martes, 23 de abril de 2019

Pequeño Big Bang.


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Uno podría pensar que terminabas acostumbrándote a despertarte en camas que no son las tuyas, y por fin un día te levantarías sin esa ligera sensación de confusión y el orgullo estallándote en el pecho porque oye, acababas de seducir a una desconocida y habías conseguido que te llevara a su casa.
               Nada más lejos de la realidad. Por muchas veces que lo hubiera hecho antes, cada vez que me despertaba y me encontraba con que no había dormido en mi cama, ni en mi habitación, ni con mi soledad habitual, una parte de mí se regodeaba en el pequeño éxito que aquello suponía.
               Incluso entonces, cuando tenía pocas cosas por las que sonreír, las mañanas que empezaba lejos de casa eran motivo de orgullo para mí. Puede que mi vida fuera un desastre, pero mis dotes de seducción seguían allí, intactas, y seguía siendo capaz de satisfacer a una mujer hasta el punto de que ella aceptara compartir un trocito de su intimidad conmigo. No era lo mismo tirarse a una tía en los baños de una discoteca, o en un callejón poco iluminado, o en un coche, que hacerlo en su cama. Que te llevaran a su casa requería de una maestría que no todos los tíos conseguían alcanzar. Y que yo la tuviera, y la manejara con tanta facilidad, siempre había sido motivo de orgullo para mí.
               El sexo seguiría siendo mi deporte favorito, incluso ahora que también era mi tabla de salvación.
               Por eso una sonrisa se extendió por mis labios un segundo después de yo abrir los ojos, y no reconocer ni el techo, ni las sábanas, ni tampoco el brazo delgado y de tez pálida que me descansaba sobre mi pecho. Me lo quité de encima y me incorporé, frotándome la cara, acusando la ligera sensación de resaca que me revoloteaba en la mente como una polilla. Miré el cuerpo de la chica, dormía boca abajo con una sonrisa de satisfacción enroscándole la boca, el pelo alborotado y el cuerpo con ligeras marcas de lo que le había hecho yo la noche pasada. Puede que me hubiera pasado un poco de efusivo, pero ella no había protestado; es más, como podía recordar, y como podía verse por su expresión de paz, le había gustado bastante.
               Tiré de la sábana para vislumbrar su cuerpo desnudo y me regodeé en la visión de su culo redondeado y firme. Estás en tu línea, Al, me felicité, comprobando el pibón al que había conseguido llevarme a la cama. Le di un beso en la parte baja de los lumbares, disfrutando del olor que manaba de su cuerpo, y me puse en pie.
               Recogí mis calzoncillos del suelo y disfruté de cómo ella me buscaba en la cama, se daba la vuelta y exhalaba un suspiro somnoliento, aún con los ojos cerrados. Ahora que estaba boca arriba, podía ver sus pechos y su sexo, enmarcado por unos rizos en los que me apeteció hundirme de nuevo. Miré el reloj de la mesita: las nueve y media.
               Bueno, ya llegaba tarde a clase, así que…
               Caí sobre ella como un águila sobre un conejo desprevenido y empecé a besarle los pechos. Ella gimió y entreabrió ligeramente los ojos en el momento en que yo le separaba las piernas con mis rodillas y jugueteaba con su vello púbico.
               -Mm.
               -Despierta, nena. No quiero marcharme sin despedirme como Dios manda-ronroneé, dejando un reguero de mordisquitos desde su esternón hasta su ombligo. Inhalé el aroma que manaba de su cuerpo, mi favorito en todo el mundo: el de mujer bien follada; y le di un mordisquito debajo del ombligo. Ella arqueó la espalda y los pies. Ya era mía.
               Abrió los ojos y se me quedó mirando con gesto de que aún le quedaba media hora para espabilar. Si a mí me dejaba hacer lo que mejor se me daba hacer, esos treinta minutos se convertirían en dos. Uno, si ella separaba más las piernas.
               Para lo cual, yo me dediqué a masajear sus labios mayores. Se mordió el labio y asintió con la cabeza, respondiendo a los movimientos de mis dedos con su cadera, acompañándome allá donde yo quisiera ir.
               -Ábrete de piernas, nena. Vamos a follar otro poquito, ¿quieres?
               Por toda respuesta, ella se estiró para coger un condón. Buena chica. Era de las que sabían lo que querían incluso cuando no sabían cómo se llamaban. Duda con la que, por cierto, yo me quedé durante todo el polvo: mientras me la follaba con ganas, dándole la vuelta y poniéndola a cuatro patas, dejando que ella se cargara sobre mí y se moviera adelante y atrás, a un lado y a otro, en círculos y en zigzag, todos sus vecinos se enteraron de cómo me llamaba yo, pero nadie en todo Londres supo cómo se llamaba ella. Su pelo castaño era las riendas a las que yo me agarraba para montarla, y sus nalgas mi punto de sujeción cuando nos volvíamos locos. Se corrió conmigo encima y yo lo hice con ella debajo, en diferente postura, y nos quedamos tumbados, mirando al techo, agotados y sudorosos, con sonrisas tontas en los labios.
               Ella se giró para buscar su tanga (ah, así que era de las que llevaba tanta, bravo, Al, definitivamente sigues en tu línea), y se lo pasó por unas piernas que no parecían terminar nunca. Se volvió y se me quedó mirando, sus pechos hinchados y todavía un poco sonrosados por mis continuos manoseos. Estaba seguro de que había sido panadero en otra vida.
               -Tengo que prepararme para ir a trabajar-se excusó, y yo me puse una mano detrás de la cabeza y alcé las cejas.
               -¿Me estás echando?

               -¿Tú no tienes nada que hacer? Es entre semana.
               -Debería ir al instituto-asentí con la cabeza, y ella soltó una carcajada al cielo para después inclinarse hacia mí.
               -¿Sueles pirar clases a menudo?
               -Depende de la razón-dejé que me besara y yo le acaricié un pecho. Ronroneó por lo bajo.
               -Para. No puedo llegar tarde.
               -Eres tú la que está entreteniéndome, no al revés-respondí, señalando su torso desnudo, y ella rió de nuevo-. En fin. Ha sido un placer. Oye, ¿puedo usar la ducha? No puedo ir a clase oliendo a sexo como seguramente apestamos tú y yo. Mis compañeros se pondrán celosos de lo bien que vivo mi vida, y seguramente se compinchen para pegarme una paliza a la salida. Sería una lástima que me estropearan estas facciones pulidas por los dioses, ¿eh?
               -Cinco minutos-contestó ella, echándose el pelo a la espalda y recogiéndoselo en una coleta. No necesité que me lo dijera dos veces. Salté de la cama en dirección al baño, y con la misma rapidez con la que había salido de la habitación de la chica, también lo hice de su baño, mucho más fresco y despejado. Tenía los músculos calientes por la sesión de sexo matutino, pero también por la ducha, y me sentía un poco más descansado que cuando me había despertado.
               Me la encontré en la cocina, calentándose un café.
               -¿Para mí? Qué detalle.
               -Ni lo sueñes, chaval. Tengo el café justo. Tendrás que parar en un Starbucks si quieres desayunar. ¿Tienes pasta o necesitas que te preste?
               -¿Me pagas por el sexo? Joder, que todavía no tengo los 18. ¿Sabías que eso es ilegal? Perversión de menores, la llaman.
               Rió, sacudiendo la cabeza. Después cogió una tarjeta del Starbucks que tenía colgada en la nevera, escribió algo en ella y me la tendió.
               -¿Segura? Esto cuesta pasta.
               -Por un amigo yo hago lo que sea.
               Parpadeé, tratando de no esbozar una sonrisa nerviosa. Mierda. Me estaba haciendo un favor que tenía pensado que le devolviera. Y no podría devolvérselo si no me acordaba de cómo se llamaba, pero… en su habitación había condones llenos de mi material genético. Era un pelín tarde para la típica pregunta casual estilo “por cierto, preciosa, ¿cuál es tu nombre?”.
               -¡Es broma!-estalló, riéndose-. Qué cara has puesto, Dios. No te preocupes. No tienes que devolvérmela. Ya sé que no te acuerdas de cómo me llamo.
               Creo que me puse pálido. Puede que sí estuviera perdiendo facultades, después de todo: nunca antes se me había olvidado el nombre de ninguna chica a la que me había llevado a la cama, por lo menos estando con ella. Claro que nunca antes había dormido entre semana en casa de una desconocida ni me había pasado la noche follando con ella, ni había llegado tarde al instituto por echar un polvo.
               Como tampoco había estado casi 24 horas sin pisar mi casa por no tener que enfrentarme a mi madre ni a sus miradas reprobadoras, que claramente tenían que ver con Sabrae. A estas alturas, era imposible que mamá no supiera que nos habíamos peleado; y lo que es más, estaba convencido de que ella pensaba que la culpa de nuestra discusión la tenía yo. Las mujeres son así. Incluso cuando se encuentran las unas a las otras con una pistola humeante en las manos, se las apañan para hacer piña y echarle la culpa a quien no la tiene, sobre todo cuando son mujeres que se tienen cariño.
               -¿Por qué dices eso?
               -Porque no has dicho mi nombre ni una sola vez-respondió, cruzándose de brazos y alzando una ceja-. Y es legendaria la verborrea que tienes mientras echas un polvo, Alec.
               -Mi reputación me precede, ¿eh? No deberías dar mucho crédito a lo que la gente dice de mí… Sarah-probé, y ella sonrió-. ¿Madeline? Elizabeth. Definitivamente, es Elizabeth. Tienes cara de Elizabeth.
               -Coge la tarjeta y márchate, venga. Todavía me tengo que vestir.
               -¿Betty?-pregunté, persiguiéndola por la casa-. ¿Lauren? Quizá sea un nombre exótico. ¿Es un nombre inglés o un nombre extranjero? Venga, nena, échame un cable. ¿Me dices la inicial?
               -No.
               Puse los ojos en blanco.
               -Bueno, ¿y la última letra? Soy muy bueno adivinando nombres por la última letra.
               -Ah, ah.
               -Regina. Ya está. Tiene que ser Regina. Nunca me he tirado a ninguna Regina, y si te llamases así, sería normal que no quisieras decirme tu nombre.
               La chica se volvió, apoyada en el marco de la puerta de su habitación, y me tendió mi móvil.
               -He guardado mi número en la memoria. Si consigues encontrarme en tu agenda en lo que queda de día, puedes venir y repetir lo de anoche las veces que te dé la gana.
               Se me hizo la boca agua. Dios, sí. Tenía una técnica con las caderas que rayaba en la locura. Seguro que en la industria del porno se pegarían por ella.
               -Tengo más de mil números guardados en la agenda.
               -Pues ya puedes empezar a buscar, tigre-me dio un toquecito en el hombro y me cerró la puerta en las narices. Lancé un bufido y caminé hacia la puerta de la calle, pero la chica me detuvo-. ¿Ya está? ¿No vas a intentar averiguar mi nombre por ningún otro método? Qué decepción-hizo un puchero y yo puse los ojos en blanco.
               -¿También dicen de mí que uso el sexo para conseguir lo que quiero?
               -¿Acaso no es el sexo lo que quieres?-preguntó, y yo alcé las manos. Touché.
               Por su parte, ella entrecerró los ojos y dejó que su boca jugueteara con la idea de una sonrisa.
               -Dime al menos si he estado a la altura de tus expectativas-me escuché decir en tono suplicante, y me odié por eso. Yo no les suplicaba a las tías que me dijeran que era bueno follando: las obligaba a decírmelo mientras tenían mi polla dentro. El mejor detector de mentiras del mundo viene incorporado en la mitad de la población mundial. Nadie puede tratar de engañarte cuando le estás echando un buen polvo.
               Ni siquiera Sabrae era capaz de…
               No pienses en ella, tío.
               Ella sonrió.
               -También dicen que preguntas al terminar. Aunque, si te soy sincera, me esperaba otra pregunta.
               Esta vez fui yo quien se rió.
               -No necesito preguntar, nena. Siempre os gusta.
               Ella se mordisqueó el labio.
               -Sí-consintió-. Siempre nos gusta. Saluda a Chrissy se mi parte, si tienes turno hoy. Acabo de decidir que quiero que vuelvas, pero no te voy a decir mi nombre.
               -De tarde me tienes aquí, preciosa-le guiñé un ojo y ella levantó la mano a modo de despedida. Bajé corriendo las escaleras y salté sobre mi moto, agradeciéndoles a los cielos tener amigas tan buenas que, si bien no querían volver a acostarse conmigo, por lo menos hablaban bien de mí a sus amigas igual de macizas.
               Mientras me incorporaba al tráfico de Londres y ponía rumbo a mi barrio para ir al instituto y que mi madre no pudiera decir nada de cómo estaba descuidando mi vida académica (que más bien era una muerte académica, a esas alturas, pero bueno), rememoré la conversación que había tenido con Chrissy después de lo que había pasado la noche en que vi a Sabrae salir del baño de los chicos después de hacerle una mamada al más mamarracho del local.
               Había rezado en silencio para que lloviera esa tarde de lunes, y mis plegarias habían sido escuchadas. Si había un Dios, puede que no le cayera del todo mal, después de todo: me había quitado a Sabrae, pero no la lluvia, ni por tanto, las tardes en la furgoneta de Chrissy, hablando sobre la vida, sorteando ciclistas suicidas y anticipando el momento en que los dos termináramos el turno y pudiéramos irnos a su piso. Me había acercado a ella trotando, como un cervatillo emocionado por la llegada de la primavera, y me había pasado prácticamente todo el turno despotricando sobre lo egoísta que era Sabrae, lo golfa, lo mala y lo estúpida, mientras ella asentía con la cabeza y me iba tendiendo paquetes para que yo los condujera a sus respectivos destinatarios.
               Cuando llegué a la parte de la discusión disimulada con Sabrae, Chrissy clavó unos ojos como platos en mí y jadeó, imaginándose la escena tan vívidamente como si estuviera allí porque, vale, puede que yo estuviera entusiasmado contándole cómo había pegado a Sabrae contra mí. Puede que la odiara, o estuviera intentándolo, pero, ¡joder! Aquella chiquilla sabía cómo tocarme la fibra sensible. Si quisiera, podría ponérmela dura con sólo guiñarme un ojo.
               -Vale-susurró Chrissy cuando terminé de contarle nuestra batalla verbal-. Me he puesto cachonda.
               -Genial-contesté, poniéndole una mano en el muslo-, porque si venía a cuento de algo todo esto que te acabo de contar, es porque estoy oficialmente íntegramente soltero de nuevo, así que… ¿hace un wok y porno después?
               Chrissy me miró. Miró mi mano en su muslo. Volvió a mirarme…
               … y se echó a reír.
               -¿Qué pasa, Chrissy?-protesté, molesto, retirando la mano de su muslo y agitándola en el aire como si estuviera tratando de librarme de una sustancia pegajosa que tuviera adherida a la piel. Chrissy sacudió la cabeza, todavía muerta de risa, agarrada al volante como si su vida dependiera de ello.
               -Perdón, es que… ¡perdón! No me lo esperaba para nada. Joder, Alec, eres tan gracioso…
               -Gracioso no es la primera palabra que me viene a la mente para describirme cuando estoy contigo, pero oye, me alegro de despertar sentimientos tan positivos en ti. Y, ¿se puede saber, si no es mucha molestia, qué hago para ser tan gracioso?
               -Es que… ¡tienes cada ocurrencia! Dios mío-se limpió las lágrimas que le surgían en las comisuras de los ojos y chasqueó la lengua-. ¡Wok y porno! ¡Guau! ¡Después de todo lo que hemos hablado!
               -¿Qué hemos hablado?
               -Estás enamorado de Sabrae.
               -Ya, ¿y? No estoy castrado. Todavía puedo tener sexo.
               -Si tú lo dices…
               -Ya me he follado a otras. A chicas que no te puedo decir y chicas que sí. Por ejemplo, conocí a una morena ese mismo día que tenía el coño tan apretado que casi parecía vir…
               -No quiero saber cómo tenía el coño la tía a la que te tiraste el fin de semana, Alec.
               -¿El fin de semana? Me tiré a varias el fin de semana. Estaba esa, luego estaba la de la mamada con efecto vacío, luego la que estaba completamente rasurada, y…-empecé a enumerar con los dedos, pero Chrissy me cogió la mano y negó con la cabeza.
               -Sabes que todo esto es sólo un mecanismo de defensa, ¿verdad?
               -¿Qué mecanismo de defensa ni qué hostias, Christine? Estoy hasta los cojones de Sabrae, y ella está hasta los cojones de mí. Se ha acabado. Fin de la historia.
               Y Chrissy volvió a estallar en una carcajada.
               -Pues nada, oye-bufé, clavando el codo en la ventanilla y mirando a través del cristal-. Que ahora debo de tener pinta de payaso. La madre que me parió, Chrissy, ¿te quieres callar? ¡Ni que saliera en televisión gritando “¿cómo están ustedes?”!
               -¡Es que me hace mucha gracia que digas esas tonterías, Alec, lo siento!
               -No son tonterías. Son las cosas tal cual son-me encogí de hombros, furioso. Yo le abría mi corazón a Chrissy y le ofrecía mi cuerpo, con todo lo que nos había costado a los dos despedirnos el uno del otro, ¿y en lugar de aceptarlo con lágrimas de felicidad, se descojonaba en mi cara? Dios, ojalá fuera gay, como Logan. Los gays no son tan gilipollas como lo son las mujeres.
               -No, no lo son. Es tu percepción de las cosas, y perdona que te diga que es una percepción completamente errónea. Me hace gracia lo desesperado que pareces por intentar cagarla más, simple y llanamente.
               -¿Cagarla más, cómo?
               -Intentando acostarte conmigo.
               -Sólo quiero pasar el rato, Chrissy. A no ser…-entrecerré los ojos-. ¿Has dejado la píldora? ¿Por eso estás tan rara? ¿Has pescado a un millonario con 70 años y estás tratando de quedarte preñada de él?
               -No voy a dignificar esa pregunta con una respuesta, especialmente porque sé por qué me la estás haciendo: te da miedo enfrentarte a la realidad.
               -¿Que estoy tratando de levantarle la amante a algún vejestorio con ocho ceros en la cuenta corriente?
               -No: que sabes que las cosas con Sabrae pueden arreglarse, y que dependen de ti.
               Esta vez, quien se rió fui yo.
                -¿Cómo dependen de mí, si ya se ha acabado todo, Chrissy?
               -No se ha acabado todo. La has conseguido poner celosa igual que ella te ha puesto celosa a ti. Eso sólo puede significar una cosa, ¿no?-inclinó la cabeza hacia un lado, en el mismo gesto que hacían los perros cuando tú les decías algo y parecían entenderlo-. Os habéis peleado. Y las peleas son una buena señal. Significa que todavía sentís algo. No puede haber fuego donde ya no hay cenizas-reflexionó, y yo puse los ojos en blanco.
               -Si fuego hay, no te lo niego: el que me corre por dentro cuando la veo salir limpiándose la lefa del payaso de turno de los morros, cuando a mí nunca me la ha llegado a chupar. Ése es el único fuego que hay entre nosotros, Chrissy. Por eso quiero seguir con mi vida cuanto antes, porque es agotador ser el único que siente algo. Yo le doy igual, Chrissy, absolutamente igual.
               -Eso no es cierto.
               -Sí. Sí lo es. Tú no lo sabes, porque no nos has visto, pero es la verdad. Sabrae pasa de mí; es hora de que yo empiece a pasar de ella.
               -Te dejó besarla.
               -¡Porque soy guapo!-protesté-. Porque estoy bueno. Porque la atraigo. Atracción y amor no es lo mismo.
               -Sí es lo mismo, si estáis enamorados.
               Puse los ojos en blanco.
               -Eres imposible, tía.
               -Mira, Al… ya eres mayorcito para tomar tus propias decisiones, y de la misma forma también lo soy yo. No te voy a mentir y a decir que no echo de menos irme a la cama contigo, pero no voy a hacerlo ahora porque no quiero que me consideres un error en el futuro. Como estoy seguro de que considerarás un error cada polvo que eches con otra chica que no sea Sabrae.
               -¿Ahora debo permanecer casto y puro hasta que me muera?
               -No-sentenció ella-. Pero sí hasta que dejes de estar enamorado de ella.
               Dicho lo cual, me había tendido un paquete y hasta ahí había llegado nuestra conversación. Nada más terminar el turno, me fui a tomar algo con los compañeros y acabé enrollándome en una esquina de un bar con una de mis compañeras, no sólo por pasármelo bien sino también por darle a Chrissy en las narices. Puede que a ella le funcionara lo de darles lecciones de moralidad a sus amigas, pero a mí no me la colaba: la primera vez que nos habíamos acostado, ella todavía estaba un poco colada por mi hermano, y yo había sido quien contribuyó a hacer que se olvidara del mamarracho de Aaron.
               Un clavo saca a otro clavo: si en todos y cada uno de los idiomas que yo conocía existía ese refrán, era porque era una verdad tan mundialmente aceptada como que el sol salía por el este y se ponía por el oeste, o que el hecho de que Sansa Stark y Daenerys Targaryen no hubieran echado aunque fuera un solo polvo en todo Juego de Tronos había sido el robo del milenio, algo que hacía que los guionistas merecieran el exilio. 
               Por lo menos Pauline no me había dado la misma tabarra con el tema de Sabrae. Había visto que su familia había hecho un pedido, y aprovechando la excusa de que tenía que ir a hacer un reparto a un edificio cercano, me dejé caer con el paquete de harina importada que siempre pedían para sus pasteles sin gluten. Pauline me había sonreído y se había echado en mis brazos al ver que no sólo era el repartidor más eficiente del mundo, sino que encima estaba allí. Llevaba sin verla desde antes de Nochevieja, por lo que tenía muy poco que contarle y muy poco tiempo… así que, para ahorrarme detalles, simplemente le metí mano.
               Y ella me apartó de la misma forma en que lo había hecho Sabrae: poniéndome las manos en el pecho y empujándome suavemente.
               -¿Qué pasa?
               -He conocido a alguien-me confesó, y yo di un paso atrás.
               -Ah. Vale. Perdóname. No era mi intención. ¿Cuánto hace que…?
               -Ese alguien es Sabrae-me informó Pauline, y yo me quedé a cuadros. ¿Qué? Pauline nunca… ¿le gustaban las chicas?
               ¿LE GUSTABA SABRAE?
               ¿Y NO HABÍAMOS HECHO UN TRÍO?
               ¿POR QUÉ ERA YO TAN DESGRACIADO?
               -No es lo que piensas-añadió al ver mi expresión-. No en ese sentido. La he conocido y… es muy buena niña. Eres muy afortunado de tenerla. Y ella de tenerte a ti. No quiero meterme entre vosotros. No quiero hacerle daño; la verdad es que me cae muy bien.
               -Pau, las cosas con ella se han terminado. No pasa absolutamente nada porque tú y yo retomemos lo nuestro; ya te lo he dicho, se ha acabado.
               -No, no se ha acabado. Estáis enamorados. Y yo no quiero hacerle daño a Sabrae. Precisamente porque ya la conozco, sé que no podéis terminar tan fácilmente, y esto sólo contribuiría a… bueno. A complicarlas.
               -Sabes que voy a follar, contigo o sin ti, ¿no?-acusé, dolido. En una semana me habían rechazado tres chicas, justo las tres que más me habían hecho disfrutar en toda mi vida. Me sentía perdido. Me sentía sin ningún punto al que agarrarme, flotando a la deriva en un espacio tan inmenso que nadie me encontraría nunca. Estaría solo por toda la eternidad, sin chocar con nada, sin convertirme en nada, siempre siendo igual.
               -Por lo menos, si follas sin mí, yo podré dormir por las noches. Lo siento, Al-susurró, acariciándome la cara, y yo dejé que lo hiciera aún no sé por qué, cuando su tacto me ardía en la piel igual que me había ardido el alma al ver que Sabrae hacía cosas con otros que no había hecho conmigo, cuando ella había sido muchas de mis primeras veces, y yo no había sido ninguna.
               Así que me había pirado. No podía soportarlo más: no podía con la lástima de Pauline, no podía con la negativa férrea de Chrissy, y sobre todo no podía con la imagen de Sabrae saliendo del baño, continuando con su vida cuando todo en la mía se había desmoronado, taladrándome la cabeza como si estuviera en el centro de unas obras. Sergei tenía razón: necesitaba pasar página, centrarme en lo que tenía y que nadie podría quitarme: el boxeo y las chicas, y a partir de ahí tratar de reconstruirme, usar las ruinas que habían quedado del que había sido hacía meses para tratar de levantarme otra vez.
               Y, en mi frenesí de curación, había dado con la amiga de Chrissy. Y había conseguido que Sabrae se retirara a un discreto rincón de mi mente, donde era un zumbido y no un escándalo, donde yo podía obviarla si me concentraba lo suficiente en la distracción que tuviera frente a mí en ese momento.
               Me daba igual lo que me hubiera dicho Chrissy: me sentía bien. Me sentía a gusto. Sentía que el que había sido hacía tiempo volvía poco a poco a tomar forma, me iba fortaleciendo y acostumbrando a aquella sensación de vacío. Poco a poco rellenaría ese hueco, y llegaría un momento en que no existiría ningún hueco en el que yo tuviera que ir tirando todo lo que se me ocurriera para taparlo. Y sería entonces… sólo entonces… cuando me curara.
               El hueco, por definición, tiene espacio libre. En el momento en que no cabe ni un alfiler en él, deja de convertirse en hueco. Es otra cosa. Y yo estaba ansioso por convertirme en esa otra cosa.
               Iba por el buen camino. Lo sabía. Y pronto estaría bien de nuevo, sólo necesitaba esa breve época de excesos para volver a equilibrarme: había pasado demasiado tiempo teniendo muy poco sexo, siempre con la misma chica, así que ahora tenía que ponerme al día.
               En ello estaba pensando cuando aparqué la moto en el instituto y atravesé las puertas del vestíbulo tras fijar mi nombre en la lista de alumnos que habían llegado tarde. Estaba pensando en qué haría esa tarde después de ir a casa para cambiarme de ropa y que mamá viera que su hijo predilecto todavía no se había muerto; puede que le preguntara a Chrissy directamente por el nombre de su amiga, o quizá me fuera por ahí a ver a quién encontraba (a veces, el acto de escoger a tu siguiente ligue es más interesante que el polvo en sí, aunque no tan placentero), cuando ocurrió el cataclismo.
               Por el pasillo, con su falda agitándose a la cadencia deliciosa de sus caderas, una figura femenina venía directamente hacia mí. La habría reconocido en cualquier parte, incluso si estuviera a varios kilómetros de distancia. Me bastaría con escuchar el ruido de sus pasos, con ver su silueta recortada contra un foco de luz en la oscuridad… o con el vuelco que me dio el corazón cuando mis átomos explotaron con la cercanía de los suyos.
               Sabrae estaba fuera de clase, igual que lo estaba yo. Me había visto incluso un poco antes que yo a ella, porque yo acababa de girar las escaleras y ella ya venía por un sitio llano y recto, así que jamás sabría si su expresión cambió algo desde el momento en que fue consciente de mi presencia. Caminaba con paso firme, y con los ojos bailando de mi cara al pequeño vestíbulo que daba a las escaleras por las que yo acababa de aparecer, como si dudara de hacia dónde mirar, como si temiera disimular su asco y que yo lo malinterpretara o la aterrorizara traicionarse a sí misma y no mirarme y hacerme ver que ya no le importaba.
               Descubrí en ese momento que no sólo había echado el segundo polvo con mi compañera nocturna por el mero placer de sentir mi cuerpo hundiéndose en el de una mujer, placer para el que claramente había nacido y que no debía negarme cuando se me antojaba. No. También lo había hecho porque me daba pánico la idea de ver a Sabrae: sólo cuando la vi allí, a solas, sin nadie que pudiera juzgarme ni con el que disimular, pude regodearme en cómo se me aceleraba el pulso y las manos empezaban a sudarme de puro nerviosismo.
               No soportaba salir al pasillo y verla estando las cosas como estaban, sobre todo porque ella estaba decidida a hacer que yo me diera por vencido y me retirara de la competición por su corazón (y, por qué no, también su cuerpo) a base de restregarme la cantidad de gente que había entrado en el concurso cuando estaba acostumbrado a estar solo. Cada vez que me asomaba a la puerta, ella siempre estaba allí, pasando por el pasillo con la falda subida, más corta a cada vez, enseñando más de sus deliciosos muslos, esos que eran las puertas al mejor paraíso habido y por haber… y con el brazo de un payaso distinto cada día alrededor de su cintura. Restregándome. Recordándome mi sitio. Recordándome que las cosas ya no eran como antes. Que yo no podía tocarla como yo quería.
               Que, por mucho que yo les preguntara a mis amigos cuánto creían que podía caerme a la sombra por cargarme a críos como pulgas que tenían la osadía de tocar a mi mujer como sólo yo debía tener permiso para hacerlo, en realidad todo ese tiempo en la cárcel sería para nada, verdaderamente a la sombra. Mi sol no vendría a iluminarme, viviría en una noche sin luna ni estrellas el resto de mi existencia, mientras iba desechando permisos de vis a vis porque no tenía nadie con quien compartirlos. Porque habría cometido un crimen pasional por alguien a quien le era completamente indiferente, que no sentía pasión alguna por mí.
               Estábamos a un par de metros y parecía que no íbamos a decirnos nada. No podía soportar la idea de tenerla cerca y no escuchar su voz. No necesitaba verla y olerla simplemente: necesitaba el pack completo. Quería tocarla. Quería escucharla. Quería fundirme con ella, aunque fuera de un tortazo suyo.
               Así que hice lo que mejor se me daba hacer: soltar la primera cosa que se me pasaba por la cabeza y rezar porque me abriera las puertas que yo me había encontrado cerradas.
               -Uuh, ¿pirando clase?-solté, y mi conciencia se dio un manotazo en la cara ante lo magistral de la idea. Sabrae frunció el ceño, con los ojos fijos en mí.
               -Voy a por fotocopias-explicó, y yo abrí la boca y solté un estúpido:
               -Ah.
               Sabrae parpadeó, asintió con la cabeza y siguió su camino. No dejes que se vaya. No dejes que se vaya.
               -¿Quieres que te ayude?
               Sabrae se detuvo a mitad de las escaleras que daban al vestíbulo y clavó sus ojos en mí. Me fulminó con la mirada.
               -No necesito nada tuyo.
               -Mejor-espeté-. Porque no pensaba hacerlo.
               -Ya-soltó ella, poniendo los ojos en blanco, y yo agarré el pomo de la puerta de mi clase. Sabrae desapareció de mi campo de visión balbuceando algo que yo no conseguí entender, y me quedé un rato allí, a la espera, decidiendo si iba tras ella o si debía seguir con mi vida, igual que había hecho ella.
               Me decanté por lo último, así que giré el pomo y entré en clase. Todas las miradas se clavaron en mí. Bey soltó un bufido, fulminándome con la mirada: la había dejado sola durante todas las clases, pues siempre nos sentábamos juntos, de modo que ella era la que más interés tenía en verme aparecer.
               -Señor Whitelaw-espetó la profesora con fastidio, parpadeando despacio tras sus gafas sin marco-. Gracias por honrarnos con su presencia.
               -No hay de qué-respondí, cerrando la puerta y sorteando las mesas en dirección a mi pupitre. A regañadientes, Bey comenzó a retirar sus cosas de mi mesa, aunque tampoco es que yo llevara nada con lo que llenarla.
               -¿Es que no tiene pensado contarnos a qué se ha debido el retraso?
               -Estaba en…-miré alrededor en busca de una excusa, porque no podía decirle a la profesora que había llegado tarde a su clase magistral por estar echando un polvo-… el ginecólogo-decidí, inspirado por los carteles anunciando las revisiones periódicas gratuitas de las chicas, y toda la clase se echó a reír.
               -¿De verdad? ¿Tiene justificante? ¿O se lo ha dejado al director?
               Scott y Tommy se miraron un momento, conteniendo una carcajada, cuando yo me quedé suspendido en el aire.
               -Eh… pues mire, se me ha olvidado pedir el justificante. A la próxima le pediré que me haga dos.
               -Ya. Bueno. Saque su libro y ábralo por la página 73, señor Whitelaw. Estamos terminando la lección.
               Le dediqué mi mejor sonrisa de chico bueno a Bey, que suspiró y puso el libro entre los dos. Hice ademán de darle un beso, pero ella se apartó.
               -¿Dónde has estado?
               -Por ahí. ¿Me has echado de menos?
               -¿De dónde vienes, tío?-bufó Jordan, al otro lado del pequeño pasillo que separaba la mesa de Bey de la suya-. Llevas la ropa de ayer.
               -¿Ahora me controlas, Jordan?-gruñí, y él chasqueó la lengua e hizo un gesto con la cabeza, como diciendo “no quiero discutir”.
               -No deberías pirar clase así como así-me recriminó Bey-. Ya vas bastante justo incluso viniendo. Si empiezas a pirar…
               -Tranquila, reina B. No volveré a dejarte sola. Esto sólo ha sido un pequeño lapsus temporal-le puse la mano en el muslo y, por suerte, ella no la apartó como sí lo había hecho Chrissy.  Puede que mi suerte estuviera cambiando, después de todo: no sólo había empezado el día follando, sino que además me había encontrado a Sabrae sola, había podido hacerla de rabiar, y ahora Bey parecía por la labor a dejarme manosearla. Puede que no tuviera que irme muy lejos en busca de distracciones, después de todo. Quizá la cura que yo necesitaba vivía en mi misma calle. Al fin y al cabo, Bey había sido la primera en probar mi nueva versión reeditada. Dado que había mejorado desde la última vez, lo justo era que le mostrara cómo había cambiado y cómo estaba empezando a ser el de siempre, por lo menos en la cama, otra vez. El que a ella le gustaba.
               -Oye, Bey-ronroneé, tirando de ella y pegando su oreja a mi boca-. ¿Tienes planes para esta tarde?
               Bey giró despacio la cara hacia mí, como Chucky, el muñeco diabólico, pero Scott y Tommy fueron más rápidos que ella. Con todo el descaro del mundo, se volvieron y me dedicaron sendas sonrisas.
               -¿Ahora practicamos la endogamia, Alec?-se burló Tommy, y yo lo fulminé con la mirada. Abrí la boca para responderle algo del estilo de que yo no era el que la había iniciado, pero por suerte, vi cómo la expresión de Scott chispeaba un segundo antes de volver a su sonrisa amplia. Era una advertencia que había querido hacerme aunque no se atrevía a ello; era una súplica velada a mi naturaleza dominante de amigo por encima de la de vacilón.
               -¿No es lo que lleváis haciendo Scott y tú toda la vida?-solté, y noté cómo los ánimos de Scott se desinflaban, aliviados. Por un momento, pensó que le traicionaría, pero yo no era de esos. Tommy me sacó la lengua y volvió a su sitio, recibiendo una reprimenda de la profesora, que les echó la bronca a él y a Scott por distraer “alguien que claramente necesita darse prisa para ponerse al día con el resto de la clase”. Jeje. Se refería a mí. El subnormal era yo. El subnormal que había hecho que a Scott y Tommy les pusieran los puntos sobre las íes. Ése subnormal.
               Bey puso los ojos en blanco y se inclinó sobre su libro, ocultando su sonrisa tras el puño cerrado y un fingido gesto de aburrimiento que no sentía realmente. Le volví a poner la mano en la pierna y ella me miró.
               -Vale, iré a tu casa-me prometió, y yo sentí el impulso de dar un brinco en la silla. Me apetecía tirarme sobre ella y darle un beso en los labios: ahora que ya los había probado, serían mi mejor medicina-, pero…-añadió, y cogió mi mano y la puso sobre el libro- para explicarte las cosas que hemos aprendido en las dos horas de clase que te has perdido.
               -¿No habrá, por casualidad, ninguna lección de anatomía que tenga pendiente?-coqueteé, y Bey se echó a reír y negó con la cabeza. Me pasé el resto de la mañana distrayéndola, haciéndola reírse y evitando así pensar en mi encontronazo con Sabrae. Por suerte para mí, no hubo rastro de ella en todo el recreo, por lo que pude estar tranquilo y relajando, planeando la tarde de estudio con Bey y el tiempo que invertiríamos en no estudiar. Para cuando llegó la penúltima hora, Bey ya estaba de tan buen humor que estaba seguro de que no tendría que aguantar ninguna aburridísima lección de matemáticas…
               Lo cual se torció, irremediablemente, cuando una de las secretarias del instituto entró en clase preguntando por Scott. En un principio, se levantó el Scott que se sentaba en el otro extremo de la clase, mucho más macarra que el nuestro y asiduo del despacho del director. No era poco usual que lo llamaran para ir a echarle una bronca por alguna de las maravillosas bromas que se le ocurrían hacer con sus colegas, o las peleas no tan maravillosas que a veces improvisaba en el patio. Por eso, nadie parpadeó cuando la secretaria pronunció el nombre: estábamos más que acostumbrados a que vinieran a por los alborotadores a clase.
               El silencio que se instaló en la clase cuando la secretaria especificó a que no quería a Scott Austin, sino a:
               -Malik.
               Noté que el pulso se me aceleraba. Scott jamás se metía en movidas, jamás. No, al menos, solo. Seguro que me llamaban a mí también. No había ninguna pelea en la que él se hubiera visto involucrado en la que yo no hubiera participado también. Ni Max, ni Logan, ni Jordan, ni Tommy…
               Tommy empezó a levantarse también por acto reflejo, llegando a la misma conclusión que yo, así que arrastré la silla hacia atrás, ante el silencio de la clase, y me dispuse a incorporarme.
               A todos se nos cayó el alma a los pies cuando la secretaria nos indicó que sólo había venido a por una persona.
               -En realidad, sólo vengo a por Scott. Nadie me ha dicho nada de traerme a Tommy. Es más-añadió, justo cuando Max iba a abrir la boca para decir que debía tratarse de un error, y que Scott no había hecho nada él solo, sin participación de nadie más, ya no digamos de Tommy-, específicamente se me ha dicho que sólo tengo que buscar a Scott.
                La mirada que intercambiaron Scott y Tommy bien podría haber acabado con la vida de ambos dos. Bey tiró de mí para hacer que volviera a posar el culo en la silla, y en absoluto silencio, Scott tiró de la suya y se puso en pie. Hizo ademán de echar a andar hacia la puerta, pero Kate, la secretaria, lo detuvo.
               -Puede que quieras llevarte tus cosas.
               Scott se quedó clavado en el sitio, procesando las palabras. Por un momento pensé que se le había olvidado el inglés y sólo entendía el urdu, o quizá puede que español, de modo que estuve a punto de decirle a Tommy que se lo repitiera en un idioma que Scott conociera, pero bastaba con echar un vistazo a su mejor amigo para saber que no estaba mucho más espabilado que él.
               Por fin, mecánicamente, Scott se volvió y comenzó a meter sus cosas en el interior de su mochila. Miró a Tommy una última vez, buscando ánimos en él, y como respuesta obtuvo un apretón en la muñeca.
               Scott nos miró con la expresión del cordero que se dirige al matadero y sabe que no va a pasar nada bueno en ese edificio de cuya puerta mana un leve reguero de sangre, y de cuyas ventanas se escapan chillidos escalofriantes.
               -No te preocupes-le instó Bey por mí, porque yo no podía hablar. Me latía el corazón a toda velocidad, y sentía un nudo en el estómago que me hacía tener ganas de vomitar. El no saber qué estaba pasando me producía un nerviosismo terrible. No podía dejar de balancear la pierna, y unos retortijones en el vientre amenazaban con doblarme por la mitad.
               Lo único que podía haber pasado para que Scott tuviera que irse de clase solo, sin Tommy ni ninguno de nosotros, era que hubiera muerto un familiar. El protocolo a seguir era sencillo: en cuanto recibían la llamada con la noticia de algún fallecimiento, los secretarios iban a por los alumnos familiares del fallecido y se los llevaban al vestíbulo, donde los padres les estarían esperando para llevárselos hechos un manojo de lágrimas.
               Se me hundió el corazón al empezar a barajar quién podría haber muerto. Y me puse todavía más nervioso cuando se me ocurrió que, teniendo en cuenta que Scott tenía familia en el personal docente del instituto, puede que tuviera que ver con esa familia.
               Zayn.
               La cabeza empezó a darme vueltas, y me llevé las manos a las sientes, frustrado. Anclé los codos en la mesa y gemí por lo bajo, intentando apartarme esa idea de la cabeza. No. No. Él no. Scott se moriría. Scott se moriría. Scott…
               Sabrae.
               -¿Al? ¿Estás bien?-preguntó Bey, poniéndome una mano en el hombro, y yo me saqué el móvil del teléfono-. Alec, para-urgió, cogiéndome la mano con la que sostenía el teléfono para impedir que lo sacara y me lo quitaran-. ¿Qué ocurre?
               -Zayn… ¿estará bien?
               -¿Qué? ¿Por qué dices eso?
               -Se han llevado a Scott solo. Ya sabes lo que eso significa.
               -¿Qué significa?
               -Que ha pasado algo gordo-suspiré, y Bey alzó las cejas y se me quedó mirando con sus ojos chocolate.
               -Del tipo… ¿se ha muerto alguien?-Tommy se giró y nos miró a ambos, frunciendo el ceño.
               -Si se hubiera muerto alguien, me habrían llamado a mí también… ¿no?
               -No eres familia-le recordé, y Tommy acusó el golpe haciendo una mueca.
               -No de sangre-corrigió Bey-, pero sí de corazón. Se lo llevarían. Tommy tiene razón, Alec. No ha pasado nada de eso. Seguro que es algo diferente. Algo como… una beca matemática, o algo así.
               No estaba convencido, pero vi en los ojos de Bey que sería mejor que me callara. A fin de cuentas, fuera lo que fuera que había pasado, no había nada que nosotros pudiéramos hacer más allá de mostrarles apoyo a nuestros amigos.
               De modo que eso fue lo que me decidí a hacer. Con disimulo, oculté el móvil por detrás del estuche de Bey y entré en Telegram. Le envié un mensaje por el grupo a Scott dándole  ánimos y recordándole que estábamos allí para todo lo que él necesitara, y después, tomando aire, me decidí a enviarle un mensaje a Sabrae. Si había pasado algo malo, necesitaría un hombro sobre el que llorar, y yo estaba más que dispuesto a ser ese hombro. Sergei me decía que aprovechara cada ocasión para dar mi golpe de gracia, ¿no? Pues eso haría con ella, aunque no literalmente, por supuesto. Aquella sería nuestra oportunidad para recuperar lo que habíamos conseguido reunir durante tantos meses de esfuerzo.
               De modo que descendí por mi historial de chats, buceando por entre las fotos con un destino fijo, y entré en el de Sabrae.
               Miré el último mensaje que nos habíamos enviado, en el que ella me instaba a darme prisa, y empecé a escribir. Mientras pensaba lo que decirle (algo del tipo “oye, no sé qué ha pasado, pero que sepas que no me importa lo que nos esté pasando ahora a nosotros; siempre tendrás un amigo en mí”), eché un vistazo de reojo a la foto que me había puesto de fondo de pantalla en su chat…
               … y después, a su foto de perfil.
               Y después, a su nombre.
               Y después, a su última conexión.
               Y mis dedos se quedaron congelados en el sitio. La frase ingeniosa que había empezado a escribir para arrancarle una sonrisa, por si acaso la necesitaba, se quedó a medio terminar. No había chiste, no había gracieta, ni tampoco ningún tipo de consuelo que pudiera ofrecerle a Sabrae.
               Porque ella no recibiría mis mensajes.
               Me quedé mirando la frase en gris, patético sustituto de la gloria azul que suponía el “en línea”. Aquella “última vez recientemente” era una daga helada y dentada hundiéndose más y más en mi corazón…
               … porque yo sabía que ella nunca, jamás, se quitaría la última conexión. Habíamos hablado demasiadas veces de aquello, de si le gustaba o no que le notificaran si alguien le había leído un mensaje, y siempre me había dicho que no le importaban las últimas conexiones. No le importaba tener la suya de la misma forma que no le importaba ver que me había enviado un mensaje hacía dos horas, yo me había conectado hacía cinco minutos, y aun así no le había contestado. Era racional. Sabía que el enviarle un mensaje a una persona no implicaba posesión, ni generaba ningún tipo de deber en ella para responderte deprisa.
               Sabrae nunca habría ocultado su última vez porque sabía bien que su tiempo le pertenecía sólo a ella, y ella decidía si invertirlo respondiendo mensajes, subiendo vídeos a Instagram, twitteando o dibujando lejos de cualquier conexión wifi.
               Me recliné en el asiento y fingí prestar atención y estar tranquilo durante el resto de la clase, que me pareció que duraba una eternidad. No me atrevía a pedirle el móvil a Bey y arriesgarme a que me diera una charla sobre lo poco que confiaba en los sentimientos de Sabrae hacia mí (había decidido ponerse de su parte en algún momento del fin de semana, pero eso no quitaba de que estuviera dispuesta a abrirse de piernas para mí), y porque tampoco estaba seguro de que tuviera su teléfono. Tommy estaba descartado de la misma manera: quedaría como un puto psicópata si le pedía su móvil para confirmar si Sabrae me había bloqueado o no.
               Así que sólo me quedaba una opción: Mary Elizabeth. Mi hermana frunció el ceño cuando me vio llegar prácticamente al trote hacia ella.
               -¿Dónde has estado?-preguntó-. ¡Mamá estaba preocupadísima!
               -Tengo ahí la moto-respondí-. Vamos con ella a casa.
               -Pero Eleanor tiene algo importante que contarme…
               -Luego os llamáis-insté, agarrándola del antebrazo y tirando de ella en dirección al aparcamiento. Me puse el casco con la moto ya arrancada y andando, y Mimi chilló y se cagó en alguien de mi familia (que también pertenecía a la suya, esta chavala era tonta) cuando le di gas y la máquina salió disparada hacia delante.
               Llegados al garaje, por fin me armé de valor para pedirle que me dejara su teléfono un momento. Entré en Telegram sin hacer caso de sus gritos preguntándome qué hacía, y tuve que tocar cuatro veces sobre la pestaña de contactos para poder abrirla, de tanto que me sudaban las manos. Bajé y bajé y bajé y…
               Allí estaba. Sabrae Malik.
               -No salgas-supliqué-. No salgas, no salgas, no salgas, no…
               Última vez hace tres minutos.
               No.
               No.
               NO.
               NO.
               Noté que me faltaba el aire y me apoyé en la pared del garaje. Mimi se acercó a mí y me puso las manos en la cara.
               -¿Alec? Alec, ¿qué te pasa? ¡Alec!-suplicó, nerviosa, mirando cómo yo luchaba por no ahogarme. Tranquilízate, Alec. Tranquilízate. Sabías que esto podía pasar.
               Sabías que podía bloquearte.
               Así, al menos, no puede borrar los mensajes que te ha enviado.
               Por lo menos tienes siempre lo que fuisteis durante unos meses.
               Miré a Mimi, que en un principio estaba desdibujada. Me acarició la cara y me cubrió de besos, tratando de que volviera en mí, consiguiendo por fin que volviera en mí. A medida que mi respiración se normalizaba, o precisamente a consecuencia de ello, un nubarrón negro se extendió por mi pecho.
               Aquel nubarrón era de tormenta, y sus truenos tenían un sonido muy preciso, tan alto y tan claro como la canción promocional de un festival de verano. Se ha terminado.
               Oficialmente.
               Se ha terminado.
               Sabrae había querido expulsarme de mi vida de todas las formas posibles. Había pasado página; no sólo eso, había abandonado su territorio seguro para mudarse a un nuevo lugar, y se había asegurado de que jamás regresaría a las tierras que ahora estaban yermas y no le reportarían ningún beneficio quemando todos y cada uno de los puentes que conectaban sus dos historias, pasado y presente.
               Aquellos meses, que yo consideraba habían sido los mejores de mi vida, acababan de pasar a fueron los mejores de mi vida. Se terminaron en el momento en que Sabrae me bloqueó. Ya no había marcha atrás. Ya no había posibilidad de volverlos a escribir.
               Dios mío. Nuestro último beso había sido apenas un roce. Ni siquiera lo habría considerado un beso de habérselo dado a otra mujer. Sólo lo consideraba un beso por habérselo dado a ella.
               Algo dentro de mi interior hizo clic.
               Sólo lo había considerado un beso porque se lo había dado a ella. Y ya no le daría más.
               Si Sabrae me había bloqueado, ya no podía tratar de regresar con ella. Y si ya no podía tratar de regresar con ella, sólo tenía un lugar al que ir:
               Hacia delante.
               Fue entonces cuando conseguí resucitarlo del todo. Alec Whitelaw, el mayor cabrón que esta ciudad hubiera visto nunca, el fuckboy original en palabras de la que una vez había sido mi chica, había vuelto… y para quedarse.
               -Tengo que ir a currar. Horas extra-expliqué, volviendo a montar en la moto y echándola hacia atrás. Mimi frunció el ceño.
               -¿No vas a comer?
               -Voy tarde. Las debo del año pasado. Dile a mamá que no me haga cena; igual me quedo a dormir en casa de Chrissy-y, sin más, le di una patada a la moto para arrancarla con un rugido, y me largué pitando de casa. Cuanto más espacio consiguiera poner entre mis rutinas y yo, mejor. No podía entrar en casa mientras terminaba de convertirme en el Alec que había sido hacía meses, cuando Sabrae todavía no había conseguido influirme. Si me quedaba en casa no completaría mi metamorfosis: demasiados recuerdos de ella la abarrotaban, incluso aunque no hubiera estado allí más de dos veces. Por mucho que fuera el sitio donde yo vivía, también era el sitio donde había vivido dentro de mí. Había pasado por aquellos pasillos respondiendo mensajes suyos, me había tirado en el sofá mientras hablaba con ella, incluso me había duchado pensando en ella y en su forma de gemir al otro lado de la línea, mientras teníamos sexo por teléfono cuando estábamos cada uno en una punta del país.
               No permitiría que mi casa me arrebatara la oportunidad de empezar a superarla: si no empezaba a hacerlo ya, ahora que todo se había terminado y estaba al borde del precipicio, no empezaría nunca. Me quedaría estancado mirándola en la distancia mientras ella avanzaba sin ningún obstáculo que la detuviera, congelado en el tiempo en una época que había sido la mejor de mi vida porque la tenía conmigo, condenado a repetirla y glorificarla con cada segundo que pasara en mi nuevo mundo oscuro, frío y sin vida, repitiendo cada uno de los gestos con fecha de caducidad que me había dedicado, y que yo no había sabido valorar por considerarlos eternos.
               Cuando llegué al almacén, todo el mundo se me quedó mirando con estupefacción. No era precisamente de los que llegaban con varias horas de antelación, ya no digamos de los que iban los días que no tenían trabajo. Las horas extras apenas superaban el salario normal, y no compensaba ir un día de descanso sólo para sacarte un poco más de pasta, pero yo necesitaba distraerme. Ni siquiera estaba de humor para ir a algún sitio abarrotado de turistas con ganas de fiesta y de conocer de verdad Inglaterra, con todo lo que eso implicaba. Lo único que quería era encontrar algo, alguien, que me distrajera. En condiciones normales, habría ido a la pastelería de Pauline, o me habría dejado caer por casa de Chrissy y la habría esperado sentado en el portal, pero aquello ya no era una opción.
               Hasta eso me había quitado Sabrae. No dejaría que me quitara también el sexo. De forma que, cuando recogí un paquete para enviarlo a un colegio mayor de una de las universidades de Londres, y me encontré con que me abría la puerta una chica que me escaneó de arriba abajo como quien examina un libro que no sabe si comprar o no, lo tuve claro. Era mi oportunidad. Escuché en mi cabeza la voz de Sergei con la misma nitidez con la que la había escuchado mientras boxeaba, y una vez más, seguí aquel consejo que me había sabido llevar a la gloria: lánzate.
               Así que, con la chica mordiéndose el labio mientras me miraba con descaro la boca, ofreciéndose sin demasiada sutileza para que yo no pensara que fuera una facilona (aunque un poco sí que lo era, pero lo éramos ambos, así que no pasaba absolutamente nada; no sería yo quien juzgara a una mujer por sentir deseo y querer satisfacerlo en el momento, precisamente porque yo me beneficiaba de esos impulsos femeninos), me apoyé en el marco de la puerta y me crucé de brazos.
               -¿Sabías que por tu suscripción de Amazon Prime tienes servicios que no están disponibles para el resto de usuarios normales?
               La chica alzó la ceja y se mordió un poco más el labio. Hablaba con acento extranjero, del sur de Europa.
               -No tengo suscripción de Amazon Prime-respondió en tono lastimero, lamentando realmente el no haberse dado de alta, aunque fuera en el mes gratis, para poder continuar con mi ligue. Menos mal que yo era un chaval resolutivo.
               -Pues estás de suerte, nena: todavía tienes el mes de prueba gratuito disponible. Con todo lo que ello implica.
               -¿Qué implica?-ronroneó, acercándose un poco a mí, y yo me incliné para tener mi cara a unos centímetros de la suya. Lo mejor cuando querías llevarte a una chica a la que no conocías de nada a la cama era dejar que fuera ella quien tomara la decisión. Mostrarte disponible, pero no hasta el punto de que ella pensara que estabas desesperado. Hacerte ver interesado de verdad.
               -En Amazon nos tomamos muy en serio la satisfacción de nuestros clientes. Y les concedemos cualquier deseo.
               Dio otro paso hacia mí. Tenía su cara tan cerca que sentía la ligera brisa de sus pestañas al batirse.
               -¿Sin importar el tipo?
               Le puse una mano en la cintura y su sonrisa se amplió.
               -Nena, el tipo es lo que más importa.
               Así fue como conseguí tirarme a una universitaria de Erasmus durante un horario de trabajo que no me pertenecía. A ese paso, me convertiría en una leyenda en toda la empresa. Deberían darme acciones y ponerme un piso en la playa por lo bien que vendía a la compañía: ni el equipo de publicidad era tan eficiente mejorando la opinión de los clientes como lo era yo.
               Disfruté mucho con ella y ella disfrutó conmigo, de modo que nos intercambiamos los teléfonos. Procuré no pensar que estaba tejiendo mi nueva red de rollos más o menos serios, ahora que Pauline y Chrissy no estaban por la labor de irse a la cama conmigo. Por lo menos no sería tan imbécil de decirles a las dos últimas chicas con las que me había acostad que andaba detrás de una chiquilla que no me hacía el menor caso.
               Esperaba haberme recuperado de todo cuando volviera a verlas, pero mientras estaba con la universitaria sospeché que no sería tan fácil. No había conseguido quitarme a Sabrae de la cabeza; incluso con la chica gimiendo debajo de mí, una parte de mí seguía pendiente del teléfono, rezando porque un milagro ocurriera y Sabrae me enviara un mensaje con cualquier chorrada, puede que incluso excusándose en lo mal que le funcionaba Telegram y diciendo que había reconsiderado lo que había pasado entre nosotros y que quería una segunda oportunidad.
               Justo después del orgasmo con aquella chica, me quedé un momento tumbado sobre su cama, completamente desnudo, y consideré la posibilidad por un momento de ir en busca de Sabrae y pedirle una explicación. No hay nada que te proporcione más valor que el sexo, y yo estaba más que sobrado de esa osadía que sólo un polvo puede darte.
               Intenté apartar aquellos pensamientos de mi cabeza, diciéndome que no me había largado corriendo de casa para pensar en Sabrae en otras partes de Londres, y casi lo había conseguido cuando llegué al almacén. Me dije que recogería paquetes que tuvieran pinta de ir para ancianos, o para pisos llenos de gente en los que yo no pudiera echar un polvo y empezar a sentirme mal por lo que estaba haciendo, como si fuera un traidor. Sí, eso haría. Buscaría envíos de Scrabble, Monopoly o Hundir la flota e iría por la ruta más larga y con más tráfico a realizar las entregas. Ya me veía subiendo a Administración a pedir que me hicieran una lista con los paquetes pendientes con la que estar entretenido toda la tarde.
               Así no pensaría en Sabrae. Estaría demasiado ocupado imaginándome las rutas en mi cabeza y tratando de sortear los taxis kamikaze y los turistas suicidas. Puede que incluso me ofreciera a ayudar a una ancianita a cruzar la calle.
               Todo esto se vio truncado, cómo no, cuando me detuve en la puerta del almacén y me fijé en la figura que había de pie, a un lado, cruzada de brazos con actitud de perdonavidas. Me levanté la visera para asegurarme de que estaba viendo a quien creía estar viendo, pero el cristal no me estaba engañando: Jordan estaba allí.
               Se regodeó en mi expresión cambiante un segundo antes de separarse de la pared y caminar hacia mí con paso decidido. Parecía un monstruo que se preparaba para devorar al pobre muchacho que había cometido la estupidez de meterse en su cueva sin más arma que un palo.
               -Eyyyy-canturreé por debajo del casco, y Jordan me lo arrancó. Mierda. Vale. Tenía ganas de camorra.
               -¿Dónde cojones estabas?  Te he estado llamando, y no cogías el teléfono.
               -Estaba liado. Ya sabes… trabajando, y tal-me di un toquecito en el pecho, justo donde tenía el símbolo de Amazon en el polo, y Jordan bufó.
               -¿Hoy no se suponía que tenías el día libre?
               -Estoy haciendo horas extras. Las debía del año pasado.
               Jordan me dedicó una sonrisa lobuna que de sonrisa tenía muy poco.
                -¿No las habías agotado ya en junio para poder salir en verano?
               Mierda. Hijo de puta. A veces se me olvidaba que Jordan escuchaba todo lo que yo le decía, especialmente si se trataba de dinero.
               Hice rodar la moto adelante y atrás, pensando una contestación.
               -Eso fue… el año pasado-aventuré-. He tenido gastos esta Navidad. Estoy intentando que el saldo de mi cuenta bancaria se quede a cero. Estoy en números rojos, tío. Es una tragedia en toda regla. No voy a ganar para condones-espeté, y me eché a reír, pero Jordan no me acompañó. Menudo gilipollas. Siempre le hacían gracia mis bromas sobre condones. Toda la gracia que pueden hacerle a un tío que lleva sin echar un polvo lo menos un año, claro. Pero bueno, ya follaba yo por los dos, en eso no había problema.
               -¿Qué hostias te pasa, Alec?-inquirió con irritación, y yo me erguí en la moto.
               -Que soy de clase obrera, eso me pasa, puto burgués. Quita-añadí, apartándolo con la mano abierta para entrar al almacén y seguir con el trabajar-. Tengo cosas que ha… ¿qué coño haces, Jordan?-protesté al ver que quitaba la llave de la moto de su ranura-. ¡Devuélvemela! ¡Tengo que currar!
               -De eso nada. Es tu día libre. Estás dando vueltas por Londres como un gilipollas porque te da la gana. Vamos a dar una vuelta.
               -Que no tengo pasta, Jordan.
               -Da igual. Yo te invito. Aparca la moto y vamos.
               -No voy a ningún sitio contigo, ¡dame las putas llaves!
               -¿Por qué te urge tanto el dinero, tío? ¿En qué tienes pensado gastarlo, eh? ¿En ir a atiborrarte de pasteles donde Pauline? ¿O quizá sea en pagarle la cena de hoy a Chrissy?
               Parpadeé y me apoyé en el manillar.
               -Has hablado con Mimi.
               -Sí, he hablado con Mimi, puto subnormal. Y ahora voy a hablar contigo. Bájate de esa puta moto antes de que te baje yo a hostia limpia. Venga. Vamos. Vamos-urgió, y asintió con la cabeza y me soltó un condescendiente “buen chico” cuando pasé una pierna por encima de la moto y aterricé en el suelo de nuevo. Llevé la moto hasta el rincón con los candados y regresé a regañadientes con Jordan.
               -No puedo ir a ningún sitio con el uniforme.
               -Que te echen de esta puta empresa explotadora sería lo mejor que podría pasarte en la vida, Alec.
               -¿Y entonces cómo mantendría el tren de vida que llevo?
               -De eso se trata: de que no tengas manera de mantener ese tren de vida, y no lo mantengas.
               Puse los ojos en blanco y me metí las manos en los bolsillos.
               -Mimi me ha dicho que no has comido en casa. ¿Tienes hambre?
               -No-contesté, y mi tripa, muy amablemente, rugió para confirmar mi mentira. Jordan parpadeó en mi dirección y yo puse los ojos en blanco-. Vale, sí, me muero de hambre, pero ya te he dicho que no…
               -Aquí cerca hay un McDonald’s. Vamos a comer algo. Y a hablar.
               -Hablarás tú. Yo soy educado y no hablo con la boca llena-solté, y él alzó las cejas.
               -Cuando tienes a una tía sentada en tu cara, dicen que no te callas ni debajo del agua.
               -¿Es que todo el mundo habla de mí a mis espaldas?-protesté, siguiendo a Jordan por la acera-. Llevo una semana oyendo todo el rato “dicen de ti esto, dicen de ti aquello”. La mayoría son cosas buenas pero, ¡joder! Cansa un poco estar en boca de todo el mundo.
               -Eso es lo que pasa cuando te comportas como un gilipollas-sentenció Jordan, y pasé ganas de contestarle alguna bordería, arrebatarle las llaves de mi moto y salir corriendo de allí, pero sinceramente… estaba agotado. No podía más.  Y tenía mucha hambre, así que no iba a renunciar a una deliciosa y grasienta hamburguesa sólo porque no me apeteciera escuchar el sermón de Jordan. Era bueno abstrayéndome en situaciones que no me favorecían del todo: hablar varios idiomas te proporcionaba un buen entretenimiento cuando te estaban echando la bronca. Había pocas cosas que pudieran distraerte cuando estabas traduciendo el himno de Inglaterra al griego, o los diálogos de Aristóteles del griego al ruso.
               Jordan me dejó pedir todo lo que me diera la gana y más, así que me aproveché de él y pedí dos hamburguesas: una de las que traían de diseño, que costaba ocho libras solita, y luego un Big Mac. Me dejó comerme la hamburguesa de diseño tranquilo, y justo cuando terminé de lamerme los restos de cebolla caramelizada, queso de cabra y salsa barbacoa de los dedos y abrí la cajita del Big Mac, Jordan se dignó a abrir la boca.
               Decidí entonces que intentaría pasar algún monólogo de Shakespeare al ruso. Ya que lo estábamos estudiando, por lo menos…
               -Tenemos que hablar.
               Dejé la hamburguesa suspendida a medio camino en el aire.
               -¿De qué?
               Le di un mordisco y me quedé mirando a dos niños que se peleaban por los regalos del Happy Meal. 
               -Ya sabes de qué-volví la vista a Jordan, que me estaba taladrando con la mirada-. De esta espiral de sexo en la que estás metido últimamente.
               -¿Por “últimamente” te refieres a los últimos dos años de mi vida? Porque es un poco tarde para hablar de ello ahora. Ya le he cogido el gusto. Y soy un animal de costumbres.
               -Has echado un polvo-acusó. Puse los ojos en blanco.
               -¿Lo has descubierto tú solo o te ha ayudado alguien?
               -Me refiero a que has follado hoy-atacó, y yo saqué un trozo de lechuga que estaba a punto de caerse de la hamburguesa y me lo llevé a la boca.
               -¿Y qué si lo he hecho?
               -¿Qué hay de Sabrae?-espetó. Dejé caer la hamburguesa sobre su caja y me limpié las manos.
               -No vas a conseguir que me dé una indigestión. Estoy disfrutando de la hamburguesa, por mucho que te moleste.
               -No pretendo que te dé una indigestión. Quiero que me des una respuesta.
               -No hay respuesta.
               -Pues invéntatela-espetó, y yo cuadré los hombros.
               -De acuerdo, a ver qué te parece esta: a Sabrae, que la jodan.
               Ya está. Ya lo había dicho. Ahora sólo podía ir hacia arriba, ¿verdad? Ya le había dado la espalda a los puentes en llamas. Ya podía empezar a andar.
               -Deberías joderla tú-soltó Jordan, y yo me eché a reír.
               -Créeme, no será por falta de ganas. Le molan los fuckboys. No hay otra explicación a que me haya mandado a la mierda después de todo lo que hemos pasado juntos. Y si quiere fuckboy, va a tener fuckboy.
               Jordan tomó aire y lo soltó despacio.
               -No puedes resolverlo todo largándote a acostarte con otras en cuanto se te presente un problema.
               -¿Que yo me…? Manda cojones, Jordan. Hay que tenerlos bien gordos para decirme eso sabiendo todo lo que he intentado por ella. ¿Pretendes que me arrastre? ¿Que me humille por ella?
               -No, pero por lo menos podrías mostrarte un poco arrepentido. Te estás comportando como un niñato caprichoso. Estás descontrolado, Alec. ¿Cuánto hace que no pasas por casa?
               -¿Es que ahora tengo que fichar también en mi puta casa?-ladré.
               -Estaría bien que dejaras de dar vueltas por el mundo como un pollo sin cabeza. Estás jodidamente desquiciado, tío. Siento tener que decírtelo, pero es la verdad. Sabes que no te lo digo a mal. Lo digo porque te quiero, pero tienes que parar, tío. Tienes que dejar de hacer estas cosas, replantearte…
               -¿Replantearme qué, Jordan?-gruñí-. ¿Es que tengo que dejar de vivir mi vida sólo porque Sabrae esté enfurruñada conmigo por una gilipollez en la que no tiene razón? Paso. Paso de ella. Te lo juro por mi madre, paso de ella, Jordan. Hostia-le di tal bocado a la hamburguesa de tan furioso que estaba que casi me atraganto.
               -Si yo no digo que dejes de vivir tu vida. Todo lo contrario. Es sólo que estos días estás… mal. Muy mal. Descontrolado totalmente, Al. Estás follando mucho más de lo que follabas antes en un mes, y sólo llevamos una semana. Estás faltando a clase, no vas por casa…
               -Vale, eso puede que se me haya ido de las manos, pero el sexo no tiene nada de malo.
               -¿Tú crees?
               -Tengo que acostumbrarme a follar así ahora, Jordan. Estoy haciendo terapia de choque, y ninguno me está ayudando.
               -¿Terapia de choque? ¿Follando mucho?
               -No, follando con otras. Ya no me gusta como me gustaba-confesé, porque era la verdad. Si me gustara como lo hacía, no pensaría en ella a la mínima oportunidad. Si me gustara como lo hacía, no lo buscaría con tanta desesperación. Lo anticiparía, sí, pero no me desesperaría como lo estaba haciendo. Jordan tenía razón, sí que estaba un poco descontrolado, pero ¡necesitaba alguien que me apoyara, joder! ¡No alguien que me arrinconara en un puto McDonald’s y me dijera todo lo que estaba haciendo mal! ¡Yo ya sabía que estaba haciendo cosas raras, pero es que no estaba bien!-. Y tengo que intentar recuperar aquello. O acostumbrarme a que no me guste del todo porque no sea con ella.
               -Y si no te gusta, ¿por qué no le pides perdón?-inquirió Jordan, inclinándose hacia mí.
               -Porque  eso sería reconocer que hice algo mal y que ella tiene la razón, Jordan, y no la tiene, joder-bufé, mordisqueando la hamburguesa-. Yo no hice nada mal, Jordan. Nada.
               -A ver, vale. Es normal que estés cabreado con ella porque se comporte como una caprichosa, pero tú tampoco estás siendo modélico, tío. Es decir… te enfadaste con toda la razón del mundo, pero no me digas que no hiciste nada mal cuando perdiste completamente las formas con las amigas de Sabrae.
               -Lo que tenía que haber hecho era darles una hostia. ¿Es que no te diste cuenta de la chulería con la que vinieron a decirme lo que habían hecho? ¡Como si se enorgullecieran de ello!
               -¿Y la solución que encuentras es irte a follar con todas las que se te ponen por delante…?
               -¡Ella también se está tirando a todo lo que se mueve y no veo que nadie le eche en cara…!
               -¿… en lugar de ser un hombre como Dios manda e ir a hablarlo con ella?
               Algo me subió por la garganta, como la lava de un volcán. Hablarlo con ella. ¿Hablarlo con ella?
               ¿Cómo cojones iba a hablarlo con ella si me evitaba cada vez que me veía, y me bloqueaba para asegurarse de que no la molestaba con mi existencia? Estaba seguro de que se arrepentía de todo lo que habíamos hecho.
               Estaba seguro de que, si pudiera, daría marcha atrás en el tiempo y no me permitiría besarla aquella noche que lo cambió todo.
               Jordan empezó a echarme un sermón sobre que en las relaciones lo importante es la comunicación, que me estaba comportando como un crío estúpido, un capullo de manual, por no querer reconocer mi parte de culpa, que estaba apartándola más y más de mí con cada chica con la que me acostaba…
               -…es que no puedes resolverlo todo largándote, Alec, tío. Eso es de cobardes. Tú la quieres, y ella te quiere a ti, y tienes que luchar por ella. Las cosas no son fáciles, lo sabemos todos, pero es ahora cuando puedes demostrarle que… ¿Alec?
               Le di un nuevo bocado a la hamburguesa, que ahora tenía un sabor salado. Me picaban los ojos tanto que parecía que me hubiera saltado pimienta a ellos. No podía respirar. No podía hacer nada más que masticar aquella hamburguesa que ya no me sabía a absolutamente nada.
               Empecé a hipar y Jordan abrió los ojos, con el corazón en un puño.
               La última vez que me había visto llorar, teníamos 6 años.
               -Alec…
               -A ella se la sudo, Jordan-sollocé, dejando la hamburguesa a un lado y tapándome la cara con las manos. Joder. Un hombre hecho y derecho como yo, lloriqueando en un McDonald’s porque una chiquilla no le hacía el menor caso. No había cuadro más patético. Menudo espectáculo estaba dando, pero es que no podía más. Lo de hoy había sido la gota que colmaba el vaso.
               No podía quedarme sentado mientras me reñían por rendirme en una batalla en la que me habían abandonado. Sabrae se había marchado, llevándoselo todo con ella, y yo estaba solo en medio de la nada. Necesitaba que alguien me sacara de allí, no que me recriminaran que no encontrara nada que hacer, algo a lo que aferrarme. No podía soportar que siguieran diciéndome que tenía que luchar por alguien que había hecho todo lo posible para apartarme de ella. Era agotador. Necesitaba descansar. Necesitaba…
               -No se acuerda de mí, ni piensa en mí, ni nada. No he causado ningún impacto en su vida, y yo sin embargo no puedo ni estar en mi casa tranquilo, en mi puta casa, Jordan, porque todo en ella me recuerda que soy un mierdas que no ha conseguido mantener a la única chica que me ha importado a lo largo de toda mi puta existencia a mi lado. Es que hasta mi madre me recuerda sin quererlo a cuánta gente le estoy fallando. Joder, Jor. Y encima es que lo he hecho por algo que ni siquiera es culpa mía. Ella no me quiere por cómo he sido en el pasado, y yo estaba cambiando por ella, pero no lo he hecho lo bastante rápido, y… se la sudo. Se la sudo completamente, y yo estoy aquí, comiéndome una puta hamburguesa de mierda, en un puto barrio de mierda, llorando como un niño de mierda mientras echo polvos de mierda con tías que no me importan una mierda y Sabrae sigue con su vida y…
               -A ella no se la sudas, ni está siguiendo con su vida, ¿qué cojones dices?
               -Está todo el rato con tíos, ¿no ves la cantidad de cosas que sube? Está todo el rato rodeada de gente, y yo… yo como un paleto, yendo de acá para allá, intentando distraerme y no estar cada medio minuto mirando el teléfono como un imbécil, torturándome más.
               -Macho, si tanto la vigilas, ¡habla con ella y dile de arreglar las cosas!
               -¡Es que yo qué quieres que haga, Jordan!-grité, y varias personas se giraron para mirarme, pero me daba igual-. ¡Yo no hecho nada mal, me he preocupado por ella, ¿y todavía se cabrea conmigo y con sus amigas está tan ricamente?! ¡Es que es flipante, lo de la cría ésta! ¡Con todo lo que la he cuidado, se lía con el primero que pasa, y encima le come los huevosuna madre escandalizada le tapó los oídos a su hijo-, que yo no digo que no pueda, pero hostia, me toca los cojones que se los coma al primer mamarracho con el que se encuentra y a mí no me haya dado ni un triste morreo en la punta del rabo!-bramé-. ¡Y JUSTO CUANDO SE ACABA EL FIN DE SEMANA, TENGO QUE VER CÓMO SUBE HISTORIAS CON PAYASOS VARIOS!
               -Pero qué más darán las historias…
               -QUE NO LAS SUBÍA CONMIGO, JORDAN. JODER.
               -¿Y eso quiere decir que no piensa en ti? A mí me suena a que quiere ponerte celoso.
               -Me ha bloqueado en Telegram-espeté, y Jordan abrió mucho los ojos-. Sí, exacto. No quiere ponerme celoso, quiere que desaparezca de su vida, ¡y me está echando a escobazos, como si fuera una rata! Así que, como una rata, me voy a reproducir con todo lo que se me ponga a tiro. Ni Trufas tendría tantos críos.
               -Pero, ¿por qué te ha bloqueado? ¿Le has mandado algún mensaje?
               -¡Eso es lo mejor de todo! No le he enviado absolutamente nada, ¡estaba a punto de hacerlo para preguntarle por Scott, y justo he visto que ya no tenía la conexión visible!
               Jordan entrecerró los ojos, sin conseguir entender del todo por dónde iba el hilo de mis pensamientos.
               -¿Qué? Espera, espera, ¿no le has enviado nada?
               -¿¡Para qué iba a enviárselo!?-pregunté, notando cómo las lágrimas me corrían por las mejillas. Una parte de su composición era tristeza por tener que evocar lo que me había pasado, lo que había desencadenado todo lo demás, pero también estaban hechas de rabia, y quizá por eso me ardían los ojos. Podía entender que me hubiera bloqueado si yo me hubiera dedicado a enviarle mensajes insultándola, o incluso suplicándole que me perdonara cuando ella no tenía ninguna intención, pero, ¿hacerlo sin más? Jamás pensé que Sabrae pudiera ser tan cruel. Y sin embargo…-. ¡No lo recibiría! ¡Y yo quedaría como un puto calzonazos! Ya lo estoy quedando poniéndome así, como un mocoso…-gemí, sacudiendo la cabeza y dándole un nuevo bocado a la hamburguesa con la esperanza de que así, al menos, tuviera algo con lo que entretenerme. Si tenía la boca llena, no habría forma de que siguiera balbuceando y sollozando como un estúpido bebé.
               Me avergonzaba de mí mismo por el espectáculo que estaba montando, de verdad que sí. No era propio de mí estallar de aquella manera y perder completamente el control de mis emociones, pero había llegado a un punto en el que sentía que o me echaba a llorar, o explotaría. Y, por mucho que mi orgullo me dijera que era mejor explotar, mi cuerpo reaccionó como hacen todos los cuerpos: puso por encima el instinto de supervivencia.
               -Tío, ¿qué dices?-protestó Jordan-. No eres un mocoso. Tú la quieres, es evidente, y te hace daño lo que os está pasando. A mí no me parece que tengas que pedir disculpas por sentir lo que sientes, ni por tratar de desahogarte-Jordan se levantó para sentarse a mi lado y me rodeó los hombros con el brazo-. Yo estoy aquí, ¿vale? Te ayudaré a solucionarlo. Ven, vamos a probar a enviarle un mensaje, a ver si…
               -No le envíes nada-protesté-. No soportaría la humillación.
               -Tenemos que probar, Al. Sólo por si acaso. Cualquier tontería servirá-extendió la mano y yo le entregué el móvil a regañadientes, prometiéndome que no miraría la pantalla mientras Jordan escribía, y que dejaría que él lo manejara todo… pero, en cuanto desbloqueó el teléfono y entró en la aplicación, mis ojos volaron a la pantalla. Jordan tocó la conversación con Sabrae y empezó a escribir, pero se detuvo a media frase, igual que lo había hecho yo. Puede que él también hubiera decidido que era inútil, después de todo, de la misma forma que me había sucedido a mí.
                Entrecerró los ojos.
               -¿Qué?
               -Esto no tiene sentido, Al. ¿Cómo sabes que no se ha quitado la conexión, y ya está?
               -A Mimi le salía en su teléfono-bufé. Ahora resultaba que Alec era tonto y no sabía cuándo le habían bloqueado y cuándo no, ¿verdad?
               -Igual te la ha quitado a ti, payaso-soltó, sacando su teléfono y desbloqueándolo. También entró en Telegram. Añadió el número de Sabrae y esperó a que le apareciera en la pestaña de contactos, y cuando vio que figuraba su última conexión, yo solté un gemido, y Jordan sólo bufó.
               -Te agradezco que intentes hacer todo lo posible por mí, Jor, pero los hechos hablan por sí mismos. A ti te sale la conexión, a mí…
               -Puede habértela quitado. Voy a bloquearte. Quiero comprobar una cosa-toqueteó en su pantalla-. Ya está. Entra en nuestra conversación-hice lo que me pedía y Jordan me quitó el móvil… y luego sonrió. Lo tiró sobre la mesa y se reclinó en la silla, ocultando su amplísima sonrisa tras su enorme mano de ébano. Sus dientes brillaban como la nieve por detrás de su piel de carbón.
               -¿Qué te hace tanta gracia, gilipollas?
               -Mira las conversaciones. ¿Encuentras alguna diferencia?
               Estaba a punto de responderle que en la conversación con Sabrae yo tenía un fondo de pantalla bastante más alegre para la vista que el que venía por defecto en la aplicación, pero me callé antes de empezar a hablar, porque yo también encontré la diferencia que había entre la conversación con Jordan y la que tenía con Sabrae.
               La foto de perfil.
               En la de Jordan, no me aparecía.
               En la de Sabrae, sin embargo, seguía presidiendo una esquina de la pantalla, y todavía podía entrar y ver el historial de las que se había puesto.
               Miré a Jordan, que soltó una risotada y dio varias palmadas sobre la mesa. Si aún quedaba alguien en el local que no nos estuviera mirando a esas alturas, fue entonces cuando se giró.
               -No tiene gracia-protesté, un poco dolido por su reacción. Puede que no me hubiera bloqueado, después de todo, pero el tema de que se hubiera quitado la conexión no dejaba de escamarme. Si a ella le había dado igual siempre que la gente supiera cuándo había entrado por última vez a las redes sociales, ¿por qué decidía ahora privarme a mí de fantasear con que había estado mirando nuestra conversación con nostalgia un minuto antes de que yo entrara a releer los mensajes?
               -Sí que la tiene. ¿Te das cuenta de que te has echado a llorar por esta puta gilipollez? No sabía que pudieras ahogarte en un vaso de agua.
               -No me he echado a llorar por eso-espeté, todo lo digno que pude, sorbiendo por la nariz y mirando la hamburguesa con desconfianza. ¿No la habrían edulcorado con hormonas o gas lacrimógeno, verdad?-. He llorado porque me he encontrado el pepino.
               Jordan aulló de nuevo una carcajada, y yo no pude evitar sonreír. La madre que me parió. Puede que sí que estuviera haciendo una montaña de un grano de arena, después de todo. Me terminé la hamburguesa y ataqué las patatas con fingida indiferencia, meditando sobre lo que significaba aquel nuevo movimiento de Sabrae. Aquella chica se estaba volviendo todo un misterio para mí, y no terminaba de gustarme.
               -Esto pinta bien-Jordan se frotó las manos y dio un sorbo de su bebida mientras lo fulminaba con la mirada.
               -No. No pinta bien. No cambia nada. Puedo enviarle un mensaje, sí, ¿y qué? ¿Crees que ella lo quiere? ¿Crees que me quiere a mí?
               -Sí te quiere. Claro que te quiere-Jordan me robó una patata-. Por eso se ha quitado la conexión. Porque te quiere. Y no quiere que le hagas daño. Y no le haces daño si no puede ver cuánto te conectas para hablar con gente que no es ella.
               Parpadeé.
               -Eso no tiene sentido.
               -Tiene todo el sentido del mundo, lo que pasa es que tú no puedes verlo. Estás tan obcecado en el daño que ella te está haciendo que no eres capaz de ver el que le estás haciendo tú. Si yo estuviera peleado contigo como lo está Sabrae queriéndote como lo hace, no querría ni pensar en cómo sigues con tu vida sin que parezca afectarte lo que os pasa.
               -Pero sí me afecta. Lo sabes. Se me nota.
               -Te lo noto yo porque estoy contigo, Al. Y lo sé porque me lo dices. Todos los que estamos cerca de ti sabemos que estás mal porque te vemos, pero Sabrae no te ve, ¿y sabes por qué? Porque ella no está cerca de ti ahora mismo. Lo poco que ve de ti, es bueno. Te ríes en el patio, haces coñas con nosotros de fiesta, bailas con chicas increíbles y te enrollas con tías que están buenísimas. No parece que te haya afectado lo más mínimo vuestra pelea. Ella no sabe que estás sufriendo, ni que te pasas las noches en vela pensando en cómo solucionar esto, ni que te pasas el día mirando el móvil, porque no está ahí para verte.
               Observé el nombre de Sabrae, con aquel soporte gris sosteniendo la preciosa palabra que la definía, y la foto redonda coronando su perfil. Sonreía como si nada pudiera hacerle daño, como si no conociera el dolor. Era lo que se merecía. Pasé el dedo por la pantalla en la que tenía su foto ampliada, recorriendo sus perfectas facciones: sus labios, su mentón, sus ojos.
               -Pero… las historias…
               -Las historias son a Sabrae lo que los polvos son a ti, Al. La forma de obligarse a seguir adelante.
               Pero todo aquello no tenía sentido. No lo tenía. Sabrae parecía estar bien, parecía feliz. Estaba en sus manos decidir si volvíamos o no. Siempre lo había estado, desde el mismo momento en el que me mordió y sentenció que lo nuestro se había acabado. Sólo el juez que dicta una sentencia puede hacer que se cumpla, pero también es el único que puede revocarla.
               No encajaba con lo que había estado diciéndome a mí mismo desde que nos separamos, ni con los besos que había tratado de darle y que ella había impedido apenas habían empezado. Los  intentos que habíamos hecho de acercarnos habían sido infructuosos; Sabrae no parecía estar obligándose a superar lo nuestro, sino que lo estaba superando y no quería que yo interrumpiera ese proceso de curación.
               Y, sin embargo, algo en mi interior me decía que Jordan había dado en el clavo. Que yo sabía que las cosas no terminaban de encajar porque estaba intentando unir las piezas equivocadas. El cuadro no era hermosos porque no estaba viéndolo con la perspectiva con la que la había pintado el artista. Estaba subido a un andamio de la Capilla Sixtina, no mirándola desde abajo y maravillándome con cómo la habían pintado. Sólo veía formas de colores pastel, no figuras bíblicas.
               Dios, estaba hecho un lío tan enmarañado que me sorprendía tener todavía energía mental para respirar.
               Necesitaba un respiro. Alejarme de todo en lo que me había sumido, salir a la superficie y tomar una buena bocanada de aire antes de volver a meterme debajo del agua y que todos los estímulos se abalanzaran sobre mí. Necesitaba despejar la mente.
               Necesitaba boxear, y eso le pedí a Jordan. Asintió con la cabeza, orgulloso de que hubiera llegado a esa conclusión, y nos montamos en la moto sin decir nada más. No hacía falta. Además, Jordan sabía que no debía romper el silencio. No es que lo necesitara, de todas formas: había plantado una poderosa semilla en mi cabeza, y esas semanas de soledad se habían condensado en dos nubes que se ocupaban de regarla y alimentar el pequeño brote que asomaba ya tímidamente por entre la tierra. Aún no sabía muy bien qué planta surgiría, pero por lo menos estaba naciendo algo de todo aquel desastre.
               También me acompañó al gimnasio, diciéndome que después tendríamos que ir a ver qué le había pasado a Scott. Todavía no sabíamos nada de lo que había hecho que le sacaran de clase, y él no había dicho nada por el grupo, de modo que tampoco queríamos insistir. Sospechábamos que había pasado algo gordo, así que iríamos todos en manada a su casa y le mostraríamos apoyo como mejor sabíamos: alborotando tanto que no pudiera recordar por qué estaba triste.
               Para cuando llegamos al gimnasio, yo ya estaba mucho mejor. Sentía una sensación de calma floreciendo en mi pecho, apoderándose de cada una de mis células. Pronto tendría los guantes puestos, sería invencible y también inalcanzable: no podrían hacerme daño, y mucho menos distraerme. Tenía un objetivo en mente: conseguir resolver el puzzle ante el que me encontraba. Generar mi propio Big Bang, uno en con el que pudiera modelar el mundo a mi antojo, decidir los colores y también las texturas. Decidir si habría dioses, o diosas, o una única diosa, o no habría más que hombres. Si no había dioses, no había reglas, pero tampoco había pecado.
               ¿Necesitaba pecar?
               ¿Quería pecar?
               Mi subconsciente me traicionó. Sí. Claro que quería pecar. ¿Qué pregunta era ésa? Pero sólo con una persona. Con una persona en todo el mundo.
               Definitivamente, en mi universo habría divinidades. Aunque con una diosa me bastaba.
               -¿De qué te ríes?-preguntó Jordan, y yo negué con la cabeza, le di una palmada en la espalda y suspiré:
               -Vamos a boxear.
               Tal vez mi humor hubiera mejorado un poco, pero todavía tenía mucho en lo que pensar y muchas cosas que asentar. Con cada golpe que daba, más iba recuperando la confianza en mí mismo y más sentido tenía para mí lo que me había dicho Jordan. La teoría de que Sabrae estaba rehaciendo su vida tan ricamente sin que yo pudiera hacer nada por impedirlo fue degradándose poco a poco, acusando cada golpe que yo le daba al saco de boxeo.
               Estaba a punto de llegar a la crucial conclusión de que Sabrae estaba haciendo todo aquello por distraerme cuando me dieron un toquecito en el hombro.
               Me giré rápidamente, listo para soltar un gancho de izquierda que dejara tumbado al que había venido en busca de movida, pero tuve que guardarme mi golpe para mí.
               Frente a mí, no había nadie con interés en un buen combate que encendiera mis músculos y disparara mi adrenalina. La persona que tenía delante venía con ganas de camorra, sí, pero no de la que tienes entre cuerdas y esquinas.
               -¿Tienes pensado ir a casa después de desfogarte con este pobre saco, o vas a ir después a desfogarte con alguna persona?-acusó Mimi, y yo puse los ojos en blanco y me pasé los guantes por la boca.
               -Hola, Mím.
               -No, “hola”, no. ¿A qué vino lo de hace un par de horas? ¿Qué coño te pasa, Alec?-me dio un manotazo en el pecho-. ¡Estaba preocupadísima por ti!
               Puede que hubiera dejado pasar tiempo, pero lo que decía Mimi era verdad. Llevaba puestos sus leotardos de baile y su body de ballet, y el pelo recogido en un moño perfecto que delataba que había estado toda la tarde practicando sus piruetas sobre la uña del dedo pulgar del pie izquierdo. Si Mimi había venido directamente de su clase de baile a buscarme al gimnasio, en lugar de ir a casa, ducharse y seguir practicando con el pelo suelto y unos leggings, era porque realmente le preocupaba lo que me pasaba.
               -No es nada. Simplemente necesitaba despejarme un poco.
               -Jodan me ha dicho que no estabas haciendo horas extra. ¿Es verdad?
               -Mimi, de verdad, no quiero hablar de eso ahora.
               -Ah. Ah, claro. Ah… sí, cierto. Es verdad. A ti no te va hablar-Mimi alzó las manos y asintió con la cabeza, esbozando una sonrisa invertida-. A ti te va hacer otras cosas.
               -Mimi…
               -¡Es que… ¿a ti te parece normal cómo te estás portando, Alec?!-ladró.
               -Ay, por Dios-bufé, sentándome en el suelo y frotándome la cara con el guante-. ¿De verdad quieres hacer esto aquí?-miré en derredor, creyendo que la naturaleza tímida de mi hermana haría que se cortara un poco. Todos nos miraban. A mí me daba lo mismo, pero a Mimi no. Por Dios, si nunca llevaba minifaldas porque lo pasaba mal cuando los tíos se giraban para mirarle la piernas por la calle.
               No podía culparlos, la verdad. Mimi tenía unas piernas preciosas. Deberían ser su mayor orgullo.
               -¿Y dónde quieres que lo haga? ¡Si no pasas por casa! ¡Mamá lleva sin verte dos días!
               -Ya hablaremos después, Mimi. Estoy en medio de algo ahora mismo.
               -Sí, ¡de una bronca!-Mimi tiró de mí para levantarme y me dio un empujón-. ¡Vas a escuchar todo lo que te tengo que decir, señorito!
               -Sí, escuchará todo lo que tú quieras decirle, ricura, pero primero tiene que terminar su entrenamiento de hoy-espetó Sergei, apareciendo por una de las puertas de la sala, atraído por el alboroto que estaba montando Mimi-. Todavía le quedan veinte minutos, pero si quieres, puedes esperar en la cafetería. Te invitaré a lo que quieras. ¿Qué tomas, bonita?
               -No le hables así, Sergei-gruñí, poniéndome entre ella y él, pero Mimi me sorteó como una gata y lo señaló con un índice afilado como un puñal.
               -¡Tú!-ladró-. ¡Tú tienes la culpa de que mi hermano no pise nuestra casa! ¡Va de tu estúpido gimnasio al instituto, y del instituto al gimnasio!
               -También se mete de vez en cuando en la cama de alguna zorrita, pero supongo que eso no te conviene para tu papel de víctima, ¿eh?-espetó Sergei, y Jordan frunció el ceño y lo fulminó con la mirada.
               -¡Eres un buitre!-acusó Mimi, acercándose a él, amenazante-. ¡Deja a mi hermano en paz, perro manipulador! Él no necesita alguien que lo explote, ¡necesita alguien que se preocupe por él!
               -Yo me preocupo por él, mocosa. El boxeo es terapéutico.
               -Sergei…-advertí yo. Tenía los guantes puestos y no dudaría en usarlos. No permitiría que nadie tratara mal a Mimi delante de mí, y mucho menos con los guantes.
               Una vez más, subestimé a las mujeres que me rodeaban. Todo porque Mimi apretó los puños, rechinó los dientes y ladró:
               -¡LO QUE ES TERAPÉUTICO ES ARAÑARTE A TI LA CARA, DESGRACIADO! ¡VEN AQUÍ!
               Nunca pensé que tendría que intervenir para separar a mi hermana y a mi entrenador, pero la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. Con la agilidad de una pantera, Mimi se abalanzó sobre Sergei, que ni siquiera la vio venir, y consiguió tirarlo al suelo mientras rugía una mezcla de insultos en inglés y griego (los insultos en griego son más imaginativos), y se afanaba en arrancarle toda la piel de la cara.
               -¡VA A PASARLE ALGO Y LA CULPA LA VAS A TENER TÚ! ¡CABRÓN MANIPULADOR! ¡COMO LE HAGAN DAÑO A MI HERMANO, NO TE QUEDARÁ INGLATERRA PARA CORRER, MALNACIDO! ¡DESGRACIADO! ¡ALÉJATE DE ALEC, SANGUIJUELA! ¡PERRO ASQUEROSO, TE VOY A DEJAR LA CARA EN CARNE VIVA, DESGRA…! ¡SUÉLTAME, ALEC!-chilló cuando la agarré de la cintura-. ¡SUÉLTAME, QUE LO VOY A MATAR!-pataleó en mi regazo, pero yo no la dejé escapar.
               Entre Jordan y yo, conseguimos arrastrar a Mimi lejos de Sergei, que se levantó trabajosamente y se limpió la sangre del labio con el dorso de la mano. Mimi continuó despotricando todo el rato, pataleando y tratando de alcanzar de nuevo a Sergei, que la fulminó con la mirada y escupió:
               -Sacad a esa puta de aquí.
               De la impresión, Jordan dejó de sujetar a Mimi, que empezó a avanzar hacia él como una depredadora.
               -¿Qué cojones acabas de llamar a mi hermana, hijo de puta?-me escuché decir.
               Mimi no consiguió tocarlo. Yo llegué antes que ella.
               Y casi lo mato.
               Ojalá estuviera de coña, pero no. Casi lo mato. Me tiré sobre Sergei, entregado a un combate en el que no había reglas, y en el que ganaba el único que saliera con vida, y me descargué sobre él como un toro bravo. Di golpes, patadas, incluso mordiscos, y Sergei trataba de defenderse como podía, luchando contra un monstruo que parecía tener ocho brazos en vez de dos.
               Necesitaron a cuatro personas para separarnos, y a una quinta, Jordan, para conseguir alejarme de él.
               Y fue allí, respirando como un toro de lidia, luchando contra mis propios pulmones, todo mi cuerpo convertido en un campo de batalla y mi alma ardiendo de rabia, cuando me di cuenta. Había dejado que Sergei hiciera conmigo lo que más le convenía. Había dejado que él me metiera aquellas ideas tan tóxicas en la cabeza porque quería volverme a ver en un ring, luchando para él.
               Había dejado que él me convenciera de que la única forma de conseguir recuperar a Sabrae era alejándola de mí, porque ella era la única que podía poner en peligro mi futuro en el boxeo. Había empezado a boxear con Mimi, y Mimi era mi aliciente; Sabrae, en cambio, era la razón por la que ser precavido. Sabrae era la chica por la que ser prudente y evitar a toda costa el riesgo de KO. La que hacía que tuviera que bajar del cuadrilátero por mi propio pie sí o sí, y no que tuvieran que bajarme.
               Yo la había cagado con Sabrae, vale. Pero él había hecho que nos distanciáramos tanto que fuera imposible distinguirnos en el horizonte.
               -Vámonos, Al. Vámonos, tío. No merece la pena-instó Jordan, escupiendo al suelo en dirección a Sergei, y tomándome del hombro para guiarme hacia la salida. Lo miré por encima del hombro una última vez, a mi mentor, al que yo había considerado una figura paterna durante prácticamente toda mi vida, más incluso que a Dylan. Él me había convertido en lo que yo era, y de la misma forma que me había hecho, también había intentado destruirme haciendo que apartara a Sabrae de mi lado.
                Mimi nos esperó al pie de las escaleras. Se giró sobre sí misma y se abrazó la cintura.
               -¿Estás bien?-pregunté, y ella asintió con la cabeza.
               -¿Me lo preguntas a mí?-en sus labios bailaba una sonrisa-. Le has pegado una paliza. ¿Tú estás bien?
               -Tengo los guantes-expliqué, y Mimi sonrió.
               -Esto no va a hacer que te libres de tu bronca.
               Chasqueé la lengua y miré al cielo, flexionando las rodillas como si estuviera muy cansado.
               -Lo suponía.
               -Necesitas a alguien que te riña por lo que estás haciendo.
               -¿A ti qué te importa lo que yo hago, Mary Elizabeth?
               -Me importa. Eres mi hermano-me recordó-. Y no lo estás haciendo bien, Al.
               -Sólo me he dedicado a follar estos últimos días. Ni que hubiera atracado un banco o matado a alguien. Necesitas relajarte un poco, tía-negué con la cabeza, despegando el velcro de los guantes-. Me he pegado por ti, dame aunque sea las gracias.
               -Gracias-replicó Mimi en tono neutro, y luego su voz adquirió el tono cantarín de siempre-. Estás resolviendo tus problemas huyendo de ellos a base de tener sexo y golpear un estúpido saquito, ¿te parece eso normal?
               -Mírate, Mimi. Ni siquiera puedes decir “follar”.
               -¿Y qué tiene eso que ver? ¿Mi vocabulario hace que no vea cómo estás metiendo la pata con Sabrae?
               -No, pero da una idea de la poca idea que tienes de relaciones y de que no sabes nada de lo que me pasa con Sabrae. Nunca has tenido novio.
               -Ni tú tampoco-soltó-. Y no estás haciendo mucho por cambiar tu situación.
               Me pasé la lengua por las muelas y asentí con la cabeza, riéndome. Vale.
               -Hago lo que puedo.
               -¿Comportarte como un gigoló de beneficencia es “hacer todo lo que puedes”?-ironizó, y yo me la quedé mirando. ¿Qué? ¿Qué acababa de llamarme?
               -¿Acabas de llamarme… gigoló?-pregunté, y cuando miré a un lado, mi atención atraída por un ruido, descubrí a Jordan tirado en el suelo, muerto de risa. Mimi ni siquiera lo miró.
               -Sí-alzó la barbilla-. De beneficencia. Porque me imagino que no cobrarás por echar quiquis.
               ¡Echar quiquis! Ahora el que se tenía que reír era yo. Mary Elizabeth, la virgen y remilgada oficial de Inglaterra, llamando puto a su hermano en un establecimiento público. Cómo estaba el mundo.
               -No, nena, no cobro-confirmé, descojonado, y Mimi asintió, muy digna.
               -Bien. Porque era lo que te faltaba. Aunque puede que no fuera tan mala idea. Necesitas urgentemente una operación cerebral si sigues los consejos de ese mamarracho-señaló las escaleras con el índice y sacudió la cabeza-. Deberías replantearte a quién le pides consejo, y la experiencia que pueda tener en ese tema.
               Estudié a mi hermana como si fuera un animal exótico que acababa de descubrir en alguna isla remota del océano Pacífico. Mimi simplemente alzó las cejas, retándome con la mirada a que descubriera la verdad que había detrás de su mensaje críptico. Le tendió la mano a Jordan para ayudarlo a levantarse, y no se me escapó la forma en que se observaron, como si aquello no fuera más que una parte de un plan mucho más grande que llevaban años elaborando, como cada detalle en las películas de Marvel, en que todo estaba conectado.
               No iba a decírmelo. No porque le faltaran ganas, todo lo contrario, sino porque sabía que, si yo no llegaba a esa conclusión por mí mismo, sería muy fácil para mí echarme atrás. Sergei no había sido bueno metiéndome aquellas ideas en la cabeza por ser claro y directo, sino porque había sido tan sutil que yo no me había dado cuenta de cómo iba poco a poco tejiendo una tela de araña en la que tenerme bien atrapado a mi alrededor. Mimi debía hacer lo mismo, pero por lo menos ella lo haría por mi bien y no porque quisiera separarme de alguien a quien yo quería sólo por su beneficio personal.
               Caminé entre Mimi y Jordan cual muralla rodeando un castillo y alejando a su gente de los peligros del exterior, meditando sobre las palabras de mi hermana. No me había dicho que tuviera que buscar yo solo mi propia solución, sino que debía recurrir a alguien. Y, por cómo me lo había dicho, juraría que Mimi tenía a una persona en concreto en mente.
               No fue hasta que no llegamos a nuestra casa y pasamos al lado del buzón, con los nombres de los cuatro que vivíamos en ella colocados en orden de menor a mayor edad, excepto mis padres, con los roles invertidos (mi madre era mayor que Dylan, pero Dylan era el último), que supe a quién se refería Mimi. Y todo cobró tanto sentido que me sentí estúpido por no haber caído antes.
               ¿Qué hago pidiéndole consejo a gente sin pareja, si mi padrastro lleva 15 años casado con mi madre? Si alguien de mi entorno sabía cómo mantener una relación a flote incluso cuando parecía muerta y enterrada, ése era Dylan. Había encontrado a mamá en el peor punto de su vida, cuando ella no se planteaba vivir, pero tampoco suicidarse por Aaron y por mí, y había hecho de ella una mujer feliz, que no se consideraba basura, que creía que valía una décima parte de lo que en realidad valía y que era merecedora de amor, respeto y comprensión.
               Dylan había conocido a mamá en un momento de su vida mucho peor que el que estaba atravesando Sabrae. Él podría guiarme en aquel sendero que estaba a punto de recorrer. Menos mal que me habían hecho darme cuenta de que las cosas no mejorarían si seguía por el camino que había iniciado hacía semana y pico, y que me habían hecho rectificar cuando todavía estaba a tiempo. Parecía que el mundo se estaba organizando para que yo me diera cuenta de mis errores y de los pequeños salvoconductos que tenía para enmendarlos.
               Cuando me quedé plantado delante del buzón, examinando el nombre como si en él ya estuviera la respuesta a mis preguntas, Mimi se giró un momento, me dedicó una leve sonrisa que claramente quería decir “por fin”, e introdujo las llaves en la cerradura de la puerta. La seguí obedientemente, esperando el chaparrón que me caería por parte de mi madre por no haberme dignado a pisar mi casa en tanto tiempo.
               Trufas fue el primero en venir a recibirme. Apareció derrapando por las escaleras, las bajó de tres brincos y se lanzó a los brazos de Mimi, justo antes de percatarse de mi presencia. Agitó las orejas con violencia, salvó del regazo de mi hermana sin paracaídas, y corrió a mi alrededor, emocionado por volver a verme. Al ver que yo no me inclinaba para recogerlo, empezó a embestirme en las piernas como si fuera un ciervo de bolsillo, sin cuernos y con más pelo del habitual, y vibró al ver que yo finalmente cumplía con su deseo. Esperó sentado sobre sus patas traseras a que yo le pasara los dedos por debajo de las delanteras, y se arrebujó en mi regazo. Mimi sonrió, acariciando a su pequeño tesoro en la cabeza y dándole un besito en la punta de la nariz. Trufas levantó la mirada para encarárseme, recriminándome el tiempo que había estado fuera de casa sin darle las atenciones que un rey conejo como él se merecía.
               -¿Me has echado de menos, monstruito?
               -¿Mary?-preguntó mi madre desde el salón, y a sus palabras la siguieron los sonidos del sofá suspirando ante la falta de peso que lo sometiera-. ¿Has traído a tu hermano contigo?
               -He venido por mi propio pie, mamá-protesté, fastidiado. Dejé al animal en el suelo y me preparé para la bofetada y la posterior bronca que iba a caerme, y que haría que los sargentos del ejército se cagaran en los pantalones. Mamá podía dar mucho miedo cuando quería.
               Mi madre apareció por la esquina del vestíbulo, me fulminó con la mirada, vino derecha hacia mí y yo cerré los ojos, preparándome para recibir el golpe.
               Jamás habría pensado que el contacto de mi madre no sería una bofetada, sino un abrazo en el que recompondría mis piezas rotas y desperdigadas. Mamá me rodeó con sus brazos y tiró de mí para acunarme contra su pecho, como el bebé más grande que ella que yo en el fondo era. Hundió la nariz en mi cuello, inhalando el aroma de mi pelo, mientras me acariciaba los hombros y la espalda y dejaba escapar un suspiro de satisfacción.
               -Estaba tan preocupada por ti, Alec-gimió-. No vuelvas a hacer esto, ¿me oyes?
               -Perdón, mamá.
               -Estaba tan preocupada-repitió, y yo asentí con la cabeza, temiendo que se echara a llorar. Parecía realmente afectada, a pesar de que sólo había estado un par de días fuera de casa. ¿Qué haría cuando me marchara al voluntariado?-. Estaba pensando en ir al instituto sólo para verte.
               -Eso no habría sido conveniente-repliqué-. Me habrías distraído, y mis notas increíbles se habrían resentido.
               Mamá se echó a reír.
               -Eres más bobo. No se te ocurra volver a irte así de casa y tardar tanto tiempo en regresar, ¿me estás escuchando? Lo he pasado mal por ti.
               -Lo siento, mamá. Es que… han sido un par de días un pelín intensos. Pero, ¡oye! Que tengo dinero ahorrado. No he estado pidiendo al lado de Westminster ni nada por el estilo. He vivido relativamente bien. Incluso he ido al McDonald’s.
               -No lo digo por eso, cariño-mamá negó con la cabeza y me puso una mano en el hombro-. Lo digo porque estás sufriendo. Y no quiero que mi hijo esté lejos de mí mientras está sufriendo.
               Sentí que las lágrimas volvían a subirme a los ojos, así que tiré de ella para achucharla antes de echarme a llorar por segunda vez ese día. Ya estaba bien de tanto sentimentalismo. Además, si me ponía a llorar, la preocuparía. Puede que hasta el punto de que decidiera llamar por teléfono a Sherezade y arreglar entre las dos lo que debíamos arreglar Sabrae y yo.
               Le di un beso en la cabeza y subí al baño. Trufas me persiguió hasta la ducha, y observó cómo me acicalaba con ojo crítico, decidido a impedir que me marchara con garras, dientes y orejas si era preciso. Para cuando salí, tenía la cabeza mucho más despejada. Comprobé que no tenía ningún mensaje en el móvil, y me senté en el salón con toda mi familia, a esperar la llegada de un nuevo día, mientras Mimi cruzaba y descruzaba las piernas con impaciencia. Tenía que dejar pasar un poco más de tiempo entre mi decisión de preguntarle a Dylan y el momento crucial de mi pregunta. Tenía que pensar cómo abordar el tema, cómo llevar la conversación a un terreno en el que nadie me echara en cara mis errores pasados, sino que me ayudara a enmendarlos.
               Pero estaba ansioso. Tremendamente ansioso. Por mucho que me dijera a mí mismo que cuanto más tiempo pasara, más frías estarían las cosas con Sabrae, sentía una urgencia en mi interior que me hacía creer que merecía más la pena el riesgo de pelearme con ella si eso implicaba que también se redujera el tiempo de espera. 
               De manera que, cuando llegaron los anuncios y Dylan anunció que aprovecharía para terminar de cuadrar unas cuantas cosas en un proyecto en el que estaba trabajando, seguí mis impulsos y dije que también me iba un momento a mi habitación. No dejé que Dylan se sentara en la silla de su despacho, en la habitación más grande de la casa, que primero había sido para mamá pero había terminado pasando a sus manos después de que mi madre sutilmente empezara a trasladar sus cosas de aquella habitación a otra más pequeña, y llevado las de Dylan al interior del estudio donde ahora estaban. Llamé a la puerta con los nudillos y metí la cabeza dentro.
               -Dylan, ¿puedo pasar?
               Dylan tenía las manos apoyadas sobre su mesa de trabajo, de más de tres metros de largo, sobre la que había extendido una lámina azul con líneas blancas en las que había todo tipo de anotaciones. Tenía los instrumentos de geometría en una esquina de la mesa, preparados para servir a su propósito.
               -Claro, Al-respondió, y sin más, enrolló el plano que había extendido y guardó en los cajones de la mesa las escuadras, cartabones, reglas y demás. Caminé vacilante hacia el centro de la estancia, intimidado por la profesionalidad que desprendía. Dylan no solía trabajar en su estudio de casa; prefería ir a su despacho del centro por las mañanas, y estar disponible para mi madre y para mi hermana por las tardes. Que estuviera allí dentro ahora, cuando era de noche y se suponía que debía estar descansando, me hacía saber que tenía algo gordo entre manos, y creer que no debería estar molestándolo con mis dramas adolescentes.
               -Siéntate, hombre-instó, y yo me acomodé en una de las sillas que tenía frente a su mesa, mucho más pequeñas que la suya, cuyo propósito no conocía muy bien. Parecían las sillas del centro de atención de una oficina, como el despacho de un director de banco o de un abogado, pero Dylan no recibía visitas. Puede que sólo estuvieran allí por motivos estéticos, como los cuadros de los planos de las ciudades más importantes del mundo. Estudié el de Nueva York, tan lógico y tan cuadriculado, y decidí que me gustaba más que el de Londres por mucho que Londres fuera mi ciudad natal, porque era mucho más caótica. Y yo ahora mismo estaba saturado de caos.
               Dylan esperó a que yo hablara, pero estaba tan ocupado recriminándome a mí mismo que no había sido una buena idea ir a molestarlo, que terminó por rodear la mesa y venir hacia mí. Se apoyó en la mesa y se me quedó mirando con los brazos cruzados, mientras yo me iba convenciendo más y más de que él no podía ayudarme, de que le había molestado, de que le parecería una gilipollez el consejo que yo estaba a punto de pedirle, o que él no nos entendía a Sabrae y a mí y sus ideas no valdrían conmigo, porque mi madre no era Sabrae y Dylan no era yo.
               Él no podría entenderlo. No se había visto en la misma situación en la que estábamos Sabrae y yo con mi madre. Eran tan diferentes que el mero hecho de que se me hubiera ocurrido que él pudiera ayudarme por su experiencia con mamá era un insulto.
               -¿Qué querías?-preguntó con amabilidad, demostrándome que siempre le había subestimado. Dylan era tremendamente amable, y eso era lo que había sacado a mi madre del caparazón en la que mi padre la había encerrado a base de palizas y más palizas.
               -Es que… verás. Tengo un problema-musité con un hilo de voz, frotándome las manos contra las piernas. Dylan asintió con la cabeza, acariciándose la barba.
               -¿Y qué ha dicho tu madre?
               -No puedo contárselo a mi madre.
               Parpadeó, sorprendido. No era usual que yo acudiera a él antes que a mamá. Creo que, en toda mi vida, no había ido jamás a pedirle permiso por algo si mamá no me lo había denegado antes. Creo que nunca antes había acudido a él directamente con un problema.
               -¿Has dejado embarazada a una chica?-preguntó, y yo lo miré, estupefacto-. Porque si es así, nosotros te apoyaremos en lo que sea. Y respetaremos vuestra decisión, tanto si queréis tenerlo como si no.
               -No, no. No es eso.
               Tragué saliva, buscando las palabras. Es increíble cómo alguien que sabe tantos idiomas como yo puede ser incapaz de encontrar la palabra idónea para describir lo que le está pasando, cuando tiene muchas más donde elegir que el resto de la gente.
               -¿Eres gay y te han pegado el sida?-probó, alzando las cejas, y yo tosí.
               -¿Qué?
               -Porque esas cosas pasan a veces, ¿sabes? Hay mucha desinformación, y claro, como no hay riesgo de embarazo, se prescinde a veces de usar protección, y con el sexo oral también hay posibilidades de transmisión, así que siempre que lo hagas, utiliza preservativo, ¿quieres, Al?
               -Dylan. En serio. Soy el animal más heterosexual que te puedes encontrar-ése es el problema, que soy demasiado heterosexual-. No me han pasado el sida, ni soy gay. En serio.
               -Vale-sonrió, aliviado, y yo asentí con la cabeza. Me miré las manos y miré los planos.
               Veamos, ¿por dónde empiezo? ¿Qué necesito que me diga? ¿La verdad, o que yo soy invencible? ¿Necesito un plan infalible que pueda hacerme daño, o algo con el que proteger mi pobre corazón?
               -El caso es que… hay una chica.
               Dylan asintió con la cabeza.
               Sí. Había una chica. ¿Y qué pasaba con la chica?
               -Sí-añadió al ver que yo no hablaba después de un minuto-. Suele haber una chica.
               -Ya-sonreí, notando cómo se me subían los colores. Joder. Seguro que pensaba que era imbécil-. Es lo que tiene este planeta, que está lleno de chicas. ¿Te lo puedes creer? Está lleno de ellas, y en los demás no hay ni una sola-y solté una risotada. Dylan intentó sonreír, pero le salió una mueca de preocupación. Creo que pensaba que me drogaba, o algo así.
                -¿Seguro que no quieres hablar con tu madre?
               -Es que ella también es una chica. Y necesito un poco de perspectiva. Se pondría de su lado sin rechistar. Las chicas hacen piña-y de qué manera. Me lo habían demostrado Pauline y Chrissy, Mary y Diana, Eleanor y Amoke. Todas se habían puesto del lado de Sabrae en cuanto se enteraron de que teníamos movida.
               -Vale.
               Pensé en Mary, en cómo me había puesto en mi sitio cuando empezaba a descontrolarme demasiado.
               Pensé en Eleanor, en cómo había sacado a Sabrae de casa para tratar de distraerla.
               Pensé en Pauline, en cómo se había puesto de su lado, su negativa a acostarse conmigo sólo porque eso le haría daño a Sabrae.
               Pensé en Diana, poniendo canciones que me invitaran a acercarme a ella.
               Pensé en Amoke, marchándose del patio en cuanto yo le dije que Sabrae tampoco me tenía a mí, y que estaba sola.
                -Así que… la chica-me animó Dylan, al ver que yo no hablaba. Joder. Seguro que me metía en un centro de educación especial después de esta charla. Si no acababa creyendo que a mí me faltaba una cocción, era porque le faltaba a él. Y él era arquitecto. No podía faltarle ninguna cocción.
               -Sí. La chica. Es increíble, ¿vale?-solté, y Dylan asintió-. Partimos de la base de que es increíble. O sea, me había fijado un par de veces en ella, pero digamos que nos hemos acercado estos últimos meses. Hemos tenido sexo, y tal, y guau. La verdad es que es genial-frena, Alec, frena, a tu padrastro le da igual cómo sean los polvos que echas con Sabrae, me dije a mí mismo, pero yo ya no podía parar. Estaba vomitando palabras y era incapaz de retenerlas conmigo-. Disfruto un montón con ella, y creo que ella conmigo también, y tenemos unas conversaciones súper profundas, y… no sé qué me pasa. Perdón-me eché a reír, nervioso, y Dylan sonrió.
               -Se te ve interesado.
               Clavé los ojos en él.
               -Ella me importa-le aseguré-. Muchísimo.  En Nochevieja estuve con ella toda la noche. No hicimos nada. Se emborrachó. Creo que habríamos hecho bastante si ella no se hubiera puesto así. Me costó controlarme, pero lo conseguí. El caso-me aclaré la garganta-, es que me he peleado con ella, aún no sé del todo bien por qué-porque aquello trascendía a nuestra discusión, iba mucho más allá de lo que yo le había gritado a sus amigas. Traía cola ya de antes-. Y la echo de menos. Es que la cuidé en Nochevieja, y les eché la bronca a sus amigas por pasar de ella. Y les pareció mal. Pero creo que también nos hemos peleado por otras cosas. Y yo… pues no sé qué hacer. Cada vez que hago algo, la cago. Así que, ¿qué crees tú que debería hacer?
               Dylan se pasó la mano por la mandíbula, y su barba emitió un suave sonido rasgado.
               -Dile lo que sientes.
               -Creo que ya lo sabe.
               -¿Crees?
               -No sé si puedo decírselo.
               -¿Por qué?
               -Porque cuando estoy con ella, me muero de ganas de comerle la cara.
               Dylan se me quedó mirando.
               -Y de lamerle el cerebro.
               Dylan parpadeó.
               -Me gusta por dentro y por fuera. Le lamería el cerebro si pudiera-espeté-. Y si eso no la matara, claro. No le voy a hacer nada a su cerebro.
               -Casi mejor, sí.
               -¿Qué crees que debo hacer, Dylan?
               -Decírselo. Lo del cerebro también. A las mujeres les gusta reír.
               -No puedo decirle lo del cerebro. Se asustaría. Es un poco de psicópata. No sé por qué coño lo he dicho ahora.
               -Hay formas más sutiles de decirles a las chicas que les quieres lamer el cerebro, Al.
               -¿Por ejemplo?
               -Por ejemplo, que estás enamorado de ella.
               -Pero las cosas están muy mal con Sabrae. Además, eso ya lo sabe. Lo que ella no sabe es que… lo siento mucho. Incluso cuando creo que lo he hecho bien, y no lo lamento en absoluto, y lo volvería a hacer, lo siento mucho.
               -¿Sabrae?-preguntó, y yo tragué saliva y asentí despacio con la cabeza.
               -Sí. Sabrae Malik. La hermana de Scott. Esa Sabrae.
               -Vaya.
               -Sí.
               -Tienes buen gusto.
               -Gracias.
               -Pues…-Dylan se rascó la barbilla-. Dile que la echas de menos. Que te importa. Que no quieres que una tontería os separe. Que te dé otra oportunidad. Pídele perdón.
               -Pero el problema es que si le pido perdón, estaría quedando como un cínico. Porque yo no creo que haya hecho nada mal con sus amigas. Creo que he hecho bien tratando de protegerla de sus amigas.
               -Da igual-sentenció Dylan-. Tú pídele perdón igual. Si tú estás así por ella, estoy seguro de que ella también estará así por ti. Eres un sol, Al. Cualquier chica se sentiría aliviada de que le pidas perdón, aunque sea por una tontería o no sea sincero.
               -Sí sería sincero. Yo sólo quiero arreglarlo.
               -Pues entonces, hazlo. Seguro que a ella le alivia también que te animes a dar el primer paso. No dejes que el orgullo se interponga en tu bienestar. Si un “lo siento” es lo que te impide ser feliz, tienes mucha suerte. Hay un montón de gente que no lo tiene tan fácil.
               Asentí con la cabeza. Sí. Tenía sentido, mucho sentido. Sólo eran dos palabras. No podía ser tan difícil.
               El único problema era que tenía que encontrar la forma de ser sincero con ella sin mentirme a mí también. Tenía que encontrar algo por lo que disculparme para recuperarla, algo que yo lamentara y ella quisiera reprocharme.
               -¿Y si me dice que no me perdona?
               -La pelota ya estará en su tejado-se encogió de hombros y alzó una mano-. Pero, Al… ¿de verdad crees que hay una posibilidad de que ella no lo haga?
               Me miré los pies. Pensé en todo lo que nos había pasado a lo largo de esa semana. La discusión. El mordisco. El beso nocturno. Su “me haces daño”. Mis intentos de acercarme a ella, y cómo ella me había dejado en un principio. Quería eso. Me quería cerca. Su cuerpo y su corazón me anhelaban, era su cerebro lo que me rechazaba, su lado más racional.
               Sonreí. Las disculpas van derechas al corazón, no pasan por el cerebro. Negué con la cabeza.
               -Gracias, Dyl-susurré, levantándome. Dylan me dio una palmada en el hombro.
               -Mantenme informado, ¿quieres?
               -Vale.
               -Y ya sabes que estoy aquí para lo que necesites, ¿vale?
               -Sí. Gracias. 
               -No hay de qué, hijo. Para eso estoy.
               Me dirigí hacia la puerta, pero me detuve antes de atravesarla. Me giré y lo miré. Dylan alzó las cejas, animándome a que le planteara mi siguiente duda. Sonrió cuando crucé la habitación y le di un fuerte abrazo.
                Dylan no sólo estaba para mi madre y para mi hermana. También lo estaba para mí. Era más padre mío que el hombre que me había engendrado.
               Él me devolvió el abrazo, visiblemente emocionado. Me acarició la espalda, me dio unas palmaditas y jugueteó con mi pelo. Me sentí su niño a pesar de ser más alto que él. Recordé lo cercanos que éramos cuando todavía no había nacido Mimi, lo mucho que yo lo consideraba mi rincón seguro por el esmero que ponía al cuidarme aunque no tuviera ni idea de cómo hacerlo. Lo intentaba. Y a mí me bastaba.
               Incluso después de que Mimi naciera, Dylan y yo habíamos seguido siendo el padre y el hijo que yo nunca había sido con nadie. Supongo que estaba disfrutando conmigo de lo que  nunca había pensado que tendría, hasta que Mimi creció y dejó de ser un aburrido bebé para pasar a convertirse en una niña tímida pero graciosa, retraída y a la vez cariñosa, indefensa y a la vez útil. En ella, Dylan tenía una hija propia con el que no tenía que fingir que era padre, sino que lo era y punto. Puede que eso fuera lo que nos distanció.
               O puede que fuera yo mismo quien se alejó de él.
               -Te quiero, papá-susurré, y él se detuvo un segundo. Pensé que no me había oído. Y luego, estuve seguro de que lo hizo. Me estrechó un poco más contra él y me dijo que también me quería. Cuando nos separamos, tenía los ojos húmedos, en parte por lo que acababa de decirle y en parte porque sabía que yo tardaría en volver a llamarle así. No me salía usar esa palabra con él. Para mí, aquella palabra tenía un significado horrible, era veneno que se disolvía en mi lengua y me atenazaba el corazón.
               Pero, de vez en cuando, el monstruo de mi pasado se disolvía bajo la luz del sol, y Dylan llegaba para recordarme que las palabras no hacen daño, que lo doloroso son las ideas que vienen asociadas a ellas.
               Ahora, sólo tenía que encontrar la palabra que necesitaba para que Sabrae volviera a mí y me permitiera volver a ella.
               Tardé varios días, pero finalmente, terminé encontrándola. Fue un viernes, el peor viernes en la vida de Tommy y Scott. Resultó que a Scott lo habían expulsado porque le habían pillado saliendo del instituto el día en que soltó a los que habíamos dejado en el gimnasio después de darles una paliza por lo que le habían intentado hacer a Eleanor. Tommy había ido a verlo a su casa y Scott había terminado confesándole que él era el novio secreto de Eleanor, aquel que se lo había hecho pasar tan mal durante las últimas semanas. Igual que Sabrae y yo, Tommy y Scott habían tenido una bronca increíble, e incluso habían llegado a las manos, cosa que nadie creyó posible. Tommy le había dado un puñetazo a Scott y se había largado de su casa. Llevaban sin hablarse desde entonces, y habíamos pensado que lo mejor para hacer que se reconciliaran sería hacerles una encerrona y llevarlos a jugar al baloncesto juntos. Con el contacto, tendrían que hablar, y nosotros ocasionaríamos ese pequeño Big Bang que su amistad necesitaba para hacer borrón y cuenta nueva. Se verían, hablarían, se perdonarían y todo volvería a la normalidad, y puede que yo incluso aprovechara ese momento de reconciliación para animarme a dar un paso al frente con Sabrae.
               Todo nos salió mal. Scott y Tommy no sólo no tenían ganas de reconciliarse, sino que aprovecharon cada oportunidad que se les ponía por delante para hacerse faltas, lanzarse pullas y tratar de despertar una respuesta violenta en el otro. No era ése el ambiente que yo necesitaba.
               Los habíamos metido en el mismo equipo, pero eso no había impedido que aun así siguieran insultándose cada vez que podían.
               -Sí, Tommy-se burló Tommy, imitándome-. Pásale el balón a Scott, comparte con él la pelota igual que a tu hermana.
                -Mira a ver si te metes la lengua donde te quepa. ¿O tengo que ir a buscar a Megan para que la mantenga ocupada?
               Eso había sido un golpe bajo. Diana y Tommy estaban también a la gresca porque él se había acostado con Megan (un figura, mi amigo, aunque en su defensa diré que habían acordado darse carta blanca en la relación mientras Diana estuviera en Nueva York, y ella se había acostado con varios tíos mientras estaba en casa, así que…), así que aquella frase no fue un incentivo, precisamente, para que él y Scott se reconciliaran.
               Perdimos contra un equipo desequilibrado no sólo porque no hubiera nadie concentrado en el juego, sino porque Tommy y Scott estaban más que dispuestos a boicotearlo incluso entregándole la pelota a Max, que estaba en el equipo contrario, todo con tal de no pasársela.
               Y yo no pude más. Creo que en el fondo, intuía lo que iba a venir, y no quería quedarme para verlo. Lancé la pelota al suelo con tanta fuerza que rebotó y se alzó en el aire varios metros por encima de mi cabeza.
               -¡SE ACABÓ!-bramé, y todos dieron un brinco y se me quedaron mirando-. ¡Puedo entender que estéis cabreadísimos el uno con el otro! ¡Joder, hasta yo estoy cabreado con vosotros porque…! ¡Sí, Scott, joder, no tenías por qué habernos mentido, somos tus amigos y tenemos derecho a saber lo que te pasa! ¡Y sí, Tommy, joder, no tienes por qué meterte en la vida de tu hermana o en la de Scott sólo por el hecho de que estén juntos y ella sea… bueno, tu hermana! ¡Quiero que nos llevemos bien todos con todos! ¡Por eso estamos aquí! ¡Y si no vais a hablar, pero sí a transmitirnos malas vibraciones al resto, pues… ¿qué queréis que os diga?! ¡Sabéis dónde está la puerta!
               Creí que eso les haría recapacitar. Pero no. Scott se encaminó hacia su chaqueta, Tommy le empezó a pinchar, y cuando quisimos darnos cuenta, estaban enzarzados en una encarnizada lucha en el suelo, mordiéndose, abofeteándose, pegándose puñetazos y también patadas. Nos costó muchísimo separarlos, más incluso que a los del gimnasio separarme de Sergei.
               Estaba tan cabreado que ni me quedé para ver cómo los sacaban de allí. Fui al piso superior, cogí los primeros guantes que encontré, y me afané en destrozar otro saco de boxeo. Pensaba en Scott y en Tommy, en lo que se estaban haciendo.
               Y pensaba en mí y en Sabrae, en lo que nos estaban haciendo.
               A estas alturas, estaba seguro de que mis amigos habían atravesado un punto de no retorno y nada volvería a ser lo mismo. Me abracé al saco y luché contra él hasta descolgarlo, lo cual tenía incluso más mérito que con el anterior, porque éste era nuevo, y lo destrocé estando en el suelo. Combatía contra la rabia de Scott y Tommy, combatía contra los esfuerzos de Sabrae por tratar de apartarme, y combatía contra mi debilidad por consentir que ella nos alejara.
               Se había acabado para Scott y Tommy. No quería que se acabara también para mí y Sabrae. La quería siempre conmigo. La necesitaba conmigo. Ella había hecho de mí una versión mejorada de mi antiguo yo.
               De modo que, cuando terminé con el saco, me senté sobre él y contemplé mi reflejo sudoroso en el espejo. Jadeante, me quité los guantes y los lancé bien lejos. Me fui a mi casa con la noche como única acompañante, puesto que mis amigos se habían ido para ir con Scott y Tommy a sus respectivas casas, asegurándose de que no volvieran a enzarzarse en ninguna pelea.
               Cuando entré en mi habitación, mi mano fue a tiro fijo hacia el móvil. Lo saqué, entré en la conversación con Sabrae, e ignorando la frase en gris, “última vez recientemente”, empecé a escribir.
               Las palabras te hacen daño por la idea que asocias con ellas. Por lo demás, son inofensivas. Puedes transformar la palabra “tigre” en un gatito, y no tenerle miedo. Puedes transformar la palabra “odio” en una nube del cielo, y hacer que pierda su significado. Puedes transformar la palabra “amor” en una tabla de salvación, y recuperar todo lo que habías perdido y tanto te importaba.
               Y puedes coger un “perdón”, y lanzar sobre él todo lo que te gustaría que fuera diferente. Lo que lamentas no tener, y las acciones que te lo han quitado. Y entonces, ya no es mentir. Eso fue lo que hice yo esa noche: escribir el “lo siento” más largo y sincero de la historia, volcar mi alma en aquellas palabras, darles forma sólo con mi esperanza de que las cosas fueran a mejor. Cuando estás hundido, sólo puedes ir hacia arriba.
               Si no le enviaba ese mensaje, lo lamentaría toda la vida. Por lo menos, tenía que intentarlo. Así que, cuando creí que había terminado de decirle a Sabrae todo lo que sentía, sin querer leerlo por si me echaba atrás, presioné la tecla azul de enviar y vi cómo el mensaje verde mostraba primero un pequeño reloj, y luego un tick verde.
               Contuve el aliento, diciéndome que había cometido una locura, y entonces…
               … la frase debajo del nombre de Sabrae se volvió azul. En línea. Al tick verde lo acompañó otro.
               Durante un angustioso minuto, creí que Sabrae había entrado en el mensaje, lo había abierto, y había cambiado de conversación para no tener que seguir aguantando mis gilipolleces.
               Entonces, ella empezó a escribir.
               Se detuvo.
               La pantalla de mi teléfono se puso en negro un segundo, y luego, dos círculos aparecieron en la mitad inferior. Uno verde, otro rojo.
               Y, en la mitad superior, un nombre. El único nombre que yo quería leer entonces.
               Sabrae.
                No dejé ni que sonara el primer timbrazo. Me llevé el móvil a la oreja y jadeé:
               -¿Sabrae?-pregunté, esperanzado. No podía ser tan fácil. Quizá fuera su hermana. Quizá fuera Scott. Quizá fuera su madre. Quizá…
               -Alec-jadeó ella, y escuché el sonido más hermoso que jamás había oído nunca. Mi nombre, combinado con una sonrisa.
               No puede ser tan fácil.
               No ha sido fácil, gilipollas. Has estado sin ella dos semanas. Es un milagro que hayas sobrevivido.
               -¿Podemos vernos?-preguntó, y yo asentí con la cabeza, como un gilipollas.
               -Sí. Sí. Claro que sí. ¡Sí!
               Sabrae se echó a reír.
                -Me visto y voy para tu casa.
               -No. Tardaremos menos si nos encontramos por el camino. ¿En el parque? ¿En diez minutos?-sugirió.
               -Claro, bombón. Bueno, voy a…
               -Espera-me pidió, y yo jadeé.
               -¿Qué pasa?
               -No cuelgues todavía, yo… quiero oírte un poco más. Hace mucho que no te oigo.
               -¿Que no me oyes…? Nos hemos visto en el instituto. Y a mí no me basta con eso.
               -No me refiero a hablar. Me refiero a… respirar-confesó, y supe que se había puesto colorada-. Me gusta escucharte respirar. No todo el mundo puede hacerlo.
               Me quedé tumbado en la cama, con el teléfono pegado a la oreja, con una sonrisa boba en los labios.
               -¿Sabrae?
               -¿Sí?
               -A mí también me gusta escucharte respirar-la escuché sonreír-. ¿Qué te parece si nos escuchamos respirar en persona?
               Dejó escapar una leve exhalación. Y entonces, me dijo la palabra más hermosa del mundo, la que superaba incluso a mi nombre escapándose de sus labios mientras se los mordía, presa del placer. La que me había negado hacía casi un mes.
               -Sí. 


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4 comentarios:

  1. Flipo contigo Erika tía, es que flipo contigo.
    Ha sido sin duda alguna de los mejores capítulos de la novela hasta ahora pero sin duda alguna vamos. Has sido capaz de sintetizar todos los momentos importantes que han llevado a Alec a lanzarse por fin sin que resultase atropellado y manteniendo en todo momento la magia que tienes al escribir.
    Real que me ha jodidamente encantado todo el condenado capítulo, desde los momentos con Crissy y Pauline que mira de verdad voy a darles un morreo a ambas hasta la conversación con Dylan y el momento lamida de cerebro, de verdad que no puedo con este chaval.
    Me ha parecido sublime el momento en el que Alec le suelta a Sergei la paliza que lleva mereciendose desde que abrió por primera vez la boca en la novela y el momento con Jordan. Me he puesto a llorar y todo imaginandome a mi pequeño tesorito llorando como un bebé con el corazón roto meintras se comía una hamburguesa.
    A pesar de ellos la guinda se la lleva el momento final ES QUE AHEBAJAOQOPQDIBZNAJSDH TIA NO PUEDO DE VERDAD. No se como lo hacen pero es que son demasiado puto monos para este mundo jdoer. Necesito leer ya la conversación y necesito que duerman juntos por primera vez ya. Es cuestión de vida o muerte. No puedo maaaas.

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  2. erika el mejor puto capitulo de tu puta vida, te digo
    la parte final SIIIIIIIIIIII CHICOS UFFFFFF
    y la parte del mcdonalds es que uf... cuquisima les amo
    y sergei se lo tenia bien merecido, desde el ultimo capitulo en que salio ya me daba mala espina EN FIN bueno que les amo y que me voy AL SIGUIENTE CAPITULO ASDJHAOSDJALKDJALKJD

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  3. vale vuelvo, y han pasado como dos minutos, para decirte que estoy CHILLANDISIMO por el capitulo siguiente ya me voy

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