¡Toca para ir a la lista de caps! |
Uno podría pensar que terminabas acostumbrándote a
despertarte en camas que no son las tuyas, y por fin un día te levantarías sin
esa ligera sensación de confusión y el orgullo estallándote en el pecho porque oye, acababas de seducir a una desconocida y
habías conseguido que te llevara a su casa.
Nada
más lejos de la realidad. Por muchas veces que lo hubiera hecho antes, cada vez
que me despertaba y me encontraba con que no había dormido en mi cama, ni en mi
habitación, ni con mi soledad habitual, una parte de mí se regodeaba en el
pequeño éxito que aquello suponía.
Incluso
entonces, cuando tenía pocas cosas por las que sonreír, las mañanas que
empezaba lejos de casa eran motivo de orgullo para mí. Puede que mi vida fuera
un desastre, pero mis dotes de seducción seguían allí, intactas, y seguía
siendo capaz de satisfacer a una mujer hasta el punto de que ella aceptara
compartir un trocito de su intimidad conmigo. No era lo mismo tirarse a una tía
en los baños de una discoteca, o en un callejón poco iluminado, o en un coche,
que hacerlo en su cama. Que te llevaran a su casa requería de una maestría que
no todos los tíos conseguían alcanzar. Y que yo la tuviera, y la manejara con
tanta facilidad, siempre había sido motivo de orgullo para mí.
El
sexo seguiría siendo mi deporte favorito, incluso ahora que también era mi
tabla de salvación.
Por
eso una sonrisa se extendió por mis labios un segundo después de yo abrir los
ojos, y no reconocer ni el techo, ni las sábanas, ni tampoco el brazo delgado y
de tez pálida que me descansaba sobre mi pecho. Me lo quité de encima y me
incorporé, frotándome la cara, acusando la ligera sensación de resaca que me
revoloteaba en la mente como una polilla. Miré el cuerpo de la chica, dormía
boca abajo con una sonrisa de satisfacción enroscándole la boca, el pelo
alborotado y el cuerpo con ligeras marcas de lo que le había hecho yo la noche
pasada. Puede que me hubiera pasado un poco de efusivo, pero ella no había
protestado; es más, como podía recordar, y como podía verse por su expresión de
paz, le había gustado bastante.
Tiré
de la sábana para vislumbrar su cuerpo desnudo y me regodeé en la visión de su
culo redondeado y firme. Estás en tu
línea, Al, me felicité, comprobando el pibón al que había conseguido
llevarme a la cama. Le di un beso en la parte baja de los lumbares, disfrutando
del olor que manaba de su cuerpo, y me puse en pie.
Recogí
mis calzoncillos del suelo y disfruté de cómo ella me buscaba en la cama, se
daba la vuelta y exhalaba un suspiro somnoliento, aún con los ojos cerrados.
Ahora que estaba boca arriba, podía ver sus pechos y su sexo, enmarcado por
unos rizos en los que me apeteció hundirme de nuevo. Miré el reloj de la
mesita: las nueve y media.
Bueno,
ya llegaba tarde a clase, así que…
Caí
sobre ella como un águila sobre un conejo desprevenido y empecé a besarle los
pechos. Ella gimió y entreabrió ligeramente los ojos en el momento en que yo le
separaba las piernas con mis rodillas y jugueteaba con su vello púbico.
-Mm.
-Despierta,
nena. No quiero marcharme sin despedirme como Dios manda-ronroneé, dejando un
reguero de mordisquitos desde su esternón hasta su ombligo. Inhalé el aroma que
manaba de su cuerpo, mi favorito en todo el mundo: el de mujer bien follada; y
le di un mordisquito debajo del ombligo. Ella arqueó la espalda y los pies. Ya
era mía.
Abrió
los ojos y se me quedó mirando con gesto de que aún le quedaba media hora para
espabilar. Si a mí me dejaba hacer lo que mejor se me daba hacer, esos treinta
minutos se convertirían en dos. Uno, si ella separaba más las piernas.
Para
lo cual, yo me dediqué a masajear sus labios mayores. Se mordió el labio y
asintió con la cabeza, respondiendo a los movimientos de mis dedos con su
cadera, acompañándome allá donde yo quisiera ir.
-Ábrete
de piernas, nena. Vamos a follar otro poquito, ¿quieres?
Por
toda respuesta, ella se estiró para coger un condón. Buena chica. Era de las
que sabían lo que querían incluso cuando no sabían cómo se llamaban. Duda con
la que, por cierto, yo me quedé durante todo el polvo: mientras me la follaba
con ganas, dándole la vuelta y poniéndola a cuatro patas, dejando que ella se
cargara sobre mí y se moviera adelante y atrás, a un lado y a otro, en círculos
y en zigzag, todos sus vecinos se enteraron de cómo me llamaba yo, pero nadie
en todo Londres supo cómo se llamaba ella. Su pelo castaño era las riendas a
las que yo me agarraba para montarla, y sus nalgas mi punto de sujeción cuando
nos volvíamos locos. Se corrió conmigo encima y yo lo hice con ella debajo, en
diferente postura, y nos quedamos tumbados, mirando al techo, agotados y
sudorosos, con sonrisas tontas en los labios.
Ella
se giró para buscar su tanga (ah, así que era de las que llevaba tanta, bravo, Al, definitivamente sigues en tu
línea), y se lo pasó por unas piernas que no parecían terminar nunca. Se
volvió y se me quedó mirando, sus pechos hinchados y todavía un poco sonrosados
por mis continuos manoseos. Estaba seguro de que había sido panadero en otra
vida.
-Tengo
que prepararme para ir a trabajar-se excusó, y yo me puse una mano detrás de la
cabeza y alcé las cejas.
-¿Me
estás echando?
-¿Tú
no tienes nada que hacer? Es entre semana.
-Debería
ir al instituto-asentí con la cabeza, y ella soltó una carcajada al cielo para
después inclinarse hacia mí.
-¿Sueles
pirar clases a menudo?
-Depende
de la razón-dejé que me besara y yo le acaricié un pecho. Ronroneó por lo bajo.
-Para.
No puedo llegar tarde.
-Eres
tú la que está entreteniéndome, no al revés-respondí, señalando su torso
desnudo, y ella rió de nuevo-. En fin. Ha sido un placer. Oye, ¿puedo usar la
ducha? No puedo ir a clase oliendo a sexo como seguramente apestamos tú y yo.
Mis compañeros se pondrán celosos de lo bien que vivo mi vida, y seguramente se
compinchen para pegarme una paliza a la salida. Sería una lástima que me
estropearan estas facciones pulidas por los dioses, ¿eh?
-Cinco
minutos-contestó ella, echándose el pelo a la espalda y recogiéndoselo en una
coleta. No necesité que me lo dijera dos veces. Salté de la cama en dirección
al baño, y con la misma rapidez con la que había salido de la habitación de la
chica, también lo hice de su baño, mucho más fresco y despejado. Tenía los
músculos calientes por la sesión de sexo matutino, pero también por la ducha, y
me sentía un poco más descansado que cuando me había despertado.
Me la
encontré en la cocina, calentándose un café.
-¿Para
mí? Qué detalle.
-Ni
lo sueñes, chaval. Tengo el café justo. Tendrás que parar en un Starbucks si
quieres desayunar. ¿Tienes pasta o necesitas que te preste?
-¿Me
pagas por el sexo? Joder, que todavía no tengo los 18. ¿Sabías que eso es
ilegal? Perversión de menores, la llaman.
Rió,
sacudiendo la cabeza. Después cogió una tarjeta del Starbucks que tenía colgada
en la nevera, escribió algo en ella y me la tendió.
-¿Segura?
Esto cuesta pasta.
-Por
un amigo yo hago lo que sea.
Parpadeé,
tratando de no esbozar una sonrisa nerviosa. Mierda. Me estaba haciendo un
favor que tenía pensado que le devolviera. Y no podría devolvérselo si no me
acordaba de cómo se llamaba, pero… en su habitación había condones llenos de mi
material genético. Era un pelín tarde para la típica pregunta casual estilo
“por cierto, preciosa, ¿cuál es tu nombre?”.
-¡Es
broma!-estalló, riéndose-. Qué cara has puesto, Dios. No te preocupes. No tienes
que devolvérmela. Ya sé que no te acuerdas de cómo me llamo.
Creo
que me puse pálido. Puede que sí estuviera perdiendo facultades, después de
todo: nunca antes se me había olvidado el nombre de ninguna chica a la que me
había llevado a la cama, por lo menos estando con ella. Claro que nunca antes
había dormido entre semana en casa de una desconocida ni me había pasado la
noche follando con ella, ni había llegado tarde al instituto por echar un
polvo.
Como
tampoco había estado casi 24 horas sin pisar mi casa por no tener que
enfrentarme a mi madre ni a sus miradas reprobadoras, que claramente tenían que
ver con Sabrae. A estas alturas, era imposible que mamá no supiera que nos
habíamos peleado; y lo que es más, estaba convencido de que ella pensaba que la
culpa de nuestra discusión la tenía yo. Las mujeres son así. Incluso cuando se
encuentran las unas a las otras con una pistola humeante en las manos, se las
apañan para hacer piña y echarle la culpa a quien no la tiene, sobre todo
cuando son mujeres que se tienen cariño.
-¿Por
qué dices eso?
-Porque
no has dicho mi nombre ni una sola vez-respondió, cruzándose de brazos y
alzando una ceja-. Y es legendaria la verborrea que tienes mientras echas un
polvo, Alec.
-Mi
reputación me precede, ¿eh? No deberías dar mucho crédito a lo que la gente
dice de mí… Sarah-probé, y ella sonrió-. ¿Madeline? Elizabeth. Definitivamente,
es Elizabeth. Tienes cara de Elizabeth.
-Coge
la tarjeta y márchate, venga. Todavía me tengo que vestir.
-¿Betty?-pregunté,
persiguiéndola por la casa-. ¿Lauren? Quizá sea un nombre exótico. ¿Es un
nombre inglés o un nombre extranjero? Venga, nena, échame un cable. ¿Me dices
la inicial?
-No.
Puse
los ojos en blanco.
-Bueno,
¿y la última letra? Soy muy bueno adivinando nombres por la última letra.
-Ah,
ah.
-Regina.
Ya está. Tiene que ser Regina. Nunca me he tirado a ninguna Regina, y si te
llamases así, sería normal que no quisieras decirme tu nombre.
La
chica se volvió, apoyada en el marco de la puerta de su habitación, y me tendió
mi móvil.
-He
guardado mi número en la memoria. Si consigues encontrarme en tu agenda en lo
que queda de día, puedes venir y repetir lo de anoche las veces que te dé la
gana.
Se me
hizo la boca agua. Dios, sí. Tenía una técnica con las caderas que rayaba en la
locura. Seguro que en la industria del porno se pegarían por ella.
-Tengo
más de mil números guardados en la agenda.
-Pues
ya puedes empezar a buscar, tigre-me dio un toquecito en el hombro y me cerró
la puerta en las narices. Lancé un bufido y caminé hacia la puerta de la calle,
pero la chica me detuvo-. ¿Ya está? ¿No vas a intentar averiguar mi nombre por
ningún otro método? Qué decepción-hizo un puchero y yo puse los ojos en blanco.
-¿También
dicen de mí que uso el sexo para conseguir lo que quiero?
-¿Acaso
no es el sexo lo que quieres?-preguntó, y yo alcé las manos. Touché.
Por
su parte, ella entrecerró los ojos y dejó que su boca jugueteara con la idea de
una sonrisa.
-Dime
al menos si he estado a la altura de tus expectativas-me escuché decir en tono
suplicante, y me odié por eso. Yo no les suplicaba a las tías que me dijeran
que era bueno follando: las obligaba a decírmelo mientras tenían mi polla
dentro. El mejor detector de mentiras del mundo viene incorporado en la mitad
de la población mundial. Nadie puede tratar de engañarte cuando le estás
echando un buen polvo.
Ni
siquiera Sabrae era capaz de…
No pienses en ella, tío.
Ella
sonrió.
-También
dicen que preguntas al terminar. Aunque, si te soy sincera, me esperaba otra
pregunta.
Esta
vez fui yo quien se rió.
-No
necesito preguntar, nena. Siempre os gusta.
Ella
se mordisqueó el labio.
-Sí-consintió-.
Siempre nos gusta. Saluda a Chrissy se mi parte, si tienes turno hoy. Acabo de
decidir que quiero que vuelvas, pero no te voy a decir mi nombre.
-De
tarde me tienes aquí, preciosa-le guiñé un ojo y ella levantó la mano a modo de
despedida. Bajé corriendo las escaleras y salté sobre mi moto, agradeciéndoles
a los cielos tener amigas tan buenas que, si bien no querían volver a acostarse
conmigo, por lo menos hablaban bien de mí a sus amigas igual de macizas.
Mientras
me incorporaba al tráfico de Londres y ponía rumbo a mi barrio para ir al
instituto y que mi madre no pudiera decir nada de cómo estaba descuidando mi
vida académica (que más bien era una muerte académica, a esas alturas, pero
bueno), rememoré la conversación que había tenido con Chrissy después de lo que
había pasado la noche en que vi a Sabrae salir del baño de los chicos después
de hacerle una mamada al más mamarracho del local.
Había
rezado en silencio para que lloviera esa tarde de lunes, y mis plegarias habían
sido escuchadas. Si había un Dios, puede que no le cayera del todo mal, después
de todo: me había quitado a Sabrae, pero no la lluvia, ni por tanto, las tardes
en la furgoneta de Chrissy, hablando sobre la vida, sorteando ciclistas
suicidas y anticipando el momento en que los dos termináramos el turno y
pudiéramos irnos a su piso. Me había acercado a ella trotando, como un
cervatillo emocionado por la llegada de la primavera, y me había pasado
prácticamente todo el turno despotricando sobre lo egoísta que era Sabrae, lo
golfa, lo mala y lo estúpida, mientras ella asentía con la cabeza y me iba
tendiendo paquetes para que yo los condujera a sus respectivos destinatarios.
Cuando
llegué a la parte de la discusión disimulada con Sabrae, Chrissy clavó unos
ojos como platos en mí y jadeó, imaginándose la escena tan vívidamente como si
estuviera allí porque, vale, puede que yo estuviera entusiasmado contándole
cómo había pegado a Sabrae contra mí. Puede que la odiara, o estuviera
intentándolo, pero, ¡joder! Aquella chiquilla sabía cómo tocarme la fibra
sensible. Si quisiera, podría ponérmela dura con sólo guiñarme un ojo.
-Vale-susurró
Chrissy cuando terminé de contarle nuestra batalla verbal-. Me he puesto
cachonda.
-Genial-contesté,
poniéndole una mano en el muslo-, porque si venía a cuento de algo todo esto
que te acabo de contar, es porque estoy oficialmente íntegramente soltero de
nuevo, así que… ¿hace un wok y porno después?
Chrissy
me miró. Miró mi mano en su muslo. Volvió a mirarme…
… y
se echó a reír.
-¿Qué
pasa, Chrissy?-protesté, molesto, retirando la mano de su muslo y agitándola en
el aire como si estuviera tratando de librarme de una sustancia pegajosa que
tuviera adherida a la piel. Chrissy sacudió la cabeza, todavía muerta de risa,
agarrada al volante como si su vida dependiera de ello.
-Perdón,
es que… ¡perdón! No me lo esperaba para nada. Joder, Alec, eres tan gracioso…
-Gracioso no es la primera palabra que me
viene a la mente para describirme cuando estoy contigo, pero oye, me alegro de
despertar sentimientos tan positivos en ti. Y, ¿se puede saber, si no es mucha
molestia, qué hago para ser tan gracioso?
-Es
que… ¡tienes cada ocurrencia! Dios mío-se limpió las lágrimas que le surgían en
las comisuras de los ojos y chasqueó la lengua-. ¡Wok y porno! ¡Guau! ¡Después
de todo lo que hemos hablado!
-¿Qué
hemos hablado?
-Estás
enamorado de Sabrae.
-Ya,
¿y? No estoy castrado. Todavía puedo tener sexo.
-Si
tú lo dices…
-Ya
me he follado a otras. A chicas que no te puedo decir y chicas que sí. Por
ejemplo, conocí a una morena ese mismo día que tenía el coño tan apretado que
casi parecía vir…
-No
quiero saber cómo tenía el coño la tía a la que te tiraste el fin de semana,
Alec.
-¿El
fin de semana? Me tiré a varias el fin de semana. Estaba esa, luego estaba la
de la mamada con efecto vacío, luego la que estaba completamente rasurada,
y…-empecé a enumerar con los dedos, pero Chrissy me cogió la mano y negó con la
cabeza.
-Sabes
que todo esto es sólo un mecanismo de defensa, ¿verdad?
-¿Qué
mecanismo de defensa ni qué hostias, Christine? Estoy hasta los cojones de
Sabrae, y ella está hasta los cojones de mí. Se ha acabado. Fin de la historia.
Y
Chrissy volvió a estallar en una carcajada.
-Pues
nada, oye-bufé, clavando el codo en la ventanilla y mirando a través del
cristal-. Que ahora debo de tener pinta de payaso. La madre que me parió,
Chrissy, ¿te quieres callar? ¡Ni que saliera en televisión gritando “¿cómo
están ustedes?”!
-¡Es
que me hace mucha gracia que digas esas tonterías, Alec, lo siento!
-No
son tonterías. Son las cosas tal cual son-me encogí de hombros, furioso. Yo le
abría mi corazón a Chrissy y le ofrecía mi cuerpo, con todo lo que nos había
costado a los dos despedirnos el uno del otro, ¿y en lugar de aceptarlo con
lágrimas de felicidad, se descojonaba en mi cara? Dios, ojalá fuera gay, como
Logan. Los gays no son tan gilipollas como lo son las mujeres.
-No,
no lo son. Es tu percepción de las cosas, y perdona que te diga que es una
percepción completamente errónea. Me hace gracia lo desesperado que pareces por
intentar cagarla más, simple y llanamente.
-¿Cagarla
más, cómo?
-Intentando
acostarte conmigo.
-Sólo
quiero pasar el rato, Chrissy. A no ser…-entrecerré los ojos-. ¿Has dejado la
píldora? ¿Por eso estás tan rara? ¿Has pescado a un millonario con 70 años y
estás tratando de quedarte preñada de él?
-No
voy a dignificar esa pregunta con una respuesta, especialmente porque sé por
qué me la estás haciendo: te da miedo enfrentarte a la realidad.
-¿Que
estoy tratando de levantarle la amante a algún vejestorio con ocho ceros en la
cuenta corriente?
-No:
que sabes que las cosas con Sabrae pueden arreglarse, y que dependen de ti.
Esta
vez, quien se rió fui yo.
-¿Cómo dependen de mí, si ya se ha acabado
todo, Chrissy?
-No
se ha acabado todo. La has conseguido poner celosa igual que ella te ha puesto
celosa a ti. Eso sólo puede significar una cosa, ¿no?-inclinó la cabeza hacia
un lado, en el mismo gesto que hacían los perros cuando tú les decías algo y
parecían entenderlo-. Os habéis peleado. Y las peleas son una buena señal.
Significa que todavía sentís algo. No puede haber fuego donde ya no hay
cenizas-reflexionó, y yo puse los ojos en blanco.
-Si
fuego hay, no te lo niego: el que me corre por dentro cuando la veo salir
limpiándose la lefa del payaso de turno de los morros, cuando a mí nunca me la
ha llegado a chupar. Ése es el único fuego que hay entre nosotros, Chrissy. Por
eso quiero seguir con mi vida cuanto antes, porque es agotador ser el único que
siente algo. Yo le doy igual, Chrissy, absolutamente igual.
-Eso
no es cierto.
-Sí.
Sí lo es. Tú no lo sabes, porque no nos has visto, pero es la verdad. Sabrae
pasa de mí; es hora de que yo empiece a pasar de ella.
-Te
dejó besarla.
-¡Porque
soy guapo!-protesté-. Porque estoy bueno. Porque la atraigo. Atracción y amor
no es lo mismo.
-Sí
es lo mismo, si estáis enamorados.
Puse
los ojos en blanco.
-Eres
imposible, tía.
-Mira,
Al… ya eres mayorcito para tomar tus propias decisiones, y de la misma forma
también lo soy yo. No te voy a mentir y a decir que no echo de menos irme a la
cama contigo, pero no voy a hacerlo ahora porque no quiero que me consideres un
error en el futuro. Como estoy seguro de que considerarás un error cada polvo
que eches con otra chica que no sea Sabrae.
-¿Ahora
debo permanecer casto y puro hasta que me muera?
-No-sentenció
ella-. Pero sí hasta que dejes de estar enamorado de ella.
Dicho
lo cual, me había tendido un paquete y hasta ahí había llegado nuestra
conversación. Nada más terminar el turno, me fui a tomar algo con los
compañeros y acabé enrollándome en una esquina de un bar con una de mis
compañeras, no sólo por pasármelo bien sino también por darle a Chrissy en las
narices. Puede que a ella le funcionara lo de darles lecciones de moralidad a
sus amigas, pero a mí no me la colaba: la primera vez que nos habíamos
acostado, ella todavía estaba un poco colada por mi hermano, y yo había sido quien contribuyó a hacer
que se olvidara del mamarracho de Aaron.
Un
clavo saca a otro clavo: si en todos y cada uno de los idiomas que yo conocía
existía ese refrán, era porque era una verdad tan mundialmente aceptada como
que el sol salía por el este y se ponía por el oeste, o que el hecho de que
Sansa Stark y Daenerys Targaryen no hubieran echado aunque fuera un solo polvo
en todo Juego de Tronos había sido el
robo del milenio, algo que hacía que los guionistas merecieran el exilio.
Por
lo menos Pauline no me había dado la misma tabarra con el tema de Sabrae. Había
visto que su familia había hecho un pedido, y aprovechando la excusa de que
tenía que ir a hacer un reparto a un edificio cercano, me dejé caer con el
paquete de harina importada que siempre pedían para sus pasteles sin gluten.
Pauline me había sonreído y se había echado en mis brazos al ver que no sólo
era el repartidor más eficiente del mundo, sino que encima estaba allí. Llevaba
sin verla desde antes de Nochevieja, por lo que tenía muy poco que contarle y
muy poco tiempo… así que, para ahorrarme detalles, simplemente le metí mano.
Y
ella me apartó de la misma forma en que lo había hecho Sabrae: poniéndome las
manos en el pecho y empujándome suavemente.
-¿Qué
pasa?
-He
conocido a alguien-me confesó, y yo di un paso atrás.
-Ah.
Vale. Perdóname. No era mi intención. ¿Cuánto hace que…?
-Ese
alguien es Sabrae-me informó Pauline, y yo me quedé a cuadros. ¿Qué? Pauline
nunca… ¿le gustaban las chicas?
¿LE
GUSTABA SABRAE?
¿Y NO
HABÍAMOS HECHO UN TRÍO?
¿POR
QUÉ ERA YO TAN DESGRACIADO?
-No
es lo que piensas-añadió al ver mi expresión-. No en ese sentido. La he
conocido y… es muy buena niña. Eres muy afortunado de tenerla. Y ella de
tenerte a ti. No quiero meterme entre vosotros. No quiero hacerle daño; la
verdad es que me cae muy bien.
-Pau,
las cosas con ella se han terminado. No pasa absolutamente nada porque tú y yo
retomemos lo nuestro; ya te lo he dicho, se ha acabado.
-No,
no se ha acabado. Estáis enamorados. Y yo no quiero hacerle daño a Sabrae.
Precisamente porque ya la conozco, sé que no podéis terminar tan fácilmente, y
esto sólo contribuiría a… bueno. A complicarlas.
-Sabes
que voy a follar, contigo o sin ti, ¿no?-acusé, dolido. En una semana me habían
rechazado tres chicas, justo las tres que más me habían hecho disfrutar en toda
mi vida. Me sentía perdido. Me sentía sin ningún punto al que agarrarme,
flotando a la deriva en un espacio tan inmenso que nadie me encontraría nunca.
Estaría solo por toda la eternidad, sin chocar con nada, sin convertirme en
nada, siempre siendo igual.
-Por
lo menos, si follas sin mí, yo podré dormir por las noches. Lo siento,
Al-susurró, acariciándome la cara, y yo dejé que lo hiciera aún no sé por qué,
cuando su tacto me ardía en la piel igual que me había ardido el alma al ver
que Sabrae hacía cosas con otros que no había hecho conmigo, cuando ella había
sido muchas de mis primeras veces, y yo no había sido ninguna.
Así
que me había pirado. No podía soportarlo más: no podía con la lástima de
Pauline, no podía con la negativa férrea de Chrissy, y sobre todo no podía con
la imagen de Sabrae saliendo del baño, continuando con su vida cuando todo en
la mía se había desmoronado, taladrándome la cabeza como si estuviera en el
centro de unas obras. Sergei tenía razón: necesitaba pasar página, centrarme en
lo que tenía y que nadie podría quitarme: el boxeo y las chicas, y a partir de
ahí tratar de reconstruirme, usar las ruinas que habían quedado del que había
sido hacía meses para tratar de levantarme otra vez.
Y, en
mi frenesí de curación, había dado con la amiga de Chrissy. Y había conseguido
que Sabrae se retirara a un discreto rincón de mi mente, donde era un zumbido y
no un escándalo, donde yo podía obviarla si me concentraba lo suficiente en la
distracción que tuviera frente a mí en ese momento.
Me
daba igual lo que me hubiera dicho Chrissy: me sentía bien. Me sentía a gusto.
Sentía que el que había sido hacía tiempo volvía poco a poco a tomar forma, me
iba fortaleciendo y acostumbrando a aquella sensación de vacío. Poco a poco
rellenaría ese hueco, y llegaría un momento en que no existiría ningún hueco en
el que yo tuviera que ir tirando todo lo que se me ocurriera para taparlo. Y
sería entonces… sólo entonces… cuando me curara.
El
hueco, por definición, tiene espacio libre. En el momento en que no cabe ni un
alfiler en él, deja de convertirse en hueco. Es otra cosa. Y yo estaba ansioso
por convertirme en esa otra cosa.
Iba
por el buen camino. Lo sabía. Y pronto estaría bien de nuevo, sólo necesitaba
esa breve época de excesos para volver a equilibrarme: había pasado demasiado
tiempo teniendo muy poco sexo, siempre con la misma chica, así que ahora tenía
que ponerme al día.
En
ello estaba pensando cuando aparqué la moto en el instituto y atravesé las
puertas del vestíbulo tras fijar mi nombre en la lista de alumnos que habían
llegado tarde. Estaba pensando en qué haría esa tarde después de ir a casa para
cambiarme de ropa y que mamá viera que su hijo predilecto todavía no se había
muerto; puede que le preguntara a Chrissy directamente por el nombre de su
amiga, o quizá me fuera por ahí a ver a quién encontraba (a veces, el acto de
escoger a tu siguiente ligue es más interesante que el polvo en sí, aunque no
tan placentero), cuando ocurrió el cataclismo.
Por
el pasillo, con su falda agitándose a la cadencia deliciosa de sus caderas, una
figura femenina venía directamente hacia mí. La habría reconocido en cualquier
parte, incluso si estuviera a varios kilómetros de distancia. Me bastaría con
escuchar el ruido de sus pasos, con ver su silueta recortada contra un foco de
luz en la oscuridad… o con el vuelco que me dio el corazón cuando mis átomos
explotaron con la cercanía de los suyos.
Sabrae
estaba fuera de clase, igual que lo estaba yo. Me había visto incluso un poco
antes que yo a ella, porque yo acababa de girar las escaleras y ella ya venía
por un sitio llano y recto, así que jamás sabría si su expresión cambió algo
desde el momento en que fue consciente de mi presencia. Caminaba con paso
firme, y con los ojos bailando de mi cara al pequeño vestíbulo que daba a las
escaleras por las que yo acababa de aparecer, como si dudara de hacia dónde
mirar, como si temiera disimular su asco y que yo lo malinterpretara o la
aterrorizara traicionarse a sí misma y no mirarme y hacerme ver que ya no le
importaba.
Descubrí
en ese momento que no sólo había echado el segundo polvo con mi compañera
nocturna por el mero placer de sentir mi cuerpo hundiéndose en el de una mujer,
placer para el que claramente había nacido y que no debía negarme cuando se me
antojaba. No. También lo había hecho porque me daba pánico la idea de ver a
Sabrae: sólo cuando la vi allí, a solas, sin nadie que pudiera juzgarme ni con
el que disimular, pude regodearme en cómo se me aceleraba el pulso y las manos
empezaban a sudarme de puro nerviosismo.
No
soportaba salir al pasillo y verla estando las cosas como estaban, sobre todo
porque ella estaba decidida a hacer que yo me diera por vencido y me retirara
de la competición por su corazón (y, por qué no, también su cuerpo) a base de
restregarme la cantidad de gente que había entrado en el concurso cuando estaba
acostumbrado a estar solo. Cada vez que me asomaba a la puerta, ella siempre
estaba allí, pasando por el pasillo con la falda subida, más corta a cada vez,
enseñando más de sus deliciosos muslos, esos que eran las puertas al mejor
paraíso habido y por haber… y con el brazo de un payaso distinto cada día
alrededor de su cintura. Restregándome. Recordándome mi sitio. Recordándome que
las cosas ya no eran como antes. Que yo no podía tocarla como yo quería.
Que,
por mucho que yo les preguntara a mis amigos cuánto creían que podía caerme a
la sombra por cargarme a críos como pulgas que tenían la osadía de tocar a mi mujer como sólo yo debía tener
permiso para hacerlo, en realidad todo ese tiempo en la cárcel sería para nada,
verdaderamente a la sombra. Mi sol no vendría a iluminarme, viviría en una
noche sin luna ni estrellas el resto de mi existencia, mientras iba desechando
permisos de vis a vis porque no tenía nadie con quien compartirlos. Porque
habría cometido un crimen pasional por alguien a quien le era completamente
indiferente, que no sentía pasión alguna por mí.
Estábamos a un par de metros y
parecía que no íbamos a decirnos nada. No podía soportar la idea de tenerla
cerca y no escuchar su voz. No necesitaba verla y olerla simplemente:
necesitaba el pack completo. Quería tocarla. Quería escucharla. Quería fundirme
con ella, aunque fuera de un tortazo suyo.
Así
que hice lo que mejor se me daba hacer: soltar la primera cosa que se me pasaba
por la cabeza y rezar porque me abriera las puertas que yo me había encontrado
cerradas.
-Uuh,
¿pirando clase?-solté, y mi conciencia se dio un manotazo en la cara ante lo
magistral de la idea. Sabrae frunció el ceño, con los ojos fijos en mí.
-Voy
a por fotocopias-explicó, y yo abrí la boca y solté un estúpido:
-Ah.
Sabrae
parpadeó, asintió con la cabeza y siguió su camino. No dejes que se vaya. No dejes que se vaya.
-¿Quieres
que te ayude?
Sabrae
se detuvo a mitad de las escaleras que daban al vestíbulo y clavó sus ojos en
mí. Me fulminó con la mirada.
-No
necesito nada tuyo.
-Mejor-espeté-.
Porque no pensaba hacerlo.
-Ya-soltó
ella, poniendo los ojos en blanco, y yo agarré el pomo de la puerta de mi clase.
Sabrae desapareció de mi campo de visión balbuceando algo que yo no conseguí
entender, y me quedé un rato allí, a la espera, decidiendo si iba tras ella o
si debía seguir con mi vida, igual que había hecho ella.
Me
decanté por lo último, así que giré el pomo y entré en clase. Todas las miradas
se clavaron en mí. Bey soltó un bufido, fulminándome con la mirada: la había
dejado sola durante todas las clases, pues siempre nos sentábamos juntos, de
modo que ella era la que más interés tenía en verme aparecer.
-Señor
Whitelaw-espetó la profesora con fastidio, parpadeando despacio tras sus gafas
sin marco-. Gracias por honrarnos con su presencia.
-No
hay de qué-respondí, cerrando la puerta y sorteando las mesas en dirección a mi
pupitre. A regañadientes, Bey comenzó a retirar sus cosas de mi mesa, aunque
tampoco es que yo llevara nada con lo que llenarla.
-¿Es
que no tiene pensado contarnos a qué se ha debido el retraso?
-Estaba
en…-miré alrededor en busca de una excusa, porque no podía decirle a la profesora
que había llegado tarde a su clase magistral por estar echando un polvo-… el
ginecólogo-decidí, inspirado por los carteles anunciando las revisiones
periódicas gratuitas de las chicas, y toda la clase se echó a reír.
-¿De
verdad? ¿Tiene justificante? ¿O se lo ha dejado al director?
Scott
y Tommy se miraron un momento, conteniendo una carcajada, cuando yo me quedé
suspendido en el aire.
-Eh…
pues mire, se me ha olvidado pedir el justificante. A la próxima le pediré que
me haga dos.
-Ya.
Bueno. Saque su libro y ábralo por la página 73, señor Whitelaw. Estamos
terminando la lección.
Le
dediqué mi mejor sonrisa de chico bueno a Bey, que suspiró y puso el libro
entre los dos. Hice ademán de darle un beso, pero ella se apartó.
-¿Dónde
has estado?
-Por
ahí. ¿Me has echado de menos?
-¿De
dónde vienes, tío?-bufó Jordan, al otro lado del pequeño pasillo que separaba
la mesa de Bey de la suya-. Llevas la ropa de ayer.
-¿Ahora
me controlas, Jordan?-gruñí, y él chasqueó la lengua e hizo un gesto con la cabeza,
como diciendo “no quiero discutir”.
-No
deberías pirar clase así como así-me recriminó Bey-. Ya vas bastante justo
incluso viniendo. Si empiezas a pirar…
-Tranquila,
reina B. No volveré a dejarte sola. Esto sólo ha sido un pequeño lapsus
temporal-le puse la mano en el muslo y, por suerte, ella no la apartó como sí
lo había hecho Chrissy. Puede que mi
suerte estuviera cambiando, después de todo: no sólo había empezado el día
follando, sino que además me había encontrado a Sabrae sola, había podido
hacerla de rabiar, y ahora Bey parecía por la labor a dejarme manosearla. Puede
que no tuviera que irme muy lejos en busca de distracciones, después de todo.
Quizá la cura que yo necesitaba vivía en mi misma calle. Al fin y al cabo, Bey
había sido la primera en probar mi nueva versión reeditada. Dado que había
mejorado desde la última vez, lo justo era que le mostrara cómo había cambiado
y cómo estaba empezando a ser el de siempre, por lo menos en la cama, otra vez.
El que a ella le gustaba.
-Oye,
Bey-ronroneé, tirando de ella y pegando su oreja a mi boca-. ¿Tienes planes
para esta tarde?
Bey
giró despacio la cara hacia mí, como Chucky, el muñeco diabólico, pero Scott y
Tommy fueron más rápidos que ella. Con todo el descaro del mundo, se volvieron
y me dedicaron sendas sonrisas.
-¿Ahora
practicamos la endogamia, Alec?-se burló Tommy, y yo lo fulminé con la mirada.
Abrí la boca para responderle algo del estilo de que yo no era el que la había
iniciado, pero por suerte, vi cómo la expresión de Scott chispeaba un segundo
antes de volver a su sonrisa amplia. Era una advertencia que había querido
hacerme aunque no se atrevía a ello; era una súplica velada a mi naturaleza
dominante de amigo por encima de la de vacilón.
-¿No
es lo que lleváis haciendo Scott y tú toda la vida?-solté, y noté cómo los
ánimos de Scott se desinflaban, aliviados. Por un momento, pensó que le
traicionaría, pero yo no era de esos. Tommy me sacó la lengua y volvió a su
sitio, recibiendo una reprimenda de la profesora, que les echó la bronca a él y
a Scott por distraer “alguien que claramente necesita darse prisa para ponerse
al día con el resto de la clase”. Jeje. Se refería a mí. El subnormal era yo.
El subnormal que había hecho que a Scott y Tommy les pusieran los puntos sobre
las íes. Ése subnormal.
Bey
puso los ojos en blanco y se inclinó sobre su libro, ocultando su sonrisa tras
el puño cerrado y un fingido gesto de aburrimiento que no sentía realmente. Le
volví a poner la mano en la pierna y ella me miró.
-Vale,
iré a tu casa-me prometió, y yo sentí el impulso de dar un brinco en la silla.
Me apetecía tirarme sobre ella y darle un beso en los labios: ahora que ya los
había probado, serían mi mejor medicina-, pero…-añadió, y cogió mi mano y la
puso sobre el libro- para explicarte las cosas que hemos aprendido en las dos
horas de clase que te has perdido.
-¿No
habrá, por casualidad, ninguna lección de anatomía que tenga
pendiente?-coqueteé, y Bey se echó a reír y negó con la cabeza. Me pasé el
resto de la mañana distrayéndola, haciéndola reírse y evitando así pensar en mi
encontronazo con Sabrae. Por suerte para mí, no hubo rastro de ella en todo el
recreo, por lo que pude estar tranquilo y relajando, planeando la tarde de
estudio con Bey y el tiempo que
invertiríamos en no estudiar. Para
cuando llegó la penúltima hora, Bey ya estaba de tan buen humor que estaba
seguro de que no tendría que aguantar ninguna aburridísima lección de
matemáticas…
Lo
cual se torció, irremediablemente, cuando una de las secretarias del instituto
entró en clase preguntando por Scott. En un principio, se levantó el Scott que
se sentaba en el otro extremo de la clase, mucho más macarra que el nuestro y
asiduo del despacho del director. No era poco usual que lo llamaran para ir a
echarle una bronca por alguna de las maravillosas bromas que se le ocurrían
hacer con sus colegas, o las peleas no tan maravillosas que a veces improvisaba
en el patio. Por eso, nadie parpadeó cuando la secretaria pronunció el nombre:
estábamos más que acostumbrados a que vinieran a por los alborotadores a clase.
El
silencio que se instaló en la clase cuando la secretaria especificó a que no
quería a Scott Austin, sino a:
-Malik.
Noté
que el pulso se me aceleraba. Scott jamás se metía en movidas, jamás. No, al
menos, solo. Seguro que me llamaban a mí también. No había ninguna pelea en la
que él se hubiera visto involucrado en la que yo no hubiera participado
también. Ni Max, ni Logan, ni Jordan, ni Tommy…
Tommy
empezó a levantarse también por acto reflejo, llegando a la misma conclusión
que yo, así que arrastré la silla hacia atrás, ante el silencio de la clase, y
me dispuse a incorporarme.
A
todos se nos cayó el alma a los pies cuando la secretaria nos indicó que sólo
había venido a por una persona.
-En
realidad, sólo vengo a por Scott. Nadie me ha dicho nada de traerme a Tommy. Es
más-añadió, justo cuando Max iba a abrir la boca para decir que debía tratarse
de un error, y que Scott no había hecho nada él solo, sin participación de
nadie más, ya no digamos de Tommy-, específicamente se me ha dicho que sólo tengo que buscar a Scott.
La mirada que intercambiaron Scott y Tommy
bien podría haber acabado con la vida de ambos dos. Bey tiró de mí para hacer
que volviera a posar el culo en la silla, y en absoluto silencio, Scott tiró de
la suya y se puso en pie. Hizo ademán de echar a andar hacia la puerta, pero
Kate, la secretaria, lo detuvo.
-Puede
que quieras llevarte tus cosas.
Scott
se quedó clavado en el sitio, procesando las palabras. Por un momento pensé que
se le había olvidado el inglés y sólo entendía el urdu, o quizá puede que
español, de modo que estuve a punto de decirle a Tommy que se lo repitiera en
un idioma que Scott conociera, pero bastaba con echar un vistazo a su mejor
amigo para saber que no estaba mucho más espabilado que él.
Por
fin, mecánicamente, Scott se volvió y comenzó a meter sus cosas en el interior
de su mochila. Miró a Tommy una última vez, buscando ánimos en él, y como
respuesta obtuvo un apretón en la muñeca.
Scott
nos miró con la expresión del cordero que se dirige al matadero y sabe que no va a pasar nada bueno en ese
edificio de cuya puerta mana un leve reguero de sangre, y de cuyas ventanas se
escapan chillidos escalofriantes.
-No
te preocupes-le instó Bey por mí, porque yo no podía hablar. Me latía el
corazón a toda velocidad, y sentía un nudo en el estómago que me hacía tener
ganas de vomitar. El no saber qué estaba pasando me producía un nerviosismo
terrible. No podía dejar de balancear la pierna, y unos retortijones en el
vientre amenazaban con doblarme por la mitad.
Lo
único que podía haber pasado para que Scott tuviera que irse de clase solo, sin
Tommy ni ninguno de nosotros, era que hubiera muerto un familiar. El protocolo
a seguir era sencillo: en cuanto recibían la llamada con la noticia de algún
fallecimiento, los secretarios iban a por los alumnos familiares del fallecido
y se los llevaban al vestíbulo, donde los padres les estarían esperando para
llevárselos hechos un manojo de lágrimas.
Se me
hundió el corazón al empezar a barajar quién podría haber muerto. Y me puse
todavía más nervioso cuando se me ocurrió que, teniendo en cuenta que Scott
tenía familia en el personal docente
del instituto, puede que tuviera que ver con esa familia.
Zayn.
La
cabeza empezó a darme vueltas, y me llevé las manos a las sientes, frustrado.
Anclé los codos en la mesa y gemí por lo bajo, intentando apartarme esa idea de
la cabeza. No. No. Él no. Scott se moriría. Scott se moriría. Scott…
Sabrae.
-¿Al?
¿Estás bien?-preguntó Bey, poniéndome una mano en el hombro, y yo me saqué el
móvil del teléfono-. Alec, para-urgió, cogiéndome la mano con la que sostenía
el teléfono para impedir que lo sacara y me lo quitaran-. ¿Qué ocurre?
-Zayn…
¿estará bien?
-¿Qué?
¿Por qué dices eso?
-Se
han llevado a Scott solo. Ya sabes lo que eso significa.
-¿Qué
significa?
-Que
ha pasado algo gordo-suspiré, y Bey alzó las cejas y se me quedó mirando con
sus ojos chocolate.
-Del
tipo… ¿se ha muerto alguien?-Tommy se giró y nos miró a ambos, frunciendo el
ceño.
-Si
se hubiera muerto alguien, me habrían llamado a mí también… ¿no?
-No
eres familia-le recordé, y Tommy acusó el golpe haciendo una mueca.
-No
de sangre-corrigió Bey-, pero sí de corazón. Se lo llevarían. Tommy tiene
razón, Alec. No ha pasado nada de eso. Seguro que es algo diferente. Algo como…
una beca matemática, o algo así.
No
estaba convencido, pero vi en los ojos de Bey que sería mejor que me callara. A
fin de cuentas, fuera lo que fuera que había pasado, no había nada que nosotros
pudiéramos hacer más allá de mostrarles apoyo a nuestros amigos.
De
modo que eso fue lo que me decidí a hacer. Con disimulo, oculté el móvil por
detrás del estuche de Bey y entré en Telegram. Le envié un mensaje por el grupo
a Scott dándole ánimos y recordándole
que estábamos allí para todo lo que él necesitara, y después, tomando aire, me
decidí a enviarle un mensaje a Sabrae. Si había pasado algo malo, necesitaría
un hombro sobre el que llorar, y yo estaba más que dispuesto a ser ese hombro.
Sergei me decía que aprovechara cada ocasión para dar mi golpe de gracia, ¿no?
Pues eso haría con ella, aunque no literalmente, por supuesto. Aquella sería
nuestra oportunidad para recuperar lo que habíamos conseguido reunir durante
tantos meses de esfuerzo.
De
modo que descendí por mi historial de chats, buceando por entre las fotos con
un destino fijo, y entré en el de Sabrae.
Miré
el último mensaje que nos habíamos enviado, en el que ella me instaba a darme
prisa, y empecé a escribir. Mientras pensaba lo que decirle (algo del tipo
“oye, no sé qué ha pasado, pero que sepas que no me importa lo que nos esté
pasando ahora a nosotros; siempre tendrás un amigo en mí”), eché un vistazo de
reojo a la foto que me había puesto de fondo de pantalla en su chat…
… y
después, a su foto de perfil.
Y
después, a su nombre.
Y
después, a su última conexión.
Y mis
dedos se quedaron congelados en el sitio. La frase ingeniosa que había empezado
a escribir para arrancarle una sonrisa, por si acaso la necesitaba, se quedó a
medio terminar. No había chiste, no había gracieta, ni tampoco ningún tipo de
consuelo que pudiera ofrecerle a Sabrae.
Porque
ella no recibiría mis mensajes.
Me
quedé mirando la frase en gris, patético sustituto de la gloria azul que
suponía el “en línea”. Aquella “última vez recientemente” era una daga helada y
dentada hundiéndose más y más en mi corazón…
…
porque yo sabía que ella nunca, jamás, se quitaría la última conexión. Habíamos
hablado demasiadas veces de aquello, de si le gustaba o no que le notificaran
si alguien le había leído un mensaje, y siempre me había dicho que no le
importaban las últimas conexiones. No le importaba tener la suya de la misma
forma que no le importaba ver que me había enviado un mensaje hacía dos horas,
yo me había conectado hacía cinco minutos, y aun así no le había contestado.
Era racional. Sabía que el enviarle un mensaje a una persona no implicaba
posesión, ni generaba ningún tipo de deber en ella para responderte deprisa.
Sabrae nunca habría ocultado su
última vez porque sabía bien que su tiempo le pertenecía sólo a ella, y ella
decidía si invertirlo respondiendo mensajes, subiendo vídeos a Instagram,
twitteando o dibujando lejos de cualquier conexión wifi.
Me
recliné en el asiento y fingí prestar atención y estar tranquilo durante el
resto de la clase, que me pareció que duraba una eternidad. No me atrevía a
pedirle el móvil a Bey y arriesgarme a que me diera una charla sobre lo poco
que confiaba en los sentimientos de Sabrae hacia mí (había decidido ponerse de
su parte en algún momento del fin de semana, pero eso no quitaba de que
estuviera dispuesta a abrirse de piernas para mí), y porque tampoco estaba
seguro de que tuviera su teléfono. Tommy estaba descartado de la misma manera:
quedaría como un puto psicópata si le pedía su móvil para confirmar si Sabrae
me había bloqueado o no.
Así
que sólo me quedaba una opción: Mary Elizabeth. Mi hermana frunció el ceño
cuando me vio llegar prácticamente al trote hacia ella.
-¿Dónde
has estado?-preguntó-. ¡Mamá estaba preocupadísima!
-Tengo
ahí la moto-respondí-. Vamos con ella a casa.
-Pero
Eleanor tiene algo importante que contarme…
-Luego
os llamáis-insté, agarrándola del antebrazo y tirando de ella en dirección al
aparcamiento. Me puse el casco con la moto ya arrancada y andando, y Mimi
chilló y se cagó en alguien de mi familia (que también pertenecía a la suya,
esta chavala era tonta) cuando le di gas y la máquina salió disparada hacia
delante.
Llegados
al garaje, por fin me armé de valor para pedirle que me dejara su teléfono un
momento. Entré en Telegram sin hacer caso de sus gritos preguntándome qué
hacía, y tuve que tocar cuatro veces sobre la pestaña de contactos para poder
abrirla, de tanto que me sudaban las manos. Bajé y bajé y bajé y…
Allí
estaba. Sabrae Malik.
-No salgas-supliqué-. No salgas,
no salgas, no salgas, no…
Última vez hace tres minutos.
No.
No.
NO.
NO.
Noté
que me faltaba el aire y me apoyé en la pared del garaje. Mimi se acercó a mí y
me puso las manos en la cara.
-¿Alec?
Alec, ¿qué te pasa? ¡Alec!-suplicó, nerviosa, mirando cómo yo luchaba por no
ahogarme. Tranquilízate, Alec.
Tranquilízate. Sabías que esto podía pasar.
Sabías que podía bloquearte.
Así, al menos, no puede borrar
los mensajes que te ha enviado.
Por lo menos tienes siempre lo
que fuisteis durante unos meses.
Miré a Mimi, que en un
principio estaba desdibujada. Me acarició la cara y me cubrió de besos,
tratando de que volviera en mí, consiguiendo por fin que volviera en mí. A
medida que mi respiración se normalizaba, o precisamente a consecuencia de ello,
un nubarrón negro se extendió por mi pecho.
Aquel
nubarrón era de tormenta, y sus truenos tenían un sonido muy preciso, tan alto
y tan claro como la canción promocional de un festival de verano. Se ha terminado.
Oficialmente.
Se ha terminado.
Sabrae
había querido expulsarme de mi vida de todas las formas posibles. Había pasado
página; no sólo eso, había abandonado su territorio seguro para mudarse a un
nuevo lugar, y se había asegurado de que jamás regresaría a las tierras que
ahora estaban yermas y no le reportarían ningún beneficio quemando todos y cada
uno de los puentes que conectaban sus dos historias, pasado y presente.
Aquellos
meses, que yo consideraba habían sido los mejores de mi vida, acababan de pasar
a fueron los mejores de mi vida. Se
terminaron en el momento en que Sabrae me bloqueó. Ya no había marcha atrás. Ya
no había posibilidad de volverlos a escribir.
Dios
mío. Nuestro último beso había sido apenas un roce. Ni siquiera lo habría
considerado un beso de habérselo dado a otra mujer. Sólo lo consideraba un beso
por habérselo dado a ella.
Algo
dentro de mi interior hizo clic.
Sólo
lo había considerado un beso porque se lo había dado a ella. Y ya no le daría
más.
Si
Sabrae me había bloqueado, ya no podía tratar de regresar con ella. Y si ya no
podía tratar de regresar con ella, sólo tenía un lugar al que ir:
Hacia
delante.
Fue
entonces cuando conseguí resucitarlo del todo. Alec Whitelaw, el mayor cabrón
que esta ciudad hubiera visto nunca, el fuckboy
original en palabras de la que una vez había sido mi chica, había vuelto… y
para quedarse.
-Tengo
que ir a currar. Horas extra-expliqué, volviendo a montar en la moto y
echándola hacia atrás. Mimi frunció el ceño.
-¿No
vas a comer?
-Voy
tarde. Las debo del año pasado. Dile a mamá que no me haga cena; igual me quedo
a dormir en casa de Chrissy-y, sin más, le di una patada a la moto para
arrancarla con un rugido, y me largué pitando de casa. Cuanto más espacio
consiguiera poner entre mis rutinas y yo, mejor. No podía entrar en casa mientras
terminaba de convertirme en el Alec que había sido hacía meses, cuando Sabrae
todavía no había conseguido influirme. Si me quedaba en casa no completaría mi
metamorfosis: demasiados recuerdos de ella la abarrotaban, incluso aunque no
hubiera estado allí más de dos veces. Por mucho que fuera el sitio donde yo
vivía, también era el sitio donde había vivido dentro de mí. Había pasado por
aquellos pasillos respondiendo mensajes suyos, me había tirado en el sofá
mientras hablaba con ella, incluso me había duchado pensando en ella y en su
forma de gemir al otro lado de la línea, mientras teníamos sexo por teléfono
cuando estábamos cada uno en una punta del país.
No
permitiría que mi casa me arrebatara la oportunidad de empezar a superarla: si
no empezaba a hacerlo ya, ahora que todo se había terminado y estaba al borde
del precipicio, no empezaría nunca. Me quedaría estancado mirándola en la
distancia mientras ella avanzaba sin ningún obstáculo que la detuviera,
congelado en el tiempo en una época que había sido la mejor de mi vida porque
la tenía conmigo, condenado a repetirla y glorificarla con cada segundo que
pasara en mi nuevo mundo oscuro, frío y sin vida, repitiendo cada uno de los
gestos con fecha de caducidad que me había dedicado, y que yo no había sabido
valorar por considerarlos eternos.
Cuando
llegué al almacén, todo el mundo se me quedó mirando con estupefacción. No era
precisamente de los que llegaban con varias horas de antelación, ya no digamos
de los que iban los días que no tenían trabajo. Las horas extras apenas
superaban el salario normal, y no compensaba ir un día de descanso sólo para
sacarte un poco más de pasta, pero yo necesitaba distraerme. Ni siquiera estaba
de humor para ir a algún sitio abarrotado de turistas con ganas de fiesta y de
conocer de verdad Inglaterra, con todo lo que eso implicaba. Lo único que
quería era encontrar algo, alguien, que me distrajera. En condiciones normales,
habría ido a la pastelería de Pauline, o me habría dejado caer por casa de
Chrissy y la habría esperado sentado en el portal, pero aquello ya no era una
opción.
Hasta
eso me había quitado Sabrae. No dejaría que me quitara también el sexo. De
forma que, cuando recogí un paquete para enviarlo a un colegio mayor de una de
las universidades de Londres, y me encontré con que me abría la puerta una
chica que me escaneó de arriba abajo como quien examina un libro que no sabe si
comprar o no, lo tuve claro. Era mi oportunidad. Escuché en mi cabeza la voz de
Sergei con la misma nitidez con la que la había escuchado mientras boxeaba, y
una vez más, seguí aquel consejo que me había sabido llevar a la gloria: lánzate.
Así
que, con la chica mordiéndose el labio mientras me miraba con descaro la boca,
ofreciéndose sin demasiada sutileza para que yo no pensara que fuera una
facilona (aunque un poco sí que lo era, pero lo éramos ambos, así que no pasaba
absolutamente nada; no sería yo quien juzgara a una mujer por sentir deseo y
querer satisfacerlo en el momento, precisamente porque yo me beneficiaba de
esos impulsos femeninos), me apoyé en el marco de la puerta y me crucé de
brazos.
-¿Sabías
que por tu suscripción de Amazon Prime tienes servicios que no están
disponibles para el resto de usuarios normales?
La
chica alzó la ceja y se mordió un poco más el labio. Hablaba con acento
extranjero, del sur de Europa.
-No
tengo suscripción de Amazon Prime-respondió en tono lastimero, lamentando
realmente el no haberse dado de alta, aunque fuera en el mes gratis, para poder
continuar con mi ligue. Menos mal que yo era un chaval resolutivo.
-Pues
estás de suerte, nena: todavía tienes el mes de prueba gratuito disponible. Con
todo lo que ello implica.
-¿Qué
implica?-ronroneó, acercándose un poco a mí, y yo me incliné para tener mi cara
a unos centímetros de la suya. Lo mejor cuando querías llevarte a una chica a
la que no conocías de nada a la cama era dejar que fuera ella quien tomara la
decisión. Mostrarte disponible, pero no hasta el punto de que ella pensara que
estabas desesperado. Hacerte ver interesado de verdad.
-En Amazon
nos tomamos muy en serio la satisfacción de nuestros clientes. Y les concedemos
cualquier deseo.
Dio
otro paso hacia mí. Tenía su cara tan cerca que sentía la ligera brisa de sus
pestañas al batirse.
-¿Sin
importar el tipo?
Le
puse una mano en la cintura y su sonrisa se amplió.
-Nena,
el tipo es lo que más importa.
Así
fue como conseguí tirarme a una universitaria de Erasmus durante un horario de
trabajo que no me pertenecía. A ese paso, me convertiría en una leyenda en toda
la empresa. Deberían darme acciones y ponerme un piso en la playa por lo bien
que vendía a la compañía: ni el equipo de publicidad era tan eficiente
mejorando la opinión de los clientes como lo era yo.
Disfruté
mucho con ella y ella disfrutó conmigo, de modo que nos intercambiamos los
teléfonos. Procuré no pensar que estaba tejiendo mi nueva red de rollos más o
menos serios, ahora que Pauline y Chrissy no estaban por la labor de irse a la
cama conmigo. Por lo menos no sería tan imbécil de decirles a las dos últimas
chicas con las que me había acostad que andaba detrás de una chiquilla que no
me hacía el menor caso.
Esperaba
haberme recuperado de todo cuando volviera a verlas, pero mientras estaba con
la universitaria sospeché que no sería tan fácil. No había conseguido quitarme
a Sabrae de la cabeza; incluso con la chica gimiendo debajo de mí, una parte de
mí seguía pendiente del teléfono, rezando porque un milagro ocurriera y Sabrae
me enviara un mensaje con cualquier chorrada, puede que incluso excusándose en
lo mal que le funcionaba Telegram y diciendo que había reconsiderado lo que
había pasado entre nosotros y que quería una segunda oportunidad.
Justo
después del orgasmo con aquella chica, me quedé un momento tumbado sobre su
cama, completamente desnudo, y consideré la posibilidad por un momento de ir en
busca de Sabrae y pedirle una explicación. No hay nada que te proporcione más
valor que el sexo, y yo estaba más que sobrado de esa osadía que sólo un polvo
puede darte.
Intenté
apartar aquellos pensamientos de mi cabeza, diciéndome que no me había largado
corriendo de casa para pensar en Sabrae en otras partes de Londres, y casi lo
había conseguido cuando llegué al almacén. Me dije que recogería paquetes que
tuvieran pinta de ir para ancianos, o para pisos llenos de gente en los que yo
no pudiera echar un polvo y empezar a sentirme mal por lo que estaba haciendo,
como si fuera un traidor. Sí, eso haría. Buscaría envíos de Scrabble, Monopoly
o Hundir la flota e iría por la ruta más larga y con más tráfico a realizar las
entregas. Ya me veía subiendo a Administración a pedir que me hicieran una
lista con los paquetes pendientes con la que estar entretenido toda la tarde.
Así
no pensaría en Sabrae. Estaría demasiado ocupado imaginándome las rutas en mi
cabeza y tratando de sortear los taxis kamikaze y los turistas suicidas. Puede
que incluso me ofreciera a ayudar a una ancianita a cruzar la calle.
Todo
esto se vio truncado, cómo no, cuando me detuve en la puerta del almacén y me
fijé en la figura que había de pie, a un lado, cruzada de brazos con actitud de
perdonavidas. Me levanté la visera para asegurarme de que estaba viendo a quien
creía estar viendo, pero el cristal no me estaba engañando: Jordan estaba allí.
Se
regodeó en mi expresión cambiante un segundo antes de separarse de la pared y
caminar hacia mí con paso decidido. Parecía un monstruo que se preparaba para
devorar al pobre muchacho que había cometido la estupidez de meterse en su
cueva sin más arma que un palo.
-Eyyyy-canturreé
por debajo del casco, y Jordan me lo arrancó. Mierda. Vale. Tenía ganas de
camorra.
-¿Dónde
cojones estabas? Te he estado llamando,
y no cogías el teléfono.
-Estaba
liado. Ya sabes… trabajando, y tal-me di un toquecito en el pecho, justo donde
tenía el símbolo de Amazon en el polo, y Jordan bufó.
-¿Hoy
no se suponía que tenías el día libre?
-Estoy
haciendo horas extras. Las debía del año pasado.
Jordan
me dedicó una sonrisa lobuna que de sonrisa tenía muy poco.
-¿No las habías agotado ya en junio para poder
salir en verano?
Mierda.
Hijo de puta. A veces se me olvidaba que Jordan escuchaba todo lo que yo le
decía, especialmente si se trataba de dinero.
Hice
rodar la moto adelante y atrás, pensando una contestación.
-Eso
fue… el año pasado-aventuré-. He tenido gastos esta Navidad. Estoy intentando
que el saldo de mi cuenta bancaria se quede a cero. Estoy en números rojos,
tío. Es una tragedia en toda regla. No voy a ganar para condones-espeté, y me
eché a reír, pero Jordan no me acompañó. Menudo gilipollas. Siempre le hacían gracia
mis bromas sobre condones. Toda la gracia que pueden hacerle a un tío que lleva
sin echar un polvo lo menos un año, claro. Pero bueno, ya follaba yo por los
dos, en eso no había problema.
-¿Qué
hostias te pasa, Alec?-inquirió con irritación, y yo me erguí en la moto.
-Que
soy de clase obrera, eso me pasa, puto burgués. Quita-añadí, apartándolo con la
mano abierta para entrar al almacén y seguir con el trabajar-. Tengo cosas que
ha… ¿qué coño haces, Jordan?-protesté al ver que quitaba la llave de la moto de
su ranura-. ¡Devuélvemela! ¡Tengo que currar!
-De
eso nada. Es tu día libre. Estás dando vueltas por Londres como un gilipollas
porque te da la gana. Vamos a dar una vuelta.
-Que
no tengo pasta, Jordan.
-Da
igual. Yo te invito. Aparca la moto y vamos.
-No
voy a ningún sitio contigo, ¡dame las putas llaves!
-¿Por
qué te urge tanto el dinero, tío? ¿En qué tienes pensado gastarlo, eh? ¿En ir a
atiborrarte de pasteles donde Pauline? ¿O quizá sea en pagarle la cena de hoy a
Chrissy?
Parpadeé
y me apoyé en el manillar.
-Has
hablado con Mimi.
-Sí,
he hablado con Mimi, puto subnormal. Y ahora voy a hablar contigo. Bájate de
esa puta moto antes de que te baje yo a hostia limpia. Venga. Vamos.
Vamos-urgió, y asintió con la cabeza y me soltó un condescendiente “buen chico”
cuando pasé una pierna por encima de la moto y aterricé en el suelo de nuevo.
Llevé la moto hasta el rincón con los candados y regresé a regañadientes con
Jordan.
-No
puedo ir a ningún sitio con el uniforme.
-Que
te echen de esta puta empresa explotadora sería lo mejor que podría pasarte en
la vida, Alec.
-¿Y
entonces cómo mantendría el tren de vida que llevo?
-De
eso se trata: de que no tengas manera de mantener ese tren de vida, y no lo
mantengas.
Puse
los ojos en blanco y me metí las manos en los bolsillos.
-Mimi
me ha dicho que no has comido en casa. ¿Tienes hambre?
-No-contesté,
y mi tripa, muy amablemente, rugió para confirmar mi mentira. Jordan parpadeó
en mi dirección y yo puse los ojos en blanco-. Vale, sí, me muero de hambre,
pero ya te he dicho que no…
-Aquí
cerca hay un McDonald’s. Vamos a comer algo. Y a hablar.
-Hablarás
tú. Yo soy educado y no hablo con la boca llena-solté, y él alzó las cejas.
-Cuando
tienes a una tía sentada en tu cara, dicen que no te callas ni debajo del agua.
-¿Es
que todo el mundo habla de mí a mis espaldas?-protesté, siguiendo a Jordan por
la acera-. Llevo una semana oyendo todo el rato “dicen de ti esto, dicen de ti
aquello”. La mayoría son cosas buenas pero, ¡joder! Cansa un poco estar en boca
de todo el mundo.
-Eso
es lo que pasa cuando te comportas como un gilipollas-sentenció Jordan, y pasé
ganas de contestarle alguna bordería, arrebatarle las llaves de mi moto y salir
corriendo de allí, pero sinceramente… estaba agotado. No podía más. Y tenía mucha hambre, así que no iba a
renunciar a una deliciosa y grasienta hamburguesa sólo porque no me apeteciera
escuchar el sermón de Jordan. Era bueno abstrayéndome en situaciones que no me
favorecían del todo: hablar varios idiomas te proporcionaba un buen
entretenimiento cuando te estaban echando la bronca. Había pocas cosas que
pudieran distraerte cuando estabas traduciendo el himno de Inglaterra al
griego, o los diálogos de Aristóteles del griego al ruso.
Jordan
me dejó pedir todo lo que me diera la gana y más, así que me aproveché de él y
pedí dos hamburguesas: una de las que traían de diseño, que costaba ocho libras
solita, y luego un Big Mac. Me dejó comerme la hamburguesa de diseño tranquilo,
y justo cuando terminé de lamerme los restos de cebolla caramelizada, queso de
cabra y salsa barbacoa de los dedos y abrí la cajita del Big Mac, Jordan se
dignó a abrir la boca.
Decidí
entonces que intentaría pasar algún monólogo de Shakespeare al ruso. Ya que lo
estábamos estudiando, por lo menos…
-Tenemos
que hablar.
Dejé
la hamburguesa suspendida a medio camino en el aire.
-¿De
qué?
Le di
un mordisco y me quedé mirando a dos niños que se peleaban por los regalos del Happy Meal.
-Ya
sabes de qué-volví la vista a Jordan, que me estaba taladrando con la mirada-.
De esta espiral de sexo en la que estás metido últimamente.
-¿Por
“últimamente” te refieres a los últimos dos años de mi vida? Porque es un poco
tarde para hablar de ello ahora. Ya le he cogido el gusto. Y soy un animal de
costumbres.
-Has
echado un polvo-acusó. Puse los ojos en blanco.
-¿Lo
has descubierto tú solo o te ha ayudado alguien?
-Me
refiero a que has follado hoy-atacó,
y yo saqué un trozo de lechuga que estaba a punto de caerse de la hamburguesa y
me lo llevé a la boca.
-¿Y
qué si lo he hecho?
-¿Qué
hay de Sabrae?-espetó. Dejé caer la hamburguesa sobre su caja y me limpié las
manos.
-No
vas a conseguir que me dé una indigestión. Estoy disfrutando de la hamburguesa,
por mucho que te moleste.
-No
pretendo que te dé una indigestión. Quiero que me des una respuesta.
-No
hay respuesta.
-Pues
invéntatela-espetó, y yo cuadré los hombros.
-De
acuerdo, a ver qué te parece esta: a Sabrae, que la jodan.
Ya
está. Ya lo había dicho. Ahora sólo podía ir hacia arriba, ¿verdad? Ya le había
dado la espalda a los puentes en llamas. Ya podía empezar a andar.
-Deberías
joderla tú-soltó Jordan, y yo me eché a reír.
-Créeme,
no será por falta de ganas. Le molan los fuckboys.
No hay otra explicación a que me haya mandado a la mierda después de todo
lo que hemos pasado juntos. Y si quiere fuckboy,
va a tener fuckboy.
Jordan
tomó aire y lo soltó despacio.
-No
puedes resolverlo todo largándote a acostarte con otras en cuanto se te
presente un problema.
-¿Que
yo me…? Manda cojones, Jordan. Hay que tenerlos bien gordos para decirme eso
sabiendo todo lo que he intentado por ella. ¿Pretendes que me arrastre? ¿Que me
humille por ella?
-No,
pero por lo menos podrías mostrarte un poco arrepentido. Te estás comportando
como un niñato caprichoso. Estás descontrolado, Alec. ¿Cuánto hace que no pasas
por casa?
-¿Es
que ahora tengo que fichar también en mi puta casa?-ladré.
-Estaría
bien que dejaras de dar vueltas por el mundo como un pollo sin cabeza. Estás
jodidamente desquiciado, tío. Siento tener que decírtelo, pero es la verdad.
Sabes que no te lo digo a mal. Lo digo porque te quiero, pero tienes que parar,
tío. Tienes que dejar de hacer estas cosas, replantearte…
-¿Replantearme
qué, Jordan?-gruñí-. ¿Es que tengo
que dejar de vivir mi vida sólo porque Sabrae esté enfurruñada conmigo por una
gilipollez en la que no tiene razón? Paso. Paso de ella. Te lo juro por mi
madre, paso de ella, Jordan. Hostia-le di tal bocado a la hamburguesa de tan
furioso que estaba que casi me atraganto.
-Si
yo no digo que dejes de vivir tu vida. Todo lo contrario. Es sólo que estos
días estás… mal. Muy mal. Descontrolado totalmente, Al. Estás follando mucho
más de lo que follabas antes en un mes, y sólo llevamos una semana. Estás
faltando a clase, no vas por casa…
-Vale,
eso puede que se me haya ido de las manos, pero el sexo no tiene nada de malo.
-¿Tú
crees?
-Tengo
que acostumbrarme a follar así ahora, Jordan. Estoy haciendo terapia de choque,
y ninguno me está ayudando.
-¿Terapia
de choque? ¿Follando mucho?
-No,
follando con otras. Ya no me gusta como me gustaba-confesé, porque era la
verdad. Si me gustara como lo hacía, no pensaría en ella a la mínima
oportunidad. Si me gustara como lo hacía, no lo buscaría con tanta
desesperación. Lo anticiparía, sí, pero no me desesperaría como lo estaba
haciendo. Jordan tenía razón, sí que estaba un poco descontrolado, pero
¡necesitaba alguien que me apoyara, joder! ¡No alguien que me arrinconara en un
puto McDonald’s y me dijera todo lo que estaba haciendo mal! ¡Yo ya sabía que estaba haciendo cosas raras,
pero es que no estaba bien!-. Y tengo que intentar recuperar aquello. O
acostumbrarme a que no me guste del todo porque no sea con ella.
-Y si
no te gusta, ¿por qué no le pides perdón?-inquirió Jordan, inclinándose hacia
mí.
-Porque eso sería reconocer que hice algo mal y que
ella tiene la razón, Jordan, y no la
tiene, joder-bufé, mordisqueando la hamburguesa-. Yo no hice nada mal, Jordan. Nada.
-A
ver, vale. Es normal que estés cabreado con ella porque se comporte como una
caprichosa, pero tú tampoco estás siendo modélico, tío. Es decir… te enfadaste
con toda la razón del mundo, pero no me digas que no hiciste nada mal cuando
perdiste completamente las formas con las amigas de Sabrae.
-Lo
que tenía que haber hecho era darles una hostia. ¿Es que no te diste cuenta de
la chulería con la que vinieron a decirme lo que habían hecho? ¡Como si se
enorgullecieran de ello!
-¿Y
la solución que encuentras es irte a follar con todas las que se te ponen por
delante…?
-¡Ella
también se está tirando a todo lo que se mueve y no veo que nadie le eche en
cara…!
-¿…
en lugar de ser un hombre como Dios manda e ir a hablarlo con ella?
Algo
me subió por la garganta, como la lava de un volcán. Hablarlo con ella.
¿Hablarlo con ella?
¿Cómo
cojones iba a hablarlo con ella si me
evitaba cada vez que me veía, y me bloqueaba para asegurarse de que no la
molestaba con mi existencia? Estaba seguro de que se arrepentía de todo lo que
habíamos hecho.
Estaba
seguro de que, si pudiera, daría marcha atrás en el tiempo y no me permitiría
besarla aquella noche que lo cambió todo.
Jordan
empezó a echarme un sermón sobre que en las relaciones lo importante es la
comunicación, que me estaba comportando como un crío estúpido, un capullo de
manual, por no querer reconocer mi parte de culpa, que estaba apartándola más y
más de mí con cada chica con la que me acostaba…
-…es
que no puedes resolverlo todo largándote, Alec, tío. Eso es de cobardes. Tú la
quieres, y ella te quiere a ti, y tienes que luchar por ella. Las cosas no son
fáciles, lo sabemos todos, pero es ahora cuando puedes demostrarle que… ¿Alec?
Le di
un nuevo bocado a la hamburguesa, que ahora tenía un sabor salado. Me picaban
los ojos tanto que parecía que me hubiera saltado pimienta a ellos. No podía
respirar. No podía hacer nada más que masticar aquella hamburguesa que ya no me
sabía a absolutamente nada.
Empecé
a hipar y Jordan abrió los ojos, con el corazón en un puño.
La
última vez que me había visto llorar, teníamos 6 años.
-Alec…
-A
ella se la sudo, Jordan-sollocé, dejando la hamburguesa a un lado y tapándome
la cara con las manos. Joder. Un hombre hecho y derecho como yo, lloriqueando
en un McDonald’s porque una chiquilla no le hacía el menor caso. No había
cuadro más patético. Menudo espectáculo estaba dando, pero es que no podía más.
Lo de hoy había sido la gota que colmaba el vaso.
No
podía quedarme sentado mientras me reñían por rendirme en una batalla en la que
me habían abandonado. Sabrae se había marchado, llevándoselo todo con ella, y
yo estaba solo en medio de la nada. Necesitaba que alguien me sacara de allí,
no que me recriminaran que no encontrara nada que hacer, algo a lo que
aferrarme. No podía soportar que siguieran diciéndome que tenía que luchar por
alguien que había hecho todo lo posible para apartarme de ella. Era agotador.
Necesitaba descansar. Necesitaba…
-No
se acuerda de mí, ni piensa en mí, ni nada. No he causado ningún impacto en su
vida, y yo sin embargo no puedo ni estar en mi casa tranquilo, en mi puta casa, Jordan, porque todo en
ella me recuerda que soy un mierdas que no ha conseguido mantener a la única
chica que me ha importado a lo largo de toda mi puta existencia a mi lado. Es
que hasta mi madre me recuerda sin quererlo a cuánta gente le estoy fallando.
Joder, Jor. Y encima es que lo he hecho por algo que ni siquiera es culpa mía.
Ella no me quiere por cómo he sido en el pasado, y yo estaba cambiando por
ella, pero no lo he hecho lo bastante rápido, y… se la sudo. Se la sudo
completamente, y yo estoy aquí, comiéndome una puta hamburguesa de mierda, en
un puto barrio de mierda, llorando como un niño de mierda mientras echo polvos
de mierda con tías que no me importan una mierda y Sabrae sigue con su vida y…
-A
ella no se la sudas, ni está siguiendo con su vida, ¿qué cojones dices?
-Está
todo el rato con tíos, ¿no ves la cantidad de cosas que sube? Está todo el rato rodeada de gente, y yo… yo
como un paleto, yendo de acá para allá, intentando distraerme y no estar cada
medio minuto mirando el teléfono como un imbécil, torturándome más.
-Macho,
si tanto la vigilas, ¡habla con ella y dile de arreglar las cosas!
-¡Es
que yo qué quieres que haga, Jordan!-grité, y varias personas se giraron para
mirarme, pero me daba igual-. ¡Yo no hecho nada mal, me he preocupado por ella,
¿y todavía se cabrea conmigo y con sus amigas está tan ricamente?! ¡Es que es
flipante, lo de la cría ésta! ¡Con todo lo que la he cuidado, se lía con el
primero que pasa, y encima le come los huevos—una madre escandalizada le tapó los oídos a su hijo-, que yo no
digo que no pueda, pero hostia, me toca los cojones que se los coma al primer
mamarracho con el que se encuentra y a mí no me haya dado ni un triste morreo
en la punta del rabo!-bramé-. ¡Y JUSTO CUANDO SE ACABA EL FIN DE SEMANA, TENGO
QUE VER CÓMO SUBE HISTORIAS CON PAYASOS VARIOS!
-Pero
qué más darán las historias…
-QUE
NO LAS SUBÍA CONMIGO, JORDAN. JODER.
-¿Y
eso quiere decir que no piensa en ti? A mí me suena a que quiere ponerte
celoso.
-Me
ha bloqueado en Telegram-espeté, y Jordan abrió mucho los ojos-. Sí, exacto. No
quiere ponerme celoso, quiere que desaparezca de su vida, ¡y me está echando a
escobazos, como si fuera una rata! Así que, como una rata, me voy a reproducir
con todo lo que se me ponga a tiro. Ni Trufas
tendría tantos críos.
-Pero,
¿por qué te ha bloqueado? ¿Le has mandado algún mensaje?
-¡Eso
es lo mejor de todo! No le he enviado absolutamente nada, ¡estaba a punto de
hacerlo para preguntarle por Scott, y justo he visto que ya no tenía la
conexión visible!
Jordan
entrecerró los ojos, sin conseguir entender del todo por dónde iba el hilo de
mis pensamientos.
-¿Qué?
Espera, espera, ¿no le has enviado nada?
-¿¡Para
qué iba a enviárselo!?-pregunté, notando cómo las lágrimas me corrían por las
mejillas. Una parte de su composición era tristeza por tener que evocar lo que
me había pasado, lo que había desencadenado todo lo demás, pero también estaban
hechas de rabia, y quizá por eso me ardían los ojos. Podía entender que me
hubiera bloqueado si yo me hubiera dedicado a enviarle mensajes insultándola, o
incluso suplicándole que me perdonara cuando ella no tenía ninguna intención,
pero, ¿hacerlo sin más? Jamás pensé que Sabrae pudiera ser tan cruel. Y sin
embargo…-. ¡No lo recibiría! ¡Y yo quedaría como un puto calzonazos! Ya lo
estoy quedando poniéndome así, como un mocoso…-gemí, sacudiendo la cabeza y
dándole un nuevo bocado a la hamburguesa con la esperanza de que así, al menos,
tuviera algo con lo que entretenerme. Si tenía la boca llena, no habría forma de
que siguiera balbuceando y sollozando como un estúpido bebé.
Me
avergonzaba de mí mismo por el espectáculo que estaba montando, de verdad que
sí. No era propio de mí estallar de aquella manera y perder completamente el
control de mis emociones, pero había llegado a un punto en el que sentía que o
me echaba a llorar, o explotaría. Y, por mucho que mi orgullo me dijera que era
mejor explotar, mi cuerpo reaccionó como hacen todos los cuerpos: puso por
encima el instinto de supervivencia.
-Tío,
¿qué dices?-protestó Jordan-. No eres un mocoso. Tú la quieres, es evidente, y
te hace daño lo que os está pasando. A mí no me parece que tengas que pedir
disculpas por sentir lo que sientes, ni por tratar de desahogarte-Jordan se
levantó para sentarse a mi lado y me rodeó los hombros con el brazo-. Yo estoy
aquí, ¿vale? Te ayudaré a solucionarlo. Ven, vamos a probar a enviarle un
mensaje, a ver si…
-No
le envíes nada-protesté-. No soportaría la humillación.
-Tenemos
que probar, Al. Sólo por si acaso. Cualquier tontería servirá-extendió la mano
y yo le entregué el móvil a regañadientes, prometiéndome que no miraría la
pantalla mientras Jordan escribía, y que dejaría que él lo manejara todo… pero,
en cuanto desbloqueó el teléfono y entró en la aplicación, mis ojos volaron a
la pantalla. Jordan tocó la conversación con Sabrae y empezó a escribir, pero
se detuvo a media frase, igual que lo había hecho yo. Puede que él también
hubiera decidido que era inútil, después de todo, de la misma forma que me
había sucedido a mí.
Entrecerró los ojos.
-¿Qué?
-Esto
no tiene sentido, Al. ¿Cómo sabes que no se ha quitado la conexión, y ya está?
-A
Mimi le salía en su teléfono-bufé. Ahora resultaba que Alec era tonto y no
sabía cuándo le habían bloqueado y cuándo no, ¿verdad?
-Igual
te la ha quitado a ti, payaso-soltó,
sacando su teléfono y desbloqueándolo. También entró en Telegram. Añadió el
número de Sabrae y esperó a que le apareciera en la pestaña de contactos, y
cuando vio que figuraba su última conexión, yo solté un gemido, y Jordan sólo
bufó.
-Te
agradezco que intentes hacer todo lo posible por mí, Jor, pero los hechos
hablan por sí mismos. A ti te sale la conexión, a mí…
-Puede
habértela quitado. Voy a bloquearte. Quiero comprobar una cosa-toqueteó en su
pantalla-. Ya está. Entra en nuestra conversación-hice lo que me pedía y Jordan
me quitó el móvil… y luego sonrió. Lo tiró sobre la mesa y se reclinó en la
silla, ocultando su amplísima sonrisa tras su enorme mano de ébano. Sus dientes
brillaban como la nieve por detrás de su piel de carbón.
-¿Qué
te hace tanta gracia, gilipollas?
-Mira
las conversaciones. ¿Encuentras alguna diferencia?
Estaba
a punto de responderle que en la conversación con Sabrae yo tenía un fondo de
pantalla bastante más alegre para la vista que el que venía por defecto en la
aplicación, pero me callé antes de empezar a hablar, porque yo también encontré
la diferencia que había entre la conversación con Jordan y la que tenía con
Sabrae.
La
foto de perfil.
En la
de Jordan, no me aparecía.
En la
de Sabrae, sin embargo, seguía presidiendo una esquina de la pantalla, y
todavía podía entrar y ver el historial de las que se había puesto.
Miré
a Jordan, que soltó una risotada y dio varias palmadas sobre la mesa. Si aún
quedaba alguien en el local que no nos estuviera mirando a esas alturas, fue
entonces cuando se giró.
-No
tiene gracia-protesté, un poco dolido por su reacción. Puede que no me hubiera
bloqueado, después de todo, pero el tema de que se hubiera quitado la conexión
no dejaba de escamarme. Si a ella le había dado igual siempre que la gente
supiera cuándo había entrado por última vez a las redes sociales, ¿por qué
decidía ahora privarme a mí de fantasear con que había estado mirando nuestra
conversación con nostalgia un minuto antes de que yo entrara a releer los
mensajes?
-Sí
que la tiene. ¿Te das cuenta de que te has echado a llorar por esta puta
gilipollez? No sabía que pudieras ahogarte en un vaso de agua.
-No
me he echado a llorar por eso-espeté, todo lo digno que pude, sorbiendo por la
nariz y mirando la hamburguesa con desconfianza. ¿No la habrían edulcorado con
hormonas o gas lacrimógeno, verdad?-. He llorado porque me he encontrado el
pepino.
Jordan
aulló de nuevo una carcajada, y yo no pude evitar sonreír. La madre que me
parió. Puede que sí que estuviera haciendo una montaña de un grano de arena,
después de todo. Me terminé la hamburguesa y ataqué las patatas con fingida
indiferencia, meditando sobre lo que significaba aquel nuevo movimiento de
Sabrae. Aquella chica se estaba volviendo todo un misterio para mí, y no
terminaba de gustarme.
-Esto
pinta bien-Jordan se frotó las manos y dio un sorbo de su bebida mientras lo
fulminaba con la mirada.
-No.
No pinta bien. No cambia nada. Puedo enviarle un mensaje, sí, ¿y qué? ¿Crees
que ella lo quiere? ¿Crees que me quiere a
mí?
-Sí
te quiere. Claro que te quiere-Jordan me robó una patata-. Por eso se ha
quitado la conexión. Porque te quiere. Y no quiere que le hagas daño. Y no le
haces daño si no puede ver cuánto te conectas para hablar con gente que no es
ella.
Parpadeé.
-Eso
no tiene sentido.
-Tiene
todo el sentido del mundo, lo que pasa es que tú no puedes verlo. Estás tan
obcecado en el daño que ella te está haciendo que no eres capaz de ver el que
le estás haciendo tú. Si yo estuviera peleado contigo como lo está Sabrae
queriéndote como lo hace, no querría ni pensar en cómo sigues con tu vida sin
que parezca afectarte lo que os pasa.
-Pero
sí me afecta. Lo sabes. Se me nota.
-Te
lo noto yo porque estoy contigo, Al. Y lo sé porque me lo dices. Todos los que
estamos cerca de ti sabemos que estás mal porque te vemos, pero Sabrae no te
ve, ¿y sabes por qué? Porque ella no está
cerca de ti ahora mismo. Lo poco que ve de ti, es bueno. Te ríes en el
patio, haces coñas con nosotros de fiesta, bailas con chicas increíbles y te
enrollas con tías que están buenísimas. No parece que te haya afectado lo más
mínimo vuestra pelea. Ella no sabe que estás sufriendo, ni que te pasas las
noches en vela pensando en cómo solucionar esto, ni que te pasas el día mirando
el móvil, porque no está ahí para verte.
Observé
el nombre de Sabrae, con aquel soporte gris sosteniendo la preciosa palabra que
la definía, y la foto redonda coronando su perfil. Sonreía como si nada pudiera
hacerle daño, como si no conociera el dolor. Era lo que se merecía. Pasé el
dedo por la pantalla en la que tenía su foto ampliada, recorriendo sus
perfectas facciones: sus labios, su mentón, sus ojos.
-Pero…
las historias…
-Las
historias son a Sabrae lo que los polvos son a ti, Al. La forma de obligarse a
seguir adelante.
Pero
todo aquello no tenía sentido. No lo tenía. Sabrae parecía estar bien, parecía
feliz. Estaba en sus manos decidir si volvíamos o no. Siempre lo había estado,
desde el mismo momento en el que me mordió y sentenció que lo nuestro se había
acabado. Sólo el juez que dicta una sentencia puede hacer que se cumpla, pero
también es el único que puede revocarla.
No
encajaba con lo que había estado diciéndome a mí mismo desde que nos separamos,
ni con los besos que había tratado de darle y que ella había impedido apenas
habían empezado. Los intentos que
habíamos hecho de acercarnos habían sido infructuosos; Sabrae no parecía estar
obligándose a superar lo nuestro, sino que lo estaba superando y no quería que
yo interrumpiera ese proceso de curación.
Y,
sin embargo, algo en mi interior me decía que Jordan había dado en el clavo.
Que yo sabía que las cosas no terminaban de encajar porque estaba intentando
unir las piezas equivocadas. El cuadro no era hermosos porque no estaba
viéndolo con la perspectiva con la que la había pintado el artista. Estaba
subido a un andamio de la Capilla Sixtina, no mirándola desde abajo y
maravillándome con cómo la habían pintado. Sólo veía formas de colores pastel,
no figuras bíblicas.
Dios,
estaba hecho un lío tan enmarañado que me sorprendía tener todavía energía
mental para respirar.
Necesitaba
un respiro. Alejarme de todo en lo que me había sumido, salir a la superficie y
tomar una buena bocanada de aire antes de volver a meterme debajo del agua y
que todos los estímulos se abalanzaran sobre mí. Necesitaba despejar la mente.
Necesitaba
boxear, y eso le pedí a Jordan. Asintió con la cabeza, orgulloso de que hubiera
llegado a esa conclusión, y nos montamos en la moto sin decir nada más. No
hacía falta. Además, Jordan sabía que no debía romper el silencio. No es que lo
necesitara, de todas formas: había plantado una poderosa semilla en mi cabeza,
y esas semanas de soledad se habían condensado en dos nubes que se ocupaban de
regarla y alimentar el pequeño brote que asomaba ya tímidamente por entre la
tierra. Aún no sabía muy bien qué planta surgiría, pero por lo menos estaba
naciendo algo de todo aquel desastre.
También
me acompañó al gimnasio, diciéndome que después tendríamos que ir a ver qué le
había pasado a Scott. Todavía no sabíamos nada de lo que había hecho que le
sacaran de clase, y él no había dicho nada por el grupo, de modo que tampoco
queríamos insistir. Sospechábamos que había pasado algo gordo, así que iríamos
todos en manada a su casa y le mostraríamos apoyo como mejor sabíamos:
alborotando tanto que no pudiera recordar por qué estaba triste.
Para
cuando llegamos al gimnasio, yo ya estaba mucho mejor. Sentía una sensación de
calma floreciendo en mi pecho, apoderándose de cada una de mis células. Pronto
tendría los guantes puestos, sería invencible y también inalcanzable: no
podrían hacerme daño, y mucho menos distraerme. Tenía un objetivo en mente:
conseguir resolver el puzzle ante el que me encontraba. Generar mi propio Big
Bang, uno en con el que pudiera modelar el mundo a mi antojo, decidir los
colores y también las texturas. Decidir si habría dioses, o diosas, o una única
diosa, o no habría más que hombres. Si no había dioses, no había reglas, pero
tampoco había pecado.
¿Necesitaba
pecar?
¿Quería pecar?
Mi
subconsciente me traicionó. Sí. Claro que quería pecar. ¿Qué pregunta era ésa?
Pero sólo con una persona. Con una persona en todo el mundo.
Definitivamente,
en mi universo habría divinidades. Aunque con una diosa me bastaba.
-¿De
qué te ríes?-preguntó Jordan, y yo negué con la cabeza, le di una palmada en la
espalda y suspiré:
-Vamos
a boxear.
Tal
vez mi humor hubiera mejorado un poco, pero todavía tenía mucho en lo que
pensar y muchas cosas que asentar. Con cada golpe que daba, más iba recuperando
la confianza en mí mismo y más sentido tenía para mí lo que me había dicho
Jordan. La teoría de que Sabrae estaba rehaciendo su vida tan ricamente sin que
yo pudiera hacer nada por impedirlo fue degradándose poco a poco, acusando cada
golpe que yo le daba al saco de boxeo.
Estaba
a punto de llegar a la crucial conclusión de que Sabrae estaba haciendo todo
aquello por distraerme cuando me dieron un toquecito en el hombro.
Me
giré rápidamente, listo para soltar un gancho de izquierda que dejara tumbado
al que había venido en busca de movida, pero tuve que guardarme mi golpe para
mí.
Frente
a mí, no había nadie con interés en un buen combate que encendiera mis músculos
y disparara mi adrenalina. La persona que tenía delante venía con ganas de
camorra, sí, pero no de la que tienes entre cuerdas y esquinas.
-¿Tienes
pensado ir a casa después de desfogarte con este pobre saco, o vas a ir después
a desfogarte con alguna persona?-acusó Mimi, y yo puse los ojos en blanco y me
pasé los guantes por la boca.
-Hola,
Mím.
-No,
“hola”, no. ¿A qué vino lo de hace un par de horas? ¿Qué coño te pasa, Alec?-me
dio un manotazo en el pecho-. ¡Estaba preocupadísima por ti!
Puede
que hubiera dejado pasar tiempo, pero lo que decía Mimi era verdad. Llevaba
puestos sus leotardos de baile y su body de ballet, y el pelo recogido en un
moño perfecto que delataba que había estado toda la tarde practicando sus
piruetas sobre la uña del dedo pulgar del pie izquierdo. Si Mimi había venido
directamente de su clase de baile a buscarme al gimnasio, en lugar de ir a
casa, ducharse y seguir practicando con el pelo suelto y unos leggings, era
porque realmente le preocupaba lo que me pasaba.
-No
es nada. Simplemente necesitaba despejarme un poco.
-Jodan
me ha dicho que no estabas haciendo horas extra. ¿Es verdad?
-Mimi,
de verdad, no quiero hablar de eso ahora.
-Ah.
Ah, claro. Ah… sí, cierto. Es verdad. A ti no te va hablar-Mimi alzó las manos
y asintió con la cabeza, esbozando una sonrisa invertida-. A ti te va hacer
otras cosas.
-Mimi…
-¡Es
que… ¿a ti te parece normal cómo te estás portando, Alec?!-ladró.
-Ay,
por Dios-bufé, sentándome en el suelo y frotándome la cara con el guante-. ¿De
verdad quieres hacer esto aquí?-miré en derredor, creyendo que la naturaleza
tímida de mi hermana haría que se cortara un poco. Todos nos miraban. A mí me
daba lo mismo, pero a Mimi no. Por Dios, si nunca llevaba minifaldas porque lo
pasaba mal cuando los tíos se giraban para mirarle la piernas por la calle.
No
podía culparlos, la verdad. Mimi tenía unas piernas preciosas. Deberían ser su
mayor orgullo.
-¿Y
dónde quieres que lo haga? ¡Si no pasas por casa! ¡Mamá lleva sin verte dos
días!
-Ya
hablaremos después, Mimi. Estoy en medio de algo ahora mismo.
-Sí,
¡de una bronca!-Mimi tiró de mí para levantarme y me dio un empujón-. ¡Vas a
escuchar todo lo que te tengo que decir, señorito!
-Sí,
escuchará todo lo que tú quieras decirle, ricura, pero primero tiene que
terminar su entrenamiento de hoy-espetó Sergei, apareciendo por una de las
puertas de la sala, atraído por el alboroto que estaba montando Mimi-. Todavía
le quedan veinte minutos, pero si quieres, puedes esperar en la cafetería. Te
invitaré a lo que quieras. ¿Qué tomas, bonita?
-No
le hables así, Sergei-gruñí, poniéndome entre ella y él, pero Mimi me sorteó
como una gata y lo señaló con un índice afilado como un puñal.
-¡Tú!-ladró-.
¡Tú tienes la culpa de que mi hermano no pise nuestra casa! ¡Va de tu estúpido
gimnasio al instituto, y del instituto al gimnasio!
-También
se mete de vez en cuando en la cama de alguna zorrita, pero supongo que eso no
te conviene para tu papel de víctima, ¿eh?-espetó Sergei, y Jordan frunció el
ceño y lo fulminó con la mirada.
-¡Eres
un buitre!-acusó Mimi, acercándose a él, amenazante-. ¡Deja a mi hermano en
paz, perro manipulador! Él no necesita alguien que lo explote, ¡necesita
alguien que se preocupe por él!
-Yo
me preocupo por él, mocosa. El boxeo es terapéutico.
-Sergei…-advertí
yo. Tenía los guantes puestos y no dudaría en usarlos. No permitiría que nadie
tratara mal a Mimi delante de mí, y mucho menos con los guantes.
Una
vez más, subestimé a las mujeres que me rodeaban. Todo porque Mimi apretó los
puños, rechinó los dientes y ladró:
-¡LO
QUE ES TERAPÉUTICO ES ARAÑARTE A TI LA CARA, DESGRACIADO! ¡VEN AQUÍ!
Nunca
pensé que tendría que intervenir para separar a mi hermana y a mi entrenador,
pero la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. Con la agilidad de una
pantera, Mimi se abalanzó sobre Sergei, que ni siquiera la vio venir, y
consiguió tirarlo al suelo mientras rugía una mezcla de insultos en inglés y
griego (los insultos en griego son más imaginativos), y se afanaba en
arrancarle toda la piel de la cara.
-¡VA
A PASARLE ALGO Y LA CULPA LA VAS A TENER TÚ! ¡CABRÓN MANIPULADOR! ¡COMO LE
HAGAN DAÑO A MI HERMANO, NO TE QUEDARÁ INGLATERRA PARA CORRER, MALNACIDO!
¡DESGRACIADO! ¡ALÉJATE DE ALEC, SANGUIJUELA! ¡PERRO ASQUEROSO, TE VOY A DEJAR
LA CARA EN CARNE VIVA, DESGRA…! ¡SUÉLTAME, ALEC!-chilló cuando la agarré de la
cintura-. ¡SUÉLTAME, QUE LO VOY A MATAR!-pataleó en mi regazo, pero yo no la
dejé escapar.
Entre
Jordan y yo, conseguimos arrastrar a Mimi lejos de Sergei, que se levantó
trabajosamente y se limpió la sangre del labio con el dorso de la mano. Mimi
continuó despotricando todo el rato, pataleando y tratando de alcanzar de nuevo
a Sergei, que la fulminó con la mirada y escupió:
-Sacad
a esa puta de aquí.
De la
impresión, Jordan dejó de sujetar a Mimi, que empezó a avanzar hacia él como
una depredadora.
-¿Qué
cojones acabas de llamar a mi
hermana, hijo de puta?-me escuché decir.
Mimi
no consiguió tocarlo. Yo llegué antes que ella.
Y
casi lo mato.
Ojalá
estuviera de coña, pero no. Casi lo mato. Me tiré sobre Sergei, entregado a un
combate en el que no había reglas, y en el que ganaba el único que saliera con
vida, y me descargué sobre él como un toro bravo. Di golpes, patadas, incluso
mordiscos, y Sergei trataba de defenderse como podía, luchando contra un
monstruo que parecía tener ocho brazos en vez de dos.
Necesitaron
a cuatro personas para separarnos, y a una quinta, Jordan, para conseguir
alejarme de él.
Y fue
allí, respirando como un toro de lidia, luchando contra mis propios pulmones,
todo mi cuerpo convertido en un campo de batalla y mi alma ardiendo de rabia,
cuando me di cuenta. Había dejado que Sergei hiciera conmigo lo que más le
convenía. Había dejado que él me metiera aquellas ideas tan tóxicas en la
cabeza porque quería volverme a ver en un ring, luchando para él.
Había
dejado que él me convenciera de que la única forma de conseguir recuperar a
Sabrae era alejándola de mí, porque ella era la única que podía poner en
peligro mi futuro en el boxeo. Había empezado a boxear con Mimi, y Mimi era mi
aliciente; Sabrae, en cambio, era la razón por la que ser precavido. Sabrae era
la chica por la que ser prudente y evitar a toda costa el riesgo de KO. La que
hacía que tuviera que bajar del cuadrilátero por mi propio pie sí o sí, y no
que tuvieran que bajarme.
Yo la
había cagado con Sabrae, vale. Pero él había hecho que nos distanciáramos tanto
que fuera imposible distinguirnos en el horizonte.
-Vámonos,
Al. Vámonos, tío. No merece la pena-instó Jordan, escupiendo al suelo en
dirección a Sergei, y tomándome del hombro para guiarme hacia la salida. Lo miré
por encima del hombro una última vez, a mi mentor, al que yo había considerado
una figura paterna durante prácticamente toda mi vida, más incluso que a Dylan.
Él me había convertido en lo que yo era, y de la misma forma que me había
hecho, también había intentado destruirme haciendo que apartara a Sabrae de mi
lado.
Mimi nos esperó al pie de las escaleras. Se
giró sobre sí misma y se abrazó la cintura.
-¿Estás
bien?-pregunté, y ella asintió con la cabeza.
-¿Me
lo preguntas a mí?-en sus labios bailaba una sonrisa-. Le has pegado una
paliza. ¿Tú estás bien?
-Tengo
los guantes-expliqué, y Mimi sonrió.
-Esto
no va a hacer que te libres de tu bronca.
Chasqueé
la lengua y miré al cielo, flexionando las rodillas como si estuviera muy
cansado.
-Lo
suponía.
-Necesitas
a alguien que te riña por lo que estás haciendo.
-¿A
ti qué te importa lo que yo hago, Mary Elizabeth?
-Me
importa. Eres mi hermano-me recordó-. Y no lo estás haciendo bien, Al.
-Sólo
me he dedicado a follar estos últimos días. Ni que hubiera atracado un banco o
matado a alguien. Necesitas relajarte un poco, tía-negué con la cabeza,
despegando el velcro de los guantes-. Me he pegado por ti, dame aunque sea las
gracias.
-Gracias-replicó
Mimi en tono neutro, y luego su voz adquirió el tono cantarín de siempre-.
Estás resolviendo tus problemas huyendo de ellos a base de tener sexo y golpear
un estúpido saquito, ¿te parece eso normal?
-Mírate,
Mimi. Ni siquiera puedes decir “follar”.
-¿Y
qué tiene eso que ver? ¿Mi vocabulario hace que no vea cómo estás metiendo la
pata con Sabrae?
-No,
pero da una idea de la poca idea que tienes de relaciones y de que no sabes
nada de lo que me pasa con Sabrae. Nunca has tenido novio.
-Ni
tú tampoco-soltó-. Y no estás haciendo mucho por cambiar tu situación.
Me
pasé la lengua por las muelas y asentí con la cabeza, riéndome. Vale.
-Hago lo que puedo.
-¿Comportarte
como un gigoló de beneficencia es “hacer todo lo que puedes”?-ironizó, y yo me
la quedé mirando. ¿Qué? ¿Qué acababa de llamarme?
-¿Acabas
de llamarme… gigoló?-pregunté, y
cuando miré a un lado, mi atención atraída por un ruido, descubrí a Jordan
tirado en el suelo, muerto de risa. Mimi ni siquiera lo miró.
-Sí-alzó
la barbilla-. De beneficencia. Porque me imagino que no cobrarás por echar
quiquis.
¡Echar
quiquis! Ahora el que se tenía que reír era yo. Mary Elizabeth, la virgen y
remilgada oficial de Inglaterra, llamando puto a su hermano en un
establecimiento público. Cómo estaba el mundo.
-No,
nena, no cobro-confirmé, descojonado, y Mimi asintió, muy digna.
-Bien.
Porque era lo que te faltaba. Aunque puede que no fuera tan mala idea.
Necesitas urgentemente una operación cerebral si sigues los consejos de ese
mamarracho-señaló las escaleras con el índice y sacudió la cabeza-. Deberías
replantearte a quién le pides consejo, y la experiencia que pueda tener en ese
tema.
Estudié
a mi hermana como si fuera un animal exótico que acababa de descubrir en alguna
isla remota del océano Pacífico. Mimi simplemente alzó las cejas, retándome con
la mirada a que descubriera la verdad que había detrás de su mensaje críptico.
Le tendió la mano a Jordan para ayudarlo a levantarse, y no se me escapó la
forma en que se observaron, como si aquello no fuera más que una parte de un
plan mucho más grande que llevaban años elaborando, como cada detalle en las
películas de Marvel, en que todo estaba conectado.
No
iba a decírmelo. No porque le faltaran ganas, todo lo contrario, sino porque
sabía que, si yo no llegaba a esa conclusión por mí mismo, sería muy fácil para
mí echarme atrás. Sergei no había sido bueno metiéndome aquellas ideas en la
cabeza por ser claro y directo, sino porque había sido tan sutil que yo no me
había dado cuenta de cómo iba poco a poco tejiendo una tela de araña en la que
tenerme bien atrapado a mi alrededor. Mimi debía hacer lo mismo, pero por lo
menos ella lo haría por mi bien y no porque quisiera separarme de alguien a
quien yo quería sólo por su beneficio personal.
Caminé
entre Mimi y Jordan cual muralla rodeando un castillo y alejando a su gente de
los peligros del exterior, meditando sobre las palabras de mi hermana. No me
había dicho que tuviera que buscar yo solo mi propia solución, sino que debía
recurrir a alguien. Y, por cómo me lo había dicho, juraría que Mimi tenía a una
persona en concreto en mente.
No
fue hasta que no llegamos a nuestra casa y pasamos al lado del buzón, con los
nombres de los cuatro que vivíamos en ella colocados en orden de menor a mayor
edad, excepto mis padres, con los roles invertidos (mi madre era mayor que Dylan,
pero Dylan era el último), que supe a quién se refería Mimi. Y todo cobró tanto
sentido que me sentí estúpido por no haber caído antes.
¿Qué hago pidiéndole consejo a gente sin
pareja, si mi padrastro lleva 15 años casado con mi madre? Si alguien de mi
entorno sabía cómo mantener una relación a flote incluso cuando parecía muerta
y enterrada, ése era Dylan. Había encontrado a mamá en el peor punto de su
vida, cuando ella no se planteaba vivir, pero tampoco suicidarse por Aaron y
por mí, y había hecho de ella una mujer feliz, que no se consideraba basura,
que creía que valía una décima parte de lo que en realidad valía y que era
merecedora de amor, respeto y comprensión.
Dylan
había conocido a mamá en un momento de su vida mucho peor que el que estaba atravesando
Sabrae. Él podría guiarme en aquel sendero que estaba a punto de recorrer.
Menos mal que me habían hecho darme cuenta de que las cosas no mejorarían si
seguía por el camino que había iniciado hacía semana y pico, y que me habían
hecho rectificar cuando todavía estaba a tiempo. Parecía que el mundo se estaba
organizando para que yo me diera cuenta de mis errores y de los pequeños
salvoconductos que tenía para enmendarlos.
Cuando
me quedé plantado delante del buzón, examinando el nombre como si en él ya
estuviera la respuesta a mis preguntas, Mimi se giró un momento, me dedicó una
leve sonrisa que claramente quería decir “por fin”, e introdujo las llaves en
la cerradura de la puerta. La seguí obedientemente, esperando el chaparrón que
me caería por parte de mi madre por no haberme dignado a pisar mi casa en tanto
tiempo.
Trufas fue el primero en venir a
recibirme. Apareció derrapando por las escaleras, las bajó de tres brincos y se
lanzó a los brazos de Mimi, justo antes de percatarse de mi presencia. Agitó
las orejas con violencia, salvó del regazo de mi hermana sin paracaídas, y
corrió a mi alrededor, emocionado por volver a verme. Al ver que yo no me
inclinaba para recogerlo, empezó a embestirme en las piernas como si fuera un
ciervo de bolsillo, sin cuernos y con más pelo del habitual, y vibró al ver que
yo finalmente cumplía con su deseo. Esperó sentado sobre sus patas traseras a
que yo le pasara los dedos por debajo de las delanteras, y se arrebujó en mi
regazo. Mimi sonrió, acariciando a su pequeño tesoro en la cabeza y dándole un
besito en la punta de la nariz. Trufas
levantó la mirada para encarárseme, recriminándome el tiempo que había estado
fuera de casa sin darle las atenciones que un rey conejo como él se merecía.
-¿Me
has echado de menos, monstruito?
-¿Mary?-preguntó
mi madre desde el salón, y a sus palabras la siguieron los sonidos del sofá
suspirando ante la falta de peso que lo sometiera-. ¿Has traído a tu hermano
contigo?
-He
venido por mi propio pie, mamá-protesté, fastidiado. Dejé al animal en el suelo
y me preparé para la bofetada y la posterior bronca que iba a caerme, y que
haría que los sargentos del ejército se cagaran en los pantalones. Mamá podía
dar mucho miedo cuando quería.
Mi
madre apareció por la esquina del vestíbulo, me fulminó con la mirada, vino
derecha hacia mí y yo cerré los ojos, preparándome para recibir el golpe.
Jamás
habría pensado que el contacto de mi madre no sería una bofetada, sino un
abrazo en el que recompondría mis piezas rotas y desperdigadas. Mamá me rodeó
con sus brazos y tiró de mí para acunarme contra su pecho, como el bebé más
grande que ella que yo en el fondo era. Hundió la nariz en mi cuello, inhalando
el aroma de mi pelo, mientras me acariciaba los hombros y la espalda y dejaba
escapar un suspiro de satisfacción.
-Estaba
tan preocupada por ti, Alec-gimió-. No vuelvas a hacer esto, ¿me oyes?
-Perdón,
mamá.
-Estaba
tan preocupada-repitió, y yo asentí con la cabeza, temiendo que se echara a
llorar. Parecía realmente afectada, a pesar de que sólo había estado un par de
días fuera de casa. ¿Qué haría cuando me marchara al voluntariado?-. Estaba
pensando en ir al instituto sólo para verte.
-Eso
no habría sido conveniente-repliqué-. Me habrías distraído, y mis notas
increíbles se habrían resentido.
Mamá
se echó a reír.
-Eres
más bobo. No se te ocurra volver a irte así de casa y tardar tanto tiempo en
regresar, ¿me estás escuchando? Lo he pasado mal por ti.
-Lo
siento, mamá. Es que… han sido un par de días un pelín intensos. Pero, ¡oye!
Que tengo dinero ahorrado. No he estado pidiendo al lado de Westminster ni nada
por el estilo. He vivido relativamente bien. Incluso he ido al McDonald’s.
-No
lo digo por eso, cariño-mamá negó con la cabeza y me puso una mano en el
hombro-. Lo digo porque estás sufriendo. Y no quiero que mi hijo esté lejos de
mí mientras está sufriendo.
Sentí
que las lágrimas volvían a subirme a los ojos, así que tiré de ella para
achucharla antes de echarme a llorar por segunda vez ese día. Ya estaba bien de
tanto sentimentalismo. Además, si me ponía a llorar, la preocuparía. Puede que
hasta el punto de que decidiera llamar por teléfono a Sherezade y arreglar
entre las dos lo que debíamos arreglar Sabrae y yo.
Le di
un beso en la cabeza y subí al baño. Trufas
me persiguió hasta la ducha, y observó cómo me acicalaba con ojo crítico,
decidido a impedir que me marchara con garras, dientes y orejas si era preciso.
Para cuando salí, tenía la cabeza mucho más despejada. Comprobé que no tenía
ningún mensaje en el móvil, y me senté en el salón con toda mi familia, a
esperar la llegada de un nuevo día, mientras Mimi cruzaba y descruzaba las
piernas con impaciencia. Tenía que dejar pasar un poco más de tiempo entre mi
decisión de preguntarle a Dylan y el momento crucial de mi pregunta. Tenía que
pensar cómo abordar el tema, cómo llevar la conversación a un terreno en el que
nadie me echara en cara mis errores pasados, sino que me ayudara a enmendarlos.
Pero
estaba ansioso. Tremendamente ansioso. Por mucho que me dijera a mí mismo que cuanto
más tiempo pasara, más frías estarían las cosas con Sabrae, sentía una urgencia
en mi interior que me hacía creer que merecía más la pena el riesgo de pelearme
con ella si eso implicaba que también se redujera el tiempo de espera.
De
manera que, cuando llegaron los anuncios y Dylan anunció que aprovecharía para
terminar de cuadrar unas cuantas cosas en un proyecto en el que estaba
trabajando, seguí mis impulsos y dije que también me iba un momento a mi
habitación. No dejé que Dylan se sentara en la silla de su despacho, en la
habitación más grande de la casa, que primero había sido para mamá pero había
terminado pasando a sus manos después de que mi madre sutilmente empezara a
trasladar sus cosas de aquella habitación a otra más pequeña, y llevado las de
Dylan al interior del estudio donde ahora estaban. Llamé a la puerta con los
nudillos y metí la cabeza dentro.
-Dylan,
¿puedo pasar?
Dylan
tenía las manos apoyadas sobre su mesa de trabajo, de más de tres metros de
largo, sobre la que había extendido una lámina azul con líneas blancas en las
que había todo tipo de anotaciones. Tenía los instrumentos de geometría en una
esquina de la mesa, preparados para servir a su propósito.
-Claro,
Al-respondió, y sin más, enrolló el plano que había extendido y guardó en los
cajones de la mesa las escuadras, cartabones, reglas y demás. Caminé vacilante
hacia el centro de la estancia, intimidado por la profesionalidad que
desprendía. Dylan no solía trabajar en su estudio de casa; prefería ir a su
despacho del centro por las mañanas, y estar disponible para mi madre y para mi
hermana por las tardes. Que estuviera allí dentro ahora, cuando era de noche y
se suponía que debía estar descansando, me hacía saber que tenía algo gordo
entre manos, y creer que no debería estar molestándolo con mis dramas
adolescentes.
-Siéntate,
hombre-instó, y yo me acomodé en una de las sillas que tenía frente a su mesa,
mucho más pequeñas que la suya, cuyo propósito no conocía muy bien. Parecían
las sillas del centro de atención de una oficina, como el despacho de un
director de banco o de un abogado, pero Dylan no recibía visitas. Puede que
sólo estuvieran allí por motivos estéticos, como los cuadros de los planos de
las ciudades más importantes del mundo. Estudié el de Nueva York, tan lógico y
tan cuadriculado, y decidí que me gustaba más que el de Londres por mucho que
Londres fuera mi ciudad natal, porque era mucho más caótica. Y yo ahora mismo
estaba saturado de caos.
Dylan
esperó a que yo hablara, pero estaba tan ocupado recriminándome a mí mismo que
no había sido una buena idea ir a molestarlo, que terminó por rodear la mesa y
venir hacia mí. Se apoyó en la mesa y se me quedó mirando con los brazos
cruzados, mientras yo me iba convenciendo más y más de que él no podía
ayudarme, de que le había molestado, de que le parecería una gilipollez el
consejo que yo estaba a punto de pedirle, o que él no nos entendía a Sabrae y a
mí y sus ideas no valdrían conmigo, porque mi madre no era Sabrae y Dylan no
era yo.
Él no
podría entenderlo. No se había visto en la misma situación en la que estábamos
Sabrae y yo con mi madre. Eran tan diferentes que el mero hecho de que se me
hubiera ocurrido que él pudiera ayudarme por su experiencia con mamá era un
insulto.
-¿Qué
querías?-preguntó con amabilidad, demostrándome que siempre le había
subestimado. Dylan era tremendamente amable, y eso era lo que había sacado a mi
madre del caparazón en la que mi padre la había encerrado a base de palizas y
más palizas.
-Es
que… verás. Tengo un problema-musité con un hilo de voz, frotándome las manos
contra las piernas. Dylan asintió con la cabeza, acariciándose la barba.
-¿Y
qué ha dicho tu madre?
-No
puedo contárselo a mi madre.
Parpadeó,
sorprendido. No era usual que yo acudiera a él antes que a mamá. Creo que, en
toda mi vida, no había ido jamás a pedirle permiso por algo si mamá no me lo
había denegado antes. Creo que nunca antes había acudido a él directamente con
un problema.
-¿Has
dejado embarazada a una chica?-preguntó, y yo lo miré, estupefacto-. Porque si
es así, nosotros te apoyaremos en lo que sea. Y respetaremos vuestra decisión,
tanto si queréis tenerlo como si no.
-No,
no. No es eso.
Tragué
saliva, buscando las palabras. Es increíble cómo alguien que sabe tantos
idiomas como yo puede ser incapaz de encontrar la palabra idónea para describir
lo que le está pasando, cuando tiene muchas más donde elegir que el resto de la
gente.
-¿Eres
gay y te han pegado el sida?-probó, alzando las cejas, y yo tosí.
-¿Qué?
-Porque
esas cosas pasan a veces, ¿sabes? Hay mucha desinformación, y claro, como no
hay riesgo de embarazo, se prescinde a veces de usar protección, y con el sexo
oral también hay posibilidades de transmisión, así que siempre que lo hagas,
utiliza preservativo, ¿quieres, Al?
-Dylan.
En serio. Soy el animal más heterosexual que te puedes encontrar-ése es el problema, que soy demasiado
heterosexual-. No me han pasado el sida, ni soy gay. En serio.
-Vale-sonrió,
aliviado, y yo asentí con la cabeza. Me miré las manos y miré los planos.
Veamos,
¿por dónde empiezo? ¿Qué necesito que me diga? ¿La verdad, o que yo soy
invencible? ¿Necesito un plan infalible que pueda hacerme daño, o algo con el
que proteger mi pobre corazón?
-El
caso es que… hay una chica.
Dylan
asintió con la cabeza.
Sí.
Había una chica. ¿Y qué pasaba con la chica?
-Sí-añadió
al ver que yo no hablaba después de un minuto-. Suele haber una chica.
-Ya-sonreí,
notando cómo se me subían los colores. Joder. Seguro que pensaba que era
imbécil-. Es lo que tiene este planeta, que está lleno de chicas. ¿Te lo puedes
creer? Está lleno de ellas, y en los demás no hay ni una sola-y solté una
risotada. Dylan intentó sonreír, pero le salió una mueca de preocupación. Creo
que pensaba que me drogaba, o algo así.
-¿Seguro que no quieres hablar con tu madre?
-Es
que ella también es una chica. Y necesito un poco de perspectiva. Se pondría de
su lado sin rechistar. Las chicas hacen piña-y de qué manera. Me lo habían
demostrado Pauline y Chrissy, Mary y Diana, Eleanor y Amoke. Todas se habían
puesto del lado de Sabrae en cuanto se enteraron de que teníamos movida.
-Vale.
Pensé
en Mary, en cómo me había puesto en mi sitio cuando empezaba a descontrolarme
demasiado.
Pensé
en Eleanor, en cómo había sacado a Sabrae de casa para tratar de distraerla.
Pensé
en Pauline, en cómo se había puesto de su lado, su negativa a acostarse conmigo
sólo porque eso le haría daño a Sabrae.
Pensé
en Diana, poniendo canciones que me invitaran a acercarme a ella.
Pensé
en Amoke, marchándose del patio en cuanto yo le dije que Sabrae tampoco me
tenía a mí, y que estaba sola.
-Así que… la chica-me animó Dylan, al ver que
yo no hablaba. Joder. Seguro que me metía en un centro de educación especial
después de esta charla. Si no acababa creyendo que a mí me faltaba una cocción,
era porque le faltaba a él. Y él era arquitecto. No podía faltarle ninguna
cocción.
-Sí.
La chica. Es increíble, ¿vale?-solté, y Dylan asintió-. Partimos de la base de
que es increíble. O sea, me había fijado un par de veces en ella, pero digamos
que nos hemos acercado estos últimos meses. Hemos tenido sexo, y tal, y guau. La verdad es que es genial-frena, Alec, frena, a tu padrastro le da
igual cómo sean los polvos que echas con Sabrae, me dije a mí mismo, pero
yo ya no podía parar. Estaba vomitando palabras y era incapaz de retenerlas
conmigo-. Disfruto un montón con ella, y creo que ella conmigo también, y
tenemos unas conversaciones súper profundas, y… no sé qué me pasa. Perdón-me
eché a reír, nervioso, y Dylan sonrió.
-Se
te ve interesado.
Clavé
los ojos en él.
-Ella
me importa-le aseguré-. Muchísimo. En
Nochevieja estuve con ella toda la noche. No hicimos nada. Se emborrachó. Creo
que habríamos hecho bastante si ella no se hubiera puesto así. Me costó
controlarme, pero lo conseguí. El caso-me aclaré la garganta-, es que me he
peleado con ella, aún no sé del todo bien por qué-porque aquello trascendía a
nuestra discusión, iba mucho más allá de lo que yo le había gritado a sus
amigas. Traía cola ya de antes-. Y la echo de menos. Es que la cuidé en
Nochevieja, y les eché la bronca a sus amigas por pasar de ella. Y les pareció
mal. Pero creo que también nos hemos peleado por otras cosas. Y yo… pues no sé
qué hacer. Cada vez que hago algo, la cago. Así que, ¿qué crees tú que debería
hacer?
Dylan
se pasó la mano por la mandíbula, y su barba emitió un suave sonido rasgado.
-Dile
lo que sientes.
-Creo
que ya lo sabe.
-¿Crees?
-No
sé si puedo decírselo.
-¿Por
qué?
-Porque
cuando estoy con ella, me muero de ganas de comerle la cara.
Dylan
se me quedó mirando.
-Y de
lamerle el cerebro.
Dylan
parpadeó.
-Me
gusta por dentro y por fuera. Le lamería el cerebro si pudiera-espeté-. Y si
eso no la matara, claro. No le voy a hacer nada a su cerebro.
-Casi
mejor, sí.
-¿Qué
crees que debo hacer, Dylan?
-Decírselo.
Lo del cerebro también. A las mujeres les gusta reír.
-No
puedo decirle lo del cerebro. Se asustaría. Es un poco de psicópata. No sé por
qué coño lo he dicho ahora.
-Hay
formas más sutiles de decirles a las chicas que les quieres lamer el cerebro,
Al.
-¿Por
ejemplo?
-Por
ejemplo, que estás enamorado de ella.
-Pero
las cosas están muy mal con Sabrae. Además, eso ya lo sabe. Lo que ella no sabe
es que… lo siento mucho. Incluso cuando creo que lo he hecho bien, y no lo
lamento en absoluto, y lo volvería a hacer, lo siento mucho.
-¿Sabrae?-preguntó,
y yo tragué saliva y asentí despacio con la cabeza.
-Sí.
Sabrae Malik. La hermana de Scott. Esa Sabrae.
-Vaya.
-Sí.
-Tienes
buen gusto.
-Gracias.
-Pues…-Dylan
se rascó la barbilla-. Dile que la echas de menos. Que te importa. Que no
quieres que una tontería os separe. Que te dé otra oportunidad. Pídele perdón.
-Pero
el problema es que si le pido perdón, estaría quedando como un cínico. Porque
yo no creo que haya hecho nada mal con sus amigas. Creo que he hecho bien
tratando de protegerla de sus amigas.
-Da
igual-sentenció Dylan-. Tú pídele perdón igual. Si tú estás así por ella, estoy
seguro de que ella también estará así por ti. Eres un sol, Al. Cualquier chica
se sentiría aliviada de que le pidas perdón, aunque sea por una tontería o no
sea sincero.
-Sí
sería sincero. Yo sólo quiero arreglarlo.
-Pues
entonces, hazlo. Seguro que a ella le alivia también que te animes a dar el
primer paso. No dejes que el orgullo se interponga en tu bienestar. Si un “lo
siento” es lo que te impide ser feliz, tienes mucha suerte. Hay un montón de
gente que no lo tiene tan fácil.
Asentí
con la cabeza. Sí. Tenía sentido, mucho sentido. Sólo eran dos palabras. No
podía ser tan difícil.
El
único problema era que tenía que encontrar la forma de ser sincero con ella sin
mentirme a mí también. Tenía que encontrar algo por lo que disculparme para
recuperarla, algo que yo lamentara y ella quisiera reprocharme.
-¿Y
si me dice que no me perdona?
-La
pelota ya estará en su tejado-se encogió de hombros y alzó una mano-. Pero, Al…
¿de verdad crees que hay una posibilidad de que ella no lo haga?
Me
miré los pies. Pensé en todo lo que nos había pasado a lo largo de esa semana.
La discusión. El mordisco. El beso nocturno. Su “me haces daño”. Mis intentos
de acercarme a ella, y cómo ella me había dejado en un principio. Quería eso.
Me quería cerca. Su cuerpo y su corazón me anhelaban, era su cerebro lo que me
rechazaba, su lado más racional.
Sonreí.
Las disculpas van derechas al corazón, no pasan por el cerebro. Negué con la
cabeza.
-Gracias,
Dyl-susurré, levantándome. Dylan me dio una palmada en el hombro.
-Mantenme
informado, ¿quieres?
-Vale.
-Y ya
sabes que estoy aquí para lo que necesites, ¿vale?
-Sí.
Gracias.
-No
hay de qué, hijo. Para eso estoy.
Me
dirigí hacia la puerta, pero me detuve antes de atravesarla. Me giré y lo miré.
Dylan alzó las cejas, animándome a que le planteara mi siguiente duda. Sonrió
cuando crucé la habitación y le di un fuerte abrazo.
Dylan no sólo estaba para mi madre y para mi
hermana. También lo estaba para mí. Era más padre mío que el hombre que me
había engendrado.
Él me
devolvió el abrazo, visiblemente emocionado. Me acarició la espalda, me dio
unas palmaditas y jugueteó con mi pelo. Me sentí su niño a pesar de ser más
alto que él. Recordé lo cercanos que éramos cuando todavía no había nacido
Mimi, lo mucho que yo lo consideraba mi rincón seguro por el esmero que ponía
al cuidarme aunque no tuviera ni idea de cómo hacerlo. Lo intentaba. Y a mí me
bastaba.
Incluso
después de que Mimi naciera, Dylan y yo habíamos seguido siendo el padre y el
hijo que yo nunca había sido con nadie. Supongo que estaba disfrutando conmigo
de lo que nunca había pensado que
tendría, hasta que Mimi creció y dejó de ser un aburrido bebé para pasar a
convertirse en una niña tímida pero graciosa, retraída y a la vez cariñosa,
indefensa y a la vez útil. En ella, Dylan tenía una hija propia con el que no
tenía que fingir que era padre, sino que lo era y punto. Puede que eso fuera lo
que nos distanció.
O
puede que fuera yo mismo quien se alejó de él.
-Te
quiero, papá-susurré, y él se detuvo un segundo. Pensé que no me había oído. Y
luego, estuve seguro de que lo hizo. Me estrechó un poco más contra él y me dijo
que también me quería. Cuando nos separamos, tenía los ojos húmedos, en parte
por lo que acababa de decirle y en parte porque sabía que yo tardaría en volver
a llamarle así. No me salía usar esa palabra con él. Para mí, aquella palabra
tenía un significado horrible, era veneno que se disolvía en mi lengua y me
atenazaba el corazón.
Pero,
de vez en cuando, el monstruo de mi pasado se disolvía bajo la luz del sol, y
Dylan llegaba para recordarme que las palabras no hacen daño, que lo doloroso
son las ideas que vienen asociadas a ellas.
Ahora,
sólo tenía que encontrar la palabra que necesitaba para que Sabrae volviera a
mí y me permitiera volver a ella.
Tardé
varios días, pero finalmente, terminé encontrándola. Fue un viernes, el peor
viernes en la vida de Tommy y Scott. Resultó que a Scott lo habían expulsado
porque le habían pillado saliendo del instituto el día en que soltó a los que
habíamos dejado en el gimnasio después de darles una paliza por lo que le
habían intentado hacer a Eleanor. Tommy había ido a verlo a su casa y Scott
había terminado confesándole que él era el novio secreto de Eleanor, aquel que
se lo había hecho pasar tan mal durante las últimas semanas. Igual que Sabrae y
yo, Tommy y Scott habían tenido una bronca increíble, e incluso habían llegado
a las manos, cosa que nadie creyó posible. Tommy le había dado un puñetazo a
Scott y se había largado de su casa. Llevaban sin hablarse desde entonces, y
habíamos pensado que lo mejor para hacer que se reconciliaran sería hacerles
una encerrona y llevarlos a jugar al baloncesto juntos. Con el contacto,
tendrían que hablar, y nosotros ocasionaríamos ese pequeño Big Bang que su
amistad necesitaba para hacer borrón y cuenta nueva. Se verían, hablarían, se
perdonarían y todo volvería a la normalidad, y puede que yo incluso aprovechara
ese momento de reconciliación para animarme a dar un paso al frente con Sabrae.
Todo
nos salió mal. Scott y Tommy no sólo no tenían ganas de reconciliarse, sino que
aprovecharon cada oportunidad que se les ponía por delante para hacerse faltas,
lanzarse pullas y tratar de despertar una respuesta violenta en el otro. No era
ése el ambiente que yo necesitaba.
Los
habíamos metido en el mismo equipo, pero eso no había impedido que aun así
siguieran insultándose cada vez que podían.
-Sí,
Tommy-se burló Tommy, imitándome-. Pásale el balón a Scott, comparte con él la
pelota igual que a tu hermana.
-Mira a ver si te metes la lengua donde te
quepa. ¿O tengo que ir a buscar a Megan para que la mantenga ocupada?
Eso
había sido un golpe bajo. Diana y Tommy estaban también a la gresca porque él
se había acostado con Megan (un figura, mi amigo, aunque en su defensa diré que
habían acordado darse carta blanca en la relación mientras Diana estuviera en
Nueva York, y ella se había acostado con varios tíos mientras estaba en casa,
así que…), así que aquella frase no fue un incentivo, precisamente, para que él
y Scott se reconciliaran.
Perdimos
contra un equipo desequilibrado no sólo porque no hubiera nadie concentrado en
el juego, sino porque Tommy y Scott estaban más que dispuestos a boicotearlo
incluso entregándole la pelota a Max, que estaba en el equipo contrario, todo
con tal de no pasársela.
Y yo
no pude más. Creo que en el fondo, intuía lo que iba a venir, y no quería
quedarme para verlo. Lancé la pelota al suelo con tanta fuerza que rebotó y se
alzó en el aire varios metros por encima de mi cabeza.
-¡SE
ACABÓ!-bramé, y todos dieron un brinco y se me quedaron mirando-. ¡Puedo
entender que estéis cabreadísimos el uno con el otro! ¡Joder, hasta yo estoy
cabreado con vosotros porque…! ¡Sí, Scott, joder, no tenías por qué habernos
mentido, somos tus amigos y tenemos derecho a saber lo que te pasa! ¡Y sí,
Tommy, joder, no tienes por qué meterte en la vida de tu hermana o en la de Scott
sólo por el hecho de que estén juntos y ella sea… bueno, tu hermana! ¡Quiero
que nos llevemos bien todos con todos! ¡Por eso estamos aquí! ¡Y si no vais a
hablar, pero sí a transmitirnos malas vibraciones al resto, pues… ¿qué queréis
que os diga?! ¡Sabéis dónde está la puerta!
Creí
que eso les haría recapacitar. Pero no. Scott se encaminó hacia su chaqueta,
Tommy le empezó a pinchar, y cuando quisimos darnos cuenta, estaban enzarzados
en una encarnizada lucha en el suelo, mordiéndose, abofeteándose, pegándose
puñetazos y también patadas. Nos costó muchísimo separarlos, más incluso que a
los del gimnasio separarme de Sergei.
Estaba
tan cabreado que ni me quedé para ver cómo los sacaban de allí. Fui al piso
superior, cogí los primeros guantes que encontré, y me afané en destrozar otro
saco de boxeo. Pensaba en Scott y en Tommy, en lo que se estaban haciendo.
Y
pensaba en mí y en Sabrae, en lo que nos estaban haciendo.
A
estas alturas, estaba seguro de que mis amigos habían atravesado un punto de no
retorno y nada volvería a ser lo mismo. Me abracé al saco y luché contra él
hasta descolgarlo, lo cual tenía incluso más mérito que con el anterior, porque
éste era nuevo, y lo destrocé estando en el suelo. Combatía contra la rabia de
Scott y Tommy, combatía contra los esfuerzos de Sabrae por tratar de apartarme,
y combatía contra mi debilidad por consentir que ella nos alejara.
Se
había acabado para Scott y Tommy. No quería que se acabara también para mí y
Sabrae. La quería siempre conmigo. La necesitaba conmigo. Ella había hecho de
mí una versión mejorada de mi antiguo yo.
De
modo que, cuando terminé con el saco, me senté sobre él y contemplé mi reflejo
sudoroso en el espejo. Jadeante, me quité los guantes y los lancé bien lejos.
Me fui a mi casa con la noche como única acompañante, puesto que mis amigos se
habían ido para ir con Scott y Tommy a sus respectivas casas, asegurándose de
que no volvieran a enzarzarse en ninguna pelea.
Cuando
entré en mi habitación, mi mano fue a tiro fijo hacia el móvil. Lo saqué, entré
en la conversación con Sabrae, e ignorando la frase en gris, “última vez
recientemente”, empecé a escribir.
Las
palabras te hacen daño por la idea que asocias con ellas. Por lo demás, son
inofensivas. Puedes transformar la palabra “tigre” en un gatito, y no tenerle
miedo. Puedes transformar la palabra “odio” en una nube del cielo, y hacer que
pierda su significado. Puedes transformar la palabra “amor” en una tabla de
salvación, y recuperar todo lo que habías perdido y tanto te importaba.
Y
puedes coger un “perdón”, y lanzar sobre él todo lo que te gustaría que fuera
diferente. Lo que lamentas no tener, y las acciones que te lo han quitado. Y
entonces, ya no es mentir. Eso fue lo que hice yo esa noche: escribir el “lo
siento” más largo y sincero de la historia, volcar mi alma en aquellas
palabras, darles forma sólo con mi esperanza de que las cosas fueran a mejor.
Cuando estás hundido, sólo puedes ir hacia arriba.
Si no
le enviaba ese mensaje, lo lamentaría toda la vida. Por lo menos, tenía que
intentarlo. Así que, cuando creí que había terminado de decirle a Sabrae todo
lo que sentía, sin querer leerlo por si me echaba atrás, presioné la tecla azul
de enviar y vi cómo el mensaje verde mostraba primero un pequeño reloj, y luego
un tick verde.
Contuve
el aliento, diciéndome que había cometido una locura, y entonces…
… la
frase debajo del nombre de Sabrae se volvió azul. En línea. Al tick verde lo acompañó otro.
Durante
un angustioso minuto, creí que Sabrae había entrado en el mensaje, lo había abierto,
y había cambiado de conversación para no tener que seguir aguantando mis
gilipolleces.
Entonces,
ella empezó a escribir.
Se
detuvo.
La
pantalla de mi teléfono se puso en negro un segundo, y luego, dos círculos
aparecieron en la mitad inferior. Uno verde, otro rojo.
Y, en
la mitad superior, un nombre. El único nombre que yo quería leer entonces.
Sabrae.
No dejé ni que sonara el primer timbrazo. Me
llevé el móvil a la oreja y jadeé:
-¿Sabrae?-pregunté,
esperanzado. No podía ser tan fácil. Quizá fuera su hermana. Quizá fuera Scott.
Quizá fuera su madre. Quizá…
-Alec-jadeó
ella, y escuché el sonido más hermoso que jamás había oído nunca. Mi nombre,
combinado con una sonrisa.
No
puede ser tan fácil.
No ha sido fácil, gilipollas. Has estado sin
ella dos semanas. Es un milagro que hayas sobrevivido.
-¿Podemos
vernos?-preguntó, y yo asentí con la cabeza, como un gilipollas.
-Sí.
Sí. Claro que sí. ¡Sí!
Sabrae
se echó a reír.
-Me visto y voy para tu casa.
-No.
Tardaremos menos si nos encontramos por el camino. ¿En el parque? ¿En diez
minutos?-sugirió.
-Claro,
bombón. Bueno, voy a…
-Espera-me
pidió, y yo jadeé.
-¿Qué
pasa?
-No
cuelgues todavía, yo… quiero oírte un poco más. Hace mucho que no te oigo.
-¿Que
no me oyes…? Nos hemos visto en el instituto. Y a mí no me basta con eso.
-No
me refiero a hablar. Me refiero a… respirar-confesó, y supe que se había puesto
colorada-. Me gusta escucharte respirar. No todo el mundo puede hacerlo.
Me
quedé tumbado en la cama, con el teléfono pegado a la oreja, con una sonrisa
boba en los labios.
-¿Sabrae?
-¿Sí?
-A mí
también me gusta escucharte respirar-la escuché sonreír-. ¿Qué te parece si nos
escuchamos respirar en persona?
Dejó
escapar una leve exhalación. Y entonces, me dijo la palabra más hermosa del
mundo, la que superaba incluso a mi nombre escapándose de sus labios mientras
se los mordía, presa del placer. La que me había negado hacía casi un mes.
-Sí.
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆
Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
Flipo contigo Erika tía, es que flipo contigo.
ResponderEliminarHa sido sin duda alguna de los mejores capítulos de la novela hasta ahora pero sin duda alguna vamos. Has sido capaz de sintetizar todos los momentos importantes que han llevado a Alec a lanzarse por fin sin que resultase atropellado y manteniendo en todo momento la magia que tienes al escribir.
Real que me ha jodidamente encantado todo el condenado capítulo, desde los momentos con Crissy y Pauline que mira de verdad voy a darles un morreo a ambas hasta la conversación con Dylan y el momento lamida de cerebro, de verdad que no puedo con este chaval.
Me ha parecido sublime el momento en el que Alec le suelta a Sergei la paliza que lleva mereciendose desde que abrió por primera vez la boca en la novela y el momento con Jordan. Me he puesto a llorar y todo imaginandome a mi pequeño tesorito llorando como un bebé con el corazón roto meintras se comía una hamburguesa.
A pesar de ellos la guinda se la lleva el momento final ES QUE AHEBAJAOQOPQDIBZNAJSDH TIA NO PUEDO DE VERDAD. No se como lo hacen pero es que son demasiado puto monos para este mundo jdoer. Necesito leer ya la conversación y necesito que duerman juntos por primera vez ya. Es cuestión de vida o muerte. No puedo maaaas.
erika el mejor puto capitulo de tu puta vida, te digo
ResponderEliminarla parte final SIIIIIIIIIIII CHICOS UFFFFFF
y la parte del mcdonalds es que uf... cuquisima les amo
y sergei se lo tenia bien merecido, desde el ultimo capitulo en que salio ya me daba mala espina EN FIN bueno que les amo y que me voy AL SIGUIENTE CAPITULO ASDJHAOSDJALKDJALKJD
uf y la de dylan............les amo tambien
Eliminarvale vuelvo, y han pasado como dos minutos, para decirte que estoy CHILLANDISIMO por el capitulo siguiente ya me voy
ResponderEliminar