eleanor y Scott, sí.
               -Eleanor estará contentísima. Siempre hablaba de Scott estando con Mimi.
               -Pues Scott está en una nube.
               -La compartirá con Alec, entonces. ¿Cuánto llevan?
               -Mes y pico, creo.
               -Dios mío, esos meses son los mejores.
               -Lo cierto es que sí.
               -¡Y cuando más se nota! Como si no fuéramos a verlo. Que tenemos estudios, tú y yo. Vale que yo no los terminé porque me quedé embarazada, pero, ¡en fin! Estos hijos nuestros. Horas pariéndolos para que luego no te cuenten nada.
               -¿Horas? Scott me tuvo días. Y me paga igual que Alec.
               -Son todos unos desagradecidos. Espero que con Mary no me pase así.
               -Ellas confían más en nosotras que ellos.
               -A ver si es verdad. ¡Qué rico el bizcocho, ¿no?! Le ha quedado muy esponjoso a tu nena. Qué buena mano tiene.
               -Está inspirada últimamente. Por las compañías, ya sabes-Sher le había guiñado un ojo a mamá y las dos se habían echado a reír.
               Cuando bajé las escaleras a la velocidad del rayo, temiendo que en cualquier momento Trufas apareciera por alguna esquina y acabara por pisarlo, me encontré con que Sabrae se había cansado de fingir que no estaba allí y le había preguntado directamente a mi madre desde cuándo sabía lo nuestro.
               -Desde que os vi en el supermercado. A Alec le cambia la voz cuando habla contigo.
               -A mí no me cambia nada, mamá, déjate de historias. Vamos, Saab.
               -Mira cómo te habla. “Vamos, Saab”-se burló mamá, echándose a reír.
               -En cuanto cumpla los 18 me voy de esta casa-protesté.
               -¿Te voy preparando la maleta y te extiendo una autorización para que te vayas antes?
               Puse los ojos en blanco y le tendí la mano a Sabrae, que ella aceptó con una sonrisa aliviada.
               -Eso lo ha aprendido de Dylan-se jactó mamá, y yo puse los ojos en blanco.
               -Adiós, Sher. Sargento-me despedí, pero mamá no iba a soltarme tan fácilmente. Mimi haría lo mismo, porque era sangre de su sangre… y se divertían haciéndomelo pasar mal.
               -Acompáñala a casa, ¿eh?
               -Mamá, yo siempre la acompaño a casa.
               -¿Vais a ir a cenar? ¿Tienes dinero para invitarla?
               -De eso nada; que pague ella, si quiere algo, que no la he criado para que sea una mantenida-protestó Sher.
               -Sí-dijimos Sabrae y yo a la vez, tras mirarnos un momento y confirmar que nuestra noche iba a durar más que una cena.
               -¿Todavía te queda hambre después de…?-pinchó Sher a Sabrae, alzando las cejas y pasándose la lengua por el labio.
               -¡MAMÁ!
               Joder, ahora quería quedarme. Ver a Sher provocando a Sabrae sería divertidísimo.
               -¡Qué va, Sherezade! No me la come ni a tiros, es que es desesperante. No hay manera.
               -¡Alec!-protestó mi madre.
               -Tendrás queja.
               -Sabrae, cariño, puedes venir a casa cuando quieras. Estás invitadísima.
               -Gracias, Annie-sonrió Saab, poniendo cara de niña buena.
               -Y si me avisas con antelación, te preparo lo que más te guste.
               -¿Y yo puedo comer también de carta, mamá?
               -Tú de menú del día y vas que chutas, Alec.
               -¿Has visto, Al? Yo soy una invitada especial, y tú no-Sabrae me sacó la lengua y yo puse los ojos en blanco.
               -Qué graciosa, la niña. Anda, tira, que nos van a cerrar el Primark y te vas a quedar sin medias.
               Sabrae tenía pensado torturarme yendo de un lado a otro en la tienda, pero una mala combinación de autobuses y la hora de cierre cercana hizo que corriera a la velocidad del rayo a la zona de las medias. Tras hacer una cola interminable, nos fuimos a cenar al Imperium, con tan buena suerte que nos encontramos a Logan con unos amigos que había conocido en aquel bar gay allí.
               Logan se sentó con nosotros nada más vernos llegar, y estuvo dándole la tabarra a Sabrae con lo buen novio que podría ser si yo me lo proponía, lo buen amigo que ya era y lo abnegado que había sido renunciando a verla para acompañarlo en una cita que había salido mal.
               -Espera, ¿qué? ¿Que Alec fue adónde?
               -¡A Los muslos de Lucifer! ¿No lo conoces? Es un local muy famoso, está a tres paradas de bus. Podríais venir, si queréis. Alec se desenvolvió muy bien la otra vez. Es el único heterito al que dejan entrar-rió Logan, dándome unas palmaditas en la mejilla.
               -Estoy comiendo, L, tío.
               -Me parece imposible que Alec entre en un sitio así-rió Sabrae.
               -¿Por qué?-protesté-. ¿Piensas que soy el típico machito hetero que pega el culo a la pared en todos los bares gays a los que entra? Vas a flipar, tía-sentencié, apurando mi cerveza-. No va a haber nadie que perree más que yo esta noche. Avisadnos cuando os vayáis, L, que vamos con vosotros.
               Logan dejó escapar una exclamación y voló de vuelta a su mesa. En diez minutos, nos marchábamos del local en dirección a la parada de autobuses, los gays chillando por delante y el hetero y la bisexual caminando por detrás en silencio, con las manos cogidas.
               Sabrae me miró cuando nos detuvimos en la parada y me dio un beso en el antebrazo.
               -No te acostaste con Chrissy la noche que fuiste con Logan, ¿verdad?
               -Ya te lo dije, bombón. Ya me había despedido de Chrissy cuando todo eso pasó.
               -¿Y por qué no me dijiste dónde habías estado y ya está?
               -Porque Logan estaba en el armario. Y yo no soy quién para sacarlo-contesté, mirándola a los ojos-. Ni siquiera con alguien que sé que no se lo contaría a nadie.
               Sabrae sonrió, me tomó de la mano y tiró de mí para darme un beso ardiente que hizo que los gays la jalearan.
               -No vas a perrear mucho esta noche. En cuanto lleguemos al local, me llevas al baño y me conviertes en la primera chica a la que se follan en ese sitio. Y a la próxima pregunta que me hagas, mi respuesta será sí. Así que piénsatela bien-me guiñó un ojo y se subió al autobús por delante de todos los hombres, que me dejaron que fuera tras ella. Nos fuimos enrollando durante todo el trayecto, y cuando llegamos a la puerta, Sabrae entró sin pagar no porque fuera un cebo para un público masculino que iría babeando tras ella (sólo había uno que iba a babear, y aquel era yo, pero babearía tanto que ella ni notaría la diferencia), sino por ser la hija de Sherezade, a la que tenían mitificada en aquel sitio…
               Apenas habíamos atravesado las puertas y llegamos a la pista de baile, donde Logan siguió a sus amigos a las escaleras en dirección al piso superior, yo cogí del brazo a Sabrae y la atraje hacia mí. Ella me miró a los ojos, esperando por mi pregunta.
               Sabía lo que quería que le preguntara.
               Y, ¿sinceramente?
               No iba a darle ese gusto.
               Así que me incliné hacia su oído y, para hacerme oír por encima de la música, le grité:
               -¿Podemos hacerlo a pelo?




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2 comentarios:

  1. QUE CHILLO CON EL CAPÍTULO AY. ME HA PUTO ENCANTADO TÍA. El momento del squirting me tiene llorando a lágrima viva, que gracioso socorro. Realmente Alec no para de hacerme reír en todos los capítulos, no sé que cojones hacer ya con este chaval de verdad. El momento folleteo máximo ha sido súper bonito joder, y el momento foto tmb, mentiría si dijese que no he ido a ver si ashley moore tiene una foto con una pose similar o algo parecido para poder recrearla en mi mente. Realmente ha sido súper bonito, así como tmb la charla sobre Bey.
    El momento de Annie y Sher vacilandolos miras, top. O sea es que me he descojonando, necesito más momentos de ambas haciendolos pasar vergüenza. Por último el momento final ha sido una maravilla, me ha gustado mucho que finalmente Sabrae supiese que pasó aquella noche y el puntito de que follen en un bar gay, mira la storyline que no sabía que necesitaba hasta ahora vaya.

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    1. El momento squirting lo mejor que escribi en toda mi vida bua es que me sigo descoñando cuando lo recuerdo, y es que Alec tiene un arte????? Amamos al rey de la comedia es que no hay situacion con la que no sea capaz de hacer que te descoñes bua
      "El momento folleteo maximo ha sido super bonito" ESTOY DESCOÑADA PAULA JAJAJAJAJAJAJ
      Las suegras lo mejor de la novela voy a hacer un spinoff de ellas dos lo sabes tu lo se yo lo sabemos todos
      Y mira el momento bar gay realmente fue una paja mental mia pero BUA el juego que me va a dar no pienso renunciar a él en la vida jsjsjsjsjsjs

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