domingo, 30 de junio de 2019

Paracaídas.


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No había que ser ningún genio para saber que la relación de Alec con su familia no era al uso, y  yo estaba en un punto de conocimiento de él que ya me consideraba una experta. Aunque es cierto que había cosas que se me seguían escapando, las mismas cosas que parecían escapárseles a los demás. A una parte de mí le dolía estar a oscuras en lo que respectaba a Dylan; nos habíamos contado tantas cosas, hecho tantas confidencias y revelado tantos secretos, que el verme sin nada a lo que agarrarme para poder entretejer una red de salvamento para Alec era un puñal de hielo clavándoseme en el estómago.
               A esa misma parte también le causaba un oscuro alivio descubrir que no era simplemente conmigo con quien pasaba eso: Eleanor también se había enterado a la vez que yo de que Dylan no era el padre de Alec, y eso que Mary y ella eran amigas íntimas; mejores amigas, de hecho, con un estatus muy superior que hacía incomprensible que Eleanor no supiera que Alec no había nacido con el apellido que ahora llevaba. Eso hacía un poco más fácil mi ignorancia, me hacía ver que era un tema delicado en el que no debía entrar como si tal cosa.
               Le dolía. Se le veía en la cara, en toda la tensión que empezó a manar de su cuerpo en el momento en que le hice aquella pregunta. Alec se había dado cuenta de que quería hablar de su padre, de que estaba ahí para consolarlo, pero, ¿quería que le consolaran, o fingir que no tenía la herida? Fuera como fuese, yo estaría ahí para él, como él lo había estado para mí. Ya no sólo porque fuera mi deber como amiga, como confidente, como amante y enamorada: también porque él me importaba, porque compartía su dolor, y por una cuestión de respeto y confianza tan profundos e intrincados que vulnerarlos me parecía un sacrilegio.
               Sólo había puesto esa cara delante de mí una vez antes de aquella, y había sido precisamente cuando le pregunté a bocajarro por qué llamaba a su madre “mamá”, pero a Dylan lo llamaba por su nombre de pila y no por el título que todos los hijos le dábamos a nuestros padres (título que las chicas también otorgábamos a nuestros novios, a veces en broma y a veces en serio). Visto en retrospectiva, debería haberme dado cuenta de que había algo raro allí. Debería haber unido los puntos mucho antes, y ahora volvía a sentirme mal, como me lo había sentido en el sofá, al enterarme de la historia de su más tierna infancia y de sus orígenes.
               Ahora sólo me quedaba esperar. Ser paciente, dejarle elegir con toda la calma que el mundo tuviera reservada para él, toda la tranquilidad que se merecía, y respetar aquella decisión. Como él había hecho muchas veces con el tema de mi adopción, que no había tocado a profundidad, con nadie más que con él, me limité a abrir la puerta y quedarme a su lado, dándole la opción a atravesarla o no dependiendo de lo que más le apeteciera en ese momento. Puse el manjar sobre la mesa y lo empujé suavemente hacia él, permitiéndole elegir entre comerlo o levantarse e irse.
               Le coloqué unas alas y un paracaídas en la espalda y le di la mano al lado del acantilado, prometiéndole que, si saltaba, yo lo haría con él; y si saltábamos, caeríamos o volaríamos juntos.
               En eso consiste estar enamorada: en abrir las alas, y también el paracaídas.


Unas horas antes.

-Cuando una chica dice “bien, bah”, hablando de un polvo, es que ha sido pésimo, bombón-había ronroneado Alec, jugueteando con el rincón en que mi cuello se unía a mis hombros, haciendo una L que se abría más o menos dependiendo de hacia dónde estuviera mirando yo.  Sonreí.
               -Es que ahora tengo unos estándares de calidad-repliqué, estirándome cuan larga era y mordiéndome los labios para no sonreír más, pensando en mis estándares de calidad y cuánto iba a elevarlos esa noche. Seguíamos en el sofá del sótano de mi casa, junto con Scott y Eleanor, y había surgido el tema de las cosas que habíamos hecho estando separados. Curiosamente, no había dolor en la confesión de que habíamos tenido sexo con otras personas, porque ambos sabíamos que no podía compararse con nada que hubiéramos hecho juntos. Sí, él se había acostado con otras chicas, y sí, yo lo había hecho con Hugo,  y debería dolernos, pero saber que no lo habíamos disfrutado como disfrutábamos del sexo en común nos causaba un oscuro y secreto placer.
               Y pensar que íbamos a volver a las andadas esa misma noche, en mi cama… y, lo que era más importante, por primera vez sin ropa… me parecía increíble. Era como un sueño del que no quería despertar, ese momento de completa ignorancia del que disfrutas cada mañana producto del buen descanso justo antes de que tus problemas caigan sobre ti.
               Miré a Alec, que me rodeó la cintura y curvó una de las comisuras de su boca en una de esas sonrisas traviesas que tanto me gustaba; a mí, y a todo Londres, pero yo era la única afortunada que podía jactarse de llamar a esa sonrisa suya.
               -Me pregunto quién te los habrá inculcado.
               -Créeme, yo también. Podríamos buscarlo juntos-bromeé, y me acurruqué contra él cual gatita mimosa que por fin tiene a su dueño en casa después de un durísimo día defendiendo el hogar de la invasión de las ratas.

               -Lejos de mí, a poder ser-instó Scott en tono gruñón, que nada tenía que ver con su sonrisa cansada al enterarse de que por lo menos uno de los dos hijos mayores de papá y mamá conseguían encarrilar su vida. La semana que habíamos pasado había sido un completo desastre, un asco mayúsculo con todas las de la ley: él separado de Tommy, y yo separada de Alec, habían hecho que el sol se pusiera en casa y el invierno se colara hasta en el más pequeño rincón. Le había alegrado de corazón enterarse de que lo mío con Alec volvía a ponerse en marcha, así que no entendía a qué venía ahora aquella reacción. ¡Debería alegrarse por mí, que era su hermana, y por él, que era su amigo! No hay quien entienda a los chicos-. No quiero vomitar por lo domésticos que os estáis volviendo-espetó, como si yo invitara a Alec a casa todos los días, o algo así. Estaba a punto de intervenir para decirle que se metiera en sus asuntos y recordarle que Eleanor ya había dormido en casa más veces de las que se podían contar con los dedos, pero mi chico, ágil y lacerante como siempre, se me adelantó.
               -¿Por qué no sigues comiendo y te callas un poquito, Scott?-acusó Alec tras poner los ojos en blanco, en un tono autoritario que nunca había utilizado conmigo y que no me importaría que estrenara esa noche, instándome a abrirme de piernas o a meterme su polla en la boca. Uf, me la metería enterita en la boca si me lo pedía con esa voz.
               Sin embargo, Scott estaba acostumbrado ya a ese tono.
               -Porque ya estoy lleno-constató encogiéndose de hombros y posando las manos entrelazadas sobre el regazo, como un profesor de universidad que demuestra por fin una tesis tremendamente controvertida.
               -Me da igual; tienes que terminártelo todo, que bien me ha costado ganarla pasta para comprarte todo esto-Alec señaló la aún ingente cantidad de comida que quedaba sobre la mesa, esperando que alguien se la llevara a la boca. Al tenía muchísimo aguante, le encantaba comer (cosas comestibles y que no lo eran tanto) y se le daba de fábula (más las que no eran comestibles que las que sí; prueba de ello eran mis ganas de subir pronto a mi habitación), y, como era un pozo sin fondo, consideraba que los demás también debían serlo. Siempre pedía muchísima comida que parecía que no fuera capaz de terminarse, y siempre te sorprendía chupándose los dedos al final, besando el aire como un chef, y finalizando con un “bueno, ¿pedimos algo de postre?”.
               Scott puso los ojos en blanco y no dijo nada: estaba claro que no tenía pensado comer nada más, lo cual era una lástima, porque sabía el trabajo que le costaba a Alec reunir el dinero suficiente como para comprar tanta comida, pero es que realmente no podía más. Y sabía que Alec lo había hecho con la mejor de las intenciones, pero se había pasado tres pueblos… otra vez.
               Eleanor, sin embargo, estaba demasiado ocupada poniendo en marcha los engranajes de su cabeza como para preocuparse de las patatas fritas que se enfriaban en la mesa. Había algo que no le cuadraba: Alec siempre tenía dinero a mano para Mimi cuando se lo encontraban de fiesta, como si fuera el banco privado de su hermana; en su casa no eran millonarios, pero tampoco es que llegaran justos a final de mes: la casa en sí ya era una pequeña mansión, un poco más austera que aquellas que habitábamos los Malik y los Tomlinson, pero ya demostraba que la familia vivía cómodamente. Además, tenían un invernadero de cristal en la parte posterior que había costado mucho construir y aún más mantener; conducían buenos coches y tenían electrodomésticos de última generación. Vale que Alec tenía que haberse dejado una pequeña fortuna en la cena, pero era una cifra tan baja para nuestras familias, y para la de su mejor amiga, que a Eleanor no terminaba de cuadrarle.
               Claro que Eleanor pensaba que Alec era un mantenido, igual que todos nosotros. Pensaba que trabajaba para financiarse unas vacaciones de lujo en verano, yendo de acá para allá en los resorts más caros, acostándose con las chicas más increíbles y consumiendo alcohol del que te subía rápido como un cohete, y que era de tanta calidad que ni siquiera te dejaba resaca. Para Eleanor, el trabajo de Alec era poco más que una fuente de financiación extra para sus caprichos de verano. No tenía ni idea de lo importante que era para él ser independiente.
               No lo conocía como le conocía yo. O eso pensaba, porque cuando Eleanor intervino y Alec le contestó, yo me quedé helada:
               -Pero, ¿tu padre no es arquitecto?-quiso confirmar ella; los arquitectos cobraban bien, muy bien, así que no había forma de que Alec tuviera que dejar de salir un día por la cena que le había traído a mi hermano-. Llevo toda la vida pensando eso, por todo lo que me cuenta Mary de…
               Y entonces, Alec la cortó:
               -Mi padrastro es arquitecto.
               Noté cómo toda la sangre me huía del rostro mientras clavaba los ojos en Alec, dándoles la espalda a Eleanor y Scott. Mi cerebro comenzó a trabajar a toda velocidad mientras Eleanor continuaba con la conversación y Alec seguía contestándole como si no hubiera soltado una bomba atómica sobre mi cabeza.
               Siempre había creído que la relación de Alec con Dylan era tirante porque Alec se encontraba en esa extraña etapa de la vida de los chicos adolescentes en las que sus padres eran básicamente el enemigo, la personificación de todas las cosas malas que les habían pasado, un poco como le sucedía a Scott con papá. Sí, por supuesto, la relación era cordial, se querían y se respetaban, pero las muestras de cariño eran tan escasas que, en las raras ocasiones en que ocurrían, quedaban forzadas.
               Había creído que la relación de Scott con papá era mala hasta que empecé a hablar con Alec y me di cuenta de que llamaba a Dylan por su nombre de pila; nunca pensé que un hijo pudiera negarle ese título a un padre, pero de nuevo lo achaqué a que los chicos simplemente eran estúpidos, no a que entre Dylan y Alec no hubiera ningún vínculo de sangre. Y, sin embargo, ahora que le había escuchado decir que no era hijo de Dylan (biológicamente, al menos), todas las piezas empezaron a encajar en un puzzle siniestro que yo no quería resolver. Con la misma sensación de absoluta estupidez e inutilidad que sientes al final de una película de misterio en la que descubres que las pistas para desenmascarar al asesino siempre estuvieron ahí, solo que tú no podías verlas, mi cerebro me mostró uno por uno los momentos en los que Alec se había cerrado en banda con respecto a su padre.
               Siempre se había mostrado tenso cuando le preguntaba por su padre, siempre había querido cambiar de tema y se había negado a seguir por ahí, siempre le había quitado hierro al asunto y había continuado con la conversación como si yo no hubiera intentado entrar en esos terrenos áridos… todo porque no vivía con el hombre que le había dado la vida, y tampoco llevaba su apellido. Y yo que pensaba que era porque se llevaba mal con Dylan.
               -… no me gusta que os echéis novias listas-acusó Alec, y yo salí de mi trance, un poco mareada pero dispuesta a ponerlo en su sitio. Notaba la tensión que manaba de su cuerpo, y me daba la sensación de que iba en aumento. A pesar de que estaba peleándose en broma con Eleanor, sabía que no estaba bien del todo. Necesitaba sacarse una espinita de dentro, y, ocupado como estaba con las pullas hacia mi amiga, no podía atender la herida como ésta se merecía.
               -Será que yo soy muy tonta-espeté.
               -¿Eres mi novia, acaso?-puse los ojos en blanco y me recoloqué en el sofá, cruzada de brazos, la espalda ahora en los cojines y no en sus costillas-. Porque igual has cambiado de idea, y yo aquí tan pancho-volví a poner los ojos en blanco y negué con la cabeza, con la vista clavada en la tele. No íbamos a hablar de eso ahora. No sólo porque no era una conversación para mantener con público, por mucho que este público fueran Scott y Eleanor, sino porque no quería que lo usara como un arma contra mí. Y conocía el color que estaba tiñendo su aura: era el mismo que había teñido la mía cuando fui en su busca para pelearme con él, y terminé cruzándole la cara.
               -No, Alec, no he cambiado de idea.
               -Ah-asintió él, alzando la cabeza, como diciendo “¿lo ves?”.
               -¿No estáis juntos?-preguntó Eleanor, que se estaba luciendo esa noche.
               -¿No nos ves, El?-respondí, y Alec puso los ojos en blanco y sorbió por la nariz.
               -¿Por qué?
               -Porque ella no quiere-Alec la miró y se encogió de hombros, volviendo a poner los ojos en blanco. Para de hacer eso. Me estás enfadando.
               -Sí que quiere-sentenció Eleanor.
               -No, no quiero-protesté, y le lancé una mirada mandándola callar. No iba a sacar a colación lo que yo había dicho estando con ella, Diana y Mimi.
               -Eso es lo que dices, no lo que es-me pinchó Alec, y yo lo miré por encima del hombro y le di el mejor argumento para que cerrara el pico.
               -Vete a la mierda-me quité de encima el brazo que me había pasado por los hombros y me arrastré lejos de él en el sofá.
               -Es que eres orgullosa y terca como una mula; menos mal que yo soy un santo con paciencia que está dispuesta a esperarte todo lo que necesites-lo fulminé con la mirada, fingiéndome molesta, pero enternecida por sus palabras. Además, me estaba mirando como si fuera una nube que se acercaba por el cielo en un día tremendamente caluroso, suplicándome que me colocara entre él y el sol, o si no, se quemaría. Te quiero, decían esos ojos, vuelve aquí. Hemos estado demasiado tiempo separados. No quiero que haya ni un milímetro de aire entre nuestros cuerpos.
               Vuelve, por favor. Te necesito conmigo. Me duele, y me duele más si estamos lejos.
               Me acerqué a él, volví a acurrucarme contra su pecho, y cerré los ojos un momento, disfrutando del contacto de sus dedos en mi piel. Y me sentí valiente. Me hizo sentir útil, esencial, única en el mundo. Hizo que me diera cuenta de lo poderosa que era en lo que a él respectaba; de mí dependía su estado de ánimo, su fortaleza y sus ganas de que llegara un nuevo día, sólo porque podía compartirlo conmigo con un mensaje de buenos días. Le besé la palma de la mano.
               -Me apeteces-susurré, tan bajito que sólo él pudo escucharme, y sonrió.
               -¿Lo ves?-sonrió Eleanor, y yo me puse colorada. Si supiera en lo que estaba pensando, en cómo iba a hacer para seguir luchando conmigo misma, intentando apartarme de un hombre mucho más grande que yo, mucho más fuerte, con muchas más ganas de juntarlos que las mías de proteger mi corazón…
               En cómo iba a conseguir seguir siendo tonta, poniendo distancia entre la persona que más quería tener a mi lado y yo misma.
               -¿Podemos cambiar de tema, por favor?
               -Escógelo, bombón-me invitó Alec, mi caballero de la brillante armadura, el príncipe que mataba al dragón que me tenía cautiva y a la vez el dragón que me sacaba de la emboscada entre llamaradas y batir de unas alas inmensas. Me hizo cosquillas en la cintura y yo me estremecí, segura, cómoda, con ganas de saber, con ganas de ayudarlo, de poner una venda en su corte para que dejara de sangrar, y darle un beso para que sanara antes.
               Así que clavé los ojos en él, reuniendo valor para pronunciar las dos palabras que sabía que le harían daño al principio, pero luego le liberarían.
               -Tu padre.
               Se lo esperaba. Alec se lo esperaba. No parecía muy dispuesto a navegar por aquellas aguas, pero sabía que por mí se bañaría con tiburones famélicos. Y, lo más importante, sabía que tarde o temprano yo querría visitar aquel rincón de su pasado, al que aún no me había dejado entrar. Sabía que yo no forzaría el candado, pero puede que probara con un par de combinaciones para ver si el mecanismo accedía a mis deseos.
               Yo no lo sabía porque él mismo lo descubrió en ese momento, pero en el fondo, deseaba tratar ese tema conmigo igual que yo había deseado hablar de mi adopción con él. Envidiaba la sensación de haberme quitado un peso de encima que sabía que me embargaba cuando nos referíamos a mi pasado y yo podía enfocarlo desde el prisma que me apeteciera, porque no traicionaría mi confianza y los secretos que le confiara seguirían siendo eso, secretos. Quería sentirse liberado igual que yo, lidiar con esos monstruos que le acechaban en la sombra como yo lidiaba con ellos ahora que, por fin, había encontrado una linterna con la que descubrir sus rostros.
               Le daba miedo. Le aterrorizaba enfrentarse a esos monstruos, pero sabía que terminaría pasando.
               Puso los ojos en blanco y suspiró, asintiendo con la cabeza, quizá decidiendo que puede que ya fuera hora de hablar de su pasado. Se dio unos toquecitos en la rodilla mientras apretaba la mandíbula, los ojos entrecerrados, concentrado en el punto de contacto de nuestros cuerpos. Se aclaró la garganta y me miró.
               -¿Qué hay de interesante de él?
               Por el tono en que pronunció la pregunta supe lo difícil que se le estaba haciendo aquello. Y yo no quería presionarlo, de verdad que no, pero… igual que el médico en la jungla que hace más daño a su compañero porque necesita extraer la púa de un animal venenoso, yo tenía que insistir un poco. Sólo un poquito, lo suficiente como para que la sangre manara y la herida pudiera curarse.
               -Creía que Dylan era tu padre-expliqué, apartándome un mechón de pelo detrás de la oreja y sentándome sobre un pie. Les estaba dando la espalda a Scott y Eleanor, y así, creaba una barrera entre ellos y Alec. Si quería ponerse vulnerable, no debía tener miedo de que le atacaran. Sería como si estuviéramos solos en la habitación; yo le defendería.
               -Es mi padrastro-corrigió-. Sólo es padre de Mary.
               Fruncí el ceño. Si Dylan era padre de Mary, pero no de Alec, eso sólo podía convertir a Mary en…
               -¿Mary es tu hermanastra?-quise asegurarme, porque quería entender, quería saber, quería tener todos los ángulos para mirar la historia, y no sólo el plano general que la familia Whitelaw ofrecía tanto a amigos como a desconocidos. El por qué de que Alec jamás me hubiera dicho que Dylan no era su padre, aunque fuera sólo de pasada para aclarar su estatus dentro de la familia, era un misterio para mí que se me hundía en la piel con los dientes de un felino. Me la rasgaba y me hacía herida, así que no podía ni imaginar cuánto sufrimiento le estaba ocasionando a Alec, y le llevaba ocasionando durante 17 años… o el tiempo que hiciera que conocía a Dylan.
               -Mary no es mi putísima hermanastra, joder, ¿por qué todo el mundo se empeña en llamarla así?-gruñó, molesto como no lo había visto nunca. Chasqueó la lengua y negó con la cabeza e inhaló profundamente, haciéndose con todo el aire de la habitación. De él manaba la tensión de un volcán que llevaba cinco años de retraso en su predicción de erupciones cíclicas-. Es mi hermana. La única hermana que tengo-musitó con un hilo de voz, mirándose las líneas de la palma de la mano. Tragó saliva despacio, y yo supe que estaba combatiendo un nudo en su garganta especialmente apretado, así que, igual que había hecho él en multitud de ocasiones, me acerqué a su cuerpo para que ni una sola de sus células pudiera dudar de mi cercanía, y entrelacé nuestros dedos.
               -Perdona, Al-susurré, acariciándole el brazo con la mano que tenía libre-. Yo sólo… me ha pillado un poco desprevenida, eso es todo. No tenemos que hablar de esto si no quieres-le aseguré, apartándole un rizo de la mejilla, acariciándosela con la yema de los dedos y depositando un suave beso en su piel de olor a suavizante, loción de después del afeitado, golosinas y amor. Especialmente, a amor.
               Alec se pasó la mano por la boca, subió por la mejilla contraria a la que estaba acariciando yo, y la dejó un momento en su nuca. Exhaló un largo suspiro que me acarició las rodillas, y cerró los ojos.
               No está listo. Y debo respetarlo.
               No puede abrir la puerta aún. Así que es hora de que yo la cierre.
               Me incliné de nuevo hacia él para volver a depositar un beso en su mejilla, y jugué con los ricitos que se le formaban detrás de la oreja.
               -No pasa nada. No tienes que hablarme de él si no quieres, o si no estás preparado. Perdona si te has sentido presionado. No ha sido justo por mi parte. No debería dejar que la curiosidad…-comencé, pero él abrió la boca, decidido a hacer algo fuera de lo común, así que yo me callé.
               -Mi padre era un… bueno-se detuvo un instante, y yo me dejé caer suavemente de nuevo sobre el sofá, cerca pero a la vez lejos, presente y ausente, protegiéndolo pero dándole espacio para arriesgarse-. Es, porque el desgraciado es cabrón hasta para no morirse y seguir jodiendo al mundo, pero… en fin-puso los ojos en blanco de nuevo y se mordisqueó la cara interna de la mejilla.
               Me sentí horrible por verlo así, y más por saber que era culpa mía. Si yo no hubiera insistido, si no hubiera dejado que la conversación siguiera su curso y no hubiera querido volver a aquel asunto, nada de lo que le estaba aguijoneando ahora lo haría.
               Y todavía no había llegado lo peor.
               -Es un puto desgraciado, maltratador de mierda, que no se cargó a mi madre de puto milagro.
               Noté cómo el calor huía de mis mejillas por segunda vez aquella noche. ¿Qué? ¿La madre de Alec había sufrido malos tratos? Ni siquiera me atreví a pensar en lo que eso implicaba, a pesar de que las estadísticas eran claras como el agua: los hijos de madres maltratadas también sufrían aquel tipo de violencia, en casi todas las ocasiones de la misma forma que la madre.
               Imaginarme a un Alec bebé, o de pocos años de edad, llorando mientras los golpes sordos de un puño golpeando el cuerpo de la mujer a la que se suponía que debía proteger y querer más que a nadie en el mundo me provocó arcadas y ganas de llorar, todo al mismo tiempo. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Alec, hecho de luz, llegando a un mundo de oscuridad.
               Alec, hecho de bien, naciendo de una persona que no lo conocía.
               Alec, mi sol, viendo cómo un agujero negro consumía su energía y la de su madre, amenazando con apagarlos a ambos.
               -Y conmigo delante-añadió, ajeno al impacto que sus palabras habían tenido sobre mí. Se había animado un poco al descubrir que podía decirlo en voz alta sin invocar al monstruo; igual que pasara en Harry Potter, decir el nombre de Voldemort no hacía que el mago tenebroso se presentara en tu casa para destruiros a ti y a toda tu familia-. Aunque eso es lo de menos-se encogió de hombros al ver mi expresión. El pie de Scott estaba a centímetros del de Alec; fijo que mi hermano le había dado algún toquecito para demostrarle que seguía allí, que siempre tendría un Malik al lado que supiera qué hacer, aunque la que él más deseaba no supiera muy bien cómo gestionar la información que estaba recibiendo-. Lo que cuenta es que es un cabrón, y tengo muchísimas ganas de que se muera.
               Había un dolor profundísimo en su voz y en su forma de fingir que estaba bien y que lo había superado. No era así. Todas y cada una de sus pesadillas, por muy variadas que fueran, siempre tenían algo que era inmutable: la presencia de su padre en ellas.
               En las más horribles, yo tenía el triste honor de participar, ocupando el lugar que antes les había pertenecido a su madre y a Mimi. En las más horribles, el padre de Alec no le tocaba un pelo, pero lo destrozaba haciéndome daño a mí.
               Yo no vivía en su subconsciente, pero sí en su corazón, y podía sentir la angustia que había detrás de sus palabras, los recuerdos encerrados allí donde no brillaba el sol, la tierra era yerma y la sequía, constante. Debería haberme dado cuenta antes de que las cosas entre papá y Scott eran de color de rosa si lo comparábamos con las figuras paternas de la vida de Alec: puede que mi hermano tuviera cierta tirantez con mi padre, pero lo llamaba “papá”. Por mucho que pensara, no podía ocurrírseme nada que hiciera que un hijo dejara de llamar así a su padre, y la solución al enigma, como siempre, era la más sencilla y evidente: Alec no llamaba a Dylan “papá” porque ya tenía un padre.
               Y por la forma de aguantarse las lágrimas que había derramado en otras ocasiones y fingir que era fuerte para no preocuparme, supe que Alec daría lo que fuera por poder sacarse cada gota de su sangre de las venas y sobrevivir al proceso. Esa sangre era de su madre, a quien quería con locura; pero también era de su padre, que le había amargado la existencia a la mujer más importante de la vida de Alec y se había convertido en su monstruo particular.
               Me acerqué a él. Alec, que siempre había sido día, calor, verano y calma, ahora era noche, frío, invierno y tempestad. Era mi turno de equilibrar la balanza. Yo le regalaría un amanecer. Yo le devolvería el fuego. Yo haría que los días fueran más largos que las noches. Yo le daría un océano navegable otra vez.
               Le acaricié el brazo y le cogí la mano. Le di un beso en los nudillos, mirándolo a los ojos, y se los acaricié. Estoy aquí, mi amor. Siempre estaré aquí, como tú lo estás para mí.
               Él me miró, con una sonrisa triste que me hizo tanto daño como mil puñales clavándoseme en el corazón, agradeciéndome el gesto, y rodeó mi cintura con su brazo. Tiró de mí para pegarme más a él como un niño se arrebuja en el regazo de su madre, o un alpinista se encoge un poco dentro de su saco de dormir. De la misma manera que un esquimal protege la hoguera que mantiene a raya la tundra, Alec protegió mi cercanía haciendo que dependiera no sólo de mí, pero también de él.
               Te quiero cerca, parecía decir, y yo le acaricié el brazo y le prometí en silencio que me tendría mezclada con él, que seríamos uno.
               -No me lo habías contado, Al-susurré en tono íntimo a pesar de todo. Una parte de mí estaba dolida porque no hubiera confiado en darme esta información antes. Me habría ahorrado muchas meteduras de pata que seguro que había tenido y que ni siquiera recordaba. ¿Cuántas veces había llamado a Dylan su padre, y él no me había corregido nunca? Sin saberlo, había invocado innumerables veces al monstruo al que le debía la vida, y pensar que había tenido que soportar todo aquel dolor solo me volvía loca. Quería que se sintiera a gusto conmigo, que estuviera liberado, como yo me lo sentía cuando salía el tema de mis orígenes.
               Le puse una mano en el pecho, sintiendo la calidez que manaba de él, el latir de su corazón. Tu padre será muerte, pero tú eres creación, le susurré mentalmente, mirándolo a los ojos.
               -¿Cómo te lo decía, Saab? “Hola, soy Alec, a mi madre casi la mata mi padre de una paliza, ¿follamos?”-espetó en tono bravucón, poniendo de nuevo los ojos en blanco, pero a mí no me engañaba. Acaricié su pecho con los dedos, sin despegar la palma de la mano del lugar donde su corazón me golpeaba la piel, y me mordí los labios. No tienes que hacerte el valiente conmigo, Al, habría querido decirle, pero entonces, Eleanor se movió detrás de mí y yo me volví repentinamente consciente de su presencia allí.
               Dios mío. Le había hecho confesar sus miedos con mi hermano y su novia delante. No quería ni pensar en lo que me habría molestado a mí si estuviera en su situación. Me había equivocado de momento y lugar.
               -Siento haberme metido en tu espacio-me disculpé, dibujando en mi cabeza los rostros de las personas que estaban en la habitación con nosotros, pero que no entendían lo que me unía a Alec. No era su novia, ni su amante, ni su confidente, ni su amiga: era algo más, algo que aglutinaba todo eso y que enjaulaba más cosas, un bordado de hilos de oro que formaban un dibujo tan elaborado que era imposible ponerlo por palabras.
               Alec frunció el ceño y tiró de mí para pegarme aún más a su pecho. Me miró con tanta intensidad que podría haberme derretido. Si él era mi sol, aquella mirada fue una tormenta solar. Y las tormentas solares producen auroras boreales.
               -No puedes metete en mi espacio, bombón. Formas parte de él.
               Sonreí. A pesar de que no era el momento adecuado ni estábamos tan solos como nos gustaría, supe que a Alec le importaba lo que acababa de pasar. Agradecía el espacio que le proporcionaba y la delicadeza de mi consuelo, y comprendía mejor que yo que Eleanor y Scott no molestaban, ni lo harían un millón de personas que estuvieran con nosotros si estábamos juntos. Nuestra conexión era más fuerte que eso, y hacía de escudo de todas las injerencias externas.
               Como habían dicho mis amigas, nosotros no éramos novios, éramos Sabralec. Y eso es mucho más fuerte que cualquier otra relación.
               Le di un beso por debajo de la mandíbula, sopesando la suerte que tenía de que, incluso en su momento más bajo, se preocupara tanto de cuidarme. Soy suya en cuerpo y alma y es imposible que me recupere alguna vez a mí misma, me dije, saboreando su piel.
               Aunque, ¿por qué querría recuperarme? Prefería mil veces a la Sabrae de Alec antes que a la que había sido cuando era independiente. No recordaba sentir tanta felicidad como la que él me proporcionaba.
               -¿Me hablarás de eso alguna vez?-pedí, añorando la intimidad que había entre nosotros cuando hablábamos de nuestros miedos, lo poderosa que me hacía sentir que él se confesara humano para mí, lo perfecta que me hacía sentir cuando yo me confesaba humana para él y aun así, me seguía mirando como si fuera yo quien cosía las estrellas cada noche al firmamento. Imagínate hablar de todo lo que te da miedo con la persona que puede hacerte la criatura más valiente del universo.
               Asintió con la cabeza, ansioso también porque llegara ese momento en el que terminara el retrato que le estaba haciendo.
               -A eso aspiro, a que me apetezca contártelo.
               Sonreí, entendiendo a qué se refería. No es que quisiera liberarse (o más bien, que no quisiera eso en exclusiva), sino que también quería hacerme partícipe de una parte tan esencial de él como sólo el dolor puede serlo. Sabía que yo no dejaría de adorar cada centímetro de su ser, y que encontraría virtudes donde él sólo veía defectos, y se moría de ganas de que yo echara un vistazo a su interior para que así pudiera empezar a amarlo. Confiaba en que le querría hasta perfeccionarlo; lo que no esperaba era no tener defectos, y que para mí fuera tan fácil como respirar.
               Me incliné hacia él, acaricié mi nariz con la suya y le di un suave beso en los labios. Su boca aún tenía el sabor agridulce del miedo al descubrirse y el alivio de dejar que te vean, por fin, como realmente eres. Entreabrí los labios para dejar que nuestras lenguas jugaran, y cuando sentí el alivio que manaba de su cuerpo y purificaba el mío, me desbordé. Las emociones que había sentido se condensaron en lágrimas que cristalizaron entre mis pestañas y se deslizaron suavemente por mi piel, ahogando las injusticias de un mundo en el que alguien como Alec no debería conocer el sufrimiento, y mucho menos siendo sólo un chiquillo.
               Noté sus manos cálidas rodearme la cintura y la mejilla, capturando con el pulgar una de las lágrimas, más afortunada que las demás.
               -No llores-susurró, recorriéndome los labios con el pulgar.
               -Siento que…
               -No es culpa tuya.
               -Hay cosas que sí-repliqué, acurrucándome en su pecho y apoyando la cabeza entre sus clavículas. Me rodeó con los brazos y me besó la cabeza, pero yo no podía dejar de pensar en que no había estado del todo ahí para él, en que había cosas que yo no sabía y con las que no podía ayudarle.
               -No tienes que disculparte por las cosas que son culpa tuya.
               Alcé la vista.
               -Eso no tiene sentido.
               -Lo que es culpa tuya no me hace mal, amor. Todo lo contrario.
               Me estremecí al escuchar esa palabra, amor. Sí. Con amor le curaría. Con amor, lo que le habían negado cuando más lo necesitaba y lo merecía (porque entonces era más puro que ahora, y eso que ahora era impoluto), haría que se olvidara de un pasado que le visitaba de vez en cuando para atormentarle, y como descubriría esa misma noche, para susurrarle al oído teorías absurdas sobre por qué no quería estar con él. Los demonios de Alec no tenían su voz, sino la del hombre que le había dado la vida.
               Y, como en sus recuerdos, la sombra de su padre seguía siendo alargada, y oscura como la boca del lobo, capaz de eclipsar el sol y convertir el mediodía en noche cerrada, sin luna.


-¿Esto es por lo de… tu padre?
               Se quedó callado de repente, como si el mundo se hubiera convertido en un planeta de sordos en el que la música no existía ya, y mucho menos los susurros de confidencias. Se mordió el labio y clavó los ojos en nuestros pies, concentrado en una idea tan enraizada en su cabeza que prosperaba incluso sin luz ni oxígeno, tan lejos de la superficie que yo no podía alcanzarla. Cerró un poco más el brazo en torno a mí y llenó sus pulmones de aire para vaciarlos más tarde, lentamente.
               -Sí. Y no. En parte. Necesito…-carraspeó y se incorporó hasta quedar sentado junto a mi almohada, y yo le imité. Me eché el pelo hacia atrás y me envolví en la sábana, acusando la falta de calor que producía su lejanía-, necesito que hablemos de lo que ha pasado. Necesito pedirte perdón en serio.
               Puse los ojos en blanco y suspiré.
               -Alec, de verdad… ¿no crees que ya es suficiente? Me has enviado ese mensaje, lo hemos hablado en el parque… no hay necesidad de…
               -Te he dicho que te echaba de menos y que lamentaba haber dejado que te alejaras de mí, pero no te lo he dicho todo. Nos quedan cosas por hablar-me recordó con cierta severidad-, y lo sabes, y… quiero hablarlas cuanto antes, para así poder pasar página y poder empezar ya el resto de mi vida a tu lado.
               Sentí que me faltaba el aliento al escuchar aquella frase, “el resto de mi vida a tu lado”. Por supuesto, no dudaba de que fuéramos en serio, y de que nuestro compromiso no pudiera ser más sólido ni aun estando grabado en piedra, pero… a una nunca deja de impactarle del todo que el chico del que está enamorada le diga que la corresponde, y que quiere estar con ella hasta el final de los tiempos. Y yo que iba a dejarle poner un continente entre nosotros… Dios mío. Realmente era la Malik estúpida.
               -Está bien. Estoy de acuerdo. Necesitamos hablar-me recogí el pelo con las manos y me lo pasé sobre un hombro, dejando otro al descubierto. Alec miró mi piel desnuda, y me acarició el mentón.
               -Creo que no hemos sido del todo sinceros el uno con el otro respecto a un par de cosas que han pasado estas dos semanas-se mordió el labio, pensativo, y por fin se atrevió a mirarme a los ojos. Parecía un cachorrito abandonado que quiere que le des un cuenco con leche, y, si te apetece, también un hogar.
               -Nos hemos hecho daño, y casi todo ha sido a posta, y no ha estado bien.
               -No debería… debería haber respetado tu espacio-se lamentó, negando con la cabeza.
               -¿A qué te refieres?
               -Pues… a cuando intenté besarte. A lo insistente que fui durante la discusión, tanto cuando nos encontramos en la cocina, como en la discoteca. Supongo que estaba tan desesperado por recuperarte que me dio igual todo. Incluso el acorralarte y robarte un beso  aprovechando que estabas demasiado confundida-se pasó una mano por el pelo y negó con la cabeza.
               -Me gustó que hicieras eso-confesé, abrazándome las rodillas, y él abrió los ojos y se me quedó mirando-. Lo digo en serio. No debería, pero me gustó. Me hizo saber que… bueno, que no estaba todo perdido. Incluso cuando yo ya no quería apostar por nosotros, una parte de mí se aferraba con uñas y dientes a las cosas que nos habíamos prometido. Y, después de la discusión, todas las promesas que nos habíamos hecho parecían haberse esfumado como si fueran de humo, pero… luego nos encontramos en la cocina, me besaste, y… me alivió muchísimo ver que la conexión seguía ahí. Que no se había debilitado lo más mínimo.
               -Tú también lo sentiste-suspiró, aliviado, y sonreí.
               -Claro que lo sentí. Estaba ahí. Luego, las cosas empezaron a complicarse. Cada uno decidió seguir con su vida como si el otro no hubiera pasado, o como si fuéramos un error, y… tú no eres un error para mí, Al. A pesar de que todo lo que te dije…
               -Eh, somos temperamentales, tú misma lo has dicho. Sé que nada de lo que me dijiste durante la pelea iba en serio. Incluso las cosas que sí lo iban-me guiñó un ojo y yo me eché a reír.
               -No debería haberte sacado a colación tu pasado. Estuvo mal. No puedes cambiarlo, y no es justo que te juzgue por haber vivido tu vida como te apetecía. Realmente no le hacías daño a nadie. No debería intentar que te avergonzaras de lo que has hecho hasta ahora, o con quién. Es parte de ti, de tus experiencias, y la sola idea de que puede que quisieras cambiarlo sólo por las tonterías que te dije estando enfadada me repugna.
               -Tranquila, bombón: no me arrepiento de nada de lo que he hecho hasta esta noche-respondió con gesto tranquilo, apoyándose en sus manos y regodeándose en un pasado que le pertenecía tanto como un tesoro al pirata que lo entierra. Puede que nunca lo disfrute, pero los piratas que lo busquen y lo desentierren después lo llamarán por su nombre, y no por el de su descubridor.
               Alcé una ceja.
               -¿De veras? Vaya, pues… es un alivio, la verdad. Me preocupaba haberte creado complejo.
               -No. La cosa está en que tienes razón: soy un fuckboy. El original, para ser más exactos-me guiñó un ojo-. No decías ninguna mentira cuando me lo echaste en cara, pero el problema es que ambos lo enfocamos mal. Mi pasado no es una desventaja ni un insulto: todo lo contrario. Me ha dado experiencia y me ha hecho quien soy ahora, me ha hecho capaz de las cosas que ahora puedo hacer. Puede que antes fuera un cabrón sin corazón que sólo pensaba con la polla y con una adicción preocupante con el sexo, pero… soy un cabrón guapo-se encogió de hombros-, así que me he hinchado a follar, y he podido aprender mucho; y ahora, puedo poner todo lo que he aprendido en práctica, haciéndole el amor a mi chica y consiguiendo que ella disfrute como lo hace.
               Me noté sonreír, y mi sonrisa se amplió cuando se acercó a mí y me pasó una mano por el cuello. Me acarició la nuca y yo me estremecí, recordando la primera vez que le había hecho eso, cómo él me había dicho que no se controlaba cuando una chica guapa le acariciaba en el mismo punto y lo importante que me había hecho sentir entonces.
               -Tú no te mereces a un fuckboy que te dure sólo hasta el desayuno. Te mereces a alguien comprometido que te trate como a una princesa, en todos los sentidos… incluso en el sexo. ¿Y quién mejor que un fuckboy para tratarte como a una princesa en la cama?
               -No quiero que hagas de mi vida un cuento de hadas si eso significa que no vamos a tener sexo sucio porque eso no es propio de princesas.
               -¿Quién dice que el sexo sucio no es propio de princesas?-coqueteó, sonriendo con aquella sonrisa llena de dientes blanquísimos que podrían iluminar un estadio de fútbol-. No, lo que es propio de princesas es tener finales felices, y creo que ya sabes cómo son los finales felices en el sexo, ¿mm?
               Sonreí y me acerqué a su boca.
               -En lo que a orgasmos se refiere, has tratado a todas las chicas que han estado contigo como a princesas. Inglaterra es el país con más realeza por metro cuadrado de todo el mundo.
               -Puede, pero “monarquía” significa “gobierno de uno”, y yo tengo bien claro cuál es mi reina-ronroneó, acariciándome la cintura y pegándome a él. Tiró de la sábana para descubrir mis pechos y me los acarició suavemente-. Además, casi ninguna ha hecho squirting estando conmigo, y… con ninguna he querido esforzarme para que lo repita como quiero esforzarme contigo-se inclinó para besarme, y yo me dejé hacer. Rodeé su cuello con mis brazos y me froté contra sus manos, que me recorrían como un alfarero.
               -Oh, así que, ¿lo del otro día va a ser algo común a partir de ahora?
               -Uf, nena-gimió él, y sentí el bulto de su erección contra mi pierna cuando recordó la forma en que me corrí para él sobre el sofá del cobertizo de Jordan-. Ojalá consigamos dar con la fórmula mágica para que lo repitas. Lo único que hizo que soportara estar separados era recordar tus gemidos y cómo me exprimías mientras te corrías a chorro para mí.
               Le acaricié el muslo con una mano y rodeé su erección con los dedos.
               -¿Te has masturbado pensando en eso?
               Sonrió como atontado.
               -¿Es que tú no?
               Su polla adquirió un nuevo tamaño cuando sus manos ascendieron hasta mis pechos y los rodearon. Empezaron a masajearlos en círculos, y yo separé involuntariamente las piernas y empecé a acariciarlo arriba y abajo, mientras la boca de Alec invadía la mía, sin pausa pero sin prisa. Sus manos ardían en mis pechos, y sus dedos rodeaban mis pezones de vez en cuando, recordando quién era el verdadero dueño de mi cuerpo y a quién le pertenecían mis curvas.
               Mi sexo protestaba por la falta de atención, ardiendo a un millón de grados, y palpitando con el ritmo de tambores de guerra.
               Pero, por suerte, Alec estaba demasiado ocupado adorando mis tetas como para ocuparse de hacerme dedos, por lo que todavía quedaba un rincón de mi conciencia activo que me recordara las cosas que teníamos pendientes.
               -Al... tenemos que… parar-él gruñó en mi cuello y yo me estremecí cuando me mordió-. Alec, en serio. Si follamos ahora, jamás retomaremos la conversación. Y tenemos que mantenerla. De verdad.
               Soltó un bufido y, a regañadientes, se separó de mí.
               -Tienes razón-se pellizcó el puente de la nariz con los ojos cerrados y tragó saliva. La nuez de su garganta subió y bajó apetitosamente-. ¿Sabrae?
               -¿Mm?
               -De poco me sirve que me pidas que me aparte si tú no lo haces también.
               -¿Disculpa?
               -No puedo pensar-explicó, y yo fruncí el ceño.
               -¿Eh?
               -¿Tendrías la amabilidad de… soltarme la polla?
               Abrí los ojos como platos, dibujé una O con la boca y asentí con la cabeza, apartándome de él como si quemara. Madre mía, estaba tan cachonda y tan sobrepasada por las sensaciones que asolaban mi cuerpo que ni me había dado cuenta de que seguía acariciándolo.
               -Gracias.
               -No hay de qué-respondí, volviendo a envolverme en la sábana y colocándome el pelo detrás de la oreja. Alec juntó las dos manos frente a sí, como si rezara, y entrecerró los ojos, estudiando una montaña de tela en la cama-. ¿Estás bien?
               -No, la verdad. Estoy intentando pensar en cachorritos para que se me pase el calentón, pero sólo puedo pensar en lo mucho que me gustaría follarte en la postura del perrito.
               Solté una carcajada y contesté: 
               -Bueno, como incentivo, si quieres, podemos hacerla luego.
               Esta vez, el que abrió la boca y los ojos fue él.
               -¡Sabrae! Joder, tía, ya te vale. Te digo que estoy intentando no pensar en nada sexual, y tú vas y me dices que quieres que te ponga a cuatro patas.
               -Con las rodillas muy separadas-coqueteé, inclinándome hacia él, que chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
               -Por qué no seré yo gay…
               -Las mujeres somos muy guapas.
               -Estoy… intentando… que no me… dé una venada y te folle como un loco para poder hablar, Sabrae. ¿Crees que podrías controlarte un poco? Menudas hormonas, chica.
               Me tumbé sobre mi estómago y lo miré aleteando con las pestañas.
               -¿Quién iba a decirnos que me darías calabazas, eh?
               -Sólo estoy igualando el marcador-acusó, y yo abrí la boca, estupefacta. Me sacó la lengua y estudió mi silueta bajo las sábanas, pero negó con la cabeza y se frotó la cara-. Creo que no puedo. ¿Te importaría… echarme algo en cara? La conversación se ha estancado y yo no puedo pensar más que en… tu culo-alcé las cejas y lo puse en pompa, y él negó con la cabeza-. No estás ayudando, Sabrae. Compórtate, anda. Tengo muchas cosas en la cabeza ahora mismo; estoy hecho un lío, ¿podrías echarme un cable siendo una chica decente? Tiene que haber algo que…
               Entonces, se me encendió la bombilla. Había descubierto algo durante la comida que me había empujado a invitarlo de manera oficial a pasar la noche conmigo.
               -De hecho, sí que tengo algo que decirte. Sé que te has peleado con Amoke. 
               Se quedó paralizado un segundo. De todas las cosas que podía echarle en cara, su conversación con Amoke no le parecía una de ellas, así que no sabía por dónde iba a tirar. Lo había hecho por mí, ¿es que yo no podía verlo? Me había echado una mano cuando más la necesitaba, incluso cuando ni siquiera quería su ayuda, ¿y ahora yo le salía con esas?
               Además, “peleado” no sería la palabra que él usaría para lo que hizo con Momo. Más bien fue un toque de atención. Amoke no había opuesto ningún tipo de resistencia a sus palabras, ni había adoptado una actitud beligerante, sino más bien todo lo contrario. Alec le había dado un consejo con severidad, y ella lo había seguido a pesar de, o gracias a, el tono que él había adoptado con ella.
               Carraspeó, asintió con la cabeza, frunció el ceño y respondió por fin:
               -No sé si pelearme fue exactamente lo que hice con ella, pero...
               -Ya me entiendes.
               -¿Quién te lo ha contado?-los músculos de su mandíbula estaban tensos.
               -Mi padre-respondí con toda la naturalidad del mundo, y él suspiró, tranquilo, y relajó los hombros. No me había dado cuenta de que había adoptado una actitud de lucha-o-huida hasta que se calmó y su silueta cambió ligeramente. Estaba tan nerviosa que ni siquiera podía observarlo bien, a pesar de lo que habíamos hecho hacía unos minutos, en los que mi mundo se reducía al metro ochenta y siete de su estatura.
               -Ésa es otra de las cosas por las que necesito que hablemos de esto… tenemos que aclararlo. No me esperaba que yo fuera tan mezquino y pudiera ser capaz de algo así.
               -No me parece mezquino que hables con mis amigas incluso si estamos peleados, y más si lo haces para ayudarme.
               -Es que no lo hice para ayudarte, bombón. Lo hice pensando que ella intercedería por mí. Es decir… me dolía muchísimo verlas en el patio y que tú no estuvieras con ellas, porque sospechaba que estarías sola, pero… más me molestaba no poder verte. Y pensé que… bueno-se encogió de hombros y apoyó los codos en sus rodillas-. Pensé que si yo hablaba con ellas y les hacía cambiar de opinión, ellas te lo contarían y tú te darías cuenta de que no soy tan cabrón como pensabas que era. Creí que me echarían un cable, que si tanta influencia tenían sobre ti para mal, también la tenían para bien. Pensé que intercederían por mí.
               -Y lo hicieron. Lo intentaron, al menos. Especialmente, Momo-le puse una mano en el brazo y él me miró-. Pero yo no las dejé. Estaba tan dolida con que me hubieran abandonado y tan aliviada de que estuvieran de nuevo conmigo que no podía dejar que tú me oscurecieras esa felicidad. No podía pensar en que las tenía de vuelta conmigo y no me bastaba, porque no os tenía a todos. Me faltaba el paquete completo-le acaricié el mentón y él acunó su cara en mi mano.
               -Pensé cosas horribles de ellas. Sobre todo, de Amoke. A fin de cuentas, fue con la que hablé: las demás se limitaron a quedarse calladas, escuchar y mirarme mal mientras me iba, pero Amoke… yo sabía que sólo le harías caso a ella. Pensé que la única a la que merecía la pena convencer de que tenías que cambiar de opinión, era ella. Por eso me habría bastado con que ella se fuera del patio; las otras dos, sinceramente, me daban igual. Pero Amoke…-se encogió de hombros-. Amoke era la importante para llegar hasta ti. Por eso fui un cabrón. Y un egoísta.
               -No fuiste egoísta-negué con la cabeza y mis rizos me acariciaron los hombros.
               -Debería… lo hice por ti, pero también lo hice por mí-clavó los ojos en los míos y yo sentí que echaba un vistazo a mi alma, mientras me ofrecía la suya en bandeja de plata para que la examinara a conciencia y decidiera si merecía la pena correr riesgos por él-. Porque te echaba de menos, y no tenía cojones a decírtelo, así que pensé que tus amigas me ayudarían.
               -Y lo hicieron. Lo intentaron, pero yo se lo impedí.
               -¿Por qué?-preguntó, dolido, creyendo que mi negativa a escuchar los consejos de Momo, Kendra y Taïssa tenían algo que ver con él, cuando todo lo contrario. Él era la única razón de peso por la que debería haberles hecho caso mucho antes, especialmente ahora que había cambiado la dirección del viento. Me era favorable, pero yo me había negado a desplegar las velas, porque…
               -Porque las empecé a odiar-confesé, mirándome las manos. Alec se quedó tan sorprendido que no supo cómo reaccionar. Se quedó quieto, como el ciervo que atraviesa la carretera en el momento en que pasa un coche, y parpadeó despacio, expectante-. Pensaba que no te recuperaría, y les echaba la culpa. Creía que mis dudas y lo harto que te tenían eran mayores que tus ganas de estar conmigo, y… no sé-suspiré, angustiada-. Te veía con tantas chicas, te veía pasártelo bien, y todo lo que yo hiciera para intentar que vinieras conmigo surtía el efecto contrario… si me iba con un chico, tú te ibas con dos chicas; si yo bailaba con uno, tú te restregabas con otra, y...-negué con la cabeza.
               -A mí también me hacía daño verte con otros-me acarició la mandíbula y me apartó el pelo de un hombro-. Y pensaba en las cosas que dejarías que te hicieran, las que me habías dejado a mí, y en cómo había una posibilidad mínima de que ellos te gustaran más que yo, y… también pensé que no te recuperaría, Sabrae. Y lo peor de todo es que estaba convencido de que no era culpa mía. Creía que… habían sido ellas. No he sido un hombre contigo-sentenció-. Ellas han tenido parte de culpa en esto, sí, pero también la tenemos nosotros. Los dos. Y yo también creía que no iba a recuperarte, y lo único que podía hacer era follar, follar y follar con otras con la esperanza de que poniendo distancia entre nosotros, se me olvidara lo que es tener tu cuerpo debajo de mí-su mirada estaba perdida, puede que recordando cuántas chicas se habían estremecido para él y lo poco que a él le había importado. Era anónimo si no era yo quien pronunciaba su nombre entre gemidos.
               -Siempre me recuperarías-murmuré, acariciándole la mano, y nuestros ojos volvieron a encontrarse.
               -No estaba tan seguro.
               -¿Confías en mí?-pregunté, entrelazando mis dedos con los suyos.
               -¿Qué?
               -¿Confías en mí?
               -Claro.
               -Pues entonces, si confías en mí-me senté en su regazo, nuestros ojos a la misma altura, sus hombros en mis manos, mis piernas alrededor de su cintura-, es porque sabes que me recuperarías.
               Rodeé sus hombros con mis brazos y lo estreché en el abrazo más cálido que había dado nunca. Estaba feliz de que estuviera conmigo, de que su sudor perlara mi cuerpo, de que mis piernas le hicieran de cinturón y su aliento me abanicara el pelo. Lo que había pasado las últimas dos semanas estaba detrás de nosotros; ahora, un futuro amplio como el horizonte se extendía a nuestros pies. Ese futuro olía a sol, a playa, a sexo, a suavizante y loción para después del afeitado, con ligeros toques de manzana y maracuyá. Era nuestro aroma.
               Le di un beso en el cuello y disfruté de los dibujos que hacían sus dedos en la parte baja de mi espalda.
               -No estoy seguro de que te merezca, Saab.
               -Yo estoy convencida de que no lo hago, pero no me importa. Ahora que te me han regalado, no pienso permitir que nadie te arrebate de mi vida-le prometí, mirándolo a los ojos, y él sonrió.
               -Yo he sido el que se ha portado peor en esto.    
               -No es cierto. Los dos lo hemos hecho mal, pero yo he sido incluso peor que tú.
               Bufó.
               -Sabrae, por favor… fingir que se la chupas a un chico para ponerme en mi sitio no tiene comparación con lo que yo te hice.
               -¿Qué me hiciste?
               -Te besé. En contra de tu voluntad.
               Puse los ojos en blanco y froté su nariz con la mía.
               -No te preocupes por eso.
               -Claro que me preocupo. Debería pedirte perdón todos los días por eso.
               -Alec, para. Estuvo mal, sí, pero tampoco es para tanto.
               -No intentes excusarme, Sabrae-replicó con severidad, una severidad que, misteriosamente, me encantó. Adoraba que fuera tan apasionado y que defendiera sus ideas a muerte, sobre todo las que tenían que ver con que no había cumplido con un absurdo código de honor medieval que para él seguía misteriosamente vigente.
               -Y no lo hago. Sólo creo que te martirizas por algo que tampoco tiene tanta importancia. Para mí ya está olvidado.
               -Para mí no-respondió, terco como una mula-. Y si fuera otro chico, no le habrías permitido acercarse a ti, y… no quiero ser tu excepción en eso-me aseguró-. Sé lo peligrosas que pueden resultar las excepciones.
               Ahí estaba de nuevo, aquella mirada de miedo, la desesperación al encontrar un haz de luz en el hielo y descubrir que sólo era un trozo transparente, pero tan grueso como los demás, mientras se acababa el oxígeno de sus pulmones. No había respiraderos a la vista; moriría ahogado si yo no conseguía sacarlo.
               Tenía razón, y yo lo sabía. Lo que había hecho era grave; si hubiera sido otra chica, me habría escandalizado y la habría conminado a que dejara a su novio inmediatamente: aquel comportamiento era tóxico, prueba de que el machismo que había en él no se curaría tan fácilmente, y había empezado a utilizar todas las armas a su alcance para someterla. Vendría de una escalada de violencia que ella no había visto venir pero que yo vería clara como el agua, y sólo indicaría le principio de una nueva etapa oscura en la relación.
               Pero con Alec… con Alec, no me sentía así. No se sentía así. Y más ahora que conocía una parte de su pasado que yo sabía que no se repetiría, precisamente por lo sorprendente de su revelación y también por lo inesperado que había sido que me besara. El del beso no había sido Alec, sino una criatura reflejo de la que había sido yo durante la discusión. Los hijos de maltratadores sólo tienen dos opciones en su vida: o se convierten en maltratadores, siguiendo la senda bien marcada por sus padres, o repudian la violencia y respetan a las mujeres más que los niños bien.
               Ese beso podría haber sido una muestra de poder en cualquier otro chico, pero yo conocía lo suficiente a Alec como para saber que no lo había hecho para sobreponerse a mí, sino porque quería demostrarme que estaba equivocada diciéndome que no quería apostar por él. Por supuesto que quería.
               Me lo quedé mirando, y él me besó la palma de la mano.
               -Sólo quería decirte que sé lo grave que fue darte ese beso y que no se volverá a repetir. Sé que estuvo fatal, y jamás volveré a hacerlo.
               Me tomó de la mandíbula y me hizo mirarle a los ojos.
               -Jamás-aseguró, y yo asentí con la cabeza y retiré su mano de mi mentón. Seguí las líneas de sus venas en la muñeca con la yema de los dedos.
               -Lo sé, Al. Pero, ¿por qué insistes ahora tanto en esto?
                -Yo… sólo quiero que lo sepas. Me ha hecho darme cuenta de que no soy como creía-murmuró, sacudiendo la cabeza, haciendo que su pelo bailara de un lado a otro y me hiciera cosquillas en la frente.
               -Eres mejor-respondí, dándole un suave beso en los labios. Cuando lo terminé, él apartó la vista-. ¿Qué pasa?
               -Que no es verdad. No soy mejor.
               No quería mirarme. Y yo sabía que necesitaba hacerlo. Jugué con mis dedos en torno a los suyos, y seguí la dirección de su mirada: sus ojos de chocolate se habían posado en la rosa amarilla que me había regalado antes de que yo me marchara a Bradford, la que siempre me había acompañado en cada momento de nuestra discusión, aquella que estuve a punto de tirar pero, gracias a Dios, había conservado en los momentos de lucidez. Esa rosa demostraba que yo no iba a rendirme con él, igual que los árboles no se rinden con el invierno y se preparan para florecer en primavera.
               -Alec-le llamé, y él me miró por el rabillo del ojo-, tú eliges tu propio destino. A ningún hijo le condenan por los crímenes de su padre. No quieras ser el primero. No eres tan especial.
               -Sé que yo no tengo la culpa de las cosas que hacía mi padre, pero sí la tengo si sigo sus pasos.
               Tragó saliva, estudiando los pétalos de la rosa. Parecía la flor de La bella y la bestia, pero con colores cambiados. El color del sol y del oro, mucho más acorde a nosotros. Igual que la Bestia, Alec debía aceptar su pasado y aprender de él. Sólo viendo que no era el monstruo que se le había metido en la cabeza que era, se rompería la maldición y me pertenecería por completo.
               -Háblame de él.
               Se mordió el labio, todavía con la vista fija en la flor. Me pegué un poco más a él, que se estremeció.
               -Sólo si tú quieres, amor-le di un beso en la clavícula y deslicé los dedos por sus brazos, aquellos brazos que, dijera lo que dijera, daban mejores abrazos que empujones.
               Justo cuando pensé que no me había escuchado y por eso seguía callado y quieto, asintió con la cabeza y tragó saliva, con un nudo en la garganta que apenas le permitía respirar. Supe que no podría hablar por sí mismo; necesitaba ayuda, y yo se la proporcionaría encantada.
               -¿Cómo era?
               No quería que me hablara de su personalidad, sino de sus rasgos. Ahora que sabía que Dylan no era su padre, no podía dejar de pensar en lo evidente que era, si no se parecían en nada: Alec era mucho más alto, más musculado, de cabello ensortijado de color castaño, mientras que Dylan era bajo, tirando a canijo, y pelirrojo. Mimi sí se parecía a él, por lo menos, en el pelo; a fin de cuentas, dos pelirrojos sólo pueden tener hijos pelirrojos, así que… ¿se parecía Alec a su padre? ¿Había sacado de él el color de su pelo? ¿Sus rizos? ¿La nariz, quizás? ¿El mentón?
                -Feo-dijo por fin, y yo me quedé callada un instante, sin saber qué decir. ¿Cómo iba alguien feo a tener un hijo tan guapo?
               Pero, claro, alguien que le pega palizas a su esposa no puede haber engendrado a alguien tan bueno. Puede que la genética fuera una parte minúscula de nuestra entidad como personas.
               -Entonces, si no ha salido a él en lo físico, no deberías preocuparte por parecerte en lo psicológico-sentencié, haciéndome un ovillo y posando la mejilla sobre las rodillas unidas. Él me miró, y una sonrisa divertida quiso asomar en su boca.
               -Siempre sabes la frase idónea que debes decir, ¿eh?
               Negó con la cabeza y se apartó el pelo de la cara. Por su expresión supe que estaba en el mar de sus recuerdos de infancia, tratando de superar la tormenta.
               -Deja de pensar en él. No le des ese poder. Ni siquiera llevas su apellido. No tienes más relación con él que yo con la creadora-le recordé, y sonrió al verme emplear el nombre que él le había regalado a mi madre biológica, a modo de tirita en aquella herida que me suponía tener dos madres cuando el resto del mundo sólo tiene una.
               -Hasta hace dos semanas, creía que no podíamos parecernos menos, pero… ya no estoy tan seguro. Te hice cosas malas durante nuestra pelea. Me comporté como un auténtico hijo de puta, y estoy empezando a pensar que es porque me viene en la sangre.
               -¿Qué me hiciste que se compare a lo que tu padre le hacía a tu madre?
               Se me quedó mirando con una expresión que lo decía todo.
               -Un beso no es una paliza, Alec.
               -Ya sé que no es comparable, pero sigue estando mal.
               -Por supuesto que está mal, pero no tiene nada que ver con tu padre. También suspendes, y eso está mal, ¿lo achacas también a que eres hijo suyo?
               -Suspendo porque soy imbécil-respondió, repantigándose en la cama, y yo puse los ojos en blanco.
               -Vale, reconozco que ese ejemplo ha sido un pelín pésimo, pero… para empezar, suspendes porque no estudias, pero eso no viene al caso. También… te peleas-él alzó una ceja-. Sí, te peleas. Y no pongas esa cara. La noche en que follamos por primera vez, habíamos peleado juntos antes. ¿Sabes? En cierto sentido, parece normal que tengamos movidas de vez en cuando. A fin de cuentas, ya compartíamos palizas antes incluso de compartir cama-bromeé, y él sonrió, muy a su pesar-. Lo que intento decir es que… las cosas malas que haces no son porque tu padre maltratara a tu madre. Las haces porque eres impulsivo y terco como una mula. Eres humano, Al. Esperar que seas perfecto no sería realista-negué con la cabeza-. Tú me quieres con todas mis imperfecciones, ¿por qué no puedes quererte a ti mismo tal y como eres? ¿Tal y como lo hago yo?
               Apretó la mandíbula.
               -Porque yo estoy dentro de mi cabeza, y recuerdo las cosas que pensé cuando nos peleamos… las formas que buscaba de hacerte daño. Con la pelea he descubierto que soy rencoroso, y celoso, y no me gusta porque me acerca a él.
               -Tú no eres él.
               -Gracias a Dios. De lo contrario, sería huérfano-sentenció, cortante, y yo cerré los ojos-. Escucha, sé que ésta no es la conversación ideal para mantener después de hacer el amor, pero… necesito sacármelo de dentro, ¿vale? Pensé que era mejor persona de lo que en realidad soy, y yo sólo quiero asegurarme de que los dos estamos alerta. No me pases ni una, ¿de acuerdo?
               -No tengo por qué pasarte nada porque sólo has metido la pata una vez.
               -Que tú sepas. Porque de pensamiento la he metido bastantes-respondió, y yo puse los ojos en blanco-, y si no te he hecho más daño, creo que ha sido por no tenerte cerca.
               -¿De verdad piensas que no me has hecho más daño por no tenerme cerca cuando en realidad, la única razón de que casi nos odiáramos es porque estábamos separados?-respondí, cogiéndolo por las muñecas para captar toda su atención-. Porque, teniéndote delante, yo no puedo odiarte-le aseguré, y mis manos pasaron de sus muñecas a su cara-. Pero si te alejas, me engaño a mí misma, y te pinto mil veces peor de lo que eres, quizá porque me molesta que seas capaz de poner distancia entre nosotros, o de permitir que yo lo haga. Querías marcharte durante la discusión, y no era por cobardía. No querías que siguiera atacándote, pero yo seguí, y seguí, y seguí, así que…
               Alec negó con la cabeza, en su mirada una férrea determinación.
               -No excuses lo que hice, Sabrae.
               -No lo excuso. El beso estuvo muy mal, sí, pero tú no eres el único que ha hecho cosas malas. Te crucé la cara, Alec. Dos veces. Eso no… eso no es algo propio de una persona en su sano juicio. No es algo propio de una relación como la que yo aspiro a tener.
               -A eso quiero llegar. Tus instintos más bajos despiertan también los míos. Y… me da miedo lo que pueda hacerte, porque de verdad que no quiero convertirme en el típico tío al que las chicas queréis curar, y del que también queréis huir a toda costa.
               Me quedé helada al escucharle decir eso.
               -¿De qué estás hablando, Alec?
               -¡De que no sé qué coño me pasó!-explotó, pasándose una mano por el pelo, y luego, lo repitió en voz más baja al darse cuenta de que ni estábamos solos en la casa, ni eran horas para ponerse a dar gritos-. No sé qué me pasó. Jamás había hecho con ninguna chica lo que he hecho contigo, ni he hablado de ninguna chica como he hablado de ti, como si… Dios. Me da asco sólo volver a pensarlo. Te llamé zorra, Sabrae-hundió los ojos en los míos-. Te llamé zorra cuando le conté lo que había pasado a Jordan, y alardeé de lo que había hecho, y… y no debería haber hecho eso. Seguí los pasos de mi padre-gimió, angustiado, y yo entrelacé sus dedos con los míos.
               -Eso no está bien, pero, ¿sabes qué pasa? Que no estábamos bien, Alec. Yo también dije cosas horribles, tanto a ti como a mis amigas, o a mi familia cuando me sentía sola. Dije que me dabas asco, que me arrepentía de lo nuestro y que ojalá no hubiera pasado nunca. ¿Crees que lo decía en serio? Estaba enfadada. Las personas hacemos eso cuando estamos enfadadas.
               Su pecho subía y bajaba a un ritmo acelerado, de angustia, de terror. Me acerqué un poco más a él.
               -La discusión… me recordó cosas-confesó, aceptando mi presencia, para mi gran alivio.
               -¿Qué cosas, mi amor?-jugueteé con su pelo y le di espacio para que hablara.
               -A cuando mis padres estaban juntos. Yo era muy pequeño, ¿sabes? Gracias a Dios, tengo muy pocos recuerdos de esa época, pero algo tengo. ¿Quieres saber qué es lo primero que recuerdo? A mi madre-su mirada bailó por mis ojos-. Llorando. Y mi padre gritándole. No entiendo qué le dice-se apresuró a decir, y sacudió la cabeza-. No sabes cómo me puto alegro de no entender lo que dice. Y, desde que nos peleamos, no hay día que no piense en ello. No hay día que no la oiga llorar, que la vea verme y cierre corriendo la puerta para que yo no vea lo que está a punto de pasar.
               Se le llenaron los ojos de lágrimas, tragó saliva, cerró los ojos y apartó la cara para que yo no le viera llorar. Le acaricié el hombro con los dedos. Estoy aquí. Estoy aquí, no voy a irme, jamás lo haré. Ya he probado el mundo sin ti, y no me sirve.
               -Lo siento muchísimo, Al.
               -No se lo eh dicho a nadie nunca. A nadie-se volvió para clavar en mí una mirada de chocolate aguado-. Ni a Jordan, ni a tu hermano, ni a mi hermana. A absolutamente nadie, Sabrae.
               -Te guardaré el secreto.
               A Alec se le escapó un sollozo, me cogió de la cintura y me sentó sobre sus piernas. Nos besamos lentamente, y odié el regusto salado que tenía su boca, por culpa de las lágrimas que estaba derramando. Jamás había llorado delante de mí, y que lo hiciera ahora, por cosas que ni siquiera le afectaban directamente, hizo que lo quisiera incluso más. Podían machacarlo, hundirlo, destrozarlo hasta dejarlo irreconocible, y él aguantaría. Pero si tocaban a la gente que le importaba (su madre, su hermana, yo), tocaría fondo en menos de un segundo.
               Mi amor. Mi rey. Mi sol.
               Me separé de él para mirarlo. Acaricié sus rizos de chocolate mientras estudiaba sus facciones esculpidas por algún artista del Renacimiento, aquellos que habían sabido perfilar la belleza mejor que nadie. Si alguien era digno de poseer la belleza absoluta, ése era Alec.
               Y si alguien era digno de poseer ese tipo de belleza, también era digno de poseer mi corazón.
               No podía verlo mal, no podía soportar pensar en los demonios que había en su cabeza, ni en el tiempo que me llevaría conseguir calcinarlos a todos, pero por él, aguantaría. Sólo por él. Porque le amaba, y merecía oírmelo decir, así que empecé.
               -Te qui…-dije, pero él me puso dedo en los labios y negó con la cabeza.
               -No me lo digas justo cuando acabo de decirte que me da miedo hacerte daño.
               Asentí, y cuando separó su dedo de mis labios, los relamí y respondí:
               -Lo respeto. Y te honra. Pero… para mí no significa nada. Puedo decírtelo ahora o dentro de dos meses. Lo que tarde en hacerlo no implica que no lo sienta.
               -Aun así, no quiero escuchártelo más adelante y recordar siempre esta conversación.
               -Yo sí quiero recordar esta conversación. Es la conversación de la reconciliación. La conversación en la que te dije que tu sangre no te define, que no eres tu padre, y que no me harás daño-le acaricié el cuello y él se mordió el labio.
               -¿Cómo puedes estar tan segura, si ni siquiera yo lo sé a ciencia cierta?
               Sonreí.
               -Porque sé qué hay aquí-puse una mano sobre su corazón, bien extendida, como hacían en Tarzán-. Es todo luz. Por cada gotita de oscuridad, hay mil millones de luz. Y la luz sabe que yo no te permitiría hacerme daño.
               -Me lo permitiste una vez.
               -Hacer algo mal no te convierte en tóxico, Al. Tener una pelea fea no nos vuelve tóxicos. Lo que puede volvernos tóxicos el uno para el otro es dejar que nuestro orgullo nos guíe en lugar de nuestro corazón y nuestra moral. Yo sabía que estar con otros chicos para darte celos no estaba bien, pero quería hacerte daño. Debo pedirte disculpas por eso más que por haberte dado unas bofetadas. Y tú sabías que ir con otras chicas para hacer que yo lo pasara mal no estaba bien. Tienes que pedirme perdón por eso más que por haberme besado. Confío en ti. A ciegas-le aseguré-. Y no voy a volver a dudar de ti. Te lo prometo, sol.
               Me incliné para sellar con un dulce beso mi promesa, y cuando nos separamos, sus labios siguieron un poco más en la posición de beso, como si no quisiera del todo que me alejara de él. Tragó saliva y miró mi boca.
               -El beso… me cambió por completo, Sabrae.
               -No te preocupes por él. Está olvidado.
               Se mordió el labio, sopesando si hablar o no, hasta que finalmente dijo:
               -Es que me… puso cachondo.
               Lo dijo con cierta vergüenza en su voz, porque sabía que estaba mal, porque sabía que debería juzgarle, pero… ¿qué demonios? Yo jamás le juzgaría, y mucho menos en ese tema. No podías elegir qué cosas te excitaban y qué no, aunque sí tenías algo que decir en si estimulabas esas filias o no. Por ejemplo, a mí me encendía cuando en una película había una escena subida de tono, pero jamás había buscado porno por puros principios. Que a Alec le hubiera gustado el beso por lo rudo que había sido y la muestra de sexualidad en estado puro que podíamos llegar a ser, era algo que escapaba a su control. Su vergüenza, sin embargo, era su mente consciente. Era él no queriendo aprovecharse de aquella sensación de poder que había sentido entonces, con la que había disfrutado en secreto, pero que jamás volvería a alimentar sin mi consentimiento.
               Lo que él no sabía era que a mí también me había gustado sentirlo así, muy a mi pesar: tan fuerte, tan poderoso, tan hombre, capaz de someterme si él quería. Y no quería. Lo mejor de todo era que no quería.
               Con los ojos fijos en él y una sonrisa oscura en la boca, me separé de él lo justo y necesario para pasarle una pierna a su alrededor. Sentada a horcajadas encima de él, descubrí mis pechos, mi vientre y mi sexo tirando de la sábana hacia atrás.
               Alec se me quedó mirando sin saber cómo reaccionar.
               -A mí también me puso cachonda-respondí, acariciándole el pecho, subiendo por los hombros, e inclinándome hacia su cuello. Sentí el bulto de su erección crecer contra mi sexo, y como me gustó muchísimo esa presión, pasé de los besos a los mordisquitos.
                -Pues no debería-respondió él, juguetón, cogiéndome de las caderas y frotándome contra su sexo. Cerré los ojos y arqueé la espalda-. No es propio de ti.
               -Lo mismo te digo.
               -Oh, pero es propio de mí, nena. Yo resuelvo mis idas de olla emocionales follando, ¿recuerdas?-preguntó, con una voz oscura, rugiente, la de un depredador que huele a su presa sangrando a unos kilómetros de distancia-. Y en ese momento, tenía una ida de olla emocional muy seria.
               -Ojalá la hubieras resuelto así-respondí, dejando que me manoseara y manoseándolo yo también-. ¿Qué me… mm… habrías hecho?
               -Te habría follado en el suelo-me mordisqueó la oreja y yo pegué los pechos al suyo.
               -¿Para darme una lección de qué gritos te gusta que te dé y cuáles no?-pregunté, acariciando su miembro mientras me estiraba a por un condón.
               Se separó de mí lo justo para alzar las cejas y dedicarme una mirada cargada de intención.
               -Pues dámela ahora, Alec.
               Rasgué el condón que acababa de sacar de la caja (el que habíamos sacado antes se daba por perdido; estábamos demasiado cachondos como para buscarlo entre las sábanas) y se lo tendí. Alec lo miró, alzó una ceja, me dedicó una sonrisa oscura, y me cogió de las caderas.
               Ahogué una exclamación de sorpresa cuando me levantó en el aire y me tumbó a su lado, dándonos la vuelta. Me acarició la planta del pie con la uña y yo los enrosqué y solté una exclamación. Se colocó el condón deleitándose en ponérselo, acariciando su envergadura y disfrutando del contacto de sus manos en toda su extensión. Hizo que quisiera de nuevo metérmelo en la boca, y poder disfrutar de su expresión de placer mientras le satisfacía con los labios y la lengua, sin sentir nada más que orgullo de poder hacer que un chico como él gozara conmigo.
               Alec dejó escapar un gruñido cuando terminó de extender el trozo de látex por su miembro y me miró, abierta de piernas, mojada, excitada, preparada para él. Aleteé con las pestañas y levanté un poco mi pubis para agitarlo en el aire, ofreciéndoselo, ven a por él, dijeron mis caderas. Alec sonrió, se pellizcó la nariz y llevó sus dos manos al hueco entre mis muslos. Mientras una se ocupaba de masajearme el clítoris, la otra no dejó desatendida mi vulva, y enseguida me tuvo gimiendo y moviéndome al ritmo que marcaban sus manos de pianista, que eran capaces de tocar una sinfonía celestial sin tan siquiera despeinarse.
               -Suplica-ordenó Alec, y yo no me hice de rogar. Le habría regalado mi parte de la herencia de mis padres con tal de que me la metiera ya.
               -Métemela, Alec. Por favor, métemela. Quiero que me folles como no me has follado nunca, Alec, por favor…-gimoteé, pegándome más y más a sus manos, y él sonrió.
               -¿Sí? Eso me ha dado una idea-miró hacia el suelo y su sonrisa se ensanchó-. ¿Te apetece probar algo nuevo?
               -Me apeteces tú-gemí, y me mordí el labio para no ponerme a chillar y despertar así a mis padres y mis hermanos.
               Una de sus manos se retiró de entre mis piernas, me agarró del tobillo, y juntó mis pies. Alec se pegó a mí tanto que sentí la presión de la punta de su pene en la entrada de mi vagina, pero enseguida esa presión desapareció y yo protesté.
               -No seas impaciente, niña-me instó, levantando mis pies hasta poner los tobillos en su hombro, y, en un gesto de una ternura tan típica de él (incluso en los momentos en que hacíamos guarradas conseguía hacerme sentir querida y respetada), Alec me besó el hueso del tobillo.
               -¿Confías en mí?
               -Sí-ronroneé, tan conmovida por aquel gesto, tan enamorada, que le habría dejado tirarme desde lo más alto del Big Ben, porque sabía que, cuando llegara al suelo, me encontraría con sus brazos esperándome.
               -Y yo en ti, amor-respondió, besándome de nuevo el pie. Me miró a los ojos-. Si te hago daño, avísame.
               Me eché a reír.
               -Sí, papi-asentí con la cabeza, las manos en la almohada, y dejé que mi mente se centrara en las sensaciones que me invadían. Alec acarició mis piernas en toda su extensión (que de normal no era mucha, pero entonces, con las corrientes eléctricas que subieron por mi columna vertebral, me parecieron kilométricas), y se inclinó un poco fuera de la cama. Recogió algo del suelo, y yo me lo quedé mirando, perspicaz. Cuando rodeó mis tobillos unidos con ellas, me di cuenta de que eran mis bragas. Les dio tres vueltas alrededor de mis pies y me pidió que tratara de separarlos, pero sólo conseguí poner un par de centímetros entre ellos. Alec sonrió, satisfecho.
               -No pensé que tuvieras fetiche por el bondage-me eché a reír ante mi ocurrencia, y él sonrió.
               -Lo hago para que no separes las piernas, porque te conozco; pero, si tienes que pensar que tengo fetiche por el bondage para que sigas hablándome en francés con ese acento tan sexy… adelante.
               Se inclinó hacia mí, me dio un beso en los labios y se colocó entre mis piernas… o, más bien, debajo de ellas. Acarició mi sexo descubierto y vulnerable, y entonces, con mucho cuidado, separó un poco más mis muslos para poder entrar en mi interior. Lo hizo despacio, asegurándose de que no me hacía daño. Se deslizó dentro de mí, y se deslizó, y se deslizó, y yo empecé a jadear, y entonces…
               -OH-exhalé, abriendo los ojos y hundiendo las uñas en el colchón. Alec sonrió, me acarició la pierna con el filo de la uña y alzó una ceja.
               -¿Qué tal?
               -In… increí…ble-gemí, disfrutando de la sensación de presión que manaba de mi entrepierna y se expandía por mi cuerpo como una enfermedad-. Es… uf.
               -¿Demasiado, quizá?
               -No. Es perfecto. ¿Estás… entero?-pregunté, y él sonrió y asintió con la cabeza-. ¿De verdad? ¿Hasta el fondo? ¿Has… cabido?
               -He cabido-proclamó, orgulloso, con una sonrisa radiante, y yo me estremecí de pies a cabeza al moverse involuntariamente y soltar una nueva descarga por mi piel. Además, tenía mucho en que pensar. Alec estaba dentro de mí, dentro del todo, hasta el final, como ya había dado por sentado que no cabría nunca. Siempre había habido unos centímetros de margen que mi cuerpo no podía acoger, y yo ya me había resignado a que él tendría que “conformarse” de alguna manera conmigo, pero ahora…
               Se inclinó hacia mí, para lo cual me apartó un poco las piernas y se deslizó un poco fuera de mi interior. Se apoyó sobre una mano, flotando sobre mí como una aparición, y me miró a los ojos.
               -Si es demasiado intenso, podemos dejarlo para otro día.
               -No lo quiero otro día. Lo quiero ahora. Se te acabó el misionero y la vaquera, chato-le di un toquecito en el pecho y él se echó a reír, lo cual nos arrancó un suspiro a ambos-. Me gusta así, “demasiado intenso”-lo imité, poniendo los ojos en blanco y sacándole la lengua. Alec alzó las cejas.
               -¿Te ríes de mí, Malik?-acusó, y yo me eché a reír, y eso me provocó un nuevo latigazo de placer.
               Qué genial es reírse con el chico que te puede hacer gemir.
               -Ahora sí que te voy a dar una lección, chavala. Tú no sabes quién soy yo.
               -Alec Whitelaw-recité-. El fuckboy original.
               Alzó las cejas.
               -¿Y sabes qué es lo que se le da mejor al fuckboy original?
               -Follar.
               -Follar, no. Hacer que las chicas se corran. ¿Cuántas veces quieres correrte, bombón?-preguntó, y empezó a moverse de nuevo, entrando y saliendo de mi interior.
               -Una. Por favor, una. Con una basta-gruñí. No resistiría un segundo asalto, ¡a duras penas podía pensar!
               -¿En cuánto tiempo?-preguntó con diligencia.
               -En el que puedas. Deberíamos seguir hablando, porque nos quedan cosas en el tintero, pero es que ahora mismo no quiero pensar en tenerte fuera de mí. Después, quizás-negué con la cabeza y me mordí el dorso de la mano para no ponerme a chillar, pero eso a Alec no le afectaba. Estaba disfrutando de sentirme rodeándole como nunca antes le había rodeado, pero su deporte preferido era hacerme de rabiar, y no iba a renunciar a él tan fácilmente.
               -¿Después? Nena, no va a haber ningún después. Te voy a follar como no te han follado en tu vida, y en cuanto nos corramos los dos, nos tumbaremos sobre esa cama y nos pondremos a dormir por fin, que ya va siendo hora. No pienso dejar que me mates de agotamiento; no te va a ser tan fácil librarte de mí.
               -Lo quiero por escrito-gruñí, hundiendo las uñas de nuevo en el colchón, refiriéndome a que no me iba a librar de él.
               No me defraudó. Alec me folló como me había prometido, como nunca lo habían hecho antes, ni siquiera él, y me dejó disfrutar de un orgasmo cuya única pega es que no pude gritarle a los cielos lo agradecida que estaba de que me hubieran regalado un dios del sexo como él. Me tapó la boca con la mano para que gritara todo lo que quisiera, y cuando lo hice, él salió de mi interior, saciado de mujer, y tiró el condón en que se encerraba su propio placer, el que había derramado antes que yo, a la basura de mi escritorio. Me soltó las ataduras, volvió a besarme los tobillos (esta vez, por la cara interna), y me masajeó los pies y las piernas hasta que dejaron de hormiguearme. Por fin, se tumbó a mi lado y se acurrucó junto a mí. Frotamos la punta de nuestras narices a modo de saludo, él sonrió cuando yo me eché a reír, y nos besamos.
               -¿En qué piensas?-preguntó al ver mi sonrisa boba mientras le acariciaba el mentón, y yo sacudí la cabeza.
               -En que me encanta el sexo.
               -Buah-bufó, sonriente-. Ya somos dos.
               -Contigo-puntualicé, y él me miró, buscó mi mano y entrelazó mis dedos con los suyos.
               -Ya somos dos-repitió, besándome los nudillos. Mi príncipe.
               Le acaricié la mejilla, estudiando las sombras de su rostro contra la luz de la mesilla de noche.
               -Gracias por esta noche. Ha sido increíble.
               -¿Por qué me das las gracias ahora? ¿Te estás despidiendo? ¿Quieres que me vaya?
               -No. Quiero dormir contigo. Y no voy a poder darte las gracias por todo lo que ha pasado hoy cuando esté dormida y te vuelva a ver en sueños, así que… lo hago ahora-Alec sonrió-. Gracias por enviarme el mensaje. Gracias por venir a mi casa. Gracias por hacerme el amor. Y gracias por mostrarme tus miedos. No te defraudaré. Te ayudaré a superarlos.
               -El placer ha sido mío, bombón. Gracias por llamarme por teléfono. Gracias por ir a verme al parque. Gracias por tu carta. Gracias por hacerme el amor. Y gracias por haberme dado ganas de hablar de mis miedos. Gracias, porque sé que tú me ayudarás a cuidarme.
               -Me apeteces-susurré, emocionada, y él se inclinó para besarme.
               -Me apeteces-respondió. Me dio un dulce beso en los labios, me rodeó la cintura con el brazo, y tiró de mí para pegarme a él. Yo estiré la mano y apagué la luz de la mesilla de noche.
               Lo único que nos vestía cuando nos quedamos dormidos, uno en brazos del otro, era la oscuridad.


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1 comentario:

  1. Diosssss, el capítulo me ha encantado demasiado. La conversación que han tenido me ha parecido sumamente importante para su relación y la forma como la has planteado y el hecho de que Sabrae haya contenido tanto y tan bien a Alec ha sido precioso. Se ha notado mucho una vez más que Alec se quiere bastante poco como persona y no puedo esperar a ver como poco a poco junto con la ayuda de Sabrae va a empezar a quererse más y más y a darse cuenta de que es un ser maravilloso. Real que estoy enamorada de él.
    Por cierto, flipo con que no hayan parado de follar. Han debido de echar como cinco polvos en cuestión de horas, ya me dirás.

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