domingo, 30 de junio de 2019

Paracaídas.


¡Toca para ir a la lista de caps!

No había que ser ningún genio para saber que la relación de Alec con su familia no era al uso, y  yo estaba en un punto de conocimiento de él que ya me consideraba una experta. Aunque es cierto que había cosas que se me seguían escapando, las mismas cosas que parecían escapárseles a los demás. A una parte de mí le dolía estar a oscuras en lo que respectaba a Dylan; nos habíamos contado tantas cosas, hecho tantas confidencias y revelado tantos secretos, que el verme sin nada a lo que agarrarme para poder entretejer una red de salvamento para Alec era un puñal de hielo clavándoseme en el estómago.
               A esa misma parte también le causaba un oscuro alivio descubrir que no era simplemente conmigo con quien pasaba eso: Eleanor también se había enterado a la vez que yo de que Dylan no era el padre de Alec, y eso que Mary y ella eran amigas íntimas; mejores amigas, de hecho, con un estatus muy superior que hacía incomprensible que Eleanor no supiera que Alec no había nacido con el apellido que ahora llevaba. Eso hacía un poco más fácil mi ignorancia, me hacía ver que era un tema delicado en el que no debía entrar como si tal cosa.
               Le dolía. Se le veía en la cara, en toda la tensión que empezó a manar de su cuerpo en el momento en que le hice aquella pregunta. Alec se había dado cuenta de que quería hablar de su padre, de que estaba ahí para consolarlo, pero, ¿quería que le consolaran, o fingir que no tenía la herida? Fuera como fuese, yo estaría ahí para él, como él lo había estado para mí. Ya no sólo porque fuera mi deber como amiga, como confidente, como amante y enamorada: también porque él me importaba, porque compartía su dolor, y por una cuestión de respeto y confianza tan profundos e intrincados que vulnerarlos me parecía un sacrilegio.
               Sólo había puesto esa cara delante de mí una vez antes de aquella, y había sido precisamente cuando le pregunté a bocajarro por qué llamaba a su madre “mamá”, pero a Dylan lo llamaba por su nombre de pila y no por el título que todos los hijos le dábamos a nuestros padres (título que las chicas también otorgábamos a nuestros novios, a veces en broma y a veces en serio). Visto en retrospectiva, debería haberme dado cuenta de que había algo raro allí. Debería haber unido los puntos mucho antes, y ahora volvía a sentirme mal, como me lo había sentido en el sofá, al enterarme de la historia de su más tierna infancia y de sus orígenes.
               Ahora sólo me quedaba esperar. Ser paciente, dejarle elegir con toda la calma que el mundo tuviera reservada para él, toda la tranquilidad que se merecía, y respetar aquella decisión. Como él había hecho muchas veces con el tema de mi adopción, que no había tocado a profundidad, con nadie más que con él, me limité a abrir la puerta y quedarme a su lado, dándole la opción a atravesarla o no dependiendo de lo que más le apeteciera en ese momento. Puse el manjar sobre la mesa y lo empujé suavemente hacia él, permitiéndole elegir entre comerlo o levantarse e irse.
               Le coloqué unas alas y un paracaídas en la espalda y le di la mano al lado del acantilado, prometiéndole que, si saltaba, yo lo haría con él; y si saltábamos, caeríamos o volaríamos juntos.
               En eso consiste estar enamorada: en abrir las alas, y también el paracaídas.


Unas horas antes.

-Cuando una chica dice “bien, bah”, hablando de un polvo, es que ha sido pésimo, bombón-había ronroneado Alec, jugueteando con el rincón en que mi cuello se unía a mis hombros, haciendo una L que se abría más o menos dependiendo de hacia dónde estuviera mirando yo.  Sonreí.
               -Es que ahora tengo unos estándares de calidad-repliqué, estirándome cuan larga era y mordiéndome los labios para no sonreír más, pensando en mis estándares de calidad y cuánto iba a elevarlos esa noche. Seguíamos en el sofá del sótano de mi casa, junto con Scott y Eleanor, y había surgido el tema de las cosas que habíamos hecho estando separados. Curiosamente, no había dolor en la confesión de que habíamos tenido sexo con otras personas, porque ambos sabíamos que no podía compararse con nada que hubiéramos hecho juntos. Sí, él se había acostado con otras chicas, y sí, yo lo había hecho con Hugo,  y debería dolernos, pero saber que no lo habíamos disfrutado como disfrutábamos del sexo en común nos causaba un oscuro y secreto placer.
               Y pensar que íbamos a volver a las andadas esa misma noche, en mi cama… y, lo que era más importante, por primera vez sin ropa… me parecía increíble. Era como un sueño del que no quería despertar, ese momento de completa ignorancia del que disfrutas cada mañana producto del buen descanso justo antes de que tus problemas caigan sobre ti.
               Miré a Alec, que me rodeó la cintura y curvó una de las comisuras de su boca en una de esas sonrisas traviesas que tanto me gustaba; a mí, y a todo Londres, pero yo era la única afortunada que podía jactarse de llamar a esa sonrisa suya.
               -Me pregunto quién te los habrá inculcado.
               -Créeme, yo también. Podríamos buscarlo juntos-bromeé, y me acurruqué contra él cual gatita mimosa que por fin tiene a su dueño en casa después de un durísimo día defendiendo el hogar de la invasión de las ratas.

domingo, 23 de junio de 2019

Casa.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Pasé un único minuto vestida tal y como él esperaba que estuviera. En cuanto cerró la puerta y me dejó sola con mis pensamientos, descubrí que quería darle una nueva sorpresa en aquella noche que los dos estábamos convirtiendo en mágica.
               Las endorfinas del sexo con él y el aroma que su cuerpo desprendía y que aún flotaba en el ambiente de mi habitación me susurraron al oído qué hacer. Salí de la cama y di un par de pasos alrededor de mi habitación, en busca del disfraz de femme fatale que tenía pensado ponerme, y pronto estaba lista para salir a matar, como había hecho en muchas otras ocasiones. Sólo me tocaba esperar, cosa que hice revolviéndome en la cama como una gatita, buscando la postura más sexy que se me ocurriera,  mientras Alec se entretenía en el piso de abajo haciendo sabía Dios qué. Le di al refrán de “quien espera, desespera” un nuevo significado, pues pronto el tiempo comenzó a arrastrarse de nuevo ante mí como lo había hecho las semanas que habíamos pasado separados.
               Me tumbé de un lado. De otro. Me incorporé hasta quedar sentada. Crucé las piernas. Las descrucé. Todo mientras me decidía por la postura perfecta en la que recibir a mi chico.
               Y, por fin, él abrió la puerta de mi habitación, sin llamar ni nada, como esperaba que hiciera si alguna vez nos mudábamos juntos: entraríamos en cada estancia de la casa sin preocuparnos por cómo encontraríamos a la otra persona, porque el tiempo que pasáramos juntos haciendo el tonto y viéndonos en nuestros momentos más vulnerables sería más que suficiente para que ya nada nos sorprendiera, al menos no para mal.
               Venía con una nueva decisión que a mí me encantó. Entró en la habitación con paso decidido, la manzana con la que íbamos a jugar en los dedos, haciendo de jaula y a la vez de transporte, el pecho subiendo y bajando a un ritmo más rápido de lo normal, puede que por la anticipación de lo que íbamos a hacer en mi cama, el pelo deliciosamente revuelto y un gesto de concentración y férrea determinación en el rostro.
               Me apeteció abrirme de piernas para él en ese instante y ordenarle que se hundiera en el hueco entre mis muslos, haciendo un clavado que puede que me hiciera daño, pero que me satisfaría como pocas cosas lo habían hecho en mi vida (y todas, absolutamente todas, habían tenido algo que ver con él), pero conseguí contenerme a tiempo. Dejé los pies cruzados por los tobillos, mis curvas extendiéndose por la cama, y esperé con una sonrisita de suficiencia en los labios.
               -Sabrae, tenemos que…-empezó él, y me dio la sensación de que quería darme un sermón sobre algo que había hecho mal, pero no podía evitarlo. Cuando él estaba cerca, ser buena se hundía en mis prioridades, y portarme lo peor posible para pasármelo lo mejor que pudiera se convertía en la única razón por la que yo seguía respirando. Nos pelearíamos si hacía falta, pero le había pedido que fuera a por la manzana no porque me importaran sus vitaminas o los otros muchos beneficios que pudiera suponer para mi salud, sino porque, simplemente, tenía muchísimas ganas de volver a experimentar lo que había sentido en el cuarto del sofá de la discoteca de Jordan, cuando Alec y yo estuvimos solos, yo tenía la regla, y él se las apañó para hacer de aquella noche la más erótica de mi vida; y la manzana, el símbolo del placer prohibido por excelencia. No en vano, nos había echado del Edén.
               Por suerte, no tuvimos que negociar ningún tipo de acuerdo que a él se le hubiera ocurrido, ni mucho menos pelearnos. Porque, en cuanto me vio, su cerebro se desconectó. Alec se detuvo en seco, mirándome con estupefacción, como si fuera un marinero que por fin se encuentra a la sirena cuyo canto le ha llevado a navegar por medio mundo, y descubre que es mucho más hermosa de lo que se había imaginado. Exhaló un bufido de pura desesperación que le salió de lo más profundo del alma, y yo sonreí.
               -… joder-gruñó por lo bajo, pasándose una mano por el pelo, completamente sobrepasado por la situación. Sí, exacto, eso era lo que teníamos que hacer: joder. Joder mucho, joder duro, y joder genial.
               Casi se le cae la manzana de entre los dedos pero, por suerte, tenía unos reflejos de depredador que hicieron que enseguida recordara el preciado tesoro que tenía entre sus manos. Por mucho que yo me pareciera a un cuadro renacentista de la amante favorita de algún pintor, nuestro juego seguía en pie, aunque me gustó ver cómo perdía poco a poco la razón mientras su mirada lamía mis curvas.
               Mientras él estaba abajo, hablando con mi hermana sin yo saberlo, me había decidido por un cambio de vestuario en el que más no era menos, sino más. Recogí la camisa que le habíamos quitado antes de acostarnos en mi cama por primera vez, y me la eché por los hombros. Estuve un momento contemplando mi reflejo en el espejo, examinando los lugares en que la camisa me sobraba, y en los que me quedaba apretada. Por supuesto, los hombros y las mangas no eran un problema; simplemente me las remangué hasta el codo, y mi aspecto de chica peligrosa que puede protagonizar tanto tus mejores sueños como tus peores pesadillas comenzó a tomar forma. Me abotoné un par de botones, los dos que dejarían mis pechos ocultos tras la tela tan suave que a Alec le gustaba vestir, pero rápidamente deseché la idea: por mucho que él tuviera una espalda ancha, mis busto hacía que la camisa tuviera una forma rara, con esos horribles agujeros en el hueco entre los botones que se forman cuando te quedan justas. Opté por dejármela abierta, y hacerle un nudo en la parte baja, como hacía en verano con las camisas largas de Scott, cuando quería llevar un top bonito pero no hacía el suficiente calor, o simplemente no terminaba de cerrar el conjunto que tenía en mente. Por supuesto, mi hermano se ponía como una fiera cuando me pillaba por la calle usando alguna de sus camisas (tenía pocas y las guardaba para ocasiones especiales), porque yo las terminaba estirando y arrugando de forma que casi no pudiera volver a utilizarlas, pero eso lo solucionaba fácilmente cediéndole el último postre del fin de semana y cubriéndolo de arrumacos y carantoñas las pocas veces que estaba en casa.

domingo, 9 de junio de 2019

Dioses.


Otra vez te doy el coñazo con un mensaje antes del capítulo, perdóname. Quería decirte que la semana que viene también tengo otro viaje (el último, ¡lo prometo!), por lo que el siguiente domingo no podré subir, pero, ¡no te preocupes! Esta semana escribiré el capítulo siguiente, antes de marcharme, ¡y Sabrae volverá de nuevo el 23!
Espero que disfrutes con este capítulo, perdona por la espera, ¡dale mucho amor aunque yo no esté! 


¡Toca para ir a la lista de caps!


Sabrae arqueó la espalda, ofreciéndome sus senos para que mi boca los saboreara. La suya estaba abierta en un gesto de placer que hacía que me estremeciera de pies a cabeza cada vez que me encontraba con sus labios, y sus piernas dobladas  en torno a mí hacían de muros en una prisión de la que yo no quería escapar, en una fortaleza en la que yo no necesitaba defensas, porque nadie conseguiría convencerme de que saliera de allí.
               Arqueé un poco la espalda, casi saliendo de aquel interior que tanto bien me estaba haciendo, y besé las aureolas sonrosadas de sus pezones. Sabrae ahogó un gemido y hundió las uñas en el colchón, mientras mi lengua se ocupaba de darle la atención que se merecía a aquella parte de su anatomía. Se estaba comportando como una devota en su iglesia, depositando una ofrenda en forma de velas encendidas o pan frente a la estatua de su santo preferido, y a la vez como una diosa, regodeándose en mi manera de adorarla.
               Exhaló un suave gemido de satisfacción cuando mis dientes juguetearon con los montículos de sus pezones, y sus manos volaron a mi espalda al rodear mi lengua el piercing. Aquel adorno en su cuerpo ya de por sí perfecto era la prueba de que era una estrella, la mejor de todas: todas las estrellas tenían un poco de metal en ellas, y Sabrae no iba a ser una excepción.
               Miré desde el valle de sus pechos a su expresión de satisfacción mientras hundía aún más las uñas en el colchón. Se mordió el labio para contener un gemido que no logró detener del todo, y que se escurrió de su boca como gotitas de miel que rebosan de un panal. Sus piernas se cerraron un poco más en torno a mi cintura, y cuando yo la embestí y acompañé a esa embestida de un último mordisco en su pezón, Sabrae exhaló todo el aire que retenía en su pecho y se dejó caer sobre la cama. Su espalda rebotó suavemente sobre el colchón, haciendo una fricción curiosa en el punto en que nuestros cuerpos eran uno, y entreabrió los ojos, borracha de mí, para mirarme cuando yo me incorporé lo suficiente como para que nuestras miradas se encontraran.
               Mi niña preciosa.
               Estaba a punto de llegar.
               Me incliné a probar de nuevo aquel sendero al paraíso que tenía en los labios, la puerta a un camino curiosamente descendente que llevaba directamente al cielo. Sabrae entreabrió la boca y me dejó besarle el labio superior primero, y el segundo después, como había hecho con lo que tenía entre los muslos ahora que por fin la había visto desnuda.
               Sus manos recorrieron los músculos de mi espalda con sus caderas siguiendo el ritmo pausado de las mías, empujándola lenta pero firmemente al cielo. Dejó escapar un suspiro cuando la agarré de las caderas, y se abrazó de mi cuello. Se apartó el pelo de la cara, que se había derramado por la almohada como el halo de azabache de una nueva generación de santos que ya no dependían del oro para demostrar lo importantes que eran, y se ocupó de no dejar mi boca desatendida.
               Me gustó el mordisco que me dio sin poder evitarlo cuando una de mis manos se deslizó por la curva de su cintura y se coló en el hueco que su sexo hacía en su anatomía. Recorrí las subidas y bajadas que la componían con el mimo del explorador que visita su rincón natural preferido por enésima vez, y le dediqué a su clítoris la atención que se merecía. Lo masajeé en círculos, lo que hizo que Sabrae perdiera el control de sus caderas, que pasaron a obedecerme sólo a mí. Se movieron en el sentido de las agujas del reloj, tal y como yo estaba recorriendo aquel pequeño guisante de su sexo, mientras yo continuaba embistiéndola despacio. Llenándola. Colmándola. Poseyéndola. Haciéndola mi mujer, como ella me había pedido.
               Y además, había conseguido estarme callado, como ella quería. Ya no la provocaba, ya no hacía bromas con ella, ni le recordaba que no sólo éramos amantes sino también amigos mientras estábamos con los cuerpos unidos. Me había pedido que no hablara, y yo estaba haciendo eso; cuestión distinta era que mi cuerpo y mi alma no estuvieran comunicándose con la suya. Lo hacían. Lo hacían, y con muy buena sintonía. Era como si estuviéramos inventando sobre la marcha un idioma propio, un idioma hecho a base de gemidos, suspiros y gruñidos, pero también de sonidos que no venían de nuestra boca: el susurro que nuestra piel arrancaba a nuestras manos, el leve golpeteo de nuestros cuerpos al llegar al punto en el que ya no se podían unir más, las sábanas moviéndose a un lado a otro en nuestros pies a medida que yo cogía impulso para seguir satisfaciendo a Sabrae, o Sabrae se retorcía debajo de mí en busca de un ángulo mejor.
               Ni siquiera escuchaba el ruido de las canciones que Sabrae había puesto para que nadie más oyera lo que estábamos haciendo: estaba tan centrado en ella que cualquier cosa que no viniera de aquel cuerpo lleno de curvas, esa boca llena de gemidos y esos ojos atestados de estrellas de placer, se me pasaría por alto, por muy grande que fuera. Todos mis sentidos estaban centrados en ella; en ella y en lo que quería, en ella y lo que le gustaba, en ella y lo que más le apetecía, que en ese momento era yo. Jamás pensé que ser el objeto de deseo de una chica me fuera a hacer sentir tan importante como me estaba sintiendo entonces, claro que ninguna chica podía compararse a Sabrae.
               Sabrae me rodeó la parte superior de la espalda con los brazos, y jugueteó con el pelo de mi nuca. No me di cuenta de que había cerrado los ojos para sentir mejor la presión de su sexo alrededor del mío hasta que ella se incorporó un poco para hacer que los abriera a base de besarme los párpados. Cuando la miré, estaba incluso más espectacular que hacía un par de segundos: su piel brillaba con luz propia, sus ojos chispeaban felicidad, y en su boca una sonrisa bailaba con una O que haría de chimenea para sus suspiros.
               Me detuve un instante para que nada me distrajera de lo preciosa que estaba, y entonces...
               … se mordió el labio y sonrió.

domingo, 2 de junio de 2019

¿Dónde está Sabrae?

En el último capítulo de Sabrae, cometí la imprudencia de decir que en algún día de la semana pasada subiría uno nuevo para compensar la espera al no haber subido el fin de semana del 25 y 26. Finalmente no he podido escribirlo, pero, ¡no te preocupes! La integridad de la novela no corre peligro, a pesar de mi última entrada. Mañana me voy de viaje y no estaré en casa durante toda la semana, por lo que no podré escribir, aunque... ¡tengo ya un poco preparado! Vuelvo el fin de semana, así que, si todo va bien, colgaré un nuevo capítulo el 8 o el 9 de este mes, dependiendo de a qué hora llegue a casa, y lo cansada e inspirada que esté (lo cual será inversamente proporcional).
Muchas gracias por tu paciencia, te aseguro que merecerá la pena 💘