domingo, 17 de febrero de 2019

Partidazo.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Habría jurado que Alec había escuchado la pulla que acababa de soltarle Jordan pero, por supuesto, yo estaba en un punto de mi vida en el que desestimar a Alec formaba parte de mi rutina diaria. Por supuesto que no le había escuchado; Alec dejaba de estar alerta a todo lo que sucedía a su alrededor en el momento en que yo entraba en escena, como Duna dejaba de escuchar lo que le decías cuando en la televisión echaban el anuncio del último modelo de las Bratz, Shasha no prestaba atención a nada más que a la música coreana que ponían de fondo en alguna película, Scott no veía más allá del documental sobre galaxias que estaban poniendo en el canal de National Geographic…
               … o yo era incapaz de saber dónde estaba en el momento en que veía a Alec. Éramos tal para cual; supongo que no debería sorprenderme de que el mundo a su alrededor desapareciera en el momento en que sus ojos se posaban en mí. A fin de cuentas, era lo mismo que me pasaba a mí.
               Alec esbozó una sonrisa tímida, nada acostumbrado a que una chica lo pillara tan de sorpresa que perdiera el equilibrio y dejara de tener esa actitud de dios de la seducción y del sexo que tanto había detestado en otra época y ahora me encantaba. Me gustó aquella sonrisa de niño bueno, de niño travieso al que no le termina de salir bien eso de salirse con la suya, de sincera felicidad de verme, hasta el punto de que no le importaba que yo pudiera considerarlo torpe.
               -Hola-jadeó, sorprendido, con sus labios curvados en esa preciosa sonrisa y su voz susurrada en aquella exhalación cargada de promesas. Porque, en el fondo, sabía a qué había venido: a lo mismo que él quería.
               Y sabía que no tardaríamos en conseguir estar solos. Cueste lo que cueste. Así que aquella mirada, aquella sonrisa, era la del niño que arranca por fin la hoja de Noviembre del calendario y se encuentra con que el codiciado 25 de Diciembre está a la vuelta de la esquina, a sólo tres semanas del día en que se encuentra.
               Mi niño.
               Sin dejar que se levantara, y admirando en el poco tiempo que me llevó su belleza (Dios mío, pero qué guapo es), me abalancé literalmente sobre él y le eché los brazos al cuello. Me eché con tanta efusividad sobre él que hice que perdiera el equilibrio de nuevo, y que su espalda chocara contra el sofá, presa de mi alivio de por fin estar con él. Besé la sonrisa de su boca y noté cómo su mentón raspaba suavemente por la barba incipiente que ya le estaba saliendo, después de que se hubiera afeitado hacía 4 días, en lo que había sido literalmente el año pasado. Mi lengua exploró su boca mientras mis dedos se enredaban en su pelo, y sus manos recorrían mi cuello, mis brazos, mi cintura, y llegaban hasta mis caderas en una deliciosa promesa que me encantó.
               Noté que todo su cuerpo se ponía en alerta, acuciado por la cercanía del mío, y me descubrí adorando su boca de forma que mi lengua le transmitiera lo mucho que me alegraba el hecho de que estuviera tan preparado para complacerme cuando todavía no había podido asimilar del todo que yo estaba allí.
               Alec jadeó en mi boca y una de sus manos descendió hasta mi culo, mientras me mordía el labio inferior y gruñía un delicioso asentimiento a modo de recompensa cuando yo le tiré del pelo para tener un ángulo mejor en el que comerle la boca. Le gustaba muchísimo que yo tomara la iniciativa y que le hiciera saber de forma física lo que él le provocaba a mi cuerpo, dado que éste no tenía reacciones tan evidentes como las del suyo. Dios, nos estábamos morreando de una forma tan obscena que puede que fuera demasiado incluso para una película porno.
               -Bombón-gruñó a modo de saludo, el niño inocente que había sido hacía un instante bien lejos de nosotros, ahora el hombre enloquecido por la lujuria dominando su cuerpo.
               El hombre experto en sexo.
               El hombre que sabía cómo satisfacer a una mujer.
               El hombre que sabía cómo satisfacerme a mí.
               El hombre que tanto adoraba satisfacerme.
               Mi partidazo particular.
               Jadeé en su boca cuando él me cogió de las caderas, tomando las riendas de nuestra sesión de morreos y tocamientos muy halagüeños, y Alec sonrió.
               Sólo había una cosa que le gustara más que el que yo tomara la iniciativa: que yo le dejara besarme como lo hacía, tocarme como lo hacía, frotarme contra él como lo hacía. Que le consintiera sentirme de una forma en que nadie antes, en toda mi vida, me había sentido; ni siquiera los otros chicos con los que me había acostado antes que él.
               Pero, ¿cómo iba a dejar que los demás me tocaran como él lo hacía, si sólo Alec sabía tocarme así?

               Le metí la lengua prácticamente hasta el esófago, y él respondió mordiéndome y agarrándome más fuerte contra sí, presionando su entrepierna con la mía. Mi partidazo particular.
               Consiguió que me olvidara de dónde estábamos, qué estaba haciendo y con quién, hasta que escuché una voz a mi costado, reclamando su atención.
               -Alec. Alec. Alec-bufó Jordan, agarrando un cojín y lanzándonoslo como quien le tira agua encima a dos perros que se están peleando… o que aprovechan la época de celo para aparearse. Sí, definitivamente lo hizo más bien con la intención del segundo acto, en vez del primero-. Eh, Al-casi ladró, y yo me separé de la boca de Alec, que se giró un momento y lo miró cómo si no lo conociera. Estaba tan atontado por lo que habíamos estado haciendo y por la sorpresa que había supuesto que yo me presentara allí, en su pequeño refugio, sin avisar, que casi no podía procesar todo lo que estaba sucediendo. Casi parecía en estado de shock-. Misión especial-Jordan señaló con la cabeza en dirección a la pantalla de la televisión, que mostraba una imagen congelada de la silueta de una ciudad al atardecer en la que unas letras enormes tapaban la fotografía y la echaban a perder: “JUEGO EN PAUSA. PRESIONA START PARA CONTINUAR”-. Misión especial-le recordó-, venga.
               Alec se relamió los labios, todavía confundido, y yo solté una risita y le di un piquito. Volvió a centrar su atención en mí, y me dedicó una sonrisa boba.
               -Saab-llamó Jordan, y yo me volví hacia él, sorprendentemente nada enfadada por su interrupción. Un plan se estaba formando en mi cabeza, aunque por las brumas en que se escondía aún no conseguía perfilarlo del todo-, ¿te importa si acabamos? Es una misión que acaba de salirnos y que desaparece en unas horas. Podríamos ganar mucha, mucha pasta. Para el ático-explicó, mirando a Alec, quien estiró las manos, bufó sonoramente y se presionó el puente de la nariz con los dedos.
               Jordan aprovechó ese momento para mirarme y guiñarme un ojo, que generó la ventisca necesaria para que la niebla en torno a mi idea se disipara. Caliéntalo.
               Jordan no quería interrumpir nuestro polvo. Sólo quería posponerlo lo suficiente como para que Alec empezara a rabiar.
               Debo decir que me encantó su idea, especialmente por lo que aquello supondría.
               -Tío…-empezó, y supe que estaba a punto de desechar la idea de seguir jugando con Jordan, porque mi presencia allí era mucho más atractiva que la expectativa de una tarde jugando al Grand Theft Auto con su mejor amigo. Al fin y al cabo, por mucho que se lo pasara bien jugando a la consola con Jordan, atracando bancos y duplicando el límite de velocidad, el videojuego no podía darle orgasmos.
               Y yo sí.
               -Claro que no-respondí, incorporándome y ganándome una mirada alucinada de Alec-. Por supuesto. Seguid jugando. No tenemos ninguna prisa-le tendí la mano a Alec, que  la observó un momento con desconfianza, como si fuera a morderle, y finalmente la aceptó. Tiré del peso de su cuerpo con todas mis fuerzas, y me reí cuando descubrí que estaba oponiendo resistencia a propósito, hasta que conseguí levantarlo lo suficiente como para que se sentara en la esquina del sofá.
               Me senté en uno de los brazos del sofá, a su lado, de forma que tuviera espacio suficiente para moverse y tumbarse si así lo deseaba, pero con la esperanza de que a Alec le molestara que no intentara por todos los medios pegarme a él.
               No me defraudó. Recogió su mando y se me quedó mirando, esperando a que yo me acercara, y por toda respuesta yo crucé las piernas y alcé una ceja.
               -Ven aquí-gruñó, y ni corto ni perezoso me cogió de la cintura y tiró de mí para pegarme tanto a él que prácticamente hizo que me sentara sobre él. Todo mi cuerpo estaba orientado hacia el suyo; incluso le daba ligeramente la espalda a la televisión, pero no era eso lo que yo quería. Quería tenerlo más cerca, quería que él me pegara más.
               Así que apoyé el codo en la espalda baja del sofá, me mordí el labio, y con aire inocente empecé a agitar el pie de la pierna que había pasado por encima de la otra para tener una coartada en la que disimular mis caricias a su pierna. La música del videojuego se reanudó, estrambótica e incesante, mientras mi pie daba buena cuenta de la pierna de Alec, que clavó los ojos en la pantalla y se mordió el labio mientras reanudaba la partida, aunque ya no tan concentrado como antes. Al fin y al cabo, estaba excitado. Al fin y al cabo, yo estaba allí. Al fin y al cabo, estaba excitándole.
               Carraspeó y me deleité en ver la nuez de Adán de su cuello subir y bajar cuando tragó saliva, tratando de concentrarse, lo cual me dio ganas de jugar un poco más. Me pegué aún más a él, que me miró de reojo como hacen los protagonistas de las películas de miedo cuando el monstruo terrorífico está a su espalda, y le soplé en el cuello.
               Me incliné hacia él y le puse la mano en el muslo, muy cerca de su miembro, mientras me inclinaba y le daba un suave beso en el punto en que su mandíbula se juntaba con él. Alec tragó saliva y tensó los músculos de la mandíbula, haciendo que una descarga eléctrica descendiera de mis ojos derechita hasta mi sexo. Noté que me dilataba para él, lista para la acción, y que me humedecía con una presteza que sólo Alec era capaz de conseguir en mí.
               Seguí besándole hasta bajar hacia el pecho, con toda la atención de Alec centrada en mí, y Jordan disfrutando como nunca de verlo en aquella situación. Alec parecía tenso, inocente, indefenso, a mi merced.
               Las aletas de su nariz se dilataban con cada inhalación, que se volvía más y más profunda a medida que yo llegaba a los músculos del hombro, y se relajó un poco al notar que mi boca se alejaba de la zona de peligro.
               Pero eso durante el brevísimo espacio de tiempo a modo de tregua que le di, pues enseguida mi mano empezó a escalar por su muslo en dirección a su entrepierna, que yo sabía que había crecido desde la última vez que la había notado, entonces sobre el centro de mi ser. Un prometedor bulto con forma curiosa, y tamaño más prometedor aún, crecía a marchas forzadas bajo su pantalón.
               Llegué con la yema de los dedos al principio de su polla, y Alec carraspeó, consciente de que Jordan nos observaba conteniendo la risa, y se revolvió para apartarme de él. Supongo que no contaba con que yo no me rendiría tan fácilmente, pues en cuanto él se acomodó de nuevo, yo volví a la carga, y llegué más lejos. Con los ojos de Jordan fijos en la pantalla, la palma de mi mano alcanzó la base de su miembro, y Alec dejó escapar un gruñido de satisfacción y frustración a partes iguales cuando mis dedos rodearon su nada desdeñable envergadura.
               Noté que me mojaba más, ansiosa por sentir aquella polla dentro de mí, llenándome, colmándome, poseyéndome, satisfaciéndome como sólo ella podía, mientras los gemidos de Alec llenaban el ambiente y sus labios recorrían mi cuerpo al completo, torturando mis pechos con su lengua.
               Recordé la sorpresa que le tenía preparada en el interior de mi sujetador y sonreí, haciendo un poco más de presión en torno a la erección de Alec. Llevé mi boca su oído y le di un suave mordisquito en el lóbulo de la oreja, lo cual fue la gota que colmó el vaso para él. Soltó el mando de la consola y retiró mi mano de su sexo, me lanzó una mirada cargada de intención y de reproche, típica de un adulto responsable decepcionado con el comportamiento errático de una niña que hasta entonces había sido modélica, y me riñó:
               -Pórtate bien.
               Sus ojos castaños, de madera y miel, crepúsculo y otoño, estaban oscuros por el deseo. Todo él me anhelaba, no sólo su hombría.
               -No he venido para eso-respondí en el mismo susurro, acariciando su brazo, subiendo por sus músculos, rodeando su codo, escalando hasta su hombro. Alec me dedicó su mejor sonrisa torcida, y mi sexo se ensanchó un poco más, hambriento de hombre. De él.
               -¿Ah, no?
               -No-contesté, besándole-. He venido a recuperar el tiempo perdido-respondí, recorriendo con los dedos los músculos de su torso; primero, sus pectorales, luego, sus abdominales, que se definían bastante bien incluso por debajo de aquella sudadera que llevaba puesta.
               -¿De veras? ¿Qué tienes en mente?
               -A ti-le besé la mandíbula-. ¿Te apetece que sea más específica?
               -No puedo decir en voz alta lo que me apetece ahora mismo, Sabrae.
               -Te tengo a ti en mente, porque no te tengo en mi cuerpo-musité con un hilo de voz, tan bajo que me sorprendió que me oyera. Me pasé la lengua por los labios y Alec la examinó, hambriento. Mi mano llegó hasta su erección y la acarició de nuevo-. He venido a follarme esta polla. Y todo lo que viene con ella. No me iré de aquí hasta que no me hayas hecho gritar.
               Alec rió entre dientes.
               -Quizá no puedas irte ni después de haber gritado.
               -¿Es una amenaza?-pregunté, y Alec negó con la cabeza.
               -Es una promesa-retiró mi mano de su entrepierna una vez más y sonrió ante mi puchero-. Déjame terminar la partida, nena, venga-dijo, en voz más alta, como si Jordan fuera a decirnos algo si empezábamos a enrollarnos de nuevo. No había jugado mucho a aquel videojuego en particular y no tenía mucha idea (había probado ediciones más modernas, pero no el GTA V), pero me daba la sensación de que habían encadenado demasiados errores como para poder salir airosos de la situación en que se encontraban.
               -Me voy a poner celosa-acusé, fingiendo que creía que le prestaba más atención a su personaje virtual que a mí, y que aquello me molestaba.
               Alec se mordió el labio, me examinó un momento, y luego rodeó mi cuerpo con su brazo, metiendo la mano entre el sofá y mi culo, y levantándome hasta dejarme sentada sobre su pierna.
               -¿Así mejor?
               -Oh, sí-ronroneé, plantándole un sonoro beso en los labios.
               Jordan rió por lo bajo. No tienes la menor idea del error que acabas de cometer, parecía decir su risa. Y no, lo cierto era que Alec no tenía ni la más remota idea de cómo acababa de meter la pata, ofreciéndome sin saberlo la oportunidad de provocarlo aún más, y mucho mejor.
               Cual novia caprichosa que quiere ser el centro de atención, y también del mundo, de su novio, me acurruqué contra Alec, me pasé uno de sus brazos por encima de los míos, y acomodé mi cabeza en el hueco que la suya formaba con su hombro. Los brazos de Alec ahora hacían de muralla para el castillo que era mi cuerpo; no en vano, en mi interior se guardaba un tesoro al que sólo él debía acceder. Un tesoro que sólo quería entregarle a él.
               Le di un beso en el cuello y le mordisqueé la piel.
               -Sabrae-advirtió en voz baja; tanto, que pensé por un instante que me lo había imaginado, pero la forma en que su nuez volvió a subir y bajar en su cuello me hizo saber que no había sido un sueño mío. Era real.
               Muy despacio, me deslicé por su muslo hasta caer en el hueco entre sus piernas. Por suerte para su juego, la altura que me sacaba Alec era suficiente como para que su cabeza estuviera por encima de la mía y la partida pudiera continuar como si no estuviera sucediendo nada, y en un principio así fue.
               Hasta que me acomodé más, abriéndome espacio en el hueco entre sus piernas, obligando a Alec a deslizarse por el sofá de tal suerte que quedara aprisionado entre mi cuerpo y la esquina del mueble. Entonces, sólo entonces, cuando supe que él no tenía escapatoria, empecé a moverme.
               Y Alec se puso completamente rígido. Yo me mordí el labio, parpadeando en dirección a la pantalla, como si no estuviera sucediendo nada, puede que con la intención de no ser demasiado evidente y que Jordan se diera cuenta de lo que estábamos haciendo, o puede que fuera porque no había nada mejor que calentar a tu chico mientras te haces la inocente. Pestañeé cuando hubo una explosión en la pantalla, sin ver realmente lo que sucedía más allá de los ruidos que llenaban la habitación (había altavoces colocados de forma estratégica en cada esquina de la pequeña cabaña, de forma que el sonido nos envolviera completamente) y seguí moviendo mis caderas de un lado a otro, notando la erección de Alec crecer y crecer. Estaba llegando a un punto crítico; parecía a punto de estallar.
               Jordan se inclinó hacia su botellín de cerveza, que estaba vacío, y con un gruñido se levantó del sofá y dejó la partida de nuevo en pausa. Se fue hasta la pequeña nevera de la esquina, bajo la atenta mirada de Alec y mía. Sacó otro botellín, este lleno, y tras darle un sorbo anunció que se iba al baño.
               Aproveché que Alec estaba distraído para cambiar mi táctica: me pegué más a él, y en lugar de moverme de derecha a izquierda, comencé a hacerlo de arriba abajo, frotando mi culo contra el bulto de sus pantalones. Incluso puse las manos en el sofá cuando Jordan nos dejó solos para poder moverme con más libertad, envalentonada por la recompensa que me brindaba Alec, en forma de jadeos ahogados y continuas maldiciones porque yo no pensaba parar.
               Dios, me estaba poniendo a mil. Como me hiciera seguir así mucho más tiempo, como no me arrancara las medias y las bragas y me hiciera suya allí mismo, llegaría un momento en el que me daría igual que Jordan estuviera delante: yo misma me desnudaría y me sentaría sobre su erección, y no habría manera de sacar a Alec de mi interior hasta que no me hiciera correrme.
               Alec me puso una mano en el muslo, deliciosamente cerca de mi sexo, que a estas alturas me ardía y palpitaba en protesta por lo mucho que estaba tardando en metérmelo dentro, y se inclinó hacia mi oído.
               -¿Qué se supone que estás haciendo?-inquirió con voz ronca, excitada, oscura. Todo mi cuerpo respondió a aquel sonido lascivo con un estremecimiento que sólo quería decir una cosa: estoy lista. Tómame.
               -Te hago una demostración-respondí, girándome y mirándolo a los ojos, aún frotándome contra él. Me sorprendía lo flexible que podía llegar a ser.
               -¿Una demostración?-en su voz había un tono de sufrimiento en el que yo me regodeé. Mi ego femenino se expandió con aquellos ecos, que me confirmaban lo mucho que me deseaba, el control que mi cuerpo podía ejercer sobre el suyo si yo aprendía a utilizar todas mis armas de mujer como lo estaba haciendo ahora.
                -Así es-contesté, agitándome ahora en círculos y sonriendo al escuchar su quedo “joder, Sabrae…” cuando aquello desplazó ligeramente su polla dentro de los calzoncillos, dejándola más expuesta para que yo jugara con ella-. Esto es lo que estás posponiendo. Todo porque eres incapaz de terminar ya con la partida.
               Alec me clavó los dedos en la cintura, y con la otra mano me agarró del cuello y me obligó a echarme hacia atrás, de forma que mi cabeza volviera a estar sobre su hombro. Hizo que girara la cara y me plantó un beso infernal, posesivo, sucio, completamente animal, en el que por un momento se confundieron nuestras bocas. Nuestras lenguas se enredaron en una pelea en la que la única regla era que no había reglas, mientras mis caderas continuaban agitándose contra él.
               -Te olvidas de algo. Tú también tienes cuerpo-me recordó, metiéndome la mano por debajo de la falda y alcanzando mis bragas. La mano que tenía en mi cuello descendió hasta uno de mis pechos, y lo estrujó despacio, haciéndome soltar un gemido ahogado-. Un cuerpo que yo también puedo torturar.
               -Tortúrame, entonces-contesté, dejando la presión de mi culo en su polla para cambiarla por la presión de su mano en mi sexo-. Acaba con esto. Despídete de Jordan y hazme tuya. Aquí. Ahora.
               Alec sonrió, una sonrisa oscura, casi lobuna, y su mano subió por mi falda, se coló debajo de mis medias y mis bragas, y su dedo corazón continuó más allá del monte de Venus, en dirección a mi sexo.
               Presionó ligerísimamente mi clítoris mientras bajaba, experto explorador de la anatomía femenina, pero aquello sirvió para hacerme ahogar un gemido que sonaba igual que su nombre.
               Masajeó mis labios menores e introdujo un dedo en mi ansioso interior, moviéndolo dentro de mí de una forma en que me volvió loca. Cerré los ojos y arqueé la espalda, buscando un mejor ángulo para él, que no lo necesitó. Sacó su dedo de dentro de mí, lo volvió a introducir, lo movió en círculos recorriendo toda mi apertura y dejándome su boca cuando yo la busqué. Le besé como si él fuera una máscara de oxígeno y yo estuviera en un submarino que se precipitara a las profundidades; como si fuera una sirena que cambia su cola por unas piernas humanas, pero se olvida de pedir también unos pulmones.
               -Me has dicho mil veces-murmuró en mi boca, y yo abrí los ojos; los suyos se hundieron en los míos apenas alcé los párpados-, que no puedes ser de nadie.
               Aquel delicioso dedo que había en mi interior dejó de ejercer presión. Lo sacó de dentro de mí, lo llevó lejos de mi sexo, y cuando su mano apareció por debajo de mi falda, estuve a punto de echarme a llorar de la rabia.
               Alec me cogió de la mandíbula y me hizo mirarlo mientras me pasaba el dedo pulgar por los labios. Olía a mi excitación, a lo que me había hecho en aquellos deliciosos segundos en que mi sexo no había estado desatendido.
               -Aunque voy a gozar como un cabrón intentándolo-me prometió, sonriendo, llevándose el dedo corazón a la boca y chupándolo. Me estremecí de pies a cabeza y me abalancé sobre él, decidida a probar el sabor de mi placer líquido de su boca. Por mucha vergüenza que me diera admitirlo, incluso entre mis amigas, el momento en el que Alec me daba a probar la esencia que él mismo degustaba antes de la penetración era de mis favoritos de cuando estábamos juntos. Era un momento íntimo, en el que la conexión que nos unía se hacía más fuerte que nunca por el mero hecho de que compartíamos lo prohibido. Me recordaba lo mucho que a él le gustaba mi sabor. Lo mucho que le atraía mi olor, cómo me abría para él como una flor en primavera. Me recordaba sus gemidos de gusto mientras su boca me daba placer, la forma en que no me dejaba retirarme cuando llegaba al orgasmo, pues le encantaba beber de mi éter.
               Me recordaba lo mucho que él disfrutaba practicándome sexo oral.
               Y lo mucho que me gustaba a mí que él me lo practicara
               Lo orgulloso que se sentía él de poder hacer que me corriera con la boca como lo hacía.
               Lo orgullosa que me sentía yo de saber bien para que él ansiara devorarme como lo hacía.
               Mi lengua jugó con la suya, nuestras bocas se pelearon, mientras sus manos se negaban a descender más allá de mis caderas y mis nalgas se tomaban como una misión personal el tratar por todos los medios que él se corriera, incluso sin penetración. Bien sabía Dios que yo era capaz de hacerlo llegar al orgasmo incluso sin recibirlo dentro de mí.
               Mi sexo latió ante el recuerdo de sus gruñidos cuando alcanzó el clímax en el iglú, en la oscuridad, con mi cuerpo desnudo al lado del suyo, mi mano en su miembro, agitándolo hasta que todo Alec se puso tenso y se dejó llevar.
               -Quieta-ordenó él al ver que yo ya no respondía de mis actos y mis manos volaban hacia su entrepierna. Hice un mohín.
               -Quiero sexo-protesté-. Y lo quiero ahora.
               -Me he dado cuenta-se echó a reír y me acarició la mejilla con una ternura que yo no quería. Quería que me pusiera a cuatro patas, joder. Que me separara las piernas y me penetrara con tanta fuerza que lo sintiera dentro de mí incluso cuando llevara cuatro horas sola en mi habitación, mirando al techo sin verlo porque me lo imaginaba poseyéndome, siendo todo lo que tenía en mi campo de visión-. Estás tan jodidamente mojada…-murmuró, admirado, en un tono en el que correspondería más decirle a tu flamante novia que está preciosa en el día de vuestra boda-. No puedo esperar a estar a solas contigo.
               -Cuando venga Jordan, le dices que no podéis seguir jugando-exigí-. Y follamos. Duro.
               -No.
               -¿Cómo que no? No quiero follar de otra manera, Alec.  Quiero que me folles tan fuerte que me cueste caminar.
               -Vamos a follar, y vamos a follar muy fuerte, ya lo creo. A mí no me haces esto-me señaló el culo-, y luego te vas de rositas, guapa. Pero no voy a cancelar la partida con Jordan.
               -Como me vengas con eso del bros before hoes mientras tengo las bragas que parecen un embalse, te juro que te pego y me voy.
               -Nada de bros before hoes ni gilipolleces de ésas-negó con la cabeza-. Yo quería follar antes. Ya estaba dispuesto a follar antes-me recriminó, y yo entrecerré los ojos-. Y tú le dijiste a Jordan que no te importaba que echáramos la partida. Pues de puta madre. Vamos a echar la partida. Hay que ser consecuente con tus decisiones, Sabrae. Jordan te dio a elegir: tratar de calentarme a base de sobarme…
               -¿Tratar de calentarte? Tienes la polla más tiesa que el puñetero Big Ben.
               -Y casi tan grande, y todo por ti, nena-ronroneó, apartándome un mechón de pelo de la cara. Le di un manotazo y él se rió-. ¿Por dónde iba? Ah, sí. Tu elección. A estas alturas, podría estar consiguiendo que llegaras a tu cuarto orgasmo-alzó una ceja y en su boca apareció esa dichosa sonrisa de Fuckboy®-, pero te pareció bien que yo siguiera con mi puñetera partida del GTA.
               -Voy a hacer todo lo posible porque no te corras-le advertí, separándome de él y sentándome a su lado.
               -Sabrae-me puso una mano en la rodilla, mano que yo no retiré-. Te encanta que me corra dentro de ti.
               Alcé una ceja.
               -¿Quién ha dicho nada de correrse dentro de mí? Puede que viniera con la intención de que te corrieras en mi cara-espeté, y Alec se me quedó mirando, estupefacto. Alcé una ceja e incliné la cabeza a un lado, devolviéndole mi mejor imitación de su sonrisa de Fuckboy®. Creo que no se me dio mal. A fin de cuentas, Scott Malik era mi hermano, y todo Londres sabía que Scott Malik tenía patentada la sonrisa torcida, marca de la casa de la familia que más sexo tenía de toda Inglaterra.
               Yo no follaba mucho porque fuera guapa. Scott no follaba mucho porque fuese guapo.
               Follábamos mucho porque éramos Malik.
               -Jordan-llamó Alec, y su amigo apareció por la puerta de un pequeño baño en el que yo no había reparado hasta entonces, anudándose el cordón de los pantalones de chándal-. Ya no quiero jugar más.
               -¿Me estás jodiendo, Alec?-protestó Jordan-. ¡Estamos a punto de conseguir la pasta!
               -Tengo asuntos que atender.
               Jordan se me quedó mirando, y yo sacudí la mano.
               -Se refiere a mí.
               -Me lo temía-Jordan se echó a reír-. No eres un tío de palabra, ¿eh, Al?
               -Me ha dicho que puedo correrme en su cara.
               Jordan se me quedó mirando con la misma expresión que Alec cuando le solté aquella frase, pero yo me encogí de hombros.
               -Le dije que había posibilidades, pero dado que estáis ocupados…
               -¿Me dejáis quedarme a mirar?
               -¿Qué coño dices, puto enfermo?-ladró Alec, que claramente no se había percatado del tono de broma que había empleado su amigo. Jordan cogió el mando, seleccionó la opción de “abandonar partida”, y lo levantó con ceremonia, mirándome. Estaba todo en mis manos.
               Pero yo estaba enfadada. Rabiosa, de hecho. No. La palabra adecuada era “despechada”. Alec me había rechazado, más o menos, así que yo sólo tenía una opción ahora.
               Rechazarlo a él.
               Y hacer que me suplicara que le dejara tocarme.
               Alec puso los ojos en blanco al ver cómo una sonrisa malévola se dibujaba en mi boca.
               -No. Continuad. Estaré bien. Puedo esperar. Dicen que lo bueno se hace esperar, ¿no, Al?
               -Por qué no seré yo maricón-protestó Alec, frotándose la cara, y Jordan se echó a reír-. Logan no tiene que aguantar todas estas gilipolleces.
               -No digas “maricón”. Es homófobo-protesté.
               -A Logan le da igual que lo diga.
               -Me suda el coño que a Logan le dé igual. A mí no me lo da. Me estoy tirando a un machito, blanco, hetero, de clase media-alta. No voy a dejar que te conviertas en un estereotipo con patas, Alec. Tus privilegios y tú sois demasiado grandes para mí; uno de los dos se tiene que ir.
               Alec parpadeó despacio.
               -Tú también eres de clase media-alta. O directamente de clase alta.
               -Lo único que me da privilegios a mí. Deja de lloriquear como el típico machito.
               -¿Cómo reaccionarías si yo te llamara “hembrita”?-quiso saber, y yo me encogí de hombros.
               -Mujer ya es un insulto en nuestro idioma. Y a mí me sigue enorgulleciendo serlo. Y si eso te molesta, bueno-me giré hacia la puerta-, ya sé por dónde me puedo mar…
               -Sabes que me encanta-respondió él, atravesándome con la mirada. Jordan cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro, incómodo. Le devolví la mirada, sin aliento, notando las fibras de nuestra conexión entretejerse y hacerse más fuertes. Alec era un bocazas, sí.
               Pero había veces en que decía las palabras exactas en el momento adecuado.
               Y yo ya le conocía lo suficiente como para saber que era lo que iba a hacer a continuación.
               -Y sabes que no es lo único que me encanta de ti. Sabes que me encanta que estés orgullosa de lo que eres. Y que me encanta que me obligues a ver las cosas que hago mal. En qué puedo mejorar. Y me encanta que me digas cómo mejorar. Me hace apreciar todo lo que tengo, que ya sé que no es poco, y… me hace merecerte más, aunque sólo sea un poquito más. Lo siento, nena. No lo volveré a decir. Igual que la otra palabra.
               Me tendió la mano, con la palma vuelta hacia arriba, y yo se la acepté. Acaricié sus dedos con los míos, seguí por la palma de su mano y terminé en su muñeca. Alec sonrió, tiró de mí para sentarme a su lado, y me dio un beso en la mejilla.
               No debería enfadarme así con él. Era bueno. Todo lo que me había dicho era verdad. Si había cosas que hacía que podían hacerle daño a otras personas, era porque no sabía que podían hacer dicho daño. Él jamás le haría daño a una mosca. Jamás.
               -Espero que esto no me lo hayas dicho porque quieres garantizarte el polvo-bromeé, tratando de rebajar la tensión del ambiente.
               -No lo he dicho porque quisiera garantizarme el polvo. Lo he hecho porque estoy enamorado de ti.
               Sus ojos eran preciosos, hechos de ámbar y chocolate. En ellos había un amor tan puro como la luz del sol. El mismo amor que me llenaba y me calentaba a mí por dentro.
               Me noté sonreír como una estúpida.
               -Toma castaña-bufó Jordan, sorprendido, y Alec se volvió hacia él.
               -Tío, no actúes como si no te lo hubiera dicho ya.
               -No, si no me sorprende eso. Lo que me sorprende es… nunca pensé que te lo oiría decir. A nadie.
               Alec sonrió.
               -Nadie es Sabrae-contestó, encogiéndose de hombros, y yo me acurruqué en su pecho y jugueteé con su mandíbula-. Bueno, vale, y puede que un poco haya sido por garantizarme el polvo-admitió, y yo me eché a reír, asentí con la cabeza y le di las gracias por su sinceridad, y le aseguré que el polvo ya no corría peligro, siempre y cuando terminaran con éxito su partida.
                -¿De verdad quieres verme robando coches y conduciéndolos como un loco después de que te hay dicho eso?-preguntó Alec, poniendo cara de niño bueno, y yo me eché a reír y le pasé un dedo por la mandíbula.
               -Me gusta tu carita de concentrado-murmuré, plantándole un beso en la mejilla-. Además… Jordan ha dicho que no eres un tío de palabra. ¿Vas a dejar que él tenga ese concepto de ti?
               Alec se echó a reír y me dio una palmadita en la pierna.
               -Nena, el concepto que Jordan tiene de mí ya no tiene salvación. Me conoce demasiado bien, ¿eh, Jor?
               -Así es-contestó Jordan, apoltronándose en el sofá.
               -O no te conoce en absoluto-respondí yo, dándole otro beso y acurrucándome junto a su hombro.
               Miré cómo continuaban jugando, concentrados, y de vez en cuando aproveché para estudiar la habitación. Era más grande de lo que parecía desde fuera, y estaba sorprendentemente bien decorada para que sólo Jordan y Alec, como yo sospechaba, fueran los que la usaban. Había fotos de los dos, solos y acompañados, repartidas por la estancia, colocadas en estanterías, sobre repisas o colgadas de alguna pared, así como paisajes de videojuegos o un cartel de una película de Michael B. Jordan, en el que estaba de rodillas con guantes de boxeo gritándole al cielo.
               La mayoría de estanterías tenían videojuegos o películas, pero un par de ellas estaban colocadas figuritas de acción, o de videojuegos, y Funkos de películas y series, y un peluche de un oso polar con un parche que me resultaba vagamente familiar.
               Alec apretaba la mandíbula mientras jugaba, supongo que centrado en terminar cuanto antes, lo cual hacía que mis hormonas ya de por sí revolucionadas se revolvieran aún más.
               Terminaron la misión, y yo me revolví en el asiento, impaciente.
               Les apareció otra.
               Con una recompensa más jugosa.
               Jordan miró a Alec.
               Alec miró a Jordan.
               Jordan me miró a mí.
               Alec me miró a mí.
               Jordan me puso ojitos.
               -No-decidió Alec, y en ese momento supe que me casaría con él.
               -Sí-protestó Jordan.
               -No, Jor, tío. Sabrae no ha venido a verme jugar.
               -Sabrae puede esperar. Ella mismo lo ha dicho, ¿o no?-preguntó, mirándome con intención, y yo me quedé callada, porque técnicamente no era mentira que les había dicho que podía esperar, pero… no me refería a esperar a que se cansaran de jugar.
               -Ella no quería decir eso. Eres un puto virgen-protestó Alec.
                -Cuarto de millón, hermano. No vamos a tener otra misión así-razonó Jordan, pero Alec tiró el mando sobre el sofá.
               -Me la suda. Como si son tres kilos. No voy a tener a Sabrae esperando…
               -¿Y dónde te la piensas tirar? Tu madre está en casa-Jordan alzó una ceja y Alec abrió muchísimo los ojos.
               -¿Me harías esa putada? ¿Cómo puedes ser así de hijo de puta, Jordan?
               Jordan le sonrió, alzó las cejas y me miró. Y yo dejé de contener el aire que estaba guardando en mis pulmones.
               -Espera… ¿qué?-Alec se volvió hacia mí-. ¿Es que estáis compinchados? ¿Desde cuándo? ¡No será desde que entraste!
               Me mordí los labios para contener una sonrisa.
               -Qué hijos de puta. Qué hijos de puta. Ahora sí que jugamos-Alec recogió el mando-. Por mis cojones que jugamos. Te vas a acordar de esta, Sabrae. Te vas a acordar, te lo juro por mi madre. La madre que me parió…-bufó Alec, apretando los dientes y aceptando la misión. Me eché a reír y me incliné a darle un beso.
               -No te enfades conmigo, no puedo resistirme. Estás tan guapo cuando te ofuscas…
               -Pues voy a estar guapísimo el resto de mi vida, tía. Eres mala, ¿lo sabes? Dios. Joder. Y tú…-miró a Jordan-. ¿De qué coño vas? Eres un traidor de mierda. Soy tu mejor amigo.
               Jordan abrió las manos.
               -Por eso precisamente, tío. ¿Para qué estoy yo, si no es para amargarte la existencia?
               -Par de cabrones… deberíais liaros vosotros-masculló Alec, haciendo que su personaje se subiera a un coche.
               -Pues es buena idea-reflexionó Jordan, haciendo que su personaje se subiera en el asiento del copiloto.
               -Si me la quitas te mato, Jordan-ladró Alec-. Y no me refiero al puto juego.
               -¡Bueno! ¿Y si nos calmamos un poco?-cogí la cerveza de Alec y se la tendí-. Una ofrenda de paz.
               -¿Le has echado veneno?-inquirió él, perspicaz.
               -¿Te compensa follártelo?-quiso saber Jordan-. Es decir… ¿realmente la tiene lo bastante grande como para que le aguantes estas gilipolleces?
               -Buen intento, tío, pero no te la voy a enseñar, que seguro que quieres verla para hacer cosas turbias.
               Jordan fingió sacarse un puñal del pecho y se centró en el juego. No dijo nada más. Alec esperó a que yo diera un sorbo de la cerveza, que ya estaba caliente, y se la terminó de un trago.
               -¿Qué tengo que hacer para que me perdones?-pregunté, aleteando con las pestañas, y Alec se lo pensó un momento.
               -Si te digo lo que quiero que me hagas, fijo que Jordan insiste en no dejarnos solos. Puto vicioso-lo fulminó con la mirada-. Y entonces tú no querrás.
               -Sabes que no soy tímida.
               -Créeme, Sabrae: lo único que me preocupa más que lo necesitado que está Jordan de sexo, es precisamente ese talento que tienes tú para que te dé igual quién te rodea cuando empezamos a hacer algo.
               Me eché a reír.
               -Y eso que no has venido a mi casa aún.
               -Porque tú no me invitas-soltó, encogiéndose de hombros y sacudiendo la cabeza. Me gané mi perdón a base de mimos: los besos y las caricias fueron mis aliados para conseguir que Alec dejara de emitir aquellas malas vibraciones.
               Conseguí que las dejara atrás, después de todo, pero él seguía enfurruñado, y jamás admitiría que le gustó mi decisión de ponerme detrás de él, a modo de sofá, rodeándolo con las piernas cual koala en un árbol.
               Mi movimiento tenía intenciones ocultas, y sé que él supo verlas, pero estaba demasiado ocupado fingiéndose el ofendido como para dejarse llevar por mis encantos. Supe que tendría que ganarme el polvo a pulso, y aquello me gustó. Me encantaban los retos, y Alec nunca había sido uno, así que el premio era más que estimulante. Sacaría todas mis armas, jugaría sucio, me daría igual.
               Todo con tal de ganar.
               Es por eso que, a la vez que empezaba a acariciarle las piernas con las mías, le colé una mano por debajo de la sudadera y la camiseta. Alec se mordió el labio, puede que curioso respecto de lo que iba a hacer.
               ¿Quieres hacerte el duro?, pensé, porque eso sería algo nuevo, y a mí me encanta probar cosas nuevas.
               Sabía que él conocía mis intenciones y mi plan de ruta antes de que yo lo iniciara, pero estaba decidida a hacerle sufrir, de la misma forma en que él me hacía sufrir a mí. Al principio, mis caricias fueron inocentes, más propias de una chiquilla curiosa que se encuentra con un cuerpo muy diferente al suyo, que de una joven con mucho que ganar y nada que perder. Jugueteé con la parte baja de su espalda, allí donde sus pantalones de chándal marcaban la frontera, y fui subiendo lentamente, siguiendo las líneas bien definidas de los músculos de su espalda. Tomé nota mental de que teníamos que hacerlo alguna vez frente a un espejo; si ya me gustaba su espalda cuando no estaba en mi interior, no quería ni pensar en el efecto que tendría en mí cuando esta se contrajera y se relajara mientras me embestía para llenarme.
               Llegué hasta sus hombros, en los que le di un suave apretón y, como su reacción fue simplemente un bufido de satisfacción, decidí recompensarle con un breve masaje que no llegó al minuto. Alec estiró el cuello a un lado y a otro, descargando tensión y disfrutando de la sensación de mis dedos en su piel.
               Descendí hasta pasar las manos por debajo de sus brazos, y seguí la línea de sus clavículas hasta encontrarme con su esternón. Alec se removió, un poco incómodo por mi osadía, cuando abrí las manos por dentro de su sudadera, cubriendo todo lo que pude de sus pectorales, y rocé “sin querer” sus pezones. Sonreí y le di un beso en el omóplato mientras mis manos continuaban bajando, con los dedos leyendo en su piel un libro que me fascinaba, de trama tan absorbente y tan bien escrito que no podía dejar de devorarlo.
               Alec se revolvió cuando llegué a la parte baja de su vientre, donde los pantalones marcaban de nuevo la frontera… y no me detuve ahí. Seguí descendiendo despacio, haciéndome un hueco allí donde él pensaba que estaba a salvo, donde se suponía que yo no debía entrar. Volví a darle un beso en el omóplato, y fui subiendo en una escalada dulce que coroné en su nuca, justo cuando mi mano alcanzaba, por debajo de la tela de sus calzoncillos, la base de su miembro, que terminó de espabilarse entre mis dedos. Jugué con su vello púbico mientras le mordisqueaba despacio el cuello, con su pelo haciéndome cosquillas en los párpados y la nariz, y extendí la mano para rodear su erección creciente.
               Alec gruñó por lo bajo, se revolvió, y dejó caer sus brazos sobre sus piernas cuando Jordan nos miró con el ceño fruncido.
               -¿Qué pasa?
               -Nada-respondió Alec, inclinándose y cogiendo de detrás del sofá, en una mesa que yo no había visto hasta entonces y que debía de estar hecha por ellos (jamás había visto una mesa tan alargada y tan alta) una manta de poliéster gris, suave como las nubes del cielo. Jordan entrecerró los ojos, pero no dijo nada, cuando Alec la extendió por encima de sus piernas, cubriendo también las mías, cuidándose de que se doblara sospechosamente sobre sus caderas.
               Apretó la mandíbula e inhaló profundamente, con los ojos fijos en la pantalla de la televisión, y me habría engañado de no tener su polla hambrienta entre mis dedos, y sus pupilas tan quietas que era imposible que estuviera prestando atención a lo que tenía ante sus ojos.
               Le tenía en la palma de la mano, literal y metafóricamente hablando. Él jamás lo reconocería, pero ahora mismo la que tenía el control absoluto era yo. No me dejaría ganar tan fácilmente por lo orgulloso que era, pero a mí a terca no me ganaba nadie. Cuando se me metía algo entre ceja y ceja, no paraba hasta conseguirlo.
               Y se me había metido entre ceja y ceja que quería meterme a Alec en otro sitio.
               Recorrí la longitud de su polla con los dedos mientras me acomodaba entre su cuerpo, y me empezaba a balancear ligeramente, todo lo que mi falda me permitía, acompasando el movimiento de mi mano. Llevé mi mano libre a su rostro y se la coloqué en la mejilla, de modo y manera que su oreja quedó al alcance de mi boca para yo decirle:
               -¿No quieres cambiar de idea respecto a tus planes de futuro más inmediatos?
               -Mm-mm-respondió él por lo bajo, y mis dedos llegaron a la punta. Le di un mordisquito en el lóbulo de la oreja y él gimió, acompañándome con las caderas en el baile lento cuya cadencia marcaban mis dedos. Moví la palma de la mano alrededor de su erección, maravillada de su tamaño y hambrienta de la gloriosa sensación que me inundaba cuando la sentía en mi interior, llenándome, tocando fondo incluso. Mi cuerpo se desperezó y exigió atenciones, pero yo estaba demasiado ocupada sometiendo a Alec a mi voluntad como para pensar en hacer cualquier otra cosa, aunque ésta fuera masturbarme y por lo tanto me aportara más placer.
               Puede que disfrutara más, físicamente hablando, si usaba una de mis manos para aliviarme, pero es que me lo estaba pasando tan bien, haciéndoselo pasar mal…
               Hice un poco más de presión alrededor de su miembro y Alec jadeó. Sus fosas nasales se abrieron tanto que pensé que podrían aspirarme, y se mordió el labio con tanta fuerza que me sorprendió que no se hiciera sangre. Su mandíbula se marcaba tanto que se había vuelto afilada.
               Noté algo húmedo en mi mano, y sonreí.
               Dios, qué bien me lo estaba pasando.
               -¿Vas a correrte ya?
               Alec tragó saliva y esperó a que Jordan estuviera entretenido con una emboscada que les tendieron para responderme.
               -Vas a necesitar algo más que una paja apretada para conseguir que me corra, bombón.
               -¿Quieres que te gima en el oído como lo hice cuando estaba en Bradford?-sonreí, acariciándole el pelo-. No duraste ni diez segundos después de que yo me corriera.
               -Tienes una forma muy sexy de correrte por teléfono-fue su respuesta, y esbozó una sonrisa oscura contra la televisión-. Pero si yo fuera tú, no gemiría así otra vez. No ahora, al menos.
               -¿Por qué?
               Alec me miró un segundo por el rabillo del ojo, y luego volvió la vista hacia la televisión.
               -Porque si haces que me corra, ya estaré un poco saciado y no te montaré con las ganas con que lo haría ahora.
               -Puede que tenga planes perversos para ti-respondí, siguiendo la línea de su hombro con la nariz-. Puede que eso sólo sea el principio. Puede que te tenga embrujado.
               Alec rió.
               -¿“Puede”?-repitió en voz alta, y Jordan nos miró. Los dos le devolvimos la mirada y él la apartó, clavándola de nuevo en la televisión, con una sonrisa enigmática en la boca. No comentó nada, aunque creo que adivinó lo que estábamos haciendo.
               Mis lentas caricias y mi danza sensual detrás de Alec surtieron el efecto deseado. A pesar de que su juego se volvió más caótico y con más errores con cada minuto que pasaba, había una ansiedad en su forma de proceder que antes no estaba allí. Ya no era calculador, no trabajaba en equipo: era descuidado y arriesgado, y ponía a Jordan en continuos apuros abalanzándose antes de tiempo a cumplir con sus tareas. Todo porque quería terminar cuanto antes.
               Y así poder tomarme.
               Apareció un contador rojo en una esquina de la pantalla con una cuenta atrás de 3 minutos.
               3 minutos para el truco final.
               -Te dejo para que te concentres, sol-susurré, retirando la mano de su entrepierna y conteniendo una sonrisa cuando él protestó. No le gustaba que le dejaran a medias.
               Saqué una pierna de entre su cuerpo y el sofá, y me senté de nuevo en el sofá a su lado, con las piernas cruzadas. Me recliné sobre mis manos y miré sin interés la televisión, muy consciente de que le estaba ofreciendo un ángulo para admirar mis pechos a Alec que él no estaba desaprovechando. Me abaniqué el cuello y me aparté una trenza del hombro.
               Aunque el contador todavía no había llegado a cero, a Alec se le había acabado el tiempo. Iba a acabar con él. Ya mismo.
               -Hace mucho calor aquí, ¿no creéis, chicos?-pregunté, y los dos me miraron, y no fueron capaces de apartar la vista de mí cuando me quité el jersey y se me subió un poco la blusa, mostrando el comienzo de mi falda y mis medias.
               Jordan abrió los ojos al contemplar mi atuendo.
               A Alec, directamente, le dio un derrame cerebral.
               Los dos habían visto la corbata de Alec las veces suficientes como para ser capaces de reconocerla. Me la aflojé un poco y continué con los ojos puestos en la televisión, fingiéndome ajena a sus atenciones.
               La boca de Jordan esbozó una sonrisa tonta, de ésas que no puedes reprimir cuando alguien a quien odias es humillado en público; o mejor aún, cuando a tu mejor amigo le están torpedeando la estabilidad emocional como yo lo estaba haciendo con Alec.
               -Al-llamó Jordan, y Alec dio un brinco y se lo quedó mirando.
               -Claro, claro-respondió, entendiendo. Agarró el mando con firmeza y me miró de reojo.
               Ganaron.
               Por los pelos.
               Me giré y me lo quedé mirando, parpadeando despacio, como salida de un sueño. Alec me estudió un momento con la intensidad del entomólogo que encuentra una especie exótica de mariposa, vista sólo en dibujos de libros, aleteando sobre una hermosa flor.
               -Jor, ¿me disculpas?-musitó, dejando el mando sobre la mesa baja y robándole un sorbo de su cerveza. No se me escapó que el mando ya no emitía ninguna luz: lo había apagado-. Tengo que hacer una cosa.
               -¿Qué cosa?-preguntó su amigo, con una risa afinando el tono de su voz.
               -Satisfacer a Sabrae-contestó Alec, y sus ojos se oscurecieron. Se inclinó para agarrarme, tiró de mí para tenerme a su lado, y se libró de mis zapatos. Recorrió el empeine de mi pie con el dedo pulgar y sonrió cuando yo me estremecí.
               Le puse las manos en los hombros y nos miramos a los ojos. No hay vuelta atrás, nos dijimos.
               Me pasó la mano por el cuello, me acarició el pulgar con mi mejilla, me sentó sobre su regazo, me miró a los ojos, y se inclinó para besarme.
               Dios mío.
               Había sido un ente sin cuerpo hasta que él empezó a tocarme. Había vivido 14 años de mi vida sin darme cuenta de que era una especie de ser incorpóreo, que sólo había encontrado la manera de volverse físico cuando Alec me empezó a tocar. Menuda forma de cogerme. Menuda forma de recorrer mi cuerpo. Menuda forma de amarme con sus manos y con su boca. Era violenta y amorosa a la vez, ruda y delicada, ardiente y tierna.
               Suspiré en su boca cuando su lengua recorrió la mía, mis pechos apretados contra el suyo y volviéndolo completamente loco. Nuestros labios no nos pertenecían, sino que obedecían a una tercera conciencia que había nacido de las mezclas de las nuestras, y que sólo tenía en mente el objetivo de continuar con nuestro contacto. Si había nacido de nuestras bocas unidas, se haría más poderosa, puede que independiente, si nuestros cuerpos terminaban de acoplarse.
               Empecé a moverme sobre las caderas de Alec, disfrutando del contacto del bulto en sus pantalones contra mis muslos, aunque la amplitud de mi falda no me permitía abrirme para recibirlo todo lo que yo quería.
               Como leyéndome el pensamiento, Alec la agarró por la parte de abajo y la dobló sin miramientos, sin preocuparse de si podría romperse, para dejar que yo me sentara encima de él. Gemí en su boca y él gimió en la mía, nuestros sexos separados ahora por cuatro capas de ropa, nada más.
               Me mordió la boca, le hundí las uñas en el pelo, me froté contra él, él me manoseó el culo, yo pegué mis tetas a su pecho para que tomara todo lo que quisiera de mí…y gruñí de placer cuando su mano se coló por el espacio entre mis piernas, dentro de mis bragas, y encontró mi ansiosa humedad. Mi sexo le echaba mucho de menos, y así se lo hizo saber.
               Alec sonrió, introduciendo un dedo en mi interior, el mismo dedo que antes me había explorado, y masajeándome por dentro. Mi espalda dio un latigazo a las órdenes que marcaba su mano, y ahogué una exclamación.
               -Estás tan lista para mí…-gruñó-. Tengo unas ganas de tomarte…
               Miró en derredor, buscando algo… a alguien. Fue entonces cuando caí. Jordan. Me había olvidado de él.
               Y, francamente, si su presencia allí era motivo de discordia, no me importaba que se quedase a mirar. Ya todo me daba igual. Lo único que me importaba era el placer que me daba el cuerpo de Alec, y eso que sólo estaba probando una fracción diminuta de aquel glorioso cuerpo.
               Los ojos de mi chico se iluminaron, y yo seguí la dirección de su mirada, para lo que tuve que girarme y mirar por encima de mi hombro.
               Comprobé con alegría que Jordan no estaba con nosotros.
               Y me embargó una felicidad absoluta cuando vi el motivo de la reacción de Alec.
               Encima de la mesa, al lado de los botellines de cerveza vacíos, había una cajita morada.
               Nuestra cajita morada.
               La cajita de condones.
               -Dios-rió Alec-. Este tío… le voy a comer los cojones.
               Me volví para encontrarme con sus ojos. Estábamos solos. Teníamos condones. Nadie nos molestaría allí.
               Estaba cachonda.
               Estaba cachondo.
               Hacía mucho que no lo hacíamos.
               Nadie nos interrumpiría.
               Teníamos condones.
               Estábamos solos.
               ¡Sí, Señor! ¡Gracias, Dios!
               -Primero cómeme a mí el coño-respondí, y Alec sonrió, aquella condenada sonrisa de Fuckboy® que tantísimo me gustaba, que tantos males auguraba y que tantos males traía, males que te hacían tanto bien…
               -Ya creía que no me lo pedirías, bombón.
               Sin previo aviso, Alec puso un pie en el borde de la mesa y la empujó para separarla del sofá. Sus manos se cerraron en torno a mis caderas, dejando a medias el juego del interior de mis bragas, y me dedicó una sonrisa oscura, animal, cuando me sentó en el sofá, frente a él. Separé las piernas para dejar que entrara dentro de ellas, abriéndole el puente levadizo para que me invadiera si le apetecía, sonreí cuando su boca se encontró con la mía. Mis labios abrieron paso a su lengua, ansiosa por satisfacerme, como le había dicho a Jordan hacía un tiempo, en lo que para su amigo habría sido una eternidad de diez minutos, y para nosotros dos sólo un suspiro.
               Alec llevó sus manos a mi rostro, recorrió mis mejillas con los dedos y siguió bajando, en dirección a mis hombros, mis clavículas, mis pechos. Solté un gemido de placer cuando sus manos los cubrieron por completo y él los estrujó suavemente, sopesándonos, comprobando que yo era de verdad y no sólo un espejismo cuya desaparición sería especialmente cruel.
               Jugueteó con la corbata, celebrando que yo hubiera tenido la osadía de llevarla puesta todo ese tiempo, y maravillado de que le hubiera estado provocando y fingiendo que podía esperar a tenerle dentro de mí, a rodearle, cuando había algo suyo que no dejaba de estar en contacto con mi cuerpo, aunque no fuera con mi piel.
               Su manos volaron hacia el primer botón de la blusa, y yo solté un gemido de satisfacción. Le mordí el labio y él celebró aquella muestra de ansia con un gruñido que nació de lo más hondo de la garganta, y despertó mis instintos más primarios. Mi sexo ardía, palpitaba al ritmo de un corazón acelerado por lo que estaba sucediendo tan lejos de él que llegaba a resultar ofensivo.
               Alec me sacó la corbata del cuello de la blusa, para poder continuar quitándome los botones sin tener que desanudarme aquel nudo que tanto me había costado hacer, y siguió bajando y bajando, aprovechando para acariciarme el pecho de una forma disimulada que casi resultaba inocente, por lo sutil que era.
               Por fin, el último botón cedió ante sus manos. Alec sonrió al abrirme la blusa, y se puso de rodillas frente a mí, con los ojos chispeando de lujuria y de algo más, algo tan parecido a la ilusión que me parecía imposible que no lo fuera.
               Se relamió al ver mi torso casi desnudo, sólo cubierto por la tira gris plateado de su corbata y mi sujetador azul celeste, a juego con mi jersey, de encaje.
               Me incliné para darle un beso y aproveché para quitarle la sudadera. Llevaba una camiseta debajo que no era capaz de disimular su deliciosa musculatura. Me pasé la lengua por los labios, saboreando sus músculos con mi lengua a pesar de que no los tenía a tiro. Alec me mordisqueó el labio y se incorporó, de tal forma que sus rodillas estaban de nuevo en contacto con el sofá en vez del suelo. Entre los dos, le quitamos la camiseta.
               -Guau-gemí, mirando sus músculos, recorriéndolos con el dedo. Me gustaba cómo se le marcaban los abdominales en esa postura. Me gustaba lo cerca que su pecho estaba de mi boca. Me gustaba la fuerza que su cuerpo desprendía, incluso cuando no necesitaba usarla, porque ni siquiera tenía que protegerme.
               La sonrisa orgullosa de Alec al escucharme admirar su cuerpo esculpido por los dioses griegos (empezaba a pensar que el motivo de que se fuera a Grecia cada verano no era que tuviera que visitar a la familia, sino que debía ir a que en el Olimpo le retocaran las imperfecciones que no llegaba a tener, fruto del contacto con tantas y tantas mortales) podría haber iluminado toda Inglaterra, y puede que parte de Escocia y Gales.
               -A mí también me gusta lo que veo-contestó él, besándome con sorprendente cariño y acariciándome la nariz con la suya. Adoraba que hiciera eso cuando estábamos a punto de hacerlo, o cuando nuestros cuerpos ya estaban unidos. Me daba la sensación de que no acostumbraba a hacerlo con cualquiera; en cierto sentido, que me acariciara la nariz de aquella forma tan sorprendentemente casta en situaciones en las que lo único que estábamos haciendo era garantizarnos un lugar en el infierno, me hacía ver el niño que en realidad era, la bondad que había en su interior, ésa que él no se molestaba en ocultar, pero sí en proteger tras una capa de invulnerabilidad.
               Puse los codos en sus hombros y envolví su cabeza con mis brazos, de forma que mis dedos juguetearan con sus rizos.
               -Pues es para ti. Coge lo que quieras. Todo lo que quieras.
               Aquella dulce sonrisa de niño que no había roto un plato en su vida se ensanchó, y Alec me acarició la mejilla con la boca antes de llegar a mi oído, en el que susurró:
               -Eso tenía pensado, Sabrae. Cogerlo todo. Todo es lo que quiero.
               Me dio un mordisquito en el lóbulo de la oreja, haciendo que yo me estremeciera y que mis piernas se cerraran en torno a su cintura, todo lo que me lo permitió la falda.
               Dichosa falda…
               Alec dejó un reguero de besos por la piel de mi mentón, hipersensible, cuando fue descendiendo poco a poco por las curvas que mi componían, en dirección a mi angustiada entrepierna. Deseé, a pesar de mis ganas de sentir su boca en el rincón de mí que más podía sentirlo, que hiciera una parada para descansar antes de llegar a su destino.
               Alec no me defraudó. Tras pasarme las manos por detrás de la espalda, de forma que me rodeara con sus brazos y me impidiera escaparme (como si yo quisiera), depositó sendos besos en mis pechos, aún cubiertos por el sujetador, y se ocupó del enganche. La prenda cedió en cuanto consiguió desabrocharlo, y Alec sonrió, mirándome desde abajo, cuando mi sostén dejó de mantener mis pechos en la posición perfecta en la que se suponía que siempre debían estar. Se deslizaron ligeramente un poco más cerca de su boca, ahora que ya no había nada que los oprimiera, y Alec se pasó la lengua por los labios. Le ayudé a quitarme el sujetador y lo lanzamos a la esquina del sofá.
               Sus ojos bajaron por mi anatomía como la caricia de un amante, la misma caricia que él podría haberme dado con los dedos, y que yo sentí en mi piel aun a pesar de todo. Se me puso la carne de gallina mientras anticipaba el momento en que él viera el diminuto piercing que me había hecho en el pezón derecho, tanto en su honor como por mi disfrute.
               Alec sonrió al verlo, se inclinó ligeramente hacia la pequeña figurita plateada, y la estudió con gesto concentrado.
               -¿Te gusta?
               -Es bonito-respondió, y su aliento cálido lanzó una descarga eléctrica que salió disparada de mi pezón, extendiéndose  por mi cuerpo cual virus-. Y sexy. Da mucho morbo-giró la cabeza y me miró desde abajo, con esa sonrisa torcida suya que podía hacer que llegara al cielo si me la dedicaba en el momento indicado adornándole la cara-. ¿Te lo has puesto por mí?
               -Eres un creído-me eché a reír, pero mis risas se convirtieron en un jadeo cuando Alec hinchó los carrillos y sopló largamente sobre mi pecho. Dios mío. Cerré las piernas en un acto reflejo en torno a él, cosa que le encantó.
               -Y yo que pensaba que era el centro de tu mundo.
               -Tengo muchos mundos.
               -¿Ah, sí?-contestó él, estirando la espalda y acariciándome los muslos. Mi libido salió disparada hacia las nubes, acusando aquel contacto tan cercano a mi sexo-. ¿Y yo soy el centro de alguno?-ronroneó.
               -¿Qué opinas tú?
               Alec se mordió el labio.
               -Que no me meto dentro de ti tan poco como para que me tengas en el extrarradio.
               Me eché a reír y él hizo una espiral de besos en mi pecho, alrededor del pezón, como la órbita de un satélite que quiere acercarse a su planeta, pero al que le da vergüenza hacerlo demasiado.
                Me eché a temblar. No era eso lo que yo quería. Quería que me rodeara con la boca. Que jugara con el piercing. Que lo recorriera con la lengua y le diera mordisquitos, haciéndome estremecer. Quería que me poseyera de una forma en que jamás me había poseído nadie; como yo había necesitado que lo hiciera Hugo y él no había sabido, hacía tanto tiempo, la primera vez que estuve con un chico en el sentido más bíblico.
               -¿Quieres algo?-se burló Alec, que había captado mi frustración.
               -Úsalo-gruñí, con las uñas clavadas en su cuero cabelludo, lo cual le encantaba.
               -No, antes de que me contestes.
               -Alec…
               -Dímelo, Sabrae-gruñó con voz ronca, excitada-. Dime que te lo has puesto por mí.
               -Cómo se puede ser así de egocéntrico… Dios mío-bufé cuando su mano entró por debajo de mi falda y presionó con la palma mi sexo. Alec me masajeó por encima de las bragas y yo me eché a temblar de nuevo-. Sí-acepté, sorprendiéndonos a ambos, pero no por el contenido de mi afirmación, sino porque por fin lo hubiera admitido abiertamente: nunca se me había ocurrido hacerme un piercing ahí hasta que Alec empezó a besarme los pechos. Jamás había pensado en adornar mi cuerpo con nada, hasta que Alec me había descubierto el mundo de placer en el que vivía.
               Él sonrió.
               -Entonces, creo que es hora de que pruebe mi juguete, ¿no?
               No esperó a mi respuesta. Abrió la boca y absorbió mi pezón endurecido con sus dientes, y empezó a succionar mi seno, rodeándolo con la lengua y volviéndome absolutamente loca, mientras con la otra mano seguía manoseándome la entrepierna. Le acaricié el cuello, se lo arañé, le hundí las uñas en la espalda y gruñí de placer, entregada a aquel sucio momento en el que yo no estaba del todo desnuda, pero cada célula que me componía estaba a su disposición.
               Alec gruñó, lamió, chupó, besó, mordió mi pecho, castigándolo como sólo el chico que te gusta y al que más deseas en todo el mundo puede hacerlo, y luego se pasó al otro, al que tenía desatendido. Cuando lo absorbió en su boca, yo lancé un alarido de placer: no me había percatado de lo ávida que estaba de sentirlo desde cero de nuevo, hasta que efectivamente lo sentí. Gruñí, jadeé, me froté contra su mano, que continuaba haciéndome presión, prometiéndome y prometiéndome y prometiéndome algo que yo no sabía cuándo iba a entregarme.
               Alec sacó la mano del interior de mis bragas y dejó el pecho que no tenía en la boca abandonado. Protesté, pero él me acalló con un siseo, y sus dedos se cerraron en torno a la cremallera de mi falda. Lo celebré arqueando la espalda, ofreciéndome a él.
               Mi piercing brillaba como una joya gracias a su saliva. Me quedé mirando la mata de pelo de Alec mientras él continuaba tomándome con la boca, y cerré los ojos, incapaz de procesar todo lo que él me estaba haciendo sentir.
               La cremallera de mi falda se abrió por completo y noté que la presión que ésta ejercía en mis glúteos desaparecía. Extasiada, lancé un gemido cuando sus manos recorrieron mis nalgas y me las apretaron. Me pegué más contra Alec.
               -Levanta el culo, Saab. Llevamos tres días de retraso de vernos desnudos. Ya va siendo hora de que nos quitemos toda la ropa.
               Hice lo que me pidió y la falda desapareció igual que lo hizo mi sujetador. Me abrí más la blusa y cerré las piernas, en torno a él, frotándome contra el bulto de sus pantalones ahora que estaba libre, por fin. Dios. Qué grande era. Qué suculento. Qué prometedor.
               -Alec…-susurré, y él lanzó un gruñido para hacerme saber que tenía toda su atención-. Quiero follar. Por favor.
               -Ya estamos follando-respondió él-. Joder, qué buena estás. Podría comerte las tetas durante el resto de mi vida-gruñó, pasando de nuevo al piercing y haciendo que yo me estremeciera.
               -Alec... por favor. Te quiero dentro de mí. Ya.
               Alec levantó la mirada. Sus pupilas abarcaban todo su iris. Tenía los ojos tan negros que la noche se había instalado en su mirada, una noche sin luna ni estrellas, de nubes densas que lo sumían todo en la penumbra. Una noche llena de posibilidades, donde nadie nos descubriría.
               Sacó la lengua y rozó con la punta la de mi pezón, con lo que un latigazo me recorrió la espalda. Me cogió la mano cuando todo mi cuerpo se estiró, alcanzando la máxima longitud posible. Me estaba torturando. Me estaba torturando, y él lo sabía.
               Tiró un poco de mi corbata y recorrió la línea imaginaria que unía el esternón con mi entrepierna con su punta, y luego siguió en un reguero de besos hacia abajo. Me retorcí debajo de él, cosa que le encantó.
               -Los pantalones.
               -¿Qué?
               -Llevas puestos los pantalones.
               -Y tú las medias-se burló, depositando un beso en mi monte de Venus.
               -Quítatelos-le pedí, y Alec me miró desde abajo. Esbozó una sonrisa chula y se puso de pie. A ninguno de los dos se nos habría escapado que, de hacerlo, su erección quedaría a la altura de mi cara. Por eso lo hizo.
               Con los ojos fijos en los míos, Alec se desanudó el cordón de los pantalones y tiró de ellos hacia abajo. Salió de ellos y se quedó en calzoncillos, unos calzoncillos grises en los que se intuía perfectamente la forma de su polla; incluso las venas que la recorrían. Estiré la mano para acariciarla, y él se mordió el labio cuando mis dedos recorrieron su contorno.
               Mis dedos escalaron hasta el elástico de sus calzoncillos, pero él me retiró las manos.
               -No.
               -¿Por qué? Quiero verte. Me gustas muchísimo.
               -Si termino de desnudarme ahora, entraré en el primer agujero que encuentre.
               Sonreí.
               -Puede que eso me guste-coqueteé-. Quizá sea lo que quiero.
               -Ya, pero hay un problema.
               -¿Cuál?
               -Que yo quiero otra cosa. Cumplir con lo que me pides-me tomó de la mandíbula y me hizo levantar la cabeza-. Me has pedido que te coma el coño. Y eso es lo que voy a hacer.
               -¿Y si yo quiero comerte la polla?
               -Algún apañito haremos-sonrió, y se inclinó para darme un beso. Volvió a colocarse de rodillas, y fue bajando de mis labios hasta mi ombligo. Me dio un mordisquito justo debajo de él. Rió cuando me estremecí, y se quedó mirando las capas de ropa que había entre nosotros dos.
               Un chispazo de travesura estalló en su mirada.
               -¿Les tienes cariño a tus medias?
               Le miré.
               -Sí.
               Alec las agarró y, sin miramientos, tiró de ellas hasta reventar las costuras de mi entrepierna y hacer un agujero por el que colarse.
               -¡Alec!-protesté, con sus ojos fijos en los míos.
               -Pero le tienes más cariño a mi lengua.
               Sin miramientos, terminó de rasgar mis medias hasta dejarlas hechas un jirón arrugado alrededor de mis piernas. Aquel sonido, que de por sí debería resultarme desagradable, fue uno de los más eróticos que había escuchado en mi vida, por todo aquello que representaba: las ganas de Alec, mis propias ganas, nuestra impaciencia compartida, su ansia de probarme, el momento que estábamos compartiendo juntos…
               … aunque, por supuesto, no tenía nada que ver con sus gemidos, sus joder, Sabrae, cuando entraba dentro de mí y yo acompañaba sus empellones con mis caderas, o el ruido de nuestros cuerpos chocándose en plena penetración.
               Lo que más me gustó de aquel ruido era porque era al coito lo que la música de las productoras en el cine a una película.
               Sorprendentemente, en lugar de romperme también las bragas (lo cual, he de confesar, me habría vuelto loca, y la mera idea de imaginármelo tan desesperado por probarme que estaría dispuesto incluso a rasgármelas también me excitó más), Alec me las agarró y simplemente las apartó.
               Y hundió la cara entre mis muslos.
               -¡AH!-me escuché gritar, sintiendo cómo su lengua rodeaba mi clítoris antes de entrar en mi interior. Mis caderas dejaron de responderme, y empezaron a moverse para acompañar el balanceo de los labios de Alec en los míos.
               -Joder, pero qué bien sabes, Dios-gruñó él en mi boca, satisfecho por lo que estaba probando. Me llevé una mano a la boca y me la mordí para no ponerme a chillar, porque la forma en que me estaba devorando me haría perder la razón.
               -Más hondo, por favor… Alec, sí… buf-me mordí tan fuerte que debería haberme hecho sangre, pero Alec lo impidió: me cogió la mano y me la sacó de la boca.
               -Las paredes están insonorizadas, bombón. Grita todo lo que quieras. A ver si consigues que me corra con sólo oír tu voz.
               -No sabríamos si sería por mi voz o por… OH, DIOS MÍO, POR FAVOR-clavé las uñas en el sofá a mi lado cuando Alec me recorrió al completo, abriendo la boca y capturándome entre sus labios.
               -Puedes hacer que me corra sólo con tu sabor. Joder, Sabrae… no sabes lo deliciosa que eres. Eres como puta miel.
                Arqueé la espalda y continué agitándome al ritmo de su lengua, que no hacía más que torturarme. Cerré los ojos y me concentré en las oleadas de placer que subían de mi sexo hasta mi cabeza, y que bajaban en forma de estremecimientos que a Alec parecían encantarle. Sus gruñidos de satisfacción y mis gemidos de placer eran lo único que llenaba el ambiente, pero con eso me bastó.
               Me moví, me arrastré, me froté contra su boca, y cuando él parecía cansarse y salía a tomar aire, incluso entonces seguía cuidándome. No me dejó desatendida en ningún momento: cuando se alejaba de mí, sus manos se ocupaban de mi sexo.
               En una de ésas, me lo quedé mirando. Alec me besaba la cara interna de los muslos mientras sus dedos continuaban al compás que mis caderas y sus labios habían acordado, descansando un poco. No me parecía justo que yo estuviera disfrutando tanto mientras él sólo gozaba del morbo que era estar probando mi néctar.
               -Pasa a la penetración-le pedí, y él levantó la vista.
               -Aún no has acabado.
               -Ni voy a hacerlo-respondí, jugando con su pelo-. Quiero tenerte dentro.
               -Ya me tienes dentro-aludió, lanzando una mirada cargada de atención a sus dedos. Su pulgar me acarició el clítoris y yo me estremecí.
               -Te echo de menos.
               Alec se detuvo, conmovido, se incorporó y sus rodillas se anclaron en el borde del sofá. Tenía su cara a unos centímetros. Su aliento ardía, y sabía a mar. Al mar que había entre mis piernas. El mar que él había puesto ahí.
               -¿Por qué me echas de menos? Estoy aquí.
               Cogió las manos que yo tenía en su pelo con una de las suyas, y besó el hueso de la muñeca.
               -Siempre voy a estar aquí.
               Con la mano libre, tiró de mis bragas hasta quitármelas. Ya estaba desnuda, salvo por mis brazos cubiertos por la blusa.
               Y a él le quedaban sólo los calzoncillos.
               Alec se arrodilló de nuevo entre mis piernas. Soltó mis manos para que mis brazos cayeran a mi costado, y entonces las buscó de nuevo con las suyas. Entrelazó sus dedos en los míos y besó mi sexo mojado, hambriento.
               -Siempre, Sabrae. Eres mi chica.
               Me acarició los pulgares con los suyos y se inclinó para bucear en mí de nuevo.
               -Sigue mirándome-le pedí, y él sonrió. Abrió la boca y volvió a degustarme, y yo sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas. Le quería. Le quería como no había querido a nadie en toda mi vida.
               No había compartido con nadie un momento tan íntimo como aquel. Él y yo, solos, con las manos cogidas, mirándonos a los ojos mientras nos concentrábamos en mi placer…
               Estábamos allí.
               Estábamos juntos.
               Estábamos volando, surcando las estrellas.
               Y, justo cuando yo estaba a punto de alcanzarlas…




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2 comentarios:

  1. Muertisima con el capítulo me cago en mi vida, tengo la boca más seca que una mojama Erika
    de mi vida. Real que ha sido el mejor polvo que has escrito nunca y eso que ni ha habido penetration y lo has dejado en el punto álgido del polvo (la madre que te parió erikina, ya te puto vale de verdad)
    Espero sincera y fervientemente que el próximo capítulo empiece con alec metiéndole la polla a Sabrae hasta el cuello del utero, sino preparese para la denuncia señora.

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    1. No sé qué es una mojama así que me imaginaré algo muy seco JSJSJSJSJS
      Lo mejor de todo es que os acabo de publicar literalmente 19 hojas se preliminares de Alec, es que no puedo con mi vida y con lo extra que soy JSJSJSJSJS
      No prometo nada, aunque no andas muy desencaminada, de momento no te busques abogado jeje 😏

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