Bey
se volvió hacia Jordan, estupefacta. Estábamos en la discoteca y él,
milagrosamente, no había ido corriendo a la barra nada más atravesar la puerta.
Debía de verme tan mal que había decidido quedarse con nosotros.
Había
pasado un día desde la pelea con Sabrae, y yo me las había apañado para salir
de casa y quedar con mis amigos mientras fingía que todo iba bien. Jordan me
había convencido de que quedarme en casa era lo peor que podía hacer entonces,
y con la rapidez que nos caracterizaba a ambos, terminamos invocando a todo el
grupo de amigos para salir de fiesta y emborracharnos.
Tommy
y Scott tenían sus propios planes, como siempre, y Max había quedado con Bella
para ir a cenar, de manera que, de los nueve de siempre, terminamos siendo seis
(las gemelas, Karlie, Logan, Jordan y yo) los que habíamos entrado en el bar de
Jeff. Ya entonces Bey me había notado raro, y había tratado de sacarme lo que
fuera que me estuviera preocupando, pero yo me había cerrado de forma
hermética. No iba a dejar que Sabrae me fastidiara también las cenas con mis
amigos. La comida basura puede ser tan efectiva para el mal de amores como el
agua lo es para evitar una resaca.
Y yo
estaba a punto de vivir la mayor resaca de mi vida, así que necesitaría toda el
agua posible.
De
manera que había conseguido comerme mi hamburguesa tranquilo, llevar la
conversación por temas en los que me encontrara más seguro; temas en los que no
se me formarían nudos en la garganta ni me costaría respirar porque a cada
segundo que pasara más rabia me daba todo, más confundido estaba, y más pensaba
que Sabrae lo estaba sacando absolutamente todo de quicio. Pude cenar
tranquilo, pude incluso reírme y meterme un poco con Bey a modo de consuelo de
que no podía hacer nada con la chica con la que más me apetecía hacerlo todo, y
pude levantarme yo solo del sofá y sugerir ir a algún sitio donde la música
fuera tan alta que pudiera ensordecer ese silencio atronador en que mi móvil
llevaba sumido un día.
Echaba
mucho de menos la vibración personalizada en el bolsillo del pantalón, la que
me hacía saber que alguien muy, muy especial me había enviado un mensaje. Que
se habían acordado milagrosamente de mí. Que la noche no era tan perfecta, ya
que se acordaba de que yo no estaba en ella, y que no lo era precisamente porque yo no estaba en
ella.
Hacía
un día que Sabrae y yo nos habíamos gritado y yo ya la echaba terriblemente de
menos. Hacía un día que nos habíamos dicho cosas horribles y yo ya quería
retirarlas todas y cada una, punto por punto.
Hacía
un día que mi mundo se había puesto patas arriba y yo ya había perdido el conocimiento,
como sólo puede pasarte cuando te pasas demasiado tiempo bocabajo y la sangre
se te acumula en el cerebro.
La
única razón que tenía para acceder a contarle a alguien más que a Jordan lo que
había pasado tenía las dos caras de una moneda: que ese alguien era Bey, y que
Bey estaba preocupada. Claro que no entré en demasiados detalles cuando se lo
conté (simplemente le dije que había tenido una discusión muy gorda con Sabrae,
gorda del tipo creo que lo hemos dejado,
o más bien estoy completamente seguro de que lo hemos dejado), pero ella no
iba a darse por vencida así como así.
Eso y
que había empezado a emborracharme un poco, y el alcohol me daba la perspectiva
que el tiempo no conseguía darme. Cuando estás un poco borracho todo empieza a
verse a través de un nuevo filtro, como si el mundo se olvidara de las reglas
que lo rigen y comenzara a violarlas por el mero hecho de que las desconoce.
Con el alcohol corriéndome por la sangre y haciéndome sentir valiente, mis
problemas ya no parecían tan inmensos. Incluso podía obviarlos y centrarme en
lo mucho que me gustaba la música que estaban poniendo (una selección exclusiva
de mis canciones preferidas, cortesía de Jordan, quien al contrario de lo que
Bey pudiera decir era un amigo de puta madre), lo deliciosas que estaban las
bebidas que los chicos me iban trayendo o lo buenas que estaban las tías que no
paraban de contonearse de manera sensual al ritmo de la música.
Aunque
tampoco estaba tan borracho como para no pensar en ella, claro. Lo hacía. Sin
parar. Lo hacía mientras escuchaba la música y pensaba en cómo bailaría las
canciones que sonaban, lo hacía mientras bebía alcohol y recordaba su expresión
la primera vez que probó el ron cola de mi boca, allá en Nochevieja, cuando
todo iba bien; lo hacía mientras miraba lo buenas que estaban las tías que no
paraban de brincar sobre sus tacones y agitar sus culos redondos por el
gimnasio o el perreo, y yo me daba cuenta de que no deseaba a ninguna, porque
ninguna se comparaba a Sabrae.
Pero
por lo menos no me daban ganas de encerrarme en mi habitación y llorar, como sí
había sentido mientras hacía el reparto de por la tarde. Lo único que me había
salvado del encierro y tocar fondo había sido el turno milagroso de Amazon: no
podía llamar a la puerta de las ancianas para llevarles sus libros de recetas
tradicionales (¡ilustrados y plastificados, dos por uno, aproveche esta ganga,
señora!) mientras lloraba a moco tendido: intentarían meterme en sus casas y
atiborrarme a galletas y cacao. Y yo las dejaría. Por Dios que sí.
Suerte
que había bebido lo suficiente como para que las desgracias de mi vida ya no me
afectaran tanto.
Así
que allí estábamos: yo frente a una pirámide de vasos de plástico que había ido
haciendo poco a poco, mientras le contaba a Bey a grandes rasgos lo que Sabrae
me había dicho y lo que yo le había dicho a ella, y lo que había hecho después
(sobre todo lo de después, que para algo dolía menos); Jordan sentado en el
sofá frente a nosotros, acodado sobre sus rodillas, mirándome con el ceño fruncido
y una expresión preocupada que yo nunca le había visto en la cara; y Bey, con
las piernas cruzadas, orientadas hacia mí, pero una rabia cargada de
determinación oscureciéndole los ojos mientras fulminaba con la mirada a
Jordan.
Jordan se encogió de hombros, se revolvió en
el asiento, abrió y cerró la boca y parpadeó como un chihuahua aterrorizado,
buscando cómo justificarse. Puede que a Bey se le ocurrieran un millón de cosas
mejores que ponerme porno, cosas… no sé. Femeninas, sensibles, como llevarme a
una cafetería, atiborrarme a pasteles y criticar a quien fuera que me había
hecho daño mientras me tomaba una tarta red
velvet y aseguraba que todas las personas del mismo sexo que quien me había
roto el corazón eran basura que no se merecían oxígeno. Puede que me hiciera
sentarme en el borde de la cama y que me acariciara los nudillos mientras yo
lloraba desconsoladamente, diciéndole lo mucho que quería a Sabrae y lo injusto
que era el destino separándonos así. Puede que me abrazara y me consolara y me diera
besos mientras me decía que todo saldría bien, que las parejas se peleaban y
que era perfectamente normal. Incluso puede que intentara convencerme de que le
pidiera disculpas, porque pasarlo mal pero mantener tu orgullo intacto es una
chorrada.
Pero,
claro, a Bey se le ocurrirían esas cosas porque era chica y estaba acostumbrada a ese tipo de movidas. Jordan y yo
estábamos pasando por un corazón roto por primera vez. Vale que a Scott le
había pasado, pero lo suyo era muy diferente: Scott se había enamorado de una
puta que se había reído de él en su cara y lo había traicionado de la peor
manera posible, pero… a mí no me había pasado eso, gracias a Dios. Para
empezar, porque Sabrae no era una puta. Y porque no se había reído de mí.
Simplemente
me había dejado claro que yo iba detrás de sus amigas, y no delante como yo
pensaba.
Y eso
dolía.
Por eso había necesitado el porno, aunque no
me hubiera servido de nada.
-Anda
que… ya te vale, Jordan-Bey agitó la mano en el aire y chasqueó la lengua,
reclinándose de nuevo en el asiento y cruzando los brazos-. Eres un amigo de
diez.
-No
le hables así a Jordan-me revolví, y ella alzó una ceja que arrastró un párpado
perfectamente maquillado. Me reprendí a mí mismo por mi pésimo sentido del
tiempo: ¿por qué me había acostado con Sabrae y no con ella la noche en que
todo cambió? Bey estaba enamorada de mí; no lo había estado cuando lo estuve
yo, pero ahora sí lo estaba. Y ella no me haría estas cosas. Ella no pondría a
sus amigos por delante de mí, fundamentalmente porque yo era su mejor amigo, y no dudaría en meterse en
un edificio en llamas para salvarme.
Ella
no me gritaría que jamás me habría elegido a mí. Porque lo habría hecho.
-Estuvo
bien lo que hizo.
Bey
abrió la boca para protestar, su sello de identidad preferido. Para que luego
digan que yo soy un bocazas que tiene que tener la última palabra siempre, so
pena de reventar.
Por
suerte, ésa era mi seña de identidad:
tener la última palabra. Llevaba 17 años perfeccionando esa táctica, y no iba a
amedrentarme así como así.
Así
que, como llevaba haciendo toda la vida, hice lo que mejor se me daba: soltar
la primera gilipollez que se me pasaba por la cabeza y rezar porque no fuera
algo ofensivo que me granjeara una bofetada (porque, oh, te aseguro que Bey no
dudaría en cruzarme la cara).
-Me
puso porno lésbico.
Bey
alzó la otra ceja, de forma que ahora su cara estaba conformada por un
acueducto de doble arco marrón, y abrió la boca como pez fuera del agua. En su
lengua, el chicle de menta que estaba mascando se deslizó por su boca como una
ballena beluga en un parque acuático.
Bey
miró a Jordan, que la miró y asintió con la cabeza.
Bey
miró entonces a Tam, que estaba sentada a su lado, callada, mirando la pirámide
de vasos que yo me había esmerado en construir. Ante la pasividad de su hermana
(no sé qué coño esperaba que hiciera Tam, sinceramente; a ella se le daba peor
consolar a un tío incluso que Jordan consolarme a mí en aquella situación), Bey
volvió a mirar a Jordan, y por último, a mí.
-¡Ah,
bueno!-alzó las manos cuando yo asentí con la cabeza, como festejando un gol-.
¡Eso lo cambia todo!-le lanzó una mirada envenenada a Jordan y yo me
repantingué en el asiento, y me palpé el bolsillo donde llevaba el teléfono,
deseando por enésima vez que Sabrae me mandara un puñetero mensaje, pero por
primera vez no porque quisiera reconciliarme con ella, sino porque no quería
aguantar la perorata de Bey-. ¡¿Qué pasa?!-ladró, volviéndose hacia mí, y yo me
masajeé la cara y solté un bufido-. ¿Que ver a dos tías liándose es la solución
a tus problemas?
Me
dio un empujón en los hombros, enfadada, como si yo tuviera la culpa de estar
mal, o de las pésimas aptitudes de Jordan a la hora de encontrar una solución.
¡Jor tampoco lo había hecho tan mal! Había luchado por distraerme, cosa que me
había venido mil veces mejor que un psicoanálisis cortesía de Beyoncé Giselle
Knowles. Para ella era fácil hablar: no me había visto hecho mierda, confuso,
irritado, con ganas de destruir el mundo y a mí con él, como sí le había pasado
a Jordan. No necesitaba avivar el fuego a base de soplar sobre él; necesitaba
salir corriendo del bosque, como finalmente había conseguido con el boxeo… más
o menos. El porno no había funcionado, pero la idea había estado genial.
-¿Debería
buscarme a alguna chavala y meterle la lengua hasta el esófago, o lo que no es
el esófago, sólo para que a ti se te pase esta depre?-continuó, tremendamente
ofendida-. ¿Eh? ¿Voy a por Tommy para que llame a Diana? ¿Eso es lo que tú
necesitas? ¿Cascártela y ya está?
Podría
haberle entrado al trapo, decirle que no necesitaba hacerme una puta paja y que
un orgasmo no me haría sentir mejor, básicamente porque ya lo había probado y
no había funcionado, pero mi cerebro abotargado por el alcohol estaba demasiado
ocupado fijándose en otra parte de la
frase. En el principio, para ser más exactos.
¿Debería buscarme a alguna chavala y meterle
la lengua hasta el esófago?
Estaría
bien verlo, reina B.
¿… o lo que no es el esófago?
Definitivamente, estaría genial verlo, reina B.
¿Voy a por Tommy para que llame a Diana?
Jordan no había estado del todo desencaminado.
Yo necesitaba distraerme. Necesitaba porno, y lo necesitaba lésbico. El
problema era que no habíamos dado con las protagonistas indicadas de la
película erótica que me curaría todos los males.
Porque
no te equivoques: Bey está muy buena, Diana está muy buena, y lo único mejor
que verlas separadas es verlas juntas. Y si es enrollándose, ya ni te cuento.
-¿Se
supone que eso tiene que hacer que Jordan se sienta mal?-espeté, y esbocé una
sonrisa canalla. Aquel cabrón que había sido hacía unos meses, el que contaba
los minutos que faltaban para el finde y era capaz de follar con cuatro tías
diferentes la misma noche, el puto Alec Whitelaw, el rey de la noche y de todo
Londres, había vuelto a hacerse con el control de mi cuerpo. Descubrí que
echaba de menos a aquel capullo al que nada ni nadie podía hacerle daño-.
Porque yo me estoy poniendo malo, nena, pero no por lo que tú te piensas-le
guiñé un ojo a Bey y ella puso los ojos en blanco y fingió una arcada.
-Eres
gilipollas. Eres puto gilipollas, Alec.
Jordan
me miró un momento con el interés de quien contempla la final de Wimbledon… y
se alegró de comprobar que estaba volviendo un poco en mí cuando me incliné
hacia Bey y le puse la mano en la rodilla.
-No
sabes lo que me gusta que me hables así, nena.
-Quita-bufó, molesta, arrancando mi mano de su
piel-. No estoy de coña. Estoy súper enfadada con vosotros dos. ¿Os pensáis que
las cosas del corazón pueden arreglarse con la polla?
-La
polla va con sangre, y el corazón bombea sangre. Sólo es una distribución de
energías, reina B.
-Ni
reina B ni hostias, ¿te piensas que no tengo ojos en la cara? Puedo ver de
sobra cómo estás, Alec.
-¿Cómo
estoy?-sonreí, guiñándole un ojo-. Yo ya lo sé, pero quiero oírtelo decir.
-Mal.
Bastante mal. Muy mal.
-Bey,
creo que te has equivocado de palabra. Has usado su antónimo. Querías decir
“bien, muy bien, buenísimo”.
-No
estoy bromeando.
-¿Y
yo sí?
-Necesitas
hablar de esto. No pienso dejar que te vayas con ninguna de estas para ahogar
tus penas-señaló con la cabeza hacia la pista de baile, donde las chicas lo
daban todo y los chicos intentaban hacer lo mismo sin perder detalle de cada
vez que a alguna se le subía un poco la falda o se le bajaba un poco el escote.
-¿Por
qué me iría yo con ninguna de ésas, a ver?-ronroneé, juguetón, y Bey puso los
ojos en blanco cuando yo me eché a reír.
-No
vas a follar con ninguna de ellas.
-Cierto.
Sólo me interesa follar contigo. O con Diana. O con las dos. A la vez. Me has
puesto una imagen mental-chasqueé la lengua y me llevé dos dedos a la boca; les
di un beso y asentí con la cabeza mientras Jordan se reía a mandíbula batiente
y Tam luchaba por contener una sonrisa.
-No
vas a follar con Diana. Ni tampoco conmigo.
-Eso
decís todas, hasta que me quito la camiseta.
Bey
me dio un manotazo en el hombro.
-¡Alec!
-Sí,
ése es mi nombre. Me lo puso mi madre-asentí con la cabeza y me estiré a por un
nuevo vaso.
-¡Theodore!-acompañó
mi segundo nombre de un segundo manotazo.
-Vale,
ése no me lo puso mi madre.
-¡Whitelaw!-como
no podía ser de otra manera, mi apellido vino culminado de un último manotazo.
-Y
ése me lo puso mi padrastro-me pasé una mano por la nuca y miré a Bey, que se
me había quedado mirando-. ¿Qué?-pregunté en tono hastiado.
-No
tienes que hacer esto con nosotros.
-¿Hacer
el qué?
-Ir
de capullo sin sentimientos al que se la suda todo. No lo eres.
-Bueno-intervino
Tam, que tenía los tobillos y los brazos cruzados-. Un capullo sí, ¿eh?
-Cómeme
los cojones, Tam. ¿No me ves hecho mierda? Vete a hacer algo productivo con tu
vida, como venderle coca a un yonki, o algo así-ladré, y Tam miró a Bey y Bey
miró a Tam. Bey le puso una mano en la rodilla y Tam le guiñó un ojo. Yo
entrecerré los míos-. Un momento, ¿no estaréis intentando darme el cambiazo,
verdad? ¡Me prometiste un polvo lésbico con Diana!-le recriminé a Bey-. ¡No
quiero ver cómo te enrollas con la perra de tu hermana! ¡Por mucho que me ponga
el incesto entre gemelas, no quiero ver a Tam metiéndole la lengua en el
esófago a nadie, gracias, y mucho menos a ti!
-Deja
de ser tan imbécil y venga, comunícate conmigo.
-No
tengo nada que comunicar-solté, enfurruñado, y Bey chasqueó la lengua.
-Acabas
de decir que estás hecho mierda-canturreó Tam, y yo la fulminé con la mirada.
-Eso
no es asunto tuyo.
-¿Quieres
que vayamos a hablar con ella?-sugirió Bey, subiendo una pierna al sofá y
orientando su cuerpo hacia el mío. Jugueteó con mis rizos.
-¿Con
quién?
-Ya
sabes con quién.
Bufé
y me pasé las manos por el pelo.
-Con
Sabrae-especificó Jordan, y yo solté un gruñido.
-Ya
sabía que era con Sabrae, Jordan, gracias por recordarme que mi vida se está
yendo a la mierda.
-Si
tan mal estás, deberías hablarlo con ella.
-Ella
me odia, me lo ha dejado bien claro.
-Y tú
le has dejado claro a ella que la consideras una niñata, una mocosa y una
caprichosa-me recordó-. ¿Es eso verdad?
Torcí
el gesto.
-Un
poco caprichosa sí que es.
-Alec-suspiró
Bey.
-Y
mide metro cincuenta-añadí, molesto, como si me acabara de dar cuenta de que le
sacaba 30 centímetros a Sabrae.
-¿Eso
no se supone que es una ventaja? A los tíos os gustan las chicas pequeñas.
-Tamika,
chica, de verdad, hazle un favor a tu país y cierra la maldita boca.
-Sólo
lo digo-Tam alzó las manos y se echó una trenza sobre los hombros mientras con
la otra mano cogía un vaso-, que siempre estáis hablando de lo apretadita-ahora, la que fingió una
arcada fue ella- que es una chica, ¿y ahora resulta que es malo?
Apretadita. ¡Apretadita! ¿En serio? ¡A
mí Sabrae no me gustaba porque el sexo fuera genial precisamente por la
diferencia de tamaño! Vale que a mí me encantara la fricción de nuestros
cuerpos, pero en determinados momentos mi tamaño era molesto para ella, y a mí
eso no me hacía gracia.
-Como
vuelvas a hablar así de Sabrae, te parto la cara, Tamika-le aseguré.
-¿Lo
ves? ¡Aún quedan sentimientos positivos!-celebró Bey, aplaudiendo como una
boba-. Sólo tenemos que agarrarnos a ellos. Mira, lo que deberíamos hacer…
-No deberíamos hacer nada. Debería hacerlo
yo solo. Y es sólo una cosa: superarla. Llevo todo el puto día pendiente del
teléfono; incluso he estado sentado a su lado mientras cargaba, y ya sabes lo
mal que me queda el enchufe en mi habitación-le recordé-. Y ni por esas se ha
dignado en mandarme un jodido mensaje. Nada. Y tampoco ha subido ninguna
historia a Instagram, y ya sabes lo pesadita que es con las puñeteras
historias. Ésta está con las zorras de sus amigas, en una fiesta de pijamas,
pintándose las uñas y criticándome como si no hubiera un mañana. Como si yo
fuera el bicho más ofensivo que ha pisado la Tierra. ¿Y qué hago yo?-gruñí y
estiré la mano con la palma vuelta hacia la pirámide-. Putas pirámides de vasos
de plástico, como si fuera un faraón. Mi vida se ha detenido por completo y la
de Sabrae sigue como si no hubiera pasado absolutamente nada. Seguro que lo
único que lamenta de que nos hayamos peleado es que no va a encontrar a alguien
que la folle tan bien como me la follo yo.
-Tío-Jordan
silbó-, menos mal que has dicho eso sin que Scott esté presente. Te habría
partido la cara de haberte escuchado decir eso.
-Está
hablando tu rabia, no tu corazón-Bey negó con la cabeza.
-¡Mi
corazón es rabia, Beyoncé! ¡Estoy
enamorado de ella y ella prefiere estar con las gilipollas de sus amigas, que
la dejan tirada a la mínima oportunidad, antes que conmigo, que daría mi vida
por ella! ¿¡A ti te parece que yo me merezco a alguien así!?
-¡Por
supuesto que no! ¡Pero el problema es que Sabrae no es así!
-Yo
la conozco.
-Pues
si la conoces, deberías saber que es buena, es lista, es inteligente, es
fuerte, es independiente, es sabia, valora a la gente a la que quiere, y…
-Guau,
tía, ¿fijo que a ti no te mola también? Deberías probar suerte. Es bisexual.
Puede que ahora esté en la etapa de “odio a los tíos; coños, ¡a mí!”
Bey
parpadeó.
-Eso
no es justo, Alec.
-No,
lo que no es justo es que me estéis dando la tabarra con la misma historia.
Sabrae y yo se acabó. A ella se la suda lo que yo haga con mi vida, y a mí
debería sudármela lo que haga con la suya. El problema es que no lo hace, y una
de las razones es porque vosotros no me dejáis. Estoy mejor así. No quiero
estar con alguien que piensa que no soy suficiente para Su Majestad. Quiero a
alguien que me quiera tal como soy, y Sabrae no lo hace.
-Sabrae
sí lo hace.
-Cambié
por ella, pero no tanto como ella quería.
-No
cambiaste, simplemente… dejaste de hacer cosas que no eran compatibles con tu
relación con ella.
-¿Qué
relación, Bey? ¡Si ni siquiera quería ser mi novia!
-Sí
lo quería. Tú sabes que es más complicado que…
-Mira-me
incliné para mirarla y le cogí las manos entre las mías-. Sé por qué estás
haciendo esto. Sé que fuiste a hablar con ella cuando me rechazó, a pesar de
que yo te pedí que no lo hicieras. Y te lo agradezco, de veras que sí. Aunque
no sirviera para nada, lo hago. Sé que te preocupas por mí y sé que es
precisamente por eso por lo que estás intentándome de que vaya a hablar con
ella y… me disculpe, o algo, pero es que no
me puedo disculpar, Bey, porque no estoy arrepentido en absoluto de lo que
hice. Sus amigas son gilipollas y yo las puse en su sitio porque ella no lo iba
a hacer. Lo único que he hecho mal con ella ha sido besarla sin su
consentimiento, y eso le encantó. Joder, por un momento nos pusimos tan
cachondos que pensé que terminaríamos follando en la calle, pero-reí con
amargura y negué con la cabeza-… se acabó. Tú no estabas allí cuando nos
gritamos. Yo, sí. Y sí, la conozco. La conozco lo suficiente como para saber
que cuando dice que algo se acaba, es que se acaba. Y que es caprichosa, y
tozuda, y que no me va a dar la razón aunque le vaya la vida en ello. Y cuando
me dice que no va a elegirme, es que no va
a hacerlo, Bey. Y se acabó. Y tú sabes que yo me merezco a alguien que me elija
entre todo el mundo.
-No.
Te mereces a Sabrae-respondió Bey, y yo puse los ojos en blanco y le solté las
manos.
-Decir
que me merezco a Sabrae es quererme muy poco-murmuré, alcanzando un vaso y
dando un sorbo de su contenido. Ardía.
-Te
equivocas-contestó Bey, levantándose del sofá-. Es quererte lo bastante como
para impedirte que te alejes de la chica de la que estás enamorado y que está
enamorada de ti.
Miré
a Bey por encima de mi vaso.
-Estar
enamorado no basta, Bey.
-Es
cierto. A nosotros no nos bastó-me atacó, y yo reí entre dientes-. Todo porque
no supimos coincidir. Pero tú y ella estáis coincidiendo. Y si piensas que voy
a dejar que te comportes como un capullo que finge que no tiene sentimientos
porque no está dispuesto a sacrificarlo todo por Sabrae, es porque no me
conoces en absoluto.
-¿Por
qué iba a sacrificarlo todo por Sabrae, cuando todo no es bastante para ella?
Esta
vez, quien rió fue Bey.
-Ése
siempre ha sido tu problema, Al: que en el fondo te odias tanto a ti mismo que
no eres capaz de ver lo mucho que vales.
-No
soy el único que dice que no estoy a la altura de ella-chasqueé la lengua y me
repantingué en el sofá.
-¿Ah,
no? ¿Y quién más lo dice, si puede saberse?
Saboreé
la bebida antes de soltar la bomba.
-Sabrae
Malik-respondí, con los ojos fijos en la puerta, y me permití el lujo de tener
la vista clavada en ella unos segundos más. Cuando por fin me digné a mirar a
Bey, tenía la boca fruncida en una fina línea, los puños apretados y la frente
arrugada en un ceño que no le quedaba del todo mal. Volví a pensar en lo fácil
que habría sido todo si simplemente hubiéramos coincidido. Si yo hubiera
aguantado un mes más, o ella hubiera tardado un mes menos…
Ya
había pasado otra vez. Recordé que la misma canción estaba sonando cuando ella
hizo su entrada estelar: Do I Wanna Know,
de Artic Monkeys, con esos acordes sensuales y esas guitarras que te
incitaban a pensar mal y actuar aún peor. De la misma forma en que había
aparecido como una diosa del sexo hacía tiempo, y como invocada porque yo había
cometido el inmenso error de decir su nombre en voz alta, Sabrae apareció por
la espiral que rodeaba la discoteca, descendiendo de los cielos para hacer mi
vida un infierno.
Llevaba
un jersey blanco por debajo de un peto negro, pero hasta ahí llegaba la pureza
de su atuendo. Vestía medias negras y botas militares también negras. En su
boca bailaba una sonrisa de suficiencia, y sus dedos, que se deslizaban por la
barandilla a medida que la gente se iba apartando para dejarle paso, parecían
acariciarla de una manera que podría haberme vuelto loco si la hubiera visto
más cerca, pues yo bien sabía el efecto que esos dedos podían tener en tu
cuerpo cuando ella decidía usarlos como mejor sabía.
Pero
lo peor de todo no era a sensualidad con la que se apoyaba en la barandilla, ni
las promesas ocultas que había danzando en las comisuras de sus labios; ni
siquiera la firme determinación que hacía que sus ojos oscuros chispearan, o la
manera en que sacudí las caderas al ritmo de una música que se había compuesto
para ella. No. Lo peor de todo era su pelo, que llevaba recogido en dos trenzas
de boxeadora, las que solía llevar siempre, pero a la vez mucho más cuidadas.
Todo
el mundo decía que cuando Scott se ponía la chupa de cuero que le habían
regalado por un cumpleaños, se convertía en otra persona, en una versión mejor
de sí mismo. Que con esa cazadora era invencible, Scott Malik a la máxima
potencia.
Las
trenzas de Sabrae eran a ella lo que la chupa a su hermano. Cuando Sabrae se
ponía aquellas trenzas, sabías que todo iba a pasar a una nueva dimensión. No
era Sabrae quien las llevaba; era Sabrae Malik, y tú te ibas a enterar de quién
era ella.
Mientras
bajaba hacia la pista de baile con la canción sonando de fondo, convirtiéndola
en una diosa del sexo y también de la venganza, yo me di cuenta de una cosa:
que el único rencor que le guardaba venía de rebote del que sentía hacia mí
mismo. Estaba siendo un puto mentiroso diciéndome que no la quería y que me
daba igual lo que nos pasara, que con el tiempo conseguiría superarla, pasar
página y volver a ser yo. Sabrae me había cambiado de una forma en que no lo
había hecho ninguna mujer, y ella ni siquiera era una mujer hecha y derecha
aún. Que a mí sí me lo pareciera y que tuviera el mismo impacto en mí que una
mujer adulta decía más de mí que de ella.
Era
fácil pensar que no la quería, o que dejaría de hacerlo, y que no quería que
las cosas volvieran a ser como antes, o que dejaría de quererlo, cuando no la
tenía delante, porque mi memoria no le hacía justicia. En cuanto sus pies
tocaron la pista de baile, su sonrisa se amplió, y pude ver cómo la energía que
la formaba crecía y se expandía, como si su cuerpo no fuera lo suficientemente
grande. Como si supiera que yo la estaba mirando y tuviera un cartel luminoso
en la cabeza, Sabrae clavó los ojos directamente en mí. Ni siquiera llamándola
a gritos habría conseguido que me prestara atención y lo hiciera tan rápido.
Noté
cómo de mis pulmones se escapaba todo el aire cuando Sabrae sonrió en la
distancia, en aquella sonrisa que tanto en mí como en Scott tenían nombre, pero
a la que ella no había bautizado todavía. Si me preguntaran cómo la llamaría
yo, la respuesta sería fácil:
Estás
Muy Jodido, Tío.
Sabrae
alzó una ceja, se pasó una mano por el pelo de la misma forma en que lo hacía
yo, y se volvió para atender lo que le decía Diana, que también venía a matar.
La americana le había puesto la mano en la cintura, y Sabrae se inclinó tanto
hacia ella que por un momento pensé que iban a morrearse (y yo encantado de
verlo, oye), pero finalmente Sabrae le puso una mano en el pecho a Diana, las
dos se echaron a reír, y se fueron a un sofá.
Al más alejado posible. Uno en el que yo no
podía verlas a ninguna de las dos.
Aunque
sí a Eleanor…
… y a
mi hermana.
Tuve
que contener las ganas de levantarme e ir derechito a ver a qué estaba jugando
Mimi, que nunca había cruzado más de dos palabras con Sabrae sin estar yo
delante, y que incluso me había llegado a decir que no eran amigas. ¿Desde
cuándo no sales con tus amigos, y más cuando acabas de cortar con el tío con el
que estabas enrollada? Mary Elizabeth tenía muchas explicaciones que darme, y
yo estaba más que dispuesto a empezar a escuchar sus estúpidas excusas,
especialmente si eso hacía que yo estuviera más cerca de Sabrae.
No te quiero tener delante.
Eres un cabrón, Alec.
Me das asco.
En un acto reflejo, me llevé
la mano al bolsillo y me saqué el móvil del pantalón. No sería la primera vez
esa noche que lo hacía, y desde luego, tampoco sería la última. Tommy y Scott
incluso llegarían a cronometrarme, sólo para descubrir que mi obsesión
telefónica tendría como única manifestación que, cada 23 segundos exactos, yo
me llevara la mano al bolsillo del pantalón y extrajera el teléfono,
comprobando lo que yo ya sabía.
Que
ella pasaba de mí.
Eso
era lo que me había dicho con aquella sonrisa y aquella ceja levantada. Le
había parecido gracioso que yo estuviera hundido, o que me lo fingiera, cuando
claramente ella estaba genial. Iba con sus amigas, tenía pinta de estar feliz,
y seguro que había venido en busca de baile y algún tío con el que enrollarse.
Un reemplazo para mí.
Me
recliné de nuevo en el asiento y me bebí de un trago el último vaso con mezcla
que habíamos llevado a la mesa. Le deseaba suerte en eso de encontrar alguien
que pudiera siquiera hacerme sombra. Puede que hubiera cien tíos en aquel sitio
mejores que yo en todas las cosas, excepto en una: en el sexo, yo era el que
marcaba el camino, y el resto los que me seguían. Nadie en aquella habitación
podría hacer a Sabrae disfrutar de su cuerpo como lo hacía yo. Nadie podría
hacer que gimiera como lo hacía yo. Nadie podía hacerla gritar como lo hacía
yo.
Nadie podría hacerla correrse como lo hacía yo.
Y
todavía me quedaba ese consuelo. Me lo llevaría a la tumba. Nadie se la
follaría con las ganas con que yo me la follaba, y por ende nadie conseguiría
que ella recordara los polvos que echábamos en las situaciones más
descabelladas, cerrara las piernas y se mordiera el labio mientras el calor
comenzaba a invadirla.
Por
un momento me sentí el amo y señor del universo, creyéndome invencible ante la
inmensidad de aquella verdad. Sabrae me había dejado huella, pero yo también se
la había dejado a ella…
…
hasta que recordé que incluso una vela puede derrotar a la oscuridad. Puede que
el sol sea el que la pulverice, pero incluso a la luz de una vela la puedes
leer.
Puede
que Sabrae no volviera a tener orgasmos como los que tenía conmigo, pero eso no
significaba que no volviera a tener ningún otro con algún payaso. Y payasos
tenía de sobra entre los que escoger.
Se me
borró la sonrisa de la cara cuando, antes incluso de que terminara la canción,
volvió a aparecer por mi campo de visión y se dirigió a la pista de baile,
donde un rebaño de tíos empezó a rodearla como una nube de moscas a una fruta
apetitosa. Sabrae empezó a bailar, y no debería haberme sorprendido ver que
estaba dispuesta a hacerlo con todos, absolutamente todos.
Excepto
uno, y ese uno, resultaba ser yo.
Al
parecer, no era único sólo en el tema del sexo: también lo era en mi
imposibilidad de acercarme a ella y sentir su cuerpo pegado al mío, al
vibración que manaba de ella mientras bailaba, su sonrisa de suficiencia y sus
jadeos mientras se movía al ritmo de la música, una música que habían hecho
para ella, una música que ella misma encarnaba…
El
gilipollas que decía que la mejor forma de tortura requería contacto nunca
había tenido que ver cómo la chica de la que estaba enamorado le frotaba el
culo al primer payaso que se le ponía a tiro, ni cómo ese payaso le ponía las
manos en las caderas y agitaba las suyas como si estuvieran en pleno polvo.
Sabrae sonreía, se agitaba, meneaba la espalda y gritaba la letra de las
canciones mientras un batallón de imbéciles se pegaba a ella como buenos
babosos que eran. Malditos hijos de puta.
Scott
empezó a hablarme mientras Sabrae dejaba que una panda de pringados la
manosearan, incluso alguno intentó meterle mano, y lo peor de todo es que ella
se dejó en un par de ocasiones. Me dieron ganas de levantarme e ir a partirles
la cara a los que se atrevieran a acercarse a menos de 5 metros de distancia de
ella, pero cada vez que se me pasaba la idea por la cabeza, mi subconsciente
repetía en bucle aquellas palabras que Sabrae me había dedicado con tanta
claridad:
Eres un cabrón. No quiero volver a verte,
Alec. Me das asco. No te quiero tener delante.
Hijo de puta. No sé cómo he
podido estar tan ciega estos meses. Todo lo malo que dicen de ti es verdad.
Me daban ganas de demostrarle
hasta qué punto la gente no me conocía. Nadie sabía los recovecos oscuros que
había dentro de mí, y la cantidad de mierda y odio que podía acumular en su
interior. Nadie lo sabía porque yo lo estaba descubriendo en ese momento. Pensé
que nada podría cabrearme como lo había hecho Aaron en Nochebuena, pero parece
ser que no había sido mi hermano el que me había puesto de mala hostia: era el
tema que había tocado, Sabrae.
Lo
único que podía sacarme de quicio y volverme absolutamente loco era Sabrae.
Y,
para colmo, Scott había llegado y había decidido que ella era un buen tema de
conversación. Él no estaba para hablar de relaciones, principalmente porque
acababa de soltarle a Tommy, no sé muy bien por qué, que estaba saliendo con
Trixie, una de las amigas de la ex de Tommy, cuando él le preguntó claramente
qué le pasaba. Tommy se había largado a hacer sabía Dios qué, y ahora yo tenía
que aguantar a Scott tocándome los cojones precisamente con su hermana,
interrogándome cada vez que podía sobre lo que nos había pasado y haciéndome
ver que las cosas entre nosotros no iban bien (no me digas), que estábamos
comportando como críos (¿en serio?) y que si los dos estábamos rabiosos, la
solución era muy sencilla: hacer las paces y se acabó (como si fuera tan
fácil).
Estaba
a punto de calzarle una hostia a Scott cuando empezó a sonar una canción que me
heló la sangre. Breathing, de Jason
Derulo.
Miré
en dirección a Sabrae, rezando para que quedara algo de compasión en ella, pero
si algo debería haberme enseñado la vida a esas alturas, era que las personas
eran crueles, y una mujer despechada se llevaba la palma. Sabrae dio un par de
saltitos al empezar la canción, y luego se giró, se colgó del cuello del chaval
de turno con el que estaba bailando, sonrió y se aseguró de que no hubiera más
de diez centímetros de distancia entre su cuerpo y el de él.
No
iba a dejar que hiciera esto. Por mis cojones que no la iba a dejar bailar a
Jason Derulo, y mucho menos esta canción, con aquel payaso, ni con ningún otro.
Yo la había besado por primera vez con aquella canción sonando. No la iba a
usar contra mí. Por encima de mi cadáver, vamos.
Me
levanté como un resorte y Scott se me quedó mirando.
-Pero,
¿adónde coño vas? ¿Dónde está el fuego?
Me
metí entre la gente con la facilidad de alguien que midiera medio metro, y no
metro ochenta, y salté la barra sin ningún problema. Me dirigí directamente
hacia el ordenador de la barra, haciendo caso omiso de las protestas de la
camarera de Jordan, y salté la canción.
Cuando
él vino a mi encuentro, no le dejé hablar.
-No
pongas a Jason Derulo-ordené, y Jordan frunció el ceño un momento, sin
entender. Normalmente me volvía loco cuando ponía a Jason Derulo; esa misma
noche, sin ir más lejos, habían sonado varias canciones suyas y yo ni siquiera
había protestado, ya no digamos prohibirle que pusiera música suya-. Mientras
yo esté aquí, no va a sonar Jason Derulo.
-Pero
Al, ¿qué…?
Le
cogí la cara y le obligué a mirar en dirección a Sabrae, que parecía no haber
acusado el cambio de canción, y continuaba bailando bien pegadita con aquel
payaso de mierda. Me pregunté si Sherezade me defendería en un juicio si me
cargaba a aquel hijo de puta. Su hija me odiaba, pero era uno de los mejores
amigos de su hijo y me había visto crecer.
Pero
su hija me odiaba.
No
tenía ni puñetera idea de hacia dónde estaba inclinada mi balanza, si en mi
favor o en mi contra.
Aunque yo siempre había sido fan de las
apuestas.
-Dame
una razón para no cargarme a ese hijo de puta-le pedí a Jordan, que lo estaba
mirando con el mismo odio con que lo hacía yo. Jor podía ser muchas cosas, pero
entre ellas no estaba la deslealtad. El cabrón era el mejor amigo que uno
pudiera tener.
-Que
irías a la cárcel, y en la cárcel no hay mujeres.
-Sabrae
es una mujer, y es la fuente de todos mis problemas ahora mismo-comenté, y
Jordan me miró, y al ver mi expresión se echó a reír-. Hablo en serio, Jordan.
-No
vas a cargarte a ese cabrón.
-¿Quién
me lo va a impedir? ¿Tú? ¿Ella?-la señalé-. ¿Ese mierdas? ¿Los tres juntos? Me
gustaría ver cómo lo intentáis.
-Te
mancharías la camisa-comentó, limpiándome algo del hombro.
-Me
importa tres cojones mi camisa.
-No
le des lo que quiere, Al. Está intentando ponerte celoso.
-De
intentarlo nada-espeté, clavando una mirada desesperada en él-. La muy hija de
puta lo está consiguiendo.
-Pasa
de ella.
-¡No
puedo pasar de ella!
-¿Por
qué no?
-Pues,
¡porque ella es Sabrae, y yo soy Alec!
Jordan
se echó a reír, negó con la cabeza y me sirvió un chupito.
-Si
vas allí y los separas, será peor.
-Me
apetece atarla a un poste para asegurarme de que se esté quietecita.
-Sabes
que ella no te dejaría, ¿verdad?
-Le
saco dos cabezas.
-Es
peleona.
-Si
he podido besarla sin su consentimiento también puedo atarla a algún lado para
que deje de hundirme en la mierda. Digo yo-bufé, cogiendo la botella de los
chupitos y sirviéndome de nuevo otro vaso.
-Eso
no estuvo bien, Al-me regañó Jordan, y yo me lo quedé mirando.
-Díselo
a mi empalme del momento.
Jordan
estaba a punto de rebatirme cuando Diana se presentó ante nosotros, toda
piernas, escote, y melena dorada. Tommy había sido un gilipollas peleándose con
ella; yo ya sospechaba que lo era cuando dejó que se marchara a Nueva York por
vacaciones, pero que se hubieran peleado nada más volver me lo había
confirmado.
-Jordan,
quiero pedir una canción-anunció, echándose el pelo hacia la espalda y
mostrándonos sus hombros perfectos. Pensaba que la única chica con hombros
sexys era Sabrae, pero me equivocaba: resulta que las modelos también tenían su
punto.
-¿Tienes
con quién bailarla o sigues enfadada con Tommy?-pregunté, apoyándome en la
barra y dedicándole una sonrisa que ella me devolvió. Las chicas son el
demonio.
-¿Es
una invitación formal? Ni siquiera sabes qué voy a pedir.
-Me
da igual lo que vayas a pedir.
-Es a
The Weeknd.
Diana
parpadeó e inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado. No necesité mirar a
Sabrae para saber que: 1) estaban compinchadas y 2) no nos quitaba ojo de
encima.
-No
tenemos nada de The Weeknd-espeté, gélido, envarándome.
-Estáis
usando Spotify-Diana señaló con el dedo índice la pantalla del ordenador.
-Aquí
no tenemos a The Weeknd en Spotify. Igual sí lo tenéis en Estados Unidos, pero
aquí no está disponible.
-Sabes
que eso sólo pasa con Netflix, ¿verdad, Alec?
-Al…-intervino
Jordan, y yo me volví hacia él.
-No voy
a dejar que lo use contra mí.
-¿Hola?
Sólo estoy pidiendo una puta canción, relájate, tronco-protestó Diana, molesta.
-¿Te
crees que soy imbécil, chavala? Sé de sobra lo que os traéis tú y Sabrae entre
manos.
-¿Dis-puto-culpa?
-Me
parece de puta madre que a ella le vaya genial en la vida, que vaya a echar 200
polvos esta noche y toda la pesca, pero por lo menos podría tener el detallito
de no venir a restregármelo. No sé. Ya que decía que me tenía tanto cariño, por
lo menos podría conservar el suficiente para dejarme unos días libres para
asimilarlo.
Diana
frunció el ceño y se quedó mirando a Jordan, que también la estaba fulminando
con la mirada.
-No
sé de qué me estáis hablando.
-Mira,
Diana, ¿sabes qué? Déjalo-bufé, levantando la barra y saliendo de nuevo a la
zona de la pista de baile. Levanté las manos y le mostré las palmas-. Haced lo
que os salga de los huevos, Sabrae y tú. Yo estoy cansado. No puedo más. De
verdad. La discoteca es toda vuestra. Me largo a mi casa, o a un monasterio, o
a la guerra a Siria. Todo con tal de que no me jodáis lo poco bueno que me
queda en la vida entre Sabrae y tú. Si no escuchaba a The Weeknd con otras
chicas por muy pesadas que se me pusieran, era precisamente para evitarme
esto-señalé a Sabrae, que estaba parada en medio de la pista de baile,
mirándonos con el ceño fruncido-. Y menos voy a escucharlo con ella en este
plan. Poned lo que os dé la gana-me volví hacia Jordan, que se estaba
mordisqueando el labio-. Me piro, hermano. Te mando un mensaje cuando llegue.
-¿Adónde
vas?
-No
te lo puedo decir, o vendrán detrás-me encogió de hombros, negué con la cabeza,
y me dirigí el sofá a recoger mi chaqueta. Bey estaba sentada hablando con Max
y Logan, y los tres se callaron cuando llegué, serio como un presidente de gobierno
el día que le anuncian que su país está siendo invadido, o que se han acabado
los clips.
-Alec…
-No
estoy de humor, Bey-bufé, negando con la cabeza, alcanzando mi chaqueta y
dándole un beso en la mejilla-. Mañana hablamos, tíos.
-¿Te
vas ya a casa?
-Algo
así. ¿Acompañas a mi hermana cuando se canse, Max? No me gusta que…
-Relax,
tío. Yo me ocupo. Vete tranquilo.
Repartí
apretones de mano y palmadas y me fui abriendo hueco entre la gente. No volví a
mirar a Sabrae, aunque podía sentir sus ojos puestos en mí.
Estaba
a medio camino de la rampa en dirección a la salida cuando alguien me cogió del
brazo. Algo en mi interior me dijo que se trataba de Diana.
-No
tienes por qué marcharte, Alec.
Salvo
que no era Diana. Aquella voz no era
la de la americana, ni tampoco tenía su acento. Era una voz que yo conocía
bien. La voz por la que había empezado a boxear.
Me di
la vuelta y me encaré con Mimi, que me había cogido de la manga de la misma
forma que cuando era pequeña y quería subirse a una atracción que nos daba
miedo a ambos, pero no se atrevía a hacerlo sola. Era su manera de convencerme
de que me fuera con ella.
-¿Y
qué otra opción me deja? ¿Me dejáis?-clavé
los ojos en Diana, que por lo menos tuvo la decencia de agachar la cabeza y
fingirse avergonzada-. No voy a quedarme aquí dejando que Sabrae siga
haciéndome daño.
-Huir
no es la forma de solucionar las cosas-suplicó Mimi, agarrándome con la otra
mano y tirando suavemente de mí, pero yo me solté de ella.
-No
estoy huyendo por solucionar nada, Mimi. Estoy yéndome para que no acabéis
conmigo.
-Tenéis
que hablar. Estáis los dos mal. Pensábamos que…-miró a Diana, quien asintió con
la cabeza, y volvió a mirarme a mí-. Pensábamos que si os poníamos música que
para los dos significara algo, seríais más proclives a…
-Espera,
¿qué? ¿Habéis pedido a Jason Derulo también? ¿Vosotras?
-Creímos
que cuando empezara a sonar la canción, tú te levantarías, irías con ella, y…
-Mary
Elizabeth-gruñí-. Las cosas con Sabrae están muy mal. No están, directamente-especifiqué
con amargura-. Una canción de mierda no va a solucionarlas. Ni dos, ni tres.
Déjame en paz-me zafé de su abrazo y Mimi enredó los dedos de sus manos en su
regazo, sumisa-. Bastante jodido está ya todo como para que tú también te
dediques a meter la pata.
-Yo
sólo quería ayudar-gimió.
-Pues
has conseguido justo lo contrario. Muchas gracias. Ahora tendré que imaginarme
a Sabrae frotándose como una perra contra un gilipollas que no soy yo mientras
suena la canción con la que nos morreamos por primera vez. Te ha salido de puta
madre la jugada, tía.
-Al
menos intento hacer algo-se defendió-. Tú no estás haciendo absolutamente nada.
Sólo te vas. Es lo que haces siempre: largarte, y que se solucionen las cosas
solas. Que te perdonen por tu cara bonita.
-A mí
no me perdonan por mi cara bonita, me perdonan porque lo pido cuando lo he
hecho mal. Es algo que tú no has aprendido a hacer en tu vida, y ya va siendo
hora de que lo hagas, que ya tienes una edad. Pero tranquila, no espero que lo
hagas ahora-fulminé a Diana con la mirada y la americana dio un paso atrás.
-Esto
no va a solucionarse yéndote con otras.
Me
detuve en seco y la miré por encima del hombro. Otra vez la misma historia.
Siempre a misma historia.
Alec
Whitelaw, el fuckboy original.
Estaba
harto de que me juzgaran por las cosas que yo no hacía. Mi pasado no me
definía, no el de antes de Sabrae.
Todavía
tenía una salida, algo que le demostrara a todo el mundo que se equivocaban
conmigo. Sus prejuicios no me afectaban, no me definían; lo que los demás
opinaban de mí no era lo que yo era realmente.
-Y no
voy a hacerlo, Mary Elizabeth.
-Es
lo que haces siempre.
-Esta
vez no-me giré para mirarla, la tenía de costado, y clavé los ojos en los de mi
hermana-. Voy a volver a boxear, Mimi-le revelé, y tuvo exactamente la reacción
que yo esperaba: debajo de los focos, mi hermana se puso pálida. El recuerdo
del último combate en el que había estado cayó sobre ella como un jarro de agua
fría.
-¿Qué?-jadeó-.
No puedes.
-No
soy un boxeador completo-me encogí de hombros, forzando una sonrisa-. Jamás me
han roto la nariz.
-Alec...
no. Por favor.
-Todos
pensáis lo peor de mí. Todos. Mamá. Tú. Mis amigos. Sabrae. Todos habéis dado
por sentado que me piraría a follar con la primera que se me pusiera por
delante al primer inconveniente que se me presentara con ella. Estoy cansado de
que tengáis una imagen tan mala de mí, Mary Elizabeth. Quiero que, por una vez,
alguien piense que yo me merezco que me elijan.
Mimi
se llevó una mano a la boca y se echó a llorar en silencio. Diana dio un paso y
le rodeó los hombros con el brazo, le dio un beso en la mejilla y le susurró
palabras de consuelo que yo no pude escuchar al oído.
-Alec,
por favor. Yo lo solucionaré, si quieres. Pero no vuelvas. Te va a pasar algo.
-No
me va a pasar nada.
-Hazlo
por mí.
-Empecé
por ti, Mimi. Ahora voy a volver por mí. Es lo que necesito. Es lo único que me
queda.
-Yo
hablaré con ella. Le diré que pare. Te lo juro, Alec, le diré que pare-sollozó
mi hermana, agarrándome de nuevo del brazo, pero yo me solté con delicadeza.
Miré a Diana y carraspeé para que no me notara que estaba a punto de llorar yo
también. Estaba llegando a mi límite, y que Mimi se echara a llorar no hacía
más que contribuir a hundirme.
-No
la dejes sola hasta que se le pase, Diana, por favor.
Diana
asintió con la cabeza, tiró suavemente de Mimi y por fin consiguió apartarla un
poco de mí. Cometí la locura del siglo cuando di un paso al frente y le di un
beso a la mejilla, porque Mimi se agarró a mí como a un salvavidas. Enterró la
cabeza en mi pecho y lloró contra mi camisa, hipando y jadeando y suplicándome
que no me marchara, que ella lo solucionaría todo.
-Nos
vemos en casa-repliqué, dándole un último beso y apartándola de mí. Cuando salí
a la calle, el frío de enero me dio una bofetada en la cara, haciendo que me
espabilara. Esperé unos minutos frente a la puerta, esperando un milagro que
nunca llegó: Sabrae no salió de la discoteca en mi busca para disculparse por
todo lo de la noche, ni tampoco para hablar de lo que había pasado el día
anterior. La tristeza dio paso al vacío, y el vacío dio paso a la rabia. Cuando
ya estuve completamente recuperado, busqué mi teléfono, dándole una última
oportunidad al destino.
La
pantalla seguía sin ninguna notificación de ella, así que me lo tomé como una
señal. Desbloqueé el móvil y toqué sobre el nombre de Sergei, que contestó al
cuarto tono. El ruido atronador de una discoteca del centro llenó por un
momento mi oído, hasta que él consiguió llegar a un sitio más apartado en el
que hacerse oír.
-¿Alec?
¿Qué pasa? ¿Por qué me llamas a estas horas?
-Quería
decirte que sí.
-¿Qué?
-Que
está bien.
-¿De
qué coño estás hablando?
-Quieres
un campeón rabioso-le recordé-. Yo ya tengo la rabia. Conviérteme en
campeón.
Ya ni siquiera reconocía mi cama. Estaba dura, fría, y
era tremendamente incómoda. Lo que había resultado ser mi refugio en aquellos
días, el lugar donde soñaba con ella y ella y yo aún estábamos juntos, terminó
petrificándose también y convirtiéndose en una cárcel para mí. No tenía manera
de descansar en ningún sitio.
Estaba
agotado, tanto física como psicológicamente. Después de ver a Sabrae bailando
con otros de aquella manera anoche y llamar a Sergei presa de un arrebato, me
había ido derechito al gimnasio, había cogido unos guantes de la consigna y me
los había ido atando mientras me quitaba la camisa. Boxeé durante horas,
golpeando otro de los sacos de boxeo que había colgados del suelo, al que
torturé hasta que mis músculos me dolían tanto que apenas podía levantar los
brazos. Por lo menos, no rompí también éste; el que yo había roto seguía en una
esquina, a la espera de que alguien se dignara a repararlo, observándome con
gesto acusador, reprendiéndome por cómo estaba dejando que mi vida descarrilara
sólo por una chica.
Cuando
me detenía un segundo para tomar aliento, mis ojos se veían atraídos hacia
aquel rincón oscuro como moscas a la miel. Y yo no hacía más que sentirme
culpable, enfadarme aún más conmigo mismo, y volver a emprenderla a golpes con el
pobre saco de boxeo que entonces era mi víctima, mucho más joven y mucho más
inexperto. Estaba más duro, así que me dolía más golpearlo; y, como me dolía
más, me afanaba con más ganas con él.
Intenté
no imaginarme las caras de ninguno de los chavales con los que Sabrae había
bailado, pero me fue imposible. Puede que por eso pusiera tanta rabia: mi mente
me decía que los tenía delante, y en una absurda exhibición de testosterona, yo
quería demostrarle a ella que se equivocaba intentando reemplazarme con otros.
Que nadie era mejor que yo en nada; no cuando se trataba de ella, al menos.
El
sol había salido hacía rato cuando yo me di por satisfecho, jadeante, con la
espalda empapada de sudor, los vaqueros caídos por mi cintura y el pelo pegado
a la cara. Me quité los guantes, el di un último puñetazo al saco con la mano
libre, y me fui a la ducha.
No
saludé a nadie cuando llegué a casa, lo cual creo que impresionó a mi madre,
pero me daba lo mismo lo que ella pensara. Sólo quería tener un instante de
descanso; uno nada más, por favor. Subí las escaleras despacio, arrastrando mi
alma por detrás de mi cuerpo, me desnudé, me tumbé sobre la cama y me quedé
frito prácticamente al instante, con el móvil sobre la alfombra de mi
habitación, sin quitarle el sonido. Bien sabía Dios que nadie iba a molestarme.
O eso
pensaba yo.
Cuando
empezó a sonar, yo estaba encogido sobre las mantas, tiritando de frío y
también del miedo que me producía una pesadilla que no conseguía recordar. Me
di la vuelta y casi me caigo de la cama, pero conseguí recuperar el equilibrio
en el último momento. Desesperado y esperanzado a la vez, creyendo que la noche
había obrado un milagro, recogí el teléfono del suelo a la velocidad del rayo,
no fuera a ser que quien fuera que me llamara (o quien yo deseaba que me llamara) cambiara de opinión.
No
hubo suerte. Traté de no decepcionarme cuando vi el nombre de Tommy en la
pantalla, pero mi corazón se hundió sin más remedio, por mucho que yo intentara
decirme que no pasaba nada. Cuando quieres creer en la magia, no encontrarla es
mil veces más desesperante que creer desde un principio que el mundo es oscuro
y gris.
Deslicé
el dedo por la pantalla para responder a la llamada.
-T-gruñí,
y descubrí que mi voz me hacía daño. Me había pasado con el alcohol, claro;
desde hacía unos meses, la ingesta de bebidas con él había disminuido a la
misma velocidad a la que lo había hecho el tiempo que pasaba con mis amigos.
Básicamente porque desde hacía unos meses, compartía la noche con Sabrae. Y,
ahora que ella no estaba, yo no tenía más entretenimiento que coquetear con el
coma etílico cada madrugada-. ¿Qué pasa?
-Dios,
tío, ¿estabas dormido? Perdona.
-Es
igual-rodé por la cama y me quedé tumbado sobre mi espalda, mirando al techo.
Me pasé una mano por el pelo y entrecerré los ojos. Había olvidado cerrar la
claraboya cuando llegué, pero estaba tan machacado que me había dado
absolutamente igual. Había dormido como si estuviera en la oscuridad en ese
sentido; otra cosa era que hubiera descansado o no.
Cosa
que no había hecho, por cierto.
-¿Pasa
algo?
-Estaba
hablando con los demás de hacerle una fiesta a Scott esta noche. Ya sabes que
está un poco… bueno. Como está-me masajeé el puente de la nariz y asentí con la
cabeza, para luego bufar un “ajá”-. Y como tú no contestabas, pues he pensado
en llamarte. ¿Te apuntas?
-Claro,
T-¿yo, perdiéndome una fiesta para animar a un amigo? Parecía que Tommy no me
conocía. Si ya me gustaban las buenas juergas, cuando eran por una buena causa
yo me volcaba con ellas-. ¿Dónde tenéis pensado llevarlo?
-Oh,
a ningún sitio. Habíamos pensado en pillar comida donde Jeff, y quedarnos a
dormir en su casa.
Me
puse rígido en el momento. Ah, no. A casa de Scott, no.
-¿Y
no puede ser en la tuya?-pregunté-. O incluso en la mía. Puedo despejar… puedo
pedirles a mis padres que hagan algo por la noche, o lo que sea. Y Mimi puede
irse a dormir en tu casa. Ya os habéis quedado a dormir en el sofá más veces.
Ya sé que yo no tengo un cuarto de juegos, pero…
-Scott
está bastante mal, Al. No va a querer salir de casa. Ya he hablado con él y me
ha dicho que hoy tiene pensado estar de clausura, todo el día metido en casa. Y
no podemos hacer eso. Ya sabes que no podemos dejarle solo con sus
pensamientos. Cuando empieza a rayarse por algo…
-Ya.
Sí. Lo sé-suspiré, incorporándome hasta quedar sentado. Escuché el sonido de
unas patitas rascando la puerta; Trufas
debía de haberse despertado con el sonido de mi voz, y venía en busca de
atenciones. Me levanté de la cama, pensando que no habría nada de malo en que
tuviera un poco de compañía peluda, y fui a abrir. Trufas brincó dentro de mi habitación y, con tres saltos, llegó
hasta el borde de mi cama. Se subió con agilidad con un cuarto salto, y luego
dio vueltas y vueltas en el centro, preparando el sitio en el que pensaba
acurrucarse.
-Así
que… eso. Era para avisarte para que no hicieras planes esta noche.
-Acabo
de recordarlo, T. Tengo que currar. Y estoy bastante machacado de ayer, no sé
si podré…-empecé, sentándome al borde de la cama, cogiendo a Trufas y colocándolo sobre mi regazo. El
animal no protestó ni se hizo de rogar; es más, incluso se aovilló sobre mis
piernas y hundió su cabecita en mi vientre, disfrutando del calor que manaba de
mí. Me hacía cosquillas en el ombligo.
-Pero,
¡si no vamos a hacer nada! No desmadraremos mucho, Al. Venga. Nos comemos unas
pizzas o unas hamburguesas, jugamos a la consola, vemos unas pelis, nos
quedamos fritos… ya sé que no es un fiestón de discoteca en el que abunden las
tías y el alcohol, pero a ti también te gustan las fiestas más tranquilas.
-No
es por el tipo de fiesta, Tommy. De verdad. Es que…
Me
quedé callado y me mordisqueé el labio. Trufas
levantó la cabeza y me miró con sus ojos negros. ¿Cómo le digo a Tommy que no quiero ir a casa de Scott porque para mí
la casa de Scott ya no es la casa de
Scott?, le pregunté mentalmente al conejo. Pero si a Trufas se le ocurrió una respuesta, no
la quiso compartir conmigo.
-Es
por el lugar-adivinó Tommy, y yo suspiré, subí las piernas a la cama y Trufas saltó de mi regazo para aterrizar
en el colchón. No sabía por qué, siempre tenía la tendencia a tratar a Tommy
como si fuera un gilipollas que no se enteraba de nada, cuando probablemente
era el más listo de todo el grupo.
-Sí.
-Al,
de verdad, no va a pasar nada. Si quieres, hablo con ella. No tienes por qué
preocuparte. No te va a decir nada.
-Ése
es el problema, T. Que no me va a decir nada-murmuré con amargura, hundiendo
los dedos en el lomo del conejo-. Además, si ayer me fui pronto y estuve toda
la noche boxeando, fue porque no quería verla ni pensar en ella. Necesito
despejar la mente. Todo es muy reciente.
-Sabes
que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿no?
-Claro,
T. Y tú igual conmigo. Sé que las cosas con Diana tampoco están para tirar
cohetes.
-Están
más bien para que nos tiren un cohete a nosotros-murmuró él, y soltó una risa
triste.
-Conmigo
y con Sabrae, igual. Bueno, no: peor. A nosotros no nos pueden tirar ningún
cohete, porque no hay ningún “nosotros”.
-Siento
oír eso, tío, de veras-Tommy parecía afligido de verdad al otro lado de la
línea-. Yo apostaba por vosotros. Hacíais buena pareja.
-Gracias,
T.
-Erais,
literalmente, mis padres.
Me
quedé mirando el armario haciendo una mueca, los ojos entrecerrados y la boca
torcida en una sonrisa naciente.
-No
podemos ser literalmente tus padres,
T. Yo te llevo siete meses. Y Sabrae ni siquiera había nacido cuando tú…
-Es
una forma de hablar, tronco. Bueno, ¿vienes a la fiesta?
-Me
lo tengo que pensar, T.
-¿Qué
tienes que pensar? No tienes nada que pensar. Tú dime qué es lo que quieres, y
yo lo arreglo. Que te quiero un montón, Alec, joder. Hostia. Cojones. No te
quiero ver triste, ¿me estás escuchando?-me regañó-. Tú pide por esa bocaza que
te ha dado tu madre, que yo te lo doy. ¿No quieres ver a Sabrae? Hecho.
¿Quieres verla? Hecho. ¿Quieres arreglarlo? Hecho. ¿Quieres tirártela? Hecho.
-Sí,
no, sí, y sí-respondí, un poco más animado, y escuché cómo Tommy abría unos
cajones en su casa-. ¿Estás anotándolo?
-Ajá.
Un segundo. No me cuadra eso de que no quieras verla y a la vez quieras
tirártela. ¿Cómo se supone que tengo que arreglar yo eso?
-Puedes
taparme los ojos, como a los caballos esos de las corridas de toros de España.
-¡Guau,
Alec! ¡No sabía que te fueran esas cosas!-Tommy se echó a reír y yo esbocé una
sonrisa escuchando cómo se cachondeaba de mí-. ¿Debería ponerme en contacto con
la psicóloga de mi madre? Es una mujer ocupada, pero a un amigo del hijo de una
de sus mejores clientas seguro que le hace un hueco.
-Paso
de ti, Tommy.
-Vale,
pero, ¿vienes esta noche, o no?
-Tengo
que pensármelo, tronco-Trufas
parpadeó y agitó las orejas de un lado a otro, flagelándome con ellas, como
diciendo tienes que ir, tienes que ir,
tienes que ir-. Todo es demasiado reciente, y no me apetece mucho estar en
casa de Scott después de lo que pasó anoche. Ya sé que tú eres omnipotente y
todas esas mierdas que os tragáis los críos que tenéis doble nacionalidad, pero
yo no estaría del todo tranquilo. Puedo entender a Scott en el sentido de que
no quiera salir de casa. Como en casa no se está en ningún sitio, hermano.
Tommy
chasqueó la lengua.
-Sólo
prométeme que le darás una vuelta, ¿vale, Al? Piénsalo un poco. Y no te pongas
en lo peor.
-Está
bien.
-¿Me
lo prometes?
-Te
lo prometo.
-Guay.
Bueno, pues, ¡nos vemos de noche!-se despidió.
-¡Eso
no es seguro, T…!-empecé a gritarle al altavoz, pero escuché unos pitidos al
otro lado de la línea-. ¿T? ¡Tommy! Jodido cabrón-mascullé, riéndome, lanzando
el móvil sobre mi mesita de noche y chasqueando la lengua. Si eso había sido
una treta para conseguir que fuera, lo llevaba claro. Todavía tenía que pensar
en frío sobre lo de esa noche, sopesar las ventajas e inconvenientes.
Trufas se me quedó mirando y yo me lo
quedé mirando a él. Le di un par de palmadas sobre la cabeza y me metí bajo las
mantas. La cama tenía el delicioso calor que mi cuerpo le había ido dando por
la noche, lo cual agradecí. Me coloqué sobre mi costado y cerré los ojos. Sentí
cómo Trufas se colaba en el interior
de las mantas, buceando hasta quedar completamente oculto en una tienda de
campaña improvisada compuesta por sí mismo.
Volví
a quedarme dormido con el calorcito del conejo a mi lado, y cuando mi madre
entró en mi habitación preguntando si no iba a trabajar hoy, por poco aplasto
al pobre animal. Mamá frunció el ceño al ver que me abalanzaba sobre el
armario, me ponía el uniforme, cogía las llaves de la moto y me lanzaba
escaleras abajo sin casi darle un beso y sin pensar siquiera en comer.
Ahí
fue cuando me di cuenta de que estaba hundido en la mierda: cuando vi que no
tenía hambre.
Hice
el reparto programado en un tiempo récord, concentrado como estaba en dibujar
un mapa mental de Londres en varios colores: en rojo, las calles de dirección
prohibida; en amarillo, las de doble sentido pero con muchos semáforos y
cruces; y en verde, las de dirección única o las que tenían semáforos sin
cámaras de seguridad que te multaran. Por poco atropello a un par de ancianos
cruzando la calle por un lado en el que no debían (qué curioso, son siempre los
ancianos los que se ponen a cruzar sin importar si hay paso de cebra o no), e
incluso me crucé con Chrissy en la furgoneta en una de las calles mentalmente
amarillas. Me apoyé en la ventanilla abierta y le di un tirón de pelo, y ella
exhaló un chillido mientras convulsionaba.
-¿Tan
feo soy?
-¿Qué
haces aquí? ¡Ésta no es tu zona!
-He
cogido más paquetes de los que me correspondían. Estoy haciéndole un favor a
Jade-Chrissy asintió con la cabeza-. ¿Tienes algo para mí?
-¿No
deberías estar ansioso por terminar el curro y largarte a tu casa?-inquirió
ella con el ceño fruncido. Yo iba a contestarle que habían cambiado muchas
cosas desde la última vez que nos habíamos visto (hacía 48 horas,
aproximadamente), pero el semáforo se puso en verde y un taxi nos pitó. Los
taxistas son gilipollas, en serio. Cuanto más tiempo tengan a los clientes, más
les cobran, pero luego son los que más prisa tienen. Le di una palmada en la
puerta a la furgoneta de Chrissy y me colé entre el tráfico, con tan buena
suerte que conseguí meterme delante de un bus turístico justo antes de que éste
se cruzara una intersección y tuviera el tráfico totalmente cortado durante
casi cinco minutos. Aquel habría sido tiempo más que de sobra para explicarle a
Chrissy por qué me estaba comportando de forma tan rara y por qué no paraba de
dar vueltas por Londres: en la ciudad más importante del mundo tenía que estar
la solución a mi problema.
En
algún rincón de la capital del imperio más grande de todos los tiempos (bueno,
con permiso de mi Rusia ancestral, claro) tenía que encontrarse la excusa que
yo estaba buscando para no ir a casa de Scott esa noche. Era demasiado
arriesgado, demasiado reciente, demasiado doloroso. No podía hacerlo, no me
atrevía, no quería, no debía. Londres, por favor, dame la respuesta.
Pero
tanto las calles de verdad como mi mapa mental guardaron silencio, de manera
que cuando terminé definitivamente mi turno, habiendo repartido casi el doble
de lo que me correspondía y asegurándome siete buenas borracheras, una por cada
cena de empresa en la que me invitarían los compañeros a los que les había
hecho favores, seguía con el corazón pesado y las manos absolutamente vacías de
pretextos.
Joder,
si hasta llegué a considerar mientras pasaba frente a Downey Street el decir
que Chrissy me había pedido que me quedara a dormir con ella, y que yo había
aceptado muy caballerosamente quedarme en su comodísimo sofá.
Claro
que Bey ni de coña me dejaría dormir en casa de una chica estando las cosas
como estaban.
Ni
tampoco me dejaría quedarme en la mía, ya que estábamos. Por eso necesitaba una
excusa.
Lo
mejor que se me había ocurrido había sido inventarme que me había torcido el
tobillo bajando de la moto en mi casa y que no estaba para ir a ningún lado
(llegué a considerar decir que me había roto la pierna, lo cual parecía más
serio, pero enseguida lo descarté), así que allí estaba, mirando en Youtube
tutoriales sobre cómo vendarse un tobillo, cuando Bey entró en tromba en mi
habitación.
-¿No
sabes llamar? Podría estar dándome cariño a mí mismo.
-Y
esa invasión de la privacidad supondría un problema para ti, porque…
-Porque
seguro que no te ofrecerías a terminar tú el trabajito.
Sonreí,
y Bey puso los ojos en blanco.
-¿Qué haces todavía con el uniforme?-señaló mi
polo con el logotipo de la sonrisa de Amazon y alzó una ceja.
-Estaba…
investigando.
-¿Investigando?
¿El qué?
-Investigaciones-respondí,
apartando el ordenador a un lado, pero ella extendió la mano con autoridad y yo
no tuve más remedio que entregárselo. Bey se quedó mirando cómo una aspirante a
enfermera explicaba en un maniquí el mejor método para vendar un tobillo.
Bey
se me quedó mirando. Se suponía que yo debía saber hacer vendajes; era de las
primeras cosas que aprendías al comenzar a boxear, pero mis conocimientos se
limitaban a nudillos y muñecas. Nadie te explicaba cómo podías hacer para
inmovilizarte el tobillo, porque si necesitabas inmovilizarte el tobillo
terminarían haciéndote K.O.
-¿Ahora
quieres ser médico?
-¿Has
visto Anatomía de Grey? No hacen más
que follar.
-Y
morirse.
-Los
dos sueños de mi vida juntos-ironicé, y Bey me dio un manotazo.
-¿Para
qué estabas mirando esto?
-Por
si me tuerzo el tobillo.
-¿Tenías
pensado torcértelo a posta?
-¡Beyoncé!
Me escandaliza la pésima imagen que tienes de mí-me llevé una mano al pecho-.
Siempre hay que estar prevenido, nunca sabes cuándo puedes tener un accidente.
Bey
parpadeó.
-Vale,
me iba a vendar el tobillo para que así no me riñeras por no querer ir a casa
de Scott.
-¿Y
por qué no quieres ir?-preguntó, cruzándose de brazos. Entrecerré los ojos.
-A
ver si lo adivinas.
-No
vas a poder esconderte siempre. En un par de días empezamos las clases. ¿Qué
harás entonces?
-Ser
un alumno aplicado que va de su clase a la biblioteca, y de la biblioteca a su
clase.
-No
te lo crees ni tú, Alec.
-Estoy
de luto, ¿vale? Dejadme sufrir en paz, hostia-ladré, agarrando el ordenador y
deteniendo la reproducción-. No podéis obligarme a seguir adelante si yo no
quiero hacerlo.
-Nadie
te está obligando a seguir adelante, osito-Bey se sentó en la cama con las
rodillas orientadas hacia mí-. Todos queremos lo mejor para ti. Y lo mejor para
ti no pasa por quedarte en casa lamentándote de tu suerte. Tienes que salir.
Hacer cosas. Distraerte. Conocer gente nueva.
Parpadeé.
-Chicas-especificó
Bey.
-¿Voy
perfeccionando mi finés? Porque no hay ni una sola tía en este país que yo no
conozca. Ni en Grecia. Y créeme, mi cupo de chicas se ha quedado cubierto para
un tiempo. No, gracias. Me quedaré en casa, jugando a la consola, o puede que
viendo porno y sacudiéndome el chorizo y…-Bey empezó a reírse-. ¿Qué? ¿Qué te
hace tanta gracia?
-Tú.
Eres gracioso.
-Vaya,
me alegro que mi desgracia te haga feliz, nena-le di una palmadita en la
cintura y ella sacudió la cabeza.
-No
te confundas. No me hacen gracia las tonterías que estás haciendo. Lo que me
hace gracia es que seas tan bobo como para no entender lo que está pasando
aquí: Sabrae y tú estáis echando un pulso, y tú te empeñas en pensar que si lo
estáis haciendo es porque a ella no le importas. Por eso no quieres verla.
-No,
no quiero verla porque la quiero, y no me gusta eso de querer cosas que no
puedo tener.
-¿Quién
dice que no puedas tenerla? Nunca había visto a una chica tratar de poner
celoso a un chico con tanta desesperación como Sabrae lo hizo ayer contigo. Si
no le importaras, habría pasado de ti.
-Se
lo estaba pasando bien.
-Por
favor, Alec-Bey puso los ojos en blanco-. Estoy segura de que odió cada momento
en que los demás le tocaban. La vi mirarte cada vez que tú apartabas la vista,
asqueado. La única razón de que ahora mismo no esté en tu cama es que tú fuiste
lo bastante gilipollas como para no darte cuenta de que lo que ella quería era
arrancar una respuesta de ti. Una en concreto.
-¿Que
me marchara?
Bey
puso los ojos en blanco.
-Que
la empotraras. Y que le recordaras que el ser tú es precisamente lo que la
atrajo hacia ti. A lo largo de estos meses, siempre ha pensado que el que seas
precisamente tú es una ventaja. La han hecho cambiar de opinión, y quiere que tú
la hagas rectificar de nuevo.
Negué
con la cabeza.
-Tú
no estabas allí cuando nos peleamos.
-Y tú
tampoco. Ni ella. No estabais ninguno porque no erais vosotros. ¿Cuántas veces
nos hemos dicho cosas horribles tú y yo?-me acarició la mejilla-. Cosas que no
sentíamos. No eran verdad. Igual que no lo era lo que os dijisteis.
-Nos
insultamos. Nos dijimos que nos odiábamos. La besé en contra de su voluntad y
eso ella no va a perdonármelo.
-Dijiste
que le gustó.
-A mí
también me gustan muchas cosas cuando las hago, y luego me siento una mierda al
terminar. Me follé a otras estando pillado por ella. Follé contigo estando
pillado por ella. Me corrí con ellas y me corrí contigo. Y una parte de mí se
odió por ello nada más terminar.
Bey
me acarició los nudillos con la yema de los dedos.
-No
quiero estar pillado de una chica que me odia. No quiero mirar a una chica que
no soportar mirarme.
-A
Sabrae le gusta mirarte.
-Sabrae
es otra vez la chica que siempre ha sido. Estos meses han sido sólo un
espejismo. Un… un oasis. No eran de verdad. Se acabó. Se acabó de verdad, Bey.
Bey
me acarició los hombros, subió por el cuello y entrelazó sus manos en mi nuca.
Sus ojos color miel estaban brillantes de dorada determinación.
-Lo
tuyo con Sabrae se habrá acabado, de acuerdo, pero tú no. Tú no estás acabado,
Al. Y te necesitamos. Todos. Scott, Tommy, Jordan, yo. No queremos que te
pierdas. Has perdido a Sabrae. No te pierdas también a ti mismo.
Bey
se mordió el labio y mis ojos bajaron en caída libre hacia su boca. Sentí el
impulso de inclinarme y besarla, porque por un momento pensé que un clavo
sacaba a otro, y el único que podía sacar al segundo era precisamente el
primero. Bey. Bey podía con Sabrae.
Sólo
necesitaba inclinarme y rozar mi boca con la suya. Rodear su cintura con mis
manos. Quitarle la camiseta, los vaqueros, el sostén, las bragas, y hacerle el
amor. Sólo así podría salir del pozo.
Los
ojos de Bey también descendieron a mi boca, y sus labios se entreabrieron en
respuesta a lo que estaban ansiando los míos. Bey se inclinó ligeramente hacia
mí, traicionándonos a ambos.
Apoyé
la frente en la suya y froté mi nariz con la suya. Sólo hacía eso con Sabrae,
pero ahora ya no podía hacerlo con ella.
-Pídemelo-susurré,
y Bey jadeó.
-¿El
qué? ¿Que te recompongas? Recomponte, Alec.
-No.
Que vaya. Pídeme que vaya. No puedo hacerlo por mí. Pero sí puedo hacerlo por
ti.
-Ven,
Alec. Scott te necesita. Yo te necesito.
-Yo
también te necesito, reina B.
Y me
incliné hacia su boca, que me estaba esperando. Bey me acarició el cuello
mientras nuestros labios se rozaban, y cuando los entreabrimos y nuestras
lenguas empezaron a jugar, por un momento se dejó llevar, de la misma manera en
que lo había hecho Sabrae. Hundió las manos en mi pelo, me acarició los
hombros, y finalmente puso las manos en mi pecho cuando las mías llegaron a su
cintura.
Un
dulce torrente de luz y calor descendió por mi boca hacia mi interior,
templando todo lo que encontraba a su paso. Puede que no le prendiera fuego,
pero por lo menos el hielo empezó a descongelarse.
Hasta
que me empujó suavemente lejos de ella con toda su fuerza de voluntad, y se
mordió el labio cuando nos separamos.
-Esto
no está bien. No estás bien. Ha sido un error. Perdóname-jadeó, y sus ojos se
humedecieron, y en su mirada apareció un mar de lágrimas. Negué con la cabeza y
le limpié las lágrimas con el pulgar.
-No
llores, Bey. No pasa nada.
-Me
estoy aprovechando de ti.
-Tenerte
es lo mejor que me ha pasado en la vida-susurré, frotando mi nariz de nuevo
contra la suya-. No pasa nada. Me ha gustado. Y lo repetiría.
-Pero
no podemos.
-¿Por
qué? Ya no estoy atado a nadie.
-Eso
no es verdad. Estás enamorado de otra.
-Eso
no significa nada-por favor, Bey. Tú eres
la única que puede hacerme sentir algo, aparte de Sabrae. Necesitaba su
calorcito. Estaba helado, y necesitaba un fuego dentro de mí que mandara bien
lejos al invierno.
-Lo
significa todo-me dio un apretón en las manos y negó con la cabeza-. Lo
significa todo, Al.
Se
alejó un poco de mí, en busca de oxígeno y de poder pensar con claridad. Yo
asentí con la cabeza, le di un apretón en la mano, y nos quedamos sentados en
mi cama un ratito, pensando en lo que acababa de suceder, cada uno
reflexionando desde su propio prisma. Bey sorbió por la nariz, y yo la atraje hacia
mí y le di un beso en la cabeza. Ella sonrió, me devolvió el beso en el hombro,
y se quedó acurrucada contra mí un ratito más, hasta que me dijo que si le
estaba dando mimos para tratar de escaquearme, lo llevaba claro.
Me
hizo vestirme y me obligó a salir de mi habitación y de mi casa delante de
ella, porque decía que no se fiaba de que no terminara escapándome (lo cual ya
demostraba lo inteligente que era). Mientras nos reuníamos con los demás,
mantuvimos una charla insustancial, llenando el silencio que había entre
nosotros como si temiéramos que se convirtiera en unas arenas movedizas que nos
terminaran tragando. En cuanto llegamos con los demás y pusimos rumbo a casa de
Scott, estuvimos lo bastante rodeados de gente como para poder pensar en lo que
acababa de pasarnos con una excusa para nuestro silencio.
Diana
y Tommy seguían distanciados, pero eso no impedía que ambos intercambiaran
pullas con el resto de nuestros amigos como si el otro no estuviera allí. Bey
se reía con las cosas que contaba Tommy y Logan escuchaba con muchísima
atención las peripecias de Diana en Nueva York, una ciudad que siempre había
querido visitar. Max y Tam iban comentando un capítulo de una serie que sólo
ellos dos, de toda Inglaterra, veían, mientras que Karlie iba hablando por el
móvil y Jordan caminaba a mi lado, pendiente de mí, asumiendo el papel de
guardaespaldas al que Bey había renunciado en cuanto apareció Tommy.
Por
lo menos Jordan no me hacía hablar con él, así que yo podía seguir pensando en
lo que había hecho con Bey en mi habitación. Puede que lo estuviera sacando
todo un poco de quicio teniendo en cuenta mi historial, y que había hecho cosas
bastante más gordas sin pararme a pensar mucho en ellas, pero la verdad era que
no podía sacarme de la cabeza el suave tacto de los labios de Bey contra los
míos, lo bien que sabía su bálsamo labial y lo mucho que me había alegrado de
notar el cuerpo de una chica de nuevo entre mis manos. Me había hecho sentir
bien, y a la vez me hacía sentir sucio, un traidor, un mentiroso. Me decía a mí
mismo que no había hecho nada malo, y al segundo siguiente me lamentaba de ser
tan impulsivo y hacer exactamente lo que Sabrae me había echado en cara que
siempre hacía.
Cuanto
más pensaba en el beso, más error me parecía, y cuanto más lo pensaba más
seguro estaba de que era lo que necesitaba.
Scott
nos abrió la puerta con expresión ilusionada; el chico que había sido la noche
anterior, apagado y mustio, había quedado muy atrás. Ojalá pudiera sufrir una
metamorfosis así yo también, pero me temo que lo mío era un poco más grave que
la discusión que había tenido con Eleanor. Por lo menos seguían juntos, cosa
que yo no podía decir de Sabrae.
Hizo
una reverencia cuando fuimos entrando en tropel en su casa, y me dio un apretón
en el brazo a modo de saludo. De todos los que entramos, sólo yo tuve el
inmenso honor de que me tocara (sin
contar a Tommy, claro).
Dejamos
los zapatos en el recibidor, bien apartados, y nos dirigimos a la habitación de
los videojuegos, para lo cual teníamos que atravesar el salón, donde Zayn (mi suegro, pensé un momento) estaba
tirado viendo la tele sin prestarnos la más mínima atención.
Que
no me bombardeara con su hostilidad hizo que me replanteara una vez más si
había sido tan buena idea ir a casa de los Malik. Su cambio de actitud sólo
podía deberse a que ya sabía lo que había pasado entre su hija y yo, y si no me
decía absolutamente nada era porque las cosas se habían acabado
definitivamente. Lo cual me hundió bastante, la verdad.
Precisamente
estábamos a punto de abandonar en salón para avanzar por el pequeño pasillo que
daba al sótano convertido en cuarto de juegos cuando escuchamos unos pasos por
las escaleras. Y yo fui el primero en volverme. Porque puede que dijera que no
quería ver a Sabrae, que verla sólo me haría mal, pero la realidad es que todo
aquello era mentira. Por supuesto que quería verla, aunque fuera sólo para
torturarme. Era igual que un cocainómano: por mucho que dijera que iba a dejar
la mierda que me estaba destruyendo la vida, una vez empezaba con el mono sólo
podía pensar en consumir de nuevo, y puede que un poco más, para compensar el
tiempo de abstinencia.
“Desafortunadamente”
(y lo pienso entre comillas porque ver a Sher no tiene nada de desafortunado) no
era Sabrae quien bajaba las escaleras a nuestro encuentro, sino su madre.
Bajaba colocándose unos pendientes que debían de estar hechos de rocas lunares,
de tanto como brillaban.
-¡Chicos!-celebró,
sonriendo-. ¿Tenéis fiesta de pijamas?
Se me
olvidó todo lo que me había pasado los últimos dos días con la sonrisa de Sher.
Estaba espectacular. No; estaba despampanante. Llevaba un vestido negro
ajustado a su cuerpo, un cuerpo que una mujer de su edad no debería tener, y
menos si había pasado por 3 embarazos (seguro que había hecho un pacto con el
diablo), de pierdas largas, muslos firmes, vientre plano y pechos turgentes. El
cabrón de Zayn tenía mucha, mucha suerte por disfrutar de esa mujer cuando
quisiera y poder llamarla suya.
Ojalá
yo pudiera llamar mía a su hija. Puede que Sabrae no tuviera su sangre, pero
desde luego sí tenía su belleza.
No
iba a ponerme triste pensando en Sabrae. No podía ponerme triste aun pensando
en la hija, porque la madre podía curarte todos los males. Así que, por lo
bajo, de forma que no me escuchara Zayn, espeté junto a Max:
-Joder,
yo no pensaría en pijamas al lado de ella-y mi amigo me dio un codazo.
Sher
le reprochó a Diana no haber ido a su casa cuando regresó de Nueva York, a lo
que la americana se excusó alegando que estaba cansada. Aludió al avión, y yo
intercedí y añadí que los ingleses también teníamos algo que ver en lo apretado
de su agenda.
Y
Sher posó los ojos en mí, a lo que yo respondí con mi mejor sonrisa de galán. A
Sher no le dedicaba las sonrisas que iban para el resto de las chicas. Ella se
merecía algo mejor. Al igual que su hija, que también era la dueña de aquellos
gestos.
-Alec-celebró
mi nombre como si fuera una oración que culminaba un período de abstinencia, y
su voz se moduló en una sonrisa tan cálida como el sol. Mi sonrisa se ensanchó
un poco mientras ella terminaba de bajar las escaleras y Zayn la miraba de
reojo, soltando un sonoro bufido por lo tarde que se les estaba haciendo-. Lo
que hiciste por Sabrae en Nochevieja fue todo un detalle.
Me
encogí de hombros.
-Lo
que sea por ti, Sher.
Y
ella se echó a reír.
-Aunque
te guste hacerme favores-respondió en tono dulce, y puede que un poco sensual,
o puede que sólo me lo estuviera imaginando, no lo sé. La verdad es que no se
me da muy bien pensar cuando tengo a Sherezade delante incluso aunque no lleve
una gota de maquillaje y vista una camiseta vieja ya no digamos cuando va
maquillada y con escote-, aun así me tranquilizó un montón saber que estuvo
contigo toda la noche. Así que gracias por cuidar de mi niña, Al.
Y
entonces, Sherezade Malik, el mito erótico oficial de Europa y de toda mi
adolescencia, me tomó de la mandíbula y me dio un suave beso en la mejilla.
Se
inclinó un poco más para llevar su boca a mi oído, en un susurro que sólo
podría escuchar yo.
-Confío
en que te las apañarás para seguir cuidándola durante mucho, mucho tiempo.
Sus
dedos me apretaron sobre el hombro y yo noté que mi cerebro se desconectaba por
un momento. Empecé a notar un extraño calor invadiéndome, un calor agobiante
que nada tenía que ver con el que me abrasaba cuando una chica se quitaba la
ropa para mí o me permitía entrar en su interior. En aquellas ocasiones, ardía
con pasión.
Ahora,
lo que sentía era bochorno.
Un
bochorno que no terminaba de disgustarme.
-¡SE
HA PUESTO ROJO!-bramó Bey, y Logan sacó el móvil y me enfocó con la cámara.
-¡ESTO
HAY QUE INMORTALIZARLO!
-MADRE
MÍA, AL. NI SIQUIERA SABÍA QUE PUDIERAS PONERTE ROJO.
Estaban
rodeándome cual enjambre de insectos, parecían la plaga de langostas del
Antiguo Testamento.
-¡DEJADME
EN PAZ!-protesté, agitando los brazos a mi alrededor y buscando a Sherezade por
el rabillo del ojo, pero ya no había rastro ni de ella ni de Zayn. Quería ver
si había posibilidad de que repitiéramos lo del beso o lo que surgiera, pero
también quería preguntarle a qué se refería. ¿Tenía posibilidades con Sabrae
aún? ¿No estaba todo perdido? ¿Lo que me había dicho había sido, después de
todo, fruto de un momento de calentón?
¿Seguía
queriendo tenerme cerca, contra todo pronóstico?
Se
echaron encima de mí y tuve que escabullirme en dirección a las escaleras, pero
me persiguieron hasta el cuarto de juegos, en el que me acorralaron y me
revolvieron el pelo todo lo que quisieron y más. No conseguí zafarme de ellos;
eran demasiados y estaban bien organizados, así que mis pullas tuvieron que
esperar un poco.
-Sherezalec
es real, tíos-anuncié, levantando las manos y fingiendo que me ajustaba los
bordes de una chaqueta de esmoquin.-. Puedes empezar a llamarme “papi” cuando
quieras, Scott-añadí, volviéndome hacia mi amigo, que sonrió.
-¿Así
es como te llama mi hermana?-acusó, pero yo no le hice el menor caso. Estaba
demasiado en las nubes como para que Scott me lo arruinara con una pulla no del
todo bien intencionada.
Sherezade
me había dado un puto beso.
¡Y me
había dicho que las cosas con Sabrae podían mejorar!
-Dios
mío, en serio, me voy a rapar el pelo y me voy a meter a monje budista-gemí,
dejándome caer sobre el sofá, alegrándome por primera vez en dos días de mi
suerte-. Es que no puedo aspirar a nada más alto que esto; no hay mujer que me
vaya a superar esto, ¡no la hay! ¡Puedo jubilarme de mis conquistas! ¡Tomaré
los hábitos, viva el celibato!-alcé las
manos al cielo y todos mis amigos se echaron a reír. Seguramente pensaban que
estaba feliz por el beso que me había dado Sher y sí, vale, una parte de mi
felicidad se debía a eso, pero…
No
toda. No toda, si teníamos en cuenta que Sabrae y su madre estaban muy unidas.
Era imposible que Sher no estuviera al corriente de todo lo que había sucedido:
tanto de nuestra pelea como de la pelea con sus amigas. Estaba convencido de
que Sherezade conocía a la perfección lo que nos habíamos dicho Sabrae y yo.
Seguro que su hija le había contado la discusión con pelos y señales, hasta el
punto de que sería como si la madre hubiera estado allí.
De la
misma forma, también estaría al tanto de lo que le hubieran dicho las amigas de
Sabrae a Sabrae. Y seguro que ya estaba empezando a reestabilizar las balanzas
desequilibradas de la vida de su hija. Abogaría por la paz de la misma forma
que defendía la justicia en los tribunales.
Tenía
en Sherezade a una aliada, de eso estaba completamente seguro. Y Sherezade
jamás había perdido un caso, por muy perdido que pareciera, por muy complicado
que estuviera, por muy enredada que estuviera todo. Con ella en mi bando, tenía
una mano imbatible.
Así
que, con los ánimos mucho más subidos, sonreí a Bey cuando me recordó con una
risa cómplice que no había querido ir a casa de Scott, en qué mala posición me
había puesto. Le di un beso en la cabeza y participé de cada broma, cada pulla
y cada pelea de mentira de mi grupo de amigos, sintiendo que las cosas volvían
a encauzarse después de dos días de absoluta locura.
Nos
quedamos dormidos bien entrada la madrugada, pero yo me desperté con mucha sed.
Nos habíamos terminado las cervezas con la primera película que habíamos visto,
y no me apetecía beber la gaseosa caliente que había sobrado de nuestra cena, a
la que podría alcanzar fácilmente si me quitaba el brazo de Bey de encima y
conseguía estirarme sin pisar a Max. Tommy y Diana tenían una lata de pepsi
entre ellos, pero estaba descartada también: seguro que había perdido todo el
gas.
Así
que, con todo el cuidado que pude, me levanté, me estiré la camiseta que estaba
usando a modo de pijama, y fui sorteando los cuerpos de mis amigos en dirección
a la puerta. La abrí en silencio y me escabullí hacia la cocina, sigiloso cual
pantera, descalzo y sin linterna.
La
luz estaba encendida, pero yo no sé lo que pensé. Creo que lo achacaba más a
que se habían dejado las luces encendidas; era imposible que nadie estuviese despierto
a esas horas.
A no
ser que, como yo, alguien también tuviera sed.
Hay
diferentes categorías de gilipollas: están los gilipollas a secas, que te
intentan chafar un buen momento haciéndote un comentario cortante. Luego están
los bastante gilipollas, que te minan la moral diciéndote que no eres lo
bastante bueno, o que da igual que te esfuerces porque jamás llegarás a cumplir
tu sueño. A continuación vienen los gilipollas integrales, los de campeonato,
los que te hacen una herida y te hurgan en ella a cada ocasión que se les
presenta.
Y
luego está el destino.
El
mismo destino que a mí me había hecho subnormal olímpico, por lo que me
sorprendería de que alguien estuviera bebiendo agua a altas horas de la
madrugada en una cocina que pertenecía a la casa en la que vivía.
Por
eso me quedé plantado frente a la puerta como un lerdo: porque, de entre todas
las cosas en el mundo, lo último que me esperaba era encontrarme con Sabrae
dando un sorbito de un vaso de agua de la nevera, vuelta de espaldas hacia mí,
con el pelo suelto y enmarañado por el sueño y un pijama gordito en tonos
lavanda, que se ceñía a su culo y hacía que se me fuera la vista.
Sabrae
aclaró el vaso, lo dejó sobre la encimera de mármol y se volvió.
Nuestros
ojos se encontraron.
Los
dos nos quedamos quietos como estatuas, examinándonos el uno al otro como si
fuéramos lo último que esperáramos encontrarnos en su cocina a altas horas de
la madrugada. Si tenía que ser justo con ella, era totalmente lógico que se
sorprendiera por encontrarme allí. Vale que tenía que haber escuchado cómo
alborotaba con los demás, pero una cosa era sospechar mi presencia y otra
tenerla frente a sí.
Se
apartó el pelo de la cara y se mordió ligeramente el labio, las cejas alzadas
en dos arcos perfectos, los ojos brillantes por la combinación del sueño y la
sorpresa, su deliciosa boca dibujando un anillo tan apetitoso como saciar una
sed de siglos.
Qué
hermosa era. Maquillada, sin maquillar; arreglada, en pijama; con el pelo
suelto o con él recogido, no importaba. Era tan hermosa que dolía mirarla.
Tanto que debería estar en un museo. Tanto que debían estar haciéndole siempre
el amor, llevándola a las estrellas que la componían, las mismas que se
ocultaban cada noche por pura envidia al saber que, con la llegada del sol y
las horas de sueño ya agotadas, saldría de la cama y ellas no tendrían nada que
hacer para competir contra su belleza.
La
deseaba. La deseaba, la quería, estaba enamorado de ella y quería poseerla,
pero no porque quisiera tener sexo con ella, sino porque era una diosa y yo su
humilde siervo, su más fiel seguidor. Todo lo que tenía era mi cuerpo, y lo
pondría a su disposición para que hiciera con él lo que le placiera.
Las
obras de arte que la humanidad veneraba no eran nada comparadas con ella. No
eran más que meros bocetos. Intentos burdos de intentar alcanzar su perfección.
Sabrae
entrelazó los dedos frente a su regazo, sus ojos escaneándome. Retorció las
manos, nerviosa, carraspeó y abrió la boca.
-Hola.
¡Pero si habla!
-Hola, bombón-jadeé, sintiéndola
más cerca que nunca. Di un paso hacia ella y ella no se apartó. Sí. Sí. Vamos a arreglarlo. Vamos a
arreglarlo.
-¿No puedes dormir?
-Tengo sed. ¿Y tú?
-Yo
también.
Nos separaban
centímetros. Mis pies estaban tocando los suyos, y mi cuerpo se inclinó hacia
el suyo. Levanté la mano y me permitió el inmenso honor de sostener su mentón.
Le acaricié los labios.
Vamos a arreglarlo. Vamos a arreglarlo.
Sabrae cerró un momento los
ojos y entreabrió los labios.
Bésala. Bésala.
Su
boca se curvó en una adorable sonrisa que yo quería saborear. Así que cerré yo
también los ojos y comencé a inclinarme hacia ella.
Su
aliento ardía en mi lengua. Estaba jadeando, ansiosa. Íbamos a arreglarlo sin
ninguna disculpa, porque amar a una persona es no tener que pedirle perdón
jamás. Y ella me amaba, y yo la amaba a ella, así que jamás tendríamos que
disculparnos.
Mis
labios rozaron levemente los suyos, y empezamos a escribir la segunda parte de
nuestra historia…
… que
fue incluso más breve que la anterior.
Como
volviendo en sí, Sabrae abrió los ojos y puso sus manos en mi pecho para
apartarme de ella. No tuvo que luchar contra mí como sí lo hizo en el último
beso que nos dimos, porque yo estaba que no me lo creía. Estaba surcando el
cielo con unas alas que no me pertenecían, así que no fue difícil hacerme caer.
-No-gimió,
negando con la cabeza y escurriéndose por el hueco entre la encimera y mi
cuerpo. Corrió hacia la puerta como si le fuera la vida en ello, como seguro
que habría corrido de haber estado en sus cabales en Nochevieja.
-Sabrae-gemí
yo, y ella se detuvo en seco, dándome la espalda. Apoyó la mano en el vano de
la puerta al mismo tiempo que yo me apoyaba en la encimera, derrotado.
-No
puedo. Lo siento. Aún me duele. No puedo.
-Nena,
por favor-supliqué, andando hacia ella, pero Sabrae se colgó de la puerta y
permaneció mirando fijamente las escaleras, sin atreverse a volverse para
mirarme-. No tiene por qué dolerte. Podemos superarlo, los dos juntos.
Ella
cerró los ojos y se mordisqueó el labio.
-No
puedo, Alec. No puede ser.
-Sí
puede ser. Ha podido ser durante meses. No quiero pensar que terminamos así.
-Es
que hemos terminado así. Ya nos hemos dado nuestro último beso.
Me
quedé helado al escuchar sus palabras.
-No
puedes querer que nuestro último beso fuera un mordisco.
-Nuestro
último beso no ha sido un mordisco. Ha sido una caricia.
Sentí
que se me aceleraba el corazón.
-No
puedes estar refiriéndote a…
-Tú
me dueles. Muchísimo. No puedo-me miró de reojo, apartó la cara y negó con la
cabeza-. No puedo. Lo siento.
-Déjanos
arreglarlo, Saab.
Sabrae
agitó de nuevo la cabeza y levantó un dedo en mi dirección, indicándome que no
me moviera.
-Mírame.
Mírame, Sabrae.
Sabrae
cerró los ojos un momento y apoyó la frente en el marco de la puerta.
-Por
favor.
Se
mordió el labio.
-Por
favor, Sabrae. ¿Tengo que ponerme de rodillas y suplicártelo? Porque lo haré.
Sabes bien que lo haré.
Tragó
saliva, movió la cabeza a ambos lados, y finalmente me miró con la cabeza aún
apoyada en la puerta. Se mordisqueó el labio y sus ojos escalaron un segundo
hasta los míos, pero los apartó antes de que el monstruo de mi interior pudiera
regodearse en el sufrimiento que había en su mirada. Sus ojos no deberían estar
tan apagados, su mirada no debería ser tan oscura, y alguien tan bonito como
ella no debería estar sufriendo así. Todo porque no estábamos juntos. Porque
nos faltaba nuestra mejor mitad.
-Sabrae…
-Me
tengo que ir.
Y,
sin más, echó a correr escaleras arriba, sin importarle que eso pudiera
despertar a toda la casa. Me dejó en la cocina, abandonado, destrozado, y
totalmente solo, tanto en cuerpo como en alma.
Ahí
fue cuando terminé de convencerme. No íbamos a volver. Más me valía hacerme a
la idea. No volveríamos porque ninguno de los dos lo quería realmente: ella no
quería, y yo no quería que sufriera.
Más
me valía centrarme en el futuro, entonces, porque de mi pasado no iba a poder
rescatar nada. Así que fui a la habitación, recogí mi móvil, y salí de casa de
Sabrae como alma que lleva el diablo, con un solo punto como único destino
posible: el gimnasio.
Boxeé
a oscuras, en silencio, con la música de mis guantes golpeando el saco como único
sonido ambiental. Estaba centrado, lo veía todo claro y cristalino, con la
perspectiva de quien lo ve todo desde arriba, alguien sin emociones. Sólo
rabia.
Rabia
por haber dejado que aquello ocurriera.
Rabia
por haberme dejado dominar por la ira con las amigas de Sabrae.
Rabia
por haber permitido que ella se alejara de mí.
Rabia
porque se había ido lo suficiente lejos como para que no consiguiera alcanzarla
por mucho que lo intentara.
Rabia,
rabia y más rabia.
Las luces
de la sala donde estaba golpeando el saco se encendieron, y yo me volví,
esperando un milagro que nunca ocurrió. Creía que Sabrae habría adivinado
mágicamente dónde estaba, pero aquello era imposible, especialmente porque ella
no tenía ninguna intención de ir en mi busca. La que caminaba hacia mí era Bey,
no Sabrae.
De ilusiones
vive el tonto de los cojones.
-¿Qué
haces?-preguntó, caminando hacia mí con curiosidad y preocupación, abrazándose
a sí misma.
-Terapia.
Me
volví hacia el saco de nuevo y descargué unos cuantos golpes.
-¿También
es terapia lo otro?-me la quedé mirando cuando se apoyó en el saco.
-¿Qué
otro?
-Me
han dicho que vas a volver a boxear.
-¿Mimi?
Asintió
con la cabeza.
-¿Vendrás
a mi vuelta?
-No
tienes por qué hacer esto, Alec.
-¿Hacer
qué?
-Autodestruirte-Bey
alzó las cejas como si fuera obvio, y yo suspiré.
-Sólo
estoy sobreviviendo.
-Ahí
quiero llegar. No te han herido de muerte. Sólo te han roto el corazón.
-No
noto la diferencia.
Bey se
había apartado del saco, así que volví a afanarme con él. Se mordió el labio,
se miró los pies y negó con la cabeza.
-Al principio,
parece que no la hay-continuó-. Pero terminas encontrándola.
-Bey,
no quiero ser borde, pero no creo que entiendas cómo me siento.
Mareado.
Destrozado. Fuera de lugar. Sin gravedad. Flotando en un espacio que me es
hostil. Vacío. Frío. Sin esencia. Y, a la vez, increíblemente pesado.
-Sí
que lo hago-Bey dio un paso al frente y dejó las piernas entreabiertas, en
posición de lucha, aunque sus brazos estaban cruzados-. Estuve en tu posición.
Peor, incluso-acusó-. Tú no me querías. Sabrae sí te quiere.
-A Sabrae
le estoy haciendo daño, y ella me lo está haciendo a mí.
Bey sacudió
la cabeza, como si fuera un niño pequeño que se empeña en tener razón incluso cuando
no sabe nada de la vida.
-No
sabes lo que dices.
-Sí
lo sé. La he visto. Y no he podido hacer nada. La he perdido, Bey. Ella ya está
volviendo a ser ella, y yo…
Me quedé
callado.
Sabrae
estaba volviendo a ser Sabrae.
Así que
yo tenía que volver a ser yo.
Miré a Bey, que frunció el ceño, sin
comprender, pero mi mente trabajaba a la velocidad de la luz.
Y,
por fin, llegó a la conclusión a la que Sergei había intentado llevarme. Si había
sido feliz antes, bien podía volver a serlo. Y la única forma de volver a ser
feliz era recuperando a aquel cabrón que había sido hacía meses.
A tomar por culo. No puedo elegir. Necesito toda
la ayuda del mundo.
Al contrario de lo que ella
piensa, estoy herido de muerte. Esto no es un simple resfriado. Necesito boxeo,
y necesito mujeres.
Ya que no voy a tener a la
mía, tendré a todas las demás.
Algo en
la mirada de Bey cambió cuando reconoció algo en la mía que llevaba tiempo
muerto. Sus ojos se oscurecieron un poco y dio un paso atrás, pero todo en ella
la delataba. Estábamos solos, y ella lo sabía. Estaba disponible, y ella lo
sabía.
También
estaba sin camiseta. Y ella lo sabía. Como para no saberlo, si se le iban los ojos.
Me desabroché
el guante de boxeo y la atraje hacia mí. No opuso resistencia, y puede que se
odiara más tarde por ello… pero ahora, no. Porque la estaba seduciendo, y ella
no tenía nada que hacer contra mis encantos.
-No
os hagas esto, Al-se resistió cuando yo me quité el otro guante y lo dejé caer
al suelo con un golpe sordo. Mi cara enfocó la suya como si fuera un
depredador.
-No
puedo hacerle nada a nadie. Ya no hay un nosotros.
Puede que sea mejor así-la tomé de la mandíbula y la hice mirarme-. Me han
rechazado por algo que no soy. Por lo menos puedo convertirme en eso para que
todo esto tenga sentido.
Bey se mordió el labio, expectante. Lo siguiente
que tocó su boca no fueron sus dientes, sino la mía. La besé con urgencia y
ella respondió a mi beso, dejándose llevar. Ya no estaba mal lo que estábamos haciendo,
porque lo queríamos los dos. La pegué contra mí y a Bey se le escapó un gemido
que me volvió absolutamente loco. Me desquició escuchar cómo perdía poco a poco
el control; ella, que siempre había sido la tranquila y la comedida de los dos,
se estaba abandonando a su deseo por mí de la misma forma en que yo lo estaba
haciendo a mi deseo por ella.
¿Quién
mejor que mi mejor amiga para devolverme mi antigua vida?
Con todo
el esfuerzo del mundo, Bey me puso las manos en los hombros y jadeó cuando nos
separamos.
-No
vamos a tener sexo-anunció, pero no estaba en absoluto convencida.
-Igual
sí-sonreí, y ella puso los ojos en blanco-. ¿O no quieres?
Bey respiró
hondo, tragó saliva, me miró la boca y luego bajó por mi cuerpo en un triple
salto mortal. Cuando volvió a levantar la mirada, supe que yo había ganado:
tenía los ojos completamente negros por la excitación.
-Yo
siempre quiero tener sexo contigo, Alec.
-Lo
puto sabía-respondí, triunfal, y la volví a atraer hacia mí.
Con
la ayuda de Bey, conseguí traer de vuelta al cabrón de Alec Whitelaw de entre
los muertos. Y el cabrón de Alec Whitelaw lo celebró como sólo él sabía:
follándose a una tía increíble donde nadie más se había follado a ninguna tía
increíble.
Puede
que, después de todo, ser ese cabrón no estuviera tan mal. ¿No?
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Necesitaría dos semanas para poder superar este capítulo. No sé como lo has hecho pero real que me ha dolido tanto como la pelea de Scommy en cts. El momento de Mimi y Alec en la discoteca me ha dejado literalmente destrozada, me he puesto a llorar ríos de lágrimas literalmente. Ha sido un momento tan jodidamente bien escrito que te juro que he sido capaz de imaginarme a Alec en frente mía con lágrimas en los ojos diciendo todo eso y se me ha partido literalmente el corazón en dos.
ResponderEliminarLuego ya por si fuese poco viene la escena de la cocina que es que no solo me ha dolido como un puñetazo en el bazo si no que el jodido Alec me ha obligado a replantearme si es él o Scott el que me deja en la mierdisima con solo abrir la boca PERO ES QUE LO JODIDO DE ESTO ES QUE ALEC LO HA CONSEGUIDO SIN ABRIRLA. PUTO CHAVAL DE MIERDA. Ese monólogo que se ha marcado solo con verla en pijama mientras bebía un vaso de agua me ha despertado instintos suicidas me cago en dios erika tia. Real que casi cojo los apuntes y empiezo a partirlos en miles de trocitos de toda la intensidad que estaba sintiendo.
Pd: No me ha molado una mierda que hayas hecho que vuelva a follar con Bey. Dijimos que solo boxeo, no coños también.
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ResponderEliminary la otra cosa, en la parte de la cocina, cuando la sabrae estaba en las escaleras realmente a esto || he estado de llorar te lo juro
no me quiero explayar porque voy con retraso y tengo que ponerme al dia sjjsjsjs
pd erika te estoy avisando como la beyonce y el alejandro forniquen estoy yendo a asturias corriendo y te pego a la salida AAA