Y me
sorprendió la rapidez con que me hundí en sus profundidades mientras me
catapultaba con ella hacia arriba.
No me
había resultado nada fácil. No sólo había tenido que enfrentarme a mis propias
reticencias de abandonarla: jamás había estado comiéndole el coño a una chica
mientras nos mirábamos a los ojos y nos cogíamos de las manos, compartiendo
toda nuestra presencia y nuestra atención; nunca había tenido una conexión tan
fuerte con nadie como acababa de tenerla con Sabrae. Verla mientras subía poco
a poco, enredándose en las nubes cual grulla nocturna que quiere besar a la
luna, mientras nuestras manos estaban juntas y nuestras almas se comunicaban en
silencio, en un idioma que no entendíamos, fue una auténtica sesión de hipnosis
para mí. Todos mis sentidos estaban centrados en ella: olfato, oído, tacto,
gusto, vista. Sólo existía en lo que ella me tocaba, en lo que ella me
respiraba, en lo que ella gemía y en lo que ella escuchaba de mí. Pero como lo
tocaba todo, lo respiraba todo, lo gemía todo y lo escuchaba todo, estaba al
completo, como no lo había estado jamás con ninguna chica.
Ni
con ninguna mujer.
Con
nadie.
Sentía
que era ahí donde debía estar, era ahí donde era yo mismo, al cien por
cien; era ahí donde estaba mi
propósito: mirándola a los ojos, cogiéndole las manos, mientras le daba un
placer que nos recorría a ambos en oleadas con la boca.
A toda aquella nueva dimensión que estaba
descubriendo en mi interior, debíamos añadirle el hecho de que Sabrae no me
habría dejado escaparme ni aunque yo quisiera. En sus manos había una velada
desesperación; en sus piernas alrededor de mi torso, ansia; en su mirada, un
amor tan infinito que se estaba cristalizando en forma de lágrimas.
Mi
chica era una sirena; la única sirena con la suficiente magia a su alrededor
como para poder hacer de la cima de una montaña, laguna; de un desierto, un
océano. La única sirena que podría atraerme a su costa, hacer que me estrellara
con mi barco y besarme en el último momento para insuflarme un poco de aire.
No
podía quererla más. Era imposible. No había espacio físico en mi pecho para más
sentimientos. Y pensar que se le veía a leguas que todo lo que yo sentía, ella
lo sentía también. Como era más pequeña, su amor era más denso.
Y como era más denso, le estaba gustando más.
Sabrae
había empezado a acompañar el movimiento de mi boca con las caderas, a contraer
y relajar la boca en unos gemidos ahogados que yo me moría por escuchar.
Sonreía entre dientes mientras se balanceaba para mí, casi desnuda, sólo
cubierta por las mangas de su blusa y aquella corbata mía de la que se había
adueñado en cuanto se la anudó al cuello.
Entonces,
ella me había soltado una mano, borracha de mis atenciones, tan enganchada a mí
que era como una drogadicta que va aumentando su dosis hasta que termina siendo
letal. Por suerte, yo no tenía más efectos secundarios que un momento de clímax
en el que todo a tu alrededor se detenía un segundo, se olvidaba de la
gravedad, y flotaba en torno a ti.
Sabrae
había llevado la mano al sofá, para empujarse más contra mi boca, mientras me
suplicaba que continuara, que no parara, me decía que le gustaba mucho y que
jamás había disfrutado tanto con nadie como lo hacía conmigo (estaba bastante
seguro de que ella no se daba cuenta de que me decía esas cosas, lo cual no
hacía sino enorgullecerme aún más), que tenía una boca que era increíble, que
era imposible que algo pudiera hacerla disfrutar tanto…
Y yo
había aprovechado para alcanzar la caja de preservativos. Di gracias al cielo
de que ya estuviera abierta mientras metía la mano en su interior, en busca de
un paquete que se me resistió entre los dedos. Sabrae me soltó la otra mano y
recorrió mi brazo en dirección al hombro cuando yo la sujeté de la cadera para
acercármela más.
Empezó
a temblar a mi alrededor, y yo supe que se me acababa el tiempo, incluso cuando
no sabía todavía lo que tenía pensado hacer. Me bajé los calzoncillos hasta las
rodillas, todo lo que me permitió mi posición de creyente rezándole a su diosa,
liberando así mi erección. Empecé a cubrirla con el preservativo y confirmé lo
que ya sospechaba: que nunca había estado tan grande, nunca había estado tan
listo.
La
mano que me había recorrido el brazo llegó a mi cabeza. Los pies de Sabrae se
enroscaron por culpa de lo que estaba haciéndole, de lo que estábamos haciendo.
-A…l…-gimió,
y arqueó la espalda y empezó a correrse.
Y
entonces, yo la cogí de las caderas, me incorporé, le abrí los muslos y entré
en ella.
Y dos
palabras:
Jo.
Der.
El
interior de Sabrae palpitaba a un ritmo acelerado que me resultó insoportable.
Pero
no fue eso lo que me desquició.
Lo
que me desquició fue que ella dejó escapar un alarido y pasó a un nuevo nivel
en el que yo no pensé que fuera capaz de jugar. Me clavó la uñas en el pecho
hasta casi hacerme sangre, como alejándome de ella, pero no había nada que
quisiera menos que el que nos separáramos: arqueó la espalda, dejándome llegar
más lejos, y cerró las piernas en torno a mis caderas para que yo no pudiera
escaparme.
Casi
sin moverme por culpa de la preocupación que me producía pensar que puede que
le estuviera haciendo daño (había sido demasiado brusco y ella había chillado
muy fuerte), me abandoné a su cuerpo y dejé que mi mente se quedara en blanco
mientras volaba en su mismo cielo, pero muy por debajo de ella. Si yo
acariciaba las nubes, Sabrae orbitaba en torno a la atmósfera.
¿Que
por qué lo sé?
Fácil.
Porque
hizo squirting.
Y yo
no me lo esperaba.
De
hecho, es que nunca había conseguido que ninguna chica hiciera squirting estando conmigo durante la
penetración. Siempre había sido estimulándolas con la boca, y en todas las
ocasiones, mi mordisquito de clítoris marca de la casa había jugado un papel
clave.
Y
puede que hubiera acabado incluso antes de empezar, pero ni de coña quería
terminar. Cuando Sabrae dejó de contraerse y de temblar como el móvil de un
ejecutivo en plena reunión de negocios, le besé los pechos y ella abrió los
ojos.
-¿Estás
bien?-le pregunté, y ella asintió. La corbata se deslizaba por su piel como una
serpiente aplastada particularmente juguetona. Una sonrisa preciosa le cruzó la
boca.
-Creo
que sí.
-¿Crees?-repliqué,
embistiéndola suavemente, y haciendo que ahogara un siseo. Se presionó los ojos
con las palmas de las manos.
-No
lo sé, Al. Ahora mismo estoy en una nube. Dios mío…-susurró, ida, mirando mi
pecho sin verlo realmente, acariciando las marcas de sus uñas en forma de
medias lunas que poco a poco se iban haciendo más y más incandescentes en mi
piel. Le besé la cabeza y froté mi nariz con la suya, un gesto que no solía
usar con las chicas con las que me acostaba, pero con Sabrae estaba dispuesto a
hacer una excepción, y ella me besó los labios y me acarició la mejilla.
-¿Puedes
seguir?
Sonrió,
y sus mejillas teñidas de rojo por lo que mi cuerpo había ocasionado en el suyo
se hincharon como dos globos aerostáticos.
-Lo
que no puedo es parar.
-Dios,
menos mal-suspiré, y ella se echó a reír, lo cual tuvo un efecto curioso en
nuestra unión-, porque es genial como estás ahora.
-La
cuestión es… ¿puedes seguir tú?-me dio un toquecito en la nariz y me sacó la
lengua, y yo alcé las cejas, fingiéndome ofendido.
-Podría
seguir hasta el mes que viene, nena.
-Supongo
que tiene más mérito que digas esto ahora que estamos en enero, que cuando lo
dices en febrero, ¿no? Qué suerte la mía, que te tengo más días para mí
sola-estiró los brazos y sonrió, satisfecha, cuando mis manos recorrieron sus
curvas y la tomaron de las caderas. Iba a moverla, pero ella se movió antes. Se
balanceó en círculos a mi alrededor, haciendo que mi sexo alcanzara rincones
curiosos del suyo.
-¿Te
estás riendo de mí? ¿Te parecen pocos los días que nos quedan para el mes que
viene? ¿Me deseas hasta el año que viene?
-Te
deseo hasta mi último día-respondió, incorporándose. Me empujó suavemente para
que me quedara arrodillado sobre la alfombra de pelo, y ella se sentó a
horcajadas encima de mí. Comenzó a besarme hasta conseguir que me tumbara, y en
ese momento ella tomó las riendas de todo: del polvo, de la situación, de mi
vida, de mi corazón.
Se
inclinó para besarme y continuó agitando las caderas, sin prisa, mientras mis
manos recorrían su cuerpo y las suyas recorrían el mío. No estábamos sólo
follando: a pesar de que estábamos en el suelo, en un sitio no planeado, y que
ella había venido sin previo aviso motivada por unas ganas de sexo que la
consumían por dentro, nos las estábamos apañando para hacer el amor. Su forma
de moverse, mi forma de acoplarme a ella, su forma de acariciarme, mi forma de
sentirla y nuestra forma de besarnos no casaba del todo bien con la situación.
Habíamos estado calentándonos el uno al otro hasta que explotamos en la misma
erupción; pero ahora, pasados los terremotos y los ríos de lava, habíamos
pasado de ser dos islas a una sola, el doble de grande que nuestra unión, de
tierras negras y fértiles en las que ya empezaba a aflorar la vegetación.
Sabrae
apoyó las yemas de sus dedos en mis hombros y siguió moviéndose despacio, con
los ojos cerrados y los dientes asomándose en su boca mientras se mordía el
labio. Exhaló un suave gemido que me prendió de nuevo, como si yo fuera un
incendio y aquel sonido una ráfaga de viento inesperada que hacía dudar la
victoria de los bomberos que habían venido a extinguirme.
Sabrae
hizo una mueca y se quedó quieta.
-¿Qué
ocurre?
-Es
que… me está empezando a molestar un poco-murmuró, mirando nuestra unión. Yo
hice lo propio, y procuré no calentarme todavía más al ver cómo mi miembro se
hundía en el suyo, explorando aquellas profundidades en las que sólo unos pocos
privilegiados habíamos podido bucear. Sabrae se movió de nuevo, sacándome un
poco de su interior y aliviando la presión que ejercía en ella. No. Por favor.
Me incorporé hasta quedar sentado,
con la cara a la altura de la suya y le acaricié el mentón.
-No
me saques de tu interior-le pedí-. Por favor.
Sabrae
sacudió la cabeza despacio, de forma que sus trenzas y la corbata bailaron por
su pecho. Le rodeé la cintura con los brazos y tiré un poco de ella para tener
su nariz pegada a la mía, y las volví a frotar a modo de saludo esquimal.
Sabrae respiró despacio en mi boca, y su aliento sabía a cielo y a un millón de
promesas que sabía que estaba destinada a cumplir.
-No
podría ni aunque quisiera-murmuró-. Mi cuerpo es tu casa.
Puso
las palmas de sus manos en mis pectorales y subió hasta mis hombros. Me
recorrió los brazos con los dedos mientras sus ojos inspeccionaban mi boca,
examinando cada detalle de mis labios, cada pequeño surco que los hacía míos.
-Me
encanta estar en casa.
Sabrae
se mordió el labio y yo le besé los dientes. Esbozó una débil sonrisa y me
abrazó el cuello.
-Marca
tú nuestro ritmo-le susurré al oído, y ella asintió y jugó con el principio de
mi pelo en mi nuca-. No tenemos ninguna prisa. Podemos ir todo lo despacio que
queramos.
La
escuché sonreír en su forma de respirar (es increíble
cómo puedes conocer a alguien tanto hasta el punto de saber exactamente
cuál es su expresión incluso sin tener que verle la cara), me dio un beso en el
cuello y volvió a centrar sus ojos en los míos. Empezamos a besarnos despacio,
como había hecho con Bey hacía lo que me parecía una eternidad, pero de una
forma en que no lo había hecho con mi mejor amiga, ni tampoco lo había hecho con
nadie. La atraje aún más hacia mí hasta tenerla entre mis brazos, abrazándome y
cubriendo todo mi cuerpo con el suyo, y metí las manos por debajo de su blusa,
que estaba un poco húmeda por culpa de su sudor. Le ayudé a quitársela, la
lancé sobre el sofá, y luego, lentamente, le deshice las trenzas. Sus dedos se
hundieron en su melena recién liberada para darle más libertad, y yo me
descubrí envidiándolos. Quería ser yo quien acariciara su pelo, quien la
peinara con los dedos, besarle cada mechón.
Sabrae
cogió las dos gomas que había usado para mantener las trenzas en su sitio, y
con una sonrisa traviesa me las dejó en la muñeca.
-¿Para
mí?-pregunté en tono suave, juguetón, y ella sonrió.
-Un
regalo.
-Qué
generosa.
-Siempre,
sol-contestó, mirándome a los ojos y agitando la cabeza de forma que su pelo
cayera sobre su espalda y me hiciera cosquillas en las pantorrillas, allí donde
su cuerpo no me protegía.
Nos
besamos y acariciamos, adorándonos con boca y manos, hasta que ella se sintió
preparada para volver a la acción. Empezó a mover ligeramente las caderas, y yo
contrarrestaba sus movimientos yendo siempre en dirección contraria. Sus
mejillas volvieron a teñirse de ese delicioso tono sonrosado y su respiración
comenzó a acelerarse. Nos miramos a los ojos mientras nuestros cuerpos hablaban
por sí solos, y nos sonreímos y nos seguimos besando a medida que la
acompañábamos, poco a poco, a aquella cima del mundo desde la que debería
reinar. Yo sabía que llegaría un punto en el que no podría ascender más, que mi
cuerpo tenía unas limitaciones que el suyo no tenía, pero no me importaba:
verla disfrutar era recompensa suficiente para mí.
Suspiró
profundamente cuando su ser empezó a contraerse, y cerró los ojos.
-Saab.
Bombón. Mírame-la tomé de la mandíbula y le acaricié la barbilla con el pulgar,
y Sabrae, con mucho esfuerzo, consiguió hacer lo que le pedía, levantar los
párpados y mirarme. Sus pupilas oscuras me devoraron, y me vi arrastrado a todo
un universo que ella tenía dentro, dueña y señora de los cielos, de la tierra,
el mar, y también del infierno. En aquellas pupilas oscuras y grandes, su alma
brillaba con furia, la estrella más ardiente de cualquier universo, iluminando
una verdad.
En
todos los universos que existieran, ella y yo estaríamos juntos.
En
todos los universos que existieran, ella y yo nos querríamos.
En
todos los universos que existieran, yo siempre encontraría las fuerzas para
seguir luchando por ella.
En
todos los universos que existieran, ella seguiría haciendo que todo lo que yo hiciera
por ella mereciera la pena. Con su cuerpo. Con sus besos. Con su amor.
-Eres
la chica más hermosa que he visto en toda mi vida-susurré, y Sabrae sonrió, y
se contrajo en un dulce y suave orgasmo que me dejó ver los hilos de luz que la
componían. Acaricié su boca mientras se curvaba en una sonrisa; poseí su sexo
mientras éste se bañaba en un dulce maremoto que se convirtió en una tímida ola
al llegar a la costa…
Y
ella me besó.
-No
ha estado a la altura-musitó en mis labios, pero yo sacudí la cabeza.
-¿Eso
crees? Yo creo que ha sido exactamente como era de esperar. Consecuente. Dulce.
Me ha gustado.
-¿De
veras? ¿Incluso aunque no…?-señaló con un gesto de la cabeza en dirección a
nuestros genitales, y yo fruncí el ceño.
-Aunque
no, ¿qué?
-Aunque
no hayas acabado-contestó, acariciándome los bíceps con las manos. Dios. No
sabía qué le había dado hoy por mis brazos, pero fuera el que fuera el bicho
que le había picado, deseé que fuera una enfermedad sin cura que sólo iba a
más. Me gustaba mucho que me tocara como lo estaba haciendo. Sabrae no podía,
literalmente, quitarme las manos de encima.
-He
acabado. A la vez que tú.
Arqueó las cejas.
-¿En
serio? Pues no me he dado cuenta. Vaya.
Con lo que me gusta sentir cómo te corres dentro de mí-hizo una mueca y se
apartó un rizo de la cara, y yo me eché a reír.
-Sinceramente,
bombón, me sorprendería que te hubieras dado cuenta de nada mientras te
corrías. Nunca has tenido un orgasmo tan intenso estando conmigo.
-Nunca
he tenido un orgasmo tan intenso, en toda mi vida, punto-mi ego se hinchó como
un globo al que le insuflan aire, y yo sonreí, orgulloso de mis dotes
amatorias-. Pero, ¿tú cómo sabes eso? Porque ya he gritado mucho otras veces.
Por ejemplo, en la mesa de billar, sin ir más lejos…
-Aquella
vez no hiciste squirting. Y hoy, sí.
Sabrae
frunció el ceño.
-¿Que
no hice qué?
-¿No
sabes qué es eso?
-Suena
a Pokémon-se echó a reír, como una niña pequeña e inocente que le coge una
revista a su madre y la abre justo por la página en la que hay alguna modelo
haciendo topless para anunciar una
colonia. Aquel comentario me hizo preguntarme si Squirtle tendría alguna
relación; al fin y al cabo, hacían básicamente lo mismo, ¿no?
-Tienes
que estar tomándome el pelo. ¿De veras no lo sabes? Es decir… los vídeos porno
con más visitas son los que tienen a tías haciendo squirting. Es algo muy jodido. Y muy morboso.
-Yo
no veo porno-respondió, sacudiendo la cabeza con los ojos cerrados. Aquella fue
una de esas ocasiones en las que fui consciente de repente de la edad que nos
separaba, y las diferencias que suponían aquellos tres años que yo le sacaba
tanto por experiencias como por nuestro género. Yo había empezado a ver porno a
los 13 años. Puede que las chicas empezaran más tarde.
La
verdad es que nunca lo había hablado con Bey. Era algo que me había limitado a
comentar con Jordan, y ambos habíamos dado por sentado que nuestra curiosidad
por el mundo del sexo era algo propio a nuestra condición de adolescentes que
acababan de entrar en esa etapa de la vida, y no por ser varones.
Alcancé
mi teléfono, que seguía encima de la mesa, a la espera de que termináramos, y
toqué la aplicación de Twitter. Toqué mis favoritos y me puse a buscar algún
vídeo que hubiera guardado en mi perfil por su contenido de alto voltaje, y
cuando di con uno de una cuenta que contenía la misma palabra en su usuario, lo
toqué, lo adelanté, y le tendí el móvil a Sabrae, que lo cogió con una mezcla
de curiosidad y recelo. Frunció el ceño mientras miraba cómo un payaso que no
sabía ni dónde tenía la mano derecha se la frotaba a una tía de tetas redondas
y duras como piedras, labios hinchados y cara saturada de maquillaje, en el
coño.
Sabrae
se revolvió, incómoda, y empezó a tenderme el móvil cuando la mujer se corrió.
Mi
chica abrió muchísimo los ojos, observando cómo del sexo de aquella mujer
salía, básicamente, su orgasmo a chorro.
-¿¡Yo
he hecho esto!?-preguntó con voz aguda Sabrae, y yo asentí con la cabeza-. Dios
mío-musitó, tapándose media cara con la mano y bloqueando el teléfono. Estaba
roja como un tomate-. Lo siento. Yo…
-Espera,
¿qué? ¿Cómo que lo sientes? ¡Pero si me ha encantado!
-Pero…
yo… te habré salpicado, y…
-Joder,
Sabrae, ¿tienes idea del morbo que da estar con una chica y que haga eso? Ya no
sólo por lo que me gusta hacerte disfrutar. También hace que yo disfrute,
¿sabes? Si hubiera sabido que podías hacer eso, lo habríamos intentado mucho
antes.
Sabrae
me miraba con expresión indescifrable.
-¿Qué?
-Eres
un cochino.
-Mira
quién habla. Doña Squirtle, pistola de agua-me burlé, echándome a reír, y
Sabrae empezó a golpearme en los hombros y en el pecho, llamándome gilipollas,
zopenco, imbécil, chulo…
Hasta
que la cogí de la cintura y la atraje hacia mí.
-Y
todavía no has visto nada, nena. ¿Tienes idea del subidón que me acabas de dar?
Lo único mejor que escucharte gemir lo bien que te follo y lo grande que la
tengo y lo mucho que te gusta sentirme dentro, es conseguir que hagas squirting para mí.
-No
lo he hecho para ti, listo-me sacó la lengua-. Es que todavía no controlo del
todo mis poderes de diosa del sexo.
-¿Quieres
que te ayude a aprender?-sugerí, alzando las cejas, y Sabrae se echó a reír.
-Creo
que puedo sola, gracias.
-¿Me
dejarías mirar mientras aprendes?-le puse ojitos y ella volvió a reírse.
-Eres
un sinvergüenza.
-Eso
dice mi madre.
-Y un
bobo.
-Eso
dice mi hermana. Bueno, lo decía. Cuando tenía seis años.
Sabrae
se mordió el labio.
-Te
tengo muchas ganas.
-Eso
digo yo. Siempre que te veo. No me copies la frase.
-Pero
estoy cansada.
Hice
un mohín.
-¿Y?
-Que
no podemos hacer nada más. Estoy cansada.
-Sí
que podemos. Puedes tumbarte aquí-señalé el espacio libre, a mi lado-, abrir
las piernas, y dejar que yo haga el resto.
-A ti
te gusta que yo me mueva.
-Oh,
y te terminarías moviendo, Sabrae. ¿Por qué siempre subestimas mis capacidades?
Soy un profesional de los orgasmos. Si te he hecho hacer squirting con penetración, imagínate lo que puedo hacer poniéndome
encima de ti.
-Deja
de decir eso. Me da muchísima vergüenza-se tapó la cara con las manos y se
balanceó a derecha e izquierda.
-¿Por
qué? No hay nada de malo en disfrutar del sexo, Saab.
-¡Pues
porque me he corrido a chorro en el sofá de casa de Jordan, Alec!-protestó, y
yo abrí los ojos y miré en derredor.
-Ah.
No
habíamos dejado rastro de lo que acababa de pasar, pero también es verdad que
era un poco complicado que hubiéramos manchado nada porque lo que salía de
dentro de las chicas cuando tenían un orgasmo tan intenso como el que acababa
de tener Sabrae era de color transparente. Como agua, más bien.
-Agua
de coño-reflexioné en voz alta, y Sabrae me dio un manotazo en el hombro cuando
me eché a reír.
-¡Deja
de pasártelo bien a mi costa, Alec! Me estoy cabreando contigo.
-¿Quieres
que repita la jugada, a ver cuánto te dura el enfado?
Sabrae
se me quedó mirando, con el ceño ligeramente fruncido en una mueca de niña
obcecada… pero no consiguió ocultar su sonrisa durante mucho tiempo.
-Serás
gilipollas…-murmuró, y aunque sus palabras fueron un poco feas, el tono en que
lo dijo y la sonrisa que le adornaba la boca no lo eran, así que no me lo tomé
a mal.
Es
que… a ver. Era Sabrae. Nada que ella me dijera podría sentarme mal.
O eso
pensaba yo, hasta que me dio un
toquecito en los hombros y me dijo que se iba al baño.
-Espera,
¿qué? ¿No puedes aguantar? Estoy muy cómodo…-musité, pero ella se echó a reír,
negó con la cabeza y cogió la manta que habíamos dejado toda arrugada en el
sofá para echársela por los hombros. Ahora que nuestro incendio se había
reducido hasta una pequeña hoguera que no nos sumiera en la oscuridad,
empezábamos a acusar un poco el frío del cobertizo. No es que estuviéramos
helados como podíamos estarlo si estuviéramos fuera o no tuviéramos la estufa
encendida, pero Jordan y yo siempre dejábamos el calorcito justo para estar
cómodos llevando unos pantalones de chándal y sudadera.
Y,
claro… Sabrae y yo no llevábamos nada puesto.
-Hay
que ser responsables. Venga. Primero yo, y luego tú.
-Pero
yo no tengo ganas-bufé, cansado, con la esperanza de que mi pequeño intento de
resistencia hiciera que se apiadara de mí y la hiciera quedarse. Me dio un beso
en los labios para que dejara de hacer un mohín de disgusto y se puso en pie.
Enseguida se cubrió con la manta, privándome de verla en todo su esplendor, con
la corbata que me había robado y el sudor que yo le había regalado como únicas
prendas que cubrieran su desnudez. Sabrae me guiñó un ojo al ver mi expresión
disgustada y alzó la barbilla, altiva.
A
ninguno de los dos se nos escapó la mirada que me dirigió cuando se giró para
rodear el sofá, aprovechando que yo sí que estaba desnudo y que la carne era
demasiado débil como para dejar escapar la oportunidad de echarme aunque fuera
un único vistazo.
-Si no vas a ir, ¿quieres que me ocupe de
algo?-preguntó, caminando para rodear el sofá con lentitud, como una geisha que
entra en uno de los locales que regenta. Me miró por encima del hombro y yo
alcé las cejas.
-¿No
me dejas verte desnuda, pero quieres vérmelo tú?
-No
estoy desnuda. Llevo tu corbata-me recordó, abriendo la manta lo justo como
para que yo pudiera ver el tenue brillo plateado destacando contra su piel
oscura.
-Entonces
yo tampoco estaré desnudo, porque todavía llevo puesto el condón, ¿no?
-Eso
es algo que podemos arreglar-contestó, guiñándome un ojo. Se dejó caer de
rodillas a mi lado y aprovechó que teníamos que tirar el preservativo para
acariciarme en todo mi esplendor, y yo me encendí. Le cogí la mano por la
muñeca y le pedí, con la voz ronca:
-Quítate
la manta.
Sabrae
sonrió, se levantó con el condón usado en una mano y un extremo de la manta en
la otra, y rodeó el sofá despacio, dándome tiempo a levantarme e ir tras ella
para quitarle lo poco que la cubría y poder verla, por fin, desnuda. Alcancé la
manta con el pie y la apreté contra el suelo con el talón. Contemplé
desesperado cómo Sabrae se la pasaba por la piel a medida que se alejaba, y
cuando por fin ya no podía llevársela más lejos, simplemente la dejó caer y
caminó, desnuda, hacia el baño.
Abrió
la puerta, me miró por encima del hombro, vuelta lo suficiente como para que yo
pudiera verle solamente el culo, y esbozó una sonrisa lasciva cuando entró en
su interior y yo lancé un gruñido de disconformidad.
Me
incorporé hasta quedar sentado y me estiré en dirección a la cajetilla de
tabaco. Escuché cómo Sabrae bajaba la tapa del retrete, y me descubrí pensando
si sería la primera chica que lo utilizaba. Que yo supiera, sólo Jordan y yo
pasábamos en el cobertizo el tiempo suficiente como para utilizar el baño: su
hermana había venido algunas veces con sus amigas, pero odiaba el pequeño
lavabo y siempre se iba a la casa, atravesando el pequeño corredor de madera y
hormigón que Jordan y yo habíamos construido cuando teníamos 14 años (antes de
eso, mi padrastro y su padre se habían limitado a poner un techo rudimentario
sostenido sobre unas cuantas vigas, pero el primer día que llovió Jordan y yo
descubrimos que nada podía hacer la lámina de uralita que se suponía que debía
evitar que nos empapáramos).
Mi
miembro empezó a despertar al imaginármela en el baño, estrenando una de tantas
cosas en mi vida, y tuve que reprimir el impulso de levantarme e ir a buscarla
para reclamarla de nuevo. Sin embargo, que pudiera contener mi cuerpo no
significaba que fuera a contener mi imaginación: me vi a mí mismo levantándome,
yendo hacia el baño y descubriendo la puerta entreabierta, dejándome ver el
interior, en el que Sabrae se contemplaba en el espejo mientras se pasaba las
manos por el pelo, haciéndose una coleta apresurada en la que domar sus rizos…
aún con mi corbata al cuello, y nada más. Sus pechos estarían redondeados y
ligeramente levantados por su posición, haciendo que fueran mucho más
apetitosos, y sus pezones estarían aún endurecidos por lo que acabábamos de
hacer, y también por el frío.
Nuestras
miradas se encontrarían en el espejo, y Sabrae parpadearía. No diría nada
cuando abriera la puerta. No diría nada cuando me acercara a ella. Sólo se
daría la vuelta, se sentaría en el pequeño lavamanos y abriría las piernas,
prometiéndome su delicioso paraíso.
Busqué
mis calzoncillos, porque si seguía en ese plan, no sería responsable de mis
actos. Sólo con un poco de ropa cubriéndome era capaz de pensar con claridad;
mi desnudez podía ser la perdición de Sabrae, sí, pero también sería la mía.
Encendí
un cigarro y le di una calada apresurada, tratando de desviar mi mente de la
gravedad de Sabrae, que no dejaba de recordarme que estaba allí con los ruidos
que hacía en el interior del baño: tapar la taza, tirar de la cadena, arrojar
el condón a la basura y lavarse las manos.
Me
quedé tumbado en el suelo, mirando al techo, contando hasta 50 en griego y ruso
intercalados para estar distraído y no pensar en ella. Escuchar el pomo de la
puerta girándose para que ella saliera me empujó a dar otra calada apresurada,
y lancé la nube de humo bien lejos de mí mientras Sabrae se arrodillaba,
recogía la manta y se enrollaba de nuevo en ella. Hizo una mueca cuando vio que
me había puesto los calzoncillos.
-Creía
que habíamos quedado en quitarnos cosas, no ponérnoslas.
-Ojo
por ojo-contesté, aplastando el cigarro contra el cenicero y mirándola desde
abajo. Vista en aquella perspectiva, parecía hecha de contrastes: toda negro y
marrón, blanco y gris.
Era igual que una reina del invierno, con su
manto blanco para pasear por sus tierras, y su cabellera oscura como las noches
sin luna. La piel le brillaba por el sudor y las endorfinas, sus ojos
chispeaban y su melena era suave incluso a la vista. Sus labios estaban un poco
más hinchados por mis besos y sus mordeduras, y a pesar de lo basto de la manta
con la que se cubría, se podían intuir sus preciosas curvas por debajo.
Tenía
ante mí a toda una diosa.
-Dios-susurré,
contemplándola e incorporándome hasta quedar sentado-. Estoy enamoradísimo de
ti.
Sabrae
sonrió, y de entre los pliegues de la manta surgió su rodilla cuando se inclinó
para besarme. Nos cubrió a ambos de forma que estuviéramos bajo una tienda de
campaña improvisada, y me pasó las piernas alrededor de la cintura. Metió una
mano por el interior de mis calzoncillos y jadeó en mi boca al encontrarse con
mi erección, que acarició con ternura.
A la
mierda todo.
Le
ayudé a quitarme los calzoncillos y la agarré de la cintura. Con rapidez, nos
hice rodar para acabar yo entre sus piernas, y ella entre mi cuerpo y el suelo.
Sabrae soltó una risita adorable y sus piernas rodearon mi cintura, lo que hizo
que mi imaginación saliera volando hacia el sur, hacia el este, a un país donde
el agua cristalina cambiaba de color a cada hora del día, donde había siempre
dos amaneceres y dos atardeceres: el verdadero, y el reflejado en el
Mediterráneo.
Recordé
que le había prometido que me la llevaría a Grecia algún día, y supe en ese
instante, cuando me la imaginé en la cama que yo siempre había ocupado en el
país donde había nacido mi madre, hecho de salpicaduras de tierra en el mar,
recibiéndome mientras yo me apoyaba en el vano de la ventana para colmarla
mejor, con las cortinas blancas enredándose en nuestros cuerpos, que sería ese
mismo verano. No podía esperar. No sabía cómo lo haría, cómo lo compaginaría
con el voluntariado, pero no podía dejar
pasar otra Nochevieja sin saber lo que era poseerla en Grecia.
Empecé
a besarla y a acariciarla, y pronto mis dedos llegaron a su entrepierna y
Sabrae ahogaba suspiros y gemidos.
-Alec…
tenemos que hablar.
-Sí,
mi polla aún tiene unas cuantas cosas que decirle a tu coño-asentí con la
cabeza, buscando la cajita de condones, calculando cuántos nos quedarían y
cuánto tardaríamos en necesitar otra al ritmo que íbamos.
-¡Alec!-me
riñó ella, llenando la sala de su risa musical.
-Madre
mía, es que, ¡mira qué buena estás!-jadeé, tirando de la manta y contemplándola
debajo de mí, en todo su esplendor: su pelo negro hacía de halo oscuro que
enmarcaba su preciosa cara, sonriente por la sonrisa luminosa que le ocupaba
toda la boca. Su pecho subía y bajaba, haciendo que sus senos se balanceaban,
al compás de su respiración acelerada. Sus caderas hacían una pequeña hendidura
antes de escalar por sus piernas separadas, mi nueva casa.
-Estoy
cansada-susurró, pero me acarició el pecho y los abdominales, y jugó con el
vello que enmarcaba mi erección. Sus dedos despertaron ríos de fuego en mi
cuerpo, y una erupción estalló en mi entrepierna.
-Sólo
necesitamos que abras las piernas, bombón. Yo me ocupo del resto.
-Ya
las tengo abiertas-fue su respuesta, parpadeando despacio. Sonreí. Mi niña
traviesa, siempre dispuesta a jugar.
Saqué
un paquetito plateado del interior de la caja morada e hice ademán de rasgarlo,
pero Sabrae me cogió las manos y sacudió la cabeza.
-Al,
de verdad… quiero hablar primero. También he venido para eso.
Dejé
el paquetito de la mesa, recriminándome a mí mismo ser tan unineuronal y tan
corto de miras. Por supuesto que Sabrae quería hablar. Teníamos mucho de lo que hablar. No sólo de mi
polvo con Bey, aunque estaba seguro de que eso ocuparía la primera página de
nuestra conversación: también debíamos tratar el tema de lo que habíamos hecho
y no en Nochevieja. Debía ayudarla a llenar todas las lagunas que tenía en la
noche.
No
necesitaba a su amante ahora mismo. Aunque había venido a buscarlo a él
también, lo había encontrado antes que a la otra versión de mí mismo que
también le pertenecía. Ya había tenido sexo, ya estaba tranquila y satisfecha:
ahora, no quería orgasmos, sino respuestas. Quería a Alec amigo, no al Alec
novio-en-funciones.
-Gracias,
amor-sonrió, dándome un pellizquito en la barbilla cuando yo dejé el paquetito
encima de la mesa. Me negué a meterlo en la caja: siempre he sido una persona
optimista.
Y,
sinceramente, dudaba que Sabrae quisiera que lo metiera en la caja.
Me
tumbé de costado a su lado y la atraje hacia mí para darle un beso en la
frente.
-¿Has
comprobado que el condón no se hubiera roto?-ella me miró un momento y asintió
despacio-. Vale. Genial. Es que… con Bey se nos rompieron unos cuantos-Sabrae
parpadeó, a la espera de que continuara, y como se mantuvo callada, yo seguí-.
Al final, tuvimos que hacerlo sin nada.
Alzó
una ceja.
-Vaya,
¿así que con Bey sí, y conmigo no?
-No
te celes, nena. Bey toma la píldora todos los días. Problemas hormonales. Si lo
hicimos sin protección fue por eso. Bueno, y porque se nos acababa el tiempo.
-¿A
qué te refieres?
-Me
dijo que si no lo hacíamos esa noche, yo ya no querría hacerlo con ella. Que
era nuestra última oportunidad-la miré-. Al principio pensé que sólo estaba
siendo un poco melodramática, pero… tenía razón. Ahora lo sé-volví a besarla en
la frente-. Ya no habrá ninguna que me atraiga tanto como lo haces tú, nena. No
después de esto-reflexioné, enredando mis dedos con los suyos y mirando
nuestras manos unidas. Sabrae hizo un mohín.
-No
es tan fácil encontrar a una chica que haga squirting,
¿eh?
-No
es por eso. Es por la conexión. Disfruté con Bey, no te lo voy a negar, pero…
ninguna se compara con lo que tú puedes hacerme-Sabrae se mordió el labio,
mirándome-. Nunca había hecho esto. Mirar a una chica a los ojos mientras se lo
estoy comiendo, quiero decir. Siempre estaba demasiado ocupado haciéndolo más
sucio, más profundo, de forma que ella disfrutara más, pudiera correrse y luego
folláramos muy sucio, como a veces me apetece hacerlo. Nunca me había parado a
disfrutar de lo que es estar aquí con
una chica. Nunca había querido que el momento se acabara nunca como me acaba de
pasar contigo.
Sabrae
me escuchaba con toda su atención; sus ojos estaban húmedos, y su mirada se
centraba exclusivamente en mí.
-No
quería que se acabara jamás. No quería que llegaras nunca-confesé-. Quería
pasarme toda la tarde devorándote, toda la noche, toda la semana. No quería que
me soltaras las manos ni que cerraras los ojos. Sé que piensas que para ti es
más especial porque tienes menos experiencia; pero créeme, bombón: cuando
llevas toda la vida buscando un tesoro, te alegras más cuando por fin lo
encuentras que si simplemente te tropiezas con él. La anticipación es mejor que
la sorpresa. Y tú combinas las dos cosas. Lo que yo estaba buscando, y lo que
no sabía que buscaba.
Cogí
su mano y le besé la palma, y Sabrae sonrió.
-¿Recuerdas
que te prometí que te diría que te quería sólo cuando no tuviera nada más que
decirte? Bueno, pues… cuando estábamos ahí,
era una de las dos únicas cosas que podía decirte. Eso, y que no quería que
pararas, porque disfrutaba muchísimo-dejó su frente pegada a la mía y suspiró.
-No
me importaría que rompieras tu promesa.
-Aún
tenemos mucho de qué hablar. Y sé que, el día en que te lo diga, no podremos
hablar demasiado.
-Hablar
está sobrevalorado-le mordisqueé el cuello y ella soltó una risita.
-Pero
te necesito, Al. Necesito que me aclares algunas cosas.
-Lo
que quieras, bombón.
-Vale…-se
mordió el labio un momento y se apartó un mechón de pelo de la cara.
-¿Por
qué quieres empezar?
-Antes
que nada, por simple curiosidad… ¿te gustaría que la tomara yo?
-¿El
qué?
-La
píldora-explicó-. Como Bey. ¿Te gustaría?
Solté
un bufido y me reí entre dientes.
-No
me hagas pensar en cómo sería correrme dentro de ti y ver mi semen saliendo
después de tu interior, Sabrae. Dijiste que querías hablar. Hagámoslo. Pero no
de eso, por favor.
-Entonces,
¿el tema Bey queda vetado oficialmente?-se apoyó en su codo y se me quedó
mirando, con los ojos entrecerrados-. Me parece súper mal.
-¿Vamos
a empezar, entonces, por eso?
Sabrae
caviló un momento, meneando la boca a un lado y a otro.
-No-decidió
por fin-. Empecemos por el principio. Cuéntame qué sucedió en Nochevieja.
La tensión debió de reflejarse en mi rostro,
porque apenas habló, frunció el ceño y me atravesó con su mirada, leyendo mis
pensamientos incluso cuando a mí me costaba descifrarlos. No sabía cómo iba a
contarle todo lo que había pasado aquella noche sin asustarla, pero tampoco
quería guardarme nada para mí que a ella, más que a nadie, le interesaría
saber. Se me ocurrió que quizá debía contárselo todo sin más, como si lo
estuviera comentando con mis amigos, como si estuviera dándole el parte el
parte a su hermano de lo que había pasado y por qué tenía sangre en mi camisa,
como Scott había hecho con Tommy cuando se propasaron con Eleanor y había
empezado todo aquello, pero deseché rápidamente la idea: no podía contárselo
como Scott se lo había contado a Tommy, porque no estaba en la misma situación con
Sabrae que Scott con Eleanor.
Scott
se había comportado hasta entonces como un hermano para Eleanor. Yo había
pasado de esa categoría hacía mucho tiempo.
-Alec-urgió
Sabrae-. Sea lo que fuera lo que pasara entre nosotros, te aseguro que para mí
no significa nada. Sé que no fue tan gordo como tú lo estás considerando ahora.
Venga, habla-me dio un toquecito en el hombro para darme fuerzas, y yo suspiré.
-No
ha pasado nada entre nosotros-aclaré, y ella asintió con la cabeza.
-¿Lo
ves? Lo sabía. Así que, si no es nada entre nosotros, no tienes por qué
preocuparte. Vamos, di.
-Bueno…
como sabrás, te emborrachaste mucho. Esa fue la razón de que no hiciéramos nada.
Absolutamente nada-alegué cuando sus cejas se arquearon un poco-. Va en serio.
Me tomo muy a pecho el tema de la sobriedad, especialmente después de hablar
contigo y que me cuentes todo eso de los abusos sexuales y… en fin. Siempre
había sido muy consciente de qué está bien y qué está mal, especialmente con
respecto a las chicas. Tú sólo me has ayudado a perfilar un poco más esa línea.
Una
sonrisa torcida le asomó en la boca.
-El
caso es que… bueno, Scott te estuvo cuidando un rato, mientras yo buscaba
comida y agua para que tomaras y que te sentara un poco mejor al estómago. No
hay mucho que contar respecto a eso.
-Tengo
algunos recuerdos de eso-asintió con la cabeza, tamborileando con los dedos en
mi pecho-. De ti quitándote la camisa.
-Era
para ponértela. Sabrae, te lo juro: no hicimos nada. Estabas muy mal, y yo
jamás me aprovecharía de ninguna chica en esa situación, ya no digamos de ti.
Sólo quería… estabas revolviéndote en la cama, y bueno, llevabas ese mono tan
bonito que a mí me parecía un poco incómodo…
-Lo
es, si estás tumbada en una cama-se echó a reír, relajando la tensión del
ambiente. Suspiré y negué con la cabeza.
-Qué
buena persona soy, siempre pensando en tu comodidad-puse los ojos en blanco
mientras Sabrae se reía-. El caso es que… bueno, estabas bastante mal, yo te
cuidé, no hicimos nada, a pesar de que tú insistías mucho. Porque sí, nena:
eres la típica borracha caprichosa. ¿Quién lo iba a decir, eh?
Sabrae
se tumbó a mi lado, con los codos abiertos y la mejilla apoyada en una mano.
-Hay
algo que no me estás contando. ¿Qué es?
Me
quedé de piedra. Por supuesto que se iba a dar cuenta de que le estaba
ocultando algo; me conocía mejor que a la palma de su mano, y podía leerme
incluso mejor que a ésta. Dicen que en nuestras manos se esconde nuestro
futuro, pero a Sabrae no le interesaba su futuro: le interesaba su presente, y
su presente era yo.
Sabrae
parpadeó, a la espera de que por fin llegara al puerto al que las aguas me
estaban arrastrando: era fuerte, podía manejarlo. Además, ella era la
protagonista de lo que había sucedido en aquella cocina; no se merecía que la
dejara a oscuras.
De
modo que tomé aire y decidí soltar la bomba, con la mayor delicadeza posible,
eso sí, para que la onda expansiva no fuera demasiado grande.
-Verás…
antes de eso, tuvimos una pequeña… “incidencia”, por así decirlo.
-Ajá.
-No
sé cómo es que te emborrachaste tanto en tan poco tiempo. Supongo que al ser tu
primera vez saliendo en Nochevieja, era de esperar que te descontrolaras un
poco, pero el caso es que tuve que ir a buscarte. Tus amigas vinieron a mi
encuentro; yo estaba con mis amigos, esperando a que llegara la hora a la que
habíamos quedado para subir a la habitación y estar solos por fin, y de repente
las veo aparecer entre la gente. Imagínate mi cara cuando vi que sólo eran
tres, y que tú no eras ninguna de esas tres.
-¿Me
escapé?
-No
sé si te escapaste o te dejaron sola o simplemente no se dieron cuenta de que
te habías marchado. A decir verdad, ellas también estaban bastante mal. Por eso
pienso que lo de la borrachera fue por ser vuestra primera vez; me imagino que
lo era de todas. Así que fui en tu busca.
-¿Te
costó encontrarme?
-Hombre,
me agobié un poco, no te voy a mentir, porque viendo cómo estaban tus amigas…
rastreé todo el piso de arriba, por si habías ido a esperarme a alguna
habitación, o habías subido con la intención de que yo fuera detrás; luego miré
en el jardín, y en el último momento se me ocurrió ir a buscarte a la cocina.
Estabas allí.
-Emborrachándome
más-dedujo ella, y yo chasqueé la lengua.
-En…
cierto sentido.
-¿Cómo
que “en cierto sentido”, Alec? ¿Qué estaba haciendo en la cocina? No recuerdo
mucho de la noche después de empezar a emborracharme, pero te aseguro que
recuerdo que todo el alcohol estaba allí. Y que nos vimos después de que yo
empezara a beber. Y lo que hicimos en el pequeño pasillo-añadió en voz baja,
como si alguien pudiera escucharnos, aunque supongo que no hay tono de voz
adecuado en el que confesar que te acuerdas perfectamente de cómo el chico con
el que estás enrollada básicamente te chupó un pezón en público, aunque eso sí,
cobijados por la oscuridad. No sabía qué me había pasado aquella noche, pero si
te soy sincero, no me arrepentía de todo lo que había hecho con ella antes de que
ella se emborrachara tanto-. ¿Qué haría si no en la cocina?
-Supongo
que fuiste porque querías beber más. Te habrías bebido el agua de la taza del
váter de la habitación si yo te hubiera dejado.
-Alec-musitó,
impaciente.
-Estabas
con un tío-dije sin rodeos, porque no encontraba la forma de decírselo de otra
manera. No podía dejar de pensar en lo que habría pasado de no haber llegado yo
a tiempo: ahora que se había abierto la caja de Pandora, mi cabeza estaba
trabajando a la velocidad del rayo, poniéndose
en un escenario peor que el anterior a cada segundo que pasaba.
Supongo
que en eso consiste, en cierto sentido, querer a alguien, ¿no? Angustiarte por
las cosas que podrían haber salido mal cuando te encuentras a esa persona en
una situación complicada, como Sabrae lo había estado con aquel payaso.
Sabrae
abrió los ojos y parpadeó despacio, digiriendo la información.
-¿Con
un tío? ¿Yo?
-Bueno,
más bien él estaba contigo. No quiero que te asustes, nena:
te prometo que no pasó nada. Yo mismo lo evité. Te estaba metiendo el hocico,
pero tú no parecías muy convencida, así que todavía estaba en proceso de
convencerte cuando yo llegué.
-Dios
mío… yo… lo siento muchísimo. No me acuerdo de nada. No pretendía.
-No
te disculpes. No es culpa tuya-le besé la frente y le puse la mano en la
cabeza-. Es más, verte con él me hizo entender lo mucho que yo significo para
ti-Sabrae frunció el ceño y abrió la boca para preguntar, pero se calló cuando
yo le expliqué-: la única razón por la que le permitías estar tan cerca y tratando
de besarte, era porque pensabas que era yo. Aunque una parte de ti no se lo
creía del todo, así que por eso te apartabas.
Sabrae
se mordió el labio y se quedó mirando el borde del sofá, que hacía las veces de
fuerte para nuestra pequeña conversación. Le pasé un brazo por la cintura y la
atraje un poco hacia mí mientras ella digería la información que yo acababa de
darle. No podía imaginar lo que estaría sintiendo en aquel momento: se sentiría
utilizada, sucia, engañada. Todo lo que habíamos pasado, los sacrificios que
habíamos hecho el uno por el otro, las continuas conversaciones nocturnas y las
veces que habíamos desnudado nuestras almas, la forma en que estábamos
aprendiendo a amoldarnos al otro… en peligro por culpa de un hijo de puta que
no había aceptado un no por respuesta.
Seguro
que se sentía vulnerable. Seguro que se sentía impotente. Seguro que una parte
de ella pensaba ridículamente que me había traicionado, cuando todo había
escapado a su control.
La
atraje un poco más hacia mí, dándole calor y protección, haciéndole saber que
yo entendía lo que había pasado y que no le guardaba ningún tipo de rencor,
porque sabía que era totalmente inocente, y le di un beso en la mejilla.
-¿Qué
me hizo?
Negué
con la cabeza.
-Nada.
No fue lo bastante rápido. Ni siquiera te besó, ni una sola vez. Te lo prometo.
Joder, era un puto gilipollas. Yo pensando en
que Sabrae podría sentirse mal por mí, y ella mientras tanto siendo consecuente
y preocupándose primero por sí misma. Al fin y al cabo, ella era la víctima en
la situación, no yo. Yo sólo había sido un simple efecto colateral.
Me
pasé la lengua por las muelas. Ella había sido más lista que yo, siempre. Por
eso me había dicho que no. No se merecía a alguien que pensara primero en sí
mismo y después en ella, especialmente en estas situaciones. Menudo gilipollas
me había vuelto.
-Alec.
Sol-susurró, tomándome la cara entre las manos-. ¿Qué te pasa? ¿Me estás
mintiendo?
-No.
-Entonces,
¿qué ocurre? ¿Por qué has cambiado de humor tan de repente?
-Porque
soy un capullo, Sabrae. Mientras te lo contaba y tú estabas callada, no hacía
más que pensar en que te sentirías mal porque sentirías que de alguna forma me
habrías traicionado. Y no sería así ni en broma-Sabrae frunció el ceño-.
Mientras tú pensabas en lo que te había hecho y en lo que podría haberte
pasado, yo estaba aquí, como un gilipollas, comiéndome la cabeza por lo que tú
crees que eso significaría para mí.
-Sé
que sería duro para ti-respondió-. Pero entiéndeme, Alec. Me estás contando
algo desagradable. Primero debo mirar por mí misma. Aunque, ahora que lo dices…
¿tú estás bien?
-¿Yo?
Me
tocó la cara y asintió con la cabeza, y yo sentí que un nudo se me deshacía en
el estómago para instalárseme en la garganta. Dios mío, no me la merecía. Incluso
en ese momento en el que debería mirar por sí misma sólo y exclusivamente,
lamiéndose las heridas en soledad si era necesario, tenía un trocito de corazón
reservado para su preocupación por mí.
Ni
viviendo mil vidas llegaría a ser digno de ella.
Ni
viviendo mil vidas llegarían a quererla tanto como la quería yo.
Me
incliné y le di un beso en los labios.
-Yo
estoy bien si tú estás bien, bombón.
-Estoy
bien-me aseguró-. Sólo tengo un poco de mal cuerpo, pero...-se estremeció-. Se
me pasará, estoy segura. Es sólo el shock del momento.
-¿Puedo
hacer algo por ti?
Sabrae
se me quedó mirando un instante.
-Sí.
Un par de cosas-sentenció por fin, tras un momento de silenciosa reflexión-.
Contéstame a algo: ¿qué hiciste cuando lo viste? ¿Te enfadaste?
-¡Pues
claro!
-¿Con
quién?
Alcé
una ceja.
-¿Crees
que me enfadaría contigo?
-Sólo
compruebo una cosa-contestó, encogiéndose de hombros.
-Pues,
¡con él, por supuesto! Tú no tenías culpa de nada. Estabas borracha. No sabías
dónde estabas. No sabías con quién estabas. Pensabas que estabas conmigo.
Sabrae
esbozó una dulce sonrisa.
-De
acuerdo, ¿y qué fue del chico? ¿Yo le hice algo? ¿Me defendí de alguna manera,
o…?
-Apenas
te tenías en pie-solté un bufido a modo de risa y ella puso los ojos en blanco
y susurró un fastidiado “qué lástima”-. Pero yo te vengué, no te preocupes.
-¿Qué
hiciste?
-Le
reventé la cara contra la encimera-proclamé, orgulloso-. Lo hice tan bien que
seguro que ni su madre lo reconoció cuando llegó a casa… si es que llegó.
Sabrae
sonrió, se inclinó hacia mí y empezó a besarme despacio, con besos que no
obstante fueron invasivos a pesar de su dulzura. Nuestras lenguas se enredaron
y noté cómo Sabrae dejaba de estremecerse por los nervios, toda ansiedad
borrada de su cuerpo a golpe de caricias y besos. Sus manos recorrieron mi
cuerpo; las mías recorrieron el suyo.
-¿Y
la segunda cosa que puedo hacer por ti?-pregunté, y ella sonrió.
-Esperaba
que me lo preguntaras-puso su mano entre nosotros, con un paquetito plateado
entre los dedos-. Haz que olvide lo que me acabas de contar. Hazme el amor.
No
tuvo que pedírmelo dos veces. La dejé en el suelo, sobre la alfombra tupida y
suave, y la penetré mirándola a los ojos. Lo hicimos despacio, como se merecía
nuestra primera vez tumbados. Había pasado el tiempo suficiente como para que
los dos termináramos, y yo lo hice antes que ella, que al principio estuvo un
poco tensa, pero pronto se relajó gracias a mis besos y a que fui obediente
cuando me pidió un nuevo favor, mientras aún estaba dentro de ella y nuestros
cuerpos todavía eran uno:
-Dime
lo que sientes por mí. Me gusta oírlo.
Dejé
un reguero de besos y dulces te quieros por toda su boca, su cara y el resto de
su cuerpo que podían alcanzar mis labios sin que nuestra conexión corriera
peligro. Ella se estremeció, y poco a poco empezó a subir hacia aquellas
estrellas que la miraban con envidia cada vez que las alcanzaba, pues ninguna
era tan hermosa ni tan brillante como Sabrae cuando llegaba al orgasmo.
-Te
quiero-le dije mientras se abandonaba al placer de su cuerpo, dejando un beso
en sus labios entreabiertos, que se ahogaban en busca de aire y de mí. Nos
habíamos dado la mano y mi otra mano descansaba en su cadera, disfrutando de
aquel dulce ritmo inestable que seguía su cuerpo cuando por fin culminaba.
-Y yo
a ti-me respondió en pleno abandono a sí misma, y sonreí. Me la quedé mirando
desde arriba, disfrutando de ese plano a vista de pájaro del que podía ver
tantas cosas. A veces hay milagros de la naturaleza que sólo los dioses pueden
ver; por eso, los mortales debíamos conformarnos con aprovechar al máximo
cuando, por la razón que fuera, disfrutábamos de sus mismas vistas.
Sabrae
abrió los ojos por fin y se me quedó mirando. Se tapó la boca con la mano al
darse cuenta de lo que me había dicho, y yo me eché a reír.
-Técnicamente
no me has dicho que me quieres, aún. Sí me has dicho otras cosas en otras
ocasiones.
-Déjame
adivinar-se pasó una mano por la cara, espabilándose y abrió un ojo-. Estando
borracha, ¿verdad?
-Sí.
En Nochevieja-anuncié, triunfal-. Me dijiste que estabas enamorada de mí.
-Estaba
borracha-se justificó.
-Ya
sabes lo que dicen: los niños y los borrachos siempre dicen la verdad, así
que…-me encogí de hombros, abriendo las manos y dejando las palmas vueltas
hacia arriba, y Sabrae se revolvió debajo de mí, aún rodeándome.
-Así
que imagínate una niña borracha.
-No
eres una niña-protesté-. Lo que quería decir es que te imaginaras las ganas que
tengo de que salgamos, tú bebas y me lo repitas.
Sabrae
abrió la boca y se rió.
-Puede
que empiece a controlarme con el alcohol. Mi última experiencia con él no ha
sido muy buena, ¿sabes? No puedo ir por ahí despendolada. Podría pasarme algo.
Últimamente mis compañías no son las más adecuadas.
-¿Discúlpame?
¿Cómo que te podría pasar algo? ¿Y que tus compañías no son adecuadas? ¡Ja! No
habrías estado mejor cuidada en esa fiesta con ninguna otra persona. Yo soy
quien mejor podría haberse ocupado de ti.
-Scott
estaba allí.
Me
eché a reír. Sí, Scott, el que perdía piercings dentro de sus novias. Ése Scott.
-Sobrestimas
mucho a tu hermano y me subestimas mucho a mí. ¿Dónde estaba él entonces,
cuando te encontré? ¿Eh?
-Es
una persona ocupada-respondió Sabrae, echándose a reír, pero yo no iba a dar mi
brazo a torcer tan fácilmente.
-Sabrae.
Te estuve cuidando. Con un calentón de la virgen. Admite que no hay nadie que
pudiera hacerlo mejor que yo. Ni siquiera tu hermano. Es más, es que me
atrevería a decir que ni tu padre te habría cuidado mejor que yo en esa
situación, tan cachondo como estaba yo.
Hizo
una mueca.
-Eso
ha sonado rarísimo, Alec.
-No
me refiero a que le pongas tú, imbécil. Me refiero a que…-suspiré y hundí los
hombros, haciendo un gesto con la mano como si tuviéramos a Sher y Zayn
delante-. Mira la mujer que tiene. Ni de coña habría sido tan responsable con
ella como yo lo fui contigo. Así que yo ayer me puse en modo padre. Y me lo
puse mejor que él.
-¿Significa
eso que tengo que empezar a llamarte “papi” a partir de ahora?-preguntó,
inclinando la cabeza hacia un lado. Chasqueé la lengua.
-Hombre,
no te voy a negar que dicho de tus labios suena bien, pero es que todo lo que tú digas me va a sonar bien,
así que…
Sabrae
me empujó fuera de ella y se quedó mirando su entrepierna mojada. Alcanzó un
paquete de pañuelos cuya función en aquella habitación no pienso desvelar ni
bajo tortura, y se acurrucó a mi lado después de que yo anudara el condón.
-¿Quieres
tener hijos?-soltó de repente.
-¡Guo!-salté
yo, sorprendido porque me hubiera salido por ahí. No pude frenarme, ni siquiera
pensé en mi contestación-. ¿Qué es esto? ¿Una proposición? ¿He ascendido de
novio en funciones a marido interino?
Por
toda respuesta, Sabrae esbozó una sonrisa y se acurrucó contra mí. Me dio un
beso en el hombro para decirme que esperaba mi contestación, y que esperaba que
fuera sincero. Que me había hecho una pregunta improvisada, pero no quería una
respuesta así. Quería que me lo pensara, que buscara dentro de mí y le dijera
la verdad. Incluso le valdría con un “la verdad es que no lo he pensado”, pero
ambos sabíamos, en cuanto se hizo un huequecito a mi lado, que aquella no iba a
ser mi contestación.
Recordaba
haber tenido esa misma conversación con Chrissy. Cómo me había inclinado en la
furgoneta y le había dicho que no había pensado en críos, que tenía 17 años y
toda la vida por delante para preocuparme por ellos. Cómo le había dicho, en
tono de broma aunque totalmente en serio, que podía contar conmigo si no
encontraba un tío con el que tenerlos y quería quedarse embarazada. A fin de
cuentas, a una mala yo tendría que soltar mi materia prima en un botecito y la
ciencia se encargaría del resto; a una buena, Chrissy se abriría de piernas en
un día marcado por las apps de ovulación que usan las mujeres y los dos
disfrutaríamos del proceso.
A
Chrissy le había dicho que no me lo planteaba y que no se preocupara por eso.
Pero
claro, cuando había hablado con Chrissy, estábamos en una furgoneta, y ella
estaba vestida.
Y,
sobre todo, sobre todo…
...
igual que me había pasado con Bey…
… no
era Sabrae.
-Sí-me
escuché decir, y Sabrae sonrió, y yo sonreí, y por dentro algo en mi interior
se removió, porque, ¡GUAU! ¡QUIERO TENER
HIJOS! ¡Y PARECE QUE LOS QUIERO CON LA CHICA QUE TENGO AL LADO!
Por supuesto, ¿con quién, si no?
-¿Y
tú?
-Sí-murmuró-.
¿Sabes cuántos? ¿O sólo uno?
-No,
uno no-arrugué la nariz-. Uno es poco. Y no tendría hermanos.
-Tener
hermanos es genial.
-Sí.
Aunque las hermanas pequeñas sois muy cargantes a veces.
-Y
los hermanos mayores sois unos pesados.
-¿Sexo?
-¿No
te parece que lo hemos hecho bastante ya?
-¡Hablo
del sexo de tus hijos, Sabrae!
-¡Oh!-Sabrae
se echó a reír-. No sé. Supongo que ambos. Me gustaría la parejita, como
mínimo. Y adoptar. Me gustaría mucho
adoptar un niño. O un adolescente. Lo tienen muy crudo a medida que se hacen
mayores, como los animales de perrera; a más viejos, menos posibilidades de
encontrar una familia-reflexionó, y sus ojos se nublaron un momento mientras
estaba perdida en sus ensoñaciones-. ¿Y tú?
-El
primero, niño. Seguro.
-¿De
veras? Vaya. Yo prefiero niña. Somos más fáciles de criar, según mamá. Yo le he
salido más dócil que Scott.
-He
visto burros menos tozudos que tu hermano-solté, y Sabrae se echó a reír y
asintió-. Pero a vosotras os pueden dejar embarazadas.
-Qué
desastre, ¿eh? Lo peor que le pueden hacer a una chica es un bombo.
-No,
pero su hermano mayor estaría ahí para alejar a los buitres, como hago yo con
Mary.
-Se
me había olvidado que eres todo un hermano protector, marca registrada-se burló
Sabrae.
-Tú
ríete, pero anda que no le habré sacado yo las castañas del fuego poco a Mary
Elizabeth. Y Scott contigo, igual.
-Yo
no me meto en líos.
-¿Con
esa cara? No me sorprendería nada si tu segundo nombre fuera “Problemas”.
Sabrae Problemas Malik-me eché a reír y Sabrae hinchó los carrillos.
-Muy
gracioso, pero yo soy muy buena chica. Me porto bien siempre y Scott no tiene
que mover un dedo para resolver mis problemas. Sé hacerlo yo solita.
-Eso
te crees tú. Y eso se cree Mimi. Y luego venís corriendo a la mínima ocasión a
lloriquearnos, “ay, Alec, ay, Scott, ay, Tommy”.
-Alec-murmuró.
-¿Qué?
-¿A
ti te gusta ser hermano mayor?
-Pues
claro. Si no fuera un hermano mayor, sería porque Mimi no existiría. Y tengo
que reconocer que es bastante toca cojones si se lo propone, pero es mi
hermana. La quiero con locura.
-Eso
me pasa a mí-musitó, abrazándose a mi costado.
-¿Tú
también quieres a Mimi con locura?
-No,
bobo. Yo también quiero a Shasha y Duna con locura. No las cambiaría por nada
del mundo. Ni a Scott.
-No
hacía falta la aclaración.
-Sí
que la hacía. Si no, le irías con el cuento; te conozco.
-Él
fue tu primera palabra. Igual que yo fui la de Mimi. Eso ya dice más que nada.
Sabrae
se mordisqueó el pulgar.
-¿Cuál
fue tu primera palabra?
-Mamá.
-Qué
original-Sabrae puso los ojos en blanco.
-¡Oye!
No todos tenemos hermanos mayores a los que adorar, ¿sabes?-protesté. Algunos aprendemos a llamar a mamá pronto
para que ella pueda venir a impedir que nos caneen.
Aunque la culpa no la tenía
Aaron. No del todo, al menos. La tenía mi padre.
Era
un milagro que yo no hubiera aprendido de él. Gracias a Dios, mamá me había
sacado de su zona de influencia antes de que yo pudiera empezar a imitarlo.
Aaron, en cambio… tardaría años en aprender que pegar a la gente a la que debía
querer no estaba bien.
Y que
pegar a la gente a la que odiaba, como Mimi, tampoco estaba bien, por mucho que
él lo creyera justificado.
Sabrae
se quedó callada, dejándome pensar, sumida ella en sus propios pensamientos.
Estiró la cabeza en todas direcciones, examinando el cobertizo y los muebles
que Jordan y yo habíamos elegido a conciencia para poder entrar en aquel lugar
con la certeza de que podríamos sobrevivir en él una semana.
-Todavía
nos queda algo por hablar-le recordé, dándole un mordisquito en la piel del
hombro.
-¿Te
refieres a los nombres?-bromeó, y se incorporó un poco-. ¿No te parece que este
sitio no es el adecuado para tener una conversación tan trascendental?
-¡Oye!
No te metas con el cobertizo. Jordan y yo lo acondicionamos. Era un puto garaje
de mierda en el que su padre guardaba el cortacésped. Él y yo lo hicimos
habitable hace tres veranos: le cambiamos el tejado, lo recubrimos de madera
por dentro y le hicimos una cámara de aire a las paredes para que aísle el
ruido y el frío. El parqué lo puse yo-informé, orgulloso, y Sabrae echó un
vistazo a los rincones de madera ocre que asomaban aquí y allá-. Jordan montó
los muebles mientras yo lo iba colocando. Entre los dos forramos las paredes de
madera después de darle la capa de hormigón. Lo único que no hicimos nosotros
fueron los conductos de la calefacción del suelo: eso era cosa de expertos, así
que lo hicieron nuestros padres.
-¿Qué
hay del baño?
-Los
azulejos los puso Jordan, pero las juntas del retrete y el lavamanos son cosa
mía.
Sabrae
se incorporó hasta quedar sentada, examinándolo todo con una nueva curiosidad.
-¡Ah!
Y los cables fue cosa de los dos. Jordan se ocupó del de Internet. Yo hice la
instalación eléctrica. Es fácil una vez que le pillas el tranquillo. Cuando
quieras enchufes nuevos en tu casa, me llamas, que todavía me acuerdo de cómo
se ponen.
-¿Por
qué no estudias arquitectura, o una ingeniería?-quiso saber ella, volviendo la
vista hacia mí-. Se te da bien construir cosas.
Puse
los ojos en blanco y me dejé caer sobre la alfombra, cubriéndome con la manta.
-No
me da la cabeza para tanto, Sabrae. Todavía estoy pendiente de si repetiré
curso o no, ¿recuerdas?
-Si
repites va a ser porque te dé la gana. ¿Por qué no te quieres, aunque sea solo
un poco?
-Pero,
¡si yo me quiero!-protesté, destapándome y mostrándole mi torso desnudo-. ¡Mira
qué bueno estoy!
Sabrae
puso los ojos en blanco.
-Ya
me entiendes Al.
-Sí,
ya te entiendo, Sabrae-asentí, tapándome de nuevo. Ella me arrebató la manta y
corrió hacia el baño otra vez. Dejé el condón encima de la mesa, en el
cenicero, y miré por la ventana; ya era noche cerrada, aunque puede que ya lo
hubiera sido cuando llegó Sabrae. La verdad es que siempre perdía la noción del
tiempo cuando entraba en el cobertizo de Jordan; habíamos decidido ponerle
ventanas pequeñas no sólo porque así se conservaría mejor el calor, sino
también porque así tendríamos más intimidad. En lo que no habíamos pensado era
que, cuando no tenías la referencia del sol, era imposible que te orientaras
bien. Acababas pasándote horas en un lugar en el que sólo querías pasar tres
cuartos, como máximo.
Cuando
regresó, lo hizo de nuevo enredada en la manta, tan preciosa como siempre y a
la vez como nunca. Se sentó a mi lado aún embutida en la manta, y luego la extendió
para taparme con mimo.
-¿Estás
psicológicamente preparada para…?
-Quiero
hablar de lo de Bey.
Asentí
con la cabeza.
-Es
justo. Bueno, me imagino que no pretenderás que te cuente lo que hicimos, ¿no?
-Hombre,
ya que no me avisaste para que me uniera a la fiesta, estaría bien hacerme una
imagen mental-puso los ojos en blanco y se echó a reír.
-No
te voy a decir que no disfruté, porque sería mentir. Y tampoco que no significó
nada para mí. Es la primera chica de la que me enamoré. Aunque no lo hice tan
intensamente como lo estoy ahora. Además… es mi mejor amiga.
-Ajá.
-Pero
sí que pensé en ti. Muchísimo. Apenas te pude sacar de la cabeza, y… no sé. No
hay mucho más que contar. No le puse tu cara, eso sí. No soy tan cabrón.
-Problema
tuyo.
Me
reí.
-Créeme,
nena: si tuvieras a Bey desnuda delante de ti, tú tampoco le pondrías la cara
de otra chica. Está muy, muy buena. Las dos lo estáis-añadí apresuradamente.
-No
tienes que hacer eso, Al. Sé que lo haces con buena intención, pero mi belleza
no tiene nada que ver con la de Bey. Las dos podemos ser guapas, las dos
podemos estar buenas, y puedes querernos a las dos sin que eso influya en lo
que sientes por la otra.
-Vale.
Sólo… no quería que te sintieras mal. Simplemente. Estoy de acuerdo, pero las chicas
sois muy sensibles con el tema de con quién os comparáis.
-Bey
siempre me ha caído bien; incluso diría que somos amigas lejanas. No me molesta
que me comparen con ella más de lo que me molesta que me comparen con otras. Yo
valgo por mí misma, no por lo que mejore o empeore en otras chicas.
-Eso
es lo que más me gusta de ti-sonreí, acariciándole la boca, y Sabrae imitó mi
sonrisa-. Entonces, ¿todo bien con el tema de Bey?
-Depende.
¿Hiciste que se corriera?
-La
duda ofende.
-Entonces
sí. Todo bien.
-Varias
veces, además. Como contigo.
-¡Oh!
Así que, ¿no soy especial?
-¿Tú
que crees?-pregunté, agarrándola de la cintura y tirando de ella para sentarla
en mi regazo. Sabrae sonrió, me acarició la nuca y me dio un piquito.
-¿Te
dijo algo sobre mí?
-No
hablamos mucho, Sabrae. La verdad es que fue un poco aquí te pillo, aquí te
mato.
Entrecerró
los ojos.
-Sabes
que mientes fatal, ¿no?
-¿Desde
cuándo?
-A mí
me mientes muy mal.
-No
pienso decirte lo que hablé con Bey. Es privado.
-O
sea, que si quiero saber si te dijo expresamente que yo aprobaba lo vuestro
antes de que accedieras a acostarte con ella para saber si me puedo fiar de ti,
tendré que preguntárselo directamente, ¿no?
-Es
mi mejor amiga. No pienso delatarla. ¿Delatarías tú a Amoke?
Sabrae
sonrió.
-Te
lo dijo, ¿no es así?-al ver que yo no decía nada, su sonrisa se amplió un poco
más, y sus dedos hicieron una pirueta en mi nuca, haciendo que se me acelerara
la respiración-. Sí. Te lo dijo. Si no, tú no te habrías acostado con ella. Te
daría miedo hacerme daño.
-Te
prometí que te sería fiel, pero que primero me despediría de mis chicas. Bey
también es mi chica.
-¿Y
eso lo recordaste tú solo, o te echaron una mano?
Me
relamí los labios y clavé la vista en el techo mientras esbozaba una sonrisa.
-Se
lo dijiste tú, ¿a que sí?-adiviné-. Que sólo faltaba ella. Y que era su
oportunidad.
-No
pensaba que Nochevieja fuera a ser su oportunidad, sinceramente. Pero sí que le
dije que tenía que acostarse contigo aunque sólo fuera una vez. Para no sentirse
tonta por quererte aunque tú me quisieras a mí. Por dos cosas: porque la sigues
queriendo… y porque te mereces que te quieran, Al.
-Nena,
si estás tratando de convencerme para lo del trío… de verdad que no tienes
necesidad. Sólo tienes que convencerla a ella. Yo ya estoy más que dispuesto.
Sabrae
se echó a reír, negó con la cabeza.
-Te quiero
sólo para mí.
Nos
besamos un poco más, hasta que nos cansamos de estar sentados en el suelo del
cobertizo. A regañadientes, accedí a levantarme, pero protesté tanto cuando
Sabrae cogió su blusa para empezar a vestirse que ella me ofreció un regalo
inesperado.
-¿Quieres
una foto?
-¿Qué?
-No
tienes ninguna foto mía que sólo tengas tú-explicó-. Todas las que tienes, son
porque te las has bajado de las redes sociales, o son las fotos chorra que te
he pasado por Telegram. ¿Quieres una para acordarte de hoy?
-¿Crees
que voy a olvidarme de lo que ha pasado hoy?
-Alec-Sabrae
puso los brazos en jarras-. Te estoy ofreciendo un regalo muy apetitoso. Mira cómo estoy-aludió, abriendo los brazos,
y los botones del centro de su blusa se pusieron en tensión. Quise preguntarle
cómo tenía pensado ponerse el sujetador, pero entonces comprendí lo que estaba
diciendo.
-Vale.
Quítate la blusa.
-¿Qué?
-Confía
en mí. Quítate la blusa. He decidido que sí que quiero mi foto.
Sabrae
parpadeó, confusa, y se llevó unas manos indecisas a los botones de su blusa.
-No
vas a hacerme una foto en tetas, Alec. Por ahí no pienso pasar.
-¿Quieres
callarte? Tengo una idea.
-Soy
hija de mi padre. ¿Tienes idea de lo que vale una nude mía?
-No
vale más para la prensa de lo que vale para mí, créeme, pero no estoy
interesado en hacerles una foto a tus tetas. Aún llevas mi corbata-señalé-. Quiero
tener algo que poder mirar por las noches, cuando no pueda dormir, y quiera
recordar lo bien que te quedaba mi corbata.
Sabrae
se mordió el labio.
-Sólo
hay una persona que tiene menos interés que tú en que una foto íntima tuya se
filtre a la prensa, Sabrae. No seas desconfiada.
-¿Quién?
-Yo-me
encogí de hombros-. Eres mi chica. No eres mi novia. No quiero perder las pocas
papeletas que tengo de que esto vaya a más. No se te va a ver nada, créeme.
Sabrae
sonrió, se desanudó la blusa y se quedó de pie frente a mí. Se apartó el pelo
de los hombros y se tapó instintivamente
su sexo, pero yo no estaba interesado en retratarlo… aún.
-Yo
me refería a una foto más… de nosotros-musitó.
-Va a
ser de nosotros-respondí, arrodillándome. Sabrae hizo lo propio y se me quedó
mirando. Se cubrió los pechos con la mano mientras y encendía la cámara, sólo
por si acaso. Me incliné para darle un beso en los labios y tranquilizarla-. No
se te va a ver nada. No te preocupes.
-No
estoy nerviosa por eso. Es que… nunca había posado para nadie.
-Eso
no es problema.
-¿Me
sacarás bien?
-Eres
la chica más hermosa del mundo, Sabrae. Es imposible que no te saque bien.
Sabrae
sonrió, jugueteó con su pelo y se quedó mirando a la cámara. Lentamente, retiró
las manos de sus pechos, y yo me quedé sin aliento, contemplándolos en la
pantalla…
…
pero, aunque la tentación fuera fuerte, más lo eran mis ganas de tener algo que
pudiera mirar sin temor a que alguien lo viera. No podíamos arriesgarnos, no
todavía. Quería que la primera vez que me enviara fotos de su cuerpo fuera
porque a ella le apetecía, no porque yo se lo pidiera. Vale que había sido ella
quien me lo había ofrecido pero… no era lo mismo.
Sabrae
tragó saliva y sus mejillas se encendieron.
-Hazla.
Quiero que me veas.
-Y yo
poder ponérmela de fondo de pantalla en nuestra conversación. Tápate.
Sabrae
sonrió.
-Eres
espíritu de contradicción, ¿eh?
Se llevó
las manos a los senos, pero luego se lo pensó mejor, y en su lugar los cubrió
con los codos. Se mordió la uña del pulgar y miró directamente a cámara,
hermosa, lasciva, desafiante y confiada. Su piel era de chocolate; su melena,
negra como el carbón, y sus ojos brillaban como dos luceros en la noche,
haciéndole competencia a la sonrisa pícara que se intuía tras su mano. Mi corbata
contrastaba en su cuerpo, acorralada entre sus pechos redondeados y bien
sostenidos por sus brazos.
-Mi
regalo de Navidad-dijo, sonriente, cuando se la mostré y me dio un beso.
-¿Otro
más?
-Te
lo mereces. Por lo bien que me has tratado hoy.
-¿Es
que no te trato bien siempre?
-Pero
hoy has estado mejor que el resto de días.
Le
dediqué una sonrisa torcida.
-Sabía
que conseguir que hicieras squirting tendría
su recompensa, pero no me imaginaba que no sería la recompensa en sí.
Sabrae
se echó a reír y comenzó a vestirse, dándome la espalda.
-¿Qué
haces esta noche?-preguntó cuando estuvo ya vestida, con toda la ropa salvo las
medias rotas, que hechas un ovillo en la mano.
-Qué hacemos esta noche, querrás decir-respondí,
ajustándome la capucha de la sudadera y consiguiendo que una de las comisuras
de su boca se elevara en una nueva sonrisa torcida. La tomé de la cintura y la
acompañé a la calle, cerrando con el talón la puerta del cobertizo de Jordan. Necesitaba
parar en casa antes de irme con ella; ni de coña iría yo a ningún sitio que no
fuera el gimnasio con los pantalones de chándal y la sudadera, ya no digamos a
una cita con Sabrae.
-¿Quieres
que espere aquí?-preguntó Sabrae, mordiéndose el labio, de repente tímida
cuando llegamos a la puerta de mi casa y yo metí las llaves en la cerradura. Me
volví para mirarla.
-No
sé. ¿Prefieres esperar?
-No
le has dicho nada todavía a Annie de lo nuestro, ¿verdad?
-Eh…
no. No ha salido el tema de conversación, la verdad.
-Entonces,
quizá sea mejor que espere fuera.
-Entra
hasta el hall. Hace frío. Y no tienes medias-insistí. Sabrae sonrió, se abrazó
a sí misma cuando atravesó la puerta y se quedó esperando en el vestíbulo. Le susurré
que no tardaría un minuto y me lancé escaleras arriba.
Con
la mala suerte de que no lo hice lo bastante rápido.
-¡Alec!-celebró
mi madre, que estaba sentada en el sofá en L, tomándose una taza de té con la
mismísima Sherezade Malik.
Joder.
Mi suegra.
¿Qué coño hace todavía aquí? Si
habrán pasado horas desde que Sabrae…
Sher esbozó
una sonrisa cómplice mientras se llevaba la taza de té a los labios. Fuera lo que
fuera lo que hubieran estado hablando, estaba claro que era un tema de
conversación largo. O puede que simplemente hubieran estado esperando a verme
llegar.
-Eh…
hola, Sher. No te había visto. Perdona, llevo un poco de prisa, es que…
-¿Adónde
vas?–inquirió mi madre-¿Hay algún fuego?
-Qué
va, es que… he quedado y ya voy tarde.
-Para
no perder la costumbre-suspiró ella, dejando la taza de té en su platito-. Dile
a Sabrae que pase, y así no coge frío.
Me quedé
a cuadros. Literalmente sentí el suelo fundiéndose bajo mis pies.
¿Cómo
que dile a Sabrae?
¿Desde
cuándo coño sabía esta mujer que yo estaba con…?
La
madre que me parió.
Claro.
Nochevieja.
-¿Perdón?-pregunté,
y mamá hizo un gesto con la mano.
-No
seas maleducado, Alec. Dile que entre y se tome una tacita de té con nosotras
mientras te cambias.
-Pasa,
bombón-la llamé, y mamá esbozó una sonrisa marisabidilla. Sentí, más que vi,
cómo Sabrae salía del vestíbulo y se quedaba en la planta baja, a mi espalda,
mirando a nuestras madres con ojos como platos, sin saber qué decir. Tenía la
espalda rígida y las manos apretadas en un puño para disimular lo mucho que le
temblaba el pulso.
-¿Y
tus medias, Sabrae?-preguntó Sher, y me giré al tiempo de ver cómo Sabrae las
sostenía en alto. Sherezade se las quedó mirando.
-Bueno,
parece que te viene de familia que te gusten los hombres que rompen medias. -Vas a comprarle otras inmediatamente-ordenó
mamá, y yo asentí.
-A
eso venía, mamá. A por pasta y a cambiarme. Nos vamos al centro.
-Trae
el pelo suelto-observó mi madre, a la que debían fichar urgentemente en la
Nasa. Clavó sus ojos castaños en mí y su boca se vistió con una sonrisa
malévola-. Pobrecilla. Debes de ser un peligro con algo a lo que agarrarte
mientras folleteas.
-¡MAMÁ!-protesté,
escandalizado, mientras las dos mujeres se echaban a reír y Sabrae se ponía
roja como un tomate-. ¿Qué coño dices
-¿Te
parece bien, Annie?-preguntó Sabrae con un hilo de voz, y yo me la quedé
mirando. A mi madre que le parezca como
quiera. Tú y yo vamos a seguir juntos contra viento y marea.
-Sí,
mujer, por supuesto que sí-mamá agitó la mano en el aire-. Si es que realmente
tú eras la única que podía domar al toro bravo que tengo por hijo. Menudo espécimen
has ido a escoger, hija mía.
-¡Mamá!
¡Que yo soy un chico muy formal! ¡Que visto de camisas!
-Si
fuera tan simple…-gruñó, y Sabrae dio un paso hacia mí y se colocó a mi lado. Me
acarició la mano y yo respondí entrelazando mis dedos con los suyos. Nuestras dos
madres se miraron y empezaron a reírse como dos colegialas. Ni Sabrae se reía
ya así.
-¿Cómo
lo…?-empecé, pero mi madre me cortó.
-Alec.
Por favor. Cuando tú vas a un sitio, yo ya he venido de ahí lo menos siete
veces.
-Así
tienes las piernas tan estilizadas y esa cinturita de avispa, mami.
Mamá se
me quedó mirando.
-Tía
buena.
-¿No
tenías que ir a cambiarte?
-Cierto.
Perdón. Ahora vuelvo, nena-le di un beso en la cabeza a Sabrae y salí corriendo
escaleras arriba. Entré en mi habitación con la sudadera y la camiseta ya en la
mano, y me afané en desvestirme lo más rápido posible para salir pitando de mi
casa.
Sabrae
se limitó a sentarse en un extremo del sofá y a sacar su móvil para no tener
que mirar a mi madre, que la escaneó con la mirada como quien examina un cuadro
que está decidiendo si comprar o no.
Ella
no me había dicho nada, pero había empezado a sospechar que mi madre sabía lo
nuestro esa tarde, cuando vino a mi casa con el pretexto de visitarla para
poder verme a mí. Después de que Sabrae hiciera de tripas corazón y terminara
preguntando dónde me encontraba, y se fuera prácticamente corriendo en mi
busca, mamá había tomado un sorbo de su té y había comentado:
-Ha
sido paciente.
-¿Cómo
dices?-inquirió Sherezade, relamiéndose los labios.
-Tu
hija. Es la que está con mi hijo-constató mamá como quien dice que el cielo es
azul, o la Tierra, redonda.
-¿Cómo
lo sabes?
-Venga,
Sher-mamá miró a su amiga-. Que no soy boba. Que piensen ellos que nací ayer,
vale, pero que lo pienses tú… antes Sabrae no vendría por casa ni a tiros por
si se lo encontraba, ¿y ahora le decimos dónde está y se va? Y Alec ahora se
comporta como un aprendiz de amo de casa conmigo. Me sigue a todas partes y me
pregunta cómo me puede ayudar. No hay que ser un lince para adivinar lo que
pasa. Sé que todo esto es por influencia de Sabrae.
Sher parpadeó.
-Además-continuó
mi madre-, se metieron mano delante de mí. Y tenías que ver cómo Sabrae se
comía con los ojos a mi Alec. Aunque no puede culparla, la verdad. Otra cosa
no, pero hijos guapos sí que me permitió tenerlos Brandon.
-Pues
si vieras tú a Alec babeando delante de mi Sabrae cuando ella bajó las
escaleras de casa de Louis y Erika con ese mono…
-Se
debe de pensar que yo soy tonta-había protestado mamá-. Que no tengo ojos en la
cara, ¿sabes? Habla con ella de la misma forma en persona que por teléfono.
-Chica,
lo hacen todos-Sher le había tocado la rodilla a mi madre y se la había acariciado,
en un gesto cómplice muy propio de las mujeres-. Scott nos metió a Eleanor en
casa y pretendía sacarla a hurtadillas. Evidentemente, no lo consiguió.
-¿Cómo?
¿Están enrollados?
-No,
no. Son novios, creo. No sé lo que hay entre tu hijo y mi hija, la verdad. Ni ellos
saben definirlo. Son más estables que un simple rollo, pero no son novios
oficiales. Eleanor y Scott, sí.
-Eleanor
estará contentísima. Siempre hablaba de Scott estando con Mimi.
-Pues
Scott está en una nube.
-La
compartirá con Alec, entonces. ¿Cuánto llevan?
-Mes
y pico, creo.
-Dios
mío, esos meses son los mejores.
-Lo
cierto es que sí.
-¡Y
cuando más se nota! Como si no fuéramos a verlo. Que tenemos estudios, tú y yo.
Vale que yo no los terminé porque me quedé embarazada, pero, ¡en fin! Estos
hijos nuestros. Horas pariéndolos para que luego no te cuenten nada.
-¿Horas?
Scott me tuvo días. Y me paga igual que Alec.
-Son
todos unos desagradecidos. Espero que con Mary no me pase así.
-Ellas
confían más en nosotras que ellos.
-A
ver si es verdad. ¡Qué rico el bizcocho, ¿no?! Le ha quedado muy esponjoso a tu
nena. Qué buena mano tiene.
-Está
inspirada últimamente. Por las compañías, ya sabes-Sher le había guiñado un ojo
a mamá y las dos se habían echado a reír.
Cuando
bajé las escaleras a la velocidad del rayo, temiendo que en cualquier momento Trufas apareciera por alguna esquina y
acabara por pisarlo, me encontré con que Sabrae se había cansado de fingir que
no estaba allí y le había preguntado directamente a mi madre desde cuándo sabía
lo nuestro.
-Desde
que os vi en el supermercado. A Alec le cambia la voz cuando habla contigo.
-A mí
no me cambia nada, mamá, déjate de historias. Vamos, Saab.
-Mira
cómo te habla. “Vamos, Saab”-se burló mamá, echándose a reír.
-En cuanto
cumpla los 18 me voy de esta casa-protesté.
-¿Te
voy preparando la maleta y te extiendo una autorización para que te vayas
antes?
Puse los
ojos en blanco y le tendí la mano a Sabrae, que ella aceptó con una sonrisa
aliviada.
-Eso lo
ha aprendido de Dylan-se jactó mamá, y yo puse los ojos en blanco.
-Adiós,
Sher. Sargento-me despedí, pero mamá no iba a soltarme tan fácilmente. Mimi haría
lo mismo, porque era sangre de su sangre… y se divertían haciéndomelo pasar
mal.
-Acompáñala
a casa, ¿eh?
-Mamá,
yo siempre la acompaño a casa.
-¿Vais
a ir a cenar? ¿Tienes dinero para invitarla?
-De
eso nada; que pague ella, si quiere algo, que no la he criado para que sea una
mantenida-protestó Sher.
-Sí-dijimos
Sabrae y yo a la vez, tras mirarnos un momento y confirmar que nuestra noche
iba a durar más que una cena.
-¿Todavía
te queda hambre después de…?-pinchó Sher a Sabrae, alzando las cejas y
pasándose la lengua por el labio.
-¡MAMÁ!
Joder,
ahora quería quedarme. Ver a Sher provocando a Sabrae sería divertidísimo.
-¡Qué
va, Sherezade! No me la come ni a tiros, es que es desesperante. No hay manera.
-¡Alec!-protestó
mi madre.
-Tendrás
queja.
-Sabrae,
cariño, puedes venir a casa cuando quieras. Estás invitadísima.
-Gracias,
Annie-sonrió Saab, poniendo cara de niña buena.
-Y si
me avisas con antelación, te preparo lo que más te guste.
-¿Y
yo puedo comer también de carta, mamá?
-Tú
de menú del día y vas que chutas, Alec.
-¿Has
visto, Al? Yo soy una invitada especial, y tú no-Sabrae me sacó la lengua y yo
puse los ojos en blanco.
-Qué
graciosa, la niña. Anda, tira, que nos van a cerrar el Primark y te vas a
quedar sin medias.
Sabrae
tenía pensado torturarme yendo de un lado a otro en la tienda, pero una mala
combinación de autobuses y la hora de cierre cercana hizo que corriera a la
velocidad del rayo a la zona de las medias. Tras hacer una cola interminable,
nos fuimos a cenar al Imperium, con
tan buena suerte que nos encontramos a Logan con unos amigos que había conocido
en aquel bar gay allí.
Logan
se sentó con nosotros nada más vernos llegar, y estuvo dándole la tabarra a Sabrae
con lo buen novio que podría ser si yo me lo proponía, lo buen amigo que ya era
y lo abnegado que había sido renunciando a verla para acompañarlo en una cita
que había salido mal.
-Espera,
¿qué? ¿Que Alec fue adónde?
-¡A Los muslos de Lucifer! ¿No lo conoces?
Es un local muy famoso, está a tres paradas de bus. Podríais venir, si queréis.
Alec se desenvolvió muy bien la otra vez. Es el único heterito al que dejan entrar-rió
Logan, dándome unas palmaditas en la mejilla.
-Estoy
comiendo, L, tío.
-Me
parece imposible que Alec entre en un sitio así-rió Sabrae.
-¿Por
qué?-protesté-. ¿Piensas que soy el típico machito hetero que pega el culo a la
pared en todos los bares gays a los que entra? Vas a flipar, tía-sentencié,
apurando mi cerveza-. No va a haber nadie que perree más que yo esta noche. Avisadnos
cuando os vayáis, L, que vamos con vosotros.
Logan
dejó escapar una exclamación y voló de vuelta a su mesa. En diez minutos, nos marchábamos
del local en dirección a la parada de autobuses, los gays chillando por delante
y el hetero y la bisexual caminando por detrás en silencio, con las manos
cogidas.
Sabrae
me miró cuando nos detuvimos en la parada y me dio un beso en el antebrazo.
-No
te acostaste con Chrissy la noche que fuiste con Logan, ¿verdad?
-Ya
te lo dije, bombón. Ya me había despedido de Chrissy cuando todo eso pasó.
-¿Y
por qué no me dijiste dónde habías estado y ya está?
-Porque
Logan estaba en el armario. Y yo no soy quién para sacarlo-contesté, mirándola
a los ojos-. Ni siquiera con alguien que sé que no se lo contaría a nadie.
Sabrae
sonrió, me tomó de la mano y tiró de mí para darme un beso ardiente que hizo
que los gays la jalearan.
-No
vas a perrear mucho esta noche. En cuanto lleguemos al local, me llevas al baño
y me conviertes en la primera chica a la que se follan en ese sitio. Y a la
próxima pregunta que me hagas, mi respuesta será sí. Así que piénsatela bien-me
guiñó un ojo y se subió al autobús por delante de todos los hombres, que me
dejaron que fuera tras ella. Nos fuimos enrollando durante todo el trayecto, y
cuando llegamos a la puerta, Sabrae entró sin pagar no porque fuera un cebo
para un público masculino que iría babeando tras ella (sólo había uno que iba a
babear, y aquel era yo, pero babearía tanto que ella ni notaría la diferencia),
sino por ser la hija de Sherezade, a la que tenían mitificada en aquel sitio…
Apenas
habíamos atravesado las puertas y llegamos a la pista de baile, donde Logan siguió
a sus amigos a las escaleras en dirección al piso superior, yo cogí del brazo a
Sabrae y la atraje hacia mí. Ella me miró a los ojos, esperando por mi
pregunta.
Sabía
lo que quería que le preguntara.
Y,
¿sinceramente?
No
iba a darle ese gusto.
Así que
me incliné hacia su oído y, para hacerme oír por encima de la música, le grité:
-¿Podemos
hacerlo a pelo?
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆
Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
QUE CHILLO CON EL CAPÍTULO AY. ME HA PUTO ENCANTADO TÍA. El momento del squirting me tiene llorando a lágrima viva, que gracioso socorro. Realmente Alec no para de hacerme reír en todos los capítulos, no sé que cojones hacer ya con este chaval de verdad. El momento folleteo máximo ha sido súper bonito joder, y el momento foto tmb, mentiría si dijese que no he ido a ver si ashley moore tiene una foto con una pose similar o algo parecido para poder recrearla en mi mente. Realmente ha sido súper bonito, así como tmb la charla sobre Bey.
ResponderEliminarEl momento de Annie y Sher vacilandolos miras, top. O sea es que me he descojonando, necesito más momentos de ambas haciendolos pasar vergüenza. Por último el momento final ha sido una maravilla, me ha gustado mucho que finalmente Sabrae supiese que pasó aquella noche y el puntito de que follen en un bar gay, mira la storyline que no sabía que necesitaba hasta ahora vaya.
El momento squirting lo mejor que escribi en toda mi vida bua es que me sigo descoñando cuando lo recuerdo, y es que Alec tiene un arte????? Amamos al rey de la comedia es que no hay situacion con la que no sea capaz de hacer que te descoñes bua
Eliminar"El momento folleteo maximo ha sido super bonito" ESTOY DESCOÑADA PAULA JAJAJAJAJAJAJ
Las suegras lo mejor de la novela voy a hacer un spinoff de ellas dos lo sabes tu lo se yo lo sabemos todos
Y mira el momento bar gay realmente fue una paja mental mia pero BUA el juego que me va a dar no pienso renunciar a él en la vida jsjsjsjsjsjs