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Todo calor corporal que consiguiera retener conmigo era
poco. Seguía en la cama de Scott, a la que había vuelto nada más desayunar,
porque no podía soportar el meterme en mi habitación. Estaría demasiado sola, y
no podía arriesgarme a estarlo además de sentírmelo.
Quien dijera que los
corazones rotos se curaban estando en la cama y con alguien rodeándote la
cintura, tenía razón a medias. En mi pecho ya no sentía ese fuego rabioso que había ardido en mi
interior el día anterior, cuando me había pasado la mañana llorando en la
biblioteca y la tarde discutiendo con Alec y luego lamentándome de las cosas
que le había dicho, pero que dentro de mí no hubiera un incendio no significaba
que el lugar donde se encontraba mi alma estuviera adecuado a ella.
Seguía
encogida en posición fetal, hecha un ovillo entre las mantas que desprendían el
aroma familiar, a hogar, del cuerpo de mi hermano, mientras miraba mi teléfono
con un poco más de desesperanza con cada segundo que pasaba. Después de
despertarme había disfrutado como nunca antes de esos gloriosos seguros en los
que no te afecta nada y te sientes como en el aire: toda tu vida es perfecta,
tus problemas aún no han caído sobre ti. Tenía el brazo de Scott rodeándome la
cintura y su respiración acariciándome despacio las mejillas. Todo iba bien:
tenía todo lo que necesitaba al alcance de mi mano, rodeándome, y pronto podría
girarme, coger mi teléfono y celebrar la llegada de un nuevo día con un mensaje
de “buenos días” al que ya me había acostumbrado tanto que lo daba por sentado.
Demasiado por sentado.
Mi
mundo comenzó a resquebrajarse poco a poco cuando me di cuenta de por qué
estaba durmiendo con Scott: no es que requiriera de ninguna ocasión especial
para meterme en la cama de mi hermano; las veces que había empezado a dormir en
casa mientras me acostumbraba a mi apellido y mi familia lo había hecho con él.
Pero, con el paso del tiempo, aquellas visitas a la cama calentita, mullida y
cómoda de Scott se habían terminado reservando sin pretenderlo ninguno de
nosotros dos a momentos en los que nos apeteciera ejercer de hermanos, alguno
de los dos necesitara urgentemente mimos, o simplemente estuviéramos enfermos y
con los ánimos un poco bajos, a la altura de las defensas.
No
tuve que comprobar mi estado de salud en un chequeo rápido para recordar por
qué estaba allí, pero conseguiría sobrevivir. Mientras esperaba a que Scott se
diera la vuelta y dejara de aprisionarme con su brazo, me descubrí con un ánimo
nuevo, mejor, más tendente a perdonar. Visto en perspectiva, con la sangre un
poco más templada ahora que había pasado el tiempo, empezaba a pensar que puede
que hubiera exagerado un poco con mi reacción del día anterior. No con mis
amigas (que puede que también, pero no era eso lo que me preocupaba), sino con
Alec. Rememorando lo que me había dicho durante la discusión y las veces que
habíamos hablado, me dije a mí misma que yo sí
era importante para él y él sí había
actuado en consecuencia, que no se
había impuesto a mi voluntad, sino que simplemente la había suplido cuando yo
no había podido ejercerla.
La
noche me había hecho una pregunta durante mis sueños, y la mañana me había
susurrado la respuesta con la delicadeza del contorno de las nubes recortándose
contra el dorado del cielo al amanecer: ¿acaso no habría hecho yo lo mismo por
él?
Sí.
Claro. Era poco probable que yo me encontrara en la misma situación que él se
había encontrado conmigo, por todo ese rollo de mi género y el mundo en el que
había nacido y cómo estaba asquerosamente diseñado, pero de haber estado
cambiadas las tornas, yo también habría protegido a Alec como él me había
protegido a mí. Y yo también me habría molestado con sus amigos si ellos
hubieran provocado aquella situación.
Así
que, de la misma forma en que yo había cambiado de opinión, esperaba que él
hubiera cambiado la suya. Se habría levantado igual que yo, con el mismo humor
renovado, dispuesto a hacer las paces o puede que con ganas de fingir que no
había pasado nada. Cogería mi teléfono, lo desbloquearía, y me encontraría con
un delicioso mensaje suyo en el que me enseñara las dos cosas que más hacían
que levantarse por la mañana mereciera la pena: el sol levantándose y
desparramando una preciosa paleta de colores por el lienzo infinito del cielo…
… y
él. Él sonriendo, él un poco somnoliento, con voz ronca dándome los buenos
días, bombón.
Cuando
cogí mi teléfono, imaginándome ya la versión nueva del mensaje y con los dedos
listos para teclear mi respuesta cargada de emoticonos de corazones que demostraban
que lo que había pasado el día anterior pertenecía al pasado, en mi mente había
una sonrisa.
Una
sonrisa que se congeló al comprobar que Alec no me había enviado nada. Se me
secó la boca al comprobar que su última conexión había sido muy poco, escasos
minutos, y que no había nada bajo ninguna barrera con la leyenda “mensajes sin
leer”. Noté una dolorosa opresión en el pecho que hizo que me quedara sin
aliento, una opresión que me obligó a hundirme de nuevo en la cama, en busca
del calor de mi hermano.
Me
latía el corazón a mil por hora cuando él se despertó, pero conseguí disimular
mi decepción como sólo podemos las mujeres con el corazón roto. Le dediqué a
Scott una sonrisa triste y asentí con la cabeza cuando me preguntó si había
dormido bien: al menos en eso no tenía que mentirle.
Habíamos
bajado a desayunar, y yo conseguí meterme unas cuantas cucharadas de cereales
con chocolate en mi estómago revuelto antes de decir que estaba cansada y que
me echaría otro poco en la cama. Ni siquiera me planteé la posibilidad de irme
a mi habitación: me había ido derecha de vuelta a la de Scott.
La
habitación de Scott había sido el centro de mi mundo una vez, así que era
lógico que también se convirtiera en mi refugio entonces. Ahora que el mundo
entero daba vueltas a la velocidad de la luz, lo último que necesitaba yo era
alejarme más del centro y verme arrastrada fuera, a los confines del universo,
mientras todo se desmoronaba.
Una
parte de mí se volvió contra mi versión del día anterior; había exagerado demasiado,
le había dicho cosas horribles a Alec, cosas que él no podía perdonarme, como
era evidente por la falta de mensajes. Él me había dicho cosas horribles
también, sí, pero me sentía tan perdida y tan mareada y tan sola que no podía
hacer otra cosa que no fuera echarme la culpa a mí misma de todo lo que había
sucedido. Incluso empecé a considerar que si me había emborrachado, había sido
también cosa mía. Podría haberles dicho a mis amigas que no quería beber más.
Podría haberme negado. No debería haber cedido con tanta facilidad. Era, como
Alec decía, fácil de convencer. Si hubiera intentado decirles que no con más
firmeza, ellas no habrían insistido y todo esto no habría pasado.
Era
culpa mía. Si no hubiera dejado que mis amigas me emborracharan como lo
hicieron, Alec me habría enviado un mensaje esa mañana, yo tendría planes con
ellas para aquella tarde, y ya nos habríamos visto desnudos. Tendría recuerdos
a los que agarrarme; habría empezado bien el año, en sus brazos, dejando que me
poseyera, y podría rememorar cada caricia, cada beso y cada jadeo suyo mientras
yo estaba encima de él o él estaba encima de mí.
Me
empequeñecí un poco más, entreabriendo los ojos lo justo y necesario para
clavar la vista en la ventana de la habitación de Scott. Siempre me había
gustado su ventana; tenía un banco precioso que él no había ocupado con libros
o con peluches, como sí habíamos hecho Shasha, Duna y yo con las nuestras, y
siempre podía sentarse a dibujar o simplemente a escuchar música mientras
observaba el mundo más allá de nuestra casa. Era un lugar de esperanza.
Toda
la habitación de Scott era un lugar de esperanza y plenitud. Había vuelto a ser
mi zona segura, ahora que no tenía a la persona que mejor encargaba mi puerto
de la esperanza conmigo.
Recogí
de nuevo el móvil y lo desbloqueé una vez más, notando cómo la opresión en mi
pecho aumentaba al ver que seguía sin recibir nada. Alec había vuelto a
conectarse hacía poco, pero ni por ésas nuestra conversación había ido a más.
Fuera lo que fuera lo que le tuviera entrando y saliendo de Telegram, estaba
claro que no éramos ni sus ganas de ver si le había respondido a algún mensaje,
ni yo.
Dejé
de nuevo el móvil en la mesilla y me di la vuelta hasta quedar con la cara bien
pegada a la pared. Cerré los ojos, tiré de las mantas un poco más hasta
cubrirme por encima de la nariz, y lancé un tremendo suspiro en el que se me
escapó un trocito rasgado de alma. Se me había ido resquebrajando con cada
grito que Alec y yo nos habíamos dedicado el día anterior, pero no había sido
hasta que no me desparramé, creyéndome segura, en la cama de Scott, en compañía
de mi hermano, cuando los trocitos dejaron de luchar por estar juntos y
comenzaron a soltarse.
Se
abrió la puerta de la habitación y por ella entró mi hermano, que se me quedó
mirando un momento, probablemente sorprendido por encontrarme allí. No
acostumbraba a volver a su cama una vez que había salido de ella para ir a
desayunar: normalmente, las noches que compartíamos se reducían a su esencia de
noche. Llegada la mañana, cada uno se volvía a su habitación y hacía lo que
tuviera que hacer en la intimidad, ya fuera dormir, mirar al techo con aire
nostálgico, ver algo por internet o simplemente responder mensajes. ¡Si yo
misma había regresado a mi habitación después de Nochevieja, con lo resacosa
que estaba! Aquello no cuadraba, y que yo no hubiera abandonado la cama que
estaba ocupando sin tener ningún derecho a ello descolocó un poco a Scott, que
dio un par de pasos vacilantes hacia mí.
Me
aferré instintivamente a las mantas por debajo de éstas, suplicándoles a los
cielos que por favor, por favor, Scott
no me pidiera que me marchara. La sola idea de quedarme sola también en mi
habitación me aterrorizaba. No podía meterme en mi cama y pensar en que no olía
a nadie porque Alec no había estado en ella. No podía meterme en mi cama y
ahogarme en el océano seco de los recuerdos que compartía con él y que ahora
estaban rotos. No podía ir a mi cama y meterme en ella y quedarme aún más sola,
porque que Alec no me hubiera enviado ningún mensaje pidiendo una tregua o por
lo menos probando si había posibilidades cuando jamás había entrado en mi habitación me resultaba simplemente
insoportable.
Las
cosas se me habían ido de las manos, y yo había sido una tonta diciéndole a
Alec que me arrepentía de haberme enamorado de él. No lo hacía. Puede que me
doliera, puede que me trajera muchos disgustos, pero por cada inconveniente que
me producían mis sentimientos por él, venían mil ventajas. Las mañanas con
dolor de cabeza por la falta de sueño no eran nada comparado con las madrugadas
hablando hasta que incluso la Luna se aburría de nuestra conversación. Las
clases contando las horas para que llegara el recreo y poder verlo no eran nada
comparado con la cálida sensación que me recorría por dentro cuando él me
encontraba entre la gente, me sonreía y me guiñaba un ojo.
Las
ligeras molestias que sentía cuando empezábamos a hacerlo y mi cuerpo tenía que
acostumbrarse a la presión del suyo no eran nada comparado con la sensación de
sentir su aliento en mi cuello y la forma en que jadeaba mi nombre cuando
llegaba al cielo, con sus dientes en mi oreja, su virilidad en mi interior, sus
manos en mis caderas, impidiéndome marcharme, como si fuera a irme a ningún
sitio.
Yo no
me había ido a ningún lado.
Pero
sí le había empujado bien lejos de mí.
Nunca
le había visto enfadado y Alec no era rencoroso. Él mismo reconocía que, aunque
pudiera parecer que no tenía paciencia, una cosa era el chispazo del pronto con
el que todo el mundo nacía, y otra muy diferente era la rabia que podía
correrle por las venas. Me había dicho que había estado realmente enfadado muy
pocas veces a lo largo de su vida, y que como siempre habían sido con la misma
persona, había llegado a la conclusión de que era ese ente misterioso del que
no había querido hablarme “para no estropearnos la noche” el que tenía algo que
a él le hacía saltar. Que no podía enfadarse de verdad con otra gente. Que, si
le molestaba algo, enseguida se le pasaba. Que nunca había estado más de quince
minutos molesto por nada.
Supongo
que yo tenía el dudoso honor de ser la segunda persona que conseguía sacar a
Alec de sus casillas y llevarlo al límite de su paciencia casi infinita. De no
ser así, lo de los vídeos era inexplicable. Que no intentara luchar era
inexplicable. Que hiciera caso de las cosas horribles que le había dicho (que
no quería verle, que me daba asco, que no se me acercara) sólo tenía una única
y terrible explicación: había conseguido enfadarlo como no lo habían enfadado
antes.
Scott
se sentó a mi lado en la cama, con los pies aún en el suelo y el torso vuelto
hacia mí, y se apoyó en mi costado para comprobar que estaba despierta. Apreté
un poco más los ojos, pero aunque los tuviera cerrados no conseguiría engañar a
mi hermano. Scott se mordisqueó el piercing y me apartó los rizos de la cara,
asegurándose así poder ver mi rostro y analizar mis expresiones a medida que
habláramos. Sabía que algo iba mal. No sabría decir qué, pero Scott intuía como
sólo pueden hacerlo los hermanos mayores que me había pasado algo grave, lo
bastante grave como para que yo no quisiera irme a mi cama, como para que
tratara desesperadamente de extender la noche que habíamos pasado juntos y que
tanto alivio me había aportado.
-Saab-susurró
con un deje oscuro, preocupado, en su voz, y yo tragué saliva y me acurruqué un
poco más, intentando esconderme debajo de las mantas, pero él me lo
impidió. Se mordisqueó el labio en ese
gesto tan típico de preocupación suya mientras las yemas de sus dedos bailaban
en mis mejillas como si estuvieran en un concurso de patinaje sobre hielo-.
¿Estás bien?
-Sí-murmuré
en un hilo de voz, voz que me sorprendió tener. Lo estaba perdiendo todo: a mis
amigas, al chico del que estaba enamorada, la vida tal y como la había
conocido… no me extrañaría perder también la voz. ¿No había historias
circulando por ahí de gente que había perdido el habla después de enfrentarse a
un trauma? El cine estaba lleno de niños que no hablaban por cosas terribles
que les habían pasado de pequeños. Puede que a mí me estuviera pasando lo
mismo; a fin de cuentas, si no tenía nadie con quien hablar, a quien contarle
mis miedos y con el que compartir mis alegrías, ¿de qué servía mi voz?
Lo
único que me quedaba era mi familia, pero temía que aquello no fuera suficiente.
-¿Seguro?-insistió
Scott, asentándose un poco más cerca de mí, de forma que su cuerpo protegiera
el mío de cualquier mal. Scott haría de pantalla entre lo que quisiera hacerme
daño y yo, como siempre había sucedido, desde la primera vez que nos vimos.
El
problema era que él no podía protegerme de los males que no tenían cuerpo, y
tampoco de los que nacían en mi interior.
-Sí…
-No
me lo parece, pequeñita-respondió, frotando su nariz con mi mejilla como si
fuéramos esquimales y yo me negara a darle un beso que a él le pertenecía por
derecho. Sonreí un poco con su contacto; era el efecto que Scott tenía en mí.
Mis problemas no parecían tan imponentes cuando estábamos cerca, porque él
conseguía sacarme una sonrisa incluso en los momentos más difíciles. Sabía que
siempre lo tendría ahí para mí, y era un consuelo cuando te sentías sola.
Aunque
me sintiera completamente desdichada, como una princesa de cuento en el punto
en que tocaba fondo, una parte de mí empezó a iluminarse gracias a él. No es
que me fuera a conformar con mi familia, y yo lo sabía: necesitaba a mis amigas
y necesitaba a Alec como al aire que respiraba. Ellos eran parte de mí. Me
hacían ser Sabrae.
Pero
yo también era una Malik. Y sólo había cinco personas en el mundo que me hacían
ser una Malik: Shasha, Duna, mamá, papá… y Scott.
Mi
pequeña debilidad.
Scott
depositó un leve beso de mariposa en mi mejilla y se me quedó mirando.
-¿Qué
tienes?-me acarició el brazo con una mano amiga, llena de calidez y de
comprensión. Me mordí el labio y me volví lo justo y necesario para poder
mirarlo, y el brillo de sus ojos vibró un poco. Debía de tener un aspecto
horrible: ojeras, ojos rojos por las ganas de llorar, la boca torcida en una
mueca que no llegaba a ser mueca pero tampoco conseguía ser sonrisa…
-Estoy
disgustada.
-Me
he dado cuenta, Einstein-Scott me sacó la lengua y yo no le correspondí. Puse
los ojos en blanco y me llevé una mano a la cara. Estaba agotada: mi cansancio
psicológico por el continuo traqueteo cuesta debajo de mis pensamientos
comenzaba a filtrarse también a mi cuerpo. Quería dormir, ya no sólo para no
tener que enfrentarme a lo que tenía en el mundo, sino para poder recuperar
fuerzas. Necesitaba descansar, que mi estómago dejara de retorcerse y mis
pulmones aceptaran tomar aire y soltarlo como era debido de una maldita vez. No
estaba para tonterías, ni siquiera para las de Scott, por muy bien
intencionadas que éstas fueran-. ¿Por qué estás disgustada? ¿Ha pasado algo?
-No
quiero hablar de eso, Scott.
Scott
se quedó callado un momento, puede que considerando el sentido de mis
reticencias, leyendo entre unas líneas que yo escribía a regañadientes. Él
siempre me había escuchado cuando tenía un problema. Yo siempre había acudido a
él cuando tenía un problema, no sólo porque me daba buenos consejos al ser
mayor que yo, sino también porque, a veces, lo único que necesitas para empezar
a curarte es mirarte la herida y reconocer que está ahí. Pero yo eso ya lo
había hecho con Shasha. Si volvía a hablarle de la discusión y del enfado de
mis amigas y de Alec, ya no estaría destapando la herida para que se curara al
aire; estaría arriesgándome a contraer un montón de enfermedades. Estaría
hurgando en ella. Impediría que cicatrizara.
-Está
bien. ¿Quieres que hagamos algo?
-Sólo
quiero dormir, S. ¿Necesitas tu cama?-pregunté, frotándome los ojos y tratando
de contener las esperanzas de que Scott me dijera que sí, y acto seguido se
metiera a compartirlo conmigo. No hay nada peor que la esperanza, porque es la
hermana de la desilusión: yo misma lo había comprobado hacía unos minutos, y
aún sufría los efectos de haber visto la otra cara de la moneda.
-Para
nada. Duerme todo lo que quieras. Es sólo que… quedándote aquí, compadeciéndote
de ti misma, no vas a conseguir nada. Lo peor que puedes hacer cuando estás
triste es quedarte encerrada en casa. Deberías salir a tomar el aire. ¿Por qué
no quedas con tus amigas?-sugirió, como si fuera tan fácil. Sonreí, triste, y
dejé caer las manos a ambos lados de mi costado.
Que Alec no hubiera contestado a mis mensajes
ni me hubiera dado una alternativa para que lo nuestro continuara y superáramos
aquello era incluso peor por el momento en el que llegaba. No tenía nadie con
quien comentarlo, nadie que me diera un consejo independiente. Momo era la que
siempre se ocupaba de mantener mis demonios a raya, la que me hacía ver cuándo
estaba exagerando con un problema y me mostraba las cosas como verdaderamente
eran.
Sentí
un pinchazo en el pecho cuando fui plenamente consciente de la íntima relación
que había entre lo que me había pasado con Alec y lo que me había pasado con
Momo. Sólo Momo podía influir tanto en mí como para que yo me enfadara de
aquella forma con él.
Y
sólo Alec podía influir tanto en mí como para que yo me pusiera con Momo como
lo hice.
Por
querer defenderlos a ambos a capa y espada y no reconocer los errores de uno
frente a la otra y viceversa, había cavado mi propia tumba, demasiado profunda
como para salir de ella por mi propio pie y sin nadie al nivel del suelo
dispuesto a tenderme una mano para ayudarme a salir.
-No
puedo.
-¿Por
qué no? Tenemos tiempo de sobra todavía; es más, ¡hay que aprovechar las
vacaciones! El lunes que viene ya empezamos las clases, así que…
-Es
que me he peleado con ellas, Scott-confesé, dolida porque él no se diera cuenta
de a qué se debía mi tristeza. Scott se quedó clavado en el sitio, sin poder
disimular su sorpresa. Nunca, en toda la historia, me había enfadado con mis
amigas hasta el punto de no poder salir con ellas. Sí que me había pasado
haberme peleado con alguna de ellas (especialmente con Kendra) y llegar a casa
con ganas de despotricar sobre las gilipolleces que ella decía o hacía, pero la
sangre jamás había llegado al río y yo no había visto comprometida mi agenda
por las discusiones que pudiéramos tener.
Si no
podía quedar con ellas era que había pasado algo realmente gordo, algo de tal
calibre que no podía irme a mi cama, ni tampoco salir para despejarme.
-Bueno-respondió
él en tono resolutivo, era un mago que estaba a punto de sacarse un conejo de
la chistera justo después de demostrarle al público que la tenía vacía-. Pues
puedes venirte con nosotros, si quieres. Hoy vamos a salir de fiesta. Primero
vamos a ir a cenar: te invito yo-ofreció-. Y después te vienes con nosotros por
ahí, de marcha. Bailas un poco, bebes otro poquito más, cantas, te emborrachas,
te lo pasas bien con nosotros, y…-sonrió al dejarla frase en el aire, pero yo
sacudí la cabeza y tiré un poco más de las mantas.
-Creo
que voy a pasar.
-¿Por
qué? ¿Tienes miedo de aburrirte?-bromeó, dándome un codazo-. Venga, mujer, ¡que
prometo no darte el coñazo! Te dejaré beber todo lo que quieras, y no
protestaré por muy pegada que bailes a ciertos amigos míos-me guiñó un ojo y yo
bufé-. Venga, Saab, ¡ven con nosotros! ¿Es que te da palo salir con el rey de
la noche que es tu hermano? Nadie te va a molestar, ¡a mis amigos les da igual!
Además, vienen todos, y…
-Por
Dios, Scott, ¡ÉSE ES EL PROBLEMA!-chillé, incorporándome y haciendo que él
diera un brinco. Ahí estaba de nuevo mi furia ciega, la versión de mí misma que
menos me gustaba y más debería ocultar, la gata callejera que se abalanzaba
sobre todo el mundo, amigo o enemigo, presa o depredador. Me odié a mí misma
por reaccionar así, porque Scott no tenía mala intención, pero es que me había
llevado al límite como yo había llevado a Alec.-. ¡No te enteras de nada!
Uf-gruñí, airada, y salté de un brinco de la cama y me fui a mi habitación con
toda la dignidad que pude conservar, mientras Scott se me quedaba mirando sentado
en su cama, completamente alucinado.
Ni
siquiera llegué a tocar mi cama antes de que las primeras lágrimas comenzaran a
deslizarse por mi mejilla. A la pésima situación en la que me encontraba con
mis amigas y con Alec, se sumaba cómo me había puesto con Scott. Me sentía una
absoluta mierda, inmerecedora de todas las ideas que había ido teniendo él para
tratar de animarme, y una completa desagradecida.
Me
hundí entre las mantas, casi tan profundo como mi estado anímico, y me abracé
al peluche de Bugs Bunny de bebé mientras sollozaba desconsoladamente. Era una
caprichosa, una niñata, una mocosa… todas las cosas malas que habían dicho de
mí a lo largo de mi vida eran verdad. Por mucho que le hubiera gritado aquello
a Alec, la única a la que se aplicaba la horrible frase de “todo lo malo que
dicen de ti es verdad” era mi descripción, y no la suya.
Al
menos me había dejado el móvil en la mesilla de noche de Scott. Lo único que
podía ponerme peor en ese momento era ponerme a mirar mis aplicaciones de
mensajes, sólo para descubrir que todo el mundo seguía con su vida excepto yo.
Estaba
hundida completa y absolutamente, observando todas las cosas buenas que me
habían pasado a lo largo de mi existencia desde un filtro dorado de felicidad
que se había empañado y ahora estaba cargado de nostalgia, convenciéndome a mí
misma de que no me merecía el amor de mi familia y de que terminaría
perdiéndolos a ellos también si seguía en este plan, cuando escuché los acordes
de una canción que me resultaba familiar atronar los altavoces en la habitación
de Shasha.
Levanté
la cabeza de la almohada, que había convertido en un paño de lágrimas
especialmente grueso, y miré en dirección a la puerta en el momento en que
Shasha abría la puerta de una patada.
Ni
siquiera pude impresionarme por que hubiera decidido desempolvar uno de los
discos de One Direction y poner aquella canción, porque acababa de entrar en mi
habitación vistiendo botas de vaquera rosas, una boa de plumas del mismo color
fucsia chillón, y gafas de sol amarillas provenientes de un disfraz de gallina.
Agitando la boa de plumas a tal velocidad que parecían las hélices de un avión,
Shasha empezó a cantar a gritos:
-You know I’ve always got your back girl, so
let me be the one you come running to, runnin to, running. I see it’s just a
matter of fact, girl, you just call my name, I’ll be coming through, coming
through, I’ll keep coming…
Había empezado a sonreír al
ver a mi hermana hacer el payaso de aquella manera, pero cuando vi a Duna
aparecer con una peluca platino, zapatos de tacón sobre los que apenas se
sostenía, chaleco de tela vaquera y un clutch de mamá que puede que costara más
que algunos coches colgado del brazo, solté un alarido.
-On the other side of the world, it don’t
matter, I’ll be there in two, I’ll be there in two,
I’ll be there in
two, I still feel it every time, it’s just something that you do, now ask me
why I want to…
En
ese momento, Scott apareció por la puerta detrás de mis hermanas, y los tres se
abalanzaron sobre mí para sacarme de la cama y empezar a señalarme mientras
bramaban a la vez que los (por aquel entonces) cinco integrantes de One
Direction gritaban:
-IT’S EVERYTHING ABOUT YOU, YOU, YOU,
EVERYTHING THAT YOU DO, DO, DO, FROM THE WAY THAT WE TOUCH, BA-Shasha me
dio un golpe con la cadera mientras daba un brinco-BY- en esa ocasión, se lo dio a Duna- , TO THE WAY THAT YOU-Duna extendió los brazos hacia mí- KISS
–se llevó la mano al pecho- ON-la
bajó por su costado y se agachó-ME-levantó
los brazos al aire y mis hermanos continuaron saltando y gritando la letra de
la canción, Shasha ocupándose de la primera parte de las estrofas de Everything about you mientras que Duna
se encargaba de las segundas mitades…
Hasta
que llegó la parte de papá, claro, que fue tarea de Scott. Me cogió por la
cintura y me levantó en el aire, haciendo que diéramos vueltas sobre nosotros
mismos mientras cantaba:
-All we wanna have is fun, but they say
we’re too young, let them say what they want.
Shasha
saltó sobre mi cama y estiró el brazo en pose teatral, con una pierna
adelantada a la otra, mientras sostenía una bola de cristal invisible en lo
alto y chillaba a pleno pulmón el último estribillo de la canción, ocupándose
de la parte de Harry. Arrastrada por el torrente de energía que eran mis
hermanos, me uní a ellos y a Louis, Liam, Niall, Harry y papá en el final de la
canción.
Nos
quedamos mirando los unos a los otros, jadeantes y con cuatro sonrisas más que
hacía tres minutos en mi habitación. Ni siquiera me dio tiempo a mirar a Scott,
pues sabía que esto era obra suya y que no me lo merecía, porque empezó una
nueva canción cargada de guitarras eléctricas: I should have kissed you.
Cantamos
a gritos la canción, bailamos y brincamos y terminamos saliendo de mi
habitación y bajando las escaleras en dirección al piso inferior, en el que los
altavoces integrados de la casa seguían reproduciendo el puente de la canción a
tope, y llegamos al salón, donde mamá estaba tratando de leer en el iPad. Sobra
decir que no pudo leer mucho más: mientras nosotros estuviéramos en el piso
inferior y la música siguiera sonando, seguiríamos chillando y bailando y
haciendo lo imposible porque mi tristeza se mantuviera bien lejos de mí.
Todo
el mundo hablaba del poder medicinal de la música y su influencia en el mundo
era ampliamente aceptada, pero donde había estudios y conocimientos asentados
también había verdades incómodas que la gente no estaba preparada para aceptar,
y una de ellas era el inmenso poder que tenía el primer disco de One Direction
sobre un corazón roto. Entre acordes editados a ordenador, frases escritas
entre 10 personas, voces moduladas por programas informáticos y letras
repetitivas que no por ello eran peores, mis hermanos y la banda de mi padre
consiguieron lo imposible: que me olvidara de que mi mundo amenazaba con
desmoronarse, y a consecuencia de ello, éste empezara a reconstruirse solo.
Estaba
exagerando. Claro. Alec estaría enfadado, vale, pero se le acabaría pasando,
igual que se me pasaría a mí. Yo también estaba enfadada. Con él, y con mis
amigas. Nadie lo había hecho del todo bien en aquella situación. Nadie tenía la
razón absoluta. Solo necesitaba tiempo, y las cosas volverían a su sitio. Se me
haría eterno el tiempo que tuviera que esperar, pero las aguas volverían a su
cauce.
Eso
me decían las letras cargadas de tópicos adolescentes de las canciones de Up all night, unidas a mis saltos y a
los coros con mis hermanos llenando la casa… hasta que mis hermanos y yo
reclutamos a mi madre y cometimos el tremendo error de ir a golpear la puerta
de la habitación de los graffitis en la que se escondía mi padre.
-Up all night! Up all night!
We’re gonna stay up all night! Up all night! We’re gonna stay up all night! Up
all night! Up all…!
Sin
previo aviso, papá abrió la puerta de la habitación en la que se escondía y
echó a andar en dirección al vestíbulo, mientras mamá, Duna, Shasha, Scott y yo
seguíamos cantando y agitando el puño en el aire.
Papá
abrió la tapa de la caja de los plomos de la casa y bajó el general,
sumiéndonos a todos en el silencio.
-Cojones
ya, con la musiquita-bufó.
-¡Zayn!-protestó
mamá, que había tardado en sumarse a la fiesta y claramente quería recuperar
terreno perdido.
-¿Es
porque he subido más tus agudos?-preguntó Scott, y papá se lo quedó mirando,
puso los ojos en blanco, negó con la cabeza y chasqueó la lengua.
-Maldito
chaval…-musitó, riéndose, y volvió a subir los plomos, pero ya nos había
cortado el rollo. Shasha torció la boca, subió con pies pesados a su
habitación, desanimada por lo poco que nos había durado la fiesta (el aleatorio
de iTunes sólo había tenido tiempo de reproducir cinco canciones, aunque habían
sido geniales todas y cada una de ellas y por suerte no nos había tocado
ninguna balada lentita), Duna se acurrucó entre las piernas de mamá, y yo me
volví para mirar a Scott.
-Gracias,
Shash-reconoció Scott, asintiendo con la cabeza en dirección a nuestra hermana,
y ella se volvió y levantó los pulgares.
-De
nada. Necesitaba ayuda profesional.
-Siento
lo de…-empecé, avergonzada por lo bien que me trataba Scott y lo mal que lo
trataba yo. Él me puso un dedo en los labios y negó con la cabeza.
-No
es nada. Estoy acostumbrado a que te comportes como una loca. Al fin y al cabo,
es lo que estás.
Le di
un empujón a mi hermano, fingiéndome ofendida, y él por toda respuesta me
agarró con fuerza, me dio un abrazo y un beso en la cabeza y me dijo que me
quería muchísimo, que no me hacía una
idea.
Me
quedé en mi habitación hasta la hora de comer, lo cual fue un error por mi
parte y la de mi hermano, porque la dopamina del baile y las canciones pronto
se disolvió en mi cuerpo y terminó conmigo tumbada en la cama, leyendo sin
conseguir interiorizar las palabras, y mirando de reojo la pantalla de mi
teléfono cada dos segundos, ansiando que llegara un mensaje con un tono
particular, de Momo o de Alec, y aquella pequeña catarsis que había anticipado
mientras sonaba Up all night empezara
a desencadenarse. No hubo suerte, y cuando bajé a ayudar a preparar la comida y
poner la mesa, volvía a tener la moral bastante minada, aunque no tanto como
cuando me había despertado, eso sí.
Conseguí
comer un poco, y cuando anuncié que me iba de nuevo a mi habitación, mis padres
se miraron un momento, asintieron casi imperceptiblemente con la cabeza, y me
dejaron marchar.
Cinco
minutos después, cuando yo estaba a punto de encontrar la página en la que
había dejado mi lectura antes de insistir tercamente en continuar pasando
páginas del libro como si fuera boba, papá llamaba suavemente con los nudillos
a la puerta de mi habitación.
-Pasa-invité,
y él no necesitó que se lo dijera dos veces. Empujó la puerta de mi habitación
hasta dejarla completamente abierta y se quedó apoyado en el marco. Vestía
vaqueros, camiseta y una sudadera de cremallera. Se metió las manos en los
bolsillos del pantalón y se me quedó mirando, y por un momento no pude evitar
fijarme en el tremendo parecido que tenía con Scott. O que Scott tenía con él.
A
pesar de que los ojos de mi hermano eran los de mi madre, el resto de su cuerpo
lo había sacado de papá, pero no sólo eso: también la voz, también los gestos,
incluso algunas expresiones (aunque su preferida, no sé, ¿el agua moja?, era un sello de identidad de mamá), pero
sobre todo, sobre todo, la forma en que me miraba como si fuera lo más precioso
y delicado del mundo. Incluso cuando los ojos eran completamente distintos (los
de papá, castaños; los de Scott, verdosos con motitas doradas), la forma de
mirarme era tan idéntica que era fácil confundir a padre e hijo.
Me
mordisqueé el labio y esbocé una sonrisa tímida mientras dejaba el libro sobre
la cama, con el lomo vuelto hacia el cielo.
-Hola,
papi.
-¿Cómo
está mi chica preferida en el mundo?-preguntó, guiñándome un ojo, y mi sonrisa
se hizo un poco más amplia. Aquella sencilla pregunta me recordó que podía perder
a mucha gente, pero entre ellos jamás se contaría a mi padre y él haría lo
posible por suplir cada ausencia rellenando los cráteres de balas de cañón con
su amor.
-Bien. Iba a leer-expliqué,
señalando el libro, y papá lo miró y asintió con la cabeza, mordiéndose el
labio exactamente en el mismo punto en que se lo mordía Scott.
-Pareces
más animada que por la mañana.
-Lo
estoy-me aparté un mechón de pelo detrás de la oreja y entrelacé las manos
sobre las piernas cruzadas-. Vuestro primer disco tiene propiedades curativas.
Papá
se echó a reír suavemente.
-¿Sabes?
No eres la primera que me lo dice, y estoy bastante seguro de que tampoco serás
la última. Así que…-dio una palmada-. Ya que estás tan bien, y tan entretenida,
me imagino que no querrás acompañarme esa tarde a hacer unas cositas, ¿no?
Dejé
la espalda recta y abrí mucho los ojos. ¿Me estaba ofreciendo lo que yo
pensaba?
Papá
sonrió, alzó las cejas y arrugó la nariz.
-Sí,
ya me parecía que no querrías acompañar a tu viejo en el curro; a fin de
cuentas, tú todavía eres joven, y…
-¿VAS
A GRABAR HOY?-grité, entusiasmada, y papá se echó a reír. Se pasó una mano por
el pelo, recordándome que sólo se rapaba cuando empezaba un nuevo disco, y me
dolió un poco porque aquel gesto era típico de Alec. Pero, a la vez, no me
dolió en absoluto, porque ver a papá preparar una canción nueva era una de mis
cosas favoritas en el mundo-. ¡ME CAMBIO Y NOS VAMOS!-salté de la cama,
olvidadas todas mis penas, y me abalancé sobre el armario.
Papá
me dejó para que me vistiera, y con el sonido de sus pasos recorriendo la casa
en dirección al piso inferior, me quedé plantada delante del armario asistiendo
a mi enésima crisis existencial del día. Mientras me decantaba por un peto
vaquero negro y me enfundaba un jersey blanco por debajo que combiné con unas
medias de topos y botas militares negras, no fui capaz de apartar un
pensamiento que reverberaba al fondo de mi cabeza como el sonido de un trueno
lejano que se acercaba poco a poco al valle en el que vivía.
Fueron
las medias las que hicieron que el instante de alivio de la oferta de mi padre
se evaporara en el aire, al pensar mi subconsciente con crueldad que ahora no
tenía de qué preocuparme cuando me vestía y elegía un conjunto que incluyera
una prenda así. Nadie me formaría en ellas una carrera mientras recorría mis
muslos con sus manos, nadie protestaría por tener que acariciar mi entrepierna
por encima de la tela para tentarme, ni nadie gruñiría antes de rompérmelas y
penetrarme con un ansia que los dos sentiríamos.
Podía
permitirme el lujo de vestir unas medias tan bonitas porque Alec ya no formaba
parte de mis planes. Por mucho que me hubiera dicho a mí misma que las aguas
volverían a su cauce, aún era demasiado pronto, no sólo para él, sino también
para mí. Lo que nos habíamos dicho aún me hacía daño sobre la piel, con el
resquemor típico de un corte que no recuerdas salvo cuando intentas coger
cualquier cosa sin recordar que tienes esa herida. Todo mi cuerpo estaba hecho
de una fina capa de piel que todavía no servía para protegerme, y era culpa de
aquellos mensajes que no habían llegado. Sólo si él venía a casa para hablar
las cosas bien, sentados en el sofá, puede que con las rodillas juntas y las
manos entrelazadas, sería capaz de perdonarle.
No
era tan estúpida como para pensar que eso sucedería. Por eso me marchaba al
estudio de grabación con mi padre. Por eso, y porque necesitaba un poco del
éter medicinal que se concentraba en las cuatro paredes insonorizadas de un
estudio, al que casi nunca había podido ir.
Tratando
de contar las veces que había visitado a mi padre en el estudio y él había
grabado música estando yo presente fue cuando alcancé el segundo mar tormentoso
de la travesía del día. Papá era muy celoso de su arte y tan perfeccionista que
no soportaba que nadie viera sus proyectos hasta que no sonaran en los
altavoces como lo hacían en su cabeza; sólo le presentaba cosas a mamá cuando
les había dado muchas vueltas, o cuando
una musa le susurraba al oído y él quería saber si estaba yendo por el buen
camino, si mamá consideraba bueno lo que estaba a punto de hacer. Ella había
estado muy pocas veces con él en el estudio, siempre embarazada o acompañada de
una de sus hijas de bebés.
Sólo
yo había tenido el privilegio de estar en sus brazos mientras ultimaba la
canción que llevaba mi nombre y que le había granjeado un Grammy que no dudé en
abollar apenas lo trajo a casa y me lo entregó. Y ni siquiera recordaba aquel
momento capturado en vídeo y colgado en las cuentas privadas de mi familia,
para que sólo nosotros pudiéramos verlo, en el que yo dormitaba sobre el pecho
de papá mientras él se balanceaba y terminaba de grabar las últimas pistas de
voz secundarias. Mis hermanos y yo habíamos visitado el estudio e incluso
grabado con él, pero siendo tan jóvenes que ninguno lo recordaba, y por
supuesto no éramos conscientes de lo que sucedía o de la importancia que tenía
lo que estábamos haciendo.
Debían
de verme muy mal para pensar en invitarme a ir a grabar. Papá le traía a mamá
las canciones terminadas. Se suponía que era su alma gemela, y sin embargo se
tenía que conformar con que papá le llevara las primeras demos de las nuevas
canciones la besara y la abrazara
mientras ella las escuchaba.
Me
miré en el espejo, sin ver nada que pareciera fuera de lugar y sin embargo sin
conseguir que nada encajara del todo. Me toqueteé las trenzas, tiré de mis
medias para asegurarme de que los lunares estaban simétricos, e incluso
consideré aplicarme un poco de maquillaje para ocultar mis ojeras, pero
finalmente deseché la idea. Papá decía que al estudio de grabación había que
entrar con ánimo humilde y espíritu desnudo, y no terminaba de casarme con el
espíritu desnudo el ponerme maquillaje.
Me
detuve un instante frente a la puerta de Scott, tentada de entrar y coger mi
móvil, pero finalmente decidí no hacerlo. Si papá me había ofrecido ir al
estudio era precisamente porque quería aislarme: de nada servía que él
sacrificara su intimidad para protegerme si yo misma traía a los monstruos a
casa.
No
pareció sorprenderle que bajara sin bolso, y si lo hizo, lo disimuló muy bien.
Me miró, esbozó una cálida sonrisa, se incorporó y le dio un beso en la frente
a Duna, que había vuelto al regazo de mamá, y un beso en los labios a mamá.
Ella le acarició la muñeca de papá.
-Que
te diviertas haciendo arte, mi amor.
-Y
será toda para ti, Sher-contestó él, sonriendo de nuevo y volviendo a besarla.
-No
tengáis prisa-susurró contra sus labios, y papá asintió, le dio un último beso,
y echó a andar en dirección al garaje. Mamá me dio un beso en la mejilla y yo
se lo di a Duna.
Para
cuando entré en el coche, el motor ya estaba en marcha y la puerta del garaje
se estaba abriendo. Contuve el aliento un segundo y balanceé las piernas, ya
con el cinturón abrochado, mientras esperaba a que papá saliera de nuestra
casa. Él me miró.
-¿Preparada?
Le
dediqué una sonrisa sorprendentemente ilusionada que era un oasis en el
desierto, sonrisa que él me devolvió. Me dio un beso en la sien, metió la
marcha y sacó el coche del garaje, y a mí del pozo al que me había lanzado yo
misma.
Aquella
sonrisa no desapareció de mi boca a medida que nos acercábamos al estudio de
grabación de papá, en el corazón de Londres, sino más bien todo lo contrario:
con cada kilómetro que avanzábamos en dirección a los rascacielos más famosos
del mundo, sentía que mi corazón se iba liberando de una carga inmensa de la
que yo no me había dado cuenta de que estaba tirando. Las viviendas
unifamiliares dieron paso a casas adosadas, y los coches amplios se vieron
sustituidos por pequeños taxis y enormes autobuses rojos cargados de gente,
cada uno con su vida, cada uno cumpliendo con su propia rutina, con las
bufandas en los cuellos y los gorros en la cabeza como único elemento común en
todos ellos. El mundo continuaba su marcha, y por suerte para mí, no se había
olvidado de llevarme con él.
La
puerta del garaje del estudio de papá estaba repleta de paparazzi, que
pululaban en torno a la rampa vibrando con la anticipación de las facturas de
las fotografías de estrellas que conseguirían sacar esa tarde. Me arrebujé en
el asiento, lamentando no haberme puesto maquillaje, mientras los flashes nos
cegaban por un momento. Pronto, papá metió el coche en el interior del garaje y
me condujo al ascensor, en el que ascendimos rápidamente por las plantas del
edificio hasta llegar a un amplio estudio de suelo negro, paredes blancas y
mobiliario en tonos marrones. Había puertas de cristal que custodiaban
habitaciones por lo demás cerradas, y hombres de hombros anchos y espalda recta
que se mantenían a la espera de que alguien se dignara a intentar atravesarlas.
Papá saludó con una inclinación de cabeza a varios de ellos a medida que iban
abriéndonos las puertas, desbloqueando los diferentes niveles de un castillo de
videojuegos que no se parecía en nada a las construcciones góticas con las que
te solías encontrar cada vez que encendías la consola.
Por
fin, llegamos a una puerta de madera oscura con agarres plateados, en la que no
había nadie vigilando. Me imaginé que aquél era el sitio al que nos dirigíamos,
y que si no había nadie custodiando la puerta, era porque lo que había en el
interior era tan poderoso que no necesitaba protección: imponía por sí mismo.
Papá
tiró de la puerta sin llamar, y me hizo un gesto para que pasara delante de él.
Entré con la cabeza gacha, examinando todo lo que había a mi alrededor,
tratando de encontrar entre mis recuerdos un lugar como aquél. No lo conseguí:
si papá había seguido con el mismo estudio que cuando grabó conmigo en brazos,
lo habían sometido a una reforma integral.
Me
encontré en el centro de una habitación con mesas en las que había infinidad de
botones y mandos, casi una decena de pantallas de ordenador, y una inmensa
cristalera a través de la que se veía un micrófono colgado del techo, con un
atril para una partitura justo frente a él, y varios instrumentos esperando en
un rincón de la habitación. Al lado de la puerta, había varios sofás.
Las
personas que estaban dentro de la habitación se giraron para mirarme con
curiosidad cuando entré, descolocadas al no ser yo un artista de prestigio
internacional que tenía cita esa misma mañana, cubierto de tatuajes y con unos
cuantos piercings, sino simplemente una chica de corta estatura, trenzas
gruesas y piel más oscura que el resto de mi familia.
Una
chica de pelo naranja terminado en puntas amarillas que me hizo pensar que
tenía la cabeza en llamas se levantó de su asiento para venir hacia mí. Sonrió.
-Sabrae-susurró,
reconociéndome, y yo tuve que recordarme que no era alguien desconocido, y
mucho menos en aquellos círculos. Mi nombre ya de por sí exótico se había
convertido en tendencia cuando papá me escribió una canción, y en trending topic mundial cuando ganó un
Grammy con ella. Le dediqué una sonrisa tímida a la chica, luchando por
recordar cómo se llamaba, pero papá enseguida vino a mi rescate. Me puso una
mano en la cintura y me atrajo hacia sí, bajo la atenta mirada de todos en la
habitación.
-Hoy
voy a tener público. No os importa, ¿verdad?
Si a
alguien le molestaba mi presencia allí, no se atrevió a decirlo. Unos
asintieron con la cabeza, otros murmuraron “en absoluto” en voz baja; un chico
de gorra que debía de tener pocos años más que Scott se encogió de hombros y se
volvió a la mesa de mezclas.
Papá
me dio un beso en la cabeza y entró en la sala del micrófono, solo, después de
indicarme el sofá en el que podía sentarme.
Me
dejó disfrutar de cómo creaba su música y daba instrucciones específicas de
cómo quería que sonara. Papá se convertía en una persona completamente
diferente cuando atravesaba el estudio de grabación: con nosotros en casa era
exigente, sí, pero cualquier cosa que hiciéramos bien era motivo de orgullo, y
cedía muchas veces a las cosas que decía mamá por el mero hecho de que las
decía ella. Nos trataba con deferencia y mucho cariño, tanto que a veces
incluso sentía que no nos merecíamos que fuera tan bueno con nosotros, pero
aquel cariño y esa felicidad por las pequeñas cosas no conseguía atravesar la
puerta del estudio de grabación junto a él. Estuvo más de una hora perfeccionando
una nota alta porque no estaba satisfecho con cómo le sonaba, escuchó
grabaciones de días anteriores y pidió los arreglos que creía que más le
convenían, y hasta que no lo tenía todo bien cuadrado se negaba a pasar a la
siguiente canción.
Salió
de la sala del micro y entró varias veces, sentándose siempre a mi lado en el
sofá, cogiéndome la mano y mirándome los pies, concentrado en escuchar lo que
estaba creando.
-¿Te
gusta?-me preguntaba cuando terminaba de reproducirse una pista, y yo asentía
con la cabeza y decía que sí, por supuesto. Entonces, papá sonreía, hacía un
mohín, miraba a los productores y decía que quería repetirlo, a ver si
conseguía un agudo más agudo o un grave más grave, controlar más o menos el vibratto o darle un tono diferente a la
canción.
Llegado
un momento, se pasó una mano por el pelo, consultó las notas que había ido
recopilando de forma apretujada en el bloc de componer del que nunca se
separaba, y dejó escapar un gruñido.
-Lo
borramos todo.
-¿Qué?
Pero, Zayn, está…
-¡Lo
borramos todo! No suena fuera como suena aquí dentro-explicó, tocándose la sien
con dos dedos. La chica de pelo de fuego, a la que decidí llamar Katniss, se
inclinó hacia el micrófono.
-Suena
genial, Zayn, de verdad. Podemos usar estas pistas en otra canción. Si quieres,
podemos pasar a la demo del jueves pasado; te había quedado bastante bien, sólo
necesita unos pocos arreglos, estabas bastante satisfecho…
Pero
papá ya no la escuchaba. Había empezado a respirar fuerte, y se apoyaba contra
la pared con tanta fuerza que parecía estar tratando de desplazarla. Le escuché
jadear, luchar por aire, y no me lo pensé dos veces: mientras el pánico cundía
en la habitación por el ataque de ansiedad de mi padre, yo me levanté de un
salto y corrí a la puerta del micrófono. Entré en tromba y me coloqué frente a
él, le cogí las manos y le obligué a mirarme, aunque no sabría decir si él
podía verme.
-Papá-susurré,
acariciándole los nudillos y mirándolo a los ojos con intensidad-. Estoy aquí.
No pasa nada. Estoy aquí.
Papá
parpadeó, luchando por verme, y gimió cuando yo me metí entre sus brazos y le
rodeé la espalda con los míos. Coloqué mis manos sobre sus hombros.
-Respira
conmigo. Así. Mira-le indiqué, y empecé a coger aire por la nariz y soltarlo
muy despacio por la boca, llenando mis pulmones a plena capacidad. Él me imitó,
y pareció dejar de ahogarse, pero el malestar y la tensión que manaban de su
cuerpo no desaparecieron del todo-. Está muy bien lo que estás haciendo, ¿por
qué no te gusta?-le pregunté, y él me miró como si me viera por primera vez, y
yo fuera una criatura salida de un cuento de hadas, tan hermosa que era
indescriptible, tan diferente a todo que era imposible buscarme ninguna
semejanza con nada que él hubiera visto antes. Papá sostuvo mi cara entre sus
manos y me acarició las mejillas con los pulgares.
-Sabrae…
-Me
gusta mucho. Y seguro que a las fans también. Está para publicar. Será todo un
éxito. De verdad.
Él se
rió, triste.
-Lo
dices porque eres mi hija.
-No.
Lo digo porque tengo buen gusto.
-No
puedo más-susurró, mirando hacia el cristal, donde todo su equipo esperaba
completamente quieto, como si nosotros fuéramos dos depredadores y ellos
nuestras potenciales presas. El primero que moviera un músculo sería el primero
en morir.
-¿Quieres
que nos vayamos a casa?-sugerí. No me apetecía especialmente volver a nuestra
casa por todo lo que aquello implicaba, pero si a papá le hacía mal estar aquí,
yo me iría con él. Me lo llevaría personalmente, ¡incluso trataría de conducir
el coche! Aunque sería mejor que intentáramos coger el transporte público,
porque no llegaba a los pedales ni conocía las normas de circulación. No era
buena idea eso de coger un coche sin carnet en una de las ciudades más
transitadas del mundo.
Para mi sorpresa y alivio, negó
con la cabeza.
-No.
Estar aquí me hace bien. Y a ti también-me acarició los hombros y me dio un
beso en la frente-. Ni siquiera has cantado y ya estás bastante mejor que
cuando te traje aquí. La música es terapia, mi niña, y crearla es un acto de sanación
tan poderoso como la cicatrización de una herida. Tengo una idea: canta tú. Yo
estoy cansado, pero no podemos irnos todavía.
-Pero…
-Has
sido muy valiente-me tomó de la mandíbula y me miró a los ojos, acariciándome
el mentón con el pulgar-. Estoy orgulloso de ti, mi pequeña. Te mereces una
recompensa. Sé que te hace ilusión estar aquí, así que…-dio un paso atrás-,
estate aquí.
Me
volví hacia el micrófono, toqué la red metálica con curiosidad y volví a mirar
a papá.
-Pero…
¿qué puedo cantar?
-Lo
que tú quieras. Tú mandas. Ahora, eres artista y musa a la vez.
Parecía
un poco más animado ante la perspectiva de verme cantar, y mentiría si dijera
que yo no lo estaba también. Me mordí y relamí el labio, asentí con la cabeza y
cogí los cascos que colgaban del atril frente al micrófono.
-¿Qué
canto?
-Lo
que tú quieras. Puede ser improvisado o puede ser una canción que conozcas.
-¿Puede
ser una canción tuya?
Papá
se sentó en una de las sillas frente a la mesa de mezclas y se inclinó hacia el
micrófono. Su voz llenó mis oídos.
-Cariño,
para mí sería un honor escucharte cantar algo mío.
Sonreí,
asentí con la cabeza, me lo pensé un momento y sonreí. Si la música era
terapia, había que darle todo lo que tuviéramos dentro para que pudiera
sanarnos. Me volví hacia papá, acaricié el micrófono, me relamí los labios, y
como si hubiera nacido para pronunciar aquella frase, pedí:
-¿Me
ponéis Let me?
Papá
sonrió, asintió con la cabeza y se volvió hacia los productores, que pronto
tuvieron la pista de audio instrumental lista para mí. Carraspeé para tener la
voz libre, y con un leve nudo en el estómago producto de los nervios por las
ganas de querer hacerlo bien, empecé a cantar…
…
como lo había hecho Alec hacía meses, cuando había empezado a sonar la canción
en la discoteca de Jordan, y habíamos bailado bien pegados mientras pensábamos
en lo apropiada que era para describirnos. En aquella época, nos parecía que
todo lo que hablara de amor oculto en mera atracción física estaba hablando en
secreto de nosotros, incluso cuando se trataba de canciones que habían sido
publicadas antes de que yo naciera.
Me
noté sonreír mientras cantaba, lo cual no era del todo bueno para modular la
voz, pero no me importaba. Estaba sacando fuera todo mi sufrimiento de la noche
anterior, de la tarde anterior, y confiando de nuevo en lo que el futuro me
deparaba. Puede que hubiera enfadado a Alec y que yo estuviera enfadada con él,
pero ningún enfado duraba para siempre.
Nos perdonaríamos igual que me perdonaría con mis amigas, y todo iría
rodado otra vez. Hablaríamos de nosotros, nos aplicaríamos el cuento de la
canción de mi padre, y tendríamos una única palabra, sin más, para definirnos.
Todo estaría bien.
Si
las desgracias nunca vienen solas, tampoco lo hacían las pequeñas remontadas.
Para cuando terminó la canción, yo sonreía, y enseguida les pedí otra, y luego
otra, y otra, y me dejé la voz cantando ahora que ya tenía a quien hablarle y
quien me escuchara.
Nos
habíamos pasado de la hora, pero a nadie pareció importarle. Incluso la
cantante que venía después de mi padre se quedó sentada mirando cómo cantaba,
sonriendo y mirándome con el orgullo de una madre postiza mientras terminaba mi
canción. Cuando papá entró para decirme que teníamos que irnos, nadie protestó
al empezar a suplicarle para que cantáramos juntos, y diez minutos después, yo
abría la puerta del coche con un CD en el que habían grabado mi voz sobre las
pistas instrumentales de varias canciones de papá, así como una nueva que puede
que jamás viera la luz, pero no me importaba.
Hice
bailar el disco entre mis dedos mientras papá sacaba el coche del garaje, y
mientras nos deslizábamos por entre el tráfico londinense no podía dejar de
pensar en lo importante que había sido todo aquello para mí, lo mucho que me
había ayudado a mejorar mi día, y lo trascendental del momento padre-hija que
ahora teníamos guardado para siempre en un pequeño disco plateado.
Algo
dentro de mí me dijo que aquello era incluso más especial de lo que yo quería
creer, que papá no lo había hecho con nadie antes y puede que no volviera a
hacerlo. No me imaginaba a Scott entrando en el estudio para solapar su voz a
la de papá, ni tampoco a Duna, ni a Shasha.
Es
más, no me imaginaba a mi padre llevándose a mis hermanos al estudio como lo
había hecho conmigo. No me lo imaginaba recomponiéndose tan rápido de un ataque
de ansiedad. No me lo imaginaba sentándose tranquilo a los dos minutos de que
su espíritu colapsara a escuchar cómo cantaba ninguno de mis hermanos. No me lo
imaginaba tranquilizándose tan rápido con ellos, mirándolos y verlos al poco
tiempo de empezar a jadear. Ni siquiera le pasaba eso con mamá, que tenía que
estar consolándolo y recordándole cómo había que respirar durante casi un
cuarto de hora, acariciándole y besándole y diciéndole que no había nada que
pudiera con él, que era invencible, que jamás se quedaría solo y que los miedos
de su cabeza no eran más que imaginaciones suyas.
Puede
que la música fuera terapéutica, pero yo no lo era tanto.
-Papá…
-¿Mm?
-Antes,
¿te ha dado un ataque de ansiedad, o sólo estabas agobiado?
Papá
trató de disimular una sonrisa mordiéndose el labio.
-¿Qué
crees tú?
-Creo…
que estabas agobiado, pero que exageraste un poco, aunque no sé para qué. Puede
que para distraerme.
-O
para que te sintieras útil-respondió él, girando en una esquina e
incorporándose al tráfico tras colarse a un autobús-. Puede que quisiera
hacerte ver que no estabas tan perdida como pensabas, o que no eres tan
irrelevante como te decía tu cabeza mientras estabas hecha un ovillo en la
habitación de tu hermano.
-¿Cómo
sabías que había pensado en eso?
-Yo
he estado donde estás tú ahora. Incluso en sitios más oscuros-murmuró,
pensativo, su mente sumida en unos recuerdos en los que no quería bucear
demasiado-. Y no voy a consentir que mi hijita visite esos lugares.
-Con
tus otras hijitas y tu hijito no habrías fingido un ataque de ansiedad. Ni
tampoco los habrías llevado al estudio.
Papá
no contestó, fingiéndose distraído.
-Papi…
yo soy tu preferida de verdad, ¿no?
Sonrió
sin mirarme.
-Yo
no tengo preferidos, Sabrae-me recordó en cierto tono de regañina, pero a mí no
iba a engañarme. Reconocía el favoritismo cuando lo veía.
-Bueno,
pues tu ojito derecho-insistí, terca como una mula, porque necesitaba que me
dijeran que era buena, que era lista, que era importante, como Viola Davis en Criadas y señoras. Nada le haría mejor a
mi orgullo dañado cuya herida supurante susurraba que no era tan importante
como para perdonarme mis errores como conseguir arrancarle a papá una verdad
que todos en casa conocíamos pero decidíamos ignorar.
-Pues
claro que eres mi ojito derecho, mi amor. Eres mi niña-respondió, acariciándome
la cabeza y besándome la sien-. Y nadie va a poder cambiar eso.
Sonreí,
me arrebujé en el asiento y tamborileé con los dedos sobre el pequeño CD.
Estaba tan animada por aquel nuevo descubrimiento que ni siquiera consideré la
posibilidad de que allí pudiera acabarse mi buena suerte. Achacaba mi recién
recuperado buen humor a una estrella que había decidido brillar sobre mí, una
estrella que no iba a apagarse así como así, ¿verdad?
Qué
equivocada estaba. Cuando llegamos a casa, ni siquiera pasé por mi habitación
para dejar el CD antes de entrar en la de Scott y coger rápidamente mi móvil.
Me lancé sobre él como una gata sobre su comida, ansiosa por probarla,
famélica…
… y
mi corazón se hundió de nuevo en aquel pozo sin fondo al que me había lanzado
yo misma y del que a papá tanto le había costado sacarme cuando descubrí que no
tenía ninguna notificación interesante.
Ni de
Alec, ni de mis amigas.
Puede
que estuviera sola con mi familia, después de todo.
El
estómago comenzó a retorcérseme mientras abría Telegram y comprobaba que Alec
se había conectado hacía apenas tres minutos, y ni aun así había decidido
enviarme un mensaje y obviar la discusión del día anterior. Tampoco mis amigas
habían dado señales de vida: el último mensaje del grupo seguía siendo aquel
del archivo adjunto que había enviado Kendra después de terminar su parte, al
que ninguna se había dignado en contestarle, ni siquiera yo. Jamás habíamos
estado tanto tiempo sin hablar, lo cual me hizo sospechar, como sólo puedes
hacerlo cuando estás emocionalmente hundida, que habían decidido hacerse un
grupo privado de ellas tres, para así no tener que hablar conmigo.
Lo
peor de todo es que estaba segura que la creadora de aquel grupo había sido
Amoke. Kendra era demasiado pasota a ese respecto, y Taïssa parecía ser la
única dispuesta a mediar por que la pelea no fuera a más, como me había
demostrado en la mesa de la biblioteca. Por lo tanto, la única sospechosa de
aquella secesión que yo estaba segura que había ocurrido era Momo.
Era
horrible pensar algo tan malo de tu mejor amiga, pero mucho peor era tener la
certeza de que tenías razón. Momo estaba furiosa conmigo ayer, como si yo
hubiera tenido la culpa de que Alec se pusiera con ellas como un energúmeno,
cuando lo había hecho sin que yo tuviera ni idea de lo que estaba pasando.
Me
descubrí enfadándome conmigo misma y con todos ellos de nuevo: con Alec, por haber
sido tan impulsivo de echarles la bronca a mis amigas cuando era algo que a él
no le incumbía; y con ellas, por pensar que yo sería capaz de pedirle a él que
fuera a luchar mis batallas, especialmente en las que ellas se veían
involucradas.
Me
quedé sentada en la cama de Scott, con el ceño fruncido, mirando las últimas
conexiones de las chicas, que no coincidían con el último mensaje que habían
enviado por el grupo, y saltando entre nuestro grupo y la conversación con
Alec. Lancé el móvil sobre la cama y me tumbé con los pies sobre la almohada y
la cabeza en la parte baja del colchón, apretándome la barriga para tener algo
a lo que echarle la culpa de la presión que sentía en ella, fruto de tantas
decepciones tan de seguido.
Así
estaba, compadeciéndome de mí misma, recopilando la ira perdida, cuando Scott
entró en la habitación.
-¡Epa!
¿Qué pasa, Sabrae? ¿Tu habitación huele mal, o qué?
Me
incorporé y noté que algo mojado se deslizaba por mis mejillas. Me limpié
rápidamente las lágrimas con el dorso de la mano y sorbí por la nariz. Ni
siquiera me había dado cuenta de que había empezado a llorar. A Scott se le
borró la sonrisa de la cara nada más ver mi expresión de desamparo.
-Perdón.
Es que… perdón.
-¿Estás
bien?-preguntó, acercándose a mí con la mano extendida, pero yo me aparté
rápidamente. Recogí mi teléfono y lo aferré entre mis manos.
-No
te preocupes-musité, sorbiendo de nuevo por la nariz-. No es nada. Se me
pasará.
-Saab…
-Necesito
estar sola.
Troté
a mi habitación como alma que lleva el diablo y tuve la buenísima idea de meter
mi móvil en un cajón y guardarlo bajo llave para así no torturarme más. Me
tumbé sobre la cama y me abracé al peluche de Bugs Bunny, hundí la cabeza en él
e inhalé el aroma del suavizante de las mantas que siempre lo impregnaba. Scott
llamó a la puerta con los nudillos y la empujó.
-Quiero
estar sola, S.
-Te
has dejado esto-explicó, tendiéndome el CD olvidado. Me lo dejó encima de la
mesilla de noche al ver que yo no hacía ademán de cogerlo y se mordió el
labio-. Oye, Saab, mira… ya sé que las cosas están muy mal y que no te apetece
nada, pero… tienes que salir de casa. No puedes quedarte aquí lamentándote de
tu suerte. Eso sólo te pondrá peor.
-¿Y
qué sugieres que haga? No tengo amigas, ni tengo novio. No tengo a nadie-gemí,
negando con la cabeza y apartándome el pelo de la cara. Se me escapó un sollozo
que me hizo sentirme desamparada.
-Sí
que tienes. Me tienes a mí. Y a las chicas. Y a papá y mamá. Podemos ir al
cine, o a dar una vuelta, o si quieres, a cenar. Puedo cancelar mis planes,
puedo…
-No
quiero que canceles nada. Esto lo tengo que llevar yo sola.
-Eres
mi hermana, Sabrae.
-Ya,
y tú eres amigo de Alec-susurré-. No puedo estar contigo sin pensar en él. No
podemos ir a ningún sitio sin que a mí me dé miedo que se nos acerque, y…
-Pero,
¿qué ha pasado? ¿Os habéis peleado por algo?
-Sí.
Y él está enfadado conmigo-murmuré, abrazándome al peluche. Scott arrugó la
nariz.
-Eso
no es propio de Alec. Él no se enfada nunca. Sólo con Mimi. Y tú no eres Mimi,
¿o sí?-bromeó, pero yo no le seguí el juego.
-No
quiero que tenga más cosas que echarme en cara. Vete con tus amigos esta noche.
Yo me quedaré en casa, viendo realities, comiendo
helado… lo que hace la gente en mi situación.
-Pero,
nena…
-Me
sentiría fatal si te quedaras en casa tú también. No soy la mejor compañía del
mundo en este momento-reconocí-. Hasta mis amigas podrían decirte eso.
Especialmente, ellas-añadí con amargura, y Scott frunció el ceño.
-¿Te
has peleado con Alec y con tus amigas a la vez?-asentí-. ¿Por qué?
-No
me apetece hablar de eso ahora, S.
-Vale.
Lo entiendo. Sí, es verdad. Necesitas distraerte. Vale, pues, eh… voy a
cambiarme y nos vamos al centro. Podemos ir a mirar libros. Te gusta mirar
libros-me recordó-. Podemos comprarte uno, y…
-No
quiero ir a ningún sitio.
-Pero,
¡te va a sentar bien, Saab!
-¿Y
si nos lo encontramos?
-¿A
quién?
-¡A
Alec!
-Pues
mira-Scott chasqueó la lengua-. Si nos lo encontramos, casi que mejor, porque
os obligaré a solucionarlo delante de mí. Puede que hasta me quede mirando cómo
os morreáis como animales en celo-espetó, riéndose, pero yo no me uní a sus
carcajadas-. Venga, tienes que admitir que ha tenido gracia.
-Un
poco. Sobre todo por lo surrealista que es. No vamos a volver a besarnos. No
quiero verle.
-A
ver, que Alec es feo, pero tampoco es que haga daño a la vista…-me provocó, y
yo sonreí.
-Alec
no es feo.
-¡Ajá!
Lo sabía. Hay oportunidades de reconciliación.
-No.
Él está enfadado conmigo.
-Y
eso lo sabes porque…
-No
me ha enviado un mensaje de buenos días.
Scott
parpadeó despacio.
-Se
le habrá olvidado.
-Nunca
se le olvida.
-Estará
durmiendo.
-Siempre
se despierta cuando sale el sol.
-Pues
entonces, lo mejor será que quedemos y que te explique el problema que haya
tenido con el móvil que le haya impedido enviarte un mensaje tan importantísimo
y tan esperado, pero…
-No
quiero verle. No quiero que vayamos en su busca y sólo hable contigo.
-No
va a hablar sólo conmigo, ¿qué dices, Sabrae? No podría ni aunque quisiera.
Cuando tú entras en una habitación, Alec sólo te ve a ti.
-Lo
dices por decir.
-Está
enamorado de ti.
-Ya
no.
-¿Ya
no?-Scott se echó a reír-. ¿Ya no?-repitió en tono de protesta-. ¡Las tías sois
alucinantes! ¿Os pensáis que los tíos nos enamoramos y nos desenamoramos en
segundos? ¡Cuando os queremos, os queremos durante tiempo! ¡No es algo que nos
venga en un minuto y se nos vaya en el siguiente, Sabrae!-me riñó, y yo
parpadeé-. ¡Un enamoramiento nos dura mucho! ¡Sois muy tozudas! ¡No me lo puedo
creer! ¿Cómo podéis ser tan obtusas? ¡Se nota a leguas cuando un chico os
quiere, pero vosotras os empeñáis en decir que no es así! ¡Que necesitáis
pruebas! ¡Os cantamos canciones! ¡Os llamamos borrachos! ¡Recorremos medio país
por vosotras! ¡Le mentimos a nuestros amigos por vosotras! ¡Incluso os lo
decimos claramente! ¿Qué más necesitáis?
¿Que demos nuestra vida por vosotras? Porque lo haríamos. ¡Algunos somos tan
imbéciles que lo haríamos! ¡Y NI SIQUIERA ESO OS BASTA!
Scott
se quedó callado, jadeante por aquella perorata que acababa de echarme. Como si
se diera cuenta repentinamente de dónde estaba y con quién, se irguió cuan
largo era y carraspeó.
-Ems…
yo… perdona por este mitin, peque. No quería enfadarme conmigo.
Estiré
la mano y le acaricié los nudillos.
-¿Tú y
Eleanor estáis bien?
Scott
rió con amargura.
-Eleanor
y yo. Bien. Eso sí que es un chiste-agitó el dedo en el aire y negó con la
cabeza-. Sinceramente, no sé cuánto tiempo estaremos Eleanor y yo, pero no va a
ser el suficiente como para que volvamos a estar bien.
-Scott…
-No
pasa nada. Me lo merezco. Me lo he buscado yo solito, por cobarde. La cosa está
en que no voy a dejar que a ti te pase lo mismo con Alec. Por encima de mi
cadáver, vamos-bufó-. Él te quiere. Está enamorado de ti. Y tú estás enamorada
de él.
-Pero
eso a veces no basta, S.
-¡Y
una mierda!-ladró-. Y una mierda. Sí que basta. A vosotros debería bastaros.
Ahora mismo voy a llamarlo, le diré que venga, y…
-¡NO!
No quiero verle. Él está enfadado, pero yo también.
-Tú
estás hecha una mierda, Sabrae.
-Se
me pasará. Voy en serio cuando te digo que no quiero verle. Respeta mi
decisión, Scott. No te metas en mis asuntos.
-Tú
eres mi asunto-me recordó, y yo me reí con amargura.
-¿Sabes?
Tiene gracia. Alec también me consideraba su asunto. Nadie parece tener en
cuenta que yo soy una persona. Tengo voluntad propia, por mucho que os choque a
ambos.
-A
mí, a estas alturas, ya no me choca nada. Eres terca como una mula, Sabrae.
Naciste así y morirás así, y todos en casa nos hemos acostumbrado ya. Pero yo
no voy a dejar que te hundas en la miseria por tozuda y orgullosa. Me da lo
mismo lo que tenga que hacer para que estés bien. Si tengo que traer a Alec a
rastras y encerraros en tu habitación, como que hay Dios que lo haré, cría.
-No
puedes obligarme a mirarlo aunque lo metas en mi habitación.
-Venga,
Sabrae-Scott alzó una ceja-. Que las cosas no han podido cambiar tanto como
para que ya no te parezca que está bueno. Está cuadrado, el cabrón. Y de cara
no está mal. Tiene a medio Londres detrás. Era mi competencia directa cuando yo
aún estaba en el mercado. ¿Crees que yo puedo tener a alguien feo como
competencia directa?
-No
te discuto que sea guapo ni que esté bueno, Scott: me ha dado demasiados
orgasmos y me he tocado pensando en él demasiadas veces como para poder decir
eso sin que me crezca la nariz. Incluso cuando le detestaba, me parecía
atractivo. Siempre tuve ojos en la cara,
no empecé a ver sólo hace unos cuantos meses.
-Pues
entonces, ¿cuál es el problema?
-El
problema es que ayer le vi. Y ayer estaba volviendo a ser Alec Whitelaw.
-Siempre
ha sido Alec Whitelaw.
-Te
equivocas. No siempre. Cuando estaba conmigo, sólo era Alec. No era como con
vosotros. No era como con el resto de chicas. Siempre era simple y llanamente
Alec. A veces, incluso, no era más que Al. Pero ahora… ayer… ayer empezamos a
ser de nuevo los que éramos antes de que nos enrolláramos por primera vez. Él
está volviendo a ser Alec Whitelaw. Y yo estoy volviendo a ser Sabrae Malik.
-Nunca
habéis dejado de serlo.
-Sí,
Scott.
-¡No,
Sabrae! Nunca habéis dejado de serlo. Lo que pasa es que decidisteis dejar
atrás vuestros prejuicios de mierda y conoceros de verdad. ¿No te das cuenta?
La única que piensa que tú y Alec no sois compatibles eres tú.
-Me
han acusado de dejar que la opinión de los demás me influya demasiado, hasta el
punto de decirme que no soy yo quien toma mis propias decisiones-le dije a mi
hermano con voz gélida-. Eso se acabó, Scott. A partir de ahora, la única
opinión que me importe, será la mía. Y si yo creo que Alec está convirtiéndose
en el imbécil que era antes y que yo no le quiero cerca, actuaré en
consecuencia.
Scott
puso los ojos en blanco.
-¿Y
quién te ha dicho semejante gilipollez?
-Alec.
Scott
entrecerró los ojos.
-¿De
veras? Ya hablaré yo con él.
-No-le
tomé la mano y negué con la cabeza-. No soy una niñita indefensa, ¿vale? Que me
consideréis una damisela en apuros es lo que me ha metido precisamente en este lío. No quiero que nadie me vuelva a sacar las
castañas del fuego.
-Eres
mi hermana.
-Pues
respétame.
-No,
lo que quiero decir es que eres mi
hermana. Pequeña. Pe. Que. Ña. Estás como una cabra si crees que yo no me
voy a ocupar de tus problemas ni a sangrar por ayudarte.
-No
quiero tu sangre, Scott. Quiero que estés ahí para mí.
-Y
eso hago: estar ahí para ti. Eres tú la que no me deja.
-Si
haces algo por acercarnos a Alec y a mí, me enfadaré contigo, Scott. Tienes que
respetar mis decisiones. Soy yo la que decido con quién quiero pasar mi tiempo,
no tú.
-Pero…
-He
perdido a demasiada gente en tan solo una tarde, S-susurré, buscando sus manos
y entrelazando mis dedos con los suyos. Scott tragó saliva y se mordisqueó el
piercing-. No hagas que también pierda a mi hermano.
-Siempre
vas a tenerme, Saab.
Sacudí
la cabeza.
-No,
si yo te aparto.
Rompí
la unión de nuestras manos y me abracé las rodillas. Apoyé la mejilla en ellas
y me quedé mirando por la ventana, imaginándome que mis problemas no existían
en el exterior.
Scott
se levantó.
-No
estás tan sola como piensas. Y te lo demostraré.
-Siento
que te duela que me lo sienta. No lo hago a propósito, de verdad. Aprecio
muchísimo que estés aquí para mí, y Shasha, y Duna, y papá y mamá, pero… a
veces necesitas a la familia, y a veces necesitas a los amigos.
-Tienes
más amigas que las que ahora están enfadadas contigo.
-Sí,
pero no tengo amigas tan cercanas como para poder hablar con ellas sobre mis
problemas sin sentir que les estoy dando la chapa.
Scott
alzó una ceja.
-La
gente escribe canciones sobre chicas como tú.
Me lo
quedé mirando.
-Es
más, es que tú misma tienes una canción con tu nombre. Eres Sabrae Malik. ¿De
verdad piensas que sólo hay tres personas en el mundo dispuestas a escuchar tus
problemas? Eres la chica más alucinante que ha pisado esta tierra. Y también la
más melodramática. Hoy vas a salir, como que me llamo Scott. Vas a irte por
ahí, te lo vas a pasar bien, te vas a olvidar de lo que sea que te haya dicho
Alec, y mañana por la mañana vendrás a casa y tendrás tu estúpido mensaje de
buenos días, acompañado de un texto así de largo-me mostró dos dedos, pulgar e
índice, bien separados- en el que el gilipollas de Alec te pida perdón por lo
que sea que te haya hecho. Y otros tres de tus amigas por lo que sea que te
hayan hecho.
Sonreí.
-Con
quedarme en casa con el pijama puesto, viendo una peli y distrayéndome, me
conformo, S.
-Eres
una Malik-me recordó, poniendo los brazos en jarras y alzando la mandíbula-. Y
los Malik no nos conformamos.
Sin
decir nada más, salió de mi habitación, cerrando la puerta tras de sí. Le
escuché bajar las escaleras en dirección al salón, y luego, salir al jardín.
Había marcado un número que ya se sabía de memoria, aunque no tanto como el de
Tommy. Me asomé a la ventana y observé cómo se paseaba por el jardín, toqueteándose
el pelo de aquella forma en que lo había hecho papá, de la misma que lo hacía
Alec y que tanto me gustaba. Se sentó en una de las tumbonas de plástico que
había apiladas junto a la casa, y que solíamos repartir por el jardín cuando
llegaba el verano para sentarnos a tomar el sol, y se mordió el labio.
Se
puso en pie rápidamente y dijo algo que yo no conseguí entender. Todo su cuerpo
manaba tensión, y la forma en que se paseaba de un lado a otro, como si
estuviera en una fiesta en la que no conociera a nadie, con música que no
terminaba de gustarle pero que no podía hacer nada por cambiar, delataba el
nerviosismo que manaba de él. Me sentí un poco culpable de la actitud de Scott
en ese momento, pues sospechaba que no había sido justa con él en mi modo de tratarlo.
Dios, no podía dejar de comportarme como una imbécil de manual. Scott sólo
trataba de hacerme sentir bien, y yo me encaraba con él a la mínima
oportunidad.
Con
la sensación de que estaba inmiscuyéndome en la vida de mi hermano por mirarlo
mientras hablaba por teléfono, me retiré de nuevo al centro de mi habitación y
me senté en la cama. Al menos no abracé el peluche de Bugs Bunny, lo cual era
un avance.
Le
escuché hablar un rato más, para finalmente colgar el teléfono y volver a
entrar en casa, pero el contenido de su conversación se me escurrió entre los
dedos como un puñado de arena.
No
fue hasta que, aproximadamente media hora después, mamá me dijo que había
alguien preguntando por mí en la puerta de casa, cuando pude adivinar qué era
lo que mi hermano había estado hablando con su interlocutor misterioso.
Scott
se había sentado con los nervios a flor de piel sobre la hamaca porque no las
tenía todas consigo en que le cogieran el teléfono. Con cada tono que sonaba,
su pulso se aceleraba un poco más, hasta que el corazón le latía desbocado
cuando ella finalmente decidió cogerle el teléfono.
-¿Sí?
-Hola,
El-susurró Scott, levantándose de un brinco y pasándose la mano por el pelo-.
Esto… ¿llamo en mal momento?
-Depende
de para qué-había contestado ella, que ya casi había dado por terminada su
relación. Ya le había dado un ultimátum a mi hermano: o le decía a Tommy que
estaban saliendo para que así pudieran dejar de esconderse y Eleanor ya no
tuviera que soportar cómo las demás se comían con los ojos a mi hermano y le
tiraban los tejos incluso con ella delante de forma descarada, o lo suyo se
terminaría, y no precisamente por las buenas.
-Verás,
es que necesitaba pedirte un favor.
Eleanor
suspiró al otro lado de la línea.
-¿A
ti te parece que las cosas entre nosotros están como para que me pidas favores,
Scott?
-Escúchame,
por favor. No es para mí, es para Sabrae-explicó, y Eleanor se quedó callada un
momento, para después asentir con la cabeza. Mi hermano le explicó la situación
a su todavía novia, y cuando él terminó de hablar, el tono de voz de ella era
mucho más dulce, y sus palabras más conciliadoras.
-De
acuerdo. Por supuesto. En nada estamos allí.
-Gracias,
El. Te debo una.
-No
hay de qué.
Debo
confesar que no me esperaba que vinieran esas chicas, sino que la visita fuera
otra muy diferente, aunque no era tan estúpida como para considerar que Scott
había conseguido que Alec accediera a venir a casa y tratar de solucionar lo
nuestro. No; la visita que yo me esperaba era tricéfala, con las sonrisas
indulgentes de mis amigas en los labios y un “lo siento” bailándoles en las
bocas. De camino al piso inferior, me convencí a mí misma de que Taïssa había
intercedido por mí y finalmente había conseguido que Momo se relajara un poco conmigo,
y finalmente mi mejor amiga había decidido venir a firmar la paz.
Me
desilusionó un poco comprobar que no estaba acertada, pero por otro lado algo
dentro de mí se infló como un globo aerostático cuando empiezan a insuflarle
calor. Eleanor, Diana y Mary estaban en el rellano de mi puerta, sonriéndome
con cariño y con una invitación brillándoles en los ojos.
-¡Hola,
Saab! Íbamos a salir, y hemos pensado que quizá te gustaría
acompañarnos-explicó Eleanor, guiñándome un ojo, pero Diana fue más allá:
-Hoy
es noche exclusiva de chicas, y nos faltabas tú-me plantó un suave beso en la
mejilla y yo me eché a reír.
-No
sé si… ¿mamá?-pregunté, volviéndome hacia ella, pero ella hizo un gesto con la
mano indicándome que era libre de marcharme cuando quisiera. Por supuesto,
nadie en mi casa me pondría ningún impedimento a que saliera a divertirme. Es
más, seguro que mis padres lamentaban que hubiera sido Scott, y no ellos, el de
la idea de que saliera con otras amigas con las que yo no contaba para
animarme. No había nada como estar entre chicas para olvidarse de los
desengaños amorosos provocados por los chicos-. ¡Vale! Me cambio y bajo, pasad
si queréis.
-No
te cambies, estás muy mona-urgió Diana, entrando la primera después de mí. Les
dije que iba a por mi bolso y me fui zumbando escaleras arriba, para lo cual
tuve que esquivar a Scott, que se había quedado plantado en medio de las
escaleras, apoyado en la barandilla de madera y mirando a Eleanor con expresión
de cachorrito abandonado. Los dos se quedaron mirando largo y tendido, los
polos opuestos de las emociones en sus corazones.
Para
cuando bajé, ya con mi bolso al hombro, Diana y Mary miraban cómo Eleanor y
Scott hablaban en un rincón de la habitación. Interrumpí su conversación con mi
llegada, y ella no hizo ademán de despedirse de él con un beso, con lo que tuve
que ver cómo mi hermano venía tras nosotras para cerrar la puerta y así
aprovechar hasta el último segundo en que pudiera ver a Eleanor mientras
todavía era su novia.
Bajamos
las escaleras el porche y enfilamos el camino en dirección a la verja de mi
casa, que yo misma cerré. Eleanor sorbió por la nariz, y cuando le preguntamos
si estaba bien, nos aseguró que así era.
-Es
que… tengo mucho que contaros, chicas-nos confió a Diana y a mí, mirándonos
alternativamente, mientras Mimi le cogía la mano y le daba un suave apretón con
el que le hacía saber que la tenía allí, disponible, siempre que quisiera.
-Nada
de dramas, por favor-pedí yo, con un nudo en la garganta-. Mi vida ya es
bastante trágica como para encima enterarme de que las cosas entre mi hermano y
tú están mal, El.
-Buf-suspiró
Eleanor, negando con la cabeza-. Pues me temo que has decidido venir con
nosotras en un mal momento, Saab.
-Vamos,
chicas, que las penas con dulce son menos penas-nos urgió Diana, y Mary se la
quedó mirando-. Vayamos a una pastelería, hinchémonos a pastel y critiquemos a
los hombres de nuestras vidas, que bien se lo merecen. Se lo buscan, de
hecho-le guiñó el ojo a Mimi y ésta se echó a reír.
Como
si la decisión de Diana de no desahogarnos hasta que no tuviéramos algo que
llevarnos a la boca y nos endulzara lo amargo del momento que estábamos
viviendo, nos marchamos de mi calle con muy buen humor. Atravesamos el barrio en dirección a la
parada de autobuses, y entre risas y bromas nos desplazamos hasta el centro,
donde nos metimos en la primera cafetería que vimos con un amplio escaparate
exhibiendo sus dulces. Nos sentamos en una mesa redonda de una esquina y cada
una pidió un trozo de tarta diferente con el pretexto de probar cuantas más
cosas mejor. Nuestros tenedores fueron hundiéndose en los distintos postres a
medida que íbamos hablando, y he de confesar que fue estimulante poder probar
todos los dulces de la mesa sin temer por mi integridad física, como sí me
sucedería si saliera con mi grupo de amigas tradicional.
Eleanor
estiraba la mano en mi dirección y me preguntaba qué tal estaba cada dos por
tres, acariciándome los nudillos y sonriéndome con cariño cuando notaba que yo
me abstraía, mientras Diana y Mary continuaban con la conversación que llevaban
manteniendo toda la tarde. Era sorprendente lo diferentes que eran: Diana,
tremendamente extrovertida y amante de las atenciones, sin las cuales no podía
vivir; Mimi, más tímida, rayando en retraída, y de palabras bajas y medidas que
no elevaba jamás, no fuera a ser que alguien mirara en su dirección. Y, sin
embargo, las dos chicas se llevaban tremendamente bien y estaban muy cómodas en
presencia de la otra, como las dos caras de una moneda que necesitan a su
opuesto para poder sobrevivir.
-Gracias
por venir a buscarme, El. Me lo estoy pasando bien. Lo necesitaba-le dije
cuando ella volvió a dar un sorbo de su café con los ojos clavados en mí
mientras Mimi se inclinaba hacia el teléfono de Diana para estudiar una foto
que la americana le estaba mostrando de una bailarina de la Quinta Avenida.
Eleanor se relamió la nata de los labios y negó con la cabeza.
-Siempre
tiene que haber un Tomlinson con un Malik, pero nadie dijo jamás que tuvieran
que ser chicos.
Diana
se volvió en ese momento hacia mí.
-¿Va
todo bien, Saab?
-Pues…
la verdad es que no-jugueteé con la taza, moviéndola de un lado a otro,
tratando de encajarla en el centro exacto del círculo interno del plato en el
que me la habían traído-. No estoy pasando por mi mejor momento, de hecho.
Supongo que Scott te lo habrá contado-atajé, mirando a Eleanor, que asintió con
la cabeza y paseó el dedo índice por el borde de su taza mientras se masajeaba
el cuello con la otra mano. Mimi miró a su mejor amiga con gesto de
preocupación.
-¿Has
hablado con Scott?
-Sí,
pero no sobre lo que crees-Eleanor carraspeó y nos miró a Diana y a mí-. Creo
que es momento de empezar a desahogarse.
-No,
por favor-supliqué-. No quiero ponerme a llorar.
-No
serás la primera-bufó Diana con fastidio, clavando los codos en la mesa redonda
y sorbiendo por la nariz-. Tommy se ha acostado con otra. Y no con otra
cualquiera, no; eso no me importaría. No. Ha sido con su ex –Diana sonrió con
amargura, mordiéndose la cara interna de la mejilla.
-Oh,
Dios, no-susurró Mimi, llevándose ambas manos a la boca y abriendo tanto los
ojos que por un momento fue casi imposible distinguirla de un búho cobrizo. Le
puse una mano en la rodilla a Diana, tomando la que ella había dejado allí, y
le acaricié los nudillos de la misma forma en que lo había hecho Eleanor tantas
veces a lo largo de la tarde conmigo.
Después
de esa suave caricia, puede que esperando un poco para no herir mis
sentimientos, Diana se llevó las manos a la cara y se la cubrió con ambas
manos.
-Es
que… perdón. Lo siento muchísimo, chicas. Es sólo que… no me lo esperaba para
nada, ¿sabéis?-negó con la cabeza y nos mostró sus ojos verdosos húmedos-. Yo…
pensaba que la había superado. No me habría importado que me dijera que había
estado con otras chicas; incluso yo he estado con otros chicos durante mi
estancia en Nueva York, pero… nunca pensé que él pudiera hacerme esto.
-Mi
hermano es un capullo-se solidarizó Eleanor.
-No
me parece propio de Tommy-repliqué, escandalizada, y Diana me señaló con la
palma de la mano vuelta hacia el cielo.
-¡Exacto!
¡Es que es justo eso! Cuando me marché, ni en mi peor pesadilla pensé que él
pudiera ir de nuevo con ella. Sé que ella iba detrás de él, especialmente ahora
que veía que le había superado, pero pensaba que él sería más fuerte. Yo le
quiero, ¿sabéis? Le quiero muchísimo. Es el primer chico al que quiero, de
hecho, y no puedo creerme que el primero sea también el que me hace llorar. No
debería ser así.
-Pero
es así-susurró Eleanor, suspirando.
-A mí
me pasó igual con Hugo-consolé a Diana-. Él fue el primer chico que me gustó y
mi primer novio, y aunque al principio todo era un cuento de hadas, la verdad
es que antes de salir con él, lo pasé bastante mal. Es un asco no saber si eres
correspondida o no.
-Totalmente-murmuró
Mimi.
-No
es por eso. Quiero decir… yo creo que Tommy me quiere.
-Desde
luego-instó Eleanor-. Ya lo hemos hablado.
-Sí,
de que me quiere no tengo ninguna duda, pero el caso es que yo no pensaba que
fuera a ser tan… no sé. Diferente. Creía que el amor lo podía todo. Yo me
sentía así estando en Nueva York. Me moría de ganas por volver. Cuando me
marché de aquí, no tenía ganas de irme, y en cuanto llegué a casa, empezó a
dolerme el corazón por lo lejos que estábamos, y él… mientras tanto…-gimió y
alcanzó una servilleta, que se llevó a los ojos-. No creí que pudiera hacerme
esto. Pensé que se sobrepondría a los obstáculos que se le presentaran, que
resistiría a la tentación. Una cosa es tener sexo con una chica cualquiera, que
no te importa nada, y otra muy diferente es lo que me ha hecho él. Me ha
traicionado.
-Así
es-asentimos Mimi, Eleanor y yo.
-Y yo
he sido tan tonta de provocar mi vuelta a Inglaterra para estar con él. Mis
padres estaban considerando dejar que me quedara en Nueva York, ¿sabéis?-nos
reveló, y Mimi y yo alzamos las cejas, sorprendidas. Cuando llegó a Inglaterra,
Diana tenía muy claro que quería regresar cuanto antes a su América natal. Su
paso por nuestro país no era más que una parada en un viaje con destino a la
Gran Manzana, algo así como una especie de parada obligada en una gasolinera
para repostar junto antes de continuar tu camino. Había decidido pasárselo bien
mientras estaba aquí y por eso se había enrollado con Tommy, pero los
sentimientos habían terminado aflorando, como era de esperar.
No
podías meter a dos chicos como ellos en la misma casa y esperar que la
atracción que sentían el uno por el otro y que alimentaban con tanto fervor
simplemente se mantuviera en mera atracción sexual. Las cosas terminaban
evolucionando tarde o temprano; a Diana y a Tommy les había pasado lo mismo que
a Alec y a mí.
La
diferencia estaba en que ellos vivían en la misma casa y no compartían una
historia de rencor como lo hacíamos Alec y yo.
-Les
escuché un día hablando de que se notaba el cambio que había dado con mi
estancia en tu casa-se dirigió a Eleanor-, así que tuve que tomar medidas
drásticas. Me desmadré un poco para que pensaran que todo era fachada, y así
poder volver y estar con tu hermano. Lo dejé todo, absolutamente todo, atrás
por Tommy. Y él me estaba esperando en el aeropuerto con esa confesión.
-Por
lo menos te lo dijo. Yo creo que eso demuestra que se arrepiente-comentó Mimi,
y Eleanor asintió.
-Mi
hermano sabe que ha metido la pata hasta el fondo. Tiene conciencia.
-Lo
sé, pero… a mí no me vale con que se arrepienta. Yo necesito que no me haga
daño, no que me pida perdón justo después-jadeó, y todas asentimos con la
cabeza, le acariciamos la espalda y los hombros mientras Diana se desquitaba
con su pañuelo. Se sonó varias veces, aceptando las servilletas que nosotras
íbamos sacando del dispensador para tenerla bien abastecida, y sonrió con
vergüenza cuando pareció calmarse-. Dios, lo siento muchísimo, chicas. No
pretendía… hemos venido para animar a Sabrae, y creo que la estoy hundiendo yo
solita.
-No
te preocupes, Didi-repliqué, dándole un beso en la mejilla.
-Jo.
Yo que me había prometido que no lloraría nunca más por ningún chico. Con el de
mi primera vez, ya bastó.
-Pero
tía, ¿tan mala fue tu primera vez?-preguntó Mimi, preocupada. De todas las que
estábamos en la mesa, ella era la única que aún era virgen. Era tan tímida que
ni siquiera había dado su primer beso, y se ponía roja como su pelo cuando sus
amigas tenían conversaciones subidas de tono en su presencia. Lo pasaba mal
cuando las demás hablaban de sexo; con la única con la que trataba aquellos
temas era con Eleanor.
-No-se
apresuró a decir Diana, al ver la mirada que le lanzó Eleanor, como diciéndole
que no la asustara, por favor-, pero bueno… a ver. Un poco. Pero va.
-¿Te
dolió mucho?-inquirió Mimi con nerviosismo, y Eleanor chasqueó la lengua.
-A
ver, Mím, ya hemos hablado de esto: cada chica es un mundo y lo que a unas nos
gusta, a otras no. Y lo que a unas les hace daño, a otras no.
-No
tienes que ir nerviosa-le aconsejé yo-. Si vas nerviosa, es peor.
-¿A
ti te dolió tu primera vez, Saab?
-Sí,
pero… porque el chico no lo hizo bien. O sea… él hizo lo que pudo, pero no
sabíamos muy bien lo que teníamos que hacer, ni lo que nos gustaba…
-Eso
es un asco-consintió Diana.
-Te
puede doler en cualquier momento-continué-. Puede que la primera vez no te
duela, pero luego otras sí. Con Alec, por ejemplo…-empecé, y me quedé callada y
noté cómo se me subían los colores. ¿Cómo le decía a la hermana de Alec que me
había dolido la primera vez que estuvimos juntos porque él era demasiado
grande?
-¿Mi
hermano te hizo daño?-inquirió Mimi, estupefacta, y se le formó un ceño
decidido entre las cejas que me pareció tremendamente adorable. Mimi parecía
dispuesta a defenderme a capa y espada, incluso aunque no fuéramos muy
cercanas.
-No,
no. Fue un caballero. De verdad. Me habría gustado que la primera vez fuera con
él, porque sabe cómo tratar a una chica, es sólo que…-me mordí el labio y jugueteé
con la cucharilla.
-Que,
¿qué, Sabrae?-insistió Mimi, y Eleanor se mordió el labio.
-Es…
grande.
Mimi
parpadeó.
-Grande-repitió.
-Sí.
Bastante grande.
-¿Cómo
de grande?-preguntó Diana, separando las manos cada vez más y más, y Mimi soltó
un alarido y se tapó los ojos.
-¡No
quiero saber… cuánto le mide la… cosa a mi hermano!-gimoteó, negando con la
cabeza y poniéndose colorada. Eleanor observó con curiosidad mientras Diana
separaba más y más las manos, y cuanto más las separaba, más abrían ellas los
ojos… hasta que llegó al tamaño aproximado y yo le toqué el codo.
-¡No
me jodas, Sabrae! ¿Cuánto es esto?-le preguntó Diana a Eleanor, que se encogió
de hombros.
-No
lo sé, pero ¡parece muchísimo!
Mimi
separó los dedos y miró por el hueco que había abierto entre ellos. Se quedó
mirando el hueco entre las manos de Diana y parpadeó.
-¿Eso
no es muchísimo? ¿Sobre todo para ti? Quiero decir, no te ofendas, pero con lo
pequeñita que eres…
-Te
sorprendería saber lo que nos estiramos-comenté.
-A
ver, Mimi, que por ahí tiene que pasar un bebé-la riñó Eleanor-. Una polla no
es nada.
-Bueno,
algo sí que es, guapa, que yo he estado con chicos que también me han
molestado, perdona que te diga-discutió Diana, y yo asentí con la cabeza en
dirección a Eleanor.
-Pero
una cosa es molestar y otra que te duela. Quiero decir, en la primera vez es
normal; hay cosas que están ahí que luego desaparecen, y es normal que te
duela, porque sangras y eso, pero…
-¿A
ti te dolió?
-No.
Sentí un poco de molestia, pero enseguida se pasó.
-¿Cómo
fue?-pregunté, apoyándome en los codos y dejando la mandíbula sobre mis manos.
Eleanor sonrió.
-Fue
en España, a principios de verano. Había un chico… bueno, lo sigue habiendo, de
hecho. No se ha muerto, que yo sepa. Fue una de las noches que bajamos a la
playa-reveló, y yo asentí con la cabeza; en verano, cuando íbamos a España,
solíamos pasarnos las tardes en la playa, y a veces no nos bastaba con ir de
día, sino que también íbamos de noche. Eleanor tenía un grupo de amigos con el
que siempre íbamos cuando tocaban vacaciones, compuesto tanto de chicos como de
chicas, y dado que mi hermano no le hacía caso en aquella época, era lógico que
terminara acostándose con otro chico-. Mi novio y yo acabábamos de cortar, y yo
me sentía muy bien, así que se presentó la ocasión y me dije, ¿por qué no?
-¿No fue con tu novio de
siempre?-Eleanor negó con la cabeza-. ¿Y no te arrepientes? Quiero decir... es
especial. A mí me gusta pensar que mi primera vez fue con alguien que me quería
y que me hizo sentir cómoda. Aunque sea un constructo social, lo vas a recordar
toda tu vida.
-Yo
creo que es más bien el momento y cómo te lo pases lo que importa. De nada te
sirve esperar mucho si lo haces en un momento en que no te sientes preparada.
No sé-se encogió de hombros-. Yo lo veo así.
-Yo
también-respondió Diana-. Conozco chicas que esperaban a ocasiones especiales,
en momentos puntuales con sus novios, y terminaban estando tan nerviosas que
acababa siendo un desastre.
-La
primera vez suele ser un desastre-comenté, y las dos me dieron la razón. Mimi
parecía desilusionada-. Pero a ti no tiene por qué pasarte.
-Sí,
Mím: seguro que la tuya es genial.
-No
sé, chicas-suspiró, haciendo bailar su tarta-. Por un lado pienso que… no sé.
Que estoy siendo demasiado romántica, y que estoy esperando a lo tonto,
rechazando a chicos sin ton ni son sólo porque tengo unas expectativas
demasiado altas.
-A
ver, Mimi, una cosa es que tengas las expectativas altas y esperes una
explosión celestial y otra que te acuestes con el primer chico que se te ponga
a tiro.
-Eleanor
tiene explosiones celestiales con Scott.
Diana
se quedó mirando a Eleanor.
-Scott
sabe hacerlo muy bien.
-Tommy,
igual-sentenció Diana, pegando la espalda al respaldo del sofá, cruzándose de
brazos y frunciendo los labios.
-Alec
también.
-Normal-espetó
Diana-. Con ese pedazo de pollón…
Las
tres inglesas nos echamos a reír.
-¿No
habíamos quedado en que era un inconveniente?-preguntó Mimi, y yo chasqueé la
lengua y negué con la cabeza.
-El
inconveniente es de quién es, no cómo-bromeó Eleanor, guiñándome un ojo, y yo
hice un mohín. Mimi, por su parte, frunció de nuevo el ceño, mirándonos a
ambas.
-Espera…
¿qué? ¿Por qué decís eso?
Me
quedé mirando a Mimi, estupefacta. Parecía genuinamente sorprendida, incluso
perdida en la conversación.
-¿Es
que Alec no te ha dicho nada?
-¿A
mí? No. ¿Ha pasado algo?
Diana
y Eleanor me miraron como dos corderos que ven acercarse al lobo.
-No
puede ser, Mimi. Alec me ha dicho que te lo cuenta todo.
-Y
así es. O así pensaba que era, vamos-se apartó un mechón de pelo detrás de la
oreja, de modo que sólo su flequillo le cubría ahora el rostro.
-¿Me
lo estás diciendo en serio, Mimi? ¿Alec no te ha dicho ni una palabra de lo que
pasó ayer?
-¿Ayer?-preguntó,
y sacudió de nuevo la cabeza-. Ayer Alec apenas pisó nuestra casa. Llegó de
trabajar, se marchó, y estuvo toda la tarde fuera. Cuando vino a cenar, parecía
igual que siempre. Siguió siendo un gilipollas conmigo, y eso, pero por lo
demás…
Un
vacío tremendo se instaló en mi estómago. Era tan denso como un agujero negro,
e igual de helado. No. No podía ser verdad. Tenía que ser mentira. Alec no
podía estar haciendo su vida como si nada hubiera pasado. Habíamos tenido una
bronca horrible, nos habíamos dicho cosas de las que yo creía que nos
arrepentíamos ambos… ¿y ahora resultaba que no se lo había comentado a su
hermana, con la que compartía pared? ¿Ahora resultaba que había estado todo el
día fuera de casa, y no tirado en su cama, enfadado, escuchando música triste o
música que le caldeara aún más los ánimos?
¿Es
que sólo me había impactado a mí?
¿Tan
rápido había vuelto a ser el Alec que yo había detestado desde un principio?
¿De
verdad había seguido como si tal cosa? Para mí había sido un auténtico
cataclismo, pero por la sorpresa de Mimi y por cómo había seguido él con su
vida, cualquiera diría que nos habíamos levantado la voz, siquiera.
No tenía sentido. No tenía el más
mínimo sentido. La forma en que me besó, su rabia, la sonrisa cruel que le
cruzaba el rostro mientras yo le gritaba, como si estuviera jurándome
internamente que me arrepentiría de mis gritos…
Entonces,
lo comprendí. Si la discusión no había sido lo bastante importante como para
comentársela a su hermana ni cambiar sus planes para el día, se debía a una
cosa, única y exclusivamente. Algo que me había dejado caer mientras nos
peleábamos.
Si no
lo habían hablado era porque no tenía importancia, y, ¿por qué no tenía
importancia? Porque Alec lo consideraba un ataque de histeria mío. Una perreta.
Por eso no me había enviado ningún mensaje esa mañana. Estaba esperando a que
se me pasara la perreta, como me había dicho en la calle cuando me vio con
ganas de discutir y dijo que mejor lo dejábamos para otro momento en el que yo
no estuviera tan beligerante. Estaba esperando a que yo diera el paso por
ambos, a que yo me daba cuenta de que
me equivocaba.
Pero
había un problema: que yo no era la que más había metido la pata ahí. Había
sido él.
Y si
estaba esperando a que se me pasara la perreta y esperaba que me quedara en
casa lloriqueando y lamentándome de mi suerte, iba guapo. Le arrancaría una
disculpa de entre los dientes, si hacía falta. Seguro que se pensaba que me
tenía en la palma de la mano; lo que no sabía era que la que tenía la sartén por
el mango era yo.
Sabía
dónde estaba. Sabía cómo hacer que se arrepintiera de haberme hecho sentir una
mierda durante todo el día. Seguro que era justo aquello lo que pretendía: que
me viera vacía sin él, que me diera cuenta de lo mucho que le necesitaba. Pues
bien, le haría ver que no le necesitaba más de lo que él me necesitaba a mí.
Si él
podía seguir con su vida como si tal cosa, yo haría lo mismo.
Miré
a las chicas una a una, que esperaban mi siguiente comentario. Estuvo a la
altura de las circunstancias.
-Chicas,
¿os apetece ir de fiesta?
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Gracias por recordarme porqué Scott Malik fue es y será siempre el primero. Hacía tanto que el no jugaba un rol tan importante en un capítulo tuyo que verlo tan inmiscuido en la trama de uno ha hecho que viaje en el tiempo y recuerde porque era tan especial para mí. De verdad, bendito Scott Malik. Nunca podré superarlo, ni en mil vidas.
ResponderEliminarPd: Mi niña Sabrae que penita me ha dado joder. La conversación de la primera vez me ha parecido maravillosa y super bien tratada Erikina. Estoy deseando seguir leyendo.