domingo, 14 de abril de 2019

El rey de la noche y de todo Londres.


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-¿¡Le pusiste porno!?
               Bey se volvió hacia Jordan, estupefacta. Estábamos en la discoteca y él, milagrosamente, no había ido corriendo a la barra nada más atravesar la puerta. Debía de verme tan mal que había decidido quedarse con nosotros.
               Había pasado un día desde la pelea con Sabrae, y yo me las había apañado para salir de casa y quedar con mis amigos mientras fingía que todo iba bien. Jordan me había convencido de que quedarme en casa era lo peor que podía hacer entonces, y con la rapidez que nos caracterizaba a ambos, terminamos invocando a todo el grupo de amigos para salir de fiesta y emborracharnos.
               Tommy y Scott tenían sus propios planes, como siempre, y Max había quedado con Bella para ir a cenar, de manera que, de los nueve de siempre, terminamos siendo seis (las gemelas, Karlie, Logan, Jordan y yo) los que habíamos entrado en el bar de Jeff. Ya entonces Bey me había notado raro, y había tratado de sacarme lo que fuera que me estuviera preocupando, pero yo me había cerrado de forma hermética. No iba a dejar que Sabrae me fastidiara también las cenas con mis amigos. La comida basura puede ser tan efectiva para el mal de amores como el agua lo es para evitar una resaca.
               Y yo estaba a punto de vivir la mayor resaca de mi vida, así que necesitaría toda el agua posible.
               De manera que había conseguido comerme mi hamburguesa tranquilo, llevar la conversación por temas en los que me encontrara más seguro; temas en los que no se me formarían nudos en la garganta ni me costaría respirar porque a cada segundo que pasara más rabia me daba todo, más confundido estaba, y más pensaba que Sabrae lo estaba sacando absolutamente todo de quicio. Pude cenar tranquilo, pude incluso reírme y meterme un poco con Bey a modo de consuelo de que no podía hacer nada con la chica con la que más me apetecía hacerlo todo, y pude levantarme yo solo del sofá y sugerir ir a algún sitio donde la música fuera tan alta que pudiera ensordecer ese silencio atronador en que mi móvil llevaba sumido un día.
               Echaba mucho de menos la vibración personalizada en el bolsillo del pantalón, la que me hacía saber que alguien muy, muy especial me había enviado un mensaje. Que se habían acordado milagrosamente de mí. Que la noche no era tan perfecta, ya que se acordaba de que yo no estaba en ella, y que no lo era precisamente porque yo no estaba en ella.
               Hacía un día que Sabrae y yo nos habíamos gritado y yo ya la echaba terriblemente de menos. Hacía un día que nos habíamos dicho cosas horribles y yo ya quería retirarlas todas y cada una, punto por punto.
               Hacía un día que mi mundo se había puesto patas arriba y yo ya había perdido el conocimiento, como sólo puede pasarte cuando te pasas demasiado tiempo bocabajo y la sangre se te acumula en el cerebro.
               La única razón que tenía para acceder a contarle a alguien más que a Jordan lo que había pasado tenía las dos caras de una moneda: que ese alguien era Bey, y que Bey estaba preocupada. Claro que no entré en demasiados detalles cuando se lo conté (simplemente le dije que había tenido una discusión muy gorda con Sabrae, gorda del tipo creo que lo hemos dejado, o más bien estoy completamente seguro de que lo hemos dejado), pero ella no iba a darse por vencida así como así.
               Eso y que había empezado a emborracharme un poco, y el alcohol me daba la perspectiva que el tiempo no conseguía darme. Cuando estás un poco borracho todo empieza a verse a través de un nuevo filtro, como si el mundo se olvidara de las reglas que lo rigen y comenzara a violarlas por el mero hecho de que las desconoce. Con el alcohol corriéndome por la sangre y haciéndome sentir valiente, mis problemas ya no parecían tan inmensos. Incluso podía obviarlos y centrarme en lo mucho que me gustaba la música que estaban poniendo (una selección exclusiva de mis canciones preferidas, cortesía de Jordan, quien al contrario de lo que Bey pudiera decir era un amigo de puta madre), lo deliciosas que estaban las bebidas que los chicos me iban trayendo o lo buenas que estaban las tías que no paraban de contonearse de manera sensual al ritmo de la música.
               Aunque tampoco estaba tan borracho como para no pensar en ella, claro. Lo hacía. Sin parar. Lo hacía mientras escuchaba la música y pensaba en cómo bailaría las canciones que sonaban, lo hacía mientras bebía alcohol y recordaba su expresión la primera vez que probó el ron cola de mi boca, allá en Nochevieja, cuando todo iba bien; lo hacía mientras miraba lo buenas que estaban las tías que no paraban de brincar sobre sus tacones y agitar sus culos redondos por el gimnasio o el perreo, y yo me daba cuenta de que no deseaba a ninguna, porque ninguna se comparaba a Sabrae.
               Pero por lo menos no me daban ganas de encerrarme en mi habitación y llorar, como sí había sentido mientras hacía el reparto de por la tarde. Lo único que me había salvado del encierro y tocar fondo había sido el turno milagroso de Amazon: no podía llamar a la puerta de las ancianas para llevarles sus libros de recetas tradicionales (¡ilustrados y plastificados, dos por uno, aproveche esta ganga, señora!) mientras lloraba a moco tendido: intentarían meterme en sus casas y atiborrarme a galletas y cacao. Y yo las dejaría. Por Dios que sí.
               Suerte que había bebido lo suficiente como para que las desgracias de mi vida ya no me afectaran tanto.

               Así que allí estábamos: yo frente a una pirámide de vasos de plástico que había ido haciendo poco a poco, mientras le contaba a Bey a grandes rasgos lo que Sabrae me había dicho y lo que yo le había dicho a ella, y lo que había hecho después (sobre todo lo de después, que para algo dolía menos); Jordan sentado en el sofá frente a nosotros, acodado sobre sus rodillas, mirándome con el ceño fruncido y una expresión preocupada que yo nunca le había visto en la cara; y Bey, con las piernas cruzadas, orientadas hacia mí, pero una rabia cargada de determinación oscureciéndole los ojos mientras fulminaba con la mirada a Jordan.
                Jordan se encogió de hombros, se revolvió en el asiento, abrió y cerró la boca y parpadeó como un chihuahua aterrorizado, buscando cómo justificarse. Puede que a Bey se le ocurrieran un millón de cosas mejores que ponerme porno, cosas… no sé. Femeninas, sensibles, como llevarme a una cafetería, atiborrarme a pasteles y criticar a quien fuera que me había hecho daño mientras me tomaba una tarta red velvet y aseguraba que todas las personas del mismo sexo que quien me había roto el corazón eran basura que no se merecían oxígeno. Puede que me hiciera sentarme en el borde de la cama y que me acariciara los nudillos mientras yo lloraba desconsoladamente, diciéndole lo mucho que quería a Sabrae y lo injusto que era el destino separándonos así. Puede que me abrazara y me consolara y me diera besos mientras me decía que todo saldría bien, que las parejas se peleaban y que era perfectamente normal. Incluso puede que intentara convencerme de que le pidiera disculpas, porque pasarlo mal pero mantener tu orgullo intacto es una chorrada.
               Pero, claro, a Bey se le ocurrirían esas cosas porque era chica y estaba acostumbrada a ese tipo de movidas. Jordan y yo estábamos pasando por un corazón roto por primera vez. Vale que a Scott le había pasado, pero lo suyo era muy diferente: Scott se había enamorado de una puta que se había reído de él en su cara y lo había traicionado de la peor manera posible, pero… a mí no me había pasado eso, gracias a Dios. Para empezar, porque Sabrae no era una puta. Y porque no se había reído de mí.
               Simplemente me había dejado claro que yo iba detrás de sus amigas, y no delante como yo pensaba.
               Y eso dolía.
               Por eso había necesitado el porno, aunque no me hubiera servido de nada.
               -Anda que… ya te vale, Jordan-Bey agitó la mano en el aire y chasqueó la lengua, reclinándose de nuevo en el asiento y cruzando los brazos-. Eres un amigo de diez.
               -No le hables así a Jordan-me revolví, y ella alzó una ceja que arrastró un párpado perfectamente maquillado. Me reprendí a mí mismo por mi pésimo sentido del tiempo: ¿por qué me había acostado con Sabrae y no con ella la noche en que todo cambió? Bey estaba enamorada de mí; no lo había estado cuando lo estuve yo, pero ahora sí lo estaba. Y ella no me haría estas cosas. Ella no pondría a sus amigos por delante de mí, fundamentalmente porque yo era su mejor amigo, y no dudaría en meterse en un edificio en llamas para salvarme.
               Ella no me gritaría que jamás me habría elegido a mí. Porque lo habría hecho.
               -Estuvo bien lo que hizo.
               Bey abrió la boca para protestar, su sello de identidad preferido. Para que luego digan que yo soy un bocazas que tiene que tener la última palabra siempre, so pena de reventar.
               Por suerte, ésa era mi seña de identidad: tener la última palabra. Llevaba 17 años perfeccionando esa táctica, y no iba a amedrentarme así como así.
               Así que, como llevaba haciendo toda la vida, hice lo que mejor se me daba: soltar la primera gilipollez que se me pasaba por la cabeza y rezar porque no fuera algo ofensivo que me granjeara una bofetada (porque, oh, te aseguro que Bey no dudaría en cruzarme la cara).
               -Me puso porno lésbico.
               Bey alzó la otra ceja, de forma que ahora su cara estaba conformada por un acueducto de doble arco marrón, y abrió la boca como pez fuera del agua. En su lengua, el chicle de menta que estaba mascando se deslizó por su boca como una ballena beluga en un parque acuático.
               Bey miró a Jordan, que la miró y asintió con la cabeza.
               Bey miró entonces a Tam, que estaba sentada a su lado, callada, mirando la pirámide de vasos que yo me había esmerado en construir. Ante la pasividad de su hermana (no sé qué coño esperaba que hiciera Tam, sinceramente; a ella se le daba peor consolar a un tío incluso que Jordan consolarme a mí en aquella situación), Bey volvió a mirar a Jordan, y por último, a mí.
               -¡Ah, bueno!-alzó las manos cuando yo asentí con la cabeza, como festejando un gol-. ¡Eso lo cambia todo!-le lanzó una mirada envenenada a Jordan y yo me repantingué en el asiento, y me palpé el bolsillo donde llevaba el teléfono, deseando por enésima vez que Sabrae me mandara un puñetero mensaje, pero por primera vez no porque quisiera reconciliarme con ella, sino porque no quería aguantar la perorata de Bey-. ¡¿Qué pasa?!-ladró, volviéndose hacia mí, y yo me masajeé la cara y solté un bufido-. ¿Que ver a dos tías liándose es la solución a tus problemas?
               Me dio un empujón en los hombros, enfadada, como si yo tuviera la culpa de estar mal, o de las pésimas aptitudes de Jordan a la hora de encontrar una solución. ¡Jor tampoco lo había hecho tan mal! Había luchado por distraerme, cosa que me había venido mil veces mejor que un psicoanálisis cortesía de Beyoncé Giselle Knowles. Para ella era fácil hablar: no me había visto hecho mierda, confuso, irritado, con ganas de destruir el mundo y a mí con él, como sí le había pasado a Jordan. No necesitaba avivar el fuego a base de soplar sobre él; necesitaba salir corriendo del bosque, como finalmente había conseguido con el boxeo… más o menos. El porno no había funcionado, pero la idea había estado genial.
               -¿Debería buscarme a alguna chavala y meterle la lengua hasta el esófago, o lo que no es el esófago, sólo para que a ti se te pase esta depre?-continuó, tremendamente ofendida-. ¿Eh? ¿Voy a por Tommy para que llame a Diana? ¿Eso es lo que tú necesitas? ¿Cascártela y ya está?
               Podría haberle entrado al trapo, decirle que no necesitaba hacerme una puta paja y que un orgasmo no me haría sentir mejor, básicamente porque ya lo había probado y no había funcionado, pero mi cerebro abotargado por el alcohol estaba demasiado ocupado fijándose en otra parte de la frase. En el principio, para ser más exactos.
               ¿Debería buscarme a alguna chavala y meterle la lengua hasta el esófago?
               Estaría bien verlo, reina B.
               ¿… o lo que no es el esófago?
               Definitivamente, estaría genial verlo, reina B.
               ¿Voy a por Tommy para que llame a Diana?
                Jordan no había estado del todo desencaminado. Yo necesitaba distraerme. Necesitaba porno, y lo necesitaba lésbico. El problema era que no habíamos dado con las protagonistas indicadas de la película erótica que me curaría todos los males.
               Porque no te equivoques: Bey está muy buena, Diana está muy buena, y lo único mejor que verlas separadas es verlas juntas. Y si es enrollándose, ya ni te cuento.
               -¿Se supone que eso tiene que hacer que Jordan se sienta mal?-espeté, y esbocé una sonrisa canalla. Aquel cabrón que había sido hacía unos meses, el que contaba los minutos que faltaban para el finde y era capaz de follar con cuatro tías diferentes la misma noche, el puto Alec Whitelaw, el rey de la noche y de todo Londres, había vuelto a hacerse con el control de mi cuerpo. Descubrí que echaba de menos a aquel capullo al que nada ni nadie podía hacerle daño-. Porque yo me estoy poniendo malo, nena, pero no por lo que tú te piensas-le guiñé un ojo a Bey y ella puso los ojos en blanco y fingió una arcada.
               -Eres gilipollas. Eres puto gilipollas, Alec.
               Jordan me miró un momento con el interés de quien contempla la final de Wimbledon… y se alegró de comprobar que estaba volviendo un poco en mí cuando me incliné hacia Bey y le puse la mano en la rodilla.
               -No sabes lo que me gusta que me hables así, nena.
                -Quita-bufó, molesta, arrancando mi mano de su piel-. No estoy de coña. Estoy súper enfadada con vosotros dos. ¿Os pensáis que las cosas del corazón pueden arreglarse con la polla?
               -La polla va con sangre, y el corazón bombea sangre. Sólo es una distribución de energías, reina B.
               -Ni reina B ni hostias, ¿te piensas que no tengo ojos en la cara? Puedo ver de sobra cómo estás, Alec.
               -¿Cómo estoy?-sonreí, guiñándole un ojo-. Yo ya lo sé, pero quiero oírtelo decir.
               -Mal. Bastante mal. Muy mal.
               -Bey, creo que te has equivocado de palabra. Has usado su antónimo. Querías decir “bien, muy bien, buenísimo”.
               -No estoy bromeando.
               -¿Y yo sí?
               -Necesitas hablar de esto. No pienso dejar que te vayas con ninguna de estas para ahogar tus penas-señaló con la cabeza hacia la pista de baile, donde las chicas lo daban todo y los chicos intentaban hacer lo mismo sin perder detalle de cada vez que a alguna se le subía un poco la falda o se le bajaba un poco el escote.
               -¿Por qué me iría yo con ninguna de ésas, a ver?-ronroneé, juguetón, y Bey puso los ojos en blanco cuando yo me eché a reír.
               -No vas a follar con ninguna de ellas.
               -Cierto. Sólo me interesa follar contigo. O con Diana. O con las dos. A la vez. Me has puesto una imagen mental-chasqueé la lengua y me llevé dos dedos a la boca; les di un beso y asentí con la cabeza mientras Jordan se reía a mandíbula batiente y Tam luchaba por contener una sonrisa.
               -No vas a follar con Diana. Ni tampoco conmigo.
               -Eso decís todas, hasta que me quito la camiseta.
               Bey me dio un manotazo en el hombro.
               -¡Alec!
               -Sí, ése es mi nombre. Me lo puso mi madre-asentí con la cabeza y me estiré a por un nuevo vaso.
               -¡Theodore!-acompañó mi segundo nombre de un segundo manotazo.
               -Vale, ése no me lo puso mi madre.
               -¡Whitelaw!-como no podía ser de otra manera, mi apellido vino culminado de un último manotazo.
               -Y ése me lo puso mi padrastro-me pasé una mano por la nuca y miré a Bey, que se me había quedado mirando-. ¿Qué?-pregunté en tono hastiado.
               -No tienes que hacer esto con nosotros.
               -¿Hacer el qué?
               -Ir de capullo sin sentimientos al que se la suda todo. No lo eres.
               -Bueno-intervino Tam, que tenía los tobillos y los brazos cruzados-. Un capullo sí, ¿eh?
               -Cómeme los cojones, Tam. ¿No me ves hecho mierda? Vete a hacer algo productivo con tu vida, como venderle coca a un yonki, o algo así-ladré, y Tam miró a Bey y Bey miró a Tam. Bey le puso una mano en la rodilla y Tam le guiñó un ojo. Yo entrecerré los míos-. Un momento, ¿no estaréis intentando darme el cambiazo, verdad? ¡Me prometiste un polvo lésbico con Diana!-le recriminé a Bey-. ¡No quiero ver cómo te enrollas con la perra de tu hermana! ¡Por mucho que me ponga el incesto entre gemelas, no quiero ver a Tam metiéndole la lengua en el esófago a nadie, gracias, y mucho menos a ti!
               -Deja de ser tan imbécil y venga, comunícate conmigo.
               -No tengo nada que comunicar-solté, enfurruñado, y Bey chasqueó la lengua.
               -Acabas de decir que estás hecho mierda-canturreó Tam, y yo la fulminé con la mirada.
               -Eso no es asunto tuyo.
               -¿Quieres que vayamos a hablar con ella?-sugirió Bey, subiendo una pierna al sofá y orientando su cuerpo hacia el mío. Jugueteó con mis rizos.
               -¿Con quién?
               -Ya sabes con quién.
               Bufé y me pasé las manos por el pelo.
               -Con Sabrae-especificó Jordan, y yo solté un gruñido.
               -Ya sabía que era con Sabrae, Jordan, gracias por recordarme que mi vida se está yendo a la mierda.
               -Si tan mal estás, deberías hablarlo con ella.
               -Ella me odia, me lo ha dejado bien claro.
               -Y tú le has dejado claro a ella que la consideras una niñata, una mocosa y una caprichosa-me recordó-. ¿Es eso verdad?
               Torcí el gesto.
               -Un poco caprichosa sí que es.
               -Alec-suspiró Bey.
               -Y mide metro cincuenta-añadí, molesto, como si me acabara de dar cuenta de que le sacaba 30 centímetros a Sabrae.
               -¿Eso no se supone que es una ventaja? A los tíos os gustan las chicas pequeñas.
               -Tamika, chica, de verdad, hazle un favor a tu país y cierra la maldita boca.
               -Sólo lo digo-Tam alzó las manos y se echó una trenza sobre los hombros mientras con la otra mano cogía un vaso-, que siempre estáis hablando de lo apretadita-ahora, la que fingió una arcada fue ella- que es una chica, ¿y ahora resulta que es malo?
               Apretadita. ¡Apretadita! ¿En serio? ¡A mí Sabrae no me gustaba porque el sexo fuera genial precisamente por la diferencia de tamaño! Vale que a mí me encantara la fricción de nuestros cuerpos, pero en determinados momentos mi tamaño era molesto para ella, y a mí eso no me hacía gracia.
               -Como vuelvas a hablar así de Sabrae, te parto la cara, Tamika-le aseguré.
               -¿Lo ves? ¡Aún quedan sentimientos positivos!-celebró Bey, aplaudiendo como una boba-. Sólo tenemos que agarrarnos a ellos. Mira, lo que deberíamos hacer…
               -No deberíamos hacer nada. Debería hacerlo yo solo. Y es sólo una cosa: superarla. Llevo todo el puto día pendiente del teléfono; incluso he estado sentado a su lado mientras cargaba, y ya sabes lo mal que me queda el enchufe en mi habitación-le recordé-. Y ni por esas se ha dignado en mandarme un jodido mensaje. Nada. Y tampoco ha subido ninguna historia a Instagram, y ya sabes lo pesadita que es con las puñeteras historias. Ésta está con las zorras de sus amigas, en una fiesta de pijamas, pintándose las uñas y criticándome como si no hubiera un mañana. Como si yo fuera el bicho más ofensivo que ha pisado la Tierra. ¿Y qué hago yo?-gruñí y estiré la mano con la palma vuelta hacia la pirámide-. Putas pirámides de vasos de plástico, como si fuera un faraón. Mi vida se ha detenido por completo y la de Sabrae sigue como si no hubiera pasado absolutamente nada. Seguro que lo único que lamenta de que nos hayamos peleado es que no va a encontrar a alguien que la folle tan bien como me la follo yo.
               -Tío-Jordan silbó-, menos mal que has dicho eso sin que Scott esté presente. Te habría partido la cara de haberte escuchado decir eso.
               -Está hablando tu rabia, no tu corazón-Bey negó con la cabeza.
               -¡Mi corazón es rabia, Beyoncé! ¡Estoy enamorado de ella y ella prefiere estar con las gilipollas de sus amigas, que la dejan tirada a la mínima oportunidad, antes que conmigo, que daría mi vida por ella! ¿¡A ti te parece que yo me merezco a alguien así!?
               -¡Por supuesto que no! ¡Pero el problema es que Sabrae no es así!
               -Yo la conozco.
               -Pues si la conoces, deberías saber que es buena, es lista, es inteligente, es fuerte, es independiente, es sabia, valora a la gente a la que quiere, y…
               -Guau, tía, ¿fijo que a ti no te mola también? Deberías probar suerte. Es bisexual. Puede que ahora esté en la etapa de “odio a los tíos; coños, ¡a mí!”
               Bey parpadeó.
               -Eso no es justo, Alec.
               -No, lo que no es justo es que me estéis dando la tabarra con la misma historia. Sabrae y yo se acabó. A ella se la suda lo que yo haga con mi vida, y a mí debería sudármela lo que haga con la suya. El problema es que no lo hace, y una de las razones es porque vosotros no me dejáis. Estoy mejor así. No quiero estar con alguien que piensa que no soy suficiente para Su Majestad. Quiero a alguien que me quiera tal como soy, y Sabrae no lo hace.
               -Sabrae sí lo hace.
               -Cambié por ella, pero no tanto como ella quería.
               -No cambiaste, simplemente… dejaste de hacer cosas que no eran compatibles con tu relación con ella.
               -¿Qué relación, Bey? ¡Si ni siquiera quería ser mi novia!
               -Sí lo quería. Tú sabes que es más complicado que…
               -Mira-me incliné para mirarla y le cogí las manos entre las mías-. Sé por qué estás haciendo esto. Sé que fuiste a hablar con ella cuando me rechazó, a pesar de que yo te pedí que no lo hicieras. Y te lo agradezco, de veras que sí. Aunque no sirviera para nada, lo hago. Sé que te preocupas por mí y sé que es precisamente por eso por lo que estás intentándome de que vaya a hablar con ella y… me disculpe, o algo, pero es que no me puedo disculpar, Bey, porque no estoy arrepentido en absoluto de lo que hice. Sus amigas son gilipollas y yo las puse en su sitio porque ella no lo iba a hacer. Lo único que he hecho mal con ella ha sido besarla sin su consentimiento, y eso le encantó. Joder, por un momento nos pusimos tan cachondos que pensé que terminaríamos follando en la calle, pero-reí con amargura y negué con la cabeza-… se acabó. Tú no estabas allí cuando nos gritamos. Yo, sí. Y sí, la conozco. La conozco lo suficiente como para saber que cuando dice que algo se acaba, es que se acaba. Y que es caprichosa, y tozuda, y que no me va a dar la razón aunque le vaya la vida en ello. Y cuando me dice que no va a elegirme, es que no va a hacerlo, Bey. Y se acabó. Y tú sabes que yo me merezco a alguien que me elija entre todo el mundo.
               -No. Te mereces a Sabrae-respondió Bey, y yo puse los ojos en blanco y le solté las manos.
               -Decir que me merezco a Sabrae es quererme muy poco-murmuré, alcanzando un vaso y dando un sorbo de su contenido. Ardía.
               -Te equivocas-contestó Bey, levantándose del sofá-. Es quererte lo bastante como para impedirte que te alejes de la chica de la que estás enamorado y que está enamorada de ti.
               Miré a Bey por encima de mi vaso.
               -Estar enamorado no basta, Bey.
               -Es cierto. A nosotros no nos bastó-me atacó, y yo reí entre dientes-. Todo porque no supimos coincidir. Pero tú y ella estáis coincidiendo. Y si piensas que voy a dejar que te comportes como un capullo que finge que no tiene sentimientos porque no está dispuesto a sacrificarlo todo por Sabrae, es porque no me conoces en absoluto.
               -¿Por qué iba a sacrificarlo todo por Sabrae, cuando todo no es bastante para ella?
               Esta vez, quien rió fue Bey.
               -Ése siempre ha sido tu problema, Al: que en el fondo te odias tanto a ti mismo que no eres capaz de ver lo mucho que vales.
               -No soy el único que dice que no estoy a la altura de ella-chasqueé la lengua y me repantingué en el sofá.
               -¿Ah, no? ¿Y quién más lo dice, si puede saberse?
               Saboreé la bebida antes de soltar la bomba.
               -Sabrae Malik-respondí, con los ojos fijos en la puerta, y me permití el lujo de tener la vista clavada en ella unos segundos más. Cuando por fin me digné a mirar a Bey, tenía la boca fruncida en una fina línea, los puños apretados y la frente arrugada en un ceño que no le quedaba del todo mal. Volví a pensar en lo fácil que habría sido todo si simplemente hubiéramos coincidido. Si yo hubiera aguantado un mes más, o ella hubiera tardado un mes menos…
               Ya había pasado otra vez. Recordé que la misma canción estaba sonando cuando ella hizo su entrada estelar: Do I Wanna Know, de Artic Monkeys, con esos acordes sensuales y esas guitarras que te incitaban a pensar mal y actuar aún peor. De la misma forma en que había aparecido como una diosa del sexo hacía tiempo, y como invocada porque yo había cometido el inmenso error de decir su nombre en voz alta, Sabrae apareció por la espiral que rodeaba la discoteca, descendiendo de los cielos para hacer mi vida un infierno.
               Llevaba un jersey blanco por debajo de un peto negro, pero hasta ahí llegaba la pureza de su atuendo. Vestía medias negras y botas militares también negras. En su boca bailaba una sonrisa de suficiencia, y sus dedos, que se deslizaban por la barandilla a medida que la gente se iba apartando para dejarle paso, parecían acariciarla de una manera que podría haberme vuelto loco si la hubiera visto más cerca, pues yo bien sabía el efecto que esos dedos podían tener en tu cuerpo cuando ella decidía usarlos como mejor sabía.
               Pero lo peor de todo no era a sensualidad con la que se apoyaba en la barandilla, ni las promesas ocultas que había danzando en las comisuras de sus labios; ni siquiera la firme determinación que hacía que sus ojos oscuros chispearan, o la manera en que sacudí las caderas al ritmo de una música que se había compuesto para ella. No. Lo peor de todo era su pelo, que llevaba recogido en dos trenzas de boxeadora, las que solía llevar siempre, pero a la vez mucho más cuidadas.
               Todo el mundo decía que cuando Scott se ponía la chupa de cuero que le habían regalado por un cumpleaños, se convertía en otra persona, en una versión mejor de sí mismo. Que con esa cazadora era invencible, Scott Malik a la máxima potencia.
               Las trenzas de Sabrae eran a ella lo que la chupa a su hermano. Cuando Sabrae se ponía aquellas trenzas, sabías que todo iba a pasar a una nueva dimensión. No era Sabrae quien las llevaba; era Sabrae Malik, y tú te ibas a enterar de quién era ella.
               Mientras bajaba hacia la pista de baile con la canción sonando de fondo, convirtiéndola en una diosa del sexo y también de la venganza, yo me di cuenta de una cosa: que el único rencor que le guardaba venía de rebote del que sentía hacia mí mismo. Estaba siendo un puto mentiroso diciéndome que no la quería y que me daba igual lo que nos pasara, que con el tiempo conseguiría superarla, pasar página y volver a ser yo. Sabrae me había cambiado de una forma en que no lo había hecho ninguna mujer, y ella ni siquiera era una mujer hecha y derecha aún. Que a mí sí me lo pareciera y que tuviera el mismo impacto en mí que una mujer adulta decía más de mí que de ella.
               Era fácil pensar que no la quería, o que dejaría de hacerlo, y que no quería que las cosas volvieran a ser como antes, o que dejaría de quererlo, cuando no la tenía delante, porque mi memoria no le hacía justicia. En cuanto sus pies tocaron la pista de baile, su sonrisa se amplió, y pude ver cómo la energía que la formaba crecía y se expandía, como si su cuerpo no fuera lo suficientemente grande. Como si supiera que yo la estaba mirando y tuviera un cartel luminoso en la cabeza, Sabrae clavó los ojos directamente en mí. Ni siquiera llamándola a gritos habría conseguido que me prestara atención y lo hiciera tan rápido.
               Noté cómo de mis pulmones se escapaba todo el aire cuando Sabrae sonrió en la distancia, en aquella sonrisa que tanto en mí como en Scott tenían nombre, pero a la que ella no había bautizado todavía. Si me preguntaran cómo la llamaría yo, la respuesta sería fácil:
               Estás Muy Jodido, Tío.
               Sabrae alzó una ceja, se pasó una mano por el pelo de la misma forma en que lo hacía yo, y se volvió para atender lo que le decía Diana, que también venía a matar. La americana le había puesto la mano en la cintura, y Sabrae se inclinó tanto hacia ella que por un momento pensé que iban a morrearse (y yo encantado de verlo, oye), pero finalmente Sabrae le puso una mano en el pecho a Diana, las dos se echaron a reír, y se fueron a un sofá.
                Al más alejado posible. Uno en el que yo no podía verlas a ninguna de las dos.
               Aunque sí a Eleanor…
               … y a mi hermana.
               Tuve que contener las ganas de levantarme e ir derechito a ver a qué estaba jugando Mimi, que nunca había cruzado más de dos palabras con Sabrae sin estar yo delante, y que incluso me había llegado a decir que no eran amigas. ¿Desde cuándo no sales con tus amigos, y más cuando acabas de cortar con el tío con el que estabas enrollada? Mary Elizabeth tenía muchas explicaciones que darme, y yo estaba más que dispuesto a empezar a escuchar sus estúpidas excusas, especialmente si eso hacía que yo estuviera más cerca de Sabrae.
               No te quiero tener delante.
               Eres un cabrón, Alec.
               Me das asco.
               En un acto reflejo, me llevé la mano al bolsillo y me saqué el móvil del pantalón. No sería la primera vez esa noche que lo hacía, y desde luego, tampoco sería la última. Tommy y Scott incluso llegarían a cronometrarme, sólo para descubrir que mi obsesión telefónica tendría como única manifestación que, cada 23 segundos exactos, yo me llevara la mano al bolsillo del pantalón y extrajera el teléfono, comprobando lo que yo ya sabía.
               Que ella pasaba de mí.
               Eso era lo que me había dicho con aquella sonrisa y aquella ceja levantada. Le había parecido gracioso que yo estuviera hundido, o que me lo fingiera, cuando claramente ella estaba genial. Iba con sus amigas, tenía pinta de estar feliz, y seguro que había venido en busca de baile y algún tío con el que enrollarse. Un reemplazo para mí.
               Me recliné de nuevo en el asiento y me bebí de un trago el último vaso con mezcla que habíamos llevado a la mesa. Le deseaba suerte en eso de encontrar alguien que pudiera siquiera hacerme sombra. Puede que hubiera cien tíos en aquel sitio mejores que yo en todas las cosas, excepto en una: en el sexo, yo era el que marcaba el camino, y el resto los que me seguían. Nadie en aquella habitación podría hacer a Sabrae disfrutar de su cuerpo como lo hacía yo. Nadie podría hacer que gimiera como lo hacía yo. Nadie podía hacerla gritar como lo hacía yo.
               Nadie podría hacerla correrse como lo hacía yo.
               Y todavía me quedaba ese consuelo. Me lo llevaría a la tumba. Nadie se la follaría con las ganas con que yo me la follaba, y por ende nadie conseguiría que ella recordara los polvos que echábamos en las situaciones más descabelladas, cerrara las piernas y se mordiera el labio mientras el calor comenzaba a invadirla.
               Por un momento me sentí el amo y señor del universo, creyéndome invencible ante la inmensidad de aquella verdad. Sabrae me había dejado huella, pero yo también se la había dejado a ella…
               … hasta que recordé que incluso una vela puede derrotar a la oscuridad. Puede que el sol sea el que la pulverice, pero incluso a la luz de una vela la puedes leer.
               Puede que Sabrae no volviera a tener orgasmos como los que tenía conmigo, pero eso no significaba que no volviera a tener ningún otro con algún payaso. Y payasos tenía de sobra entre los que escoger.
               Se me borró la sonrisa de la cara cuando, antes incluso de que terminara la canción, volvió a aparecer por mi campo de visión y se dirigió a la pista de baile, donde un rebaño de tíos empezó a rodearla como una nube de moscas a una fruta apetitosa. Sabrae empezó a bailar, y no debería haberme sorprendido ver que estaba dispuesta a hacerlo con todos, absolutamente todos.
               Excepto uno, y ese uno, resultaba ser yo.
               Al parecer, no era único sólo en el tema del sexo: también lo era en mi imposibilidad de acercarme a ella y sentir su cuerpo pegado al mío, al vibración que manaba de ella mientras bailaba, su sonrisa de suficiencia y sus jadeos mientras se movía al ritmo de la música, una música que habían hecho para ella, una música que ella misma encarnaba…
               El gilipollas que decía que la mejor forma de tortura requería contacto nunca había tenido que ver cómo la chica de la que estaba enamorado le frotaba el culo al primer payaso que se le ponía a tiro, ni cómo ese payaso le ponía las manos en las caderas y agitaba las suyas como si estuvieran en pleno polvo. Sabrae sonreía, se agitaba, meneaba la espalda y gritaba la letra de las canciones mientras un batallón de imbéciles se pegaba a ella como buenos babosos que eran. Malditos hijos de puta.
               Scott empezó a hablarme mientras Sabrae dejaba que una panda de pringados la manosearan, incluso alguno intentó meterle mano, y lo peor de todo es que ella se dejó en un par de ocasiones. Me dieron ganas de levantarme e ir a partirles la cara a los que se atrevieran a acercarse a menos de 5 metros de distancia de ella, pero cada vez que se me pasaba la idea por la cabeza, mi subconsciente repetía en bucle aquellas palabras que Sabrae me había dedicado con tanta claridad:
               Eres un cabrón. No quiero volver a verte, Alec. Me das asco. No te quiero tener delante.
               Hijo de puta. No sé cómo he podido estar tan ciega estos meses. Todo lo malo que dicen de ti es verdad.
               Me daban ganas de demostrarle hasta qué punto la gente no me conocía. Nadie sabía los recovecos oscuros que había dentro de mí, y la cantidad de mierda y odio que podía acumular en su interior. Nadie lo sabía porque yo lo estaba descubriendo en ese momento. Pensé que nada podría cabrearme como lo había hecho Aaron en Nochebuena, pero parece ser que no había sido mi hermano el que me había puesto de mala hostia: era el tema que había tocado, Sabrae.
               Lo único que podía sacarme de quicio y volverme absolutamente loco era Sabrae.
               Y, para colmo, Scott había llegado y había decidido que ella era un buen tema de conversación. Él no estaba para hablar de relaciones, principalmente porque acababa de soltarle a Tommy, no sé muy bien por qué, que estaba saliendo con Trixie, una de las amigas de la ex de Tommy, cuando él le preguntó claramente qué le pasaba. Tommy se había largado a hacer sabía Dios qué, y ahora yo tenía que aguantar a Scott tocándome los cojones precisamente con su hermana, interrogándome cada vez que podía sobre lo que nos había pasado y haciéndome ver que las cosas entre nosotros no iban bien (no me digas), que estábamos comportando como críos (¿en serio?) y que si los dos estábamos rabiosos, la solución era muy sencilla: hacer las paces y se acabó (como si fuera tan fácil).
               Estaba a punto de calzarle una hostia a Scott cuando empezó a sonar una canción que me heló la sangre. Breathing, de Jason Derulo.
               Miré en dirección a Sabrae, rezando para que quedara algo de compasión en ella, pero si algo debería haberme enseñado la vida a esas alturas, era que las personas eran crueles, y una mujer despechada se llevaba la palma. Sabrae dio un par de saltitos al empezar la canción, y luego se giró, se colgó del cuello del chaval de turno con el que estaba bailando, sonrió y se aseguró de que no hubiera más de diez centímetros de distancia entre su cuerpo y el de él.
               No iba a dejar que hiciera esto. Por mis cojones que no la iba a dejar bailar a Jason Derulo, y mucho menos esta canción, con aquel payaso, ni con ningún otro. Yo la había besado por primera vez con aquella canción sonando. No la iba a usar contra mí. Por encima de mi cadáver, vamos.
               Me levanté como un resorte y Scott se me quedó mirando.
               -Pero, ¿adónde coño vas? ¿Dónde está el fuego?
               Me metí entre la gente con la facilidad de alguien que midiera medio metro, y no metro ochenta, y salté la barra sin ningún problema. Me dirigí directamente hacia el ordenador de la barra, haciendo caso omiso de las protestas de la camarera de Jordan, y salté la canción.
               Cuando él vino a mi encuentro, no le dejé hablar.
               -No pongas a Jason Derulo-ordené, y Jordan frunció el ceño un momento, sin entender. Normalmente me volvía loco cuando ponía a Jason Derulo; esa misma noche, sin ir más lejos, habían sonado varias canciones suyas y yo ni siquiera había protestado, ya no digamos prohibirle que pusiera música suya-. Mientras yo esté aquí, no va a sonar Jason Derulo.
               -Pero Al, ¿qué…?
               Le cogí la cara y le obligué a mirar en dirección a Sabrae, que parecía no haber acusado el cambio de canción, y continuaba bailando bien pegadita con aquel payaso de mierda. Me pregunté si Sherezade me defendería en un juicio si me cargaba a aquel hijo de puta. Su hija me odiaba, pero era uno de los mejores amigos de su hijo y me había visto crecer.
               Pero su hija me odiaba.
               No tenía ni puñetera idea de hacia dónde estaba inclinada mi balanza, si en mi favor o en mi contra.
                Aunque yo siempre había sido fan de las apuestas.
               -Dame una razón para no cargarme a ese hijo de puta-le pedí a Jordan, que lo estaba mirando con el mismo odio con que lo hacía yo. Jor podía ser muchas cosas, pero entre ellas no estaba la deslealtad. El cabrón era el mejor amigo que uno pudiera tener.
               -Que irías a la cárcel, y en la cárcel no hay mujeres.
               -Sabrae es una mujer, y es la fuente de todos mis problemas ahora mismo-comenté, y Jordan me miró, y al ver mi expresión se echó a reír-. Hablo en serio, Jordan.
               -No vas a cargarte a ese cabrón.
               -¿Quién me lo va a impedir? ¿Tú? ¿Ella?-la señalé-. ¿Ese mierdas? ¿Los tres juntos? Me gustaría ver cómo lo intentáis.
               -Te mancharías la camisa-comentó, limpiándome algo del hombro.
               -Me importa tres cojones mi camisa.
               -No le des lo que quiere, Al. Está intentando ponerte celoso.
               -De intentarlo nada-espeté, clavando una mirada desesperada en él-. La muy hija de puta lo está consiguiendo.
               -Pasa de ella.
               -¡No puedo pasar de ella!
               -¿Por qué no?
               -Pues, ¡porque ella es Sabrae, y yo soy Alec!
               Jordan se echó a reír, negó con la cabeza y me sirvió un chupito.
               -Si vas allí y los separas, será peor.
               -Me apetece atarla a un poste para asegurarme de que se esté quietecita.
               -Sabes que ella no te dejaría, ¿verdad?
               -Le saco dos cabezas.
               -Es peleona.
               -Si he podido besarla sin su consentimiento también puedo atarla a algún lado para que deje de hundirme en la mierda. Digo yo-bufé, cogiendo la botella de los chupitos y sirviéndome de nuevo otro vaso.
               -Eso no estuvo bien, Al-me regañó Jordan, y yo me lo quedé mirando.
               -Díselo a mi empalme del momento.
               Jordan estaba a punto de rebatirme cuando Diana se presentó ante nosotros, toda piernas, escote, y melena dorada. Tommy había sido un gilipollas peleándose con ella; yo ya sospechaba que lo era cuando dejó que se marchara a Nueva York por vacaciones, pero que se hubieran peleado nada más volver me lo había confirmado.
               -Jordan, quiero pedir una canción-anunció, echándose el pelo hacia la espalda y mostrándonos sus hombros perfectos. Pensaba que la única chica con hombros sexys era Sabrae, pero me equivocaba: resulta que las modelos también tenían su punto.
               -¿Tienes con quién bailarla o sigues enfadada con Tommy?-pregunté, apoyándome en la barra y dedicándole una sonrisa que ella me devolvió. Las chicas son el demonio.
               -¿Es una invitación formal? Ni siquiera sabes qué voy a pedir.
               -Me da igual lo que vayas a pedir.
               -Es a The Weeknd.
               Diana parpadeó e inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado. No necesité mirar a Sabrae para saber que: 1) estaban compinchadas y 2) no nos quitaba ojo de encima.
               -No tenemos nada de The Weeknd-espeté, gélido, envarándome.
               -Estáis usando Spotify-Diana señaló con el dedo índice la pantalla del ordenador.
               -Aquí no tenemos a The Weeknd en Spotify. Igual sí lo tenéis en Estados Unidos, pero aquí no está disponible.
               -Sabes que eso sólo pasa con Netflix, ¿verdad, Alec?
               -Al…-intervino Jordan, y yo me volví hacia él.
               -No voy a dejar que lo use contra mí.
               -¿Hola? Sólo estoy pidiendo una puta canción, relájate, tronco-protestó Diana, molesta.
               -¿Te crees que soy imbécil, chavala? Sé de sobra lo que os traéis tú y Sabrae entre manos.
               -¿Dis-puto-culpa?
               -Me parece de puta madre que a ella le vaya genial en la vida, que vaya a echar 200 polvos esta noche y toda la pesca, pero por lo menos podría tener el detallito de no venir a restregármelo. No sé. Ya que decía que me tenía tanto cariño, por lo menos podría conservar el suficiente para dejarme unos días libres para asimilarlo.
               Diana frunció el ceño y se quedó mirando a Jordan, que también la estaba fulminando con la mirada.
               -No sé de qué me estáis hablando.
               -Mira, Diana, ¿sabes qué? Déjalo-bufé, levantando la barra y saliendo de nuevo a la zona de la pista de baile. Levanté las manos y le mostré las palmas-. Haced lo que os salga de los huevos, Sabrae y tú. Yo estoy cansado. No puedo más. De verdad. La discoteca es toda vuestra. Me largo a mi casa, o a un monasterio, o a la guerra a Siria. Todo con tal de que no me jodáis lo poco bueno que me queda en la vida entre Sabrae y tú. Si no escuchaba a The Weeknd con otras chicas por muy pesadas que se me pusieran, era precisamente para evitarme esto-señalé a Sabrae, que estaba parada en medio de la pista de baile, mirándonos con el ceño fruncido-. Y menos voy a escucharlo con ella en este plan. Poned lo que os dé la gana-me volví hacia Jordan, que se estaba mordisqueando el labio-. Me piro, hermano. Te mando un mensaje cuando llegue.
               -¿Adónde vas?
               -No te lo puedo decir, o vendrán detrás-me encogió de hombros, negué con la cabeza, y me dirigí el sofá a recoger mi chaqueta. Bey estaba sentada hablando con Max y Logan, y los tres se callaron cuando llegué, serio como un presidente de gobierno el día que le anuncian que su país está siendo invadido, o que se han acabado los clips.
               -Alec…
               -No estoy de humor, Bey-bufé, negando con la cabeza, alcanzando mi chaqueta y dándole un beso en la mejilla-. Mañana hablamos, tíos.
               -¿Te vas ya a casa?
               -Algo así. ¿Acompañas a mi hermana cuando se canse, Max? No me gusta que…
               -Relax, tío. Yo me ocupo. Vete tranquilo.
               Repartí apretones de mano y palmadas y me fui abriendo hueco entre la gente. No volví a mirar a Sabrae, aunque podía sentir sus ojos puestos en mí.
               Estaba a medio camino de la rampa en dirección a la salida cuando alguien me cogió del brazo. Algo en mi interior me dijo que se trataba de Diana.
               -No tienes por qué marcharte, Alec.
               Salvo que no era Diana. Aquella voz no era la de la americana, ni tampoco tenía su acento. Era una voz que yo conocía bien. La voz por la que había empezado a boxear.
               Me di la vuelta y me encaré con Mimi, que me había cogido de la manga de la misma forma que cuando era pequeña y quería subirse a una atracción que nos daba miedo a ambos, pero no se atrevía a hacerlo sola. Era su manera de convencerme de que me fuera con ella.
               -¿Y qué otra opción me deja? ¿Me dejáis?-clavé los ojos en Diana, que por lo menos tuvo la decencia de agachar la cabeza y fingirse avergonzada-. No voy a quedarme aquí dejando que Sabrae siga haciéndome daño.
               -Huir no es la forma de solucionar las cosas-suplicó Mimi, agarrándome con la otra mano y tirando suavemente de mí, pero yo me solté de ella.
               -No estoy huyendo por solucionar nada, Mimi. Estoy yéndome para que no acabéis conmigo.
               -Tenéis que hablar. Estáis los dos mal. Pensábamos que…-miró a Diana, quien asintió con la cabeza, y volvió a mirarme a mí-. Pensábamos que si os poníamos música que para los dos significara algo, seríais más proclives a…
               -Espera, ¿qué? ¿Habéis pedido a Jason Derulo también? ¿Vosotras?
               -Creímos que cuando empezara a sonar la canción, tú te levantarías, irías con ella, y…
               -Mary Elizabeth-gruñí-. Las cosas con Sabrae están muy mal. No están, directamente-especifiqué con amargura-. Una canción de mierda no va a solucionarlas. Ni dos, ni tres. Déjame en paz-me zafé de su abrazo y Mimi enredó los dedos de sus manos en su regazo, sumisa-. Bastante jodido está ya todo como para que tú también te dediques a meter la pata.
               -Yo sólo quería ayudar-gimió.
               -Pues has conseguido justo lo contrario. Muchas gracias. Ahora tendré que imaginarme a Sabrae frotándose como una perra contra un gilipollas que no soy yo mientras suena la canción con la que nos morreamos por primera vez. Te ha salido de puta madre la jugada, tía.
               -Al menos intento hacer algo-se defendió-. Tú no estás haciendo absolutamente nada. Sólo te vas. Es lo que haces siempre: largarte, y que se solucionen las cosas solas. Que te perdonen por tu cara bonita.
               -A mí no me perdonan por mi cara bonita, me perdonan porque lo pido cuando lo he hecho mal. Es algo que tú no has aprendido a hacer en tu vida, y ya va siendo hora de que lo hagas, que ya tienes una edad. Pero tranquila, no espero que lo hagas ahora-fulminé a Diana con la mirada y la americana dio un paso atrás.
               -Esto no va a solucionarse yéndote con otras.
               Me detuve en seco y la miré por encima del hombro. Otra vez la misma historia. Siempre a misma historia.
               Alec Whitelaw, el fuckboy original.
               Estaba harto de que me juzgaran por las cosas que yo no hacía. Mi pasado no me definía, no el de antes de Sabrae.
               Todavía tenía una salida, algo que le demostrara a todo el mundo que se equivocaban conmigo. Sus prejuicios no me afectaban, no me definían; lo que los demás opinaban de mí no era lo que yo era realmente.
               -Y no voy a hacerlo, Mary Elizabeth.
               -Es lo que haces siempre.
               -Esta vez no-me giré para mirarla, la tenía de costado, y clavé los ojos en los de mi hermana-. Voy a volver a boxear, Mimi-le revelé, y tuvo exactamente la reacción que yo esperaba: debajo de los focos, mi hermana se puso pálida. El recuerdo del último combate en el que había estado cayó sobre ella como un jarro de agua fría.
               -¿Qué?-jadeó-. No puedes.
               -No soy un boxeador completo-me encogí de hombros, forzando una sonrisa-. Jamás me han roto la nariz.
               -Alec... no. Por favor.
               -Todos pensáis lo peor de mí. Todos. Mamá. Tú. Mis amigos. Sabrae. Todos habéis dado por sentado que me piraría a follar con la primera que se me pusiera por delante al primer inconveniente que se me presentara con ella. Estoy cansado de que tengáis una imagen tan mala de mí, Mary Elizabeth. Quiero que, por una vez, alguien piense que yo me merezco que me elijan.
               Mimi se llevó una mano a la boca y se echó a llorar en silencio. Diana dio un paso y le rodeó los hombros con el brazo, le dio un beso en la mejilla y le susurró palabras de consuelo que yo no pude escuchar al oído.
               -Alec, por favor. Yo lo solucionaré, si quieres. Pero no vuelvas. Te va a pasar algo.
               -No me va a pasar nada.
               -Hazlo por mí.
               -Empecé por ti, Mimi. Ahora voy a volver por mí. Es lo que necesito. Es lo único que me queda.
               -Yo hablaré con ella. Le diré que pare. Te lo juro, Alec, le diré que pare-sollozó mi hermana, agarrándome de nuevo del brazo, pero yo me solté con delicadeza. Miré a Diana y carraspeé para que no me notara que estaba a punto de llorar yo también. Estaba llegando a mi límite, y que Mimi se echara a llorar no hacía más que contribuir a hundirme.
               -No la dejes sola hasta que se le pase, Diana, por favor.
               Diana asintió con la cabeza, tiró suavemente de Mimi y por fin consiguió apartarla un poco de mí. Cometí la locura del siglo cuando di un paso al frente y le di un beso a la mejilla, porque Mimi se agarró a mí como a un salvavidas. Enterró la cabeza en mi pecho y lloró contra mi camisa, hipando y jadeando y suplicándome que no me marchara, que ella lo solucionaría todo.
               -Nos vemos en casa-repliqué, dándole un último beso y apartándola de mí. Cuando salí a la calle, el frío de enero me dio una bofetada en la cara, haciendo que me espabilara. Esperé unos minutos frente a la puerta, esperando un milagro que nunca llegó: Sabrae no salió de la discoteca en mi busca para disculparse por todo lo de la noche, ni tampoco para hablar de lo que había pasado el día anterior. La tristeza dio paso al vacío, y el vacío dio paso a la rabia. Cuando ya estuve completamente recuperado, busqué mi teléfono, dándole una última oportunidad al destino.
               La pantalla seguía sin ninguna notificación de ella, así que me lo tomé como una señal. Desbloqueé el móvil y toqué sobre el nombre de Sergei, que contestó al cuarto tono. El ruido atronador de una discoteca del centro llenó por un momento mi oído, hasta que él consiguió llegar a un sitio más apartado en el que hacerse oír.
               -¿Alec? ¿Qué pasa? ¿Por qué me llamas a estas horas?
               -Quería decirte que sí.
               -¿Qué?
               -Que está bien.
               -¿De qué coño estás hablando?
               -Quieres un campeón rabioso-le recordé-. Yo ya tengo la rabia. Conviérteme en campeón. 
                

Ya ni siquiera reconocía mi cama. Estaba dura, fría, y era tremendamente incómoda. Lo que había resultado ser mi refugio en aquellos días, el lugar donde soñaba con ella y ella y yo aún estábamos juntos, terminó petrificándose también y convirtiéndose en una cárcel para mí. No tenía manera de descansar en ningún sitio.
               Estaba agotado, tanto física como psicológicamente. Después de ver a Sabrae bailando con otros de aquella manera anoche y llamar a Sergei presa de un arrebato, me había ido derechito al gimnasio, había cogido unos guantes de la consigna y me los había ido atando mientras me quitaba la camisa. Boxeé durante horas, golpeando otro de los sacos de boxeo que había colgados del suelo, al que torturé hasta que mis músculos me dolían tanto que apenas podía levantar los brazos. Por lo menos, no rompí también éste; el que yo había roto seguía en una esquina, a la espera de que alguien se dignara a repararlo, observándome con gesto acusador, reprendiéndome por cómo estaba dejando que mi vida descarrilara sólo por una chica.
               Cuando me detenía un segundo para tomar aliento, mis ojos se veían atraídos hacia aquel rincón oscuro como moscas a la miel. Y yo no hacía más que sentirme culpable, enfadarme aún más conmigo mismo, y volver a emprenderla a golpes con el pobre saco de boxeo que entonces era mi víctima, mucho más joven y mucho más inexperto. Estaba más duro, así que me dolía más golpearlo; y, como me dolía más, me afanaba con más ganas con él.
               Intenté no imaginarme las caras de ninguno de los chavales con los que Sabrae había bailado, pero me fue imposible. Puede que por eso pusiera tanta rabia: mi mente me decía que los tenía delante, y en una absurda exhibición de testosterona, yo quería demostrarle a ella que se equivocaba intentando reemplazarme con otros. Que nadie era mejor que yo en nada; no cuando se trataba de ella, al menos.
               El sol había salido hacía rato cuando yo me di por satisfecho, jadeante, con la espalda empapada de sudor, los vaqueros caídos por mi cintura y el pelo pegado a la cara. Me quité los guantes, el di un último puñetazo al saco con la mano libre, y me fui a la ducha.
               No saludé a nadie cuando llegué a casa, lo cual creo que impresionó a mi madre, pero me daba lo mismo lo que ella pensara. Sólo quería tener un instante de descanso; uno nada más, por favor. Subí las escaleras despacio, arrastrando mi alma por detrás de mi cuerpo, me desnudé, me tumbé sobre la cama y me quedé frito prácticamente al instante, con el móvil sobre la alfombra de mi habitación, sin quitarle el sonido. Bien sabía Dios que nadie iba a molestarme.
               O eso pensaba yo.
               Cuando empezó a sonar, yo estaba encogido sobre las mantas, tiritando de frío y también del miedo que me producía una pesadilla que no conseguía recordar. Me di la vuelta y casi me caigo de la cama, pero conseguí recuperar el equilibrio en el último momento. Desesperado y esperanzado a la vez, creyendo que la noche había obrado un milagro, recogí el teléfono del suelo a la velocidad del rayo, no fuera a ser que quien fuera que me llamara (o quien yo deseaba que me llamara) cambiara de opinión.
               No hubo suerte. Traté de no decepcionarme cuando vi el nombre de Tommy en la pantalla, pero mi corazón se hundió sin más remedio, por mucho que yo intentara decirme que no pasaba nada. Cuando quieres creer en la magia, no encontrarla es mil veces más desesperante que creer desde un principio que el mundo es oscuro y gris.
               Deslicé el dedo por la pantalla para responder a la llamada.
               -T-gruñí, y descubrí que mi voz me hacía daño. Me había pasado con el alcohol, claro; desde hacía unos meses, la ingesta de bebidas con él había disminuido a la misma velocidad a la que lo había hecho el tiempo que pasaba con mis amigos. Básicamente porque desde hacía unos meses, compartía la noche con Sabrae. Y, ahora que ella no estaba, yo no tenía más entretenimiento que coquetear con el coma etílico cada madrugada-. ¿Qué pasa?
               -Dios, tío, ¿estabas dormido? Perdona.
               -Es igual-rodé por la cama y me quedé tumbado sobre mi espalda, mirando al techo. Me pasé una mano por el pelo y entrecerré los ojos. Había olvidado cerrar la claraboya cuando llegué, pero estaba tan machacado que me había dado absolutamente igual. Había dormido como si estuviera en la oscuridad en ese sentido; otra cosa era que hubiera descansado o no.
               Cosa que no había hecho, por cierto.
               -¿Pasa algo?
               -Estaba hablando con los demás de hacerle una fiesta a Scott esta noche. Ya sabes que está un poco… bueno. Como está-me masajeé el puente de la nariz y asentí con la cabeza, para luego bufar un “ajá”-. Y como tú no contestabas, pues he pensado en llamarte. ¿Te apuntas?
               -Claro, T-¿yo, perdiéndome una fiesta para animar a un amigo? Parecía que Tommy no me conocía. Si ya me gustaban las buenas juergas, cuando eran por una buena causa yo me volcaba con ellas-. ¿Dónde tenéis pensado llevarlo?
               -Oh, a ningún sitio. Habíamos pensado en pillar comida donde Jeff, y quedarnos a dormir en su casa.
               Me puse rígido en el momento. Ah, no. A casa de Scott, no.
               -¿Y no puede ser en la tuya?-pregunté-. O incluso en la mía. Puedo despejar… puedo pedirles a mis padres que hagan algo por la noche, o lo que sea. Y Mimi puede irse a dormir en tu casa. Ya os habéis quedado a dormir en el sofá más veces. Ya sé que yo no tengo un cuarto de juegos, pero…
               -Scott está bastante mal, Al. No va a querer salir de casa. Ya he hablado con él y me ha dicho que hoy tiene pensado estar de clausura, todo el día metido en casa. Y no podemos hacer eso. Ya sabes que no podemos dejarle solo con sus pensamientos. Cuando empieza a rayarse por algo…
               -Ya. Sí. Lo sé-suspiré, incorporándome hasta quedar sentado. Escuché el sonido de unas patitas rascando la puerta; Trufas debía de haberse despertado con el sonido de mi voz, y venía en busca de atenciones. Me levanté de la cama, pensando que no habría nada de malo en que tuviera un poco de compañía peluda, y fui a abrir. Trufas brincó dentro de mi habitación y, con tres saltos, llegó hasta el borde de mi cama. Se subió con agilidad con un cuarto salto, y luego dio vueltas y vueltas en el centro, preparando el sitio en el que pensaba acurrucarse.
               -Así que… eso. Era para avisarte para que no hicieras planes esta noche.
               -Acabo de recordarlo, T. Tengo que currar. Y estoy bastante machacado de ayer, no sé si podré…-empecé, sentándome al borde de la cama, cogiendo a Trufas y colocándolo sobre mi regazo. El animal no protestó ni se hizo de rogar; es más, incluso se aovilló sobre mis piernas y hundió su cabecita en mi vientre, disfrutando del calor que manaba de mí. Me hacía cosquillas en el ombligo.
               -Pero, ¡si no vamos a hacer nada! No desmadraremos mucho, Al. Venga. Nos comemos unas pizzas o unas hamburguesas, jugamos a la consola, vemos unas pelis, nos quedamos fritos… ya sé que no es un fiestón de discoteca en el que abunden las tías y el alcohol, pero a ti también te gustan las fiestas más tranquilas.
               -No es por el tipo de fiesta, Tommy. De verdad. Es que…
               Me quedé callado y me mordisqueé el labio. Trufas levantó la cabeza y me miró con sus ojos negros. ¿Cómo le digo a Tommy que no quiero ir a casa de Scott porque para mí la casa de Scott ya no es la casa de Scott?, le pregunté mentalmente al conejo. Pero si a Trufas se le ocurrió una respuesta, no la quiso compartir conmigo.
               -Es por el lugar-adivinó Tommy, y yo suspiré, subí las piernas a la cama y Trufas saltó de mi regazo para aterrizar en el colchón. No sabía por qué, siempre tenía la tendencia a tratar a Tommy como si fuera un gilipollas que no se enteraba de nada, cuando probablemente era el más listo de todo el grupo.
               -Sí.
               -Al, de verdad, no va a pasar nada. Si quieres, hablo con ella. No tienes por qué preocuparte. No te va a decir nada.
               -Ése es el problema, T. Que no me va a decir nada-murmuré con amargura, hundiendo los dedos en el lomo del conejo-. Además, si ayer me fui pronto y estuve toda la noche boxeando, fue porque no quería verla ni pensar en ella. Necesito despejar la mente. Todo es muy reciente.
               -Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿no?
               -Claro, T. Y tú igual conmigo. Sé que las cosas con Diana tampoco están para tirar cohetes.
               -Están más bien para que nos tiren un cohete a nosotros-murmuró él, y soltó una risa triste.
               -Conmigo y con Sabrae, igual. Bueno, no: peor. A nosotros no nos pueden tirar ningún cohete, porque no hay ningún “nosotros”.
               -Siento oír eso, tío, de veras-Tommy parecía afligido de verdad al otro lado de la línea-. Yo apostaba por vosotros. Hacíais buena pareja.
               -Gracias, T.
               -Erais, literalmente, mis padres.
               Me quedé mirando el armario haciendo una mueca, los ojos entrecerrados y la boca torcida en una sonrisa naciente.
               -No podemos ser literalmente tus padres, T. Yo te llevo siete meses. Y Sabrae ni siquiera había nacido cuando tú…
               -Es una forma de hablar, tronco. Bueno, ¿vienes a la fiesta?
               -Me lo tengo que pensar, T.
               -¿Qué tienes que pensar? No tienes nada que pensar. Tú dime qué es lo que quieres, y yo lo arreglo. Que te quiero un montón, Alec, joder. Hostia. Cojones. No te quiero ver triste, ¿me estás escuchando?-me regañó-. Tú pide por esa bocaza que te ha dado tu madre, que yo te lo doy. ¿No quieres ver a Sabrae? Hecho. ¿Quieres verla? Hecho. ¿Quieres arreglarlo? Hecho. ¿Quieres tirártela? Hecho.
               -Sí, no, sí, y sí-respondí, un poco más animado, y escuché cómo Tommy abría unos cajones en su casa-. ¿Estás anotándolo?
               -Ajá. Un segundo. No me cuadra eso de que no quieras verla y a la vez quieras tirártela. ¿Cómo se supone que tengo que arreglar yo eso?
               -Puedes taparme los ojos, como a los caballos esos de las corridas de toros de España.
               -¡Guau, Alec! ¡No sabía que te fueran esas cosas!-Tommy se echó a reír y yo esbocé una sonrisa escuchando cómo se cachondeaba de mí-. ¿Debería ponerme en contacto con la psicóloga de mi madre? Es una mujer ocupada, pero a un amigo del hijo de una de sus mejores clientas seguro que le hace un hueco.
               -Paso de ti, Tommy.
               -Vale, pero, ¿vienes esta noche, o no?
               -Tengo que pensármelo, tronco-Trufas parpadeó y agitó las orejas de un lado a otro, flagelándome con ellas, como diciendo tienes que ir, tienes que ir, tienes que ir-. Todo es demasiado reciente, y no me apetece mucho estar en casa de Scott después de lo que pasó anoche. Ya sé que tú eres omnipotente y todas esas mierdas que os tragáis los críos que tenéis doble nacionalidad, pero yo no estaría del todo tranquilo. Puedo entender a Scott en el sentido de que no quiera salir de casa. Como en casa no se está en ningún sitio, hermano.
               Tommy chasqueó la lengua.
               -Sólo prométeme que le darás una vuelta, ¿vale, Al? Piénsalo un poco. Y no te pongas en lo peor.
               -Está bien.
               -¿Me lo prometes?
               -Te lo prometo.
               -Guay. Bueno, pues, ¡nos vemos de noche!-se despidió.
               -¡Eso no es seguro, T…!-empecé a gritarle al altavoz, pero escuché unos pitidos al otro lado de la línea-. ¿T? ¡Tommy! Jodido cabrón-mascullé, riéndome, lanzando el móvil sobre mi mesita de noche y chasqueando la lengua. Si eso había sido una treta para conseguir que fuera, lo llevaba claro. Todavía tenía que pensar en frío sobre lo de esa noche, sopesar las ventajas e inconvenientes.
               Trufas se me quedó mirando y yo me lo quedé mirando a él. Le di un par de palmadas sobre la cabeza y me metí bajo las mantas. La cama tenía el delicioso calor que mi cuerpo le había ido dando por la noche, lo cual agradecí. Me coloqué sobre mi costado y cerré los ojos. Sentí cómo Trufas se colaba en el interior de las mantas, buceando hasta quedar completamente oculto en una tienda de campaña improvisada compuesta por sí mismo.
               Volví a quedarme dormido con el calorcito del conejo a mi lado, y cuando mi madre entró en mi habitación preguntando si no iba a trabajar hoy, por poco aplasto al pobre animal. Mamá frunció el ceño al ver que me abalanzaba sobre el armario, me ponía el uniforme, cogía las llaves de la moto y me lanzaba escaleras abajo sin casi darle un beso y sin pensar siquiera en comer.
               Ahí fue cuando me di cuenta de que estaba hundido en la mierda: cuando vi que no tenía hambre.
               Hice el reparto programado en un tiempo récord, concentrado como estaba en dibujar un mapa mental de Londres en varios colores: en rojo, las calles de dirección prohibida; en amarillo, las de doble sentido pero con muchos semáforos y cruces; y en verde, las de dirección única o las que tenían semáforos sin cámaras de seguridad que te multaran. Por poco atropello a un par de ancianos cruzando la calle por un lado en el que no debían (qué curioso, son siempre los ancianos los que se ponen a cruzar sin importar si hay paso de cebra o no), e incluso me crucé con Chrissy en la furgoneta en una de las calles mentalmente amarillas. Me apoyé en la ventanilla abierta y le di un tirón de pelo, y ella exhaló un chillido mientras convulsionaba.
               -¿Tan feo soy?
               -¿Qué haces aquí? ¡Ésta no es tu zona!
               -He cogido más paquetes de los que me correspondían. Estoy haciéndole un favor a Jade-Chrissy asintió con la cabeza-. ¿Tienes algo para mí?
               -¿No deberías estar ansioso por terminar el curro y largarte a tu casa?-inquirió ella con el ceño fruncido. Yo iba a contestarle que habían cambiado muchas cosas desde la última vez que nos habíamos visto (hacía 48 horas, aproximadamente), pero el semáforo se puso en verde y un taxi nos pitó. Los taxistas son gilipollas, en serio. Cuanto más tiempo tengan a los clientes, más les cobran, pero luego son los que más prisa tienen. Le di una palmada en la puerta a la furgoneta de Chrissy y me colé entre el tráfico, con tan buena suerte que conseguí meterme delante de un bus turístico justo antes de que éste se cruzara una intersección y tuviera el tráfico totalmente cortado durante casi cinco minutos. Aquel habría sido tiempo más que de sobra para explicarle a Chrissy por qué me estaba comportando de forma tan rara y por qué no paraba de dar vueltas por Londres: en la ciudad más importante del mundo tenía que estar la solución a mi problema.
               En algún rincón de la capital del imperio más grande de todos los tiempos (bueno, con permiso de mi Rusia ancestral, claro) tenía que encontrarse la excusa que yo estaba buscando para no ir a casa de Scott esa noche. Era demasiado arriesgado, demasiado reciente, demasiado doloroso. No podía hacerlo, no me atrevía, no quería, no debía. Londres, por favor, dame la respuesta.
               Pero tanto las calles de verdad como mi mapa mental guardaron silencio, de manera que cuando terminé definitivamente mi turno, habiendo repartido casi el doble de lo que me correspondía y asegurándome siete buenas borracheras, una por cada cena de empresa en la que me invitarían los compañeros a los que les había hecho favores, seguía con el corazón pesado y las manos absolutamente vacías de pretextos.
               Joder, si hasta llegué a considerar mientras pasaba frente a Downey Street el decir que Chrissy me había pedido que me quedara a dormir con ella, y que yo había aceptado muy caballerosamente quedarme en su comodísimo sofá.
               Claro que Bey ni de coña me dejaría dormir en casa de una chica estando las cosas como estaban.
               Ni tampoco me dejaría quedarme en la mía, ya que estábamos. Por eso necesitaba una excusa.
               Lo mejor que se me había ocurrido había sido inventarme que me había torcido el tobillo bajando de la moto en mi casa y que no estaba para ir a ningún lado (llegué a considerar decir que me había roto la pierna, lo cual parecía más serio, pero enseguida lo descarté), así que allí estaba, mirando en Youtube tutoriales sobre cómo vendarse un tobillo, cuando Bey entró en tromba en mi habitación.
               -¿No sabes llamar? Podría estar dándome cariño a mí mismo.
               -Y esa invasión de la privacidad supondría un problema para ti, porque…
               -Porque seguro que no te ofrecerías a terminar tú el trabajito.
               Sonreí, y Bey puso los ojos en blanco.
                -¿Qué haces todavía con el uniforme?-señaló mi polo con el logotipo de la sonrisa de Amazon y alzó una ceja.
               -Estaba… investigando.
               -¿Investigando? ¿El qué?
               -Investigaciones-respondí, apartando el ordenador a un lado, pero ella extendió la mano con autoridad y yo no tuve más remedio que entregárselo. Bey se quedó mirando cómo una aspirante a enfermera explicaba en un maniquí el mejor método para vendar un tobillo.
               Bey se me quedó mirando. Se suponía que yo debía saber hacer vendajes; era de las primeras cosas que aprendías al comenzar a boxear, pero mis conocimientos se limitaban a nudillos y muñecas. Nadie te explicaba cómo podías hacer para inmovilizarte el tobillo, porque si necesitabas inmovilizarte el tobillo terminarían haciéndote K.O.
               -¿Ahora quieres ser médico?
               -¿Has visto Anatomía de Grey? No hacen más que follar.
               -Y morirse.
               -Los dos sueños de mi vida juntos-ironicé, y Bey me dio un manotazo.
               -¿Para qué estabas mirando esto?
               -Por si me tuerzo el tobillo.
               -¿Tenías pensado torcértelo a posta?
               -¡Beyoncé! Me escandaliza la pésima imagen que tienes de mí-me llevé una mano al pecho-. Siempre hay que estar prevenido, nunca sabes cuándo puedes tener un accidente.
               Bey parpadeó.
               -Vale, me iba a vendar el tobillo para que así no me riñeras por no querer ir a casa de Scott.
               -¿Y por qué no quieres ir?-preguntó, cruzándose de brazos. Entrecerré los ojos.
               -A ver si lo adivinas.
               -No vas a poder esconderte siempre. En un par de días empezamos las clases. ¿Qué harás entonces?
               -Ser un alumno aplicado que va de su clase a la biblioteca, y de la biblioteca a su clase.
               -No te lo crees ni tú, Alec.
               -Estoy de luto, ¿vale? Dejadme sufrir en paz, hostia-ladré, agarrando el ordenador y deteniendo la reproducción-. No podéis obligarme a seguir adelante si yo no quiero hacerlo.
               -Nadie te está obligando a seguir adelante, osito-Bey se sentó en la cama con las rodillas orientadas hacia mí-. Todos queremos lo mejor para ti. Y lo mejor para ti no pasa por quedarte en casa lamentándote de tu suerte. Tienes que salir. Hacer cosas. Distraerte. Conocer gente nueva.
               Parpadeé.
               -Chicas-especificó Bey.
               -¿Voy perfeccionando mi finés? Porque no hay ni una sola tía en este país que yo no conozca. Ni en Grecia. Y créeme, mi cupo de chicas se ha quedado cubierto para un tiempo. No, gracias. Me quedaré en casa, jugando a la consola, o puede que viendo porno y sacudiéndome el chorizo y…-Bey empezó a reírse-. ¿Qué? ¿Qué te hace tanta gracia?
               -Tú. Eres gracioso.
               -Vaya, me alegro que mi desgracia te haga feliz, nena-le di una palmadita en la cintura y ella sacudió la cabeza.
               -No te confundas. No me hacen gracia las tonterías que estás haciendo. Lo que me hace gracia es que seas tan bobo como para no entender lo que está pasando aquí: Sabrae y tú estáis echando un pulso, y tú te empeñas en pensar que si lo estáis haciendo es porque a ella no le importas. Por eso no quieres verla.
               -No, no quiero verla porque la quiero, y no me gusta eso de querer cosas que no puedo tener.
               -¿Quién dice que no puedas tenerla? Nunca había visto a una chica tratar de poner celoso a un chico con tanta desesperación como Sabrae lo hizo ayer contigo. Si no le importaras, habría pasado de ti.
               -Se lo estaba pasando bien.
               -Por favor, Alec-Bey puso los ojos en blanco-. Estoy segura de que odió cada momento en que los demás le tocaban. La vi mirarte cada vez que tú apartabas la vista, asqueado. La única razón de que ahora mismo no esté en tu cama es que tú fuiste lo bastante gilipollas como para no darte cuenta de que lo que ella quería era arrancar una respuesta de ti. Una en concreto.
               -¿Que me marchara?
               Bey puso los ojos en blanco.
               -Que la empotraras. Y que le recordaras que el ser tú es precisamente lo que la atrajo hacia ti. A lo largo de estos meses, siempre ha pensado que el que seas precisamente tú es una ventaja. La han hecho cambiar de opinión, y quiere que tú la hagas rectificar de nuevo.
               Negué con la cabeza.
               -Tú no estabas allí cuando nos peleamos.
               -Y tú tampoco. Ni ella. No estabais ninguno porque no erais vosotros. ¿Cuántas veces nos hemos dicho cosas horribles tú y yo?-me acarició la mejilla-. Cosas que no sentíamos. No eran verdad. Igual que no lo era lo que os dijisteis.
               -Nos insultamos. Nos dijimos que nos odiábamos. La besé en contra de su voluntad y eso ella no va a perdonármelo.
               -Dijiste que le gustó.
               -A mí también me gustan muchas cosas cuando las hago, y luego me siento una mierda al terminar. Me follé a otras estando pillado por ella. Follé contigo estando pillado por ella. Me corrí con ellas y me corrí contigo. Y una parte de mí se odió por ello nada más terminar.
               Bey me acarició los nudillos con la yema de los dedos.
               -No quiero estar pillado de una chica que me odia. No quiero mirar a una chica que no soportar mirarme.
               -A Sabrae le gusta mirarte.
               -Sabrae es otra vez la chica que siempre ha sido. Estos meses han sido sólo un espejismo. Un… un oasis. No eran de verdad. Se acabó. Se acabó de verdad, Bey.
               Bey me acarició los hombros, subió por el cuello y entrelazó sus manos en mi nuca. Sus ojos color miel estaban brillantes de dorada determinación.
               -Lo tuyo con Sabrae se habrá acabado, de acuerdo, pero tú no. Tú no estás acabado, Al. Y te necesitamos. Todos. Scott, Tommy, Jordan, yo. No queremos que te pierdas. Has perdido a Sabrae. No te pierdas también a ti mismo.
               Bey se mordió el labio y mis ojos bajaron en caída libre hacia su boca. Sentí el impulso de inclinarme y besarla, porque por un momento pensé que un clavo sacaba a otro, y el único que podía sacar al segundo era precisamente el primero. Bey. Bey podía con Sabrae.
               Sólo necesitaba inclinarme y rozar mi boca con la suya. Rodear su cintura con mis manos. Quitarle la camiseta, los vaqueros, el sostén, las bragas, y hacerle el amor. Sólo así podría salir del pozo.
               Los ojos de Bey también descendieron a mi boca, y sus labios se entreabrieron en respuesta a lo que estaban ansiando los míos. Bey se inclinó ligeramente hacia mí, traicionándonos a ambos.
               Apoyé la frente en la suya y froté mi nariz con la suya. Sólo hacía eso con Sabrae, pero ahora ya no podía hacerlo con ella.
               -Pídemelo-susurré, y Bey jadeó.
               -¿El qué? ¿Que te recompongas? Recomponte, Alec.
               -No. Que vaya. Pídeme que vaya. No puedo hacerlo por mí. Pero sí puedo hacerlo por ti.
               -Ven, Alec. Scott te necesita. Yo te necesito.
               -Yo también te necesito, reina B.
               Y me incliné hacia su boca, que me estaba esperando. Bey me acarició el cuello mientras nuestros labios se rozaban, y cuando los entreabrimos y nuestras lenguas empezaron a jugar, por un momento se dejó llevar, de la misma manera en que lo había hecho Sabrae. Hundió las manos en mi pelo, me acarició los hombros, y finalmente puso las manos en mi pecho cuando las mías llegaron a su cintura.
               Un dulce torrente de luz y calor descendió por mi boca hacia mi interior, templando todo lo que encontraba a su paso. Puede que no le prendiera fuego, pero por lo menos el hielo empezó a descongelarse.
               Hasta que me empujó suavemente lejos de ella con toda su fuerza de voluntad, y se mordió el labio cuando nos separamos.
               -Esto no está bien. No estás bien. Ha sido un error. Perdóname-jadeó, y sus ojos se humedecieron, y en su mirada apareció un mar de lágrimas. Negué con la cabeza y le limpié las lágrimas con el pulgar.
               -No llores, Bey. No pasa nada.
               -Me estoy aprovechando de ti.
               -Tenerte es lo mejor que me ha pasado en la vida-susurré, frotando mi nariz de nuevo contra la suya-. No pasa nada. Me ha gustado. Y lo repetiría.
               -Pero no podemos.
               -¿Por qué? Ya no estoy atado a nadie.
               -Eso no es verdad. Estás enamorado de otra.
               -Eso no significa nada-por favor, Bey. Tú eres la única que puede hacerme sentir algo, aparte de Sabrae. Necesitaba su calorcito. Estaba helado, y necesitaba un fuego dentro de mí que mandara bien lejos al invierno.
               -Lo significa todo-me dio un apretón en las manos y negó con la cabeza-. Lo significa todo, Al.
               Se alejó un poco de mí, en busca de oxígeno y de poder pensar con claridad. Yo asentí con la cabeza, le di un apretón en la mano, y nos quedamos sentados en mi cama un ratito, pensando en lo que acababa de suceder, cada uno reflexionando desde su propio prisma. Bey sorbió por la nariz, y yo la atraje hacia mí y le di un beso en la cabeza. Ella sonrió, me devolvió el beso en el hombro, y se quedó acurrucada contra mí un ratito más, hasta que me dijo que si le estaba dando mimos para tratar de escaquearme, lo llevaba claro.
               Me hizo vestirme y me obligó a salir de mi habitación y de mi casa delante de ella, porque decía que no se fiaba de que no terminara escapándome (lo cual ya demostraba lo inteligente que era). Mientras nos reuníamos con los demás, mantuvimos una charla insustancial, llenando el silencio que había entre nosotros como si temiéramos que se convirtiera en unas arenas movedizas que nos terminaran tragando. En cuanto llegamos con los demás y pusimos rumbo a casa de Scott, estuvimos lo bastante rodeados de gente como para poder pensar en lo que acababa de pasarnos con una excusa para nuestro silencio.
               Diana y Tommy seguían distanciados, pero eso no impedía que ambos intercambiaran pullas con el resto de nuestros amigos como si el otro no estuviera allí. Bey se reía con las cosas que contaba Tommy y Logan escuchaba con muchísima atención las peripecias de Diana en Nueva York, una ciudad que siempre había querido visitar. Max y Tam iban comentando un capítulo de una serie que sólo ellos dos, de toda Inglaterra, veían, mientras que Karlie iba hablando por el móvil y Jordan caminaba a mi lado, pendiente de mí, asumiendo el papel de guardaespaldas al que Bey había renunciado en cuanto apareció Tommy.
               Por lo menos Jordan no me hacía hablar con él, así que yo podía seguir pensando en lo que había hecho con Bey en mi habitación. Puede que lo estuviera sacando todo un poco de quicio teniendo en cuenta mi historial, y que había hecho cosas bastante más gordas sin pararme a pensar mucho en ellas, pero la verdad era que no podía sacarme de la cabeza el suave tacto de los labios de Bey contra los míos, lo bien que sabía su bálsamo labial y lo mucho que me había alegrado de notar el cuerpo de una chica de nuevo entre mis manos. Me había hecho sentir bien, y a la vez me hacía sentir sucio, un traidor, un mentiroso. Me decía a mí mismo que no había hecho nada malo, y al segundo siguiente me lamentaba de ser tan impulsivo y hacer exactamente lo que Sabrae me había echado en cara que siempre hacía.
               Cuanto más pensaba en el beso, más error me parecía, y cuanto más lo pensaba más seguro estaba de que era lo que necesitaba.
               Scott nos abrió la puerta con expresión ilusionada; el chico que había sido la noche anterior, apagado y mustio, había quedado muy atrás. Ojalá pudiera sufrir una metamorfosis así yo también, pero me temo que lo mío era un poco más grave que la discusión que había tenido con Eleanor. Por lo menos seguían juntos, cosa que yo no podía decir de Sabrae.
               Hizo una reverencia cuando fuimos entrando en tropel en su casa, y me dio un apretón en el brazo a modo de saludo. De todos los que entramos, sólo yo tuve el inmenso honor de que  me tocara (sin contar a Tommy, claro).
               Dejamos los zapatos en el recibidor, bien apartados, y nos dirigimos a la habitación de los videojuegos, para lo cual teníamos que atravesar el salón, donde Zayn (mi suegro, pensé un momento) estaba tirado viendo la tele sin prestarnos la más mínima atención.
               Que no me bombardeara con su hostilidad hizo que me replanteara una vez más si había sido tan buena idea ir a casa de los Malik. Su cambio de actitud sólo podía deberse a que ya sabía lo que había pasado entre su hija y yo, y si no me decía absolutamente nada era porque las cosas se habían acabado definitivamente. Lo cual me hundió bastante, la verdad.
               Precisamente estábamos a punto de abandonar en salón para avanzar por el pequeño pasillo que daba al sótano convertido en cuarto de juegos cuando escuchamos unos pasos por las escaleras. Y yo fui el primero en volverme. Porque puede que dijera que no quería ver a Sabrae, que verla sólo me haría mal, pero la realidad es que todo aquello era mentira. Por supuesto que quería verla, aunque fuera sólo para torturarme. Era igual que un cocainómano: por mucho que dijera que iba a dejar la mierda que me estaba destruyendo la vida, una vez empezaba con el mono sólo podía pensar en consumir de nuevo, y puede que un poco más, para compensar el tiempo de abstinencia.
               “Desafortunadamente” (y lo pienso entre comillas porque ver a Sher no tiene nada de desafortunado) no era Sabrae quien bajaba las escaleras a nuestro encuentro, sino su madre. Bajaba colocándose unos pendientes que debían de estar hechos de rocas lunares, de tanto como brillaban.
               -¡Chicos!-celebró, sonriendo-. ¿Tenéis fiesta de pijamas?
               Se me olvidó todo lo que me había pasado los últimos dos días con la sonrisa de Sher. Estaba espectacular. No; estaba despampanante. Llevaba un vestido negro ajustado a su cuerpo, un cuerpo que una mujer de su edad no debería tener, y menos si había pasado por 3 embarazos (seguro que había hecho un pacto con el diablo), de pierdas largas, muslos firmes, vientre plano y pechos turgentes. El cabrón de Zayn tenía mucha, mucha suerte por disfrutar de esa mujer cuando quisiera y poder llamarla suya.
               Ojalá yo pudiera llamar mía a su hija. Puede que Sabrae no tuviera su sangre, pero desde luego sí tenía su belleza.
               No iba a ponerme triste pensando en Sabrae. No podía ponerme triste aun pensando en la hija, porque la madre podía curarte todos los males. Así que, por lo bajo, de forma que no me escuchara Zayn, espeté junto a Max:
               -Joder, yo no pensaría en pijamas al lado de ella-y mi amigo me dio un codazo.
               Sher le reprochó a Diana no haber ido a su casa cuando regresó de Nueva York, a lo que la americana se excusó alegando que estaba cansada. Aludió al avión, y yo intercedí y añadí que los ingleses también teníamos algo que ver en lo apretado de su agenda.
               Y Sher posó los ojos en mí, a lo que yo respondí con mi mejor sonrisa de galán. A Sher no le dedicaba las sonrisas que iban para el resto de las chicas. Ella se merecía algo mejor. Al igual que su hija, que también era la dueña de aquellos gestos.
               -Alec-celebró mi nombre como si fuera una oración que culminaba un período de abstinencia, y su voz se moduló en una sonrisa tan cálida como el sol. Mi sonrisa se ensanchó un poco mientras ella terminaba de bajar las escaleras y Zayn la miraba de reojo, soltando un sonoro bufido por lo tarde que se les estaba haciendo-. Lo que hiciste por Sabrae en Nochevieja fue todo un detalle.
               Me encogí de hombros.
               -Lo que sea por ti, Sher.
               Y ella se echó a reír.
               -Aunque te guste hacerme favores-respondió en tono dulce, y puede que un poco sensual, o puede que sólo me lo estuviera imaginando, no lo sé. La verdad es que no se me da muy bien pensar cuando tengo a Sherezade delante incluso aunque no lleve una gota de maquillaje y vista una camiseta vieja ya no digamos cuando va maquillada y con escote-, aun así me tranquilizó un montón saber que estuvo contigo toda la noche. Así que gracias por cuidar de mi niña, Al.
               Y entonces, Sherezade Malik, el mito erótico oficial de Europa y de toda mi adolescencia, me tomó de la mandíbula y me dio un suave beso en la mejilla.
               Se inclinó un poco más para llevar su boca a mi oído, en un susurro que sólo podría escuchar yo.
               -Confío en que te las apañarás para seguir cuidándola durante mucho, mucho tiempo.
               Sus dedos me apretaron sobre el hombro y yo noté que mi cerebro se desconectaba por un momento. Empecé a notar un extraño calor invadiéndome, un calor agobiante que nada tenía que ver con el que me abrasaba cuando una chica se quitaba la ropa para mí o me permitía entrar en su interior. En aquellas ocasiones, ardía con pasión.
               Ahora, lo que sentía era bochorno.
               Un bochorno que no terminaba de disgustarme.
               -¡SE HA PUESTO ROJO!-bramó Bey, y Logan sacó el móvil y me enfocó con la cámara.
               -¡ESTO HAY QUE INMORTALIZARLO!
               -MADRE MÍA, AL. NI SIQUIERA SABÍA QUE PUDIERAS PONERTE ROJO.
               Estaban rodeándome cual enjambre de insectos, parecían la plaga de langostas del Antiguo Testamento.
               -¡DEJADME EN PAZ!-protesté, agitando los brazos a mi alrededor y buscando a Sherezade por el rabillo del ojo, pero ya no había rastro ni de ella ni de Zayn. Quería ver si había posibilidad de que repitiéramos lo del beso o lo que surgiera, pero también quería preguntarle a qué se refería. ¿Tenía posibilidades con Sabrae aún? ¿No estaba todo perdido? ¿Lo que me había dicho había sido, después de todo, fruto de un momento de calentón?
               ¿Seguía queriendo tenerme cerca, contra todo pronóstico?
               Se echaron encima de mí y tuve que escabullirme en dirección a las escaleras, pero me persiguieron hasta el cuarto de juegos, en el que me acorralaron y me revolvieron el pelo todo lo que quisieron y más. No conseguí zafarme de ellos; eran demasiados y estaban bien organizados, así que mis pullas tuvieron que esperar un poco.
               -Sherezalec es real, tíos-anuncié, levantando las manos y fingiendo que me ajustaba los bordes de una chaqueta de esmoquin.-. Puedes empezar a llamarme “papi” cuando quieras, Scott-añadí, volviéndome hacia mi amigo, que sonrió.
               -¿Así es como te llama mi hermana?-acusó, pero yo no le hice el menor caso. Estaba demasiado en las nubes como para que Scott me lo arruinara con una pulla no del todo bien intencionada.
               Sherezade me había dado un puto beso.
               ¡Y me había dicho que las cosas con Sabrae podían mejorar!
               -Dios mío, en serio, me voy a rapar el pelo y me voy a meter a monje budista-gemí, dejándome caer sobre el sofá, alegrándome por primera vez en dos días de mi suerte-. Es que no puedo aspirar a nada más alto que esto; no hay mujer que me vaya a superar esto, ¡no la hay! ¡Puedo jubilarme de mis conquistas! ¡Tomaré los hábitos, viva el celibato!-alcé  las manos al cielo y todos mis amigos se echaron a reír. Seguramente pensaban que estaba feliz por el beso que me había dado Sher y sí, vale, una parte de mi felicidad se debía a eso, pero…
               No toda. No toda, si teníamos en cuenta que Sabrae y su madre estaban muy unidas. Era imposible que Sher no estuviera al corriente de todo lo que había sucedido: tanto de nuestra pelea como de la pelea con sus amigas. Estaba convencido de que Sherezade conocía a la perfección lo que nos habíamos dicho Sabrae y yo. Seguro que su hija le había contado la discusión con pelos y señales, hasta el punto de que sería como si la madre hubiera estado allí.
               De la misma forma, también estaría al tanto de lo que le hubieran dicho las amigas de Sabrae a Sabrae. Y seguro que ya estaba empezando a reestabilizar las balanzas desequilibradas de la vida de su hija. Abogaría por la paz de la misma forma que defendía la justicia en los tribunales.
               Tenía en Sherezade a una aliada, de eso estaba completamente seguro. Y Sherezade jamás había perdido un caso, por muy perdido que pareciera, por muy complicado que estuviera, por muy enredada que estuviera todo. Con ella en mi bando, tenía una mano imbatible.
               Así que, con los ánimos mucho más subidos, sonreí a Bey cuando me recordó con una risa cómplice que no había querido ir a casa de Scott, en qué mala posición me había puesto. Le di un beso en la cabeza y participé de cada broma, cada pulla y cada pelea de mentira de mi grupo de amigos, sintiendo que las cosas volvían a encauzarse después de dos días de absoluta locura.
               Nos quedamos dormidos bien entrada la madrugada, pero yo me desperté con mucha sed. Nos habíamos terminado las cervezas con la primera película que habíamos visto, y no me apetecía beber la gaseosa caliente que había sobrado de nuestra cena, a la que podría alcanzar fácilmente si me quitaba el brazo de Bey de encima y conseguía estirarme sin pisar a Max. Tommy y Diana tenían una lata de pepsi entre ellos, pero estaba descartada también: seguro que había perdido todo el gas.
               Así que, con todo el cuidado que pude, me levanté, me estiré la camiseta que estaba usando a modo de pijama, y fui sorteando los cuerpos de mis amigos en dirección a la puerta. La abrí en silencio y me escabullí hacia la cocina, sigiloso cual pantera, descalzo y sin linterna.
               La luz estaba encendida, pero yo no sé lo que pensé. Creo que lo achacaba más a que se habían dejado las luces encendidas; era imposible que nadie estuviese despierto a esas horas.
               A no ser que, como yo, alguien también tuviera sed.
               Hay diferentes categorías de gilipollas: están los gilipollas a secas, que te intentan chafar un buen momento haciéndote un comentario cortante. Luego están los bastante gilipollas, que te minan la moral diciéndote que no eres lo bastante bueno, o que da igual que te esfuerces porque jamás llegarás a cumplir tu sueño. A continuación vienen los gilipollas integrales, los de campeonato, los que te hacen una herida y te hurgan en ella a cada ocasión que se les presenta.
               Y luego está el destino.
               El mismo destino que a mí me había hecho subnormal olímpico, por lo que me sorprendería de que alguien estuviera bebiendo agua a altas horas de la madrugada en una cocina que pertenecía a la casa en la que vivía.
               Por eso me quedé plantado frente a la puerta como un lerdo: porque, de entre todas las cosas en el mundo, lo último que me esperaba era encontrarme con Sabrae dando un sorbito de un vaso de agua de la nevera, vuelta de espaldas hacia mí, con el pelo suelto y enmarañado por el sueño y un pijama gordito en tonos lavanda, que se ceñía a su culo y hacía que se me fuera la vista.
               Sabrae aclaró el vaso, lo dejó sobre la encimera de mármol y se volvió.
               Nuestros ojos se encontraron.
               Los dos nos quedamos quietos como estatuas, examinándonos el uno al otro como si fuéramos lo último que esperáramos encontrarnos en su cocina a altas horas de la madrugada. Si tenía que ser justo con ella, era totalmente lógico que se sorprendiera por encontrarme allí. Vale que tenía que haber escuchado cómo alborotaba con los demás, pero una cosa era sospechar mi presencia y otra tenerla frente a sí.
               Se apartó el pelo de la cara y se mordió ligeramente el labio, las cejas alzadas en dos arcos perfectos, los ojos brillantes por la combinación del sueño y la sorpresa, su deliciosa boca dibujando un anillo tan apetitoso como saciar una sed de siglos.
               Qué hermosa era. Maquillada, sin maquillar; arreglada, en pijama; con el pelo suelto o con él recogido, no importaba. Era tan hermosa que dolía mirarla. Tanto que debería estar en un museo. Tanto que debían estar haciéndole siempre el amor, llevándola a las estrellas que la componían, las mismas que se ocultaban cada noche por pura envidia al saber que, con la llegada del sol y las horas de sueño ya agotadas, saldría de la cama y ellas no tendrían nada que hacer para competir contra su belleza.
               La deseaba. La deseaba, la quería, estaba enamorado de ella y quería poseerla, pero no porque quisiera tener sexo con ella, sino porque era una diosa y yo su humilde siervo, su más fiel seguidor. Todo lo que tenía era mi cuerpo, y lo pondría a su disposición para que hiciera con él lo que le placiera.
               Las obras de arte que la humanidad veneraba no eran nada comparadas con ella. No eran más que meros bocetos. Intentos burdos de intentar alcanzar su perfección.
               Sabrae entrelazó los dedos frente a su regazo, sus ojos escaneándome. Retorció las manos, nerviosa, carraspeó y abrió la boca.
               -Hola.
               ¡Pero si habla!
               -Hola, bombón-jadeé, sintiéndola más cerca que nunca. Di un paso hacia ella y ella no se apartó. Sí. Sí. Vamos a arreglarlo. Vamos a arreglarlo.
               -¿No puedes dormir?
                -Tengo sed. ¿Y tú?
               -Yo también.
               Nos separaban centímetros. Mis pies estaban tocando los suyos, y mi cuerpo se inclinó hacia el suyo. Levanté la mano y me permitió el inmenso honor de sostener su mentón. Le acaricié los labios.
               Vamos a arreglarlo. Vamos a arreglarlo.
               Sabrae cerró un momento los ojos y entreabrió los labios.
               Bésala. Bésala.
               Su boca se curvó en una adorable sonrisa que yo quería saborear. Así que cerré yo también los ojos y comencé a inclinarme hacia ella.
               Su aliento ardía en mi lengua. Estaba jadeando, ansiosa. Íbamos a arreglarlo sin ninguna disculpa, porque amar a una persona es no tener que pedirle perdón jamás. Y ella me amaba, y yo la amaba a ella, así que jamás tendríamos que disculparnos.
               Mis labios rozaron levemente los suyos, y empezamos a escribir la segunda parte de nuestra historia…
               … que fue incluso más breve que la anterior.
               Como volviendo en sí, Sabrae abrió los ojos y puso sus manos en mi pecho para apartarme de ella. No tuvo que luchar contra mí como sí lo hizo en el último beso que nos dimos, porque yo estaba que no me lo creía. Estaba surcando el cielo con unas alas que no me pertenecían, así que no fue difícil hacerme caer.
               -No-gimió, negando con la cabeza y escurriéndose por el hueco entre la encimera y mi cuerpo. Corrió hacia la puerta como si le fuera la vida en ello, como seguro que habría corrido de haber estado en sus cabales en Nochevieja.
               -Sabrae-gemí yo, y ella se detuvo en seco, dándome la espalda. Apoyó la mano en el vano de la puerta al mismo tiempo que yo me apoyaba en la encimera, derrotado.
               -No puedo. Lo siento. Aún me duele. No puedo.
               -Nena, por favor-supliqué, andando hacia ella, pero Sabrae se colgó de la puerta y permaneció mirando fijamente las escaleras, sin atreverse a volverse para mirarme-. No tiene por qué dolerte. Podemos superarlo, los dos juntos.
               Ella cerró los ojos y se mordisqueó el labio.
               -No puedo, Alec. No puede ser.
               -Sí puede ser. Ha podido ser durante meses. No quiero pensar que terminamos así.
               -Es que hemos terminado así. Ya nos hemos dado nuestro último beso.
               Me quedé helado al escuchar sus palabras.
               -No puedes querer que nuestro último beso fuera un mordisco.
               -Nuestro último beso no ha sido un mordisco. Ha sido una caricia.
               Sentí que se me aceleraba el corazón.
               -No puedes estar refiriéndote a…
               -Tú me dueles. Muchísimo. No puedo-me miró de reojo, apartó la cara y negó con la cabeza-. No puedo. Lo siento.
               -Déjanos arreglarlo, Saab.
               Sabrae agitó de nuevo la cabeza y levantó un dedo en mi dirección, indicándome que no me moviera.
               -Mírame. Mírame, Sabrae.
               Sabrae cerró los ojos un momento y apoyó la frente en el marco de la puerta.
               -Por favor.
               Se mordió el labio.
               -Por favor, Sabrae. ¿Tengo que ponerme de rodillas y suplicártelo? Porque lo haré. Sabes bien que lo haré.
               Tragó saliva, movió la cabeza a ambos lados, y finalmente me miró con la cabeza aún apoyada en la puerta. Se mordisqueó el labio y sus ojos escalaron un segundo hasta los míos, pero los apartó antes de que el monstruo de mi interior pudiera regodearse en el sufrimiento que había en su mirada. Sus ojos no deberían estar tan apagados, su mirada no debería ser tan oscura, y alguien tan bonito como ella no debería estar sufriendo así. Todo porque no estábamos juntos. Porque nos faltaba nuestra mejor mitad.
               -Sabrae…
               -Me tengo que ir.
               Y, sin más, echó a correr escaleras arriba, sin importarle que eso pudiera despertar a toda la casa. Me dejó en la cocina, abandonado, destrozado, y totalmente solo, tanto en cuerpo como en alma.
               Ahí fue cuando terminé de convencerme. No íbamos a volver. Más me valía hacerme a la idea. No volveríamos porque ninguno de los dos lo quería realmente: ella no quería, y yo no quería que sufriera.
               Más me valía centrarme en el futuro, entonces, porque de mi pasado no iba a poder rescatar nada. Así que fui a la habitación, recogí mi móvil, y salí de casa de Sabrae como alma que lleva el diablo, con un solo punto como único destino posible: el gimnasio.
               Boxeé a oscuras, en silencio, con la música de mis guantes golpeando el saco como único sonido ambiental. Estaba centrado, lo veía todo claro y cristalino, con la perspectiva de quien lo ve todo desde arriba, alguien sin emociones. Sólo rabia.
               Rabia por haber dejado que aquello ocurriera.
               Rabia por haberme dejado dominar por la ira con las amigas de Sabrae.
               Rabia por haber permitido que ella se alejara de mí.
               Rabia porque se había ido lo suficiente lejos como para que no consiguiera alcanzarla por mucho que lo intentara.
               Rabia, rabia y más rabia.
               Las luces de la sala donde estaba golpeando el saco se encendieron, y yo me volví, esperando un milagro que nunca ocurrió. Creía que Sabrae habría adivinado mágicamente dónde estaba, pero aquello era imposible, especialmente porque ella no tenía ninguna intención de ir en mi busca. La que caminaba hacia mí era Bey, no Sabrae.
               De ilusiones vive el tonto de los cojones.
               -¿Qué haces?-preguntó, caminando hacia mí con curiosidad y preocupación, abrazándose a sí misma.
               -Terapia.
               Me volví hacia el saco de nuevo y descargué unos cuantos golpes.
               -¿También es terapia lo otro?-me la quedé mirando cuando se apoyó en el saco.
               -¿Qué otro?
               -Me han dicho que vas a volver a boxear.
               -¿Mimi?
               Asintió con la cabeza.
               -¿Vendrás a mi vuelta?
               -No tienes por qué hacer esto, Alec.
               -¿Hacer qué?
               -Autodestruirte-Bey alzó las cejas como si fuera obvio, y yo suspiré.
               -Sólo estoy sobreviviendo.
               -Ahí quiero llegar. No te han herido de muerte. Sólo te han roto el corazón.
               -No noto la diferencia.
               Bey se había apartado del saco, así que volví a afanarme con él. Se mordió el labio, se miró los pies y negó con la cabeza.
               -Al principio, parece que no la hay-continuó-. Pero terminas encontrándola.
               -Bey, no quiero ser borde, pero no creo que entiendas cómo me siento.
               Mareado. Destrozado. Fuera de lugar. Sin gravedad. Flotando en un espacio que me es hostil. Vacío. Frío. Sin esencia. Y, a la vez, increíblemente pesado.
               -Sí que lo hago-Bey dio un paso al frente y dejó las piernas entreabiertas, en posición de lucha, aunque sus brazos estaban cruzados-. Estuve en tu posición. Peor, incluso-acusó-. Tú no me querías. Sabrae sí te quiere.
               -A Sabrae le estoy haciendo daño, y ella me lo está haciendo a mí.
               Bey sacudió la cabeza, como si fuera un niño pequeño que se empeña en tener razón incluso cuando no sabe nada de la vida.
               -No sabes lo que dices.
               -Sí lo sé. La he visto. Y no he podido hacer nada. La he perdido, Bey. Ella ya está volviendo a ser ella, y yo…
               Me quedé callado.
               Sabrae estaba volviendo a ser Sabrae.
               Así que yo tenía que volver a ser yo.
                Miré a Bey, que frunció el ceño, sin comprender, pero mi mente trabajaba a la velocidad de la luz.
               Y, por fin, llegó a la conclusión a la que Sergei había intentado llevarme. Si había sido feliz antes, bien podía volver a serlo. Y la única forma de volver a ser feliz era recuperando a aquel cabrón que había sido hacía meses.
               A tomar por culo. No puedo elegir. Necesito toda la ayuda del mundo.
               Al contrario de lo que ella piensa, estoy herido de muerte. Esto no es un simple resfriado. Necesito boxeo, y necesito mujeres.
               Ya que no voy a tener a la mía, tendré a todas las demás.
               Algo en la mirada de Bey cambió cuando reconoció algo en la mía que llevaba tiempo muerto. Sus ojos se oscurecieron un poco y dio un paso atrás, pero todo en ella la delataba. Estábamos solos, y ella lo sabía. Estaba disponible, y ella lo sabía.
               También estaba sin camiseta. Y ella lo sabía. Como para no saberlo, si se le iban los ojos.
               Me desabroché el guante de boxeo y la atraje hacia mí. No opuso resistencia, y puede que se odiara más tarde por ello… pero ahora, no. Porque la estaba seduciendo, y ella no tenía nada que hacer contra mis encantos.
               -No os hagas esto, Al-se resistió cuando yo me quité el otro guante y lo dejé caer al suelo con un golpe sordo. Mi cara enfocó la suya como si fuera un depredador.
               -No puedo hacerle nada a nadie. Ya no hay un nosotros. Puede que sea mejor así-la tomé de la mandíbula y la hice mirarme-. Me han rechazado por algo que no soy. Por lo menos puedo convertirme en eso para que todo esto tenga sentido.
                Bey se mordió el labio, expectante. Lo siguiente que tocó su boca no fueron sus dientes, sino la mía. La besé con urgencia y ella respondió a mi beso, dejándose llevar. Ya no estaba mal lo que estábamos haciendo, porque lo queríamos los dos. La pegué contra mí y a Bey se le escapó un gemido que me volvió absolutamente loco. Me desquició escuchar cómo perdía poco a poco el control; ella, que siempre había sido la tranquila y la comedida de los dos, se estaba abandonando a su deseo por mí de la misma forma en que yo lo estaba haciendo a mi deseo por ella.
               ¿Quién mejor que mi mejor amiga para devolverme mi antigua vida?
               Con todo el esfuerzo del mundo, Bey me puso las manos en los hombros y jadeó cuando nos separamos.
               -No vamos a tener sexo-anunció, pero no estaba en absoluto convencida.
               -Igual sí-sonreí, y ella puso los ojos en blanco-. ¿O no quieres?
               Bey respiró hondo, tragó saliva, me miró la boca y luego bajó por mi cuerpo en un triple salto mortal. Cuando volvió a levantar la mirada, supe que yo había ganado: tenía los ojos completamente negros por la excitación.
               -Yo siempre quiero tener sexo contigo, Alec.
               -Lo puto sabía-respondí, triunfal, y la volví a atraer hacia mí.
               Con la ayuda de Bey, conseguí traer de vuelta al cabrón de Alec Whitelaw de entre los muertos. Y el cabrón de Alec Whitelaw lo celebró como sólo él sabía: follándose a una tía increíble donde nadie más se había follado a ninguna tía increíble.
               Puede que, después de todo, ser ese cabrón no estuviera tan mal. ¿No?


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2 comentarios:

  1. Necesitaría dos semanas para poder superar este capítulo. No sé como lo has hecho pero real que me ha dolido tanto como la pelea de Scommy en cts. El momento de Mimi y Alec en la discoteca me ha dejado literalmente destrozada, me he puesto a llorar ríos de lágrimas literalmente. Ha sido un momento tan jodidamente bien escrito que te juro que he sido capaz de imaginarme a Alec en frente mía con lágrimas en los ojos diciendo todo eso y se me ha partido literalmente el corazón en dos.
    Luego ya por si fuese poco viene la escena de la cocina que es que no solo me ha dolido como un puñetazo en el bazo si no que el jodido Alec me ha obligado a replantearme si es él o Scott el que me deja en la mierdisima con solo abrir la boca PERO ES QUE LO JODIDO DE ESTO ES QUE ALEC LO HA CONSEGUIDO SIN ABRIRLA. PUTO CHAVAL DE MIERDA. Ese monólogo que se ha marcado solo con verla en pijama mientras bebía un vaso de agua me ha despertado instintos suicidas me cago en dios erika tia. Real que casi cojo los apuntes y empiezo a partirlos en miles de trocitos de toda la intensidad que estaba sintiendo.
    Pd: No me ha molado una mierda que hayas hecho que vuelva a follar con Bey. Dijimos que solo boxeo, no coños también.

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  2. ESCUCHAME WHAT THE ACTUAL FAK LA ULTIMA PARTE ESTOY BEYOND SHOKEADA
    y la otra cosa, en la parte de la cocina, cuando la sabrae estaba en las escaleras realmente a esto || he estado de llorar te lo juro
    no me quiero explayar porque voy con retraso y tengo que ponerme al dia sjjsjsjs
    pd erika te estoy avisando como la beyonce y el alejandro forniquen estoy yendo a asturias corriendo y te pego a la salida AAA

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