domingo, 3 de febrero de 2019

Final boss.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Bey se me quedó mirando cuando le solté la mano para ir hacia el baño, justo en dirección contraria a mi habitación, donde ella se dirigía. Se mordió el labio, preguntándome si estaba todavía un poco borracho y por eso me comportaba de una forma tan extraña, y yo señalé la puerta con el pulgar por encima de mi hombro.
               -Voy a lavarme los dientes.
               -¿Qué?-se echó a reír y sacudió la cabeza-. Al, que he estado contigo cada vez que íbamos a comer fuera. Créeme, si cuando te dio por comer ajo no salí corriendo, no voy a hacerlo ahora.
               -Ya, bueno… cuando comí ajo no te ibas a enrollar conmigo. Y no querrás que nos liemos mientras me huele el aliento a tocino, ¿no?
               Puso los ojos en blanco, volvió a sacudir la cabeza e hizo un gesto con la mano indicando que me marchara. Ella entró en mi habitación, y cuando yo volví, con una sensación de frescor en la boca y mi estómago haciendo triples saltos mortales como si tuviera que remontar como fuera una mala puntuación en las Olimpiadas, estaba sentada en la cama, con Trufas en su regazo. Me miró y me sonrió cuando cerré la puerta y acudí a su lado con una recién adquirida timidez. El conejo abrió los ojos y clavó en mí una mirada oscura, amenazante, como advirtiéndome de que si Bey dejaba de acariciarlo por mi culpa, se aseguraría de que mi almohada acabara llena de conguitos.
               Trufas se giró para darme la espalda, muy digno, meneó las orejas y volvió a aovillarse en el regazo de Bey. Pareció relajarse cuando yo le puse una mano encima y paseé los dedos por su pelo suave y brillante. Bey y yo lo acariciamos durante un rato, distraídos, tan avergonzados de repente por la presencia del otro y por lo que estábamos a punto de hacer que cualquier excusa era buena, incluida mimar a Trufas.
               Llegado un momento, Trufas se dio la vuelta y agitó las patitas para que le rascáramos la barriga. Después de que le consintiéramos el capricho, el puñetero animal trató de darme un mordisco para que lo dejáramos tranquilo y se bajó de un brinco del regazo de Bey. Trotó hasta una esquina de mi habitación y se acurrucó en un cojín que yo había puesto allí hacía mucho tiempo, con la esperanza de que dejara de mordisquear mis guantes de boxeo cada vez que se aburría. No había surtido mucho efecto, pero por lo menos lo usaba de cama.
               Bey se mordió el labio, observando cómo Trufas saltaba sobre el cojín para ablandarlo y moldearlo a su cuerpo. Di una palmada sobre mis muslos y suspiré.
               Teníamos que hacer eso. Bey lo sabía. Yo lo sabía. Y estaba convencido de que Sabrae lo sabía también. Pero eso no quitaba de que un fantasma oscureciera el cielo cuando planeaba sobre mi cabeza, haciéndome pensar en la penumbra en lo que aquello podía provocar: sí, vale, había una parte de mí que siempre le pertenecería a Bey, y sí, vale, cuanto antes le diera esa parte mejor; incluso sí, de acuerdo, Sabrae entendía que aquello tenía que pasar y puede que incluso lo aprobara, pero…
               … seamos sinceros. A mí no me haría ninguna gracia que ella se fuera a casa de Hugo para echarle un polvo de despedida. Hugo no tenía las mismas implicaciones con ella que tenían los otros tíos con los que se había enrollado, de la misma forma que a mí Bey me importaba de una forma mucho más profunda y diferente a como lo hacían Chrissy y Pauline. Les tenía un cariño infinito a las chicas, pero Bey era mi chica, mi mejor amiga, la que siempre había estado ahí para mí incluso cuando yo no sabía que tenía a alguien permanente a mi lado, apoyándome.
               No era tan estúpido como para no creer que eso le haría daño a Sabrae. Y era lo bastante bueno como para tratar de resistirme, aunque fuera inútilmente. Estaba posponiendo lo inevitable, pero una parte de mí quería pensar que todavía quedaba un poco de honor en mí por mi forma de pensar desesperadamente en una excusa por la que no hacer aquello.
               Pero no se me ocurría ninguna, así que lo mejor sería hacerlo rápido. Cortar por lo sano, sin pensar. Arrancar la espina del tirón y rezar para que no doliera demasiado. Cuanto más lo pensara, más me decepcionaría a mí mismo y más me dolería el estar hurgando en la herida.
               -Bueno. Al lío-dije, acallando así las voces que trataban de disuadirme. Tiré de los tirantes de mi camiseta y empecé a quitármela por la cabeza.
               -¿Así, sin más?-preguntó ella, y yo me la quedé mirando a través de mi improvisada máscara.
               -¿Qué?
               -A ver, Alec, que estás muy bueno y todo eso, pero… si pretendes que lo hagamos así, en fin… para eso no lo hacemos-Bey alzó las manos y chasqueó la lengua.
               -No, no. Lo hacemos, lo hacemos-me escuché decir, porque soy como un puto tiburón desquiciado que acaba de oler un poco de sangre a varios kilómetros. Por mucho que mi mente consciente tuviera dudas, mi subconsciente y mi ego masculino ya habían hecho un pacto por el que no sólo tendría sexo esa noche, sino que lo tendría muy bueno.

               Me gustaría decir que una parte era porque Bey se merecía que le echara un buen polvo.
               Pero la verdad es que no quería decepcionarla. O sea, imagínate que andas varios años detrás de un tío con una reputación de follador que se extiende incluso al otro lado del Atlántico (gracias, Diana, por hablarles de mí a tus amigas americanas), que por fin lo tienes a huevo y decides tirártelo… y el chaval no sólo pasa de los preliminares, sino que ni siquiera hace el esfuerzo de tratar de desnudarte. Así ya empezáis bastante mal. Si consigues correrte, serías una diosa del sexo y del autocontrol.
               Y le harías un manchurrón importante al seductor en cuestión.
               Y yo no quería un puto manchurrón en mi expediente impoluto. Me había pasado años recolectando referencias buenísimas, para ahora cagarla en la primera prueba. Con todo lo que había estudiado, ni de coña iba a entregar el examen en blanco.
               -¿Y cómo sugieres que lo hagamos? ¿Mal?
               -¿Tengo yo cara de poder hacerlo mal, Bey?
               -No sé. Debes de pensar que eso es una cueva-se cruzó de brazos y negó con la cabeza, y yo me eché a reír.
               -Sé perfectamente que eso no es una cueva.
               -Pues entonces, ¡sedúceme primero, chico!
               -¡Pero si ya te tengo seducida! ¡Que te dedicas a babear cada vez que me ves aparecer por la calle, Beyoncé, ¿te piensas que yo soy tonto?!
               -¡Como si tú no babearas cada vez que me pongo una minifalda!
               -¡Hombre, es que como para no babear, nena! ¡Además, que yo sólo cumplo con tus deseos! ¡No nací ayer, sé muy bien que te las pones para hacérmelo pasar mal!
               Bey sonrió.
               -¿Y lo consigo?
               Parpadeé.
               -Como te pongas otra más, me canjearán un trasplante de corazón gratuito en el hospital donde nacen los herederos al trono-solté, y ella estalló en carcajadas-. No, no te rías, Beyoncé. Es un asunto serio. Me hicieron una tarjeta de puntos cuando me dio el quinto infarto. El trasplante gratis es con 20. Tengo la patata tan machacada que ni siquiera sirve ya para hacer puré.
               Bey se agarró la tripa mientras se echaba a reír, con Trufas observándonos atentamente.
               -Eres un exagerado.
               -Eso lo dices porque no has visto el culo que te hacen tus minifaldas. Seguro que es ilegal. Como te denuncie a la pasma, se te va a caer el pelo.
               -¿Así es como ligas?-preguntó, apoyándose en mi hombro y jugueteando con el pelo de mi nuca-. ¿Amenazando a las chicas con llamar a la poli?
               -No estoy usando mis tácitas estándar contigo. Ya sé cómo te llamas, y cuál es tu signo.
               Bey frunció el ceño.
               -¿Les entras a las chicas diciendo eso?
               -Eh… ¿sí?-hice una mueca-. ¿Sabes la cantidad de gente que es compatible con Acuario?
                Ella rió entre dientes.
               -Eres Piscis.
               -… ¿qué?
               -Que eres Piscis, Alec.
               -Porque tú lo digas.
               -No lo digo yo; lo dice la Nasa-señaló el cielo con el dedo índice y esbozó una sonrisa-. Acuario va antes. Es de febrero. Y tú naciste en marzo.
               -¿Me estás diciendo que he construido mi vida sexual sobre una mentira?
               Bey asintió y, al ver mi cara, estalló en una carcajada. Yo sonreí, negué con la cabeza y di unas palmaditas silenciosas.
               -No puedo creerme que no sepas cuál es tu signo del zodiaco… ¿de qué te ríes?
               -De que sé perfectamente que soy un puto Acuario, nena. ¿Cómo no voy a saber que tengo el signo más chulo de todo el horóscopo?
               -No es eso lo que… oh-se llevó una mano a la boca, comprendiendo, y me miró. Le guiñé un ojo y ella me dio un empujón-. ¡Serás cabrón! ¿Lo has hecho a posta?
               -A las tías os molan dos cosas: que os hagan reír y corregirnos a los tíos. Adivina por qué yo ligo tanto-volví a guiñarle un ojo y ella me sacudió, diciendo que aquello era injusto, que estaba usando malas artes. Me cogió de los antebrazos para intentar tumbarme sobre la cama y mantener su superioridad sobre mí, pero yo me resistí, y cuando nos quisimos dar cuenta, nuestras bocas estaban a unos centímetros. Podía saborear su aliento, notar cómo sus risas reverberaban en mi garganta. Bey jadeó, se me quedó mirando la boca, y luego buscó mis ojos.
               Se mordió el labio, ansiosa de lo que iba a pasar… y yo no pude resistirlo más. Era la misma manera en que Sabrae se mordía el labio, cuando ya no podía más, cuando necesitaba besarme pero le era imposible sin mi colaboración. Nuestra diferencia de altura hacía imposible que ella pudiera juntar su boca a la mía si yo no ponía nada de mi parte.
               Y los labios de Bey eran tan apetitosos como los de Sabrae… sonrosados, llenos, jugosos. Teñidos de ese suave tono rojizo que provocaba la sangre que acudía a la llamada de los dientes.
               Incliné la boca hacia la suya y cerré los ojos. Acaricié sus labios con los míos y Bey dejó escapar un gemido que nació de lo más profundo de su ser. Espiró por la nariz mientras abría la boca y dejaba que su lengua se paseara por mis labios, descubriéndolos. Su pelo me hacía cosquillas en los hombros, y sus manos, que antes habían jugueteado sin más en mi nuca, ahora adoraban mi pelo, mi cuello, mis hombros.
               Llevé una mano a su cintura y la acerqué más a mí, negándome a que se me escapara. Su lengua jugaba con la mía de una forma en la que jamás habría creído posible. Era como si hubiéramos nacido para que llegara este momento, como si estuviéramos cumpliendo con un destino escrito en piedra al que ninguno podría escapar ni aunque quisiéramos.
               Bey se quitó los playeros con los pies y los lanzó lejos de una patada, mientras yo seguía sujetándola de las caderas y dejando que mis manos recorrieran sus curvas, menos pronunciadas que las de Sabrae, pero aun así nada desdeñables. Jadeó cuando mi boca descendió por su cuello y dejé un reguero de besos y mordisquitos por la piel de sus clavículas que el jersey le dejaba al aire.
               Lentamente, subí las manos por su piel de caramelo, arrastrando con ellas el jersey. Bey suspiró cuando recorrí la montaña de sus pechos, negándome a separarme de su cuerpo, y le quité el jersey por la cabeza. Me quitó la camiseta, se recostó sobre la cama y dejó que me echara entre sus piernas. Se relamió al sentir la presión de mi erección contra su sexo, y se frotó un poco contra él.
               -No decepcionas, ¿eh?-susurró con un hilo de voz, y yo me reí.
               -Lo intento, muñeca.
               Continué besándola, bajé por su anatomía mientras ella se retorcía debajo de mí. Todavía tenía que quitarle los vaqueros, y no iba a dejar que me privara de ese delicioso placer. Con su respiración agitada como única banda sonora, descendí hasta su entrepierna y le di un beso allí. Bey se retorció y susurró mi nombre.
               -Alec…
               Lo hizo en un tono anhelante, rayano en la súplica, que me recordó mucho a cómo me suplicaba Sabrae. Alec, por favor, cuando mis manos descendían a su sexo. Alec, por favor, cuando jugaba con su clítoris. Alec, por favor, cuando introducía un dedo en su interior. Alec, por favor, cuando besaba sus muslos, sin darle placer a su intimidad con mi boca. Alec, por favor, cuando mi lengua estaba probando su más deliciosa esencia. Alec, por favor, cuando no podía soportarlo más. Alec, por favor, cuando se vertía entre mis labios. Alec, por favor, cuando llamaba a la puerta de su paraíso con la punta de mi miembro, paseándolo de forma que no pudiera más que desearme dentro de ella. Alec, por favor, cuando por fin la penetraba.
               Alec, por favor, cuando nuestros cuerpos eran uno y nosotros nos convertíamos en una orquesta de sólo dos instrumentos que tocaban un ritmo ancestral con la maestría de su compositor.
               Alec, por favor, cuando volvía a acercarse al orgasmo.
               Alec… cuando por fin terminaba.
               por favor, cuando lo hacía yo.
                Alec, y sólo eso, cuando yo me desplomaba sobre ella y ella me abrazaba, jugaba con mi pelo con la punta de sus dedos. Durante el sexo, nos intercambiábamos los papeles: ella era la mortal que rezaba y le ofrecía en ofrenda a su dios su propio cuerpo. El resto del tiempo, las tornas se mantenían como nunca debían dejar de estar: yo la adoraba, dejaba que hiciera lo que quisiera conmigo, oraba a su infinita divinidad y suplicaba porque me dejara disfrutar de su cuerpo como el agricultor que implora por que lleguen las lluvias.
               Me pregunté qué estaría haciendo. Si estaría durmiendo y soñaría conmigo. Si estaría despierta y estaría pensando en mí. Si tendría que despedirse de otros como yo tenía que despedirme de Bey, y lo haría sin poder quitarme de la cabeza.
               Si estaría combatiendo la migraña de la resaca dándose placer. Si los dos nos abandonaríamos a los placeres de la carne a la vez, con el otro en mente.
               Tiré de los vaqueros de Bey y fui dejando un rastro de besos por su piel desnuda. Tenía la carne de gallina por la excitación y por el frío. Sacó las piernas de los pantalones y se estremeció cuando yo volví a ascender por su cuerpo: le besé la cara interna del tobillo, subí hasta su rodilla, le di un mordisquito y continué hacia arriba.
               Levanté la mirada cuando llegué a su pubis, aún cubierto por sus bragas, y me encontré con sus ojos oscuros.
               Apoyé la boca entreabierta sobre la tela de sus bragas y di un suave mordisco sobre su humedad, haciendo que Bey ahogara un grito y se retorciera debajo de mí.
               Se retorció de una forma en que también se retorcía Sabrae…
               … pero a la vez, sin ningún parecido a como lo hacía Sabrae. Sabrae me habría pasado las piernas por el torso para impedir que subiera. Sabrae se las habría apañado para que yo me abandonara a mis instintos más bajos, apartara la tela o directamente le quitara las bragas, y la probara. Y luego, cuando mi boca estuviera en su sexo, se frotaría contra mí y me suplicaría por más, más, más, más. Querría más, más, más, más. Me querría a mí, entero, DENTRO. Ella sabía que aquello no eran preliminares, que incluso en el momento en que empezábamos a besarnos, ya estábamos teniendo sexo.
               Bey, en cambio, no. Bey esperaba otra cosa de mí. Le gustaban estos juegos, pero quería que pasáramos al siguiente nivel. Quería jugar la partida en modo experto, y no en principiante. Quería llegar al final boss sin ningún arma especial en el cinturón, confiando en su destreza.
               Por eso se quitó el sujetador. Se incorporó lo justo para besarme en los labios, y mientras nuestras bocas permanecían unidas, se llevó las manos a la espalda y se desabrochó el enganche de su sostén. Noté en mi pecho cómo la prenda cedía, ahora que nada la obligaba a permanecer en su sitio, y continué besándola, pensando en que no era así como lo haría con Sabrae.
               Con Sabrae, sería yo quien la desnudara. Incluso si fuera despacio, yo sería una parte mucho más activa en lo que estaba a punto de suceder. Con Bey me estaba dejando llevar, yendo casi a la deriva en una barca sin remos, dejando que la corriente me arrastrara donde fuera que quisiera ir.
               Bey se recostó de nuevo en la cama y me miró a los ojos, invitándome a seguir. No se merece cómo la estás tratando, me dije, y no estaba seguro de si lo decía por Bey o por Sabrae. Supongo que por ambas y por ninguna a la vez.
               Sólo es una noche, me recordé, pensando en cómo habían cambiado las tornas. Hacía dos días, habría jurado que pasaría la Nochevieja con Sabrae, que nos entregaríamos el uno al otro de una forma en que nunca nos habíamos entregado a nadie. Y ahora estaba en la cama con otra chica, y todo parecía a punto de cambiar.
               Una entre un millón, me susurró mi conciencia, haciéndome ver que no estaba siendo justo con ninguna de las dos. Especialmente con Bey. Esa noche sería la única que podría tenerme como ella quería, como yo mismo había querido que me tuviera hacía tiempo, y mi rol pasivo no hacía más que estropearla. La estaba menospreciando, en cierta medida.
               Y mi mejor amiga no se merecía que no la hicieran sentirse deseada, sobre todo cuando la persona con la que compartía cama había bebido los vientos por ella una vez.
               Así que fui yo quien hizo descender los tirantes de su sujetador por sus hombros. Bey se mordió los labios, a la espera de que continuara, y finalmente, en ese alarde de timidez que se apropia de todas la mujeres cuando están desnudas frente a ti por primera vez, se cubrió los pechos inconscientemente. Parecía avergonzada de lo que estaba a punto de suceder, o quizá en lo más profundo de su ser sabía que yo estaba siendo un cabrón mezquino que no hacía más que compararla con la chica a la que más quería.
                Le cogí una mano por la muñeca y la retiré de su pecho, con los ojos aún fijos en los suyos, y eso la animó para quitar la otra y dejar sus pechos al descubierto. Sentí cómo el aire entre nosotros cambiaba, como si el hecho de que ahora ambos lleváramos las mismas prendas hiciera que toda nuestra relación girara sobre un eje diferente.
               Podía notar su pulso desbocado en la yema de mis dedos, la excitación que manaba de su interior colándose en mis fosas nasales. Y podía ver la falta que le hacía que yo le dijera algo, lo que fuera, cualquier cosa con tal de demostrarle que estaba con ella y no con Sabrae.
               Mis ojos bajaron por fin hasta sus pechos, que subían y bajaban lentamente, con el ritmo de la respiración profunda de Bey, que trataba desesperadamente de tranquilizarse. Eran redonditos, un poco más pequeños que los de Sabrae, y estaban por ello un poco más firmes. Las aureolas de sus pezones hacían de mar de nubes para las cimas rocosas de sus pezones, erectos por el momento.
               Llevé mis manos a aquellas minúsculas cumbres, y mientras las acariciaba con los pulgares, masajeaba despacio el resto.
               -Eres hermosa-susurré por fin, en tono hambriento y a la vez admirado. Tenía ganas de mujer y tenía ganas de hacerle saber que me gustaba lo que estaba viendo, aunque no fuera el cuadro que yo me esperaba con el inicio del nuevo año.
               Me incliné y besé sus senos mientras Bey lanzaba un suspiro de satisfacción, arqueando la espalda para ofrecérmelos a modo de ofrenda. Intenté no pensar en que Sabrae se inclinaba más. En que Sabrae gemía donde Bey jadeaba. En que Sabrae me agarraba para que no me escapara, mientras Bey me dejaba plena libertad para hacer lo que yo quisiera.
               Subí hasta su boca y le di a probar el sabor de su propia piel, y Bey recorrió las líneas de los músculos de mi espalda en dirección a mi trasero mientras nuestras lenguas se enredaban. Una de mis manos bajó de sus pechos a su entrepierna, y a la vez que ella metía la mano por debajo de la tela de mis calzoncillos para ir retirándomelos, yo acariciaba el valle de su sexo y le quitaba las bragas. Acaricié y jugueteé con su humedad mientras ella deslizaba los calzoncillos por mis muslos, liberando mi erección, que acarició suavemente su entrepierna. Se las apañó para terminar de desnudarme con los pies, y mandó de un puntapié mis calzoncillos bien lejos.
               Yo terminé de desvestirla, y la miré a los ojos. Tenía las pupilas dilatadas por el deseo, las mejillas coloradas por la misma causa, y su aliento acelerado cantaba una canción 9 meses más antigua que la humanidad.
               Empecé a introducir un dedo en su interior, pero una presión extraña en los pies me desconcentró. Era demasiado pesada para ser cosa de Bey.
               Además, a ella también pareció sorprenderla, porque levantó la cabeza y miró por encima de mi hombro, en dirección a ese extraño suceso.
               Y Trufas nos devolvió la mirada, desafiándonos a que tratáramos de bajarlo de la cama.
               -Trufas-reñí, y el conejo meneó la nariz y decidió acurrucarse en el colchón, creyendo que si se aovillaba lo suficiente ni yo sería capaz de echarlo de la cama. Bey se echó a reír, se dejó caer sobre el colchón y se tapó los ojos con las manos.
               -No me lo puedo creer.
               -Trufas, vete con Mimi. Con Mimi, venga-insté, tumbándome sobre mi costado y meneando los pies para que el animal se marchara-. Con Mimi, vamos. Vete con tu dueña. Con Mimi-gruñí, pero el animal no sólo no se movía, sino que me fulminaba con la mirada como si el intruso fuera yo y no él-. Puto conejo de los cojones. Que te largues de aquí, hostia. Te voy a meter en una cazuela y voy a guisarte con champiñones y zanahorias, puto animal. Fuera-ladré, tratando de darle una patada, pero Trufas fue más rápido que yo y, de un brinco, saltó sobre mis caderas con tanta fuerza que incluso me desequilibró y casi me tira de la cama. Suerte que Bey fue rápida y me cogió de los hombros para impedir que me cayera-. ¡PUTO CONEJO!-ladré, y Trufas brincó de nuevo, esta vez sobre sí mismo, celebrando su victoria-. ¡ME VOY A HACER UNA BUFANDA CON TU PELO, DESGRACIADO DE MIERDA!
               -Trufs-susurró Bey, estirando la mano en dirección al animal del infierno, y Trufas trotó hasta sus dedos, obediente-. Vete con Mimi. Déjanos solos, preciosura-le pidió, acariciándole la mandíbula. Trufas parpadeó, Bey le dio unas palmadas sobre la cabeza, y se bajó de un salto de la cama. Brincó hasta la puerta y luego se volvió para mirarnos-. Ya voy yo-me dijo Bey, que parecía saber que lo último que me apetecía hacer con el conejo era abrirle la puerta. Si sacaba un pie de la cama, haría que se lo comiera.
               Bey salió de la cama, caminó hasta la puerta y la entreabrió lo justo y necesario para que Trufas pudiera salir, pero sin hacer peligrar nuestra intimidad. Trufas se levantó sobre sus patas traseras, miró la puerta y luego miró a Bey, que se inclinó a darle unas palmaditas en la cabeza. El animal se dio entonces por satisfecho y salió brincando de mi habitación, seguramente en dirección a la de Mimi, aunque por mí como si se iba a tomar por culo.
               Después de cerrar la puerta, Bey se volvió hacia mí. Tomó aire con profundidad y lo exhaló con la misma profundidad, y mi cerebro se desconectó.
               ¿Que por qué?
               Pues porque soy un tío.
               Heterosexual.
               Adolescente.
               Y tenía a una tía, heterosexual, adolescente, desnuda delante de mí.
               Sinceramente, si mi cerebro no se hubiese desconectado en ese momento, era que yo no era tan hombre como me creía, o tan heterosexual.
               Y va a ser que no me molan las pollas, así que…
               Me incorporé en la cama hasta quedar sentado y abrí las mantas para que ella supiera a qué estaba a punto de enfrentarse. Observé su silueta recortada en la penumbra, sus curvas, sus líneas más rectas. Bajé de su pelo rizado a su boca seductora, y de su boca pasé a su cuello, y de su cuello me deslicé por sus clavículas hasta detenerme en sus pechos, donde me deleité con lo turgentes que eran. Me endurecí un poco más, rememorando el tacto de su piel en mi boca, la forma en que sus pezones se habían encogido un poco más cuando mi lengua los recorrió.
               Y de sus tetas, donde me detuve todo lo que quise, mi mirada bajó en picado al rincón rizado que tenía entre las piernas, ese pequeño rincón con vello en v que tanto bien prometía.
               Bey se relamió, observándome. No era la única que estaba siendo admirada en la distancia. Ahora que había hecho sitio para ella en la cama, abriendo las mantas para que entrara y no quisiera salir, había convertido mi lecho en un escaparate, en cuyo expositor principal se encontraba mi hombría.
               -Dios mío-jadeó, esbozando una sonrisa oscura, lasciva-. Lo que voy a disfrutar esta noche.
               Esa frase fue la condena del poquísimo raciocinio que me quedaba, y toda duda que pudiera haber albergado hasta entonces desapareció.
               El sexo era placer, y el placer no era malo.
               Y, bueno, en el caso de que alguien lo considerase de otra forma… yo estaba dispuesto a ser un niño muy, muy malo.
                -Pues no sé a qué esperas, muñeca-ronroneé, con mi mejor sonrisa torcida coronándome la boca. Bey avanzó hacia mí como una diosa venida del cielo para tentar a los mortales, y se sentó a horcajadas encima de mí. Empezamos a enrollarnos de forma sucia, como sólo puedes hacerlo cuando estás borracho, solo en casa, o a punto de disfrutar del sexo con una persona a la que siempre has deseado, o las tres cosas a la vez.
               Bey se frotó contra mí mientras yo la manoseaba, me arañó la espalda y me mordió los labios mientras yo recorría su cuerpo con mis manos, jadeó en mi boca cuando yo empecé a morderla también, y empezó a gemir y a jadear de un modo que me gustó muchísimo, un modo en el que jamás pensé que podría hacerlo.
               Un modo que me recordaba muchísimo a cómo jadeaba Sabrae. Bey gruñía y se aferraba a mí como si yo fuera su tabla de salvación en un naufragio, de la misma forma en que lo hacía Sabrae cuando era yo el que amenazaba con ahogarme en su mar de placer.
               Agarré de las caderas a Bey y la dejé caer sobre la cama, para meterme a continuación entre sus piernas y disfrutar del contacto de mi piel con la suya, su cuerpo bajo el mío, sus piernas rodeándome y mis rodillas separando las suyas, de forma que pudiera jugar con su sexo todo lo que me apeteciera.
               Y vaya si lo hice. Introduje dos dedos en su interior mientras con la palma de la mano aplastaba su clítoris, y Bey asentía y jadeaba y me pedía que no parara, y echaba la cabeza hacia atrás y golpeaba el cabecero de la cama mientras trataba desesperadamente de agarrarse a algo.
               Cuando se hartó de que yo llevara la voz cantante, Bey estiró la mano y comenzó a acariciarme, volviéndome completamente loco. Seguimos besándonos hasta que apenas podíamos respirar, y cuando nos detuvimos para tomar aliento, ella hizo la pregunta del millón.
               -¿Tienes un condón?
               Me quedé a cuadros, mirándola. No pensé que dependiera de mí el tener sexo seguro; no, si teníamos en cuenta que ella había venido a mi casa y prácticamente se me había tirado encima.
               -Eh… tengo que mirar.
               Bey frunció el ceño y se incorporó hasta quedar apoyada en sus codos.
               -Espera, ¿qué? ¿Cómo que tienes que mirar? ¡Si tú siempre tienes! ¿Me tomas el pelo?
               -¡Creí que tendrías tú, Bey! ¿Qué pasa, que es responsabilidad de los tíos exclusivamente el tener condones a mano?
               -¡No, pero tú te fundes el sueldo en condones! ¡Tienes pasta para comprarlos!
               -¡Chica, ni que me hiciera millonario, que me pagan una miseria!
                -¡Pero si vas a paquete por semana!
               Me eché a reír, negué con la cabeza y me froté los ojos.
               -Dios, no puedo creerme que de verdad me estés montando un pollo por… en fin. Espera-me incorporé y fui hasta el cajón de mi escritorio, donde guardaba la caja de condones que había comprado con Sabrae. La saqué un momento y me la quedé mirando, leyendo el prospecto, decidiendo si le mentía a Bey y le decía que estaban caducados, o era sincero con ella y deshonesto con Sabrae.
               Le había prometido que aquella caja sería para nosotros dos nada más. Y, por mucho que tuviera la bendición, supuestamente, de mi chica, no me apetecía romper una promesa por el mero hecho de que estuviera en pleno calentón con mi mejor amiga, a la que le había parecido una idea estupenda el venir a seducirme sin llevar protección a mano.
               -Sé que no están caducados-urgió Bey, alzando las cejas-. Y no voy a tragar con eso de que “podemos hacerlo perfectamente a pelo porque tú tomas la píldora, Beyoncé”-gruñó, agravando la voz y poniendo los ojos en blanco.
               -Yo no hablo así.
               -Sí que hablas así. Y no me cambies de tema. Sin gomita, no hay fiestita.
               Me la quedé mirando, estupefacto, y luego me eché a reír a carcajada limpia.
               -¿De qué te ríes, so bobo?
               -¿Cuántos años tienes? ¿Dos? Sin gomita, no hay fiestita-la imité, poniendo ojitos y volviendo a reírme. Bey me tiró la almohada.
               -¡Voy muy en serio, Al! ¡Por mucho que no vaya a pasar nada en el tema de bebés, sigue siendo arriesgado! ¡Podrías pegarme cualquier cosa!
               -¿Perdona? ¡Estoy sano como un roble, chavala! ¡Habla por ti, tía, que sabe Dios lo que te habrás metido ahí dentro!
               Bey me fulminó con la mirada.
               -Saca un condón, Alec, o te juro que cojo la puerta y me voy.
               -Vete si quieres, pero la puerta, me la dejas ahí, que es mía.
               -Alec…
               -No vamos a usar condones. No de estos, al menos.
               -Por mucho que yo sea tu mejor amiga, te juro por Dios que…
               -¡Se los prometí a Sabrae!-estallé, y Bey abrió los ojos y se me quedó mirando, en silencio-. ¡Quizá a ti te parezca una estupidez, pero le prometí que estos serían sólo para nosotros! No puedo usarlos contigo. No puedo usarlos con ninguna. No estaría bien.
               Bey permaneció callada, mirándome.
               -Le di mi palabra. Si no la mantengo, no valgo nada. Toda nuestra relación se basará en una mentira. Ella no se lo merece-me miré las manos-. Y yo tampoco-decidí.
               Bey tragó saliva y se quedó mirando la pequeña tienda de campaña que hacían sus piernas.
               -Si quieres marcharte, lo entenderé-murmuré, y ella volvió a mirarme-. Te prometo que no tengo nada; o, al menos, eso creo. Pero también sé que te juegas mucho. Tengo el historial que tengo, y…
               -Me importa una mierda tu historial, Alec-sentenció, lanzándome una mirada ardiente y feroz-. Mírame a los ojos y dime que no te sobran dedos de una mano para contar a las chicas con las que lo hayas hecho sin protección.
               Me mordí el labio y me apoyé en el escritorio.
               -Pauline. Chrissy.
               -Perséfone-añadí, y ella puso los ojos en blanco.
               -Si Perséfone te hubiera pasado algo, creo que ya nos habríamos enterado, ¿no?
               -Y Sabrae-puntualicé, y Bey parpadeó.
               -¿De verdad crees que ella…?
               -No era virgen cuando empezamos a acostarnos.
               -Pero tú sí fuiste su primera vez sin protección. Tiene 14 años-aludió.
               -No empieces con lo de la edad otra vez, Bey-me masajeé las sienes y negué con la cabeza.
               -No me parece mal. Sabes que mi hermana la perdió a su edad también. Sólo digo que es lo bastante pequeña como para tener miedo de lo que pueda pasar. Todavía no tiene la suficiente experiencia como para creerse invencible. Es demasiado joven.
               Clavé los ojos en ella, sin comprender. ¿Cómo que era demasiado joven? ¿Creerse invencible? Sabrae no era estúpida. Sabía los riesgos que hacerlo sin protección conllevaba.
               Y aun así se había dejado llevar. Había confiado en mí. Y, por suerte, no había pasado nada.
               Ni en temas de enfermedades, ni en temas de embarazo.
               -¿Qué quieres decir?
               Bey se relamió el labio inferior.
               -Que te quiero. A ti-susurró, sentándose en el borde de la cama, abriendo las mantas y también las piernas, ofreciéndome su fruta prohibida-. Y que te tomaré como tú me dejes. No voy a pasar por una excusa de mierda respecto a cómo disfrutas más-alegó, señalando con la mandíbula la caja-. Pero una promesa tuya, sí voy a respetarla.
               -Bey…
               -Mira, soy sólo una chica, desnuda delante de un chico, que también está desnudo, con el que tiene mucha química y una atracción increíble. No puede ser tan descabellado lo que te estoy sugiriendo.
               -Sí que lo es, nena. Podría…
               -No va a pasar nada.
               -¿Cómo lo sabes?
               Bey sonrió.
               -Porque si hubiera alguna posibilidad de que pasara algo conmigo, también la habría con Sabrae. Y sé que tú no la pondrías en peligro de esa manera-añadió, acariciándose los hombros y cruzando las piernas un momento, protegiendo su desnudez, de nuevo vulnerable-. Al contrario de lo que crees, eres bueno y listo. Yo lo sé. Sabrae también. Por esto estoy aquí-se levantó y se acercó a mí-. Por eso ella está aquí-me puso una mano en el pecho, justo sobre el corazón, y yo la miré.
               Mis ojos descendieron de nuevo a su boca, aquella boca que era deliciosa pero que no sabía como lo hacía la de Sabrae. Bey se mordió el labio, más o menos como lo hacía Sabrae, y a la vez de una forma completamente diferente. Su aliento acariciaba mis labios mientras ella esperaba a que yo decidiera dar el siguiente paso.
               Estaba siendo demasiado buena conmigo, dándome una oportunidad para despedirme cuando yo ni siquiera había pensado en ella. Estaba dejándome cancha para que hiciéramos lo que quisiera, para que le dejara llevarse el último trocito de mí que impidiera que fuera totalmente de Sabrae… y yo se lo recompensaba recordándole cuál era su lugar.
               Que era el segundo plato. Que Sabrae era el menú entero.
               No era justo para ella. No era justo tampoco para Sabrae. Y no era justo para mí.
               Así que decidí hacer de Bey entrante, plato principal y postre.
               Me volví y saqué un paquetito del interior de la caja. Bey estiró su mano y acarició la muñeca de la que sostenía el preservativo.
               -¿Estás seguro?-me preguntó, y yo le puse una mano en la cintura, la otra en su cadera, y me hundí en sus ojos castaños. Supe en ese momento que estaba haciendo lo correcto, que estaba tratándola como ella se merecía. No la llamaba “reina B” por nada.
               Ella me había cuidado cuando peor había estado y había celebrado conmigo mis mejores momentos. Me había aconsejado cuando yo no veía solución a mis problemas, y me había corregido cuando yo pensaba que iba por el camino correcto cuando simplemente había tomado el más fácil. Me había sonreído con agradecimiento cuando yo le había consolado cada desamor, y ella me había consolado el mío con la misma sinceridad.
               Si había una chica por la que merecía encontrar un recoveco a mi palabra por la que hacer una excepción a esa promesa que le había hecho a Sabrae, ésa era Bey.
               -Es lo que te mereces, reina B.
               Ella sonrió y buscó mi boca. Me cogió de la mano y tiró suavemente de mí hasta dejarse caer sobre la cama, dejándome caer encima de ella. Continuamos besándonos mientras nos colocábamos: ella, debajo de mi cuerpo, entre éste y el colchón; yo, sobre sus curvas, entre éstas y la manta. La echamos atrás y me quedé arrodillado entre sus piernas. Bey dobló las rodillas y me miró, expectante, mientras yo rasgaba el paquete del condón y me lo intentaba poner con manos temblorosas.
               No podía quitármelas de la cabeza. Ni a ella ni a Sabrae. Bey había esperado mucho tiempo por esto y yo debía estar a la altura; y Sabrae confiaba en que aquella sería la última vez en que compartiría cama con otra chica que no fuera ella.
               Estaba tan nervioso que rompí el condón. Todavía no sé cómo lo hice, y creo que no lo sabré nunca, pero el caso es que cuando comencé a extenderlo por la envergadura de mi miembro, noté que una parte se desprendía y se abría una raja extraña que nunca había visto hasta entonces. Bey se incorporó ligeramente cuando yo gruñí, preguntándome qué sucedía, y cogiendo el trozo de látex destrozado con los dedos mientras yo me levantaba e iba a por otro.
               Aquel lo rompí también.
               -Joder…-mascullé, y Bey me cogió la mano-. Lo siento. Yo… nunca…
               -Lo sé-me atajó. Ella sabía que era la primera vez que se me rompía un condón antes de empezar a hacerlo con una chica. Sí que se me habían roto otras veces, lo cual había llevado a la tradicional comedura de cabeza durante toda la noche, el paseíto hasta la farmacia y los días pendientes del móvil hasta que la chica en cuestión te enviaba un mensaje confirmándote que no, no había un bebé con tus genes en camino. No ibas a ser padre; podías estar tranquilo-. No te preocupes. No pasa nada-me acarició la cara y volvió a besarme-. Coge otro, si quieres. El último. Y si no, no pasa nada.
               Recogí el que sería nuestro último intento, y me arrodillé de nuevo entre las piernas de Bey.
               -¿Quieres ponérmelo tú?-ofrecí, porque no me fiaba de mí, y había unas voces en mi cabeza diciéndome que si se nos había roto el condón, no había sido por casualidad. Bey asintió, separó un poco más las piernas cuando se quedó sentada frente a mí, y extrajo el preservativo de su paquete, lo colocó en la punta de mi miembro y empezó a extenderlo.
               Y aquel también se rompió.
               -No me jodas…-bufé, y Bey chasqueó la lengua, negó con la cabeza, lo retiró y lo dejó caer en la alfombra. Su mano aún seguía rodeándome cuando volví a hablar-. Creo que están mal. Si quieres, podemos dejarlo para otro día, y…
               Empezó a acariciarme, con un brillo triste en sus ojos.
               -Tiene que ser ahora-respondió, arrastrándose un poco hasta que su cálida humedad quedó tan cerca de mi pene que casi podía notarla envolviéndome, en aquella deliciosa cobertura que tenían todas las chicas.
               -¿Por qué tiene que ser ahora?
               -Porque es la última oportunidad que tenemos de hacer el amor-sus ojos se volvieron incluso más tristes.
               -¿Quién lo dice?
               -Tus ojos-me acarició la mandíbula-. No vas a querer a partir de mañana.
               Lo dijo de una forma que casi sonaba a despedida. Podía sentir la melancolía inundándome, como si nos estuviéramos diciendo adiós en una estación que estaban a punto de derruir; ella tomaría el tren en dirección opuesta a la mía, y las vías quedarían inutilizadas después de nuestros viajes.
               Era como si jamás fuéramos a volver a vernos.
               Bey lo sentía así.
               Pero yo jamás me alejaría de ella. Jamás. Por mucho que me enamorara de otras chicas, que saliera con ellas o que me las tirara, ella siempre tendría un lugar privilegiado en mi corazón. Bey siempre sería importante para mí por el mero hecho de ser ella.
               Así que tomé su cara entre mis manos y le pasé un pulgar por los labios.
               -Yo siempre te voy a querer, reina B. Siempre serás mi mejor amiga.
                Bey sonrió, con los ojos húmedos.
               -Calla, y ámame.
               Se recostó sobre la cama y tomó aire, intentando tranquilizarse. Tenía el pulso acelerado y el cuerpo ligeramente perlado de sudor. Cerró los ojos cuando yo le separé los muslos para abrirme camino, y se mordió el labio cuando sintió la punta de mi ser llamar a la puerta del suyo.
               Escalé por su cuerpo hasta quedarme suspendido sobre su cara. Le besé los párpados cerrados.
               -Abre los ojos-le pedí, y ella así lo hizo. Su mirada recorrió mi cara como si me viera por primera vez-. Mírame. Quiero verte mientras te tomo.
               Nos besamos lenta pero profundamente y yo empecé a entrar en su cuerpo. Caí despacio con todo el peso de mi cuerpo en su interior, y Bey lanzó un gemido y se estremeció.
               Estaba tensa. Me había costado un poco entrar.
               Igual que me había sucedido con Sabrae.
               -No voy a hacerte daño-la tranquilicé, y Bey asintió con la cabeza y buscó mi boca. Creí que aquello era una invitación para que la embistiera de nuevo, y así lo hice. Su cuerpo se relajó un poco cuando casi salí de su interior, y volvió a tensarse cuando entré de nuevo, acompañado de un jadeo suyo-. ¿Estás bien, nena?
               -Sí-susurró con la voz entrecortada-. Es que… eres grande-musitó con timidez, y yo me reí.
               -Me lo suelen decir-le besé el cuello y esperé a que me pidiera que siguiera.
               -Más de lo que esperaba. Es un poco… raro. Invasivo.
               -Me gusta esa palabra. Invasivo. Suena un poco guarra si lo dices así.
               -Es que la he dicho de una forma un poco guarra-contestó ella, doblando un poco las rodillas y moviéndose a mi alrededor-. Oh-suspiró al dejarle un nuevo ángulo a mi sexo dentro del suyo.
               -¿Quieres que baje?
               -No, no hace falta-sacudió la cabeza.
                -Te gustará. No es por fardar, pero lo hago muy bien. Siempre se lo hago a…-me frené antes de decir su nombre, notando cómo crecía un poco al pensar en el sabor de su placer en mi boca.
               Mis oídos se llenaron brevemente con el sonido de sus gemidos en el iglú. Mi nombre escapando de sus labios mientras se corría rebotó en mi cabeza. Alec, sí…
               Noté cómo mi erección crecía un poco más dentro de Bey, que había alzado las cejas y sonreía, divertida.
               -¿… Sabrae?-sugirió, y yo asentí-. No pasa nada porque digas su nombre. Es tu chica.
               -Estoy dentro de ti. Es un poco violento, y no es justo para ti.
               -Lo que no es justo para mí es que me vuelva una estrecha ahora que estoy contigo, teniendo en cuenta la cantidad de veces que he estado sola en mi habitación pensándote.
               -¡Bey!-rezongué, escandalizado, y ella se echó a reír-. ¿Significa eso lo que creo que significa?
               -No finjas que te sorprende que me toque pensando en ti. Sé que hubo una época en que tú lo hacías también. En mis fantasías, los dos estamos en la misma habitación, pensando en el otro, juntos pero no revueltos.
               -Me gustan esas fantasías. ¿Quieres tener mi lengua dentro mientras las rememoras?
               -No quiero fantasear con nada. Y no quiero tu lengua. Quiero esto. A ti, entero-me acarició la nuca y enredó sus dedos en mi pelo, de la misma forma en que lo hacía Sabrae-. Estoy bien-me aseguró-. Sólo necesito acostumbrarme, eso es todo.
               Asentí con la cabeza y creo que me distinguí del resto de tíos con los que habían estado Bey y Sabrae, juntas o por separado, por mi manera de proceder entonces: en lugar de continuar embistiendo (como yo tenía constancia que hacían los demás de mi instituto, con perdón de mis amigos), me acomodé dentro de ella y me dediqué a hacer que nos enrolláramos como los típicos críos que por fin se hacen conscientes de su cuerpo. Besé, lamí, mordisqueé, acaricié, pellizqué y manoseé el cuerpo de Bey, haciéndola sentirse deseada y adorada a partes iguales, mientras mantenía las caderas petrificadas. No me moví un centímetro en su interior, sino que esperé a que fuera ella quien tomara las riendas.
               Creo que le gustó especialmente cuando una de mis manos descendió de sus tetas hasta su entrepierna, y comenzó a acariciar con la yema de los dedos su clítoris. Bey gimió en mi boca, se separó de mí para buscar aire y asintió con la cabeza, disfrutando de mi cuerpo. Comenzó a moverse al ritmo de mis dedos, haciendo fricción también en nuestra unión, y yo empecé a embestirla suavemente, con mucho cuidado, prestando toda la atención del mundo a cada uno de los sonidos que escapaban de su boca.
               Como todos eran de gozo, me relajé y me dejé llevar. Estaba con una chica increíble, una joven mujer que sabía lo que quería y no tenía miedo de pedírmelo, incluso por favor. A pesar de que a mí me gustaba que me exigieran (cuando Sabrae, cachonda perdida, empezaba a darme órdenes era mi momento preferido de los polvos), tengo que reconocer que con Bey disfruté un montón, escuchando con atención lo que me pedía que le hiciera (aunque tampoco fueron muchas cosas) y accediendo a cumplir todos y cada uno de sus deseos.
               El momento en que ella empezó a acompañarme con las caderas fue gloria bendita; encontramos un ritmo que nos resultaba cómodo y placentero a ambos, y nos enredamos más y más en una maraña de cuerpos que jamás podrían desenredarse. Sus dedos recorrían mi espalda mientras yo me hundía en ella; los míos masajeaban sus curvas o se enredaban en su pelo mientras nuestras lenguas jugaban a cuál de las dos podía alcanzar más partes del cuerpo del otro, y de vez en cuando nos mirábamos a los ojos y nos sonreíamos mientras yo me hundía en ella y ella me recibía con los brazos (y las piernas) bien abiertos.
                En otro mundo en el que Sabrae no existiera, un mundo mucho más oscuro y desde luego más feo que aquél en el que vivía por el mero hecho de que ella no estaba allí, aquel sería el primer polvo de muchos que echaría con Bey. Nos dormiríamos esa noche felices, sin ningún cargo de conciencia, ningún remordimiento emponzoñando nuestros sueños. Disfrutaríamos de un buen sexo matutino nada más despertarnos, y quizá no les dijéramos nada a nuestros amigos del cambio que había en nuestra relación: de puertas para afuera, seguiríamos siendo los mejores amigos que se hacían rabiar y se lo contaban todo; pero de puertas para adentro, nos quitábamos la ropa tan rápido como podíamos y yo la penetraba con tanta fuerza que la hacía gritar de gusto.
               En otro mundo.
               Pero estábamos en el nuestro.
               Y, por mucho que nos gustara lo que estábamos haciendo, sabíamos que aquello no iba a repetirse. Lo sabíamos ambos y lo supimos leer en los ojos del otro. Bey abrió de nuevo sus ojos castaños y me miró mientras yo continuaba poseyéndola, y se colgó de mi cuello para apoyar mi frente en la suya.
               -Ojalá hubiéramos coincidido-murmuró entre jadeo y jadeo, y yo asentí con la cabeza.
               -Sí. Ojalá.
               -Te quiero, Al-musitó, mimosa, acariciándome la cara.
               -Te quiero, reina B-respondí, mimoso, besándole la frente.
               No fue así. Bey se corrió con un jadeo inconexo, rodeándome de su calor líquido y reteniéndome para sí un rato más, hasta que yo la seguí por aquel precipicio y le susurré al oído que la quería. Me derrumbé sobre su cuerpo pegajoso por el sudor y ella suspiró, me acarició la espalda y la nuca y me dio un beso en la mejilla, dejando que la aplastara.
               Rodé hasta tumbarme a su lado y Bey se tapó con las sábanas, como en todas las películas americanas en las que no han visto un par de tetas en su vida, pero sí a varias personas con la cara reventada de un balazo.
               La atraje hacia mí y ella sonrió cuando le di un beso en el hombro y le rodeé la cintura.
               -Tenemos que ir al baño-me recordó, pero yo decidí tomarle el pelo.
               -Dame unos minutos para recuperarme, nena. Luego, si quieres, echamos uno rapidito en la ducha.
               Bey se echó a reír, con una risa musical que llenó mi habitación como una sinfonía. Me la quedé mirando. Dios, qué guapa era. Le brillaban la piel, los ojos y el pelo de una forma en que yo nunca había visto. Era increíble lo preciosas que se ponían las mujeres después de una buena sesión de sexo.
               -Bueno, unos minutos no pueden hacer daño a nadie-murmuró, acurrucándose contra mi costado y cerrando los ojos un momento. Me dio un beso en el pecho y suspiró.
               -¿Te ha gustado?-pregunté, y Bey abrió un ojo.
               -No voy a inflarte ese ego desmesurado que tienes diciéndote que ha sido un buen polvo.
               -¿Crees que ha sido un buen polvo?-sonreí, y Bey me imitó-. ¡Genial! Porque mira, nena, si pudieras darme cinco estrellas en esta web… se llama pollago-expliqué, y Bey frunció el ceño-. Es como Trivago, pero de pollas. Estoy en el top 3 de Inglaterra, porque resulta que hay un stripper en Manchester que debe de tenerla inmensa. Eso, o que se hace perfiles falsos para ponerse cinco estrellas. El caso es que necesito la mayor cantidad de reseñas positivas posibles, porque el mejor valorado de cada año tiene un año gratis de condones, y… ¿de qué te ríes?
               Bey había estallado en una carcajada limpia que la doblaba por la mitad. Sacudió la cabeza y chasqueó la lengua.
               -¿Pollago? ¿En serio? ¿Se te ha ocurrido a ti solo?
               -Soy un chaval con recursos-respondí, pasándome una mano por detrás de la nuca. Bey se volvió a reír y sacudió la cabeza.
               -Muy bueno el detalle de credibilidad de que tú no seas el que mejor folla de Inglaterra. Casi consigues engañarme.
               -Vale, pero, ¿me das las cinco estrellas, o no?
               Bey sonrió, se acurrucó de nuevo contra mí y suspiró cuando yo le di un beso en la cabeza… o bueno, en el pelo, porque había más de 20 centímetros de cabello rubio rizado impidiéndome llevar la boca hasta su cráneo. Era una misión imposible; puede que ni Tom Cruise fuera capaz de aceptarla.
               -¿Me lo has dicho por ser yo?-preguntó, y yo la miré-. ¿O porque estabas pensando en ella?
               -¿A qué te refieres?
               -Cuando te has corrido. Has dicho “te quiero”. ¿Era para mí, o para Sabrae?
               Mi boca se rizó en la típica sonrisa del niño al que pillan haciendo una travesura, aunque he de reconocer que todavía me quedaba un poco de decencia y mi estómago se retorció en un ataque de nervios. ¿Tan evidente era que había estado comparándola con Sabrae, incluso en contra de mi voluntad, durante el polvo?
               -Esto… no sé qué quieres que te conteste.
               -La verdad. No soy tonta, Alec. Vine aquí en busca de sexo, pero no me esperaba exclusividad. Aunque si te soy sincera, me has sorprendido gratamente.
               -Si mal no recuerdo, soy más grande de lo que esperabas-coqueteé, acariciándole la cintura, y ella se rió, poniéndome una mano en el pecho para apartarme.
               -No hablo de eso. La razón de que haya tardado tanto en venir ha sido porque he estado toda la tarde preparándome psicológicamente para que, en medio del polvo, me llamaras Sabrae.
               La tomé del mentón.
               -Yo jamás haría eso.
               -Ahora lo sé. Pero antes no-me guiñó un ojo y entrelazó los dedos de la mano que tenía en su cara con los suyos-. Así que dímelo: ¿me lo has dicho por ser yo, o porque la imaginabas a ella?
               -He follado contigo, Bey, no con Sabrae. Sabrae no está aquí-le recordé con cierta severidad, severidad que a ella le gustó-. No voy a mentirte y decir que no he pensado en ella mientras lo hacíamos, pero ten por segura una cosa: no te he puesto su cara. No te he besado pensando que eras ella. No te he follado imaginándome que era en su cuerpo en el que entraba, y no en el tuyo. Puede que no haya podido quitármela de la cabeza, pero estaba en un rincón. Tú eres la que más atención se ha llevado.
               Bey sonrió, alzó las cejas y esperó. Yo suspiré, asentí con la cabeza y aparté la vista para clavarla en la claraboya, donde un cielo oscuro, sin luna, nos hacía de techo. No podía decírselo mirándola a los ojos y arriesgarme a romperle el corazón a plena luz del día.
               -Por las dos cosas-admití. Porque sí, vale, mi cuerpo habría estado con Bey, y mi cabeza era donde había nacido el placer, pero mi corazón estaba en un barrio diferente, en una cama que yo no conocía aún pero que se me haría muy familiar, con una chica cuya melena olía a manzana, y cuya piel olía a fruta de la pasión.
               Una chica que le había llovido del cielo a su familia, que me había llovido del cielo a mí, como el polvo de una estrella fugaz que te hacía el regalo de concederte un deseo.
               Bey me colocó un dedo en la mandíbula y me hizo mirarla.
               -Es tonta por no querer ser tu chica-me dijo, pero yo se lo discutí.
               -Es lista, porque sabe que se merece que la haga mi mujer.
                Bey puso los ojos en blanco y sonrió.
               -Y luego decimos que el romántico del grupo es Tommy…-se echó a reír, negó con la cabeza, me dio un piquito y se envolvió en la sábana para marcharse al baño. Yo me quedé mirando la puerta de mi habitación, por la que había salido envuelta en blanco como si fuera una novia en su gran día, y me di cuenta de una cosa: Bey no me había quitado nada, sino que me había hecho un regalo.
               Bey era y es preciosa; y la adoraba y la adoro; y la quise y la quiero; y estuve enamorado de ella en otra época, así que el acostarme con ella debería haber hecho que me volviera loco…
               … pero tuvo el efecto contrario. Porque cada cosa que ella hacía, por mucho que me gustara, sabía que había una forma de que me gustase más: que la hiciera Sabrae. Sentir sus curvas, diferentes a las que yo estaba acostumbrado, bajo mi cuerpo, me confirmó lo que yo ya sabía, o por lo menos sospechaba: que estaba enamorado de Sabrae, sí, pero de una forma en que jamás lo había estado y jamás lo estaría.
               Porque no podría evitar comparar a cada una de las chicas con las que estuviera con ella. Si lo había hecho con mi mejor amiga, una de las chicas que más quería y una de las personas que más me importaban, ¿qué no haría con una desconocida? Una cosa era acostarse con otras y pensar en Sabrae, pero otra muy diferente era hacerlo con mi mejor amiga y que aun así la mayor de las hermanas Malik siguiera metida en mi cabeza, negándose a salir.
               Lo que había hecho con Bey había sido hermoso, sí.
               Pero no fue con Sabrae.
               Y eso era lo único que me importaba.


La segunda vez que me despertaron no fue ni tan agradable ni considerada como la primera.
               La primera, había permanecido en un estado de duermevela, en el que mi cuerpo no me respondía pero tampoco era capaz de abstraerme del todo de los sonidos que me rodeaban, amplificados por la sensibilidad de mis sentidos debido a la resaca, desde que Scott se había levantado de la cama y me había dejado abrazada a mi peluche preferido, el bebé Bugs Bunny gigante que me había comprado cuando yo era pequeña. Él había bajado a cenar mientras yo me quedaba en la cama, acurrucada bajo las mantas, disfrutando del calor que manaba del hueco a mi lado, del olor a Duna que desprendía el juguete (porque ella siempre lo cogía para jugar), y de la deliciosa sensación de estar en un sitio conocido, a oscuras, donde nada podía hacerme daño. Mamá había subido las escaleras y había entrado en la habitación de Scott, se había sentado en la cama y me había acariciado el pelo para despertarme con la intención de darme un brebaje asqueroso de apio, tomate y dos huevos crudos que me ayudaría con la resaca.
               Creo que no había echado los ingredientes correctos, o que directamente ese remedio casero no era más que un placebo que funcionaba sólo si creías en él… y francamente, yo no me lo había tomado muy convencida. Después de olfatearlo y descubrir que mi estómago podía retorcerse de maneras inimaginables, la única razón por lo que había bebido había sido porque mamá me había instado a ello, diciéndome que me sentiría mejor. Y si no lo había vomitado, era porque me había dicho que tendría que prepararme otro.
               Así que la asquerosa pócima de verduras crudas  no había hecho nada por mi delicado estado de salud.
               Y el portazo con el que Scott entró en mi habitación, a la que yo me había trasladado después de aquel aborto de truco de magia, no ayudó a mejorarlo. Esa fue la segunda vez que me despertaron durante mi resaca, y no podía haber sido más diferente: donde mamá había sido sigilosa, mi hermano irrumpía como un elefante en una cacharrería; donde mamá se había sentado con cuidado a mi lado y me había acariciado el pelo, Scott cogió de mala manera la manta que me tapaba y tiró de ella hasta dejarme prácticamente desnuda, a excepción de la sudadera de Deadpool que llevaba puesta. Me encogí sobre mí misma, acusando la bajada drástica de temperatura, mientras Scott se abalanzaba hacia la ventana.
               -¿Scott?-pregunté, porque su energía era tan negativa que no me extrañaría que estuviera siendo poseído por algún demonio. No era propio de Scott comportarse así; ni siquiera cuando las chicas y yo lo sacábamos de sus casillas y lo llevábamos al límite de su paciencia haciéndole alguna putada nos trataba así de mal.
               Lancé un quejido de dolor cuando mi hermano levantó la persiana que sumía mi habitación en la oscuridad y la luz incidió en mis pupilas, todavía demasiado sensibles por lo que había sucedido la noche pasada. Los rayos de sol, demasiado brillantes y blancos, me hacían tanto daño que bien parecían tener filo y estar clavándoseme en los ojos.
               -Vístete-ladró Scott, arrebatándome la manta de la que había empezado a tirar con torpeza para poder esconderme en ella, como una oruga en su capullo-. Vamos a casa de Alec.
               A casa de Alec. A casa de Alec. A casa de Alec.
               Mi cabeza era incapaz de juntar esos dos conceptos. ¿Casa? ¿Alec? Alec, por definición, no estaba en casa. En muy pocas ocasiones lo había visto en mi casa, y siempre había sido visitando a mi hermano, en el breve lapso de tiempo que él tardaba en llevarlo a su habitación o meterlo en el cuarto de juegos, junto con el resto de sus amigos.
               -¿Qué?-pregunté, segura de que lo había oído mal. Estaba convencida de que no le había escuchado bien: lo que me decía no tenía sentido.
               Tardé un poco en caer en la cuenta de que había dicho que nos íbamos, no que Alec estuviera en casa. Nos íbamos a su casa, él no había venido a la nuestra.
               Empecé a ver ante mis ojos destellos de lo que habíamos hecho los últimos meses. Desorientada, me di la vuelta y saqué un pie del colchón.
               -Ponte unos pantalones-ordenó Scott.
               -Pero si yo…-empecé, dispuesta a decirle que no creía que pudiera llegar ni a la puerta de mi habitación sin caerme; ya no digamos atravesar el barrio en dirección a casa de Alec. De normal nos llevaría cerca de quince minutos caminando; conmigo así, tendríamos suerte si llegábamos esa semana.
               -¡PONTE UNOS PANTALONES, SABRAE!-ladró Scott, furioso, y me tiró los primeros leggings que encontró en el armario. Me los puse con torpeza, porque mis pies no me respondían del todo. Me sentía como una tiritera que trata de manejar una de sus muñecas cuando sus cuerdas están enredadas. Nada tenía sentido, y mi cuerpo no quería obedecerme. Lo controlaba a través de una pantalla en la que no podía ver los botones correctamente.
               Lancé un gemido de dolor cuando Scott, harto de mi lentitud, que él achacaba a que estaba oponiendo resistencia, me agarró del antebrazo y me clavó los dedos en la carne.
               -Scott, me estás haciendo daño, espera…-casi sollocé, pero él estaba tan fuera de sí que ni siquiera mis súplicas hacían efecto en su enfado. Vi que me arrastraba  escaleras abajo, y yo traté de frenarle, sin éxito. Mi patético intento de cambiar el rumbo sólo sirvió para que él me clavara los dedos aún más en el antebrazo. A estas alturas, ya estaba segura de que tendría moratones antes de que terminara el día-. Tengo que ir a lavarme la cara-musité, y él se volvió hacia mí. A pesar de que ya estaba en la planta baja, y yo todavía estaba un peldaño por encima de él y por lo tanto le sacaba un par de centímetros, su superioridad en el resto de sentidos me dio tanto miedo que retrocedí instintivamente, y casi me caigo de culo sobre los escalones.
               Por suerte o por desgracia, él me tenía bien cogida, así que sólo trastabillé. Tiró de mí de nuevo para llevarme hacia la cocina y, ni corto ni perezoso, cogió una botella de agua de la nevera, la destapó, y me lanzó su contenido.
               Y yo que siempre había dicho que Scott era mi hermano preferido, cuando la pubertad lo había convertido en un gilipollas de campeonato.
               Dejé escapar un grito de sorpresa y boqueé en busca de aire, limpiándome el agua de la cara, mucho más espabilada. Igual que la calefacción del interior de un coche desempaña el parabrisas y te permite ver la carretera en una noche de invierno, el agua que Scott me había lanzado había sido mano de santo. De repente fui perfectamente consciente de dónde estaba, qué día era, qué había pasado hacía poco y por qué estaba así.
               Mi mente se retrotrajo hasta la tarde anterior, mientras ayudábamos a Tommy y Scott a preparar la cena. A mi episodio en la ducha, con Eleanor y Shasha entrando a echarme una mano después de que la primera me avisara de que Alec estaba en casa. Mi bajada gloriosa por las escaleras de casa de Tommy para sorprender a Alec, que se había relamido y me había abrazado con tantas ganas que casi lo había disfrutado tanto como un beso. El tonteo constante delante de todos los Tomlinson y mi familia, el paseo hasta su casa, él paseándose en toalla por el piso superior y luego bajando las escaleras como si fuera un modelo, los besos antes de entrar a la casa de la fiesta, el momento en aquel rincón, donde pensé que me haría suya, los bailes…
               -Ya estás limpia-constató Scott, sacándome de mis ensoñaciones-. Venga, cálzate.
               Troté tras él hasta el vestíbulo y cogí los primeros playeros que encontré. Mientras me anudaba los cordones, Scott cogía un abrigo y salía por la puerta, dejándome atrás rápidamente. Tuve que correr para ponerme a su altura, y aunque la actividad física solía espabilarme (cuando hacía kick, y justo después, era cuando más lúcida me sentía), mi pequeña carrera para alcanzarlo no consiguió desentrañar el gran misterio: ¿por qué Scott estaba tan enfadado? ¿Y qué tenía que ver Alec en todo esto?
               Por Dios, si ya sabía que estábamos más o menos juntos. La noche pasada, cuando me habían despertado para darme aquel brebaje repugnante, mis padres me habían preguntado qué tal estaba, y yo, un poco achispada aún por el alcohol que todavía quedaba en mi cuerpo, les había dicho que cansada, pero que me lo había pasado genial. Incluso le dije a papá que tenía que probar a escuchar su música borracho, que era increíble, que sonaba incluso mejor, a lo que papá respondió:
               -Si borracha te gusta mi música, entonces imagínate estando colocada.
               Mamá le había dedicado una mirada asesina mientras Scott se reía, viendo la cara que puso papá la darse cuenta de que prácticamente acababa de animarnos a que nos colocáramos y luego nos pusiéramos sus discos. No dudaba que fuera una experiencia extracorporal (al fin y al cabo, bailar If I got you con Alec había sido lo más parecido a pisar el cielo que yo había experimentado sin necesidad de quitarme la ropa), pero, lo fuera o no, eso de casi animar a tu hija adolescente a que se fume un porro está un poco feo.
               No entendía a qué venía ese arrebato de ira entonces por parte de Scott. No había cambiado nada entre Alec y yo aquella noche, al menos que yo supiera. Sí que había una parte que no recordaba, pero supongo que era por culpa del alcohol. Tenía sólo retazos de lo que habíamos hecho: imágenes de él rodeándome la cintura con los brazos, yo intentando quitarle la camisa y él apartándome las manos porque estaba siendo demasiado torpe, él quitándome el mono, yo pasándole una pierna por encima, los dos en una cama…
               Comprobé con horror que no recordaba el polvo que habíamos echado, lo cual me molestaría toda la vida. Para la primera vez que lo veía desnudo y que lo hacíamos en una cama, ¿y resulta que no podía recordarlo? Vamos, hombre. Eso es totalmente injusto.
               Miré a Scott, que caminaba con determinación a mi lado, parecido a una excavadora que se abre paso en la selva.
               ¿Por qué estaba tan cabreado ahora, si parecía feliz ayer por la noche, después de la siesta de rigor?
               -¿Por qué vamos a casa de Alec?-me atreví a preguntar, y Scott no me miró para contestar.
               -Vas a pedirle perdón.
               -¿Yo? ¿Perdón?-lancé un gemido cuando una nube más tenue que las demás se interpuso entre nosotros y el sol, haciendo que la luminosidad del ambiente aumentara con la rapidez y el dolor con que lo haría si estuviera en el garaje de casa y alguien encendiera los faros del monovolumen-. ¿Por qué?-pregunté, subiéndome la capucha de la sudadera para tratar de esconderme un poco, y mis rizos se derramaron por mi pecho como los tentáculos de un pulpo al que sacan del mar.
               Scott se detuvo en seco y me miró con ojos como platos. Fue un movimiento tan repentino que me choqué contra él.
               -¿No te acuerdas?-inquirió, y yo me froté la mejilla, rememorando lo que había pasado por la noche con Alec. Habíamos bebido, nos habíamos enrollado, habíamos bailado y estaba casi segura de que habíamos tenido sexo en aquella habitación. ¿Por qué, si no, me ataría él las manos al cabecero de la cama, si no era para probar algo nuevo, algo que yo no recordaba pero que sin duda me había gustado? Sólo recordaba habérmelo pasado bien esa noche, que su compañía llenara la habitación y que yo no necesitaba nada más.
               ¿Qué podía haber salido mal para que yo tuviera que pedirle perdón?
               -¡No te acuerdas!-acusó Scott, alucinado, y yo fruncí el ceño e hice un puchero. No me gustaba estar a oscuras. Metafóricamente hablando, claro. No es que ahora no estuviera dispuesta a pagar por meterme de nuevo en mi cama y que la negrura me acogiera, pero eso de no saber por qué tenía que hacer algo me intranquilizaba.
               -¿De qué?
               -Cogiste una borrachera de la Virgen-explicó, y yo asentí con la cabeza. Eso ya lo sabía. No sólo por mis lagunas mentales, sino por la resaca que daba fe de ello-. No sabías dónde estabas-continuó, y yo fruncí el ceño. Claro que lo sabía. Había estado con Alec prácticamente todo el tiempo. Lo que habían hecho mis amigas era un misterio: llegado el momento, ellas desaparecían de mis recuerdos y no había manera de evocarlas. Mi estómago se contrajo. Tenía que mandarles un mensaje para asegurarme de que estaban bien-. Alec estuvo cuidándote-reveló Scott, y yo volví a prestarle atención-. Toda la puta noche. Estuvisteis solos en las habitaciones. Tus amigas te emborracharon y luego te dejaron tirada, Sabrae; me imagino que una fiesta es más importante que tú-atacó, y yo tuve ganas de contestarle, pero la verdad es que no se me ocurría nada. Todo se volvía borroso a partir de un chupito que Kendra, o puede que Taïssa, o quizá Momo, me había dado. No sabría decir si estaban borrachas también, o si se habían emborrachado más después; si me habían empujado a los brazos de Alec, o yo me había escapado de su custodia.
               El caso es que me habían dejado sola y yo no recordaba que eso hubiera sucedido, así que por muy mala amiga en que eso me convirtiera, tenía que aclararlo con ellas antes de salir en su defensa. No podía decir que estaban peor que yo si simplemente me había escapado. Eso las dejaría en muy mala posición.
               -Menos mal que hay alguien que te valora de verdad, aunque eso implique joderle una fiesta.
               Miré a mi hermano mientras se adelantaba de nuevo, sintiéndome una amiga pésima por no haber salido en defensa de las chicas. Seguro que todo tenía una explicación mucho más lógica que el que me hubieran dejado tirada para seguir dando brincos al ritmo de la música. Seguro que yo me había escapado. Seguro que había ido con Alec. O puede que él me hubiera ido a buscar a mí, y yo me las hubiera apañado para beber más de la cuenta incluso cuando ya estábamos juntos.
               Seguí a Scott por la calle con la cabeza gacha, meditando sobre lo que había pasado en Nochevieja. Los retazos que bailaban en mi mente no terminaban de encajar. Las chicas no paraban de darme alcohol, y yo al principio me negaba, pero llegado un punto lo aceptaba e incluso pedía más y más, y ellas tenían las mejillas coloradas y los ojos brillantes y querían más y más también.
               Además, estaba el hecho de que Alec me hubiera “cuidado”. Sabía que le gustaba Nochevieja; me lo había dicho en una de las noches que habíamos pasado mandándonos mensajes, en el que la conversación había surgido de forma natural. Creo que leyendo lo que opinaba de la última noche del año, en la que según él todo el mundo desmadraba y todo era posible, fue cuando decidimos que sería una buena idea empezar juntos. Al fin y al cabo, aunque yo me hubiera negado a hacerlo “oficial”, lo cierto era que ya sabíamos desde hacía tiempo que terminaríamos cerrando una parte muy importante de nuestras vidas para empezar algo con el otro. Las cosas que habíamos hablado y las promesas que nos habíamos hecho no eran más que la consecuencia natural de nuestra química y nuestra cercanía.
               Que me hubiera cuidado, según lo que me había dicho Scott, no era ninguna sorpresa. Le gustaba hacerlo y le gustaba hacerme sentir segura, le gustaba que confiara en él, y yo lo hacía, a estas alturas casi ciegamente.
               Estaba segura de que los retazos de la noche que habíamos pasado juntos eran piezas tan sueltas de un puzzle que distorsionaban su realidad; no me parecía propio de Alec tener sexo conmigo cuando yo no estaba para nada (y, por lo que me había dicho Scott y por cómo me sentía yo, así parecía que había sido), de modo que llegué a la única conclusión a la que habría podido llegar, y habría llegado cualquiera: después de todo lo que nos habíamos dicho, de las muchas veces que nos habíamos calentado el uno al otro y de las súplicas por paciencia materializadas en “espera a Nochevieja” entre beso y beso, yo me había puesto tan mal que Alec lo había pospuesto.
               Todo porque yo era más importante que su propio placer.
               Y eso me hacía sentir mezquina. Le había dicho que no, le había pedido tiempo, y él me lo daba no sólo cuando yo le decía claramente que lo necesitaba, sino incluso cuando no era capaz de pedírselo, cuando todo apuntaba a un “sí”, pero lo correcto y lo difícil era “no”.
               Scott llamó a la puerta mientras yo me imaginaba a Alec tirado en la cama a mi lado, rodeándome con los brazos, dándome un beso en la frente y tratando de calmarme. Tenía muchas ganas de Nochevieja y no permitiría que nadie me quitara mi primera noche con él. Lo cual lo incluía a él. Por suerte, Alec era más alto, más fuerte y más sensato que yo, y no estaba tan borracho, así que sabía elegir la opción correcta incluso cuando fuera la más complicada.
               Se escucharon pasos atravesando la casa, trotando en dirección a la puerta, y con cada uno de ellos yo me hice un poco más pequeña. No dejaba de pensar en que le había fastidiado la noche, como había dicho Scott. Nos la había fastidiado a ambos, vale, pero yo recordaba tan poco y tenía tanta culpa que había dejado de ser importante. Lo único que me importaba y lo único que me removía la conciencia era Alec, tumbado en la cama mientras yo estaba borrachísima, comiéndose la cabeza con lo que nos habíamos prometido y yo le estaba dando.
               Cuando el pomo de la puerta empezó a girarse, mi estómago hizo un triple salto mortal y me bajé la capucha. Me toqueteé el pelo y traté de calmarme, pero tenía la respiración acelerada.
               Me puse nerviosa en vano: no nos abriría él, sino Mary. Abrió la puerta de par en par, de forma que su cuerpo quedara encuadrado justo en el rectángulo del vano como la protagonista del lienzo estrella de cualquier museo. Estaba descalza, con los pies cubiertos por unos calcetines que se le habían deslizado por las piernas hasta quedar arrugados en los tobillos, y vestía una sudadera rosa chicle en la que tenía bordada una bailarina en el pecho, a la altura del corazón. Se empujó las gafas con el puño cerrado, impidiendo que terminaran de caer hacia las aletas de su nariz, y sus ojos bailaron de Scott a mí.
               -¿Venís a por Alec?-preguntó por fin, después de que nuestros ojos se encontraran y un chispazo atravesara sus pupilas. No sabía lo que significaba aquel chispazo, pero no me parecía nada bueno. Parecía… ¿de lástima, quizá?
               Scott y yo asentimos, y Mary nos imitó, su flequillo caoba brincando en su frente-. Voy a por él, ¿queréis…?-invitó, haciéndose a un lado, y yo di un paso hacia la casa, ansiosa de sentirme segura en un entorno cerrado; estaba demasiado vulnerable, en la calle con Scott.
               Sin embargo, él tenía otros planes. Estiró la el brazo para cortarme el paso y constató:
               -Nos vamos enseguida, es sólo un momento.
               Me quedé a su lado, obediente, mientras Mary asentía con la cabeza, dejaba la puerta entreabierta y echaba a andar por el interior de su casa. Subió las escaleras, abrió una puerta sin llamar, y empezó a gritarle a Alec.
               Todo mi cuerpo se encendió como si fuera un robot al que por fin enchufan a la corriente cuando escuché la voz de Alec en el interior de su casa, devolviéndole los gritos a su hermana. Le recordé gritándome por encima de la música para que pudiera escuchar lo que me decía (que estaba muy guapa, que me tenía muchas ganas, que se lo estaba pasando genial), susurrándome al oído cosas que sólo debía saber yo, provocándome delante de mis padres, seduciéndome delante de mis amigos, o murmurando en mi oído palabras de cariño mientras me daba unos mimos que yo apenas conseguiría recordar.
               Otro par de pasos que sonaban radicalmente diferentes a los de Mary se escucharon por el piso de arriba. Bajaron las escaleras y se dirigieron a la puerta, y yo contuve el aliento. Alec la abrió de par en par, y yo supe que había hecho bien cogiendo aire, porque me quedé sin respiración al verlo.
               Tenía el pelo revuelto; estaba claro que acababan de sacarlo de la cama, y los hombros casi al descubierto gracias a la camiseta blanca de tirantes que llevaba puesta, de esas que se ponen los chicos cuando van al gimnasio y necesitan libertad de movimientos. Su piel tenía un ligero tono tostado que no resaltaba tanto de normal, pero cuando estaba somnoliento y con ropa clara, hacía que recordaras que veraneaba en el Mediterráneo, y que tenía ascendencia de allí.
               Sus ojos castaños se anclaron en Scott, con una expresión acusadora y desafiante, como reprochándole que le hubiera sacado de la cama a horas tan intempestivas (a pesar de que pronto sería la hora de comer), lo cual me dio a mí la ocasión perfecta para admirarlo. Seguí contemplando su melena despeinada, sus ojos claros y su boca deliciosa, que me llamaba cual canto de sirena; sus hombros, sus brazos, cada músculo que lo componía; los pantalones de chándal grises, que le llegaban hasta la rodilla, con un bulto en el que cualquier chica se fijaría, especialmente si ya conocía ese bulto, que se exhibía por dentro de la cintura del pantalón.
               Alec tiró de la camiseta, sacándola de la cintura de sus pantalones, dejándola así más suelta. Lo hizo un poco tarde: yo ya había adivinado que no llevaba ropa interior.
               Su anatomía dibujándose contra su ropa de aquella manera, el brillo en sus ojos y en su piel y la presencia enfrentada a Scott, amén de su pelo revuelto, me hizo adivinar una cosa: no estaba solo en su habitación.
               Y, lejos de molestarme, me descubrí deseando que me invitara a entrar y a unirme a la fiesta.
               Al fin y al cabo, como le diría después a mi hermano, mientras regresábamos a casa, el sexo ayudaba a reducir la migraña. Y, tal cual tenía yo la cabeza, Alec necesitaría de mucha ayuda para conseguir curarme.
               Por fin, sus ojos se encontraron con los míos, y su expresión desafiante vaciló un poco.
               No, me dije. Alec no necesita ayuda para curarme todos los males.
               Me mordí el labio y él se relamió.
               -Hola, Alec-ronroneé cual gatita.
               -Hola, Saab-respondió él, con esa voz ronca de recién levantado, que yo quería escuchar en cada uno de mis amaneceres.
               Esperaba que la chica que estuviera en su habitación fuera Bey. De lo contrario, habría perdido su oportunidad.
               Después de escucharlo y verlo así, no permitiría que ninguna otra mujer disfrutara de ese espectáculo. Le daría todo lo que él quisiera. Pero lo quería sólo para mí.



Lo mejor y lo peor de las hermanas pequeñas es que se comportan siempre igual, con independencia de cómo te encuentren: da igual que estés borracho, con resaca, muy concentrado en tus estudios o en la cama con una chica.
               Si tu hermana pequeña ha nacido pedante y tocacojones, no te preocupes que lo será hasta en tu lecho de muerte. Así que imagínate si te pilla compartiendo cama con tu mejor amiga, con la que tienes una tensión sexual no resuelta (o más bien recientemente resuelta) tan poderosa que la puedes cortar con un cuchillo.
               -Alec, ¡adivina quién ha venido a…! ¡OH, DIOS MÍO!-bramó, al entrar en mi habitación sin llamar (cómo yo) y ver que no estaba solo, como ella se esperaba. La melena de Bey se agitó en la cama cuando Mimi empezó con sus gritos, acusando las exclamaciones que la acababan de sacar del sueño, igual que a mí-. ¡MADRE MÍA! ¡NO ME LO PUEDO CREER! ¡MENUDO COTILLEO MÁS JUGOSO! ¡Y YO QUE PENSABA QUE LO HABÍA VISTO TODO! ¡Dios mío, llevamos dos días en este año y ya me ha regalado más que mis otros quince de vida! ¡ELEANOR VA A FLIPAR CUANDO SE LO CUENTE!
               -¿¡A qué coño has venido, Mary Elizabeth!?-troné, incorporándome-. ¿¡Crees que soy un puñetero espectáculo de feria!? ¡Deja de dar chillidos como una vieja maruja, y pírate de mi habitación!
               -¡No puedo irme!-respondió ella-. ¡Menudo momentazo! ¡Mis amigas no se lo van a creer!
               -¡MARY ELIZABETH! ¡QUE TE LARGUES!
               -¡TIENES VISITA!-gritó por encima de mi voz, y Trufas apareció por la puerta y trotó hacia la cama. Se subió de un brinco y se acurrucó contra Bey, que se había incorporado y se tapaba los pechos con la  sábana.
               -¡ME DA IGUAL QUE TENGA VISITA! ¡ESTOY EN MEDIO DE ALGO, ¿ES QUE NO LO VES?! ¡Me pillas un poco liado en este momento, Mary!
               -¡Quieres bajar, te lo digo yo!
               -¡Ni aunque estuviera la mismísima reina de Inglaterra en la puerta bajaría a…!
               Mimi sonrió.
               -Por la reina, no-respondió, cruzándose de brazos-. Pero por quien tienes abajo, yo diría que sí.
               Su sonrisa de suficiencia sólo podía deberse a una persona: Sabrae.
               Me mordí los labios, conteniendo una maldición, porque la niñata tenía razón. No movería un dedo por nuestra reina; no es que odiara a mi país, pero simplemente no era el típico patriota que come con una foto de su jefe de Estado presidiendo la mesa, ni le da un beso de buenas noches al retrato de su monarca antes de acostarse.
               En cambio, por Sabrae… qué no haría por ella. Estaba seguro de las fronteras de mi fortaleza física se habían redibujado después de que la descubriera; a ella, y a lo que podía hacerme. Me hacía más fuerte, más poderoso, más libre, pero también más vulnerable. Había cosas que hacía antes que ya no podía hacer, y a la inversa, había cosas que antes quedaban fuera de mi alcance y ahora eran coser y cantar.
               Las primeras, por ejemplo, irme con cualquier chica y no sentir remordimientos más que por si no las hacía disfrutar como ellas se merecían o yo quería.
               Las segundas, por ejemplo, resistirme a las chicas que venían con ganas de fiesta, porque yo ya estaba cogido y no me interesaba ninguna noche de marcha si no era con Sabrae.
               Gruñí por lo bajo un taco y salí de la cama, disfrutando de la cara de espanto de Mimi y de cómo se giró y echó a correr hacia su habitación. Desde luego, o esa niña era lesbiana o se moriría virgen, porque no era normal su manera de reaccionar a la visión de una polla.
               Cogí unos pantalones de chándal y una camiseta de tirantes blanca, de los que usaba para ir a boxear, y me los enfundé mientras Bey dejaba escapar a Trufas, que fue en pos de su dueña martirizada por la visión de los atributos masculinos de su hermano. Puede que Mimi no hubiera dicho el nombre de quien estaba en la puerta de mi casa, pero igual que yo lo había adivinado, también lo había hecho Bey.
               Ella se envolvió en las sábanas, como había hecho la noche anterior antes de ir al baño, y preguntó:
               -¿Quieres que me vista rápido y me vaya?
               Me giré para mirarla, todavía con el torso desnudo.
               -Por si quieres subir con ella. Ya debería estar bien-explicó-. Yo podría vestirme, esperar a que entrarais en vuestra habitación, y marcharme justo después.
               -Eres mi mejor amiga-le recordé, poniéndome la camiseta-. No puedo permitir que hagas eso.
               Bey sonrió. Se sabía mi invitada, aunque se hubiera presentado sin que yo se lo hubiera pedido, pero creo que mi hospitalidad superó sus expectativas. Se tumbó de nuevo en la cama y cogió su móvil de la mesilla de noche. No hizo ademán de vestirse, y yo procuré no pensar en lo que pasaría si Sabrae me pedía pasar.
               Lo procuré. Pero no lo conseguí. Me imaginé a Sabrae esperando en la puerta de mi casa, con un discurso ensayado referente a lo que nos había pasado en Nochevieja, cómo lamentaba lo que había pasado y había decidido venir a compensármelo, cómo me pediría subir a mi habitación ahora, y la cara que pondría al ver a Bey metida en mi cama. Si de verdad había dado su bendición para que nosotros hiciéramos lo que hicimos, estaba seguro de que no le molestaría.
               ¿Qué coño? Mi parte más pervertida se la imaginó mirando a Bey, sonriendo, volviéndose hacia mí y soltando:
               -Veo que ya tenemos la cama caliente.
               Para cuando llegué al pie de las escaleras, mi mente sucia ya le había quitado la ropa a Sabrae y la hacía besarse con Bey de una forma en que podría hacer que me corriera sólo mirándolas.
               Dios, por favor, nunca te he pedido nada, pero… haz que pase, recé en silencio.
               Claro que en mi casa no éramos creyentes, así que nadie me escuchó… y me di de bruces con Scott cuando abrí la puerta.
               Por un momento pensé que Mimi me había tomado el pelo, y comencé a tramar maneras de cargarme a aquella mocosa malcriada, pero una figura al lado de Scott hizo que no me girara y liquidara a la única hija de mi madre con mis propias manos.
               Scott examinó mi indumentaria con ojos críticos, y yo tiré de la camiseta de tirantes, que se me había quedado metida por los pantalones, para disimular un poco lo contento que se había puesto mi (no tan) pequeño amigo colgante ante la perspectiva de un trío en mi cama, con las tías que más cachondo me ponían de todo Londres. Scott se mordió el labio allí donde debería tener el piercing, y antes había estado su agujero, decidiendo que yo era un caso perdido, un fuckboy en toda regla, mil veces peor que él, diciéndole que me estaba enrollando con su hermana y que con ella las cosas eran distintas, y metiendo en la cama a otra tía en cuanto tenía la ocasión…
               Y no pude resistirme más. No es que me molestara la mirada de Scott; sinceramente, me daba igual. Estaba acostumbrado a la decepción de mis amigos en lo que respectaba a las malas decisiones que yo tomaba: ellos tenían más criterio que yo, y eso era digno de aplaudir. Yo, simplemente, me movía por impulsos, y había tenido la increíble suerte de que ninguno me hubiera salido mal.
               Además… a estas alturas, Scott ya debería estar acostumbrado a que yo metiera la pata. Si seguía sorprendiéndose de las cosas que hacía, la culpa no la tenía yo.
               Así que miré a Sabrae. Me sorprendí a mí mismo por la forma en que aguanté la llamada de sus ojos, como el canto de unas sirenas que atraían mi barco hacia una costa rocosa. Cuando por fin centré mi atención en la hermana de Scott, todo mi cuerpo celebró mi decisión.
               Estaba preciosa. Incluso somnolienta, con la cara mal lavada, ojeras y el ceño ligeramente fruncido por la luz y el dolor de cabeza combinados, seguía siendo la chica más guapa que había visto nunca. Su melena negra le caía en una cascada rebelde por el pecho, y las pecas que se esparcían por su nariz como virutas de chocolate sobre una tarta se habían contraído hasta formar una constelación nueva.
               De su melena y sus ojos bajé a su deliciosa boca, aquella que me moría por probar. Recordé su forma de sonreír después de que yo le diera placer con mi lengua, cuando nos besábamos de nuevo y ella podía probar su exquisito sabor de mis labios. La forma en que se relamía, probando ese néctar prohibido del que sólo yo tenía permitido beber. Recordé la forma en que su lengua recorría mi boca, de una forma sucia, obscena, cuando metíamos quinta y los dos decidíamos que a partir de entonces ya no habría vuelta atrás, y que todo terminaría con nuestros cuerpos unidos y los dos estallando en un orgasmo delicioso, más aún por ser compartido.
               Me relamí inconscientemente, evocando el sabor de sus besos en mi boca. Joder, si su hermano no estuviera con ella, me la habría comido allí mismo.
               -Hola, Alec-ronroneó ella, como una gatita, y aquel sonido fue derechito a mi entrepierna. Tío. No. Scott te mata como te animes. Intenta controlarte.
               Pero, claro… había un problema. Con Sabrae frente a mí, no había control que valiera.
               -Hola, Saab-contesté yo, y noté cómo la comisura de mi boca se alzaba en mi mejor sonrisa torcida. Sabrae parpadeó y sonrió a cámara lenta, a la velocidad que sólo pueden hacerlo las criaturas más hermosas del mundo: las mariposas y ella-. Scott-añadí, dándole pie a él para que hablara. Acababa de darle vía libre; él decidiría su siguiente movimiento.
               Que me encantó, he de decir.
               Lo que hizo fue agarrarla del brazo y tirar de ella para ponerla frente a mí, como si me la estuviera ofreciendo en sacrificio o algo así. Sabrae se miró los pies, de repente cohibida por lo que fuera que hubieran venido a hacer, y escondió las manos en las mangas de su sudadera roja…
               … parecía de repente tan pequeña, tan frágil y vulnerable, que tuve que contener el impulso de cogerla y estrecharla entre mis brazos, darle un beso en la cabeza y decirle que todo estaría bien, que nadie podría hacerle daño. Estaba tan mona, con su sudadera roja y sus rasgos de ganadora de certamen de belleza, que parecía una Bratz de edición limitada, de aquellas con las que Bey y Tam siempre estaban jugando cuando eran pequeñas, y que se empeñaban en casar con mis muñecos de acción.
               El rojo era su color. Simple y llanamente.
               Le sentaba muy bien la sudadera, y le había sentado genial el mono rojo que le había quitado personalmente hacía dos noches.
               Scott le puso una mano en la espalda a Sabrae, como para darle ánimos. Fuera lo que fuera que estuvieran haciendo allí, Sabrae no era la acompañante, sino la protagonista principal.
               -Quería…-empezó, y se trabó con sus propias palabras tanto que tuvo que aclararse la garganta-. Quería pedirte perdón por cómo me puse en Nochevieja-explicó, y yo alcé las cejas, sorprendido. ¿Perdón? Nena, vale que no fue como esperábamos, pero me has dado la mejor Nochevieja de mi vida, y eso que ni siquiera tuvimos sexo-. Y darte las gracias por cómo te portaste conmigo-me miró desde abajo, a través de sus pestañas-. Cuidándome. Y eso.
               -El placer ha sido mío-sonreí, colocándole un rizo detrás de la oreja y aprovechando que ya tenía la mano lo bastante cerca de su cara como para tomarla de la mandíbula y hacer que levantara la cabeza-. En serio, bombón. Me gusta que se metan por mí-me burlé-. Y que me muerdan la oreja. Y que me digan lo guapo que soy. Y que me besen el cuello. Y que me metan mano. Y…
               -Lo vamos pillando-cortó Scott, que debía de ser el único que podía tomarle el pelo a Sabrae, o algo por el estilo. Ella sonreía, divertida y agradecida de que me lo hubiera tomado bien. Con esas palabras, básicamente le había dicho que no tenía nada por lo que disculparse, y que me lo había pasado bien haciéndole de niñera.
               -¿Algo más?-pregunté, pasando de Scott, con los ojos aún fijos en los de ella.
               -No-sacudió la cabeza, y sus rizos volaron en torno a su cuerpo, improvisando el tutú negro de una bailarina que sólo tenía cabeza. Capturé uno entre los dedos y lo coloqué detrás de su oreja, lo cual hizo que su piel adquiriera ese suave tono sonrosado que tanto me gustaba. Sus ojos se clavaron en los míos.
               ¿Seguro que está bien?, parecía preguntar.
               Está genial.
               -Vale, bombón. No te disculpes, ¿eh? Me encantó lo de anoche. Te lo prometo-le di un toquecito en el hombro y me volví hacia su hermano, no fuera a ser que empezara a ponerse celoso-. ¿Qué se hace hoy, Scott?
               -Morirnos todos-respondió, y yo sonreí. Sí, la verdad era que yo no esperaba que tuviéramos ningún plan que poner en marcha entre todos. Lo único que me apetecía era meterme en la cama y recuperar horas de sueño. O recuperar horas de polvos con Sabrae que su borrachera nos había robado-. Y, después, ir a ver cómo está Tommy.
               -Suena bien. ¿Algo para ahora?
               Scott sonrió con cansancio. Por supuesto, se esperaba que intentara llevármelo a mi terreno, pero él no iba a ceder. Me puso una mano en el hombro y me dedicó la típica mirada que habla sin palabras.
               -Descansa, hijo de puta.
               Sabrae vio en eso la oportunidad perfecta para confirmar lo que sospechaba. No era estúpida, y me había visto las suficientes veces después de follar como para adivinar lo que me sucedía: pelo revuelto, ojos brillantes… había echado un polvo.
               -No estás solo.
               Sé que a un tío normal que la chica que le gusta le diga eso, siendo verdad, le habría puesto los huevos de corbata. Pero creo que ya he dejado bastante claro que yo no soy un tío normal. Esbocé una sonrisa, y en los labios de Sabrae titiló otra, en tono cómplice.
               Acabábamos de ponernos de acuerdo para hacer que a Scott le mereciera la pena el paseíto.
               -¿Qué? ¡Me pediste salir!-protestó, fingiéndose escandalizada, pero fracasando estrepitosamente. Su boca se curvó en un intento de sonrisa que no pudo ocultar.
               Por suerte para nosotros y nuestro improvisado espectáculo, Scott estaba demasiado ocupado flipando “a niveles interdimensionales”, como él solía decir, como para decir nada.
               -¿Qué?-jadeó, estupefacto, pero yo todavía no había soltado el verdadero bombazo.
               -Oh, venga, Sabrae, ¡me dijiste que no!
               -¡Para hacerme la difícil!
               -A mí no me gustan difíciles, bombón-coqueteé-, me gustan mías.
               Sabrae se cruzó de brazos, alzó una ceja y puso los ojos en blanco. Iba a decir algo cuando su hermano la interrumpió.
               -¿Es verdad?
               -Si es verdad, ¿qué?-pregunté, apoyándome en el vano de la puerta y cruzándome de brazos, igual que Sabrae. Estábamos tan compenetrados que imitábamos nuestras posturas incluso cuando no lo pretendíamos.
               -Que le has pedido a Sabrae.
               -Sí. Bueno, eso creo que hice, ¿no, nena?-me aseguré, mirándola y llevándome los nudillos a la boca. Sabrae asintió.
               -Eso hiciste, sí.
               -Pero, ¡tú nunca le has pedido salir a ninguna chica!
               -Soy consciente de esa circunstancia, Scott, principalmente porque yo suelo estar presente cada vez que hago algo.
               -Es que soy especial-Sabrae se giró para mirarlo y puso cara de niñita adorable; incluso se puso las manos por debajo de la mandíbula y parpadeó rápidamente, como si quisiera seducirlo.
               -Sí, fijo-bufó su hermano, poniendo los ojos en blanco.
               -¿Quién es?-quiso saber ella, aunque yo estaba seguro de que no tenía ninguna duda de que era con Bey con quien habría pasado la noche. Por mucho que el sentido común le dijera que mis credenciales eran lo bastante sólidas como para no descartar a ninguna chica en un radio de doce kilómetros, ella confiaba en mí. Confiaba en mí y confiaba en mi palabra; sabía que si yo le había prometido exclusividad, cumpliría con ello, y con esa confianza le bastaba, por mucho que los demás le dijeran que estaba siendo boba por creer que yo podía cambiar. Porque ella me conocía.
               Ya sabía que había cambiado.
               Tragué saliva y la miré a los ojos, deseando que viera la verdad en mi mentira. No podía delatar a Bey, no delante de Scott. No es que fuera a juzgarla ni nada por el estilo, pero no quería ponerla en la posición de que alguien supiera su secreto antes incluso de que ella decidiera si quería contarlo o no.
               -Ayelen. Del instituto.
               En los ojos de Sabrae vi un brillo que no tardó en apagarse, y contuve un suspiro de alivio. Adiviné que ella sabía que le había mentido, y creía que entendía mis motivos. Ya lo hablaríamos cuando estuviéramos solos.
               -Te encantan las morenas, ¿eh?-se burló Scott, que había nacido tonto, había crecido tonto, y moriría tonto.
               -Son más guapas que las rubias-repliqué, alzando las cejas, y clavando los ojos en Sabrae. Capturé uno de sus rizos entre mis dedos y jugueteé con él-. Y lo hacen mejor.
               -¿Cómo te lo compenso, Al?-ronroneó ella, sonriendo.
               -Ábrete de piernas.
               -¡Alec!-protestó Scott.
               -Por fin algo que no me importaría hacer para ti-rió.
               -¡Sabrae!-tronó Scott, y yo me estiré y me di un golpecito en la tripa.
               -Bueno, chicos, me encantaría seguir de cháchara con vosotros, pero tengo asuntillos que atender en el piso de arriba-señalé las escaleras con el pulgar y me encogí de hombros. Scott puso una mano sobre los de su hermana y asintió.
               -Que folles bien, Al-me pinchó.
               -Y tú, bandido.
               -¿Alec?
               -¿Sabrae?
               -¿Hicimos algo?-preguntó ella, lo cual tendría sentido, si sólo tuviéramos en cuenta que se había emborrachado lo suficiente como para no recordar nada de lo que había pasado…
               … si no supiera cómo era yo. Hacía dos segundos había sabido leerme mejor que su hermano, que me conocía de hacía más tiempo… ¿y ahora me venía con esas?
               -¿Por quién me tomas?-protesté-. Estabas borracha, y por muy mujeriego que yo sea, no soy un puto violador.
               -¿Seguro?-insistió, con una pizca de decepción en la voz. ¡Ajá! ¿Querías sexo alcoholizado? Pues no haberte puesto tan pedo, querida.
               -Seguro.
               -¿Promesa de meñique?-se aseguró ella, tendiéndome el meñique, el cual yo enredé con el mío.
               -Promesa de meñique-concedí balanceando nuestras manos unidas por nuestros dedos más pequeños. Sabrae sonrió, complacida.
               -Guay, pues… ¿hablamos? ¿Para tu recompensa?-alzó las cejas, sugerente, y yo me relamí. De repente no quería que se marchara. Recordé todo en lo que había pensado mientras bajaba las escaleras para ir a su encuentro, y ya no me parecía tan buena idea dejarla irse.
               -Intenta impedírmelo, bombón-le saqué la lengua y ella se echó a reír. Se desenganchó de mi dedo (no fue hasta entonces cuando me di cuenta de que seguíamos con ellos entrelazados) y se mordió la sonrisa mientras seguía a Scott, que parecía ser el líder de aquella comitiva de dos. Entrecerré la puerta y los miré desaparecer por la esquina de mi calle, notando el cambio que había sufrido la energía de Sabrae desde que me encontré con ellos hasta ahora que se habían marchado.
               Parecíamos velas que se hinchaban en presencia del otro, dispuestas a llevar su barco a los confines del mundo, ayudados por las corrientes marinas y las tormentas.
               Algo me embistió los pies, sacándome de mis reflexiones. Miré hacia abajo y allí estaba el pequeño Trufas, ansioso por salir a la calle. Cerré la puerta y se me quedó mirando. Se puso en pie sobre sus patas traseras y meneó la nariz, tratando de seducirme, pero había un problema: a mí ya me habían seducido antes.
               Le di unas palmaditas en la cabeza y, de un humor increíblemente bueno, subí las escaleras en dirección a mi habitación, escuchando los golpecitos en el suelo que acompañaban a la lenta persecución del conejo.
               Bey apartó su móvil, que sostenía a unos centímetros de su cara, a un lado, y se me quedó mirando. Dejé la puerta entrecerrada y Trufas se ocupó de empujarla para entrar a hacernos compañía mientras yo me quitaba la camiseta.
               -¿Quién era?-preguntó Bey, que quería confirmar su teoría.
               -Scott y Sabrae.
               Bey arqueó una ceja y puso morritos.
               -Interesante. ¿Y no has querido proponer un trío?
               -Si quieres follarte a dos tíos a la vez, prueba con Scott y Tommy-bromeé, dándole un mordisco en el hombro desnudo-. No tengo interés en no ser la única polla de una cama.
               -Pues déjame decirte que te cierras a un mundo, aunque… estaba hablando de Sabrae.
               Alzó las cejas varias veces, abrazándose a sus rodillas. Aleteó con las pestañas mientras observaba cómo me encendía un cigarro.
               -¿Qué te hace pensar que la compartiría contigo?
               Puso los ojos en blanco.
               -¿No lo harías?
               -¿Compartiros? Bey, pagaría por ver cómo os enrolláis. Las cosas como son.
               -Pues eso puede arreglarse. Ando un poco corta de pasta…-bromeó, y yo puse los ojos en blanco.
               -¿Me harías precio de amigo?
               -Oferta y demanda, cariño-ronroneó, dándome un beso en la mejilla e inclinándose de nuevo hasta quedar acostada sobre su espalda en el colchón. Me la quedé mirando; la curva de sus pechos bajo las sábanas, el valle de su cintura, la montaña de sus piernas dobladas, su piel de caramelo y su melena de oro, los labios jugosos y los dientes blancos, asomándose de vez en cuando entre estos, cada vez que algo la sorprendía.
               Hacía demasiado poco que había estado con Sabrae, y no me refería al tiempo que habíamos compartido en la puerta de mi casa. Hablaba de la noche que habíamos pasado, que había empezado con mi boca saboreando uno de sus pechos, mis oídos escuchando sus gemidos de gusto, y sus piernas más tarde enrolladas en torno a mí mientras me suplicaba que la poseyera.
               Me la imaginé allí, con Bey, tumbada a su lado, mirado el mismo teléfono, riéndose de tonterías y mirándose a los ojos y mordiéndose los labios y…
               … y no sé si quise ser Sabrae o quise ser Bey. Pero estaba claro lo que quería.
               -¿Echamos otro?-pregunté, y Bey clavó los ojos en mí. Parpadeó despacio, como si hubiera hablado en un idioma que ella había empezado a estudiar hacía poco tiempo y cuyas palabras por separado fuera capaz de desentrañar, pero no cuando formulaban una oración.
               Di una calada de mi cigarro y me encogí de hombros.
               -Tenía que intentarlo, nena.
               Estaba demasiado desnuda.
               Estaba demasiado casi desnudo.
               Estaba demasiado cachondo.
               Y ella estaba demasiado preciosa.
               Habíamos pasado una buena noche. Incluso había disfrutado despertándome y descubriéndola a mi lado, acercándola de nuevo a mí y escuchando su risa somnolienta con un “Alec, para” cuando yo le daba un beso en la mejilla para comprobar que era real. No diríamos fuera de aquella habitación que habíamos hecho el amor; pero por mucho que lo llamáramos follar, no iba a cambiar su naturaleza.
               -Vale.
               -Vale, ¿qué?
               -Que sí, que echamos otro-sonrió, dejando el móvil sobre la mesilla de noche y descubriéndome su desnudez. Mis ojos volaron de su apetitosa boca a sus pechos, y de sus pechos al hueco que tenía entre las piernas, piernas que ella se encargó de separar para tentarme.
               -Bey…
               Bey cogió mi cigarro y, cuando pensé que iba a apagarlo contra el cenicero de mi mesita, se lo llevó a los labios y le dio una calada, aunque sin tragarse el humo: ella no fumaba.
               Otra cosa era que no pudiera dar una calada para ponerme cachondo como un mono.
               -Voy a ponerme encima-anunció, soltando el aire contra mi cara y sosteniendo el cigarro entre dos dedos largos-, y te voy a follar tan guarro que no podrás volverme a los ojos de la misma forma, después de las cosas que tengo pensado hacerte.
               -¿No te gustan los polvos suaves?-ronroneé, cogiéndole el cigarro y dándole una calada. La nicotina inundó mi organismo y me tranquilizó.
               -No estoy interesada en un polvo suave ahora mismo. ¿Tiene idea de lo sexy que te has puesto gritándote con Mimi? Menuda forma de apretar la mandíbula tienes, Alec. Dejaría que me ataras a la cama y me hicieras lo que se te antojara. Guau. No me extraña que Sabrae te haga de rabiar, porque cuando te enfadas estás buenísimo. Seguro que te dio calabazas para cabrearte. Si me pusieras la mandíbula así a mí, tendría tantas como para fundar una plantación.
               La agarré de la cintura y la senté a horcajadas encima de mí.
               -Así que atarte a la cama, ¿eh? Lástima que no tenga unas esposas-murmuré contra su cuello, mordisqueándole el hombro. Ella jadeó.
               -¿Te inventas tú la palabra de seguridad, o me la invento yo?
               -¿Palabra de seguridad?-me eché a reír-. Nena, no he estado con ninguna chica a la que no le gustara cada cosa que le hacía. ¿Qué te hace pensar que tú vas a ser la primera?
               -La palabra de seguridad es para ti-respondió, dándome un empujón para tirarme sobre la cama y escalando por mi anatomía.
               Hizo lo que le dio la gana conmigo, y todo lo que hizo me encantó. Se puso encima de mí y no me dejó bajo ninguna circunstancia tomar el control; cada vez que trataba de incorporarme, ella volvía a empujarme y me besaba con tanta rabia que me sorprendió que no me hiciera sangre. Prácticamente se masturbó con mi cuerpo, y yo con el suyo, especialmente después de que ella tratara de poner música y la pillara iniciando la reproducción de mi lista de The Weeknd.
               -No te pases, Beyoncé-gruñí, y ella se echó a reír, alzó las manos, paró High for this y continuó moviendo las caderas en círculos, volviéndome absolutamente loco, a modo de disculpa.
               El único momento en que fui yo quien llevó la voz cantante fue cuando Bey alcanzó el clímax, lo que me obligó a incorporarme y sujetarla de las caderas para que no me sacara de su cuerpo mientras le metía la lengua prácticamente hasta el esófago. Bey resolló, agotada por el esfuerzo, y continuó frotándose contra mí hasta que recuperó el aliento y pude terminar en su interior.
               -Ah, ah-musité cuando trató de salir de mí-. Todavía no me has hecho nada que me escandalice lo suficiente como para no poder mirarte a los ojos de la misma forma.
               Ella rió, aceptó el reto, y dejó que me la follara con tanta rabia que terminó corriéndose en menos de cinco minutos. La verdad es que yo podía ser todo un bólido cuando me lo proponía, y dejarlas tan exhaustas que ni recordaban sus nombres cuando acababa con ellas.
               Bey se dejó caer sobre el colchón, con el cuerpo perlado de sudor, una sonrisa boba en los labios, y las mejillas coloradas. Nos miramos a los ojos y nos echamos a reír, como si lo que acabábamos de hacer fuera un chiste, o algo así. Le cogí la mano y me la llevé a los labios.
               -¿A que no has echado de menos la palabra de seguridad?-me burlé, y ella se echó a reír, negó con la cabeza, y me confesó que tenía hambre. Tomó prestados unos pantalones y una sudadera, se los puso y bajó detrás de mí las escaleras, en dirección a la cocina, donde mi madre estaba sacando las cosas para prepararse un té.
               Mamá le sonrió con calidez a Bey, que agachó la cabeza, un poco avergonzada por lo que acabábamos de hacer. Incluso si mi madre estuviera sorda como una tapia y no hubiera escuchado nuestro polvazo de buenos días/despedida, era imposible que no se diera cuenta de lo que había sucedido entre nosotros ahora que habíamos bajado y llevábamos un cartel de neón en la frente que rezaba, en mayúsculas: “¡ACABAMOS DE TENER SEXO!”
               Llevé dos platos y dos tenedores al comedor mientras Bey me seguía con un par de vasos, y dimos cuenta de las albóndigas que mi madre había preparado hacía un par de días y que yo no me había terminado, riéndonos y charlando como si no hubiera tenido la polla bien hundida en su coño hacía unos minutos.
               Cuando terminamos de comer, Bey subió a ponerse de nuevo su ropa mientras yo la esperaba en el piso de abajo. Bajó las escaleras como una princesa, sus largas piernas como dos faros que daban luz y esperanza a todos los navegantes, y se colgó de mi cuello para darme un abrazo y un beso de despedida.
               Le abrí la puerta y ella remoloneó un poco, negándose a marcharse, para deleite de mi madre, quien seguro que ya estaba esbozando un mapa mental de los asientos de los invitados en nuestra boda.
               -Me lo he pasado muy bien-musité al ver que no quería marcharse, y Bey sonrió, agradecida de que le diera conversación.
               -Yo también. He disfrutado mucho.
               Bey sonrió, me acarició la cara y me dio un beso en la mejilla. Dejó su mano reposando allí donde me había besado, y yo me giré para devolverle el beso en la palma de su mano.
               -Al…
               -Mm…
               Bey tragó saliva.
               -No me extraña que tengas a medio Londres haciendo cola por ti-murmuró en tono íntimo, y yo sonreí y la atraje hacia mí, cogiéndola por la cintura.
               -Soy un tío con suerte porque alguien tan increíble como tú me quiera como lo haces, reina B.
               Bey sonrió, frotó su nariz con la mía y susurró, mirándome a los ojos:
               -Es muy fácil. Casi imposible no hacerlo, de hecho.
               Me dedicó una sonrisa tímida, y yo le pasé el pulgar por los labios. Me incliné hacia su boca y Bey entreabrió los labios, me rodeó los hombros con los brazos y jugó con mi nuca y mi pelo mientras yo tenía una mano en su rostro y otra en su cintura.
               Nos besamos despacio. Cualquiera diría que éramos las mismas personas que habían estado en mi habitación, follándose como si se odiaran. Pero es que los dos sabíamos una cosa.
               Éste era nuestro último beso en los labios. Nos estábamos despidiendo. Nuestras bocas, que tan bien encajaban y tan bien nos sabían, jamás volverían a encontrarse. Y nos queríamos lo suficiente como para darnos una despedida que los dos nos mereciéramos.
               Bey fue la que se separó de mí. Sinceramente, yo no podría haberlo hecho aunque quisiera. Ahí fue cuando ella reclamó la parte de mí que siempre le pertenecería, llevándosela consigo para atesorarla en un rincón de su ser. Apoyó su frente en la mía y respiró mi aliento un par de exhalaciones.
               -Tiene suerte-dijo por fin, y yo negué con la cabeza.
               -No. El que la tiene soy yo.
               Bey se relamió, sonrió y asintió con la cabeza. Buscó mi mano y acarició los nudillos con su pulgar.
               Dio un paso atrás y me miró a los ojos, su sonrisa ahora nostálgica. Qué ganas tengo de que empieces a hablarme de ella, parecía decirme.
               Me soltó la mano, se rió cuando le guiñé un ojo, y se fue a su casa, llevándose una parte de mí conmigo, una parte que ya no era sólo mía, sino que ella también había hecho un poco suya, igual que los turistas en París reclaman un poco de la ciudad cada vez que posan frente a un monumento para hacerse una foto.
               Cerré la puerta de mi casa y lancé un suspiro. Acaricié a Trufas, que volvía a estar a mis pies, hambriento de atenciones, y noté una mirada clavada en mí. Cuando levanté la cabeza, no me sorprendió ver la sonrisa de satisfacción de mi madre, quien, sentada en el salón, daba un sorbo de su taza de té sin quitarme la vista de encima. Sostenía el plato a pocos centímetros de su cara, asegurándose de que ni una sola gota cayera al sofá, y sus ojos castaños estaban fijos en los míos, estudiándome.
               Aquella sonrisa sólo podía significar una cosa. Era la que ponían las madres cuando pillaban a sus hijos enrollándose con sus novias. Sólo que…
               Bey no era mi novia.
               Y no era justo para ella, ni para Sabrae, ni para mí, que mi madre pensara otra cosa.
               -Mamá-musité, arremangándome la sudadera negra que me había puesto para bajar a comer-. Esto… tengo que hablar contigo.
               Mamá dio un nuevo sorbo de su taza de té, la dejó sobre su plato y removió su contenido. Sólo entonces rompió el contacto visual conmigo.
               -Te escucho, cariño.
               -Yo… no sé qué piensas que hemos estado haciendo, pero te lo puedo explicar.
               -No tienes que explicarme nada, Alec-respondió-. Soy madre. Conozco el ritual de apareamiento del ser humano.
               Si hubiera sido una persona normal, me habría puesto rojo en el acto.
               Pero, bueno, los dos sabemos que yo no soy normal.
               -Ya. Bueno. Esto… el caso es que… quiero que sepas que, aunque haya pasado lo que ha pasado con Bey, yo… ella no… no es ella.
               Mamá dio un sorbo de su té, y yo me aclaré la garganta.
               -La chica con la que estoy-especifiqué, y ella pestañeó. Dejó la taza de nuevo sobre el plato y se estiró para coger una pastita. Me pasé una mano por el pelo-. Yo… sólo quería aclarártelo. Sé que le tienes cariño. Y yo también.
               Mamá sonrió.
               -Me ha quedado bastante claro a lo largo de la mañana, tesoro.
               ¡Se ha caído, damas y caballeros! ¡Whitelaw no puede esquivar ese gancho de derechas y besa la lona!
               -Ya. Eh… vale. Bueno. Eso. Que no es Bey. No quería que te hicieras ilusiones. Y que sepas que no estoy haciendo nada que esta chica no apruebe. No soy un putero, ni nada por el estilo-me mordí el labio y puse los brazos en jarras. Me rasqué la ceja-. Pero bueno. Eso. Que no es Bey.
               -Ya lo sabía.
               ¡No se levanta, señoras y señores! ¡Whitelaw no se levanta, y el árbitro continúa contando hasta diez!
               -¿Eh?-jadeé, y mamá dio otro sorbo de su té.
               Sonrió.
               ¡El árbitro pasa de cinco y Whitelaw no se levanta!
               -¿La conozco, a esta chica?
               -… ¿eh?-jadeé, incluso más fuerte.
               ¡SIETE!
                Mamá sonrió, se terminó el té, dejó la taza sobre el plato, el plato sobre la mesa del sofá, y se incorporó. Se acercó a mí despacio, como una leona que por fin va a comerse a su presa.
               Me costaba respirar.
               Mamá me puso una mano en el hombro y me sonrió.
               -Voy a contarles a mis geranios que tienes novia-anunció, y yo me la quedé mirando, estupefacto.
               ¡OCHO!
               -… ¿eh?
               -Sí, Alec, ya sabes. Se acerca San Valentín. Tendrás que llevarle un ramo de flores. Me esmero más con las rosas, ¿no?
               ¡NUEVE!
               -Eh…
               Mamá me sonrió.
               -¿En cuáles quieres que me centre más? ¿En las blancas, las amarillas… o las rojas?
               ¡¡¡¡¡ALEC WHITELAW NO SE HA LEVANTADO, DAMAS Y CABALLEROS, EL CAMPEÓN HA SIDO DERROTADO POR K.O. EN EL PRIMER ASALTO!!!! ¡¡¡¡TENEMOS UN NUEVO CAMPEÓN MUNDIAL!!!!
               Mamá me pellizcó la barbilla y sonrió.
               -Las rojas, sí. Son las que más combinan.
               Y se marchó allí, dejándome solo, aturdido y completamente derrotado. Sentía una sensación de calor muy incómoda rodeándome, como si me aprisionaran con unas planchas ardiendo.
               Sólo cuando miré mi reflejo en el espejo me di cuenta de lo que pasaba: me había puesto rojo.
               Mi propia madre me había dejado KO sin posibilidad de defenderme.
La derrota más humillante de mi vida... y la había sufrido a manos de la mujer que me dio la vida.



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2 comentarios:

  1. Al final me he leído el polvo, la carne es débil y jo pues si que me ha parecido muy cuqui. Me ha encantado el momento en el que Alec y Sabrae se comunican por “telepatía” y ambos saben que hablan de Bey, me ha sorpredido que lo de Sabrae sacando a relucir lo de Alec pidiendole ser su novia fuera para hacer flipar a Scott, no me esperaba eso. Mención especial a Annie, y su jugada maestra, haya yo me he sentido afectada de como ha toreado a Alec, mis dieses.

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    1. Sabia que te lo ibas a leer al final es que aunque digas que Bey te cae mal estoy convencida de que no es así porque sabes lo importante que es ella para Alec, como lo cuida y lo feliz que le hace, y aparte que ella en si como personaje es super buena no tienes derecho a odiarla es que n o l o t i e n e s.
      Tengo que confesar que no sabia como cuadrar lo de cts con esta novela y lo unico que se me ocurrio fue eso, porque visto en retrospectiva es imposible que Sabrae diga nada de "hacerse la dificil" no siendo en coña, pero bueno, creo que me ha salido bastante bien
      Y bua Annie, la reina del mundo, es que me rio yo de nosotras considerando que la mejor madre es Sherezade (bueno, vale, si, la mejor madre es Sherezade, al menos de momento)

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