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Al principio del todo, no sabía ni qué hora era, ni por
qué me despertaba, ni dónde estaba ni por qué me dolía tan poco el corazón. La
pelea con Sabrae me había robado incluso la dulce tranquilidad del despertar,
esos dos segundos antes de que el sueño te abandonara definitivamente bajo la
luz ardiente de tus problemas, así que cuando el cambio en mi conciencia no dio
paso al pinchazo en mi corazón, una parte de mí se desperezó a más velocidad
que las demás.
Y
entonces, sentí su cuerpo a mi lado y lo comprendí. Como de costumbre, con mi
reloj interno sincronizado con el horizonte, me había despertado en el instante
en que el cielo se teñía de los tonos naranjas, sonrosados y dorados que tanto
me gustaban y que el ser humano no había sabido capturar aún, ni con pincel ni
con cámara. Pero esta vez, el espectáculo que exhibía el cielo no era nada
comparado con la hermosura de la criatura que respiraba plácidamente a mi lado.
La
contemplé desnuda, con las facciones relajadas en una mueca de absoluta
felicidad, la boca ligeramente curvada en una sonrisa, los ojos cerrados, con
unas pestañas que bailaban al son de una música que tocaba su subconsciente.
Tenía una mano debajo de la almohada, y la otra, rodeándome la cintura,
asegurándose de que no me alejaba de ella. Incluso en la penumbra, la visión de
Sabrae durmiendo a mi lado como un bebé, tal y como la habían traído al mundo y
con la misma cantidad de preocupaciones (es decir, ninguna) era la obra maestra
por excelencia, la definición de arte en todas sus formas: escultura, pintura,
danza, arquitectura, música, interpretación y literatura.
Escultura,
por las líneas que cincelaban su rostro.
Pintura,
por el baile de colores en su piel.
Danza,
por las sábanas subiendo y bajando al ritmo de su respiración.
Arquitectura,
por su mente como un templo, como un museo, como un palacio, como una catedral,
dibujando historias en su interior.
Música,
por su respiración tranquila y profunda.
Interpretación,
por dar vida a una diosa que se encerraba en un cuerpo humano, un ser único en
su especie.
Y
literatura, porque ni la magia de las palabras se acercaba a definirla y
capturarla tal y como era, aunque lo intentaban, vaya si lo hacían.
Movido por la hipnosis del marinero que se
acerca a la costa afilada incluso cuando sabe que su barco no lo resistirá sólo
porque quiere probar los labios de la sirena que lo arrastrará con toda certeza
a las profundidades, le aparté un mechón de pelo de la cara, y Sabrae se
revolvió en sueños. Se acercó instintivamente más a mí, hundiendo su nariz en
mi pecho y dejando escapar un suspiro de satisfacción que sirvió para coser los
jirones de mi alma.
Me
estremecí, y sus pies se movieron bajo las sábanas, acariciándome también las
piernas. Mi diosa de chocolate, el azúcar de mi pastelería.
¿Quién,
si no, iba a conseguir lo que yo creía imposible? Hacía solo unas horas le
había desvelado los secretos más oscuros de mi existencia: le había permitido
echar un vistazo a mi pasado de negro, y ella se había zambullido en él sin
temor a que el petróleo la alcanzara, le manchara sus alas y le impidiera
volar. Creí que la oscuridad la tragaría como me había tragado a mí cuando me
di cuenta de dónde venían las retorcidas ideas que había tenido durante la
discusión, pero Sabrae supo ser valiente donde yo no lo era, y arrancarme la
púa que se me hundía en la carne. Jamás había hablado de mi padre con nadie
siendo tan mayor; la última vez que había mencionado a mi padre en una conversación
había sido con mi madre, siendo yo muy pequeño, cuando Aaron anunció que quería
irse de casa y ella me hizo saber, con lágrimas en los ojos, que entendería que
yo no quisiera cortar la relación con la rama paterna de mi familia. Al fin y
al cabo, los niños necesitan un padre y una madre y, bueno, por mucho que Dylan
se esforzara, Aaron tenía muy claro que no era hijo suyo, y esas ideas podían
rondarme a mí también por la cabeza.
-Tú
eres mejor papá de lo que papá podrá serlo nunca, mamá-le había dicho a mi
madre, y ella me había estrechado entre sus brazos, con los ojos desbordados
por las lágrimas, y hasta ahí había llegado al conversación.
La
única que conocía la situación de mi apellido de nacimiento que no pertenecía a
mi círculo de amigos más cercano y que había llegado después de la tormenta era
Chrissy, aunque no era una sorpresa que ella estuviera al corriente de la gran
mayoría de las cosas. A fin de cuentas, había estado saliendo con mi hermano
durante un tiempo, y tarde o temprano la conversación sobre tu familia acaba
llegando, igual que nos había llegado a Sabrae y a mí. Para mi sorpresa,
Chrissy sabía que mi padre había maltratado a mi madre, aunque en realidad
Aaron jamás se lo había confirmado, sino que simplemente había atado cabos de lo
poco que le había contado de mamá. No sabía nada de las palizas casi diarias,
ni de las constantes amenazas con suicidarse pero llevarnos primero a nosotros
por delante, para que ella sufriera, porque era mala, mala, mala, además de una
puta, una zorra, que no se merecía todo lo que él hacía por ella, cuántos
sacrificios había hecho por ella, zorra desagradecida, que…
Sabrae
se revolvió a mi lado, sintiendo el cambio en la energía que manaba de mi
cuerpo, y lentamente, entreabrió los ojos. Buscó los míos en la oscuridad, y su
mano se deslizó por mi costado hasta encontrar mis dedos.
Pauline,
por supuesto, no tenía ni idea de mis movidas familiares; que por tus venas
corra la sangre de un psicópata maltratador no es una carta de presentación
adecuada ni para tu empleo como repartidor (quién sabe, podría darte por
atropellar a media docena de personas en Trafalgar Square) ni tampoco para un
rollo estable al que prácticamente le das las llaves de tu casa y le permites
correrse dentro de ti.
Y sin
embargo, Sabrae era capaz de poner mi mundo patas arriba y hacer que quisiera
hablar de los demonios que acechaban en los rincones de mi mente, de las voces
diciendo que no era suficiente (suficientemente bueno para ella, o
suficientemente malo como para doblegarme a mis deseos y someterla).
-¿No
puedes dormir?-preguntó, y yo cogí su mano y le di un beso en la palma.
-Acabo
de despertarme-susurré-. Está amaneciendo.
Se
giró para mirar la ventana, por la que se colaba un hilillo de oro. Sonrió y se
volvió para mirarme.
-Eres
mi despertador preferido. Buenos días-y me dio un beso en los labios que me
supo a bocanada de oxígeno después de toda una vida aguantando la respiración-.
Estás distraído. ¿Qué pasa?
-Estaba
pensando en… bueno, en mis padres. Otra vez-asentí con la cabeza; seguro que me
consideraba pesado por estar siempre con el mismo tema, erre que erre. Sabrae
se mordió el labio.
-Sigue
haciéndome ilusión que te atrevas a hablar de él conmigo. Lo aprecio de veras.
Eso demuestra que confías muchísimo en mí. Gracias-me acarició la mejilla,
somnolienta. Le pesaban los párpados una tonelada cada uno.
-Saab…
Me
puso un dedo en los labios y negó con la cabeza.
-No
me interesa en qué te parezcas a él. Y a ti tampoco debería. Sé los rasgos que
compartes con tu madre, y para mí eso es lo que vale.
-Aun
así, me angustia pensar que lo hago, pero… claro, no podría saber si me parezco
a él-medité-. Hace mucho tiempo que no lo veo.
-Y
espero que siga siendo así mucho tiempo más, amor-me acarició la mejilla
mientras depositaba un dulce beso en la otra-. Y, de todas formas, aunque así
fuera, ya sabes que el hecho de que el exterior sea parecido no implica que el
interior deba serlo también. Puede ser completamente diferente-me acarició de
nuevo el pecho, recordándome que era bueno, que lo sabía, que estaba ahí y ella
sentía la calidez que manaba de mi pecho, una calidez dulce, no un incendio
forestal que quisiera arrasar con todo-. De las mayores nevadas surgen las
flores más bonitas; y eso es lo que tú eres, Al: una preciosa flor de invierno.
Me la
quedé mirando. De todas las chicas del mundo, ella era la única que podía
hacerme hablar de mi padre. Y, de todas las chicas del mundo, también era la
única que podía compararme con una flor. La rodeé con los brazos, un instinto
muy conocido despierto en mi interior, que me incitaba a unirme a ella y así
robar un poco de aquella esencia tan pura que la componía.
-No
quiero dormir-murmuré, porque era verdad; no quería tener que soñarla, sino
disfrutarla. Quería sus curvas combatiendo mis ángulos, su piel lamiendo la
mía, sus piernas tallando mi cintura.
-Yo
puedo hacer que te duermas-respondió, ahogando un suave bostezo, pero entrando
en mi juego y frotándose suavemente contra mi entrepierna. Estaba desnuda.
Estaba desnudo. No había nada que nos separara. Podría entrar en su interior de
un leve empellón, y nada nos separaría.
-Estás
demasiado cerca.
-Por
eso, precisamente-contestó, mimosa, arrimándose un poco más a mí y frotando su
nariz con la mía-. Puedo acercarme más, y darte calor. Y darte muchos
mimos-añadió, dándome un beso en el hombro-, para que, además de calentito,
también estés cómodo-volvió a bostezar, lo cual me enterneció muchísimo. A
pesar de que todo su cuerpo le decía que cerrara los ojos y volviera a dormirse,
luchaba contra sí misma para quedarse conmigo ahora que sabía que yo la
necesitaba.
-Ya
sabes dónde suelen desembocar tus mimos, nena-ronroneé, acariciándola, y ella
sonrió.
-Me
apeteces. Mucho. Pero…
-¿Pero…?-le
aparté un mechón de pelo de la cara y esperé.
-Pero
estoy muy cansada-alargó las vocales, se estiró cuan larga era (lo cual, a
decir verdad, no era mucho, pero a mí no me importaba) y, al hacerlo, dejó
escapar un gemido de satisfacción-. No estoy acostumbrada a pasarme la noche
entera haciéndolo, como tú-me dio un pellizquito en la nariz y yo alcé las
cejas.
-¿Sabes
cómo puedes acostumbrarte? Con terapia de choque-le di un mordisco en el hombro
y ella se echó a reír. Pasó sus brazos alrededor de mis hombros y me acarició
el nacimiento del pelo. Sus ojos se encontraron con los míos en la oscuridad, y
escuché cómo se mordía el labio, considerando seriamente la posibilidad de
cumplir mis deseos.
-Si
te dejara poseerme ahora, tendría que dormir dos horas más, y… no quiero
pasarme tu primera mañana en mi casa durmiendo-hundió las manos debajo de la
almohada y se encogió de hombros, ocultándose un momento bajo las sábanas.
-¿Es
que tienes miedo de que se te vaya la cabeza y termines diciendo que eres
mía?-la pinché, y me miró con tanta intensidad que, por un momento, sentí que
era de día. Le robó la luz al sol que se levantaba en el horizonte y pintó la
habitación con los colores del cielo: naranja, rosa, oro.
-Yo
ya me siento tuya. No de la forma en que tú me reclamarías, pero tuya, al fin y
al cabo.
Me
incorporé para quedar suspendido encima de ella, anclado sobre mis hombros y
mis rodillas, que ella había rodeado con las suyas. Sabrae volvió a morderse el
labio, estudiando mis facciones, y con un deje hambriento en la voz, murmuró mi
nombre. Me dejé caer lentamente sobre ella, mi sexo haciendo presión en el suyo
y recordándole a quién le pertenecían sus sueños, quién era su más firme
seguidor. Separó instintivamente las piernas y yo sonreí, besándole el cuello.
-Nos
vemos en unas horas.
Y,
sin decir nada más, volví a tumbarme sobre mi costado, me di la vuelta y me
tapé de nuevo con las sábanas. Escuché el jadeo de sorpresa de Sabrae al tener
sólo la ropa de cama sobre su cuerpo en lugar de mi presencia prometiéndole
llegar al cielo que tenía entre las piernas, y sonreí cuando ella se revolvió a
mi espalda. No tardó ni diez segundos en pegarse a mí y rodearme con un brazo y
una pierna, y así, conmigo haciéndole las veces de salvavidas y de almohada,
volvió a dormirse. Me giré para mirarla por encima del hombro, tan tranquila,
tan a salvo ahora de las cosas que le había dicho y del dolor que le había
infligido, y me dio mucha envidia. Su capacidad para perdonarme me vendría bien
también a mí. Su capacidad para confiar en mí podría salvarme.
Tú no eres él, me había dicho esa noche.
Que el exterior sea parecido no significa
que el interior deba serlo también.
Sí, puede que tuviera razón.
Puede que las cosas que había pensado cuando estábamos separados fueran hijas
de su situación, y no de mi padre. Ella me convencería de eso, estaba seguro.
Al
fin y al cabo, era la única chica que podía hacerme querer hablar de él… y
también la única chica a la que despertaba de madrugada y conseguía hacer que
volviera a dormirme sin tener nada de sexo, sólo con un par de besos, caricias,
y unas palabras que me hacían sentir mejor que dos años yendo a terapia.
¿Cómo puedes dormir
con él permitiendo que se despierte estando soltero?, le preguntaban las
voces de su cabeza mientras me estudiaba dormir boca arriba, con la cara vuelta
hacia la pared, mi mandíbula recortándose en mi silueta, y mi torso desnudo
subiendo y bajando al ritmo de mi respiración. Le encantaba mirarme dormir y
saber que había alguien en el mundo que le pertenecía como se suponía que no
debía pertenecerle nadie, pero que aun así quería entregarse a ella como si su
existencia sólo tuviera sentido si la vivía a su lado. Le hacía recodar que los
cuentos de hadas llevaban contándose desde los inicios de la humanidad porque
eran reales; a pesar del millón de explicaciones científicas que daban origen
al universo, cuando estás enamorado eres capaz de creer que hay alguien
encargado de ponerte las estrellas en el cielo.
Sonrió
para sí misma, intentando recordar una vez más el por qué de mi soltería y la necesidad
que había de que las cosas siguieran como hasta ahora, en un delicadísimo
equilibrio que se nos hacía perfecto, y, sin poder evitarlo, igual que me había
sucedido a mí cuando empezó a amanecer, estiró una mano en mi dirección.
Todavía con esa sonrisa en los labios, Sabrae me acarició el pecho con la punta
del dedo, y las comisuras de su boca se levantaron un poco más cuando yo giré
instintivamente la cara hacia ella, sintiendo una presencia a mi lado tan
positiva que el mal del mundo simplemente desapareció.
Mi
cuerpo se despertó antes que yo. Se me puso la carne de gallina al sentir a mi
chica a mi lado, jugando con mi piel, y cada músculo se estiró para recibir un
nuevo día. Entreabrí los ojos con mucho esfuerzo, pero lo que me encontré
mereció la pena: Sabrae me sonreía con expresión de absoluta adoración, la que
siempre se me ponía en la cara cada vez que la miraba. Mi mente empezó a
repasar a toda velocidad lo que habíamos hecho esa noche, mientras que mi
cuerpo simplemente actuó por impulso: me tumbé sobre mi costado y estiré la
mano hacia su cintura, siguiendo la silueta de sus curvas debajo de las
sábanas.
-Buenos
días-ronroneó, celebrando que por fin me hubiera decidido a volver del mundo de
los sueños para así reunirme con ella.
-Buenos
días-contesté, sin poder creerme lo afortunado que era de poder decírselo en
persona. Dios, saludarla nada más levantarme era un privilegio que no sabía si
me merecía. Pero, si no era digno de aquel regalo divino, no sería yo quien se
chivaría a los dioses de que alguien estaba recibiendo cosas que no debía.
Sabrae inclinó la cabeza hacia un lado y me preguntó si había dormido bien, y
yo le respondí con un bostezo, frotándome los ojos, mirándola de nuevo, dejando
caer mi mano sobre mi pecho, justo sobre la suya, entrelazando mis dedos con
los suyos y susurrando un embobado-: Ajá.
-Yo
también-contestó, mimosa, inclinándose peligrosamente para darme un beso, o lo
que surgiera. Ojalá surgiera algo-. No te he notado moverte tanto como pensaba.
Creí que estarías más inquieto.
-No
quería molestarte demasiado y que dejaras de invitarme a dormir contigo-me
excusé, y ella me mejoró el día (que ya de por sí parecía inmejorable) llenando
la habitación con una risa-. Pero durmiendo solo tengo que admitir que soy un
poco desastre-volví a frotarme el ojo y Sabrae se mordió el labio-. No sería la
primera vez que me despierto con las sábanas por los suelos, o algo por el
estilo.
-No
sé si eso es algo que sólo haces cuando duermes solo-coqueteó, fingiéndose
pensativa-. A fin de cuentas, ayer estuvimos a punto de darle la vuelta a mi
cama varias veces.
-Y si
no se la dimos, es porque tú no me dejaste-aseguré, rodeando su cintura con mi
mano y tirando de ella para pegarla a mí. Sabrae dejó escapar un gemido al
sentir la presión de mi erección entre sus piernas. Puede que no estuviera del
todo espabilado y que mi lengua ágil no fuera aún todo lo rápida que solía,
pero si algo en mi cuerpo funcionaba mucho antes que el resto era mi polla. Ya
había espabilado más veces estando con chicas que ni me iban ni me venían, así
que imagínate si acababa de despertarme junto al cuerpo desnudo de la chica por
la que bebía los vientos. A mi miembro le resultaba incluso ofensivo no estar
aún en el delicioso interior de Sabrae, dándole la bienvenida al nuevo día como
se merecía: empapándose de su placer.
Empecé
a besarla con insistencia y calma; no tenía ninguna prisa en saborearla, lo
único que quería era asegurarme ese manjar cocinado a fuego lento que era su
excitación en mi boca, o rodeando la parte de mi cuerpo que me convertía en
hombre. Nuestros besos eran profundos, descubriendo la anatomía de la boca de
cada uno como si exploráramos territorios vírgenes con accidentes geográficos
que aún no tenían nombre. La mano que tenía en su cintura bajó hacia su culo, y
de ahí se atrevió a enviar una avanzadilla para explorar el espacio entre sus
muslos.
Estaba
mojada.
Lo
cual me puso a mí más duro.
-No
te vas a librar de mí tan fácilmente como anoche. Ya has descansado-le recordé,
masajeándola, y Sabrae juntó las rodillas para intentar frenarme, pero yo tenía
los dedos demasiado cerca de su sexo y eso sólo hizo que presionara su exterior
más. Cruzó las rodillas y arqueó los pies, intentando resistirse a mí-. Vamos,
nena. Sólo estás postergando lo inevitable.
-Tenemos
que desayunar-me puso una mano en el pecho y me miró intentando transmitirme
tranquilidad, pero tenía las pupilas dilatadas como sólo una chica
profundamente excitada puede tenerlas. Parecían agujeros negros.
Y mis
dedos ya no estaban mojados, sino empapados.
-Dime
que no-la reté en el oído-. Una sola vez.
Introduje
un dedo en su interior, que comenzaba a palpitar, y Sabrae dejó escapar un
gemido y hundió las uñas en mi pecho. Por un momento, creí que había ganado, y
que me dejaría desayunármela antes de bajar a la cocina a comer algo.
Pero
no. Cuando yo corría, Sabrae llevaba rato volando.
Se
separó de mi boca y me agarró la mano traviesa por la muñeca.
-Seguro
que mis hermanos ya están despiertos-alegó, mordiéndose el labio, y mi lengua
eligió precisamente ese momento para empezar a soltarse.
-Pues
molestemos a los vecinos.
En
circunstancias normales, la frase habría tenido su gracia y habría puesto a la
chica con la que estaba como una moto. Habría hecho que se mordiera el labio y
se sentara a horcajadas sobre mí, porque la idea de que todo el edificio la
escuche guitar mientras folla es algo tan atractivo para una mujer como una
minifalda o un escote lo es para mí. Hay pocas cosas más atrevidas que una
chica sin nada de ropa y con muchas ganas de pasárselo bien otra vez con el que
la ha hecho abrirse de piernas tanto que no podrá caminar como alguien que no
tenga empleo en el negocio de la ganadería durante una semana.
Pero
yo no estaba en circunstancias normales. Y no estaba con una chica cualquiera.
Estaba
con Sabrae, que casualmente era hija de la persona que me había dado esa frase
tan genial. A Zayn deberían haberle dado un Nobel hacía mucho tiempo; en qué
categoría, aún no lo tenía claro, pero que ese hombre no viera reconocido aún
su talento con las palabras era algo que se me escapaba.
Sabrae
alzó las cejas y se quedó semi incorporada sobre sus codos. Entrecerró los ojos
y me lanzó una sonrisa sarcástica, y yo supe que la había perdido antes incluso
de que abriera la boca.
-¿Acabas
de citar a mi padre para…?
Me
presioné el puente de la nariz con los dedos y asentí con la cabeza.
-Sí.
Eso parece-bufé, y ella rió.
-Es
lo más antierótico que he visto en mi vida-comentó, dándome un beso en los
labios y levantándose de la cama. Se echó el pelo a la espalda y jugó con sus
rizos mientras se acercaba al armario. Por un momento pude disfrutar de la
visión doble de su cuerpo: su culo en directo, y la parte delantera de su
anatomía en el reflejo del espejo del armario. Luego, esa visión divina
desapareció, y Sabrae se puso de puntillas para descolgar un pantalón de
chándal.
Enterré
media cara sobre la almohada y gruñí.
-Vuelve
aquí.
Sabrae
descolgó una camiseta blanca y se volvió para mirarme mientras se la pasaba por
la cabeza.
-¿Alguna
vez has hecho algo con música de mi padre de fondo?-preguntó con sincera
curiosidad, sacándose el pelo del cuello de la camiseta.
Por
mi mente desfilaron una docena de imágenes de chicas de rodillas frente a mí, o
con las piernas abiertas, o sobre mí, o a mi lado; la mayoría sin ropa, pero
algunas con; muchas en sus habitaciones; algunas, por el contrario, en los
lavabos de alguna discoteca a la que volverían ya no sólo por el catálogo de
música que ofrecía el local, sino por si yo volvía a dejarme caer por allí.
Pobres diablas. La vida horrible que les esperaba anhelando unos polvos que yo
ya tenía reservados a un único nombre.
-Oh,
sí-ronroneé, sonriendo como un niño el día de Navidad-. Ya lo creo. He hecho toda clase de cosas con tu padre puesto
de fondo-el tipo de mi sonrisa cambió: en lugar de la de un niño, ahora era la
de un chaval. El chaval que se las llevaba a todas de calle. El Fuckboy®-.
¿Quieres que te ponga algunas de ejemplo?-alcé las cejas, seductor, pero Sabrae
puso los ojos en blanco y negó con la cabeza. Me lanzó mi ropa hecha una bola a
la cara y se echó a reír al ver mi expresión de fastidio.
La
puerta de la habitación al lado de la nuestra se abrió, y se escucharon unos
pasos ligeros atravesar el pasillo. Esta vez fui yo quien puso los ojos en
blanco; había oído infinidad de veces ese sonido como para no reconocerlo: se
trataba de Eleanor en su paseo matutino con destino el baño. Si ella estaba
despierta, seguramente Scott lo estaría también. Adiós a la última oportunidad
que tenía de hacer algo tranquilo con Sabrae: sabía que si nos poníamos a ello
y Shasha estaba despierta, la chiquilla se iría de su habitación y ya estaba.
Pero Scott, no. Mi amigo estaba hecho de otra pasta. Y, además, era mi amigo.
Si nos escuchaba a Sabrae y a mí, no podría resistir la tentación de venir a
interrumpirnos. No es que lo hubiera hecho con anterioridad (no habría llegado
vivo a aquella edad de haberlo hecho), pero la perspectiva de fastidiarle un
polvo a su hermana era demasiado tentadora como para dejarla escapar. Y si me
añadíamos a mí a la ecuación, el resultado era perfecto.
Mientras
yo escuchaba los sonidos procedentes de la habitación de Scott rezando para que
se escuchara a mi amigo roncar y que todo fuera una falsa alarma, Sabrae abrió
el cajón de su ropa interior. Toda mi atención volvió a centrarse en ella, y
decir que flipé cuando vi que sacaba un tanga rosa sería quedarse muy corto.
-No
te pongas eso-gimoteé al ver que no lo estaba simplemente considerando. Sabrae
metió los pies en la prenda y la subió por su piel, y pronto el motivo de mis
alegrías y también de mis desgracias estaba cubierto por una fina capa de tela
que sólo contribuía a volverme a mí más loco.
-Me
pondré lo que quiera, Alec, que para algo estoy en mi casa-se echó a reír, y yo
esbocé una sonrisa oscura. La única razón por la que había dejado a algunas
chicas vestirse en mi presencia cuando yo ya tenía pensado echar otro polvo con
ellas era porque me encantaba desnudarlas de nuevo. Sabrae no iba a ser una excepción
en eso. Me incorporé hasta quedar sentado y, tras anunciar que iba a
quitárselo, la agarré de la cintura y jugué con la banda elástica, pero Sabrae
fue más rápida y me dio un manotazo en las manos antes de que yo pudiera ir a
más-. Será que te molesta mucho para lo que quieres hacerme-alzó las cejas y yo
la miré desde abajo.
-Me
hace querer hacértelo más-confesé, porque mentiría si dijera que le quedaba mal
aquel tanta. El color rosa la favorecía, y más si era neón: resaltaba la
melanina de su piel-; además, toda la ropa que lleve tu cuerpo me ofende
sobremanera.
-Qué
tonto eres, Al-rió suavemente, me dio un par de besos para tranquilizarme, y
finalmente me separó de ella, para angustia de mí y de todas las células de mi
cuerpo, que ya estaban preparando un nuevo festival sexual-. Vístete,
venga-ordenó en tono autoritario, un tono que me hizo saber que ahora no estaba
jugando-. Vamos a desayunar.
-Mis
desayunos suelen ser sin ropa, bombón, y suelen ser mujeres preciosas que tengo
delante.
Sabrae
parpadeó. Estaba perdiendo facultades. Si con esa frase no se había lanzado
sobre mí, era que no íbamos a hacer nada a corto plazo. Joder. Que yo quería
tener nuestra primera noche juntos porque me moría de ganas de verla desnuda,
pero también porque tras la noche viene la mañana, y todo el mundo sabe que los
polvos mañaneros son los mejores.
-Qué
lástima. En esta casa somos musulmanes. Veengaaa-me tendió los pantalones y me
guiñó el ojo-. Si te portas bien, te doy el postre luego.
-Joder,
Sabrae-gruñí, negando con la cabeza y notando cómo mi erección, lejos de
menguar, crecía y crecía. Pensé en toda su familia desayunando en la parte de
abajo mientras yo le tapaba la boca para que no se escucharan sus gemidos
mientras me la follaba sin piedad. Me había dejado con ganas dos veces, así que
no podía esperar que no se lo hiciera de forma sucia, desesperada.
-Joder,
Alec-me imitó, sonriendo. Cuando me puse los pantalones y le puse los ojos en
blanco, ella sonrió, satisfecha, y ni corta ni perezosa, se sentó sobre mí y
empezó a frotarse contra mi polla como si estuviera en celo. Me metió la lengua
hasta el esófago y me dio un morreo de los que te dejan sin aliento-. Ya
pensaba que no ibas a vestirte y que acabaríamos juntando el desayuno y la
comida.
-Voy
a reventar, Sabrae-supliqué con voz ronca, notando mi erección tan crecida que
incluso me dolía.
-Resérvate
para luego. No quiero que Scott me tome el pelo porque yo no soy capaz de
desayunar sin haber follado antes como hace él-confesó, poniéndose de pie y
alisándose los pantalones de chándal. Se colocó el tanga correctamente de nuevo
y se miró los pezones, dos montañas en su camiseta.
-Hay
veces en las que mataría a tu hermano con mis propias manos-aseguré, frotándome
la cara y siguiéndola fuera de la habitación.
La
casa estaba llena de los sonidos de una familia que empieza su día. Camas que
se hacían, armarios que se abrían para elegir la ropa del día, cómodas que se
cerraban tras sacar los neceseres con todo lo necesario para el aseo, grifos de
los que manaba agua a toda velocidad para que el que estuviera frente al espejo
del baño pudiera lavarse la cara… Sabrae me condujo hasta un baño y me cerró la
puerta en las narices porque “tenía que hacer sus cosas” (me dieron ganas de
decirle que nada de lo que hiciera en ese baño me mostraría algo que yo no
hubiera visto ya, pero decidí callarme por la cuenta que me traía, no fuera a
ser que Zayn estuviera despierto y me hubiera puesto un micro en los
calzoncillos), para luego abrirla con una sonrisa y dejarme entrar a mí. Miré
mi reflejo en el espejo mientras me lavaba las manos; el cabrón que me devolvió
la mirada no había estado mejor en toda su vida, porque aunque había dormido
más horas seguidas en otras ocasiones, nunca había estado así de descansado y
feliz.
Cuando
abrí la puerta del baño, Sabrae saltó, se colgó de mi cuello y me dio un pico.
-¿Y
esto?
-Te
echaba de menos-se limitó a decir. Y ésa fue para ambos explicación suficiente.
Entrelazamos las manos y bajamos a la cocina, y me condujo hasta la isla de
mármol negro con taburetes altos de acero. Cuando protesté al obligarme a
sentarme, ella me calló con un siseo.
-Eres
mi invitado-me dijo-. Déjame mimarte un poco, como compensación-alzó un hombro
y aleteó con las pestañas en mi dirección.
-Estás
juntando peras y manzanas, Saab. Me has quitado sexo, y la única compensación
que tiene eso es sexo, no que me prepares un desayuno-bufé, y ella sonrió, se
inclinó hacia mí desde el otro extremo de la isla y me sonrió.
-Alguien
está de mal humor por las mañanas.
-No
es mal humor. Todo lo contrario-le guiñé un ojo y saltó al suelo de nuevo.
Colocó una caja de cereales frente a mí, y luego, sacó una sartén-. Guau.
¿Tengo el desayuno continental incluido?
Se
volvió.
-Dijiste
que los domingos tu madre preparaba un desayuno como los de los hoteles, para
acabar bien la semana.
-No
tienes que freírme un huevo, Sabrae.
-Quiero
cocinar para ti. Quiero hacerte algo que te haga la boca agua.
-Nada
de lo que puedas hacerme me apetecerá más que lo que tengo delante. Ya me
cocinarás otro día, bombón; tengo muchísima hambre, del tipo que no curan unos
huevos revueltos.
-Bueno…
te sorprendería lo bien que me salen los huevos revueltos-me guiñó un ojo y me
habría abalanzado sobre ella de no ser porque Eleanor y Scott entraron en la
cocina. Mientras Eleanor trotaba hacia nosotros y nos daba a cada uno un beso
en la mejilla, Scott se apoyó en el borde de la isla y se me quedó mirando con
una sonrisa mal disimulada.
-Alguien
triunfó esta noche, ¿eh, Al?
-Lo
dices por tu hermana, ¿a que sí?-respondí, chocando el puño con Scott. Sabrae
colocó otra caja de cereales frente a mí a modo de advertencia: me estaba
diciendo que, por mucho que hubiera dos Malik en la cocina, debía elegir a cuál
le prestaría más atención. Y yo lo sentía mucho por Scott y por nuestros años
de amistad, pero cuando Sabrae estuviera en una habitación, las posibilidades
de que eligiera a otra persona eran nulas.
Scott
se echó a reír y fue en busca de unas tazas mientras Sabrae se contoneaba por
la cocina, abriendo y cerrando alacenas como si no estuviéramos en la casa en
que se había criado y no supiera dónde estaban las cosas. La camiseta que
llevaba puesta se le subía cada vez que estiraba las manos y revolvía en el
interior de los armarios, dejándome a la vista una preciosa franja de piel de
color chocolate a la que le habría hincado el diente de haber estado ella y yo
solos.
Como
vio que sus provocaciones no surtían efecto en mí y que pronto todos estaríamos
sentados y dejaría de ser divertido tratar de encenderme, escaló un poco más en
su baile provocativo: agitó la melena para apartársela a un lado, exhaló un
bufido de fingida frustración, y se apoyó en el borde de la encimera para
alcanzar el bol más alejado posible… y bajándose así un poco los pantalones,
que no el tanga.
Ojalá
no hubiera empezado a babear al recordar de repente lo bien que le quedaba
aquella prenda, lo ajustada que estaba a su anatomía y lo imposible que era no
imaginar lo que se ocultaba tras ella. Me mordí el labio, estudiando su culo
con todo el descaro del mundo y trazando un plan en mi cabeza tan detallado que
era imposible que lo lleváramos a cabo, precisamente por el tema del que se
trataba: sexo. Había sabido encender mis motores y calentarlos a la velocidad
del rayo, y ahora mi mente funcionaba a plena potencia, eligiendo una postura
nueva que probar con ella, una que incluyera su tanga y, por supuesto, en la
que yo pudiera mirar cómo mi polla entraba en su coño mientras aún llevaba la
prenda. Me froté la mandíbula y sonreí cuando se me ocurrió la postura
perfecta, algo que la volvería completamente loca y la haría tener varios
orgasmos conmigo dentro (me apetecía comérselo, sí, pero más me apetecía
sentirla a mi alrededor, y por mucho morbo que me diera sentarla en la isla, apartarle
el tanga y meterle la lengua, no podía hacerlo con su hermano y Eleanor
delante), me mordí el labio al escuchar en mi cabeza sus gemidos y sus súplicas
(sí, Alec, así, más, más, oh, Alec…), y gruñí al no poder darle a mi miembro
todas las atenciones que quería.
-Sabrae-protestó
Scott, quien había estado observándome sin que yo me diera cuenta durante todo
el proceso de planificación sexual. Estiró el brazo y le entregó a su hermana
el bol que ella tan tozudamente había intentado alcanzar, y Sabrae abrió los
ojos con fingida inocencia, como si no hubiera estado abriendo una alacena tras
otra 20 veces sólo por contonearse frente a mí.
-¿Sí,
Scott?
-Deja
vivir a Alec.
-No
sé a qué te refieres-respondió ella en tono de niña buena, como si le estuvieran
echando una bronca por algo que claramente no había sido su culpa.
-Deja
de provocarlo-especificó su hermano, un poco molesto, y Sabrae se echó a reír
por lo bajo.
-No
le hagas caso, bombón-intervine yo en un tono calmado que no daba lugar a
malinterpretarlo: Scott estaba mal y necesitaba alguien que apostara por él, y
yo estaba más que dispuesto a ser ese alguien. Pero una cosa era que yo fuera a
apoyarlo, y otra que fuera a consentir que me fastidiara el coqueteo así porque
sí-; no te calmes nunca, pasa de tu
hermano, tú no pares. Lo que he hecho hasta ahora no ha sido vivir, créeme.
-Pero, ¡si no estoy
provocándote!-se carcajeó Sabrae.
-¿Estás
respirando?-inquirí, y Eleanor se me quedó mirando, estupefacta. Me habría
molestado esa sorpresa de no ser porque estaba pletórico ante las posibilidades
que se me abrían; ¿por qué se sorprendía tanto? Ya habíamos coincidido varias
veces de fiesta y me había visto ligar con sus amigas sólo por hacer rabiar a
mi hermana.
-Deberías
escribir un libro de frases de ligar, Alec.
-Tendrás
queja de las que te digo yo-espetó Scott, aguantándose la rabia.
-Claro,
criatura-respondió una sonriente Sabrae, dejando los boles encima de la mesa,
al alcance de mis manos.
-Entonces,
me estás provocando, bombón-le guiñé un ojo y abrí la caja de cereales para
verter un poco del contenido en su interior. Era la primera que había puesto en
la mesa: me quedaba con la primera Malik, la que me había llevado a la cocina.
Sabrae
alzó las cejas y sonrió con malicia.
-Pero
no te estoy provocando como Scott dice. ¿Le demostramos cómo te provoco en
serio?
-Joder,
claro que sí-dejé la caja de nuevo sobre la isla, porque nunca me había sentido
tan afortunado, y me giré para que, después de rodear la isla, pudiera saltar
sobre mí, sentarse a horcajadas sobre mi regazo, y comerme la boca como si no
hubiera probado bocado en un millón de años. Me metió la lengua hasta el
esófago y me acarició el cuello, invitándome a volverme loco, mientras Scott
bufaba a mi lado y negaba con la cabeza, incapaz de creerse los cambios de
humor de su hermana y el descaro que teníamos ambos, enrollándonos de aquella
manera en una de las zonas comunes de su casa. Seguro que empezó a sospechar en
ese instante que, si nos dejaba la casa sola algún día, no dejaríamos rincón
virgen.
Confieso
que siempre había sentido debilidad por follar en las cocinas, así que Scott no
andaba muy desencaminado en sus sospechas.
Creí
sinceramente que tendríamos que pedirles que se marcharan cuando Sabrae
presionó con muy poca sutileza mi entrepierna, pero, por suerte para la
integridad moral de aquella isla, un carraspeo procedente de la puerta de la
cocina nos interrumpió.
Sabrae
se dio la vuelta y se puso roja como un tomate, para deleite mío y sobre todo
de su hermano, al descubrir a su madre mirándonos con las cejas alzadas.
-Sherezade-festejé,
porque hay pocas cosas que me gusten más que ver a Sherezade con un hombro al
descubierto porque la camiseta que usa de pijama, que resulta ser de su esposo,
le queda grande-. Buenos días.
-Para
algunos más que para otros, ¿eh?-se burló, y miró a Scott, preparada para hacer
quedar mal a su hija mayor-. ¿Nos hemos quedado sin comida?
-Aparentemente-respondió
su primogénito mientras Sabrae se descolgaba de mi cuello y volvía de nuevo al
suelo. Tiré del borde de mi camiseta y me giré para ocultar mi erección, aunque
al Alec que había sido hacía unos meses le habría encantado llevar puestos unos
pantalones en que se intuyera mi hombría y que pudieran despertar los instintos
más básicos de la madre de Scott.
No
soy ningún enfermo que piensa en follarse a las madres de todos sus amigos;
sólo quiero tirarme a las que están buenas, y Sherezade está como un tren de
alta velocidad.
Bueno…
quería. Ahora, para sorpresa de todo
el mundo que me hubiera perdido la pista durante un par de meses, sólo quería
tener sexo con una chica. Que, casualmente, era la hija de la mujer que había
protagonizado mis fetiches eróticos más visitados. Supongo que tengo una
debilidad por las Malik.
Al
menos no me pone que me masturben con los pies, o alguna frikada de esas.
Seguro que si fuera a un psiquiatra, diagnosticaría que mis instintos eran
perfectamente normales; de hecho, si no los tuviera, sería preocupante.
-Buenos
días, mamá-baló Sabrae, tirando de sus pantalones para ocultar su tanga y de la
camiseta para que no pareciera que se había vestido exclusivamente para que yo
le arrancara la ropa a mordiscos (lo cual era, precisamente, lo que había
pasado). Se sentó frente a mí y volcó unos cuantos cereales en un bol.
Sherezade colocó una tartera en el centro de la isla, lo cual hizo que Scott
sonriera un poco más, mirando con descaro a su hermana, y Sabrae se pusiera
todavía más roja y fingiera concentración al hundir la cuchara en su desayuno.
-Probad
el bizcocho. Está hecho de ayer-nos indicó Sher a Eleanor y a mí, y los dos
estiramos la mano para coger cada uno un trozo mientras Sabrae saltaba de la
mesa e iba a por leche-. ¿Ninguno toma café? Pequeña, en la nevera está la
jarra de la cafetera. Sácala y métela en el microondas para que esté caliente.
-Yo
paso-comentó Scott, encogiéndose de hombros, y Eleanor asintió con la cabeza a
modo de apoyo. Me quedé callado; me daba vergüenza decir que quería café porque
eso indicaba que habíamos dormido poco, y tal cual estaba Scott ese día, estaba
seguro de que me atacaría en broma delante de su madre. Y yo no quería que me
atacara delante de Sherezade, porque seguro que Sher se lo comentaba a Zayn
cuando se acostaran aquella noche, y Zayn me mataría. Una cosa es saber que un
chaval ha dormido con tu hija y casi con toda seguridad han practicado sexo,
pero otra muy diferente es saber que apenas han pegado ojo porque estaban
ocupados iniciándose en las artes del kamasutra.
Claro
que Zayn tenía que haber oído por fuerza a Sabrae, aunque fuera sólo
débilmente, pero…
Sabrae
obedeció a su madre, le dio un golpe de calor a la cafetera, y colocó una taza
vacía frente a mí. Me guiñó un ojo, y yo pensé en la suerte que tenía de
tenerla. Por supuesto que ella sabía qué era lo que desayunaba: muchas veces le
había hablado por la mañana contándole qué estaba tomando, y desde hacía poco
tiempo, el café se incluía en aquella ecuación.
-¿Desde
cuándo tomas café, Alec?-preguntó Scott con perspicacia, los ojos
entrecerrados, y yo contesté sin pensar.
-Desde
que duermo tres horas al día porque a tu hermana no le sale del coño que
hablemos antes de las once de la noche, y tenemos muchas cosas que
decirnos-espeté sin poder frenarme, y Sabrae arqueó las cejas.
-¡Así
que era eso lo que te pasaba!-rió Sher, apoyándose en la encimera y soplando
sobre su taza de café cargado. Sabrae volvió a sonrojarse y yo supe que era mi
turno de salir en su defensa.
-El
bizcocho está genial-comenté, dando un enorme bocado que reforzara mis
palabras, y Sher sonrió.
-Lo
ha hecho tu enamorada pensando en ti.
-Pues
es todo un detalle, Sher, aunque aún soy menor de edad. Te toca esperar un
poco.
Sherezade
se echó a reír, negó con la cabeza.
-Os
dejo a vuestra bola-anunció, dándole un beso a Sabrae en la cabeza y acariciando
a Scott en la mejilla y en el pelo. Él siguió la dirección de su mano con la
cara, buscando prolongar el contacto un poco más.
Sin
embargo, Sherezade se detuvo en la puerta y se volvió para mirarnos a Eleanor y
a mí. Tamborileó con las uñas en la taza, y su alianza de casada repiqueteó en
la cerámica.
-Por
cierto, Al, El… ¿qué queréis de comer?
-¿Qué?
-Os
quedáis a comer, ¿no es así?
-Pues…-empezamos,
de nuevo a la vez, intercambiando una mirada. Eleanor pensaba en los problemas
con su hermano que podía acarrearle el quedarse a comer en casa de Tommy, y yo…
a mí me preocupaba que mi madre reservara el vestido de madrina de boda cuando
ni siquiera había conseguido que Sabrae aceptara ser mi novia.
-¡Pues
claro que sí! Seguro que Eri no te espera en casa-comentó, mirando a Eleanor, y
luego posó sus ojos en mí-, y a ti te tenemos que compensar de alguna manera lo
que hiciste en Nochevieja por Sabrae.
-No
fue nada, Sherezade, de verdad…
-¡Sí
que fue! ¡Y yo lo aprecio muchísimo! Venga, llamas a casa y le dices a tu madre
que no te preparen comida, ¿vale?-y, sin más, salió de la habitación.
Asentí
con la cabeza. A punto estaba de pedirle el móvil a Scott cuando Shasha
apareció por la puerta y Sabrae se volvió hacia ella.
-Vete
a por el móvil de Alec. Está en mi habitación.
-¿Qué
gano yo con eso?
-Te
dejo elegir la peli de hoy por la noche.
-Vale-canturreó.
-¡Me
tocaba a mí elegirla!-protestó Scott, y Sabrae le sacó la lengua. Un minuto
después, Shasha llegaba con mi móvil en la mano y una sonrisa macabra en la
boca.
-Bonito
fondo-se burló, y Sabrae la mandó callar.
-¿Qué
tienes de fondo?-quiso saber Eleanor.
-A
Sabrae-respondió Scott-. Porque es un
romántico empedernido.
-Cállate,
Scott, que ya estoy llamando-bufé tras teclear el nombre de mi madre de
memoria. Me mordisqueé la uña mientras rezaba para que a mi madre no se le
ocurriera impedirme quedarme a comer con los Malik, o peor: que insistiera en
invitar a Sabrae e incluso viniera a buscarnos para que comiéramos en casa. Si
habíamos desayunado en casa de Sher, lo justo era que comiéramos en la suya,
por eso de que había que equilibrar un poco la balanza.
Cada
tono que se escuchó al otro lado de la línea era un latido que mi corazón se
saltaba, hasta que los toques fueron interrumpidos por la voz de mi hermana.
-Hola,
Romeo, ¿qué tal tu noche increíble?
-Plasta,
¿dónde está la Sargento?-decidí ignorarla por la cuenta que nos traía a los
dos: no quería pelearme con ella delante de Sabrae, y a Mimi no le venía bien
que yo la vacilara delante de Eleanor y le diera las claves para vencerla en
una discusión.
-Está
en el invernadero, ¿quieres que le deje algún recado?
-Pásamela.
-¿Qué
quieres decirle?
-¿A
ti qué te importa, so cotilla?
-¿Dónde
estás?
Puse
los ojos en blanco.
-En
casa de Scott.
-Vaya,
vaya, ¿has decidido tener tu experiencia homosexual antes de entrar en la uni?
¿Tantas ganas tenías de probar a un chico?
-No
he dormido con él, subnormal. He dormido con Sabrae.
-¡Guau!
Debes de estar agotado.
-Ajá.
Sí, bueno, algunas no tienen un himen de acero-ataqué-, ¿sabes, tía?
-¡CIERRA
LA BOCA!-chilló-. ¡YO NO JUZGO LO QUE HAGAN OTRAS CHICAS, ¿POR QUÉ TIENES QUE
JUZGAR TÚ LO QUE YO HAGO O DEJO DE HACER? ¡Si estoy esperando el momento
indicado es problema mío…!
-¡Que
no me cuentes tu vida y me pases con mamá!
-¿Estás
con Eleanor?
-¿Eh?-miré
a Eleanor-. Sí, está aquí, ¿por qué…?
-Dile
que es una perra mala, un putón verbenero y que no puedo creerme que sea tan
golfa de abandonarnos a todas por ir a hincharse a follar con Scott-me instó,
echándose a reír.
-¡Mary
Elizabeth! ¡Ese no es vocabulario de una dama! ¡Vas y te lavas la boca con
jabón en cuanto…!
-¡Que
te jodan, Alec! ¡Tú hablas mil veces peor que yo!
-¡Que
te jodan a ti, niña, que buena falta te hace! ¡A este paso te metemos a monja y
acabas en el Vaticano!
-¡Que
llames a Eleanor perra mala y putón verbenero!
-¡Que
no digas eso! Ya te he oído la primera vez. No se lo voy a decir.
-Eres
un gallina. ¿Por qué no quieres decírselo? No va a echarse a llorar.
-A mí
no me llames gallina, eh, niña, que la tenemos. No voy a decírselo porque Scott
tiene la mano muy suelta, y es su chica…
-Seguro
que está de acuerdo.
-Mira,
niña…
-¡Díselo
y ya está!
-Joder,
qué cansina eres-miré a Eleanor y puse los ojos en blanco-. Dice Mary que eres
una perra mala y…
-Y un
putón verbenero-instó mi hermana.
-No
voy a llamarla lo otro, Mary Eliz...
-¿Un
putón verbenero?-sugirió Eleanor sin inmutarse, y los hermanos la miraron.
Asentí con la cabeza-. Llámala yerma, que le jode muchísimo.
-¡PERO
POR QUÉ SE LO CUENTAS, HIJA DE PUTA!-chilló Mimi desde el otro lado de la
línea, aunque bien podía haberlo hecho desde casa y que nosotros no nos
enteráramos.
-¡Pásame
con mamá!-gruñí, harto de tanta tontería.
-Está
bien. Espera, tengo que ir a buscarla.
-Qué
remedio.
Me
mordisqueé las uñas mientras Sabrae le preguntaba a Eleanor, muy sorprendida,
acerca de la virginidad de mi hermana, que Eleanor excusó en su timidez.
-Voy
a tener que darla de alta en Tinder para que se atreva a mirar a algún chico a
los ojos.
-Tinder
es para pringaos-sentenció Scott, y yo choqué los cinco con él. Era cierto; los
payasos que había por Tinder se pasaban la vida mandándoles fotos de la polla a
tías que no se lo habían pedido y que hacían que los demás tuviéramos una fama
de babosos nada merecida. Si quieres tener algo con una chica, tienes que
conocerla en persona, ver si hay química entre vosotros, entender cómo funciona
la atracción… en resumen, echarle cojones a la vida.
-A mí
me mira a los ojos, El-respondí.
-Sí,
pero tú eres su hermano, no cuentas como chico.
-Pues
lo que tengo entre…-empecé, pero me callé al escuchar el sonido de mi madre
acercándose el teléfono a la oreja-. ¡Mamá!—celebré-, ¿a que no sabes dónde voy
a comer hoy?
-Donde
Jeff, como siempre que vienes de doblete después de que amanezca-suspiró ella.
-No,
coño. Donde Jeff, no. En casa de Scott-anuncié, hinchándome de orgullo-. Estoy
ahí ahora. Me ha invitado Sherezade. Yo creo que le gusto.
-Cómo
vas a gustarle, Alec, si eres un niño. Tienes un mes más que su hijo.
-Hija,
de verdad, eres la alegría de la huerta, que no se te note tanto el favoritismo
hacia Mimi, ¿quieres?
-Bueno,
cariño, perdona que no me entusiasme que tenga haciéndose lasaña para comer y
me digas que no vienes.
-¿De verdad?
¿Lasaña?-bufé-. Joder, mamá…
-No
digas tacos, Alec.
Bueno,
chica, ya tengo 17 años, lo de decir tacos no se me va a quitar ahora. ¿Es
casera?-quise saber, y mamá asintió-. ¿Con extra de picante?-volvió a asentir-.
¡Mamá! ¿Por qué eres tan mala conmigo? ¿Qué te he hecho yo? ¡Ya te pedí perdón
por las estrías del embarazo!
-No
haber insistido en quedarte a comer.
-Que
no he insistido, me ha invitado Sherezade, porque aquí hay tema, ya verás-miré
a Scott-. Yo creo que en dos semanas cae; pero no te preocupes, que la convenzo
para casarnos sin separación de bienes y te llevo de crucero por los fiordos
noruegos después de mi luna de miel, ¿eh?
-Eres
un fantasma-mamá se echó a reír-. No molestes.
-¿Fantasma
yo? No, no voy a molestar, tranquila.
-Haz
alguna tarea, como fregar los platos, o… espera-musitó, perspicaz.
-Sí,
voy a fregar los platos, descuida… ¿qué?
-¿Seguro
que estás en casa de Sherezade? Me extraña mucho que te resignes a perderte mi
lasaña casera con extra de picante así como así. ¿En qué ciudad estás, Alec?
¿Estás siquiera en Inglaterra? La última vez que me llamaste con una historia
de estas, habías amanecido en Ámsterdam sin saber por qué.
-Mamá,
lo de Ámsterdam fue sólo una vez, y no estaba solo, ¿recuerdas? Jordan y el
resto de los chicos también estaban conmigo. Se nos fue un poco de madre
celebrar la Eurocopa de Inglaterra, ¿acaso es pecado amar a la selección de tu
país…?
-Si
estás donde dices, seguro que no te importa llamarme desde el teléfono fijo de
casa de Sherezade.
-Mamá,
¿es en serio? Que ya van pasando los años, deberías tener un poquito de
confianza en mí.
-Precisamente
porque van pasando los años sé que no puedo fiarme de ti un pelo, que tú te
lías muy fácilmente estando de fiesta, Alec. Llámame desde casa de Sherezade o
dime la verdad-sentenció.
-Vale,
ahora voy-bufé, y colgué sin despedirme. Me volví a mirar a Sabrae-. ¿Me dejas
usar el teléfono?
-¿Qué?
-Quiere
asegurarse de que estoy aquí, y no de fiesta en Las Vegas, o algo por el
estilo. Como si tuviera pasta para irme a Las Vegas, o fuera tan imbécil de
llamarla y tratar de engañarla, porque ella me lo nota hasta por teléfono-puse
los ojos en blanco-. Es que es muy pesada, joder-Scott asintió con la cabeza,
aunque claro, su madre no estaba de encerrar y no le había pedido nunca algo
así, y mira que él también había amanecido un día en Ámsterdam conmigo-. Ni que
supiera lo de los nietos coreanos que tiene por ahí-bufé, levantándome y yendo
hacia el teléfono.
Sabrae
entrecerró los ojos.
-A ti
te van las tías de raza, ¿eh, Alec?-me pinchó.
-Hombre,
nena, es que hay que experimentar, que así es como se produce la evolución:
mezclando genes, y a ver qué pasa-le guiñé un ojo y descolgué el teléfono de
pared, marqué casi sin mirar y esperé mirándome las uñas a que la voz de mi madre me respondiera al otro lado de la
línea y me pidiera perdón-. ¿Dos toques? ¿En ser…?-protesté antes de que
hablara.
-Trufas no quería bajarse de mi regazo,
Al, lo siento. ¿Qué pasa?
-Uy,
perdón, Dylan. ¿Mi madre?
-Sigue
en el invernadero. Está con unos injertos, no creo que pueda venir ahora.
-Bueno,
pues le dices desde dónde he llamado, que estoy de tanta desconfianza hasta
los…
-Ha
vuelto a pedirte que la llames desde un fijo para asegurarse de que sigues
dentro de la Unión Europea, ¿eh?
-¡Jamás
he salido yo solo de la Unión! Pero sí. Ya sabes cómo es.
-Muy
bien. Le daré el recado. ¿Has llevado llaves? Tenemos pensado salir a dar una
vuelta de tarde; no quisiera que te quedaras sentado en el porche esperando a
que volvamos.
-No
he traído las llaves, creo-me palpé los bolsillos del pantalón como si hubiera
venido con ése-. Tengo que mirar, pero si no, que se quede Mary en casa, que
por no salir un domingo tampoco se va a morir.
-También
es verdad. Puede leer o bailar.
-¡Ves!
Si es que tú y yo nos entendemos, no hay que darles tanta cancha a estas
mujeres-sonreí al escuchar sus risas.
-De
acuerdo, te la dejo de portera, entonces.
-Vale,
que lo paséis bien… dejadme un poco de comida en la nevera, por favor, y así no
tengo que hacerme la cena
-No
te preocupes.
-Guay,
gracias Dyl, adiós-colgué, me volví y sonreí-. Bueno… ¿qué vamos a comer?
Scott
rió entre dientes, negando con la cabeza, mientras Sabrae inclinaba la cabeza
hacia un lado y entrecerraba los ojos.
-Ni
siquiera te has terminado el desayuno, ¿y ya estás pensando en lo de
mediodía?-acusó, como si no supiera que yo era un pozo sin fondo.
-Casi
es mediodía, bombón-repliqué, y ella alzó una ceja y la comisura de la boca de
ese mismo lado, entendiendo por dónde iba a ir la conversación y más que
dispuesta a entregarse a esos derroteros. Sonreía porque, técnicamente, yo
tenía razón, pero también porque por fin habíamos superado el desayuno y ya
podíamos dedicarnos a hacer lo que nos apetecía-. Además, si cierta señorita no
me hubiera sacado brillo esta noche, probablemente no tendría el hambre que
tengo.
-Puedes
comer lo que quieras-me picó, contoneándose hacia mí y acariciándome un brazo
mientras se frotaba contra mi cintura. Le acaricié la suya con los dedos y la
miré con tanta intensidad que podría haberla desnudado.
-No
estoy hablando de hambre, hambre.
-Ni yo te estoy ofreciendo
comida, comida.
Sabrae sonrió, relamiéndose.
Ignorando a su hermano y a su cuñada, alzó las cejas como invitándome a
llevármela a su habitación, y no necesité que lo hiciera dos veces. La cogí de
la mano y tiré de ella para pegármela al pecho. Le di un beso lleno de
intensidad que hizo que Eleanor sonriera y Scott pusiera los ojos en blanco y
se echara a reír. “Idos a un hotel”, nos dijo, y yo tuve ganas de contestarle
que ya estaba en uno, pero estaba demasiado ocupando jugando con la lengua de
Sabrae.
Era
una locura hacer eso en la cocina, lo sé. Uno de sus padres (bueno, vale, el
que me preocupaba era Zayn) podía entrar en cualquier momento y cortarnos el
rollo hasta el punto de que yo quisiera irme de su casa al instante, pues mi
vida correría peligro, pero por suerte, las estrellas siguieron sonriéndome
como lo habían hecho de noche y nadie nos interrumpió. Sabrae se separó de mí,
me arrastró fuera de la cocina y subió prácticamente trotando las escaleras en
dirección a su habitación. Cuando atravesé la puerta, la cerré de un puntapié y
me volví hacia ella, que ya me empotró contra la madera.
-Ah,
¿ahora tienes prisa?-la provoqué, agarrándola de las caderas y pegándola a mi
erección. Sabrae dejó escapar un gemido de satisfacción y me mordió el labio
inferior.
Estuve
a punto de tirarla al suelo y follármela allí, como nos habíamos confesado que
se nos había pasado por la cabeza durante la discusión, pero por suerte logré
mantener la cabeza lo suficientemente fría como para ejecutar el plan que había
ido perfeccionando mientras la miraba contonearse para mí. A toda velocidad,
metí la mano por debajo de sus pantalones y exploré la piel desnuda que el
tanga no lograba cubrir, y con los dedos de un experto, llegué a la entrada de
su sexo y empecé a acariciárselo. Sabrae entreabrió los labios y dejó escapar
un gemido, pero no se quedó atrás como le había sucedido en la cama: también
metió las manos por el interior de mi pantalón, incluso se coló en mi
calzoncillos, y rodeó mi erección con los dedos. Hizo la presión suficiente
como para que yo me volviera loco, y no lo soporté más. La agarré de los
glúteos y la levanté en el aire, llevándola hasta el centro de su habitación.
Los semáforos se habían apagado, ahora empezaba la carrera.
-Ahora
verás lo que pasa cuando te dedicas a provocarme-gruñí, dándole la vuelta y
metiendo la mano en el triángulo de su tanga. Sabrae dejó escapar un gruñido,
arqueó la espalda y reposó su nuca en mi hombro.
-¿Estás
enfadado?
-Ya
lo verás-respondí, quitándome yo también la camiseta y tirándola al suelo, al
lado de la suya. Sabrae intentó darse la vuelta, pero yo se lo impedí-. No.
Estás castigada.
-¿Qué
piensas hacerme?
Cosas malas, debería haberle dicho. Darte una lección, tal vez. Demostrarte hasta qué punto me vuelves loco
y pierdo el norte cuando se trata de ti.
-Gritar-contesté, alcanzando un condón. Sabrae
se estremeció de pies a cabeza y luchó con el elástico de sus pantalones. Yo ni
siquiera pude quitarme los míos. En cuando consiguió bajárselos y yo tuve el
preservativo colocado, hice a un lado el tanga y la penetré.
Estaba
duro. Estaba grande. Estaba como pocas veces había estado con una chica, como sólo
me había pasado en ocasiones en las que me habían provocado tanto que había
llegado a considerar follar en público, porque era mejor pasar unos años en la
cárcel que unos minutos más con aquel calentón.
Y, a
pesar de que fui muy rudo, no le hice daño, pues estaba tan ansiosa porque
entrara en ella como yo por hacerlo. Sabrae lanzó un alarido que yo acallé
tapándole la boca, y, con los ojos cerrados y los labios cosidos por sus
dientes, empezó a moverse para contrarrestar mis movimientos, creando una fricción
entre nosotros que me hizo enloquecer. No duraría mucho si ella seguía en ese
plan.
Noté
cómo los pantalones y los calzoncillos se me deslizaban por la piel a medida
que me movía, pero no podía importarme menos. Sabrae estaba allí, conmigo,
estábamos juntos y desfogándonos. Podía ver cómo mi polla entraba y salía de su
interior, y también cómo sus tetas se balanceaban con cada empellón de mi
cuerpo en el suyo, celebrando aquel festival de sexo en el que habíamos entrado
por la puerta grande.
La agarré
de la mandíbula y me incliné hacia su oído.
-¿Te
gusta así?-le pregunté, y ella asintió con la cabeza, gimió, y luego gruñó:
-Sí…
Oh, sí…
-Mírate-la
insté, volviendo su rostro hacia el frente y haciendo que se encontrara con su
cuerpo-, volviéndote loca para mí-Sabrae abrió los ojos y miró nuestros
reflejos. Sus pupilas se dilataron, y no fue por la sorpresa. Le encantaba lo
que tenía delante. Le gustaba ver lo que mi cuerpo hacía en el suyo, la diosa
en que se convertía cuando se quitaba la ropa y me dejaba conectarla con el
cosmos-. Me vuelve loco verte.
-Joder,
Alec-gimió, frotándose contra mí, agitando las caderas de forma que llegara más
profundo, y yo le manoseé los pechos.
-Sí,
Saab. Soy yo quien te hace esto. Sólo yo.
-Sí,
Alec. Sólo tú. Dios mío… lo haces tan
bien-alargó las vocales y se echó a temblar, gozando de mi cuerpo.
Entreabrió la boca y un gemido se escapó de entre sus labios cuando mi mano
descendió hasta su sexo y empezó a acariciarla mientras continuaba
embistiéndola. Llevó sus manos a sus pechos, y me hizo sobarla incluso más de
lo que lo estaba haciendo. Su cuerpo estaba totalmente sometido a sus deseos
más primarios y su placer. Sabrae era una auténtica diosa: brillaba con luz
propia, se movía como una corriente marina, y me hacía sentir en el cielo.
Sus
gemidos comenzaron a aumentar de volumen, y, si lo añadíamos a mis gruñidos y
mis jadeos, supe que era cuestión de tiempo que empezara a gritar. A todas las
tías les encantaba escucharme mientras follaba; a fin de cuentas, a todo el
mundo le encanta saber que le pone a la persona con la que está compartiendo
sexo, pero lo de Sabrae estaba a otro nivel. Con un gruñido mío ya podía
ponerla a tono, y con un jadeo mientras nos besábamos o me acariciaba el bulto
en los pantalones ya conseguía que se humedeciera y ansiara tenerme dentro.
-Voy
a correrme-anuncié con un gruñido, y Sabrae asintió con la cabeza, incapaz de
bajar el volumen. Se colgó de mi cuello, gimió mi nombre y yo estallé en su
interior. Le mordí la boca mientras me derramaba para ella, deshaciéndome hasta
mis moléculas más elementales, y Sabrae jadeó al sentirme terminar. Noté que
empezaba a palpitar y que sus movimientos se aceleraban.
-No
grites-me suplicó-, o subirán a interrumpirnos.
-Ni
el mismísimo demonio podría evitar que yo te hiciera correrte ahora,
Sabrae-gruñí, y ella dejó escapar un jadeo, me hundió las uñas en la carne para
que no me separara de ella, y llegó al orgasmo para mí. Por un momento, pensé
que volvería a hacer lo que había hecho en casa de Jordan, porque su orgasmo
parecía igual de intenso, pero finalmente no hubo nada de squirting. Puede que fuera mejor así.
Me
detuve en seco cuando noté que las paredes de su sexo se aferraban al mío, y
por un momento pensé que podría haber seguido con ella y alcanzar un nuevo
orgasmo, pero ambos estábamos agotados. La postura no era la más descansada del
mundo, ni para ella ni para mí: casi todo el peso de su cuerpo lo sosteníamos
entre los dos, yo con mis manos y ella con los pies de puntillas para facilitarme
la penetración, y la rabia con que habíamos echado el polvo nos había
catapultado a dos clímax rápidos pero explosivos.
Le
aparté el pelo ligeramente húmedo por el sudor de los hombros, y se los besé.
Sabrae abrió los ojos y se quedó mirando nuestros reflejos en el espejo.
Nuestros ojos se encontraron después de recorrer su cuerpo, y sin decir nada
(no era necesario), la rodeé por la cintura y me puse de rodillas,
arrastrándola conmigo y haciéndola sentarse. Sabrae inhaló sonoramente y dejó
escapar una sonrisa al sentir la presión de mi erección dentro de ella, pero
supe que estaba demasiado cansada para continuar, así que la dejé tranquila.
Dejé
que se apoyara en mi pecho a modo de sofá y le acaricié el vientre mientras
ambos recuperábamos el aliento. La estaba acunando con las subidas y bajadas de
mi pecho de tal forma que me sorprendió que no se quedara dormida. Me atreví a
rodear su costado y a subir hasta sus pechos, acariciándoselos mientras buscaba
su boca.
Sabrae
giró el rostro para ponerme sus labios a tiro. Los miré unos segundos,
saboreándolos en mi cabeza antes que en mi lengua, y entonces me di el
capricho.
Tenía
un regusto chispeante en la lengua, un regusto que me encantó. Me acarició la
mejilla y enredó sus dedos en mi pelo mientras compartíamos un beso tranquilo
pero profundo, como el último paseo de un buceador por su arrecife preferido
antes de colgar las aletas para siempre. Cuando nos separamos, pude disfrutar
de sus ojos brillantes por la satisfacción y la felicidad.
-Y tú
que dices que me niego a declararte tuya, cuando es lo único que hago cuando me
das este placer.
-Me
gusta quejarme-respondí, siguiendo la línea de su mentón, su cuello y su hombro
con la nariz. Se echó a reír y frotó su nariz con la mía; los chicos del espejo
parecían condenadamente felices, los protagonistas de un cuadro renacentista
que le cantaba a la hermosura de estar desnudo con la mujer a la que amas.
-Me
apeteces-se declaró, enamorada, y yo sonreí contra su boca.
-Me
apeteces-respondí, y le di un pico que ella convirtió en un beso con lengua. No
sé cómo, me las apañé para tumbarla sobre su espalda y meterme entre sus
piernas. Estuvimos a punto de volver a hacerlo, pero de repente me apeteció
escuchar su risa, así que empecé a hacerle cosquillas y toda tensión sexual
entre nosotros se esfumó. Nuestra desnudez no era erótica, sino inocente, una
prueba más de la intimidad que nos unía y la confianza que siempre nos acababa
juntando de nuevo.
Cuando
nos hartamos de besarnos, me incorporé hasta quedar arrodillado entre sus
piernas y le tendí la mano. Sabrae la aceptó acariciándome los dedos, y nos
levantamos juntos. Nos vestimos (ella eligió ahora unas bragas en lugar del
tanga, y cuando me ofrecí a llevármelo a casa para lavarlo allí por las
molestias me llamó cochino), y salimos de la habitación con energías renovadas
y una sonrisa boba en los labios. Cogidos de la mano, bajamos las escaleras y
nos encontramos a Scott y Eleanor acurrucados en el sofá, un poco menos
acaramelados de lo que yo esperaba.
Sabrae
me dio un apretón en la mano que me hizo mirarla.
-Scott
te necesita ahora-me dio un beso en el brazo. Asentí con la cabeza y dejé que
se llevara a Eleanor con la excusa de enseñarle algo de maquillaje, y salté,
literalmente, el sofá para caer al lado de Scott.
Ahora
que ya estaba sexualmente satisfecho, podía separarme un poco de Sabrae y
pensar con perspectiva: quizá estaba siendo un poco egoísta pasando tanto
tiempo con ella y tan poco con él, especialmente si teníamos en cuenta que
ahora no podía verlo ni en el instituto por el tema de su expulsión, y a ella
por lo menos la veía en los recreos, pero… Sabrae era adictiva. Era una droga,
simple y llanamente, y yo había pasado demasiado tiempo fingiéndome lo bastante
fuerte como para soportar un período de abstinencia tan prolongado como el que
habíamos pasado separados.
No
obstante, también tenía conciencia. Y sabía que Scott necesitaba a alguien
apoyándolo, así que allí me tenía. Sabía que con mi mera presencia iba a
sentirse consolado, así que con estar callado a su lado, pensando en mis cosas
y dándole el tiempo que necesitara para pensar en las suyas, ya estaba
cumpliendo con mi deber de amigo. Además, estaba demasiado herido como para que
yo me atreviera a decir nada. Puede que Eleanor hubiera conseguido apartar el
tema de Tommy de su mente, y una palabra mía lo arrastrara como un resorte de
vuelta a la primera plana.
-El
amor-se burló Scott de repente, sacándome de mis cavilaciones. Me lo quedé
mirando. Estaba sonriendo, feliz de verme feliz. No me había dado cuenta de que
estaba sonriendo como un bobo ni de que había exhalado un suspiro hasta que
Scott no habló. Me hice plenamente consciente de nuevo de mi cuerpo, como si
hubiera sufrido un fenómeno de despersonalización.
-Cállate,
Scott-negué con la cabeza, sonriente.
-El
amor por mi hermana-me pinchó, lanzándome un cojín.
-Que
te calles, Scott.
-Alec
y Sabrae, sentados bajo un árbol-canturreó, y yo puse los ojos en blanco, le di
una patada y me eché a reír. Me pasé una mano por el pelo sin saber que lo
hacía, pero estaba admirando mi suerte.
-Qué
imbécil eres.
-¿Te
acuerdas de cuando decías que no entendías que Max estuviera como estaba cuando
empezó con Bella?-inquirió, retrotrayéndose al momento en que Max había
empezado con Bella y prácticamente nos había dejado de lado-. ¿Qué se siente
teniendo ahora lo que tenía Max?
-Yo
no tengo lo que tenía Max-protesté. Aquello no era justo. Max nos había dejado
tirados en varias ocasiones porque le habían surgido planes con ella (no sería
yo quien juzgara a un chaval que va corriendo a casa de su novia cuando se
entera de que la tiene libre, pero por lo menos podía decírnoslo claramente en
lugar de mentirnos), mientras que yo había hecho justo lo contrario: cuando me
encontré con Logan de fiesta, me dediqué a cuidarlo aun sin estar en mi
elemento. Y no había podido ir a ver a Sabrae.
Y, a
consecuencia de aquello, sus amigas le habían comido la cabeza diciéndole que
yo estaba con otra chica, cuando nada más lejos de la realidad.
-Ahora
me dirás que Sabrae no es tu novia.
-No
lo es-me encogí de hombros y crucé los brazos, notando cómo el buen humor
después del polvo se iba desvaneciendo a pasos agigantados.
-Ya,
y mi padre no es cantante, sino acróbata vocal-Scott puso los ojos en blanco y
se rió de su propio chiste. Cuando vio que yo no me sumaba, sino que exhalaba
un bufido, añadió-: ¡Alec! ¿Pero qué te pasa, tío? Si has dormido con ella,
literalmente te la has desayunado… y mira que yo tardé un mes en desayunarme a
Eleanor…
-¿De
verdad?-sonreí. Sabía que la primera vez que se había enrollado con Eleanor
antes del desayuno fue en el fin de semana que habían pasado juntos-. ¿Y cómo
pasó?
-¿A
ti qué te importa? Además, estamos hablando de ti. Si todo lo que has hecho con
ella no es ser tu novia…
-Ella
no quiere. Me lo ha dejado muy claro-espeté, quizá demasiado seco, pero es que
me estaba cabreando. No debería hablar así con Scott, especialmente sabiendo
que estaba mal, pero… es que no podía evitarlo. Estaba hurgando en la herida
sin saberlo, pero a mí me dolía igual.
Se me
quedó mirando.
-¿Le
has preguntado?-quiso saber.
-Sí.
-Digo
después de Nochevieja.
-Sí-suspiré,
masajeándome el puente de la nariz.
-¿Y
esta noche? ¿Le has preguntado?
-Joder,
qué pesado eres, Scott-gruñí, negando con la cabeza y dejando caer la mano sobre mi regazo-. Sí, le
he preguntado, y me ha dicho que no, otra
vez.
-Pero
Sabrae es muy… no sé, le gusta que la gente vaya detrás de ella-reflexionó,
subiendo un pie al sofá y volviéndose hacia mí. Ah, genial, íbamos a tener una
conversación profunda sobre el estado de mi relación con Sabrae, como si con
ella no lo hubiera hablado lo suficiente-. ¿Ha sido un “no” rotundo o te ha
dado…?
-Ha
sido rotundo, ¿vale, Scott?-estallé-. Me ha dicho “lo siento, Alec, pero no
quiero ser tu novia”-escupí, odiando el regusto que dejaron en mi boca-, con
todas esas palabras, ¿te parece eso lo bastante rotundo?-se quedó callado,
mirándome como un corderito-. No me mires así. Parece que pensáis que soy
gilipollas, por Dios. Es que eres un puto pesado. No me extraña que Tommy no te
aguante.
La
mirada de Scott siguió fija en mí, aunque me merecía que no me mirara más, que
no reconociera mi existencia. Joder. Tenía una única cosa que hacer; había
venido a su casa con un propósito, y me faltaba tiempo para cagarla. Con razón
mi madre no se fiaba de mí. Con razón las amigas de Sabrae le habían dicho que
se anduviera con cuidado conmigo. Con razón la frase que todos mis amigos
decían a coro era “cállate, Alec”. Sinceramente, no sabía qué había hecho para
merecer a mis amigos, ni a mi madre, ni a Sabrae, ni a Scott.
-S…-empecé,
dispuesto a disculparme hasta por haber nacido si hacía falta, todo con tal de
que mi amigo se sintiera bien.
-Estoy
bien-me trató de tranquilizar, pero yo sabía que no era verdad.
-S,
tío, de verdad, no quería decir eso, ya me conoces, soy un puto bocazas de
mierda.
-No
pasa nada, en serio.
-Venga,
si todavía estoy pensando las cosas que dije cuando tenía diez años, tal
retraso llevo. Sabes que no lo pienso de verdad.
-Que
estoy bien, Al.
Me lo
quedé mirando. Parecía muy convencido de que tenía que consolarme, cuando
debería ser al revés.
-Es
mentira-le recordé, y él puso los ojos en blanco-. Sabes que te quiere,
¿verdad? Tommy, quiero decir.
-Ya.
-Va
en serio. Te echa de menos.
-Lo
demuestra de puta madre-gruñó, todo rencor y odio de repente. Ése no era el
Scott que yo conocía, ni el que debía existir en aquel mundo. El Scott que yo
conocía defendía a Tommy a muerte incluso cuando estaba equivocado, porque
Scott y Tommy se corregían el uno al otro en la intimidad. Jamás había conocido
a nadie tan leal a una persona como Scott y Tommy lo eran al otro.
-Vamos,
S, tú no lo has visto esta semana…
-Es verdad, no lo he visto porque estoy
expulsado-explotó-, no me apetece salir de casa, y a él de repente le parece
que es el mejor momento del mundo para darme de lado por una cosa que llevo
haciendo meses. Podría esperar a que yo levantara un poco cabeza para colgarse
de mi cuello, pero no, tiene que ser justo ahora.
-Ya
sabes cómo es, S…-le posé la mano en el hombro y él no se apartó. Necesitaba
contacto humano, el cariño de un amigo, lo que sólo yo podía darle, porque
nadie más entendía lo que estaba sufriendo como lo entendía yo. Le rodeaban su
familia y su novia, pero no había nadie en su entorno actual que hubiera estado
con él y con Tommy a la vez cuando no tenían a nadie vigilándolos y podían
comportare como querían.
-Ya.
Bueno, no quiero hablar de eso, ¿vale?-murmuró, subiendo los dos pies al sofá y
agarrándose las rodillas.
-Puedes
cambiarlo. Sabes que puedes. Te escuchará-le aseguré, y él me miró con los ojos
entornados-. Siempre lo hace.
-Yo
no saco el tema de mi hermana si tú no sacas lo de Tommy, ¿de acuerdo?
-Prefiero
hablar de lo que no tengo con tu hermana si a cambio de eso tú y Tommy volvéis
a estar bien.
-Joder,
pues al paso que vamos Tommy y yo, os termináis casando antes de que me
arranques nada-se echó a reír, cansado.
Me
froté las manos contra las piernas.
-Creo
que… te debo una disculpa. No debería haberme puesto a la defensiva.
Evidentemente, lo que te he dicho con Tommy ha sido pasarse, pero…
-Al,
de veras, no hace falta que me pidas perdón.
-No,
no. Todo lo contrario. Eres mi amigo, y te mereces saber qué pasa en mi vida
sentimental. Sabrae y yo estamos bien, en serio. O sea, ¿no lo parece?
-Sí…
cuando estáis juntos.
-Pues
cuando no lo estamos, también debería parecerlo. Lo hemos pasado mal estas dos
semanas. Tuvimos una bronca gordísima porque yo metí la pata, les eché la
bronca a sus amigas por dejarla sola en Nochevieja, y ella se enfadó conmigo,
y… bueno, nos dijimos cosas horribles que ninguno de los dos sentía. Pero ahora estamos bien. Hemos
hablado de nuestra relación, y hemos decidido que estamos bien como estamos.
-Le
has pedido salir-me recordó, un poco sorprendido. La verdad es que nunca lo
había hecho con ninguna chica, pero que Sabrae fuera la primera no significaba
que tuviera la obligación de estar conmigo.
-Lo
sé. Estaba presente. No lo hice por paloma mensajera, ni nada. Aún sigo
esperando la carta de Hogwarts; esos bichos no son muy fiables-comenté, y Scott
se rió, muy a su pesar, para deleite mío-. El caso es que…-carraspeé-. El
tiempo que vamos a estar separados el año que viene es demasiado, y no
deberíamos acostumbrarnos demasiado al otro para que no se nos haga tan duro.
Es mejor así.
Scott
parpadeó.
-Yo
también iba a marcharme, y eso no le importaba a Eleanor.
-Supongo
que cada uno es como es. Además, ¿Eleanor no iba a participar en ese concurso
de canto que tanto le gusta? Creía que se iba a presentar a los cástings de
esta edición.
Scott
se encogió de hombros.
-Debería
alegarme por ella, pero en lo único que pienso ahora es que, cuando se vaya, yo
me voy a quedar solo.
-No
estarás solo. Nos tienes a todos. La que va a quedarse sola es ella.
-Ya,
pero cuando quieres estar con una persona, sólo te sirve ella-murmuró, y clavó
en mí unos ojos cargados de sufrimiento-. Seguro que sabes a qué me refiero.
Asentí
con la cabeza. Sí, yo también me había sentido solo en la discoteca, cuando no
estaba ella, o cuando estaba en la habitación de alguna chica que no era
Sabrae. Puedes tener la habitación llena de gente, puedes recibir un millón de
mensajes, que si no son de la persona que tú quieres que esté contigo o que quieres
que te escriba, será como si del mundo se hubiera borrado la vida, y sólo
hubieras quedado tú como un capricho del destino.
-Odio
esa sensación-comenté, y Scott asintió con la cabeza-. Todo el mundo lo hace.
Creo que es parte de ser humano. Y, S… precisamente por eso creo que deberías
intentar hablar con Tommy. Tenéis que aclararlo. Al principio yo no entendía
por qué Sabrae era tan… reacia a tener algo, pero ahora que lo hemos hablado,
sé que es exactamente porque tiene miedo de que le pase conmigo lo que te está
pasando a ti.
-Me
siento muy egoísta sintiéndome así de solo cuando tengo unos padres que se
preocupan por mí, unas hermanas que hacen lo posible por distraerme, y una
novia que se desvive por llenar el vacío que me ha dejado una persona que ni
siquiera debería hacerme sentir así de solo cuando se marcha.
-Sinceramente,
S… me sentiría decepcionado contigo, y muy engañado con ambos, si Tommy no te
hiciera sentir así al darte la espalda. Pero, oye, ¡es un Tomlinson!-le
recordé, y él se me quedó mirando-, y hay dos cosas que todo el mundo sabe de
los Tomlinson.
-¿Cuáles?
-Pues…
la primera, que al final siempre terminan volviendo con los Malik, por muy mal
que les hayan hecho quedar. Porque a ver, S, todos vimos que tú y Tommy os
peleabais en el gimnasio, pero lo del puñetazo que te dio con
anterioridad…-hice una mueca-. Podría ser una trola que te has inventado para
quedar de víctima y darnos lástima y así tapar el hecho de que te caíste en la
ducha-Scott se echó a reír a carcajada limpia, y yo me sentí envalentonado por
aquel sonido-. Personalmente, creo que Zayn dejó bastante peor a Louis con
aquel tweet que puso, y míralos: son padrinos de sus primogénitos. ¡Ni siquiera
yo soy el padrino del primogénito de Jordan!
-Porque
Jordan no tiene hijos.
-Ni
los tendrá nunca si no se corta esas rastas-sentencié, y Scott volvió a reírse.
-¿Y
la segunda?
-¿Eh?
-La
segunda cosa que todo el mundo sabe de los Tomlinson.
-Oh.
Ya. Bueno…-me revolví en el asiento y miré hacia el hueco de la escalera, por
donde se habían ido Eleanor y Sabrae-. Que tienen muy buen culo. Y si Tommy te
ha dado la espalda, igual lo que quiere es que le des un manotazo, ¿mm?-le
guiñé un ojo y Scott volvió a reírse.
-No entiendo cómo mi hermana no te sigue allá
donde vayas.
-Le
saco treinta centímetros y camino muy rápido, Scott. Terminaría agotada.
Y,
otra vez, Scott se echó a reír.
-Eres
único e irrepetible, ¿eh, Al?
Le
guiñé un ojo.
-Pero
no tengo la agenda muy apretada, así que podrás disfrutar de mi compañía un
ratito más… jugando a la consola, por ejemplo-ofrecí, y él no se hizo de rogar.
Al principio le costó adaptarse un poco a mi modo de jugar, porque Tommy y él
tenían su propio estilo, más colaborativo y menos individualista, pero creo que
al final le vino mejor tener que cuidar sólo de sí mismo.
Para
cuando volvieron las chicas con nosotros, Scott estaba mucho más relajado,
incluso hacía bromas y lanzaba pullitas donde antes se había dedicado a
comportarse como un champiñón. Eleanor sonrió al encontrárselo tan alegre, como
si lo que le había pasado con Tommy en realidad hubiera sido un mal sueño y
nada fuera mal, y en realidad estuviéramos disfrutando de una reunión del Club de
Chicos Enamorados de las Hermanas Pequeñas de Sus Amigos (lo sé, tenía que
pulir un poco el nombre de nuestra asociación, pero contaba en tener mucho
tiempo).
Y yo…
yo me sentía bien. ¿Qué más podía pedirle a la vida? Estaba en casa de Sabrae,
había pasado la noche con ella, y había hecho que Scott remontara un poco
emocionalmente hablando. Me sentía en equilibrio con el universo; había
encontrado un propósito y había empezado a cumplirlo, así que me merecía que
las estrellas me compensaran como lo hicieron: haciendo que Sabrae se sentara
en mi regazo, me diera un beso en la mejilla y me dijera que le apetecía que volviéramos
a estar solos.
No iba
a ser yo quien no le concediera todos los caprichos a mi chica favorita en el
mundo.
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Me ha gustado muchísimo el capítulo de hoy ayyyyyyy, estaba deseando leer por fin esa mañana juntos despertándose desde su perspectiva. No sé como no me ha explotado el corazón todavía por exceso de azúcar con los últimos capítulos porque realmente no pueden estar más casados y me duele el corazón con lo adorables que son joder. Estoy deseando leer los próximos y leer por fin cuando Sabrae vaya a casa de Alec a dormir y todo porque va ser genial y van a ser mas domésticos y monisimos si cabe.
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