Atención: en esta entrada hay spoilers de la última película de los Vengadores, Endgame. Lee bajo tu propia responsabilidad.
Soy de las que no soportan que haya ruido en el cine. De
las que odian el quinto susurro de los de la fila de atrás, que no se han
callado en toda la película, a pesar de que en dos horas apenas han hablado
veinte segundos. Soy de las que se pone nerviosa cuando coge las entradas por
Internet y ve que la sala está llena, no porque le queden pocos asientos donde
elegir, sino porque eso significa que hay más posibilidades de que la gente no
se calle. De las que entra resignada a una sala en la que una marea de personas
se va desparramando por los asientos como un pequeño tsunami descoordinado. De
las que rezan en silencio cuando empiezan los tráilers para que los susurros se
callen con la música de las productoras, o de las que ya lleva las miradas
rencorosas y los siseos preparados de casa. De las que se alegran cuando una
película atrapa tanto a los espectadores que estos no mueven más que un
músculo: el corazón, acelerado, cuando Rami Malek sale al escenario del último
concierto en Bohemian Rhapsody.
Soy
de esas que no soportan las películas de Marvel precisamente porque su fandom
es todo lo que odia en una sala de cine. Nada pasivo, con opiniones, que apoya
y que sufre con sus personajes como si sus emociones fueran lo que hiciera
avanzar el guión. De esas que trata de ir a la sesión en la que menos gente
habrá, porque ha visto las reacciones de los fans cuando Thor llega a Wakanda
en Infinity War, y no quiere pasarse
entre aplausos casi dos minutos.
La imagen pertenece a thwiprose en Tumblr (link) |
Era
de esas que veneraba el cine hasta el punto de mantener la boca cerrada y odiar
a todo aquel que no hiciera lo mismo, hasta que fui a ver Endgame el día de su estreno (o su primer viernes, según
consideremos la sesión del jueves el preestreno o el estreno en sí). Fui al
cine porque tenía muchas ganas de ver la película, sí, pero fui de viernes
porque no quería perderme de disfrutarla. Sólo había visto el primer avance que
habían subido a la cuenta oficial de Marvel, y con eso me había bastado, así
que no había querido indagar más. Quería estar en Twitte tranquila durante el
fin de semana, así que estaba dispuesta a pasar por una sesión con efectos
especiales en vivo y en directo, todo con tal de que nadie pudiera estropearme
una sorpresa que llevaba meses guardándome.
Al salir
del cine el viernes, odié no haber querido ir a las primeras sesiones de todas
las demás. No sólo porque siempre pospongo ver las películas de superhéroes
hasta un día en el que pueda ir tranquila (y por “tranquila”, hay que entender “casi
sola”), sino porque me perdí durante
años lo que es ver una película de Marvel con sus fans más acérrimos
compartiendo sala conmigo.
Salvo contadas excepciones,
siempre me han gustado las películas de la casa de Spiderman. Fue este superhéroe
el que despertó en mí el interés por este género, pero este interés no pasaba
de la pantalla del cine, la tele o el ordenador. Nunca me he puesto un icono de
ningún personaje de Marvel en Twitter, ni he leído ningún cómic. Tampoco he
entrado a leer muchos artículos hablando sobre las películas que vienen, o
explicando el significado de lo que sucede en las que acaban de estrenarse. Si leía
las teorías de los fans, era porque me aparecían en la cronología y me
generaban curiosidad, pero jamás fui más allá.
Endgame, la despedida de una de las
sagas más importantes de nuestros años, me ha hecho ver que ir contracorriente
no era más que tozudez. Que si veía mal los vídeos de los fans reaccionando a
sus escenas preferidas, viviendo las emociones de sus personajes en sus propias
carnes, era porque yo no estaba allí. Pero
con Endgame, estaba allí.
Por eso
puedo escucharlo. El silencio sepulcral que todo el mundo dice que se hizo
cuando Thanos chasqueó los dedos hace un año, y medio universo se volatilizó. El
mismo silencio que se repitió cuando Thanos chasqueó los dedos hace dos días, y
todos pensamos que así acababa todo. Ese silencio que no acompañó a nada,
porque el guantelete estaba vacío.
Y entonces,
Tony Stark nos recordó quién era.
Y entonces,
también pude escucharlo.
Los sollozos.
Las toses. Los primeros gemidos. Las narices que sorbían y las lágrimas que se perdían
en pañuelos que acababan de salir del bolso.
Para
mí, Tony Stark fue quien creó el mcu de la nada, en una cueva de un país
desértico en el que luchaba por sobrevivir. Incluso cuando yo no sabía qué
estaba pasando ni la importancia de esa película, cómo después abriría la
puerta para un verdadero torrente que la seguirían, Tony Stark me llegó. A pesar de ser un personaje
que yo no soportaría si lo conociera en persona, en la pantalla me fascinaba.
Me parecía humano y a la vez divino, indiferente y a la vez vulnerable, chulo y
sensible al mismo tiempo.
A Iron Man le siguieron las películas del
Capitán América, de Thor, y otras después que no parecían tener relación entre
sí, hasta que veías alguna de los Vengadores y te dabas cuenta de los hilos que
las unían, de la influencia que una acción en 2008 tenía aún en 2015.
Mi talón
de Aquiles con Marvel era que, precisamente, la joya de la corona de todas sus
películas no era santo de mi devoción. Capitán América me parecía un buen
héroe, sí, pero jamás fue para mí la gran cosa. Me parecía arquetípico, incluso
en ocasiones plano, y no entendía cómo mucha gente lo prefería a él antes que a
Tony, o a Thor, o a Natasha, que no tenía ningún súper poder, y que sin embargo
no se quedaba atrás ni luchando con monstruos o codo con codo con dioses. Steve
Rogers estaba bien, vale, pero, ¡por Dios! Tony estaba mejor. Iron Man estaba
mejor. ¿Por qué veía tweets diciendo que Tony era un villano? ¿Por qué había
gente haciendo cuentas atrás para ver morir a Tony en Endgame? ¿Por qué nadie iba a llorar y sólo yo iba a lamentar la
muerte de ese genio bocazas que también se las apañaba para ser un gilipollas?
¿Por
qué estaba SOLA?
Hasta
que llegó el 26 de abril. Y no sólo descubrí que no estaba sola, sino que los
solos eran los que le odiaban. A pesar de que en Endgame, todos los personajes tienen su momento de gloria y se
supone que no hay nadie que brille más que los demás, en realidad, era el
momento de mi hombre. Su último momento, en realidad.
Me dolió
su muerte, y más me dolió que fuera una de las dos únicas que aparecían en esta
película. Me esperaba que todos los Vengadores murieran, no voy a mentir, e
incluso me sorprendió que sólo lo hicieran Natasha y Tony. Llegué a enfadarme. En
el medio de los sollozos, yo estaba enfadada. Porque yo no me merecía que mi
favorito muriera mientras el de los demás, el del resto del mundo, sobreviviera
y tuviera un final feliz que prácticamente le llovió del cielo. Yo no me
merecía que todos pudieran seguir adelante excepto dos. Yo no me merecía que
Tony se marchara del mcu mientras los demás se quedaban allí.
Pero entonces,
cuando terminaron los créditos con las siluetas de los protagonistas y la firma
plateada de Robert Downey Jr. apareció en la pantalla y la gente empezó a
aplaudir, supe que no había estado sola, y que nunca lo había estado. Que si
Marvel se extendía para mí hasta donde alcanzaba la influencia de Iron Man, de
Tony Stark, era porque lo habían escrito así.
Que
si Tony Stark había creado de la nada el mcu, no había sido solo para mí. Había
sido para todos. Y la saga del infinito no podía terminar si él no lo hacía
también.
Entendí
que la película era una despedida en toda regla, no sólo de una historia que
trascendía los cómics y daba el salto a la gran pantalla, sino de un fenómeno
fan tan poderoso como pocos quedan ahora, sólo comparable, quizá, al de Star
Wars.
Y también entendí que él no se merecía ser uno
entre muchos que murieran. Se merecía que su sacrificio aportara una felicidad
agridulce a todo aquel que se quedara después que él. Igual que el sacrificio
de Natt, el de Tony era un sacrificio que traía vida. Se merecía que quedara
todo un universo para llorarle.
Con lo
que seguro que no contaba era con que este universo fueran dos: aquel en el que
viven los superhéroes, y aquel en el que les hacemos vivir en las salas de
cine.