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Pasé un único minuto vestida tal y como él esperaba que
estuviera. En cuanto cerró la puerta y me dejó sola con mis pensamientos,
descubrí que quería darle una nueva sorpresa en aquella noche que los dos
estábamos convirtiendo en mágica.
Las
endorfinas del sexo con él y el aroma que su cuerpo desprendía y que aún
flotaba en el ambiente de mi habitación me susurraron al oído qué hacer. Salí
de la cama y di un par de pasos alrededor de mi habitación, en busca del
disfraz de femme fatale que tenía
pensado ponerme, y pronto estaba lista para salir a matar, como había hecho en
muchas otras ocasiones. Sólo me tocaba esperar, cosa que hice revolviéndome en
la cama como una gatita, buscando la postura más sexy que se me ocurriera, mientras Alec se entretenía en el piso de
abajo haciendo sabía Dios qué. Le di al refrán de “quien espera, desespera” un
nuevo significado, pues pronto el tiempo comenzó a arrastrarse de nuevo ante mí
como lo había hecho las semanas que habíamos pasado separados.
Me
tumbé de un lado. De otro. Me incorporé hasta quedar sentada. Crucé las
piernas. Las descrucé. Todo mientras me decidía por la postura perfecta en la
que recibir a mi chico.
Y,
por fin, él abrió la puerta de mi habitación, sin llamar ni nada, como esperaba
que hiciera si alguna vez nos mudábamos juntos: entraríamos en cada estancia de
la casa sin preocuparnos por cómo encontraríamos a la otra persona, porque el
tiempo que pasáramos juntos haciendo el tonto y viéndonos en nuestros momentos
más vulnerables sería más que suficiente para que ya nada nos sorprendiera, al
menos no para mal.
Venía
con una nueva decisión que a mí me encantó. Entró en la habitación con paso
decidido, la manzana con la que íbamos a jugar en los dedos, haciendo de jaula
y a la vez de transporte, el pecho subiendo y bajando a un ritmo más rápido de
lo normal, puede que por la anticipación de lo que íbamos a hacer en mi cama,
el pelo deliciosamente revuelto y un gesto de concentración y férrea
determinación en el rostro.
Me
apeteció abrirme de piernas para él en ese instante y ordenarle que se hundiera
en el hueco entre mis muslos, haciendo un clavado que puede que me hiciera
daño, pero que me satisfaría como pocas cosas lo habían hecho en mi vida (y
todas, absolutamente todas, habían tenido algo que ver con él), pero conseguí
contenerme a tiempo. Dejé los pies cruzados por los tobillos, mis curvas
extendiéndose por la cama, y esperé con una sonrisita de suficiencia en los
labios.
-Sabrae,
tenemos que…-empezó él, y me dio la sensación de que quería darme un sermón
sobre algo que había hecho mal, pero no podía evitarlo. Cuando él estaba cerca,
ser buena se hundía en mis prioridades, y portarme lo peor posible para
pasármelo lo mejor que pudiera se convertía en la única razón por la que yo
seguía respirando. Nos pelearíamos si hacía falta, pero le había pedido que
fuera a por la manzana no porque me importaran sus vitaminas o los otros muchos
beneficios que pudiera suponer para mi salud, sino porque, simplemente, tenía
muchísimas ganas de volver a experimentar lo que había sentido en el cuarto del
sofá de la discoteca de Jordan, cuando Alec y yo estuvimos solos, yo tenía la
regla, y él se las apañó para hacer de aquella noche la más erótica de mi vida;
y la manzana, el símbolo del placer prohibido por excelencia. No en vano, nos
había echado del Edén.
Por
suerte, no tuvimos que negociar ningún tipo de acuerdo que a él se le hubiera
ocurrido, ni mucho menos pelearnos. Porque, en cuanto me vio, su cerebro se
desconectó. Alec se detuvo en seco, mirándome con estupefacción, como si fuera
un marinero que por fin se encuentra a la sirena cuyo canto le ha llevado a
navegar por medio mundo, y descubre que es mucho más hermosa de lo que se había
imaginado. Exhaló un bufido de pura desesperación que le salió de lo más
profundo del alma, y yo sonreí.
-…
joder-gruñó por lo bajo, pasándose una mano por el pelo, completamente
sobrepasado por la situación. Sí, exacto, eso era lo que teníamos que hacer:
joder. Joder mucho, joder duro, y joder genial.
Casi
se le cae la manzana de entre los dedos pero, por suerte, tenía unos reflejos
de depredador que hicieron que enseguida recordara el preciado tesoro que tenía
entre sus manos. Por mucho que yo me pareciera a un cuadro renacentista de la
amante favorita de algún pintor, nuestro juego seguía en pie, aunque me gustó
ver cómo perdía poco a poco la razón mientras su mirada lamía mis curvas.
Mientras
él estaba abajo, hablando con mi hermana sin yo saberlo, me había decidido por
un cambio de vestuario en el que más no era menos, sino más. Recogí la camisa
que le habíamos quitado antes de acostarnos en mi cama por primera vez, y me la
eché por los hombros. Estuve un momento contemplando mi reflejo en el espejo,
examinando los lugares en que la camisa me sobraba, y en los que me quedaba
apretada. Por supuesto, los hombros y las mangas no eran un problema;
simplemente me las remangué hasta el codo, y mi aspecto de chica peligrosa que
puede protagonizar tanto tus mejores sueños como tus peores pesadillas comenzó
a tomar forma. Me abotoné un par de botones, los dos que dejarían mis pechos
ocultos tras la tela tan suave que a Alec le gustaba vestir, pero rápidamente
deseché la idea: por mucho que él tuviera una espalda ancha, mis busto hacía
que la camisa tuviera una forma rara, con esos horribles agujeros en el hueco
entre los botones que se forman cuando te quedan justas. Opté por dejármela
abierta, y hacerle un nudo en la parte baja, como hacía en verano con las
camisas largas de Scott, cuando quería llevar un top bonito pero no hacía el
suficiente calor, o simplemente no terminaba de cerrar el conjunto que tenía en
mente. Por supuesto, mi hermano se ponía como una fiera cuando me pillaba por la
calle usando alguna de sus camisas (tenía pocas y las guardaba para ocasiones
especiales), porque yo las terminaba estirando y arrugando de forma que casi no
pudiera volver a utilizarlas, pero eso lo solucionaba fácilmente cediéndole el
último postre del fin de semana y cubriéndolo de arrumacos y carantoñas las
pocas veces que estaba en casa.
Alec no iba a darme tantos problemas.
Simplemente se frotó la cara, echó un vistazo a su espalda, por encima de su
hombro, y se rascó el cuello. Cerró la puerta despacio, temiendo despertar a
alguna fiera con la que yo convivía sin tener conocimiento, y entonces se
volvió hacia mí, despacio, con el pecho subiendo y bajando mucho más rápido de
lo que lo había hecho antes. Se aclaró la garganta, y cuando habló, lo hizo con
una voz oscura, animal. Estaba tremendamente excitado; por si no se le notaba
en los pantalones (que, créeme, se le notaba mucho; aquel delicioso bulto de su entrepierna debería ser la
octava maravilla del mundo, y si no lo era se debía a que aún no le había
conocido nadie del comité que las decidía), su voz le traicionó y me dejó ver
las ganas que tenía de pasárselo genial conmigo.
-Te
has cambiado-acusó, y yo asentí con la cabeza, mordisqueándome la uña. Doblé la
rodilla y apoyé el codo en ella mientras lo examinaba como lo que era: la cosa
más interesante que había en la habitación, en la vida, en la historia. Ven y hazme tuya, Alec, le decía mi
mirada, pero él estaba demasiado sorprendido como para descifrar las señales
que le mandaba mi cuerpo-. Quedamos…-carraspeó-, quedamos en que sólo te
pondrías una prenda.
Sonreí.
-¿Qué
te hace pensar que no llevo sólo una prenda?
Dicho
lo cual, doblé mi otra rodilla y, lentamente, como la más experta de las
concubinas de un rey que se volvería famoso por su descendencia, separé las
piernas. Miré a Alec a través del marco que eran ahora mis rodillas separadas,
y sonreí con maldad al notar el leve roce del borde de la camisa en mi sexo. Me
quedaba lo bastante grande como para hacer de ella un vestido, pero en la
posición que me encontraba, lo único que parecía era un camisón gigante de
algodón, blanco como la leche, que hacía que mi piel pareciera un poco más
morena, y que sólo dejaba espacio a la imaginación para adivinar qué había más
allá de él allí donde mis muslos se juntaban.
Pero
la persona que estaba conmigo en la habitación no era estúpida, y no era una
persona cualquiera, sino un chico. Cualquier chico adivinaría, por mi manera de
jugar, que no me traía nada bueno entre manos.
Y, si
a eso le añadíamos que el chico tampoco era un chico cualquiera, sino Alec, con
la suficiente experiencia en mujeres casi como para adivinar el color de la
ropa interior de un chica sin mirarla, cabía esperar que dedujera lo que
alguien que me conocía tan bien debía deducir: que no había faltado a mi
promesa, que estaba cumpliendo la promesa que le había hecho tal y como él me
había pedido.
Disfruté
de lo lindo al ver cómo sus ojos se oscurecían, sus fosas nasales se expandían
en busca de aire, y la nuez de su garganta subía y bajaba, luchando por
conseguir un poco de oxígeno en un mundo que se ahogaba. Entonces, sin previo
aviso, Alec se abalanzó sobre mí, sin poder controlarse ni un segundo más. Dejé
escapar un gemido de satisfacción cuando su cuerpo literalmente chocó contra el
mío y sus dedos se hundieron por toda mi piel, recorriendo mis curvas,
separando la tela que tanto le molestaba a sus ojos de mi anatomía, y pronto lo
único que me cubría eran sus dedos. Su lengua entró en mi boca, invasiva,
haciendo que me estremeciera de pies a cabeza, mientras una de sus manos, la
izquierda, descendía por entre mis muslos y se abría un hueco allá donde más la
deseaba. Alec jadeó al sentir la humedad libre de mi entrepierna celebrar su
llegada, y me masajeó despacio los labios mientras hacía que me retorciera. Se
metió entre mis piernas y luchó por liberar su erección, que rápidamente brincó
en el aire como el payaso estrella de una función del circo, y yo me mordí el
labio. Lo deseaba dentro de mí. Sabía lo que podía hacerme y lo mucho que me
gustaba, y no había nada más que me apeteciera en ese momento que sentir su
presencia invasiva tomando aquella parte de mi cuerpo que tenía un dueño
distinto a los demás: Alec. Yo me pertenecía a mí misma, pero cuando se trataba
de mi sexo, respondía por otro nombre y obedecía a otra persona, la que ahora
mismo estaba a punto de reclamarme.
Me
retorcí debajo de él, gozando de la presión increíble de sus dedos en torno a
mi vulva y arqueé la espalda. Escuché cómo Alec se inclinaba a por la caja de
condones, y cuando sacó un paquetito plateado de su interior, me rozó con la
manzana y yo salí de mi trance.
La
manzana… ¡claro! Se había ido a por ella, y yo tenía planes muy específicos que
la incluían. Planes que no mandaría a la mierda sólo porque Alec me hubiera
puesto lo bastante cachonda como para que se me olvidara dónde estaba, qué día
era, o cómo me llamaba.
Separó
los dedos un segundo de mi sexo para poder rasgar el paquetito y sacar el
condón de su interior, lo cual hizo que yo terminara de recuperar la poca
cordura que podía reunir con la erección de Alec a centímetros de mi interior.
Sin siquiera pensar en lo que hacía, Alec se llevó los dedos a la boca, chupó
la humedad que había extraído de mi sexo y que le impedía abrir bien el
paquetito y, por fin, consiguió rasgarlo. Pero yo tenía otros planes.
Cerré
las piernas en torno a él, que se me quedó mirando con una expresión confundida
y a la vez juguetona. Una parte de él sabía lo que pretendía; la otra, no tenía
ni idea, pero se iba a dejar llevar.
-Haz
eso conmigo-le insté, y él frunció el ceño.
-¿Que
haga el qué?
-Eso-respondí,
y alcancé la manzana. Abrí despacio la boca frente a ella, prometiéndole algo
que me impacientaba darle pero que él siempre terminaba retrasando, y entonces
hundí despacio los dientes en la carne blanca y crujiente de la fruta. Alec me
estudió como quien estudia a un animal que acaba de descubrir, y sus ojos se
volvieron más oscuros si cabe. No pensé que sus pupilas pudieran dilatarse más
de lo que ya lo estaban, pero parecía que un anillo de color chocolate aún se
resistía al agujero negro que había en torno a aquellos pozos de lujuria.
El
negro se convertiría en mi color preferido si Alec seguía mirándome así.
Sentí
cómo el jugo de la manzana se deslizaba por la comisura de mi boca, y lejos de
limpiarme con el dorso de la mano, volví a dar otro bocado de la manzana. Miré
a Alec mientras masticaba, retándolo, y él supo lo que yo quería.
Los
hilillos de zumo descendieron por mi piel, primero siguiendo la línea de mi
mandíbula para llegar a mi cuello, y más tarde, correr hacia mis clavículas.
Sólo cuando llegaron a mi esternón, Alec se decidió a seguirme el rollo. Se
inclinó hacia mí y comenzó a besarme despacio, lamiendo de mi piel el zumo de
la manzana, haciendo que mi sexo protestara porque no era justo que,
precisamente mi parte más sensible, fuera la que menos atenciones recibía.
Gruñí por lo bajo cuando Alec se desvió un poco de la trayectoria de los hilos
dulces, y asentí con la cabeza, pegándome a él, cuando sus dientes se cerraron
en torno a uno de mis pezones, el que no llevaba piercing.
Cerré
las piernas en torno a él, y sentí la dulce y prohibida caricia de la punta de
su miembro en las puertas de mi sexo. Si movía un poco las caderas, lo recibiría
en mi interior.
Ya no
estaba tan segura de si quería jugar con él o no.
-Debemos
tener cuidado-me susurró al oído con una voz ronca como la de una bestia
convertida en hombre. Mi semental, pensé,
volviéndome loca con la presión que su polla ejercía en mi coño. Dios, Alec, empótrame.
Me moví en torno a él,
frotándome contra su sexo. El jueguecito de la manzana me parecía ahora una
broma absurda, una absoluta pérdida de tiempo para lo que de verdad deseaba: a
Alec. Era el aperitivo, un entrante sin más que sólo servía para retrasar el
glorioso y delicioso principal.
-Me
da igual el cuidado.
-¿De
veras?-ronroneó Alec, cogiendo la manzana, dándole un bocado y masticándola de
aquella forma que ya me había vuelto loca una vez: moviendo a conciencia la mandíbula,
asegurándose de que cada músculo de aquella parte de él que misteriosamente
tanto me gustaba se hiciera con toda mi atención-. No deberías confiar en que
yo fuera el precavido en la relación, Sabrae.
Y se
inclinó hacia mí, dejando que oliera su aliento cargado del aroma de la
manzana, y un millón de promesas que sabía que estaba deseoso de hacerme, y yo
de que cumpliera. Uní nuestras bocas y mi lengua exploró los rincones de la
suya, haciéndome disfrutar de los nuevos toques del sabor de la manzana en mi
lengua, que, unidos al sabor de él, se volvían incluso mejores. Sí,
definitivamente la manzana se convertiría en mi fruta preferida.
-Te
quiero dentro de mí-gruñí, pegándome más y más a él. Su erección no entró en mi
sexo por pura mala suerte. Si lo hubiera hecho, ninguno de los dos habría
podido parar. Era una locura, sí, pero no podía pensar ahora mismo en tomar
protecciones; lo único que me importaba
era sentir mi interior colmándose con la presencia de Alec.
-¿No
querías jugar?-respondió-. Juguemos, entonces.
Acercó
la manzana a mi boca y se alejó de mí, ante lo cual yo protesté. Se quitó los
pantalones con una destreza que no me esperaba en ningún mortal, y me miró con
una sonrisa oscura. Agitó la manzana frente a mi boca, y yo me incliné y le di
un bocado, asegurándome de rozar sus dedos con mis dientes. Él se estremeció:
le encantó ese contacto, todo su cuerpo lo delataba, incluido ese rincón en el
que era más hombre, y cien veces más mío.
Respiró
despacio, profundamente, en busca de oxígeno, separó la manzana de mi boca, y
entonces…
… en
lugar de llevársela a la suya, la deslizó por mi piel.
Arqueé
la espalda, siguiendo la trayectoria de la fruta, mientras Alec se centraba en
estudiar cada poro de mi piel empapándose del jugo de la manzana.
-No
se juega con la comida-le reñí, y él alzó las cejas.
-Entonces
sólo podríamos hablar cuando fuera a comerte el coño, nena.
Me
retorcí debajo de él, intentando que la manzana ocupara más y más piel, pues un
pensamiento oscuro borboteaba en mi subconsciente: iba a hacerme pagar por
hacerle esperar. Y a mí me encantaba esa idea.
Alec
se inclinó hacia mi boca, me dio un beso suave, lento y húmedo, y continuó
bajando por mi piel, cada vez más y más abajo. Volvió a besarme los pechos,
jugando con mis pezones, que lo recibieron con la nostalgia de una montaña que
sólo ha sido escalada por un único montañero en su juventud y ahora lo ven
llegar de anciano, y continuó bajando por mis curvas, surfeando cada una de
ellas con su boca. Dejó escapar un gruñido cuando llevó al monte de Venus y el
aroma de la manzana se mezcló con el de mi sexo.
Me
miró desde abajo, sonriendo. Luego, miró la manzana, pensativo. Por un momento
creí que me acariciaría con ella, y se lo pregunté. Imaginármelo frotando la
fruta contra mi sexo y luego dejándome probar nuestros sabores mezclados, dando
bocados de la manzana mientras me penetraba y se volvía loco con todas las
sensaciones que embargaban nuestros cuerpos (me sentiría con los cinco
sentidos, como muy pocas veces había hecho) consiguió que llegara a un punto de
excitación que hizo que todas mis inhibiciones se evaporaran.
-¿Vas
a acariciarme con ella?
Alec
me miró.
Y me
dedicó su sonrisa de Fuckboy®.
-No-me
dijo, como yo sabía que haría-. Voy a hacer algo que te va a gustar más.
Dio
un último bocado a la manzana y me la tendió. La acepté con manos temblorosas,
y me quedé mirando cómo se hundía más y más en mi cuerpo...
… me
separó las piernas…
… me
acarició los muslos…
…abrió
los pliegues de mi sexo…
… y
me miró a los ojos. Su sonrisa torcida se acentuó.
-Di
mi nombre, niña de frutas.
Un
escalofrío me recorrió de pies a cabeza.
-Alec…-gemí,
impaciente, y él no se hizo de rogar más. Escondió la cara entre mis muslos,
abrió la boca, y devoró mi entrepierna como jamás nadie me había devorado
antes. Lo hizo con cuidado, pero poniendo mucho esmero en ello, como si supiera
que era delicada y a la vez tremendamente sensible. Cada movimiento contaba,
cada centímetro de contacto era importante, y Alec lo sabía y no iba a dejarme
en la estacada. Dejé escapar un aullido de satisfacción que él se encargó de
ahogar en mi boca, acercándome tanto la manzana que yo no tuve manera de
resistirme a ella, y acabé por hincarle el diente.
Así
que por eso la quería. Para eso era
importante para él. Podría hacerme lo que se le antojara mientras tuviera la
boca ocupada, porque ahora que no teníamos música, no había manera de que nadie
en la casa se quedara sin oír mis gemidos.
Su
lengua recorrió los pliegues de mi sexo, recogiendo cada gotita de mi
excitación, y su boca se abría y se cerraba en torno a mi parte más externa,
estimulándome incluso desde fuera. Su nariz, de vez en cuando, rozaba mi
clítoris, empujándome más y más arriba en aquella escalera al cielo cuya llave
sólo tenía él.
Empecé
a contraerme y relajarme en torno a su lengua. Cerré las piernas en torno a su
cuello y noté su sonrisa. Exhaló un gruñido de satisfacción, se puso de
rodillas con mis glúteos aún sobre sus hombros, abrió los ojos y me miró.
Era
la segunda vez que nos mirábamos a los ojos de aquella forma mientras su boca
estaba en mi sexo.
Era
la segunda vez que hacía que sintiera esa conexión tan sólida con él incluso
cuando lo que estábamos haciendo no tenía nada de inocente.
La
manzana había rodado por la cama hacía tiempo, sin poder resistir el ritmo de
nuestros movimientos. Las manos de Alec estaban en mis caderas, sujetándome
para que no me cayera, y la camisa aún me cubría los brazos y los hombros, que
no la parte frontal de mi anatomía, especialmente los pechos. Disfruté de cómo
la mirada de Alec se deslizaba de mi cara a mis senos, que celebraban los
movimientos su lengua y su boca en armonía con el resto de mi tronco. Alec
gruñó contra mi sexo al sentir que una nueva marea de placer descendía de lo más
profundo de mi interior en dirección a su boca, y soltó una de sus manos de mis
caderas. La pierna que estaba ahora libre se cayó al colchón, pero todavía
había margen de maniobra con la otra, y Alec no me dejó desatendida.
En el
espacio que ahora se había abierto entre mis piernas, pude ver que se estaba
tocando. Se frotaba la erección con rabia, incapaz de controlarse y tan
sometido a sus impulsos más primarios que ya le daba igual todo. Me lo imaginé
corriéndose en su mano, sobre mi cama, haciendo lo que ningún otro chico había
hecho antes, y…
-Alec…-jadeé,
y él sonrió, gruñendo contra mi boca-, voy a… Al…l…eecc….-gemí, sintiéndome tan
cerca que ya no podía hablar.
-¿Sí?-me
pinchó, y le odiaba y le quería y le adoraba.
-Voy…
a… co…rrer…me…
Su
mano voló de nuevo a mi cadera. Volvía a tenerme bien sujeta. Sabía cuánto me
movía y qué se suponía que tenía que hacer él.
-Pues
córrete-me instó, y no necesité más. Mi cuerpo se abandonó a sí mismo,
concentrándose en el lugar de contacto de su lengua y mi sexo, y explotó en un
nuevo Big Bang que arrasó con todo y creó un nuevo universo. Me dejé caer sobre
la cama, temblando tanto que parecía estar saliendo de la atmósfera, y una
sonrisa de pura felicidad se extendió por mi boca. Alec siguió estimulándome hasta
el punto de no retorno, empujándome a un nuevo orgasmo encadenado que me dejó
absolutamente ahogada. Abrí los brazos y me quedé mirando, sin ver, el
techo, y por un momento sentí que en mi
habitación no éramos dos, sino tres. Alec y yo habíamos creado algo entre los
dos, algo más grande que nosotros dos juntos, algo tan especial que no había
manera de ponerlo con palabras sin profanarlo.
Mi
pecho subió y bajó tantas veces mientras luchaba por respirar que enseguida
perdí la cuenta. Cuando vio que abría los brazos, Alec se quedó quieto y me
miró con una sonrisa de satisfacción en los labios. Se enorgullecía de hacerme
sentir tanto placer, y también me agradecía que le dejara proporcionármelo.
Dejó con delicadeza mis piernas en el colchón, en torno a él, y me miró con un
amor tan infinito que creo que nadie, jamás, me había mirado así en toda mi
vida. Ni siquiera mis padres, ni Scott.
¿Por
qué pensaba en mis padres y mi hermano ahora? Alec era lo único que debía
ocupar los pensamientos. Alec era un principio en mi vida, el momento en el que
el tiempo pasaba de contarse hacia atrás a hacerlo hacia delante.
Me
eché a reír, pensando en lo absurdo que era compararle con Jesucristo, y negué
con la cabeza. Alec se cernió sobre mí como una nube de tormenta que promete
por fin un poco de brisa para un velero harto de calma chicha, y esbozó una
sonrisa al escuchar el sonido musical de la mía.
-Gracias-susurré
con un hilo de voz cuando conseguí tranquilizarme, acariciándole los brazos.
-A
ti, bombón-me besó los párpados, los hombros, la nariz, y por último, los
labios. Caí en la cuenta de que aún no habíamos hecho nada que le satisficiera
de alguna forma, así que me incorporé hasta quedar sentada frente a él. Le
acaricié los hombros, hundí los dedos en su pelo, y me incliné hacia su oído.
-Es
tu turno, amor-le susurré allí, depositando un suave beso justo por debajo de
su oreja. Él se estremeció, y me rodeó la cintura con los brazos.
-Esto
me ha encantado-murmuró con un hilo de voz, y yo sonreí, mirándolo a los ojos.
-Pues
espera a ver lo que te tengo preparado.
Le
puse una mano en el pecho y otra en el hombro, y lo empujé de la misma forma
que lo había hecho cuando traté de que se alejara de mí las dos veces que se
acercó para besarme, primero en la discusión, después cuando queríamos
reconciliarnos. Pero no había nada más diferente a como le había empujado
entonces. A pesar de que lo hice en los mismos lugares, ninguno de los dos
habría relacionado una cosa con la otra. Esta vez lo hice con cariño, con cuidado,
prometiéndole más y no menos, un principio en vez de un final, un “para
siempre” en lugar de “nunca más”.
Me
quité la camisa y la dejé caer junto al resto de nuestra ropa, en el suelo,
donde a ninguno de los dos nos molestaba. Me eché el pelo hacia atrás y busqué
entre las sábanas el paquetito con el condón, con la espalda ligeramente
arqueada. No quería alejarme de él ni un milímetro.
-Eres
preciosa-jadeó, acariciando mi vientre, que por la postura parecía plano, y
masajeando suavemente mis pechos-. Y perfecta. Preciosa y perfecta. Mi
diosa-susurró con absoluta adoración, siguiendo la línea de mis estrías en mis
muslos, las pequeñas ondulaciones en mis caderas fruto de aquel exceso de grasa
que yo no conseguía eliminar del todo, la piel por debajo de mis pechos, que ya
empezaban a acusar la acción de la gravedad…
-Mi
cuerpo está lejos de ser perfecto-respondí, pero no lo hice porque lo sintiera,
sino porque… era la verdad. Pero no era nada malo. Mis defectos me hacían quien
era. Y mis defectos también me habían regalado a Alec, no sólo mis virtudes. A
veces, las cosas que no te gustan de ti existen no para recordarte en qué
puedes mejorar, sino para mostrarte lo importante que es la perspectiva,
especialmente en el amor. Ya habíamos hablado de mis defectos una vez, y donde
yo veía estrías, Alec veía relámpagos, huellas de cómo el cielo había intentado
retenerme cuando me escapé; donde yo encontraba celulitis, él dibujaba un mapa
de islas que luchaban desesperadas por formar un archipiélago con el que recordarme
que era una sirena que había salido del mar.
Me
gustaba mi cuerpo. Había cosas que cambiaría de él, sí, pero también era un
mapa de mis vivencias, mi diario personal.
-Por
eso eres preciosa-replicó él-. Porque eres de la siguiente generación de modelos.
Y porque tu cuerpo rebosa amor. Se nota que estás a gusto en él-tiró de mí para
tumbarme sobre él, y yo me acodé en su pecho.
-Sí.
Es mi casa.
Eso
le había dicho de mis estrías. Que eran la
prueba de que mi cuerpo era una casa, y no una cárcel, que había crecido
conmigo.
-Y la
mía también-asintió. Le acaricié el mentón, me mordí el labio, concediéndole un
permiso que no necesitaba pedirme, pero que adoraba que me pidiera, y le ayudé
a colocarse el preservativo. Se hundió en mí lentamente, disfrutando del
contacto de nuestros cuerpos.
-Bienvenido
a casa-sonreí, mirándole a los ojos, y él también sonrió.
-Gracias,
amor.
Me
estremecía al escuchar esa palabra. Amor.
Papá se la dedicaba muchísimo a mamá; en su día a día, y también en las
obras de arte que le regalaba. Cada canción de amor que papá escribía, lo hacía
con un rostro muy nítido en la cabeza, y escuchar a Alec llamarme eso me hizo
comprender cómo una persona puede sacar tanta belleza de otra. Sonreí, froté mi
nariz con la suya en ese gesto de reconocimiento tan nuestro, y le besé en los
labios.
Nos
movimos con esa palabra en mente, la última que nos dedicamos antes de volver a
estallar en un dulce clímax en el que los dos nos abandonamos de nuevo. Yo
también alcancé el cielo de la mano de él, pero esta vez, me enorgullece decir
que el protagonista fue Alec. Le hice el amor a mi chico con todo el mimo del
mundo, con tres frases repitiéndose en mi cabeza, como la banda sonora de la
película más hermosa que jamás se hubiera rodado. Mi chico, mi cama, mi amor. Mi chico. Mi cama. Mi amor.
Mi chico.
Alec.
Mi cama.
Alec.
Mi amor.
Alec.
Se
deshizo para mí de la misma forma que yo lo había hecho para él antes. En lugar
de explotar como una estrella, se diluyó entre mis brazos, sus moléculas
uniéndose a las mías para formar un nuevo compuesto químico que trajera la cura
de todos los males. Y yo no pude evitar desintegrarme también: me sentía en
armonía con todo el universo que estábamos creando. Un universo compuesto casi
íntegramente por él, en el que yo me moría por pasar el resto de mis días.
Sus
manos me acariciaron como el maestro de orquesta que por fin alcanza la obra
que más le gusta de todo el concierto, moviéndose en el aire como los dedos de
Alec lo hicieron sobre mi piel. Dejó pequeños rastros de fuego por toda mi
espalda, y su boca cantó una preciosa melodía con la mía. Me tomó el rostro con
las manos y me separó para mirarme desde abajo, sonriente. Dejó escapar una
exhalación en forma de sonrisa, una exhalación que yo supe leer perfectamente: no me creo mi suerte.
Fue entonces cuando llegué a
la cima de nuestro amor.
Y
Alec disfrutó como un niño con zapatos nuevos, mordisqueándose la sonrisa,
mientras miraba cómo surcaba un cielo cuyas constelaciones había diseñado él
mismo.
Me
acurruqué en su pecho y cerré los ojos un momento, tan a gusto con el mundo y
en paz conmigo misma que se me olvidó todo lo demás. Ni siquiera me importaba
que notara la almohada en mis pies, o que corríamos peligro de caernos por el
borde de mi cama: sabía que él no dejaría que me pasara nada malo, ni que
estuviera incómoda.
Me
besó la cabeza y yo abrí los ojos.
-¿Puedo
decir una locura?
-Mm-ronroneó,
pensativo, con un brillo precioso en los labios que no podía creerme aún que le
hubiera puesto yo. Sus dedos dibujaban figuritas en mi piel.
-No
he sido más feliz en toda mi vida que estando contigo en esta cama-confesé,
alzando la mirada y clavándola en su rostro. Los ojos de Alec descendieron
hasta los míos-. Nunca pensé que se pudiera llegar a este nivel de felicidad.
Él
sonrió, se incorporó hasta quedar apoyado sobre un codo, y me pellizcó la
mandíbula.
-Me
encantas desnuda-me confesó, y yo noté que me ponía colorada-. Cuando te quitas
la ropa, también te resulta mucho más sencillo ser sincera.
-No estoy
siendo sincera. Lo que estoy es enamorada.
Aleteé
con las pestañas en su dirección, y Alec alzó las cejas.
-Guau.
¿Es de mí?-preguntó en tono de broma, y yo me eché a reír y le di un beso en
los labios.
-Tonto.
-¿Cómo
pretendes que te deje ponerte ropa ahora? Quiero verte desnuda todos los días
de mi vida.
-Pues
no voy a dejar que me hagas una foto-respondí, altiva, alzando la barbilla y
mirándolo desde abajo, mientras hacía con la sábana una toga-, que somos muy
temperamentales y tenemos mucha tendencia a…
-No
me refiero a una foto, Sabrae—sentenció, tomándome de la muñeca de la mano con
la que me había enroscado en la sábana blanca. Sonreí, volví a darle un beso, y
él dejó nuestras frentes conectadas-. Y yo no te haría eso.
-Lo
sé. Confío en ti, Al. Siempre lo haré.
Él
tomó aire profundamente y lo soltó muy, muy despacio. Tanto, que su brisa
estuvo acariciándome la piel durante lo que me pareció un minuto. Algo cambió
entre nosotros. Era como si el viento hubiera decidido soplar desde una nueva
dirección. La energía que manaba de él empezó a hacerlo de forma distinta.
Parecía menos pura, menos despreocupada.
Separó
la frente de la mía y se mordisqueó la cara interna de la mejilla, lo que
siempre hacía cuando algo le preocupaba. Ya no me miraba. ¿Había hecho algo
mal? ¿Por qué reaccionaba así cuando le decía eso? Una vez me había dicho que
valoraba más nuestra confianza que ningún otro lazo que me atara a él. Podías
experimentar un flechazo y regalarle tu corazón a un desconocido, pero la confianza
era un tipo de amor que se iba construyendo poco a poco, con la planificación
digna de un castillo. Era más valiosa.
-¿Alec?-pregunté,
y él se mordió el labio, tan sumido en sus pensamientos que quizá no me
escuchara-. ¿Qué ocurre? ¿He dicho…? ¿Te ha molestado la broma? Porque no lo
decía en serio. Sé que no harías eso ni en un millón de años-le cogí la mano,
pero él se negó a mirarme, así que tomé su rostro entre mis manos y le hice
enfrentarse a mi mirada-. ¿Qué te pasa?
-No…
no quiero estropear el momento, pero es que no puedo esperar más.
-¿Estropearlo?
¿De qué hablas?-apartó de nuevo la vista y apretó la mandíbula, pensativo. No busques paciencia para tener tacto
conmigo, amor. Nada de lo que tú me digas puede hacerme daño, salvo que no me
amas-. Al. Habla. Me estás poniendo nerviosa.
-¿Qué…
somos?-preguntó, volviéndose hacia mí-. ¿En qué nos convierte esto?
Noté
que se me formaba un nudo en la boca del estómago. ¿Por qué había tenido que
insistirle? No estaba preparada para tener esa conversación, ¡ni siquiera yo
sabía lo que quería! Lo único que sabía era que le necesitaba conmigo, que una
vida sin él no era vida, y que no podía renunciar a él. Puede que sonara
egoísta, pero era la verdad. No quería atarlo a mí, quería que fuera libre y
eterno, como un ave fénix que resurge de sus cenizas y siempre regresa con la
familia en la que su huevo eclosionó, por muy lejos que le hayan llevado las
corrientes de aire.
Me
daba miedo todo lo que sentía por él, porque ahora era todo bueno, me
proporcionaba felicidad, pero bien podría volverse en mi contra a la mañana
siguiente, cuando se marchara. Me hundiría en la más absoluta miseria y
soledad, y no sería capaz de salir por mí misma del pozo sin fondo en el que
sólo Alec podía lanzarme, y también del que era el único capaz de rescatarme.
-Somos…
amigos-musité con toda la cautela que pude-. Buenos amigos. Los mejores amigos.
Amigos como yo no he tenido nunca a ninguno-Alec alzó una ceja-. Amigos que…
follan.
Acababa
de meter la pata. Lo sabía. Lo sabía.
Pero
también sabía por dónde iba a llevar la conversación. Y no podía. No podía
decirle que no. Él se marcharía en verano, estaría un año fuera, y yo no podía
quedarme sola y desconsolada, como la esposa de un marinero que no sabe si la
última vez que lo bese en el muelle será la última vez que toque a su marido.
-Lo
que acabamos de hacer no ha sido follar, Sabrae-respondió él en tono duro, y yo
me mordí el labio y me sentí pequeñísima-. Hemos hecho el amor-me recordó, como
si yo no hubiera estado ahí, como si nuestros cuerpos aún no siguieran
deliciosamente enredados, como si… fuera una persona diferente a la de hacía un
par de minutos.
-Sí.
Tienes razón. Somos… amigos que hacen el amor. Pero ya lo habíamos hecho más
veces.
-No
así-negó con la cabeza-, no así. Ésta ha sido mi primera vez así, ¿sabes? Mi
cuerpo no será virgen, pero mi corazón sí lo es, Sabrae. Y yo sólo quiero saber
si… para ti está siendo tan especial como lo está siendo para mí. ¿Significa
algo? ¿Está cambiando algo para ti?
-¿Cómo
que si significa algo? Por supuesto que lo hace, Alec.
-Yo
sólo… quiero saber… si las cosas van a seguir como antes, o… si todo va a ser
igual-vaciló, pasándose una mano por el pelo, y mirándome por fin con la
intensidad de un cachorrito abandonado.
-Nada
va a ser igual-aseguré, y él suspiró, aliviado-. Para mí esta noche lo está
cambiando todo-exhaló todo el aire que había estado contenido en sus pulmones y
una sonrisa efímera como el aleteo de un colibrí le cruzó la boca.
-Vale,
es que… quería habla sobre… nuestra relación. Es decir… en qué punto nos
encontramos ahora. Es decir… después de la discusión, y la carta, y ahora
esto…-abrió las manos y las dejó caer sobre su regazo. Era tan vulnerable como
un niño sin hogar, tan adorable como un cachorrito. Me dieron ganas de
achucharlo, y a mí de clavarme un cuchillo helado en mi corazón gélido, porque
lo que estaba a punto de hacer era propio de una villana de Disney-. Necesito
saber en qué punto estamos.
Tragué
saliva, asentí con la cabeza, y me senté en el borde de la cama, vuelta hacia
él. Me miré las manos, donde se suponía que estaba escrito mi destino. Ojalá en
ellas pudiera leer las palabras mágicas que hicieran que yo dejara de tener
miedo de mis sentimientos por Alec, o un hechizo por el cual él se quedara para
siempre conmigo.
-Vale.
A ver-suspiré, tomé aire y asentí con la cabeza. Por fin, conseguí reunir el
valor que necesitaba para enfrentarme a su mirada-. Me gustas, Al. Me gustas
muchísimo, como no me ha gustado nadie.
-Tú a
mí también, Saab.
-El
caso es que…-me aclaré la garganta y me aparté un mechón de pelo detrás de la
oreja, y eso nos puso tensos a ambos: a mí, porque ya estaba nerviosa, y a él,
porque sabía que ése era el gesto que delataba mi desasosiego-. Me gustas
demasiado, Al.
-Eso…-sonrió,
confuso-. ¿Cómo puede… ser eso?
-Me
gustas demasiado-asentí con la cabeza, abriendo tanto los ojos que sentí una
tirantez en el punto donde se unían los párpados-, y de verdad que me gustaría
intentarlo contigo, no hay cosa que más ilusión me haga, pero… aunque estemos
solapados ahora mismo, compartiendo el mismo momento, en realidad vivimos
ritmos distintos. Tú te graduarás en unos meses, y te irás por ahí con los
chicos, y yo me tendré que quedar aquí, sola, sin mi hermano y sin mi novio, y…
no sé cómo voy a sobrevivir a eso. No sé cómo podré seguir adelante-abrió la
boca pero yo le puse un dedo en los labios para que no dijera nada; había
encontrado mi fuente de valentía y, por la cuenta que me traía, no debía dejar
que se agotara. Por suerte, Alec respetó mi deseo-. Yo en las relaciones me
entrego al 110%, y no estoy diciendo que tú no te merezcas menos. Todo lo
contrario, te mereces un 200. Es sólo que… no estoy segura de que quiera
meterme ahora mismo en eso, especialmente sabiendo lo que conlleva a corto
plazo. Por un lado me apetece muchísimo formalizar lo nuestro, decir que somos
novios y hacer las típicas cosas que hacen las parejas, porque… sinceramente,
Al, creo que tú y yo tenemos futuro. De verdad. Me veo de mayor contigo, pero…
creo que nuestro futuro no viene ahora. No
quiero atarme ahora y sufrir en un
par de meses, porque si ya lo pasé mal con Hugo, a quien no quería tanto como a
ti… no quiero ni pensar en cómo lo pasaría estando separados. No quiero pasar
por eso otra vez. No quiero… necesito unas barreras de contingencia,
¿entiendes? No puedo darlo todo de mí y arriesgarme a estar perdida dentro de
unos meses.
Alec
tragó saliva, estudiándome con el ceño ligeramente fruncido.
-¿Te…
te parece bien? ¿Estás de acuerdo?-se rascó el hueco detrás de la oreja y se
encogió de hombros-. ¿Al? Puedes opinar.
-Ya.
Bueno. A ver. Tampoco es que tenga mucho que decir, ¿no? Igual que dos no
pelean si uno no quiere (y yo, desde luego, no quiero pelearme), tampoco pueden
iniciar una relación si uno de los dos no está convencido. Y tú no estás
convencida.
-Yo
no he dicho eso, Alec-casi gemí. No me gustaba el tono duro que estaba
oscureciendo su voz. Me lo merecía, pero no me gustaba-. Estás siendo injusto
conmigo.
-Y tú
conmigo, Sabrae. Literalmente acabas de decirme que no te viene bien estar
enamorada de mí ahora.
-Yo
no he dicho eso-dije, al borde de las lágrimas. ¿Cómo podía entender algo así
de lo que acababa de decirle? Le había dicho que el momento no era el idóneo,
no que mis sentimientos no lo fueran. Dios, me costaba tanto decirle lo que
sentía, porque sabía que eso le haría daño, y por ende también a mí-. Yo
sólo…-tomé aire y lo retuve en mis pulmones, con fuerza, y algo en su expresión
cambió. Se dulcificó, dejó de ser tan inexpresiva. Se inclinó hacia mí y me
rodeó los hombros con el brazo.
-Eh,
eh. Vamos, no te pongas así. Ya sabes que yo soy un capullo. No lo decía en
serio. No iba en serio, Saab.
-No
quiero que entiendas… mis sentimientos por ti no son un contratiempo. Te lo
juro. Es lo único que está bien. Eres lo mejor que hay en mi vida ahora
mismo-confesé, mirándole a los ojos a través de una película de lágrimas que me
impedía enfocar bien su rostro.
-Lo
sé. Ya lo sé, pequeña-me estrechó contra su pecho, que olía a hogar y a amor, y
yo dejé escapar el sollozo que me aprisionaba la garganta, justo lo que
necesitaba para tranquilizarme. Cerré los ojos y por un momento fantaseé con
que no estuviéramos manteniendo esa conversación, pero los sueños, sueños son,
y me obligué a volver a la realidad. Se lo debía a Alec, y también me lo debía
a mí.
-Eres
lo más bonito que tengo-musité, y él sonrió y se inclinó a darme un beso-.
Alec, lo digo en serio-insistí, y volvió a besarme, y yo me reí en su boca-.
¡Alec! Para. Estoy intentando hablar contigo.
-No.
Estás diciendo tonterías. Y yo te prometí que te besaría cada vez que dijeras
tonterías.
-No
son tonterías. De verdad eres lo más bonito que tengo.
-No.
No lo soy. Mira tu cara.
Me
eché a reír y él también sonrió. Jugueteé con el hueco de su mandíbula con
gesto soñador, y Alec tragó saliva.
-Entonces…
¿te parece bien que andemos con pies de plomo?
-¿Qué
te parece si… vamos probando? ¿Mm?-ofreció-. No tiene por qué ser ahora. Puede
ser más adelante cuando lo hagamos oficial.
-Es
que no quiero pasarlo mal… tú te vas a marchar por ahí, y yo me voy a quedar
aquí, y no quiero sufrir.
Apretó
la mandíbula.
-¿Qué
pasa?
-Nada.
-No
te cierres.
-No
me cierro.
-Alec.
Puedes hablar, de verdad. Estamos teniendo una conversación. Debemos hablar como
adultos.
-No
puedo hablar como un adulto. Me faltan 2 meses para serlo.
Puse
los ojos en blanco.
-Ya
me entiendes.
-El
caso es que… no te ofendas, ¿vale? Pero me parece un poco cobarde lo que estás
haciendo. No puedes ir por la vida a medio gas, Sabrae. No es cuestión de dejar
de hacer cosas porque yo vaya a irme el año que viene. O sea… ¡yo quiero estar
contigo ahora! ¡Y por mí, también el
año que viene! ¡Eso no tiene nada que ver! Es decir… yo también lo voy a pasar
mal estando separados, pero creo que podemos sobrellevarlo. Eres la única chica
que ha hecho que me arrepienta de mis planes de futuro, ¿quién dice que no deba
hacer el esfuerzo de incluirte en ellos? Puedo marcharte y llevarte en el
corazón igual. Sé que para mí será un poco más fácil porque estaré más ocupado,
en ese sentido, que tú, pero yo también voy a echarte muchísimo de menos,
pensaré en ti todo el rato, y…
-A
ver, Alec, ¿no crees que te estás pasando? Es decir, vale que estarás cansado,
pero no creo que yendo de mochilero vayas a estar más liado que yo teniendo
clases.
Se me
quedó mirando.
-¿Qué?
-No
quiero atarte de ninguna manera, Al. O sea, vas a vivir nuevas experiencias,
vas a conocer gente nueva, y… no quiero ser un arrepentimiento al fondo de tu
cabeza cada noche. Que sé que no me pondrías los cuernos nunca, eso lo tengo
clarísimo-aclaré-, pero no quiero que renuncies a chicas que te apetezcan una
noche sólo porque me tengas esperándote al otro lado del mar.
Parpadeó.
-¿Qué?
-Lo
que me duele es la distancia. Lo que me molesta es la distancia. No quiero que
seas la décima persona en enterarte de lo que yo hago-expliqué-. Echarte de
menos hace daño, muchísimo daño, y cuanto más cerca te tengo sé que más te voy
a echar de menos, y no quiero darme el poder de sentir ese dolor que supone el
saberte mío pero no poder tenerte, porque sé que si me lo doy, voy a estar
pasándolo mal todo el rato, porque supone recordar todo lo que estamos haciendo
ahora y ninguno de los dos podrá hacer.
Parpadeó
de nuevo, el ceño fruncido.
-No
te estoy rechazando, de verdad. Ni diciéndote que quiero que esto termine. Por
Dios, no es por ser dramática, pero creo que si esto se termina, me moriré de
pena.
Se
quedó callado un momento, con su ceño acentuándose, una expresión de
incomprensión en el rostro. Sus ojos bailaban de un lado a otro, como si
estuviera resolviendo de memoria un problema matemático de varias líneas de
envergadura.
-Sabrae…
¿de dónde coño has sacado que me voy a ir de mochilero?
Esta
vez, la que frunció el ceño fui yo. Me incorporé ligeramente e incliné la
cabeza a un lado.
-¿No
es… no es lo que vas a hacer? ¿No vas a tomarte un año sabático?-pregunté,
esperanzada, y Alec arqueó las cejas.
-No,
sí, claro que me lo voy a tomar. Me voy este verano, como bien has dicho, pero no
me voy por ahí de cachondeo por Europa, como tienen planeado Scommy y los
demás.
¿Qué?
¿Desde cuándo sus planes eran diferentes al resto de sus amigos? Ay, Dios mío,
¿y si se iba a Gales a, no sé, trenzar redes de pesca? Había construido una
negativa sobre la base inestable de un viaje por Europa que ni siquiera iba a
realizarse. Me sentía la criatura más lerda del universo.
-Entonces,
si no vas a irte por ahí con tus amigos, ¿qué vas a hacer?
-Voluntariado-respondió
como si fuera lo más evidente del mundo-. En África.
Me
quedé pasmada, mirándolo.
-¿Disculpa?
-Voluntariado
en África-repitió, frotándose la cara, poniendo los ojos en blanco y bufando.
-Yo…
soy… africana-espeté, porque no se me ocurría nada que decirle. Él asintió con
la cabeza y me dijo que ya lo sabía, que saltaba a la vista-. ¿Qué vas a hacer
allí, Alec? ¿Cómo se te ha ocurrido siquiera ir allí?
-¿Por
qué todos ponéis esa cara cuando os cuento mis planes?-protestó, molesto-. He
hecho un montón de gilipolleces en la vida y ya no hay vuelta atrás, pero
quiero creer que voy a ayudar a alguien, que le voy a mejorar la vida a alguien
en vez de empeorársela, que llegaré a algún sitio y estarán las cosas jodidas,
y yo me marcharé más tarde y las dejaré un poquito mejor de lo que estaban al
principio, y…
-Y yo
que creía que me gustabas demasiado antes. No sé cuánto me gustas ahora, pero
es más-murmuré, y él se me quedó mirando y esbozó una tímida sonrisa-. Eso es
precioso, Al. De verdad. Siento… siento haber reaccionado así. Lo cierto es que
no entiendo por qué la gente se sorprende. Sólo puede ser porque no te conocen
lo suficiente. Ahora que sé qué vas a hacer, la verdad es que no te veo
haciendo otra cosa. Es el único plan que me encaja contigo. Mi precioso
sol-ronroneé, cogiéndole la mano y dándole un beso en el dorso. Él sonrió, la
dejó sobre mi mentón y me acarició la mejilla con el pulgar.
-Haré
que te sientas orgullosa.
-Ya
lo estoy, amor-respondí, besándole la palma de la mano, mimosa-. Pero, dime,
¿por qué África? ¿Por qué no un sitio más cerca como… no sé… la perrera de la
esquina?
Alzó
una ceja.
-¿De
verdad crees que yo aguantaría en una perrera? Hecho gracioso: mi primer curro
lo conseguí en una de las perreras del centro. No duré ni una semana.
-¿Las
perritas se frotaban contra ti para que les prestaras atención?
-Se
me daban genial los animales. Se me siguen dando, de hecho. Voy a hacer cosas
relacionadas con ellos en África-confesó, rascándose el mentón-. Pero… el caso
es que yo no estoy hecho para esa vida. No podría estar en una perrera mucho
tiempo. Se me partió un poco el corazón.
-Te
entiendo. Debe ser duro ver a tantos animales llegar destrozados, teniéndote
miedo por las putadas que le han hecho los hijos de puta de sus dueños. Me da
muchísima lástima cuando aparecen en televisión.
-Eso
no es tan malo. Es bonito ver cómo cogen confianza. El problema es… bueno…
cuando se van-su semblante se oscureció como una noche sin luna.
-Pero
que se vayan es bueno, ¿no? Las familias que adoptan son buenas. Adoptar un
perro de perrera es de tener un corazón de oro. Yo siempre he querido adoptar
un perro. Uno viejito, a poder ser. El que mayor tiempo llevara allí. Me
encantaría hacer de sus últimos años una compensación por los primeros.
-Eso
es precioso, bombón, y lo comparto totalmente, pero no me refiero…-se aclaró la
garganta y se le empañaron los ojos-. No me refiero a cuando se van, sino a
cuando se van, van.
Le miré.
Y
entonces, lo comprendí.
-Alec…
-Te
gusto ahora porque me ves bien. Porque soy fuerte y te hago sentir protegida
y... no sé. Pero si me vieras allí, con ellos, mientras les ponen las
inyecciones, llorando como un bebé mientras los acaricio y les digo que todo va
a salir bien-cerró los ojos y negó con la cabeza-. Les digo que todo va a salir
bien, y no es verdad. Al menos dejan de sufrir. Al menos supieron lo que era
una despedida de alguien que les quería, algunos por primera y única vez en sus
vidas-se frotó la cara, tratando de ocultar sus lágrimas, pero yo retiré sus
manos y le besé los párpados. Le rodeé el cuello con los brazos y le di un beso
en la mejilla, y él respondió rodeándome la cintura con sus brazos y
estrechándome contra él-. Lo siento. Yo… lo siento.
-No
lo sientas. Eres humano. Tienes emociones, y me encanta que las expreses. Lo adoro, Al. Eso me demuestra que eres
incluso más bueno de lo que yo pensaba, y eso que tengo muy buen concepto de
ti.
Él se
rió entre sus lágrimas, y me dejó abrazarlo y darle mimos mientras se calmaba.
Seguro que había visto cosas que le romperían el corazón a cualquiera, hecho
cosas que no todo el mundo tendría estómago para hacer. Y, ahora que le había
visto, también sabía que había llorado por todas y cada una de aquellas pobres
almas inocentes cuyo único pecado había sido querer a quien no se lo merecía.
-La
mala suerte está tan extendida-murmuró, ya más calmado, y yo lo miré.
-No
te creas. Terminaron sus vidas teniendo suerte. Te conocieron, mi rey-me
acurruqué contra su pecho y me rodeé el cuerpo con sus brazos. Le di un beso en
los nudillos y me hice un ovillo contra su torso, mi espalda siguiendo la línea
que ascendía desde su pubis hasta el centro de sus clavículas y lo dividía en
dos mitades perfectas.
-Sabrae…
-¿Mm?
-Te
amo.
Me
mordí la sonrisa y lo miré desde abajo. Nos dimos un beso boca abajo, como en Spiderman, y descubrí que me encantó,
aunque puede que se debiera a que me lo había dado con Alec, y todos los besos
con él me encantaban.
-Me
apeteces.
-Y tú
a mí, bombón. Dime, ¿tengo posibilidades?-preguntó, y yo alcé las cejas.
-¿De
qué?
-De que algún día te apetezca ser mi novia.
-Ya
me lo apetece, Al, lo que pasa es que…
-Vale,
vale, pues cambiaré la pregunta. ¿Crees que algún día te apetecerá más
arriesgar tu corazón con este capullo…?
-No
eres un capullo.
-¿…
que tenerlo protegido y guardarlo en una cajita?
Parpadeé.
-¿Me
recuerdas por qué me he pillado por ti?
-Porque
follo que te cagas.
Solté
una carcajada.
-Es
una razón de peso.
-Yo
creo que es cosa de tamaño, pero no me cambies de tema, Sabrae. ¿Crees que
podrías cambiar algún día de opinión?
Me
mordisqueé el labio.
-Sí-cedí,
porque por supuesto que sí. Podía llegar el día en que ya no me diera miedo
todo, en que fuera valiente, y me mereciera a Alec-. Yo creo que sí. Pero, por
favor, hasta que ese día llegue, no tengamos esta conversación más, ¿de
acuerdo? Lo paso muy mal, de verdad. Sé que a ti te hago daño haciendo esto,
pero necesito protegerme, y…
Me
puso un dedo en los labios y sonrió.
-Bombón-me
reclamó, y yo detuve la retahíla de palabras que salían de mi boca-. Tranquila,
no la volveremos a tener. Simplemente será como un juego: yo te mostraré el
novio que no me estás dejando ser, y tú no me dejarás estar contigo. Que es lo
que quiero, lo único que quiero.
Sonreí,
asentí con la cabeza y estiré el dedo meñique en su dirección. Él se rió,
enganchó el suyo con el mío, besó la unión de nuestros dedos y sonrió mientras
yo sellaba la promesa de meñique, proclamando que quien la incumpliera,
moriría.
Me incliné
hacia sus labios.
-Que
empiece el juego-bromeé, dándole un suave beso que él se encargó de alargar. Me
rodeó la cintura con el brazo y tiró de mí para asegurarse de que no me
escapaba. Como si lo deseara. Lo único que quería era dejar atrás aquel momento
y, a la vez, congelarlo en el tiempo para siempre, hacer que durara
eternamente, atesorarlo en el rincón de mis recuerdos más preciados. Me había gustado
su vulnerabilidad, me había gustado que se mostrara como un niño asustado que
necesitaba que le protegieran. Sabía por experiencia que no se mostraba así con
cualquiera; estaba segura de que ni mi hermano ni Tommy le habían visto como
acababa de verle yo. Se reservaba para una esfera aún más cercana del círculo
de personas a las que quería, y que le querían a él: sus padres, su hermana, su
mejor amigo, su mejor amiga… y yo. Ahora, yo también formaba parte de ese
selecto club que era el que tenía la confianza ciega de Alec, el que hacía que
ya no le preocuparan las apariencias y diera rienda suelta a sus sentimientos.
Nuestro
juego duraría poco, estaba segura de ello. Si seguíamos por aquel camino que
habíamos tomado, no podría resistirme a sus encantos por mucho más tiempo. Ya me
estaba costando horrores no rendirme a sus pies durante nuestros besos, así que
imagínate cuando lleváramos un mes de confesiones nocturnas, desnudos en la
misma cama, acariciándonos y mostrándonos el uno al otro unas cicatrices que
odiábamos, pero que el otro adoraba porque significaba que habíamos llegado
hasta aquel momento vivos. Los cadáveres no tienen cicatrices, pero los
supervivientes están hechos de ellas.
Se separó
de mí a mitad del beso, sumido en sus pensamientos, y me tomó del mentón. Me pellizcó
la barbilla y me hizo mirarlo a los ojos, mordiéndose el labio.
-Saab…
perdona que insista, pero necesito saber una cosa.
-Pregunta.
Siempre puedes preguntar-respondí, mimosa, jugando con el nacimiento de su pelo
en la nuca.
-Noto
las cosas un poco… diferentes. Después de Nochevieja, parecíamos más… no sé
cómo decirlo. Formales, tal vez. En Nochevieja, directamente parecíamos novios;
yo viniendo a tu casa, comiendo con tu familia, y tú acompañándome a la mía,
hablando de mi madre conmigo después-asentí con la cabeza, y al ver que no
añadía nada más, respondí:
-Sí. Me
gustó ese momento. Me gustó cómo nos comportábamos. Que me cuidaras.
Alec asintió
con la cabeza.
-Y
después pasó… lo que nos pasó. Así que-tomó aire y lo expulsó lentamente,
concentrándose sólo en su voz, en no sonar demasiado desesperado ni angustiado—dime,
¿tu respuesta a la pregunta de hoy tiene algo que ver con la discusión?
Me vi
arrastrada de vuelta a aquellos gritos que nos habíamos dedicado, los tortazos
que le había dado, el beso que él me había robado y lo mucho que nos habíamos
esforzado en hacernos daño el uno al otro estando en la discoteca, viéndonos de
cerca pero sintiéndonos muy lejos. Y me di cuenta de que aquello que nos había
pasado no había servido para distanciarnos, sino todo lo contrario: ahora que
sabía cómo era la vida con Alec, no me interesaba la vida sin él. Alec había marcado
un antes y un después para mí. El primer beso que nos dimos lo había cambiado
todo, y nada volvería a ser lo mismo por mucho que nos dos nos esforzáramos. Le
había dado algo más que un beso la noche que nos acostamos por primera vez: le había
entregado un pedacito de mi alma, el único pedacito de libre disposición.
Así
que… no, la discusión no había tenido nada que ver. De hecho, la discusión era
un punto a favor de intentarlo contra viento y marea, no para no hacer nada. Le
había detestado durante un par de semanas porque yo no era yo, y él no era él. No
podría odiarlo ahora ni aunque quisiera, no viéndolo desnudo de cuerpo y alma
por primera vez frente a frente.
-No
ha cambiado nada para mí. No ha supuesto absolutamente nada. Como te he dicho,
somos temperamentales, pero yo no veo al chico que me gritó, como espero que tú
no veas a la chica que te cruzó la cara cuando me miras. Sólo te veo como te he
visto siempre. Bueno… siempre desde que empezamos-añadí, apartándome un mechón
de pelo de la cara y notando que me sonrojaba. No me apetecía decir “antes de que
nos acostáramos”, porque aquello no era sólo sexo para mí. Ojalá fuera sólo
sexo: lo haría todo mucho más fácil.
Ojalá
nunca llegara a ser sólo sexo: me gustaba sentir que flotaba en el aire cuando
estábamos juntos.
-Pues…
para mí sí ha sido un cambio. Me he dado cuenta de cosas que…-se inclinó hacia
atrás y suspiró, negando con la cabeza-. He visto que mis límites no están
donde yo creía. Me miro al espejo, y ya no me veo igual.
Parpadeé,
tragué saliva, y viendo su expresión dolida, supe a qué se refería: a la verdad
que había descubierto esa misma noche, a la que llevaba atando cabos desde que
lo vi en Camden y salió el tema de por qué llamaba a Dylan como lo llamaba.
Supe que
me necesitaba, que necesitaba sacárselo de dentro, y si yo no le extirpaba
aquel tumor, no sería capaz de hacerlo por sí mismo. Así que le puse una mano
en el pecho, y le pregunté con el corazón en un puño:
-¿Esto
tiene que ver algo con lo de… tu padre?
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ResponderEliminarLa charla de los novios me ha dejado muy soft jo y pensar que Sabrae le va a decir finalmente si en las circunstancias que lo hace y luego saber lo mucho que se arrepentirá por haber esperado tanto ains me duele el corazoncito. Ready estoy para la charla sobre el padre fijo que me va a dejar muerta con todo lo que le cuente Alec pero la verdad es que estoy deseándolo ay