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Incluso el peluche de Bugs Bunny parecía mirarme
diferente después de lo de la noche pasada. No debería comportarme así, y lo
sabía. Lo había sabido incluso mientras me dejaba llevar por la rabia que me
había dado pensar que Mimi no estuviera al tanto de lo que nos había pasado a
Alec y a mí. Se podía deber a un millón de cosas diferentes, cosas más lógicas
que Alec no dándole importancia al asunto.
Debería
haber parado nada más empezar, porque todas aquellas teorías empezaron a cobrar
más y más fuerza, desplazando mi despecho, cuando vi cómo me miraba en la
discoteca. Durante la fiesta, habría jurado ante quien fuera que no me
importaba que Alec estuviera allí, y que si estaba bailando era sólo porque me
apetecía pasármelo bien, pero no habría sido verdad. Si buscaba a otros chicos,
si me pegaba mucho a ellos y tonteaba hasta el punto de que pareciera dispuesta
a irme a sus casas llegado el final de la canción que estuviéramos bailando,
era por un único aliciente: él. Mientras hacía todo aquello, tenía su completa
atención, aunque yo fingiera no tenerle en cuenta. Sabía que sus ojos estaban
clavados en mí, sabía que se mordía el labio, que se revolvía en el asiento
cada vez que yo me agachaba y me frotaba contra el chico de turno.
Debería
haber parado cuando empezó a sonar Jason Derulo, porque eso estaba siendo cruel
incluso para mí, pero una parte de mí deseaba llevar a Alec a su límite igual
que él me había llevado al mío. Puede que si bailara un poco más, puede que si
cantara algo más, puede que si me pegara un poquito más, él acabara desquiciado
y corriera hacia mí. Y me hiciera salir de aquel pozo en el que me había
lanzado de cabeza, a una superficie tan lejana que parecía una quimera.
Le
había hecho daño, más del que él me había hecho a mí, y eso era imperdonable.
Por
eso Mimi se había comportado de forma diferente conmigo desde que Alec se
marchó. Cuando lo vi irse a la barra, mi corazón dio un vuelco y pensé que todo
aquello estaba a punto de terminar, pero se me cayó el alma a los pies al
comprobar que no era así. Alec sólo quería irse de allí: en mi afán por
atraerlo a mí como una polilla a la luz, lo había alejado con la fuerza del
tirón gravitacional de un planeta gigante. La ironía espacial se repitió a
pequeña escala: lo mismo que debería haber arrastrado a Alec hacia mí era lo
que ahora lo escupía de mi zona de influencia, lo que lo lanzaba a la velocidad
de la luz tan lejos de mí que pronto dejaría de verlo. Diana fue a hablar con
él, intercambiaron varias palabras, Alec se enfadó con ella, y yo tuve ganas de
abrirme paso entre la gente y decirle que la americana no tenía culpa de
absolutamente nada. Al principio, Diana había estado más que por la labor de
darle una lección, pero después de ver cómo le daba celos sin ningún tipo de
remordimiento, había terminado cambiando de bando y decidiendo que aquello no
podía seguir así. Ella también estaba enfadada con su chico, y puede que con
que Diana y Eleanor estuvieran molestas con sus equivalentes a Alec debiera de
bastar.
Desde
luego, eso era lo que pensaba Mimi, que había ido en pos de su hermano, puede
que para disculparse en mi nombre (en cuyo caso, yo no me retractaría, y así
podría dejar de comportarme como una zorra sin corazón y volcar todos mis
sentimientos en un cuenco para ofrecérselo a Alec, y que él decidiera si bebía
de él o si por el contrario lo tiraba al suelo, derramando así mis esperanzas
de regresar), o puede que simplemente para decirle que yo no debería ser capaz
de aguarle la fiesta. Fuera lo que fuera lo que
le dijo Alec en mitad de la pasarela en dirección a la superficie, dejó
tan afectada a Mimi que volvió llorando al sofá donde nos esperaba Eleanor, con
el ceño fruncido y varios vasos de chupito vacíos.
Corrí
entre la gente para ver qué sucedía, y mientras Mimi sollozaba en brazos de
Diana me quedé plantada a su lado, acariciándole la espalda despacio.
-Mimi,
¿le he hecho daño?-pregunté como una estúpida, pero Mimi no me respondió. Siguió
llorando y murmurando frases inconexas en el regazo de Diana, hasta que entre
ella y Eleanor consiguieron calmarla.
Mimi
no cruzó más que monosílabos conmigo a partir de entonces, tan fiel a su
hermano que no dejaría que una efímera amistad se interpusiera entre su sentido
de la hermandad y ella. No podía culparla: yo haría lo mismo con Scott. Lo
único que me impedía enfadarme con Eleanor por cómo estaba haciendo sufrir a mi
hermano era la estrecha relación que teníamos, casi de hermanas, aunque no
tanto como Scott y Tommy. Y que, como chica, yo la entendía. Entendía lo que
era estar a merced de un chico hasta el punto de que tu felicidad dependiera de
una muestra de cariño suya. Entendía lo vital que podía llegar a ser un
mensaje: todo hasta el punto de volverme loca y querer destruir todo a mi paso,
sólo porque no había obtenido el “buenos días, bombón” que ni siquiera me
merecía.
Me
sentía fatal por cómo había acabado Mimi por mi culpa, y no podía dejar de
pensar en cómo estaría Alec. Todo por mi estúpido orgullo, que me había cegado
y me había dicho que yo no era suficiente cuando estaba claro que sí. Jamás había
visto a Alec marcharse de una fiesta por su propio pie: cuando lo había hecho,
siempre había sido por ayudar a un amigo. Que se marchara, y encima solo, me
indicaba lo mal que estaba todo entre nosotros y lo poco que estábamos haciendo
por reparar lo que se nos había roto.
Estaba
sola. Total y absolutamente sola. Mis amigas no estaban, Alec probablemente me
odiase a aquellas alturas de la película, y el pequeño remanso de paz que había
encontrado en aquel grupo incipiente con Diana, Eleanor y Mary había
desaparecido antes incluso de terminar de cobrar nitidez entre la bruma del
tiempo. Mi nuevo grupo de amigas, al que yo había considerado durante unas
horas un oasis de tranquilidad, había resultado ser un espejismo cruel invocado
por las arenas del desierto.
Bajo
la mirada crítica del gigantesco peluche de Bugs Bunny, recogí mi teléfono y
entré por enésima vez en Telegram. Como era de esperar y también desesperante,
la conversación con Alec seguía hundiéndose poco a poco en la lista de chats.
Mis amigas estaban comentando unos deberes por el grupo que teníamos en común;
Taïssa incluso me había hecho una pregunta sobre un ejercicio que no se le
había dado del todo bien. Mientras yo se lo explicaba, Momo y Kendra habían
estado escribiendo y decidiendo si iban a ver o no una película al cine. Cuando
envié mi respuesta, el grupo se quedó en silencio durante casi dos horas, hasta
que Taïssa finalmente me dio las gracias.
Quería
enviarle un mensaje a Momo y decirle que sentía todo lo que había sucedido y que
la echaba de menos, pero no podía. No podía disculparme por algo que yo no
creía que hubiera hecho mal, y pedir perdón por sentir lástima de ti misma es
casi peor que no pedirlo cuando eres culpable de algo. Así que, resignada a que
mis amigas fueran al cine sin mí, decidí salir de mi habitación y abandonar a
su suerte al peluche de Bugs Bunny. Recogí mis guantes de boxeo y cerré la
puerta despacio, anhelando que mi móvil empezara a sonar y que el nombre de
Momo apareciera en la pantalla, preocupada al ver que yo no respondía a los
planes que estaban haciendo.
Tras
esperar un par de minutos frente a la puerta de mi habitación, finalmente me
resigné a que todo el mundo estaba siguiendo con su vida salvo yo, y bajé las
escaleras despacio, decidida a matar el tiempo y tratar de animarme un poco. El
ejercicio generaba endorfinas, una hormona de la que yo andaba muy escasa, así
que cuando me abroché el velcro de los guantes de boxeo, un cosquilleo me
recorrió la espalda, escalando por mi anatomía hasta rodear mi cabeza. Me
aparté las trenzas de los hombros y empecé a golpear el saco con un ritmo
pésimo que habría hecho reírse a cualquiera que me hubiera visto, estuviera
iniciado en el boxeo o no.
El
sudor ya me recorría la espalda y tenía las mejillas sonrosadas cuando mamá
entró en la habitación, con su esterilla de yoga rosa bajo el brazo. Se detuvo
frente a mí, mirándome con curiosidad, y frunció el ceño ligeramente tras mirar
el calendario de pared. Se suponía que hoy empezaban mis clases de boxeo, o más
bien mis sesiones de imitación en una esquina de los más expertos del gimnasio,
acompañada de Taïssa.
Pero,
claro, Taïssa iba a salir.
-Cariño-murmuró
mamá, dejando la esterilla junto a la pared y acercándose a mí como una gata,
tan silenciosa que sólo pude intuir su cercanía por el rabillo del ojo. Cuando
se descalzaba, mamá se convertía en un auténtico fantasma: tenía una manera de
caminar que hacía que no pudieran escucharla ni los perros. Y sus caderas se
agitaban con mucha sensualidad, de forma que parecía estar desfilando, con sus
largas y tonificadas piernas, su vientre plano, sus brazos perfectos. Me dieron
ganas de llorar. Mamá era el tipo de mujer por la que los hombres se pelearían
hasta matarse, el tipo de mujer por el que un hombre lo soportaría todo. Una
mujer de liga de campeones. La liga en la que jugaba Alec.
Y yo,
bueno… yo era bajita. Y, por mucho ejercicio que hiciera, no conseguía librarme
del grosor de mis muslos. A eso teníamos que añadirle que me había vuelto una
completa imbécil, a la que ni sus amigas soportaban. No me extrañaba que
estuviera sola. De hecho, había tardado mucho en quedarme sola.
Sentí
cómo se me cerraba el estómago y se me empañaban los ojos, así que traté de
concentrarme de nuevo en el saco de boxeo. Si no respondía y parecía centrada
en mis asuntos, mamá no me molestaría. A ella no le influía para nada lo que yo
hiciera o dejara de hacer en la misma habitación que ella; es más, no sería la
primera vez que mamá se ponía a meditar mientras yo me descargaba con el saco
de boxeo en un día particularmente lluvioso en el que no me apeteciera mojarme.
Sin
embargo, esa vez no tuve suerte. Mamá me tocó el hombro y yo me vi obligada a
detenerme y volverme hacia ella, jadeante.
-¿No
vas a boxear hoy?
-Ya
estoy boxeando-respondí, volviéndome y golpeando de nuevo el saco. Por favor, déjame tranquila, por favor, le
supliqué mentalmente.
Pero,
claro, mamá no tenía poderes psíquicos.
-Me
refiero a ir a clase, mi amor-respondió, acariciándome la espalda en la zona de
los lumbares, a pesar de que estaba totalmente sudada. Pero a ella no le
importaba: cuando quieres a alguien como mamá me quería a mí, todos sus
defectos son motitas de polvo en un universo de virtudes.
-No,
no. Paso-respondí, encogiéndome de hombros y lanzando un nuevo golpe-. No voy a
ir más.
-¿Es
que ha pasado algo?-quiso saber, frunciendo el ceño. Me giré y la miré. Estaba
genuinamente preocupada por mí: entre sus cejas había aparecido una arruguita,
y su mirada se había achinado ligeramente mientras me examinaba, sus ojos
brillando con la perspicacia que sólo la edad y la maternidad combinadas pueden
darte. Entre sus pestañas increíblemente largas aun sin maquillaje, había
motitas doradas, marrones y verdes que chispeaban con inteligencia, leyendo en
mi rostro cosas que yo no quería decirle.
Debería
contárselo. Era mi madre. Siempre había estado ahí para mí, incluso cuando yo
no sabía que necesitaba a nadie, incluso cuando yo no recordaba necesitar a
nadie. Ella era más sabia, daba buenos consejos, y tenía un sentido del tiempo
que poca gente compartía con ella: cuando tenía que escuchar, escuchaba, y
cuando tenía que hablar, hablaba. Me quería con locura y me defendería hasta la
muerte como una leona defiende a sus cachorros, porque yo era su cachorrita.
Pero
no quería que supiera que era un cachorro decepcionante. Me había criado para
que fuera inteligente y empática, y yo llevaba dos días comportándome como si
ella no fuera mi madre o me hubiera negado a aprender nada de ella. Debería
ocuparme yo solita de mis problemas, dado que yo solita los había creado.
Además,
me daba miedo que me regañara por las cosas que yo sabía que había hecho mal.
Necesitaba una mano amiga, alguien que me guiara en la oscuridad, no una voz
que me recriminara el haber soplado personalmente sobre la vela y dejado así
que las tinieblas se abalanzaran sobre mí. Mi familia era lo único que me
quedaba, y estaba tan débil que no podía arriesgarme a perderlos a ellos
también. No quería que mamá se enfadara conmigo, y estaba segura de que lo haría
cuando le contara lo que había sucedido, así que por eso respondí:
-No.
No ha pasado nada.
Mamá
se mordisqueó el labio, sus dedos deslizándose por mi muñeca, mi brazo, mi
hombro, mi cuello, mi rostro.
-No
puedes quedarte en casa los últimos días de vacaciones, Saab. Luego te
apetecerá salir, y no tendrás tiempo.
-Pero
es que no me apetece ahora, mamá-respondí, tozuda, y mamá torció la boca en un
gesto de lástima que no me entusiasmó demasiado, precisamente.
-¿Por
qué? Con lo que te gusta quedar con tus amigas. Antes de empezar las vacaciones
dijiste que tu padre y yo tendríamos suerte si venías a cenar dos días
seguidos, como Scott. Has salido a tu hermano en eso-mamá sonrió, acariciándome
justo detrás de la oreja, mimosa. Mi estómago dio un triple salto mortal hacia
atrás. Scott tenía un grupo de amigos con el que salir; yo, no.
-Bueno,
es que… eso no es una posibilidad ahora mismo. Están… ocupadas.
Mamá
parpadeó despacio, comprendiendo lentamente. Desenmarañó las cuerdas que me
mantenían atrapada y sentí cómo una ola se alzaba dentro de mí.
-Bueno…
¿y no piensas quedar con Alec?
Puede
que estuviera tratando de esconder sus emociones con sus caricias. Quizá
estuvieran hechas para distraerme, pero por desgracia para ambas, yo estaba
despierta y alerta. Supe en cuanto pronunció su nombre que ella sospechaba que
algo iba mal. Al fin y al cabo, era mi madre, la persona que más me conocía en
el mundo. Si Alec había sido capaz de leerme como un libro abierto, mamá ni
siquiera necesitaba abrirme para saber lo que había en mi interior: se sabía
cada palabra de mi historia de memoria, puesto que gran parte la había escrito
ella.
Estaba
usando sus dotes de abogada conmigo. Estaba interrogándome como lo hacía en el
juzgado, o en el despacho cuando preparaba a sus clientes para que no se
desmoronaran ante el abogado contrario. Me dolió pensar que me trataba como a
un problema profesional, y tenía el corazón tan roto que no podía soportar ni
una herida más, por pequeña que fuera.
De
modo que empecé a apartar también a mi familia a base de enfadarme con ella. Me
condenaría a mí misma al destierro si hacía falta. A este paso, sólo me
quedaría Duna.
-Dios,
¡qué pesada, mamá!-gruñí, molesta, apartándome de ella y dándole la espalda
para centrarme en mi saco de boxeo-. No, no voy a quedar con Alec. Y no quiero
hablar de Alec, ¿vale?
Empecé
a golpear el saco con rabia, pero sin ningún tipo de disciplina, de manera que
cuando me quise dar cuenta, estaba prácticamente abrazada a él, dándole
manotazos más que puñetazos, y luchando por respirar. Mamá se acercó a mí
despacio, me tomó de la cintura, me hizo girarme y me acarició la cabeza. Me
dio un beso en el nacimiento de una de mis trenzas y me susurró palabras de
consuelo mientras yo sollozaba contra su pecho.
-Mi niña
hermosa. Mi dulce tesoro. Mi pequeñita.
-Lo
siento-jadeé, incapaz de creerme que pudiera estar volviéndome incluso contra
mamá-. Lo siento, mamá, no quería hablarte así, yo…
Me
separó de ella y negó con la cabeza. Tenía sus manos en mis hombros, sus
pulgares acariciándome el punto en el que se unían con mi cuello. Sabía lo que
tenía que decirme, y no me defraudó. Me demostró que siempre estaría a mi lado
y que mis temores eran infundados con una sencilla invitación.
-¿Nos
damos un baño y me lo cuentas?
Diez
minutos después, continuaba en brazos de mamá, pero con mucha menos ropa y con
unas preocupaciones mías. Después de llenar la bañera casi a rebosar, nos
habíamos metido dentro despacio, disfrutando de la sensación de cosquilleo que
subía por nuestra piel a medida que íbamos metiéndonos más y más en el agua, y
cuando finalmente nos agachamos y desbordamos, nos miramos y nos echamos a reír
como niñas pequeñas planeando su primera travesura conjunta. Mamá apoyó la
espalda en el borde de la bañera, cogió mi champú de manzana y, después de que
yo me sumergiera un par de segundos para mojarme el pelo, hizo espuma entre sus
manos y comenzó a masajearme el cuero cabelludo. Cerré los ojos, disfrutando de
la sensación, esbozando una sonrisa y estirando las piernas a modo de señal de
lo mucho que me estaba gustando.
Incluso
me estremecí un par de veces cuando mamá hundió las uñas en mi melena y
consiguió desenredarme algunos nudos. Aquel gustirrinín me resultaba familiar,
como las notas lejanas de una canción de mi infancia.
-¿Quieres
que pare?-bromeó mamá, viendo cómo me retorcía entre sus manos, y yo sacudí la
cabeza y me hundí un poco más, hasta la nariz. Era un cocodrilo sin escamas.
-¿Crees
que lo de los anuncios de champú es publicidad engañosa, o de verdad se pueden
tener orgasmos lavándote el pelo?
Mamá
rió por lo bajo, en una risita adorable que me hizo recordar que había crecido
en una casa llena de chicos, y que por lo tanto había sido una reina desde que
nació.
-Se
puede. Pero sólo cuando te lo lava otra persona.
Me
volví hacia ella con la boca abierta.
-¿De
verdad?
-Un
par de veces-reconoció, soplando un poco de espuma que se le había quedado en
las manos y haciendo que volara hacia mi nariz.
-¿Con
quién?
-Sabrae,
por favor. Sólo me he bañado con dos hombres en mi vida, y con uno de ellos no
sería apropiado que yo tuviera un orgasmo.
-¿Por
qué?
-Porque
es Scott.
-¿Y
el otro?
Su
sonrisa se amplió un poco. Yo ya sabía la respuesta, pero quería que me la
dijera. Al contrario de lo que había pensado en un principio, la felicidad de
otra persona puede ser contagiosa. No es algo que se te restriegue por la cara,
sino el calor de un fuego en invierno que, si bien es ajeno, no deja de
calentarte a ti también.
-Tu
padre-complacida, volví a hundirme entre sus piernas y chapoteé un poco-. Es
muy bueno con las manos. Pero no se lo digas, ¿vale?-me besó la cabeza-. No
queremos que se le suban los humos.
No
contesté, pero mi silencio fue respuesta suficiente. Dejé que mamá me aclarara
el pelo y luego le lavé yo el suyo; me encantaba hundir los dedos en su melena
sedosa y larga. Incluso cuando estaba mojada, seguía teniendo ese tacto tan
suave y familiar. Me recordaba a mi más tierna infancia, cuando yo era tan
pequeña que no podía bañarme sola, pero no lo suficiente como para no recordar
con qué mimo me echaba agua en la cabeza y me comía a besos mientras me
enjabonaba, muchas veces con papá sentado a nuestro lado, mirándonos embobado.
A
medida que el agua se iba poniendo tibia, aumentaba su influencia en mí. Había
conseguido dejar a un lado mis pensamientos destructivos, y ahora sólo estaba
concentrada en el aroma a manzana y maracuyá que despedía mi cuerpo, y a flor
de loto y granada que desprendía el de mamá por culpa de sus champús. Toda mi
angustia se disolvió en mi baño, y me permití incluso juguetear un poco en el
agua, con mamá mirándome con atención. Cuando me acurruqué contra ella y le di
un beso en la clavícula, ella me acarició la cabeza.
-Mi
pequeña sirenita de preciosos piececitos-musitó para sí, besándome de nuevo, y
yo sonreí. ¿Cómo podía decir que estaba sola mientras mi madre estuviera
respirando? Ella jamás dejaría que me pasara nada malo. Y yo se lo pagaba
ocultándole cosas y poniéndome borde cuando ella demostraba preocupación. Yo le
importaba. No debería reaccionar como lo había hecho cuando me sugirió que
saliera con Alec. Ella no sabía nada, y era hora de ponerla al día.
Sin
embargo, mi corazón seguía reticente a abrirse. Ambos sabíamos que mamá no
haría otra cosa que sanarme, pero para curar una herida primero tienes que
limpiarla, y para limpiarla debes abrirla, y eso es doloroso. Así que las palabras se quedaban atragantadas en mi boca,
negándose a salir, artistas que de repente recordaban su nada conveniente miedo
escénico.
-Bueno,
mi amor. Llevas unos días un poco rara. No brillas tan fuerte como sueles
hacerlo. ¿Qué te parece si me cuentas qué ocurre?
Me
acurruqué un poco más contra ella; a estas alturas, mi cuerpo se había acoplado
tanto al suyo que estaba segura de que dejaría huella en la forma de mi madre
una vez nos separáramos. Jugueteé con una nubecita de espuma que flotó hasta mí
y me encogí de hombros.
-Me
he peleado con mis amigas. Y con Alec. No nos hablamos.
-¿Quién?
-Nadie
con nadie.
Escuché
más que vi cómo fruncía el ceño.
-No
me parece propio de ti pelearte con tus amigas hasta el punto de no hablarte
con ellas. Y tampoco me lo parece de Alec.
-Bueno,
lo de Alec lo he provocado yo. Pero lo de mis amigas no es por gusto. Cuando
fui a la biblio para terminar nuestro trabajo de Historia, estaban enfadadas
conmigo. Nos peleamos y se marcharon. Por eso volví tan disgustada.
-¿Te
dejaron sola?-inquirió mamá, sorprendida-. ¿Amoke también?
-Amoke
fue la primera en marcharse.
Mamá
chasqueó la lengua.
-¿Y
por qué os peleasteis?
-Por
Alec-respondí, deslizándome suavemente por su pecho hasta quedar con la cabeza
apoyada en su vientre. Tenía la boca al nivel del agua; si la abría, me
entraría un poco. Puede que estuviera una excusa para terminar allí la
conversación, porque no me gustaba cómo la estaba enfocando. Volvía a estar
triste. Con el frío del agua, también se enfriaba mi espíritu.
-No
está bien que os peleéis por un chico, Sabrae. Sois amigas. Aunque, si te soy
sincera, Alec no es sólo un chico. Pero aun así…
-Momo
no está interesada en Alec. Es por otra cosa-y procedí a contarle todo: su
magnífico plan para emborracharme en Nochevieja y que yo me volviera un
corderito dócil y sumiso al que Alec pudiera manejar como quisiera, lo
caballero que había sido él cuidándome y cómo le había fastidiado la noche que
más le gustaba del año, su encontronazo con mis amigas en la discoteca, mi
discusión con ellas y mi posterior discusión con él. Y los mensajes. Le conté
lo de los mensajes. En circunstancias normales, yo no habría abierto la boca:
los mensajes de buenos días nos pertenecían sólo a Alec y a mí, y hablar de
ellos con alguien, por mucho que ese alguien fuera mamá, me parecía una
traición. Una invasión de nuestra privacidad. Un cuchillo rasgando el velo de la
confianza y la intimidad que nos había protegido del mundo y nos había
permitido mostrarnos al otro tal como éramos, sin miedo a ser juzgados, sin
ganas de juzgar.
Para
cuando terminé de contarle, estaba llorando. Mamá me acariciaba los hombros y
me dejaba desahogarme en silencio, permitiendo que formulara frases inconexas
que no tenían ningún sentido para nadie más que para mí. Me estaba regodeando
en mi dolor como llevaba haciéndolo varios días por la noche, pero aquello era
diferente: era de día, y estaba acompañada. Estaba completamente desnuda, tanto
de cuerpo como de alma. Por suerte, mamá sabía estar a la altura de cualquier
situación, y en aquella no iba a ser menos.
-Te
parecerá… una bobada… pero es que… valoro mucho esos mensajes-hipé y sorbí por
la nariz-. Me animaban tanto… me hacían sentir especial… que lo nuestro era…
real.
-Lo
vuestro es real, Saab.
-Lo
sé. Bueno. Lo sabía. Ahora no sé nada. Sólo sé que la he cagado. Y que echo de
menos coger el móvil y tener un mensaje suyo, aunque sea hablando de la más
remota tontería. Echo de menos hablar con él. No quiero levantarme por las
mañanas y…-sorbí de nuevo por la nariz-, y no saber si él se ha levantado antes
que yo, o no saber si ha pensado en mí cuando ha visto salir el sol, o… Dios,
te pareceré tan cría…
-En
absoluto. Un “buenos días” del hombre al que amas puede convertir una mala
noche en una buena. Cuando tu padre se iba de gira, siempre nos enviábamos
mensajes antes de acostarnos y justo después de levantarnos. Era como si
durmiéramos juntos aunque estuviéramos en diferentes continentes. No tienes que
sentirte mal por tener sentimientos, mi niña.
-Es
que encima… no tengo a nadie con quién hablarlo. Después de lo de anoche, no
creo que Eleanor, Mary y Diana quieran volver a salir conmigo, y mis amigas…
-Para
empezar, creo que no deberías preocuparte tanto por tus amigas, sobre todo si
hicieron lo que hicieron y no son capaces de admitir que estuvo mal-me regañó
mamá, y yo la miré-. Sé que no te hace gracia que te lo diga, pero si te soy
sincera, creo que Alec no ha hecho absolutamente nada malo. Se preocupa por ti,
igual que lo hago yo. Y yo les habría cantado las cuarenta a tus amigas de
haber venido a decirme lo que pasó realmente en Nochevieja.
-Fue
un accidente, mamá.
-Me
da igual que fuera un accidente, Sabrae. Accidentes también son los de la gente
que coge el coche habiendo bebido, se sale de la calzada y matan a una familia.
Hacen mal igual. Por mucho que no quieran matar a nadie, los terminan matando,
y deben asumir las consecuencias. Con tus amigas pasa lo mismo. Si no son lo
bastante maduras como para comprender que han cometido un error y se niegan a
disculparse contigo, prefiero que no andes con ellas, sinceramente.
-Pero es que, ¡estaban enfadadas!-lloriqueé, y
mamá levantó la mano con la palma vuelta hacia el techo.
-¡A
eso voy! No tienen ningún derecho a enfadarse. Las que se han equivocado son
ellas, no Alec. Alec ha hecho lo que tenía que hacer.
-Perdió
totalmente los papeles con ellas.
-Siguen
vivas, ¿no? Eso no es perder los papeles. Perder los papeles sería lo que haría
yo si yo hubiera sido Alec.
Volví
a juguetear con otra nube de espuma, reflexionando sobre lo que me acababa de
decir. En el fondo, yo había llegado a la misma conclusión que ella, pero no
había querido quedarme sin mi parte de culpa, ni tampoco le había querido
quitar la suya a Alec: ellas lo habían hecho mal, por supuesto, y me habían
pedido perdón (a medias, pero a mí me bastaba), pero él había reaccionado de
forma excesiva y yo me había puesto chula con ellas sin ningún motivo.
-Ellas
lo lamentan-las defendí inútilmente, sin saber si ellas estarían haciendo lo
mismo por mí. Era muy posible que no. Al fin y al cabo, nuestra relación ahora
mismo era mínima. Habían salido por ahí y yo no estaba invitada. O, si lo
estaba, había sido por compromiso. No querían que fuera realmente. Mi sentido
de la lealtad era absurdo.
-Pues
no lo parece-respondió mamá, tajante, dejado las manos a ambos lados de la
bañera y tamborileando con los dedos en el borde una marcha militar. Miré cómo
sus dedos subían y bajaban, abatida.
-Y,
respecto de Alec…
-Creo
que te dijo cosas horribles, al igual que se las dijiste tú. Creo que hay
algunos límites que ha cruzado, de la misma forma en que tú también lo has
hecho. El respeto es la base de una relación, Sabrae. El respeto, no el amor.
Si no hay respeto, por mucho que haya amor, lo mejor será que te vayas de ahí.
Y creo que os habéis faltado los dos al respeto, pero… no has tenido un
comportamiento ejemplar-me recordó, y yo asentí con la cabeza.
-Lo
sé.
-Entiendo
hasta cierto punto que quieras darle celos; al fin y al cabo, es lo que todo el
mundo te vende: que las cosas no se solucionan hablando, sino viendo quién da
más. Pues por este camino vas mal, mi vida. Si le quieres, no intentes hacerle
daño. Si le echas de menos, lo mejor será que vuelvas a acercarte a él.
-No
creo que vayamos a tener una segunda oportunidad, mamá.
-El
no ya lo tienes. Mira, mi niña: él ha hecho cosas mal, sin duda. Te conozco, sé
cómo eres, así que entiendo que te moleste que él luche tus batallas por ti,
pero si lo hace es porque te quiere. Si crees que se ha extralimitado, deberías
hablarlo con él, pedirle que no se repita, y estoy segura de que no se
repetirá. Alec puede ser muchas cosas; puede que no haga caso a Annie, pero sé
que a ti sí te lo hace. Te valora más de lo que piensas. Está enamorado de
ti-me reveló, y yo contuve el aliento. Una cosa era escuchárselo decir cuando
le estaba rechazando y él estaba furioso, o cuando estábamos enrollándonos y él
estaba dentro de mí, pero que tu madre te diga que el chico del que estás
enamorada te corresponde en plena charla materno-filial es una sensación tan
poderosa como la de sentirse minúsculo al lado del mar-. No sé si te lo habrá
dicho ya o si te lo imaginas, pero Alec está enamorado de ti. Y teniendo eso en
cuenta, sólo había una única forma de reaccionar a lo que tus amigas le
dijeron: como lo hizo.
Miré
las espirales que mis manos formaban en el agua.
-Dime
una cosa, mi nena: si la situación hubiera sido al revés, ¿no habrías hecho lo
mismo?-levanté la vista y mamá alzó una ceja-. Si Scott, Tommy y los demás
hubieran emborrachado tanto a Alec, y luego hubieran venido a decírtelo como si
nada, ¿tú no te habrías puesto furiosa?
Asentí
despacio con la cabeza.
-Pues
entonces no juzgues a Alec por algo que tú también habrías hecho. Y sin dudar.
¿A que sí?
-Sí-acepté,
sumisa, y mamá sonrió, me acarició la mandíbula y me dio un pellizquito en la
barbilla.
-Y,
respecto a Eleanor y las demás… yo no me preocuparía. Sabes cómo es Eleanor.
Entiendo perfectamente que te pongas en lo peor; cuando las cosas empiezan a
torcerse, parece que sólo saben ir a peor, pero… no te comas la cabeza por
cosas que no sabes seguro. Lo único que puede hacerte daño ahora mismo es lo
que tienes aquí dentro-me dio un toquecito en la sien-. Puede que Mary
estuviera preocupada por su hermano, simple y llanamente, lo cual es
comprensible. Quizá esté de resaca. Quizá esté ocupada. Y Eleanor, lo mismo. No
pienses que estás destruyéndolo todo, pequeña: siento decírtelo, pero no eres
tan importante en sus vidas. No tienes tanto poder.
Torcí
la boca en un mohín mientras consideraba sus palabras.
-Entonces…
¿tú crees que debería intentar hablar con Alec y con mis amigas para aclarar
todo esto?
-Ya
que ellas no dan el paso…-mamá se cruzó de brazos-. Lo justo es que les digas
cómo te sientes. No tenían ningún derecho a acorralarte de esa manera, y creo
que ellas deberían dar el paso, pero si quieres hacerlo tú, adelante. Y
respecto a él… hablando se entiende la gente, Saab. Hablando, no gritando.
-Le
he dicho cosas horribles. Cosas que han hecho que nos distanciemos como nunca.
Ni siquiera cuando nos odiábamos estábamos tan lejos el uno del otro.
Mamá
sonrió.
-Cuando
le odiabas.
-¿Qué?
-Cuando
tú le odiabas a él. Alec jamás te ha odiado. Te adoró desde el momento en que
posó los ojos sobre ti. ¿Crees que una estúpida pelea puede con años y años de
cariño?-mamá se echó a reír-. Sabía que había criado a una revolucionaria, pero
nunca pensé que lo sería en el campo de la estupidez.
Seguí
metida en el agua un rato más, sumida en mis pensamientos, mientras mamá salía
de la bañera y comenzaba a prepararse para un evento que tenía con papá esa
noche. Sabía que tenía razón, pero algo no terminaba de encajar.
Puede
que Alec se hubiera cansado de esperar. Puede que hubiera decidido que ya
estaba bien. Quizá la pelea había sido la gota que había colmado el vaso. O, si
no, desde luego lo había sido la noche anterior. La forma en que me había
mirado… como si no me reconociera. Como si no supiera quién era yo. Como si
fuera todo lo contrario a lo que había tenido frente a sí durante tantísimo
tiempo. Algo había cambiado entre nosotros. Algo mucho más poderoso que los
años de cariño a los que mamá se había referido.
Ella
no lo entendía. No había estado allí. No nos había escuchado gritarnos, no nos
había visto besarnos, no vio la crueldad en sus ojos cuando le mordí y él dejó
de ser el malo de la película, ni la determinación rabiosa en los míos en el
baño de la pastelería antes de ir a bailar, con hacerle la vida imposible a
Alec como único objetivo en mente.
Necesitaba
despejarme, el consejo neutral de alguien. Mamá apostaba por Alec y por mí, y
siempre había sentido debilidad por él, así que era normal que se inclinara
hacia él. Scott estaba definitivamente descartado: el único que defendería a
Alec con más ganas que mamá era mi hermano; y a papá no podía acudir, porque le
preocuparía más incluso de lo que ya estaba, y además no quería hablar de ello.
Sólo
había una persona que me quedara a la que poder acercarme. Cuando llamé a la
puerta de su habitación, sentía un nudo en el estómago que me daba ganas de
vomitar. Levantó la cabeza y se me quedó mirando.
-Shash,
¿te parece que vayamos al cine, o algo? Necesito salir de casa.
Mi
hermana era la persona más casera que había conocido nunca: prefería quedarse
en casa viendo películas o series asiáticas durante todo el fin de semana a
salir como lo hacíamos Scott y yo. Que bajara la tapa de su ordenador sin
rechistar, se levantara de un salto y fuera a su armario, me hizo ver lo mucho
que me quería y lo perdida que estaría sin ella.
Papá
nos prohibió que volviéramos después de que él y mamá se marcharan de casa,
pero nos dio un billete de cincuenta libras y nos dijo que podíamos traer la
cena y comérnosla en casa si nos apetecía. Así que cogimos a Duna, fuimos hasta
el centro, dimos una vuelta, y paramos en un japonés a por un par de menús
antes de volver a montarnos en el bus, con Duna dormitando sobre mis piernas y
la comida en el regazo de Shasha, que no dejaba de olfatearla.
-¿Estás
mejor?-quiso saber mi hermana, y yo asentí y le di un beso a Duna. Estando con
mis hermanas, apenas había pensado en la pelea con mis amigas, y Alec me había
cruzado muy pocas veces la mente, aunque más de lo que lo habían hecho Momo,
Taïssa y Kendra. Supongo que eso ya indicaba qué era lo que más angustiada me
tenía, aunque me sentía un poco rastrera por cómo había dejado a mis amigas en
un segundo plano. Pero la charla con mamá me había hecho darme cuenta de que yo
era la única que no tenía culpa de lo que había sucedido: era la víctima de la
situación, y mis amigas se estaban comportando como unas niñas caprichosas que
no saben asumir que lo han hecho mal.
Todavía
me dolía pensar en lo que había sucedido, pero ahora estaba un poco más
tranquila. Después de todo, puede que salir de casa sí que hiciera bien.
Debería tratar de convencer a Scott para hacer algo fuera por la noche, aunque
fuera solamente ir al cine: Eleanor le había dado un ultimátum y él estaba
hecho polvo, se negaba a ir a ningún lado y no se había quitado el pijama en
todo el día, aunque sus videojuegos tampoco habían acusado la invariabilidad de
su vestuario. Se podría decir que la mansión Malik era la
mansión Drama.
-He hablado con mamá-le expliqué
a Shasha, que alzó las cejas y meneó la cabeza, como diciendo no me digas, vaya, qué sorpresa. Afiancé
el abrazo alrededor de Duna y me agarré al asiento delantero cuando el bus tomó
una curva más pronunciada que las demás-. Me ha hecho ver las cosas desde una
nueva perspectiva.
-Las nuevas perspectivas están
bien-asintió con la cabeza Shasha, dando un sorbo de los restos del zumo que le
habíamos comprado a Duna en el centro comercial.
-Cree que debería hablar con Alec
y esperar para hablar con mis amigas-expliqué, y Shasha asintió de nuevo con la
cabeza, indicándome que tenía toda su atención-. Pero me da un poco de
vergüenza ir a hablar con él después de lo que hice anoche.
-¿Qué hiciste anoche?
-Bailé con muchos chicos.
-Bueno…
-… para ponerle celoso.
Shasha parpadeó.
-¿Y funcionó?
-Sí.
Volvió a parpadear.
-¿Mucho?
-Sí. Muchísimo. Increíblemente.
Shasha mordisqueó la pajita.
-Vaya. No pensaba que Alec fuera
de los que se ponen celosos. Parece tan… relajado. Chill debería ser su segundo nombre. ¿Sabes cuál es?
-No tengo ni idea. Algo entre
capullo y sexy. Como… Josh. Como Josh Hutcherson.
Shasha arrugó la nariz.
-Alec Josh no suena bien.
-Pues quizá Christopher. Como
Chris Hemsworth.
-¡Ya quisiera Alec estar tan
bueno como Chris Hemsworth en Thor!-protestó
Shasha, dándome un empujón, y yo me eché a reír. Duna entreabrió los ojos, pero
enseguida volvió a cerrarlos-. Aunque debo reconocer que Alec Christopher suena
bastante bien.
-Pero no tiene cara de
Christopher, ¿verdad?
-¿De qué tiene cara? ¿De amor de
tu vida y padre de tus hijos?
Esta vez fui yo la que le propinó
un empujón.
-Cállate, petarda. Estoy enfadada
con él, ¿recuerdas? No deberías mencionarme nada sobre hijos en este momento.
-¿Por qué no? No me digas que no
lo has pensado nunca. Que te conozco, Saab-alzó las cejas de forma seductora-.
Seguro que ya has puesto en alguna web de descubrir cómo serían tus hijos con
alguien una foto tuya y de él.
-No necesito poner nada de eso
porque sé que mis hijos serán guapísimos, al contrario que los tuyos, que
tendrán claramente la peor herencia genética de toda la familia-espeté, muy
digna, alzando la barbilla.
-A
mis hijos inexistentes no les insultes, eso para empezar. Además, no voy a
tener hijos. Tengo los genes de Scott. Imagínate que me salen como él. Ni de
broma-sacudió la cabeza-. Con uno, ya nos basta, gracias.
Me
quedé mirando la parte frontal del autobús, donde una pareja de aproximadamente
la misma edad que Scott se daba el lote de forma descarada. Shasha también los
miró, y luego, clavó los ojos en mí.
-Yo
creo que deberías hacer lo que te dicte tu corazón-musitó, y me volví para
mirarla.
-¿Qué?
-Con
respecto a Alec. Y a tus amigas. Pero sobre todo, a Alec. Haz lo que te dicte
tu corazón. Es lo que dicen las pelis de Disney. Moana hizo lo que le dictaba
su corazón, y salvó a todo el planeta de la petrificación… y fue la primera
princesa en hacerse moños. Me siento muy representada con ella por eso-Shasha
se llevó la mano al pecho-. Jasmine no me representa: yo no voy por ahí con el
ombligo al aire a todas horas ni tengo un jaguar como mascota.
-Moana
tiene un gallo bobo como mascota.
-Estoy
bastante segura de que el espíritu animal de Scott es un gallo. Mira cómo se comporta:
a veces parece que está compitiendo con algún actor de Hollywood para ver quién
es más chulo.
-Pero
Scott no es bobo.
-No,
la boba eres tú-Shasha me dedicó una sonrisa llena de dientes-. Es que estoy
intentando integrarnos a todos en un único personaje Disney. Estaba pensando en
Mushu, porque básicamente medís lo mismo, pero no sé cómo encajar que sea un
lagarto.
-Dragón,
dra-gón, no lagarto-bufó Duna, que había abierto los ojos y estaba fulminando a
Shasha con la mirada-. Él no hace eso de la lengua-y le sacó la lengua a
nuestra hermana, que hizo un mohín, el cual se amplió un poco más cuando yo me
eché a reír a carcajada limpia. Interrumpí la sesión de intercambio de babas de
los chicos de la parte delantera del bus, pero no me importó. Me sentía bien.
Todo
lo bien que puedes sentirte cuando no sabes qué es lo que te dicta tu corazón,
pero… bien, al fin y al cabo.
La
alegría me duraría poco: en cuanto entráramos en casa con la bolsa del japonés
colgando y Duna durmiendo en mis brazos, descubriríamos que habíamos comprado
una ración extra que Scott no iba a utilizar: sus amigos habían venido de
visita.
Todos sus amigos.
Shasha
me lanzó una mirada cargada de significado cuando escuchamos la risa de Alec al
otro lado de la casa, en el cuarto de juegos, surgiendo del lado contrario al
que debería: en lugar de provenir del cielo, como el sonido angelical que era,
surgía de las entrañas de la tierra, ascendiendo del infierno. Puede que
aquello fuera una señal.
Mi
hermana me dio un codazo, pero yo negué con la cabeza y subí a toda velocidad
las escaleras en dirección a mi habitación tras darles un beso a papá y mamá.
Scott tendría que darse por besado: no me sentía preparada psicológicamente
para entrar donde estuviera Alec y tener que verle de nuevo. No después de lo
que había pasado. La última mirada que me había dedicado había sido de puro
odio, decepción e incluso desconocimiento, y mi subconsciente la había
maquillado un poco gracias a los efectos del alcohol y la música alta. Ahora,
estaba completamente sobria, y para colmo no habría ningún sonido en el que
tratar de escudarme para distraerme: sabía que, en cuanto entrara en la
habitación, se haría el silencio y todos los ojos se centrarían en mí. No
habría escapatoria.
Shasha
llamó a la puerta de mi habitación y me descubrió extendiendo una manta sobre
la alfombra, que usaríamos como mantel. No trató de convencerme de que debía
bajar al piso inferior y hablar con Alec; no era su estilo. En silencio, me
ayudó a extender bien la manta y extrajo las cosas de la bolsa del restaurante.
Duna se sentó como una auténtica japonesa, sobre las rodillas, mientras Shasha
y yo nos sentábamos a lo indio. Le partimos los palillos y dejamos que se
peleara con las bolitas de arroz, los nigiri,
futomakis y por supuesto el sashimi, mientras
del piso inferior seguía ascendiendo el alboroto de la fiesta que los chicos le
tenían montada a Scott.
Vimos
una película, esperando a que los de abajo se callaran un poco, y cuando por
fin empezó a reinar el silencio, las chicas se fueron a sus habitaciones.
Sólo
cuando me quedé sola me atreví a coger el teléfono, puede que esperando un
mensaje de Alec que nunca llegó. Debería empezar a acostumbrarme a aquel
silencio, pero una nunca termina de sentir que su corazón ha tocado fondo. El
órgano más caprichoso del cuerpo tiene un talento especial para encontrar los
abismos más profundos y lanzarse de cabeza hacia ellos.
Nada.
Mi fondo de pantalla de siempre, una foto con mis amigas en una excursión al
Jardín Botánico, seguía ocupando la pantalla como si no hubiera ocurrido nada.
Nos miré a las cuatro, sonrientes, abrazadas las unas a las otras, mirando
directamente a la cámara y derrochando confianza en nosotras mismas. Puede que
tuviera que ir pensando en cambiar aquella foto: dolía demasiado mirarla.
No
obstante, todavía no estaba preparada para decirles adiós, por mucho que mamá
pensara que debía hacerlo. Así que activé el modo “no molestar”, para poder
engañarme a mí misma diciéndome que el silencio del móvil se debía a esa opción,
y no a que nadie quería hablarme, me di la vuelta en la cama y traté de
quedarme dormida.
Surfeé
en una duermevela, en el límite entre el sueño y la vigilia, durante varias
horas, hasta que por fin me desperté definitivamente, con la luna entrando poderosa
por la ventana de mi habitación. Tenía la boca seca, puede que de haber estado llorando en sueños, o puede
que simplemente porque no había bebido nada durante la cena. De modo que me
enfundé mis zapatillas y salté de la cama, poniendo cuidado en no destapar al
peluche de Bugs Bunny, y bajé las escaleras. La casa estaba en silencio, lo
cual agradecí. Lo último que necesitaba era pensar en lo cerca que estaba Alec,
y a la vez lo alejados que estábamos el uno del otro.
Me
deslicé como una sombra en dirección a la cocina, tomé un vaso del armario y lo
llené de agua de la nevera. Me acerqué a la puerta que daba al comedor, y
observé el jardín en penumbra mientras daba un sorbito de agua. Me apetecía ir
y sentarme en el césped a contemplar las estrellas, soñar despierta con que yo
era una de ellas y nada podía hacerme daño. Cualquier cosa excepto seguir allí,
sometida a los demonios que me acechaban en la noche.
Regresé
de nuevo al corazón de la cocina, di el último sorbo, aclaré el vaso y lo dejé
secando en la encimera.
No sé
si las estrellas querían que formara parte de ellas o simplemente se estaban
riendo de mí, pero el caso es que mi efímero deseo de sentarme y estar
tranquila, creyendo que era un cuerpo astral en lugar de una chica, se vio
deformado en cuanto me di la vuelta, retorcido hasta ser casi irreconocible.
Un
sueño mayor se había materializado delante de mí.
De
pie, en la puerta, Alec estaba enmarcado como si fuera el protagonista de un
cuadro renacentista. Me miraba con los ojos brillantes, del color del chocolate
caliente en una tarde de invierno, igual de apetecibles e igual de
tranquilizadores. Se mordía ligeramente el labio, estudiando mi atuendo,
escaneándome con cuidado como si estuviera tratando de memorizarme para
retratarme para un museo. Así que yo hice lo mismo, con un vuelco de mi corazón
y la sensación de estar flotando.
Estaba
guapísimo. Que todo el mundo dijera que Alec estaba bueno era en realidad un
insulto, porque no se ajustaba a la realidad: Alec no estaba bueno, Alec era
hermoso, simple y llanamente. Todo su cuerpo estaba cincelado por los dioses,
porque ningún mortal podría crear formas tan perfectas y proporciones tan
equilibradas sin cometer ni el más mínimo error. No tenía ni un solo defecto en
el que escudarte para empezar a pensar que era humano. Incluso su expresión
somnolienta era tremendamente atractiva: a pesar de que era el cuerpo de un
hombre, su alma era la de un niño inocente que sólo quiere amar y que le amen.
Su boca invitaba a besarla y a decirle palabras bonitas para ver cómo sus
labios se curvaban en una sonrisa, sus ojos chispeaban con inteligencia y
emoción, y su pelo… oh, su pelo. Estaba revuelto por el suelo, como una nube de
colores equivocados que no presagiaba tormenta, sino la calma necesaria para navegar en paz.
Le
echaba de menos. Le echaba tanto de menos que me dolía físicamente. Nunca pensé que tus sentimientos por alguien podrían
tener tanto poder, hasta que lo vi allí de pie, tan cerca y tan lejos, tan mío
y a la vez tan ajeno. Odié la distancia que nos separaba y odié el abismo que
habíamos cavado entre nosotros, porque lo único que quería era echarme en sus
brazos y coserme a él, dar puntadas en nuestras almas hasta convertirlas en el
más precioso de los mantones, hacerle el amor y que él me lo hiciera a mí de
tal forma que jamás pudiéramos volver a ser alguien completo si estábamos
separados.
Me
llevé las manos al regazo, retorciendo los dedos, poniéndome nerviosa a cada
segundo que pasaba. No debería estar pensando en eso. No a esas horas, no con
la casa llena de gente, no con las cosas como estaban. No quería su cuerpo (no
solamente, al menos): le quería a él, al completo. Y no nos acercaríamos con
sexo. Por mucho que a mí me apeteciera, el sexo no serviría. Nos habíamos hecho
un daño emocional irreparable con los cuerpos: sólo las palabras servirían
entonces.
No
podía seguir con él. Tenía que marcharme, pues nublaba mis sentidos.
-Hola-susurré
con un hilo de voz, temiendo que se hubiera quedado embobado mirándome y que
pronto recordara lo que le había hecho la noche anterior. Cómo lo había puesto
furioso a base de darle celos con tíos que jamás podrían tratarme como él lo
hacía, cómo se marchado hecho una furia, cómo Mimi había llorado al escuchar
cómo le había destrozado yo.
No te alejes de mí.
-Hola,
bombón-respondió él en un jadeo que hizo que todo en mi interior se
desintegrara durante un segundo. Sufrí un pequeño Big Bang al escuchar su
anhelo, sus ganas de que todo volviera a ser como antes. Dio un paso hacia mí,
y yo quise que diera otro, y otro, otro
más, hasta tenerlo a centímetros.
No me
defraudó.
Alec
Whitelaw, señoras y señores. El chico que jamás defrauda, incluso cuando te
mereces que lo haga.
-¿No
puedes dormir?-inquirió, y su voz era ronca, ronca como los vídeos de buenos
días que había perdido por ser tan obtusa y no ver que si me protegía, no era
porque me considerara vulnerable, sino porque me quería.
-Tengo
sed. ¿Y tú?
-Yo
también.
Nos
separaban centímetros, apenas pasaba el aire entre nosotros. Sus pies tocaban
los míos, y su cuerpo se inclinó hacia el mío. Levantó la mano y me permitió el
inmenso honor de dejar que sostuviera mi mentón. Su pulgar se paseó por mis
labios de la misma forma en que lo hacía cuando yo llegaba al orgasmo gritando
su nombre, y nos quedábamos abrazados un rato, nuestros cuerpos aún unidos,
nuestro placer entremezclado, y él decidía recoger su nombre de mi sonrisa con
los dedos.
El
pulso se me disparó hasta el punto que pensé que me explotaría el corazón.
Dejándome llevar por el momento, cerré los ojos y disfruté de la increíble
sensación que era tenerlo tan cerca, fingir que estaba todo bien entre
nosotros.
Me
costaba respirar. No supe que estaba sonriendo hasta que sus labios tocaron los
míos. El corazón me latía aún más desbocado ahora que nuestras bocas estaban de
nuevo en contacto, sus labios acariciaron los míos despacio, depositando un
suave beso de reconciliación, un beso que sonaba a “capítulo dos”…
…
pero no podíamos empezar nuestro capítulo dos sin haber puesto un buen punto y
final al uno. Las sagas en cuyas primeras entregas las parejas rompían al
principio terminaban con ellos dos separados, y yo no quería terminar separada
de Alec.
No podía terminar separada de Alec.
Teníamos
que hablarlo. Tenía que pedirle perdón por todo lo que le había dicho y le
había hecho, y él tenía que aceptar mis disculpas. Si seguíamos así, tan cerca,
tan mezclados, terminaría pidiéndole que subiera a mi habitación y me tomara en
mi cama, donde muchas veces le había soñado, y sería como si no hubiera pasado
nada entre nosotros. No podríamos aprender de aquel error.
Así
que abrí los ojos y le puse una mano en el pecho, empujándolo suavemente,
recordando con amargura cómo había sido la última vez que sus labios estuvieron
en mi boca y mi mano fue hasta su pecho. Esta vez, no le mordería.
No me
hizo falta. Esta vez, él no se resistió.
-No-gemí.
Recordaba su expresión en la pista de baile. La forma en que me había odiado
entonces. La forma en que me había odiado cuando le mordí. Cómo había disfrutado
haciéndome aún más daño. No, no podía ser. Alec tenía el poder de destruirme
con solo una mirada, y yo tenía que quitarle ese poder. No podría existir si él
seguía decidiendo sobre mí como un escritor decide sobre su historia.
Me
escurrí en el hueco que había entre su cuerpo y la encimera y corrí hacia la
puerta de la cocina con las lágrimas ardiéndome en los ojos.
-Sabrae-gimió
él, y yo me detuve en seco. Su voz sonaba como seguro la había escuchado Mimi
en lo alto de la rampa en espiral. Me apoyé en el vano de la puerta, mareada, y
escuché cómo él se apoyaba en la encimera.
-No
puedo-gemí. Cada palabra era un puñal que me rajaba la garganta. Mi rechazo me
quemaba en la lengua y la laceraba como una espada al rojo vivo. Ojalá haberme
quedado muda. Ojalá no haber tenido nada con lo que resistirme a él.
Ojalá
tener amnesia y no recordar el daño que le había hecho. No iba a ser mío; nunca
lo sería. Jamás le vería de esa guisa: con el pelo alborotado, los ojos
somnolientos, una sonrisa boba en la boca cuando se daba cuenta de que habíamos
pasado la noche juntos. No compartiríamos sueños. Era Alec, me intenté
recordar. Compartía cama, pero no sueños.
Si
había visto a mi Alec en él era porque estaba tan desesperada y le echaba tanto
de menos que sería capaz de imaginármelo en cualquier chico. Las cosas estaban
mejor así. Si él era su versión de siempre, yo no podría hacerle daño, y si no
podía hacerle daño sus ojos jamás se teñirían de la tristeza pétrea que se
escondía detrás del fuego de la noche anterior, de la tarde de hacía tres días.
-Lo
siento. Aún me duele. No puedo.
Le
escuché moverse y yo clavé los ojos en la escalera, como si fuera Medusa. Si
nuestros ojos se encontraran, perdería toda mi fortaleza.
-Nena,
por favor. No tiene por qué dolerte. Podemos superarlo, los dos juntos.
-No
puedo, Alec-su nombre dolía tanto que me prometí a mí misma que no volvería a
pronunciarlo-. No puede ser.
-Sí
puede ser. Ha podido ser durante meses. No quiero pensar que terminamos así.
-Es
que hemos terminado así-respondí, odiándome a mí misma-. Ya nos hemos dado
nuestro último beso.
Escuché
cómo contenía el aliento, aterrorizado, pero yo pensé que tampoco había estado
tan mal. Nuestro primer beso había sido más fogoso; ya que se habían invertido
los papeles, tenía sentido que nuestro beso de despedida hubiera sido dulce,
como si fuera un primero en el que nuestras bocas no se conocían.
-No
puedes querer que nuestro último beso fuera un mordisco-acusó, dolido, y se me
cayó el alma a los pies.
-Nuestro
último beso no ha sido un mordisco-jamás consideraría aquello un beso-. Ha sido
una caricia.
-No
puedes estar refiriéndote a…-empezó, y en su voz había tanta desesperación que
me prometí a mí misma que no volvería a acercarme a él tanto como para hacerle
ese daño. Ya estaba bien.
-Tú
me dueles. Muchísimo. No puedo-lo miré por el rabillo del ojo, pero su
expresión era tan horrible que enseguida aparté la mirada-. No puedo. Lo
siento.
-Déjanos
arreglarlo, Saab.
Le
escuché dar un paso hacia mí. No dejes
que te toque. Si te toca, estás perdida. Levanté un dedo en su dirección
para que se detuviera, y él, bendito de él, se quedó clavado en el sitio. Lo
único que valía más que sus deseos eran los míos, y yo estaba a punto de
terminar definitivamente con todo.
-Mírame.
Mírame, Sabrae.
Apoyé
la frente en el marco de la puerta con los ojos cerrados.
-Por
favor. Por favor, Sabrae-insistió, y
yo contuve el aliento-. ¿Tengo que ponerme de rodillas y suplicártelo? Porque
lo haré. Sabes bien que lo haré.
Si suplica, le daré todo lo que me pida.
Todo. Mi cuerpo, mi alma, mi corazón.
No. Mi corazón ya lo tiene. Y
tiene que llevárselo.
Me
atreví a abrir los ojos y mirarlo fijamente. Parecía derrotado. Yo le estaba derrotando. Abrió las manos
y me mostró las palmas en señal de paz. Haré
lo que quieras, parecía decir.
-Sabrae…-empezó,
y mi nombre de su boca era música, la canción más hermosa jamás cantada.
-Me
tengo que ir-gemí, porque si la música amansa a las fieras, imagínate lo que
haría conmigo. No esperé a ver la reacción de Alec; salí de la cocina a toda
prisa, corrí escaleras arriba, y subí a encerrarme en mi habitación. Deseé que
llamara a la puerta y me pidiera hablarlo, que me encontrara hecha un ovillo y
me cogiera, me acunara y me dijera que todo iba a salir bien.
Contuve
el aliento, suplicándole a los cielos oír el sonido de unos pasos que subieran
las escaleras. Con un escalón me bastaría. Estaba siendo una egoísta de mierda,
estaba siendo una pésima persona con él, y yo lo sabía, pero… pero necesitaba
que él viniera a por mí. El único que podía hacerme cambiar de idea, era Alec.
Lo único que valían más que mis deseos, eran los suyos.
Pero
Alec no vino a buscarme. Y yo me dormí llorando, convencida de que había
perdido al único chico del que me había enamorado tanto que sentía un
cataclismo cada vez que me tocaba.
Si pensaba que el tiempo iba a apaciguar a mis amigas,
estaba equivocada. Taïssa había hablado de quedar el fin de semana, y si bien
me había atraído la idea de salir y fingir que no había pasado nada, por otro
lado me aterrorizaba quedar y tener que volver a enfrentarme a ellas. Así que,
estúpida de mí, había respondido que no podía, inventándome una excusa que las
cuatro sabían que era mentira, y mi mensaje seguía allí, abajo del todo en la
conversación, el lunes por la mañana. No habían vuelto a hablar.
A
estas alturas, para mí ya estaba confirmado que tenían un grupo en el que
criticarme.
Cuando
llegué a clase, Momo ya estaba sentada en su sitio, mirando su móvil con el
ceño fruncido. Levantó la mirada y asintió con la cabeza cuando me vio
acercarme, incluso se removió en el asiento cuando yo dejé la mochila sobre la
mesa, pero hasta ahí llegó nuestra interacción. Kendra, al menos, me dirigió la
palabra cuando llegó, metiéndome en el “chicas” que acompañó a su saludo.
Taïssa incluso me dio un toquecito en el hombro y pronunció mi nombre mientras
colgaba el abrigo de la percha.
Momo
y yo no intercambiamos apenas palabra durante las tres horas antes del recreo.
Había ido al instituto esperanzada ante la posibilidad de que el tiempo hubiera
ayudado a curar las heridas, pero creo que había tenido el efecto contrario. Si
bien había contestado a las pocas preguntas que le había hecho, todas
relacionadas con clase, y ella me había hecho preguntas a mí, también
relacionadas con clase, hasta ahí había llegado nuestra interacción. Pasar el
recreo con las chicas estaba descartado, entonces. No quería sentarme en el
patio y mirar cómo todo el mundo socializaba y se reía mientras yo me quedaba a
su lado como si fuera una planta. Por suerte, me había traído un libro.
Cuando
me vieron recoger mi mochila y cargármela al hombro después de la tercera
clase, las tres fruncieron el ceño, pero ni Kendra ni Momo dijeron
absolutamente nada.
-¿No
vienes, Saab?-preguntó Taïssa, y yo negué con la cabeza.
-Tengo
que hacer unos deberes.
-Pero…
hace un día precioso-Taïssa señaló las ventanas, por las que se colaba un sol
espléndido, y sí, vale, puede que me apeteciera, y mucho, salir. El sol me
haría bien, pero… también podía quedarme sentada en casa toda la tarde, con las
piernas extendidas y poniéndome un poco más morena. Y estaría mucho menos
incómoda, sin nadie mirándome y juzgándome, preguntándose qué hacía Sabrae
Malik sentada, sola, leyendo un libro como una marginada.
Me
encogí de hombros y esperé a que se miraran entre ellas antes de girarme y
bajar las escaleras en dirección a la biblioteca. Descargué mi mochila en una
mesa y miré en derredor: no había absolutamente nadie, todo el mundo estaba
fuera, disfrutando del sol y de la escasez de trabajos a realizar. Todos se
habían entregado a primera hora, y no había ningún examen a la vista, pero sí
unas vacaciones geniales que comentar con los amigos.
En
silencio, me comí mi sándwich de cara a la ventana, y luego abrí el libro.
Estaba por la segunda página cuando me dieron un toquecito en el hombro, y yo
levanté la cabeza. Louis. Le tocaba a él hacerse cargo de la biblioteca los
lunes; papá había compartido turno en ocasiones anteriores con él, pero los
alumnos se habían quejado de que no dejaban de reírse y lanzarse pullas y eso
los desconcentraba, así que el director había terminado separándolos con un
margen de varios días, para que no tuvieran la tentación de ir a visitarse.
Cuando Louis estaba en la biblioteca, papá vigilaba el patio, y viceversa.
-¿Qué
hace una chica como tú en una biblioteca como ésta?-preguntó, y yo levanté el
libro-. Ah. Digna hija de su padre. ¿Tus amigas no han venido? Alargando las
vacaciones, ¿eh? ¿Les tengo que poner un parte?-se sentó al revés en la silla-.
Dime sus nombres.
-Han
venido, sólo que… no estoy con ellas.
-Eso
es evidente.
-Nos
hemos peleado.
-Vaya.
-Por
un chico-añadí, y Louis alzó las cejas-. Alec.
-Algo
había oído-se rascó la barba-. Pero, vaya. Me sorprende que en pleno siglo XXI
las chicas os sigáis peleando por los chicos. Creí que eso se había terminado a
principios de siglo, como las Blackberry. ¿Y dónde está tu enamorado?
-En
el patio, supongo. Con tu hijo-me encogí de hombros y volví a mi lectura, y
Louis se quedó callado un segundo, a mi lado-. Viviendo la vida mientras yo
estoy aquí, leyendo sobre parejas que van bien.
-Saab,
¿me permites un consejo?-me lo quedé mirando y asentí despacio-. No apartes a
nadie de tu vida por alguien que no esté dispuesto a venir a ver cómo lees en
una biblioteca porque le apetece más echarse unas canastas. Eso denota muy poca
inteligencia-se levantó-. Las chicas estáis preciosas cuando tenéis la nariz
metida en un libro. Y los chicos que no saben ver eso, son unos lerdos.
Sonreí.
-A
papá le gusta mirar leer a mamá.
-El
único signo de vida inteligente que hay en el cerebro de tu padre-Louis asintió
con la cabeza profundamente, y yo me eché a reír.
-Le
diré que has dicho eso.
-Disfruta
de tu libro.
Lo
intenté. De veras que lo hice. Pero no podía dejar de mirar por la ventana y
pensar en las cosas que podrían estar pasando fuera y que yo me estaba
perdiendo porque me daba miedo el qué dirán. El qué dirá gente que no me
importa. El qué dirán mis amigas. El qué dirá Alec. No había vuelto a verlo
desde el episodio nocturno en mi cocina, y parte del encanto de la biblioteca
estaba en que las posibilidades de que él se dejara caer por allí eran remotas.
Diez
minutos antes de que sonara la sirena, la puerta de la biblioteca se abrió y yo
me giré con el corazón en un puño, temiéndome lo peor. Había empezado a pasar
páginas sin atender a lo que leía, sumida en mis pensamientos, soñando
despierta con cómo Alec vendría a verme y me diría que estaba dispuesto a
luchar contra todo el mundo por mí, incluida yo misma.
Pero
no era él quien entró. Fueron las chicas. Me quedé mirando cómo desfilaban por
la biblioteca, viniendo derechas hacia mí. Se sentaron en la mesa, rodeándome:
Taïssa, a mi lado; Momo y Kendra, frente a mí. Las dos últimas me dedicaron
sonrisas tímidas y sacaron sus teléfonos, mientras Taïssa me abrazó los
hombros, cogió un libro de la estantería más cercana, lo abrió por una página
aleatoria y empezó a leer. Estuvimos en silencio, tranquilas y apacibles,
durante los diez últimos minutos del recreo, y Louis me miró satisfecho cuando
me vio salir, sonriente, de la biblioteca. Seguí a mis amigas escaleras arriba,
en dirección a nuestra clase, y mientras esperábamos a que la abrieran, Momo se
volvió hacia mí.
-¿Te
has peleado con Alec?-soltó sin rodeos, y yo me la quedé mirando. Asentí
despacio con la cabeza-. ¿Por qué?
-Porque
no os trató bien-Momo sonrió, complacida, asintió con la cabeza y se apoyó de
nuevo en la pared.
-No
era mi intención hacer que os pelearais.
-Lo
sé-respondí, mirándome las manos.
-Ni
ponerte en peligro. Él tiene razón. No fui una buena amiga.
Clavé
los ojos en ella.
-Hiciste
lo que pudiste, Momo. Yo no te culpo de lo que me pasó.
-Deberías
habérnoslo dicho. Casi te…-se quedó callada, con la palabra atascada en la
garganta, y yo asentí con la cabeza, indicándole que sabía de qué hablaba-.
Deberíamos haber estado ahí, contigo, hasta que llegara él. Y no deberíamos
habernos enfadado contigo por cómo se enfadó él con nosotras. Fue estúpido, e
infantil-musitó, y en ese momento nos abrieron la puerta de la clase. Entramos
en tropel y nos sentamos en las mesas, dejando la conversación en pausa hasta
que pudiéramos hablar tranquilas-. No me habría molestado con él de haber
sabido lo que te pasó. Tendrías que habérnoslo dicho.
-No
os dije nada porque yo no sabía hasta qué punto había sido grave. Alec no me lo
dijo para no asustarme.
-Me
duele mucho pensar que casi te hacen daño por mi culpa, Saab-gimió, y yo negué
con la cabeza y le di un apretón en la mano.
-No
ha sido tu culpa. Tú no tienes la culpa. Ni yo. Ni mi mono provocativo. La
culpa la tiene ese malnacido, pero Alec ya le ha dado su merecido-sonreí,
triste, y Momo asintió con la cabeza.
-Siento
mucho haber estado borde esta mañana, también. Supongo que el que dejaras
colgada a Taïssa el día del entrenamiento era una excusa para poder seguir
comportándome como una diva.
-¿De
qué hablas?
-Del
entrenamiento. Al que no fuiste. Taïssa te esperó-miré a Taïssa, que asintió
con la cabeza-. Y luego fue al gimnasio, pensando que ya estarías allí.
-Espera,
¿ese día no salisteis?
-¿Qué?
No. Estábamos enfadadas-adujo Momo, como si yo fuera boba-. Claro que no
salimos. No íbamos a salir las tres sin ti, estando las cosas como estaban.
-Pero
Kendra y tú hablabais de una peli…
-Para
mi primo-explicó Kendra, columpiándose en la silla-. Mis tíos vinieron el fin
de semana, y yo iba a hacer de canguro, pero no sabía qué peli ponerle. Momo me
ayudó.
Me
volví hacia mi mejor amiga, de pelo de fuego y sonrisa tímida.
-Entonces,
¿no quedasteis sin mí?-Momo sacudió la cabeza-. ¿Ni hicisteis un grupo para
criticarme?
-¿Cómo
vamos a hacer un grupo para criticarte, Saab?-protestó Taïssa, repentinamente
molesta porque yo pudiera pensar tan mal de ellas-. Te queremos mucho.
-Y te
hemos tratado muy mal-añadió Momo, cogiéndome las manos-. Sentimos mucho todo
lo que ha pasado. Y que te hayas peleado con Alec.
-Lo
de Alec se veía venir-respondí, encogiéndome de hombros. Momo hizo un mohín de
todas formas, y abrió la boca para decir
algo, pero tuvo que quedarse callada, porque acababa de entrar el siguiente
profesor. Me dio un pellizco por debajo de la silla a modo de disculpa también
por esta interrupción, y yo negué con la cabeza. Con aquella disculpa era más
que suficiente para mí: no necesitaba nada más. Las cosas estaban bien con las
chicas, y con eso me bastaba, por lo menos de momento. Tenía un punto de apoyo
con el que no contaba hacía unas horas, gente que me consolara en mis momentos
más oscuros, que encendiera la luz cuando yo no recordara dónde estaba el
interruptor.
La
mañana me pasó a la velocidad del rayo, y antes de que pudiera darme cuenta
volvía a estar en mi casa, rodeada de libros y de folios de ejercicios,
afanándome en ponerme al día lo antes posible para así poder ver el estreno de
un nuevo reality de modelos con
Shasha. El fin de semana habíamos estado de maratón de America’s Next Top Model, y el domingo ya habíamos terminado la
última temporada disponible. Lo único que había conseguido que afrontara la semana
con ilusión era saber que había una nueva serie esperándome, y que tendría una
excusa para tomar helado con mi hermana y engañarme a mí misma diciéndome que
me quedaba en casa porque quería, y no porque no tuviera nadie con quien salir.
Mientras
el presentador explicaba las reglas del concurso e iba anunciando los nombres
de las chicas que participarían uno por uno, llamaron al timbre. Papá estaba
componiendo, y mamá estaba con un caso muy importante, así que la tarea de
abrir la puerta recaía en Scott, que estaba apoltronado en el sofá sin ganas de
hacer nada, mirando la televisión sin verla, esperando a que llegara la hora de
marcharse a jugar al baloncesto con sus amigos… con Alec. Cuando él se levantó,
intenté no pensar en que puede que fuera Alec el que estaba llamando a la
puerta. Tenía que ser cualquiera menos él: no lo había visto en toda la mañana,
aunque tampoco es que hubiera puesto demasiado empeño en coincidir.
No
obstante, el corazón es caprichoso, y siempre albergaría una vana esperanza de
que el que aún consideraba mi chico se presentara en mi puerta con un ramo de
flores y una caja de bombones a modo de disculpa.
No
hubo ramo de flores ni tampoco chico, pero sí había una caja de bombones y una
disculpa esperándome en la puerta. Scott regresó al sofá caminando con
seguridad, pero una sonrisa efímera le bailaba en los labios.
-Es
para ti-anunció. Me levanté como un resorte, con las esperanzas de que todo
volviera a la normalidad creciendo.
Quizá
todo no fuera a volver a la normalidad entonces, pero sí muchas cosas. En la
puerta de mi casa, Amoke esperaba pacientemente a que yo me dignara a volver a
abrir la puerta. Traía un par de cajas de bombones de Mozart, para los que
habría tenido que coger un mínimo de dos autobuses de línea, y un oso de
peluche que sostenía un corazón en su vientre. En el corazón, había gravado un
“te quiero”.
Me la
quedé mirando, y Momo sonrió con timidez. Me los tendió con los brazos
completamente estirados, y yo los acepté un poco aturdida.
-Momo,
¿qué…?
-He sido
la peor mejor amiga del mundo estos días-explicó-. Sé que has estado llorando,
y yo debería haber estado ahí, contigo, consolándote y diciéndote que no ha
nacido persona que merezca que llores por ella. Chico o chica. Alec o
yo-explicó, y yo sentí que se me humedecían los ojos. Momo empezó a
emborronarse ante mí-. Pero, dado que eres tan buena y vas a hacerlo igual, por
lo menos yo estaré a tu lado hasta que se te sequen las lágrimas. Una vez te
pregunté si podía llorar contigo-recordó, y fue ahí cuando empecé a llorar a lo
bestia. Sabía de sobra a qué momento se refería: el primer día de guardería, el
día que nos conocimos, el día que nos hicimos amigas. Hasta ahí se remontaba
nuestra historia, y ni Alec ni nadie podría decidir cuándo ponerle punto y final.
Hay
veces en que dos personas tienen que separarse para saber hasta qué punto
necesitan estar juntas. Había escuchado esa frase en una película, y siempre lo
había relacionado con las parejas, pero no tenía por qué ser así. De la misma
forma que Alec se había convertido en un elemento crucial de mi felicidad,
necesario en mi vida, Momo llevaba siéndolo años y años. Desde que tenía uso de
razón, Momo estaba ahí, conmigo. No deberíamos dejar que una riña tonta nos
separara.
-¿Me
dejas llorar contigo otra vez?-preguntó con inocencia, poniendo ojos de
corderito degollado, y yo asentí con la cabeza. Me abalancé sobre ella y la
estreché entre mis brazos.
-Siempre,
Momo. Siempre.
En
mis ganas de abrazarla, había dejado caer los bombones de Mozart al suelo. Eso
decía más de cuánto la quería que un millón de palabras que yo pudiera
pronunciar.
Menuda semanita llevaba. Me merecía un poco de descanso,
joder, pero parece que el universo aún no había terminado de reírse de mí.
Había
llegado el lunes a clase con tiempo de sobra, cosa rara en mí, todo porque
quería ver cómo Scott llegaba al instituto acompañado de su hermana. Puede que
me hubiera tirado a Bey y me hubiera acostado con otro par de chicas ese fin de
semana, pero Sabrae seguía atrayéndome como la miel a las moscas.
Se me
partió el corazón al verla llegar al lado de Scott con la cabeza gacha,
mirándose los pies, apenas intercambiando monosílabos con Eleanor y Diana. Me
apoyé en el cristal de la ventana del segundo piso mientras observaba cómo
cruzaban la puerta del vestíbulo, desapareciendo así de mi campo de visión, y
tragué saliva.
-Tienes
que hacer algo-me dijo Jordan, que estaba al tanto de todo lo que había pasado,
polvo con Bey e incidente en la cocina de Sabrae incluidos, no por ese orden. Bey
ni siquiera estaba al tanto de lo que había pasado en la cocina de Sabrae, pero
Jordan sí. Él entendía por qué hacía lo que hacía, y lo más importante, no me
presionaba para que llegara a ninguna conclusión que me beneficiara más o
menos. Necesitaba la comprensión y el silencio de Jordan en ese sentido, no el
consejo sabio de Bey, su forma de hacerme ver que yo era tonto por no encontrar
la solución obvia a mis problemas.
Miré
a Jordan de soslayo, no dije nada, recogí la mochila del suelo y me fui pitando
a clase, antes de tener que enfrentarme a la mirada desesperada de Sabrae. Me
partía el corazón pensar que yo tenía la culpa de que se estuviera comportando
así. Ella era luz, cada molécula que la componía era esencia de estrella: no se
merecía ir por el mundo como alma en pena. Todo el planeta era un sitio un poco
menos habitable y más frío sólo porque Saab ya no sonreía como solía hacerlo.
Estuve las tres horas de clase pensando en lo
que había visto esa mañana y en modos de solucionarlo. Sabrae me había dicho
que lo nuestro se había acabado, pero no dejaría que se autodestruyera. Por
mucho que ella quisiera hacerse la fuerte, la dura y la independiente, yo tenía
ojos en la cara y podía ver todo el mal que le estaba haciendo nuestra
separación. Así que me dediqué a urdir un plan maestro en el que yo me acercaba
a ella, la arrinconaba y la obligaba a sacarse de dentro todo el veneno que la
estaba contaminando, y puede que así consiguiera volver con ella, pero mi
prioridad número uno era verla sonreír. Conseguir que volviera a estar bien.
Conmigo o sin mí, eso era lo de menos. Lo importante era ella; nuestra relación
y mi bienestar eran secundarias, beneficios inesperados o daños colaterales.
Cuál
fue mi sorpresa cuando salimos al patio y no la encontraba por ningún sitio.
Incluso llegué a considerar meterme en la biblioteca, pero no había muchas
posibilidades de que estuviera allí. Tenía que haberlo arreglado con sus
amigas, ¿no? Y sus amigas estaban fuera, pero…
…
pero pasaba el tiempo, y si Sabrae había ido al baño, como yo pensaba, debía de
habérsela tragado una cañería. O puede que la hubiera atacado un basilisco.
Así
que fui hacia Amoke, Kendra y Taïssa, que se pusieron rígidas nada más verme
llegar.
-¿Dónde
está Sabrae?
Amoke
parpadeó despacio, pero no dijo nada. La encargada de desafiarme fue Kendra.
-¿La
has perdido? ¿Tenemos que hacerte de mapa del tesoro, ahora? ¿No te basta con
que seamos tu saco de boxeo verbal?
-¿De
qué coño habláis? Está con vosotras. Tiene que estarlo. Porque, si no lo está,
me temo que sois más imbéciles aún de lo que pensaba, y la habéis dejado sola.
Amoke
volvió a parpadear, y se puso en pie.
-¿Cómo
que sola? Está contigo.
-¿La
ves por aquí?-respondí, girándome sobre mis talones, buscándola teatralmente, y
Amoke tragó saliva y se me quedó mirando sin entender del todo. Fue entonces
cuando yo lo comprendí: Sabrae no estaba con sus amigas, y tampoco estaba
conmigo, porque sentía que no podía estar
con ninguno de nosotros.
Puede
que por eso estuviera tan rara la noche que me la encontré en la cocina. Había
creído que había salido con sus amigas, porque cuando nosotros llegamos ella no
estaba en casa, pero ahora, viendo cómo estaban las chicas, la confusión que
había pintada en sus caras…
-Seguís
enfadadas con ella-respondí, y las tres me fulminaron con la mirada, como
diciendo “eso no es asunto tuyo”. Pero había un problema: sí que era asunto
mío. Sabrae sería asunto mío hasta el día en que muriera. Estaba convencido de
que si yo me moría antes que ella, me convertiría en su ángel guardián y en un
espíritu maligno que bajara a la tierra a atormentar a todos aquellos que la
disgustaran siquiera un poco.
-Se
ha pasado todo el fin de semana contigo-protestó Amoke, conteniendo la rabia en
su voz. Supongo que no estaba acostumbrada a lidiar con los celos; bueno, pues
ya éramos dos. Para mi desgracia, Sabrae me haría casi inmune a ellos, de tan
mal que me lo iba a hacer pasar.
-Te
puedo asegurar, niña, que no he pasado ni cinco minutos con ella en todo lo que
llevamos de semana. No nos hablamos-revelé, y las tres abrieron tanto los ojos
que pensé que se les saldrían de las órbitas-. ¿No lo sabíais? Qué amigas tan
geniales sois. ¿Dónde está? ¿La habéis dejado sola?
-No
ha querido venir con nosotras…
-¿Cuándo
vais a dejar de tratarla como si fuera una muñequita con la que jugar y a la
que dejar apartada cuando os cansáis?
-Estás
tú bueno para hablar de muñecas-me cortó Kendra-. Llamas a todas las tías así.
-A
Sabrae no la llamo así. Eso os lo dejo a vosotras.
-¿Qué
te importa cómo estemos con ella?-preguntó Amoke-. Si no está contigo es porque
tampoco quiere, ¿no?
-Me
importa porque estoy seguro de que le estáis haciendo daño. Cualquiera que le
eche un vistazo puede verlo, incluso estando ciego. ¿Y todo por qué? ¿Por quererme?
Vosotras queríais que me quisiera. ¿Porque no ha ido a una de vuestras
ridículas fiestas de pijamas? No ha sido por follar conmigo, créeme. Si hubiera
estado conmigo, yo habría impedido que tuviera esa cara tan larga hoy al llegar
a clase. La habéis dejado sola-acusé, y Amoke tomó aire y lo soltó despacio.
-No
voy a dejar que me vuelvas a echar la bronca, Alec.
-La
verdad duele, ¿eh? Yo seré un fuckboy
y todas esas mierdas que decís de mí-acusé-, pero por lo menos soy sincero y
cuido de mis amigos. Deberíais aprender un par de cosas de mí. Pero antes,
deberíais ir y pedirle perdón de rodillas a Sabrae por todo el daño que le
estáis haciendo.
Dicho
esto, me giré para marcharme, pero Amoke dio un paso hacia mí y prácticamente
me gritó:
-Si
tan bueno eres, ¿por qué no está contigo?
Me
quedé clavado en el sitio, sintiendo varios pares de ojos curiosos clavarse en
mí. A veces me metía en peleas, casi siempre por defender a mis amigos, pero de
vez en cuando también las provocaba yo. Nunca había empezado una con una chica,
no obstante. ¿Me atrevería a hacerlo ahora?
Me
giré lentamente y clavé en Amoke una mirada envenenada.
-Ha
hecho lo que le pedías, ¿no?-respondí en tono glacial-. Ya ha elegido. Y te ha
elegido a ti. Espero de corazón que no se haya equivocado con su decisión.
Amoke
abrió los ojos y parpadeó rápidamente, tratando de procesar la información,
pero yo no iba a quedarme a disfrutar del espectáculo que era ver su cara de
besugo intentando respirar aire a través de branquias. Me di la vuelta de nuevo
y fui con paso firme hacia mis amigos, viendo cómo la gente se apartaba a mi
paso de la misma forma que el Mar Rojo se había abierto para Moisés. Me sentía
un poco como él, excepto porque a mí nadie me seguía, sino más bien todo lo
contrario.
Comprobé
con alegría que a la salida Sabrae tenía mejor aspecto, y el resto de la semana
salió al patio con sus amigas, que se reían y cuchicheaban en su esquina de
siempre, con las piernas estiradas para absorber un poco más de luz solar en
los muslos. Puede que las piernas de Sabrae me distrajeran un poco de mis
partidos de baloncesto, vale, pero tenía muchas cosas en la cabeza esos días:
por ejemplo, cuándo Amoke decidiría por fin ser una tía legal y contarle a
Sabrae que yo había intercedido por su amistad.
Esperé,
esperé, esperé y esperé, pero aquel momento no terminó de llegar. Para cuando
despuntó la mañana del viernes y la conversación con Sabrae en Telegram se
había hundido varios puestos más en mi pestaña de conversaciones, ya había
perdido toda esperanza de que las lerdas de sus amigas intentaran enmendar su
error. Niñatas.
Lo
que no me esperaba era que la llevaran a la discoteca y se dedicaran a pasearla
delante de mis narices como a una pieza de ganado en un mercado de pueblo. Cada
vez que sonaba una canción que les gustara, se levantaban de un brinco del sofá
en el que habían dejado las cosas, y salían disparadas a la pista de baile, con
las manos en alto y las melenas sueltas, dispuestas a darlo todo.
No
voy a ser tan cínico como ellas y decir que no disfrutaba del espectáculo,
porque lo hacía, y como un cabrón. Sabrae estaba increíble esa noche; se había
puesto aquellos pantalones de cuero con que ya la había visto alguna vez, y en
la parte de arriba llevaba un bralette blanco
lencero que hacía que su piel de chocolate adquiriera un tono más apetitoso aún
sin cabe. Se movía como una auténtica bailarina, completamente desinhibida y
libre, y yo bebía y bebía para soportar recordar que no era mía, y cuanto más
bebía más guapa estaba ella.
En un par de ocasiones mis ojos se encontraron
con los de Amoke, que por lo menos tenía la decencia de apartar la mirada y
mostrarse un poco avergonzada. Entonces, el mismo pensamiento me atravesaba la
cabeza: ¿intercedo por ella y no me da ni
las gracias? ¿No piensa interceder por mí? ¿Es que no veía que yo era la
pieza que faltaba en aquel puzzle de felicidad que Sabrae se merecía tener
completo?
Estaba
apoyado en la barra, mirando bailar a Sabrae, que daba brincos al ritmo de la
música, se reía y giraba sobre sí misma con sus amigas, sin preocuparse de nada
más que pasárselo bien. Con cada segundo que pasaba, la lucha que había en mi
interior se volvía más y más encarnizada. Por un lado, me alegraba ver que
parecía estar bien.
Por
otro, me dolía que estuviera bien sin mí, porque yo estaba en la mierda sin
ella.
-Ve
con ella-me animó Jordan, dándome una palmada en el hombro, harto de ver cómo
la observaba en la sombra como si fuera un acosador o algo así. Negué con la
cabeza y bebí otro sorbo de mi cerveza.
Estaba bien. Verla de lejos estaba bien. No podía arriesgarme a ir con ella y
que volviera a rechazarme; dolería demasiado, no lo soportaría.
Jordan
puso los ojos en blanco, abrió otro botellín de cerveza para mí y lo dejó al
lado del que ya estaba bebiendo, saltando la barra para susurrarme al oído que
el que no arriesga, no gana. Y tenía razón. Como siempre. Aquel había sido mi
lema durante toda mi vida: el que no arriesga, no gana.
Si no
te subes a un ring, no pueden hacerte KO, pero tampoco puedes proclamarte
campeón. Si no intentas hacer un examen, no puedes suspenderlo con un 4,9, pero
tampoco puedes sacar un glorioso 5.
Si no
le tiras la caña a una chica, no puede cruzarte la cara de un guantazo, pero
tampoco puedes tener una noche increíble con ella.
Tomé
aire, lo solté despacio, me dije a mí mismo que estaba siendo estúpido por
siquiera soñar con que las cosas pudieran volver a la normalidad, aunque fuera
por una noche…
Pero,
entonces, empezó a sonar una canción que había que bailar en pareja. Y Sabrae
se detuvo en seco, miró en derredor, hasta que sus ojos se encontraron con los
míos. Se apartó el pelo del hombro y sus manos cayeron a ambos lados de su
costado, a la expectativa. Parecía estar esperando que yo fuera, como si yo
fuera el único compañero de baile que pudiera tener mientras sonaba Think about us, de Little Mix.
Di un
último trago a la cerveza y dejé el botellín estrepitosamente sobre la barra.
Me tiré del cuello de la camisa con la mirada de Sabrae ardiéndome en la piel.
-¿Cómo
estoy?-le pregunté a Jordan, que me escaneó sin ningún pudor.
-Cachondo
perdido. Vete a por tu chica.
Me
reí entre dientes, negué con la cabeza y me abrí paso entre la gente, en
dirección al hueco donde me esperaba Sabrae. Ella alzó las cejas, sonrió, y por
un momento pensé que se había acabado todo. Se me olvidó todo lo malo que nos
habíamos dicho: cómo me había dicho que no quería volver a verme y que le daba
asco, cómo yo le había dicho que era una zorra y que no quería estar con
alguien que necesitaba pedir permiso para sentir lo que ella sentía por mí.
Y por
un momento pude sentir el cielo pegado a sus caderas. Sabrae se dio la vuelta y
empezó a moverse al ritmo de la música, tan pegada a mí que me era imposible
quedarme quieto. Cada vez que ella movía un músculo, el mismo de mi cuerpo
respondía con el mismo movimiento, y pronto me acostumbré a la sensación de que
ella me condujera hacia donde le apeteciera ir, y yo fuera dócil como un
corderito a ese lugar que quería visitar con ella.
Nos
balanceamos, nos pegamos, nos separamos, brincamos y nos acariciamos como sólo
ella y yo podíamos hacerlo. Jamás había bailado con una chica como bailé
entonces con Sabrae, de la misma forma que no había tocado nunca a ninguna otra
chica como había tocado a Sabrae.
Acaricié
sus curvas cuando ella se colgó de mi cuello, con la espalda aún pegada a mi
pecho, y continuó moviendo las caderas al ritmo de la canción, mientras Little
Mix tarareaban en los altavoces y luego preguntaban al destinatario de la
canción si pensarían en ellas. Recorrí su cintura, su vientre desnudo, subí por
su brazo, y noté cómo sonreía cuando volví a bajar, esta vez por su costado.
Dios.
Dios. Dios. Me estaba poniendo cachondísimo. Me dolía la entrepierna de lo dura
que la tenía. No podía pensar en nada que no fueran ella, sus curvas de
carretera de montaña y su sensualidad de reina de los placeres carnales. Me
incliné hacia su cuello y deposité un ligero mordisquito en él, y Sabrae dejó
escapar un gemido y se volvió para mirarme. Sus ojos ardían con la llama más
antigua de la humanidad, la que nos había llevado hasta nuestros días. Me
agarró de la camisa y tiró de mí hacia ella, y fue entonces cuando comprobé que
estábamos combinados: mi camisa también era blanca, y brillaba igual que su
top; mis pantalones también eran negros, oscuros como las cosas que yo quería
hacerle. Sabrae jadeó contra mi boca, y yo no pude soportarlo más.
Bajé
una de mis manos hasta su culo, le di una palmada y la pegué contra mí. La
presión de su cuerpo contra mi entrepierna me supo a gloria; podría haberme
corrido de haber seguido ella así. Mi nariz rozó la suya mientras buscaba su
boca, y justo cuando la encontré, una civilización antigua de casas hechas de
oro…
… la
selva se cerró entorno a mí, y me tragó. La canción se terminó y Sabrae me puso
las manos en el pecho para apartarme, por tercera vez ese mes, en un gesto que
estaba empezando a ser costumbre entre nosotros.
-Yo…-se
mordió el labio y me miró desde abajo, y de repente parecía pequeña, frágil,
endeble. Me la quedé mirando, expectante.
-¿Tú?-pregunté,
aunque ya sabía la respuesta. La había escuchado antes incluso de que la
pronunciara.
-No
puedo-respondió, dando un paso atrás y negando con la cabeza. Vi por el rabillo
del ojo un movimiento: sus amigas estaban echándose las manos a la cabeza, y
por un momento me dieron ganas de ir allí y arrancarles los brazos de cuajo.
Estúpidas mocosas de los huevos, ¿es que no pensaban dejarme vivir? ¿Es que yo
no me merecía una segunda oportunidad?
-Tengo
que…-empezó, tratando de escaparse, pero yo la agarré de la muñeca y la retuve
conmigo.
-Sea
lo que sea a lo que estás jugando, para-ordené, y Sabrae se me quedó mirando-.
No me gusta una mierda, Sabrae. Esta mierda de “ni contigo ni sin ti” me está
agotando. Decídete ya-solté por fin su mano y ella se frotó la muñeca, sin decir nada. La rabia
empezó a bullir en su interior, pude verla en sus ojos-. O vete a consultarlo
con tus amigas, si tan trascendental te parece la decisión-añadí, dolido, sabedor
de que la única razón de que no se hubiera entregado a mí era que sus amigas
estaban mirando. Me había dejado besarla en su cocina. Me había dejado
acariciarla. ¿Por qué ahora necesitábamos una canción? Porque estaban aquellas
tres brujas mirándonos, y si la canción se terminaba y Sabrae y yo seguíamos
juntos, sería como con la Cenicienta: el hechizo se rompería y Sabrae se daría cuenta
de que me necesitaba a mí también. Tenían que haberle hecho algo.
-Ya
te he dicho que nadie toma las decisiones por mí. Sólo yo.
-¿De
veras? ¿Y por qué no dejas de mirar hacia tus amigas? ¿Se te ha olvidado la
señal de peligro?-ataqué, y Sabrae me fulminó con la mirada. Cualquier opción
de tregua y reconciliación que tuviéramos se terminó en ese instante.
-Que
te jodan, Alec-respondió, y se marchó con ellas. Por lo menos tenía la
tranquilidad de que no se pondría como el otro día.
O eso
pensaba yo. Porque, en cuanto empezó a sonar otra canción que bailar bien
juntita con otro, Sabrae no dudó en escoger al más gilipollas de toda la
discoteca y restregarse contra él cual gata en celo. Me estaba poniendo negro. La
miraba desde el sofá, donde Jordan había venido a acompañarme en mis tragos de
chupito amargo, mucho después de que Scott y Tommy se piraran a hacer sabía
Dios qué, y Logan y Max me dejaran solo para ir a bailar con las gemelas. Tenía
una sonrisa cínica en los labios, que hacía ver que no me importaba una mierda
lo que Sabrae estaba haciendo, cuando me jodía incluso más que la otra vez: por
lo menos, la otra noche había actuado por despecho. Ahora lo hacía por
crueldad. Me había ofrecido a perdonarle todos los males y a suplicarle que me
perdonara los míos, ¿y cómo me lo pagaba ella? Hundiendo las tetas en la cara
del primer payaso que se le ponía delante.
-¿Quieres
irte?-preguntó Jordan, y yo arqueé las cejas.
-¿Yo?
¿Por qué? Me lo estoy pasando en grande viendo cómo intenta ponerme nervioso
con esos niñatos. ¿Eso es lo que soy para ella? ¿Otro niñato más? Valiente
zorra si cree que puede usar esa palabra para definirme, viendo lo que tengo
entre las piernas-me terminé otro vaso de chupito y clavé los ojos en Sabrae cuando
se acabó la canción, y empezó a sonar reggaetón.
Otro payaso
fue a buscarla, y yo tuve que quedarme viendo cómo ella restregaba su culo
contra la polla del imbécil de turno. Me estaba poniendo negro. Quería ir allí,
ponerla contra la pared, y arrancarle una disculpa entre gemidos. Bajarle las
bragas y que su cuerpo la traicionara como me había traicionado el mío en mi
enfado, hacer que entre sus jadeos de perra en celo se diera cuenta de que
teníamos que estar juntos. Que un sexo tan bueno no podía ser malo y que tanto
placer no era para avergonzarse, ni para consultarlo con sus amigas, que de
seguro estaban celosas de lo que teníamos nosotros. Sólo yo podía a follarme a Sabrae
como lo hacía. Sólo yo podía hacer que Sabrae se corriera como lo hacía.
Ni
poniendo a todos los tíos de la discoteca en fila y tirándoselos uno detrás de
otro conseguiría tantos orgasmos como los que podía darle yo.
¿Quería
guerra?
La iba
a tener. Por mis cojones que la iba a tener.
Me levanté
de un brinco y tiré el vaso sobre la mesa, con tan mala suerte que se volcó por
la velocidad.
-¿Adónde
vas?-quiso saber Jordan, estupefacto, y yo me limpié la boca con el dorso de la
mano.
-A
demostrarle a esta niñata que no puede usar el sexo contra mí. Sólo un Malik puede
hacerme sombra, pero Sabrae no es ese Malik-respondí, dándole una palmada en el
hombro. Dicho esto, me adentré con paso decidido en la pista de baile. Ahora que
Scott no estaba, tenía vía libre para quedarme con la chica que me diera la
gana. Ninguna se me resistiría, así que elegí a la del escote más profundo en
detrimento de la de la falda más corta. Puede que fuera a por la de la falda
más adelante, si con la noche Sabrae se ponía más brava y yo me veía obligado a
echar un polvo para que ella viera que no me afectaba lo más mínimo lo que sea
que tuviera pensado hacer.
Mi plan
surtió efecto. Sentía cómo me fulminaba con la mirada cada vez que yo me pegaba
a mi pareja de baile, y la tocaba igual que la había tocado a ella. Si yo no te importo, tú a mí menos, le
decían mis movimientos, mi coqueteo incesante con la chica. Era un bellezón de
ojos verdes y pelo negro, tetas firmes y culo prieto que se dejaba manosear
todo lo que quisieras y más. Mi yo de hace unos meses habría tardado dos
canciones en llevársela al baño y hacerla gritar tan alto que sólo los perros
pudieran oírla, pero mi yo de ahora estaba más interesado en lo celosa que
estaba poniendo a Sabrae. Dios, me encantaba la forma en que nos miraba. Cómo se
pegaba al otro sin prestarle la más mínima atención. Como fingía que no le
importaba, y lo hacía de pena, y se notaba a leguas que no le importaba.
Sabrae
cambió de pareja en busca de un tío que pudiera tocarme la fibra sensible, y
acabó con uno de su curso al que yo había calificado como gay nada más verlo
entrar por la puerta.
Hasta
que empezaron a enrollarse.
Meterle
la lengua en el esófago a una chica no es de ser muy gay.
Me quedé
plantado en el sitio, estupefacto. No me podía estar haciendo esto. La madre
que la parió. La madre que la parió.
La
chica del escote profundo se detuvo a mi lado y chasqueó los dedos frente a mí,
pero yo no me moví. Estaba demasiado ocupado flipando con la escena grotesca
que tenía delante.
-¿Alec?
¿Hola?-la chica volvió a chasquear los dedos frente a mí, y yo salí de mi
ensimismamiento en el momento en que Sabrae clavaba los ojos en mí y sonreía,
satisfecha de que por fin algo me afectara. Volví la mirada a los ojos verdes
de la chica-. ¿Qué pasa?-preguntó, girándose para otear entre la gente, pero yo
la agarré de la cintura, la atraje hacia mí, y le di un morreo que era toda una
declaración de intenciones-. Esto… vale-soltó una risita estúpida-. Guau. Eh…
-¿Cómo
te llamas, muñeca?-pregunté, apartándole un mechón de pelo detrás de la oreja y
disfrutando de cómo Sabrae se volvía loca en la distancia. Yo no podía
apartarles el pelo de la cara a las chicas. Ése era su privilegio. Ése y el que frotara mi nariz con la suya, pero eso
lo reservaba para ocasiones especiales. No lo hacía con mis ligues de una
noche.
-Eris-respondió con un hilo de voz, y yo
sonreí.
-Diosa
de la discordia y el caos.
Asintió
con la cabeza, con la vista fija en mis labios. Ahora que los había catado, no podía
sacárselos de la cabeza.
-Y dime,
Eris, nena, ¿qué opinas del aquí te pillo, aquí te mato?
-No
entra dentro de mis planes-coqueteó, y yo alcé las cejas y le masajeé el culo. Me
imaginé separándole las nalgas y follándomela en la posición del perrito, y puede que me pusiera un poco cachondo.
Estaré enamorado, pero no soy de piedra, ¿vale? Además, la chica que me gusta
no hacía caso, así que…
-Eso
no es muy caótico, precisamente-respondí, mordisqueándole la oreja, y ella se
echó a reír y soltó un gemido cuando descendí por su cuello. Tiró de mí para
pegarme más a ella y me acarició los brazos-. ¿Reconsiderarás tu postura?
-¿No
podemos probar con varias?-inquirió, traviesa, y yo alcé las cejas y me eché a
reír. Le di una nueva palmada en el culo y me la llevé al baño, asegurándome de
que Sabrae nos viera marcharnos.
Hice bien
escogiendo a la del escote profundo. Puede que su falda fuera un poco más
larga, pero se la subió incluso antes de terminar de entrar en el cubículo. Me volvía
loco cuando hacían eso: que me provocaran en público era una de mis cosas
favoritas en el mundo.
Mentiría
si dijera que no pensé en Sabrae mientras me follaba a ese pibón. Varias veces
se me pasó por la cabeza, y todas empezando con una deliciosa sensación de
libertad que poco a poco se agriaba en mi boca y terminaba dejándome un regusto
desagradable. Ella me estaba haciendo daño, me decía, así que yo también podía
hacérselo a ella. ¿O no?
Y también
mentiría si dijera que no disfruté como un cabrón del sexo con aquella chica.
Dios. Eris sabía mover las caderas como una bailarina de danza del vientre, y
me sorprendí teniendo que contenerme para aguantar más para ella. Cuando se
corrió, para mí fue casi un alivio, porque así podía tranquilizarme y dejare
llevar. Podía dejar de sentirme una mierda con patas, martirizándome como
estaba por Sabrae. Me dejé llevar y ella me comió la boca mientras yo me
deshacía en su interior, sonrió, asintió con la cabeza y me dejó manosearla
todo lo que quise y más.
Un clavo
saca a otro clavo, ¿no? Pues yo tenía acceso libre a una fábrica, y bien que me
lo iba a pasar. Estaba soltero y sin compromiso: podía hacer lo que me diera la
gana con la chica que me diera la gana, porque todas me deseaban y ninguna
quería perderse la auténtica experiencia vital premium que es echar un polvo
con Alec Whitelaw. Mi fama me precedía, y bendito fuera el boca a boca.
Eris se
mordió el labio mientras sus ojos nadaban en los míos.
-Lo
que dicen de ti es cierto-dijo por fin, en tono críptico, y yo alcé la
mandíbula.
-¿Qué
dicen de mí?-quise saber, intentando no pensar en que eso mismo me había dicho Sabrae
hacía una semana, y aquello había sido un puñal en mi vientre.
-Que
eres un antes y un después-me acarició la boca, yo le mordí el labio-. Y que no
hay nadie que sepa hacerlo como lo haces tú.
-Procuro
recibir todo tipo de feedback. Te ha
gustado, ¿no?
Eris se
echó a reír y me dio un suave beso en los labios.
-También
dicen que siempre preguntas. Y que siempre sabes la respuesta-sonrió-. Me voy a
bailar. Un placer conocerte.
-Igualmente,
nena. Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme-le guiñé un ojo y me hice a
un lado para dejarla salir. No sólo porque era un caballero, sino porque así
podría mirarle el culo todo lo que quisiera.
Salí del
baño de las chicas y me fui directamente a la barra. Bey estaba sentada en un
taburete, dando un sorbo de un cóctel de color anaranjado y mirando en todas
direcciones. Le di una palmada en el muslo y ella dio un brinco.
-¡Alec!
Estaba preocupadísima por ti. ¿Dónde estabas? ¡Pensé que habías desaparecido!
-No
se te ha soltado la vejiga últimamente, ¿verdad?
-¿Eh?
-Necesitaré
que me hagas un masaje-espeté de repente, viendo que Sabrae se acercaba con sus
amigas. Lo dije lo bastante alto como para que varias personas lo oyeran, e
incluso algunos se giraron para estudiarme con curiosidad-. Tengo las vértebras
machacadas. Es que he tenido a una tía cabalgándome la cara la última hora y
media, y, ¡Dios! Estoy matado. Creo que tengo un esguince cervical.
Bey tenía
una mueca estúpida atravesándole la cara.
-¿Qué
coño dices, Alec?
Sin
embargo, Sabrae sabía de sobra de quién hablaba.
-Me
alegro de que ya hayas rehecho tu vida, Al-me dedicó una sonrisa llena de
dientes que me apeteció morder, y en parte no era por lujuria-. Así no me
sentiré mal si decido finalmente irme con este chico-señaló a un nuevo payaso
con el que debía de haber estado bailando hasta que yo llegué, y sus amigas se
la quedaron mirando como si estuviera hablando en arameo y ninguna supiera que dominara
esa lengua.
-Soy
de recuperación rápida, bombón.
-Eso
está bien. ¿Sin rencores?-le arrebató la copa a Bey y la extendió hacia mí. Kendra,
Amoke, Taïssa y Bey nos miraban alucinados. Me eché a reír, cogí un botellín de
cerveza de debajo de la barra, lo abrí y lo choqué con el borde de la copa de Sabrae.
-Sin
rencores, Saab. Me siento generoso. Ya sabes-me incliné hacia ella y le guiñé
un ojo-. Las endorfinas del sexo.
Sabrae
agitó la mano en el aire; a continuación, se llevó una mano al pecho y soltó
una carcajada.
-¡Y
vaya que lo sé! Me hacen falta estos días, así que… creo que me iré con él,
dejaré que me ate a su cama, y que me haga lo que quiera.
Estaba
dando un sorbo de mi cerveza, seguro de mi victoria, cuando soltó aquello. Y me
atraganté.
¿Cómo
que atarla a su cama? ¡Ni de coña iba
a usar el innovar en la cama contra mí! ¡Estaba loca si creía que iba a pasar
por ese aro!
-La diferencia
entre él y yo-espeté, más molesto de lo que pretendía sonar-, es que a él le
dejarías atarte, y yo no podría hacerlo porque no soportarías la idea de no
poder tocarme.
-Me
gusta el contacto durante el sexo-replicó-. ¿Acaso eso es un crimen?
-Te
gusta el contacto conmigo, nena-corregí, invadiendo su espacio personal,
pegándome tanto a ella que podía sentir su respiración acariciándome la cara-. Sólo
yo puedo darte ese placer. Sólo yo hago que te corras como lo haces-le recordé,
en tono oscuro. Bey se atragantó con su saliva y Amoke se olvidó de cómo se
respiraba. Sabrae, por el contrario, permaneció tranquila. Dios, me volvía loco
esta chiquilla.
Levantó
la mandíbula con altanería y replicó, con la boca a centímetros de la mía:
-El
placer puede fingirse.
Nena. Nena, nena, nena. Soy el puñetero Alec
Whitelaw, bombón. Lo único más rápido que mis manos desabrochándome la bragueta
es mi puñetera lengua.
-El squirting no, cariño.
Sabrae
me dedicó una sonrisa torcida que hizo que me la quisiera tirar (más, quiero
decir) y respondió:
-No. El
squirting no.
Dicho
lo cual, me puso una mano en el pecho, directamente sobre la piel, y clavó las
uñas en mi carne. Joder. Fóllame, tía.
Tenía la boca entreabierta, y esbozó una
sonrisa oscura.
-Tienes
algo que me pertenece.
-¿Tu
corazón?-sugerí, tan cerca que nuestras bocas casi se acariciaban al hablar. Sabrae
negó con la cabeza y tiró de algo que me colgaba del cuello, y entonces me di
cuenta: su anillo.
Lo hizo
tintinear entre sus dedos, jugueteando con él.
-Quiero
que me lo devuelvas.
-Pero
era un regalo.
Enredó
la cadena alrededor de su puño y sonrió cuando tiró de mí.
-Pero
no serás tan cabrón de follarte a otras mientras llevas mi anillo colgado del
cuello, ¿verdad?
Torcí
un poco más mi sonrisa.
-Cabrón
es mi segundo nombre, cariño.
La mirada
de Sabrae se endureció. Tiró más de la cadena, hasta tener su boca a la altura
de mi oído.
-Si
te tiras a alguna de tus golfas con mi anillo colgado-advirtió, en tono
jadeante, casi como si estuviera a punto de tener un orgasmo-, te arañaré la
cara.
Como
respuesta, yo puse una mano en sus lumbares y la pegué aún más contra mí. Sabrae
jadeó por la sorpresa. Todo el mundo estaba en silencio, mirándonos.
-¿Es una
amenaza?
-Es
una promesa.
-Guay,
porque la quiero por escrito. Me congratulo de informarte que puedes arañarme
cuando quieras. Me traerá buenos recuerdos-sonreí-. De ti, desnuda, corriéndote
para mí.
Sabrae
rió por lo bajo.
-No seas acaparador, Al. No queda bien en tu
currículum.
Me
eché a reír.
-Buena
suerte los próximos años, poniéndole mi cara a todo aquel para el que te abras
de piernas.
Sabrae
se alejó un poco de mí, se llevó la mano al pecho y me miró con inocencia.
-¿Quién
ha dicho que vaya a abrirme de piernas para Peter?
Me guiñó el ojo y se dio la vuelta
para marcharse sin despedirse, ni siquiera de sus amigas. Las tres chicas se me
quedaron mirando con una expresión aterrorizada.
-Tienes
que pararla, Alec.
-Sabrae
ya no es mi problema-respondí, bebiéndome de un trago la cerveza entera. Bey me
miró con desinterés, las piernas cruzadas.
-Sabrae
siempre será tu problema-respondió Amoke en tono suplicante, y yo la fulminé
con la mirada.
-Me
pregunto quién tendrá la culpa de que no pueda ocuparme de ella.
-Yo…
-Chicas-cortó
Bey-, deberíais iros.
Amoke
me miró con cara de no haber roto un plato en su vida.
-Estoy
haciendo lo que puedo.
-Pues
no es bastante.
-Alec,
márchate. Ella no hará nada de lo que pueda arrepentirse después si tú te…
-Yo
no me voy a ningún sitio-sentencié-. Que Jordan cierre el local conmigo dentro
si quiere, que no pienso moverme de aquí.
Debería
haberles hecho caso. Así, por lo menos, no habría tenido la confirmación que yo
no quería pero que tampoco sabía que necesitaba: Sabrae estaba dispuesta a todo
con tal de superarme.
Incluido
el salir del baño de los tíos limpiándose una gota de semen de los labios.
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Estoy literalmente chillando con el capítulo. De los mejores sin duda tía.
ResponderEliminarMe ha encantado la salidita de hermanas de las Malik, el guiño a Zouis (llora en posición fetal) el momento vaso de agua desde la perespectiva de Sabrae, como se han reconciliado sus amigas y ella finalmente PERO ES QUE LA PALMA SE LA LLEVA SIN DUDA ALGUNA LA ESCENA FINAL DE LA DISCOTECA ES QUE ME CAGO EN LA MADRE QUE ME PARIÓ. ENTRE EL BAILECITO ENTRE AMBOS Y LUEGO LA DISCUSIÓN QUE BIEN PODRÍA CATALOGARSE COMO SEXO TELEFONICO EN OTRO CONTEXTO, CASI ME DEJAN SIN SALIVA MADRE MÍA DE MI VIDA Y DE MI CORAZÓN TÍA.
ES QUE ME HE IMAGINADO LAS CARAS DE BEY Y AMOKE Y MIRA, CHILLO PORQUE YO ESTARÍA TAL CUAL.
PD:DESEANDO EL PRÓXIMO AYYYY
la ultima parte AAAAAAAA LES AMO LA TENSION la ultima frase ERIKA WTF
ResponderEliminary el capitulo entero en general, he sentido de todo real, escalofrios nudo en la garganta etc chulisimmo chulisimo
......erika chapó te AMO