domingo, 7 de abril de 2019

Terapia.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Todo calor corporal que consiguiera retener conmigo era poco. Seguía en la cama de Scott, a la que había vuelto nada más desayunar, porque no podía soportar el meterme en mi habitación. Estaría demasiado sola, y no podía arriesgarme a estarlo además de sentírmelo.
               Quien dijera que los corazones rotos se curaban estando en la cama y con alguien rodeándote la cintura, tenía razón a medias. En mi pecho ya no sentía  ese fuego rabioso que había ardido en mi interior el día anterior, cuando me había pasado la mañana llorando en la biblioteca y la tarde discutiendo con Alec y luego lamentándome de las cosas que le había dicho, pero que dentro de mí no hubiera un incendio no significaba que el lugar donde se encontraba mi alma estuviera adecuado a ella.
               Seguía encogida en posición fetal, hecha un ovillo entre las mantas que desprendían el aroma familiar, a hogar, del cuerpo de mi hermano, mientras miraba mi teléfono con un poco más de desesperanza con cada segundo que pasaba. Después de despertarme había disfrutado como nunca antes de esos gloriosos seguros en los que no te afecta nada y te sientes como en el aire: toda tu vida es perfecta, tus problemas aún no han caído sobre ti. Tenía el brazo de Scott rodeándome la cintura y su respiración acariciándome despacio las mejillas. Todo iba bien: tenía todo lo que necesitaba al alcance de mi mano, rodeándome, y pronto podría girarme, coger mi teléfono y celebrar la llegada de un nuevo día con un mensaje de “buenos días” al que ya me había acostumbrado tanto que lo daba por sentado. Demasiado por sentado.
               Mi mundo comenzó a resquebrajarse poco a poco cuando me di cuenta de por qué estaba durmiendo con Scott: no es que requiriera de ninguna ocasión especial para meterme en la cama de mi hermano; las veces que había empezado a dormir en casa mientras me acostumbraba a mi apellido y mi familia lo había hecho con él. Pero, con el paso del tiempo, aquellas visitas a la cama calentita, mullida y cómoda de Scott se habían terminado reservando sin pretenderlo ninguno de nosotros dos a momentos en los que nos apeteciera ejercer de hermanos, alguno de los dos necesitara urgentemente mimos, o simplemente estuviéramos enfermos y con los ánimos un poco bajos, a la altura de las defensas.
               No tuve que comprobar mi estado de salud en un chequeo rápido para recordar por qué estaba allí, pero conseguiría sobrevivir. Mientras esperaba a que Scott se diera la vuelta y dejara de aprisionarme con su brazo, me descubrí con un ánimo nuevo, mejor, más tendente a perdonar. Visto en perspectiva, con la sangre un poco más templada ahora que había pasado el tiempo, empezaba a pensar que puede que hubiera exagerado un poco con mi reacción del día anterior. No con mis amigas (que puede que también, pero no era eso lo que me preocupaba), sino con Alec. Rememorando lo que me había dicho durante la discusión y las veces que habíamos hablado, me dije a mí misma que yo era importante para él y él había actuado en consecuencia, que no se había impuesto a mi voluntad, sino que simplemente la había suplido cuando yo no había podido ejercerla.
               La noche me había hecho una pregunta durante mis sueños, y la mañana me había susurrado la respuesta con la delicadeza del contorno de las nubes recortándose contra el dorado del cielo al amanecer: ¿acaso no habría hecho yo lo mismo por él?
               Sí. Claro. Era poco probable que yo me encontrara en la misma situación que él se había encontrado conmigo, por todo ese rollo de mi género y el mundo en el que había nacido y cómo estaba asquerosamente diseñado, pero de haber estado cambiadas las tornas, yo también habría protegido a Alec como él me había protegido a mí. Y yo también me habría molestado con sus amigos si ellos hubieran provocado aquella situación.
               Así que, de la misma forma en que yo había cambiado de opinión, esperaba que él hubiera cambiado la suya. Se habría levantado igual que yo, con el mismo humor renovado, dispuesto a hacer las paces o puede que con ganas de fingir que no había pasado nada. Cogería mi teléfono, lo desbloquearía, y me encontraría con un delicioso mensaje suyo en el que me enseñara las dos cosas que más hacían que levantarse por la mañana mereciera la pena: el sol levantándose y desparramando una preciosa paleta de colores por el lienzo infinito del cielo…
               … y él. Él sonriendo, él un poco somnoliento, con voz ronca dándome los buenos días, bombón.

               Cuando cogí mi teléfono, imaginándome ya la versión nueva del mensaje y con los dedos listos para teclear mi respuesta cargada de emoticonos de corazones que demostraban que lo que había pasado el día anterior pertenecía al pasado, en mi mente había una sonrisa.
               Una sonrisa que se congeló al comprobar que Alec no me había enviado nada. Se me secó la boca al comprobar que su última conexión había sido muy poco, escasos minutos, y que no había nada bajo ninguna barrera con la leyenda “mensajes sin leer”. Noté una dolorosa opresión en el pecho que hizo que me quedara sin aliento, una opresión que me obligó a hundirme de nuevo en la cama, en busca del calor de mi hermano.
               Me latía el corazón a mil por hora cuando él se despertó, pero conseguí disimular mi decepción como sólo podemos las mujeres con el corazón roto. Le dediqué a Scott una sonrisa triste y asentí con la cabeza cuando me preguntó si había dormido bien: al menos en eso no tenía que mentirle.
               Habíamos bajado a desayunar, y yo conseguí meterme unas cuantas cucharadas de cereales con chocolate en mi estómago revuelto antes de decir que estaba cansada y que me echaría otro poco en la cama. Ni siquiera me planteé la posibilidad de irme a mi habitación: me había ido derecha de vuelta a la de Scott.
               La habitación de Scott había sido el centro de mi mundo una vez, así que era lógico que también se convirtiera en mi refugio entonces. Ahora que el mundo entero daba vueltas a la velocidad de la luz, lo último que necesitaba yo era alejarme más del centro y verme arrastrada fuera, a los confines del universo, mientras todo se desmoronaba.
               Una parte de mí se volvió contra mi versión del día anterior; había exagerado demasiado, le había dicho cosas horribles a Alec, cosas que él no podía perdonarme, como era evidente por la falta de mensajes. Él me había dicho cosas horribles también, sí, pero me sentía tan perdida y tan mareada y tan sola que no podía hacer otra cosa que no fuera echarme la culpa a mí misma de todo lo que había sucedido. Incluso empecé a considerar que si me había emborrachado, había sido también cosa mía. Podría haberles dicho a mis amigas que no quería beber más. Podría haberme negado. No debería haber cedido con tanta facilidad. Era, como Alec decía, fácil de convencer. Si hubiera intentado decirles que no con más firmeza, ellas no habrían insistido y todo esto no habría pasado.
               Era culpa mía. Si no hubiera dejado que mis amigas me emborracharan como lo hicieron, Alec me habría enviado un mensaje esa mañana, yo tendría planes con ellas para aquella tarde, y ya nos habríamos visto desnudos. Tendría recuerdos a los que agarrarme; habría empezado bien el año, en sus brazos, dejando que me poseyera, y podría rememorar cada caricia, cada beso y cada jadeo suyo mientras yo estaba encima de él o él estaba encima de mí.
               Me empequeñecí un poco más, entreabriendo los ojos lo justo y necesario para clavar la vista en la ventana de la habitación de Scott. Siempre me había gustado su ventana; tenía un banco precioso que él no había ocupado con libros o con peluches, como sí habíamos hecho Shasha, Duna y yo con las nuestras, y siempre podía sentarse a dibujar o simplemente a escuchar música mientras observaba el mundo más allá de nuestra casa. Era un lugar de esperanza.
               Toda la habitación de Scott era un lugar de esperanza y plenitud. Había vuelto a ser mi zona segura, ahora que no tenía a la persona que mejor encargaba mi puerto de la esperanza conmigo.
               Recogí de nuevo el móvil y lo desbloqueé una vez más, notando cómo la opresión en mi pecho aumentaba al ver que seguía sin recibir nada. Alec había vuelto a conectarse hacía poco, pero ni por ésas nuestra conversación había ido a más. Fuera lo que fuera lo que le tuviera entrando y saliendo de Telegram, estaba claro que no éramos ni sus ganas de ver si le había respondido a algún mensaje, ni yo.
               Dejé de nuevo el móvil en la mesilla y me di la vuelta hasta quedar con la cara bien pegada a la pared. Cerré los ojos, tiré de las mantas un poco más hasta cubrirme por encima de la nariz, y lancé un tremendo suspiro en el que se me escapó un trocito rasgado de alma. Se me había ido resquebrajando con cada grito que Alec y yo nos habíamos dedicado el día anterior, pero no había sido hasta que no me desparramé, creyéndome segura, en la cama de Scott, en compañía de mi hermano, cuando los trocitos dejaron de luchar por estar juntos y comenzaron a soltarse.
               Se abrió la puerta de la habitación y por ella entró mi hermano, que se me quedó mirando un momento, probablemente sorprendido por encontrarme allí. No acostumbraba a volver a su cama una vez que había salido de ella para ir a desayunar: normalmente, las noches que compartíamos se reducían a su esencia de noche. Llegada la mañana, cada uno se volvía a su habitación y hacía lo que tuviera que hacer en la intimidad, ya fuera dormir, mirar al techo con aire nostálgico, ver algo por internet o simplemente responder mensajes. ¡Si yo misma había regresado a mi habitación después de Nochevieja, con lo resacosa que estaba! Aquello no cuadraba, y que yo no hubiera abandonado la cama que estaba ocupando sin tener ningún derecho a ello descolocó un poco a Scott, que dio un par de pasos vacilantes hacia mí.
               Me aferré instintivamente a las mantas por debajo de éstas, suplicándoles a los cielos que por favor, por favor, Scott no me pidiera que me marchara. La sola idea de quedarme sola también en mi habitación me aterrorizaba. No podía meterme en mi cama y pensar en que no olía a nadie porque Alec no había estado en ella. No podía meterme en mi cama y ahogarme en el océano seco de los recuerdos que compartía con él y que ahora estaban rotos. No podía ir a mi cama y meterme en ella y quedarme aún más sola, porque que Alec no me hubiera enviado ningún mensaje pidiendo una tregua o por lo menos probando si había posibilidades cuando jamás había entrado en mi habitación me resultaba simplemente insoportable.
               Las cosas se me habían ido de las manos, y yo había sido una tonta diciéndole a Alec que me arrepentía de haberme enamorado de él. No lo hacía. Puede que me doliera, puede que me trajera muchos disgustos, pero por cada inconveniente que me producían mis sentimientos por él, venían mil ventajas. Las mañanas con dolor de cabeza por la falta de sueño no eran nada comparado con las madrugadas hablando hasta que incluso la Luna se aburría de nuestra conversación. Las clases contando las horas para que llegara el recreo y poder verlo no eran nada comparado con la cálida sensación que me recorría por dentro cuando él me encontraba entre la gente, me sonreía y me guiñaba un ojo.
               Las ligeras molestias que sentía cuando empezábamos a hacerlo y mi cuerpo tenía que acostumbrarse a la presión del suyo no eran nada comparado con la sensación de sentir su aliento en mi cuello y la forma en que jadeaba mi nombre cuando llegaba al cielo, con sus dientes en mi oreja, su virilidad en mi interior, sus manos en mis caderas, impidiéndome marcharme, como si fuera a irme a ningún sitio.
               Yo no me había ido a ningún lado.
               Pero sí le había empujado bien lejos de mí.
               Nunca le había visto enfadado y Alec no era rencoroso. Él mismo reconocía que, aunque pudiera parecer que no tenía paciencia, una cosa era el chispazo del pronto con el que todo el mundo nacía, y otra muy diferente era la rabia que podía correrle por las venas. Me había dicho que había estado realmente enfadado muy pocas veces a lo largo de su vida, y que como siempre habían sido con la misma persona, había llegado a la conclusión de que era ese ente misterioso del que no había querido hablarme “para no estropearnos la noche” el que tenía algo que a él le hacía saltar. Que no podía enfadarse de verdad con otra gente. Que, si le molestaba algo, enseguida se le pasaba. Que nunca había estado más de quince minutos molesto por nada.
               Supongo que yo tenía el dudoso honor de ser la segunda persona que conseguía sacar a Alec de sus casillas y llevarlo al límite de su paciencia casi infinita. De no ser así, lo de los vídeos era inexplicable. Que no intentara luchar era inexplicable. Que hiciera caso de las cosas horribles que le había dicho (que no quería verle, que me daba asco, que no se me acercara) sólo tenía una única y terrible explicación: había conseguido enfadarlo como no lo habían enfadado antes.
               Scott se sentó a mi lado en la cama, con los pies aún en el suelo y el torso vuelto hacia mí, y se apoyó en mi costado para comprobar que estaba despierta. Apreté un poco más los ojos, pero aunque los tuviera cerrados no conseguiría engañar a mi hermano. Scott se mordisqueó el piercing y me apartó los rizos de la cara, asegurándose así poder ver mi rostro y analizar mis expresiones a medida que habláramos. Sabía que algo iba mal. No sabría decir qué, pero Scott intuía como sólo pueden hacerlo los hermanos mayores que me había pasado algo grave, lo bastante grave como para que yo no quisiera irme a mi cama, como para que tratara desesperadamente de extender la noche que habíamos pasado juntos y que tanto alivio me había aportado.
               -Saab-susurró con un deje oscuro, preocupado, en su voz, y yo tragué saliva y me acurruqué un poco más, intentando esconderme debajo de las mantas, pero él me lo impidió.  Se mordisqueó el labio en ese gesto tan típico de preocupación suya mientras las yemas de sus dedos bailaban en mis mejillas como si estuvieran en un concurso de patinaje sobre hielo-. ¿Estás bien?
               -Sí-murmuré en un hilo de voz, voz que me sorprendió tener. Lo estaba perdiendo todo: a mis amigas, al chico del que estaba enamorada, la vida tal y como la había conocido… no me extrañaría perder también la voz. ¿No había historias circulando por ahí de gente que había perdido el habla después de enfrentarse a un trauma? El cine estaba lleno de niños que no hablaban por cosas terribles que les habían pasado de pequeños. Puede que a mí me estuviera pasando lo mismo; a fin de cuentas, si no tenía nadie con quien hablar, a quien contarle mis miedos y con el que compartir mis alegrías, ¿de qué servía mi voz?
               Lo único que me quedaba era mi familia, pero temía que aquello no fuera suficiente.
               -¿Seguro?-insistió Scott, asentándose un poco más cerca de mí, de forma que su cuerpo protegiera el mío de cualquier mal. Scott haría de pantalla entre lo que quisiera hacerme daño y yo, como siempre había sucedido, desde la primera vez que nos vimos.
               El problema era que él no podía protegerme de los males que no tenían cuerpo, y tampoco de los que nacían en mi interior.
               -Sí…
               -No me lo parece, pequeñita-respondió, frotando su nariz con mi mejilla como si fuéramos esquimales y yo me negara a darle un beso que a él le pertenecía por derecho. Sonreí un poco con su contacto; era el efecto que Scott tenía en mí. Mis problemas no parecían tan imponentes cuando estábamos cerca, porque él conseguía sacarme una sonrisa incluso en los momentos más difíciles. Sabía que siempre lo tendría ahí para mí, y era un consuelo cuando te sentías sola.
               Aunque me sintiera completamente desdichada, como una princesa de cuento en el punto en que tocaba fondo, una parte de mí empezó a iluminarse gracias a él. No es que me fuera a conformar con mi familia, y yo lo sabía: necesitaba a mis amigas y necesitaba a Alec como al aire que respiraba. Ellos eran parte de mí. Me hacían ser Sabrae.
               Pero yo también era una Malik. Y sólo había cinco personas en el mundo que me hacían ser una Malik: Shasha, Duna, mamá, papá… y Scott.
               Mi pequeña debilidad.
               Scott depositó un leve beso de mariposa en mi mejilla y se me quedó mirando.
               -¿Qué tienes?-me acarició el brazo con una mano amiga, llena de calidez y de comprensión. Me mordí el labio y me volví lo justo y necesario para poder mirarlo, y el brillo de sus ojos vibró un poco. Debía de tener un aspecto horrible: ojeras, ojos rojos por las ganas de llorar, la boca torcida en una mueca que no llegaba a ser mueca pero tampoco conseguía ser sonrisa…
               -Estoy disgustada.
               -Me he dado cuenta, Einstein-Scott me sacó la lengua y yo no le correspondí. Puse los ojos en blanco y me llevé una mano a la cara. Estaba agotada: mi cansancio psicológico por el continuo traqueteo cuesta debajo de mis pensamientos comenzaba a filtrarse también a mi cuerpo. Quería dormir, ya no sólo para no tener que enfrentarme a lo que tenía en el mundo, sino para poder recuperar fuerzas. Necesitaba descansar, que mi estómago dejara de retorcerse y mis pulmones aceptaran tomar aire y soltarlo como era debido de una maldita vez. No estaba para tonterías, ni siquiera para las de Scott, por muy bien intencionadas que éstas fueran-. ¿Por qué estás disgustada? ¿Ha pasado algo?
               -No quiero hablar de eso, Scott.
               Scott se quedó callado un momento, puede que considerando el sentido de mis reticencias, leyendo entre unas líneas que yo escribía a regañadientes. Él siempre me había escuchado cuando tenía un problema. Yo siempre había acudido a él cuando tenía un problema, no sólo porque me daba buenos consejos al ser mayor que yo, sino también porque, a veces, lo único que necesitas para empezar a curarte es mirarte la herida y reconocer que está ahí. Pero yo eso ya lo había hecho con Shasha. Si volvía a hablarle de la discusión y del enfado de mis amigas y de Alec, ya no estaría destapando la herida para que se curara al aire; estaría arriesgándome a contraer un montón de enfermedades. Estaría hurgando en ella. Impediría que cicatrizara.
               -Está bien. ¿Quieres que hagamos algo?
               -Sólo quiero dormir, S. ¿Necesitas tu cama?-pregunté, frotándome los ojos y tratando de contener las esperanzas de que Scott me dijera que sí, y acto seguido se metiera a compartirlo conmigo. No hay nada peor que la esperanza, porque es la hermana de la desilusión: yo misma lo había comprobado hacía unos minutos, y aún sufría los efectos de haber visto la otra cara de la moneda.
               -Para nada. Duerme todo lo que quieras. Es sólo que… quedándote aquí, compadeciéndote de ti misma, no vas a conseguir nada. Lo peor que puedes hacer cuando estás triste es quedarte encerrada en casa. Deberías salir a tomar el aire. ¿Por qué no quedas con tus amigas?-sugirió, como si fuera tan fácil. Sonreí, triste, y dejé caer las manos a ambos lados de mi costado.
                Que Alec no hubiera contestado a mis mensajes ni me hubiera dado una alternativa para que lo nuestro continuara y superáramos aquello era incluso peor por el momento en el que llegaba. No tenía nadie con quien comentarlo, nadie que me diera un consejo independiente. Momo era la que siempre se ocupaba de mantener mis demonios a raya, la que me hacía ver cuándo estaba exagerando con un problema y me mostraba las cosas como verdaderamente eran.
               Sentí un pinchazo en el pecho cuando fui plenamente consciente de la íntima relación que había entre lo que me había pasado con Alec y lo que me había pasado con Momo. Sólo Momo podía influir tanto en mí como para que yo me enfadara de aquella forma con él.
               Y sólo Alec podía influir tanto en mí como para que yo me pusiera con Momo como lo hice.
               Por querer defenderlos a ambos a capa y espada y no reconocer los errores de uno frente a la otra y viceversa, había cavado mi propia tumba, demasiado profunda como para salir de ella por mi propio pie y sin nadie al nivel del suelo dispuesto a tenderme una mano para ayudarme a salir.
               -No puedo.
               -¿Por qué no? Tenemos tiempo de sobra todavía; es más, ¡hay que aprovechar las vacaciones! El lunes que viene ya empezamos las clases, así que…
               -Es que me he peleado con ellas, Scott-confesé, dolida porque él no se diera cuenta de a qué se debía mi tristeza. Scott se quedó clavado en el sitio, sin poder disimular su sorpresa. Nunca, en toda la historia, me había enfadado con mis amigas hasta el punto de no poder salir con ellas. Sí que me había pasado haberme peleado con alguna de ellas (especialmente con Kendra) y llegar a casa con ganas de despotricar sobre las gilipolleces que ella decía o hacía, pero la sangre jamás había llegado al río y yo no había visto comprometida mi agenda por las discusiones que pudiéramos tener.
               Si no podía quedar con ellas era que había pasado algo realmente gordo, algo de tal calibre que no podía irme a mi cama, ni tampoco salir para despejarme.
               -Bueno-respondió él en tono resolutivo, era un mago que estaba a punto de sacarse un conejo de la chistera justo después de demostrarle al público que la tenía vacía-. Pues puedes venirte con nosotros, si quieres. Hoy vamos a salir de fiesta. Primero vamos a ir a cenar: te invito yo-ofreció-. Y después te vienes con nosotros por ahí, de marcha. Bailas un poco, bebes otro poquito más, cantas, te emborrachas, te lo pasas bien con nosotros, y…-sonrió al dejarla frase en el aire, pero yo sacudí la cabeza y tiré un poco más de las mantas.
               -Creo que voy a pasar.
               -¿Por qué? ¿Tienes miedo de aburrirte?-bromeó, dándome un codazo-. Venga, mujer, ¡que prometo no darte el coñazo! Te dejaré beber todo lo que quieras, y no protestaré por muy pegada que bailes a ciertos amigos míos-me guiñó un ojo y yo bufé-. Venga, Saab, ¡ven con nosotros! ¿Es que te da palo salir con el rey de la noche que es tu hermano? Nadie te va a molestar, ¡a mis amigos les da igual! Además, vienen todos, y…
               -Por Dios, Scott, ¡ÉSE ES EL PROBLEMA!-chillé, incorporándome y haciendo que él diera un brinco. Ahí estaba de nuevo mi furia ciega, la versión de mí misma que menos me gustaba y más debería ocultar, la gata callejera que se abalanzaba sobre todo el mundo, amigo o enemigo, presa o depredador. Me odié a mí misma por reaccionar así, porque Scott no tenía mala intención, pero es que me había llevado al límite como yo había llevado a Alec.-. ¡No te enteras de nada! Uf-gruñí, airada, y salté de un brinco de la cama y me fui a mi habitación con toda la dignidad que pude conservar, mientras Scott se me quedaba mirando sentado en su cama, completamente alucinado.
               Ni siquiera llegué a tocar mi cama antes de que las primeras lágrimas comenzaran a deslizarse por mi mejilla. A la pésima situación en la que me encontraba con mis amigas y con Alec, se sumaba cómo me había puesto con Scott. Me sentía una absoluta mierda, inmerecedora de todas las ideas que había ido teniendo él para tratar de animarme, y una completa desagradecida.
               Me hundí entre las mantas, casi tan profundo como mi estado anímico, y me abracé al peluche de Bugs Bunny de bebé mientras sollozaba desconsoladamente. Era una caprichosa, una niñata, una mocosa… todas las cosas malas que habían dicho de mí a lo largo de mi vida eran verdad. Por mucho que le hubiera gritado aquello a Alec, la única a la que se aplicaba la horrible frase de “todo lo malo que dicen de ti es verdad” era mi descripción, y no la suya.
               Al menos me había dejado el móvil en la mesilla de noche de Scott. Lo único que podía ponerme peor en ese momento era ponerme a mirar mis aplicaciones de mensajes, sólo para descubrir que todo el mundo seguía con su vida excepto yo.
               Estaba hundida completa y absolutamente, observando todas las cosas buenas que me habían pasado a lo largo de mi existencia desde un filtro dorado de felicidad que se había empañado y ahora estaba cargado de nostalgia, convenciéndome a mí misma de que no me merecía el amor de mi familia y de que terminaría perdiéndolos a ellos también si seguía en este plan, cuando escuché los acordes de una canción que me resultaba familiar atronar los altavoces en la habitación de Shasha.
               Levanté la cabeza de la almohada, que había convertido en un paño de lágrimas especialmente grueso, y miré en dirección a la puerta en el momento en que Shasha abría la puerta de una patada.
               Ni siquiera pude impresionarme por que hubiera decidido desempolvar uno de los discos de One Direction y poner aquella canción, porque acababa de entrar en mi habitación vistiendo botas de vaquera rosas, una boa de plumas del mismo color fucsia chillón, y gafas de sol amarillas provenientes de un disfraz de gallina. Agitando la boa de plumas a tal velocidad que parecían las hélices de un avión, Shasha empezó a cantar a gritos:
               -You know I’ve always got your back girl, so let me be the one you come running to, runnin to, running. I see it’s just a matter of fact, girl, you just call my name, I’ll be coming through, coming through, I’ll keep coming…
               Había empezado a sonreír al ver a mi hermana hacer el payaso de aquella manera, pero cuando vi a Duna aparecer con una peluca platino, zapatos de tacón sobre los que apenas se sostenía, chaleco de tela vaquera y un clutch de mamá que puede que costara más que algunos coches colgado del brazo, solté un alarido.
               -On the other side of the world, it don’t matter, I’ll be there in two, I’ll be there in two,
I’ll be there in two, I still feel it every time, it’s just something that you do, now ask me why I want to…
               En ese momento, Scott apareció por la puerta detrás de mis hermanas, y los tres se abalanzaron sobre mí para sacarme de la cama y empezar a señalarme mientras bramaban a la vez que los (por aquel entonces) cinco integrantes de One Direction gritaban:
               -IT’S EVERYTHING ABOUT YOU, YOU, YOU, EVERYTHING THAT YOU DO, DO, DO, FROM THE WAY THAT WE TOUCH, BA-Shasha me dio un golpe con la cadera mientras daba un brinco-BY- en esa ocasión, se lo dio a Duna- , TO THE WAY THAT YOU-Duna extendió los brazos hacia mí- KISS –se llevó la mano al pecho- ON-la bajó por su costado y se agachó-ME-levantó los brazos al aire y mis hermanos continuaron saltando y gritando la letra de la canción, Shasha ocupándose de la primera parte de las estrofas de Everything about you mientras que Duna se encargaba de las segundas mitades…
               Hasta que llegó la parte de papá, claro, que fue tarea de Scott. Me cogió por la cintura y me levantó en el aire, haciendo que diéramos vueltas sobre nosotros mismos mientras cantaba:
               -All we wanna have is fun, but they say we’re too young, let them say what they want.
               Shasha saltó sobre mi cama y estiró el brazo en pose teatral, con una pierna adelantada a la otra, mientras sostenía una bola de cristal invisible en lo alto y chillaba a pleno pulmón el último estribillo de la canción, ocupándose de la parte de Harry. Arrastrada por el torrente de energía que eran mis hermanos, me uní a ellos y a Louis, Liam, Niall, Harry y papá en el final de la canción.
               Nos quedamos mirando los unos a los otros, jadeantes y con cuatro sonrisas más que hacía tres minutos en mi habitación. Ni siquiera me dio tiempo a mirar a Scott, pues sabía que esto era obra suya y que no me lo merecía, porque empezó una nueva canción cargada de guitarras eléctricas: I should have kissed you.
               Cantamos a gritos la canción, bailamos y brincamos y terminamos saliendo de mi habitación y bajando las escaleras en dirección al piso inferior, en el que los altavoces integrados de la casa seguían reproduciendo el puente de la canción a tope, y llegamos al salón, donde mamá estaba tratando de leer en el iPad. Sobra decir que no pudo leer mucho más: mientras nosotros estuviéramos en el piso inferior y la música siguiera sonando, seguiríamos chillando y bailando y haciendo lo imposible porque mi tristeza se mantuviera bien lejos de mí.
               Todo el mundo hablaba del poder medicinal de la música y su influencia en el mundo era ampliamente aceptada, pero donde había estudios y conocimientos asentados también había verdades incómodas que la gente no estaba preparada para aceptar, y una de ellas era el inmenso poder que tenía el primer disco de One Direction sobre un corazón roto. Entre acordes editados a ordenador, frases escritas entre 10 personas, voces moduladas por programas informáticos y letras repetitivas que no por ello eran peores, mis hermanos y la banda de mi padre consiguieron lo imposible: que me olvidara de que mi mundo amenazaba con desmoronarse, y a consecuencia de ello, éste empezara a reconstruirse solo.
               Estaba exagerando. Claro. Alec estaría enfadado, vale, pero se le acabaría pasando, igual que se me pasaría a mí. Yo también estaba enfadada. Con él, y con mis amigas. Nadie lo había hecho del todo bien en aquella situación. Nadie tenía la razón absoluta. Solo necesitaba tiempo, y las cosas volverían a su sitio. Se me haría eterno el tiempo que tuviera que esperar, pero las aguas volverían a su cauce.
               Eso me decían las letras cargadas de tópicos adolescentes de las canciones de Up all night, unidas a mis saltos y a los coros con mis hermanos llenando la casa… hasta que mis hermanos y yo reclutamos a mi madre y cometimos el tremendo error de ir a golpear la puerta de la habitación de los graffitis en la que se escondía mi padre.    
               -Up all night! Up all night! We’re gonna stay up all night! Up all night! We’re gonna stay up all night! Up all night! Up all…!
               Sin previo aviso, papá abrió la puerta de la habitación en la que se escondía y echó a andar en dirección al vestíbulo, mientras mamá, Duna, Shasha, Scott y yo seguíamos cantando y agitando el puño en el aire.
               Papá abrió la tapa de la caja de los plomos de la casa y bajó el general, sumiéndonos a todos en el silencio.
               -Cojones ya, con la musiquita-bufó.
               -¡Zayn!-protestó mamá, que había tardado en sumarse a la fiesta y claramente quería recuperar terreno perdido.
               -¿Es porque he subido más tus agudos?-preguntó Scott, y papá se lo quedó mirando, puso los ojos en blanco, negó con la cabeza y chasqueó la lengua.
               -Maldito chaval…-musitó, riéndose, y volvió a subir los plomos, pero ya nos había cortado el rollo. Shasha torció la boca, subió con pies pesados a su habitación, desanimada por lo poco que nos había durado la fiesta (el aleatorio de iTunes sólo había tenido tiempo de reproducir cinco canciones, aunque habían sido geniales todas y cada una de ellas y por suerte no nos había tocado ninguna balada lentita), Duna se acurrucó entre las piernas de mamá, y yo me volví para mirar a Scott.
               -Gracias, Shash-reconoció Scott, asintiendo con la cabeza en dirección a nuestra hermana, y ella se volvió y levantó los pulgares.
               -De nada. Necesitaba ayuda profesional.
               -Siento lo de…-empecé, avergonzada por lo bien que me trataba Scott y lo mal que lo trataba yo. Él me puso un dedo en los labios y negó con la cabeza.
               -No es nada. Estoy acostumbrado a que te comportes como una loca. Al fin y al cabo, es lo que estás.
               Le di un empujón a mi hermano, fingiéndome ofendida, y él por toda respuesta me agarró con fuerza, me dio un abrazo y un beso en la cabeza y me dijo que me quería muchísimo, que no me hacía una idea.
               Me quedé en mi habitación hasta la hora de comer, lo cual fue un error por mi parte y la de mi hermano, porque la dopamina del baile y las canciones pronto se disolvió en mi cuerpo y terminó conmigo tumbada en la cama, leyendo sin conseguir interiorizar las palabras, y mirando de reojo la pantalla de mi teléfono cada dos segundos, ansiando que llegara un mensaje con un tono particular, de Momo o de Alec, y aquella pequeña catarsis que había anticipado mientras sonaba Up all night empezara a desencadenarse. No hubo suerte, y cuando bajé a ayudar a preparar la comida y poner la mesa, volvía a tener la moral bastante minada, aunque no tanto como cuando me había despertado, eso sí.
               Conseguí comer un poco, y cuando anuncié que me iba de nuevo a mi habitación, mis padres se miraron un momento, asintieron casi imperceptiblemente con la cabeza, y me dejaron marchar.
               Cinco minutos después, cuando yo estaba a punto de encontrar la página en la que había dejado mi lectura antes de insistir tercamente en continuar pasando páginas del libro como si fuera boba, papá llamaba suavemente con los nudillos a la puerta de mi habitación.
               -Pasa-invité, y él no necesitó que se lo dijera dos veces. Empujó la puerta de mi habitación hasta dejarla completamente abierta y se quedó apoyado en el marco. Vestía vaqueros, camiseta y una sudadera de cremallera. Se metió las manos en los bolsillos del pantalón y se me quedó mirando, y por un momento no pude evitar fijarme en el tremendo parecido que tenía con Scott. O que Scott tenía con él.
               A pesar de que los ojos de mi hermano eran los de mi madre, el resto de su cuerpo lo había sacado de papá, pero no sólo eso: también la voz, también los gestos, incluso algunas expresiones (aunque su preferida, no sé, ¿el agua moja?, era un sello de identidad de mamá), pero sobre todo, sobre todo, la forma en que me miraba como si fuera lo más precioso y delicado del mundo. Incluso cuando los ojos eran completamente distintos (los de papá, castaños; los de Scott, verdosos con motitas doradas), la forma de mirarme era tan idéntica que era fácil confundir a padre e hijo.
               Me mordisqueé el labio y esbocé una sonrisa tímida mientras dejaba el libro sobre la cama, con el lomo vuelto hacia el cielo.
               -Hola, papi.
               -¿Cómo está mi chica preferida en el mundo?-preguntó, guiñándome un ojo, y mi sonrisa se hizo un poco más amplia. Aquella sencilla pregunta me recordó que podía perder a mucha gente, pero entre ellos jamás se contaría a mi padre y él haría lo posible por suplir cada ausencia rellenando los cráteres de balas de cañón con su amor.
               -Bien. Iba a leer-expliqué, señalando el libro, y papá lo miró y asintió con la cabeza, mordiéndose el labio exactamente en el mismo punto en que se lo mordía Scott.
               -Pareces más animada que por la mañana.
               -Lo estoy-me aparté un mechón de pelo detrás de la oreja y entrelacé las manos sobre las piernas cruzadas-. Vuestro primer disco tiene propiedades curativas.
               Papá se echó a reír suavemente.
               -¿Sabes? No eres la primera que me lo dice, y estoy bastante seguro de que tampoco serás la última. Así que…-dio una palmada-. Ya que estás tan bien, y tan entretenida, me imagino que no querrás acompañarme esa tarde a hacer unas cositas, ¿no?
               Dejé la espalda recta y abrí mucho los ojos. ¿Me estaba ofreciendo lo que yo pensaba?
               Papá sonrió, alzó las cejas y arrugó la nariz.
               -Sí, ya me parecía que no querrías acompañar a tu viejo en el curro; a fin de cuentas, tú todavía eres joven, y…
               -¿VAS A GRABAR HOY?-grité, entusiasmada, y papá se echó a reír. Se pasó una mano por el pelo, recordándome que sólo se rapaba cuando empezaba un nuevo disco, y me dolió un poco porque aquel gesto era típico de Alec. Pero, a la vez, no me dolió en absoluto, porque ver a papá preparar una canción nueva era una de mis cosas favoritas en el mundo-. ¡ME CAMBIO Y NOS VAMOS!-salté de la cama, olvidadas todas mis penas, y me abalancé sobre el armario.
               Papá me dejó para que me vistiera, y con el sonido de sus pasos recorriendo la casa en dirección al piso inferior, me quedé plantada delante del armario asistiendo a mi enésima crisis existencial del día. Mientras me decantaba por un peto vaquero negro y me enfundaba un jersey blanco por debajo que combiné con unas medias de topos y botas militares negras, no fui capaz de apartar un pensamiento que reverberaba al fondo de mi cabeza como el sonido de un trueno lejano que se acercaba poco a poco al valle en el que vivía.
               Fueron las medias las que hicieron que el instante de alivio de la oferta de mi padre se evaporara en el aire, al pensar mi subconsciente con crueldad que ahora no tenía de qué preocuparme cuando me vestía y elegía un conjunto que incluyera una prenda así. Nadie me formaría en ellas una carrera mientras recorría mis muslos con sus manos, nadie protestaría por tener que acariciar mi entrepierna por encima de la tela para tentarme, ni nadie gruñiría antes de rompérmelas y penetrarme con un ansia que los dos sentiríamos.
               Podía permitirme el lujo de vestir unas medias tan bonitas porque Alec ya no formaba parte de mis planes. Por mucho que me hubiera dicho a mí misma que las aguas volverían a su cauce, aún era demasiado pronto, no sólo para él, sino también para mí. Lo que nos habíamos dicho aún me hacía daño sobre la piel, con el resquemor típico de un corte que no recuerdas salvo cuando intentas coger cualquier cosa sin recordar que tienes esa herida. Todo mi cuerpo estaba hecho de una fina capa de piel que todavía no servía para protegerme, y era culpa de aquellos mensajes que no habían llegado. Sólo si él venía a casa para hablar las cosas bien, sentados en el sofá, puede que con las rodillas juntas y las manos entrelazadas, sería capaz de perdonarle.
               No era tan estúpida como para pensar que eso sucedería. Por eso me marchaba al estudio de grabación con mi padre. Por eso, y porque necesitaba un poco del éter medicinal que se concentraba en las cuatro paredes insonorizadas de un estudio, al que casi nunca había podido ir.
               Tratando de contar las veces que había visitado a mi padre en el estudio y él había grabado música estando yo presente fue cuando alcancé el segundo mar tormentoso de la travesía del día. Papá era muy celoso de su arte y tan perfeccionista que no soportaba que nadie viera sus proyectos hasta que no sonaran en los altavoces como lo hacían en su cabeza; sólo le presentaba cosas a mamá cuando les  había dado muchas vueltas, o cuando una musa le susurraba al oído y él quería saber si estaba yendo por el buen camino, si mamá consideraba bueno lo que estaba a punto de hacer. Ella había estado muy pocas veces con él en el estudio, siempre embarazada o acompañada de una de sus hijas de bebés.
               Sólo yo había tenido el privilegio de estar en sus brazos mientras ultimaba la canción que llevaba mi nombre y que le había granjeado un Grammy que no dudé en abollar apenas lo trajo a casa y me lo entregó. Y ni siquiera recordaba aquel momento capturado en vídeo y colgado en las cuentas privadas de mi familia, para que sólo nosotros pudiéramos verlo, en el que yo dormitaba sobre el pecho de papá mientras él se balanceaba y terminaba de grabar las últimas pistas de voz secundarias. Mis hermanos y yo habíamos visitado el estudio e incluso grabado con él, pero siendo tan jóvenes que ninguno lo recordaba, y por supuesto no éramos conscientes de lo que sucedía o de la importancia que tenía lo que estábamos haciendo.
               Debían de verme muy mal para pensar en invitarme a ir a grabar. Papá le traía a mamá las canciones terminadas. Se suponía que era su alma gemela, y sin embargo se tenía que conformar con que papá le llevara las primeras demos de las nuevas canciones  la besara y la abrazara mientras ella las escuchaba.
               Me miré en el espejo, sin ver nada que pareciera fuera de lugar y sin embargo sin conseguir que nada encajara del todo. Me toqueteé las trenzas, tiré de mis medias para asegurarme de que los lunares estaban simétricos, e incluso consideré aplicarme un poco de maquillaje para ocultar mis ojeras, pero finalmente deseché la idea. Papá decía que al estudio de grabación había que entrar con ánimo humilde y espíritu desnudo, y no terminaba de casarme con el espíritu desnudo el ponerme maquillaje.
               Me detuve un instante frente a la puerta de Scott, tentada de entrar y coger mi móvil, pero finalmente decidí no hacerlo. Si papá me había ofrecido ir al estudio era precisamente porque quería aislarme: de nada servía que él sacrificara su intimidad para protegerme si yo misma traía a los monstruos a casa.
               No pareció sorprenderle que bajara sin bolso, y si lo hizo, lo disimuló muy bien. Me miró, esbozó una cálida sonrisa, se incorporó y le dio un beso en la frente a Duna, que había vuelto al regazo de mamá, y un beso en los labios a mamá. Ella le acarició la muñeca de papá.
               -Que te diviertas haciendo arte, mi amor.
               -Y será toda para ti, Sher-contestó él, sonriendo de nuevo y volviendo a besarla.
               -No tengáis prisa-susurró contra sus labios, y papá asintió, le dio un último beso, y echó a andar en dirección al garaje. Mamá me dio un beso en la mejilla y yo se lo di a Duna.
               Para cuando entré en el coche, el motor ya estaba en marcha y la puerta del garaje se estaba abriendo. Contuve el aliento un segundo y balanceé las piernas, ya con el cinturón abrochado, mientras esperaba a que papá saliera de nuestra casa. Él me miró.
               -¿Preparada?
               Le dediqué una sonrisa sorprendentemente ilusionada que era un oasis en el desierto, sonrisa que él me devolvió. Me dio un beso en la sien, metió la marcha y sacó el coche del garaje, y a mí del pozo al que me había lanzado yo misma.
               Aquella sonrisa no desapareció de mi boca a medida que nos acercábamos al estudio de grabación de papá, en el corazón de Londres, sino más bien todo lo contrario: con cada kilómetro que avanzábamos en dirección a los rascacielos más famosos del mundo, sentía que mi corazón se iba liberando de una carga inmensa de la que yo no me había dado cuenta de que estaba tirando. Las viviendas unifamiliares dieron paso a casas adosadas, y los coches amplios se vieron sustituidos por pequeños taxis y enormes autobuses rojos cargados de gente, cada uno con su vida, cada uno cumpliendo con su propia rutina, con las bufandas en los cuellos y los gorros en la cabeza como único elemento común en todos ellos. El mundo continuaba su marcha, y por suerte para mí, no se había olvidado de llevarme con él.
               La puerta del garaje del estudio de papá estaba repleta de paparazzi, que pululaban en torno a la rampa vibrando con la anticipación de las facturas de las fotografías de estrellas que conseguirían sacar esa tarde. Me arrebujé en el asiento, lamentando no haberme puesto maquillaje, mientras los flashes nos cegaban por un momento. Pronto, papá metió el coche en el interior del garaje y me condujo al ascensor, en el que ascendimos rápidamente por las plantas del edificio hasta llegar a un amplio estudio de suelo negro, paredes blancas y mobiliario en tonos marrones. Había puertas de cristal que custodiaban habitaciones por lo demás cerradas, y hombres de hombros anchos y espalda recta que se mantenían a la espera de que alguien se dignara a intentar atravesarlas. Papá saludó con una inclinación de cabeza a varios de ellos a medida que iban abriéndonos las puertas, desbloqueando los diferentes niveles de un castillo de videojuegos que no se parecía en nada a las construcciones góticas con las que te solías encontrar cada vez que encendías la consola.
               Por fin, llegamos a una puerta de madera oscura con agarres plateados, en la que no había nadie vigilando. Me imaginé que aquél era el sitio al que nos dirigíamos, y que si no había nadie custodiando la puerta, era porque lo que había en el interior era tan poderoso que no necesitaba protección: imponía por sí mismo.
               Papá tiró de la puerta sin llamar, y me hizo un gesto para que pasara delante de él. Entré con la cabeza gacha, examinando todo lo que había a mi alrededor, tratando de encontrar entre mis recuerdos un lugar como aquél. No lo conseguí: si papá había seguido con el mismo estudio que cuando grabó conmigo en brazos, lo habían sometido a una reforma integral.
               Me encontré en el centro de una habitación con mesas en las que había infinidad de botones y mandos, casi una decena de pantallas de ordenador, y una inmensa cristalera a través de la que se veía un micrófono colgado del techo, con un atril para una partitura justo frente a él, y varios instrumentos esperando en un rincón de la habitación. Al lado de la puerta, había varios sofás.
               Las personas que estaban dentro de la habitación se giraron para mirarme con curiosidad cuando entré, descolocadas al no ser yo un artista de prestigio internacional que tenía cita esa misma mañana, cubierto de tatuajes y con unos cuantos piercings, sino simplemente una chica de corta estatura, trenzas gruesas y piel más oscura que el resto de mi familia.
               Una chica de pelo naranja terminado en puntas amarillas que me hizo pensar que tenía la cabeza en llamas se levantó de su asiento para venir hacia mí. Sonrió.
               -Sabrae-susurró, reconociéndome, y yo tuve que recordarme que no era alguien desconocido, y mucho menos en aquellos círculos. Mi nombre ya de por sí exótico se había convertido en tendencia cuando papá me escribió una canción, y en trending topic mundial cuando ganó un Grammy con ella. Le dediqué una sonrisa tímida a la chica, luchando por recordar cómo se llamaba, pero papá enseguida vino a mi rescate. Me puso una mano en la cintura y me atrajo hacia sí, bajo la atenta mirada de todos en la habitación.
               -Hoy voy a tener público. No os importa, ¿verdad?
               Si a alguien le molestaba mi presencia allí, no se atrevió a decirlo. Unos asintieron con la cabeza, otros murmuraron “en absoluto” en voz baja; un chico de gorra que debía de tener pocos años más que Scott se encogió de hombros y se volvió a la mesa de mezclas.
               Papá me dio un beso en la cabeza y entró en la sala del micrófono, solo, después de indicarme el sofá en el que podía sentarme.
               Me dejó disfrutar de cómo creaba su música y daba instrucciones específicas de cómo quería que sonara. Papá se convertía en una persona completamente diferente cuando atravesaba el estudio de grabación: con nosotros en casa era exigente, sí, pero cualquier cosa que hiciéramos bien era motivo de orgullo, y cedía muchas veces a las cosas que decía mamá por el mero hecho de que las decía ella. Nos trataba con deferencia y mucho cariño, tanto que a veces incluso sentía que no nos merecíamos que fuera tan bueno con nosotros, pero aquel cariño y esa felicidad por las pequeñas cosas no conseguía atravesar la puerta del estudio de grabación junto a él. Estuvo más de una hora perfeccionando una nota alta porque no estaba satisfecho con cómo le sonaba, escuchó grabaciones de días anteriores y pidió los arreglos que creía que más le convenían, y hasta que no lo tenía todo bien cuadrado se negaba a pasar a la siguiente canción.
               Salió de la sala del micro y entró varias veces, sentándose siempre a mi lado en el sofá, cogiéndome la mano y mirándome los pies, concentrado en escuchar lo que estaba creando.
               -¿Te gusta?-me preguntaba cuando terminaba de reproducirse una pista, y yo asentía con la cabeza y decía que sí, por supuesto. Entonces, papá sonreía, hacía un mohín, miraba a los productores y decía que quería repetirlo, a ver si conseguía un agudo más agudo o un grave más grave, controlar más o menos el vibratto o darle un tono diferente a la canción.
               Llegado un momento, se pasó una mano por el pelo, consultó las notas que había ido recopilando de forma apretujada en el bloc de componer del que nunca se separaba, y dejó escapar un gruñido.
               -Lo borramos todo.
               -¿Qué? Pero, Zayn, está…
               -¡Lo borramos todo! No suena fuera como suena aquí dentro-explicó, tocándose la sien con dos dedos. La chica de pelo de fuego, a la que decidí llamar Katniss, se inclinó hacia el micrófono.
               -Suena genial, Zayn, de verdad. Podemos usar estas pistas en otra canción. Si quieres, podemos pasar a la demo del jueves pasado; te había quedado bastante bien, sólo necesita unos pocos arreglos, estabas bastante satisfecho…
               Pero papá ya no la escuchaba. Había empezado a respirar fuerte, y se apoyaba contra la pared con tanta fuerza que parecía estar tratando de desplazarla. Le escuché jadear, luchar por aire, y no me lo pensé dos veces: mientras el pánico cundía en la habitación por el ataque de ansiedad de mi padre, yo me levanté de un salto y corrí a la puerta del micrófono. Entré en tromba y me coloqué frente a él, le cogí las manos y le obligué a mirarme, aunque no sabría decir si él podía verme.
               -Papá-susurré, acariciándole los nudillos y mirándolo a los ojos con intensidad-. Estoy aquí. No pasa nada. Estoy aquí.
               Papá parpadeó, luchando por verme, y gimió cuando yo me metí entre sus brazos y le rodeé la espalda con los míos. Coloqué mis manos sobre sus hombros.
               -Respira conmigo. Así. Mira-le indiqué, y empecé a coger aire por la nariz y soltarlo muy despacio por la boca, llenando mis pulmones a plena capacidad. Él me imitó, y pareció dejar de ahogarse, pero el malestar y la tensión que manaban de su cuerpo no desaparecieron del todo-. Está muy bien lo que estás haciendo, ¿por qué no te gusta?-le pregunté, y él me miró como si me viera por primera vez, y yo fuera una criatura salida de un cuento de hadas, tan hermosa que era indescriptible, tan diferente a todo que era imposible buscarme ninguna semejanza con nada que él hubiera visto antes. Papá sostuvo mi cara entre sus manos y me acarició las mejillas con los pulgares.
               -Sabrae…
               -Me gusta mucho. Y seguro que a las fans también. Está para publicar. Será todo un éxito. De verdad.
               Él se rió, triste.
               -Lo dices porque eres mi hija.
               -No. Lo digo porque tengo buen gusto.
               -No puedo más-susurró, mirando hacia el cristal, donde todo su equipo esperaba completamente quieto, como si nosotros fuéramos dos depredadores y ellos nuestras potenciales presas. El primero que moviera un músculo sería el primero en morir.
               -¿Quieres que nos vayamos a casa?-sugerí. No me apetecía especialmente volver a nuestra casa por todo lo que aquello implicaba, pero si a papá le hacía mal estar aquí, yo me iría con él. Me lo llevaría personalmente, ¡incluso trataría de conducir el coche! Aunque sería mejor que intentáramos coger el transporte público, porque no llegaba a los pedales ni conocía las normas de circulación. No era buena idea eso de coger un coche sin carnet en una de las ciudades más transitadas del mundo.
               Para mi sorpresa y alivio, negó con la cabeza.
               -No. Estar aquí me hace bien. Y a ti también-me acarició los hombros y me dio un beso en la frente-. Ni siquiera has cantado y ya estás bastante mejor que cuando te traje aquí. La música es terapia, mi niña, y crearla es un acto de sanación tan poderoso como la cicatrización de una herida. Tengo una idea: canta tú. Yo estoy cansado, pero no podemos irnos todavía.
               -Pero…
               -Has sido muy valiente-me tomó de la mandíbula y me miró a los ojos, acariciándome el mentón con el pulgar-. Estoy orgulloso de ti, mi pequeña. Te mereces una recompensa. Sé que te hace ilusión estar aquí, así que…-dio un paso atrás-, estate aquí.
               Me volví hacia el micrófono, toqué la red metálica con curiosidad y volví a mirar a papá.
               -Pero… ¿qué puedo cantar?
               -Lo que tú quieras. Tú mandas. Ahora, eres artista y musa a la vez.
               Parecía un poco más animado ante la perspectiva de verme cantar, y mentiría si dijera que yo no lo estaba también. Me mordí y relamí el labio, asentí con la cabeza y cogí los cascos que colgaban del atril frente al micrófono.
               -¿Qué canto?
               -Lo que tú quieras. Puede ser improvisado o puede ser una canción que conozcas.
               -¿Puede ser una canción tuya?
               Papá se sentó en una de las sillas frente a la mesa de mezclas y se inclinó hacia el micrófono. Su voz llenó mis oídos.
               -Cariño, para mí sería un honor escucharte cantar algo mío.
               Sonreí, asentí con la cabeza, me lo pensé un momento y sonreí. Si la música era terapia, había que darle todo lo que tuviéramos dentro para que pudiera sanarnos. Me volví hacia papá, acaricié el micrófono, me relamí los labios, y como si hubiera nacido para pronunciar aquella frase, pedí:
               -¿Me ponéis Let me?
               Papá sonrió, asintió con la cabeza y se volvió hacia los productores, que pronto tuvieron la pista de audio instrumental lista para mí. Carraspeé para tener la voz libre, y con un leve nudo en el estómago producto de los nervios por las ganas de querer hacerlo bien, empecé a cantar…
               … como lo había hecho Alec hacía meses, cuando había empezado a sonar la canción en la discoteca de Jordan, y habíamos bailado bien pegados mientras pensábamos en lo apropiada que era para describirnos. En aquella época, nos parecía que todo lo que hablara de amor oculto en mera atracción física estaba hablando en secreto de nosotros, incluso cuando se trataba de canciones que habían sido publicadas antes de que yo naciera.
               Me noté sonreír mientras cantaba, lo cual no era del todo bueno para modular la voz, pero no me importaba. Estaba sacando fuera todo mi sufrimiento de la noche anterior, de la tarde anterior, y confiando de nuevo en lo que el futuro me deparaba. Puede que hubiera enfadado a Alec y que yo estuviera enfadada con él, pero ningún enfado duraba para siempre.  Nos perdonaríamos igual que me perdonaría con mis amigas, y todo iría rodado otra vez. Hablaríamos de nosotros, nos aplicaríamos el cuento de la canción de mi padre, y tendríamos una única palabra, sin más, para definirnos. Todo estaría bien.
               Si las desgracias nunca vienen solas, tampoco lo hacían las pequeñas remontadas. Para cuando terminó la canción, yo sonreía, y enseguida les pedí otra, y luego otra, y otra, y me dejé la voz cantando ahora que ya tenía a quien hablarle y quien me escuchara.
               Nos habíamos pasado de la hora, pero a nadie pareció importarle. Incluso la cantante que venía después de mi padre se quedó sentada mirando cómo cantaba, sonriendo y mirándome con el orgullo de una madre postiza mientras terminaba mi canción. Cuando papá entró para decirme que teníamos que irnos, nadie protestó al empezar a suplicarle para que cantáramos juntos, y diez minutos después, yo abría la puerta del coche con un CD en el que habían grabado mi voz sobre las pistas instrumentales de varias canciones de papá, así como una nueva que puede que jamás viera la luz, pero no me importaba.
               Hice bailar el disco entre mis dedos mientras papá sacaba el coche del garaje, y mientras nos deslizábamos por entre el tráfico londinense no podía dejar de pensar en lo importante que había sido todo aquello para mí, lo mucho que me había ayudado a mejorar mi día, y lo trascendental del momento padre-hija que ahora teníamos guardado para siempre en un pequeño disco plateado.
               Algo dentro de mí me dijo que aquello era incluso más especial de lo que yo quería creer, que papá no lo había hecho con nadie antes y puede que no volviera a hacerlo. No me imaginaba a Scott entrando en el estudio para solapar su voz a la de papá, ni tampoco a Duna, ni a Shasha.
               Es más, no me imaginaba a mi padre llevándose a mis hermanos al estudio como lo había hecho conmigo. No me lo imaginaba recomponiéndose tan rápido de un ataque de ansiedad. No me lo imaginaba sentándose tranquilo a los dos minutos de que su espíritu colapsara a escuchar cómo cantaba ninguno de mis hermanos. No me lo imaginaba tranquilizándose tan rápido con ellos, mirándolos y verlos al poco tiempo de empezar a jadear. Ni siquiera le pasaba eso con mamá, que tenía que estar consolándolo y recordándole cómo había que respirar durante casi un cuarto de hora, acariciándole y besándole y diciéndole que no había nada que pudiera con él, que era invencible, que jamás se quedaría solo y que los miedos de su cabeza no eran más que imaginaciones suyas.
               Puede que la música fuera terapéutica, pero yo no lo era tanto.
               -Papá…
               -¿Mm?
               -Antes, ¿te ha dado un ataque de ansiedad, o sólo estabas agobiado?
               Papá trató de disimular una sonrisa mordiéndose el labio.
               -¿Qué crees tú?
               -Creo… que estabas agobiado, pero que exageraste un poco, aunque no sé para qué. Puede que para distraerme.
               -O para que te sintieras útil-respondió él, girando en una esquina e incorporándose al tráfico tras colarse a un autobús-. Puede que quisiera hacerte ver que no estabas tan perdida como pensabas, o que no eres tan irrelevante como te decía tu cabeza mientras estabas hecha un ovillo en la habitación de tu hermano.
               -¿Cómo sabías que había pensado en eso?
               -Yo he estado donde estás tú ahora. Incluso en sitios más oscuros-murmuró, pensativo, su mente sumida en unos recuerdos en los que no quería bucear demasiado-. Y no voy a consentir que mi hijita visite esos lugares.
               -Con tus otras hijitas y tu hijito no habrías fingido un ataque de ansiedad. Ni tampoco los habrías llevado al estudio.
               Papá no contestó, fingiéndose distraído.
               -Papi… yo soy tu preferida de verdad, ¿no?
               Sonrió sin mirarme.
               -Yo no tengo preferidos, Sabrae-me recordó en cierto tono de regañina, pero a mí no iba a engañarme. Reconocía el favoritismo cuando lo veía.
               -Bueno, pues tu ojito derecho-insistí, terca como una mula, porque necesitaba que me dijeran que era buena, que era lista, que era importante, como Viola Davis en Criadas y señoras. Nada le haría mejor a mi orgullo dañado cuya herida supurante susurraba que no era tan importante como para perdonarme mis errores como conseguir arrancarle a papá una verdad que todos en casa conocíamos pero decidíamos ignorar.
               -Pues claro que eres mi ojito derecho, mi amor. Eres mi niña-respondió, acariciándome la cabeza y besándome la sien-. Y nadie va a poder cambiar eso.
               Sonreí, me arrebujé en el asiento y tamborileé con los dedos sobre el pequeño CD. Estaba tan animada por aquel nuevo descubrimiento que ni siquiera consideré la posibilidad de que allí pudiera acabarse mi buena suerte. Achacaba mi recién recuperado buen humor a una estrella que había decidido brillar sobre mí, una estrella que no iba a apagarse así como así, ¿verdad?
               Qué equivocada estaba. Cuando llegamos a casa, ni siquiera pasé por mi habitación para dejar el CD antes de entrar en la de Scott y coger rápidamente mi móvil. Me lancé sobre él como una gata sobre su comida, ansiosa por probarla, famélica…
               … y mi corazón se hundió de nuevo en aquel pozo sin fondo al que me había lanzado yo misma y del que a papá tanto le había costado sacarme cuando descubrí que no tenía ninguna notificación interesante.
               Ni de Alec, ni de mis amigas.
               Puede que estuviera sola con mi familia, después de todo.
               El estómago comenzó a retorcérseme mientras abría Telegram y comprobaba que Alec se había conectado hacía apenas tres minutos, y ni aun así había decidido enviarme un mensaje y obviar la discusión del día anterior. Tampoco mis amigas habían dado señales de vida: el último mensaje del grupo seguía siendo aquel del archivo adjunto que había enviado Kendra después de terminar su parte, al que ninguna se había dignado en contestarle, ni siquiera yo. Jamás habíamos estado tanto tiempo sin hablar, lo cual me hizo sospechar, como sólo puedes hacerlo cuando estás emocionalmente hundida, que habían decidido hacerse un grupo privado de ellas tres, para así no tener que hablar conmigo.
               Lo peor de todo es que estaba segura que la creadora de aquel grupo había sido Amoke. Kendra era demasiado pasota a ese respecto, y Taïssa parecía ser la única dispuesta a mediar por que la pelea no fuera a más, como me había demostrado en la mesa de la biblioteca. Por lo tanto, la única sospechosa de aquella secesión que yo estaba segura que había ocurrido era Momo. 
               Era horrible pensar algo tan malo de tu mejor amiga, pero mucho peor era tener la certeza de que tenías razón. Momo estaba furiosa conmigo ayer, como si yo hubiera tenido la culpa de que Alec se pusiera con ellas como un energúmeno, cuando lo había hecho sin que yo tuviera ni idea de lo que estaba pasando.
               Me descubrí enfadándome conmigo misma y con todos ellos de nuevo: con Alec, por haber sido tan impulsivo de echarles la bronca a mis amigas cuando era algo que a él no le incumbía; y con ellas, por pensar que yo sería capaz de pedirle a él que fuera a luchar mis batallas, especialmente en las que ellas se veían involucradas.
               Me quedé sentada en la cama de Scott, con el ceño fruncido, mirando las últimas conexiones de las chicas, que no coincidían con el último mensaje que habían enviado por el grupo, y saltando entre nuestro grupo y la conversación con Alec. Lancé el móvil sobre la cama y me tumbé con los pies sobre la almohada y la cabeza en la parte baja del colchón, apretándome la barriga para tener algo a lo que echarle la culpa de la presión que sentía en ella, fruto de tantas decepciones tan de seguido.
               Así estaba, compadeciéndome de mí misma, recopilando la ira perdida, cuando Scott entró en la habitación.
               -¡Epa! ¿Qué pasa, Sabrae? ¿Tu habitación huele mal, o qué?
               Me incorporé y noté que algo mojado se deslizaba por mis mejillas. Me limpié rápidamente las lágrimas con el dorso de la mano y sorbí por la nariz. Ni siquiera me había dado cuenta de que había empezado a llorar. A Scott se le borró la sonrisa de la cara nada más ver mi expresión de desamparo.
               -Perdón. Es que… perdón.
               -¿Estás bien?-preguntó, acercándose a mí con la mano extendida, pero yo me aparté rápidamente. Recogí mi teléfono y lo aferré entre mis manos.
               -No te preocupes-musité, sorbiendo de nuevo por la nariz-. No es nada. Se me pasará.
               -Saab…
               -Necesito estar sola.
               Troté a mi habitación como alma que lleva el diablo y tuve la buenísima idea de meter mi móvil en un cajón y guardarlo bajo llave para así no torturarme más. Me tumbé sobre la cama y me abracé al peluche de Bugs Bunny, hundí la cabeza en él e inhalé el aroma del suavizante de las mantas que siempre lo impregnaba. Scott llamó a la puerta con los nudillos y la empujó.
               -Quiero estar sola, S.
               -Te has dejado esto-explicó, tendiéndome el CD olvidado. Me lo dejó encima de la mesilla de noche al ver que yo no hacía ademán de cogerlo y se mordió el labio-. Oye, Saab, mira… ya sé que las cosas están muy mal y que no te apetece nada, pero… tienes que salir de casa. No puedes quedarte aquí lamentándote de tu suerte. Eso sólo te pondrá peor.
               -¿Y qué sugieres que haga? No tengo amigas, ni tengo novio. No tengo a nadie-gemí, negando con la cabeza y apartándome el pelo de la cara. Se me escapó un sollozo que me hizo sentirme desamparada.
               -Sí que tienes. Me tienes a mí. Y a las chicas. Y a papá y mamá. Podemos ir al cine, o a dar una vuelta, o si quieres, a cenar. Puedo cancelar mis planes, puedo…
               -No quiero que canceles nada. Esto lo tengo que llevar yo sola.
               -Eres mi hermana, Sabrae.
               -Ya, y tú eres amigo de Alec-susurré-. No puedo estar contigo sin pensar en él. No podemos ir a ningún sitio sin que a mí me dé miedo que se nos acerque, y…
               -Pero, ¿qué ha pasado? ¿Os habéis peleado por algo?
               -Sí. Y él está enfadado conmigo-murmuré, abrazándome al peluche. Scott arrugó la nariz.
               -Eso no es propio de Alec. Él no se enfada nunca. Sólo con Mimi. Y tú no eres Mimi, ¿o sí?-bromeó, pero yo no le seguí el juego.
               -No quiero que tenga más cosas que echarme en cara. Vete con tus amigos esta noche. Yo me quedaré en casa, viendo realities, comiendo helado… lo que hace la gente en mi situación.
               -Pero, nena…
               -Me sentiría fatal si te quedaras en casa tú también. No soy la mejor compañía del mundo en este momento-reconocí-. Hasta mis amigas podrían decirte eso. Especialmente, ellas-añadí con amargura, y Scott frunció el ceño.
               -¿Te has peleado con Alec y con tus amigas a la vez?-asentí-. ¿Por qué?
               -No me apetece hablar de eso ahora, S.
               -Vale. Lo entiendo. Sí, es verdad. Necesitas distraerte. Vale, pues, eh… voy a cambiarme y nos vamos al centro. Podemos ir a mirar libros. Te gusta mirar libros-me recordó-. Podemos comprarte uno, y…
               -No quiero ir a ningún sitio.
               -Pero, ¡te va a sentar bien, Saab!
               -¿Y si nos lo encontramos?
               -¿A quién?
               -¡A Alec!
               -Pues mira-Scott chasqueó la lengua-. Si nos lo encontramos, casi que mejor, porque os obligaré a solucionarlo delante de mí. Puede que hasta me quede mirando cómo os morreáis como animales en celo-espetó, riéndose, pero yo no me uní a sus carcajadas-. Venga, tienes que admitir que ha tenido gracia.
               -Un poco. Sobre todo por lo surrealista que es. No vamos a volver a besarnos. No quiero verle.
               -A ver, que Alec es feo, pero tampoco es que haga daño a la vista…-me provocó, y yo sonreí.
               -Alec no es feo.
               -¡Ajá! Lo sabía. Hay oportunidades de reconciliación.
               -No. Él está enfadado conmigo.
               -Y eso lo sabes porque…
               -No me ha enviado un mensaje de buenos días.
               Scott parpadeó despacio.
               -Se le habrá olvidado.
               -Nunca se le olvida.
               -Estará durmiendo.
               -Siempre se despierta cuando sale el sol.
               -Pues entonces, lo mejor será que quedemos y que te explique el problema que haya tenido con el móvil que le haya impedido enviarte un mensaje tan importantísimo y tan esperado, pero…
               -No quiero verle. No quiero que vayamos en su busca y sólo hable contigo.
               -No va a hablar sólo conmigo, ¿qué dices, Sabrae? No podría ni aunque quisiera. Cuando tú entras en una habitación, Alec sólo te ve a ti.
               -Lo dices por decir.
               -Está enamorado de ti.
               -Ya no.
               -¿Ya no?-Scott se echó a reír-. ¿Ya no?-repitió en tono de protesta-. ¡Las tías sois alucinantes! ¿Os pensáis que los tíos nos enamoramos y nos desenamoramos en segundos? ¡Cuando os queremos, os queremos durante tiempo! ¡No es algo que nos venga en un minuto y se nos vaya en el siguiente, Sabrae!-me riñó, y yo parpadeé-. ¡Un enamoramiento nos dura mucho! ¡Sois muy tozudas! ¡No me lo puedo creer! ¿Cómo podéis ser tan obtusas? ¡Se nota a leguas cuando un chico os quiere, pero vosotras os empeñáis en decir que no es así! ¡Que necesitáis pruebas! ¡Os cantamos canciones! ¡Os llamamos borrachos! ¡Recorremos medio país por vosotras! ¡Le mentimos a nuestros amigos por vosotras! ¡Incluso os lo decimos claramente! ¿Qué más necesitáis? ¿Que demos nuestra vida por vosotras? Porque lo haríamos. ¡Algunos somos tan imbéciles que lo haríamos! ¡Y NI SIQUIERA ESO OS BASTA!
               Scott se quedó callado, jadeante por aquella perorata que acababa de echarme. Como si se diera cuenta repentinamente de dónde estaba y con quién, se irguió cuan largo era y carraspeó.
               -Ems… yo… perdona por este mitin, peque. No quería enfadarme conmigo.
               Estiré la mano y le acaricié los nudillos.
               -¿Tú y Eleanor estáis bien?
               Scott rió con amargura.
               -Eleanor y yo. Bien. Eso sí que es un chiste-agitó el dedo en el aire y negó con la cabeza-. Sinceramente, no sé cuánto tiempo estaremos Eleanor y yo, pero no va a ser el suficiente como para que volvamos a estar bien.
               -Scott…
               -No pasa nada. Me lo merezco. Me lo he buscado yo solito, por cobarde. La cosa está en que no voy a dejar que a ti te pase lo mismo con Alec. Por encima de mi cadáver, vamos-bufó-. Él te quiere. Está enamorado de ti. Y tú estás enamorada de él.
               -Pero eso a veces no basta, S.
               -¡Y una mierda!-ladró-. Y una mierda. Sí que basta. A vosotros debería bastaros. Ahora mismo voy a llamarlo, le diré que venga, y…
               -¡NO! No quiero verle. Él está enfadado, pero yo también.
               -Tú estás hecha una mierda, Sabrae.
               -Se me pasará. Voy en serio cuando te digo que no quiero verle. Respeta mi decisión, Scott. No te metas en mis asuntos.
               -Tú eres mi asunto-me recordó, y yo me reí con amargura.
               -¿Sabes? Tiene gracia. Alec también me consideraba su asunto. Nadie parece tener en cuenta que yo soy una persona. Tengo voluntad propia, por mucho que os choque a ambos.
               -A mí, a estas alturas, ya no me choca nada. Eres terca como una mula, Sabrae. Naciste así y morirás así, y todos en casa nos hemos acostumbrado ya. Pero yo no voy a dejar que te hundas en la miseria por tozuda y orgullosa. Me da lo mismo lo que tenga que hacer para que estés bien. Si tengo que traer a Alec a rastras y encerraros en tu habitación, como que hay Dios que lo haré, cría.
               -No puedes obligarme a mirarlo aunque lo metas en mi habitación.
               -Venga, Sabrae-Scott alzó una ceja-. Que las cosas no han podido cambiar tanto como para que ya no te parezca que está bueno. Está cuadrado, el cabrón. Y de cara no está mal. Tiene a medio Londres detrás. Era mi competencia directa cuando yo aún estaba en el mercado. ¿Crees que yo puedo tener a alguien feo como competencia directa?
               -No te discuto que sea guapo ni que esté bueno, Scott: me ha dado demasiados orgasmos y me he tocado pensando en él demasiadas veces como para poder decir eso sin que me crezca la nariz. Incluso cuando le detestaba, me parecía atractivo. Siempre tuve ojos en la cara,  no empecé a ver sólo hace unos cuantos meses.
               -Pues entonces, ¿cuál es el problema?
               -El problema es que ayer le vi. Y ayer estaba volviendo a ser Alec Whitelaw.
               -Siempre ha sido Alec Whitelaw.
               -Te equivocas. No siempre. Cuando estaba conmigo, sólo era Alec. No era como con vosotros. No era como con el resto de chicas. Siempre era simple y llanamente Alec. A veces, incluso, no era más que Al. Pero ahora… ayer… ayer empezamos a ser de nuevo los que éramos antes de que nos enrolláramos por primera vez. Él está volviendo a ser Alec Whitelaw. Y yo estoy volviendo a ser Sabrae Malik.
               -Nunca habéis dejado de serlo.
               -Sí, Scott.
               -¡No, Sabrae! Nunca habéis dejado de serlo. Lo que pasa es que decidisteis dejar atrás vuestros prejuicios de mierda y conoceros de verdad. ¿No te das cuenta? La única que piensa que tú y Alec no sois compatibles eres tú.
               -Me han acusado de dejar que la opinión de los demás me influya demasiado, hasta el punto de decirme que no soy yo quien toma mis propias decisiones-le dije a mi hermano con voz gélida-. Eso se acabó, Scott. A partir de ahora, la única opinión que me importe, será la mía. Y si yo creo que Alec está convirtiéndose en el imbécil que era antes y que yo no le quiero cerca, actuaré en consecuencia.
               Scott puso los ojos en blanco.
               -¿Y quién te ha dicho semejante gilipollez?
               -Alec.
               Scott entrecerró los ojos.
               -¿De veras? Ya hablaré yo con él.
               -No-le tomé la mano y negué con la cabeza-. No soy una niñita indefensa, ¿vale? Que me consideréis una damisela en apuros es lo que me ha metido precisamente en este lío. No quiero que nadie me vuelva a sacar las castañas del fuego.
               -Eres mi hermana.
               -Pues respétame.
               -No, lo que quiero decir es que eres mi hermana. Pequeña. Pe. Que. Ña. Estás como una cabra si crees que yo no me voy a ocupar de tus problemas ni a sangrar por ayudarte.
               -No quiero tu sangre, Scott. Quiero que estés ahí para mí.
               -Y eso hago: estar ahí para ti. Eres tú la que no me deja.
               -Si haces algo por acercarnos a Alec y a mí, me enfadaré contigo, Scott. Tienes que respetar mis decisiones. Soy yo la que decido con quién quiero pasar mi tiempo, no tú.
               -Pero…
               -He perdido a demasiada gente en tan solo una tarde, S-susurré, buscando sus manos y entrelazando mis dedos con los suyos. Scott tragó saliva y se mordisqueó el piercing-. No hagas que también pierda a mi hermano.
               -Siempre vas a tenerme, Saab.
               Sacudí la cabeza.
               -No, si yo te aparto.
               Rompí la unión de nuestras manos y me abracé las rodillas. Apoyé la mejilla en ellas y me quedé mirando por la ventana, imaginándome que mis problemas no existían en el exterior.
               Scott se levantó.
               -No estás tan sola como piensas. Y te lo demostraré.
               -Siento que te duela que me lo sienta. No lo hago a propósito, de verdad. Aprecio muchísimo que estés aquí para mí, y Shasha, y Duna, y papá y mamá, pero… a veces necesitas a la familia, y a veces necesitas a los amigos.
               -Tienes más amigas que las que ahora están enfadadas contigo.
               -Sí, pero no tengo amigas tan cercanas como para poder hablar con ellas sobre mis problemas sin sentir que les estoy dando la chapa.
               Scott alzó una ceja.
               -La gente escribe canciones sobre chicas como tú.
               Me lo quedé mirando.
               -Es más, es que tú misma tienes una canción con tu nombre. Eres Sabrae Malik. ¿De verdad piensas que sólo hay tres personas en el mundo dispuestas a escuchar tus problemas? Eres la chica más alucinante que ha pisado esta tierra. Y también la más melodramática. Hoy vas a salir, como que me llamo Scott. Vas a irte por ahí, te lo vas a pasar bien, te vas a olvidar de lo que sea que te haya dicho Alec, y mañana por la mañana vendrás a casa y tendrás tu estúpido mensaje de buenos días, acompañado de un texto así de largo-me mostró dos dedos, pulgar e índice, bien separados- en el que el gilipollas de Alec te pida perdón por lo que sea que te haya hecho. Y otros tres de tus amigas por lo que sea que te hayan hecho.
               Sonreí.
               -Con quedarme en casa con el pijama puesto, viendo una peli y distrayéndome, me conformo, S.
               -Eres una Malik-me recordó, poniendo los brazos en jarras y alzando la mandíbula-. Y los Malik no nos conformamos.
               Sin decir nada más, salió de mi habitación, cerrando la puerta tras de sí. Le escuché bajar las escaleras en dirección al salón, y luego, salir al jardín. Había marcado un número que ya se sabía de memoria, aunque no tanto como el de Tommy. Me asomé a la ventana y observé cómo se paseaba por el jardín, toqueteándose el pelo de aquella forma en que lo había hecho papá, de la misma que lo hacía Alec y que tanto me gustaba. Se sentó en una de las tumbonas de plástico que había apiladas junto a la casa, y que solíamos repartir por el jardín cuando llegaba el verano para sentarnos a tomar el sol, y se mordió el labio.
               Se puso en pie rápidamente y dijo algo que yo no conseguí entender. Todo su cuerpo manaba tensión, y la forma en que se paseaba de un lado a otro, como si estuviera en una fiesta en la que no conociera a nadie, con música que no terminaba de gustarle pero que no podía hacer nada por cambiar, delataba el nerviosismo que manaba de él. Me sentí un poco culpable de la actitud de Scott en ese momento, pues sospechaba que no había sido justa con él en mi modo de tratarlo. Dios, no podía dejar de comportarme como una imbécil de manual. Scott sólo trataba de hacerme sentir bien, y yo me encaraba con él a la mínima oportunidad.
               Con la sensación de que estaba inmiscuyéndome en la vida de mi hermano por mirarlo mientras hablaba por teléfono, me retiré de nuevo al centro de mi habitación y me senté en la cama. Al menos no abracé el peluche de Bugs Bunny, lo cual era un avance.
               Le escuché hablar un rato más, para finalmente colgar el teléfono y volver a entrar en casa, pero el contenido de su conversación se me escurrió entre los dedos como un puñado de arena.
               No fue hasta que, aproximadamente media hora después, mamá me dijo que había alguien preguntando por mí en la puerta de casa, cuando pude adivinar qué era lo que mi hermano había estado hablando con su interlocutor misterioso.
               Scott se había sentado con los nervios a flor de piel sobre la hamaca porque no las tenía todas consigo en que le cogieran el teléfono. Con cada tono que sonaba, su pulso se aceleraba un poco más, hasta que el corazón le latía desbocado cuando ella finalmente decidió cogerle el teléfono.
               -¿Sí?
               -Hola, El-susurró Scott, levantándose de un brinco y pasándose la mano por el pelo-. Esto… ¿llamo en mal momento?
               -Depende de para qué-había contestado ella, que ya casi había dado por terminada su relación. Ya le había dado un ultimátum a mi hermano: o le decía a Tommy que estaban saliendo para que así pudieran dejar de esconderse y Eleanor ya no tuviera que soportar cómo las demás se comían con los ojos a mi hermano y le tiraban los tejos incluso con ella delante de forma descarada, o lo suyo se terminaría, y no precisamente por las buenas.
               -Verás, es que necesitaba pedirte un favor.
               Eleanor suspiró al otro lado de la línea.
               -¿A ti te parece que las cosas entre nosotros están como para que me pidas favores, Scott?
               -Escúchame, por favor. No es para mí, es para Sabrae-explicó, y Eleanor se quedó callada un momento, para después asentir con la cabeza. Mi hermano le explicó la situación a su todavía novia, y cuando él terminó de hablar, el tono de voz de ella era mucho más dulce, y sus palabras más conciliadoras.
               -De acuerdo. Por supuesto. En nada estamos allí.
               -Gracias, El. Te debo una.
               -No hay de qué.
               Debo confesar que no me esperaba que vinieran esas chicas, sino que la visita fuera otra muy diferente, aunque no era tan estúpida como para considerar que Scott había conseguido que Alec accediera a venir a casa y tratar de solucionar lo nuestro. No; la visita que yo me esperaba era tricéfala, con las sonrisas indulgentes de mis amigas en los labios y un “lo siento” bailándoles en las bocas. De camino al piso inferior, me convencí a mí misma de que Taïssa había intercedido por mí y finalmente había conseguido que Momo se relajara un poco conmigo, y finalmente mi mejor amiga había decidido venir a firmar la paz.
               Me desilusionó un poco comprobar que no estaba acertada, pero por otro lado algo dentro de mí se infló como un globo aerostático cuando empiezan a insuflarle calor. Eleanor, Diana y Mary estaban en el rellano de mi puerta, sonriéndome con cariño y con una invitación brillándoles en los ojos.
               -¡Hola, Saab! Íbamos a salir, y hemos pensado que quizá te gustaría acompañarnos-explicó Eleanor, guiñándome un ojo, pero Diana fue más allá:
               -Hoy es noche exclusiva de chicas, y nos faltabas tú-me plantó un suave beso en la mejilla y yo me eché a reír.
               -No sé si… ¿mamá?-pregunté, volviéndome hacia ella, pero ella hizo un gesto con la mano indicándome que era libre de marcharme cuando quisiera. Por supuesto, nadie en mi casa me pondría ningún impedimento a que saliera a divertirme. Es más, seguro que mis padres lamentaban que hubiera sido Scott, y no ellos, el de la idea de que saliera con otras amigas con las que yo no contaba para animarme. No había nada como estar entre chicas para olvidarse de los desengaños amorosos provocados por los chicos-. ¡Vale! Me cambio y bajo, pasad si queréis.
               -No te cambies, estás muy mona-urgió Diana, entrando la primera después de mí. Les dije que iba a por mi bolso y me fui zumbando escaleras arriba, para lo cual tuve que esquivar a Scott, que se había quedado plantado en medio de las escaleras, apoyado en la barandilla de madera y mirando a Eleanor con expresión de cachorrito abandonado. Los dos se quedaron mirando largo y tendido, los polos opuestos de las emociones en sus corazones.
               Para cuando bajé, ya con mi bolso al hombro, Diana y Mary miraban cómo Eleanor y Scott hablaban en un rincón de la habitación. Interrumpí su conversación con mi llegada, y ella no hizo ademán de despedirse de él con un beso, con lo que tuve que ver cómo mi hermano venía tras nosotras para cerrar la puerta y así aprovechar hasta el último segundo en que pudiera ver a Eleanor mientras todavía era su novia.
               Bajamos las escaleras el porche y enfilamos el camino en dirección a la verja de mi casa, que yo misma cerré. Eleanor sorbió por la nariz, y cuando le preguntamos si estaba bien, nos aseguró que así era.
               -Es que… tengo mucho que contaros, chicas-nos confió a Diana y a mí, mirándonos alternativamente, mientras Mimi le cogía la mano y le daba un suave apretón con el que le hacía saber que la tenía allí, disponible, siempre que quisiera.
               -Nada de dramas, por favor-pedí yo, con un nudo en la garganta-. Mi vida ya es bastante trágica como para encima enterarme de que las cosas entre mi hermano y tú están mal, El.
               -Buf-suspiró Eleanor, negando con la cabeza-. Pues me temo que has decidido venir con nosotras en un mal momento, Saab.
               -Vamos, chicas, que las penas con dulce son menos penas-nos urgió Diana, y Mary se la quedó mirando-. Vayamos a una pastelería, hinchémonos a pastel y critiquemos a los hombres de nuestras vidas, que bien se lo merecen. Se lo buscan, de hecho-le guiñó el ojo a Mimi y ésta se echó a reír.
               Como si la decisión de Diana de no desahogarnos hasta que no tuviéramos algo que llevarnos a la boca y nos endulzara lo amargo del momento que estábamos viviendo, nos marchamos de mi calle con muy buen humor.  Atravesamos el barrio en dirección a la parada de autobuses, y entre risas y bromas nos desplazamos hasta el centro, donde nos metimos en la primera cafetería que vimos con un amplio escaparate exhibiendo sus dulces. Nos sentamos en una mesa redonda de una esquina y cada una pidió un trozo de tarta diferente con el pretexto de probar cuantas más cosas mejor. Nuestros tenedores fueron hundiéndose en los distintos postres a medida que íbamos hablando, y he de confesar que fue estimulante poder probar todos los dulces de la mesa sin temer por mi integridad física, como sí me sucedería si saliera con mi grupo de amigas tradicional.
               Eleanor estiraba la mano en mi dirección y me preguntaba qué tal estaba cada dos por tres, acariciándome los nudillos y sonriéndome con cariño cuando notaba que yo me abstraía, mientras Diana y Mary continuaban con la conversación que llevaban manteniendo toda la tarde. Era sorprendente lo diferentes que eran: Diana, tremendamente extrovertida y amante de las atenciones, sin las cuales no podía vivir; Mimi, más tímida, rayando en retraída, y de palabras bajas y medidas que no elevaba jamás, no fuera a ser que alguien mirara en su dirección. Y, sin embargo, las dos chicas se llevaban tremendamente bien y estaban muy cómodas en presencia de la otra, como las dos caras de una moneda que necesitan a su opuesto para poder sobrevivir.
               -Gracias por venir a buscarme, El. Me lo estoy pasando bien. Lo necesitaba-le dije cuando ella volvió a dar un sorbo de su café con los ojos clavados en mí mientras Mimi se inclinaba hacia el teléfono de Diana para estudiar una foto que la americana le estaba mostrando de una bailarina de la Quinta Avenida. Eleanor se relamió la nata de los labios y negó con la cabeza.
               -Siempre tiene que haber un Tomlinson con un Malik, pero nadie dijo jamás que tuvieran que ser chicos.
               Diana se volvió en ese momento hacia mí.
               -¿Va todo bien, Saab?
               -Pues… la verdad es que no-jugueteé con la taza, moviéndola de un lado a otro, tratando de encajarla en el centro exacto del círculo interno del plato en el que me la habían traído-. No estoy pasando por mi mejor momento, de hecho. Supongo que Scott te lo habrá contado-atajé, mirando a Eleanor, que asintió con la cabeza y paseó el dedo índice por el borde de su taza mientras se masajeaba el cuello con la otra mano. Mimi miró a su mejor amiga con gesto de preocupación.
               -¿Has hablado con Scott?
               -Sí, pero no sobre lo que crees-Eleanor carraspeó y nos miró a Diana y a mí-. Creo que es momento de empezar a desahogarse.
               -No, por favor-supliqué-. No quiero ponerme a llorar.
               -No serás la primera-bufó Diana con fastidio, clavando los codos en la mesa redonda y sorbiendo por la nariz-. Tommy se ha acostado con otra. Y no con otra cualquiera, no; eso no me importaría. No. Ha sido con su ex –Diana sonrió con amargura, mordiéndose la cara interna de la mejilla.
               -Oh, Dios, no-susurró Mimi, llevándose ambas manos a la boca y abriendo tanto los ojos que por un momento fue casi imposible distinguirla de un búho cobrizo. Le puse una mano en la rodilla a Diana, tomando la que ella había dejado allí, y le acaricié los nudillos de la misma forma en que lo había hecho Eleanor tantas veces a lo largo de la tarde conmigo.
               Después de esa suave caricia, puede que esperando un poco para no herir mis sentimientos, Diana se llevó las manos a la cara y se la cubrió con ambas manos.
               -Es que… perdón. Lo siento muchísimo, chicas. Es sólo que… no me lo esperaba para nada, ¿sabéis?-negó con la cabeza y nos mostró sus ojos verdosos húmedos-. Yo… pensaba que la había superado. No me habría importado que me dijera que había estado con otras chicas; incluso yo he estado con otros chicos durante mi estancia en Nueva York, pero… nunca pensé que él pudiera hacerme esto.
               -Mi hermano es un capullo-se solidarizó Eleanor.
               -No me parece propio de Tommy-repliqué, escandalizada, y Diana me señaló con la palma de la mano vuelta hacia el cielo.
               -¡Exacto! ¡Es que es justo eso! Cuando me marché, ni en mi peor pesadilla pensé que él pudiera ir de nuevo con ella. Sé que ella iba detrás de él, especialmente ahora que veía que le había superado, pero pensaba que él sería más fuerte. Yo le quiero, ¿sabéis? Le quiero muchísimo. Es el primer chico al que quiero, de hecho, y no puedo creerme que el primero sea también el que me hace llorar. No debería ser así.
               -Pero es así-susurró Eleanor, suspirando.
               -A mí me pasó igual con Hugo-consolé a Diana-. Él fue el primer chico que me gustó y mi primer novio, y aunque al principio todo era un cuento de hadas, la verdad es que antes de salir con él, lo pasé bastante mal. Es un asco no saber si eres correspondida o no.
               -Totalmente-murmuró Mimi.
               -No es por eso. Quiero decir… yo creo que Tommy me quiere.
               -Desde luego-instó Eleanor-. Ya lo hemos hablado.
               -Sí, de que me quiere no tengo ninguna duda, pero el caso es que yo no pensaba que fuera a ser tan… no sé. Diferente. Creía que el amor lo podía todo. Yo me sentía así estando en Nueva York. Me moría de ganas por volver. Cuando me marché de aquí, no tenía ganas de irme, y en cuanto llegué a casa, empezó a dolerme el corazón por lo lejos que estábamos, y él… mientras tanto…-gimió y alcanzó una servilleta, que se llevó a los ojos-. No creí que pudiera hacerme esto. Pensé que se sobrepondría a los obstáculos que se le presentaran, que resistiría a la tentación. Una cosa es tener sexo con una chica cualquiera, que no te importa nada, y otra muy diferente es lo que me ha hecho él. Me ha traicionado.
               -Así es-asentimos Mimi, Eleanor y yo.
               -Y yo he sido tan tonta de provocar mi vuelta a Inglaterra para estar con él. Mis padres estaban considerando dejar que me quedara en Nueva York, ¿sabéis?-nos reveló, y Mimi y yo alzamos las cejas, sorprendidas. Cuando llegó a Inglaterra, Diana tenía muy claro que quería regresar cuanto antes a su América natal. Su paso por nuestro país no era más que una parada en un viaje con destino a la Gran Manzana, algo así como una especie de parada obligada en una gasolinera para repostar junto antes de continuar tu camino. Había decidido pasárselo bien mientras estaba aquí y por eso se había enrollado con Tommy, pero los sentimientos habían terminado aflorando, como era de esperar.
               No podías meter a dos chicos como ellos en la misma casa y esperar que la atracción que sentían el uno por el otro y que alimentaban con tanto fervor simplemente se mantuviera en mera atracción sexual. Las cosas terminaban evolucionando tarde o temprano; a Diana y a Tommy les había pasado lo mismo que a Alec y a mí.
               La diferencia estaba en que ellos vivían en la misma casa y no compartían una historia de rencor como lo hacíamos Alec y yo.
               -Les escuché un día hablando de que se notaba el cambio que había dado con mi estancia en tu casa-se dirigió a Eleanor-, así que tuve que tomar medidas drásticas. Me desmadré un poco para que pensaran que todo era fachada, y así poder volver y estar con tu hermano. Lo dejé todo, absolutamente todo, atrás por Tommy. Y él me estaba esperando en el aeropuerto con esa confesión.
               -Por lo menos te lo dijo. Yo creo que eso demuestra que se arrepiente-comentó Mimi, y Eleanor asintió.
               -Mi hermano sabe que ha metido la pata hasta el fondo. Tiene conciencia.
               -Lo sé, pero… a mí no me vale con que se arrepienta. Yo necesito que no me haga daño, no que me pida perdón justo después-jadeó, y todas asentimos con la cabeza, le acariciamos la espalda y los hombros mientras Diana se desquitaba con su pañuelo. Se sonó varias veces, aceptando las servilletas que nosotras íbamos sacando del dispensador para tenerla bien abastecida, y sonrió con vergüenza cuando pareció calmarse-. Dios, lo siento muchísimo, chicas. No pretendía… hemos venido para animar a Sabrae, y creo que la estoy hundiendo yo solita.
               -No te preocupes, Didi-repliqué, dándole un beso en la mejilla.
               -Jo. Yo que me había prometido que no lloraría nunca más por ningún chico. Con el de mi primera vez, ya bastó.
               -Pero tía, ¿tan mala fue tu primera vez?-preguntó Mimi, preocupada. De todas las que estábamos en la mesa, ella era la única que aún era virgen. Era tan tímida que ni siquiera había dado su primer beso, y se ponía roja como su pelo cuando sus amigas tenían conversaciones subidas de tono en su presencia. Lo pasaba mal cuando las demás hablaban de sexo; con la única con la que trataba aquellos temas era con Eleanor.
               -No-se apresuró a decir Diana, al ver la mirada que le lanzó Eleanor, como diciéndole que no la asustara, por favor-, pero bueno… a ver. Un poco. Pero va.
               -¿Te dolió mucho?-inquirió Mimi con nerviosismo, y Eleanor chasqueó la lengua.
               -A ver, Mím, ya hemos hablado de esto: cada chica es un mundo y lo que a unas nos gusta, a otras no. Y lo que a unas les hace daño, a otras no.
               -No tienes que ir nerviosa-le aconsejé yo-. Si vas nerviosa, es peor.
               -¿A ti te dolió tu primera vez, Saab?
               -Sí, pero… porque el chico no lo hizo bien. O sea… él hizo lo que pudo, pero no sabíamos muy bien lo que teníamos que hacer, ni lo que nos gustaba…
               -Eso es un asco-consintió Diana.
               -Te puede doler en cualquier momento-continué-. Puede que la primera vez no te duela, pero luego otras sí. Con Alec, por ejemplo…-empecé, y me quedé callada y noté cómo se me subían los colores. ¿Cómo le decía a la hermana de Alec que me había dolido la primera vez que estuvimos juntos porque él era demasiado grande?
               -¿Mi hermano te hizo daño?-inquirió Mimi, estupefacta, y se le formó un ceño decidido entre las cejas que me pareció tremendamente adorable. Mimi parecía dispuesta a defenderme a capa y espada, incluso aunque no fuéramos muy cercanas.
               -No, no. Fue un caballero. De verdad. Me habría gustado que la primera vez fuera con él, porque sabe cómo tratar a una chica, es sólo que…-me mordí el labio y jugueteé con la cucharilla.
               -Que, ¿qué, Sabrae?-insistió Mimi, y Eleanor se mordió el labio.
               -Es… grande.
               Mimi parpadeó.
               -Grande-repitió.
               -Sí. Bastante grande.
               -¿Cómo de grande?-preguntó Diana, separando las manos cada vez más y más, y Mimi soltó un alarido y se tapó los ojos.
               -¡No quiero saber… cuánto le mide la… cosa a mi hermano!-gimoteó, negando con la cabeza y poniéndose colorada. Eleanor observó con curiosidad mientras Diana separaba más y más las manos, y cuanto más las separaba, más abrían ellas los ojos… hasta que llegó al tamaño aproximado y yo le toqué el codo.
               -¡No me jodas, Sabrae! ¿Cuánto es esto?-le preguntó Diana a Eleanor, que se encogió de hombros.
               -No lo sé, pero ¡parece muchísimo!
               Mimi separó los dedos y miró por el hueco que había abierto entre ellos. Se quedó mirando el hueco entre las manos de Diana y parpadeó.
               -¿Eso no es muchísimo? ¿Sobre todo para ti? Quiero decir, no te ofendas, pero con lo pequeñita que eres…
               -Te sorprendería saber lo que nos estiramos-comenté.
               -A ver, Mimi, que por ahí tiene que pasar un bebé-la riñó Eleanor-. Una polla no es nada.
               -Bueno, algo sí que es, guapa, que yo he estado con chicos que también me han molestado, perdona que te diga-discutió Diana, y yo asentí con la cabeza en dirección a Eleanor.
               -Pero una cosa es molestar y otra que te duela. Quiero decir, en la primera vez es normal; hay cosas que están ahí que luego desaparecen, y es normal que te duela, porque sangras y eso, pero…
               -¿A ti te dolió?
               -No. Sentí un poco de molestia, pero enseguida se pasó.
               -¿Cómo fue?-pregunté, apoyándome en los codos y dejando la mandíbula sobre mis manos. Eleanor sonrió. 
               -Fue en España, a principios de verano. Había un chico… bueno, lo sigue habiendo, de hecho. No se ha muerto, que yo sepa. Fue una de las noches que bajamos a la playa-reveló, y yo asentí con la cabeza; en verano, cuando íbamos a España, solíamos pasarnos las tardes en la playa, y a veces no nos bastaba con ir de día, sino que también íbamos de noche. Eleanor tenía un grupo de amigos con el que siempre íbamos cuando tocaban vacaciones, compuesto tanto de chicos como de chicas, y dado que mi hermano no le hacía caso en aquella época, era lógico que terminara acostándose con otro chico-. Mi novio y yo acabábamos de cortar, y yo me sentía muy bien, así que se presentó la ocasión y me dije, ¿por qué no?
               -¿No fue con tu novio de siempre?-Eleanor negó con la cabeza-. ¿Y no te arrepientes? Quiero decir... es especial. A mí me gusta pensar que mi primera vez fue con alguien que me quería y que me hizo sentir cómoda. Aunque sea un constructo social, lo vas a recordar toda tu vida.
               -Yo creo que es más bien el momento y cómo te lo pases lo que importa. De nada te sirve esperar mucho si lo haces en un momento en que no te sientes preparada. No sé-se encogió de hombros-. Yo lo veo así.
               -Yo también-respondió Diana-. Conozco chicas que esperaban a ocasiones especiales, en momentos puntuales con sus novios, y terminaban estando tan nerviosas que acababa siendo un desastre.
               -La primera vez suele ser un desastre-comenté, y las dos me dieron la razón. Mimi parecía desilusionada-. Pero a ti no tiene por qué pasarte.
               -Sí, Mím: seguro que la tuya es genial.
               -No sé, chicas-suspiró, haciendo bailar su tarta-. Por un lado pienso que… no sé. Que estoy siendo demasiado romántica, y que estoy esperando a lo tonto, rechazando a chicos sin ton ni son sólo porque tengo unas expectativas demasiado altas.
               -A ver, Mimi, una cosa es que tengas las expectativas altas y esperes una explosión celestial y otra que te acuestes con el primer chico que se te ponga a tiro.
               -Eleanor tiene explosiones celestiales con Scott.
               Diana se quedó mirando a Eleanor.
               -Scott sabe hacerlo muy bien.
               -Tommy, igual-sentenció Diana, pegando la espalda al respaldo del sofá, cruzándose de brazos y frunciendo los labios.
               -Alec también.
               -Normal-espetó Diana-. Con ese pedazo de pollón…
               Las tres inglesas nos echamos a reír.
               -¿No habíamos quedado en que era un inconveniente?-preguntó Mimi, y yo chasqueé la lengua y negué con la cabeza.
               -El inconveniente es de quién es, no cómo-bromeó Eleanor, guiñándome un ojo, y yo hice un mohín. Mimi, por su parte, frunció de nuevo el ceño, mirándonos a ambas.
               -Espera… ¿qué? ¿Por qué decís eso?
               Me quedé mirando a Mimi, estupefacta. Parecía genuinamente sorprendida, incluso perdida en la conversación.
               -¿Es que Alec no te ha dicho nada?
               -¿A mí? No. ¿Ha pasado algo?
               Diana y Eleanor me miraron como dos corderos que ven acercarse al lobo.
               -No puede ser, Mimi. Alec me ha dicho que te lo cuenta todo.
               -Y así es. O así pensaba que era, vamos-se apartó un mechón de pelo detrás de la oreja, de modo que sólo su flequillo le cubría ahora el rostro.
               -¿Me lo estás diciendo en serio, Mimi? ¿Alec no te ha dicho ni una palabra de lo que pasó ayer?
               -¿Ayer?-preguntó, y sacudió de nuevo la cabeza-. Ayer Alec apenas pisó nuestra casa. Llegó de trabajar, se marchó, y estuvo toda la tarde fuera. Cuando vino a cenar, parecía igual que siempre. Siguió siendo un gilipollas conmigo, y eso, pero por lo demás…
               Un vacío tremendo se instaló en mi estómago. Era tan denso como un agujero negro, e igual de helado. No. No podía ser verdad. Tenía que ser mentira. Alec no podía estar haciendo su vida como si nada hubiera pasado. Habíamos tenido una bronca horrible, nos habíamos dicho cosas de las que yo creía que nos arrepentíamos ambos… ¿y ahora resultaba que no se lo había comentado a su hermana, con la que compartía pared? ¿Ahora resultaba que había estado todo el día fuera de casa, y no tirado en su cama, enfadado, escuchando música triste o música que le caldeara aún más los ánimos?
               ¿Es que sólo me había impactado a mí?
               ¿Tan rápido había vuelto a ser el Alec que yo había detestado desde un principio?
               ¿De verdad había seguido como si tal cosa? Para mí había sido un auténtico cataclismo, pero por la sorpresa de Mimi y por cómo había seguido él con su vida, cualquiera diría que nos habíamos levantado la voz, siquiera.
               No tenía sentido. No tenía el más mínimo sentido. La forma en que me besó, su rabia, la sonrisa cruel que le cruzaba el rostro mientras yo le gritaba, como si estuviera jurándome internamente que me arrepentiría de mis gritos…
               Entonces, lo comprendí. Si la discusión no había sido lo bastante importante como para comentársela a su hermana ni cambiar sus planes para el día, se debía a una cosa, única y exclusivamente. Algo que me había dejado caer mientras nos peleábamos.
               Si no lo habían hablado era porque no tenía importancia, y, ¿por qué no tenía importancia? Porque Alec lo consideraba un ataque de histeria mío. Una perreta. Por eso no me había enviado ningún mensaje esa mañana. Estaba esperando a que se me pasara la perreta, como me había dicho en la calle cuando me vio con ganas de discutir y dijo que mejor lo dejábamos para otro momento en el que yo no estuviera tan beligerante. Estaba esperando a que yo diera el paso por ambos, a que yo me daba cuenta de que me equivocaba.
               Pero había un problema: que yo no era la que más había metido la pata ahí. Había sido él.
               Y si estaba esperando a que se me pasara la perreta y esperaba que me quedara en casa lloriqueando y lamentándome de mi suerte, iba guapo. Le arrancaría una disculpa de entre los dientes, si hacía falta. Seguro que se pensaba que me tenía en la palma de la mano; lo que no sabía era que la que tenía la sartén por el mango era yo.
               Sabía dónde estaba. Sabía cómo hacer que se arrepintiera de haberme hecho sentir una mierda durante todo el día. Seguro que era justo aquello lo que pretendía: que me viera vacía sin él, que me diera cuenta de lo mucho que le necesitaba. Pues bien, le haría ver que no le necesitaba más de lo que él me necesitaba a mí.
               Si él podía seguir con su vida como si tal cosa, yo haría lo mismo.
               Miré a las chicas una a una, que esperaban mi siguiente comentario. Estuvo a la altura de las circunstancias.
               -Chicas, ¿os apetece ir de fiesta?





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1 comentario:

  1. Gracias por recordarme porqué Scott Malik fue es y será siempre el primero. Hacía tanto que el no jugaba un rol tan importante en un capítulo tuyo que verlo tan inmiscuido en la trama de uno ha hecho que viaje en el tiempo y recuerde porque era tan especial para mí. De verdad, bendito Scott Malik. Nunca podré superarlo, ni en mil vidas.

    Pd: Mi niña Sabrae que penita me ha dado joder. La conversación de la primera vez me ha parecido maravillosa y super bien tratada Erikina. Estoy deseando seguir leyendo.

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